Giddens Durkheim2
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disponer de ello como quiera. Es necesario que lo aporte a la comunidad, y sólo puede
consumirlo cuando ella misma lo consuma colectivamente. 7
El socialismo, por otra parte, es un tipo de teoría que sólo puede haber surgido
en sociedades donde la división del trabajo se ha desarrollado notablemente. Es una
respuesta a la situación patológica en que se encuentra la división del trabajo en las
sociedades modernas, y exige que se introduzca una reglamentación económica que
reorganizará la actividad productiva de la colectividad. Debemos entender, recalca
Durkheim, que la teoría socialista no propone la idea de que la economía deba
sabordinarse al Estado; la economía y el Estado deben absorberse mutuamente, y
esta integración elimina el carácter específicamente «político» del Estado.
En la doctrina de Marx, por ejemplo, el Estado en tanto que tal, es decir en tanto que
tiene un papel específico, que representa intereses sui generis superiores a los del comercio y
la industria, tradiciones históricas, creencias comunes de naturaleza religiosa u otra, etc., no
existiría más. Las funciones propiamente políticas, que son actualmente su especialidad, no
tendrían ya razón de ser, y no tendría más que funciones económicas. 8
La lucha de clases, según Durkheim, no es intrínseca a las doctrinas
fundamentales del socialismo. Durkheim reconoce, naturalmente, que muchos
socialistas —y Marx en especial— consideran que la consecución de sus objetivos
está inseparablemente vinculada a la suerte de la clase trabajadora. Pero la defensa
de los intereses de la clase obrera en cuanto opuestos a los de la burguesía, afirma
Durkheim, es en realidad algo secundario respecto a la principal preocupación del
socialismo, la de llevar a la práctica la reglamentación centralizada de la
producción. Según los socialistas, el principal factor que influye en la situación de
la clase trabajadora es la desvinculación de su actividad productiva de las
necesidades globales de la sociedad, y su vinculación a los intereses de la clase
capitalista. De lo cual se sigue, al parecer de los socialistas, que el único camino
para superar el carácter explotador de la sociedad capitalista es la completa
abolición de las clases. Pero la lucha de clases no es más que el instrumento
histórico por medio del cual deben conseguirse objetivos más básicos. «El
mejoramiento de -la suerte de los obreros no es, pues, un objetivo especial; no es
más que una de las consecuencias que necesariamente debe producir la vinculación
de las funciones económicas a los órganos directores de la sociedad». 9
El comunismo y el socialismo, por tanto, presentan un marcado contraste en
muchos aspectos. Sin embargo, convergen desde un importante punto de vista:
ambos se interesan por poner remedio a situaciones en las que los intereses de
individuos particulares predominan sobre los de la colectividad. «Uno y otro están
animados por este doble sentimiento de que el libre juego de los egoísmos no es
suficiente para producir de manera automática el orden social y que, por otra parte,
las necesidades colectivas deben tener prioridad sobre las comodidades
particulares». 10 Pero aún en este punto la identidad entre los dos dista de ser
completa. El comunismo pretende borrar completamente el egoísmo, mientras que
el socialismo «no juzga peligrosa más que la apropiación privada de grandes
empresas económicas que se constituyen en un momento dado de la historia». 11
Históricamente, la rápida profusión de ideas comunistas en el siglo XVIII fue
presagio del subsiguiente desarrollo de teorías socialistas y quedó en parte asociado
con ellas. «El socialismo se ha abierto así al comunismo; ha emprendido la tarea de
7 El Soc, p. 78.
8 El Soc, p. 63.
9 El Soc, p. 67; Le Socialisme, p. 33.
10 El Soc, p. 84.
11 El Soc, p. 84.
ANTHONY GIDDENS
jugar el papel de éste al mismo tiempo que el suyo propio. En este sentido, ha sido
realmente su heredero; porque, sin derivar de él, lo ha absorbido aunque
permaneciendo distinto». 12 Ésta es la confusión, dice Durkheim, que hace que los
socialistas tomen «lo secundario por lo esencial». Es decir, «responden únicamente a
las tendencias generosas que están en la base del comunismo», y concentran la
mayor parte de sus esfuerzos en el intento de «aliviar la miseria de los obreros,
compensar por liberalidades y favores legales lo que hay de triste en su condición».
Este empeño no es, por supuesto, completamente indeseable; pero «se pasa así al
margen del objetivo que debería tenerse en vista». 13 El modo como plantean el
problema soslaya la verdadera naturaleza de los temas implicados. 14 Con todo, al
parecer de Durkheim, el socialismo es un movimiento de importancia primordial en
el mundo moderno porque los socialistas —o al menos, los más famosos y
cualificados entre ellos, como Saint-Simon y Marx— no sólo se han dado cuenta de
que la sociedad contemporánea tiene características notoriamente distintas de los
tipos tradicionales de orden social, sino que han formulado programas globales
para llevar a cabo la reorganización social necesaria para superar la crisis
ocasionada por la transición de lo antiguo a lo nuevo. Pero los programas políticos
que han sugerido los socialistas no son adecuados para poner remedio a la
situación que, en parte, ellos han diagnosticado certeramente.
proponen que se dé rienda suelta al libre juego del mercado, de modo que el
gobierno se limite a hacer cumplir los contratos; los socialistas quieren que el
gobierno se limite a ordenar el mercado por medio del control centralizado de la
producción. «Mas tanto unos como otros le rehúsan todo derecho a subordinar al
resto de los órganos sociales y hacerlos converger hacia un fin que los domine». 18
En la concepción de Durkheim, el Estado debe desempeñar una función moral
tanto como económica; y el alivio del malaise del mundo moderno debe buscarse en
medidas que en general son más morales que económicas. El puesto dominante de
la religión y su influjo en los anteriores tipos de sociedad ofrecía a todos los niveles
de personas un horizonte para sus aspiraciones, aconsejando a los pobres la
aceptación de su suerte e instruyendo a los ricos en su deber de preocuparse de los
menos privilegiados. Aunque este orden era represivo y encerraba las acciones y
virtualidades humanas dentro de estrechos límites, dio sin embargo a la sociedad
una firme unidad moral. El problema característico con que se enfrenta la edad
moderna consiste en reconciliar las libertades individuales que han surgido de la
disolución de la sociedad tradicional con el mantenimiento del control moral del que
depende la misma existencia de la sociedad.
El análisis que hace Durkheim del Estado, y de la naturaleza de la
participación política en una forma de gobierno democrática, está en el centro de su
idea de la probable tendencia evolutiva de las sociedades contemporáneas. La
noción de lo «político», indica Durkheim, presupone una división entre el gobierno y
los gobernados, de manera que es característica ante todo de las sociedades más
desarrolladas: en las sociedades más sencillas apenas existen órganos
especializados de administración. Pero la existencia de la autoridad como tal no
puede tomarse como el único criterio que indica si hay organización Política. Un
grupo de parentesco, por ejemplo, aunque pueda estar bajo la autoridad de un
determinado individuo o grupo, como un patriarca o un consejo de ancianos, no por
esto es una sociedad política. Durkheim rechaza también la idea (a la cual Weber
otorga considerable importancia) de que la ocupación permanente de un área
territorial fija es una característica necesaria para la existencia de un Estado. Los
territorios fijos y claramente deslindados han aparecido bastante tarde en el curso
de la historia. Aunque son una característica de las sociedades avanzadas, no
pueden considerarse de importancia esencial para definir si una sociedad es política
o no. Esto equivaldría a «negar todo carácter político a las grandes sociedades
nómadas cuya estructura fue a veces muy elaborada». 19 En cambio, territorios
estrictamente deslindados han sido a menudo propiedad de simples familias.
Algunos pensadores políticos han intentado establecer el número de habitantes
como índice de la existencia de una sociedad política. Esto no es aceptable, afirma
Durkheim, pero implica efectivamente una característica necesaria para una
sociedad política: el que la sociedad en cuestión no se limite a un grupo de
parentesco, sino que se componga de un agregado de familias o de grupos
secundarios. «Tendríamos entonces que definir la sociedad política diciendo que
está formada por la unión de un número mayor o menor de grupos sociales
secundarios, y sujeta a una misma autoridad, la cual no está sometida a ninguna
otra autoridad superior debidamente constituida». 20 Durkheim sugiere que el
término «Estado» no se haga coextensivo a la sociedad política como un todo, sino
21 Sobre este punto véase nota 49 del cap. 5. De todos modos, Durkheim pone de relieve que no se
da una relación universal entre sociedad y Estado: «Los tipos de sociedad no deberían confundirse
con los distintos tipos de Estado [...] un cambio en el sistema de gobierno de una nación no implica
necesariamente un cambio en el tipo de sociedad que predomina en ella». Esto constituye un
elemento de la crítica que hace Durkheim a Montesquieu. Véase Montesquieu and Rousseau, Ann
Arbor, 1965, p. 33 y passim.
22 El nacionalismo puede tomar una forma patológica, como en el militarismo alemán. Cf. el análisis
que hace Durkheim de la obra de Treitschke, Politik, en L’Allemagne au-dessus de tout, París, 1915.
23 PECM, pp. 73-5; cf. también Moral Education, Nueva York, 1961, pp. 80-1, donde Durkheim dice
que la nación podría «concebirse como una encarnación parcial de la idea de humanidad».
INDIVIDUALISMO, SOCIALISMO Y “GRUPOS PROFESIONALES”
específicamente de la importancia de las asociaciones profesionales, pero nunca realizó tal proyecto.
Cf. el prefacio de la segunda edición de La división del trabajo social, p. 7.
28 «La famille conjugale», p. 18.
29 DT, p. 11; DTS, pp. VII-VIII.
30 PECM, pp. 28 ss. y 103-4; ES, pp. 308-313; DT, pp. 24-27.
INDIVIDUALISMO, SOCIALISMO Y “GRUPOS PROFESIONALES”
31 DT, p. 28. Cf. Erik Allardt: «Emile Durkheim: sein Beitrag zur politischen Soziologie», Kölner
Zeitschrift für Soziologie und Sozialpsychologie, vol. 20, 1968, pp. 1-16.