047c. - Samuel Perez Millos - Santiago.
047c. - Samuel Perez Millos - Santiago.
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TESTAMENTO
SANTIAGO
editorial clie
EDITORIAL CLIE
C/ Ferrocarril, 8
08232 VILADECAVALLS (Barcelona) ESPAÑA
E-mail: libros@clie.es
Internet: http://www.clie.es
COMENTARIO EXEGÉTICO AL TEXTO GRIEGO
DEL NUEVO TESTAMENTO
SANTIAGO
Copyright © 2011 Samuel Pérez Millos
Copyright © 2011 EDITORIAL CLIE
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solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
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ISBN: 978-84-8267-530-5
ISBN obra completa: 978-84-8267-547-3
Clasifiquese:
HERMENEUTICA
0272-Comentarios del NT-Santiago
CTC: 01-02-0272-04
Referencia: 224749
Dedicatoria
Dedico este trabajo a quienes viven en el compromiso de la fe. A quienes en lugar de una fe
intelectual buscan expresar la fe mediante obras, bajo la conducción del Espíritu.
A quienes, dejando de teorizar sobre la fe, viven en ella, sosteniéndose en la gracia.
ÍNDICE
Prólogo
Capítulo I
El cristiano en las pruebas
Introducción
Introducción general
Autor
Evidencias internas
Objeciones
Evidencias externas
Autenticidad y canonicidad
Destinatarios
Lugar y fecha de redacción
Trasfondo de las iglesias
Motivo
Tema
Contenido teológico
Teología propia
Bibliología
Soteriología
Antropología
Hamartología
Angelología
Vida cristiana
Dedicación
Dependencia
Oración
Modo de hablar
Sabiduría
Eclesiología
El texto griego
Referencia general
Alternativas de lectura
Bosquejo
Exégesis
Saludos (1:1)
La fe puesta a prueba (1:2–4)
Los recursos en la prueba (1:5–8)
Gozo en las circunstancias (1:9–11)
Soportando las pruebas (1:12)
Aflicciones de la concupiscencia (1:13–16)
Objetivo divino en las pruebas (1:17–18)
El cristiano y la Palabra (1:19–27)
Aceptando la Palabra (1:19–21)
Obedeciendo la Palabra (1:22–25)
Viviendo bajo la Palabra (1:26–27)
Capítulo II
El cristiano y la fe
Introducción
El cristiano y la fe (2:1–26)
La fe exige imparcialidad (2:1–4)
La fe evita las afrentas (2:5–7)
La fe cumple la ley real (2:8–11)
La fe manifiesta misericordia (2:12–13)
La fe se evidencia en obras (2:14–19)
La fe ejemplificada (2:20–26)
Capítulo III
El cristiano y el dominio propio
Introducción
El cristiano y el dominio propio (3:1–18)
El uso de la lengua (3:1–12)
Modo de hablar (3:1–2)
Ejemplos sobre el modo de hablar (3:3–8)
La inconsecuencia del modo de hablar (3:9–12)
La sabiduría para la vida (3:13–18)
La sabiduría terrenal (3:13–16)
La sabiduría celestial (3:17–18)
Capítulo IV
El cristiano y el sometimiento a Dios
Introducción
El cristiano y el sometimiento (4:1–17)
Las causas de los conflictos (4:1–2)
Oraciones sin respuesta y causas (4:3–6)
El sometimiento a Dios (4:7–10)
Juzgando al hermano (4:11–12)
El pecado de arrogancia (4:13–17)
Capítulo V
El cristiano y su estilo de vida
Introducción
La paciencia (5:1–11)
Causas que producen impaciencia (5:1–6)
La necesidad de la paciencia (5:7–9)
Ejemplos sobre la paciencia (5:10–11)
Los juramentos (5:12)
La oración (5:13–18)
Oración y alabanza (5:13)
Oración, enfermedad y poder (5:14–18)
La restauración del extraviado (5:19–20)
Bibliografía
PRÓLOGO
Afirman los expertos en la crítica literaria que prologar un texto no es otra cosa que
“vender el libro”; o sea, presentar las virtudes del autor y de su obra con el fin de excitar la
curiosidad del lector potencial que se asoma a las primeras páginas. Es por esto que, con
buen criterio comercial, el primer consejo que los editores dan a sus autores es, el no pedir
jamás a un enemigo este ejercicio preliminar. Pues bien, me honra que el autor de este
voluminoso comentario sobre la epístola de Santiago me considere su amigo al invitarme a
prologar su trabajo, aunque dudo sinceramente de que esta magnífica obra necesite ser
prologada por mi o por cualquier otro. Lo realmente cierto después de leerla con
detenimiento es que el trabajo de Samuel Pérez Millos se vende solo, igual que sus otros
muchos trabajos anteriores a lo largo de una extensa y fructífera carrera como autor,
comentarista y expositor bíblico.
El autor, discípulo directo de Don Francisco Lacueva (1911–2005), fue educado en el
rigor de un sólido escolasticismo cuya raíz podemos situarla en la vieja escuela pontificia
de Salamanca. Pérez Millos siguiendo a su maestro, aparece como uno de los comentaristas
más prolíficos de las Escrituras en lengua castellana. La publicación de este libro viene a
enriquecer la escasa oferta de comentarios rigurosos a la epístola de Santiago de los que
disponemos en nuestro mundo protestante.
Esta es una obra completa y recomendable, no solo para el creyente de a pié que se
interesa en profundizar en el estudio bíblico, sino para todos aquellos que desde el rigor
docente trabajan con el texto bíblico. La presentación es clásica del autor situando el
aparato morfológico al principio de cada capítulo, y ayudando así al lector a localizar con
rapidez el significado y la forma de los términos para posteriormente y conforme vaya
avanzando en la lectura, encontrar su significado contextual en el análisis sintáctico.
Se estructura este trabajo en cinco capítulos siguiendo el fluir natural del texto bíblico,
y que nos ayudan a ver con diáfana claridad la argumentación y el hilo conductor que el
Apóstol trazó para exhortar a la Iglesia a una praxis que autentificara la fe confesada.
Comienza este comentario con una abundante y rica explicación de los elementos
introductorios relativos tanto a la introducción general; desarrollo histórico, arqueología,
cronología, canonicidad, historia, religión y teología; así como, los relativos a la
introducción especial; esto es, paternidad literaria, fecha de composición, integridad del
texto, estructura y mensaje. En el capitulo primero podemos encontrar como el autor
explica que la verdadera fe es capaz de vivir en medio de las pruebas, y que estas son parte
consustancial a la experiencia de fe, que no es otra cosa que vivir a Cristo. En el capitulo
dos, encontraremos que el autor presenta las obras como el respirar del cuerpo que ha sido
vivificado por la obra de Cristo. Aparecen pues las obras como la manifestación y la
evidencia de que la fe intelectual y teológica es verdadera. En el Capítulo tercero, el
comentarista explica magistralmente como la verdadera fe practica el dominio propio en la
relación de unos para con otros; esto es, que debe optar por una acción pacificadora que
evidencie que somos súbditos de un reino de paz y que nuestro Maestro es el Príncipe de
Paz. En el capítulo cuarto, encontramos un llamado al sometimiento a Dios incondicional e
independiente de que los que nos rodean estén o no estén sometidos; así como, en la
confesión de las faltas propias. El capítulo cinco actúa como un broche magistral donde la
restauración de las faltas en el ejercicio del amor produce el fruto del crecimiento pues ha
vencido a las quejas impacientes, a la murmuración, y a la publicidad dañina de las miserias
ajenas.
Finalmente, aprecio y me congratulo de que el comentarista junto con el análisis
exhaustivo y técnico del texto, concluya cada sección con una llamada a la reflexión
devocional, un ejercicio espiritual necesario para una necesaria ponderación entre el
intelecto y el espíritu que a fin de cuentas es lo que determina una verdadera fe y piedad.
Por todo lo anteriormente expuesto, saludo esta obra con agrado por su contribución a
la ciencia bíblica y con agradecimiento por la oportunidad de poder recomendarla al
público de habla hispana.
Castelldefels, Mayo del 2010
J. Eugenio Fernández Postigo,
Decano del Instituto Bíblico y Seminario Teológico de España
CAPÍTULO 1
EL CRISTIANO EN LAS PRUEBAS
Introducción
Las llamadas Epístolas Católicas o Universales son un grupo septenario de los escritos
de Santiago, Primera y Segunda de Pedro, Primera, Segunda y Tercera de Juan, y Judas.
Este calificativo les fue dado desde el año 197 por Apolunio, el antimontanista. Eusebio
también las califica de este modo, aunque para él, católicas es sinónimo de canónicas.
Suele explicarse el término en razón del círculo más amplio de lectores al que se dirige, en
contraste con otros escritos del Nuevo Testamento, especialmente las cartas de Pablo, que
tienen destinatarios más concretos y limitados. Los escritos aparecen en el orden en que las
enumeran los representantes de las iglesias orientales, fundamentado en el mismo en que
aparecen las llamadas columnas de la iglesia (Gá. 2:9). Sin embargo, en occidente se solían
mencionar primero las dos epístolas de Pedro. El orden en que habitualmente aparecen en
las versiones bíblicas es el que se estableció en la Vulgata.
Se hace mención de las Epístolas Universales en la patrística antigua, de modo que el
primer testimonio procede de Orígenes, que llama católicas a la Primera Epístola de
Pedro, a la Primera Epístola de Juan, y a la de Judas. De la misma manera Dionisio de
Alejandría (fallecido en a. 265), distingue la Epístola Católica de Juan, de las otras tres del
mismo apóstol. Los Padres griegos, suelen llamarlas católicas, como se aprecia en las
Catenae griegas sobre estas epístolas. Dídimo el Ciego de Alejandría, las llamaba
canónicas. El calificativo de Católicas en sentido de universales, alcanzó las siete
epístolas, ya en tiempos de Eusebio y de Jerónimo. Los Padres latinos anteriores a
Jerónimo, no las distinguen, generalmente, por este u otro calificativo.
Algunas de las Epístolas Universales, fueron cuestionadas por un tiempo y puestas en
duda por autores antiguos, de ahí que Eusebio las colocaba entre la ἀντιλεγόμενα, escritos
discutidos, aunque reconoce que ya eran admitidos mayoritariamente. Aunque algunas de
ellas seguían siendo cuestionadas en tiempos de Orígenes, éste las consideraba como
canónicas. En la iglesia latina, dejan de cuestionarse a fines del s. IV, reconocidas ya en el
concilio provincial de Hipona (a. 393) y por los III y IV de Cartago (a. 397 y 419). Sin
embargo, en la iglesia oriental siguieron cuestionándolas durante más tiempo, hasta que
fueron reconocidas en el Concilio Trulano (1. 692), aceptándolas en el canon del Nuevo
Testamento. La iglesia siríaca tardó aún más en admitir todas las Epístolas Universales.
Estas Epístolas tienen casi el carácter de homilías, en su conjunto, que se escriben en
forma de carta. Son todas ellas un ejemplo del modo de enseñanza que se utilizaba para la
formación de los fieles en las iglesias primitivas, especialmente en aquellas que tenían una
notable presencia de judeo-cristianos. De alguna manera se puede coincidir con Agustín
que señala como objetivo principal de ellas el de refutar las herejías que comenzaban a
presentarse en las comunidades cristianas primitivas.
Tal vez por formar parte de un grupo al margen del gran corpus paulino, se hayan
tenido como escritos de menor interés para el estudio. Sin embargo la riqueza de su
contenido tanto en doctrina como en parénesis es admirable.
Entre las Epístolas Universales, está la de Santiago cuyos destinatarios se les llama
como “las doce tribus que están en la dispersión” (v. 1), dirigida no tanto a una iglesia
sino a un determinado grupo de cristianos, mayoritariamente judíos, en Palestina. No
significa esto que no hubiese allí iglesias establecidas, ya que en Hechos se mencionan a las
de Judea, Galilea y Samaria, como iglesias pujantes que crecían y se consolidaban (Hch.
9:31). Con todo no se conoce mucho de la fundación de estas iglesias que probablemente
no fueron fundadas por los apóstoles, sino por cristianos convertidos en Jerusalén y por los
dispersos a causa de las primeras persecuciones (Hch. 8:4). La epístola es un escrito
dirigido a los hermanos de ascendencia judía, con la intención de exhortarles a una vida
cristiana consecuente atendiendo, en una expresión visible de la fe, al compromiso del
seguimiento a Cristo.
Como parte de la Escritura, la Epístola de Santiago es un escrito inspirado y debe ser
estudiada en toda la profundidad posible, como elemento de formación, corrección,
amonestación y orientación de vida cristiana (2 Ti. 3:16–17). El creyente sólo alcanzará la
madurez en la medida en que incorpore, por el poder y acción del Espíritu, la Escritura a su
vida personal. Este escrito es un elemento en la mano de Dios para alentar, orientar y
corregir al creyente en muchos aspectos de la ética, tanto en la relación con Dios, como con
los hombres y los hermanos. Desconociendo estos aspectos no habrá un correcto modo de
vida y testimonio. La Epístola de Santiago no surgió de un modo casual, sino que es el
resultado de enfrentar las necesidades de los creyentes en varios aspectos de su modo de
vida, a fin de que fuesen un fiel testimonio de Cristo ante el mundo.
I. INTRODUCCIÓN GENERAL
Autor
La identificación del autor ha sido motivo de polémica durante tiempo. Algunos
consideran la Epístola como pseudoepígrafa, esto es, con una firma que no corresponde al
autor. En ese sentido entienden que tuvo que haber sido escrita durante el tiempo de la
primera patrística, o sub-apostólico. Tanto Jerónimo como Clemente hacen alusión a esa
opinión sostenida en sus días. Para otros se trata de un escrito anónimo que en el tiempo se
asignó a Santiago. Es de opinión de algún erudito que se trate de un material recopilado de
sermones predicados por Santiago, compilado en forma epistolar de la manera en que se
dispone actualmente1.
Cinco personas aparecen en el Nuevo Testamento con el nombre de Santiago, si bien la
primera de ellas el hijo de Matán y padre de José el esposo de María (Mt. 1:15s) no tiene
nada que ver con la posible autoría del escrito. El nombre es una contracción castellanizada
de dos palabras latinas, Santus Iacobus, esto es, San Jacobo.
El primero de este nombre es Santiago el hijo de Zebedeo, que era hermano del apóstol
Juan (Mt. 4:21). Fue llamado por el Señor junto al Mar de Galilea (Mt. 4:21) y
seleccionado junto con su hermano menor Juan para ser uno de los doce apóstoles (Mt.
10:2; Mr. 3:17; Lc. 6:14; Hch. 1:13). Ambos, junto con Pedro, formaban un grupo que se
conoce como el círculo íntimo, estando presentes en ocasiones especiales del ministerio de
Cristo, como la resurrección de la hija de Jairo (Mr. 5:37), la transfiguración (Mt. 17:1ss) y
en la agonía del Señor en Getsemaní (Mr. 14:33). A Jacobo y a su hermano Juan,
probablemente por su carácter impulsivo, les llamó Jesús Boanerges, que significa hijos del
trueno (Mr. 3:17). Los dos hermanos fueron reprendidos por el Señor a causa de su
impetuosidad (Lc. 9:54). Ambos pidieron un lugar preferente en el reino del Mesías,
anunciándoles Jesús que beberían la copa de Él (Mr. 10:39), cumplimiento que se produjo
en relación con Santiago al morir degollado por mandato de Herodes Agripa I, sobre el año
44 (Hch. 12:2). La tradición lo llamó Santiago el Mayor, para distinguirlo de otros con ese
nombre. Si su muerte se produjo en la fecha antes indicada, no debió ser el escritor de la
Epístola, puesto que no se presenta a sí mismo como apóstol, forma habitual en todos los
escritos apostólicos. Por otro lado, la iglesia primitiva hubiese hecho mención del escrito
relacionándolo con el apóstol.
El segundo es Santiago, el hijo de Alfeo, otro de los doce apóstoles (Mt. 10:3; Mr. 3:18;
Lc. 6:15; Hch. 1:13). También se dice que Leví era llamado hijo de Alfeo, pero,
probablemente se trate de otro con ese nombre y Leví y Jacobo o Santiago, no fuesen
hermanos. A éste se le identifica generalmente como Santiago el Menor, tal vez por su
1
William Barclay, Santiago, 1 y 2 Pedro, pág. 45.
estatura o por su juventud, para distinguirlo de Santiago el hijo de Alfeo. Su madre era una
de las mujeres con nombre de María (Mr. 15:40). Es un apóstol sólo conocido por su
inclusión en las listas de los Doce, no habiendo otras referencias personales en el Nuevo
Testamento. Es muy dudoso que este fuese el autor de la Epístola, por las mismas razones
apuntadas para el anterior.
En tercer lugar, aparece el padre de Judas, no el Iscariote (Lc. 6:16). No se dice nada de
él, salvo esta relación con el apóstol Judas. Por esta razón debe descartarse como posible
autor de la Epístola.
Queda en último lugar a Santiago el hermano del Señor. Aparece en la lista que el
evangelio da de los hermanos de Jesús (Mt. 13:55; Mr. 6:3). Posiblemente durante el
ministerio de Jesús, Santiago no debía admitir la autoridad del Señor (cf. Mt. 12:46–50; Mr.
3:31–35; Lc. 8:19–21; Jn. 7:5) y probablemente no lo reconocía como el Mesías. Que el
Señor tuvo hermanos, nacidos de la relación entre María y José después del nacimiento de
Jesús, es un hecho evidente en los evangelios. Tanto Mateo como Marcos nombran a cuatro
hermanos y hacen referencia también a sus hermanas (Mt. 13:55; Mr. 6:3). La idea de que
María permaneció siempre virgen contradice lo que escribe Mateo: “Y despertando José
del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer. Pero no la
conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito; y le puso por nombre Jesús” (Mt. 1:24–
25), en donde se aprecia la relación matrimonial en el uso común del verbo conocer, y el
calificativo de primogénito que recibe Jesús. Es a partir del s. III, que para sustentar la
perpetua virginidad de María, la iglesia griega propuso la tesis de que los hermanos del
Señor eran hijos de José, habidos en otro matrimonio anterior. Esta suposición no tiene
base bíblica alguna y tampoco histórica. En el s. IV y por la misma causa, Jerónimo
propuso que los hermanos del Señor, eran primos de Jesús, hijos de la hermana de María, y
que Santiago era el discípulo de Jesús. La principal argumentación la sustentan en que los
nombres de Jacobo, Simón y Judas, aparecen juntos en las listas del los Doce (Mt. 10:2–4),
por lo que debían ser hermanos y se pueden identificar con los hermanos de Jesús. En esta
argumentación, María la madre de Santiago el Menor (Mr. 15:40), es la misma María la
mujer de Cleofas, hermana de la Virgen (Jn. 19:25), ya que Cleofas es el mismo que Alfeo,
como idéntica trascripción del nombre en arameo. Sin embargo identificar a los tres
apóstoles con los hermanos de Jesús, supone el conflicto de la oposición a su ministerio
que se relata en los evangelios. Los evangelios presentan a los hermanos como miembros
de la familia de María, lo que descarta la idea de ser hijos de otra María y de Cleofas. En el
fondo de todo esto se aprecia el deseo de Jerónimo, entusiasta del celibato, de mantener la
virginidad de María y de José en forma perpetua.
A Santiago el hermano del Señor, se le apareció Jesús resucitado (1 Co. 15:7), lo que
sin duda supuso para él la evidencia máxima de la realidad de quien era su medio hermano,
es decir, hijo de la misma madre pero no del mismo padre, ya que Jesús, nuestro Señor, fue
concebido por operación especial y omnipotente del Espíritu Santo (Mt. 1:20).
Luego de la ascensión del Señor, aparece en el lugar de oración donde se reunían los
doce y las mujeres, junto también con María, la madre de Jesús (Hch. 1:12–14). Es posible
que llegase al liderazgo de la iglesia en Jerusalén como consecuencia de la muerte de
Santiago, el hermano de Juan (Hch. 12:2). El lugar que ocupaba en la iglesia en Jerusalén
era de relevancia. Cuando fue visitado por Pablo, le llama una de las tres columnas de
aquella iglesia (Gá. 1:18–19; 2:9). El apóstol Pedro habla con mucha deferencia de él,
encomendando que diesen aviso de su liberación “a Jacobo y a los hermanos” (Hch.
12:17). No cabe duda que en ese tiempo este Jacobo no podía ser el hermano de Juan,
puesto que había sido muerto por Herodes (Hch. 12:2). Santiago tomó parte importante en
el Concilio de Jerusalén, que con toda seguridad presidió (Hch. 15:13–29). Fue una figura
clave para recomendar una solución de convivencia, pidiendo a los gentiles que evitasen
ciertas prácticas a fin de facilitar la comunión con los cristianos de origen judío (Hch.
15:28–29). Es evidente que sentía una simpatía muy fuerte por las costumbres judías como
se pone de manifiesto en la recomendación que hace al apóstol Pablo cuando visitó
Jerusalén, posiblemente por última vez (Hch. 21:17–26).
En cierta medida, se le considera apóstol (Gá. 1:19) en el sentido de ser enviado con un
campo de ministerio entre los judíos (Gá. 2:9). Su autoridad espiritual se ponía de
manifiesto cuando algunos visitaron las iglesias del mundo gentil demandando en nombre
de Jacobo que el mismo apóstol Pedro comiese en mesas separadas de los gentiles (Gá.
2:12). Era un hombre casado (1 Co. 9:5).
La tradición posterior, como señala Hegesippo, antiguo historiador cristiano, sobre el
año 180, dice que a este Jacobo se le llamaba el. Como escribe Everett Harrison, citando a
Eusebio:
“Eusebio cita el testimonio de Egesippo, un historiador eclesiástico del siglo II, que
dice que Santiago vivió la vida de nazareo a perpetuidad, pasando mucho tiempo en
oración en el templo y gozando de la estima de los judíos, por lo que los líderes le
suplicaron advertir a la gente en contra de creer en Jesús. Cuando él utilizó esta
oportunidad para dar testimonio de Él, los escribas y los fariseos se indignaron y
ordenaron que fuese arrojado desde la muralla del templo. Con todo, sobrevivió lo
suficiente para orar por su nación, muriendo finalmente a consecuencias de un golpe de
garrote del lavandero”2.
Evidencias internas
El autor se califica a sí mismo como κυρίου Ἰησοῦ Χριστοῦ δοῦλος, siervo del Señor
Jesucristo. Sólo a una persona bien conocida de la iglesia primitiva podía servir una
identificación tan general y sencilla. Santiago reunía en sí mismo esa condición, como
alguien que tenía un papel destacado en la iglesia en Jerusalén.
La sintaxis de la carta, aunque en un excelente griego, es más semita que helena.
Ningún otro escrito, salvo la Epístola a los Hebreos tiene un griego tan correcto,
acercándose en todo a la lengua clásica. Sorprende la riqueza del texto griego que recurre
muy pocas veces a construcción hipotáctica3.
El escritor es un profundo conocedor del Antiguo Testamento, lo mismo que debían
serlo sus destinatarios. El saludo introductoria es propio de judío, ταῖς δώδεκα φυλαῖς ταῖς
ἐν τῇ διασπορᾷ, a las doce tribus que están en la diáspora o en la dispersión. El origen
judío del escritor se pone de manifiesto en que llama a Abraham, ὁ πατὴρ ἡμῶν, nuestro
padre. Otra evidencia de su vinculación semita se aprecia al ser el único escritor del Nuevo
2
Everett Harrison. Introducción al Nuevo Testamento. Editorial Subcomisión Literatura
Cristiana de la Iglesia Reformada. Grand Rapids, 1980, pág. 386.
3
Construcción subordinada.
Testamento que utiliza la expresión Κυρίου σαβαὼθ, Señor de los ejércitos, uso propio en
algunos profetas del Antiguo Testamento.
Utiliza también personajes del Antiguo Testamento para ilustrar sus enseñanzas, como
por ejemplo Abraham e Isaac (2:21); Rahab (2:25); Job (5:11); Elías (5:17, 18). Hace
también continuas apelaciones a la ley.
Es persona que está familiarizada con fórmulas judías, usadas en los tiempos del
nacimiento de la Iglesia, como son las utilizadas para los juramentos (5:12). La referencia a
costumbres judías es evidente, como ocurre con la alusión a la limpieza de las manos y a la
purificación de los corazones (4:8). Otro testimonio evidente en este sentido es la
importante referencia que hace de la higuera, aceptada como símbolo de Israel en el mundo
judío de entonces (3:12).
Muchas palabras de la Epístola, concuerdan con las de Santiago registradas en Hechos:
a) El término ἀγαπητοί, amados, que aparece en 1:16, 19 y 2:5, ocurre también en Hechos
15:25. b) La expresión ἀκούσατε, ἀδελφοί μου ἀγαπητοί, hermanos míos amados, oíd, en
2:5, es muy semejante a la de Hechos 15:13. c) El uso de ἐπιστρέψῃ, volver, en relación
con la conversión 5:19, 20; la utiliza también Santiago en Hchos 15:19. d) De la misma
manera ocurre con ἐπισκέπτεσθαι, visitar, que aparece tanto en la Epístola (1:27), como en
Hechos 15:14).
Es notoria la gran semejanza que existe entre la enseñanza de la Epístola y el Sermón
del Monte, como se aprecia en la siguiente relación:
Tema Cita epístola Cita
Mateo
Objeciones
Especialmente desde el entorno liberal se niega la paternidad de la Epístola,
presentando algunos argumentos aparentemente contrarios:
La perfección del griego utilizado no corresponde a un hebreo. Es indudable que el
griego utilizado es excelente, comparable con el de la Epístola a los Hebreos, por tanto, un
galileo cuya lengua natal fuese el arameo, no hubiera podido expresarse tan correctamente
en griego. Además, las citas bíblicas que aparecen en el texto están tomadas de la LXX y
no de otros textos hebreos. Aún así no es bastante razón para refutar la paternidad de la
Epístola, ya que la región de Galilea era una zona donde se utilizaba mucho el griego. Por
otro lado, como ocurre mayoritariamente con las cartas del Nuevo Testamento, el autor
dictaba y un amanuense la escribía, significa esto que si el que escribió la carta dominaba el
griego, el estilo idiomático corresponde al del amanuense.
Un segundo argumento contrario es la ausencia de temas teológicos destacables. Así no
se hace mención de la muerte y resurrección de Cristo. No se menciona tampoco el
evangelio. Pero, estas tampoco son evidencias definitivas por cuanto el escrito no es un
tratado teológico, sino un escrito parenético.
Evidencias externas
Posiblemente una de las evidencias externas está en la referencia de Eusebio a la muerte
de Santiago, citado antes. Como escribe Simón J. Kistemaker:
“Eusebio, el historiador eclesiástico del siglo cuarto, cita a Hegesipo, quien narra que
Santiago acostumbraba a entrar solo en el templo y que se podía encontrar arrodillado y
orando por el perdón del pueblo, a tal punto que sus rodillas se pusieron duras como las
de un camello a causa de su constante adoración a Dios. Como líder de la iglesia de
Jerusalén, Santiago se había granjeado el respeto tanto de los cristianos como de los
judíos. Sin embargo, este hombre pío, conocido como Santiago el Justo, encontró una
muerte violenta descrita por el historiador judío Josefa. Después de que el gobernador
Festo (Hch. 24:27–26:32) muriera en el año 62, el emperador Nerón envió a Albino a
Judea como sucesor de Festo. Pero antes que Albino llegase a Jerusalén, un sumo
sacerdote llamado Anano, que era joven e inexperto, juntó a los jueces del Sanedrín. Acusó
entonces a Santiago y a otros de quebrantar la ley. Santiago fue condenado a muerte por
apedreamiento. Sin embargo, Santiago encontró la muerte a manos de los sacerdotes que
lo arrojaron desde el techo del templo. Sobrevivió a la caída, pero ellos comenzaron a
apedrearlo hasta que un lavandero lo golpeó con un garrote hasta matarlo”4.
Autenticidad y canonicidad
A pesar de las influencias liberales que atribuyen el escrito a un judío no convertido5.
Estos entienden que se trata de un escrito de sabiduría, judeo-helenista, escrita a mediados
del s. I en Siria o Palestina y que posteriormente habría sufrido interpolaciones cristianas.
Posiblemente cerca del fin del s. I, sobre los años 80, se introdujeron interpolaciones con
los nombres de Jesús en ciertos pasajes6, así como alusiones a los ancianos o presbíteros de
la iglesia7, lo que permitió basándose en ese engaño, la entrada del escrito en el canon del
Nuevo Testamento. Otros liberales8 dicen que la Epístola es obra de un desconocido, que
usando el artificio del seudónimo, oculta su nombre bajo el de Santiago. Proponiendo una
composición del escrito entre los años 70 y 150. Sin embargo, a pesar de todos los intentos,
ninguno de estos y de otros liberales han logrado demostrar que la Epístola no fuese
originariamente un escrito cristiano, estableciendo sus tesis sobre argumentos internos muy
problemáticos, sin contar para nada con la tradición, que unánimemente la atribuye a
Santiago el hermano del Señor.
El testimonio de la patrística es firme. Es cierto que antes de Orígenes no hay
referencias que atribuyan la Epístola a Santiago el hermano del Señor, si bien hay varias
citas que coinciden con la supuesta Epístola de Santiago. En citas de sus obras en latín hay
referencias a la Epístola que denomina del apóstol y del hermano del Señor; pero el
traductor tendía a conformarse a la ortodoxia de su tiempo (a. 400). Con todo es suficiente
las múltiples referencias en este sentido. Clemente Romano, en su Epístola a Corintios, cita
2:23 y 4:6. Lo mismo ocurre con el Pastor de Hermas, con clara alusión a 1:5–8. Justino,
en su obra Dialogo cum Tryphone 49. 8, hace referencia a 2:19; y en 100.8, cita 1:15; en
Apología I, 16.5, hace referencia a 5:12. Ireneo en Adv. Haer, 4:16.2, cita 2:23 y 1:18.
Tertuliano en sus obras De oratio y Adv. Iudaeos, se refiere a 1:13; 2:23. Clemente
Alejandrino, la cita a menudo e incluso hizo un comentario sobre ella en sus Bocetos.
Eusebio de Cesarea, el historiador de la iglesia hace referencia en su Historia Eclesiástica a
los libros que son discutibles, de los que dice: “A los libros discutibles pero no obstante
conocidos por la mayoría, pertenecen la supuesta Epístola de Santiago y la de Judas, la
4
Simón J. Kistemaker. Santiago, 1–3 Juan, pág. 21.
5
Entre otros Massebieau, Spitta y Meyer.
6
Stg. 1:1; 2:1.
7
Stg. 5:14.
8
Entre ellos Von Soden, Harnack, Moffat, Dibelios y Paterson.
segunda Epístola de Pedro y las supuestas segunda y tercera de Juan, tanto si son del
evangelista como si pertenecen a otra persona con el mismo nombre”9.
Los unciales primitivos, como el Sinaítico (s. IV) contiene la Epístola de Santiago. En
el Alejandrino (s. V) también aparece. Las grandes versiones como la Vetus latina y la
Pesita contienen la Epístola como de Santiago.
A partir del s. IV la tradición es unánime en el reconocimiento de la Epístola, como
canónica, si bien las dudas que se apuntan en ese tiempo y posteriores tienen que ver con el
sentido en que debe entenderse el apostolado de Santiago el hermano del Señor. Ya en
tiempos de la reforma, tanto Erasmo, como el cardenal Cayetano, pusieron en duda la
autoría de Santiago. Posiblemente por no haberse detenido en su estudio y por las
contiendas en materia de justificación por la fe, Lutero la calificó de “epístola de paja”.
Los otros reformadores como Melanchton, Zuinglio y especialmente Calvino la
consideraban como escrito inspirado y reconocían la enseñanza y utilidad de ella.
Destinatarios
La introducción indica que está dirigida ταῖς δώδεκα φυλαῖς ταῖς ἐν τῇ διασπορᾷ, a las
doce tribus que están en la diáspora o dispersión. Es aparentemente una referencia a los
judíos cristianos esparcidos, tal vez como consecuencia de las persecuciones que se
iniciaron en tiempos de Herodes (Hch. 12:1).
Si se alegoriza la introducción cabría pensar en una epístola universal a todos los
cristianos, que están esparcidos en el mundo. Con todo la expresión no significa
exclusividad, es decir, un escrito dirigido únicamente a los cristianos de origen judío, o a
las iglesias en Palestina, formadas mayoritariamente por judíos. Porque si bien es verdad
que quien escribe es un judío y que en su mente están los cristianos procedentes del
judaísmo, como lo demuestra la fraseología y el continuo uso del Antiguo Testamento, no
existe una iglesia judía y otra gentil, sino una sola Iglesia, formada por todos los creyentes
en Cristo, sin distinción de raza, origen, ni condición (Ro. 10:12; 1 Co. 12:13; Gá. 3:28;
Col. 3:11). Esto está claramente contemplado en la Epístola: Los destinatarios han sido
regenerados en Cristo en respuesta de fe al mensaje del evangelio (1:18); todos son
creyentes en Jesucristo (1:1; 2:1); tienen una ley común a todos, la de la libertad (2:12);
viven esperando el regreso de Jesucristo (5:7–9). Por tanto, el escrito tiene como
destinatarios a los cristianos, sean judíos o gentiles, en cualquier tiempo y circunstancia.
Con todo no deja de apreciarse que Santiago combate en la Epístola, no tanto
problemas propios de los ambientes gentiles, sino del judaísmo, como la hipocresía (1:22,
25–27); el orgullo religioso (2:14–16; 3:1); contemporización y adulación de los ricos
(2:2ss; 4:13ss); egoísmo (4:1–3); espíritu partidista, intrigante y malediciente, con
manifestaciones de rencor (3:14–15; 4:11). Defectos denunciados también por Cristo en la
sociedad religiosa de su tiempo.
Posiblemente los cristianos a quienes está dirigido el escrito son en su mayoría gente
humilde (2:5–8). De ahí que algunos en su pobreza sientan envida de las riquezas de los
poderosos en la sociedad, algunos de los cuales estarían también en la iglesia.
El estilo refinado del griego de la Epístola hace suponer que en el pensamiento
estuviesen también los judíos helenistas convertidos que vivían en el mundo griego, fuera
9
Historia Eclesiástica 3.25.1–7
de Palestina. Tradicionalmente los judíos de la diáspora estaban muy vinculados con
Jerusalén, asistiendo a las fiestas de los judíos, por esa misma razón los cristianos
procedentes del mundo judío-helenista, estarían más dispuestos a la exhortación de líderes
de la iglesia en Jerusalén.
En el tiempo del escrito la mayoría de los creyentes habían salido del entorno hebreo.
Los primitivos cristianos convertidos en Jerusalén habían sido esparcidos por Judea y
Samaria a causa de las persecuciones de Saludo (Hch. 8:1). Algunos de ellos llegaron
incluso a Antioquia, donde nació una iglesia por el testimonio de ellos (Hch. 11:19ss).
Como cristianos no se distinguen de los que más tarde se incorporarían a la Iglesia
procedentes de los gentiles. Puede concluirse que por extensión la Epístola se dirige a los
creyentes en Cristo en todos los tiempos, como se indica más arriba.
Motivo
A la luz del contexto de las iglesias, Santiago escribe para exhortar y corregir lo que
estaba desordenado. Especial interés en el escritor era llamar la atención a los lectores sobre
la necesidad de vivir la fe, en la práctica de la ética cristiana consecuente con ella.
No cabe duda que en contraste con otros escritos del Nuevo Testamento, especialmente
con el corpus paulino se aprecia menos interés en la teología formal. El escritor está más
interesado en corregir los desequilibrios que se producen en las congregaciones, en el trato
de los creyentes entre sí, dando ánimo a quienes están sujetos a injusticias sociales por parte
de los ricos, y a exhortar a todos a una vida conforme a los principio cristianos. Por esta
razón en la Epístola aparecen una serie de normas morales que son tomadas o se sustentan
en los textos sapienciales del Antiguo Testamento, adquiriendo la forma de una instrucción
moral.
La finalidad de la Epístola, sería recordar a todos la necesidad de una vida concordante
con la fe que se profesa, llamando a todos a ser hacedores de la Palabra en lugar de
simples oidores de la misma (1:22).
Tema
Es difícil establecer un tema general para el escrito, siendo varios los que pueden
proponerse. Singularmente merece destacar como hilo conductor de toda la Epístola el de
una vida consecuente con la fe que se profesa.
Contenido teológico
Teología propia
La doctrina de Dios se asemeja mucho a la propia del Antiguo Testamento. No debe
olvidarse que tratándose de un escrito temprano, aun no circulaban los del Nuevo
Testamento. Se utilizan calificativos para Dios veterotestamentarios, tales como El Señor
(4:15; 5:11–12); Padre (1:17, 27; 3:9); Señor, o Jehová de los ejércitos (5:4). Los
conceptos de celo y juicio están presentes: El Espíritu desea el control absoluto de la vida
de los creyentes (4:5); el que se amista con el mundo se constituye enemigo de Dios (4:4);
se habla de juicio para los opresores del débil (5:1–6).
Dios es presentado como Aquel de quien procede todo el bien: Dador de sabiduría
(1:5); de buenas dádivas y dones perfectos (1:17); misericordioso con el humilde (5:11).
Las referencias a Cristo son pocas y se menciona por nombre sólo en dos lugares (1:1;
2:1). Con todo se enseña claramente que Él es objeto de la fe (2:1), de modo que se aprecia
esta misma relación para la salvación en otros lugares de la Epístola (1:18; 2:14–16)
Hay una sola referencia al Espíritu Santo (4:5), como quien mora en los cristianos y
demanda fidelidad.
Bibliología
La Bibliología es una de las doctrinas centrales de la Epístola. Hay muchas alusiones a
la Palabra tomando referencias del Antiguo Testamento, donde aparecen citas de Génesis,
Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio, Josué, 1 Reyes, Job, Salmos, Proverbios,
Eclesiastés, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Jonás, Miqueas, Zacarías
y Malaquías. No deja de ser sorprendente esta abundancia de referencias bíblicas en un
escrito que contiene ciento ocho versículos. La inspiración bíblica es asumida por él, al
citar la Escritura como norma autoritativa (4:5–6).
Hay una amplia alusión a las enseñanzas de Jesús, más que en cualquier otro libro del
Nuevo Testamento, aparte de los Evangelios. No deja de sorprender que en el escrito,
Santiago hace referencia unas quince veces a las enseñanzas de Jesús en el Sermón del
Monte. Las palabras de Jesús las combina con las del Antiguo Testamento dándoles a todas
ellas la condición de Palabra inspirada de Dios.
Los calificativos que se da a la Escritura son muy ilustrativos:
Palabra de verdad (1:18). El calificativo tiene que ver directamente y es equivalente al
evangelio.
La Escritura (2:8, 23; 4:4–5). El término era, en tiempos de Cristo, sinónimo de los
escritos del Antiguo Testamento, por tanto, no se utilizaba para referirse a ningún otro tipo
de escrituras. Apelar a la Escritura significaba poner punto final a cualquier argumento
(4:5–6).
La perfecta ley de la libertad (1:25; 2:12). Es un título propio de Santiago que aparece
regularmente para referirse a la Palabra de Dios. Aunque incluye al Antiguo Testamento,
no puede decirse que es absolutamente equivalente (1:25–27). Posiblemente esta referencia
tiene que ver con la revelación del Antiguo Testamento que es llevada a su máxima
expresión y cumplimiento en las enseñanzas de Jesús.
Destaca también los efectos de la Palabra:
La Palabra es un medio de regeneración (1:18); y en una novedosa afirmación es
implantada para salvar el alma (1:21).
La compara con un espejo que refleja los defectos del hombre (1:23–25). Por tanto, el
cristiano debe mirarse atentamente en ella, para descubrir los propios (1:25), procurando
cumplir sus demandas (1:22). Es muy interesante que Santiago se refiere especialmente en
esto a los varones, usando ἀνδρὶ, varón, en lugar de ἄνθρωπος, persona, apuntando a que
los hombres, más aun que las mujeres, deben prestar atención esmerada en el relación con
lo que enseña la Palabra.
Habla de ella como guía para la vida cristiana (2:8).
Enseña que en el día del juicio servirá para juzgar (2:12).
Todo el conjunto de referencias a la Palabra, ponen de manifiesto la consideración
básica que tenía para el autor la bibliología.
Soteriología
La soteriología en el escrito tiene una mayor vinculación con los principios de la
enseñanza de los fariseos que con los de la enseñanza de Pablo, sin que esto suponga
conflicto alguno entre ellas. Como escribe H. Alford.
“Las nociones judías farisaicas fueron introducidas en las creencias adoptadas en el
cristianismo, y el peligro no era, como ocurrió después, del establecimiento de una
justificación por la ley a estilo judío, sino de una confianza judía sobre una pureza de fe
exclusiva que tendía a reemplazar la necesidad de una vida santa, que está
inseparablemente unida a cualquier creencia digna de la fe cristiana”10.
Quiere decir esto que los fariseos buscaban los aspectos externos, en la observancia de
la ley, lo que producía un cierto contagio en los cristianos de origen judío quienes se
contentaban con aspectos externos del ejercicio de la piedad, sin tener en cuenta la realidad
interna del corazón. De ahí en énfasis en las obras de la fe, lo que es igual a hacer visible la
realidad de la fe mediante las obras.
La fe es uno de los temas más destacables en la Epístola, algunos exegetas lo
consideran como el tema central y el hilo conductor de ella11. Santiago considera la fe como
principio activo de la vida cristiana (1:6; 5:15). Para él la fe descansa en la confianza en
Cristo que es objeto de ella (2:1). El contraste para Santiago no está entre fe y obras, sino
entre una fe muerta (2:14–20) y una fe viva (2:21–26). La fe muerta no es válida para la
salvación, ni para la santificación, puesto que una fe que no es dinámica, aunque esté
basada en un credo ortodoxo, es muerta en sí misma (2:17, 19, 20).
Antropología
El hombre se presenta como un ser creado por Dios (3:9), compuesto por una parte
material y otra inmaterial (2:26; 3:9). A pesar de la caída, retiene algo de la semejanza con
la creación original (3:9).
Hamartología
La Epístola enseña la universalidad del pecado (3:2). Enfatiza la herencia de la
naturaleza pecaminosa del hombre (1:14–15; 2:1ss; 3:1ss; 4:1ss). El pecado no es un simple
defecto del hombre, sino una ofensa directa contra Dios (2:10), por tanto es también una
infracción de lo establecido por Él (2:9, 11). El pecado es también para Santiago un
principio activo (2:9; 5:15). Lo considera como la falta de lo bueno (4:17). Es
esencialmente todo aquello que está en contra de un Dios justo (4:5; 5:9). El pecado es lo
que se opone a la revelación de Dios en su Palabra (2:9–11).
En la Epístola se citan áreas en las que el hombre puede pecar: Con la palabra (3:1ss);
con la actitud (4:12–17). De la misma manera expresa los resultados del pecado: falta de
bendición (1:25); juicio (2:13); muerte espiritual (2:14–26; 5:20); oraciones sin respuesta
(4:2).
Santiago menciona algunos pecados específicos entre los destinatarios: Parcialidad
(2:1–3); pecados de lengua (3:1–12; 5:12); contención (4:1–3, 11–12); mundanalidad (4:4–
5).
Angelología
10
H. Alford. The Greek Testament, IV, Prolegómena, pag. 102.
11
Entre ellos Evis L. Carballosa en su libro Santiago, una fe en acción.
La Epístola asume la existencia de Satanás. La relación que existe con el pecado del
hombre se pone de manifiesto sin rodeos (4:1–7). Al cristiano se le exhorta para que resista
al diablo y obtenga con ello la victoria. En ese mismo pasaje se relaciona Satanás con el
sistema mundial y sus gobiernos.
Vida cristiana
Especialmente destacables son la doctrina de la dedicación y la de la dependencia.
Dedicación
En cuanto a la Dedicación, se presenta como un asunto urgente para cada cristiano
(4:7–10). Esta manifestación de entrega sin reservas de la vida a Dios debe ser algo
asumido claramente por cada creyente. La dedicación es presentada en la Epístola como
algo total que incluye varios aspectos: Sumisión (4:7), indicando a los destinatarios que es
necesario que cada uno se sujete a Dios y se subordine a Él. Decisión (4:7), en el sentido de
determinar conde quiere estar el cristiano, si al lado de Dios o de Satanás, tomando una
postura firme frente a esto. Separación (4:8), del mundo, el pecado y sus efectos,
presentando ante Dios manos y corazones limpios. Firmeza de posición (4:9). Volverse a
Dios implica también alejarse del pecado del pasado. Santiago utiliza un lenguaje muy
fuerte para describir la reacción que un creyente debe tener hacia la vida que vivía antes de
conocer a Cristo. Cuando se tiene claro lo que se era en el tiempo pasado, se orientará la
forma de encarar el futuro conforme a la voluntad de Dios. Sujeción a Dios (4:10). El yo
queda anulado en la medida en que se acepte la voluntad de Dios. En ese sentido se
requiere una determinada y decidida humildad, ya que la exaltación final pasa primero por
la humildad.
Dependencia
Sobre la Dependencia, vincula esta a la dedicación plena, en el sentido de que no es
posible una dedicación a Dios que no se establezca sobre la base de la dependencia. Ambas
ideas está estrechamente unidas en el pensamiento del escritor (4:7–10, 13–17). Por esa
causa exhorta en una llamada de atención a quienes hacen planes para el futuro como si
Dios no contase para ellos (4:13). Esto no significa que el cristiano no planifique, pero debe
hacerse sin la presunción de que se obtendrá lo que se ha propuesto. A esto se une también
la conciencia de la transitoriedad de la vida, conformándola siempre y aceptando sin
reservas la voluntad de Dios para ella.
Oración
Era de esperarse que aquel a quien se llamaba rodillas de camello, por la intensa
dedicación que hizo en su vida a la oración, dedicase a este tema un espacio importante en
el escrito. Se trata en tres secciones unidas a referencias en otros lugares de la Epístola
(1:5–8; 4:2–3; 5:13–20).
En ellas se aprecia:
Requisitos para la oración. Entender claramente a quien se ora (1:5; 4:3); reconocer la
necesidad personal de la oración (4:2; 5:16); vivir una vida de fe que se manifieste en quien
ora (5:16); la ausencia de egoísmo personal que condicione la oración (4:3); orar sobre la
base de las promesas de Dios, aceptándolas por fe, sin dudar (1:6).
Temas de oración. Se aprecian muchos temas por los cuales debe orarse, y que pueden
agruparse así: Por problemas de comprensión mental (1:5–8). Dios puede responder a la
petición por sabiduría, sin reproche hacia el que ora. Por necesidades personales (4:1–3).
Tanto las que son propias del que ora como las de los creyentes en general. En ese tipo de
oración se aprecia la necesidad de orar desinteresadamente. Por aflicciones o enfermedades
(5:13–20). La oración es parte integrante del procedimiento para sanidad de la enfermedad
de quien está involucrado en el pecado.
Modo de hablar
El mal uso de la lengua revela una anormalidad en la vida cristiana (3:1–5). Santiago
afirma que la ofensa más común procede de un mal uso de la lengua. Ese mal uso de la
forma de hablar pone de manifiesto una vida espiritual contaminada (3:6–8), que revela una
suciedad interna que aflora al exterior en las palabras. De la misma manera ese mal uso de
la lengua determina una vida hipócrita (3:9–12), que alaba a Dios y maldice a los que Él
hizo a su imagen y semejanza.
Sabiduría
Para Santiago la sabiduría es el medio para una vida cristiana victoriosa (3:15–18). La
sabiduría viene de Dios y se manifiesta en buenas obras, mansedumbre y paz. La sabiduría
es pura, pacífica, amable, misericordiosa y llena de buenos frutos. El uso correcto de la
sabiduría es esencial para una vida cristiana victoriosa.
Eclesiología
La doctrina sobre la Iglesia y la organización eclesial no estaban desarrolladas cuando
Santiago escribió la Epístola. La religión era asunto más personal que corporativo.
Sin embargo, describe la religión como el interés personal hacia los más necesitados,
como viudas y huérfanos (1:27). En la organización más elemental de la iglesia estaban ya
los ancianos (5:14), si bien, es muy posible que se tratase de una reproducción del gobierno
propio de la sinagoga judía, adoptado por la iglesia cristiana en Jerusalén. Para referirse a
las congregaciones de creyentes utiliza el término hebreo sinagoga (2:2). En la iglesia se
manifestaba ya el pecado de la parcialidad entre creyentes (2:1–11). Allí ocurrían casos de
opresión de los ricos sobre los creyentes pobres (5:1–6). El pecado de acepción de personas
se denuncia enérgicamente como un comportamiento contrario al de Dios (2:1, 4a),
convirtiendo al que hace acepción de personas en juez de sus hermanos (2:4b); los que
hacen acepción de personas desprecian a quienes Cristo honra (2:5), honrando a quienes
son indignos de ello por sus acciones (2:6); este comportamiento es pecaminoso (2:9);
quebranta lo establecido por Dios en su ley (2:10); acarrea juicio sobre quienes lo practican
(2:13).
El texto griego
Referencia general
Como se ha indicado antes, la Epístola está escrita en un griego culto, refinado y
elegante. Algunos expertos consideran que en ningún otro libro del Nuevo Testamento se
encuentra un griego tan puro, hasta el punto de considerarla como la mejor pieza literaria
del Nuevo Testamento. Es posible que ningún otro escritor sagrado se haya aproximado
tanto al griego clásico como el que aparece en el texto griego de la Epístola. El vocabulario
es preciso, rico en hapax y en expresiones sumamente elocuentes, rico en juegos de
palabras y en figuras de dicción que se irán precisando en la exégesis del texto. Todo esto
manifiesta que el escritor conocía perfectamente el idioma griego. Tiene una sintaxis
sencilla, con frases breves y correctas, sin articulación de períodos. El empleo de partículas
conjuntivas es también correcto. Utilizando los recursos de las preguntas retóricas, se
imprime al texto una gran viveza.
El idioma en que fue escrita la Espístola es el griego común, conocido como koiné.
Como del resto de los escritos del Nuevo Testamento, no existe tampoco aquí el original,
esto es, el escrito producido por el amanuense que trasladó al escrito el dictado del apóstol.
Las copias existentes son varias y entre ellas se aprecian algunas diferencias. Debe tenerse
en cuenta que para el Nuevo Textamento hay no menos de 5200 manuscritos y entre ellos
existen más de doscientas cincuenta mil variantes, acumuladas a lo largo de los catorce
siglos en que se han estado produciendo copias del texto griego. A los errores propios de un
sistema de copiado, se añadieron variantes consecuentes con correcciones y adaptaciones
producidas para determinados lugares geográficos, como era el caso de Alejandría,
Antioquia, Constantinopla, Cartago, Roma, etc. En las copias adecuadas -muchas veces
idiomáticamente- para grandes ciudades dieron origen a lecturas especiales.
El texto Alejandrino, el más antiguo de los del Nuevo Testamento, es considerado como
uno de los más fiables y fieles en cuanto a la conservación y preservación del texto original.
Los dos testimonios derivados del Alejandrino son el Códice Vaticano y el Códice
Sinaítico, manuscritos en pergamino de mediados del s. IV. Con la aparición de importantes
papiros a lo largo del s. XX, de puede afirmar que el Alejandrino alcanza a épocas con
mayor antigüedad, llegado a considerarse como del s. II, más o menos hacia el 125 d.C. El
texto Bizantino, es el más reciente de los del Nuevo Testamento. En éste se ha intentado
pulir lo que pudiera representar alguna forma ruda en el lenguaje, cambiando las lecturas
discrepantes o divergentes por otra expandida, armonizando los paralelos.
El Textus Receptus, que ha servido de base a las traducciones de la Epistola en el
mundo Protestante está tomado mayoritariamente del Texto Bizantino. Este texto fue
editado en 1517 por Desiderio Erasmo de Rótterdam. Fue el más expandido y llegó a ser
aceptado como el normativo de la Iglesia Reformada, o Iglesia Protestante. De este texto se
hicieron muchas ediciones, varias de ellas no autorizadas, produciéndose, a lo largo del
tiempo, una importante serie de alteraciones. Por otro lado, está demostrado que en algunos
lugares donde Erasmo no dispuso de textos griegos, invirtió la traducción trasladando al
griego desde la Vulgata. A este texto se le otorgó una importancia de tal dimensión que fue
considerado como normativo del Nuevo Testamento en el mundo protestante, asumiéndose
como incuestionable por sectores conservadores y pietistas extremos, llegándose a
considerase como cuasi impío, cuestionarlo a pesar del gran número de manuscritos que se
poseen en la actualidad y que ponen de manifiesto los errores del Receptus. Como si se
quisiera mantenerlo, a pesar de todo, como el mejor de los compilatorios del texto griego
del Nuevo Testamento, se ha cambiado el nombre de Textus Receptus por el de Texto
Mayoritario, con el que se procura hacerlo retornar a su antigua supremacía, con lo que se
pretende obstaculizar todo esfuerzo en el terreno de la Crítica Textual, para alcanzar una
precisión mayor de lo que es el original de los escritos del Nuevo Testamento.
De los sinceros y honestos esfuerzos de la Crítica Textual, en un trabajo excelente en el
campo de los manuscritos que se poseen y que van apareciendo, se tomó la decisión de
apartarse del Receptus en todo aquello que evidentemente es más seguro, dando origen al
texto griego conocido como Novum Testamentum Groece, sobre cuyo texto se basa el que
se utiliza en el presente comentario de la Espístola.
El texto griego utilizado en el comentario y análisis de la Epístola es el de Nestle-Aland
en la vigésimo séptima edición, en edición de la Deutsche Biblegesellschaft, D-Stuttgart.
Para interpretar las referencias del aparato crítico, se hacen las siguientes indicaciones:
No se ha tenido en cuenta, en el aparato crítico del presente comentario la valoración de
la certeza de un texto, que se incorporará en adelante a los nuevos comentarios que se
vayan produciendo.
Los papiros se designan mediante la letra p. Los manuscritos unciales, se designan por
letras mayúsculas o por un 0 inicial. Los unciales del texto bizantino se identifican por las
letras Biz y los unciales bizantinos más importantes se reflejan mediante letras mayúsculas
entre corchetes [ ] los principales unciales en los escritos de Pablo se señalan por K, L, P.
Los manuscritos minúsculos quedan reflejados mediante números arábigos, y los
minúsculos de texto bizantino van precedidos de la identificación Biz. La relación de
unciales, debe ser consultada en textos especializados ya que la extensión para relacionarlos
excede a los límites de esta referencia al aparato crítico.
En relación con los manuscritos griegos aparecen conexionados los siguientes signos:
f1 se refiere a la familia 1 de manuscritos.
f13 se refiere a la familia 13 de manuscritos.
Biz referencia al testimonios Bizantinos, textos de manuscritos griegos,
especialmente del segundo milenio.
Bizpt cuando se trata de solo una parte de la tradición Bizantina cuando el testimonio
está dividido.
* este signo indica que un manuscrito ha sido corregido.
c
aparece cuando se trata de la lectura del corrector de un manuscrito.
1,2,3,c
indica los sucesivos correctores de un manuscrito en orden cronológico.
() indican que el manuscrito contiene la lectura apuntada, pero con ligeras
diferencias respecto de ella.
[] incluyen manuscritos Bizantinos selectos inmediatamente después de la
referencia Biz.
Filoxeniana. La Harclense tiene aparato crítico propio con los siguientes signos: sirh
(White; Bensly, Wööbus, Aland, Aland/Juckel); sirh with*, lectura siríaca incluida en el texto
entre un asterisco y un metóbelos; sirhmg, para referirse a una variante siríaca en el margen;
sirhgr hace referencia a una anotación griega en el margen de una variante Siríaca. Las siglas
sirpal son el identificador de la Siríaca Palestina.
comm
cita a partir de la parte de un comentario, cuando el texto difiere del lema que lo
acompaña.
mg
indicación textual contenida en el margen de un manuscrito.
v.r.
Variante indicada como alternativa por el mismo manuscrito.
Alternativas de lectura
No hay menos de sesenta y ocho variantes en el conjunto del texto griego de la
Epístola, que se irán dando a medida que se analicen los versículos en que aparecen.
Bosquejo
Se establece el siguiente Bosquejo Analítico para el estudio de la Epístola:
1. Saludos (1:1).
2. El cristiano ante las pruebas y las tentaciones (1:2–18).
2.1. La fe puesta aprueba (1:2–4).
2.2. Los recursos en la prueba (1:5–8).
2.3. Gozo en las circunstancias (1:9–11).
2.4. Soportando las pruebas (1:12).
2.5. Aflicciones de la concupiscencia (1:13–16).
2.6. Objetivo divino en las pruebas (1:17–18).
3. El cristiano y la Palabra (1:19–27).
3.1. Aceptando la Palabra (1:19–21).
3.2. Obedeciendo la Palabra (1:22–25).
3.3. Viviendo bajo la Palabra (1:26–27).
4. El cristiano y la fe (2:1–26).
4.1. La fe exige imparcialidad (2:1–4).
4.2. La fe evita las afrentas (2:5–7).
4.3. La fe cumple la ley real (2:8–11).
4.4. La fe manifiesta misericordia (2:12–13).
4.5. La fe se evidencia en obras (2:14–19).
4.6. La fe ejemplificada (2:20–25).
4.7. La inutilidad de la fe intelectual (2:26).
5. El cristiano y el dominio propio (3:1–18).
5.1. El uso de la lengua (3:1–12).
5.1.1. Modo de hablar (3:1–2).
5.1.2. Ejemplos sobre el modo de hablar (3:3–8).
5.1.3. Inconsecuencias del modo de hablar (3:9–12).
5.2. La sabiduría para la vida (3:13–18).
5.2.1. La sabiduría terrenal (3:13–16).
5.2.2. La sabiduría celestial (3:17–18).
6. El cristiano y el sometimiento (4:1–17).
6.1. Las causas de los conflictos (4:1–2).
6.2. Oraciones sin respuesta y sus causas (4:3–6).
6.3. El sometimiento a Dios (4:7–10).
6.4. Juzgando al hermano (4:11–12).
6.5. El pecado de arrogancia (4:13–17).
7. El cristiano y la vida de fe (5:1–20).
7.1. La paciencia (5:1–11).
7.1.1. Causas que producen impaciencia (5:1–6).
7.1.2. La necesidad de la paciencia (5:7–9).
7.1.3. Ejemplos sobre la paciencia (5:10–11).
7.2. Los juramentos (5:12).
7.3. La oración (5:13–18).
7.3.1. Oración y alabanza (5:13).
7.3.2. Oración, enfermedad y poder (5:14–16).
7.3.3. Ejemplo del poder de la oración (5:17–18).
7.4. La restauración del extraviado (5:19–20).
EXÉGESIS
Saludos (1:1)
1. Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo, a las doce tribus que están en la
dispersión: Salud.
Ἰάκωβος Θεοῦ καὶ Κυρίου Ἰησοῦ δοῦλος ταῖς δώδεκα
Χριστοῦ
12
Antigüedades XX. 9, 1.
Quien es siervo de Dios, lo es también del Señor Jesucristo. El título Κύριος, Señor, es
utilizado en los LXX para Dios, traduciendo así el nombre divino Yahweh. Los cristianos
reconocieron la deidad de Cristo llamando a Jesús Señor. Al vincular aquí los dos nombres
Dios y Señor está reconociendo la igualdad de las Personas en el seno Trinitario. El título
Señor referido a Cristo y especialmente después de la resurrección, está vinculado a la
Persona Divina del Hijo de Dios. Jesucristo fue proclamado por el Padre como Señor y
Cristo (Hch. 2:36). Exaltado a la majestad de las alturas, es Señor sobre todo (Hch. 13:14–
52; Fil. 2:9–11; He. 1:3). Cristo como Señor es también la esperanza de Su pueblo (Col.
1:27).
Este que es Señor es también Jesús. Fue el nombre impuesto al Mesías por mandato
divino comunicado antes de Su nacimiento (Mt. 1:21; Lc. 1:31). Es el nombre del Salvador
de Su pueblo y del mundo. Jesús equivale a Jehová salva o Jehová es salvación. Así pues,
el señorío está asociado también al hecho salvífico realizado por Él.
Además, del reconocimiento de su deidad con el título Señor, y el de Salvador, con el
de Jesús, añade el reconocimiento de su medianidad al llamarle Cristo, literalmente ungido.
Este nombre entraña el cumplimiento de las promesas dadas por Dios a lo largo de la
historia, especialmente a los padres de la nación hebrea. Esto indica el reconocimiento de la
exaltación de Jesús a la diestra del Padre.
Es interesante apreciar que la creencia en la deidad de Cristo está enraizada ya en los
primeros momentos de la Iglesia y no surge posteriormente en una reflexión cristológica
dentro de la propia iglesia por necesidad de sustentar la fe.
Será bueno comenzar ya a aplicar lecciones que el Espíritu presenta en el escrito. La
condición más alta que un creyente puede aspirar es la de siervo de Jesucristo. Santiago
pudo haberse presentado relacionándose con la familia de Jesús, como hermano suyo, o
también como líder de la iglesia en Jerusalén, pero prefiere hacerlo como siervo de
Jesucristo. Ese era el mismo sentir que había en el apóstol Pablo cuando escribe: “Así,
pues, téngannos los hombres por servidores de Cristo” (1 Co. 4:1). En un tiempo en que
los títulos de honor son codiciados y buscados, en donde los grandes según el mundo
ocupan lugares destacados incluso en la iglesia, es necesario entender la bendición suprema
de ser siervo. La Iglesia está cada vez más sobrada de grandes y más necesitada de siervos.
ταῖς δώδεκα φυλαῖς ταῖς ἐν τῇ διασπορᾷ. Después de la presentación, los destinatarios.
Santiago dirige la Epístola a “las doce tribus que están en la dispersión”. La construcción
gramatical en caso dativo indica que la totalidad del pueblo de todos los cristianos de
origen judío que estaban esparcidos por Palestina y aún fuera de ella. Las tribus de Israel
comenzaron la diáspora primero las diez tribus del reino del norte en cautiverio hacia
Asiria (2 R. 17:6), luego las dos restantes hacia Babilonia (2 R. 25:11). A causa de esa
situación y de otras similares en tiempos posteriores, incluso luego del retorno de los
exiliados en tiempos de Esdras y Nehemías, miles de judíos vivían esparcidos por muchos
lugares del mundo de entonces. Estos judíos devotos regresaban anualmente a Jerusalén
con motivo de las festividades judías, especialmente para el cumplimiento de la Pascua. Por
ese motivo oyeron el evangelio por la predicación de Pedro en Pentecostés y muchos fueron
convertidos. Otros que estaban en Jerusalén fueron esparcidos con motivo de la persecución
en que ocurrió la muerte de Esteban (Hch. 8:1; 11:19). Los judíos de la dispersión,
convertidos a Cristo, continuaban asistiendo a la sinagoga, guardaban la ley y practicaban
las costumbres judías.
Sin embargo, el escrito no puede vincularse exclusivamente con estos creyentes, sino
con los cristianos en cualquier tiempo y lugar, estén donde estén. No cabe duda que el
condicionante de los destinatarios judíos establece los parámetros que se aprecian en el
estudio del escrito.
χαίρειν. Identificado el autor y los destinatarios, el escritor procede al saludo de cortesía
propio de la correspondencia de entonces. Lo hace usando la forma verbal χαίρειν, que es
un infinitivo absoluto, presente de infinitivo en voz activa del verbo χαίρω, que se utiliza
como fórmula de los mejores deseos en un saludo, equivalente a salud, o también, como
algunos traducen, saludos. Es muy probable que Santiago redactara, tiempo después, la
carta que se envió a las iglesias desde el Concilio de Jerusalén, que comienza también con
la misma palabra (Hch. 15:23). Era una fórmula muy típica del saludo de los griegos y que
significa propiamente regocijaos. Contrasta sin duda con el saludo de otros autores del
Nuevo Testamento que suelen usar la fórmula gracia y paz.
Posiblemente el saludo sea plenamente intencionado teniendo en cuenta que sigue el
párrafo que habla de las pruebas en la vida del creyente, de manera que aún en ellas el
cristiano debe sentir gozo.
περιπέσητε
ποικίλοις,
diversas.
13
Griego: ἠγέομαι.
3. Sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia.
γινώσκοντ ὅτι τὸ δοκίμιον1 ὑμῶν τῆς πίστεως κατεργάζε
ες ται
ὑπομονήν.
paciencia.
γινώσκοντες ὅτι τὸ δοκίμιον ὑμῶν τῆς πίστεως. Los creyentes deben considerar las
pruebas desde el resultado final que producen. La forma verbal γινώσκοντες, sabiendo,
indica que los lectores conocían los resultados de las pruebas, es decir, tenían conocimiento
de lo que Santiago estaba diciendo.
Lo que estaba siendo puesto a prueba era la fe de ellos. La construcción gramatical con
dos dativos es sumamente enfática ὑμῶν τῆς πίστεως, literalmente de la fe de vosotros. Las
pruebas no tenían que ser consideradas tanto desde el punto de vista del conflicto que
producían, sino como la prueba que confirmaba la realidad de la fe, es decir, lo que
determina lo genuino de la fe. Las pruebas son el crisol en que se pone de manifiesto la
pureza y calidad de la fe. De la misma manera que el oro se purifica poniéndolo bajo la
acción del calor que al licuarlo permite retirar la escoria o los metales que le han sido
aleados, así también el crisol de las pruebas purifica la fe. Es necesario entender que detrás
de cada prueba, permitiéndola, está Dios mismo. Las pruebas, por angustiosas que puedan
ser, no son casualidades en la vida del creyente, sino la mano paternal del Padre que trabaja
1
δοκίμιον, prueba, atestiguada en pvid, א, A, B, C, Ψ, 33, 81, 322, 323, 436, 945, 1067,
1175, 1243, 1292, 1409, 1505, 1611, 1735, 1739, 1852, 2128, 2298, 2344, 2464, Biz [K, L,
P] Lect itar, ff, 2, vg, syrp, h, pal, arm, eth, geo, slav, Dídimo3/4, Cirilo.
ὁλόκληροι
ἐν μηδενὶ λειπόμενοι.
en nada faltos.
ἡ δὲ ὑπομονὴ ἔργον τέλειον ἐχέτω. La paciencia ha de mantenerse hasta que la obra que
está produciéndose por la acción de la prueba, alcance su perfección. La paciencia deja
obrar las pruebas, de modo que alcanzan la meta que Dios había establecido alcanzar con
ellas. Como se aprecia, en el pensamiento de Santiago la fe es dependencia de Dios, pero a
la vez perseverancia en el conflicto. En tal sentido la paciencia no puede ser perseverancia
si se apura. El proceso de bendición que Dios conduce en medio de las pruebas no alcanza
el objetivo sin que transcurra el tiempo necesario para ello. Para que la paciencia tenga un
resultado perfecto, no se puede interferir el plan de Dios para la vida personal que incluyen
las pruebas. La exhortación evita la tendencia propia del hombre y, también del creyente,
de actuar para suspender la prueba. La perseverancia permite que siga obrando hasta
alcanzar el fin del propósito divino que debe obtenerse por medio de ella. Un ejemplo
revelador es la petición que Pablo dirigió al Señor para que le retirase el aguijón en su
carne, recibiendo una respuesta negativa, porque el poder de Dios alcanza su perfección en
la debilidad (2 Co. 12:8–9).
ἵνα ἦτε τέλειοι καὶ ὁλόκληροι. La primera bendición que se alcanza en las pruebas es la
madurez espiritual. La estructura gramatical del versículo establece aquí una cláusula de
propósito por medio de la conjunción ἵνα, para que. La perseverancia en medio de la
prueba conduce a que el creyente probado sea τέλειος, perfecto, en el sentido de ser capaz
para una tarea; tiene que ver con la madurez en la forma de vida. Unido por la conjunción
καὶ, y, al adjetivo perfecto aparece también el adjetivo ὁλόκληρος, cabal, que tiene que ver
con lo que está plenamente completo, es decir, aquello que está ajustado a peso o medida;
lo que es excelente en su clase; aquello que está completo, exacto y perfecto.
ἐν μηδενὶ λειπόμενοι. El estado perfecto es el resultado de la acción de la prueba en
medio de la perseverancia, no le falta nada. La idea no es la de perfección absoluta,
inalcanzable en esta vida, sino de dotación para caminar hacia la perfección. Más adelante
dirá que “todos ofendemos muchas veces” (3:2). El cristiano ejercitado en la paciencia no
le falta cosa alguna, que conduzca a la madurez espiritual.
Quiere decir que si el resultado final es que el creyente sea perfecto en el sentido de
maduro, sin que carezca de nada, como consecuencia de las pruebas, debiera ser motivo de
profundo gozo soportar las pruebas que Dios permite que se produzcan en nuestras vidas.
La acción divina tiene que ver tanto con la permisión de la prueba, como con los recursos
necesarios para que el creyente pueda perseverar en ella.
Εἰ δέ τις ὑμῶν λείπεται σοφίας. Cuando las pruebas se producen, la pregunta: ¿Por
qué?, siempre surge. El cristiano sabe que está bajo la mirada protectora de Dios y
vinculado a su amor inquebrantable (Ro. 8:31–39). Conoce también que es un hijo del
Padre (Ro. 8:16). Esa es también la razón de la sorpresa –humanamente hablando- de las
pruebas. En ellas, el cristiano se pregunta ¿por qué permite Dios esto? La realidad es que el
creyente, muchas veces, no entiende la razón del por qué de las pruebas. Santiago exhorta a
que el creyente pida a Dios esa sabiduría que le permita entender las circunstancias por las
que se producen las pruebas.
La construcción gramatical griega se establece mediante una condicional de primera
clase, supuesta cierta, al iniciarla con la conjunción εἰ, si condicional. Supone, por tanto,
que esta situación de falta de sabiduría puede darse –y de hecho se da- en el creyente.
Santiago está diciendo: si alguno no tiene suficiente sabiduría para entender la prueba. No
se trata de sabiduría filosófica y, por supuesto, en modo alguno tiene que ver con la
sabiduría para interpretar la Escritura, como algunos interpretan sacando el texto de su
contexto, sino la sabiduría para entender la razón de las pruebas. La forma verbal λείπεται,
presente de indicativo en voz pasiva, indica una situación persistente en cuanto a la falta de
sabiduría.
En el versículo anterior, las pruebas contribuyen a que al creyente no le falte cosa
alguna (v. 4), en este caso, algún creyente no ha llegado todavía al nivel de sabiduría
necesaria para entender las pruebas. Esta sabiduría no es simplemente el conocimiento
teológico que tiene que ver con las verdades de la vida cristiana, sino el práctico que
permite apreciar las circunstancias con su problemática en el justo valor en que debe ser
entendida por el cristiano y que capacita para saber sufrir. Cada uno debemos superar
nuestro orgullo humano para entender que necesitamos sabiduría divina para entender las
pruebas.
αἰτείτω παρὰ τοῦ διδόντος Θεοῦ πᾶσιν ἁπλῶς. El recurso para adquirir sabiduría está en
Dios mismo, fuente de todo conocimiento. En medio de sus pruebas Job formula una
pregunta: “¿De donde, pues, vendrá la sabiduría? ¿Y dónde está el lugar de la
inteligencia?” (Job 28:20) La respuesta está en las palabras de Santiago: “pídala a Dios”.
Más adelante dirá que es de Él de quien procede “toda buena dádiva y todo don perfecto”
(v. 17). La solución, pues, a la falta de sabiduría está en la oración.
Es interesante apreciar también aquí la forma verbal que se utiliza, αἰτείτω, pida, que es
un presente de imperativo en voz activa, lo que indica primero un mandamiento que debe
cumplirse, el de orar; y en segundo lugar una acción continuada, persistente, que mantiene
la petición expresada en la oración hasta que reciba la respuesta de parte de Dios. Nótese
que no se trata de reclamar algo a Dios, sino de pedirle. Es por tanto un ruego que descansa
por fe en la gracia de Dios. Más adelante dirá también que Dios da “mayor gracia” (4:6),
lo que enseña que la sabiduría para entender la prueba no es un derecho, sino un regalo que
solo Dios puede otorgar. El don de la sabiduría procede de la fuente de la sabiduría, como
enseña el Proverbio: “Porque Jehová da la sabiduría, y de su boca viene el conocimiento y
la inteligencia. El provee de sana sabiduría a los rectos” (Pr. 2:6–7a). La manera de recibir
la sabiduría consiste en pedirla a Dios. Jesús enseñó a perseverar en las peticiones: “Pedid,
y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá” (Mt. 7:7). La liberalidad de Dios
está dispuesta a socorrer a todos sus hijos que le pidan.
Santiago enseña que Dios πᾶσιν ἁπλῶς, da a todos generosamente. Los recursos de
Dios y su gracia son infinitos, por tanto el don que otorgará de sabiduría, es también
grande, sustentado en Su generosidad. El adjetivo ἁπλῶς, puede traducirse como
simplemente, sin condiciones, pero también, como es en este caso generosamente,
liberalmente. Nadie dude que puede recibir abundancia de sabiduría para entender la
prueba, si la demanda de Dios. Dar es una de las características propias de Dios. Cuando
alguno acude a Él en petición, sus recursos de sabiduría serán prodigados, sin que se le pida
nada a cambio.
καὶ μὴ ὀνειδίζοντος. Una nueva característica de la respuesta divina para quien pida
sabiduría es que le será otorgada sin reproche. Contrariamente a los hombres que muchas
veces reprochan a quien solicita de ellos un favor, Dios concederá sabiduría sin reprochar a
quien la pida. El Dios de la gracia no reconviene al que acude a Él reconociendo que no
entiende el por qué de la prueba. Suele enseñarse a los creyentes que estén atravesando por
una prueba, que nunca pregunten a Dios el por qué de ella, sino el para qué, es decir, que
no demanden conocer la razón sino el propósito. La enseñanza de Santiago es que el
creyente que no entienda el por qué de la prueba, acuda en petición a Dios demandando
sabiduría para ello, sin que reciba ningún reproche de Él por haberlo hecho. El Señor no se
enoja con quien viene a Él pidiendo sabiduría para entender la razón de la prueba. Dios da
abundantemente y no reprende al que le pide sabiduría.
καὶ δοθήσεται αὐτῷ. La seguridad de la respuesta a la oración cierra el versículo: y le
será dada. Dios cumple la promesa de dar a quien pida, como dijo Jesús: “Porque todo
aquel que pide, recibe” (Mt. 7:8). No es algo limitado para algunos sino extensivo a todo el
que ore de esa manera. Donde haya un corazón que pida sabiduría, Dios escuchará la
oración. Ninguno debe perder su confianza. Es preciso paciencia para llamar con
insistencia. Nótese que la puerta no se abrirá siempre al primer llamado, ni la respuesta
aparecerá en una búsqueda breve, ni el pedido recibirá siempre provisión de forma
inmediata. El que ora debe entender que el tiempo de Dios no siempre coincide con el
tiempo deseado por quien pide. Es necesario el ejercicio de la paciencia esperando la
provisión de Dios. Espera sin desesperar. Aguarda en esperanza sin perder la confianza en
quien ha prometido dar más abundantemente de lo que puede pensar aquel que pide (Ef.
3:20). Por eso también se exhorta al creyente: “No perdáis, pues, vuestra confianza, que
tiene grande galardón; porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la
voluntad de Dios, obtengáis la promesa” (He. 10:35–36). Es necesario tener en cuenta que
todo creyente es igual ante el trono de la gracia (He. 4:16).
6. Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del
mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra.
αἰτείτω δὲ ἐν πίστει μηδὲν διακρινόμεν ὁ γὰρ διακρινόμεν
ος· ος
Κυρίου,
Señor.
μὴ γὰρ οἰέσθω ὁ ἄνθρωπος ἐκεῖνος ὅτι λήμψεται τι παρὰ τοῦ Κυρίου. Una
imposibilidad sirve de exhortación a quien pida dudando. Nadie que ora en fe duda, por
tanto, quien duda no está pidiendo sobre la certeza de la fe, no debe suponer que recibirá
aquello de que duda. Su duda es una ofensa a Dios.
Santiago es muy preciso cuando utiliza la forma verbal οἰέσθω, presente de imperativo,
que enfatiza profundamente la acción. El verbo significa suponer o pensar. De la misma
manera es muy preciso al señalar a quien no debe pensar que será oído, utilizando el
pronombre demostrativo ese, como si señalase directamente a quien ora dudando. La
afirmación es contundente: no piense ese hombre que recibirá algo del Señor. Si la fe es el
instrumento para recibir lo que se pide, la duda actúa en sentido contrario. El título Señor,
pudiera referirse a Cristo, pero el contexto exige que se atribuya al Padre a quien se dirige
la oración.
8. El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos.
ἀνὴρ δίψυχος, ἀκατάστατ ἐν πάσαις ταῖς ὁδοῖς αὐτοῦ.
ος
ἀνὴρ δίψυχος, ἀκατάστατος ἐν πάσαις ταῖς ὁδοῖς αὐτοῦ. El que duda, del que se habla
en el versículo anterior, se le califica ahora de hombre de doble ánimo. ¿Hay acaso algún
creyente que no dude nunca? No, tal persona no existe. Los grandes héroes de la fe, como
fue el creyente Abraham, tuvo también momentos de duda. Sin embargo recibió la promesa
y bendición de Dios, no porque no hubiese dudado en alguna ocasión, sino porque no era
hombre de doble ánimo. Quien no será bendecido es el que sea indeciso, que, como dice
Santiago, tiene en realidad dos almas.
La figura presenta a un hombre dividido entre dos pensamientos, por un lado piensa que
será escuchado en sus peticiones, por otro duda que Dios le atienda. En cierta medida
podría entenderse lo que Santiago está diciendo, comparándolo con lo que dijo el Señor:
“Ninguno puede servir a dos señores” (Mt. 6:24). Esa era la condición del corazón de los
israelitas en tiempos de Elías, claudicando entre dos pensamientos, si servirían a Jehová o a
Baal (1 R. 18:21). El padre del hijo poseído por un espíritu mudo, tenía seguridad del poder
de Jesús, y aunque su fe era débil clamó para que le fuera afirmada (Mr. 9:24), recibiendo
lo que pedía, porque su corazón no estaba dividido, había firmeza en su decisión de
implorar al Señor y esperar en Él.
Santiago dice que el hombre de doble ánimo es ἀκατάστατος ἐν πάσαις ταῖς ὁδοῖς
αὐτου, inestable en todos sus caminos. Quiere decir que este hombre es indeciso y duda en
todo aquello que hace. Es interesante apreciar el uso de ἀνὴρ, varón, para referirse al que
duda. Con toda seguridad utiliza aquí el término en modo genérico para referirse a persona,
pero, la semántica de la palabra hace referencia al varón en contraste con γυνή, mujer. Sin
duda también las mujeres pueden tener el corazón dividido y dudar, pero aquí la referencia
apunta directamente a los varones. Estos de doble ánimo, marchan por sus caminos, que en
nada se ajustan al camino de la fe, que agrada a Dios. Por consiguiente no recibirán lo que
piden, no porque Dios no esté dispuesto a darles la sabiduría que necesitan, sino porque
ellos dudan de que eso sea posible.
παρελεύσεται.
pasará.
caminos de él se marchitará
ἀνέτειλεν γὰρ ὁ ἥλιος σὺν τῷ καύσωνι καὶ ἐξήρανεν τὸν χόρτον καὶ τὸ ἄνθος αὐτοῦ
ἐξέπεσεν καὶ ἡ εὐπρέπεια τοῦ προσώπου αὐτοῦ ἀπώλετο. Para establecer una ilustración a
lo dicho en el versículo anterior, recurre al ejemplo que se produce a causa del tórrido calor
en el verano de Palestina. El viento caliente por la acción del sol que sopla del desierto,
agosta toda la vegetación y seca completamente la hierba y las flores. Lo describe desde la
salida del sol y el calor del viento solano, más bien que el calor del sol en sí mismo. Para
describir el ejemplo utiliza cuatro modos verbales, los cuatro están en aoristo gnómico o
atemporal de indicativo en voz activa. El primero para describir la salida del sol: ἀνέτειλεν
ὁ ἥλιος, literalmente salió el sol; el segundo para describir la acción del viento solano sobre
la hierba: ἐξήρανεν τὸν χόρτον, secó la hierba; el tercero para referirse a la caída de las
flores: ἐξέπεσεν, cayó; y el cuarto para describir la desaparición de la belleza de las flores:
ἀπώλετο, pereció. Toda la ilustración enfatiza la relatividad de lo que era verde y bello, que
por la acción del calor se secó en forma casi repentina, desapareciendo la belleza que antes
presentaba.
οὕτως καὶ ὁ πλούσιος ἐν ταῖς πορείαις αὐτοῦ μαρανθήσεται. La ilustración es aplicada
al rico a quien ha venido refiriéndose. Será una situación que ocurrirá inevitablemente en el
futuro, que como ocurrió con la hierba, también él se marchitará. Lo que se apagarán son
ταῖς πορείαις las empresas, literalmente los caminos, esto es, lo que constituía su forma de
vida. Se apagará el rico y con él todas sus ocupaciones. No se está refiriendo tanto al rico
en sí mismo, cuya vida es imperecedera, sino a las empresas que constituyen sus riquezas.
La aplicación de la ilustración debe llevarle a la reflexión sobre lo importante de las
riquezas eternas y lo efímero de las temporales (Mt. 6:19). De igual manera debiera pensar
en la importancia del compromiso con Cristo y el seguimiento fiel al Señor (Mt. 19:21).
Las riquezas son temporales y en ocasiones las pruebas pueden menguarlas o extinguirlas,
como fue en el caso de Job, sin embargo la verdadera riqueza consiste en hacer la voluntad
de Dios, como enseña el apóstol Juan: “el que hace la voluntad de Dios permanece para
siempre” (1 Jn 2:17).
αὐτόν.
le.
1
ἐπηγγείλατο, prometió, atestiguada en p23, א, A, B, Ψ, 81, 2344, itff, copsa, bo, arm, geo,
Dídimo2/4.
ἐπηγγείλατο ὁ Θεός, prometió Dios, como aparece en 33vid, 322, 323, 945, 1175, 1241,
1243, 1735, 1739, 1852, 2298, 2454, l 596, itar, s, t, vg, syrp, pal, Atanasio, Dídimo2/4, Cirilo,
Juan Damasceno, Cromacio.
ἐπηγγείλατο ὁ Κύριος, prometió el Señor, lectura en 0246, 436, 1067, 1292, 1409, 1505,
1611, 2138, Biz [K, L, P] Lect, syrh.
prueba; ὅτι, conjunción causal, pues, porque, de modo que, puesto que; δόκιμος, caso
nominativo masculino singular del adjetivo probado; γενόμενος, caso nominativo
masculino singular del participio de presente en voz activa del verbo γίνομαι, llegar a
ser, empezar a existir, aquí llegando a ser; λήμψεται, tercera persona singular del futuro
de indicativo en voz activa del verbo λαμβάνω, recibir, aquí recibirá; τὸν, caso acusativo
masculino singular del artículo determinado el; στέφανον, caso acusativo masculino
singular del sustantivo corona; τῆς, caso genitivo femenino singular del artículo
determinado declinado de la; ζωῆς, caso genitivo femenino singular del sustantivo vida;
ὃν, caso acusativo masculino singular del pronombre relativo el que; ἐπηγγείλατο, tercera
persona singular del aoristo primero de indicativo en voz media del verbo ἐπαγγέλομαι,
prometer, aquí prometió; τοῖς, caso dativo masculino plural del artículo determinado
declinado a los; ἀγαπῶσιν, caso dativo masculino plural del participio de presente en voz
activa del verbo ἀγαπάω, amar, aquí que amana; αὐτόν, caso acusativo masculino de la
tercera persona singular del pronombre personal le.
Μακάριος ἀνὴρ ὃς ὑπομένει πειρασμόν. Anteriormente enseñó que las pruebas deben
ser afrontadas sin perder el gozo. Ahora establece una bienaventuranza, al estilo propio de
los hebreos. Es un reflejo del estilo de las bienaventuranzas en el Sermón del Monte. Este
hombre ha encontrado en Dios la felicidad suprema, aun en medio de las pruebas. Puede
estar sujeto a diversos conflictos, sufrimientos, dificultades y cualquier clase de aflicciones,
pero es feliz.
Es bienaventurado cuando soporta la prueba. El modo verbal ὑπομένει, soporta, está en
presente de indicativo y en voz activa, lo que expresa la idea de perseverar, aguantar, bajo
el peso de la prueba. La palabra es la misma en ambos casos en el versículo, si bien algunas
versiones como RV, traducen aquí tentación y luego prueba. Debe considerarse como
prueba en ambos casos; además la Biblia enseña a resistir la tentación, pero a soportar las
pruebas. Este hombre al que se refiere Santiago tiene la capacidad de permanecer bajo la
prueba, pacientemente. Es interesante apreciar que la raíz del verbo es la misma que la del
sustantivo paciencia.
ὅτι δόκιμος γενόμενος λήμψεται τὸν στέφανον τῆς ζωῆς. La razón para la felicidad en
medio de las pruebas está en la recompensa que recibirá después de ella. No es una
felicidad por causa del sufrimiento en sí, sino de lo que viene tras el sufrimiento. Santiago
dice que en la prueba este creyente δόκιμος γενόμενος, fue probado o llegó a ser probado.
La fe de este hombre fue puesta a prueba y demostró que era una fe genuina. Las pruebas
acrisolan la fe, por tanto son una bendición en la vida del creyente. Resistir la prueba es
indicativo de que la fe es digna de confianza. Dios califica de apto al que soporta las
pruebas (Ro. 16:10).
La promesa que le hace ser bienaventurado en el conflicto está relacionada con una
corona que recibirá. El término στέφανος, tiene que ver con una guirnalda. Los antiguos
solían ponerse guirnaldas en la cabeza en las fiestas y banquetes para mostrar la alegría.
Solían ser de flores o de laurel. Con el tiempo pasaron a ser signo de victoria, con ellas se
coronaba a los vencedores en los juegos olímpicos, como signo de victoria y recompensa.
Guirnaldas de oro, eran también la identidad visible de los reyes, como señal de realeza. La
corona aquí es señal de gozo, dignidad, recompensa y victoria.
A esta corona se le llama τὸν στέφανον τῆς ζωῆς, la corona de la vida. Es, por tanto,
una corona determinada y conocida como expresa la presencia del artículo determinado
delante de ella. No puede tratarse de recibir la vida eterna como resultado de la
perseverancia en las pruebas, ya que ésta se alcanza no por méritos ni esfuerzos, sino por
gracia mediante la fe (Ef. 2:8–9). Se trata de una corona que expresa el disfrute pleno de la
vida en forma de recompensa. El disfrute de esta experiencia bienaventurada comienza en
la tierra y se extiende perpetuamente en el cielo, como dice el Salmo: “Me mostrarás la
senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre”
(Sal. 16:11). Obsérvese que la corona viene después de haber soportado la prueba. Nadie
que está compitiendo recibe el premio antes de terminar la competición, solo al final de la
misma es recompensado si alcanza la meta (1 Co. 9:24–25). Esta es la misma promesa que
el Señor hizo a la iglesia en Esmirna, llamando a los creyentes a una fidelidad hasta la
muerte, con la promesa de recibir la corona de la vida (Ap. 2:10).
ὃν ἐπηγγείλατο τοῖς ἀγαπῶσιν αὐτόν. La promesa es para los que le aman. El amor a
Cristo es la característica de los cristianos. Las bendiciones de Dios vienen sobre quienes
“aman a nuestro Señor Jesucristo con amor inalterable” (Ef. 6:24). A quienes aman a
Dios, “todas las cosas les ayudan a bien” (Ro. 8:28). Las bendiciones de Dios se proyectan
más allá de la vida para quienes le aman. Todos los verdaderos creyentes aman al Dios-
hombre exaltado (1 P. 1:8). El amor al Señor Jesucristo es evidencia de la salvación, por
tanto, la bendición divina se dirige a quienes le aman verdaderamente. Las promesas de
Dios son siempre ciertas, por tanto, las pruebas son el elemento que estimula la
bienaventuranza mirando más allá de ella. Ante la promesa, todas las pruebas se minimizan
y se consideran como leves tribulaciones, que producen en nosotros “un cada vez más
excelente y eterno peso de gloria” (2 Co. 4:17).
Μηδεὶς πειραζόμενος λεγέτω ὅτι ἀπο Θεοῦ πειράζομαι. Los conflictos provienen
muchas veces de las pruebas, que Dios permite para beneficio de los creyentes en
consolidación de su fe. Pero, también pueden proceder de las tentaciones. Santiago
introduce aquí una prohibición expresada en forma enfática: Que nadie diga que es tentado
por Dios. La palabra utilizada es la misma tanto para pruebas como para tentaciones. La
distinción se establece por el contexto; aquí el entorno no es de pruebas sino de tentaciones
que conducen a la caída moral del tentado.
Las pruebas son permitidas por Dios, pero Él no interviene en las tentaciones. Dios usa
las pruebas para madurar el carácter del creyente. En ellas aprendemos a esperar
pacientemente en Dios (v. 4). Por causa de ellas buscamos sabiduría divina para entender la
razón de las mismas (v. 5). Es en la perseverancia en las pruebas que el creyente recibe
promesa de recompensa (v. 12). Las pruebas tienen siempre un fin positivo. Las
tentaciones, por el contrario, no buscan perfección sino caída, por tanto, siempre
contemplan un aspecto negativo. El que cae en la tentación queda lleno de remordimientos
por su pecado. Las tentaciones, al ser elemento vinculado con el pecado, no pueden
originarse en Dios. Él es absolutamente santo y justo, de modo que su deseo es contrario a
instigar a alguien al pecado.
Acusar a Dios como promotor de las tentaciones es blasfemia. Por esa razón el escritor
establece la prohibición μηδεὶς λεγέτω ὅτι ἀπο Θεοῦ πειράζομαι, nadie diga que de Dios es
tentado. La forma verbal λεγέτω, es un presente de imperativo, de modo que la prohibición
adquiere el nivel de mandamiento, mientras que el presente indica una prohibición
permanente. En la tentación nadie debe decir que está siendo tentado por Dios. En el texto
griego la preposición ἀπο, de parte de, indica la procedencia de la tentación. Acusar a Dios
del origen de la tentación es buscar una justificación para la caída. Lo que Santiago intenta
transmitir es la imposibilidad de que Dios, que es bondad y santidad absolutas pueda
inducir a alguien a cometer el mal. En la tendencia del hombre que es tentado y cae en la
tentación está el atribuir a Dios su propia responsabilidad. Así ocurrió cuando Adán pecó, y
dijo a Dios que la razón de aquella caída había sido “la mujer que me diste por
compañera” (Gn. 3:12), de otro modo, si no me hubieras dado Tú esa mujer, no habría
pecado. Sutilmente estaba responsabilizando a Dios de la culpa personal de su caída. Si el
Señor nos enseñó a orar diciendo: “No nos metas en la tentación, más líbranos del mal”
(Mt. 6:13), es imposible que en respuesta a la petición sea el mismo Dios que conduzca a
los suyos a la tentación. Las tentaciones han de ser imputadas a Satanás, que es el padre de
la mentira (Jn. 8:44).
ὁ γὰρ Θεὸς ἀπείραστος ἐστιν κακῶν. Como confirmación de lo dicho, introduce dos
pruebas, la primera relacionada con la santidad infinita de Dios: “Dios no puede ser
tentado por el mal”. La declaración tiene que ver con la absoluta impecabilidad de Dios y
su total alejamiento del pecado, en contraste con los dioses griegos considerados en la
mitología como sujetos a tentaciones. El Dios de los cristianos es santísimo, apartado
absolutamente del pecado. A causa de su perfección, Dios no tiene contacto con el mal, ni
lo utiliza en detrimento de nadie. Nadie debe acusarle de la responsabilidad de sus propias
culpas. La Biblia enseña la bondad de Dios: “Bueno es Jehová para con todos, y sus
misericordias sobre todas su obras” (Sal. 145:9). El Señor, en lugar de inducir a los suyos
al pecado por medio de la tentación, conduce todas las cosas para su bien (Ro. 8:28).
πειράζει δὲ αὐτὸς οὐδένα. Una nueva razón por la que las tentaciones no pueden
atribuirse a Dios es que el mismo no tienta a nadie. Como se ha dicho antes la forma verbal
πειράζει, tienta, equivale en este contexto a impulsar al mal, en el sentido perverso de
impulsar positivamente al pecado, asunto contrario a la santidad de Dios. La enseñanza es
que Dios no es el autor ni originador de las tentaciones. Existe una cierta dificultad en la
interpretación del verdadero sentido de toda la oración: Dios no es tentado, ni el tienta a
nadie. Aparentemente se trata –sobre todo la primera parte- de una enseñanza ilógica por lo
evidente. Todos sabemos que Dios no puede ser tentado en el sentido de inducido al mal,
como se consideró ya en el párrafo anterior. Pero, no deja de ser la oración un todo en el
texto griego al que debe dársele sentido unido. Sin duda se trata con la primera parte de la
expresión: no puede ser tentado, evitar una tautología con la segunda parte ni Él tienta a
nadie. El sentido consecuente es este: Como Dios es santo, es incapaz de querer el mal, por
lo que no puede ser tentado a tentar al creyente, esto es, no puede ser tentado a inducir al
mal. Ya que si las pruebas tienen como propósito consolidar la fe, las tentaciones tienen
como objetivo incitar al mal. Dios nunca origina la tentación, sino que actúa para librar a
sus hijos de ella (1 Co. 10:13; 2 P. 2:9).
14. Sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y
seducido.
ἕκαστος δὲ πειράζεται ὑπὸ τῆς ἰδίας ἐπιθυμίας ἐξελκόμενος
καὶ δελεαζόμενος·
y siendo seducido.
ἕκαστος δὲ πειράζεται ὑπὸ τῆς ἰδίας ἐπιθυμίας ἐξελκόμενος καὶ δελεαζόμενος. En lugar
de responsabilizar a Dios, el tentado debe culpabilizar a su propia naturaleza pecaminosa.
Aunque la tentación sea inducida por Satanás, el último responsable en la caída es el mismo
que es tentado, a causa de su propia naturaleza adámica heredada. En todo esto no existen
diferencia ἕκαστος, cada uno, porque no existe un ser humano que no haya heredado el
pecado y con el las concupiscencias que le son propias. Santiago está añadiendo aquí el
argumento psicológico que es propio de la experiencia personal. Cada uno de nosotros nos
damos cuenta que la fuente del mal reside en el interior de cada uno y las causas son
producidas por el pecado original. La concupiscencia actúa inducida por el pecado, pero
sigue siendo responsabilidad personal porque es propia de cada uno. Aquello que arrastra al
hombre a la caída proviene del pecado.
La tentación, originada en y por la concupiscencia, tiene lugar continuamente como lo
indica la forma verbal πειράζεται, es tentado, que en presente de indicativo expresa una
acción continuada: es tentado siempre. La concupiscencia, elemento actuante en la
tentación, es el intenso deseo hacia algo. Pudiera ser un deseo intenso hacia lo positivo,
pero, en este caso, se trata de un deseo hacia el mal. El atractivo de la concupiscencia
arrastra al hombre al pecado. Como ilustra Kistemaker14, es semejante a la carnada que se
pone en un anzuelo y que atrae al pez, de modo que una vez seducido queda apresado en el
anzuelo. Así ocurre con la atracción concupiscente del hombre, es atraído al deseo y
arrastrado ya inexorablemente a la práctica del pecado.
A la atracción sigue la seducción. De la misma manera el escritor utiliza aquí la forma
verbal δελεαζόμενος, siendo seducido, es decir, quedando atrapado. Como escribe el Dr.
Lacueva:
“Los verbos griegos que hemos traducido por arrastrado y seducido son términos
tomados respectivamente del arte de la caza y de la pesca… El primero significa, en
sentido propio, la acción con lo que los cazadores tratan de atraer los animales para
sacarlos de sus escondites. El segundo se dice de los peces que son seducidos por el cebo.
La ilustración es magnífica, pues describe la forma con que una persona, al ser
sorprendida por la tentación, siente dentro de sí una especie de tirón hacia el objeto de la
tentación; en la oportunidad (placer, dinero, prestigio, poder, etc.) que la tentación
presenta, nuestra concupiscencia percibe el cebo con que la persona es atraída y
seducida”15.
Los deseos pecaminosos de la naturaleza caída son activados y conducen a la comisión
del pecado. En ocasiones el cristiano achaca a Satanás la causa de su caída. Es necesario
14
Simon J. Kistemaker. o.c., pág. 66.
15
F. Lacueva. Matthew Henry. Santiago. Editorial Clie. Terrasa. pág. 17.
entender que no siempre la tentación procede del exterior, por inducción diabólica, aunque
muchas veces ocurre así, sino del interior, esto es de la propia concupiscencia personal,
cuando la vida del cristiano no está bajo el poder y control del Espíritu Santo.
15. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el
pecado, siendo consumado, da a luz la muerte.
εἶτα ἡ ἐπιθυμία συλλαβοῦ τίκτει ἁμαρτίαν, ἡ δὲ ἁμαρτία
σα
16
Griego: συλλαμβάνω.
Alcanzando la conclusión del ejemplo anterior, escribe: Μὴ, partícula que hace funciones
de adverbio de negación no; πλανᾶσθε, segunda persona plural del presente de indicativo
en voz pasiva del verbo πλανάω, en voz pasiva, extraviarse, desviarse, perderse,
engañarse, dejarse engañar, aquí os engañéis; ἀδελφοί, caso vocativo masculino plural
del sustantivo hermanos; μου, caso genitivo de la primera persona singular del
pronombre personal declinado de mí; ἀγαπητοί, caso vocativo masculino plural del
adjetivo amados.
1
παραλλαγη ἢ τροπῆς ἀποσκίασμα, atestiguada en א, A, C, 81, 322, 323, 436, 945, 1067,
1175, 1243, 1292, 1409, 1611, 1735, 1739, 1852, 2298, 2344, 2464, Biz [K, L, P] Lect, itar,
bo
; arm, Atanasio, Cirilo de Jerusalén, Dídimo, Juan Damasceno, Jerónimo.
πᾶσα δόσις ἀγαθὴ καὶ πᾶν δώρημα τέλειον ἄνωθεν ἐστιν. Como ya se dijo, el versículo
anterior es el puente que enlaza las dos enseñanzas mediante la advertencia a no dejarse
engañar. Dios no tienta, ni utiliza la tentación para mal de nadie, por tanto, lo único que
puede proceder de Él es aquello que es bueno. Frente a las consecuencias que el pecado
produce generando la muerte, los regalos buenos proceden de Dios.
La primera indicación está relacionada con el hecho mismo de dar algo. Mediante una
construcción con el adjetivo indefinido πᾶσα, toda, que comprende la totalidad de algo,
unido a δόσις, que equivale a donación, por tanto está diciendo que toda buena donación,
que comprende tanto el acto de dar como lo que se da, se origina en Dios. No se precisa
aquí cuales son esas liberalidades, sino el hecho genérico de ellas. Ese es el resultado del
carácter de Dios, que solo da buenas cosas (Mt. 7:11).
Al acto que acompaña lo que ha sido dado: δώρημα, regalo, don. Como en la cláusula
anterior, el regalo va precedido también del adjetivo indefinido todo. De la manera que la
acción de dar de Dios comprende toda cosa buena, aquí las cosas recibidas son calificadas
de la misma manera todo regalo perfecto. El adjetivo calificativo en este caso es diferente
al que calificaba la acción de dar, que era buena, ahora se trata de lo recibido por esa buena
acción que es τέλειον, perfecto, completo. El regalo que Dios da es sin defecto alguno.
Si el origen de todo don perfecto y de toda buena dádiva es Dios, quiere decir que su
procedencia es celestial, identificándolo como ἄνωθεν ἐστιν, lo que de arriba es. El que
recibe el don es invitado a mirar arriba, de donde procede, para encontrarse con el Dios de
la misericordia que está siempre dispuesto a dar lo mejor para cada oportunidad. El trono de
Dios es un trono de gracia de donde podemos obtener oportunamente todo lo que
necesitamos (He. 4:16).
καταβαῖνον ἀπὸ τοῦ Πατρὸς τῶν φώτων. Los dones se presentan aquí como
καταβαῖνον, descendiendo. El verbo implica un movimiento desde la presencia de Dios
hacia la tierra. La forma verbal, en participio de presente, indica una acción continuada, es
decir, Dios no detiene el dar buenos dones a quienes les son necesarios. Él envía provisión
continuamente para los suyos. A este Dios del cielo, llama Santiago el Padre de las
luminarias, en una clara referencia al Creador de los astros. Dios que es luz es también el
autor de las lumbreras. Por su voluntad soberana en el ejercicio creador surgieron todas
ellas. La verdad de que Dios es el creador de los astros está frecuentemente en la Biblia (cf.
Gn. 1:14–18; Sal. 136:7; Jer. 31:35). El Señor Dios es luz en sí mismo y está siempre en
luz. No solo es fuente de luz natural sino que lo es también de la luz espiritual (Is. 60:19; 1
P. 2:9; 1 Jn. 1:5). De Él solo pueden proceder los dones luminosos, contrarios a todo cuanto
es de las tinieblas, fuente de riqueza espiritual y de felicidad.
παρʼ ᾧ οὐκ ἔνι παραλλαγὴ ἢ τροπῆς ἀποσκίασμα. El que es como Padre misericordioso
y bueno, es también permanentemente fiel. Para referirse a esa perfección divina de la
fidelidad, recurre a una expresión que comprende dos términos astronómicos. Dice que en
Él οὐκ ἔνι παραλλαγὴ, no hay variación, literalmente no hay paralaje. Este término en
castellano indica las posiciones aparentes de un astro en la bóveda celeste. El contraste es
evidente: mientras que los astros tienen variaciones según el tiempo, Dios es eternamente
invariable. Solamente Él puede expresarse a sí mismo en el eterno presente del “Yo soy”
(Ex. 3:14).
Reforzando la idea añade otra figura astronómica, τροπῆς ἀποσκίασμα, literalmente
sombra de variación, refiriéndose a la ausencia de luz en un astro a causa de su movimiento
de rotación, según apreciación del que lo observa. Los astros están sometidos a eclipses, de
manera que en ocasiones desaparece su luminosidad al ser ocultada por otro que se
interpone entre él y el que lo observa. Dios es luz en sí mismo, por tanto, permanentemente
su perfección es la misma. En Él no hay nada oculto, ni en su persona ni en su obra. Dios,
además de fiel, es inmutable (Mal. 3:6). Santiago está expresando por medio del ejemplo
que Dios no se eclipsa nunca. En Dios no hay periodos de sombra que lo ocultan de los
ojos de sus hijos.
18. Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la Palabra de verdad, para que seamos
primicias de sus criaturas.
βουληθεὶς ἀπεκύησεν ἡμᾶς λόγῳ ἀληθείας εἰς τὸ εἶναι
1
ἴστε, ἀδελφοί μου ἀγαπητοί· ἔστω δε, sabed hermanos de mí, amados: antes bien sea,
atestiguada en א2, B, C, 945, 1739, 2344, itar, ff, s, t, vg, copbo, geo.
ἴστε δε, ἀδελφοί μου ἀγαπητοί· ἔστω δε, y sabed, hermanos de mi, amados, lectura en p74
vid
, 2464, vgmss, copsa, bo/mss
ὥστε, ἀδελφοί μου ἀγαπητοί· ἔστω δε, así que, hermanos de mí, amados, como se lee en Ψ,
0246vid, 322, 323, 1241, 1292, 1409, 1505, 1735, 2138, 2298, Biz [K, L, Pc], syrh, slav.
Ἴστε, ἀδελφοί μου ἀγαπητοί. Pasando a un nuevo tema que relaciona al creyente con la
Palabra, lo introduce mediante una fórmula que expresa una llamada de atención hacia lo
que viene. Santiago exhorta a los lectores a tomar nota de algo que es importante. La forma
verbal ἴστε, esta en presente de imperativo lo que equivale a una instrucción que debe
atenderse continuamente, aunque la forma es también la correspondiente a un indicativo, lo
que supondría el recuerdo de cosas conocidas por los lectores, en este caso sería sabéis,
ambas formas son aquí válidas, aunque tal vez por razón de la forma exhortativa, sea
preferible considerarla como un presente de imperativo. La advertencia está relacionada
con la Palabra de verdad (v. 18). Como ocurrió antes (v. 16), la exhortación aunque está en
imperativo que establece un mandato, es una expresión de amor hacia quienes son llamados
de nuevo hermanos amados. Es la forma de hablar propia de un pastor hacia los miembros
de la iglesia.
ἔστω δὲ πᾶς ἄνθρωπος ταχὺς εἰς τὸ ἀκοῦσαι. La primera advertencia tiene que ver con
la disposición de oír. La acción tiene relación con la Palabra, por tanto, la exhortación está
orientada para generar la disposición del cristiano de prestar atención a las Escrituras. Dice
Santiago que el creyente, a quien llama aquí hombre, como genérico de persona,
comprendiendo tanto al varón como a la mujer, debe oír la Palabra con ánimo dispuesto
para obedecerla. La disposición se establece mediante el uso del adjetivo ταχὺς, que
equivale a rápido, pronto, veloz, es decir, el creyente debe estar pronto para oír y obedecer
la Palabra. Esto es, en gran parte, la consecuencia de entender que es la Biblia, como
Palabra plenariamente inspirada por Dios (2 Ti. 3:16). Toda la Escritura procede de Dios y
ha sido dada por medio de los hombres escogidos por Dios para ello, que son instrumentos
en Su mano para transmitir el mensaje divino (2 P. 1:21). Quien conoce realmente y acepta
sin reservas lo que es la Biblia, tiene interés continuo por la lectura y meditación de ella.
Exige ir a la Escritura sin condicionantes interpretativas. La tradición interpretativa
condiciona, en muchas ocasiones, el correcto entendimiento de la voluntad de Dios
expresada en su Palabra. De ahí la advertencia de Jesús: “Así habéis invalidado el
mandamiento de Dios por vuestra tradición. Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías,
cuando dijo: Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí. Pues en
vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres” (Mt. 15:6–9). Las
tradiciones de las escuelas teológicas o del sistema interpretativo denominacional,
condicionan el entendimiento de la Escritura conforme a lo que Dios quiso decir en ella.
Algunas veces se eleva a la categoría de doctrina fundamental aquello que es general y
opinable, en otras ocasiones se hace lo contrario. Es preciso que ante la exhortación de
Santiago, cada uno de nosotros vayamos a la Escritura con la oración y disposición de
Samuel: “Habla, porque tu siervo oye” (1 S. 3:10b).
Escuchar es difícil porque requiere prestar toda la atención y poner todo el interés en la
persona que habla. Sin embargo, el sabio aumenta el saber en la medida en que es capaz de
oír, esto es, de prestar atención al que transmite un mensaje (Pr. 1:5).
βραδὺς εἰς τὸ λαλῆσαι. Como complemento a la disposición para oír, esta la virtud de
ser lentos para hablar. El adjetivo βραδὺς, lento, tardo, se usa en sentido inverso al que
marcaba diligencia para oír, es decir, enfatiza la disposición a guardar silencio. La forma
verbal λαλῆσαι, en aoristo, indica una acción concluida, lo que en este caso enfatiza la
lentitud para empezar a hablar, como si dijese: sea tardo, o lento, para empezar a hablar.
Zenón decia que el hombre debe ser lento para hablar por cuanto “tenemos dos orejas y una
boca a fin de que escuchemos más y hablemos menos”17.
La exhortación es una consecuencia de la enseñanza de los libros sapienciales.
Probablemente Santiago tenía en mente las palabras de Salomón: “No te des prisa con tu
boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante de Dios; porque Dios está en el
cielo, y tú sobre la tierra; por tanto, sean pocas tus palabras” (Ecl. 5:2). De forma muy
especial esta advertencia tiene que ver con la tendencia humana de hablar demasiado en la
presencia de Dios en lugar de acudir a su presencia con disposición de oír Su voz, de ahí
que el mismo sabio diga: “Cuando fueres a la casa de Dios, guarda tu pie; y acércate más
para oír que para ofrecer el sacrificio de los necios; porque no saben que hacen mal” (Ecl.
5:1). El necio es el que habla demasiado y sin meditar en lo que dice, el sabio está más
dispuesto a oír que ha expresar sus propias opiniones. El hombre prudente, el que por razón
de la sabiduría divina alcanzó madurez espiritual, es capaz de refrenar sus deseos de hablar,
porque “en las muchas palabras no falta pecado; mas el que refrena sus labios es
prudente” (Pr. 10:19). La sabiduría conforme al pensamiento de Dios enseña la desgracia
de hablar demasiado: “El que guarda su boca guarda su alma; mas el que mucho abre sus
labios tendrá calamidad” (Pr. 13:3). La Biblia compara con un necio al que es ligero para
hablar: “¿Has visto hombre ligero en sus palabras? Mas esperanza hay del necio que de
él” (Pr. 29:20).
La capacidad de controlar las palabras y de callar, es expresión de la capacidad de
dominio propio, que es una evidencia de madurez espiritual. Está entre las virtudes propias
17
Cf. Diógenes Laercio, 7, I, 23.
de la vida cristiana (2 P. 1:6). La verdadera sabiduría está en la capacidad de reprimir el
deseo de hablar: “El que refrena sus labios es prudente” (Pr. 10:19).
βραδὺς εἰς ὀργήν. La exhortación tiene que ver también con la templanza. Santiago
habla de ser “tardo para la ira”. Es notable apreciar que en esta última cláusula no existe
verbo alguno. Es posible que sea un complemento a la oración anterior, lo que la enseñanza
supondría que aquel que es lento para hablar, quien es capaz de controlar sus deseos de
expresarse, cuando está airado controlará también su ira. La cólera conduce a dejar de oír
consejo alguno, para dar libre curso a palabras injuriosas y desordenadas. En la enseñanza
de los libros de sabiduría, “el que tarda en airarse tiene es grande en entendimiento”, por
el contrario, “quien es impaciente de espíritu enaltece la necedad” (Pr. 14:29). La
verdadera fortaleza del hombre no consiste en la expresión de ira, sino en la capacidad de
reprimirla: “Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su
espíritu, que el que toma una ciudad” (Pr. 16:32). El que cae fácilmente en la ira es
propenso a generar contiendas. Hablar en exceso es típico de un necio: “Aun el necio,
cuando calla, es contado por sabio; el que cierra sus labios es entendido” (Pr. 17:28).
Además, la ira, que supone una violencia interna contra otros, es pecado (Ef. 4:31; Col. 3:8;
Tit. 1:7). Especialmente en el liderazgo de la iglesia, quien quiera instruir eficazmente a sus
hermanos debe estar dispuesto a oír con paciencia y responder con mansedumbre. No cabe
duda que la ira justa tiene lugar en la vida del cristiano, pero ha de tener cauces y ponerle
freno: “Temblad, y no pequéis” (Sal. 4:4) o, como dice el apóstol Pablo: “Airaos, pero no
pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo” (Ef. 4:26). Por esa razón Santiago pide
contención para la expresión de ira. Como dice Kistemaker: “El hombre colérico escucha
la voz del maligno y no la voz de Dios”18.
La ira produce graves dificultades en la vida del creyente; estorba las oraciones (1 Ti.
2:8); da oportunidad al diablo (Ef. 4:27); elimina las bendiciones en la vida personal, como
ocurrió con Moisés, que por un arranque de ira contra el pueblo, desobedeció las
instrucciones que Dios le había dado, y se vio impedido de entrar en la tierra prometida (cf.
Nm. 20:10–12; 27:14; Dt. 1:37; 3:26–27).
Escribe Kistemaker:
“Cuando vivimos la vida justa que Dios espera de nosotros, escuchamos con cuidado y
obediencia la Palabra de Dios. Cuando planeamos hacer o decir algo, deberíamos
preguntarnos si nuestras acciones y palabras promueven la honra de Dios y avanzan la
causa de la justicia y la paz para nuestro prójimo. Cuando permitimos que la ira nos guíe,
ya no somos guiados por la ley de Dios. ‘El hombre airado provoca disensión, y el violento
comete muchos pecados’ (Pr. 29:22). En vez de ello, el creyente debe controlar su
temperamento, orar pidiendo sabiduría y obedecer la ley de Dios”19.
20. Porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios.
ὀργὴ γὰρ ἀνδρὸς δικαιοσύνην Θεοῦ οὐκ ἐργάζεται.
18
Simón J. Kistemaker. o.c., pág. 75.
19
Simón J. Kistemaker. o.c., pág. 76.
Notas y análisis del texto griego.
Prosiguiendo con la referencia a la ira, añade: ὀργὴ, caso nominativo femenino singular
del nombre común ira; γὰρ, conjunción causal porque; ἀνδρὸς, caso genitivo masculino
singular del nombre común declinado de hombre o de varón; δικαιοσύνην, caso acusativo
femenino singular del sustantivo justicia; Θεοῦ, caso genitivo masculino singular del
nombre propio declinado de Dios; ούκ, forma del adverbio de negación no, con el
grafismo propio ante vocal no aspirada; ἐργάζεται, tercera persona singular del presente
de indicativo en voz media del verbo ἐργάζομαι, trabajar, obrar, efectuar, llevar a cabo,
aquí obra.
ὀργὴ γὰρ ἀνδρὸς δικαιοσύνην Θεοῦ οὐκ ἐργάζεται. Mediante el uso de la conjunción
γὰρ, porque, amplía la enseñanza sobre la prohibición establecida en el versículo anterior
para la expresión de la ira. La razón es a causa de que la ira del hombre no obra la justicia
de Dios. Aunque nuevamente utiliza aquí el término ἀνδρὸς, varón, debe entenderse como
sinónimo de hombre, en sentido genérico de persona. Es interesante notar el ámbito general
que se produce en el texto al no preceder artículo a los sustantivos que utiliza.
La ὀργη, ira, tiene el sentido de una indignación interior que se asienta en la intimidad
y genera una actitud hostil. No se trata de un arrebato momentáneo de enfado como
consecuencia de una manifestación incontrolada del carácter, en cuyo caso se utilizaría
θυμός, furor, enfado. Santiago habla de una expresión íntima que puede pasar
desapercibida en ocasiones, y que puede producirse como consecuencia de las raíces de
amargura que expresan las heridas del yo personal (He. 12:15). La indignación humana
sobre la base de emociones y deseos personales sin el control del amor, no corresponde
δικαιοσύνην Θεοῦ οὐκ ἐργάζεται, a la justicia de Dios, porque no la produce. Es en cambio
una manifestación de la naturaleza caída, que se aparta de las acciones justas que Dios
demanda para aquellos que son sus hijos. Es una expresión contraria al estilo de vida que
debe caracterizar a quien ha nacido de nuevo.
La Biblia enseña que el creyente no debe dar rienda suelta a la ira, sino dejar que Dios
actúe directamente con la ira perfecta, que proviniendo de Dios es justa y santa: “No os
venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito
está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Ro. 12:19). Se trata de establecer,
tanto por parte de Santiago como de Pablo, la prohibición de imponer la propia justicia. El
gran problema de la vindicación, estriba en la subjetividad, esto es, la falta de ecuanimidad
con que tratas el problema personal, siempre mayor de lo que realmente es porque afecta
directamente al yo personal. De ahí que el mandamiento no sea novedoso en Pablo, sino
que está registrado ya en la Ley: “No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu
pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo Jehová” (Lv. 19:18). Algunos
piensan que la llamada Ley del Talión, es una regulación que permite la venganza. Nada
más lejos de eso. Dicha ley regulaba el ejercicio de la justicia desde la base de la equidad, a
fin de que nadie pagase más allá de la injusticia cometida. La instrucción de la Ley del
Talión era para los jueces y no para los agraviados, a fin de que no se excedieran en las
penas (Ex. 21:24–25; Lv. 24:20; Dt. 19:21). Lo que se está prohibiendo es tomar
represalias, coincidiendo con la enseñanza del Señor Jesús (Mt. 5:38–42). En lugar de la
venganza personal se enseña a dejar el asunto en las manos de Dios, esperando que Él actúe
en una correcta vindicación de la injusticia cometida. El Señor es el único que puede medir
la ofensa desde la más absoluta equidad y dar el pago al daño hecho a uno de los suyos. Esa
es la causa por la que el creyente descansa en Él, confiando en la justicia divina y
abandonando la reivindicación personal, como enseña el Salmo: “Encomienda a Jehová tu
camino, y confía en Él; y Él hará. Exhibirá tu justicia como la luz, y tu derecho como el
mediodía” (Sal. 37:5–6). Puede resultar que la acción judicial divina no se produzca en el
tiempo del cristiano, pero siempre se producirá en el tiempo de Dios. Para dar una mayor
firmeza a la demanda, la sustenta sobre base bíblica, apelando a un texto de la Ley: “Mía es
la venganza, y la retribución” (Dt. 32:35). Dios se compromete a dar la recompensa al
hombre conforme a sus obras; Él no puede ser burlado (Gá. 6:7–8). Siendo Él quien da el
pago, podemos nosotros descansar confiadamente en Él entregándole nuestras
vindicaciones, como aconseja la Palabra: “No digas: Yo me vengaré; espera a Jehová, y Él
te salvará” (Pr. 20:22). Cuando Dios dice: “Yo pagaré”, está diciendo que toma a su cargo
dar la recompensa o el pago merecido por una acción. Cuando un creyente actúa en
venganza está anticipándose y suplantando la acción del juicio de Dios. Descansar en Dios,
esperando en Él, es la forma consecuente con la identificación con Cristo: “Quien cuando
le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino
encomendaba la causa al que juzga justamente” (1 P. 2:23).
La ira del hombre es reprobada por Dios, por tanto debe dejarse, como manda su
Palabra: “Deja la ira, y desecha el enojo” (Sal. 37:8). La ira humana es la causa para un
actuar sin sentido: “El que fácilmente se enoja hará locuras” (Pr. 14:17a). En lugar de
expresar la ira es una honra pasar por alto la ofensa recibida: “La cordura del hombre
detiene su furor, y su honra es pasar por alto la ofensa” (Pr. 19:11). Unida a la prohibición
de la ira está también el consejo de mantenerse distante de quien es propenso a ella: “No te
entremetas con el iracundo, ni te acompañes con el hombre de enojos” (Pr. 22:24). La
Biblia enseña que la ira del hombre siempre está revestida de crueldad: “Cruel es la ira, e
impetuoso el furor” (Pr. 27:4). Por otro lado el enojo es propio del carácter del necio, de ahí
la exhortación del sabio: “No te apresures en tu espíritu a enojarte; porque el enojo reposa
en el seno de los necios” (Ecl. 7:9). La ira adquiere una especial dimensión y notables
consecuencias cuando va dirigida al hermano, como dijo Jesús: “Pero yo os digo que
cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio” (Mt. 5:22). De ahí que
se exhorte al cristiano a dejar la ira y el enojo (Col. 3:8). Una limitación para el ejercicio
del oficio de anciano es la de ser iracundo (Tit. 1:7). Quien es capaz de impedir la
manifestación de la ira es una persona que tiene dominio propio (Pr. 16:32).
21. Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con
mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas.
διὸ ἀποθέμενο πᾶσαν ῥυπαρίαν καὶ περισσείαν κακίας ἐν
ι
almas de vosotros.
διὸ ἀποθέμενοι πᾶσαν ῥυπαρίαν καὶ περισσείαν κακίας. Con el uso de la conjunción
διὸ, por lo cual, se establece el nexo de unión con lo que antecede, como si dijese, por todo
cuanto se ha dicho antes. La conjunción es una de las más enfáticas en griego. Lo que está
diciendo con ella es que no pueden aceptarse o considerarse las enseñanzas anteriores sin
que traigan una consecuencia a la vida personal del creyente.
El resultado de aplicar la enseñanza recibida comenzará por ἀποθέμενοι πᾶσαν
ῥυπαρίαν, desechar toda inmundicia. La voz verbal ἀποθέμενοι, desechando o tal vez
mejor despojándoos, es un participio aoristo, lo que indica una acción consumada;
equivaldría a dejar definitivamente a un lado. Como participio tiene connotación de
imperativo, lo que significa no tanto una opción sino un mandamiento. Quien vive para
obedecer la Palabra, aleja de sí toda inmundicia. El término ῥυπαρίαν, inmundicia, se
aplica a lo que es moralmente sucio y corrompido, por tanto, despreciable para el cristiano.
Se usa aquí metafóricamente para referirse a todo tipo de impureza moral. Nadie puede
vincularse a la Palabra y mucho menos proclamarla si no respalda su acción con la
conducta de santidad consecuente con las demandas de la Escritura.
Otro elemento a desechar es περισσείαν κακίας, la abundancia de malicia. La palabra
περισσείαν, traducida por abundancia, ocurre sólo cuatro veces en el Nuevo Testamento
(Ro. 5:17; 2 Co. 8:2; 10:15; Stg. 1:21). Tiene el sentido de sobreabundancia. Con todo el
sentido no es aceptado por todos los eruditos, ya que en el contexto actual es difícil
sustentar ese significado ya que no se está condenando la abundancia del mal, sino la
realidad misma del mal, no importa cual sea su dimensión. Por tanto, puede dársele el
sentido de todo resto de mal. El término κακίας, malicia, tiene que ver con cualquier
aspecto contrario a la virtud, es decir, todo lo que es perverso o vicioso. Quiere decir que el
cristiano ha de renunciar, no sólo a toda mancha moral, sino también a cualquier
manifestación externa que proceda del mal o del maligno, como puede ser la ira
mencionada en el versículo anterior. El cristiano está siendo confrontado con la necesidad
de separarse, desligarse, de todo cuanto proceda del mal e impida vivir en la forma
establecida por Dios.
ἐν πραΰτητι, δέξασθε τὸν ἔμφυτον λόγον τὸν δυνάμενον σῶσαι τὰς ψυχὰς ὑμῶν.
Mientras debe desecharse, poner a un lado la ira, otra cosa debe recibirse ἐν πραΰτητι, con
mansedumbre. Mansedumbre es inclinarse con sumisión a la voluntad de Dios. Es la actitud
que surge de un corazón que acata sin reserva alguna las disposiciones de Dios. La
mansedumbre entraña esencialmente docilidad.
Santiago hace una demanda: δέξασθε, recibid. La forma verbal aparece en aoristo
imperativo, que establece la idea de recibir definitivamente y con interés algo que es
ofrecido. Nótese que la primera exhortación tiene que ver con desechar cosas impuras, esta
segunda tiene que mayor relación con la disposición del corazón que se inclina a ella.
Lo que se ha de recibir es τὸν ἔμφυτον λόγον, la Palabra implantada. El término
ἔμφυτος, en el griego clásico significa literalmente innato, natural, enraizado dentro,
plantado dentro. Por tanto, la traducción implantada expresa la idea de algo que se planta
en el interior. Esta es la única vez que aparece esta relación del creyente con la Palabra en
todo el Nuevo Testamento. ¿Cuándo fue implantada la Palabra en el creyente? Sin duda en
la regeneración. La salvación se alcanza mediante una respuesta de fe a la proclamación del
evangelio (Ro. 10:8–10), que no es otra cosa que la Palabra de la Cruz (1 Co. 1:18). El
sembrador divino esparció la semilla de la Palabra en el corazón dispuesto del regenerado,
para que fructifique (Lc. 8:15), de modo que esa Palabra ha sido implantada en el creyente,
esto es, plantada dentro del corazón cristiano. Ya en la enseñanza sobre el nuevo
nacimiento transmitida por los profetas, Dios dijo que escribiría su ley en los corazones de
los regenerados (Jer. 31:33). La implantación de la Palabra trae como consecuencia un
caminar conforme a ella, ya anunciado también proféticamente (Ez. 11:19–20; 36:26–27).
Una vez implantada mora en el creyente y lo hace abundantemente, permitiendo un
ministerio de aliento y enseñanza mutua (Col. 3:16). Cuando la Palabra está implantada y
ha enraizado en el corazón cristiano, pasa a controlar la vida puesto que está sobre el
corazón, asiento de afectos y voluntad: “Estas palabras que yo te mando hoy, estarán
sobre tu corazón” (Dt. 6:6).
La acción de la Palabra implantada está claramente definida: τὸν δυνάμενον σῶσαι τὰς
ψυχὰς ὑμῶν, tiene poder para salvar vuestras almas. Lo que se está enseñando es el poder
dinámico que la Palabra tiene en sí misma: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y
más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las
coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (He.
4:12). La primera consecuencia de la inspiración es la vitalidad de la Palabra. Al soplo de
Dios en el escrito original, adquiere vida, participando en el soplo divino que le comunica
la misma vida de Dios y por tanto su capacidad operativa. Cuando el escritor, escogido
soberanamente para trasladar la revelación divina al escrito bíblico, concluye la obra que
Dios le había establecido, el mismo Espíritu de Dios sopla sobre el original vivificándolo.
De la misma forma que cuando sopló sobre los elementos inanimados en la creación del
hombre les comunicó vida, para que formasen el ser viviente que se llama hombre (Gn.
2:7), así también comunica vida eficaz a la Escritura que es, toda ella sin excepción alguna
en el original, Palabra de Dios. La Biblia es, por tanto, un escrito vital y produce efectos de
vida, ya que “el Espíritu es el que da vida” (Jn. 6:63). Por esa razón se exhorta al creyente
a permanecer “asido de la Palabra de vida” (Fil. 2:16). La Palabra de Dios, viva, es
implantada, sembrada, en el corazón, con capacidad para salvar la vida del hombre.
¿En qué sentido debe entenderse el concepto salvación de vuestras almas? No cabe
duda que quien salva al hombre es Cristo, el único Salvador establecido por Dios (Hch.
4:12), pero, Dios usa la Palabra como instrumento para llevar al hombre al Salvador, en el
mensaje de salvación escrito en ella. La Palabra que inicialmente conduce a salvación,
prosigue su acción en la vida de santificación, que es el segundo nivel en el proceso de
salvación, como experiencia de salvación en el tiempo terrenal del salvo. Los liberales
afirman que el sentido de vida en la Palabra, es de una teología posterior al tiempo
apostólico, sin embargo, Esteban, en su defensa ante el Sanedrín, alude a la Palabra viva de
Dios, cuando dice: “Este es aquel Moisés que estuvo en la congregación en el desierto con
el ángel que le hablaba en el monte Sinaí, y con nuestros padres, y que recibió palabras de
vida que darnos” (Hch. 7:38). Quiere decir que ya los antiguos entendían que las palabras
de Dios en los escritos bíblicos eran palabras de vida. Al tener la vida de Dios comunicada
en el soplo inspirador (2 Ti. 3:16), y al ser la vida de Dios eterna, la Palabra “vive y
permanece para siempre” (1 P. 1:23). Esto comporta que la Escritura sea atemporal,
porque es la palabra eterna que se oye en cualquier momento de la temporalidad humana,
mientras que ella sigue siendo el eterno presente del mensaje de Dios. Además, la Palabra
comunica sabiduría según Dios (2 Ti. 3:15), porque es inspirada por Él (2 Ti. 3:16). Todo
aquello que no vaya sustentado en la Palabra, en relación con la vida del creyente, no
conduce a alcanzar sabiduría y, por tanto, a un caminar sabio delante de Dios. Es preciso
recordar permanentemente que sólo la Palabra edifica al creyente, por ello el liderazgo en la
iglesia debe velar por la exposición continuada de la Escritura en la congregación. Por otro
lado, cuanto no sea palabra de Dios no es eficaz, de manera que es inútil para la edificación
de los creyentes. En algunas ocasiones se enseña, junto a la Palabra o incluso en sustitución
de ella, mandamientos y tradiciones de hombres a los que se les da la categoría de
enseñanza de Dios, pero que al no serlo verdaderamente, conducen al debilitamiento
espiritual de los creyentes y a introducirlos en el yugo del legalismo religioso, con gran
apariencia de piedad pero totalmente ineficaz contra los apetitos de la carne, porque esa
enseñanza es carne en sí misa (Col. 2:18–23). La Palabra escrita, vinculada a la boca de
Dios, porque es su Palabra, es comparada también con una espada de dos filos que entra
hasta lo profundo de la intimidad del hombre para poner al descubierto las intenciones del
corazón (He. 4:12). Esa palabra del Señor juzgará y castigará a los perversos (Jn. 12:48).
Será necesario que cada uno se pregunte ahora cual es la relación personal que, como
creyentes, tenemos con la Palabra de Dios. La Escritura, se hace también discerniente,
poniendo de manifiesto “los pensamientos y las intenciones del corazón”. Es decir, llega a
la intimidad de los pensamientos que motiva los razonamientos y a las intenciones que
producen las acciones. El escritor utiliza un adjetivo para referirse a la acción de
discernir20, que expresa la habilidad y capacidad para juzgar. La palabra da origen al
término castellano crítico, que se refiere al arte de juzgar las cosas. Específicamente aquí
20
Griego: κριτικὸς.
tiene que ver con la capacidad para censurar las acciones o la conducta de la persona. La
Palabra, pues, critica los pensamientos y las intenciones del corazón. Es decir, discierne y
juzga los pensamientos y los sentimientos, revelando la verdadera naturaleza de ellos. Debe
tenerse en cuenta que el corazón del hombre es engañoso, por tanto puede engañar (Jer.
17:9). En ese sentido dice Santiago que puede salvar vuestras almas, es decir, dar sentido
absoluto a la vida de modo que viviéndola conforme a Dios tenga verdadero contenido y
sea aprovechada para glorificarle. Puede salvar en el sentido de canal para la vida de
santificación, que es el nivel de salvación que se considera aquí, ya que como dijo nuestro
Señor, es elemento de santificación (Jn. 17:17). El creyente en obediencia a la Palabra hace
firme su vocación y elección (2 P. 1:10). El concepto σῶσαι, salvar, tiene que ver con la
liberación de peligros y la preservación del pueblo de Dios (Jud. 5). La Palabra de Dios
enraizada en el corazón del creyente promueva la santidad, consigue el crecimiento
espiritual y produce las perfecciones que acompañan al testimonio de salvación.
παραλογιζόμενοι ἑαυτούς.
engañando os.
Γίνεσθε δὲ ποιηταὶ λόγου. La Palabra, que es eficaz en ella misma, exige que no sólo se
la escuche, sino que se la practique. No basta con aceptarla es necesario llevarla a cabo,
atendiendo sus indicaciones y obedeciendo sus demandas. Se demanda aquí atención para
γίνεσθε llegar a ser, en una progresión continuada ποιηταὶ, hacedores de ella. La fe que
descansa en la Palabra ha de manifestarse en obras que la haga visible. Con ello, Santiago,
introduce ya lo que va a ser uno de los grandes temas de la Epístola.
El mandamiento se establece mediante la forma verbal γίνεσθε, que como presente de
imperativo en voz media, indica una persistencia en la acción, de ahí que se pueda traducir
como llegad a ser. El creyente no debe conformarse con recibir y conocer la Palabra, ha de
practicar sus instrucciones (Dt. 15:5; 30:8; Ez. 33:31–32). Para ello ha sido dotado por Dios
de los recursos y del poder necesario para obrar de esta manera (Fil. 2:13). La
responsabilidad, por tanto es la prosecución de ser un hacedor de la Palabra. Esta es una de
las enseñanzas reiteradas del Señor. De este modo dijo en el Sermón de la Montaña:
“Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre
prudente, que edificó su casa sobre la roca” (Mt. 7:24), añadiendo: “Pero cualquiera que
me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su
casa sobre la arena” (Mt. 7:26). La relación con Cristo tiene que ver con la obediencia a la
Palabra: “Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése
es mi hermano, y hermana, y madre” (Mt. 12:50; Lc. 8:21). Quien viene a Cristo, el que le
sigue, adquiere el compromiso de obediencia a sus palabras (Lc. 6:47). La bienaventuranza
del creyente consiste en conocer la Palabra y practicarla (Jn. 13:17). Los simples oidores de
la Palabra no son los que se ajustan a la justicia divinamente establecida, sino los hacedores
de ella (Ro. 2:13).
καὶ μὴ μόνον ἀκροαταὶ. Ese es el énfasis de esta segunda cláusula del versículo.
Oidores en plural, se aplica a quienes forman parte de un auditorio, como masa de gente
que escucha un discurso. Posiblemente Santiago está pensando en la reunión de los
creyentes para ser instruidos en la Palabra. Era algo propio del pueblo judío, acostumbrado
a acudir a la Sinagoga para oír la Escritura que se leía y explicaba delante de todos. La
costumbre de la iglesia primitiva en Jerusalén tenía que ver también con la asistencia
masiva de los creyentes que eran enseñados por los apóstoles (Hch. 2:42, 46). Sin embargo
no es suficiente con ser un mero oidor de la Escritura. En cierto sentido eso puede ser
perjudicial, porque al conocimiento intelectual debe acompañarle el compromiso práctico.
Hay quienes conocen la Palabra por haberla escuchado reiteradamente, pero no la ponen en
práctica.
παραλογιζόμενοι ἑαυτούς. La consecuencia de oír y no practicar, es una forma de auto-
engaño. La forma verbal παραλογιζόμενοι, engañándoos, es un participio de presente en
voz media cuyo sentido tiene que ver con el que cuenta mal y se utiliza para referirse al que
se engaña a sí mismo con falsos razonamientos. El que piensa que es suficiente con oír la
Palabra sin otras consecuencias, se está engañando a sí mismo con un falso razonamiento.
23. Porque si alguno es oidor de la Palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante
al hombre que considera en un espejo su rostro natural.
ὅτι εἴ τις ἀκροατ λόγου ἐστὶν καὶ οὐ ποιητής οὗτος ἔοικεν
ὴς ,
ἐσόπτρῳ·
espejo.
ὅτι εἴ τις ἀκροατὴς λόγου ἐστὶν καὶ οὐ ποιητής. Santiago se refirió antes a los que son
meros oidores pero no hacedores de la Palabra. La expresión da por sentado que hay alguno
que está en esa situación. La oración es una cláusula condicional de primera clase, que se
supone verdadera.
οὗτος ἔοικεν ἀνδρὶ κατανοοῦντι τὸ πρόσωπον τῆς γενέσεως αὐτοῦ ἐν ἐσόπτρῳ. Para la
enseñanza utiliza la ilustración de un hombre que se mira al espejo. Dice que está
observando κατανοοῦντι τὸ πρόσωπον τῆς γενέσεως, el rostro natural, literalmente su
rostro de nacimiento. Los espejos de aquel tiempo, solían ser discos de plata o de aleación
de cobre y estaño pulimentados. A pesar de sus imperfecciones permitían ver en ellos las
manchas y los aspectos del rostro. La forma verbal κατανοοῦντι, en participio de presente,
expresa la idea de una observación atenta, es decir, se fija meticulosamente en el rostro que
refleja el espejo. En esa imagen reflejada pone de manifiesto lo que debía arreglarse. El
espejo es símbolo de la Palabra que pone de manifiesto las imperfecciones de la vida
personal, reflejadas a la luz de ella.
24. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era.
κατενόησεν ἑαυτὸν καὶ ἀπελήλυθεν καὶ εὐθέως ἐπελάθετο
γὰρ
Porque a sí mismo y se ha ido y enseguida se olvidó
consideró
ὁποῖος ἦν.
como era.
κατενόησεν γὰρ ἑαυτὸν. Al ponerse delante del espejo y ver su rostro reflejado en él,
consideró como estaba. No fue una mirada rápida y si interés, sino la atenta observación de
su rostro en el espejo. Aquella imagen mostraba lo que debía ser corregido o puesto en
orden. El modo verbal κατενόησεν, consideró, en aoristo, indica una acción concluida, esto
es, se acercó al espejo, consideró la imagen y concluyó aquella observación.
αὶ ἀπελήλυθεν. La segunda acción de quien se aproximó al espejo, fue irse de aquel
lugar. Terminada la observación se alejó de allí. En su mente estaba la imagen y lo que
debía resolverse a la vista de ella. No cabe duda que debía actuar para corregir los defectos
que había reflejado el espejo.
αὶ εὐθέως ἐπελάθετο ὁποῖος ἦν. La tercera acción es sorprendente: se olvidó de la
imagen que había observado y con ello se olvidó de sus defectos y no reparó lo que estaba
fuera de orden. Las tres acciones indica una progresión en el tiempo inversamente
proporcionales: Primero consideró, para ello dedicó tiempo a la observación; en segundo
lugar se alejó del espejo, fue una acción mucho más rápida que la anterior; en tercer lugar
se olvidó, pero, la acción queda condicionada por el adverbio εὐθέως, enseguida,
inmediatamente, que expresa la rapidez de la tercera operación. El olvido de la situación en
que se encontraba se produjo de forma inmediata.
Esto ocurre con el simple oidor de la Palabra. Ante ella se aprecia la mancha del
pecado, porque “por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Ro. 3:20b). La
Palabra revela al lector sus propias imperfecciones. Pone de manifiesto la realidad del
rostro espiritual del que la lee o escucha. No está revelando las imperfecciones de otros,
sino las suyas propias. La Escritura, como espejo espiritual descubre lo que debe corregir el
lector o el oidor en su vida, por lo que no se producirá cambio alguno. Así lo había dicho
Dios a su profeta: “Y vendrán a ti como viene el pueblo, y estarán delante de ti como
pueblo mío, y oirán tus palabras, y no las pondrán por obra” (Ez. 33:31). Este tipo de
persona la describe el apóstol Pablo con estas palabras: “Estas siempre están aprendiendo,
y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad” (2 Ti. 3:7). Esta palabra rechazada en
cuanto a sus demandas de rectificación de algún aspecto de la vida, serán testigos de cargo
contra el que ha sido sólo oidor de ellas (Jn. 12:48).
25. Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en
ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en
lo que hace.
ὁ δὲ παρακύψ εἰς νόμον τέλειον τὸν τῆς ἐλευθερί καὶ
ας ας
ὁ δὲ παρακύψας εἰς νόμον τέλειον. En contraste con el que miró al espejo de la Palabra
y se olvidó de la enseñanza contenida en ella, presenta a otro que παρακύψας, se inclina a
mirar. En la forma verbal como aoristo articular, indica la acción concluida de quien se ha
propuesto mirar atentamente el contenido de la Palabra. De nuevo la comparación descansa
en la figura del espejo al que se inclina el creyente para comprobar que su conducta es
conforme a la voluntad de Dios expresada en ella.
A la Escritura le da el calificativo de νόμον τέλειον, Ley perfecta. Con seguridad está
tomado del libro de los Salmos, donde se lee: “La ley de Jehová es perfecta” (Sal. 19:7).
Es perfecta por cuanto procede de Aquel que es perfecto (Mt. 5:48). Es interesante apreciar
que el término νόμον, no va precedido de artículo, lo que da idea de generalidad, no tanto
de una determinada porción de la Escritura, sino de toda ella.
τὸν τῆς ἐλευθερίας. Esta ley es perfecta porque es la ley de la libertad. La Palabra
anuncia la libertad del hombre, esclavo del pecado, por medio de Cristo (Jn. 8:36). La ley
mosaica era el medio por el cual se detectaba la realidad del pecado, pero ella no aportaba
medio para liberarse de él. La misión de Cristo tiene que ver con la libertad, como había
sido profetizado (Is. 61:1). Cristo vino para dar libertad a los cautivos (Lc. 4:18). La
Palabra es instrumento de libertad porque contiene en ella el mensaje de la libertad que
Dios proclama al hombre esclavizado, descansando en la obra redentora de Cristo, de ahí
que Jesús: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn. 8:32). La Palabra
anuncia la libertad espiritual en Cristo (Ro. 8:2). La Biblia anuncia la verdadera libertad a
los creyentes, en la que deben perseverar con firmeza, decididamente (Gá. 5:1). Contrasta
esto con la esclavitud religiosa, sustentada en las normas establecidas por los hombres que,
en cualquier forma que se manifieste, serán siempre sistemas esclavizantes que pretenden
subyugar a quienes Dios ha hecho libres (Col. 2:20–23).
καὶ παραμείνας. Una manifestación más del carácter de este creyente es la
perseverancia. No sólo se baja a la Escritura, sino que permanece en la observación atenta
de lo que en ella encuentra para aplicarlo a su vida. Está vinculado a la acción de quien
mira atentamente. No solo permanece mirando lo que la Palabra revela, sino que
permanece en la Palabra misma. Se vincula a ella para vivir según lo que ella determina.
οὐκ ἀκροατὴς ἐπιλησμονῆς γενόμενος ἀλλὰ ποιητὴς ἔργου. Quien vive pendiente de la
Escritura y asume como norma de vida lo que ella establece, es la antítesis del hombre de la
ilustración anterior (v. 24), que se olvida de lo que encontró en la Palabra. El verdadero
creyente no es un olvidadizo, ἀκροατὴς ἐπιλησμονῆς, literalmente oidor de olvido, de ahí la
traducción del sustantivo olvido por el adjetivo olvidadizo. El creyente aquí pone por obra
lo que ha aprendido en la Palabra. Quiere decir que la Escritura controla absolutamente el
obrar de los tales. Este tipo de creyente es conocido por sus hechos. Conducidos por la
Palabra, glorifican a Dios con sus obras (Mt. 5:16). El obrar de ellos es el resultado de la
acción de Dios en la intimidad de sus personas, motivando sus obras y dándole poder para
llevarlas a cabo (Ef. 2:13). Su modo de vida se desarrolla en obras conformes a la voluntad
de Dios, como quienes son “hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las
cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Ef. 2:10). Estos, como
prestan constante atención a la Palabra y la aplican a sus vidas, viven continuamente
“comprobando lo que es agradable al Señor” (Ef. 5:10). Son aquellos cuyas vidas no
contristan al Espíritu Santo (Ef. 4:30).
οὗτος μακάριος ἐν τῇ ποιήσει αὐτοῦ ἔσται. La consecuencia no puede ser otra sino la
experiencia de una vida bienaventurada. El pronombre οὗτος, estos, especifica claramente
las personas de quienes habla Santiago, las que permanecen atentamente en la Palabra de
Dios. Estos serán íntimamente felices o bienaventurados. El conocimiento íntimo de que la
vida está ajustada a la verdadera ley de la libertad, produce felicidad íntima. El religioso
está siempre disgustado consigo mismo y con los demás. Santiago presenta a un creyente
que es bendecido cuando actúa y después de haber actuado. Hay galardón para quien ajusta
su vida a los mandamientos de Dios, conforme a Su promesa: “En guardarlos hay grande
galardón” (Sal. 19:11b).
El que vive conforme a la Palabra, es dichoso a causa de su buen obrar, que le permite
la experiencia de una conciencia que está en paz con Dios y con los hombres. A este modo
corresponde la felicidad conforme al pensamiento de Jesús: “Antes bienaventurados los
que oyen la palabra de Dios, y la guardan” (Lc. 11:28). La bienaventuranza en el
pensamiento de Santiago se experimenta ahora en esta vida y tiene proyección escatológica.
La Escritura promete la bienaventuranza de quien obedece a lo que en ella está escrito (Sal.
1:1–3; 112:1; 119:1ss; Is. 48:18–19). Sin embargo, puede ocurrir que el transcurso terrenal
sea dificultoso y rodeado de pruebas pero quien obedece a Dios sabe que “recibirá la
corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman” (v. 12).
Con toda intención la enseñanza sirve al autor para orientar uno de los grandes temas de
la Epístola, la vida de fe verdadera que se manifiesta por medio de las obras. De ahí que
orientando el escrito hacia una vida de fe auténtica dedique los dos versículos siguientes
para establecer la distinción entre lo aparente y lo verdadero.
Εἴ τις δοκεῖ θρησκὸς. El hombre en general es un ser religioso, como lo prueba las
muchas religiones que existieron, existe y existirán en el mundo. Θρησκὸς, religioso, es un
adjetivo que corresponde al sustantivo religión, siendo un hapax en el Nuevo Testamento.
El término en español significa el conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad,
de sentimientos de veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta
individual y social y de prácticas rituales, principalmente de la oración y del sacrificio para
darle culto. Santiago se refiere al religioso, esto es al que practica la religión. Lo hace
mediante una expresión condicional: εἴ τις δοκεῖ, si alguno se cree, que equivale a si
alguno piensa que es religioso. Se trata, pues, de una persona que se considera religiosa. Es
una expresión semejante a la que ocurrirá más adelante: “si alguno dice” (2:14). Se trata de
una formulación errónea o de un pensamiento engañoso, no es que sea religioso, sino que él
se considera de este modo a sí mismo. Nótese que no es una expresión externa de genuina
espiritualidad. No está hablando de εὐσέβεια, piedad o devoción, sino de θρησκία, religión,
La diferencia es que el piadoso está lleno de Dios y hace cuanto le agrada, mientras que el
religioso está lleno de normas y prácticas, haciendo lo que le agrada a sí mismo. Santiago
tiene en mente a la persona que se centra en las manifestaciones externas de una piedad
aparente. El que se conforma con la observancia exterior de las normas religiosas y de las
prácticas de culto (Is. 29:13). El asiduo asistente a los cultos, dador público de limosas,
participante en la oración en la reunión, etc. Santiago piensa en quien cifra todo su interés
en pautas externas de conducta. Este tipo de personas está tipificado por el apóstol Pablo
cuando habla de quienes se limitan a “someterse a preceptos tales como: No manejes, ni
gustes, ni aun toques” (Col. 2:20b–21). Este tipo de personas buscan en la expresión
religiosa una “cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro
trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne” (Col. 2:23).
Son aquellos que están pendientes de asuntos puntuales y meramente expresivos de religión
pero distan en sus vidas de los objetivos reales de piedad. Son gentes escrupulosas, amantes
de las tradiciones, aferrados a los principios históricos dados a una vida de privaciones
lícitas para aparentar piedad. Viven pendientes de aspectos de conducta meramente
externos pero no están tan interesados por la vida de comunión con Dios. Este tipo de
persona no está lejos de los creyentes, sino que dice ser uno de ellos. Es aquel que se gloría
en la apariencia pero no en el corazón (2 Co. 5:12). Típico ejemplo de esto eran los fariseos
y los judaizantes. Los profetas habían denunciado en sus mensajes que lo que agradaba a
Dios no era la multiplicidad de los sacrificios, sino la práctica de la obediencia (1 S. 15:22–
23; Jer. 7:21–23), misericordia y de la justicia (Is. 1:11–17; 58:3–7; Os. 6:6; Am. 5:21–25;
Mi. 6:6–8).
εἶναι μὴ χαλιναγωγῶν γλῶσσαν αὐτοῦ. Una característica del que se considera religioso
es que no domina la lengua, es decir, no controla la forma de hablar. La forma verbal
χαλιναγωγῶν, como participio de presente indica algo continuado. El verbo que utiliza aquí
es un compuesto con χαλινός, freno y ἄγω, conducir, guiar, por consiguiente, la idea es de
conducir con freno, o con brida, como se hace con un caballo, pero aquí figuradamente, con
la expresión, literalmente con la lengua, como elemento del habla. Es una expresión
metafórica para referirse a la capacidad de autocontrol. Pese a ser tan religioso es incapaz
de poner límite a su modo de hablar. La manera de hablar del cristiano ha de ser siempre
positiva y edificante: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea
buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes” (Ef. 4:29). Las
palabras corrompidas, son las que envenenan, las que tienen en sí mismas el germen
corruptor del pecado. Sin duda una expresión típica de palabras corrompidas tiene que ver
con la murmuración (4:11). Santiago afirma que la lengua puede ser utilizada como
instrumento en manos del maligno, comparándola con un “fuego, un mundo de maldad”,
que está “puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda
de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno” (3:6). La lengua se presenta
como un fuego que devora y destruye, en un orden conectado a la maldad, propio de
quienes no han sido regenerados, o incluso del creyente que no se ha despojado del viejo
hombre. El grave problema es que la murmuración está orientada a creyentes y de quien se
murmura es de un hermano, miembro del cuerpo. El poder corruptor de la palabra alcanza
tanto al que la pronuncia como al que la escucha. Toda palabra corrompida es impulsada
por la vieja naturaleza y utilizada por el maligno. De otro modo, el que habla mal está
siendo instrumento del maligno. Esta forma de hablar corrupta utiliza palabras maliciosas
contra el hermano, especialmente cobarde cuando aquel de quien se habla
desprestigiándolo, no está presente. El creyente que habla mal de su hermano está actuando
bajo la influencia del maligno que es el “acusador de nuestros hermanos” (Ap. 12:10).
Junto con la murmuración están también los chismes y las críticas, asunto prohibido ya en
la Ley moral (Lv. 19:16). La Biblia de las Américas traduce este texto de este modo: “No
andarás de calumniador en medio de tu pueblo”. La maledicencia es hablar de los males de
los hermanos con ánimo de desprestigiarlos. Es notorio que el malediciente consuetudinario
no debe estar en la comunión de la iglesia local (1 Co. 5:11). Muchas veces los que se
llaman a sí mismos religiosos, comprometidos, conservadores, suelen demostrar la realidad
de su piedad aparente en que niega la eficacia de ella (2 Ti. 3:5).
ἀλλὰ ἀπατῶν καρδίαν αὐτοῦ. Un nuevo aspecto del aparentemente religioso es que
además de ser incapaz de controlar su modo de hablar, vive engañado por su propio
corazón. La idea es que su mismo corazón le va poniendo trampas que continuamente le
hacen caer. El verbo utilizado aquí21 significa engañar o seducir, por lo que da a entender
el uso de maneras mentirosas y fraudulentas bajo la apariencia de piedad. El que cifra su
21
Griego: ἀπατάω.
piedad en aspectos meramente religiosos de formas externas, está en un continuo engaño.
El que vive la religión, pero no la comunión con Cristo, se siente fascinado por las
manifestaciones visibles y se engaña a sí mismo en la realidad espiritual. Nótese que no
está siendo engañado por algo o por alguien, sino por la perversidad de su corazón (Jer.
17:9). Pone su corazón en las manifestaciones de religiosidad, como un autoengaño
consciente y madurado. El mismo se llega a creer que su religiosidad es verdadera piedad.
τούτου μάταιος ἡ θρησκεία. La consecuencia final es que lo que queda es la mera
apariencia de piedad. Las prácticas religiosas por si mismas son manifestaciones vanas. El
adjetivo μάταιος, equivale a vacío o falto de contenido. El que solo habla de religión o de
doctrina sin vivirla, manifestándola en hechos concretos, está practicando una religión
vacía. Es vana porque no tiene fuerza alguna contra los apetitos de la carne, porque ella es
carne en sí misma (Col. 2:23).
27. La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los
huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo.
θρησκεί καθαρὰ καὶ ἀμίαντο παρὰ τῷ Θεῷ καὶ Πατρὶ αὕτη
α ς
θρησκεία καθαρὰ καὶ ἀμίαντος παρὰ τῷ Θεῷ καὶ Πατρὶ αὕτη ἐστίν. En contraste con la
religiosidad está la verdadera manifestación de piedad. Santiago no está interesado en
definir lo que entiende por religión, sino en establecerla como un principio aceptable
delante de Dios. A esta manifestación de verdadera piedad, la califica como θρησκεία
καθαρὰ, religión pura. El adjetivo καθαρὰ, expresa la idea de lo que es puro porque ha sido
limpiado. Se trata de una manifestación de piedad, religión, que ha sido purificada de todo
cuanto tiene que ver con una piedad aparente. En segundo lugar la llama también ἀμίαντος,
un adjetivo compuesto de μιαίνω, contaminar, precedido de α privativa, que invierte el
sentido de modo que se trata de lo que no está contaminado o no contamina,
incontaminada. El término ocurre cuatro veces en el Nuevo Testamento con la de este
versículo (cf. He. 7:26; 13:4; 1 P. 1:4). Tiene que ver con algo absolutamente exento de
contaminación y suciedad.
Frente a una piedad aparente de mera religiosidad que se produce y contempla delante
de los hombres, aquí la religión incontaminada es una realidad puesto que es apreciada de
este modo delante del Dios y Padre. Ante la mirada escudriñadora de Dios, que no se
conforma con lo que es aparente, sino que valora y mide la realidad producida e impulsada
en la intimidad del corazón. Dios es el que pesa los corazones (Pr. 21:2), por tanto el
dictamen de la valoración de intenciones es correcta. Además, no solo pesa, sino que
escudriña el corazón (Ro. 8:27; Ap. 2:23). No vale apariencias porque Él conoce la realidad
de las intenciones del hombre, ya que discierne, mediante la Palabra, esas intenciones (He.
4:12). Santiago utiliza dos calificativos: Dios y Padre. Dios como el que conoce todas las
cosas y Padre en el sentido de relación con los creyentes. Ante él la religión pura e
incontaminada consiste en una determinada expresión: αὕτη ἐστίν, esta es.
ἐπισκέπτεσθαι ὀρφανοὺς καὶ χήρας ἐν τῇ θλίψει αὐτῶν. Se trata de una verdadera
manifestación de amor, consistente en ἐπισκέπτεσθαι, visitar, que expresa la idea de
supervisar, mirar sobre algo, visitar con ayuda. Por tanto se trata de acercarse a los
huérfanos y a las viudas con la intención de favorecerles y ayudarles. De esa misma manera
Dios visitó al hombre para proporcionarle la asistencia y la gracia necesaria en su situación
de ruina espiritual viniendo a él desde lo Alto y haciendo nacer sobre él la Aurora redentora
(Lc. 1:68, 78). Esa misma visita fue la que recibió el centurión para la sanidad de su siervo
(Lc. 7:10). Dios visitó a los gentiles para tomar de ellos pueblo para su nombre (Hch.
15:14). En su gracia Dios se acordó del hombre y lo visitó para salvación (He. 2:6). La
visitación a los huérfanos y a las viudas equivale a tener cuidado de ellos. Quiere decir que
la verdadera religión consiste en una vinculación con Dios que lleva al creyente a practicar
un estilo de vida concordante con Él, en ese sentido es visitar a los huérfanos y a las viudas,
ya que “Padre de huérfanos y defensor de viudas es Dios en Su santa morada” (Sal. 68:5).
La verdadera religión es un asunto de comunión con Dios, porque al visitar a los huérfanos
y a las viudas se lleva a cabo la acción protectora de Dios sobre ellos, ya que “Jehová
guarda a los extranjeros; al huérfano y a la viuda sostiene” (Sal. 146:9). Consiste en
defender la causa del necesitado en grado superlativo sobre todo en el contexto social de los
tiempos en que se escribe la Epístola. La verdadera piedad es la expresión de una vida de
relación con Dios en plena comunión con Él: “Porque Jehová vuestro Dios es Dios de
dioses y Señor de señores, Dios grande, poderoso y temible, que no hace acepción de
personas, ni toma cohecho; que hace justicia al huérfano y a la viuda; que ama también al
extranjero dándole pan y vestido” (Dt. 10:17–18). El verdadero creyente demuestra la
eficacia de su piedad cuando decide ser proveedor y defensor del necesitado, mostrando
con ello el verdadero amor de Dios en él (Mt. 25:35–40). Este es el que no ama de palabra,
sino de hecho y en verdad (1 Jn. 3:18). Santiago exhorta a los creyentes a involucrarse
socialmente ayudando a los necesitados, especialmente a los que son más sensibles a ello
en la sociedad.
La acción ha de ser completa, porque se trata de ayudarle hasta que puedan superar τῇ
θλίψει αὐτῶν, las tribulaciones de ellos. La tribulación sólo se resuelve cuando quedan
resueltas sus necesidades. No consiste en darles mezquinamente, sino en compartir con
ellos para que, sin dejar de tener lo necesario el que atiende a sus necesidades, ellos tengan
suficiente para su sustento. El que tiene bienes de este mundo debe compartir con los
necesitados, especialmente si son sus hermanos en la fe y, además si son necesitados como
los huérfanos y las viudas. Lo contrario es una fe aparente y una vida de hipocresía
espiritual porque “el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y
cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” (1 Jn. 3:17). La
verdadera piedad no consiste en palabras sino en hechos: “Hijitos míos, no amemos de
palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1 Jn. 3:18).
ἄσπιλον ἑαυτὸν τηρεῖν ἀπὸ τοῦ κόσμου. Pero, además del compromiso de ayuda social
a los necesitados está el de santidad. El que vive la vida de fe en relación y comunión con
Dios, debe guardarse a sí mismo, sin mancha. El modo verbal τηρεῖν, en presente de
infinitivo, indica una acción continuada que persiste en conservarse inmune a la
contaminación. Implica una responsabilidad personal, consistente en guardarse a sí mismo.
La contaminación que ha de evitarse es la contaminación del mundo. El Señor no pidió al
Padre que preservara a los creyentes quitándolos del mundo, sino guardándolos del mal (Jn.
17:15). El peligro no consiste en vivir entre mundanos, sino en vivir como mundanos. El
término κόσμου, mundo, es el usado para referirse al sistema gobernado por Satanás. El
creyente que ama al mundo y sus cosas, se constituye en enemigo de Dios (4:4). Esto es,
quien ama al mundo no puede llamarse religioso, en el sentido de expresión de piedad.
La verdadera vida cristiana no descansa en apariencia de piedad, sino en la vivencia real
de ella. La vida cristiana nace y se desarrolla primero en el corazón, manifestando luego en
obras de piedad la realidad piadosa que hay en el interior. El verdadero secreto de la vida
cristiana consiste en hablar menos de piedad y vivirla determinadamente. De otro modo, ser
cristiano no consiste sólo en hablar de Cristo, sino esencialmente en vivir a Cristo (Fil.
1:21).
CAPÍTULO 2
EL CRISTIANO Y LA FE
Introducción
La vida cristiana que nace en un acto de fe, se desarrolla luego en la esfera de la fe. La
victoria del creyente que vence al mundo descansa en la fe (1 Jn. 4:17). No es suficiente
con una mera profesión de fe, porque la fe es dinámica y se hace visible a quienes observan
la vida del cristiano. Una correcta relación con Dios exige, necesariamente, una correcta
relación con el prójimo, que demanda, entre otras cosas, imparcialidad. Teniendo en cuenta
que el cristiano debe vivir a Cristo, ha de mostrarse imparcial, puesto que una de las
grandezas de Jesús es la imparcialidad con que trató a todos los hombres. De tal modo,
quien vive una vida de fe y vive a Cristo, debe manifestar la misma condición de vida. La
imparcialidad corresponde a la verdadera fe y está en sintonía con los propósitos y el actuar
de Dios, por lo que es consecuente con la obediencia a la Palabra. Ser imparcial es
armonizar con el propósito electivo de Dios que escogió a lo pobre del mundo, por tanto, lo
que es objeto del agrado divino no debe ser rechazado por quien cree en Él.
Al mismo tiempo, el cristiano no vive bajo un sistema legal, al modo de los creyentes
del Antiguo Testamento. Sin embargo, eso no quiere decir que no esté bajo lo que Santiago
llama la ley de la libertad, que sin permitir el libertinaje vincula al creyente con el deber
natural de la vida de fe. El cristiano tiene la obligación moral de obedecer la voluntad de
Dios expresada en la Escritura. De ahí que la fe que está viva se mantiene en la ley del
amor.
Santiago habla de la dinámica de la fe en el creyente y, por consiguiente, de las
consecuencias que acarrea. Una verdadera fe ha de manifestarse en obras que la evidencien.
La aparente insistencia en el obrar ha sido, en cierta medida, mal entendido como si el
escritor estuviera enseñando la justificación por obras, contraria a la justificación por la fe
(Ro. 5:1). Este mal entendido ocasionó cierta polémica en los reformadores, principalmente
en Lutero, que llegó a calificar el escrito como la Epístola de paja., La falta de
comprensión sobre la enseñanza de Santiago ha sido el principal motivo de conflicto. El
escritor está interesado en demostrar que la fe tiene que manifestarse visiblemente en obras.
No enseña en ningún lugar del escrito que las obras son las que justifican, sino que la fe que
salva y permite la justificación se hace visible por medio de las obras. Santiago no está
tratando el tema de la justificación, sino de la ética que manifiesta la realidad de la
salvación. Mediante dos ejemplos bíblicos demuestra con la Palabra que la fe y las obras
van juntas. El que ha sido justificado por la fe experimenta en la santificación la acción de
la fe que se manifiesta en obras. En sus observaciones finales utiliza la figura de un cuerpo
sin vida, para expresar lo que supone una fe meramente intelectual.
El desarrollo del capítulo es sencillo. Bajo el tema general del cristiano y la fe, se
establece la siguiente división para su estudio:
1. El cristiano y la fe (2:1–26).
1.1. La fe exige imparcialidad (2:1–4).
1.2. La fe evita las afrentas (2:5–7).
1.3. La fe cumple la ley real (2:8–11).
1.4. La fe manifiesta misericordia (2:12–13).
1.5. La fe se evidencia en obras (2:14–19).
1.6. La fe ejemplificada (2:20–25).
1.7. La inutilidad de la fe intelectual (2:26).
El cristiano y la fe (2:1–26)
La fe exige imparcialidad (2:1–4)
1. Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin
acepción de personas.
Ἀδελφ μου, μὴ ἐν προσωπολημψ ἔχετε τὴν πίστιν τοῦ
οί ίαις
1
Griego: ἔχω.
favorecerla frente a otros menos agraciados. Santiago dice que los cristianos que tienen una
fe auténtica en el Señor no deben ser parciales en enjuiciar a los demás. Especialmente
relevante es el menosprecio hacia el pobre, ya que Cristo se hizo pobre por amor de
nosotros (2 Co. 8:9). El Señor recibió a todos sin acepción de personas (Jn. 6:37), por tanto,
quien cree en Él y vive su vida en sintonía con el Señor, no puede hacer acepción de
personas.
2. Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y con ropa
espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso.
ἐὰν γὰρ εἰσέλθῃ εἰς συναγωγὴ ὑμῶν ἀνὴρ χρυσοδακτ ἐν
ν ύλιος
ἐὰν γὰρ εἰσέλθῃ εἰς συναγωγὴν ὑμῶν. Para exhortar sobre el favoritismo comienza
poniendo un ejemplo, que se trata de una suposición introducida por la expresión
condicional ἐὰν γὰρ εἰσέλθῃ, porque si entra. Esta expresión condicional podría expresarse
como: supongamos que entra. Aunque la forma verbal εἰσέλθῃ, entra, es un aoristo de
subjuntivo, denota una acción futura, que tiene posibilidad de que se produzca.
Santiago se refiere a una reunión de iglesia, para lo que literalmente escribe εἰς
συναγωγὴν ὑμῶν, en una sinagoga de vosotros. Es la terminología propia de un hebreo
para referirse a una congregación de creyentes. Como personas judeo-cristianas, tenían que
estar bien acostumbrados al uso de ese término.
ἀνὴρ χρυσοδακτύλιος ἐν ἐσθῆτι λαμπρᾷ. Los cristianos están reunidos cuando,
supuestamente, se produce la entrada de un ἀνὴρ χρυσοδακτύλιος, varón con anillo de oro,
literalmente un dedo de oro. La expresión sugiere un hombre enjoyado, que lleva varios
anillos de oro. El anillo era expresión visible de categoría social elevada. Al llevar varios
anillos indica que era una persona pudiente en la sociedad, que correspondería con un
hombre rico de su tiempo.
Unido a las joyas y en correspondencia con ellas, sus vestidos eran ropas lujosas ἐν
ἐσθῆτι λαμπρᾷ, literalmente vestidos resplandecientes. El término aparece en otros lugares
del Nuevo Testamento (cf. Lc. 23:11; Hch. 10:30; Ap. 15:6; 18:14; 22:1, 16). No se dice si
este hombre rico era creyente o se trataba de un simple visitante que llegaba a la
congregación. Las reuniones de los cristianos en la iglesia primitiva estaban abiertas a
quienes querían asistir a ellas, de modo que este hombre, supuestamente rico, podía estar
presente como cualquier otro, fuese o no de la comunidad cristiana (1 Co. 14:23–24).
εἰσέλθῃ δὲ καὶ πτωχὸς ἐν ῥυπαρᾷ ἐσθῆτι. Junto con el rico había entrado también un
asistente pobre. La ilustración ofrece un marcado contraste entre el vestido lujoso del rico y
el andrajoso del pobre. Santiago utiliza para describirlo el sustantivo ῥυπαρᾷ, que denota
algo sucio, inmundo. No se trataba sólo de un vestido usado y viejo, sino que estaba sucio y
probablemente maloliente. Tal vez era los únicos harapos que poseía, con los que se cubría
e incluso dormía. No tendría otro vestido, por tanto, lo usaba continuamente con lo que se
deterioraba y ensuciaba cada vez más. La presencia del pobre manifiesta la existencia de un
estado social paupérrimo, que contrasta profundamente con los ricos. En la historia humana
siempre hubo diferencias de status social. Pero, para unos y para otros, la iglesia es un lugar
de encuentro, donde los cristianos no pueden hacer distinciones y mucho menos acepción
de personas.
3. Y miras con agrado al que trae la ropa espléndida y le decís: Siéntate tu aquí en
buen lugar; y decís al pobre: Estate tú allí en pie, o siéntate aquí bajo mi estrado.
ἐπιβλέψη ἐπὶ τὸν φοροῦντα τὴν ἐσθῆτα τὴν λαμπρὰν καὶ
τε δὲ
1
ἐκεῖ ἢ κάθου, allí o siéntate, atestiguada en A, Ψ, 33, 81, 1292, 1505, 1611, 2128, l 591,
ar, s, t
it , vg, syrh, geo, Cirilo, Hesiquio de Jerusalénlat, Agustín.
allí o siéntate bajo el estrado de mí.
ἢ κάθου ἐκεῖ, o allí siéntate, que se lee en B, 945, 1175, 1241, 1243, 1739, 1852, 2298, itff.
ἐκει ἢ κάθου ὧδε, allí o siéntate acá, lectura en p24vid, א, 322, 323, 436, 1067, 1409, 1735,
2344, 2464, Biz [K, L, P] Lect syrp, copbo, eth, slav.
ἐπιβλέψητε δὲ ἐπὶ τὸν φοροῦντα τὴν ἐσθῆτα τὴν λαμπρὰν. El párrafo comenzó
enseñando lo improcedente de hacer la acepción de personas (v. 1). La ilustración enfatiza
aquí ese incorrecto proceder. La presencia del rico vestido lujosamente en la congregación
produce una acción de simpatía hacia él, no tanto por lo que es sino por lo que tiene. El
trato hacia el rico consiste en ἐπιβλέψητε, mirar con agrado, literalmente mirar sobre,
término que se utiliza en el Nuevo Testamento en sentido de mirar favorablemente, por
tanto, equivale a prestar especial atención al pudiente que había entrado en la congregación.
αὶ εἴπητε· σὺ κάθου ὧδε καλῶς. Es interesante apreciar el plural del verbo ἐπιβλέψητε,
miráis con agrado, que involucra a todos en la acción, esto es, toda la congregación está de
acuerdo con quien preside la reunión y se identifica con él en el trato que da al rico. El trato
favorable consistía en ofrecerle el asiento más cómodo y la posición más honorable. La
descripción alude al que preside la reunión, quien se dirige al rico con un σὺ κάθου, tú
siéntate, forma verbal en presente de imperativo que determina una invitación enfática para
hacer lo que se indica. Al rico se le reservaba un lugar confortable: ὧδε καλῶς, aquí bien,
es decir, siéntate aquí en lugar confortable, en el mejor sitio disponible. En los días de
Santiago los escribas y fariseos ocupaban los asientos más importantes en las sinagogas
(Mt. 23:6; Mr. 12:39; Lc. 11:43; 20:46). A este hombre rico se le invita a ocupar el lugar
reservado para personas honorables.
καὶ τῷ πτωχῷ εἴπητε· σὺ στῆθι ἐκεῖ ἢ κάθου ὑπὸ τὸ ὑποπόδιον μου. En contraste con el
rico, al pobre no se le concede importancia alguna. Es más, la oración en el texto griego
supone incluso un sentido de molestia y desprecio personal. Al pobre se le ordena: σὺ στῆθι
ἐκει, tú estate allí, posiblemente en el lugar de entrada a la congregación, ordenándosele
permanecer allí. El que preside la asamblea manda al pobre quedarse en pié allí, lejos del
lugar de la presidencia. En último extremo si no quería estar en pie podía sentarse en el
suelo, κάθου ὑπὸ τὸ ὑποπόδιον μου, al lado del escabel en donde el presidente apoyaba sus
pies. El pobre es tratado con absoluta falta de consideración.
En un interesante párrafo, sobre la supuesta situación descrita por Santiago, el profesor
Salguero, escribe:
“Hacer esto en una reunión cristiana es algo infamante. La iglesia es tanto para el
pobre como para el rico, y hacer muestras de servilismo a los que parecen ricos, mientras
se relega a un rincón al pobre, es ser injusto y vano en el juzgar a las personas. Porque el
hombre, como ve sólo lo exterior -Dios, en cambio, ve el corazón-, fácilmente se equivoca,
dejándose llevar de las apariencias y no juzgando según manda la justicia. El pecado de la
acepción de personas, sobre todo en los jueces, magistrados, príncipes, es condenado con
frecuencia en los Profetas, en la Ley y en los libros Sapienciales. Del Mesías se dice: ‘No
juzgará por vista de ojos ni argüirá por oídas de oídos, de la tierra… La justicia será el
cinturón de sus lomos, y la fidelidad el ceñidor de su cintura’. Y, en efecto, Cristo no juzgó
según las apariencias, sino según justicia. Por eso recibió con amor a los pobres y los
defendió; en cambio, a los ricos los trató con severidad (Lc. 6:24; 16:19–31; 18:24–25).
Esto mismo lo confiesan los fariseos cuando dicen al Señor: ‘Maestro, sabemos que eres
sincero, y que con verdad enseñas el camino de Dios, sin darte cuidado de nadie, y que no
tiens acepción de personas”2.
2
J. Salguero. o.c., pág 49.
4. ¿No hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís a ser jueces con malos
pensamientos?
οὐ ἐν ἑαυτοῖς καὶ ἐγένεσθε κριταὶ διαλογισμῶν
διεκρίθητε
πονηρῶν
malvados?
Ἀκούσατε, ἀδελφοί μου ἀγαπητοί· En una forma directa Santiago trata de llamar la
atención a los lectores mediante la expresión: “Hermanos míos amados, oíd”. Como es
propio en la construcción gramatical griega, lo que se trata de resaltar se coloca al principio
de la oración, en este caso mediante ἀκούσατε, oíd, un aoristo de imperativo que indica una
acción terminada que exige determinación, como si dijese: prestad ya atención de una vez.
Con la advertencia enfática, va unido el afecto pastoral que trata con firmeza pero con
profundo afecto a los hermanos a quienes va dirigida. No sólo les llama ἀδελφοί μου,
hermanos míos, sino también ἀγαπητοί, amados.
οὐχ ὁ Θεὸς ἐξελέξατο. Mediante una pregunta retórica que exige una respuesta
afirmativa, se presenta a Dios eligiendo. El escritor señala a una acción definitivamente
realizada, utilizando para ello la forma verbal ἐξελέξατο, escogió, que es un aoristo en voz
media, por tanto, expresa la idea de un acto que recae en beneficio de quien lo ejecuta. Dios
escogió para sí. La elección divina es un ejercicio de soberanía que hace conforme a su
voluntad (Ef. 1:4). Dios no escoge en base al mérito, sino en razón de su amor y propósito
eternos (2 Ti. 1:9). La doctrina de la elección es una de las más consoladoras de la Biblia.
τοὺς πτωχοὺς τῷ κόσμῳ. Los objetos de la elección son los pobres del mundo,
literalmente los pobres según el mundo. Se trata aquí de un dativo de interés que equivale a
los pobres según el mundo los ve. No está se está enseñando aquí que Dios haya escogido a
todos los pobres de este mundo o que la lección es sólo para los pobres, pero sí que ha
escogido a pobres de este mundo. Los creyentes a quienes se dirige el escrito sabían por
experiencia que la mayoría de los cristianos eran gente de condición humilde, así lo
atestigua el apóstol Pablo: “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos
sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del
mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios,
para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que
no es, para deshacer lo que es” (1 Co. 1:26–28).
πλουσίους ἐν πίστει. El causa de la elección no es porque fuesen ricos en fe, ni mucho
menos porque la pobreza generase riqueza de fe. Ellos fueron escogidos por Dios para ser
o para que fuesen ricos en fe, es decir, llegaron a ser ricos en fe por la elección de Dios. De
ahí que sean pobres según el concepto del mundo, pero ricos desde el punto de vista de la
fe; estos son aquellos que viven “como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo” (2 Co.
6:10). No cabe duda que los pobres, al no tener los recursos que poseen los ricos, están más
dispuestos a la dependencia de Dios. Sin embargo, Dios no se inclina a ellos por el simple
hecho de ser pobres, sino en razón de su necesidad de salvación como hombres. Es cierto
que Dios tiene una especial atención hacia los pobres ya que “Él levanta del polvo al
pobre, y al menesteroso alza del muladar” (Sal. 113:7). La fe es, como todo lo de
salvación, un don de Dios (Ef. 2:8–9). La vida de fe en el aspecto de la santificación es lo
único que agrada a Dios (He. 11:6). Las bendiciones de Dios son la respuesta suya al
ejercicio de la fe, como la respuesta a las oraciones (Mt. 21:22; Stg. 1:6); la adopción de
hijos por la fe en Cristo (Jn. 1:12); la dotación de poder para la vida victoriosa (Jn. 14:12;
Ro. 10:11; Col. 1:23); el descanso por al alma (He. 4:3); la absoluta seguridad (1 Jn. 5:14).
καὶ κληρονόμους τῆς βασιλείας ἧς ἐπηγγείλατο τοῖς ἀγαπῶσιν αὐτόν. Las riquezas de
la elección se manifiestan en el hecho de que los ricos en fe son “herederos del reino que
Dios ha prometido a los que le aman”. Cada creyente es heredero de Dios, porque es
coheredero con Cristo (Ro. 8:17). Los creyentes son constituidos hijos de Dios (Jn. 1:12).
Una de las bendiciones que comporta la condición de hijos de Dios, es la del disfrute de la
herencia. Por la condición de hijos somos herederos de todas las riquezas del Padre. Dios
mismo es la herencia de los suyos (Sal. 16:5, 6). De otro modo, la filiación incluye el
derecho a la herencia. Le corresponde la herencia que ya está reservada para quienes son
hijos de Dios, y que será disfrutada en el tiempo final (1 P. 1:4). Nada hay que pueda ser
reservado para los hijos, puesto que no sólo son herederos de Dios, sino que son también
coherederos con Cristo. En su condición de Unigénito del Padre (Jn. 1:14), todo cuanto
pueda existir ha sido hecho en Cristo, por Cristo y para Cristo (Col. 1:16). Esa herencia es
sólo del heredero que es Cristo. Pero, por unidad con Él, los creyentes venimos a ser uno en
el Heredero, por tanto, todo cuanto tiene que ver con la herencia de Él tiene que ver con la
herencia nuestra. De otro modo, la herencia no se divide, es compartida por igual con todos
los herederos. Esa es la herencia de los santos en luz. Algunos creen que la herencia será
dada en fracciones a cada uno conforme a su capacidad de administrarla, de manera que el
tránsito del creyente por el mundo definirá el alcance de la herencia que ha de disfrutar en
la eternidad. Sin embargo, tal idea no encaja con la enseñanza bíblica y procede,
probablemente de una exégesis defectuosa de las recompensas a los siervos de la parábola
(Lc. 19:17ss). La herencia por ser del Unigénito no es divisible porque solo existe un
heredero cósmico, y no es divisible con los hijos, sino compartida por todos ellos en razón
de estar vinculados como hijos en el Hijo. Dios operó un cambio de posición en quienes
son ricos en fe para Él, trasladándolos de la esfera de esclavitud a causa del pecado, a una
de plena libertad en el reino de su amado Hijo (Fil. 1:13). Quiere decir que los creyentes
están ya en el reino de Dios, porque han sido llamados por Él a Su reino y gloria (1 Ts.
2:12). Es la misma promesa que Jesús dio en el Sermón del Monte: “Bienaventurados los
pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt. 5:3).
Nuevamente surge aquí la necesidad de definir que es el reino de Dios, ya que los
creyentes son herederos del reino prometido por Dios a todos los que le aman. ¿Está
pensando Santiago en el reino literal de Cristo en la tierra? Así lo entienden algunos, como
escribe el Dr. Carballosa:
“Aunque la Iglesia es un aspecto del reino de Dios, ciertamente no es el reino
mesiánico escatológico. El apóstol Santiago parece estarse refiriendo al reino futuro aquí
en 2:5, y no a la Iglesia como tal. En el reino mesiánico no habrá favoritismo ni
discriminación contra los pobres que por fe serán herederos de dicho reino. Serán
herederos porque tiene una relación personal con el Rey Cristo Jesús y lo demuestran
amando al Señor”3.
Aun aceptando la realidad futura de un aspecto del reino, que se establecerá en la
segunda venida de Cristo, Santiago está escribiendo en un contexto de iglesia para el
tiempo actual. La ilustración del rico y del pobre no se dan en el futuro del reino sino en el
momento actual de la iglesia, a cuyos miembros está escribiendo. No cabe duda que en el
reino futuro del Mesías no habrá discriminación social alguna, pero la enseñanza sobre la
no discriminación en el contexto del versículo tiene que ver con la iglesia y no con el reino
mesiánico escatológico.
Reino en la Biblia es más bien un concepto teológico que una manifestación
escatológica, aunque la comprenda también. Reino de Dios o reino de los cielos, son
conceptos sinónimos e idénticos utilizados indistintamente en los evangelios para referirse
a los mismos asuntos. Mateo utiliza mayoritariamente en término reino de los cielos, puesto
que la intención de su evangelio es la de responder a una pregunta de urgente necesidad
formulada por los judíos: Si Jesús es el Mesías, ¿donde está el reino?”. Conviene, pues, a
las intenciones de la redacción del evangelio según él, utilizar el nombre profético para el
reino mesiánico, mientras que los otros sinópticos utilizan preferentemente el término reino
de Dios, en los mismos lugares y para idénticas referencias. Reino de Dios o reino de los
cielos es el entorno donde Dios gobierna, es reconocido como Rey y voluntariamente
obedecido. Siempre hubo en la tierra una manifestación del reino de los cielos. En el
tiempo presente el reino es el misterio revelado, que tiene que ver con la Iglesia, según
enseñanza del mismo Señor en las parábolas del reino (Mt. 13). En el futuro habrá una
expresión del reino en sentido literal, durante el milenio, donde el Señor gobernará el
mundo cumpliendo el programa divino (He. 2:5). Ese tiempo escatológico será necesario
para el cumplimiento de las promesas y de los pactos con Israel. Las Escrituras enseñan la
realidad de un reino mesiánico escatológico (cf. Is. 2:1–2; 9:1–7; 11:1–16; 24:23; 33:17,
24; 35:1–10; Mi. 4:1–13; Zac. 14:1–21; Mt. 25:31–34; 2 Ti. 4:1–2; Ap. 20:1–6). Sin
embargo, ese aspecto del reino de los cielos, dará paso al estado del reino eterno, después
de la disolución completa de esta creación (2 P. 3:10–12). Dios llevará a cabo una nueva
creación, con sujeción universal a Él (Ap. 21:1; 1 Co. 15:28). Como eterno Rey de reyes y
Señor de señores, el Hijo reinará para siempre según está determinado (Is. 9:6–7; Dn. 7:14;
Lc. 1:33).
Santiago afirma que el reino es una promesa de Dios para los que le aman. Sólo aman
realmente a Dios aquellos que han nacido de nuevo y tienen el amor de Dios en ellos (Ro.
5:5). Los herederos del reino se caracterizan por su amor inalterable al Señor (Ef. 6:24).
La enseñanza aquí es un eco notorio de la del Señor en lo que se llaman las
bienaventuranzas, así lo dijo: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es
el reino de los cielos” (Mt. 5:3). Como se dijo ya en el comentario a este versículo, la
condición del creyente para ser dichoso o bienaventurado es la pobreza en espíritu. La
3
Evis L. Carballosa. o.c., pág. 135.
palabra utilizada por Mateo para pobres, equivale a quien no tiene absolutamente nada. Es
la misma palabra usada para mendigo en la historia de Lázaro (Lc. 16:19–22). En el
Antiguo Testamento pobre era aquel que no tenía nada, no podía alcanzar nada y, por tanto,
dependía absolutamente de Dios para su cuidado, liberación, provisión y sustento. Por eso
decía David refiriéndose a su propia experiencia cuando estaba huido de Saúl, perseguido
por él y expuesto a perder la vida: “Este pobre clamó, y le oyó Jehová, y lo libró de todas
sus angustias” (Sal. 34:6). Jesús no está llamando felices o bienaventurados a los pobres de
espíritu. Estos nunca podrán ser felices. Un pobre de espíritu es un apocado, un pusilánime,
aquel que no tiene deseos ni ilusión alguna para superar sus circunstancias y cambiar de
vida. El Señor está hablando de los pobres en espíritu, es decir, los que son pobres respecto
de su propio espíritu. Pobre en espíritu es aquel que ha perdido toda confianza en sus
fuerzas espirituales y en su propia justicia personal y descansa plenamente en Dios. Es
aquel que ha dejado su orgullo personal y ha sopesado su fortaleza humana, encontrando
que no tiene ningún tipo de recurso ni esperanza alguna en todo esto. Por tanto, solo tiene el
camino de clamar a Dios para decirle: “Dios, se propicio a mí que soy un pecador” (Lc.
18:13). Pobre en espíritu es aquel que comprende su completa miseria y no puede esperar
nada de sí mismo. Es aquel que exclama como el apóstol Pablo: “¡Miserable de mí! ¿Quién
me librará de este cuerpo de muerte?” (Ro. 7:24). Este es el que confiesa su pobreza y
descansa, de ahí en adelante, sólo en la gracia de Dios. Se ha dado cuenta que necesita cada
vez más de esa gracia y entiende que el Señor está dispuesto a dársela conforme a su
promesa, porque “el da mayor gracia” (Stg. 4:6). El espíritu humillado, la pobreza en
espíritu es lo único que Dios acepta. Con cuanto énfasis lo registra en Su nombre el profeta
al decir: “miraré aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mí palabra” (Is.
66:2). Nada hay que Dios acepte que no sea el espíritu humillado. Así lo afirmaba David:
“Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrando; al corazón contrito y humillado no
despreciarás tú, oh Dios” (Sal. 51:17). Debe entenderse que la salvación, que abre el
camino de las bendiciones, del gozo y de la bienaventuranza, sólo se otorga al que viene a
Dios en pobreza de espíritu, porque “cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y
salva a los contritos de espíritu” (Sal. 34:18). La justificación al pecador solo es posible
cuando reconoce su miseria y clama a Dios por misericordia. De esa manera actuó el
publicano que siendo pobre en espíritu decía al Señor en su oración: “Dios, se propicio a
mí, pecador” (Lc. 18:13). En contraste estaba la actitud arrogante del fariseo, que no se
consideraba pobre en espíritu. Para él sus virtudes y perfecciones le hacían acreedor de la
gracia de Dios y le proporcionaban la justificación de sus pecados. No era pobre en espíritu
por cuanto era el mejor de los hombres, como se atrevía a proclamar delante de Dios en su
oración: “Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos,
adúlteros, ni aún como este publicano” (Lc. 18:11). La diferencia entre ambos ilustra la
situación del rico en su propia opinión, y del pobre en espíritu delante de Dios. El fariseo
suponía que oraba a Dios, sin embargo lo estaba haciendo consigo mismo (Lc. 18:11a). El
publicando no se atrevía ni a mirar arriba, pero estaba siendo oído por Dios. Éste último,
mendigo espiritual, descendió justificado, mientras que el arrogante engreído no pudo serlo
porque confiaba en su propia justicia. La razón de la felicidad, la causa de la dicha, la base
de la bienaventuranza consiste en que “de ellos es el reino de los cielos”. El pobre en
espíritu, porque clama a Dios y confía en Dios está en el reino de los cielos (Col. 1:13).
Sólo en la pobreza de espíritu se accede al nuevo nacimiento y con él se abre la entrada al
reino de los cielos (Jn. 3:3, 5). Los fariseos pretendían entrar al reino por su propia justicia,
pero sólo podrán hacerlo aquellos que estén en la suprema y única justicia de Dios, que
otorga por gracia a todo aquel que cree: “mas al que no obra, sino cree en aquel que
justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (Ro. 4:5). De ahí que más adelante, en el
transcurso del Sermón del Monte, el Maestro haga la advertencia solemne a todos los que
escuchaban sus palabras: “Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de
los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (5:20). El que está en el reino
goza de las bendiciones, gracia y favores de Dios, siendo dichoso, o bienaventurado,
porque nada le falta (Sal. 23:1). Esa es también la bendición general para el cuerpo de
creyentes que es la Iglesia. La iglesia bienaventurada es aquella de quien el Señor puede
decir: “Yo conozco tus obras, y tu pobreza (pero tú eres rico)” (Ap. 2:9). En contraste está
la aparente felicidad, que no es más que un puro espejismo, de aquella que se considera
como iglesia grande, rica y sin ninguna necesidad. Para ella el Señor tiene palabras que
revelan su tremenda situación: “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de
ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre,
ciego y desnudo” (Ap. 3:17). En la medida que un creyente o una iglesia esté llena de sí
mismo, así también está vacía de Cristo. El pobre en espíritu es bienaventurado porque
goza del cuidado y de la comunión con Dios. Aquel que quita su soberbia de en medio de
él, tiene la promesa de que en esa misma limpieza, de pobre y humilde que confía sólo en el
nombre del Señor, Él actuará y nunca más verá mal, sino que experimentará la riqueza
plena de la salvación de Dios, quien se gozará sobre el tal con alegría y callará de amor
(Sof. 3:11, 12, 15, 17). Estos que son pobres en espíritu son bienaventurados porque todas
las cosas les ayudan a bien (Ro. 8:28). El reino es de ellos ahora, aquí, en el momento
presente y luego se extenderá perpetuamente en los cielos (1 P. 1:14).
6. Pero vosotros habéis afrentado al pobre. ¿No os oprimen los ricos, y no son ellos los
mismos que os arrastran a los tribunales?
ὑμεῖς δὲ ἠτιμάσατε τὸν πτωχόν. οὐχ οἱ πλούσιοι
κριτήρια
tribunales?
ὑμεῖς δὲ ἠτιμάσατε τὸν πτωχόν. Los creyentes, en una baja expresión de vida de fe,
afrentaban a quienes Dios había escogido. La partícula conjuntiva δὲ, hace aquí las
funciones de la conjunción adversativa, en castellano, pero, o también de la copulativa y,
contrastando profundamente la acción de los creyentes y la de Dios. Él ensalza al pobre,
mientras que aquellos lo humillaban, cometiendo un acto impío oponiéndose resueltamente
al juicio de Dios y quebrantando su Palabra: “Peca el que menosprecia a su prójimo; más
el que tiene misericordia de los pobres es bienaventurado” (Pr. 14:21). Cualquier acción
contra un escogido de Dios, es una acción directamente hecha contra Dios. Esa fue la gran
primera lección que el perseguidor Saulo aprendió en el camino a Damasco; perseguidor de
los creyentes era por ello perseguidor de Cristo mismo (Hch. 9:4–5).
A los que habían consentido en el menosprecio al pobre en la congregación, se les acusa
enfáticamente de haber despreciado al pobre. La forma verbal ἠτιμάσατε, como aoristo del
verbo expresa la idea de un hecho realizado, que conlleva la idea de deshonra y afrenta.
Como dice el Dr. Carballosa: “Aquellos que Dios ha elegido han sido deshonrados por los
que profesan conocer a Dios”4.
οὐχ οἱ πλούσιοι καταδυναστεύουσιν ὑμῶν καὶ αὐτοὶ ἕλκουσιν ὑμᾶς εἰς κριτήρια. Para
enfatizar el acto impropio de aquellos que habían hecho acepción de personas con el pobre,
apela a la experiencia que ellos mismos tenían con los ricos. Mediante una pregunta
retórica expresada en forma negativa demanda una respuesta positiva y reflexiva de los
lectores: οὐχ οἱ πλούσιοι καταδυναστεύουσιν ὑμῶν, “¿No os oprimen los ricos?”. El
adjetivo πλούσιοι, ricos, designa generalmente a personas con posesiones materiales (cf.
Mt. 19:23–30; 27:57; Lc. 6:24; 12:16; 14:12; 16:1; 1 Ti. 6:17; Ap. 3:17; 13:16).
La Biblia no condena la posesión de riquezas, es más, hay grandes hombres de fe, como
Abraham, que eran muy ricos. Lo que la Escritura prohíbe es el amor por las riquezas (1 Ti.
6:10). Donde está el tesoro codiciado allí también está orientado el corazón del hombre
(Mt. 6:21). Generalmente la codicia conduce al rico a cometer actos de opresión que le
beneficien. En la Epístola hay ejemplos concretos (5:4). Estos ricos explotaban a quienes
4
Evis L. Carballosa. o.c., pág. 136.
no podían defenderse, como siempre ocurrió (Am. 8:4; Mi. 2:2; Zac. 7:10). Santiago dice
que os καταδυναστεύουσιν, oprimen. El verbo utilizado aquí es el verbo δύναμαι, tener
poder, modificado con la preposición antecedente κατά, hacia abajo, lo que expresa la idea
de ejercer dominio sobre el que está debajo. Este verbo ocurre una vez en Hechos al
referirse a la acción liberadora de Cristo con los que estaban oprimidos del diablo (Hch.
10:38).
Los ricos acusaban a los creyentes ante los tribunales de justicia. Literalmente se lee καὶ
αὐτοὶ ἕλκουσιν ὑμᾶς, y os arrastran. El verbo usado aquí5, se utiliza para referirse a una
acción violenta contra personas (cf. Hch. 16:19; 21:30; Lc. 12:58; Hch. 8:3). Los creyentes
no iban de buen grado a los tribunales de justicia, pero la acción del rico les arrastraba a
ello. Los ricos tenían entonces –como muchas veces también ahora- el control sobre los
tribunales de justicia, por soborno de los jueces, por tanto, los pobres eran juzgados
conforme al deseo e intenciones de los ricos. Algunos cristianos llegaban al agravio de
llevar a sus hermanos ante los tribunales de justicia para defraudarlos (1 Co. 6:7–8). Esa es
la razón por la que los profetas denuncia la opresión sobre los menos pudientes de la
sociedad, como era el caso de huérfanos, viudas y de los débiles en general (Am. 4:1; Jer.
7:6).
7. ¿No blasfeman ellos el buen nombre que fue invocado sobre vosotros?
οὐκ αὐτοὶ βλασφημ τὸ καλὸν ὄνομα τὸ ἐπικληθὲ ἐφʼ
οῦσιν ν
ὑμᾶς
vosotros?
5
Griego: ἕλκω.
segunda persona plural del pronombre personal vosotros.
οὐκ αὐτοὶ βλασφημοῦσιν τὸ καλὸν ὄνομα τὸ ἐπικληθὲν ἐφʼ ὑμᾶς. Nuevamente utiliza la
fórmula de una pregunta retórica que exige del lector una respuesta positiva que confirma
lo que se afirma en la pregunta. Los ricos no solo arrastraban a los creyentes a los tribunales
haciéndoles violencia, sino que βλασφημοῦσιν, blasfeman del nombre invocado sobre los
creyentes. La forma verbal aparece en presente de indicativo lo que determina una acción
continua, como si se dijese están continuamente blasfemando. Podían ser ellos los que
blasfemaban o quienes inducían a otros a hacerlo. Tal era el testimonio que el apóstol Pablo
daba de sus acciones contra los cristianos (Hch. 26:11). En este caso pudiera tratarse de las
manifestaciones visibles de sus violencias contra cristianos, especialmente si eran hermanos
en la fe, que hacían que los incrédulos menospreciasen el nombre de cristianos, seguidores
de Cristo, que se invocaba sobre ellos. De otro modo, hablaban mal del Señor de los
cristianos.
Se habla aquí de τὸ καλὸν ὄνομα τὸ ἐπικληθὲν ἐφʼ ὑμᾶς, el buen nombre invocado
sobre vosotros. Con toda seguridad se estaba refiriendo al nombre de Jesucristo, el que es
sobre todo nombre (Fil. 2:9). En el Antiguo Testamento, cuando se pronunciaba el nombre
de Dios sobre algo o sobre alguien equivalía a ponerlo bajo la protección divina y
declararlo como propiedad de Dios (2 S. 12:28; Is. 43:7; Am. 9:12). Los ricos,
personalmente o como inductores hacía que se hablase mal del nombre del Señor. La
construcción de la frase es propia de un judío que no menciona el nombre del Señor o de
Jehová, por respeto reverente, por lo que se refiere simplemente al nombre. Sobre esto
escribe el Dr. Lacueva:
“El uso de la frase, tan repetida en el Antiguo Testamento ‘sobre nosotros es invocado
tu nombre’ (v. Dt. 28:10; 2 Co. 7:14; Jer. 14:9; 15:16; 25:29; Dn. 9:18, 19; Am. 9:12). El
propio Santiago, citando precisamente de Am. 9:11, 12, usó la frase (v. Hch. 15:17).
Significa que era privilegio de los israelitas invocar el nombre de Yahweh. ¿Se refiere aquí
Santiago al nombre de Yahweh? Ésa es mi opinión personal (v. Jn. 17:6), siguiendo a
Knowling (citado por T. Carson), quien asegura: ‘No es probable que un judío asociase la
blasfemia con un nombre inferior a un nombre divino’ (v. Lv. 24:11; Hch. 25:11)”6.
Santiago, en el Concilio de Jerusalén, como se dice antes, apeló a un pasaje de la
profecía que utiliza el nombre de Jehová como el invocado entre los gentiles (Hch. 15:17).
El nombre de Jesús sustituye totalmente al de Jehová en el Nuevo Testamento. Quiere decir
que el mal testimonio de los ricos contra los pobres en el entorno del cristianismo estaba
sirviendo de oprobio entre los gentiles al glorioso nombre del Señor.
6
F. Lacueva. o.c, pág. 28.
ν ς
Εἰ μέντοι νόμον τελεῖτε βασιλικὸν κατὰ τὴν γραφήν· Es posible que alguno buscase
disculpas en la atención al rico como expresión de amor hacia el prójimo, sin embargo, la
conducta estaba viciada en el hecho de hacer acepción de personas.
En la iglesia había gente interesada en el cumplimiento de la Ley, especialmente en
todo aquello que tenía que ver con los mandamientos generales y no ceremoniales de ella.
El versículo enfrenta a lo que ellos entendían por cumplimiento de la Ley y las verdaderas
demandas de ella, nótese la expresión εἰ μέντοι, si en verdad. No se trata de una posibilidad
sino que está haciendo una afirmación, como si dijese, ya que es verdad. El escritor asume
que algunos estaban procurando cumplir verdaderamente lo que Dios había establecido en
su Palabra.
La forma verbal τελεῖτε, cumplís, esta en presente de indicativo, lo que confirma que
por lo menos algunos en la iglesia estaban cumpliendo las demandas divinas firmemente,
ya que el verbo expresa la idea de finalizar o llevar a término. Estaban tratando de cumplir
las demandas de la ley con perseverancia.
A la Ley de Dios se le da aquí el calificativo de βασιλικὸν, real o regia. La ausencia de
artículo permite entender el calificativo como aquella ley capaz de conducir o guiar a un
rey. Sin embargo, debe considerarse aquí como una expresión de supremacía, esto es, la
Ley que reina o que está por encima de todas las leyes. Esta ley de Dios es la que establece
el modo de vida para quienes pertenecen al reino de Dios (Mt. 5:20; 7:21; Mr. 9:27).
El detalle de esa Ley está en las Escrituras, por eso añade al final de la primera cláusula:
κατὰ τὴν γραφήν, según la Escritura. Toda la Escritura es útil para enseñar, corregir,
redargüir e instruir en justicia (2 Ti. 3:16), siendo la ley de Dios para el creyente. Lo que
Santiago llama “la ley real”, no se limita al Decálogo, sino que incluye toda la Palabra.
ἀγαπήσεις τὸν πλησίον σου ὡς σεαυτόν. La ley real se resume y comprende en el
mandamiento del amor hacia el prójimo. De esto depende toda la Ley y los profetas, como
dijo Jesús (Mt. 22:40). Unido al amor a Dios está también el amor al prójimo. El
mandamiento del amor al prójimo aparece en la Ley (Lv. 19:18). Los maestros de Israel
habían desvirtuado el mandamiento al considerar que prójimos eran únicamente los
pertenecientes al pueblo de Israel, e incluso algunos consideraban sólo como prójimo al que
cumplía la Ley y llevaba una vida en consonancia con las tradiciones. Quien ama al
prójimo como a sí mismo no tendrá ningún pensamiento impropio ni realizará ninguna
acción indigna contra él. El pobre que había sido rechazado –en el ejemplo puesto antes- no
lo hubiera sido en el cumplimiento del mandato del amor. Además el mandamiento de amar
al prójimo es consecuencia de estar cumplimiento el de amar a Dios sobre toda las cosas,
como enseña el apóstol Juan: “si alguno dice: Yo ama a Dios, y aborrece a su hermano, es
mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto ¿cómo puede amar a Dios a
quien no ha visto?” (1 Jn. 4:20). Es interesante notar que en el mandamiento, el amor al
prójimo se vincula con el amor a uno mismo: ὡς σεαυτόν “como a ti mismo”. Hay un
incorrecto amor a uno mismo, egoísta, e incluso ególatra, pero hay un amor a uno mismo
conforme al pensamiento de Dios. El apóstol Pablo enseña a tener un concepto de uno
mismo, moderado y ecuánime, la prohibición es a un concepto personal mas alto del que
corresponda (Ro. 12:3). Una idea pietista o espiritualista pretende hacer creer que el
verdadero cristiano debe despreciarse a sí mismo y sentirse como inútil para todo, sin
recursos personales válidos. Eso es, en cierta medida, un insulto a Dios que ha hecho al
hombre a su imagen y semejanza y ha dotado a cada uno con dones naturales que
caracterizan a cada persona y hacen de él una entidad única en relación con el resto.
Además, a cada creyente le ha dado dones por acción soberana del Espíritu Santo. Nadie
debe dejar de sentir delante de Dios los recursos que Él le ha dado, para agradecer al
Creador y Señor sus bendiciones y entender cuales son sus verdaderas capacidades para
servirle. El concepto de uno mismo servirá como medida de amor hacia el prójimo. Tal
entendimiento conducirá nuestro pensamiento al amor de Dios, con que nos ha amado a
cada uno, reconociendo que si Él es bueno para con todos (Sal. 145:9), quienes se llaman
sus hijos han de seguirle en esa misma conducta.
Es indispensable reflexionar aquí que la distinción para el creyente no está en lo que
cree sino en cuanto ama. Nuestro Señor estableció el mandamiento prioritario para los
creyentes cuando dijo: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como
yo os he amado, así también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis
discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Jn. 13:34–35). Si Santiago estaba
poniendo un ejemplo considerando, como es posible hacerlo, al pobre como un hermano
que entra en la congregación, los creyentes de aquella iglesia estaban demostrando con su
menosprecio que no estaban siguiendo realmente a Cristo como conviene a cristianos. El
vínculo del amor al prójimo es evidencia de la realidad del nuevo nacimiento.
El amor demandado para el prójimo es el mismo amor con que Dios ama. Es el modo
de amar del Padre hacia el Hijo (Jn. 17:26); es el amor de Dios hacia los hombres (Jn. 3:16;
Ro. 5:8). Con ese amor se exhorta a amar al πλησίον, prójimo. Esto extiende el amor a
todos los hombres, incluyendo a los enemigos, a los que calumnian y a los que
perseguidores (Mt. 5:43, 44; Ro. 12:20). En la parábola del buen samaritano, el Señor
definió quien es el prójimo según el pensamiento de Dios (Lc. 10:25ss). El prójimo es aquel
con quien se usa misericordia (Lc. 10:37). Si al amor al prójimo ha de ser ὡς σεαυτόν,
como a ti mismo, quiere decir que no sólo debe evitar el daño al prójimo y el menosprecio
hacia su persona, sino que ha de buscarse lo mejor para él. Esto solo es posible cuando el
amor de Cristo se hace operativo por el Espíritu Santo en la vida del creyente (Ro. 5:5).
καλῶς ποιεῖτε. La conclusión final es consecuente. Quien ama al prójimo como a él
mismo hace bien. Santiago utiliza aquí el adjetivo καλῶς, adjetivo en griego clásico
hermoso, bello, noble, honroso, honrado, honorable, glorioso, perfecto, precioso, pudiera
también ser considerado como un adverbio, en este caso sería bien, sinónimo aquí de
correctamente o excelentemente. Unido al adjetivo va el verbo traducido por hacer, que
expresan ambos la idea de manifestar visiblemente algo excelentemente hecho. De otro
modo, hacer visible el cumplimiento de la ley real, que el Señor Jesús estableció cuando
dijo: “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado” (Jn.
15:13).
Una sencilla reflexión requiere la enseñanza de este versículo, que debe ser considerada
para la vida de cada creyente en este tiempo. La vida cristiana no consiste en hablar o
definir el amor sino en amar. El cristiano es aquel que vive a Cristo en el poder del Espíritu
(Fil. 1:21), es decir, Jesús se hace vida en la vida de cada creyente conduciéndole e
impulsándole en la misma dirección que motivaba sus acciones. Nuestro Señor amó a todos
sin excepción y estableció como seña identificativa a todos los suyos la manifestación del
amor. No se trata de un discurso sobre el amor y sus múltiples formas, sino de una vida
comprometida con él. El amor al prójimo comprende inexcusablemente el amor al hermano
en la fe. El apóstol Juan afirma que todo aquel que no ama a su hermano está todavía en
tinieblas (1 Jn. 2:9–11). Lamentablemente el amor hacia el hermano en Cristo no es la
expresión natural de vida en todos los creyentes. El espectáculo de divisiones entre los
cristianos verdaderos, aquellos que realmente han nacido de nuevo, es el peor testimonio de
Cristo ante el mundo. Algunos creen que pueden dejar de amar a sus hermanos y mantener
comunión ellos, en un mal entendido deseo de defender los principios bíblicos que, para
ellos, son quebrantados por los otros y, por tanto, no merecen ser amados. Tal condición de
vida y relación es carnalidad en lugar de firmeza delante de Dios. Las obras de la carne
producen celos, pleitos, iras, contiendas, disensiones y divisiones. No hay disculpa ni razón
alguna para excluir a nadie del amor y no se puede hablar de amor cuando se desprestigian
a los hermanos con maledicencias e incluso calumnias. Tales personas son como los
fariseos, sepulcros blanqueados por fuera per llenos e inmundicia por dentro. Ese tipo de
conducta no agrada a Dios y es contradicción en sí misma de quines manifiestan amarle. No
es posible amar a Dios y no hacerlo con el prójimo. Quien se considera hijo de Dios debe
entender que como Él es, así también sus hijos en el mundo (1 Jn. 4:17). Guardar los
mandamientos de Dios requiere hacerlo con todos y no sólo con algunos. No se puede decir
que se conoce a Dios in cumplir sus mandamientos ya que la obediencia es manifestación
de conversión (1 Jn. 2:4–5).
9. Pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley
como transgresores.
εἰ δὲ προσωπολη ἁμαρτίαν ἐργάζεσθε ἐλεγχόμενοι ὑπὸ
μπτεῖτε,
πάντων ἔνοχος.
de todos culpable.
μέλλοντες κρίνεσθαι.
οὕτως λαλεῖτε καὶ οὕτως ποιεῖτε. La vida cristiana tiene absoluta relación entre lo que
se dice y lo que se hace. Así define Lucas la vida del Señor Jesús, como lo que “comenzó a
hacer y a enseñar” (Hch. 1:1). Su enseñanza concordaba absolutamente con sus hechos. La
parénesis aquí es a lo mismo λαλεῖτε καὶ ποιεῖτε, hablad y haced, ambos verbos están en
presente de imperativo que expresa una acción continuada. Aquí hacer expresa las acciones
que manifiestan los sentimientos internos, los pensamientos y los deseos.
La vida cristiana no es asunto de buenos deseos, sino de acciones que los ponen de
manifiesto. Este será el gran tema que desarrollará luego, cuando enseñe sobre la fe
dinámica que se manifiesta en obras que ella misma impulsa. Antes estuvo enseñando la
disposición de algunos a obedecer la Escritura, pero tal deseo es estéril cuando las obras
contradicen esa disposición (vv. 8–9). La discrepancia entre el hablar y el hacer se puso de
manifiesto antes (v. 3). Una enseñanza semejante es la del apóstol Juan: “Hijitos míos, no
amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1 Jn. 3:18). No debe existir
disociación entre lo que se cree y lo que se hace, ambas cosas han de ir unidas ya que el
hacer es testimonio del creer.
ὡς διὰ νόμου ἐλευθερίας μέλλοντες κρίνεσθαι. El creyente sabe que debe amar al
prójimo como a él mismo, sin hacer acepción de personas. Pero, además sabe que habrá de
ser juzgado. La forma verbal κρίνεσθαι, ser juzgados, en presente de infinitivo en voz
pasiva, implica pasar por un proceso de juicio. El que sabe que va a ser juzgado procurará
evitar de hacer acepción de personas porque sabe que será medido con la misma medida
con que midió a los demás y con el mismo juicio con que juzgó será juzgado (Mt. 7:2). La
reciprocidad en cuanto a juicio es una advertencia del Señor. Algunos que juzgan a otros
piensan que su acción está limitada al tiempo presente, olvidándose de que tiene una
proyección futura, en un juicio en el que todos comparecerán. Cada creyente en el tiempo
de la Iglesia será examinado ante el tribunal de Cristo. Ese juicio será inevitable (Ro. 14:10;
2 Co. 5:10). El que juzga a otro queda sin excusa a causa de su propia condición. El hecho
en sí de haber juzgado ya es suficiente para acusarle de incumplir un mandamiento
divinamente establecido (Ro. 2:1). Es ilustrativo el juicio que David emitió cuando el
profeta Natán le relató la historia de aquel rico que teniendo muchas corderas, asaltó el
aprisco del pobre y robó la única que tenía para ofrecerla a un amigo visitante. La ira de
David se encendió de tal manera que juzgó que aquel hecho era digno de muerte, sin
embargo, sujetándose a lo establecido en la ley dictó la sentencia apropiada que era pagar
cuatro veces el valor de lo sustraído (2 S. 12:1–6). David juzgó más allá del hecho en sí,
juzgó la intención de otro. Aquel jucio se volvió contra él cuando el profeta le dijo: “Tú
eres aquel hombre” (2 S. 12:7). Había juzgado y fue juzgado. Dios pondrá al descubierto la
hipocresía de la conducta íntima de quien juzga intenciones, “así que no juzguéis nada
antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las
tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su
alabanza de Dios” (1 Co. 4:5). Los secretos de los hombres, ocultos al conocimiento de sus
semejantes, serán puestos de manifiesto por Dios en el juicio futuro (Ro. 2:16). Tanto el
ofensor como el ofendido comparecerán ante el tribunal de Cristo (Ro. 14:10). Cristo será
el juez en el tribunal, ya que el Padre entregó todo juicio al Hijo (Jn. 5:22, 27). El juez que
juzga es un juez justo (2 Ti. 4:8). Ante Él, que no juzga por apariencias (Ap. 1:14),
comparecerá todo aquel que ha hecho en sus juicios personales acepción de personas. El
examen ante el tribunal de Cristo tiene que ver con las acciones que expresan las
intenciones de cada creyente (2 Co. 5:10). Todos los cristianos compareceremos para
examinar el modo de nuestra edificación en la obra de Dios (1 Co. 3:9–15), que no es otra
cosa que un examen sobre el modo de vida (2 Co. 5:10).
Santiago dice que el elemento de juicio será la Ley de la libertad, sinónimo de la
Palabra, proclamada también en el evangelio. Esta Ley se ha mencionado antes (1:25). La
Ley de la libertad que hace libre el hombre, expresa también la forma de vida que Dios
determina para el salvo. La libertad no es hacer lo que se desea, sino lo que se debe hacer.
El Señor enseñó que la Palabra sería elemento acusador en el juicio para los transgresores
(Jn. 12:48). La Ley de la libertad está fundada en el amor, por tanto, cualquier acción
carente de afecto es contraria a ella. Todo el que sabe que tendrá que comparecer ante el
tribunal de Cristo y ser juzgado según la Ley de la libertad, tratará a todos con amor, dando
a todos el honor que les corresponde, evitando cualquier clase de acepción de personas.
13. Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la
misericordia triunfa sobre el juicio.
ἡ γὰρ κρίσις ἀνέλεος τῷ μὴ ποιήσαντι ἔλεος·
ἡ γὰρ κρίσις ἀνέλεος τῷ μὴ ποιήσαντι ἔλεος. La conclusión es precisa: el juicio será sin
misericordia para quien no practicó la misericordia. La sentencia en el juicio, al que hizo
referencia en el versículo anterior, corresponde a la perfecta justicia retributiva de Dios. El
apóstol Pablo hace una solemne advertencia en este sentido: “No os engañéis. Dios no
puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el
que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el
Espíritu, del Espíritu segará vida eterna” (Gá. 6:7–8).
Dios otorga misericordia al que la pide, como enseña en la parábola del siervo malvado.
De esa misma manera demanda una actuación misericordiosa para quien ha sido objeto de
misericordia (Mt. 18:32–33). Cristo enseñó que es bienaventurado el misericordioso porque
alcanza misericordia (Mt. 5:7). La práctica de la misericordia está en razón directa de haber
sido recibido por Dios a misericordia. Dios es el Padre de misericordia (2 Co. 1:3). Es a
cuasa de la misericordia que se produce la salvación del pecador perdido, porque Dios
siendo rico en misericordia y grande en amor, salva a pesar de la condición de muerte
espiritual del pecador (Ef. 2:4–5). Ante la imposibilidad de que el pecador alcanzase la más
mínima expresión de justicia, Dios le salva por misericordia (Tit. 3:5). En muchos lugares
del evangelio se dice que Jesús fue movido a misericordia. La identificación con Cristo
conduce a la práctica de la misericordia, como manifestación de la relación espiritual con el
Padre del Cielo en cuya relación de hijos, por medio de la adopción, están todos los
creyentes. Esa es la exigencia natural, que no impuesta, de la conducta cristiana, como el
mismo Señor enseña cuando dice: “Sed… misericordiosos como vuestro Padre es
misericordioso” (Lc. 6:36). El creyente debe vestirse de entrañable misericordia (Col.
3:12). La misericordia abarca tanto el sentimiento de bondad, como el acto bondadoso. La
misericordia es una de las perfecciones divinas, como proclama el Salmo: “Tuya, oh Señor,
es la misericordia” (Sal. 62:12). Como perfección divina es tan infinita como Dios mismo.
De ahí que el salmista utilice un lenguaje comparativo para expresar la dimensión
incalculable e incomprensible de la misericordia divina: “Porque como la altura de los
cielos sobre la tierra, engrandeció su misericordia sobre los que le teme” (Sal. 103:11).
Por eso, “como el Padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le
temen” (Sal. 103:13).
La identificación con Cristo hace misericordioso al creyente y permite demandar de
cada uno el comportamiento misericordioso comprendido en las palabras del Señor:
“Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y
será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo; porque Él es benigno para con
los ingratos y malos. Sed, pues, misericordiosos como también vuestro Padre es
misericordioso” (Lc. 6:35–36). Esta es la forma natural de vida para cada cristiano. El
apóstol Pablo establece la demanda cuando dice: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios,
santos y amados, de entrañable misericordia” (Col. 3:12). Es ilustrativo el ejemplo de
Estaban que lleno del Espíritu Santo perdonaba a sus verdugos como Jesús había hecho
antes (Hch. 7:60). Ser misericordioso es el resultado de vivir a Cristo (Fil. 1:21).
Como contraste a esta demanda está la vida de quienes hablan de Cristo, pero no viven
a Cristo. Estos no pueden ser misericordiosos porque no están viviendo en la esfera de la
misericordia. Así ha de entenderse la declaración de Santiago: “Porque juicio sin
misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia”. No está enseñando que al
mostrar misericordia con otros, se alcanza la misericordia de Dios. Eso sería contrario a la
enseñanza bíblica sobre la salvación, que en ningún modo obedece a mérito humano sino a
la gracia divina (Ef. 2:8–9). El salvo es misericordioso porque primero alcanzó misericordia
y se comporta conforme al comportamiento que Dios tuvo con él, como enseña el apóstol
Pablo en unos versículos ya citados antes: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y
amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de
paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja
contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (Col.
3:12–13). Es decir, el creyente alcanzado por la misericordia viene a una experiencia de
relación y comunión con Dios que incluye la participación en la divina naturaleza (2 P.
1:4). Una de las perfecciones de la naturaleza divina es la misericordia, perfección
comunicable al creyente que participa en esa divina naturaleza por identificación y posición
en Cristo. No es misericordioso como una opción del sistema religioso que practica, sino
como una necesidad impuesta por la vida de Cristo, que se hace principio y razón de vida
en él. Alcanzó misericordia, fue tratado con misericordia, experimentó la misericordia, pero
mucho más, fue dotado de la misericordia de Dios por la acción del Espíritu. El amor de
Dios se hace vida en él y conduce sus acciones para que actúe a la semejanza de cómo
actúa su Padre celestial. Por tanto, el misericordioso es aquel que extiende la misericordia
con que fue perdonado y la practica con todos los demás sin importarle su condición
personal. Quien llamándose cristiano no practica la misericordia no está en correcta
relación con Dios y es evidencia de que su comunión está interrumpida con Él, por tanto,
no puede esperar ninguna manifestación de la misericordia divina en esa situación.
Santiago afirmó que algunos no practicaban la misericordia refiriendo el hecho real al
menosprecio que se hacía del pobre en la congregación. Hizo referencia también al hecho
de una comparecencia futura ante el tribunal de Cristo en donde será examinada la obra de
cada uno, no por ella en sí, sino por las motivaciones que la hicieron posible. No deberá
esperar nadie que en aquel día la misericordia divina cancele, por misericordia, la realidad
de hechos contrarios a ella. La misericordia ha sido establecida para el creyente: “Nunca se
aparten de ti la misericordia y la verdad; átalas a tu cuello, escríbelas en la tabla de tu
corazón” (Pr. 3:3). Dios mismo ha declarado “lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti:
solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Mi. 3:8). Así
ordenó Jesús: “Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso”
(Lc. 6:36). El que no actúa con misericordia quebranta la voluntad de Dios y queda
convicto de pecado por el mandato quebrantado (v. 9).
κατακαυχᾶται ἔλεος κρίσεως. La última cláusula declara el triunfo de la misericordia:
“La misericordia triunfa sobre el juicio. El misericordioso no teme al juicio de Dios. La
misericordia muestra el cumplimiento de la Ley en el amor al prójimo (1 Jn. 3:14ss). De ahí
que la misericordia triunfa sobre el juicio ya que el examen de la actuación del
misericordioso pondrá de manifiesto la realidad de la misericordia con que actuó en su
vida. Lo que Santiago desea destacar aquí es la victoria de la misericordia, de ahí que
comience la oración con la forma verbal κατακαυχᾶται, en presente de indicativo en voz
media de un verbo que expresa la idea de tratar con altanería, gloriarse, sentirse orgulloso,
triunfar sobre algo, y tiene que ver con una victoria que se jacta en contra de la condena. El
que comparece ante el juez es declarado absuelto. El juicio ante el tribunal de Cristo no
producirá inquietud alguna para el creyente que en identificación con Cristo trató a su
prójimo con misericordia. Es más, la enseñanza de Santiago debe conducir a una solemne
reflexión personal, ya que el que no actúa con misericordia es posible que nunca haya sido
recibido a misericordia, que salva y transforma.
Τί τὸ ὄφελος, ἀδελφοί μου, ἐὰν πίστιν λέγῃ τις ἔχειν. Como ha hecho antes, introduce
un nuevo tema mediante el uso de preguntas retóricas que, en este caso, exigen una
respuesta negativa. Están dirigidas a los lectores que son creyentes, a quienes llama
ἀδελφοί μου, mis hermanos, expresión que ha usado anteriormente. La introducción de esta
primera oración demanda a los lectores que presten atención sobre algo que sigue usando la
expresión τί τὸ ὄφελος, ¿de que aprovecha? que abre la interrogación con el pronombre τί,
qué. Santiago va a demostrar que una fe que no se manifiesta por medio de obras, no existe
o es una fe estéril.
La pregunta se refiere a una supuesta persona que anda diciendo y alardeando de su fe.
Nótese que no habla de alguien que tiene fe, sino de alguien que dice que tiene fe: ἐὰν
πίστιν λέγῃ τις ἔχειν, si alguien dice tener fe. La construcción gramatical utiliza un presente
de subjuntivo en voz activa λέγῃ, dice, y el infinitivo de aserción indirecta de ἔχειν, tener.
El supuesto creyente hace la afirmación de ser una persona de fe.
ἔργα δὲ μὴ ἔχῃ. Sin embargo, la afirmación sobre la fe no va acompañada de obras que
la ponen de manifiesto. La cláusula expresada mediante una condición de tercera clase
continuada, equivale a decir sigue no teniendo obras. La verdadera fe se manifiesta no en lo
que se dice, sino en lo que se hace. No es posible afirmar aquello que nadie puede ver
porque es experiencia personal del individuo, si no la hace visible por medio de acciones
que ponen de manifiesto aquella realidad que afirma poseer, en este caso la fe.
μὴ δύναται ἡ πίστις σῶσαι αὐτόν. Una segunda pregunta retórica que también exige una
respuesta negativa, introduce el tema que va a desarrollar seguidamente. La pregunta es
importante: ¿podrá la fe salvarle?
La estructura gramatical del texto griego es interesante, introduce la pregunta utilizando
la partícula negativa μὴ, que generalmente hace funciones de adverbio de negación
condicional no, y en general en todos aquellos casos en que la negación está subordinada a
una duda, como ocurre aquí, de manera que debe traducirse por acaso que establece una
condición para el resto de la oración. Sigue luego el sustantivo precedido del artículo
determinado: ἡ πίστις, la fe, si bien en este caso el artículo tiene un sentido casi
demostrativo, de manera que debe entenderse como referido a la clase de fe de quien dice
que la tiene pero carece de obras que la confirmen, así se entiende la frase: ¿podrá esa fe
salvarle?, esto es, la fe que dice poseer y que no genera evidencias que la demuestren por
medio de obras.
Debe entenderse correctamente esta oración para una correcta exégesis del texto. No
puede estar refiriéndose a la fe salvífica mediante la que se alcanza la salvación (Ef. 2:8–9),
ya que todo aquel que cree es salvo. Está refiriéndose a esa fe de la que alardea alguien
pero que no es real puesto que no genera evidencias mediante las obras. Santiago no está
poniendo en duda la necesidad de la fe para salvación, sino que la supone. Es decir, no está
enseñando que las obras del hombre, sean las legales o las personales son necesarias como
complemento para la salvación, en cuyo caso sería una salvación por obras que contradice
abiertamente a la enseñanza general de la Escritura: “no por obras para que nadie se
gloríe” (Ef. 2:9). Algunos quieren ver aquí un conflicto entre la teología de Pablo y la de
Santiago. Sin embargo no debe olvidarse que Pablo no rechaza las obras, sino todo lo
contrario: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las
cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Ef. 2:10). Los
creyentes somos renacidos, creados por Dios en Jesucristo (1 P. 1:3, 23). Se trata, pues, del
nuevo ser y criatura del cristiano, una realidad nueva, una regeneración o, si se prefiere
mejor una recreación del hombre (Jn. 3:5). Esta nueva creación, dotada de nueva naturaleza
y de nueva vida, que es vida eterna, se opera por Dios en Cristo Jesús, de quien toma vida
ya que en Él esta la vida (Jn. 1:4). La vida recibida es la vida eterna, la participación en la
divina naturaleza (2 P. 1:4). Por tanto esa nueva vida tiene una nueva manifestación en un
obrar distinto. Antes dijo el apóstol que la salvación, con todo cuanto comporta, no se
alcanza por obras, sino por gracia, pero ahora la gracia dota al creyente para que manifieste
la condición de vida nueva por el nuevo nacimiento, en obras. El creyente es hechura suya,
esto es, obra de sus manos (Sal. 100:3). Como nuevo hombre en Cristo el creyente es una
nueva creación (2 Co. 5:17). Para el apóstol Pablo El objetivo para el tiempo actual es
claro: “para buenas obras”. La preposición para en dativo indica finalidad. Literalmente
esa preposición significa sobre, en sentido conducirse en las pisadas de Jesús, que “anduvo
haciendo bienes” (Hch. 10:38). Esta es la finalidad que Dios tiene con el nuevo nacimiento
o la nueva creación en Cristo Jesús. Es preciso entender aquí que Dios no nos salva por
obras, como el apóstol enseña antes, pero, nos salva para obras. La fe produce obras que
ponen de manifiesto la realidad de esa fe. De modo que como salvos por gracia, mediante la
instrumentalizad de la fe, el creyente está en el camino de la vinculación con Cristo, por
tanto, en el camino de la ejecución del buen obrar, equivalente a las buenas obras. El buen
obrar es una forma visible de manifestar la santidad del llamamiento celestial a que los
cristianos son llamados, propia de quienes Dios eligió desde la eternidad (Ef. 1:4). Estas
buenas obras, dice el apóstol Pablo, han sido preparadas de antemano. En unión vital con
Cristo, no sólo el creyente está capacitado en Él para hacer buenas obras, sino que Jesús se
convierte también en el ejemplo a seguir en la senda del bien obrar (1 P. 2:21). Con todo,
esas obras no están preparadas de antemano para que las hagamos, sino para que
anduviésemos en ellas. Andar aquí tiene sentido de estilo de vida. Las buenas obras, esto es,
las obras auténticas, son aquellas que Dios ha determinado como tales, en cuya máxima
expresión está el andar de Jesús. Dios estableció ese buen obrar para que cada creyente
muestre en su vida la condición de lo que es ser una nueva criatura en Cristo. Esta nueva
creación de Dios tiene necesariamente que despojarse del viejo hombre que tiene un modo
de obrar propio de la naturaleza caída y que lo pone de manifiesto con las obras de la carne
(Gá. 5:19–21), para vestirse del nuevo que se va renovando conforme a la imagen del que
lo creó (Col. 3:9–10). Estando en Cristo como nuevas criaturas (2 Co. 5:17), habiendo sido
resucitados en Él (Ef. 2:6), escondiendo Dios nuestra nueva vida con Él en Dios (Col. 3:3),
somos de tal manera en Cristo que el camino de la vida cristiana no puede ser otro que el de
la reproducción, o conformación a Cristo, en el poder del Espíritu. Ese es el destino final y
definitivo que el Padre ha preparado para quienes son una nueva creación en Cristo (Ro.
8:29). La condición para poder llevar a cabo este propósito divino, en el camino de las
buenas obras conforme a Jesucristo, no es otro que la vivencia personal de Jesús, esto es,
que el Señor se haga vida en la vida del creyente por su Espíritu a fin de alcanzar lo que
Pablo expresa como “para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21). En la identificación vital con
Cristo se alcanza la demanda de Dios para un andar en buenas obras. No se trata, pues, de
que Dios haya almacenado obras buenas para que el creyente las use, sino que Él dispuso
que el creyente adopte una conducta, forma de vida, consecuente con la fe, orientada al
buen obrar, como corresponde a quien vive en Cristo y vive a Cristo (Gá. 2:20).
De la misma manera que Pablo enseña que el creyente no se salva por obras, pero se
salva para obras, que ponen de manifiesto la realidad de su fe, sin la cual no hay
justificación (Ro. 5:1), de la misma forma Santiago no rechaza la fe para sustituirla por las
obras, sino que estas son la evidencia de la fe. Para Pablo la justificación es alcanzar la
posición de justo (Ro. 3:28), para Santiago la justificación es mostrar la condición de justo
(2:18). Pablo mismo afirma que la fe obra, se activa mediante el amor (Gá. 5:6).
Lo que Santiago enseña aquí es que la verdadera adhesión a Cristo por la fe no es
posible desde una fe mental o intelectual, sino que ha de manifestar esa fe por medio de
obras. Es necesario observar la identidad de pensamiento con Cristo, cuando dijo que no
sirve una mera profesión de fe para salvación, ya que “no todo el que me dice Señor, Señor,
entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los
cielos” (Mt. 7:21). La fe que salva, por haber sido depositada en el Salvador, es también la
fe que conduce en la vida de santificación al reconocimiento del señorío de Cristo. La vida
en la fe exige un obrar semejante al de Jesús, especialmente en lo que se refiere al amor al
prójimo y al hermano. De ahí que el apóstol Juan diga que “si alguno dice: Yo amo a Dios,
y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto,
¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1 Jn. 4:20). La realidad del nuevo
nacimiento, por tanto, del ejercicio de la fe y de la realidad de la misma está vinculada al
amor a los hermanos, como también dice Juan: “Nosotros sabemos que hemos pasado de
muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en
muerte” (1 Jn. 3:14). El amor se expresa no tanto en palabras sino en obras: “Hijitos míos,
no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1 Jn. 3:18).
La conclusión es sencilla: el profesante que dice tener fe y no la muestra en obras, está
hablando de una falsa fe que no puede salvar. Por eso la pregunta es precisa: ¿podrá esa fe
salvarle?, es decir, el tipo de fe que no produce obras conforme a Dios. La fe que salva no
es la intelectual del mero profesante, sino la del corazón propia del creyente (Ro. 10:9).
Haríamos bien en preguntarnos si la fe que proclamamos se manifiesta en las obras que
hacemos.
15. Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del
mantenimiento de cada día.
ἐὰν ἀδελφὸς ἢ ἀδελφὴ γυμνοὶ ὑπάρχωσι καὶ λειπόμεν τῆς
ν οι
ἐφημέρου τροφῆς
cotidiano alimento.
ἐὰν ἀδελφὸς ἢ ἀδελφὴ γυμνοὶ ὑπάρχωσιν καὶ λειπόμενοι τῆς ἐφημέρου τροφῆς. La tesis
enunciada se prueba mediante una supuesta situación, que bien pudiera haberse producido.
Se trata de un hermano o una hermana, esto es, cristianos que forman parte de la Iglesia y
que se encuentran en extrema indigencia y necesidad. La expresión es muy fuerte: γυμνοὶ
ὑπάρχωσιν, están desnudos, una forma hiperbólica para enfatizar la situación; no es que
estuviesen sin ninguna ropa, sino con vestidos rotos, o pobremente vestidos. En alguna
medida está refiriéndose a una situación semejante a la del pobre que había entrado en la
iglesia, descrito antes (v. 2).
Además de miserablemente vestidos también λειπόμενοι τῆς ἐφημέρου τροφῆς, están
faltos del mantenimiento de cada día. No sólo están escasos de ropa, sino de lo necesario
para la subsistencia diaria. Es decir, no tienen ni lo suficiente para el alimento de un día.
Está refiriéndose a una pobreza que cae dentro de la indigencia. Quien está en esta situación
es un hermano o una hermana, miembros de la familia de la fe (Gá. 6:10).
16. Y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las
cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?
εἴπῃ δέ τις αὐτοῖς ἐξ ὑμῶν· ὑπάγετε ἐν εἰρήνῃ, θερμαίνε
σθε
τὸ ὄφελος
el provecho?
εἴπῃ δέ τις αὐτοῖς ἐξ ὑμῶν· Es posible que estuviese pensando en una reunión de
creyentes en la que, junto con el rico que fue recibido con honra, como el pobre que fue
menospreciado (vv. 2–3), hubiese entre ellos otros hermanos que estuviesen padeciendo
necesidad. La necesidad era visible, tal vez no en el hambre, pero sí en el vestido. En ese
cuadro que describe, usando para ello una expresión condicional como una posibilidad,
supone una respuesta de alguno de los creyentes presentes o, por lo menos, de alguno que
se dice ser creyente. La respuesta está dirigida al hermano pobre que está en gran
necesidad. El que responde es ἐξ ὑμῶν, de vosotros, es decir, de quien está entre los
creyentes y se dice ser de ellos.
ὑπάγετε ἐν εἰρήνῃ, θερμαίνεσθε καὶ χορτάζεσθε. Tal vez podría suponerse el saludo al
terminar la reunión de creyentes. Cuando el hermano pobre va a salir a la calle con su carga
y necesidad, alguien le despide con buenas palabras, que son realmente un desprecio para
el que las recibe. La primera palabra dada es ὑπάγετε ἐν εἰρήνη, id en paz. Ese era el saludo
protocolario habitual para despedir a una persona, sobre todo entre judíos (1 S. 1:17; 20:42;
2 S. 15:9; Mr. 5:34; Lc. 7:50; Hch. 16:36). Pero, ¿cómo puede alguien ir en paz con hambre
y frío? Para poder sentir verdadera paz deben estar satisfechas las necesidades elementales,
de modo que quien decía al pobre vete en paz debía asegurarse que tenía lo necesario. La
segunda expresión de la despedida es más burlesca para el pobre: θερμαίνεσθε, calentaos,
dicho además en modo imperativo como si fuese un mandamiento. Al que tenía frío porque
no tenía ropa suficiente se le envía para que se caliente, cuando no tenía ni lo más mínimo
para ello que sería ropa de abrigo. El que se considera creyente aún añade otra expresión
impropia en aquella situación: χορτάζεσθε, saciaos, comed en abundancia para que no
sintáis hambre alguna. Les estaba despidiendo para que fuesen a buscar comida y saciarse
de ella, cuando no tenían modo alguno de conseguirla. Es una actuación hipócrita de quien
alardea de fe, pero está carente de obras, como si les dijese: ¡Anda! ¡Que te vaya bien!
¡Abrígate y come mucho!
μὴ δῶτε δὲ αὐτοῖς τὰ ἐπιτήδεια τοῦ σώματος. Se les despedía con buenas palabras pero
no se hacía nada para remediar su necesidad. Con claridad dice Santiago: “no les dais las
cosas que son necesarias para el cuerpo”. Buenas palabras no son suficientes para cubrir la
necesidad. Lo sorprendente es que quien tenía buenas palabras solamente estaba en
condiciones de suplir la necesidad del hermano, pero no lo hacía, aunque podía hacerlo
puesto que se le reprocha de no darle lo necesario para el cuerpo. Podían solucionar la
necesidad del afligido pero no lo hacían, tan sólo tenían para ellos buenos deseos
expresados en palabras de amor hueco o vacío.
τί τὸ ὄφελος. La consecuencia es clara, como se establece mediante la interrogativa que
exige una respuesta del lector: “¿De qué aprovecha?”. No aprovecha al hermano
necesitado porque no recibe lo que precisaba, pero tampoco aprovecha al que alardeaba de
fe, pero no la confirmaba con obras de amor. La fe de esos cristianos carentes de
misericordia, no valía delante de Dios. Eran como árboles frondosos pero sin fruto, con
apariencia de piedad, pero negando la eficacia de ella. El amor consiste en compartir con
las necesidades del hermano, como enseña el apóstol Juan: “Pero el que tiene bienes de
este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora
el amor de Dios en Él?” (1 Jn. 3:17). De manera que la fe sin obras no es verdadera fe,
como tampoco es caridad los buenos deseos. Las palabras llenas de buenas intenciones, son
mera hipocresía que hieren al que las recibe y le resultan incluso sarcásticas. Cuando
comparezca delante del tribunal de Cristo (v. 12), no le valdrá el hecho de haber expresado
los mejores deseos, si no ha practicado el amor misericordioso. No hace falta ser rico para
compartir con las necesidades del hermano. Las prácticas religiosas si no van acompañadas
de amor al prójimo son reprobadas por Dios, como decía por medio del profeta: “¿No es
más bien el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de
opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo¿ ¿No es que partas
tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa; que cuando veas al
desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano?” (Is. 58:6–7). Juan el Bautista
exhortaba a las multitudes que venían a él para ser bautizadas en respuesta a la demanda de
arrepentimiento, confrontándolas con obras de piedad hacia los necesitados: “El que tiene
dos túnicas, de al que no tiene; y el que tiene que comer, haga lo mismo” (Lc. 3:11). La
pregunta que formula Santiago ante una situación de fe carente de obras: “¿De que
aprovecha?” no admite otra respuesta que esta: De nada.
17. Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma.
οὕτως καὶ ἡ πίστις, ἐὰν μὴ ἔχῃ ἔργα, νεκρά ἐστιν καθʼ ἑαυτήν
.
οὕτως καὶ ἡ πίστις, ἐὰν μὴ ἔχῃ ἔργα, νεκρά ἐστιν καθʼ ἑαυτήν. El versículo recoge la
conclusión de la enseñanza de lo que antecede. La fe de quienes no sienten afecto
entrañable por las necesidades de los hermanos, no es una fe viva, sino que está muerta en
sí misma. Con la frase del versículo concluye la primera parte del argumento. La fe mental
es una fe vacía de contenido que se disfraza para que aparente una verdadera fe.
Normalmente quienes hablan mucho de fe, son los que la viven en menor dimensión.
Santiago vuelve a enfatizar en un hecho concreto sobre la fe: ἐὰν μὴ ἔχῃ ἔργα, si no
tiene obras, Se refiere a una fe que no fructifica, por tanto, evidencia que no es más que una
fe muerta. Escribe Kstemaker:
“A veces los cristianos proclaman el evangelio del Señor sin tener en cuenta para nada
las necesidades físicas de sus oyentes. Le hablan a la gente acerca de la salvación, pero
parecen olvidar que la gente empobrecida necesita ropa y comida para hacer que el
evangelio sea relevante. A menos que la palabra y el hecho vayan juntos, a menos que la
predicación del evangelio vaya acompañada por un programa de acción social, a menos
que la fe sea demostrada por medio de un cuidado y preocupación amorosa, esa fe está
muerta”7.
7
Simón J. Kistemaker. o.c., pág. 111.
Las obras a que se refiere Santiago no son, por supuesto, las obras legales, esto es, el
cumplimiento de la Ley ceremonial, sino las obras de amor que surgen por a causa de la fe
en Cristo. La fe no es un asunto mental sino vivencial. Por medio de ella el hombre entra en
contacto con el Salvador y se produce el nuevo nacimiento que transforma al pecador en
una nueva creación de Dios, orientándolo hacia Cristo y haciendo que Cristo se reproduzca
en él por la acción del Espíritu Santo. Esa persona en la vida de fe verdadera practica el
amor y lo manifiesta en las obras que Jesús hubiera hecho en cada ocasión. No cabe duda
que el Señor no dejaría ir hambriento y sin ropa a nadie, de la misma manera la fe dinámica
real, que vincula con Jesús, impulsa al creyente a un comportamiento semejante al de Él.
18. Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y
yo te mostraré mi fe por mis obras.
Ἀλλʼ ἐρεῖ τις· σὺ πίστιν ἔχεις, καγὼ ἔργα ἔχω· δεῖξον μοι τὴν
πίστιν σου χωρὶς τῶν ἔργων, καγώ σοι δείξω ἐκ τῶν ἔργων μου
τὴν πίστιν.
la fe.
Ἀλλʼ ἐρεῖ τις· Intensificando la enseñanza establece ahora un diálogo con un supuesto
interlocutor que define mediante la expresión que se traduce: pero alguien dirá. El
pronombre indefinido oculta la identidad del interlocutor para enfatizar el dicho.
σὺ πίστιν ἔχεις, καγὼ ἔργα ἔχω. La interpretación de la frase, resulta un tanto
dificultosa, ya que aparentemente se trata de enfatizar la fe que algunos dicen tener, pero
que no va acompañada de obras, como exige el contexto próximo. En el texto griego
literalmente se lee: tu fe tienes, y yo obras tengo. Esto supone la necesidad de desglosar el
contenido de la frase para darle sentido. Posiblemente en boca del supuesto interlocutor
debiera estar la primera expresión σὺ πίστιν ἔχεις, tú tienes fe, que pudiera ser una
afirmación ante todo cuanto dijo antes, sobre todo cuando puso en tela de juicio al realidad
de una fe que no genera obras. El supuesto interlocutor, sea afirmando o incluso ironizando
podría estar afirmando la fe del que ha cuestionado la suya. Sin embargo se entendería aún
mejor suponiendo una pregunta que formula el supuesto interlocutor: ¿Tú tienes fe? La
respuesta que recibe es: yo tengo obras.
Incluso podría también entenderse la expresión como un intento de expresar una
dicotomía entre fe y obras; en este sentido equivaldría a decir: unos tienen fe y otros tienen
obras. Sin embargo el sentido mejor es el propuesto en el párrafo anterior, en donde a la
pregunta sobre la realidad de la fe se responde con la evidencia de las obras.
δεῖξον μοι τὴν πίστιν σου χωρὶς τῶν ἔργων, καγώ σοι δείξω ἐκ τῶν ἔργων μου τὴν
πίστιν. Santiago replica al supuesto interlocutor mediante el uso de la forma verbal δεῖξον,
muestra, que estando en tiempo aoristo y en imperativo supone una demanda urgente, como
si dijese muestra de una vez. Lo que debe mostrar es la realidad de la fe al margen de las
obras. Tal demostración es imposible, puesto que la fe simplemente afirmada no puede ser
aceptada como verdadera, sin las obras que la hagan evidente. Una ve que no está enraizada
en el corazón sólo da fruto vano, en palabras huecas.
Por el contrario Santiago no habla de su fe, simplemente presenta sus obras como
evidencia de la misma. El que hablaba de fe no la manifestaba en obras, por tanto, no era
aceptable o creíble puesto que las obras no concordaban con la fe. Santiago no habla de fe,
solo presenta obras que determinan su realidad.
19. Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan.
σὺ πιστεύε ὅτι εἷς ἐστιν ὁ Θεός1, καλῶς ποιεῖς· καὶ τὰ
ις
1
εἷς ἐστιν ὁ Θεός, uno es Dios, lectura de seguridad media, atestiguada en p74, א, A, 1735,
2464, l 596, itar, s, vg, copsa, bo, arm, eth, geo, Cirilo2/5, Agustín Fausto, Salviano1/2,
Cesario1/4.
εἷς ὁ Θεός ἐστιν, uno Dios es, que se lee en C, 33vid, 81, 1175, 1243, 2344.
εἷς ἐστιν Θεός, uno es Dios (lectura sin artículo), como está en 945, 1241, 1739, 2298.
εἷς Θεός ἐστιν, uno Dios es (lectura sin artículo), registrada en B, 1292, 1505, 1611, 1852,
2138.
ὁ Θεός εἷς ἐστιν, Dios uno es (lectura con artículo), que figura en 322, 323, 436, 1067,
1409, Biz [Kc, L] Lect vgms, slav, Dídimodub, Cirilo1/5, Salviano1/2, Cesario3/4.
La fe ejemplificada (2:20–26)
20. ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta?
Θέλεις γνῶναι, ὦ ἄνθρωπ κενέ, ὅτι ἡ πίστις χωρὶς τῶν ἔργων
δὲ ε
8
Evis L. Carballosa. o.c., pág. 156.
ἀργή1 ἐστιν
inutil es?
Θέλεις δὲ γνῶναι, ὦ ἄνθρωπε κενέ, ὅτι ἡ πίστις χωρὶς τῶν ἔργων ἀργή ἐστιν. Un nuevo
y definitivo argumento en relación con la inutilidad de la fe intelectual que no produce
obras, se inicia en el versículo. La argumentación que seguirá está basada en la Escritura a
la que acudirá para ello.
La lectura de la oración produce la impresión de que el supuesto interlocutor no ha sido
aún convencido de la inutilidad de la fe intelectual. De ahí el uso de una pregunta retórica
que se incia con θέλεις δὲ γνῶναι, ¿quieres saber?, para calificarlo de ἄνθρωπε κενέ,
hombre vano, que aquí adquiere el sentido de vacío o ineficaz. El que alardea de fe sin
obras es una persona vana. Lo que intenta hacerle entender es ὅτι ἡ πίστις χωρὶς τῶν ἔργων
ἀργή ἐστιν, la fe sin las obras es inútil. El adjetivo ἀργός, equivale a inactivo, perezoso,
inútil, de modo que la fe es inútil, no es operativa, cuando no se manifiesta por medio de
obras. Mediante ejemplos va a demostrar la verdad enunciada aquí.
1
ἀργη, inútil, lectura de seguridad media, atestiguada en B, C, 322, 323, 945, 1175, 1243,
1739, itar, s, vgww, st, copsa, Agustín.
νεκρά, muerta, lectura de mayor firmeza, como se lee en א, A, C2, Ψ, 33, 81, 436, 1067,
1241, 1292, 1409, 1505, 1611, 1735, 1852, 2138, 2344, 2464, Biz [K, L, P] Lect vgcl, syrp,
h
, copbo, eth, slav, Ps-Atanasio, Dídimodub, Cirilo, Fausto de Riez, Salviano, Casiodoro.
Ἀβραὰμ ὁ πατὴρ ἡμῶν. Pocos personajes revestían para el pueblo hebreo la importancia
de Abraham. Los judíos en el judaísmo y también los judeo-cristianos lo tenían como
paradigma de la fe. El mismo apóstol Pablo lo pone como padre de los creyentes, en el
sentido de ser el gran ascendiente en la vida de fe (Gá. 3:7). Como judío y en un escrito
dirigido principalmente a creyentes de origen judío, habla de Abraham como ὁ πατὴρ
ἡμῶν, el padre de nosotros.
οὐκ ἐξ ἔργων ἐδικαιώθη. Siguiendo en la pregunta retórica en que escribe, pregunta si
acaso Abraham no fue justificado por obras. De nuevo, en una simple lectura
descontextualizada, pudiera parecer que Santiago y Pablo discrepan en la forma de
justificación de Abraham. Pablo enseña enfáticamente que la fe de Abraham fue la que
operó su justificación: “Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la
promesa sea firme para toda su descendencia; no solamente para la que es de la ley, sino
también para la que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros… El creyó
en esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de muchas gentes… Por lo cual
también su fe le fue contada por justicia” (Ro. 4:16, 18, 22). Igualmente enseña en otro
escrito: “Así Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia” (Gá. 3:6). La Biblia
enseña que Abraham fue justificado por medio de la fe cuando creyó a Dios (Gn. 15:6). Sin
embargo, la fe de Abraham no podía ser estéril, vacía de contenido, porque era una fe
verdadera que le impulsaba a obrar y se expresaba en obras consecuentes con ella.
ἀνενέγκας Ἰσαὰκ τὸν υἱὸν αὐτοῦ ἐπὶ τὸ θυσιαστήριον. La evidencia de la fe que
justifica es la acción. En el caso de Abraham el hecho de no rehusar a Dios ofrecer a su hijo
único Isaac en sacrificio, cuando Dios se le demandó (Gn. 22:1–19). La fe manifestada en
mero asentimiento a principios religiosos basados en cumplimientos externos de preceptos
rituales, como era propio de los fariseos, no era suficiente para la justificación, porque era
una simple aceptación mental de lo que estaba revelado, por eso dijo Jesús de ellos:
“Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no
entraréis en el reino de los cielos” (Mt. 5:20). La justicia de estos dos grupos era
meramente una apariencia externa de piedad. Aquellos procuraban justificarse y presentarse
como ejemplos de conducta delante de los hombres, pero Dios conocía la inmundicia que
había en sus corazones (Lc. 16:15). Se contentaban con las manifestaciones externas de
piedad (Mt. 23:25). Su justicia era una justicia que conseguía satisfacer la mente, basada en
razonamientos engañosos. Una mente autoconvencida era el elemento para cauterizar la
conciencia acusadora. Era una justicia humana, elaborada por ellos mismos que los hacía
justos ante sus propios ojos, que glorificaba el yo arrogante, hipócrita y ostentoso de la
naturaleza adámica. Se vanagloriaban de ser creyentes pero su fe no estaba respaldada por
obras que la pusieran de manifiesto. Santiago está enseñando que la fe de Abraham,
instrumento para la justificación, se manifestó en una obra que la respaldaba, la de entregar
a su hijo creyendo que Dios podía levantarlo de los muertos. No está refiriéndose a la
justificación inicial de Abraham, ocurrida tiempo antes (Gn. 15:6), lo que se enseña es que
la fe que hizo posible su justificación se manifestó como viva por las obras que hacía.
Abraham demostró su verdadera fe, mediante una obra: ofrecer a su hijo como Dios le
pidió. La enseñanza se complementa en el versículo siguiente.
22. ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las
obras?
βλέπει ὅτι ἡ πίστις συνήργ τοῖς ἔργοις αὐτοῦ καὶ ἐκ τῶν ἔργων
ς ει
ἡ πίστις ἐτελειώθη.
la fe fue perfeccionada.
βλέπεις ὅτι ἡ πίστις συνήργει τοῖς ἔργοις αὐτοῦ. Dos complementos al versículo
anterior ponen de manifiesto lo que pensaba sobre el modo de justificación de Abraham. El
primero de ellos es que las obras trabajaron con la fe. El modo verbal συνήργει trabajaba
con, es un verbo de un extenso significado como cooperar, disponer o trabajar junto. Las
obras hacían perceptivas a cualquiera la realidad de la fe de Abraham. Esto es lo que
concuerda con toda la argumentación anterior. No es suficiente con hablar de fe, sino que
ha de manifestarse por medio de obras que acrediten su existencia. Las obras,
especialmente la determinación y ejecución hasta el límite de estar dispuesto a sacrificar a
su hijo, demostraban la realidad de la fe de Abraham. En esa ocasión su fe fue reconocida
por Dios mismo: “Y dijo: No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada;
porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único” (Gn.
22:12). La obra de entregar a su hijo era evidencia externa de la realidad de su fe.
καὶ ἐκ τῶν ἔργων ἡ πίστις ἐτελειώθη. El segundo complemento expresa con mayor
claridad que la justificación no se produjo por obras, sino por la fe y que las obras
perfeccionaron en el sentido de evidenciar y dar contenido a la fe que antes había sido
ejercida y por la que fue justificado.
La forma verbal ἐτελειώθη, fue perfeccionada. La fe que se manifestaba en acciones
concretas alcanzó la perfecta expresión en la obediencia para sacrificar a su hijo. Su fe fue
completada, en el sentido de que alcanzó la máxima expresión. Había comenzado
atendiendo el llamado de Dios y saliendo de Hur (He. 11:8); habitó luego como extranjero
en la tierra que Dios le había prometido (He. 11:9–10); creyó la promesa de Dios en
relación con su descendencia y no rehusó ofrecer a su unigénito porque creía a Dios y
confiaba en Él para cumplir lo prometido (He. 11:12). Por esa razón, en base a la
obediencia para entregar a su hijo, alcanzó la máxima dimensión de la fe: “Por la fe
Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac” (He. 11:17). La fe de Abraham había sido
probada, contrastada por Dios en el crisol de la obediencia y trajo como resultado la
realidad de una fe genuina que no se manifiesta en palabras solamente prometiendo dar a
su hijo, sino que la confirma por obras al entregarlo sin reservas. No se trata, pues, de obras
que justifican, sino de acciones que evidencian la verdadera fe. La fe actuaba juntamente
con las obras, porque la fe sin obras es estéril (v. 17). La fe recibe su consumación de las
obras que produce.
23. Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por
justicia, y fue llamado amigo de Dios.
καὶ ἐπληρώθ ἡ γραφὴ ἡ λέγουσα ἐπίστευ δὲ Ἀβραὰμ τῷ
η · σεν
ἐκλήθη.
fue llamado.
μόνον.
solo
ὁρᾶτε ὅτι ἐξ ἔργων δικαιοῦται ἄνθρωπος καὶ οὐκ ἐκ πίστεως μόνον. Una nueva llamada
de atención introduce la frase con la forma verbal ὁρᾶτε, veis, que siendo un presente de
indicativo expresa la idea de una acción continuada. Pudiera ser también un presente de
imperativo lo que añadiría un mayor énfasis a la atención requerida a lo que sigue después.
El lector debe prestar atención a la conclusión a que se llega con la enseñanza anterior.
La lectura del párrafo es tajante: ὅτι ἐξ ἔργων δικαιοῦται ἄνθρωπος καὶ οὐκ ἐκ πίστεως
μόνον, literalmente que por obras es justificado el hombre y no por fe solamente. Ya se ha
considerado el sentido en que Santiago hace esta afirmación. Las obras no justifican, o de
otro modo, ningún hombre puede ser justificado por obras. La justificación se alcanza por
gracia mediante la fe (Ef. 2:8–9). La fe es el elemento que permite ser justificado por Dios
(Ro. 5:1). Pero, la fe que no produce obras, es una fe vana en sí misma, por tanto, incapaz
para cumplir la misión de ser instrumento en la justificación. Anteriormente hizo alusión a
la necesidad de mostrar la fe por medio de las obras (v. 19), de ahí la conclusión que
alcanza aquí: Abraham que fue justificado por la fe, al creer a Dios, perfeccionó la fe
mediante la obra de entrega de su hijo. De ese modo debe entenderse aquí la afirmación. La
fe que no produce obras es vana para la justificación, por tanto, las obras justifican, en el
sentido de evidenciar la realidad de la fe por la que Dios justifica al pecador. Santiago está
pensando en la prueba que evidencia la verdadera fe y no en el acto de ser justificado por
fe. La fe viva, que es instrumento de salvación, se manifiesta en obras consecuentes con la
nueva vida que se recibe como consecuencia de haber creído.
25. Asimismo también Rahab la ramera, ¿no fue justificada por obras, cuando recibió
a los mensajeros y los envió por otro camino?
ὁμοίως καὶ Ῥαὰβ ἡ πόρνη οὐκ ἐξ ἔργων ἐδικαιώθ
δὲ η
1
ἀγγέλους, mensajeros, lectura con mayor seguridad atestiguada en p54vid, 74, א, A, B, Ψ,
33vid, 81, 32, 323, 436, 1067, 1175, 1243, 1292, 1409, 1505, 1611, 1735, 1852, 2138, 2344,
Biz [Ktxt, P] l 147, l 590, l 591, l 603, l 680, l 883, l 1159, l 1178, itar, s, t, vg, syrh.
ὁμοίως δὲ καὶ Ῥαὰβ ἡ πόρνη. Unido al de Abraham se presenta aquí un nuevo ejemplo
de fe manifestada en obras. El nombre de una mujer, Rahab, está unido a la ocupación de
Canaán en tiempos de Josué. La fe de ambos, tanto la de Abraham como la de Rahab, es de
la misma clase o condición. Así lo entiende Santiago al utilizar a modo ingresivo el
adverbio ὁμοίως, de la misma manera, esto es, de la misma forma que ocurrió con
Abraham, ocurrió también con Rahab. A esta mujer se la califica como πόρνη, ramera, y es
el calificativo que se le da en la Escritura (Jos. 2:1–21; 6:17, 22, 25; He. 11:31). El
concepto ramera, posiblemente no se el de prostituta en el sentido de nuestro entorno
social. Es muy probable que hubiera sido una mujer consagrada a la diosa Asera o Astarte,
la diosa de la fecundidad, en cuyos cultos se practicaba la prostitución sagrada. En su
ascendencia no había ningún vínculo con el pueblo de Israel y, por tanto, no tenía derecho
alguno a las promesas que Dios le había otorgado; ajena a los pactos, no le alcanzaban las
bendiciones provistas para el pueblo según el pacto con Abraham (Gn. 17:7–8). En segundo
lugar era una mujer moralmente reprobable. Las prostitutas eran consideradas mujeres de
vida dudosa aun entre los paganos. La práctica de la prostitución es una actividad
κατασκόπους, espías, lectura en C, Kv, r, L, 945, 1241, 1739, 2298, 2464, Lect, itff, syrp,
copsa,, bo, ac, arm, eth, geo, slav.
ὥσπερ γὰρ τὸ σῶμα χωρὶς πνεύματος νεκρόν ἐστιν. Mediante una comparación con la
muerte física, establece la conclusión de cuanto ha estado tratando sobre la fe que se
muestra real por medio de las obras. La afirmación es concreta: como el cuerpo sin espíritu
está muerto. La muerte en la Biblia nunca es cuestión de término, sino un estado de
separación. La muerte física es el estado que se produce a causa de la separación entre la
parte material y la parte inmaterial del hombre. Santiago afirma que la vida sólo se
evidencia mientras la persona alienta, esto es, respira. El cuerpo sin soplo vital se convierte
en un cuerpo muerto. En ese estado es absolutamente ineficaz y la prueba fehaciente es que
no actúa, es decir, no se manifiesta por obras, porque no tiene vida.
οὕτως καὶ ἡ πίστις χωρὶς ἔργων νεκρά ἐστιν. Estableciendo la segunda cláusula de la
comparación, contrasta la condición de muerte física, manifestada en la separación del
cuerpo y del espíritu, con la situación de una fe que no produce obras. Siguiendo la
comparación establecida, de la misma forma que el cuerpo sin espíritu está muerto, así
también las obras son el hálito vital de la fe. No está refiriéndose aquí a la fe en el momento
de la salvación, sino en el tránsito de la santificación. La fe que salva se manifiesta
inmediatamente en obras que le son inseparables. De este modo las obras testifican de una
fe viva en contraposición con la fe meramente intelectual o religiosa de la mera profesión
de fe. Así escribe el cardenal Tomás de Vío, citado por el Dr. Lacueva:
“Por espíritu no ha de entenderse el alma, sino el aliento: pues, así como el cuerpo de
una bestia, cuando no respira, está muerto, así también la fe sin obras está muerta, siendo
el respirar efecto de vida, como el actuar lo es de una fe viva. De donde se ve claro lo que
Santiago quiere dar a entender cuando dice que la fe es muerta sin obras, no que las obras
sean el alma de la fe, sino que las obras acompañan a la fe, como el respirar es
inseparable de la vida”9.
Respirar no es causa de vida, sino manifestación de vida; así el obrar no es causa de fe,
sino manifestación de la fe. La fe intelectual, que puede ser religiosa e incluso teológica, no
sirve para nada si no produce obras en la vida del creyente.
Siempre es necesario hacer un alto en el estudio y meditar en la enseñanza que Dios
quiere darnos por medio de la Palabra. Es muy común en medios evangélicos hablar de fe;
es común definir la fe; es habitual sistematizar la fe. Sin embargo todo esto puede
conseguirse sin haber alcanzado la verdadera fe. La fe que salva, aunque tiene un alto
componente intelectual, es esencialmente vivencial, consistente en la entrega sin reservas a
la demanda de Dios. La verdadera fe permite el contacto vital con Dios, en el que la
naturaleza de Dios viene a ser experiencia del creyente (2 P. 1:4). Desde el instante del
ejercicio de la fe salvífica, el creyente recibe el don de la vida eterna, que no puede ser otra
que la comunicación que Dios hace de su propia vida. En el soplo divino de la regeneración
comienza para el nacido de nuevo una experiencia de vida que antes no tenía. Esa vida
necesariamente ha de ser dinámica, actuante, por cuanto es vida y es vital. Las
manifestaciones externas de la vida nueva son visibles no en lo que se dice, sino en lo que
se hace. El cristiano comprometido con la fe o, si se prefiere, que vive en la fe, no puede
dejar de manifestar las obras que Dios preparó de antemano para que anduviese en ellas
(Ef. 2:10). Algunos que sienten orgullo de su fe religiosa o intelectual, no producen
ninguna obra consecuente con ella. Se trata, de vidas espiritualmente muertas. Hay quienes
luchan por la fe intelectual, combaten a cuantos –según sus conceptos- se apartan de la
verdadera fe, pero ellos, son incapaces de manifestar la evidencia plena de la verdadera fe
que es el amor. Son adoradores de la doctrina, pero desconocen en la práctica al Dios de la
doctrina. Estos son cadáveres espirituales, corruptos de entendimiento, obreros
fraudulentos, árboles secos, siervos inútiles. Que el Espíritu nos permita vivir la fe en la
experiencia gloriosa de las obras que manifiesten su realidad, manifestando con ello a
Cristo que vive en nosotros por medio de la fe.
CAPÍTULO 3
EL CRISTIANO Y EL DOMINIO PROPIO
Introducción
La vida cristiana se hace evidente mediante las manifestaciones externas de la conducta
cotidiana. Una vida consecuente con la fe procura ajustarse al modelo establecido en la
9
F. Lacueva. o.c., pág. 3
Palabra, en la que profesa creer y con la que tiene un compromiso personal de obediencia.
Una de las formas en que se manifiesta la realidad de una vida nueva es el modo de hablar.
Santiago dedica un largo espacio del capítulo a reflexionar sobre el modo de expresarse,
considerándolo como una evidencia de la verdadera vida cristiana. Para esta enseñanza
utiliza el simbolismo de la lengua, sinónimo en el capítulo del modo de expresión o de la
forma de hablar. Esta manifestación visible de la realidad cristiana alcanza tanto a la
relación entre el creyente y Dios, como a la existente entre el creyente y sus semejantes, de
especial importancia en relación con sus hermanos en la fe. Tanto en relación con el
Creador como con la criatura, la forma de hablar de un verdadero cristiano ha de estar
supeditada y controlada con el propósito de Dios en esa esfera. Comienza considerando la
tendencia a procurar un lugar como maestro dentro de la congregación. Algunos, que no
tenían el don, procuraban enseñar haciéndose maestros ellos a sí mismos. Esta situación
traía dificultades y desorientación, especialmente cuando la conducta personal del maestro
discrepaba de la enseñanza que impartía. Santiago advierte del nivel de responsabilidad y
de juicio que conlleva el ejercicio de enseñar a otros, por lo que puede ocasionar en la vida
del discípulo. Llama también la atención hacia la forma de hablar común de algunos
creyentes, que bendicen a Dios y maldicen al prójimo. En este apartado sitúa el mal uso de
la palabra, en una forma indigna de hablar, enseñando que esta forma está siendo
instrumento al servicio del infierno, es decir, impulsada por el diablo. Usando como
ilustración las riendas para el caballo y el timón para el barco, pone de manifiesto las
consecuencias del buen o mal uso de algo aparentemente pequeño como es la lengua.
Igualmente se refiere a la imposibilidad natural que de un mismo manantial broten dos tipos
diferentes de agua, para mostrar con ello la incongruencia que de una misma boca salgan
dos modos de hablar absolutamente opuestos.
Después del habla, la sabiduría. Considera Santiago dos tipos diferentes de sabiduría:
La que procede del cielo y la que procede de la tierra. Del mismo modo que el hablar
manifiesta la condición del creyente, así también la sabiduría celestial se expresa en obras
de justicia que corresponden al operar de Dios en el cristiano y la comunión con Cristo en
la vida. El que es verdaderamente creyente y sabio, se ocupa esencialmente de la paz,
mientras que el que no tiene esa sabiduría desenvuelve su vida en un ambiente de conflictos
y dificultades. En ocasiones los cristianos pueden hablar mucho sobre el amor, sustentando
sus enseñanzas en la Palabra, pero en la práctica no manifiestan el amor sobre el que
predican. Lamentablemente muchos de los cristianos que se califican como conservadores
y bíblicos, están interesados en la teología del amor, pero ajenos a las consecuencias que se
derivan de ella. Con frecuencia dan al mundo, y a la misma iglesia, la impresión de estar
más interesados en la lucha y enfrentamiento que en la práctica de la paz y del amor.
Santiago demuestra que la verdadera sabiduría, la celestial, es pura, promueve la paz y da
frutos de justicia.
El bosquejo para el estudio del capítulo es el siguiente:
1. El cristiano y el dominio propio (3:1–18).
1.1. El uso de la lengua (3:1–12).
1.1.1. Modo de hablar (3:1–2).
1.1.2. Ejemplos sobre el modo de hablar (3:3–8).
1.1.3. La inconsecuencia del modo de hablar (3:9–12).
1.2. La sabiduría para la vida (3:13–18).
1.2.1. La sabiduría terrenal (3:13–16).
1.2.2. La sabiduría celestial (3:17–18).
κρίμα λημψόμεθα.
juicio recibiremos.
πολλὰ γὰρ πταίομεν ἅπαντες. A quienes le gusta hablar enseñando a otros debe recordar
que todos ofendemos muchas veces. En esto no hay excepción. Es un principio que alcanza
a todas las personas, de ahí que Santiago se incluya también en la afirmación. La forma
verbal πταίομεν, ofendemos, expresa la idea de un tropiezo que conduce a una caída (cf.
Ro. 11:11; 2 P. 1:10). El verbo fue usado antes (2:10). En el contexto la observación se
hace a causa de que el maestro utiliza la palabra y puede errar al decir algo. Todo maestro
es consciente de haberse equivocado muchas veces, al expresar algo.
Con todo, aunque sea un error ocasional como es la equivocación que puede ocurrir en
la enseñanza, la idea general alcanza también al sentido de que nadie en la tierra está exento
de tropezar y caer, sea en la enseñanza o sea en la vida cotidiana. Todos ofendemos mucho,
que es también el sentido de la oración. Así lo reconocía Salomón en la oración de la
dedicación del templo: “Si pecaren contra ti (porque no hay hombre que no peque)” (1 R.
8:46). Esa también es la enseñanza del apóstol Pablo: “no hay justo, ni aun uno” (Ro.
3:10). La situación del hombre es esta, de modo que “siete veces cae el justo” (Pr. 24:16).
Así se expresa el apóstol Juan: “Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a Él
mentiroso, y su palabra no está en nosotros” (1 Jn. 1:10).
εἴ τις ἐν λόγῳ οὐ πταίει, οὗτος τέλειος ἀνὴρ δυνατὸς χαλιναγωγῆσαι καὶ ὅλον τὸ σῶμα.
Los pecados mas frecuentes y también los más difíciles de evitar son aquellos que se
consuman por medio de la lengua. Por esa causa Santiago dice que quien no peca de
palabra es un varón perfecto. Dominar la lengua es una de las cosas más difíciles, por esa
razón, introdujo el párrafo refiriéndose a quienes sienten deseo de hacerse maestros, porque
es fácil, en esas circunstancias, caer en incorrecciones, el que enseña está más expuesto a
pecar con la palabra.
La capacidad de dominar la lengua es expresión de fortaleza espiritual. Por tal motivo
quien logre dominarla podrá controlar cualquier otra acción que se pueda realizar con el
cuerpo, ya que quien consigue hacer lo más difícil, no le resultará arduo llevar a cabo lo
que es más fácil. Santiago aborda la enseñanza utilizando en la construcción griega una
condición de primera clase con la negación οὐ, negando el verbo πταίω. El creyente
maduro se caracteriza por no tropezar, ni poner tropiezo a otros, en el modo de hablar. No
cabe duda que todos podemos errar en algún momento, pero la madurez espiritual hace de
esto la excepción y no lo habitual. El hombre perfecto no es impecable, ya que no hay nadie
sin pecado en el mundo (1 R. 8:46; Job 4:17–19; Sal. 19:12; Pr. 20:9; Ro. 3:9–18; 1 Jn.
1:7–10). De modo que quien es capaz de refrenar la lengua, es capaz de ajustar la conducta
de su vida a lo que corresponde a un creyente fiel. El cristiano que no yerra en lo que dice
es un creyente maduro. El hombre que es capaz de controlar su boca, es capaz de controlar
cualquier otro aspecto de su conducta. Una persona madura es aquella capaz de autocontrol.
ἴδε, mira, como se lee en 81, 322, 323, 945, 1175, 1241, 1292, 1739, 2138, 2298, Biz Lect
copsa, arm, Ps-Ambrosio.
εἰ δὲ τῶν ἵππων τοὺς χαλινοὺς εἰς τὰ στόματα βάλλομεν εἰς τὸ πείθεσθαι αὐτοὺς ἡμῖν.
Mediante una condición de primera clase, como algo cierto, introduce la primera de dos
ilustraciones de las que se sirve para enfatizar la enseñanza. Ambas le sirven para explicar
como un hombre capaz de controlar la lengua, es capaz de controlar toda su conducta.
La ilustración del caballo es elocuente. Al poner un freno en la boca del caballo se
puede controlar todo cuando haga. El sustantivo χαλινοὺς, freno, denota no sólo el bocado,
sino también las bridas que lo controlan. El propósito de ese instrumento es εἰς τὸ
πείθεσθαι αὐτοὺς ἡμῖν, con el fin de que nos obedezcan. La forma verbal πείθεσθαι,
obedezcan, expresa no sólo la idea de dominio que somete a otro, sino de persuasión. El
caballo es enseñado para ser dirigido por el jinete.
καὶ ὅλον τὸ σῶμα αὐτῶν μετάγομεν. El freno, un instrumento pequeño al lado de la
envergadura del caballo, permite conducir al animal a donde el jinete quiere, aunque es
mucho más fuerte que él. La forma verbal μετάγομεν, dirigimos, expresa la idea de hacerlo
ir de un lado a otro conforme a nuestro deseo. La ilustración es fácil de entender: Un
aparato relativamente pequeño es capaz de controlar a un animal grande, así también quien
controla el modo de hablar controla toda su conducta.
4. Mirad también las naves; aunque tan grandes, y llevadas de impetuosos vientos, son
gobernadas con un muy pequeño timón por donde el que las gobierna quiere.
ἰδοὺ καὶ τὰ πλοῖα τηλικαῦ ὄντα καὶ ὑπὸ ἀνέμων σκληρῶ
τα ν
εὐθύνοντος βούλεται,
ἰδοὺ καὶ τὰ πλοῖα τηλικαῦτα ὄντα. Mediante el uso de ἰδου, mirad, requiere la atención
del lector sobre la segunda ilustración que propone. En este caso pone de ejemplo a una
nave. Llamando la atención a sus dimensiones, para lo que utiliza el adjetivo τηλικαῦτα, tan
grandes, o también tan poderosas, en cualquier sentido está refiriéndose a lo que para él es
verdaderamente grande. No cabe duda que sería más asombrosa la ilustración en el
contexto actual de las grandes naves que surcan los mares, ante las que las grandes de los
tiempos de Santiago serían minúsculas ahora.
καὶ ὑπὸ ἀνέμων σκληρῶν ἐλαυνόμενα. Junto con la grandeza de la nave llama la
atención también al viento que las impulsaba, literalmente ἐλαυνόμενα, siendo impulsadas,
o siendo impelidas. Los vientos se califican de como σκληρῶν, violentos, duros, severos,
recios. A la grandiosidad de la nave, se añade la potencia del viento que sopla sobre ella,
estableciéndose el nivel de contraste con lo que va a seguir.
μετάγεται ὑπὸ ἐλαχίστου πηδαλίου ὅπου ἡ ὁρμὴ τοῦ εὐθύνοντος βούλεται. Las grandes
naves impulsadas por fuertes vientos, son dirigidas por un ἐλαχίστου πηδαλίου, muy
pequeño timón. Una nave tan grande es gobernada por algo que es pequeñísimo al lado de
ella. Los vientos podrán soplar en una determinada dirección, pero el timón de la nave hace
que ella se dirija hacia donde el piloto determina. La forma verbal utilizada para referirse a
quien gobierna la nave, εὐθύνοντος, es un participio de presente que señala a algo
continuado y que etimológicamente expresa la idea de enderezar o guiar recto. El timonel
o el piloto, conduce la gran nave impulsada por vientos recios en una dirección recta que él
marca. De manera que lleva la nave a donde quiere, destacando la acción deliberada del
deseo personal del que gobierna la nave.
Esta segunda ilustración es semejante a la primera y enfatiza que un pequeño
instrumento es capaz de actuar sobre grandes cosas; el freno sobre el caballo; el timón
sobre la nave.
5. Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He
aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!
οὕτως καὶ ἡ γλῶσσα μικρὸν μέλος ἐστὶν καὶ μεγάλα
οὕτως καὶ ἡ γλῶσσα μικρὸν μέλος ἐστὶν καὶ μεγάλα αὐχεῖ. Las dos ilustraciones
anteriores enseñan el resultado de acciones de cosas pequeñas. Los caballos son conducidos
por la acción de un pequeño elemento que es el freno; de la misma manera una gran nave es
gobernada aplicando la acción del timón que es también enormemente más pequeño que
ella. Así también la lengua, uno de los miembros pequeños en el cuerpo humano, es capaz
de ejercer una enorme influencia en la vida del hombre.
Santiago afirma, usando un lenguaje figurado, que la lengua μεγάλα αὐχεῖ, se jacta de
grandes cosas. El verbo usado aquí3 tiene el sentido de levantar el cuello, expresión de
arrogancia. La lengua pone de manifiesto la arrogancia del hombre. La lengua hace alarde
de grandes cosas vanagloriándose de ellas. Es típico de la lengua orgullosa mostrarse
arrogante de grandes hazañas. Mediante la palabra el hombre representa ante otros todas las
exageraciones de lo importante que haya podido hacer. Por esa razón muchas veces miente
para justificar lo inconfesable de las acciones. Estando al servicio del yo caído, puede fingir
piedad, donde sólo hay hipocresía.
ἰδοὺ ἡλίκον πῦρ ἡλίκην ὕλην ἀνάπτει. El grave peligro de la lengua se establece
mediante una oración que comienza con una llamada de atención sobre lo que sigue con
ἰδοὺ, mirad. El lector debe prestar atención a un contraste: un pequeño fuego y un gran
bosque. El tamaño del fuego que enciende el bosque no es grande, es suficiente con una
pequeña chispa. El adjetivo ἡλίκον, designa de ordinario grandeza, sin embargo se emplea
también en escritos clásicos para referirse a pequeño, exiguo, que es el sentido en esta
3
Griego: αὐχέω
oración. Una muy pequeña porción de fuego puede provocar el incendio de todo un gran
bosque. En la literatura sapiencial, una palabra hiriente o de ira enciende el bosque de la
contienda: “La banda respuesta quita la ira, más la palabra áspera hace subir el furor”
(Pr. 15:1). La lengua es, en muchas ocasiones, como una pequeña chispa, aparentemente
insignificante, pero que ocasiona graves consecuencias.
6. La lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros
miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma
es inflamada por el infierno.
καὶ ἡ γλῶσσα πῦρ· ὁ κόσμος τῆς ἀδικίας ἡ γλῶσσα καθίστα
ται
καὶ ἡ γλῶσσα πῦρ. De la misma manera que una pequeña chispa puede incendiar un
gran bosque, la lengua, establecida entre los miembros del cuerpo humano, puede ser
instrumento que encienda malos deseos y satisface las más bajas pasiones. La ilustración
del versículo anterior se aplica ahora al modo de hablar. El salmista pide a Dios que le libre
“del labio mentiroso, y de la lengua fraudulenta”, para incidir sobre la condición de ella:
“¿Qué te dará, o qué te aprovechará, oh lengua engañosa? Agudas saetas de valiente, con
brasas de enebro” (Sal. 120:2–4). Es necesario entender que se está usando aquí una figura
de lenguaje que utiliza la lengua para referirse al modo de hablar de la persona. Los libros
sapienciales usan la misma semejanza: “El hombre perverso cava en busca del mal, y en
sus labios hay como llama de fuego” (Pr. 16:27). En ese sentido se alude a la manera de
hablar, especialmente del chismoso, como elemento para encender contiendas: “Como el
que enloquece, y echa llamas y saetas y muerte, tal es el hombre que engaña a su amigo, y
dice: Ciertamente lo hice por broma. Sin leña se apaga el fuego, y donde no hay chismoso,
cesa la contienda. El carbón para brasas, y la leña para el fuego; y el hombre rencilloso
para encender contienda” (Pr. 26:18–21). De la misma manera que un pequeño fuego
produce un incendio incontrolado, así también el modo pecaminoso de hablar, produce
consecuencias irreparables. Santiago presenta la lengua como un fuego que devora y
destruye.
La construcción gramatical sin verbo καὶ ἡ γλῶσσα πῦρ, literalmente también la lengua
fuego, puesta la coma después de fuego, exige que sea el predicado con καθίσταται, es
constituida, de modo que lo que está diciendo es que la lengua, fuego es constituida, como
elemento que puede causar graves dificultades en la persona. En este sentido la lengua se
presenta como un fuego que devora y destruye.
ὁ κόσμος τῆς ἀδικίας. Además de fuego se la compara también con un mundo de
iniquidad, es decir, un elemento conectado con la maldad. En su intimidad están todas las
iniquidades posibles. Es necesario observar que el término κόσμος, mundo, va precedido de
artículo determinado que lo identifica con el orden establecido contra Dios y su voluntad.
El calificativo para la lengua es literalmente el mundo de la iniquidad, que orienta el
pensamiento hacia la condición de un poder extendido para el mal. El genitivo ἀδικίας,
injusticia, iniquidad, maldad, es descriptivo del mundo que se establece en el modo de
hablar y que orienta hacia él las palabras. La lengua puede ser el instrumento y la ocasión
para toda clase de mal. Las malas acciones y los pecados más violentos son defendidos con
la lengua.
ἡ γλῶσσα καθίσταται ἐν τοῖς μέλεσιν ἡμῶν. Añade también que “la lengua está puesta
entre nuestros miembros”. Sin embargo, debe notarse que la forma verbal καθίσταται,
aunque es correcto traducirla como está puesta, limita, en cierto sentido, el alcance
semántico del verbo, que denota también la idea de estar constituida. En ese sentido, la
lengua tiene un poder tan grande que se constituye, es decir, se establece entre los
miembros usurpando lo que no le corresponde. Nótese otra vez, el uso figurativo como si la
lengua estuviese personificada y se impone sobre el resto de los miembros del cuerpo.
Realmente lo que se pretende es destacar que siendo, en apariencia un miembro muy
pequeño, puede actuar y controlar el resto de la conducta, que se hace visible en las
acciones efectuadas por el cuerpo. Es como si se situase sobre un trono ejerciendo dominio
absoluto sobre la persona.
ἡ σπιλοῦσα ὅλον τὸ σῶμα. Es evidente que siendo un mundo de iniquidad no puede
hacer otra cosa que contaminar todo el cuerpo. La forma verbal σπιλοῦσα, que contamina,
es en realidad que ensucia, que mancha, de ahí la traducción contamina. Es en ella misma,
actuando al servicio del mundo de iniquidad, una fuerza moral corruptora, como un
elemento que transmite veneno y que puede contaminar todo el cuerpo. Esta enseñanza se
ajusta plenamente a la de Cristo: “No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo
que sale de la boca, esto contamina al hombre” (Mt. 15:11). El Señor asentó un duro golpe
a la idea farisaica de contaminación ritual por ingerir alimentos inmundos. El mundo
contrario a Dios, basa su espiritualidad en manifestaciones de religiosidad externa con
apariencia de piedad, pero que son contaminantes. Lo que verdaderamente contamina es
aquello que sale de la boca al servicio de un mundo de iniquidad. Las palabras no solo
contaminan al que las pronuncia, sino que dirigidas a otros buscan contaminarlos también,
al surgir de un corazón lleno de pecado. Un modo de hablar incontrolado contamina
siempre.
καὶ φλογίζουσα τὸν τροχὸν τῆς γενέσεως. La frase tiene ciertas dificultades en la
interpretación, literalmente: e inflama la rueda de la existencia. El problema radica
principalmente en el sentido que se de al sustantivo τροχὸν, que equivale a rueda, círculo,
pero que también equivale a carrera, lo que daría el sentido de curso de vida. La idea sería
que la lengua es capaz de inflamar el curso de la vida, es decir, de las sucesivas etapas de la
existencia. Siendo una dificultad dar sentido a la palabra τροχὸν, rueda, sería lógico pensar
que tal vez la palabra no sea τροχὸν, sino τροπὸν, en cuyo caso supone que la lengua
inflama la disposición natural del hombre. En cualquier forma, la enseñanza es clara: el
modo de hablar contamina toda la existencia de la persona y pervierte su propia naturaleza.
καὶ φλογιζομένη ὑπὸ τῆς γεέννης. Culmina el versículo presentando a la lengua como
inflamada por el infierno. Antes se comparó con una pequeña chispa que enciende un gran
bosque, ahora se especifica que el fuego destructor de la lengua procede del infierno. En el
texto griego la palabra es γεέννης, gehena y se utiliza para referirse a un lugar situado al sur
de Jerusalén, llamado valle de Hinom, donde se quemaban los desechos de la ciudad (Jos.
15:8; 18:16; Is. 31:9; 66:24; Jer. 32:35), pero también el lugar donde se sacrificaban en el
fuego a los hijos en honor de los dioses (2 Cr. 33:6), de ahí que sea figura para referirse al
infierno. El Señor usó este término para advertir sobre el infierno (Mt. 5:22; 5:29; Mt.
10:28; 18:9; Mr. 9:42–47). Jesús dio a entender que la gehena es una realidad preexistente
(Mt. 25:41). El infierno, sinónimo de poderes diabólicos, es la fuente de energía que actúa
en el mal hablar del hombre. Habla mal el que actúa bajo la influencia del maligno.
7. Porque toda naturaleza de bestias, y de aves, y de serpientes, y de seres del mar, se
doma y ha sido domada por la naturaleza humana.
πᾶσα γὰρ φύσις θηρίων τε καὶ πετεινῶν, ἑρπετῶν τε καὶ
πᾶσα γὰρ φύσις θηρίων τε καὶ πετεινῶν, ἑρπετῶν τε καὶ ἐναλίων δαμάζεται.
Contrastando con la fuerza indómita de la lengua, compara lo que el hombre ha hecho con
los animales, a los que consiguió dominar bajo su autoridad y acción. La referencia es a los
animales en general, agrupados según las divisiones establecidas en el relato bíblico de la
creación (Gn. 1:26), reiterada también en la narración del mundo postdiluviano (Gn. 9:2).
Los cuatro grupos de animales se colocan separados entre sí por la fórmula τε καὶ, así
como. En primer lugar están las θηρίων, bestias, animales silvestres en general, que
comprende también a las fieras (Mr. 1:13); luego las πετεινῶν, aves, referido a los animales
voladores, nombre derivado de πέτομαι, que significa volar; siguen los ἑρπετῶν, reptiles,
derivado de ἑρύζω, serpentear, arrastrarse; finalmente los ἐναλίων, seres marinos,
criaturas del mar, un adjetivo que aparece solamente aquí en todo el Nuevo Testamento.
Con el uso del adjetivo πᾶσα, toda, hace extensivo a todos los animales la acción de
dominar sobre ellos que el hombre puede ejercer. Santiago dice que todos los animales,
concretamente su naturaleza, δαμάζεται, es domada. El hombre, con su autoridad e
inteligencia, es capaz de someter a todos los animales y controlarlos, poniéndolos incluso a
su servicio.
καὶ δεδάμασται τῇ φύσει τῇ ἀνθρωπίνῃ. La acción del hombre sobre los animales ha
traído resultados definitivos con algunos de ellos, de ahí el uso de la forma verbal
δεδάμασται, ha sido domada, en este caso como perfecto de indicativo expresa la idea de
que el hombre no solo consiguió domar o dominar a los animales, sino que muchos de ellos
quedaron domados o domesticados definitivamente. Sin duda alguna la naturaleza humana
se ha impuesto sobre los animales como dice el salmista: “Le hiciste señorear sobre las
obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies: Ovejas y bueyes, todo ello, y
asimismo las bestias del campo, las aves de los cielos, y los peces del mar; todo cuanto
pasa por los senderos del mar” (Sal. 8:6–8). El hombre ha sido capaz de controlar con su
naturaleza, la naturaleza de todos los animales.
8. Pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser
refrenado, llena de veneno mortal.
τὴν δὲ γλῶσσαν οὐδεὶς δαμάσαι δύναται ἀνθρώπων, ἀκατάστατ
ον1
1
ἀκατάστατον, inestable, lectura de mediana seguridad atesitugada en א, A, B, K, P, 1175,
1243, 1735, 1739*, 2298, itar, ff, 5, vg, syrp, copsa, bo, Jerónimo1/2, Speculum.
ἀκατάσχετον, lectura en C, Ψ, 81, 322, 323, 436, 945, 1241, 1292, 1409, 1505, 1611,
1739c, 1852, 2138, 2344, 2464, Biz [L] Lect syrh, eth, geo, slav, Epifanio, Cirilo, Flaviano
de Constantinopla, Juan Damasceno, Jerónimo1/2, Sepeculum, Casiodoro.
capacidad, aquí puede; ἀνθρώπων, caso genitivo masculino plural del sustantivo genérico
declinado de hombre; ἀκατάστατον, caso nominativo neutro singular del adjetivo
inestable, agitado, trastornado, irregular, inconstante, intermitente; κακόν, caso
nominativo neutro singular del adjetivo mal; μεστὴ, caso nominativo femenino singular
del adjetivo lleno; ἰοῦ, caso genitivo masculino singular del sustantivo declinado de
veneno; θανατηφόρου, caso genitivo masculino singular del adjetivo mortífero.
τὴν δὲ γλῶσσαν οὐδεὶς δαμάσαι δύναται ἀνθρώπων. Mientras que se puede domar a
todos los animales, nadie puede hacerlo con la lengua, es decir, nadie puede controlar
definitiva y completamente su forma de hablar. Nadie consigue dominarla por sí mismo y
mucho menos dejarla dominada definitivamente, es decir, nadie por su esfuerzo personal es
capaz de dominar la lengua y mucho menos dejarla dominada totalmente. Esta
imposibilidad que es total desde el punto de vista y experiencia humana, se hace posible en
la medida en que el creyente esté viviendo bajo el control del Espíritu Santo que lucha
contra la carne (Ro. 7:23; 8:6–9).
ἀκατάστατον κακόν, μεστὴ ἰοῦ θανατηφόρου. Para dar mayor énfasis a la situación del
problema en el control del modo de hablar, da dos calificativos a la lengua. Primero dice
que es un ἀκατάστατον κακόν, mal inestable, dando idea de algo incontrolable, escurridizo,
inquietante, en sentido de ser algo que se opone a lo que es verdaderamente bueno. Este
mal es doblemente peligroso porque es inestable, o incontrolable, por tanto, puede acarrear
graves daños. En segundo lugar se califica a la lengua como algo μεστὴ ἰοῦ θανατηφόρου,
llena de veneno mortífero. Esta misma condición es destacada también por el apóstol Pablo
cuando escribe: “Sepulcro abierto es su garganta; con su lengua engañan. Veneno de
áspides hay debajo de sus labios; su boca está llena de maldición y de amargura” (Ro.
3:13–15). Esta acusación aparece ya en los Salmos: “Porque en la boca de ellos no hay
sinceridad; sus entrañas son maldad, sepulcro abierto es su garganta, con su lengua
hablan lisonjas” (Sal. 5:9), dando a entender la contaminación que hay oculta y que se
manifiesta en la forma de hablar. Por medio de la lengua, y también de la garganta como
órgano del habla, brotan al exterior las emanaciones corruptas de un corazón impío, como
el mismo Señor dijo: “De la abundancia del corazón habla la boca” (Mt. 12:34). La
corrupción de la lengua es comparada con el veneno mortífero, como ocurre con las
serpientes. La referencia bíblica sobre la que se asienta la acusación está también tomada de
los Salmos: “Aguzaron su lengua como la serpiente; veneno de áspid hay debajo de sus
labios” (Sal. 140:3). Se compara al hombre con el veneno mortal de una serpiente.
Disimulados por unos labios lisonjeros están ocultos los colmillos que envenenan (Sal.
12:2). La serpiente es una referencia a Satanás en Edén que usó ese procedimiento para
inocular el veneno mortal del pecado (2 Co. 11:3). La lengua incontrolada es portadora de
muerte (Sal. 5:9; 10:7; 140:3).
ἐν αὐτῇ εὐλογοῦμεν τὸν Κύριον καὶ Πατέρα. El versículo hace referencia a dos
manifestaciones de la forma de hablar, que expresan un profundo contraste. La lengua es
tan incontrolable que frecuentemente comete graves contradicciones. Por un lado aparece
como instrumento de alabanza a Dios. La forma verbal utilizada aquí εὐλογοῦμεν,
1
Κύριον, Señor la lectura de mayor firmeza, atestiguada en p20, א, A, B, C, P, Ψ, 33, 81,
945, 1175, 1241, 1735, 1739, 1852, itar, ff, t, vgst, syrp, copbo/pt, amr, Cirilo.
Θεόν, Dios, atestiguada en 322, 323, 436, 1067, 1243, 1292, 1409, 1505, 1611, 2138, 2298,
2344, 2464, Biz [K, l] Lect its, vgcl, ww, syrh, copsa, bo/pt, ac, geo, slav, Epifanio, Juan
Damasceno, Jerónimo, Agustín.
bendecimos, tiene el significado de una buena palabra, es decir, hablamos bien de Dios.
Equivale esto a glorificar a Dios con alabanzas que honran y proclaman su Nombre.
Además lo reconocen como Señor, es decir, quien tiene dominio y señorío absoluto, y
también como Padre, que expresa el reconocimiento de dependencia, ya que todo don
perfecto y toda buena dádiva proceden de él (1:17). Esta es, sin duda, la función más
elevada del hablar humano.
καὶ ἐν αὐτῇ καταρώμεθα τοὺς ἀνθρώπους τοὺς καθʼ ὁμοίωσιν Θεοῦ γεγονότας. Pero,
inmediatamente surge el contraste, porque con la misma lengua que se alaba a Dios, se
maldice al hombre. Si bendecir tiene que ver con hablar bien, maldecir es hablar mal o
desear mal a alguien. Desear mal al prójimo es contradecir la Ley. De poco vale que se
alabe a Dios, si se habla mal de quienes han sido hechos a la imagen de Él. La
inconsecuencia es seria y el pecado grave, porque por el mismo canal de bendición, se
pronuncia también maldición. De otro modo, con la misma lengua con que se bendice al
Creador, se maldice a Su criatura. El hombre lleva en sí la imagen y semejanza del Creador
(Gn. 9:6).
Santiago afirma que el hombre τοὺς καθʼ ὁμοίωσιν Θεοῦ γεγονότας, a la semejanza de
Dios ha sido hecho. Tiene esto la connotación de llevar la imagen de Dios. Aún después de
la caída sigue portando la imagen de Dios, como indica el verbo. La gravedad de tal acción
es notoria, ya que quien maldice a la criatura que lleva en sí la imagen del Creador, se está
maldiciendo al Creador mismo que la puso en él. Se pronuncia bendición sobre el Ser
Divino y al mismo tiempo se habla mal de la obra que Él hizo.
El versículo está tocando directamente un serio problema, no sólo humano, sino
también entre cristianos. Más adelante se volverá al tema y será allí un motivo de más
extensa consideración, cuando aborde directamente el tema de la murmuración hacia los
hermanos (4:11). Sin embargo será bueno reflexionar aquí un poco más sobre el mal uso
del modo de hablar. En el libro de Proverbios las palabras se presentan en cuatro apartados,
tres para el mal hablar, que corresponde a las del malo, del chismoso y del irreflexivo, y
uno para las correctas palabras del justo. Las del malo están revestidas de astucia para
conseguir sus deseos perversos, especialmente perniciosas cuando van rodeadas de halagos
(Pr. 2:16). El hablar del malo, inflamado por el fuego del infierno, instrumento del maligno,
son palabras seductoras, semejantes a las de Satanás en la tentación de nuestros primeros
padres (Pr. 7:5). Las palabras del malo son destructoras, como Santiago enseña bajo el
ejemplo del bosque que se incendia y, especialmente, del veneno mortal que surge de ellas
(v. 8), por esa razón dice el sabio que “las palabras de los impíos son asechanzas para
derramar sangre” (Pr. 12:6). Santiago comparó el mal uso de la lengua con el fuego, así
también la enseñanza de Proverbios: “El hombre perverso cava en busca del mal, y en sus
labios hay como llama de fuego” (Pr. 16:27–28). La maledicencia tiene que ver con el
engaño, como enseña el apóstol Pablo: “con su lengua engañan” (Ro. 3:13). Es una
actuación pecaminosa porque es contraria a la Ley (Ex. 23:7; Lv. 19:11). La mentira es
propia del comportamiento de Satanás (Jn. 8:44). Las palabras del malo están revestidas de
astucia para conseguir el objetivo de su maldad, de modo que en ocasiones son halagadoras,
como el caso de la mujer ramera que “halaga con sus palabras” para conseguir sus
propósitos (Pr. 2:16), ablandando el corazón del ingenuo con la suavidad de sus palabras
(Pr. 7:5). Las palabras del malo, impulsadas por el pecado y activadas por el maligno son
destructoras, ya que “las palabras de los impíos son asechanzas para derramar sangre”
(Pr. 12:6); es una alusión a un lenguaje insidioso y mortífero. Esas palabras corrompidas
son perversas, de ahí que el malo “anda en la perversidad de su boca” (Pr. 6:12). Todas
esas palabras mentirosas son torrente de maldad, por eso “la boca de los impíos derrama
malas cosas” (Pr. 15:28). Una forma de hablar mentirosa que procura hacer el mal. El
hombre no regenerado que es mentiroso, se goza incluso en la calumnia, como una
expresión perversa de la mentira: “El testigo perverso se burlará del juicio, y la boca de los
impíos encubrirá la iniquidad” (Pr. 19:28). El mismo sabio compara la lengua mentirosa
con el fuego que quema: “El hombre perverso cava en busca del mal, y en sus labios hay
como llama de fuego. El hombre perverso levanta contienda” (Pr. 16:27–28). La
conversación del mentiroso tiene siempre oídos atentos en los malos, porque “está atengo
al labio inicuo; y el mentiroso escucha la lengua detractora” (Pr. 17:4). Dos elementos que
afloran al exterior por el canal del habla. La base bíblica que sostiene la acusación se
encuentra en un Salmo, donde se lee: “Llena está su boca de maldición, y de engaños y
fraude; debajo de su lengua hay vejación y maldad” (Sal. 10:7). El apóstol está llamando la
atención sobre la utilización conjunta de la garganta, lengua y labios, por tanto está
refiriéndose al modo de hablar; lo que, como se dijo antes, Santiago llama la lengua (3:5).
La boca que está llena de maldición y amargura evidencia un corazón lleno de lo mismo
(Lc. 6:45). Se trata de una expresión del pecado. El malediciente es aquel que está lleno de
maldición y esta contaminación interior produce un espíritu amargo, raíces de amargura
que contaminan plenamente a la persona que se llena de amargura. Es posible que una de
las manifestaciones de la amargura se produzca por medio de juramentos amargos, con los
que los mentirosos tratan de afirmar sus palabras de mentira, para poder engañar. Este
juramento se vuelve en contra del que lo pronuncia por perjurio. La maledicencia es una de
las formas propias del modo perverso del habla de los malignos. Malediciente es aquel que
dice mal de otro, no necesariamente mintiendo o calumniándole, es suficiente con intentar
el desprestigio de otro hablando mal de él y destacando sus debilidades. Entra en la forma
grave de la maledicencia el murmurar del prójimo (4:11). El malediciente busca siempre el
desprestigio ajeno para arruinar la vida de aquel de quien habla. Tal vez no llegue al
homicidio contra el prójimo, pero procura destruirlo totalmente delante de los demás. Es,
por consiguiente, un instrumento en manos de Satanás. El chisme es una forma de
maledicencia prohibida por Dios en su Ley (Lv. 19:16). El chismoso genera siempre
conflictos (Pr. 26:20), siendo verdaderamente destructivo (Pr. 16:28). Lo sorprendente es
que la maledicencia no se da sólo en el no regenerado, sino que se produce también en el
creyente carnal. El que dejando la acción poderosa del Espíritu a un lado, camina por su
camino sin buscar la plenitud del Espíritu. El que habla mal de su hermano, el malediciente,
es instrumentos en mano del demonio para sus fines y propósitos. Junto con la
maledicencia, compañera inseparable de ella, está la amargura. Esta raíz venenosa
introducida por el pecado en la naturaleza caída del hombre, genera palabras que salen al
exterior como expresión de un corazón contaminado por ella. La amargura no es una simple
situación anímica, sino un pecado que expresa una manifestación de rebeldía ante la
prohibición que Dios estableció sobre esto en la Ley: “…no sea que haya en medio de
vosotros raíz que produzca hiel y ajenjo” (Dt. 29:18). La amargura es la manifestación de
quien tiene vacío de Dios. Quien está satisfecho con Dios no puede vivir en amargura, sino
que el gozo es la forma natural de esa relación (Sal. 73:25–26). Un corazón lleno de Dios
tiene a Dios en su modo de hablar (Sal. 73:28). La raíz de amargura no es solo privativa de
los impíos, sino que puede darse también en el creyente que no vive en plena comunión con
Dios. Esa es la razón de la exhortación a los creyentes: “Mirad bien, no sea que alguno
deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y
por ella muchos sean contaminados” (He. 12:15). La razón de esta demanda de atención es
para “que no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios”. No quiere decir que el
creyente pueda caer de la gracia y perder la salvación. La advertencia tiene que ver con las
bendiciones propias de la salvación que pueden dejar de alcanzarse en la vida cristiana.
Vivir bajo un sistema legalista, vincularse a los principios que regían la antigua alianza,
supone desvincularse de la gracia (Gá. 5:4), de ahí que los recursos que Dios concede al
que vive en el Nuevo Pacto, dejan de ser efectivos para quienes buscan otra vía que no sea
la vida de fe en dependencia plena de Dios. Quienes han muerto a la ley están libres de ella
para vivir bajo el régimen nuevo del Espíritu, en libertad y poder. La advertencia para el
creyente está en apartarse de la vida en la gracia, que no es otra cosa que la vida en la fe, y
que trae aparejada la pérdida del gozo que es sustituido por raíces de amargura. La
amargura fructifica en el corazón del creyente, en donde brota. La contaminación comienza
amargando al creyente en el que ha brotado la raíz de amargura, pero no queda el problema
en él sólo, sino que, como planta venenosa se extiende y contamina a otros. La santidad no
se contagia, pero el pecado sí. Un pecado íntimo y personal se extiende luego a la
congregación afectando a muchos. La pérdida del gozo que se transforma en experiencia de
amargura es el resultado de dejar a un lado la gracia, es decir, la vida en dependencia y bajo
el control del Espíritu. Jesús vino con el propósito de producir, con su presencia en el
cristiano, una vida de gozo abundante en donde antes había sólo -como dice Eclesiastés-
vanidad y aflicción de espíritu. El mismo lo afirmó: “Yo he venido para que tengan vida, y
para que la tengan en abundancia” (Jn. 10:10). En esa abundancia de vida está
necesariamente presente el gozo de Jesús en la vida de sus seguidores: “Estas cosas os he
hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido” (Jn. 15:11). La
provisión de la gracia produce efectos contrarios a las raíces amargas: “Pedid, y recibiréis,
para que vuestro gozo sea cumplido” (Jn. 16:24). En la oración intercesora, nuestro Señor
pidió por el gozo completo de cada creyente: “Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el
mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos” (Jn. 17:13). La bendición divina
en la gracia produce paz y gozo en la vida cristiana. Sin embargo, todo lo que tiene que ver
con gozo, tiene que ver con la acción del Espíritu Santo en la vida cristiana, ya que “el
fruto del Espíritu es…gozo” (Gá. 5:22). Una raíz de amargura que brota es evidencia clara
de la falta de acción del Espíritu Santo en la vida del creyente. Pero, esta disfunción
espiritual no afecta sólo al que la padece, sino que contamina y corrompe su entorno. Un
cristiano amargado es amargura al resto de los hermanos. La influencia perniciosa de un
amargado ocasiona desaliento y desánimo en quienes están en contacto con él.
Mayor gravedad aún cuando se habla mal del hermano en Cristo. El creyente, como
criatura es creación de Dios y lleva su imagen, pero es también una nueva creación de Dios
en Cristo (2 Co. 5:14–21). La imagen de Dios es restaurada en el salvo (1 Co. 15:49), por
tanto mayor pecado se comete en la maledicencia hacia el hermano. El cristiano es hijo de
Dios por adopción (Gá. 4:4), y miembro de la casa y familia de Dios (Ef. 2:19). A todo esto
debe añadirse que es también templo de Dios en Espíritu (1 Co. 3:16). El cristiano está
siendo conformado a la imagen de Jesucristo (Ro. 8:29). Cuando se habla mal de un
hermano, se está cometiendo un grave pecado contra Dios. El malediciente no puede estar
en comunión con los creyentes porque no está en comunión con Dios. El apóstol Pablo
considera la maledicencia en la lista de pecados que impiden la comunión (1 Co. 5:11). El
tema se ampliará más adelante.
10. De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe
ser así.
ἐκ τοῦ αὐτοῦ στόματο ἐξέρχετα εὐλογία καὶ κατάρα. Οὐ χρή,
ς ι
μήτι ἡ πηγὴ ἐκ τῆς αὐτῆς ὀπῆς βρύει τὸ γλυκὺ καὶ τὸ πικρόν. Complementando e
ilustrando la enseñanza anterior, formula una pregunta retórica que introduce mediante la
partícula interrogativa μήτι, acaso, que exige una respuesta negativa. La ilustración hace
referencia a un manantial de donde βρύει, brota o surge el agua. El presente de indicativo
en que aparece la forma verbal, indica que está manando agua continuamente. En ese
brotar, es imposible que salga τὸ γλυκὺ, lo dulce y τὸ πικρόν, lo amargo. El sustantivo
agua unido a los adjetivos dulce y amargo no está en el texto griego y se añade a efectos de
mejor comprensión al traducir la frase. La idea de la comparación no está en la salida
simultánea de agua dulce y amarga, sino en que por un mismo lugar y de un mismo
manantial brote en momentos agua dulce y en otros, agua amarga.
La aplicación del ejemplo comparativo en fácil: Si de una misma fuente no es posible
que salga agua dulce y amarga, tampoco debiera salir de la misma boca unas veces
bendición y otras maldición. De igual manera que sería contradictorio en un manantial
natural, así también en el modo de hablar.
12. Hermanos míos, ¿puede acaso la higuera producir aceitunas, o la vid higos? Así
también ninguna fuente puede dar agua salada y dulce.
μὴ δύναται, ἀδελφοί μου, συκῆ ἐλαίας ποιῆσαι ἢ ἄμπελος σῦκα
1
οὔτε ἁλυκὸν, ni salada, lectura de seguridad media, atestiguada en A, B, C*, 1175, 1243,
1852, copsa, arm.
οὕτως οὐδε αλυκόν, así ni salada, lectura que aparece en א, 81, 322, 323, 1739, 2344, itar, ff,
t
, vg, syrp, copbo, geo, Cirilo.
οὕτως οὐδεμία πηγὴ αλυκόν καὶ, así ninguna fuente salada y, que se lee en 436m 945,
1292, 1409, 1611, 2298, Biz [K, L] Lect syrh, with*, slav.
οὕτως οὔτε μία πηγὴ αλυκόν καὶ, así ni una sola fuente salada y, lectura en P, 1505, 2138.
Notas y análisis del texto griego.
Existen otras alternativas de menor interés.
Formulando una conclusión, introduce la primera cláusula a modo de pregunta retórica,
escribiendo: μὴ, partícula que hace funciones de pronombre de negación condicional no,
que en este caso puede traducirse como acaso, para introducir una pregunta retórica;
δύναται, tercera persona singular del presente de indicativo en voz media del verbo
δύναμαι, poder, aquí puede; ἀδελφοί, caso vocativo masculino plural del sustantivo que
denota hermanos; μου, caso genitivo de la primera persona singular del pronombre
personal declinado de mí; συκῆ, caso nominativo femenino singular del sustantivo
higuera; ἐλαίας, caso acusativo femenino plural del sustantivo aceitunas; ποιῆσαι, aoristo
primero de infinitivo del verbo ποιέω, hacer, fabricar, producir, aquí producir; ἢ,
conjunción disyuntiva o; ἄμπελος, caso nominativo femenino singular del sustantivo vid;
σῦκα, caso acusativo neutro plural del nombre común higos; οὔτε, conjunción copulativa
ni; ἁλυκὸν, caso nominativo neutro singular del adjetivo salado; γλυκὺ, caso acusativo
neutro singular del adjetivo dulce; ποιῆσαι, aoristo primero de infinitivo del verbo ποιέω,
hacer, fabricar, producir, aquí producir; ὕδωρ, caso acusativo neutro singular del
sustantivo agua.
μὴ δύναται, ἀδελφοί μου, συκῆ ἐλαίας ποιῆσαι ἢ ἄμπελος σῦκα. Reforzando el ejemplo
de la fuente pasa a otro tomado del campo. La construcción habitual es en forma de
interrogación o pregunta retórica, para lo que es necesario traducir la partícula de negación
μὴ, como adverbio de duda acaso, usándola en su sentido de partícula interrogativa como
sería en este caso. Sin embargo, traducida como simple negación da aún mayor fuerza al
ejemplo. Los lectores entenderán que cada árbol produce su propio fruto, por tanto, es
imposible que en uno se encuentre fruto de otro. Dios estableció lo que cada árbol debía dar
como fruto, lo mismo que los animales, según su especie (Gn. 1:11, 12, 21, 24, 25). Por
tanto, si es imposible e incluso inconsecuente que un árbol produzca el fruto propio de otro,
así también es inconsecuente que el hombre y especialmente el creyente hable de una forma
que Dios nunca estableció ni determinó para él. Maldecir a los hombres es contrario a lo
que está establecido: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (2:8). Nuevamente aparece
aquí el eco de las enseñanzas de Jesús: “Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen
uvas de los espinos, o higos de los abrojos?” (Mt. 7:16). Las palabras de Jesús conducen a
una apreciación aún más profunda, relativa a quienes se dicen ser creyentes y no lo son. La
distinción se manifiesta claramente en el modo de vida personal. Quienes hablan mal de sus
hermanos deben preguntarse si realmente han nacido de nuevo, ya que “el que dice que
está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas” (1 Jn. 2:9). Todavía más:
“Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos.
El que no ama a su hermano, permanece en muerte” (1 Jn. 3:14). Algunos alaban a Dios
con su boca, lo honran con sus labios, pero tales manifestaciones se reducen a una mera
apariencia de piedad religiosa, si no están complementadas con el amor sincero hacia los
hermanos, que impide la maledicencia. Los que bendicen a Dios con su boca y maldicen a
los hombres, están manifestando por sus frutos su condición espiritual. Estos tienen
apariencia de piedad, pero niegan la eficacia de ella (2 Ti. 3:5). Son generalmente los que
quieren hacerse a ellos mismos maestros de la Palabra, considerándose como los más fieles
y los más capaces. Estos son seductores que procuran manifestarse como perfectos pero que
en realidad no tienen contenido espiritual alguno.
οὔτε ἁλυκὸν γλυκὺ ποιῆσαι ὕδωρ. Con el ejemplo del fruto de los árboles, refuerza la
ilustración de la fuente. La naturaleza no va contra las funciones propias de la creación. La
lengua del hombre debiera estar ocupada en aquello para lo que fue creada, bendecir y no
maldecir.
La construcción gramatical de esta segunda cláusula es un tanto compleja, de ahí las
muchas alternativas de lectura que se señalan en el apartado de Crítica Textual. Es
interesante notar la ausencia del sustantivo fuente vinculado a los adjetivos salada y dulce,
por lo que ha de considerarse implícito. Sobre esta segunda cláusula escribe el Dr. Lacueva:
“La segunda parte del v. 12 parece, a primera vista, una añadidura innecesaria, pero
el autor sagrado termina de esta manera porque recoge, mejor que ninguna otra
comparación, la incongruencia de que una vida consagrada a Dios eche por una boca, que
debería dar palabras de dulzura, palabras llenas de amargura”4.
La boca de quien pronuncia palabras de amargura y rencor contra otro hermano, es
instrumento en manos del infierno contra la voluntad de Dios. De ahí la urgente necesidad
de controlar la forma de hablar, siempre difícil en extremo. Pero posible por la acción del
Espíritu Santo. Será bueno y necesario orar al estilo del salmista: “Pon guarda a mi boca,
oh Jehová; guarda la puerta de mis labios” (Sal. 141:3). Es también necesario refrenar el
uso de la palabra, para no caer en dificultades e incluso pecar, como dice el sabio: “El que
guarda su boca guarda su alma; mas el que mucho abre sus labios tendrá calamidad” (Pr.
13:3).
4
F. Lacueva. o.c., pág. 41.
masculino singular del pronombre interrogativo quién; σοφὸς, caso nominativo
masculino singular del sustantivo que denota sabio; καὶ, conjunción copulativa y;
ἐπιστήμων, caso nominativo masculino singular del adjetivo entendido, que sabe,
instruido, versado, ducho, docto; ἐν, preposición propia de dativo entre; ὑμῖν, caso dativo
de la segunda persona plural del pronombre personal vosotros; δειξάτω, tercera persona
singular del aoristo primero de imperativo en voz activa del verbo δείκνυμι, mostrar,
presentar, hacer ver, aquí muestre; ἐκ, preposición propia de genitivo por; τῆς, caso
genitivo femenino singular del artículo determinado la; καλῆς, caso genitivo femenino
singular del adjetivo buena; ἀναστροφῆς, caso genitivo femenino singular del nombre
común conducta, manera de vivir; τὰ, caso acusativo neutro plural del artículo
determinado los; ἔργα, caso acusativo neutro plural del nombre común obras; αὐτοῦ,
caso genitivo masculino de la tercera persona singular del pronombre personal declinado
de él; ἐν, preposición propia de dativo en; πραΰτητι, caso dativo femenino singular del
sustantivo dulzura, bondad, amabilidad, mansedumbre; σοφίας, caso genitivo femenino
singular del sustantivo declinado de sabiduría.
Τίς σοφὸς καὶ ἐπιστήμων ἐν ὑμῖν. Utilizando nuevamente una pregunta retórica, se
sirve de ella para introducir un nuevo tema. Ha estado refiriéndose antes, en el párrafo
anterior, la primera parte del capítulo, sobre el modo correcto de hablar del creyente. Ahora
va a referirse a la forma de comportamiento. Las dos cosas están en plena sintonía. El Señor
enseñó, lo que primeramente había practicado (Hch. 1:1). La verdadera sabiduría es aquella
que mantiene un perfecto equilibrio entre lo que se habla y el modo de comportamiento.
Con esta nueva pregunta el escritor desea hacer reflexionar a los lectores, no tanto para
que la respondan, sino para que procedan a un examen personal de sus propias vidas. La
pregunta formulada tiene que ver primeramente con quién es σοφὸς, sabio. La palabra se
utiliza para referirse a un maestro práctico, con experiencia y habilidad, estos entrarían de
lleno dentro de los verdaderos maestros, no de quienes se consideran maestros sin serlo (v.
1). Al sustantivo sabio añade también el adjetivo ἐπιστήμων, que califica al sabio y lo
considera como quien es entendido, que sabe, instruido, versado, ducho, docto. En general
pregunta por los maestros con capacidad científica, diestros, y que, por ello, son superiores
en conocimiento a los demás y capaces para enseñar a otros (2 Ti. 2:2). Está dirigiéndose,
como viene haciendo en toda la Epístola, a creyentes en la iglesia local. Algunos querían
hacerse maestros a sí mismos, y por esa sola razón ya no eran ni sabios ni entendidos. Para
demostrar la realidad del verdadero maestro, introduce el verdadero test que lo avale,
mediante una evidencia visible.
δειξάτω ἐκ τῆς καλῆς ἀναστροφῆς τὰ ἔργα αὐτοῦ ἐν πραΰτητι σοφίας. El maestro sabio
muestra la realidad de su don y la evidencia de su capacidad por medio de su conducta.
Anteriormente se hizo alusión a la enseñanza de Jesús sobre la forma de conocer a los
verdaderos maestros mediante sus frutos, es decir, su modo de comportamiento. En ese
mismo sentido Santiago apela a las obras que ponen de manifiesto el nivel espiritual de un
creyente. No se mide este por lo que habla, sino por la forma de vida, consecuente con lo
que enseña. De otra manera, el verdadero maestro enseña tanto o más con el ejemplo que
con la palabra, por esa razón, a quienes despreciaban a Timoteo por ser joven, lo aceptarían
por su ejemplo de vida (1 Ti. 4:12).
Al creyente que se considera sabio y entendido se le demanda aquí que δειξάτω,
muestre esa realidad por medio de su buena conducta. La forma verbal está en aoristo de
imperativo, por lo que debe asumirse no tanto como un ruego sino como un mandato;
equivale la expresión a muestre definitivamente esa realidad por su conducta. No se trata
de una opción, sino la necesidad de una evidencia visible. Al igual que antes se enseñó que
la fe debe mostrarse por las obras, así ahora la sabiduría y la capacidad, deben hacerse
evidentes de la misma manera.
La forma de mostrarlo es por su καλῆς ἀναστροφῆς, buena manera de vivir; no se trata
de acciones puntuales y de hechos esporádicos, sino de la forma cotidiana en que se
desenvuelve en la sociedad, en la familia y en la iglesia. No es sabio aquel que conoce
mucho, sino quien vive conforme a la voluntad de Dios, como era el caso de Pablo antes de
su conversión (Gá. 1:13). Quien dice que tiene sabiduría y capacidad debe aportar las
pruebas que confirmen lo que dice. Esto está plenamente vinculado con la fe. Es necesario
establecer el hilo conductor de la fe en toda la Epístola. Antes se estuvo refiriendo a la
demostración de la realidad de la fe, mediante obras concordantes con ella e impulsadas por
ella. Es necesario que el que enseñe a otros sea una persona fiel (2 Ti. 2:2). La fidelidad se
evidencia no en palabras sino en obras, propias de un creyente fiel.
Las obras que ponen de manifiesto la verdadera sabiduría y capacidad, han de llevarse a
cabo ἐν πραΰτητι σοφίας, literalmente en mansedumbre de sabiduría, o lo que es igual en
sabia mansedumbre. La mansedumbre es condición propia del discípulo de Cristo, como Él
mismo demandó: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y
humilde de corazón” (Mt. 11:29). Aprender de Jesús es mas que adquirir conocimiento, no
se trata de asunto intelectual, sino de identificación personal. El aprendizaje con el Maestro
es admirable, porque Él es manso, por tanto puede enseñar al peor alumno sin reprenderle,
con toda la paciencia y la gracia necesaria para cada caso y para cada situación. Nada más
elocuente que las muchas horas de enseñanza pausada y de comprensión ante la dureza de
entendimiento de sus discípulos. Nunca tuvo problemas para responder a quienes venían a
Él con alguna pregunta. Después de su resurrección dedicó toda una jornada de camino con
los dos de Emaús abriéndoles las Escrituras y enseñándoles con autoridad, gracia y
paciencia (Lc. 24:25–27). De la misma forma dedicó cuarenta días, entre la resurrección y
la ascensión para enseñar a los discípulos acerca del reino de Dios (Hch. 1:3). El que sigue
a Jesús manifiesta la identificación con Él en sabia mansedumbre, porque el conocimiento
de Dios en la comunión del Espíritu lo hace posible, al reproducir a Jesús en la vida del
discípulo. Mansedumbre es la disposición a aceptar sin reservas lo que Dios establece y
asumir su voluntad sin condiciones. Dios ha llamado a sus hijos a buenas obras, preparadas
ya de antemano para que sea el estilo propio de vida de cada creyente (Ef. 2:10). Una de las
características de los ciudadanos del reino es la mansedumbre, que constituye además una
bienaventuranza: “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por
heredad” (Mt. 5:5). Mansa es la persona que cuando recibe una injuria no devuelve el mal
recibido con ánimo vengativo, sino que encomienda su causa en manos del Señor y espera
que Él actúe. El ejemplo supremo de mansedumbre en el obrar cotidiano es el de Jesús. A
esta mansedumbre apela el apóstol Pablo para exhortar a los creyentes: “Yo Pablo os ruego
por la mansedumbre y ternura de Cristo” (2 Co. 10:1). La mansedumbre alcanza la
suprema expresión en la entrega personal y voluntaria que hizo de Sí mismo sujetándose al
plan de redención y a la voluntad del Padre en ello (He. 10:7).
En base a la identificación con Cristo, la mansedumbre ha de ser la forma natural del
carácter de cada creyente. La mansedumbre no se expresa por sumisión a un mandamiento,
sino por comunión con Cristo. La vida cristiana no es asunto de religión con normas
impositivas, sino de comunión con el Señor, que se hace vida en cada uno de sus hijos,
mediante la acción conformadora del Espíritu. Mansedumbre que ha de mostrarse en forma
práctica en las relaciones entre creyentes. La mansedumbre ha de mostrarse en un obrar
consecuente con Cristo en el plano de la relación familiar, donde cada miembro se somete a
los otros buscando, no su propio bien y mucho menos sus derechos, sino el bien y beneficio
de los otros (1 Co. 10:24). Mientras que la ignorancia conduce a la arrogancia, la fe lleva al
amor. En una vida que habla de fe y de sabiduría, pero que no se manifiesta en obras de
sabia mansedumbre, algunas veces el liderazgo de la iglesia, disciplinan a los miembros
que se oponen, no a la enseñanza bíblica, sino a su voluntad personal. En ese mismo abuso
de autoridad, los líderes no revestidos de mansedumbre, ponen cargas no bíblicas de usos,
formas, costumbres, etc. Enseñándolos como mandamientos de Dios, sabiendo que son sólo
mandatos y costumbres de hombres, haciendo de los santos de Dios un pueblo de esclavos.
La verdadera mansedumbre, lo mismo que la fe, demanda necesariamente una evidencia
visible de ella por medio de obras consecuentes. Alcanzar la experiencia personal de un
carácter manso es la mejor evidencia de estar en comunión con Cristo y en seguimiento de
Él. Una evidencia de la mansedumbre es la humildad.
14. Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni
mintáis contra la verdad.
εἰ δὲ ζῆλον πικρὸν ἔχετε καὶ ἐριθεία ἐν τῇ καρδίᾳ ὑμῶν, μὴ
ν
εἰ δὲ ζῆλον πικρὸν ἔχετε καὶ ἐριθείαν ἐν τῇ καρδίᾳ ὑμῶν. Son evidentes los problemas
espirituales en la iglesia primitiva entre los creyentes. La expresión condicional εἰ δὲ, pero
sí, con que se inicia el versículo no es una posibilidad sino más bien la afirmación de una
existencia, como si dijese: ya que. Entre los cristianos había algunos que en lugar de un
corazón lleno de sabia mansedumbre, lo estaba de ζῆλον πικρὸν, celo amargo. En el griego
del Nuevo Testamento la palabra ζῆλον, se puede usar para referirse a intereses buenos (Jn.
2:17), como a intereses malos (Hch. 5:17). En el contexto del versículo es necesario
entender esto como celo dañino, teniendo en cuenta el adjetivo πικρὸν, que lo califica de
amargo.
Los celos amargos, son muchas veces envidia que amarga el corazón del que desea
poseer lo que otro tiene y no lo alcanza. Santiago orienta la exhortación en esa dirección, al
decir que junto con los celos amargos ἔχετε καὶ ἐριθείαν tienen también rivalidad,
generada, con toda seguridad, por la envidia. Los lectores, o por lo menos algunos de ellos,
estaban envueltos en rivalidades. La causa que los generaba eran los celos amargos,
resultado de un conocimiento soberbio que generaba un más alto concepto de ellos mismo
que el que era real. Así se entiende la progresión que comenzaba por quererse hacer
maestros (v. 1), y terminaba en rivalidades a causa de los celos amargos de no poder
conseguir lo que deseaban. Pudiera ser que estos tuviesen un conocimiento correcto de las
cosas, pero era estéril por cuanto estaba falto de amor (1 Co. 8:1). Este tipo de maestro que
no tiene un corazón lleno de sabia mansedumbre no sirve para enseñar a nadie conforme a
la sabiduría de Dios, porque él mismo no sabe nada como debiera saberlo (1 Co. 8:2).
Una situación personal semejante generaba rivalidades, que es una disposición
contenciosa en el corazón que saldrá al exterior más tarde o más temprano (Lc. 6:45). Tiene
que ver esto con un espíritu partidista y sectario. El espíritu sectario comenzaba en el
corazón que tenía celos amargos. En esta situación hay una enorme dificultad para
rectificar la conducta, porque hay un tesoro personal que controla el corazón, de manera
que “donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mt. 6:21).
μὴ κατακαυχᾶσθε καὶ ψεύδεσθε κατὰ τῆς ἀληθείας. Vinculada con la evidencia de una
situación contraria a la sabia mansedumbre, el hagiógrafo establece una amonestación: “no
os jactéis, ni mintáis contra la verdad”. El mandamiento de dejar de jactarse está dirigido a
quienes estaban considerándose como maestros capaces de enseñar a otros. Estos debía
dejar de vanagloriarse en lo que creían ser. Una jactancia semejante es ψεύδεσθε κατὰ τῆς
ἀληθείας, mentir contra la verdad. En el contexto tiene que ver con una mentira directa, no
en palabras sino en conducta, contra la verdad del evangelio. Un espíritu celoso y arrogante
contradice la realidad del mensaje que pretendían enseñar. Incluso podría estar pidiendo
Santiago que dejasen la hipocresía que trataba de ocultar con una piedad aparente y un
compromiso con la enseñanza bíblica, la corrupción moral y espiritual que había en ellos.
La situación no ha sido cancelada por el tiempo transcurrido desde los días de Santiago
hasta nuestros días. El verdadero maestro bíblico, capacitado por el Espíritu y que vive a
Cristo, tiene necesariamente que estar lejos de sentir celos amargos, porque considera que
la enseñanza es un privilegio de servicio y no un medio de lucimiento personal. Los que sin
don de maestro, o incluso teniéndolo viven sin el control del Espíritu Santo, suelen estar
llenos de celos amargos. Son aquellos que buscan los mejores lugares en las
concentraciones de creyentes y luchan por ocupar el mejor momento en el púlpito en las
ocasiones especiales. Estos fatuos, arrogantemente hinchados, son incapaces de reconocer
dones más especiales y capacidades mayores que las que ellos suponen tener. Siempre
consideran a otros como inferiores a ellos y desprecian a cualquiera que pudiera hacerles
sombra. No son capaces de sentarse a escuchar la enseñanza de verdaderos maestros
bíblicos, porque son incapaces de oírlos con humildad. Cuando alguno les supone un
obstáculo en sus pretensiones arrogantes, buscan cualquier pretexto para actuar en su
contra, procurando desprestigiarlo personalmente para que caiga en entredicho. Son quienes
en un alarde de defender lo que llaman sana doctrina, levantan maledicencia contra los que
verdaderamente conocen la Palabra. Sus lenguas inflamadas por el fuego del infierno, no
dudan en calumniar o decir medias verdades, que son las peores mentiras, contra quienes
son realmente maestros conforme al corazón de Dios. A lo largo de los últimos años,
creyentes llenos de amargura y celos, se erigieron como valedores de la verdad bíblica, para
alejar a los maestros de las congregaciones. Usando este argumento están, como dice
Santiago mintiendo a la verdad. Su doctrina puede ser ortodoxa, pero sus obras la
contradicen de tal manera que son lo más pernicioso para enseñarla. Grandes maestros en
grupos evangélicos conservadores fueron desterrados de los púlpitos, privando con ello a
los creyentes de una enseñanza poderosa, porque hubo otros que se hicieron maestros a
ellos mismos, pero carecían del espíritu de humildad propio del maestro bíblico. Suelen
estos llenos de amargura, alardear de lo que no conocen, quedando generalmente en
evidencia delante de quienes, además del don de maestro dado por el Espíritu Santo, son
además capaces por el estudio de la Escritura y de las lenguas bíblicas para interpretarla.
Estos maestros contenciosos, arrogantes y envidiosos, con corazones llenos de celos
amargos, han hecho un enorme daño a la iglesia con el ejemplo de su conducta.
15. Porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal,
diabólica.
οὐκ ἔστιν αὕτη ἡ σοφία ἄνωθεν κατερχομ ἀλλὰ ἐπίγειος,
ένη
ψυχική, δαιμονιώδης.
animal, demoníaca.
οὐκ ἔστιν αὕτη ἡ σοφία ἄνωθεν κατερχομένη. La sabiduría a que se refiere es del
versículo anterior, mero conocimiento que se manifiesta en una forma de hablar desmentida
por la conducta del que trata de constituirse en maestro. Esta es una sabiduría falsa. La
verdadera sabiduría es la que procede directamente de Dios (1:5; 3:17). El origen de la
sabiduría que se menciona en el contexto no es celestial, ya que esa clase de sabiduría
produce celos amargos y contiendas. La falsa sabiduría procede del orgullo humano y no de
la gracia divina. Por tanto no es esta la sabiduría que desciende de arriba, ya que lo que
procede de Dios es siempre un don perfecto y un regalo bueno (1:17). La sabiduría no es
celestial, porque refleja todo lo contrario en el carácter del maestro.
ἀλλὰ ἐπίγειος, ψυχική, δαιμονιώδης. Si la sabiduría antes mencionada no es de
procedencia celestial, no desciende de arriba, entonces la única opción es que procede de
abajo, esto es, del mundo contrapuesto al celestial.
Santiago utiliza tres adjetivos para calificar la sabiduría que no es celestial. En primer
lugar dice que es una sabiduría ἐπίγειος, terrenal. El sentido de este adjetivo es sinónimo de
mundana, propia de los hombres que viven en el mundo y que no han sido regenerados por
el Espíritu. Esta sabiduría no solo es contraria a la celestial, sino que se opone a ella. El
mundo tiene una sabiduría que es vanidad, porque considera vana la única verdadera
sabiduría, la que procede de Dios. Para el hombre no regenerado la sabiduría contenida en
el evangelio es locura (1 Co. 1:18). La sabiduría humana es terrenal porque nace y procede
de este mundo. El mundo es un orden estructurado por Satanás para oponerse a Dios. En
este sistema la humildad personal y la mansedumbre desaparecen para dar paso a la
vanagloria de la vida, la santidad a los deseos de la carne, la espiritualidad a los deseos de
los ojos (1 Jn. 2:16). Se trata de una sabiduría apta sólo para actividades terrenales o
propias del mundo.
El segundo adjetivo usado es ψυχική, animal. Se trata de una sabiduría propia de la
naturaleza humana que surge de la condición natural del hombre. Es una sabiduría
incompatible con aquella que surge o procede del Espíritu. La naturaleza animal, es aquella
que se alcanza por los sentidos y no exige una disposición sobrenatural como es la que
viene de Dios por medio de su Espíritu. La contraposición entre ambas sabidurías es
evidente: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios,
porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir
espiritualmente” (1 Co. 2:14). Santiago pone de manifiesto el contraste que existe entre la
sabiduría humana y la sabiduría celestial.
El tercer calificativo es δαιμονιώδης, literalmente demoníaca, esto es, procedente e
impulsada por los demonios. La mayor evidencia está en que los que se querían constituir
como maestros entre los creyentes a quienes se dirige la Epístola, manifestaban una
espiritualidad sustentada en “celos amargos y contención” (v. 14), unida a la arrogancia
personal que querer ser lo que Dios no había determinado, espíritu propio de quienes son
impulsados por los demonios. El que abandona el ámbito de la fe y la dependencia que en
ella se produce, sigue a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios (1 Ti. 4:1).
Son interesantes las palabras del Dr. Carballosa, llamando a una reflexión personal, al
referirse a este aspecto:
“Las palabras de Santiago son como el sonido de trompeta para los cristianos de hoy.
¿Qué clase de sabiduría reina en el pueblo de Dios hoy? Satanás, por medio de sus
demonios, procura inyectar discordia, orgullo, vanidad, rivalidad y herejías en el pueblo
de Dios. Munas congregaciones, grupos eclesiásticos e instituciones han sucumbido ante el
engaño satánico por no haber apelado a la sabiduría que proviene de Dios”5.
16. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa.
ὅπου γὰρ ζῆλος καὶ ἐριθεία, ἐκεῖ ἀκαταστ καὶ πᾶν φαῦλον
ασία
πρᾶγμα.
acción.
ὅπου γὰρ ζῆλος καὶ ἐριθεία, ἐκεῖ ἀκαταστασία καὶ πᾶν φαῦλον πρᾶγμα. La evidencia de
la sabiduría terrenal se manifiesta por las obras que acompañan, no sólo a la vida de los
maestros que la utilizan, sino a todos los que están bajo su influencia. La obra destructora
que proviene de la influencia de la carne, puesto que la sabiduría es terrenal, da cabida a
una serie de manifestaciones pecaminosas que se sitúan aquí como en un incremento sobre
cada una de ellas, hasta alcanzar la vileza en el modo de actuar.
La primera dificultad que provoca la sabiduría carnal, son ζῆλος, celos, manifestación
de una rivalidad ambiciosa. Cada uno de los maestros que están bajo la influencia de ese
tipo de sabiduría son contenciosos entre ellos mismos buscando, como los fariseos las
5
Evis L. Carballosa. o.c., pág. 186.
primeras sillas en las sinagogas, y las alutaciones en las plazas (Mt. 23:6–7). La vanidad y
el orgullo son evidentes en ellos. No se condena el hecho de ocupar los primeros lugares,
sino el amor hacia ellos para hacerse notar. Los hipócritas manifiestan un amor tan grande
por el yo personal que raya en la egolatría. Su deseo, en tiempos de Jesús, como en el
entorno en que escribe Santiago, como ahora, es el de ser considerados por las gentes como
superiores en conocimientos y en capacidad. En contraposición quienes son maestros
conforme a la sabiduría celestial, expresan en su vida la mansedumbre y humildad que
requiere lo que enseñan, respaldando con su ejemplo la enseñanza que comunican. Quienes
viven pendientes de ser admirados por su aparente capacidad para enseñar, están saturados
de celos hacia quienes consideran como un obstáculo en alcanzar los primeros lugares,
generando con ello una rivalidad contenciosa. Son incapaces de dejar de contender con
otros porque son incapaces de renunciar a su arrogancia personal.
El segundo elemento contrario a la sabiduría divina y consecuente con el primero
considerado antes es la ἐριθεία, rivalidad, un sustantivo de amplio significado que tiene
también la connotación de lucha, intriga, interés personal, egoísmo. Para conseguir sus
propósitos se rodean de grupos que les son adictos para enfrentarlos a otros que consideran
como competencia personal. Algo de esto ocurría en Corinto con los grupos que seguían a
maestros de este tipo, pero que para darles mayor apariencia de lealtad a la fe, se
consideraban como seguidores de alguno de los grandes hombres de Dios de aquel tiempo.
Así unos eran de Pablo, otros de Pedro, otros de Apolos y, para aparentar aún mayor
fidelidad, otros se titulaban como de Cristo (1 Co. 1:12). Todos estos no estaban siendo
conducidos por el Espíritu sino por la carne, de ahí que el apóstol Pablo les reconvenga con
estas palabras: “Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois
capaces todavía, porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas
y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres? Porque diciendo el uno: Yo
ciertamente soy de Pablo; y el otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois carnales?” (1 Co. 3:2–4).
Contención es el resultado de seguir la sabiduría animal, siguiendo a los hombres. El
problema persiste en el tiempo. De ahí se derivan los conflictos entre los seguidores de las
distintas escuelas teológicas. Conflictos graves muchas veces por cuestiones interpretativas
que no afectan a doctrinas fundamentales sino a generales. Crispación por cuestiones
intranscendentes que abandonan lo fundamental para enfrentarse por lo accesorio.
Conflictos entre las distintas posiciones denominacionales, enfatizando los principios
propios de cada grupo, pero olvidando la realidad de que todos los creyentes son un cuerpo
en Cristo. Dificultades que los infantiles que viven al impulso de la carne y no de Espíritu
generan procurando el desprestigio de quienes no piensen en todo como ellos. Quienes
tildan de herético cualquier pensamiento contrario al suyo y anatematizan a todo aquel que
discrepa de sus formas y tradiciones. Esta es la sabiduría terrenal y animal, que se
manifiesta primero en celos y luego en contiendas.
La tercera manifestación de la sabiduría que no procede de arriba, y consecuencia de las
dos anteriores, es la ἀκατασταία, confusión, desorden, agitación. Se trata de un estado de
desorden provocado por el ansia de los que enseñan sin haber sido llamado para ello. Este
estado, que podríamos llamar, de anarquía, alcanza y se extiende a toda la congregación. El
apóstol Pablo advierte a Timoteo de la enseñanza propia de palabreros, que son los que
viven una fe fingida, quienes “queriendo ser doctores de la ley, sin entender ni lo que
hablan ni lo que afirman” (1 Ti. 1:7). Estos maestros conducen a quienes enseñan a prestar
atención a lo que no tiene importancia, “a fábulas y genealogías interminables, que
acarrean disputas más bien que edificación de Dios” (1 Ti. 1:4). Quienes enseñan estas
cosas no lo hacen ajustándose a la doctrina que es conforme a la piedad, por tanto este
maestro “está envanecido, nada sabe, y delira acerca de cuestiones y contiendas de
palabras, de las cuales nacen envidas, pleitos, blasfemias, malas sospechas, disputas
necias de hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la
piedad como fuente de ganancia” (1 Ti. 6:4–5). Cualquier creyente sincero, y todo maestro
bíblico es exhortado, no solo a apartarse de los tales, sino a evitar su forma, como el
apóstol exhorta a Timoteo: “Mas evita profanas y vanas palabrerías, porque conducirán
más y más a la impiedad” (2 Ti. 2:16).
Finalmente la falta de sabiduría de lo alto, conduce inexorablemente a πᾶν φαῦλον
πρᾶγμα, toda vil acción. Literalmente a una obra perversa y ruin. Inevitablemente una cosa
conduce a la otra. Quien tiene celos, llegará a la contención, esta producirá agitación o
desorden y, finalmente concluirá en una obra ruin. La expresión φαῦλον πρᾶγμα, obra vil,
no quiere decir tanto lo que es manifiestamente malo, sino también todo aquello que es
estéril, o inútil, lo que no produce ningún fruto para Dios. Es una contradicción contra la
verdad, porque los que pretenden enseñarla viven una conducta no conforme al Espíritu,
sino según la carne. Donde existan envidas y rencillas no podrá evitarse todo género de
males. El desorden se opone al orden establecido por aquel que es Dios de paz (1 Co.
14:33). La verdadera sabiduría que está sostenida en el amor, une y edifica a los creyentes;
por el contrario, aquella que es animal, terrenal y demoníaca, conduce a lo propio del
demonio que es la envidia, rencilla y desorden. Como en todo el pensamiento de la
Epístola, Santiago tiene un gran interés por la vida cristiana práctica y no por la teórica o
intelectual. Aquel que obedece la doctrina vive conforme a ella y pone de manifiesto la
realidad de su compromiso de fe.
ἀδιάκριτος, ἀνυπόκριτος.
imparcial, no hipócrita.
6
Evis L. Carballosa. o.c., pág. 188.
no se salva por obras, pero se salva para obras (2:26). El Espíritu Santo produce en el
creyente el carácter de Cristo, en el que Dios se complace (Gá. 5:22–23). Los buenos
frutos, a los que se refiere Santiago, evidencian la realidad de una vida transformada por el
poder de Dios. Las demandas de Dios no pueden ser producidas por el creyente, pero sí por
medio de Cristo en el creyente. El cristiano bajo la mirada atenta del mundo debe vivir de
tal modo que esté libre de toda especie de mal (1 Ts. 5:22). En el contexto de la enseñanza,
que está presente en el entorno de la Epístola, debe entenderse con claridad que el mensaje
o la enseñanza expuesta por un maestro es interpretada para el que escucha por los hechos
de quien lo pronuncia.
ἀδιάκριτος. Otra característica, la séptima, es imparcial, traducida por RV como sin
incertidumbre. El adjetivo utilizado significa literalmente no separada, que no distingue, de
ahí imparcial. Quiere decir que el sabio conforme al pensamiento de Dios, no hace
distinción ni tiene acepción de personas. Esto resuelve el problema de la imparcialidad
tratado en el capítulo segundo, que hacía acepción de trato entre el rico y el pobre que
habían concurrido a la congregación. El que es imparcial es también el que es capaz de
actuar sin incertidumbre y sin indecisiones. Es también quien no se decanta por un grupo,
sino que escucha con respeto y emite su opinión de forma imparcial y sincera. El amor de
esta persona es sin fingimiento (Ro. 12:9). Es aquel que sigue una línea de conducta sin
rodeos y, por ello, es respetado.
ἀνυπόκριτος. Finalmente menciona en octavo lugar la sabiduría como sin hipocresía,
literalmente no hipócrita. Es una vida transparente, de ahí que algunas versiones traduce
como sincera, esto es, sin nada que ocultar. Es la condición de quien no tiene apariencia de
piedad, sino que es verdaderamente piadoso. Es aquel que actúa a cara descubierta, sin
tapar nada en su modo de obrar. El que está dotado de sabiduría celestial obra con
sinceridad, porque lo hace para complacer a Dios y no a los hombres.
Es evidente que el espíritu de practicidad impregna la Epístola. No se trata de teorías
espirituales sino del respaldo visible de las prácticas de vida ajustadas a las demandas y
voluntad de Dios. No consiste en palabras que pueden ser expresión de hipocresía, a veces
difícilmente detectable, sino de incluso silencios que hablar más elocuentemente con la
vida que con las palabras.
18. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz.
καρπὸς δὲ δικαιοσύν ἐν εἰρήνῃ σπείρεται τοῖς ποιοῦσιν εἰρήνην.
ης
καρπὸς δὲ δικαιοσύνης ἐν εἰρήνῃ σπείρεται τοῖς ποιοῦσιν εἰρήνην. Con una directa
parénesis se cierra el párrafo, instando a los destinatarios a involucrarse en la práctica de la
verdadera sabiduría. Ésta, que desciende del cielo, está llena de frutos (v. 17). Lo que está
afirmando aquí es que los pacificadores que siembran en paz, levantarán una cosecha de
justicia.
El καρπὸς δικαιοσύνης, fruto de justicia. El sustantivo declinado δικαιοσύνης, de
justicia, debiera considerarse aquí en aposición con καρπὸς, fruto, lo que equivale a: el
fruto que consiste en justicia. Pero también puede considerarse δικαιοσύνης, de justicia,
como genitivo de sujeto, lo que equivaldría a: el fruto producido por la justicia. Ambas
cosas son posibles. El obrar sabio produce buenos frutos, en acciones del creyente que
concuerdan con la justicia de Dios. De otro modo, la sabiduría que es de Dios produce
justicia y esta a su vez da los frutos correspondientes a ella.
ἐν εἰρήνῃ σπείρεται. La misión del creyente es sembrar, lo que reportará fruto de
justicia. El participio de presente indica una acción continuada y califica al que la ejecuta,
como sembrador de paz. No se trata, por tanto, de una siembra ocasional, sino de una
actividad permanente. El cristiano está llamado a sembrar en un ambiente de paz durante
toda su vida. La cosecha de justicia es aquella que ha sido sembrada en paz. Sin embargo
debe entenderse que lo que se siembra en paz es la justicia, que de ese modo sembrada
levantará una cosecha de frutos de justicia.
τοῖς ποιοῦσιν εἰρήνην. Los sembradores son los que hacen paz. Anteriormente se hizo
referencia a la bienaventuranza que corresponde a los que son pacificadores. Será
suficiente aproximarnos aquí a la razón de la bienaventuranza de Jesús: “Porque ellos
serán llamados hijos de Dios” (Mt. 5:9). Puede que la siembra en paz y la vida de justicia
traigan como consecuencia problemas, dificultades y contrariedades, sin embargo quienes
son pacificadores están poniendo de manifiesto que son verdaderamente hijos de Dios. Dios
reconoce a todos los que creen en Cristo como sus hijos (Jn. 1:12). Pero, estos a quienes
Dios reconoce como sus hijos, el mundo debe conocerlos como tales por su conducta
pacificadora, que expresa sin palabras la participación de estos en la divina naturaleza como
hijos del Dios de paz (2 P. 1:4). Quienes los observen deben descubrir en ellos el carácter
del Dios de paz (1 Jn. 4:17b). Estos, que experimentan en ellos la nueva vida de que fueron
dotados en la regeneración, buscan y viven lo que Dios hizo en ellos, esto es, la verdadera
paz. Estos pacificadores, que lo son por vinculación con Dios en identificación con Cristo,
producen, por esa misma razón, el fruto de justicia en su modo de obrar. Así escribe el Dr.
Lacueva:
“Los que buscan y procuran la paz, están echando en el surco una semilla que ha de
producir excelentes frutos de justicia. Hacen, pues, una labor opuesta a la de los falsos
sabios, quienes, con sus envidias y rivalidades, provocan la agitación y el desorden, con lo
que la justicia es violada y quebrantada”7
7
F. Lacueva. o.c., pág. 71.
Los pacificadores plantan y cosechan justicia en paz. La verdadera justicia no producirá
celos amargos, contiendas y cualquier otro tipo de perversidad. La justicia fructifica solo en
un clima de paz.
Tres sencillas reflexiones sirvan para cerrar este capítulo. Primeramente la exhortación
a no hacerse maestros. Equivale a asumir la condición que Dios ha provisto para cada uno
con los dones que el Espíritu le ha dado (1 Co. 12:11; 1 P. 4:10). La humildad es esencial
para el desarrollo de la vida cristiana, como se considerará más adelante (4:6). Quien desea
enseñar a otros sin una vida de compromiso con la Palabra está poniendo de manifiesto que
no ha sido llamado por Dios a ese ministerio. En segundo lugar el pasaje hizo un fuerte
énfasis en el modo de hablar. Una sencilla pregunta debe ser suficiente para aplicar la
lección de esa enseñanza a la vida personal: ¿Qué tipo de instrumento es mi lengua y al
servicio de quién está? Sólo hay dos ámbitos en que funciona el modo de hablar: o al
servicio del cielo o del infierno. La vida de paz, conduce a la bendita recompensa de frutos
de justicia, a quienes siembren justicia en paz. Es posible que toda una vida de servicio se
vea al final fracasada por no haber sido la propia de un pacificador.
CAPÍTULO 4
EL CRISTIANO Y EL SOMETIMIENTO A DIOS
Introducción
La relación entre hermanos debiera ser siempre armoniosa y rodeada de afecto fraternal.
Sin embargo, la historia de la Iglesia demuestra que ya desde el principio se produjeron
contiendas y dificultades entre creyentes. La evidencia se aprecia en el pasaje que se
considera, donde se habla de conflictos provocados por codicias y envidas. Esto afecta no
solo el área de la relación social, sino el de la relación con Dios. Ya en el capítulo anterior
enseñó sobre las consecuencias de una sabiduría terrenal que genera una situación
conflictiva y corrupta. Ahora enfatiza un poco más la enseñanza (vv. 1–2).
Otra seria dificultad se manifiesta en la falta de respuesta a las oraciones. Jesús
prometió contestar las oraciones hechas en Su nombre; por lo que se aprecia la respuesta a
las oraciones en el tiempo de la Epístola no era muy común, por lo menos no había
respuesta a cierto tipo de oración. Esta situación obedece a un mal funcionamiento del que
ora. Santiago hace referencia a oraciones no contestadas porque se formula con malos
propósitos y mala disposición personal (vv. 3–6).
Por otro lado, el problema de la relación con el mundo afecta notoriamente el desarrollo
de la vida cristiana. El creyente está en el mundo, pero no es del mundo (Jn. 17:16). La
solución a esta dificultad no consiste en alejarse del mundo para convertirse en un místico,
sino en separarse de las prácticas que son propias de su sistema. En el conflicto que se
plantea entre el mundo y el cristiano, la victoria viene dada por la asistencia de Dios en su
gracia. La sumisión a Él y la dependencia de Su poder, son los recursos que se enseñan para
una experiencia victoriosa. El orgulloso se interesa por el mundo y sus cosas porque sólo
ahí puede satisfacer su orgullo. El humilde depende de Dios en todo y sus actos son motivo
de gloria para el Señor. Quien viene a Dios humildemente y reconoce toda su incapacidad
recibe en Él, aparte de la gracia, las bendiciones que necesita para su vida (vv. 7–10).
Los creyentes han sido llamados a ser instrumentos de bendición. Sin embargo, en
algunas ocasiones, son todo lo contrario. Especialmente cuando revistiéndose de una
autoridad que no tienen, se permiten juzgar a los hermanos. Estos, no solo emiten juicios de
intención, sino que buscan dañar la reputación del hermano murmurando de él, y con ello,
cometiendo un serio pecado (vv. 11–12).
La vida cristiana que se vive en relación con Dios, se sujeta a la Palabra, en un acto de
sumisión al Señor. Esto implica también la resistencia al maligno, que procurará por todos
los medios hacer fracasar al cristiano en su vida de fe. Con todo, el pecado afecta a cada
cristiano. En mayor o menor medida se necesita una continua restauración personal por
medio de la confesión. Este comportamiento permite el acercamiento al Dios santo que es
de quien proceden todas las bendiciones. Sin santidad no hay vida cristiana.
Finalmente el escritor aborda el pecado de la arrogancia, manifestado por vidas que
planifican su futuro sin tener en cuenta a Dios. Al finalizar el pasaje Santiago establece la
conclusión general del pecado por omisión, consistente en conocer el bien pero negarse a
practicarlo (vv. 13–17).
El esquema analítico para el estudio del pasaje es el siguiente:
1. El cristiano y el sometimiento (4:1–17).
1.1. Las causas de los conflictos (4:1–2).
1.2. Oraciones sin respuesta y sus causas (4:3–6).
1.3. El sometimiento a Dios (4:7–10).
1.4. Juzgando al hermano (4:11–12).
1.5. El pecado de arrogancia (4:13–17).
Πόθεν πόλεμοι καὶ πόθεν μάχαι ἐν ὑμῖν Como se indicó antes en la introducción, en la
Iglesia primitiva, y en general en cualquier tiempo de su historia, no sólo hay concordia y
amor entre hermanos, sino también conflictos. Por lo que se aprecia en la Epístola, la
situación vivida bajo el control del Espíritu, en el tiempo siguiente al comienzo de la Iglesia
en Jerusalén, donde “la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y
ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en
común” (Hch. 4:32), dio paso a los conflictos y disensiones entre los cristianos. El cambio
se produjo en el plazo de muy pocos años. No sólo ocurría esto en las congregaciones
establecidas en el mundo judío, sino también entre las iglesias del mundo gentil; como
ejemplo de ello la iglesia en Corinto, como se aprecia en el escrito del apóstol Pablo: “Os
ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una
misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos
en una misma mente y en un mismo parecer. Porque he sido informado acerca de vosotros,
hermanos míos, por los de Cloé, que hay entre vosotros contiendas” (1 Co. 1:10–11).
Dentro de las congregaciones a quienes Santiago dirige la Epístola, se había introducido la
falsa sabiduría, demoníaca, que producía celos y rivalidades (3:14).
Para hacerles notar la dificultad, formula, según el estilo retórico utilizado como recurso
habitual, una pregunta que exige la respuesta del lector. Con ella pretende que los lectores
consideren la causa que producen los conflictos existentes entre ellos. La pregunta es
sencilla, literalmente: ¿De donde guerras y de donde luchas entre vosotros?, dicho de otro
modo, ¿Qué motivan las luchas y reyertas entre vosotros? El primer sustantivo que utiliza
en la pregunta es πόλεμοι, que denota guerras, conflictos, en un sentido genérico de
contienda; más que un conflicto ocasional, una guerra continuada, o un estado de guerra
(cf. Mt. 24:6; Lc. 14:31; He. 11:34; Ap. 11:7; 12:17; 13:7). Es decir, que en la iglesia se
vivía un estado de confrontación continuada entre los creyentes. La segunda palabra μάχαι,
luchas, hace alusión a conflictos ocasionales o acciones puntuales dentro de una situación
generalizada de contienda. Con esta pregunta les invita a reflexionar sobre las causas que
estaban originando un estado continuado de conflicto interno y que en ocasiones se
manifestaba en actos más expresivos de esa situación. Los creyentes en lugar de edificarse
se enfrentaban unos con otros.
La gravedad de la situación consiste, además de en el conflicto o los conflictos en sí
mismos, en el hecho de que no se producían entre mundanos, sino entre creyentes: ἐν ὑμῖν,
entre vosotros. La forma de vida cristiana que Santiago describe pareciera corresponder
mejor a los impíos que a los cristianos.
οὐκ ἐντεῦθεν, ἐκ τῶν ἡδονῶν ὑμῶν τῶν στρατευομένων ἐν τοῖς μέλεσιν ὑμῶν. La
procedencia de los conflictos se pone al descubierto en una nueva pregunta retórica,
literalmente: ¿No de allí, de los placeres de vosotros que batallan en vuestros miembros?
El origen estaba en los ἡδονῶν, placeres personales de cada creyente. La palabra
utilizada tiene la misma raíz que hedonismo, la doctrina que proclama el placer como fin
supremo en la vida. Es el placer personal pernicioso que se asienta en la vieja naturaleza.
La palabra aparece cinco veces en el Nuevo Testamento, dos en esta Epístola y las tres
restantes en otros lugares. En la parábola del sembrador se utiliza para referirse a lo que
puede apagar la acción de la Palabra, cuando está cae entre espinos, que son entre otros los
placeres de la vida, que ahogándola no le permiten fructificar (Lc. 8:14). Pablo la utiliza
escribiendo a Tito para referirse a la situación propia del hombre perdido (Tit. 3:3). Pedro
la utiliza para describir aspectos de la vida de los falsos maestros (2 P. 2:13). Las causas de
donde proceden los conflictos tienen asiento en las concupiscencias sensuales de quienes
pretendiendo alcanzar lo que no tienen o lo que piensan que se puede perder, generan
contiendas. Se trata de cristianos que por buscar sus propios intereses personales y
satisfacciones, se involucran y provocan contiendas.
Dice Santiago que estos placeres στρατευομένων, combaten, o literalmente guerrean,
generan los conflictos puntuales que se manifiestan entre los creyentes. La forma verbal,
que está en participio de presente, sugiere una acción continua, es decir, no es un conflicto
esporádico o puntual, sino algo que se produce en forma habitual. Las pasiones íntimas y
los intereses espurios, generan un estado de conflicto continuado.
El problema se manifiesta ἐν τοῖς μέλεσιν ὑμῶν, en vuestros miembros. De otro modo,
las pasiones íntimas que llenan el corazón, se manifiestan en acciones externas, mediante la
perversión del buen uso del cuerpo. Antes habló de una situación íntima saturada de “celos
amargos y de contención en vuestro corazón” (3:14); también de una forma de hablar
influenciada por el infierno (3:6). Los miembros del cuerpo están al servicio de aquello que
satura o llena el corazón, como centro de la sensibilidad y voluntad humana. Así lo dijo
Jesús: “De la abundancia del corazón habla la boca” (Lc. 6:45). Los miembros
controlados por la carne se ponen al servicio de la iniquidad y no de la justicia, de ahí la
exhortación que hace a los romanos el apóstol Pablo: “No reine, pues, el pecado en vuestro
cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis
vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad” (Ro. 6:12–13a). El hecho
de que el viejo hombre fue crucificado con Cristo, trae como consecuencia que el pecado
ya no puede ejercer la tiranía de esclavitud a que antes sometía a quienes, como hombres,
vivían en el mundo, y pertenecían a él. El elemento expresivo de la condición pecaminosa
era el cuerpo que, por pertenecer a quien era esclavo del pecado, era también esclavo de la
muerte. Sin embargo, debido a la nueva vida en el Resucitado, el actual cuerpo ha dejado
de ser expresión de mortalidad para ser expresión de la nueva vida en Cristo. El cristiano
vive en un cuerpo de debilidad. El término carne, significa no sólo pecado, sino también
debilidad, o limitación. El Verbo de Dios se hizo carne (Jn. 1:14), lo que significa que se
revistió de debilidad. En ese cuerpo débil que el hombre tiene, la vieja naturaleza activa las
concupiscencias que son propias de ella, por tanto, como agente del pecado trata
continuamente de seducir al cristiano para que vuelva a las prácticas que son propias de su
estado anterior. Santiago enseña que las caídas del creyente no se deben a tentaciones
satánicas sino a la propia naturaleza caída que habita en él (1:13–15). El creyente, con la
asistencia de la gracia, en el poder del Espíritu, está dotado por Dios mismo para hacer
frente esa situación, impidiendo que el cuerpo sea instrumento expresivo del pecado,
obedeciendo las pasiones propias de la naturaleza caída. En la identificación con la muerte
de Cristo, la carne con sus pasiones han sido crucificadas: “Pero los que son de Cristo han
crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gá. 5:24). La Cruz ofrece la potencialidad
necesaria para hacer inoperante en la vida cristiana las concupiscencias de la carne. Por esa
razón en dependencia de la nueva vida en Cristo, vivida en el poder del Espíritu, el creyente
puede mantenerse firme en el terreno de victoria en que fue colocado en el Señor. De otro
modo, la acción liberadora de la gracia cancela la dependencia esclavizante del cristiano
con el pecado: “Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis
obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuiste entregados; y libertados
del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia” (Ro. 6:17–18). La identificación con
Cristo trae una vida nueva, sin ignorar que eso no significa que ya las tentaciones y el
pecado han quedado anulados para él. El creyente estaba en el mundo del pecado, donde
reinaba también la muerte, ahora, Dios lo libertó de la potestad de las tinieblas y lo trasladó
al reino de su amado Hijo (Col. 1:13). Quiere decir que operó un cambio de posición, de
modo que de esclavo del pecado pasó a ser libre de él, en esa posición es donde debe
mantener toda la firmeza para vivir la vida nueva. Viviendo en Cristo, está también al lado
de Dios en la lucha, por tanto los recursos del poder divino están a su disposición para que
pueda ser vencedor en Cristo Jesús. Sin embargo, la posición de victoria exige mantenerse
en vela contra las asechanzas que vienen del antiguo mundo en donde se desarrollaba su
vida. Es un continuo conflicto en el que el pecado trata de recuperar el dominio perdido a
fin de someter nuevamente al cristiano bajo su poder. El cristiano ha sido liberado, por la
identificación con Cristo, no solo de la pertenencia al pecado y a la muerte, sino también de
la influencia esclavizante que el pecado tiene sobre el hombre. En la nueva posición en
Cristo, como se ha dicho reiteradamente, la vieja naturaleza no ha desaparecido, sino que
está presente en el cristiano hasta la glorificación. Pero, en la vida nueva que el creyente
vive en Cristo, los recursos de poder sobre el pecado están a la disposición del salvo. Por
tanto, es necesario permanecer en el terreno de santidad, lejos de la influencia del pecado y,
por consiguiente, el cristiano no ha de presentar, es decir, poner al servicio del pecado los
miembros de su cuerpo, en cuyo caso se convertirían en “instrumentos de iniquidad”, o
instrumentos al servicio de la iniquidad. La obediencia trajo como resultado la liberación
del estado de esclavitud bajo el pecado, en que se encontraban antes los creyentes. El
cambio producido es evidente, los que eran esclavos del pecado pasaron a ser siervos de la
justicia. La palabra es la misma para referirse al servicio bajo el pecado o bajo la justicia,
de modo que podría enfatizarse la expresión traduciendo: vinisteis a ser esclavos de la
justicia. En la condición de esclavitud bajo el pecado, éste ejercía tiranía, la condición de
esclavitud bajo la justicia, es la expresión suprema de libertad, al concordar con la vida
libre de Dios que la orienta. La libertad equivale a la certeza de servir a Dios. No cabe duda
que el cristiano no puede servir a dos señores (Mt. 6:24), especialmente por la
incompatibilidad de ellos entre sí. De modo que liberado de la opresión del primero, ahora
puede decirse al servicio del segundo que es también quien lo ha liberado. Antes era
esclavo del pecado, ocupado en sus concupiscencias, ahora su servicio está en el área de la
justicia, es decir, de las acciones concordantes con la voluntad de Dios. La verdadera
libertad no es dejar de servir, sino todo lo contrario, ocuparse en el servicio. Quienes están
en el servicio de la justicia gozan de la verdadera libertad, que es la libertad del pecado.
Nadie piense que la libertad del pecado es la impecabilidad del cristiano; no quiere decir
que nunca más pequen, pero lo importante es que el pecado ya no es el amo que los
esclaviza.
Los miembros del cuerpo de cada creyente si están al servicio de sus propias pasiones o
apetitos personales, generan contiendas entre los miembros del cuerpo de Cristo, que son
los creyentes. Esta es la llamada de atención que Santiago pretende introducir en el
pensamiento de los lectores, invitándoles a reflexionar sobre los motivos de aquella
inquietante situación dentro de la iglesia, que contaminaba las relaciones entre ellos.
Es interesante apreciar que la respuesta a las dos preguntas retóricas tiene que ver con
la carne. Todos los problemas que se generan y que están recogidos en las dos preguntas
son algunas de las manifestaciones visibles de la carne (Gá. 5:19–21). La carne forma parte
de la naturaleza caída del hombre y está presente tanto en el creyente como en el no
creyente (Ro. 7:5, 14, 15). La carne está plenamente identificada con la condición
pecaminosa del hombre (Ro. 8:6, 7; Ef. 2:3). La carne es el elemento espiritual que actúa en
el hombre desde la caída oponiéndose a Dios y a su santidad. Este elemento corrupto
genera obras reprobables delante de Dios. En su acción pecaminosa no solo se opone a
Dios, sino que combate contra el Espíritu en el creyente (Gá. 5:17). No es el combate de la
carne contra los buenos propósitos del hombre. Eso no es necesario por cuanto en el no
regenerado no surge nada bueno conforme a Dios (Ro. 3:12). La lucha es contra el Espíritu
que no se ocupa de mejorar la vieja naturaleza del hombre, sino que produce en el creyente
regenerado las obras de Dios (Gá. 5:22–23). La carne tiene una intención (pensamiento)
antidivino, con una sabiduría opuesta a la sabiduría de Dios (1 Co. 1:18–21, 26–29; 2:5).
De ahí el énfasis y contraste que aparece en la Epístola entre ambas sabidurías, la terrenal y
la celestial. Muchas de las tendencias pecaminosas de la carne se expresan por medio del
cuerpo y de la mente humana, instrumentalizados al servicio de ella (Ro. 7:18; 2 Co. 7:1;
Ef. 2:3). Esto queda claramente evidenciado en el actuar de la lengua, en las fricciones
entre creyentes, en la mundanalidad y en la arrogancia que se aprecia en el estudio general
del escrito. La carne afecta todas las áreas del ser humano, poniéndolas al servicio del
pecado. Las cuatro primeras manifestaciones afectan el área moral (Gá. 5:19–21):
“adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia”; las dos siguientes afecta el área de la
piedad: “idolatría, hechicerías”; las ocho siguientes afectan el área social: “enemistades,
pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias”; las tres últimas:
“homicidios, borracheras, orgías y cosas semejantes”, afectan el área de la vida privada
del individuo. Es notable apreciar que Santiago está refiriéndose especialmente a las
manifestaciones de la carne en el aspecto del área de relación o área social, que genera
contiendas y conflictos. Como consecuencia de que la carne afecta plenamente al hombre,
no hay nada bueno, en el sentido que Dios establece, que pueda surgir naturalmente de él
(Ro. 3:10–18). La naturaleza caída, dominada por la carne, hace surgir, como cosa natural
en el hombre, todo lo opuesto a Dios (Mt. 15:19). Por esta misma razón, sólo Dios puede
genera en el hombre lo que es bueno y agradable delante de Él (He. 13:21). Las
manifestaciones de la carne se producen en el creyente en el momento en que el Espíritu
deja de controlarlo y de obrar en él. Este es el gran problema que subyace en el fondo del
escrito: creyentes que no viven bajo la dirección del Espíritu, no pueden sino manifestar en
sus vidas las obras de la carne. De ahí que el apóstol Pablo requiera a los creyentes: “Andad
en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne” (Gá. 5:16), de otro modo: “Mientras
andéis en el Espíritu, no satisfaréis los deseos de la carne”. Sólo viviendo en la plenitud
del Espíritu se evitan los conflictos y contiendas de las que Santiago dice que se están
manifestando en la iglesia. Andar bajo el control del Espíritu y en sumisión a Él no es algo
opcional, sino la forma de comportamiento que corresponde a quienes han recibido vida
nueva por el Espíritu (Gá. 5:25).
2. Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y
lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís.
ἐπιθυμεῖ καὶ οὐκ ἔχετε, φονεύετ καὶ ζηλοῦτε καὶ οὐ δύνασθε
τε ε
αἰτεῖσθαι ὑμᾶς.
pedir vosotros.
ἐπιθυμεῖτε καὶ οὐκ ἔχετε. Un estado de frustración se hace evidente en quienes viven
bajo el impulso de la carne y no bajo el control del Espíritu. Esa situación de desencanto se
describe por acciones expresadas mediante verbos en presente de indicativo, lo que da idea
de una situación continuada.
Teniendo también en cuenta la dificultad de puntuación en la traducción de manuscritos
del texto griego que carecen de ella, la Biblia de Jerusalén y otras versiones inglesas1,
traducen buscando un ritmo secuencial en el versículo, de esta manera:
¿Codiciáis y no poseéis? Matáis.
¿Envidáis y no podéis conseguir? Combatís y hacéis la guerra.
No tenéis porque no pedís.
Con todo no es necesaria una traducción de esta forma, siendo suficientemente clara tal
y como aparece en la trascripción que se hace más arriba del versículo en la versión RV60.
La primera causa de frustración es que codiciáis y no tenéis. El verbo usado para
codiciar está formado por la preposición ἐπί, sobre, y la raíz θυμός, que tiene el sentido de
cólera, ira, furor, voluntad, deseo, aquí adquiere el sentido de deseo extremo, que
desencadena en una verdadera pasión por alcanzar algo que se anhela sobremanera. La
codicia es desear aquello que no se posee e incluso aquello que no pertenece. Es, por tanto,
una forma insana de envidia. La frustración aparece porque a pesar de la codicia, no se
alcanza lo codiciado. Santiago no indica cual era lo que algunos codiciaban, pero no cabe
duda que era algo relacionado con los deseos desordenados a los que se ha hecho referencia
antes (3:14ss).
φονεύετε. La segunda causa de frustración es que matáis. ¿En que sentido debe
entenderse esta acción? El verbo se utiliza para referirse a matar, cometer homicidio. Con
toda seguridad no debe entenderse en forma literal sino figurada. El deseo de poseer lo que
otro tiene, bien sean bienes materiales, o lo que es más probable en el contexto de la iglesia,
los dones y ministerios que otros tienen, tal vez la codicia de ser maestros sin haber
recibido el don, conduce al deseo de eliminar a la persona, lo que potencialmente es un
deseo homicida. Nótese que el odio, el desprecio y el insulto contra el hermano es tanto
como la comisión física del homicidio. Así lo enseñó nuestro Señor: “Oísteis que fue dicho
a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os
digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera
que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga:
Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego” (Mt. 5:21–22). El Señor da la interpretación
del mandamiento y con ello su alcance, según la intención que Dios tuvo al darlo.
Comienza incluyendo el enojo como parte de la prohibición establecida en él. Enojo
expresa una manifestación de ira contra el hermano, descrita plenamente por Santiago antes
al referirse a celos amargos que generan contención (3:14). Esa ira es el resultado del odio
interno hacia alguien. El odio es el pecado que se muestra en una actitud contraria al amor.
1
Entre ellas NAB, NEB, JB, GNB, NASB.
Quien no ama a su hermano debe preguntarse si realmente ha nacido de nuevo (1 Jn. 3:14).
Cuando el enojo se acompaña además con palabras hirientes está dentro del límite que
Cristo aplicaba al alcance del mandamiento de no cometer homicidio. Los creyentes a
quienes se dirige la Epístola, estaban acostumbrados a la enseñanza legalista y literalista de
los fariseos, que limitaban el mandamiento al hecho mismo de la comisión física del delito.
Para ellos sólo era culpable quien cometía un homicidio, sin importarle que en el odio
interno contra otro estuviese ya contenida la intención de hacerlo. Dios no se conforma con
la apariencia sino con la realidad espiritual del corazón. De ese modo también se conducen
algunos en la iglesia de Jesucristo. Hay grandes ortodoxos que luchan denodadamente por
el literalismo de la Palabra, ajustándose a las formas y no a la vida demandada en ella, sin
importarles que en el corazón del luchador por la sana doctrina haya resentimientos contra
otro hermano. Es más, algunos justifican esa actitud como una manifestación de ira santa
contra quien se desvía –según sus criterios- de la doctrina establecida por Dios en su
Palabra, atendiendo generalmente a asuntos externos de formas y costumbres, olvidándose
que lo que Dios ama es la misericordia, mucho más que los sacrificios (Os. 6:6). No cabe
excusa alguna para justificar el desprecio y el rencor hacia los hermanos que es un acto
pecaminoso. Posiblemente en la congregación de aquellos a quienes se dirige el escrito
había mucho rencor íntimo hermanos contra hermanos, de ahí que se hable antes de
“contención en vuestro corazón” (3:14).
En este caso la frustración se produce porque el deseo impío contra el hermano no se
cumple, es decir, el deseo de eliminarlo no se produce, por tanto, la situación es frustrante
porque a pesar del deseo, sigue como antes.
Con todo, si la forma verbal φονεύετε, se utiliza metafóricamente como odiar,
apoyándose también en las palabras del apóstol Juan: “Todo aquel que aborrece a su
hermano es homicida” (1 Jn. 3:15a), se le está dando al verbo φονεύω un significado que
no le es propio y que no se le da en el griego. Erasmo supone que existe una corrupción en
los manuscritos más antiguos del texto y que en lugar de φονεύετε, debiera leerse φθονεῖτε,
envidiáis, con lo que el sentido del versículo sería aparentemente más consecuente:
Codiciáis y no tenéis; envidiáis, y ardéis celos, y no podéis alcanzar. Sin embargo es muy
difícil asumir esta propuesta puesto que no se ha encontrado ningún manuscrito con la otra
alternativa y sería absolutamente impensable que el error de un copista se trasladase a todos
los distintos grupos de manuscritos que contienen el texto. Debe entenderse más bien como
una expresión intencional sin que llegue a consumarse.
καὶ ζηλοῦτε καὶ οὐ δύνασθε ἐπιτυχεῖν. Otro elemento de frustración es que “ardéis de
envidia, y no podéis alcanzar”, literalmente se lee en el texto griego, y tenéis celos y no
podéis alcanzar. Cuando se procura alcanzar algo con vehemencia y no se consigue,
comienzan a manifestarse los celos. La traducción ardéis de envidia, es un modo
hiperbólico de expresar la fuerza que se desea comunicar. Pero, textualmente se lee
ζηλοῦτε, que significa estar celoso. El corazón que se llenó de deseos homicidas y no
consiguió su intención, se satura ahora de celos, o envidias. Así ocurrió con los hermanos
de José: “Los patriarcas, movidos por envidia, vendieron a José para Egipto” (Hch. 7:9).
Cuando la envida controla la vida, puede conducir al homicidio, como ocurrió con el rey
Acab que por envidia de Nabot, propietario de una viña deseada por él, mató a su súbdito
para apoderarse de ella (1 R. 21:1–14).
La gran frustración se produce porque los deseos vehementes del alma que provocaron
a una envidia celosa, no se ven satisfechos porque οὐ δύνασθε ἐπιτυχεῖν, no podéis
alcanzar. Es interesante notar que el primero de los verbos δύνασθε, podéis, está en
presente como una acción continuativa, pero el segundo ἐπιτυχεῖν, alcanzar, es un aoristo
de infinitivo que expresa la idea de algo consumado, como si dijese, estáis siempre
tratando de conseguir definitivamente algo sin conseguirlo. Son los celos que produce la
envidia hacia quien tiene algo que otro desea y no se logra. Es toda una cadena que
comenzando por una codicia no satisfecha, consume el alma en pasiones celosas contra lo
que otro posee. Los celos son la causa de muchos actos contra maestros capaces de enseñar
y con el don para hacerlo. Muchos grandes hombres de Dios han sido eliminados del
ministerio en ciertos grupos eclesiales por el simple hecho de ser enviados por otros
maestros de ínfima condición a quienes les hacía sombra y no podían resistirlo.
μάχεσθε καὶ πολεμεῖτε. Una situación de frustración como la descrita antes conduce
inexorablemente al conflicto, que se describe aquí mediante el uso de dos formas verbales,
que ya se han considerado antes: μάχεσθε, lucháis, hace alusión a conflictos ocasionales;
πολεμεῖτε, guerreáis, tiene que ver con una contienda continuada. Se trata de creyentes
contenciosos por caprichos y pasiones personales. En cierta medida puede ser ilustrado con
las contiendas que se habían generado en la iglesia en Corinto, y que habían conducido a la
división de la iglesia en grupos en conflicto (1 Co. 1:11–12). Una vez iniciada la contienda
no es posible evitar el conflicto: “El que comienza la discordia es como quien suelta las
aguas; deja, pues, la contienda, antes que se enrede” (Pr. 17:14). Los conflictos entre
hermanos es un pecado opuesto a la unidad del Espíritu, que se establece en el vínculo de la
paz (Ef. 4:3). La obra del Espíritu produce un carácter amigable entre cristianos:
“Finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente,
misericordioso, amigables” (1 P. 3:8). En contraposición la obra de la carne genera
conflictos.
La lucha, genera una guerra abierta los unos contra los otros: μάχεσθε καὶ πολεμεῖτε,
lucháis y guerreáis. Entre los creyentes había algunos, tal vez muchos, que querían hacerse
maestros de los otros (3:1), considerando esa actitud como una forma de servicio,
contendiendo y luchando para alcanzarlo. Pero, no tenían en cuenta que el ministro, “el
siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar,
sufrido” (2 Ti. 2:24). La exhortación a todos los creyentes es absolutamente contraria a
cualquier tipo de contienda: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con
humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo” (Fil. 2:3). La obra
de Dios no puede hacerse por rivalidad, ni en medio de contienda. Esa no es obra de Dios,
sino obra del hombre que se hace en oposición a otros. Son obras hechas con espíritu de
partido, para arrastrar a otros en la formación de un grupo. Esas obras pueden revestirse de
aparente piedad, pero sus resultados niegan la realidad de ella (2 Ti. 3:5). Las luchas y las
guerras entre creyentes son motivadas por la vanagloria personal. Una apetencia
desordenada de ser más que otros. Esta situación busca glorificar al siervo antes que al
Señor. La ambición personal y la vanagloria, que van juntas, desencadenan siempre luchas
y guerras. Es el deseo íntimo, bien sea oculto o manifiesto, de ser alabados, oídos y vistos
de las gentes (Mt. 6:2, 5, 16). El verdadero creyente, revestido de humildad, nunca se verá
involucrado en un conflicto generado por la ambición. El modo de obrar correcto se
produce cuando el yo está destronado y se acepta sin reservas el señorío de Cristo (Gá.
2:20). La humildad, como se ha considerado antes, va ligada a la mansedumbre porque
exige una sumisión incondicional a Dios (Mt. 11:29). Las luchas y las guerras concluyen
cuando el creyente estima a los demás como superiores a él mismo. Este entendimiento
impedirá juzgar despectivamente a otros para enorgullecimiento personal.
οὐκ ἔχετε διὰ τὸ μὴ αἰτεῖσθαι ὑμᾶς. La última causa de frustración obedece a que no
tienen porque no piden. Aquello que estaban deseando no lo tenían porque guerreaban para
alcanzarlo pero se habían olvidado de pedir. Anteriormente se exhortó a buscar a Dios en
oración pidiéndole sabiduría para entender las pruebas (1:5). Con toda seguridad la
ausencia de oración era una de las causas de los conflictos que se producían entre los
cristianos. Aparentemente pareciera que la oración no era una práctica habitual entre ellos.
Habían abandonado la oración que pide en demanda humilde y recibe conforme a la
promesa del Señor: “Pedid, y se os dará”, con la seguridad de que “Todo aquel que pide,
recibe” (Mt. 7:7–8). Anteriormente trató de una fe genuina; la vida de fe es una vida de
dependencia. La fe no es simplemente creer mentalmente en algo, sino depositar la
confianza en Alguien. La oración no es opcional en la vida cristiana, sino que se establece
como un mandamiento. El creyente que ora primeramente pide. Pedir, tiene que ver con la
misma acción de un mendigo que, sin ningún tipo de recurso propio, extiende una mano
esperando que alguien deposite en ella una caridad. La petición del pobre no es por otra
causa que su propia necesidad, es decir, pide porque está verdaderamente necesitado. Así el
que ora. Quien desea ser rico en Dios, quien procura alcanzar en victoria los recursos de su
poder, quien desea ser más que vencedor, quien procura ser un servidor suyo, ha de
comenzar por ocupar la posición de un mendigo delante del Señor. El ora entiende
claramente que sólo de Dios viene “toda buena dádiva y todo don perfecto” (1:17).
Entiende también que no tiene derecho alguno a recibir nada por mérito personal y que
cuanto alcance será por gracia, por tanto, está siempre lejos de la vanagloria, mientras que
se establece en la gratitud. Pedir, demanda presentar ante Dios la realidad de la situación,
que Él conoce, rogándole la provisión de su gracia para el oportuno socorro (He. 4:16).
Donde hay un corazón que ora de esta manera, Dios escuchará la oración. Nadie debe
perder su confianza. Es precisa la paciente perseverancia en la oración porque la respuesta
no siempre viene en el primer ruego, pero la fe permite esperar sin desesperar. Aguarda en
esperanza sin perder la confianza en quien ha prometido dar más abundantemente de lo que
pueden pensar aquel que pide (Ef. 3:20). A la acción de pedir responde la liberalidad de
Dios, como el Señor dijo: “Pedid y se os dará”. No se trata de una recompensa que Dios da
por orar, sino de un regalo de Su gracia que viene al que ora. Los recursos divinos están a la
disposición del que cree, no es cuestión de esfuerzo para alcanzarlos, sino de persistencia
en la búsqueda.
Es también verdad que las condiciones para una oración respondida, deben coincidir
con la voluntad de Dios para que puedan ser hechas en el nombre de su Hijo Jesucristo y
sean respondidas por el Padre (Jn. 14:13; 16:26; 1 Jn. 5:14–15). Los creyentes podrían tener
lo que es bueno, si en lugar del camino de la rivalidad y la contienda, siguieran la senda de
la oración. La envidia que conduce a las luchas y a las guerras, son el resultado de una
falsa sabiduría (3:15).
de vosotros gastar.
αἰτεῖτε καὶ οὐ λαμβάνετε. En el versículo anterior se dijo a los lectores que no recibían
porque no pedían. Tal vez algún supuesto interlocutor negaría esa afirmación, asegurando
que no era verdad, porque ellos estaban pidiendo pero no recibían lo que pedían.
La respuesta es en esta primera expresión como una confirmación a la supuesta réplica.
Efectivamente, dice Santiago, αἰτεῖτε, pedís. La forma verbal en presente de indicativo
expresa la idea de continuidad, es decir, por lo menos algunos de ellos practicaban la
oración.
Es más reconoce también que οὐ λαμβάνετε, no recibís. Algunos de los creyentes
luchaban porque habían pedido largamente y no habían recibido lo que pedían. Se trata de
un nuevo aspecto de frustración, al pedir y no recibir.
διότι κακῶς αἰτεῖσθε, ἵνα ἐν ταῖς ἡδοναῖς ὑμῶν δαπανήσητε. Sin embargo, la causa de
la falta de respuesta, que no era entendible por los que oraban, era reconocible por el
escritor. Utilizando la conjunción causal διότι, porque, va a dar las razones de aquella
situación. La causa del fracaso de la oración no estaba en Dios, sino en quienes oraban de
aquella manera.
La primera dificultad estriba en que κακῶς αἰτεῖσθε, pedís mal. El verbo va precedido
por el adverbio κακῶς, que equivale a mal, defectuosamente, con maldad, cobardemente y
que condiciona al verbo pedir. Aquellos no estaban recibiendo lo que pedían porque pedían
mal. La forma verbal αἰτεῖσθε, pedís, es un presente de indicativo en voz media, por lo que
la acción recae sobre el que la ejecuta. Aquellos que estaban pidiendo mal, y como el
presente indica, lo hacían continuamente, buscaban el bien propio en lugar de la gloria de
Dios. El propósito de la oración era equivocado.
Pedían ἵνα ἐν ταῖς ἡδοναῖς ὑμῶν δαπανήσητε, para gastarlo en sus propios placeres,
literalmente en su hedonismo. La forma verbal δαπανήσητε, gastar, en aoristo de
subjuntivo, expresa la idea de consumir o gastar con una orientación definitiva. Aquellas
oraciones eran oraciones sin fe bíblica. No estaban dependiendo de Dios para hacer su obra,
sino pensando en ellos mismos. La Biblia enseña que todo lo que no procede de fe es
pecado (Ro. 14:23). Pecado es la transgresión voluntaria de lo que Dios ha establecido (1
Jn. 3:4). El que hace algo que no proviene de fe, es decir, sin convicción firme de la verdad,
le es a él mismo pecado por cuanto actúa para él contrariamente a lo que Dios determina.
Por esa razón “sin fe es imposible agradar a Dios” (He. 11:6). La fe que se deposita en
Dios para salvación, es la misma fe que dinamiza y conduce la vida del creyente luego de la
justificación, en el tiempo de la santificación práctica. Esta vida de fe descansa plenamente
en Dios entendiendo que todas sus promesas serán cumplidas porque es absolutamente fiel.
La fe conduce a una dependencia del Señor, que le agrada. El creyente está llamado a una
vida nueva en una esfera nueva, consistente en vivir en la fe (Gá. 2:20). Muchas veces los
creyentes son capaces de definir la fe, pero incapaces de vivir la fe. Lo que agrada a Dios
no son conocimientos intelectuales, sino una vivencia consistente en una vida que depende
continuamente de Él y vive a Jesucristo en la dinámica de la fe, haciendo que el Señor sea
la razón absoluta de la vida (Fil. 1:21).
Los que oraban con insistencia y no recibía, no solo lo hacían sin fe, sino que buscaban
recibir algo que satisficiera sus propias pasiones y gustos personales. Ya se ha considerado
antes que de la raíz del verbo traducido como deleites, viene el sustantivo castellano
hedonismo, que es la búsqueda del placer como modo de vida. Tal vez quienes querían
constituirse en maestros de los demás buscaban en la oración que Dios les otorgase el don
para enseñar, pero no lo procuraban para glorificar a Dios con él, sino para satisfacer su
propia arrogancia personal. No era para edificación del pueblo de Dios, sino para la
satisfacción de sus propias pasiones. El secreto de una oración con garantía de contestación
y hecha con confianza es que “si pedimos alguna cosa conforme a Su voluntad, Él nos
oye” (1 Jn. 5:14). Quien pide a Dios sus dones con el fin de satisfacer sus propios deseos
personales y consumir lo recibido de Él en beneficio personal es utilizar malamente la
oración y tener la seguridad de no recibir aquello que se pide. El Señor prometió que sería
respondida toda oración que se hiciese en Su nombre, estas son sus palabras: “Todo lo que
pidiereis al Padre en mi nombre lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si
algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré” (Jn. 14:13–14). Pedir en el nombre de Jesús es
hacerlo descansando en su Persona; es también hacerlo en unión vital con Él. Dicho de otro
modo, cualquier petición en la que Jesús se identifica y pudiera ser dicha por Él. Las
peticiones, aunque dirigidas al Padre son respondidas por el Hijo, como único Mediador
entre Dios y los hombres (1 Ti. 2:5). Quiere decir esto que toda oración respondida ha de
estar en plena consonancia con Jesús, quien no buscó nunca su propia gloria (Jn. 8:50). La
oración concordante con el pensamiento de Jesús no busca satisfacer deleites personales y
deseos malos, sino que se hace desde la humildad y la entrega hacia los otros, como hizo el
Señor. La oración respondida, dice Jesús, es aquella en la que el Padre es glorificado. No
podían recibir lo que pedían, porque no buscaban la gloria de Dios en ello.
4. ¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra
Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de
Dios.
μοιχαλί οὐκ οἴδατε ὅτι ἡ φιλία τοῦ κόσμου ἔχθρα τοῦ θεοῦ
δες1,
1
. μοιχαλίδες, adúlteras, la lectura de mayor seguridad atestiguada en p100, *א, A, B, 33,
81, 1175*, 1241, 1739, 1852, itar, ff, s, t, vg, syrp, copsa, bo, geo, Agustín.
μοιχοὶ καὶ μοιχαλίδες, adúlteros y adúlteras, lectura en א2, Ψ, 323, 436, 945, 1067, 1175c,
1243, 1292, 1409, 1505, 1611, 1735, 2138, 2298, 2344, 2464, Biz [K, L, P] Lect syrh, slav.
adjetivo enemigo; τοῦ, τοῦ, caso genitivo masculino singular del artículo determinado
del; Θεοῦ, caso genitivo masculino singular del nombre propio declinado de Dios;
καθίσταται, segunda persona singular del presente de indicativo en voz pasiva del verbo
καθίστημι, constituir, aquí se constituye.
2
Archibald Thomas Robertson. o.c, vol. 6, pág. 64.
12:39; 16:4), porque se habían alejado de Dios para seguir su propia religión. Esto es lo que
estaba ocurriendo con algunos de los creyentes a quienes Santiago escribe.
οὐκ οἴδατε ὅτι ἡ φιλία τοῦ κόσμου ἔχθρα τοῦ Θεοῦ ἐστιν. Utilizando otra vez una
pregunta retórica negativa que exige una respuesta afirmativa del lector, les enfrenta con la
situación espiritual que se estaba manifestando en la iglesia. Concuerda plenamente con la
calificación introductoria de adúlteras, al hacerles notar que estaban en intima amistad con
el mundo. El contexto figurativo incluye una relación ilícita de amistad con el mundo que
además es enemigo del Esposo. Dios es un Dios celoso que no tolera la amistad con el
mundo (Ex. 20:5; Dt. 5:9).
El área de amistad es con el mundo (κόσμος). La palabra tiene varias acepciones en la
Escritura, especialmente en el Nuevo Testamento. Se usa para referirse a la tierra como
morada del hombre (Mt. 4:8; Mr. 8:36; Lc. 4:5); también es el término para referirse a la
humanidad, esto es, el mundo de las personas, comprendiendo también su organización (Jn.
3:19; 2 Co. 5:19); en tercer lugar es el termino que define un sistema espiritual organizado,
de oposición a Dios. El alcance espiritual del concepto mundo, viene determinado por el
hombre, que causa de la caída permitió la entrada de la muerte en el mundo y lo domina
(Ro. 5:12–21). El mundo, como orden espiritual opuesto a Dios, está bajo Su juicio a
consecuencia del pecado (Ro. 3:6). El mundo tiene un sistema propio de sabiduría, que a
causa del pecado que lo domina, este sistema es necio, porque se opone a Dios (1 Co. 3:19).
Las consecuencias son evidentes (3:13–15). El sistema moral de este orden establecido es
un sistema corrupto. La moral del mundo permite prácticas contrarias a la santidad que
Dios demanda de sus criaturas. Es la moral propia de los que son del mundo, basada en
pasiones y desenfreno (1 Co. 5:10). El mundo entero obedece a Satanás y sigue sus
dictados (Ef. 2:2–3). El mundo está ciego espiritualmente y no reconoce por sí mismo a
Dios (Jn. 1:10), oponiéndose abiertamente a Él (Jn. 7:7; 15:18). El sistema del mundo está
controlado y regido por Satanás, de ahí que Cristo llamó al diablo, en tres ocasiones,
“príncipe de este mundo” (Jn. 12:31; 14:30; 16:11). El sistema del mundo ha sido
ordenado por Satanás para llevar a cabo su propósito, que tiene que ver con el desarrollo de
una esfera de mentira y muerte (Jn. 8:44). Este sistema mundano alcanza y comprende a los
gobiernos humanos; estos están bajo Satanás, su control, influencia y poder (Dn. 10:13–20;
Mt. 4:8–9; Lc. 4:5–6). Mediante las leyes de los hombres, Satanás realiza acciones de
rebeldía contra la voluntad de Dios. Los gobiernos permiten la inmoralidad, legalizan el
pecado en sus muchas manifestaciones, son codiciosos, etc. El programa diabólico para el
gobierno del mundo es colocar un hombre en el lugar de Dios y hacer que sea adorado en
lugar del Creador (2 Ts. 2:3–4). El mundo tiene también sus propios pasatiempos (1 Jn.
2:15). Las “cosas del mundo” son utilizadas por Satanás para realizar acciones
pecaminosas, siendo como el mismo mundo asuntos espirituales (1 Jn. 2:16). Las gentes no
regeneradas y los cristianos mundanos acuden a las cosas del mundo para usarlas como un
anestésico que amortigüe las penas de una vida vacía y carente del poder de Dios. El
mundo tiene también su propia espiritualidad (2 Ti. 3:5). Ésta se manifiesta en un culto
formalista pero carente de conducción del Espíritu, promovido por corazones que viven al
margen de Dios (Is. 29:13). Satanás introduce en el sistema religioso las falsas doctrinas,
por sus propios predicadores, que proclaman la religión de los demonios, engañando a los
hombres y condiciéndolos a una espiritualidad conforme al mundo y a la carne (1 Ti. 4:1).
La religión del mundo es un adulterio porque se aleja de la obediencia y lealtad a Dios.
Esta religión mundana procura, en ocasiones, un trato riguroso para dar apariencia de
piedad (Col. 2:20–23), que se establece sobre normas que deben cumplirse y hace
descansar la vida en el poder de la persona y en sus actividades, pero no en el poder y
acciones de Dios en el hombre (Fil. 2:13). El asentamiento del mundo, contrario a Dios, se
establece en el mismo maligno (1 Jn. 5:19). La idea de Juan es como si Satanás tuviera al
mundo en su regazo, adormecido, para utilizarlo según su conveniencia. La posición del
cristiano respecto al mundo debe ser de separación real (Jn. 17:15–18). El cristiano ha sido
liberado de la posición de esclavo que tenía en el mundo para ser trasladado a una nueva
esfera de libertad en Cristo (Col. 1:13).
El creyente ha sido llamado a vivir una vida santa (1 P. 1:15), que se manifiesta también
en obediencia incondicional a Dios (1 P. 1:2), mientras que el mundo vive en desobediencia
como resultado de la acción diabólica (Ef. 2:2–3). El cristiano nace de nuevo en un acto de
obediencia al llamado divino, y pasa a la esfera de obediencia en donde su vida tiene lugar,
es decir, está llamado a vivir en obediencia como forma natural de su nueve vida (1 P.
1:14).
De igual modo el cristiano ha sido llamado a una vida de verdadera piedad. El creyente
vive una vida piadosa en medio de un mundo impío (2 P. 3:11), debiendo esperar la
oposición, sufrimiento e incomprensión, por ese modo de vida (2 Ti. 3:12). La forma de
vida en la piedad está claramente expresada en la Escritura (1 P. 4:3–4).
El creyente debiera vivir una vida de adoración continua. Dios selecciona y pone en el
mundo verdaderos adoradores (Jn. 4:23). La vida del mundo es una vida de mentira, a la
que se opone la vida verdadera de los cristianos, vivida en la verdad (Jn. 4:24). Ante tales
incompatibilidades la amistad con el mundo es enemistad contra Dios.
ὃς ἐὰν οὖν βουληθῇ φίλος εἶναι τοῦ κόσμου. La consecuencia es manifiesta, como
literalmente se lee: Como es de esperar, cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo,
se constituye en enemigo de Dios. No hay excepciones, como determina el uso de ὃς,
pronombre relativo el que, cualquiera, es decir, todo el que desee ser amigo del mundo.
Todavía algo más, se aprecia la voluntariedad de la acción, como indica el uso de la forma
verbal βουληθῇ, que quiera, que como aoristo expresa una acción concluida llevada a cabo
en un acto consciente de la voluntad. Esta primera parte de la oración forma una cláusula
relativa indefinida, al referirse a todo el que quiera, es decir, el que tenga el deseo personal
de ser amigo del mundo.
ἐχθρὸς τοῦ Θεοῦ καθίσταται. El que quiera ser amigo del mundo, καθίσταται, se
constituye, forma verbal en presente de indicativo, que equivale a establecerse o colocarse
en una determinada posición. El subjuntivo le da una concreta dimensión, es constituido o
es hecho, de manera que la persona viene a ocupar una nueva posición en relación con
Dios: ἐχθρὸς τοῦ Θεου, enemigo de Dios. Es, sin duda, una aterradora posición. Es la
consecuencia natural y propia de la incompatibilidad absoluta entre Dios y el mundo (cf.
Mt. 6:24; Lc. 16:13; 1 Jn. 2:15, 16). Ambos, Dios y el mundo, exigen servidumbre
incondicional y dedicación absoluta. El que no está con Cristo está contra Él (Mt. 12:30;
Lc. 11:23). El que sigue a cristo es constituido, por esa razón, en enemigo del mundo (1 P.
4:4), a la inversa, quien desea ser amigo del mundo queda constituido en enemigo de Dios.
El escritor a los Hebreos llega a una conclusión aterradora: “¡Horrenda cosa es caer en
manos del Dios vivo!” (He. 10:31). El hacerse amigo del mundo cae de lleno dentro del
sentido de pecado voluntario, que no puede esperar “sino una horrenda expectación de
juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios” (He. 10:26–27). El
escrito a los Hebreos, no es para inconversos, sino para creyentes. La amistad con el mundo
traerá juicio sobre el creyente, pero no la pérdida de su salvación. Caer en las manos de un
Dios vivo enfatiza la ejecución de la sentencia judicial que está determinada contra quien
vive en una actitud que desafía a Dios. El sentido caer en las manos de un Dios vivo es una
expresión metafórica para referirse a caer entre las manos de Dios que ejecuta el juicio. Las
manos ejecutoras de la sentencia por el pecado voluntario, no son sino las de Dios vivo, o
del Dios que vive, indicando con ello la capacidad de operar sus designios y ejecutar su
voluntad. No es un ídolo muerto que no puede actuar, sino el omnipotente Dios que vive
para obrar lo que su justicia ha dictado. La sentencia de Su juicio lo ejecuta con “sus
manos”, instrumentos de la omnipotencia divina, por tanto, nadie puede detenerlo en esa
acción. Esto debiera hacer reflexionar al creyente, en el sentido de que no crea que por ser
hijo de Dios puede pecar voluntariamente, sin esperar la disciplina de Dios sobre él. Sin
embargo, aunque la disciplina por el pecado alcance cotas muy altas, es bueno saber que
caer en las manos de un Dios vivo, es caer en las manos de la gracia, que no transige en el
pecado pero ama y restaura al pecador. Así lo entendía David: “En grande angustia estoy;
caigamos ahora en mano de Jehová, porque sus misericordias son muchas, más no caiga
yo en manos de hombres” (2 S. 24:14).
La amistad con el mundo es la razón por la que nadie puede recibir lo que pide a Dios,
ya que se está oponiendo a Aquel a quien pide. No recibirá nada de lo que pida, porque pide
con mala disposición personal.
5. ¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que Él ha hecho morar en
nosotros nos anhela celosamente?
ἢ δοκεῖτε ὅτι κενῶς ἡ γραφὴ λέγει· πρὸς φθόνον ἐπιποθ τὸ πνεῦμα
εῖ
ὃ κατῴκισεν1 ἐν ἡμῖν,
1
κατῴκισεν, hizo habitar, lectura mediana seguridad atestiguada en p74, א, B, Ψ, 1241,
1739, slav.
κατῴκησεν, habitó, como se lee en 33, 322, 323, 436, 945, 1067, 1243, 1292, 1409, 1505,
1611, 1735, 1852, 2138, 2298, 2344, Biz [K, L, P] Lect itar, ff, l, s, t, vg, syrh, arm, eth, geo,
Nilo.
ἢ δοκεῖτε ὅτι κενῶς ἡ γραφὴ λέγει. Este es el versículo más complejo de toda la
Epístola, con dificultades interpretativas que no siempre pueden ser solucionadas.
Siguiendo el orden del texto, la primera consiste en la apelación que hace a la Escritura,
personificándola para darle mayor énfasis.
El versículo debe puntuarse según el criterio de traducción ya que los signos de
puntuación no aparecen en el texto manuscrito, de modo que se considera generalmente que
está construido en forma de pregunta retórica.
La primera dificultad consiste en determinar en que lugar de la Escritura aparece lo que
sigue, ya que textualmente de ese modo no aparece en ningún lugar. Para superar esta
dificultad se han propuesto varias soluciones. Una de ellas es que Santiago haga referencia
a un texto compuesto por él mismo como combinación de varias citas del Antiguo
Testamento, o incluso mejor la síntesis de la enseñanza de varios textos. De este modo se
sugiere que podría venir de la combinación o aplicación de Gn. 6:3, en donde se dice que el
espíritu del hombre es carne, esto es inclinado al mal; con Gn. 8:21, donde Dios testifica
que el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud; con la enseñanza de Ex.
20:5, en donde se afirma que Dios es celoso. El problema incide en lo que se entienda por
la palabra espíritu, que en los textos citados como posible sustento de lo que habla la
Escritura, se refieren al espíritu del hombre. Incluso se piensa si se trata de una cita de un
texto no bíblico, tal vez de un manual de enseñanza de los escribas, que Santiago considera
como enseñanza correcta. Estas y otras son simplemente hipótesis que tratan de resolver el
problema de identificación textual. Tal vez podría tratarse de una frase introductoria al
siguiente versículo, cuyo contenido sí está documentado bíblicamente y que la segunda
parte es un paréntesis explicativo. Es evidente que en el contexto general de la Epístola,
Santiago no solo cita literalmente la Escritura sino que más bien la interpreta y aplica, de
modo que pudiera ser también una aplicación de la enseñanza genera de la Palabra.
πρὸς φθόνον ἐπιποθεῖ τὸ πνεῦμα ὃ κατῴκισεν ἐν ἡμῖν. La segunda dificultad consiste en
entender el significado de τὸ πνεῦμα, el espíritu, que condiciona abiertamente la traducción
del versículo. A esto se une la dificultad, aunque menor, de determinar el sujeto del
versículo. No cabe duda que el del versículo siguiente es Dios, que da mayor gracia (v. 6),
por tanto también aquí debe ser el mismo sujeto, Dios que ha hecho morar el espíritu en
nosotros. El sustantivo espíritu es el término directo del verbo ἐπιποθεῖ, anhela. Este verbo
expresa un deseo vívido de algo, así aparece en Ro. 1:11, donde se traduce por deseo, igual
que en 2 Co. 5:2; en 2 Co. 9:14, la traducción a quienes aman, es literalmente añorándoos,
igualmente en Fil. 1:8; en Fil. 2:26 se traduce como gran deseo; también en 1 Ts. 3:6, se
traduce por deseo; en 2 Ti. 1:4, Pablo expresa su deseo de ver a Timoteo; del mismo modo
en 1 P. 2:2, el verbo se usa para expresar el deseo que un niño siente por la leche materna.
Si el sujeto del versículo es, como se dice antes, Dios, luego la traducción sería: (Dios)
hacia celos (es decir, celosamente) anhela el espíritu que hizo habitar en nosotros. Esta
traducción permite asentar las bases para entender que el término Espíritu, se refiere al
Espíritu Santo. Se aprecia que no se trata de una cita literal de la Escritura pero es el
compendio del amor celoso de Dios hacia los suyos (cf. Ex. 20:5; Dt. 5:9; Jos. 24:19; Zac.
1:14; 8:2). Esto implicaría que cuando un creyente se desvía de Dios y va al mundo, causa
celos al Espíritu que mora en nosotros.
Algunos toman espíritu como sujeto del verbo, con lo que la traducción sería: el
espíritu que habita en nosotros anhela hacia los celos, o también hacia la envidia, con lo
que no estaría refiriéndose al Espíritu Santo, sino al espíritu del hombre.
Sobre esta posición escribe Simón J. Kstemaker:
“Otro problema es la traducción de la palabra espíritu. ¿Se refiere esta palabra al
espíritu humano o al Espíritu Santo? Si entendemos que la palabra se refiere al Espíritu
Santo, nos encontramos con la dificultad adicional de que en ninguna otra parte de su
epístola se refiere Santiago a este Espíritu. Si Santiago hubiese estado pensando en el
Espíritu Santo, hubiésemos esperado que también se refiriese al Espíritu Santo en los
versículos precedentes y posteriores. No hace tal cosa. La mayoría de las versiones, por
consiguiente utilizan la traducción espíritu.
Y queda todavía un problema. ¿Debería la parte final del versículo 5 ser traducida
‘que el espíritu que él hace vivir en nosotros tiende hacia la envidia’ o ‘que Dios
celosamente anhela el espíritu que ha hecho vivir en nosotros’. En otras palabras,
¿tomamos el término espíritu como sujeto o como objeto del verbo principal? O es el sujeto
(el espíritu tiende hacia la envidia) o es el objeto (Dios anhela el espíritu).
La clave para entender la cita se encuentra en el término envidia. En el griego, esta
palabra específica aparece en los catálogos de vicios. En el Nuevo Testamento describe la
vida asociada con el mundo irredento (Ro. 1:29; Gá. 5:21; 1 Ti. 6:4; Tit. 3:3; 1 P. 2:1).
Esta palabra, entonces, siempre tiene una connotación negativa en la literatura griega y en
el Nuevo Testamento. Debido a que el espíritu del hombre tiende hacia la corrupción,
llegamos a la conclusión de que el término espíritu es el sujeto, y no el objeto del verbo
principal (el espíritu que [Dios] hizo vivir en nosotros tiende hacia la envidia. El
pensamiento del versículo 5 es por consiguiente una continuación del texto precedente que
advierte en contra de la amistad con el mundo”3.
Sin dejar de considerar como excelente la argumentación anterior merece alguna
reflexión: Primeramente el hecho de que en la Epístola no aparezca más que aquí una
mención al Espíritu Santo, no supone dificultad, puesto que tampoco lo excluye de por sí el
versículo. La referencia al Espíritu Santo aquí tampoco demanda que se produjesen
referencias a Él en el contexto anterior o posterior. En segundo lugar, la palabra φθόνον,
que tiene varias acepciones como malevolencia, depreciación, envida, celos, odio, en este
caso, si se toma espíritu no como nominativo que sería sujeto, sino como acusativo en este
caso objeto del verbo, Dios anhelaría celosamente el Espíritu. En todo caso, el sentido del
3
Simón J. Kistemaker. o.c., pág. 163s.
sustantivo, no siempre conlleva un carácter de maldad, ya que se utiliza para referirse a lo
que Dios es en sí mismo con un celo santo y perfecto.
Necesariamente hemos de decantarnos por alguna de las dos posiciones, las
mayoritariamente aceptadas, que se han considerado antes. Aceptando también las
dificultades del versículo, consideramos que es mejor considerar a Dios como sujeto de la
frase, por tanto el Espíritu, como término directo del verbo anhelar, tiene que ser aplicado
al Espíritu Santo. Es el Espíritu residente que Dios ha puesto en el cristiano que anhela
celosamente al cristiano, en el sentido de hacerle sentir lo que Dios rechaza abiertamente
cuando vive en la carne y se vincula a la obras de ella.
Santiago se está refiriendo a la inhabitación del Espíritu en el creyente, τὸ πνεῦμα ὃ
κατῴκισεν ἐν ἡμῖν, el Espíritu, el que hizo habitar en nosotros. Los lectores de la Epístola,
como se ha dicho reiteradamente, son creyentes procedentes del judaísmo que conocen la
enseñanza del Antiguo Testamento sobre el nuevo nacimiento. Dios había anunciado una
acción de regeneración en el corazón del creyente, consistente en una nueva creación y en
la dotación de su Espíritu. Así profetizaba Ezequiel: “Y les daré un corazón, y un espíritu
nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les
daré un corazón de carne, para que anden en mis ordenanzas, y guarden mis decretos y los
cumplan, y me sean por pueblo, y yo sea a ellos por Dios” (Ez. 11:19–20). Mas adelante
repitiendo prácticamente la misma profecía concreta que el Espíritu que pondría en ellos
era el Espíritu de Dios: “Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis
estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ez. 36:27). El nuevo
nacimiento trae como consecuencia, la dotación de una nueva naturaleza controlada por un
corazón de carne, es decir, corazón sensible al amor y a la voluntad de Dios, que se
convierte en habitación del Espíritu Santo. Esta doctrina está desarrollada ampliamente en
el Nuevo Testamento. El Espíritu es recibido por todo el que cree en Cristo (Ro. 8:9b). El
Espíritu Santo mora en el creyente (1 Co. 6:19; 2 Co. 6:16), convirtiéndolo en santuario de
Dios. El Espíritu de Dios mora en todo creyente, incluyendo a los carnales; quien no tiene
el Espíritu de Cristo no es salvo. Dios derrama su Espíritu en el corazón de cada creyente
(Ro. 5:5). La consecuencia que se produce es que el creyente ya no es suyo, sino de Dios.
Siendo templo de Dios, no puede disponer libremente de la posesión de Dios y menos para
el pecado. La posesión divina del cuerpo del creyente no es sólo cuestión de presencia, sino
de derecho. El cristiano está obligado a mantener la santidad del santuario de Dios,
evitando toda contaminación. El santuario no está disponible más que para los propósitos a
que Dios lo destinó. La demanda consecuente con esto es que el creyente debe vivir para
glorificar a Dios (1 Co. 6:20). La presencia de Dios, por su Espíritu, en el creyente genera
los recursos necesarios para que viva en santidad y dependencia de Él, haciendo las obras
que le agradan y que ya habían sido preparadas de antemano para que formasen expresión
visible de su modo de vida (Ef. 2:10). Esa operación divina desarrolla en el creyente tanto
el deseo para la vida santa, como el poder para llevarla a cabo (Fil. 2:13). Por esa razón,
cuando el cristiano vive bajo el control de la carne, en disensiones y conflictos, el Espíritu
reprende esa forma, conduciéndolo celosamente en sentido contrario y haciéndole notar en
la intimidad personal el desagrado de Dios.
Ese es un aspecto del pecado de Israel que Moisés recuerda en su Salmo: “Le
despertaron a celos con los dioses ajenos; lo provocaron a ira con abominaciones” (Dt.
32:16). Este es también el entorno textual en que aparece el versículo. Los creyentes se
habían ido desviando de la fidelidad a Dios y habían caído en la corrupción de la carne, por
tanto, estaban provocando también a celos al Señor. El Espíritu Santo estaba haciéndoles
conocer ese problema en la intimidad personal de cada uno, además de por medio de la
exhortación del escrito. El Espíritu anhela celosamente al creyente en sentido de impulsarlo
hacia la fidelidad a Dios. Una de las manifestaciones del fruto del Espíritu es la fidelidad
(Gá. 5:22).
6. Pero Él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a
los humildes.
μείζονα δὲ δίδωσιν χάριν διὸ λέγει·
μείζονα δὲ δίδωσιν χάριν διὸ λέγει La partícula δὲ, que aquí hace funciones de
conjunción adversativa pero, introduce un contraste con lo que antecede y sirve de vínculo
con lo que sigue. Las dificultades que se describen antes son la consecuencia y el resultado
de una vida que actúa bajo la inducción de la carne y no bajo el poder del Espíritu. Los
motivos de frustración antes citados continúan también en el versículo. Pero, lo que el
hombre de por sí es incapaz, lo consigue con el poder de la gracia. Frente a las
circunstancias pecaminosas propias del corazón humano, viene la asistencia de la gracia
divina. La gracia de Dios se manifiesta primeramente en la paciencia divina ante el pecado
de su pueblo, no levantándose en juicio para destruirlo, sino otorgándole misericordia
(Lam. 3:22). Coincide este modo de actuar de Dios con la enseñanza del apóstol Pablo
sobre la acción de la gracia en relación con el pecado, que cuando éste se mostró
sobremanera grande, la gracia divina superó en todo la situación para salvación del pecador
(Ro. 5:20). La dimensión de nuestro pecado nunca superará la grandeza de la gracia de
Dios.
La gracia viene también en asistencia para que el creyente lleve a cabo la vida de
santificación, operando en él tanto el querer como el poder para llevarla a cabo (Fil. 2:13).
En esta asistencia divina los cristianos son capaces de amar desinteresadamente a sus
hermanos y, en general a todo el mundo; son capaces de servir sin deseo de constituirse en
posiciones superiores a las del resto de los hermanos; son capaces de aborrecer el pecado y
vivir en santidad, dependiendo de Dios por la fe, y viviendo en unión vital con Cristo (Gá.
2:20; Fil. 1:21).
No cabe duda que la situación interna en la iglesia generaba frustración entre los
creyentes, como se está considerando. Pero, además, en la congregación los cristianos
estarían sufriendo, no sólo la oposición del mundo, sino sus propios e individuales
problemas. Santiago habló de pruebas en el principio de la Epístola (1:2). Las pruebas
suelen producir en el creyente preguntas que no tienen respuestas. Las incidencias de la
prueba en el que es probado, generan muchas veces aflicciones, tristeza y lágrimas. En
medio de las situaciones más difíciles, desde el punto de vista humano, la gracia viene en
ayuda del afligido haciéndole sentir que, aún en medio de esas circunstancias sigue estando
rodeado del amor de Dios, porque “ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada
nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 8:39).
Aún en medio del conflicto mayor, en medio del torbellino de la angustia, la presencia de
Dios es una realidad que se hace sentir por medio de la gracia. La promesa es firme y el
compromiso divino seguro: “Me invocará, y yo le responderé; con él estaré yo en la
angustia” (Sal. 91:15); el cristiano nunca está solo, ni en los momentos álgidos de la
prueba. Cuando los enemigos rodean y las inquietudes aparecen, allí está la mesa de la
comunión y de la provisión de Dios para el conflicto (Sal. 23:5). En las preguntas sin
respuesta, también la gracia viene en asistencia para mantener al creyente firme en la fe.
Dios mismo le dice: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros
caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis
caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros
pensamientos” (Is. 55:8–9). No hay respuestas a muchas de nuestras preguntas, porque
nunca alcanzaremos la dimensión del pensamiento de Dios. Con todo, cualquier
circunstancia no escapa de las manos del Dios de la gracia. Por esa razón las palabras del
versículo se convierten en promesa de aliento para cada uno de nosotros en cualquier
circunstancia: μείζονα δὲ δίδωσιν χάριν, pero mayor gracia da.
ὁ Θεὸς ὑπερηφάνοις ἀντιτάσσεται, ταπεινοῖς δὲ δίδωσιν χάριν. La gracia que rodea al
cristiano, no evita la advertencia solemne que le conduce a un ajuste en su vida personal. El
Dios que da mayor gracia, también resiste a los soberbios.
Una cita de la Escritura confirma esto, tomada del libro de Proverbios, siguiendo la
LXX: “Ciertamente Él escarnecerá a los escarnecedores, y a los humildes dará gracia”
(Pr. 3:34). La forma verbal ἀντιτάσσεται, resiste, está en presente de indicativo en voz
media, y expresa la idea de ponerse en formación de batalla contra alguien. No se trata de
una resistencia pasiva sino activa. El grave problema consiste en quien opone resistencia,
que es Dios mismo, por tanto, nadie podrá vencerle oponiéndose a Él.
Aquellos a quienes Dios resiste se les llama ὑπερηφάνοις, soberbios. El adjetivo
utilizado para calificarlos, tiene varios significados, como soberbios, orgullosos,
arrogantes, insolentes. Son aquellos que por orgullo personal se consideran a sí mismos
como superiores y se colocan por encima de los demás. De estos se ha considerado antes.
Santiago tiene en mente a los amigos de este mundo. Es a estos a quienes Dios niega su
gracia, mientras persistan en su arrogancia e insolencia personal. El Señor afirma que “no
sufriré al de ojos altaneros y de corazón vanidoso” (Sal. 101:5b). El profeta anuncia que
Dios actuará sobre todo soberbio: “Porque día de Jehová de los ejércitos vendrá sobre
todo soberbio y altivo, sobre todo enaltecido, y será abatido” (Is. 2:12). Incluso la acción
divina sobre los orgullosos está escatológicamente anunciada: “Porque he aquí, viene el
día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán
estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará
ni raíz ni rama” (Mal. 4:1). Mientras que Dios “salvará al pueblo afligido, humillará los
ojos altivos” (Sal. 18:27). Los que vivían de esta manera enorgullecidos en la iglesia debían
comenzar a reflexionar sobre la acción divina a la que se estaban enfrentando. Es necesario
recordar que “antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de
espíritu” (Pr. 16:18). La gracia, que siempre es mayor que el pecado, podía estar dándoles
un tiempo de oportunidad para el arrepentimiento.
En contraste, Aquel que resiste al orgulloso ταπεινοῖς δὲ δίδωσιν χάριν, da gracia a los
humildes. El adjetivo utilizado para referirse a los humildes, tiene la connotación de aquello
que es bajo y no se levanta de la tierra. Esa es, metafóricamente, la condición humilde (Lc.
1:52; Ro. 12:16). Son aquellos que sin fuerzas propias, confían sólo en las de Dios y se
someten incondicionalmente a Él. Son los bienaventurados delante del Señor, aunque sean
despreciados por los hombres. Son a los que Jesús llama “pobres en espíritu” (Mt. 5:3).
Nuestro Señor pensaba en aquellos que son pobres porque no tienen absolutamente nada.
Saben que no pueden alcanzar nada por sus fuerzas y dependen absolutamente de Dios para
su cuidado, liberación, provisión y sustento. Por eso decía David refiriéndose a su propia
experiencia cuando estaba huido de Saúl, perseguido por él y expuesto a perder la vida:
“Este pobre clamó, y le oyó Jehová, y lo libró de todas sus angustias” (Sal. 34:6). Esto
marca un profundo contraste con quienes en la iglesia pedían pero no recibían nada porque
pedían mal (v. 3). El espíritu humillado, la pobreza en espíritu es lo único que Dios acepta.
Con cuanto énfasis lo registra el profeta en Su nombre, al decir: “miraré a aquel que es
pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Is. 66:2). Nada hay que Dios
acepte que no sea el espíritu humillado. Así lo enseña David: “Los sacrificios de Dios son
el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Sal.
51:17). El humilde es el único que puede experimentar la libertad del yo crucificado (Gá.
2:20). La arrogancia en el humilde desaparece; su ego personal queda sustituido por el gran
Tu de Dios que le hace verdaderamente libre y le otorga los favores de Su gracia. Nada
tiene que ver esto con la humildad fingida que aparenta santidad cuando se es esclavo del
pecado, esa actitud pecaminosa es pura hipocresía, el peor modo de mentira y la mayor
expresión del pecado de orgullo. La bendición de Dios es sólo para el que se considera a sí
mismo insuficiente y descansa en la gracia, reconociendo que el poder viene y está en el
Señor. Este es el que puede decir, aun en medio de situaciones adversas: “Todo lo puedo en
Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13).
La gracia que Dios da a los humildes, en el texto de Proverbios, es tanto una provisión
espiritual como material. Muchos en la iglesia estaban pidiendo, como se dice antes, y no
recibían, porque lo hacían desde la arrogancia personal y no desde la humildad, propia de la
vida cristiana. El texto en la Epístola tiene un alcance mayor, mucho más en consonancia
con la enseñanza de Jesús: “Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla
será enaltecido” (Mt. 23:12). El Señor enseña las consecuencias que acarrea la conducta
del orgulloso, el que se enaltece a sí mismo, es decir, el que busca la atención y las
alabanzas humanas, como era el caso de quienes querían hacerse maestros en la
congregación. Por contraste con la acción de Dios contra el altivo, está la bendición suya
sobre el humilde. El humilde no se enaltece a sí mismo, ni lo procura; es Dios quien lo lleva
a cabo. Así el proceso de Jesús es el ejemplo sobre el resultado de quien se humilla
verdaderamente delante de Dios; luego de la humildad la exaltación que Dios mismo lleva a
cabo. Quien se abajó hasta lo sumo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz,
es exaltado hasta lo sumo recibiendo el nombre de autoridad suprema, bajo cuyo nombre se
someten todos reconociéndole como Señor (Fil. 2:6–11), Por tanto, el creyente debe
revestirse de humildad (1 P. 5:5). Esto es, ceñirse el delantal propio de un esclavo, que se
ponía sobre el vestido para poder hacer las labores propias de esa condición (Jn. 13:4ss).
Ningún creyente puede ser instrumento válido en la mano de Dios, a no ser que esté
revestido de humildad. La gracia, que sostiene en el servicio, que provee de los recursos
para la santificación, que trae el consuelo divino en los conflictos y aflicciones se otorga al
humilde. Las bendiciones divinas están reservadas para ellos, mientras que están cada vez
más alejadas del orgulloso. Bien podemos pensar que la gracia que colma de bendiciones es
como una luz, que huye del orgulloso que la persigue, y que persigue al humilde que se
considera indigno de ella. A los humildes que responden a la invitación de Jesús (Mt.
11:29), y se someten a Su voluntad, confiando en Él, a estos da Dios su gracia, como
promete en su Palabra. Santiago enseña que la oración no tiene respuesta cuando se piden
cosas malas (v. 3); se pide con mala disposición (vv. 4–5); y se pide de mala manera (v. 6).
Cada uno de nosotros, ante este versículo debiéramos doblar nuestras rodillas en oración
pidiendo a Dios que nos conceda la gracia de vivir en humildad delante de Él.
ὑμῶν,
vosotros.
4
José Salguero. Biblia Comentada. Santiago.
misma autoridad de Jesús está a disposición del cristiano. Quien utiliza el nombre de Cristo
para decir como el mismo Señor, ahora en Su nombre: “Vete Satanás”, experimentará que
quien vino procurando derrotarle, se aleja de él derrotado. Sin duda la victoria sobre
Satanás se alcanza en la sumisión a Dios, y en la dependencia directa del poder del Espíritu.
La oración es una fuente poderosa para obtener los recursos necesarios en la victoria contra
el tentador. El Señor nos enseñó a orar de esta manera: “Mas líbranos del mal” (Mt. 6:13),
o mejor –como se lee literalmente- del maligno. El que ora está pidiendo a Dios que en la
esfera del conflicto con Satanás sea preservado de la caída y que si la tentación es grande y
la fe débil, sea librado del maligno que la promueve. En otras palabras, que el creyente sea
guardado por el poder de Dios en fidelidad a Él, sin que caiga en el pecado como
consecuencia de la acción del tentador. Por eso, una de las armas que Dios da al cristiano
para la victoria en la lucha de resistir al maligno, es la oración (Ef. 6:11, 18). Habiendo
intentado la derrota del creyente sin conseguirlo, el diablo huirá de vosotros.
8. Acercaos a Dios, y Él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y
vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones.
ἐγγίσατε τῷ Θεῷ καὶ ἐγγιεῖ ὑμῖν. καθαρίσα χεῖρας, ἁμαρτωλ
τε οί,
ἐγγίσατε τῷ Θεῷ καὶ ἐγγιεῖ ὑμῖν. En una frase de doble cláusula, se exhorta a los
lectores, primeramente a acercarse a Dios. Utiliza para ello ἐγγίσατε, acercaos, que siendo
un aoristo de imperativo implica una acción que ha de concluirse en forma definitiva. El
verbo expresa la idea de venir cerca desde un lugar más distante.
El mandamiento está inspirado en las enseñanzas del Antiguo Testamento, como
clamaba el profeta en nombre del Señor: “Diles, pues: Así ha dicho Jehová de los ejércitos:
Volveos a mí, dice Jehová de los ejércitos, y yo me volveré a vosotros, ha dicho Jehová de
los ejércitos” (Zac. 1:3). De la misma manera Malaquías: “Desde los días de vuestros
padres os habéis apartado de mis leyes, y no las guardasteis. Volveos a mí, y yo me volveré
a vosotros, ha dicho Jehová de los ejércitos. Mas dijisteis: ¿En qué hemos de volvernos?”
(Mal. 3:7). No es un llamamiento a incrédulos, sino a creyentes que de alguna manera se
alejaron de Dios. Antes de la conversión es Dios quien se acerca al hombre, porque de otra
manera el hombre nunca se acercaría a Dios; esa es la causa por la que el Hijo del Hombre
vino para buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc. 19:10). Sin embargo, luego de la
regeneración el creyente que se distancia de Dios debe volverse a Él para recuperar el
camino de las bendiciones y el disfrute de una comunión plena. El creyente puede volverse
a Dios y entrar a su presencia porque tiene libre acceso (Ro. 5:2). El trono de Dios ya no es
para el cristiano un trono de juicio, sino de gracia y de misericordia (He. 4:16). Retornar a
Dios es posible inmediatamente que se desee puesto que está cercano a quien le invoca
(Sal. 145:18). Cuando un creyente se acerca a Dios, inmediatamente Dios se acerca a él.
Como judíos de estirpe, por lo menos mayoritariamente, volvía a repetirse con ellos lo
que había sido una situación continuada a lo largo de la historia de Israel. A pesar de la
gracia y del amor de Dios demostrado hacia ellos, habían sido rebeldes y se habían alejado
de Él. Es cierto que ahora además de judíos de origen, son cristianos por incorporación en
el cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Pero, en cierta medida, tenían una doble
responsabilidad ante esta situación, la de pertenecer a un pueblo a quien Dios había dado
promesas y manifestado su fidelidad, y también la de pertenecer a un cuerpo de salvos por
gracia. Esa es la gran responsabilidad de muchos de los destinatarios de la Epístola, a
quienes se les exhorta a volverse nuevamente a Dios, para disfrutar de Sus bendiciones y
restaurar la comunión que evitaría la frustración en que se encontraban a causa de su
extravío espiritual. No importa cuanto se haya alejado de Dios, como en el caso del hijo
pródigo, los brazos de la misericordia están siempre abiertos para recibir al creyente en un
abrazo de comunión, amor y amistad (Lc. 15:18–20).
καθαρίσατε χεῖρας, ἁμαρτωλοί, καὶ ἁγνίσατε καρδίας, δίψυχοι. La segunda cláusula del
versículo es evidentemente intensa y fuerte por los calificativos que utiliza. En primer lugar
llama a una limpieza moral, expresada en la metáfora de lavar las manos. A quienes llama
a esta acción los califica de ἁμαρτωλοί, pecadores. El adjetivo involucra la condición de
quien es transgresor y que ha errado el blanco que Dios estableció para su vida. Es el
término más común en la Escritura para referirse al pecador. Llamar de este modo a un
judío era una expresión fuerte. Los fariseos solían utilizar el término para referirse a los
publicanos y a todo aquel que desconocía la Ley o la ignoraba voluntariamente. En sentido
figurado, limpiar las manos equivale a presentar una vida limpia delante de Dios. Para los
judíos de los tiempos de Cristo era casi una obligación la práctica del lavamiento de las
manos antes de comer. Los discípulos de Jesús fueron acusados de no hacerlo (Mt. 15:2).
Sin duda aquellos manifestaban un exceso de celo por la santidad experimental. No cabe
duda que un corazón santo manifiesta un comportamiento santo en el exterior. Los judíos
consideraban los lavamientos externos como correspondencia a una demanda especial de
santidad. El mismo sumo sacerdote y los sacerdotes en el antiguo orden, tenían que bañarse
antes de ejercer el ministerio sacerdotal (Lv. 16:26, 28; Nm. 19:7, 8, 19) y lavarse las
manos antes de ejercer las funciones en el santuario (Ex. 30:17–21). Los escribas y fariseos,
hipócritas de aquel tiempo, enseñaban que descuidar el lavado de las manos era tan malo
como la lujuria o cualquier pecado o crimen.
Santiago aplica el deseo de pureza de los antiguos a los cristianos de su tiempo,
demandando en la figura de las manos limpias la realidad de un corazón santo delante de
Dios. El apóstol Pablo pide a los que oran que lo hagan levantando manos limpias, que en
el contexto textual inmediato tenía que ver con vidas sin ira ni contienda (1 Ti. 2:8). Este
era uno de los problemas existentes en la iglesia (3:14, 16; 4:1–3). La comunión con Dios
se interrumpe por este pecado, por consiguiente las oraciones hechas en espíritu
contencioso que manifiesta una verdadera falta de amor a los hermanos, no pueden ser
respondidas.
Limpiar las manos implica confesión y separación del pecado (1 Jn. 1:9). En lugar de
dedicar tiempo a orar incorrectamente para no recibir lo que deseaban (4:2–3), se les
exhorta a una oración de confesión, tanto individual como colectiva.
Además se les anima también a ἁγνίσατε καρδίας, δίψυχοι, purificar el corazón de
doble ánimo. No solo se les llama pecadores, sino que se confirma que entre ellos hay
creyentes de doble ánimo, literalmente de dos almas. Este mismo calificativo se estudió
antes (1:8). Santiago advirtió entonces que un hombre de doble ánimo es inconstante en
todos sus caminos y no puede orar con fe, porque está viviendo en una doble moral, por un
lado orando a Dios y por otro viviendo en la carne. El corazón dividido fue una de las
manifestaciones más lamentables de la historia de Israel, cuando el profeta Elías dijo al
pueblo: “¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios,
seguidle; y si Baal, id en pos de él” (1 R. 18:21). Los creyentes a quienes Santiago escribe
son δίψυχοι, de doble ánimo; se trata de inconstantes, en los que no se puede confiar. En
ocasiones seguían a Dios y en otras estaban siguiendo al mundo.
La condición para estos es ἁγνίσατε καρδίας, purificar el corazón. La forma verbal en
aoristo de imperativo, implica tanto un mandato como una acción que debe consumarse
plenamente. Se trata de purificar el corazón definitivamente, para no volver atrás, de otro
modo, limpiar de contaminación el corazón. En el contexto judío los lectores pensarían en
el día de la expiación, que simbolizaba la expiación de la culpa y la purificación del
corazón. De la misma forma, no se pueden elevar manos limpias ante Dios, sin no se ha
limpiado primeramente el corazón (1 Jn. 1:9). Sólo los limpios de corazón pueden ver a
Dios (Mt. 5:8). Jesús enseño que la santidad es disposición esencial para ver a Dios. La
limpieza de corazón está estrechamente relacionada con la comunión que permite ver a
Dios. Ante la santidad de Dios sólo puede estar presente aquel que es “limpio de manos y
puro de corazón; el que no ha elevado su alma a cosas vanas, ni jurado con engaño” (Sal.
24:4). Corazón limpio o puro es aquel que no está contaminado con el pecado y no actúa
bajo su control. Esta situación no es un asunto ocasional, sino la experiencia de vida a la
que somos llamados los cristianos. Sin duda nadie en la historia de la humanidad desde
Adán, pudo estar comprendido dentro de esta condición, ya que “engañoso es el corazón
más que todas las cosas, y perverso” (Jer. 17:9). Sin embargo, se trata no de un corazón
impecable, sino de un corazón donde no hay hipocresía, esto es, dos formas de vida. Los
creyentes a quienes se dirige el escrito estaban acostumbrados al sistema farisaico, que
descansaba en una santidad aparente, o en una piedad externa. Se esforzaban por aparentar
vidas intachables, especialmente en cuanto al cumplimiento literalista de las demandas
bíblicas, sin embargo, sus corazones estaban contaminados por la hipocresía de su
comportamiento. Aquellos aparentaban lo que realmente no eran. David pidió a Dios un
corazón que pudiera actuar en sintonía con Él y hacer su voluntad (Sal. 51:10). Limpio de
corazón es aquel que es guiado conforme al consejo de Dios (Sal. 73:24). Dios que es
bueno, esto es, perfecto, está en comunión con los limpios de corazón (Sal. 73:1). Estos, de
corazón purificado son los que pueden ver a Dios. No está refiriéndose a lo que algunos
llaman visión beatífica, ni a una limitación escatológica de ver a Dios sólo para algunos de
los creyentes, se trata de mantener una relación espiritual con Dios. Es equivalente a la
comunión íntima con Él. Esta visión debe ser cotidiana y transformadora: “Por tanto,
nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos
transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2
Co. 3:18). En la carta a los Hebreos, el autor afirma que sin “santidad nadie verá al Señor”
(He. 12:14). La vida de fe discurre por caminos de santidad. La santidad cotidiana tiene que
ver con la santificación, la experiencia de llevar a la vida diaria la condición de santo que se
alcanza en el nuevo nacimiento. Tiene que ver con separarse de todo lo pecaminoso, propio
de la vida vieja. El creyente ha de persistir en la santificación haciendo de ello un objetivo
prioritario (Fil. 2:12). El carácter santo es una posesión individual en la cual debe
progresarse cada día, como resultado de la obediencia a la Palabra y del seguimiento fiel a
Jesucristo (Mt. 11:29; Jn. 13:15; Ef. 4:20; Fil. 2:5). El que no lleve una vida santa no puede
ver a Dios, en el sentido de estar en comunión. De esta manera entendemos la urgente y
enfática exhortación de Santiago en el versículo.
9. Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en
tristeza.
ταλαιπωρ καὶ πενθήσατ καὶ κλαύσατε ὁ γέλως ὑμῶν εἰς.
ήσατε ε .
1
ὁ, el, lectura de menor seguridad atestiguada en א, A, Ψ, 33, 81, 322, 323, 436, 945, 1067,
1241c/vid, 1292, 1409, 1505, 1611, 1735, 1739, 2138, 2298, 2344, 2464, Biz [K, L] Lect
copsa, bo, ac, eth, Dídimodub, Cirilo7/8, Juan Damasceno.
7
Griego: ἀπόλλυμι.
puede ser otra que don nadie. La criatura en sí misma es como nada delante del Creador,
pero aquí se agrava aún más al constituirse en enemigo de Dios a causa de su arrogancia.
Santiago utilizando el participio de presente articular ὁ κρίνων, el que juzgas, lo que
equivale a ser juez. Esta usurpación de autoridad, es también perversa por causa de aquel
que es juzgado: τὸν πλησίον, al prójimo. Es interesante apreciar que no utiliza el término
ἀδελφός, hermano, sino πλησίον, prójimo, posiblemente para enfatizar que el que juzga
está en abierta oposición con el expreso mandamiento de amar al prójimo (Lv. 19:18). El
creyente que se atreve a juzgar a su hermano que también es su prójimo, se convierte en un
mal testimonio para el mundo que ha de conocer a los cristianos en el amor fraterno que
deben manifestarse unos a otros (Jn. 13:35).
El pecado de juzgar a otros, manifestado en muchas ocasiones por la murmuración que
procura desprestigiarlos, es también la manifestación máxima del orgullo y de la
arrogancia. No hay nadie que no tenga fallos y fracasos espirituales, de otro modo, nadie
hay que no tenga que confesar su pecado cada día delante del Señor (1 Jn. 1:8–10). No
podemos acusar a nadie, puesto que nosotros somos también los acusados. De modo que en
lugar de situarnos como jueces de los hermanos, colocándonos no solo sobre ellos sino
sobre la misma ley de Dios, debiéramos ayudarles a superar sus posibles caídas y buscar
siempre para ellos el camino de la restauración (Gá. 6:1). No estamos en condiciones de
juzgar a otros, porque no tenemos tal misión, pero, también porque necesitamos la ayuda de
la gracia para mantenernos en posición de victoria. En lugar de juzgar debemos amar a los
hermanos, trabajando en un ministerio de amor para que dirijan su atención a Jesús, con lo
que sus vidas serán transformadas. Esto no significa en modo alguno que hayamos de cerrar
los ojos ante el pecado visible de un hermano, pero aún así, no tenemos derecho alguno
para juzgarle, es la Palabra quien lo hace. En una situación de caída de un hermano
debemos trabajar a su lado, orando por él, y ayudándole con la Palabra para que retorne al
camino de la comunión y santidad. Es en esa línea que el creyente cubrirá multitud de
pecados (5:20). Hay creyentes que sienten un vivo deseo por la Palabra y procuran cumplir
lo que Dios ha establecido en ella. Sin embargo, en una búsqueda de la perfección
espiritual, abandonan el amor hacia otros hermanos en una equivocada identificación de la
espiritualidad basa en lo que hacen y no en lo que son. Al abandonar el camino del amor se
cae inevitablemente en el camino del legalismo, en donde se sustituye la gracia por la
intransigencia, y la misericordia por el juicio. En una reacción carnal, quienes viven
pendientes del literalismo de la Escritura, juzgan y murmuran de los que no siguen su
propia camino. Ninguno de estos puede ser instrumento útil en la mano de Dios, porque
habiendo dejado el camino del amor, quedan inhabilitados para el ministerio (1 Co. 13:1–
3). Estos llenos de arrogancia, por oponerse a Dios, son resistidos por Él (v. 6). Quien
quiera vivir conforme a la Palabra, de otro modo, el que quiera guardar la ley, no tiene otro
camino que el del amor al prójimo, “porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley”
(Ro. 13:8).
κερδήσομεν·
ganaremos.
8
Griego: ἐμπορεύομαι.
1
τὸ τῆς αὔριον, lo del mañana, lectura de mediana firmeza, atestiguada en א, Ψ, 322, 323,
436, 1067, 1409, 1735, 2464, Biz [K, L] Lect itar, ff, vg, Jerónimo.
Los no sabéis lo del mañan cual la vida de Porque vapor
que a vosotro
s.
τὰ τῆς αὔριον, la del mañana, como aparece en A, P, 33, 81, 945, 1175, 1241, 1243, 1292,
1505, 1611, 1739, 1852, 2138, 2298, syrh.
ποία γαρ, porque cual, lectura en p74.100, א2, A, Ψ, 33, 81, 322, 323, 436, 945, 1067, 1175,
1241, 1243, 1292, 1409, 1735, 1739, 2298, 2344, 2464, Biz [K, L, P], Lect itar, s, vg, syrp,
copsa, bo, slav, Jerónimo, Agustín.
ἀτμὶς γάρ ἐστε, porque vapor sois, lectura en B, 322, 323, 945, 1175, 1739, 2298.
ἀτμὶς γάρ ἐσται ἡ, porque vapor será la, como aparece en Ψ, 436, 1067, 1505, 1611, 2138,
2464, Bizpt [K] Lect, l 680*, l 884 (omiten ἡ).
ἀτμὶς γάρ ἐστιν ἡ, porque vapor es la, forma de lectura en (33, 1735, 2344, omiten γάρ),
1409, Bizpt [L] l 592, (l 596 omite ἡ), l 883, l 921, l 1159, l 1441, itff, slav, Juan Damasceno.
ἐστιν.
es.
Notas y análisis del texto griego.
El párrafo finaliza con la conclusión que escribe con εἰδότι, caso dativo masculino
singular del participio perfecto en voz activa del verbo οἶδα, saber, aquí quien sabe; οὖν,
conjunción causal pues; καλὸν, caso acusativo neutro singular del adjetivo bueno, bien;
ποιεῖν, presente de infinitivo en voz activa del verbo ποιέω, hacer, producir, trabajar,
aquí hacer; καὶ, conjunción copulativa y; μὴ, partícula que hace funciones de adverbio de
negación condicional no; ποιοῦντι, caso dativo masculino singular del participio de
presente en voz activa del verbo ποιέω, hacer, producir, trabajar, aquí haciendo;
ἁμαρτία, caso nominativo femenino singular del sustantivo que denota pecado; αὐτῷ,
caso dativo de la tercera persona singular del pronombre personal declinado a él; ἐστιν,
tercera persona singular del presente de indicativo en voz activa del verbo εἰμί, ser, aquí
es.
εἰδότι οὖν καλὸν ποιεῖν καὶ μὴ ποιοῦντι, ἁμαρτία αὐτῷ ἐστιν. No se trata aquí de un
pecado de ignorancia, sino de una acción voluntaria, porque tiene un conocimiento
completo. Esa es la función del dativo del participio perfecto εἰδότι, quien habiendo sabido.
El conocimiento que tiene le es suficiente para distinguir con claridad entre lo que es bueno
y lo que no es. Aquellos tenían suficiente conocimiento para hacer lo que era bueno. Tenían
también capacidad para actuar conforme a lo bueno, que es aquello que Dios establece y
enseña en su Palabra.
Sin embargo, sabiéndolo μὴ ποιοῦντι, no lo hace. Esta posición es un acto de rebeldía
manifiesta. Tienen conocimiento del deber, pero tienen rebeldía en el corazón. Se trata de
un pecado de omisión, porque sabiendo lo que debían hacer no lo hacen. La omisión de un
bien es tan pecado como la comisión de un mal. Una buena ilustración de un pecado de
omisión es la actuación del sacerdote y del levita con el samaritano herido, que pasaron a su
lado sin socorrerlo, sabiendo la obligación moral que tenían en ese sentido (Lc. 10:30–32).
Otro ejemplo de pecado por omisión es el que no utilizó los talentos que le habían sido
dados para negociar con ellos, dejando de hacerlo como hubiera debido haber hecho (Mt.
25:14–30). Es notable saber que Dios juzgará a las naciones por cinco pecados de omisión
(Mt. 25:41–46).
Los creyentes a quienes se refiere Santiago conocen la fragilidad y brevedad de la vida
humana, la soberanía de Dios y lo que deben hacer ante estas dos verdades. Sin embargo,
no lo hacen. Por tanto son inexcusables ante Dios de pecado, que es un desafío a someterse
a la voluntad de Dios. Lo agravante de la situación se produce, no por incapacidad, sino por
rebeldía, al formular planes y pretender ejecutarlos sin tener en cuenta a Dios en ello.
En el capítulo Santiago exhorta a que los creyentes nos sometamos a Dios. Las
dificultades que surgen entre creyentes se ocasionan en corazones que no están sometidos a
Dios. La vida en una relación incorrecta con Dios genera frustraciones, en oraciones no
respondidas y en inquietudes producidas por conflictos. En el capítulo, el Espíritu nos
confronta con nosotros mismos. Cada uno debiéramos examinarnos sobre el modo en que
está desarrollándose nuestra vida, confesando nuestros fracasos y sometiéndonos a Dios sin
condiciones.
CAPÍTULO 5
EL CRISTIANO Y SU ESTILO DE VIDA
Introducción
A punto de concluir la Epístola, Santiago observa la tristeza de la situación en que
algunos hermanos se encuentran por las adversidades de la vida. Tal vez algunos de ellos
habían sido explotados por los ricos, reteniéndoles el salario que les correspondía. Para los
ricos tiene palabras enérgicas en el primer párrafo, denunciando sus perversidades y
advirtiéndoles del juicio que vendría sobre ellos. Aunque no lo dice directamente, algunos
de aquellos ricos, a quienes amonesta, podrían estar congregándose con los cristianos (vv.
1–6).
Como consuelo para los creyentes atribulados, les recuerda que el tiempo de sus
dificultades es corto, requiriendo paciencia para sobrellevar los problemas, mientras
esperaban el regreso de Cristo. El mejor aliento para estos está en el pronto regreso del
Señor. En ese retorno Cristo tomará a su cargo la defensa del oprimido y restaurará la
justicia en el ámbito de la vida de los creyentes. La paciencia que debe manifestarse hasta
la segunda venida de Cristo. Creyentes de todos los tiempos soportaron las aflicciones con
paciencia. Esta paciencia que soporta esperando la aparición del Señor, produce como una
de las virtudes cristianas, un estilo de vida propio para el creyente. La esperanza no es
simplemente una visión escatológica, sino una realidad de vida en el presente. Santiago
enfatiza el modo de vida de aquellos que esperan al Señor. Entre otras cosas, las quejas
sobre los problemas y dificultades de la vida dejan de ser ante la perspectiva gloriosa del
encuentro con el Señor (vv. 7–9). Para alentarles llama su atención al ejemplo de otros
creyentes en otros tiempos que sufrieron dificultades como las que ahora atravesaban (vv.
10–11).
El creyente que vive su compromiso de fe, no necesitan utilizar los juramentos para dar
firmeza de veracidad a lo que dicen. Quienes los observan en su día a día, saben que son
dignos de confianza porque siempre hacen honor a la palabra dada y no mienten. La
mentira no sólo tiene que ver con palabras, sino también con estilo de vida. No hay mayor
mentira que la hipocresía que oculta la verdad personal a la vista de otros y procura con
engaño que se le considera como lo que no es (v. 12).
La vida de quien espera el regreso de Jesús en cualquier momento, se desarrolla en un
estilo de ética propia y natural del cristiano, mostrando un trato justo con los demás y
paciente en relación a la capacidad de soportar las adversidades.
La última sección ofrece una panorámica de los problemas personales que había en las
iglesias primitivas. Creyentes que estaban enfermos como consecuencia de pecados sin
confesar. Ofensas cometidas unos contra otros que no estaban resueltas. Santiago enseña la
necesidad de una rectificación de vida en todos esos niveles, exhortando a unos a la
confesión y a todos a la oración de intercesión (vv. 13–16). La acción final de un creyente
ocupándose de la restauración de alguien que se ha extraviado, cierra la carta con una nota
de advertencia sobre el ministerio de amor de los hermanos entre sí (vv. 17–20).
El bosquejo para el análisis del capítulo es el siguiente:
1. La paciencia (5:1–11).
1.1. Causas que producen impaciencia (5:1–6).
1.2. La necesidad de la paciencia (5:7–9).
1.3. Ejemplos sobre la paciencia (5:10–11).
2. Los juramentos (5:12).
3. La oración (5:13–18).
3.1. Oración y alabanza (5:13).
3.2. Oración, enfermedad y poder (5:14–18).
4. La restauración del extraviado (5:19–20).
La paciencia (5:1–11)
Causas que producen impaciencia (5:1–6)
1. ¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán.
Ἄγε νῦν οἱ πλούσιοι, κλαύσατε ὀλολύζοντ ἐπὶ ταῖς ταλαιπωρί
ες αις
Ἄγε νῦν οἱ πλούσιοι. De nuevo utiliza la fórmula anterior (4:13) para introducir el
párrafo, llamando con ello la atención del lector sobre el asunto que sigue. Se está
refiriendo a los ricos como clase social. Para ellos escribe una intensa exhortación. Son
ricos soberbios, injustos, avaros y mundanos.
La parénesis está construida muy al estilo de los profetas del Antiguo Testamento. Las
acciones judiciales que anuncia sobre ellos, las da como algo inminente, a punto de
realizarse.
No es una diatriba contra la riqueza. Dios nunca condena el hecho de ser rico. Es una
advertencia solemne contra el mal uso de la riqueza y, sobre todo, contra la forma injusta de
conseguirlas. La condena bíblica es el amor por las riquezas, que las coloca por encima de
todo, incluso ocupando el lugar que corresponde a Dios, y conduce al rico a la arrogancia (1
Ti. 6:17).
¿Son cristianos estos ricos a quienes se señala? No es posible afirmar si eran creyentes
o meros profesantes, pero es evidente que se encontraban entre los creyentes de la iglesia,
de otro modo no había lógica en una exhortación a quienes no les aprovecharía si no
estaban entre los cristianos destinatarios de la Epístola.
κλαύσατε ὀλολύζοντες ἐπὶ ταῖς ταλαιπωρίαις ὑμῶν ταῖς ἐπερχομέναις. A estos ricos se
les conmina a llorar, literalmente κλαύσατε, llorad. La forma verbal aquí aparece como un
aoristo de imperativo, con lo que se expresa urgencia y acción plenamente realizada, como
si dijese: Poneos a llorar de una vez por todas. El significado del verbo1 adquiere la
dimensión de un lloro intenso, un profundo lamento, como expresión externa de dolor. No
se trata del lloro que conduce al arrepentimiento, como el utilizado antes (4:9), sino del
lamento intenso de dolor por algo que es inevitable, a pesar del llanto. Además de llorar se
les conmina: ὀλολύζοντες, aullad. En este caso el verbo en participio de presente expresa
una acción continuada, ambos verbos unidos significan: llorad aullando. El verbo aullar2,
es un verbo onomatopéyico, esto es, expresa el significado por el mismo sonido, y significa
clamar a voz en grito. La expresión aparece varias veces en el Antiguo Testamento como
reacción al juicio inevitable de Dios a causa del pecado (cf. Is. 13:6; 14:31; 15:2; 16:7; Jer.
4:8; Jl. 1:5, 13).
La razón de este llanto angustioso son ταῖς ταλαιπωρίαις, las miserias que vienen.
Interesante contraste: ellos estaban gozosos de sus riquezas, Dios les anuncia que lo que
viene para ellos no son riquezas sino miserias; es lo contrario al confort y a la cómoda
opulencia. Esas miserias ὑμῶν ταῖς ἐπερχομέναις, os sobrevienen. En una expresión propia
del profeta que da por hecho lo que Dios anuncia, utiliza aquí el participio de presente para
enfatizar la inminencia inevitable de la acción de Dios. En este caso debe entenderse como
algo que está a punto de sobrevenir. En lugar de alegrarse por lo que tienen debieran
lamentarse por lo que les espera. ¿Cuándo se producirá ese juicio? No se especifica el
tiempo, sólo la inminencia. Puede ser que se trate de una acción temporal inmediata que por
alguna circunstancia termine con las riquezas de aquellos orgullosos, pero también puede
estar apuntando al acontecimiento escatológico de la comparecencia de los malvados
delante del Juez que viene a juzgar al mundo por sus obras. Si se trata de cristianos
mundanos, con conciencias cauterizadas, el juicio se trataría de la comparecencia ante el
tribunal de Cristo (2 Co. 5:10). Con todo, el contexto que invita a llorar con gemidos,
conduce a pensar en una acción inmediata, en la que Dios acabaría con las riquezas
1
Griego: κλαίω.
2
Griego: ὀλολύζω.
adquiridas por medios pecaminosos e injustos. Este llorar sin consuelo, es también un llorar
sin arrepentimiento, que convierte el llanto en verdaderos aullidos de desesperanza.
2. Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas están comidas de polilla.
ὁ πλοῦτος ὑμῶν σέσηπεν καὶ τὰ ἱμάτια ὑμῶν σητόβρω
τα
γέγονεν,
se han hecho.
ὁ πλοῦτος ὑμῶν σέσηπεν. Desde la perspectiva humana, las riquezas dan estabilidad y
son codiciables, de modo que aparentemente los ricos son felices, pero no es así desde la
realidad que Dios detecta. El término πλοῦτος, riqueza, precedido del artículo determinado
conlleva la idea de plenitud de riqueza. Con esto está expresando todo aquello que
constituye la felicidad y confianza del rico. Las riquezas están integradas por tres
elementos: ropas, oro y plata; los dos primeros en el versículo y el tercero en el siguiente.
El pronombre personal ὑμῶν, de vosotros, vuestras, indica la pluralidad de ricos, aunque no
fuesen muchos, había algunos así en la iglesia.
Estos bienes terrenales, tan apreciados por los ricos, Dios los define como σέσηπεν,
podridas. El verbo utilizado3 para expresar esa idea es un intransitivo que indica que esas
riquezas ya se han corrompido y no tienen valor alguno. Es más, el amor por las riquezas
impide el amor por el Señor: “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al
uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y
a las riquezas” (Mt. 6:24). El contraste está marcado entre las riquezas temporales y las
eternas. Tratar de servir ambos intereses a la vez es como tener el corazón dividido. La
3
Griego: σήπω.
exhortación que Santiago está haciendo a los ricos, lleva aparejada la misma idea,
tratándose de servir a las riquezas, lo que impide el servir al Señor, ya que implica la
voluntad personal que conduce a una determinada manera de obrar. Las esferas antagónicas
son Dios y el mundo, las riquezas temporales y las eternas, por tanto, existe la
imposibilidad de estar en ambas esferas al mismo tiempo. No se puede tener el corazón al
mismo tiempo en Dios y en el mundo. No es posible servir a las riquezas y depender de
Dios por la fe. El problema denunciado es el de ponerse al servicio de los valores en los que
el hombre confía y hace de ellos su confianza y seguridad. Las riquezas se convierten en un
dios para quién las sirve. Servir a Dios, vivir una vida de fe, exige una absoluta renuncia a
cualquier toro valor que incluye la propia vida, es decir, el estilo de vida o el objetivo de
ella. El seguimiento a Cristo exige absoluta renuncia personal: “El que no toma su cruz y
sigue en pos de mí, no es digno de mí” (Mt. 10:38).
Dice Santiago que esas riquezas están σέσηπεν, podridas. En tal estado producen tres
cosas: primeramente contaminación, cualquier elemento descompuesto es séptico, contiene
gérmenes patógenos espiritualmente hablando que generan enfermedad; en segundo lugar,
son inservibles, todo aquello que está corrompido debe desecharse; en tercer lugar, dan mal
olor. Mientras que las ofrendas, el darse a otros, el contribuir con lo que se tiene a la
necesidad de otros (Ef. 4:28), es un sacrificio de olor fragante, agradable a Dios (Fil. 4:18),
la acumulación de riquezas como objetivo de vida, produce un olor hediondo delante de
Dios.
καὶ τὰ ἱμάτια ὑμῶν σητόβρωτα γέγονεν. Una de las manifestaciones de riqueza son las
ropas espléndidas que hacen visibles a todos la condición de rico. Normalmente lucirían sus
magníficas vestiduras que impactarían a quienes los viesen. Así ocurría con la entrada de
estos en la congregación, no eran espirituales, pero eran ricos y poderosos. Sus riquezas les
servían para que se les rindiese pleitesía y se les distinguiera con un trato preferente sobre
los pobres (2:1). La visión del hombre consideraba como admirables tales vestiduras, sin
embargo, para Dios eran simplemente trapos comidos de polilla, es decir, plenamente
inservibles. En ocasiones, esas mismas ropas, acumuladas en los lugares donde se
guardaban, eran literalmente pasto de la polilla. Cuando se iba a sacar para lucimiento
personal, el dueño caía en cuenta que no servían para nada porque estaban atacadas por los
insectos. En cierta medida, el pobre era más feliz porque sus ropas no se apolillaban al tener
un solo vestido.
3. Vuestro oro y plata están enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros, y
devorará del todo vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días
postreros.
ὁ χρυσὸς ὑμῶν καὶ ὁ ἄργυρο κατίωτ καὶ ὁ ἰὸς αὐτῶν εἰς
ς αι
ὁ χρυσὸς ὑμῶν καὶ ὁ ἄργυρος κατίωται. Oro y plata son metales llamados nobles,
porque no se degradan como otros. El oro y los metales nobles se destruyen por la acción
del agua regia, una solución altamente corrosiva formada por la mezcla del ácido nítrico
concentrado y del ácido clorhídrico concentrado. Es uno de los pocos reactivos que es
capaz de disolver el oro, el platino y el resto de los metales. Las riquezas aquí se expresan
por medio del oro y de la plata. Sin embargo estos metales de alto valor y de difícil
degradación se presentan como oxidados. El verbo4 utilizado aquí es intensificado con κατά
que precede a ἰός, herrumbre, lo que indica oxidados hasta el fondo, o completamente
oxidados. La raíz ἰός, tiene también el significado de veneno, lo que indica también que las
4
Griego: κατιόω.
riquezas manifestadas en la posesión de oro y plata eran como un veneno para ellos, una
trampa mortal. La idea general que el escritor quiere transmitir es que todo lo que aquellos
ricos tenían como de sumo valor se habían deteriorado definitivamente. Sus posesiones
consistían en tesoros perecederos, no tanto en ellos mismos sino en el sentido de que nadie
puede sacarlos de este mundo y llevarlos después de la vida como posesiones personales,
como dice el apóstol Pablo: “porque nada hemos traído a este mundo, y nada podremos
sacar” (1 Ti. 6:7). Esta es una forma de expresarse semejante a la de nuestro Señor (Mt.
6:19–21).
καὶ ὁ ἰὸς αὐτῶν εἰς μαρτύριον ὑμῖν ἔσται. Un agravante más en relación con las
riquezas, es que no sólo se destruyen siendo temporales, sino que se convierten en
testimonio de cargo contra los ricos. Los metales preciosos que valoraban las posesiones de
los ricos se convertirán en orín, y este mismo residuo inútil será una prueba de la avaricia
culpable de estos ricos. Será el testimonio exhibido delante de Dios contra ellos. Las
riquezas de ellos sirvieron a sus propios y egoístas intereses. Las atesoraron guardándolas
celosamente en lugar de invertirlas en obras de caridad. El orín, en sentido de inutilidad de
los bienes acumulados, será un testigo acusando a sus conciencias delante de Dios y
declarándolos culpables de falta de amor.
καὶ φάγεται τὰς σάρκας ὑμῶν ὡς πῦρ. El resultado final es que esas riquezas, o el
pecado de acumularlas haciendo de ellas un dios, traerá como consecuencia una acción
judicial que se describe aquí como devorando las carnes de ellos. Apunta esto, no solo al
juicio venidero, sino a las consecuencias que tendrá para estos. Las riquezas de fiscales
acusadores, se convierten en verdugos ejecutores devorando a los ricos. La acción se resalta
al decir que serán devorados ὡς πῦρ, como fuego. Sobre esto escribe el profesor José
Salguero:
“Las riquezas que han amontonado esos ricos, consistentes en víveres, vestidos, ropas
preciosas y metales, serán consumidas por la polilla y el orín. Estos agentes destructores
serán a su vez, en el día del juicio, una prueba abrumadora de la avaricia culpable de esos
ricos, un testimonio terrible que será exhibido en contra de ellos. Han preferido tener sus
riquezas inactivas en los cofres, a despecho de la justicia y de la caridad. Pero ese orín
será testigo en contra de ellos, porque hará más evidente su avaricia y los acusará ante el
tribunal del Juez supremo. El autor sagrado presenta el orín como un testigo y un verdugo,
en cuanto que, en el día del juicio divino, el orín acuciará y morderá la conciencia,
acusándola así ante Dios. Este tormento resultará intolerable. Así se cumple lo que dice el
libro de la Sabiduría: ‘Para que conozcan que por donde uno peca, por ahí es
atormentado’5. Las riquezas putrefactas y llenas de orín constituirán para ellos un ejemplo
y como un símbolo del fin trágico que les espera: del mismo modo que perecieron las
riquezas, así también perecerán ellos. Pudieron vestir a los hermanos pobres con los
vestidos guardados en sus roperos, pero prefirieron dejarlos apolillarse. Amontonaron
riquezas para hacer más terrible la cólera de Dios en el día del juicio”6.
¿Son creyentes estos ricos, o por lo menos algunos de ellos? ¿Qué ocurre con el pecado
cometido si son cristianos? Por supuesto la condenación eterna no es posible para quien
5
Sab. 11:17.
6
José Salguero. o.c., pág. 75s.
está en Cristo. Sería la acción judicial de Dios contra quienes se oponen a su voluntad, por
obrar un pecado voluntario. Estos saben hacer lo bueno y no lo hacen (4:17). Estos, si son
creyentes, recibirán una acción disciplinaria de Dios sin que signifique la condenación
eterna (He. 10:26–27, 30, 31). Es la disciplina consecuente con el pecado voluntario:
“Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la
verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de
juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios” (He. 10:26–27). Se trata
de la persistencia voluntaria en el pecado. Es grave la práctica del pecado, pero mayor
gravedad reviste la práctica voluntaria del pecado, ya que no se trata de una caída fortuita u
ocasional, sino consciente y voluntaria. Los ricos a quienes se dirige la exhortación,
conocen que el amor fraterno es la razón de ser de la vida cristiana, sin embargo practican
la avaricia y el amor por los bienes temporales, en tal sentido deben tener en cuenta lo que
Dios mismo ha establecido para quien le desafía: “Mas la persona que hiciere algo con
soberbia, así el natural como el extranjero, ultraja a Jehová; esa persona será cortada de
en medio de su pueblo” (Nm. 15:30). Mientras que para cualquier pecado por yerro había
sacrificio establecido, para el voluntario, hecho con soberbia, no hay sacrificio prescrito,
sino la condena a muerte del pecador. No se trata de un pecado cometido por error, sino un
pecado voluntario hecho -como se lee textualmente en el hebreo- “hecho con altiva mano”,
de otro modo, con brazo remangado y puño extendido contra Dios, que violenta y
conscientemente le injuria. Por tanto pecar voluntariamente, aquí equivale a actuar con
soberbia en la referencia del Antiguo Testamento. El pecado voluntario es el cometido por
quien sabiendo que peca lo hace con determinación de pecar. La gravedad del pecado
voluntario consistía en el acto de soberbia arrogante que desafía a Dios. Ese pecado ultraja
al Señor y trae sobre el pecador tan graves consecuencias que debía ser cortado de entre el
pueblo de Dios (Nm. 15:30b). La aplicación reviste un carácter muy solemne, ya que lo que
debe esperar quien peca voluntariamente es “una horrenda expectación de juicio”. El
creyente que comete el pecado voluntario queda expuesto al juicio de Dios. No implica esto
condenación, que no hay ya para el salvo (Ro. 8:1), pero sí el juicio que Dios determina
disciplinario para esta situación. El alcance del juicio sobre el pecado voluntario se describe
aquí como una acción de fuego que devora a los adversarios. De otro modo, Dios
intervendrá cortando a los tales de entre Su pueblo en la tierra, como había hecho con los
rebeldes en tiempos de la antigua dispensación. Los hebreos tenían claras referencias
historias con hechos concretos. Esa fue la acción de Dios sobre el pecado voluntario
cometido por Nadab y Abiú, los sacerdotes, hijos de Aarón, cuando se atrevieron a ofrecer
el incienso contra lo dispuesto por Dios, de modo que “salió fuego de delante de Jehová y
los quemó, y murieron delante de Jehová” (Lv. 10:2). La acción judicial de Dios que actuó
en juicio mediante el fuego, quitó de en medio del pueblo a los dos que habían cometido el
pecado, pero no significa que hubieran perdido su salvación, si habían sido salvos. El
mismo ejemplo con el caso de los doscientos cincuenta hombres que ofrecían el incienso y
que habían cometido el pecado voluntario de levantarse contra el liderazgo puesto por Dios
en Israel, saliendo fuego y consumiéndolos a todos ellos (Nm. 16:35). La razón que Dios
mismo da para tal acción es que habían pecado contra sus almas (Nm. 16:38). Una
enseñanza semejante está en la parábola que el Señor refirió sobre el pámpano que estando
en la vid no lleva fruto (Jn. 15:2–6). El pámpano –en el simbolismo de la parábola- se niega
voluntariamente a llevar fruto a pesar de estar unido a la vid y tener todo lo necesario para
cumplir su misión que es la de fructificar, por tanto, ese acto de rebeldía contra el propósito
de Dios tiene una consecuencia, ser cortado, echado fuera y quemado. El apóstol Juan
enseñan que hay pecados que conducen inexorablemente a la muerte del pecador: “Hay
pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida. Toda injusticia es pecado; pero hay
pecado no de muerte” (1 Jn. 5:16–17). El apóstol Pablo dice que algunos creyentes serán
salvos, “más así como por fuego” (1 Co. 3:15). Dios puede cortar de Su pueblo al rebelde,
en el ejercicio de una drástica pero necesaria disciplina. Indudablemente queda la pregunta
de si quien peca voluntariamente es creyente, ya que el creyente no practica el pecado (1
Jn. 3:6). Pero, una cosa es la práctica habitual del pecado como forma natural de vida y otra
la comisión de un pecado que, en ocasiones, por su condicionante recibirá un juicio
disciplinario de Dios. Aquellos ricos que se habían vanagloriado en sus riquezas, reciben la
advertencia de que lo que amaban se volvía contra ellos.
ἐθησαυρίσατε ἐν ἐσχάταις ἡμέραις. La frase es un tanto difícil. Algunos consideran que
la puntuación correcta del versículo debería vincular a esta expresión lo inmediatamente
antecedente ὡς πῦρ, como fuego, con lo que el versículo quedaría así: El oro y la plata de
vosotros se han oxidado y el orín será testimonio contra vosotros, y devorará vuestras
carnes. Como fuego atesorasteis en (o para) últimos días. Sin embargo, dejando la
puntuación como se ha analizado antes, la última expresión denuncia la acción de los ricos
y el resultado de ella. La forma verbal ἐθησαυρίσατε, habéis acumulado o tal vez mejor
acumulasteis, expresa la idea de una acción conducente a reunir algo. Ellos consideraban
que habían llenado sus arcas de riquezas y que no tenían ninguna necesidad. Es el reflejo de
la actitud del rico necio, que dialogando consigo mismo se consideraba satisfecho y con
riquezas suficientes disfrutar de la vida durante muchos años (Lc. 12:16–21). Los ricos a
quienes se dirige pensaban que habían acumulado riquezas cuando lo que realmente habían
acumulado era juicio. Es el juicio que pondrá de manifiesto la ira de Dios: “Pero por tu
dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y
de la revelación del justo juicio de Dios” (Ro. 2:5). Es evidente que Dios, que no hace
acepción de personas, pagará a cada uno conforme a sus obras (Ro. 2:16). Los ricos serán
condenados por haber dado prioridad a sus riquezas, marginando al prójimo y
desentendiéndose de Dios.
4. He aquí, clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el cual
por engaño no les ha sido pagado por vosotros; y los clamores de los que habían
segado han entrado en los oídos del Señor de los ejércitos.
ἰδοὺ ὁ μισθὸς τῶν ἐργατῶ τῶν ἀμησάν τὰς χώρας ὑμῶν ὁ
ν των
1
ἀπεστερημένος, que ha sido estafado, lectura de mayor seguridad, atestiguada en A, B2,
Ψ, 322, 323, 436, 945, 1067, 1175, 1241, 1243, 1292, 1409, 1505, 1611, 1734, 1739, 1852,
2138, 2298, 2344, 2464, Biz [P] Lect itar, ff, s, vg, arm, geo slavms, Dídimo, Juan Damasceno.
que ha por vosotros clama, y los clamore de los que en
sido s cosechar
estafado on
ἰδοὺ. Una expresión que puede considerarse interjectiva, introduce la frase, usada aquí
como una fórmula para llamar la atención del lector a lo que sigue. En realidad es la
segunda persona singular del aoristo segundo de imperativo en voz media del verbo ὁράω,
en la forma εἶδον, mirar, mostrar, ver, con uso adverbial equivale a he aquí, sucedió que,
ved, ahora, etc. podría traducirse como una expresión de advertencia enfática como ¡Mira!,
incluso podría leerse a modo de interrogación como y ¿sabéis?, es en la práctica como una
partícula demostrativa, que se usa para animar el discurso avivando la atención del lector,
algunos modernos la identifican como interjección. Lo que pretende es que se atienda a lo
que sigue, que es la denuncia de tres pecados que los ricos estaban cometiendo.
ὁ μισθὸς τῶν ἐργατῶν τῶν ἀμησάντων τὰς χώρας ὑμῶν ὁ ἀπεστερημένος ἀφʼ ὑμῶν
κράζει. El primer pecado denunciado es de estafa, defraudando al pobre en el salario. El
fraude tenía que ver con ὁ μισθὸς, el jornal, la paga que había sido ajustada por un
determinado trabajo. Se trata de obreros rurales, contratados por el dueño de propiedades
agrícolas: τῶν ἐργατῶν τῶν ἀμησάντων τὰς χώρας ὑμῶν, de los obreros que segaron
vuestras tierras. Generalmente, en los tiempos del escrito, los peones se reunían en la plaza
esperando ser contratados por los dueños de las plantaciones. El contrato consistía en una
cantidad diaria que se debía pagar al final de la jornada. El compromiso era personal entre
el dueño de la tierra y el trabajador. No siempre se pagaba lo mismo a toda la cuadrilla de
obreros, dependía del acuerdo a que se llegaba. Eso lo ilustró Jesús utilizando la figura del
dueño de un campo que contrató a varios trabajadores a lo largo del mismo día (Mt. 20:1–
16). La Ley divina establecía el pago puntual de los salarios, considerando como delito
retenerlo: “No oprimirás a tu prójimo, ni le robarás. No retendrás el salario del jornalero
en tu casa hasta la mañana” (Lv. 19:13). Dios había condenado tales actuaciones (Dt.
24:14, 15). Los ricos eran conocedores del mandamiento, como judíos, sin embargo estaban
quebrantando lo que Dios había establecido. Claramente enfatiza el hecho delictivo, ya que
no se trataba de demorar el pago o extender el plazo del cumplimiento, sino que
directamente ἀπεστερημένος ἀφʼ ὑμῶν, ha sido estafado por vosotros. En la lectura
alternativa, en lugar de ἀπεστερημένος, se lee ἀφυστερημένος, que es un compuesto tardío
de ὑστερέω, que equivale a faltar, pasar necesidad, quedarse afuera, de ahí defraudar. Los
ricos estaban defraudando, es decir, quedándose con lo que correspondía al pago del
esfuerzo hecho por los trabajadores en sus campos. Una situación de injusticia semejante
producía en los obreros clamor, literalmente κράζει, gritar pidiendo justicia. Esa es la
forma en que la sangre del primer crimen en la humanidad, la de Abel, derramada por su
hermano Caín, clamaba a Dios desde la tierra (Gn. 4:10). El salario defraudado clamaba
también vindicando la acción de Dios contra la injusticia humana. Los oprimidos habían
cumplido su parte en el compromiso: τῶν ἐργατῶν τῶν ἀμησάντων τὰς χώρας ὑμῶν, ellos
había segado vuestros campos. Sin embargo, no se les había pagado el salario, con lo que
los condenaban a la pobreza e incluso al hambre, no solo de ellos, sino de sus hijos. Era
realmente un delito que Dios no podía pasar por alto. El clamor angustioso de quienes no
reciben lo justo, mejor lo que les pertenecía por su trabajo, y eran condenados a penurias y
pobreza, se hace oír delante del Señor. Las frases de Santiago son muy semejantes a las de
los profetas que denunciaban la misma opresión (Jer. 22:12; Mal. 3:5).
καὶ αἱ βοαὶ τῶν θερισάντων εἰς τὰ ὦτα Κυρίου σαβαὼθ εἰσεληλύθασιν. El clamor de
los que habían trabajado y se les defraudó el salario, εἰσεληλύθασιν, había entrado a la
presencia de Dios. Se trata de un hebraísmo que se identifica con oír. Dios había oído el
clamor de los que habían sido víctimas de la estafa. A Dios se le da aquí el título frecuente
en el Antiguo Testamento, Κυρίου σαβαὼθ, Señor de los ejércitos. Sugiere la idea de Aquel
que guerrea, o se opone contra los soberbios, en defensa de los débiles. No se trata de un
mero juez de la tierra, sino del omnipotente Dios que gobierna en justicia. El Señor es padre
de huérfanos y defensor de viudas desde su santa morada (Sal. 68:5), quiere decir, que los
más indefenso de la tierra tienen el omnipotente defensor en el cielo, de esta misma manera
Dios estaba poniéndose a favor de los defraudados y en contra de los ricos opresores. La
opresión contra el indefenso produce la acción de Dios contra el opresor: “Porque el
defensor de ellos es Fuerte” (Pr. 23:11).
5. Habéis vivido en deleites sobre la tierra, y sido disolutos; habéis engordado vuestros
corazones como en día de matanza.
ἐτρυφήσα ἐπὶ τῆς γῆς καὶ ἐσπαταλή ἐθρέψατε τὰς καρδίας
τε σατε,
ἐτρυφήσατε ἐπὶ τῆς γῆς καὶ ἐσπαταλήσατε. Los lamentos de los obreros defraudados no
afectan para nada la sensibilidad de los ricos; en lugar de sentir remordimiento de
conciencia, añaden al primer pecado de fraude, un segundo, consistente en el uso de sus
riquezas para una vida de disolución y lujo. La expresión verbal ἐτρυφήσατε, vivisteis en
deleites, es un aoristo que expresa la idea de una acción acabada, en este caso pone de
manifiesto una forma de existencia voluptuosa, entregada a los placeres, como modo
habitual de vida. Aquellos ricos vivían en la opulencia de sus posesiones, destinando sus
recursos a vivir en la opulencia y derrocharlos en una vida disipada. Semejante al rico de la
parábola: “Había un hombre rico, que vestía de púrpura y de lino fino, y hacía cada día
banquete con esplendidez” (Lc. 16:19). Como el pródigo malgastaban sus riquezas
viviendo perdidamente (Lc. 15:13). Estos ricos en un mal uso de sus riquezas son acusados
de disolución: ἐσπαταλήσατε, fuisteis disolutos. El verbo utilizado aquí7 expresa la idea de
vivir en un tren de opulencia y comodidad derrochadora.
ἐθρέψατε τὰς καρδίας ὑμῶν ἐν ἡμέρᾳ σφαγῆς. Un paso más en la denuncia de una
situación pecaminosa, se expresa mediante una frase que utiliza lenguaje figurado, para dar
la idea de una sensualidad pecaminosa. La ociosidad y los banquetes les habían engordado
como si se tratase de animales destinados al matadero. La forma verbal ἐθρέψατε, es
utilizada para referirse al engorde de un animal destinado a la matanza. Lo que habían
engrosado de este modo no eran tanto sus cuerpos como sus καρδίας, corazones, que aquí
tiene que ver con el centro volitivo y emotivo del hombre. Como un animal que se le
alimenta insistentemente y con abundancia, llevando una vida fácil, para terminar en el
matadero, así también el rico. Como dice el profesor Salguero: “Viven cual estúpido
ganado que se engorda para el día de la matanza”8. Esa misma figura es utilizada por
Jeremías para referirse a la destrucción anunciada sobre Egipto: “Sus soldados mercenarios
también en medio de ella como becerros engordados” (Jer. 46:21).
El tiempo del juicio sobre los ricos opresores y licenciosos se compara al ἡμέρᾳ
σφαγῆς, día de la matanza. Es una forma semejante a la utilizada por los profetas (Is. 34:6;
Ez. 25:15). Es el día de la victoria manifiesta de Dios sobre sus enemigos y sobre los
hombres soberbios y vanagloriosos que han vivido al margen de Él. Los que pretendían
vivir aferrados y malgastando las riquezas que habían obtenido injustamente, se enfrentarán
con el Juez universal que pondrá fin a sus perversidades. La vida temporal y licenciosa da
paso a una confrontación con Dios, a quien habían ignorado.
6. Habéis condenado y dado muerte al justo, y él no os hace resistencia.
κατεδικάσατ ἐφονεύσατε τὸν δίκαιον, οὐκ ἀντιτάσσετα ὑμῖν.
ε, ι
κατεδικάσατε, ἐφονεύσατε τὸν δίκαιον. El tercer pecado cometido por los ricos era
condenar y matar al justo. La influencia de los ricos y la utilización impía de sus riquezas,
servía para compara a los jueces y condenar al justo. Esta había sido una práctica
pecaminosa denunciada por los profetas del Antiguo Testamento: “Porque yo se de
vuestras muchas rebeliones, y de vuestros grandes pecados; sé que afligís al justo, y recibís
cohecho, y en los tribunales hacéis perder su causa a los pobres” (Am. 5:12); así también
Miqueas: “Oíd ahora esto, jefes de la casa de Jacob, y capitanes de la casa de Israel, que
abomináis el juicio, y pervertís todo el derecho, que edificáis a Sion con sangre, y a
Jerusalén con injusticia” (Mi. 3:9–10). La situación no había variado y los pecados de los
antiguos venían a ser práctica de los contemporáneos de Santiago. El tiempo cambia pero la
pecaminosidad humana persiste. Los regalos a los jueces determinaban la sentencia
contraria al justo. Es interesante que la sentencia se identifique con los ricos: κατεδικάσατε,
condenasteis, aunque los jueces eran los que dictaban la sentencia condenatoria, esta era
determinada por los ricos con los sobornos, la condena era contraria a la justicia. La
práctica del cohecho les permitía controlar a los jueces en los tribunales de justicia,
comprándolos para que dictasen sentencias contrarias a la justicia. En el entorno textual,
posiblemente se tratase de llevar a los jornaleros ante los tribunales para que los declarasen
como malos trabajadores y sentenciasen a no pagarles el jornal.
También añade ἐφονεύσατε, τὸν δίκαιον, matasteis al justo. ¿Debe entenderse
literalmente como la comisión de un homicidio? No es necesario entenderlo así. Pudiera
entenderse como una acción que al despojar al obrero de los recursos mínimos para
subsistencia, era como condenarlo a muerte lentamente. No debe pensarse en un homicidio
literal, pero quien quita el salario al jornalero, apoderándose de lo único que posee para
subsistir, es como si le diese muerte. Es interesante la sentencia que sobre este pecado
aparece en el apócrifo Eclesiástico: “El pan de los pobres es la vida de los indigentes, y
quien se lo quita es un asesino. Mata al prójimo quien le quita el sustento, y derrama
sangre quien priva de la paga al jornalero” (Eclo. 34:26–27).
La acción se ejecuta contra τὸν δίκαιον, el justo. Uso genérico del singular articular
para referirse a una determinada clase de personas. Pudiera comprender en ellas al justo en
sentido del creyente que ha sido justificado por gracia mediante la fe y declarado como
justo, con todo, no es necesario que concurra esa circunstancia; la referencia es más bien a
quienes son inocentes de la comisión o participación en la impiedad llevada a cabo por los
ricos. En el contexto de la Epístola, debe entenderse como el cristiano pobre, que es
oprimido y perseguido por los ricos.
οὐκ ἀντιτάσσεται ὑμῖν. El pecado es todavía más odioso cuando la acción contra el
pobre no tiene respuesta alguna de parte de este: “no os oponen resistencia”. El verbo9 se
9
Griego: ἀντιτάσσω.
utiliza para expresar la idea de la acción ofensiva de un ejército contra un ataque enemigo.
Los ricos abusan de la mansedumbre del pobre para causarle daño. Se aprecia que los
pobres ofendidos deben ser cristianos por cuanto actúan con la mansedumbre que es propia
de los hijos del reino, conforme a la enseñanza de Jesús: “Pero yo os digo: No resistáis al
que es malo; antes a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la
izquierda” (Mt. 5:39). Una generosidad semejante sólo puede partir de un corazón
regenerado, sólo puede ser llevado a cabo por quien ha nacido de nuevo. Sólo el que tiene
una vida nueva, sobrenatural, y una mente en sintonía con el pensamiento de Dios; sólo
quien tiene un corazón que late en consonancia con el latido de gracia suprema de quien es
bueno sobre todo (Nah. 1:7), está en condiciones de llevar a cabo esta demanda. Sólo quien
ha recibido un corazón nuevo estará en condiciones de dejar de exigir sus derechos. Es una
demanda contra el yo personal, incapaz de perdonar a otro. El yo, arrogante, siempre
procura la autodefensa. Un golpe recibido produce en la naturaleza caída el deseo
inmediato de venganza personal contra el ofensor. Un hijo del reino de los cielos no busca
la reparación de la ofensa por sí mismo, sino que encomienda su causa al Señor y espera en
Él. Esta no era una enseñanza novedosa del Maestro, ya aparece en las palabras de David:
“Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará. Exhibirá tu justicia como la
luz, y tu derecho como el mediodía. Guarda silencio ante Jehová, y espera en él…Deja la
ira, y desecha el enojo; no te excites en manera alguna a hacer lo malo” (Sal. 37:5–8).
Dios se encargará de destruir a los malignos, mientras el justo tiene esperanza de vida. Los
agraviados cristianos siguen el ejemplo de Cristo mismo que no opuso resistencia a quienes
le estaban condenando a muerte, siendo el Justo absoluto (Is. 53:7).
La pregunta que se ha considerado antes, sigue sin poder ser contestada a estas alturas:
¿Son creyentes los ricos opresores y los pobres oprimidos? Posiblemente se trate, para
mayor escarnio, de creyentes, o en último extremo de cristianos profesantes. El problema
de llevar a los tribunales las diferencias entre creyentes, era un problema de la iglesia en
tiempos apostólicos. Esa es la causa de la exhortación del apóstol Pablo a los corintios (1
Co. 6:1–8). Los ricos actuaban en beneficio propio aún en contra de sus propios hermanos.
Cabe aquí una reflexión sobre la idealización que algunos tienen sobre la iglesia del
pasado. Hay quienes consideran que la iglesia que nos ha precedido fue más virtuosa,
comprometida y fiel que la actual. Es habitual ver creyentes añorantes que han idealizado la
iglesia de años pasados, sintiéndose abrumados por el cambio de formas en la congregación
actual. Consideran que cualquier renovación es dañina y que la única expresión
consecuente con la fe es la que correspondía a la de años pasados. Si eso fuese verdad, a
medida que retrocediésemos en el tiempo, la iglesia se haría más rica en fe y más
consecuente con ella. La realidad histórica es otra. La Iglesia es un cuerpo de cristianos con
sus miserias, sus fracasos, sus debilidades y sus pecados. La salvación no retira del
cristiano la vieja naturaleza y, en la medida que no vivamos bajo el control del Espíritu, se
harán visibles las obras de la carne. No se trata de formas estrictas de piedad aparente lo
que hace fuerte a la Iglesia, sino la humildad del reconocimiento de la fuerza del hombre,
para descansar en la gracia de Dios. La característica esencial de los creyentes es el amor.
Ningún cristiano será confrontado en el tribunal de Cristo con la forma de vida que ha
llevado, sino con la manera con que ha amado a los demás. La pregunta final no será
¿Cómo has vivido? Sino ¿Cómo has amado? La prueba final está sustentada en la
dimensión de nuestro amor hacia los otros. Los errores que hayamos cometido no serán
traídos a colación. No seremos juzgados por el mal que hicimos, sino por el bien que
dejamos de hacer. Debemos tener muy claro que la falta de manifestación del amor, el ser
incapaces de darnos a otros exteriorizando en obras la realidad del amor producido en
nosotros por el Espíritu (Ro. 5:5), es ir directamente contra Dios. Ser incapaces de amar a
los hermanos es demostración visible de que nunca hemos conocido a Dios, ya que Él es
amor (1 Jn. 4:8).
1
λάβῃ, recibir, lectura de menor firmeza, atestiguada en p74, B, 048, 945, 124, 1739, 2298,
it14, 2, vg, copsa, arm, geo.
λάβῃ ὑετόν, recibir lluvia, como se lee en א2, 1175, itff, syrh/mg, Fausto,
advertencia enfática como ¡Mira!, incluso podría leerse a modo de interrogación como y
¿sabéis?, es en la práctica como una partícula demostrativa, que se usa para animar el
discurso avivando la atención del lector, algunos modernos la identifican como
interjección; ὁ, caso nominativo masculino singular del artículo determinado el; γεωργὸς,
caso nominativo masculino singular del sustantivo labrador; ἐκδέχεται, tercera persona
singular del presente de indicativo en voz media del verbo ἐκδέχομαι, esperar, aguardar,
aquí aguarda; τὸν, caso acusativo masculino singular del artículo determinado el; τίμιον,
caso acusativo masculino singular del adjetivo precioso, valioso, honorable, estimable;
καρπὸν, caso acusativo masculino singular del nombre común fruto; τῆς, caso genitivo
femenino singular del artículo determinado declinado de la; γῆς, caso genitivo femenino
singular del sustantivo tierra; μακροθυμῶν, caso nominativo masculino singular del
participio de presente en voz activa del verbo μακροθυμέω, tener paciencia, aquí
teniendo paciencia; ἐπʼ forma que adopta la preposición de dativo ἐπί, con el grafismo
por elisión de la ι final ante vocal o diptongo sin aspiración, que equivale a por, sobre;
αὐτῷ, caso dativo masculino de la tercera persona singular del pronombre personal él;
ἕως, preposición propia de genitivo hasta; λάβῃ, tercera persona singular del aoristo
segundode subjuntivo en voz activa del verbo λαμβάνω, tomar, coger, agarrar, recibir,
aquí recibir; πρόϊμον, caso acusativo masculino singular el adjetivo temprano, que en
sentido sustantivado es especialmente referido a lluvias de invierno; καὶ, conjunción
copulativa y; ὄψιμον, caso acusativo masculino singular del adjetivo lentitud, retraso,
tardío, llegada tardía, referido especialmente a la lluvia de primavera.
μακροθυμήσατε καὶ ὑμεῖς. De la misma manera que el labrador espera con paciencia el
tiempo de la cosecha, así también los cristianos oprimidos deben armarse de longanimidad
en medio de sus dificultades esperando, como el labrador espera el fruto, la venida del
Señor. La exhortación reviste aquí el sentido de mandamiento, al expresarse mediante un
aoristo de imperativo que adquiere el sentido de una acción definitivamente ejecutada,
como si dijese a los lectores, armaos definitivamente de paciencia.
στηρίξατε τὰς καρδίας ὑμῶν. Con todo, las adversidades y sufrimientos, aunque
tomados con paciencia, pueden afectar la firmeza del corazón, en sentido de generar
inquietud frente a preguntas sin respuesta que surgen siempre en medio de los problemas.
Santiago enseñó antes que el corazón de doble ánimo, sinónimo de hombre de doble ánimo
(1:8) no alcanzará ningún bien debido a esa condición. De ahí que junto con la necesidad
del ejercicio de la paciencia, tenga que llevarse a cabo la consolidación de la fe que afirma
el corazón. Nuevamente la parénesis es enfática, al usar también aquí un aoristo de
imperativo, que convierte el consejo en mandamiento. El corazón cristiano además de
paciente debe estar firme en la esperanza.
ὅτι ἡ παρουσία τοῦ κυρίου ἤγγικεν. La razón de la esperanza es la venida del Señor. El
acontecimiento se presenta también aquí como inminente, al concluir la frase con la forma
verbal ἤγγικεν, se ha acercado, quiere decir que puede producirse en cualquier momento.
El término παρουσία, venida, tiene el sentido de la manifestación visible de alguien que
estaba ausente, es decir, el que estaba lejano se hace presente. La venida del Señor en
relación con la Iglesia, no será una momentánea aparición suya, sino la definitiva reunión
eterna de los creyentes con él (1 Ts. 4:17). Es el cumplimiento de la promesa hecha a los
suyos en la última cena (Jn. 1:1–4). Debe observarse que el efecto de la venida del Señor no
tiene tanto que ver con el traslado de los creyentes a un lugar glorioso, que lo comprende,
sino con la reunión definitiva con el Señor. Cristo prometió a los suyos recogerlos para que
donde Él esté, ellos también estén. Por esa razón el apóstol Pablo enfatiza el hecho de que
así estaremos siempre con el Señor. La paciencia de los santos oprimidos no es por mucho
tiempo, ya que la venida del Señor ἤγγικεν, está cercana. La forma verbal en perfecto de
indicativo, expresa la idea de un tiempo en que los acontecimientos se hacen inminentes, en
este caso la inminencia tiene que ver con la segunda venida del Señor.
La certeza de la segunda venida de Jesucristo es base de esperanza para el creyente y fe
fundamental de la Iglesia. Sin embargo, es necesario distinguir lo que será la segunda
venida del Señor a la tierra y lo que será el traslado de la Iglesia a Su presencia. Una
aproximación desprejuiciada a la enseñanza del Nuevo Testamento confirma que el traslado
de la Iglesia puede producirse en cualquier momento. Los ángeles fueron enviados a los
discípulos reunidos en la ascensión de Jesús, para recordarles y confirmarles la promesa de
Su segunda venida (Hch. 1:11). Esta verdad de la fe cristiana es un tema fundamental en
todo el Nuevo Testamento, por tanto, es segura porque la Escritura no puede dejar de
cumplirse (Mt. 5:18). El apóstol Pablo hace referencia a la segunda venida, en distintos
modos, en todos sus escritos, salvo en la epístola a Filemón (cf. Ro. 8:17–23; 1 Co. 11:26;
2 Co. 4:14; Gá, 6:9; Ef. 1:13–14; Fil. 3:20–21; Col. 3:4; 1 Ts. 1:9–10; 4:13–18; 2 Ts. 2:1–2;
1 Ti. 6:13–14; 2 Ti. 2:11; Tit. 2:13). La Epístola a los Hebreos hace también mención de
este hecho (He. 9:28). El apóstol Pedro se refiere a ese acontecimiento (1 P. 1:13). De igual
manera el apóstol Juan, en sus escritos y, especialmente, en el Apocalipsis. El escritor Judas
alude también a ella (Jud. 21). La Biblia se cierra con la promesa del retorno del Señor (Ap.
22:20). El estudio sobre el traslado de la Iglesia, pone de manifiesto que no se han
establecido señales que adviertan a la Iglesia de ese acontecimiento. Las señales bíblicas
que anuncian la segunda venida del Señor a la tierra, están dirigidas a Israel y las naciones.
Es decir, nuestro Señor puede venir a buscar a su Iglesia en cualquier momento, sin
necesidad alguna de cumplimiento de señales establecidas de antemano. Al cristiano no se
le instruye para buscar señales sino para esperar al Señor descansando en la gracia (1 P.
1:13).
9. Hermanos, no os quejéis unos contra otros, para que no seáis condenados; he aquí,
el juez está delante de la puerta.
μὴ στενάζετ ἀδελφοί, κατʼ ἀλλήλω ἵνα μὴ κριθῆτε· ἰδοὺ ὁ
ε, ν
No os hermano unos contra para que no seáis Mirad el
quejéis, s, otros juzgados
.
10
Griego: στενάζω.
llega cuando él quiere, sino que la espera pacientemente, así tampoco el creyente se queja
amargamente por las acciones que otros le puedan producir. En medio de las pruebas, sin
lamentos amargos, simplemente encomienda su causa a Aquel que juzga justamente, y
mientras tanto siguen haciendo el bien (1 P. 4:19). No quejarse es la expresión visible de la
paciencia manifestada en longanimidad, que se requiere en la Epístola. Probablemente se
está refiriendo a quejas contra los opresores que tal vez sean algunos de los congregantes en
la iglesia, considerados como hermanos en Cristo. Cuando se pierde la paciencia, suelen
comenzar las quejas. Quejarse es todo lo contrario a un vivir gozoso. Las quejas son
hermanas de las críticas y de las murmuraciones.
ἵνα μὴ κριθῆτε· Tal vez alguno de los que se quejaban pudiera decir al escritor que era
fácil exhortar a no quejarse sin tener en cuenta la dimensión de las dificultades que
confrontaban. Sin embargo, Santiago da una razón contundente para no quejarse: “para que
no seáis juzgados”. La ley de la siega y de la siembra aparece nuevamente aquí. El apóstol
Pablo lo dice de otro modo: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: todo lo que el
hombre sembrare, eso también segará” (Gá. 6:7). Antes se trató de esto mismo en relación
con aquellos que constituyéndose en jueces de los demás, se atreven a emitir juicio de
intenciones sobre sus hermanos, ocupando el lugar que corresponde al único Juez, que es
Cristo, y siendo jueces de la misma ley, ya que la ley del amor exige amar a todos,
incluyendo a los que puedan ser enemigos (4:11–12). Quienes se quejan, juzgando las
actitudes de otros, están convirtiéndose en acusadores de ellos, por tanto, no deben esperar
sino ser juzgados también por el hecho mismo de haberse constituido en jueces sin derecho
alguno para hacerlo.
ἰδοὺ ὁ κριτὴς πρὸ τῶν θυρῶν ἕστηκεν. Además de esto, el juez está a la puerta. En el
versículo anterior se refirió a la inminencia de la venida de Cristo. Cuando Él venga juzgará
al mundo, por tanto, las quejas no tienen razón de ser en la vida de quienes esperan su
regreso. El que está a las puertas, hebraísmo que significa, está llegado o a punto de
manifestarse, es Cristo, que ha sido constituido único Juez universal conforme a la voluntad
del Padre (Jn. 5:22). Esa razón, la inminente llegada del Juez divino, evitará que el creyente
juzgue a otros y, especialmente, a sus hermanos, teniendo en cuenta que todos debemos
comparecer ante Su tribunal para dar cuenta de la obra personal efectuada y recibir la
recompensa conforme a la realidad de ella y no de la apariencia externa (1 Co. 3:12–15).
¿Para que quejarse si el que juzga justamente está a punto de manifestarse? La venida del
Señor es inminente, por consiguiente, el que juzga está ya delante de la puerta.
Los cristianos estamos llamados a prestar ayuda a los hermanos, procurando, en lugar
de quejarnos de ellos, a soportarlos con amor, ayudándonos mutuamente a llevar las cargas
los unos de los otros, cumpliendo así la ley de Cristo (Gá. 6:2).
οἰκτίρμων.
compasivo.
γῆν μήτε ἄλλον τινὰ ὅρκον ἤτω δὲ ὑμῶν τὸ ναὶ ναὶ καὶ τὸ οὒ
·
Πρὸ πάντων δέ, ἀδελφοί μου, μὴ ὀμνύετε μήτε τὸν οὐρανὸν μήτε τὴν γῆν μήτε ἄλλον
τινὰ ὅρκον. No cabe duda que entre los judíos había la costumbre de jurar para confirmar lo
que decían. El juramento era necesario debido al hábito de mentir que se había hecho
común a muchos de ellos; se habían hecho tan mentirosos que tenían que apoyar sus
palabras con juramentos. Las palabras de Santiago son prácticamente idénticas a las del
Señor en el Sermón del Monte (Mt. 5:33–37). Será bueno entender el sentido de los
juramentos, para entender la prohibición que Santiago establece aquí.
La práctica de pronunciar un juramento tiene profundas raíces en el Antiguo
Testamento. Abraham, el amigo de Dios, exigió de su siervo un juramento que lo
comprometiese en el cumplimiento de buscar esposa para su hijo Isaac (Gn. 24:1–3, 8–9).
El mismo Abraham también juró a Bimelec que cumpliría su compromiso (Gn. 21:22–24).
Jacob, el nieto de Abraham, exigió juramento de José su hijo que llevaría sus restos a
Canaán (Gn. 47:30–31). De la misma manera hizo José con sus hermanos (Gn. 50:25). Más
adelante Jonatán, el hijo de Saúl, hizo lo mismo con su amigo y cuñado David (1 S. 20:17).
Dios reguló en la Ley la práctica del juramento. Atendiendo al problema de quienes
mentían y no hacían honor a lo prometido, estableció que el juramento fuese hecho siempre
en Su nombre: “A Jehová tu Dios temerás, y a Él solo servirás, y por su nombre jurarás”
(Dt. 6:13; 10:20). Quien quebrantaba un juramento hecho en el nombre del Señor era, como
perjuro, un profano contra el nombre de Dios, quebrantando directamente el tercer
mandamiento del Decálogo: “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no
dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano” (Ex. 20:7). La prohibición de
jurar falsamente aparece también en el Levítico: “No juraréis falsamente por mi nombre,
profanando así el nombre de tu Dios. Yo Jehová” (Lv. 19:12). El juramento quebrantado se
convertía en maldición contra el perjuro. El que juraba por Dios se ponía bajo maldición en
caso de incumplir la palabra dada bajo el juramento. Cristo aceptó la disposición bíblica
sobre el juramento y Él mismo la cumplió, guardando silencio delante del sumo sacerdote
hasta el momento en que fue puesto bajo juramento (Mt. 26:63–64). Los apóstoles
siguieron también la enseñanza bíblica. Pablo usó expresiones de juramento para confirmar
verdades que expresaba (cf. Ro. 1:9; 9:1; 2 Co. 1:23; Gá. 1:20). La evidencia más notable
sobre el juramento es que Dios mismo confirmó su promesa con juramento por Él mismo
(He. 6:16–18). Jesús afirmaba delante de todos que Dios había establecido el juramento
sólo por su nombre y quien juraba en el nombre del Señor debía cumplir la palabra dada. El
sistema farisaico de los tiempos de Jesús, que perduraba en los de Santiago y, sin duda, se
había introducido en algunos creyentes de la iglesia, era el de buscar una fórmula que les
permitiera incumplir la palabra dada, la promesa hecha, o la afirmación expresada, sin
incurrir en perjurio. Ellos enseñaban que no se producía perjurio si no se mencionaba
expresamente el nombre de Dios, basándose en el literalismo con que interpretaban y
entendían la Palabra de Dios, aplicándola según ese criterio (Lv. 19:12; Nm. 30:2; Dt.
23:21). Por tanto, cualquier juramento en que no estuviese implicado el nombre del Señor,
se consideraba como una promesa de menor entidad y no era preciso un cumplimiento tan
meticuloso como para la hecha bajo juramento en el nombre de Dios. Las gentes habían
aprendido el sistema farisaico y juraban, para apoyar sus afirmaciones y confirmar sus
compromisos, por el cielo, por la tierra, y con otras fórmulas. Si la promesa se hacía sin
intención de cumplirla o si la afirmación no era cierta, no incurrían, según ese criterio en el
pecado de perjurio, porque no se había hecho en el nombre de Dios. Santiago quiere
detener esa práctica, por tanto dice “no juréis, ni por el cielo, ni por la tierra, ni por ningún
otro juramento”.
μήτε τὸν οὐρανὸν μήτε τὴν γῆν μήτε ἄλλον τινὰ ὅρκον. Algunos hacían el juramento
por el cielo; esa fórmula convertía el incumplimiento de lo jurado en perjurio, condenando
al incumplidor como si hubiese jurado por el nombre de Dios. Lo que da contenido al cielo
es la presencia de Dios y el lugar de Su trono. De manera que jurar por el cielo equivalía a
jurar por Dios. Otros juraban por la tierra como si estuviese desconectada o no tuviese
relación con Dios mismo, sin darse cuenta que el profeta enseña que “Jehová dijo así: El
cielo es mi trono, y la tierra estrado de mis pies” (Is. 66:1). Dios es el dueño de la tierra y
está vinculado con ella como creador. Jurar por una propiedad es jurar por el dueño de la
propiedad, por tanto, todo juramento hecho por la tierra es un juramento hecho en el
nombre de Dios. Todo quebrantamiento de una promesa jurada por la tierra es un acto de
perjurio que trae las mismas consecuencias que un juramento hecho directamente en el
nombre del Señor. Cualquier otra fórmula de juramento siempre estará relacionada con
Dios. Santiago exhorta a los creyentes a no jurar por cosa alguna. ¿Prohíbe jurar
absolutamente? No lo hace. Nótese que se está refiriendo a no hacerlo por algunas cosas,
como si esto no tuviese importancia, en un entorno de influencias farisaicas que no habían
sido abandonadas. Dios estableció en su Palabra, concretamente en su Ley el juramento por
su nombre, por tanto, si a un creyente se le pide la confirmación de lo que dice, por ejemplo
en un juicio, jurando por Dios, no comete ningún pecado si lo hace.
ἤτω δὲ ὑμῶν τὸ ναὶ ναὶ καὶ τὸ οὒ οὔ. Santiago concluye la exhortación sobre los
juramentos haciendo alusión a la firmeza que debe tener la palabra de un creyente. La
seguridad de lo que un creyente dice se respalda por el cumplimiento de lo que afirma o de
lo que niega, de ahí que el modo de hablar del cristiano sea sí cuando dice si, y no cuando
dice no. Las gentes que observan el cumplimiento fiel de la palabra dada, no necesitarán
confirmación alguna mediante un juramento porque el dicho del creyente es suficiente
garantía. No de be haber en las palabras de un salvo una doble intención, que es una forma
de mentir. La ética cristiana y la experiencia sobre la seguridad de sus palabras, hace
innecesaria cualquier confirmación, porque la experiencia de quienes le conocen no les
permite dudar de su palabra.
ἵνα μὴ ὑπὸ κρίσιν πέσητε. La palabra mentirosa tiene una procedencia: el pecado. La
mentira y la conducta perjura proceden del maligno. Satanás es el creador e inductor de la
mentira. En la primera tentación llamó mentiroso a Dios asegurando que lo que el Creador
decía no era verdad (Gn. 3:4). Así mintió ante Dios en relación con el justo Job, acusándolo
de egoísta e interesado (Job 1:9–11). Apela a la Escritura con parcialidad para sustentar sus
propuestas malvadas (Mt. 4:6, 10, 11). El Señor dijo que no había verdad en el diablo (Jn.
8:44). Es Satanás quien llena el corazón de un creyente para llevarlo al grave pecado de
mentir a Dios (Hch. 5:3). El juramento falso es propio de quienes son mentirosos. Es
necesario distinguir bien lo que supone decir una mentira ocasional a ser un mentiroso. Lo
primero puede ser un pecado ocasional, lo segundo forma parte inseparable de la vida
misma. Un creyente, es llevado por Dios a la verdad y su forma de expresión y de vida debe
ser verdadera (Zac. 8:16; Ef. 4:25). El que tiene comunión con Cristo y vive a Cristo está en
la verdad y habla verdad. Cualquier forma de mentira es condenable según Dios, por tanto,
los creyentes que emiten falso juramento están en esta situación. Es cierto que ningún
cristiano pierde su salvación, pero no puede ser evitado el juicio de Dios contra los
adversarios. Lo que realmente importa es que el mundo no dude de la palabra de un
cristiano porque la experiencia que tiene con ellos les confirma que no mienten. La
exhortación de Santiago debiera servir de reflexión sobre lo que el mundo considera de
credibilidad en la palabra de un cristiano. No se trata sólo de no mentir con lo que se dice,
sino también lo que se se hace o con la forma en que se vive. La sociedad actual, falta de
valores y referencias, necesita las vidas de cristianos verdaderos que son luz en las tinieblas
y garantía para todos, porque no mienten ni engañan. Estos no necesitan juramentar sus
afirmaciones porque sus palabras son siempre verdad. El creyente será absuelto o
condenado por las palabras dichas (Mt. 12:36–37).
La oración (5:13–18)
Oración y alabanza (5:13)
13. ¿Está alguno entre vosotros afligido ¿Haga oración. ¿Está alguno alegre? Cante
alabanzas.
Κακοπαθεῖ τις ἐν ὑμῖν, προσευχέσθ εὐθυμεῖ τις,
ω·
ψαλλέτω
salmodie.
1
τοῦ Κυρίου, del Señor, la lectura más segura atestiguada en א, 33, 322, 323, 436, 945,
1175, 1241, 1243, 1292, 1409, 1505, 1611, 1735, 1739, 1852, 2138, 2298, 2344, 2464, Biz
[K, L, P] Lect geo, Crisótomo, Cirilo, Juan Damasceno1/2.
Κυρίου, del Señor, sin artículo, lectura en A, Ψ, 81, 1067, l 751, l 921, arm, Juan
Damasceno1/2.
ἀσθενεῖ τις ἐν ὑμῖν. La pregunta introduce una posibilidad de que haya alguien en la
iglesia que esté enfermo. La forma verbal ἀσθενεῖ, está enfermo, puede aplicarse también a
debilidad, en este caso sería está débil o debilitado. La exégesis requiere determinar aquí
cual es el origen de esta enfermedad o debilidad, es decir, si se trata de una enfermedad
propia de las circunstancias humanas o es una debilidad o enfermedad proveniente de una
acción disciplinaria de Dios a causa de un pecado sin confesar.
Algunos entienden que no puede referirse a otra cosa que a un acto de disciplina divina
a causa del pecado. Los argumentos para sustentar esta postura son varios: Santiago está
hablando de problemas morales y de dificultades espirituales. No hay duda que las
circunstancias del pecado sin confesar debilitan el espíritu y conducen a una debilidad
física o psíquica. En la iglesia en Corinto donde había pecado notorio entre los creyentes,
algunos habían dividido la congregación, otro vivía en incesto con su madrastra, la
intervención de Dios había producido entre ellos debilitamiento, enfermedad e incluso
muerte (1 Co. 11:30). Por tanto, la enseñanza más consecuente del pasaje, según esta forma
de pensamiento, no es que se trate de una enfermedad física de orden general, sino de una
debilidad profunda a causa del pecado, sobre todo teniendo en cuenta que en el versículo
siguiente se habla de pecados que son perdonados.
Con todo, sin dejar de entender que en este pensamiento hay una medida de lógica
interpretativa, no hay razón válida para entender que la enfermedad a que alude Santiago
sea exclusivamente el resultado de una situación de pecado sin confesar, ya que –como se
verá- la cláusula del versículo siguiente es una fórmula condicional supuesta, que no exige
que sea aplicada a la enfermedad referida. El texto dice claramente que el enfermo se
encuentra así pasando por una grave debilidad, como lo pone de manifiesto el verbo11
11
Griego: ἀσθενέω.
utilizado aquí. No cabe duda que se trata de una situación delicada, incluso pudiera tratarse
de una enfermedad grave.
προσκαλεσάσθω τοὺς πρεσβυτέρους τῆς ἐκκλησίας. En una situación así, el enfermo
debe seguir lo que se determina. En primer lugar debe llamar a los ancianos o presbíteros
de la iglesia. Tal vez el enfermo ya hubiera llamado antes al médico. En ningún lugar de la
Escritura se prohíbe al creyente utilizar los recursos que la ciencia pone a su disposición en
el tratamiento de sus enfermedades, sino todo lo contrario. Es posible que la medicina
entonces no hubiera podido reparar física o biológicamente el organismo enfermo y que, no
estuviese haciendo efecto. Cualquier apreciación en uno o en otro sentido no deja de ser
mera suposición sin sustento bíblico. Cualquiera que fuese el caso, el enfermo llama a los
líderes de la iglesia. Los ancianos o presbíteros son los líderes de conducción en la iglesia
local. El gobierno de la congregación está, según la enseñanza del Nuevo Testamento,
encomendado a los ancianos. Estos, como líderes, ejercen funciones pastorales (Hch.
20:28). Los ancianos en la congregación local tienen que cumplir unas cualificaciones
personales que los hacen aptos para ejercer el liderazgo y que deben ser reconocidas por la
congregación (1 Ti. 3:1–7; Tit. 1:5–9). Ser anciano no es ejercer un don, sino ministrar en
un oficio. Este oficio tiene que ver con administrar, conducir, ejercer funciones de
liderazgo, en la iglesia local (1 Ti. 5:17). Una de sus misiones es también la de velar para
que la verdad bíblica se mantenga con toda pureza (Tit. 1:9). El oficio de anciano no tiene
que ver, aunque puede concurrir en una misma persona ambas cosas, con el don de pastor.
Pudiera pensarse que anciano y pastor es la misma cosa, por cuanto para los dos se habla
de pastorear la grey. Sin embargo, no debe olvidarse que en la conducción del pueblo de
Dios, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, el liderazgo ejerce funciones
pastorales, siguiendo el ejemplo del Gran Pastor de las ovejas (He. 13:20). Es interesante
apreciar que la iglesia primitiva, muy en los albores del cristianismo, estaba ya
debidamente organizada, contando con los pastores, los ancianos o presbíteros. A estos
líderes de conducción llama el enfermo.
Es de notar que Santiago ya no usa el término συναγωγὴν, sinagoga, para referirse la
congregación como hizo antes (2:2), sino el de ἐκκλησίας, iglesia. Sin duda ambas palabras
son sinónimas e intercambiables en la Espístola.
καὶ προσευξάσθωσαν ἐπʼ αὐτὸν. La principal función de los ancianos de la iglesia tiene
que ver con la oración. Debían volcarse en oración sobre el enfermo, literalmente oren
sobre él. Significa esto que debían implorar a Dios por la sanidad del enfermo. La forma
verbal προσευξάσθωσαν, oren, como aoristo de imperativo en voz media expresa la idea de
una acción urgente y espontánea de los líderes de la iglesia. La expresión ἐπʼ αὐτὸν,
además de una indicación de que la oración tenía un determinado propósito, interceder por
el enfermo, expresa también la forma en que debía llevarse a cabo, posiblemente con
imposición de manos sobre el enfermo en señal de identificación o con los brazos
extendidos presentando a Dios la necesidad urgente del enfermo. Por la composición del
texto griego el énfasis principal recae en la oración, que se verá complementado en el
siguiente versículo.
ἀλείψαντες αὐτὸν ἐλαίῳ ἐν τῷ ὀνόματι τοῦ Κυρίου. Unido a la oración estaba la unción
con aceite. La unción con aceite no es algo novedoso, sino una práctica muy antigua
atestiguada en el Antiguo Testamento. El aceite de oliva era uno de los remedios médicos
conocidos por los antiguos. Como dice el profesor Salguero: “En la antigüedad era
conocida la virtud terapéutica del óleo sobre todo en los países cálidos, en donde ayuda a
desengrasar y a regularizar la transpiración, y también a limpiar y suavizar la piel”12. Los
judíos sabían que el aceite era buen para suavizar las heridas (Is. 1:6). En la parábola, el
buen samaritano utilizó el aceite y vino como medicina curativa para las heridas del que
había sido golpeado por asaltantes (Lc. 10:34). ¿En qué consistía la unción? ¿Se trata de
colocar sobre la cabeza del enfermo una pequeña porción de aceite en forma simbólica? No
se dice nada de cómo hacerlo, pero, bien pudiera tratarse de extender una porción de aceite
sobre el enfermo y friccionarlo para una recuperar el tono muscular antes de que se
levantase de la cama en donde, posiblemente, hubiese estado durante mucho tiempo. Con
todo, no debe olvidarse que el aceite tenía un simbolismo espiritual. Con aceite se señalaba
el lugar en donde se había producido una manifestación de la presencia de Dios (Gn.
28:18), y en la consagración del santuario y los los objetos del culto (Ex. 30:22ss).
Muy probablemente la unción con aceite ἐν τῷ ὀνόματι τοῦ Κυρίου, en el nombre del
Señor, sea una expresión simbólica de la acción sobrenatural del Señor en la sanidad del
enfermo, es decir, que la sanidad no se obtenía por otra causa que no fuese la intervención
divina restaurando la salud. Con todo, no debe dársele mayor importancia que la que
realmente tiene al hecho de la unción. Lo que restablece la salud del enfermo no es el rito
de la unción, sino el poder del Señor en cuyo nombre se hace y a quien se dirige la oración
pidiendo la sanidad. Es necesario entender que ambas cosas, la unción y la oración están
unidas aquí, pero que, como se verá en el siguiente versículo, la eficacia en la sanidad está
en la oración y no en la unción. La unción era hecha en el nombre del Señor, porque iba
acompañada de una oración que se hacía en Su nombre y en la que se invocaba el nombre
de Cristo como quien había de otorgar la sanidad.
Tal vez por razones contrarias al ritualismo, sobre todo en iglesias conservadoras, se ha
perdido la práctica de solicitar la oración del liderazgo de la iglesia por enfermedades
graves o por situaciones de debilidad física. De nuevo se recuerda lo dicho antes de que
esto no es sustituto de la atención médica, pero sí complementaria a ella. Las prácticas
propias del cristianismo de la iglesia primitiva, como es la oración por un enfermo no hay
razón alguna para que no sea práctica también de nuestros días.
15. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere
cometido pecados, le serán perdonados.
καὶ ἡ εὐχὴ τῆς πίστεω σώσει τὸν κάμνον καὶ ἐγερεῖ αὐτὸν ὁ
ς τα
12
J. Salguero. o.c., pág. 83.
Notas y análisis del texto griego.
Siguiendo con el tema de la oración por los enfermos, añade: καὶ, conjunción copulativa
y; ἡ, caso nominativo femenino singular del artículo determinado la; εὐχὴ, caso
nominativo femenino singular del sustantivo que denota oración; τῆς, caso genitivo
femenino singular del artículo determinado de la; πίστεως, caso genitivo femenino
singular del sustantivo que denota fe; σώσει, tercera persona singular del futuro de
indicativo en voz activa del verbo σῴζω, salvar, sanar, aquí sanará; τὸν, caso acusativo
masculino singular del artículo determinado declinado al; κάμνοντα, caso acusativo
masculino singular del participio de presente en voz activa del verbo κάμνω, rendirse,
estar enfermo, aquí que está enfermo; καὶ, conjunción copulativa y; ἐγερεῖ, tercera
persona singular del futuro de indicativo en voz activa del verbo ἐγείρω, levantar, aquí
levantará; αὐτὸν, caso acusativo de la tercera persona singular del pronombre personal
declinado a él; ὁ, caso nominativo masculino singular del artículo determinado el;
Κύριος, caso nominativo masculino singular del nombre propio referido a Dios, Señor;
κὰν, partícula conjuntiva coordinativa formada por crasis de καὶ y ἐν, o también de καὶ y
ἐάν, hace funciones de conjunción condicional o conjunción concesiva, en este caso
como conjunción hipotética, de ahí el significado de y si, aun en el caso de que, aunque;
ἁμαρτίας, caso acusativo femenino plural del sustantivo pecados; ᾖ, tercera persona
singular del presente de subjuntivo en voz activa del verbo εἰμί, haber, aquí como haya;
πεποιηκώς, caso nominativo masculino singular del participio perfecto en voz activa del
verbo ποιέω, hacer, realizar, cometer, aquí cometido; ἀφεθήσεται, tercera persona
singular del futuro de indicativo en voz pasiva del verbo αφίημι, perdonar, remitir, aquí
serán perdonados; αὐτῷ, caso dativo masculino de la tercera persona singular del
pronombre personal declinado a él, le.
καὶ ἡ εὐχὴ τῆς πίστεως σώσει τὸν κάμνοντα. El medio para sanidad del enfermo es la
respuesta a la oración de fe. Nótese que el énfasis no está en la unción, sino en la oración
del presbiterio hecha con fe, a favor del enfermo. Una oración de fe, o hecha con fe, es
aquella que no duda de lo que pide, por lo que es contestada y concedida la petición. Al
principio de la Epístola, se enseñó sobre la imposibilidad de responder la oración de aquel
que duda sobre lo que pide (1:6–8).
Esta oración de fe traerá una consecuencia: σώσει τὸν κάμνοντα, sanará al enfermo. La
forma verbal σώσει, sanará, es tanto utilizada para la sanidad del cuerpo como para la
sanación o salvación del alma. En el contexto tiene que ver con librarle de la enfermedad.
καὶ ἐγερεῖ αὐτὸν ὁ Κύριος· Todavía mayor énfasis está en que la operación de sanidad
no descansa en la unción, ni en la oración en sí misma, sino en la respuesta que el Señor da
a la petición de los ancianos hecha con fe. El verbo13 utilizado aquí, implica la idea de
levantar al que antes estaba encamado o postrado, sin posibilidad de hacer una vida normal
debido a la debilidad física que le afectaba. El término se utiliza para referirse a levantar a
alguien de la enfermedad (cf. Mt. 2:14; 9:5; 7:19; Ap. 11:1), y también para salvar de una
situación de peligro, como el de una oveja que ha caído a un hoyo (Mt. 12:11). No se trata
13
Griego: ἐγείρω.
aquí del ejercicio del don de sanidad, por parte de alguno de los ancianos de la iglesia, sino
la respuesta a una oración conjunta del presbiterio, hecha con fe, en intercesión por el
hermano enfermo.
No se trata de una cuestión virtual consecuente del ritual de la unción con aceite, ya que
la acción restauradora corresponde al Señor que responde a la oración de fe hecha por los
ancianos de la iglesia. Santiago no está estableciendo un mandamiento que fundamente la
unción de los enfermos con aceite como condición para la sanidad de la enfermedad.
Muchos enfermos fueron sanados por los apóstoles, sin usar para nada la unción sobre ellos
(cf. Hch. 3:6; 5:15–16; 9:34; 14:8–10; 16:18; 28:8–9).
Cabe preguntarse si lo establecido en el texto es garantía de sanidad para cualquier
enfermedad de cualquier hermano enfermo. Sin limitar en absoluto la respuesta a la oración
de fe, cabe entender que el discernimiento espiritual de los líderes de la iglesia, podrían
determinar cuando debía orarse en ese sentido y cuando no. No siempre hay sanidad para
enfermedades de creyentes. Sin duda la petición de fe sobre un caso determinado traerá
como consecuencia la sanidad del enfermo, que conducirá siempre a la gloria de Dios. Sin
embargo, creyentes fieles no fueron sanados de sus dolencias, como ocurrió, a modo de
ejemplo, con la debilidad física de Timoteo, a quien Pablo recomienda el uso de un poco de
vino con las comidas a causa de sus problemas de estómago y de sus frecuentes
enfermedades (1 Ti. 5:23). Es necesario evitar lo que algunos toman como práctica,
declarar sano a un hermano enfermo por el que se intercede, para comprobar luego que no
sólo no ha sido sanado, sino que incluso se agrava su situación, señalando entonces a la
falta de fe del hermano que impidió la respuesta de la oración hecha por él. Debe notarse
que la fe, por la que Dios responde en sanidad en el caso al que se está refiriendo Santiago,
no es la del enfermo, sino la de los líderes de la iglesia que oran por él.
κὰν ἁμαρτίας ᾖ πεποιηκώς, ἀφεθήσεται αὐτῷ. La referencia al pecado sirve a algunos
para afirmar que la enfermedad aquí es resultado de pecado oculto sin confesar. De nuevo
la pregunta: ¿viene la enfermedad por el pecado? Pudiera ser, pero no siempre. Recordemos
que el hagiógrafo ha hecho mención antes a Job. Aunque cubierto de úlceras y en un estado
físico deplorable, sabía que todo aquello no le había sobrevenido como consecuencia de
algún pecado sin confesar. Dios permitía su prueba para fundamentar y consolidar su fe.
Con todo, como se ha citado antes, en la iglesia en Corinto había hermanos debilitados, y
otros enfermos e incluso algunos habían muerto por causa del pecado de causar divisiones
en la congregación (1 Co. 11:30). Santiago hace notar aquí que si –en alguna circunstancia-
la enfermedad fuese producida por el pecado, el reconocimiento de esto por parte del
enfermo, llevaría a la confesión del pecado oculto, de manera que junto con la sanidad
física se llevaría a cabo también la restauración espiritual.
Santiago denuncia en la Epístola, la presencia de creyentes que estaban en pecado
dentro de la congregación. Pudiera ser que la enfermedad o el debilitamiento se produjese
por esa causa, en cuyo caso, tal creyente, al darse cuenta de que su conducta pecaminosa le
acarreaba la acción disciplinaria de Dios sobre él, llamaba a los ancianos, confesaba el
pecado cometido, era restaurado espiritualmente y alcanzaba la sanidad física como
respuesta a la oración intercesora hecha por los ancianos a su favor. La confesión del
pecado restaura el creyente a una situación de plena comunión con Dios, y es la solución al
pecado del cristiano (1 Jn. 1:9). Como en el caso de David, había llegado a una situación de
enfermedad como consecuencia del pecado sin confesar, que queda restaurada por la
confesión (Sal. 51:8–12).
Con todo, no hay ninguna base bíblica en el contexto que pueda afirmar sin ninguna
duda que la enfermedad del hermano mencionado aquí era consecuencia de pecado. No
siempre la enfermedad es resultado de un pecado sin confesar y es necesario tener sumo
cuidado con imputar una situación de enfermedad a un pecado sin confesar. Sobre todo
cuando se trata de enfermedades síquicas, tales como la depresión. Algunos, llevados por
un celo extremado y, sobre todo, por un desconocimiento de la materia, afirman que la
depresión no puede producirse en el cristiano a no ser como consecuencia del pecado, ya
que la enfermedad no puede afectar a la parte espiritual del cristiano. Esto no es más que
platonismo introducido en el pensamiento religioso. Debe entenderse claramente que el
hombre es una unidad psicosomática, integrada por una parte material y otra espiritual. La
enfermedad puede afectar cualquiera de ellas indistintamente, de modo que según un
creyente fiel puede tener una afección en su parte física, como puede ser una enfermedad
cardiaca, también puede enfermar en su parte psíquica, sin que ninguna de ellas se derive
directamente de pecado cometido por él. Muchos cristianos honestos, han sido inquietados
por quienes no entienden esto, llevándolos a una situación de angustia al hacerles creer que
tenían pecados ocultos sin confesar, cuando lo que realmente tenían era un problema de
enfermedad natural.
16. Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis
sanados. La oración eficaz del justo puede mucho.
ἐξομολογεῖσ οὖν ἀλλήλοις τὰς ἁμαρτίας καὶ εὔχεσθε
θε
ἐνεργουμένη.
mostrarse eficaz.
ἐξομολογεῖσθε οὖν ἀλλήλοις τὰς ἁμαρτίας. Las exhortaciones de este versículo son
consecuencia de lo enseñado en los anteriores; la oración contiene οὖν, pues, que equivale
aquí a por tanto, relacionándolo con lo que antecede. En la versión RV60 no aparece, por lo
que en esa traducción se pierde el vínculo de relación. Se ha puesto de manifiesto antes que
el pecado puede producir enfermedad o debilidad, aunque no siempre sea este la razón que
la produce, de modo que si existe un pecado sin confesar requiere que sea confesado para
restauración espiritual y también física, si la ha producido.
La exhortación comienza con un mandato: ἐξομολογεῖσθε, confesaos. La forma verbal
aparece en presente de imperativo, lo que determina una acción inmediata y habitual o
continua. La confesión debe ser una práctica continuada en la vida del cristiano. La palabra
confesar, significa literalmente decir lo mismo, esto es homologarse, equivalente a estar de
acuerdo o ponerse de acuerdo con otro. Esta confesión debe hacerse ἀλλήλοις, unos a otros,
es decir entre los hermanos, y lo que ha de confesarse son τὰς ἁμαρτίας, los pecados o las
faltas. No se trata aquí de una confesión pública o general de los pecados cometidos. La
Biblia enseña que el pecado, que ofende directamente a Dios, ha de confesarse a Él (1 Jn.
1:9). Lo que está indicándose aquí son las faltas cometidas contra un hermano. Equivale
esto a pedir perdón a quienes hemos ofendido. Santiago está enseñando que, sobre la base
de lo dicho antes, la enfermedad a causa de pecado, es necesario confesar las faltas que se
han hecho contra otro directamente al ofendido. Los pecados a que se refiere Santiago son
personales y privados. No requiere esto una confesión pública ante toda la iglesia, y
tampoco ante los líderes de la congregación, sino ante el hermano que se ha ofendido. Esto
comprende también a la familia y, de forma muy especial, a las ofensas cometidas entre
esposos, que traen como consecuencia el impedimento en las oraciones (1 P. 3:7).
καὶ εὔχεσθε ὑπὲρ ἀλλήλων ὅπως ἰαθῆτε. La confesión va acompañada de la oración. El
ofensor repara la ofensa, y el ofendido ora por su hermano; ambos, ofensor y ofendido, se
vinculan unidos el uno al otro en una mutua oración de intercesión personal, encontrando
consuelo, restauración y fuerzas en el Señor. El que había ofendido, da gracias al Señor por
la generosa actitud del ofensor, el ofendido, encomienda la vida de su hermano ante el
Señor pidiendo bendiciones sobre él. Esta oración hecha a favor del hermano que confiesa
trae la misma consecuencia que la oración hecha por los ancianos de la iglesia a favor del
enfermo: ὅπως ἰαθῆτε, de modo que seáis sanados. Es muy posible que la referencia directa
sea a una situación de debilidad a causa del pecado que no se había confesado, pero pudiera
muy bien referirse a sanidad espiritual, manifestada en la restauración con Dios. La frase
resulta un tanto ambigua, pudiéndose aplicar a cualquier situación en que sea necesaria una
restauración, bien física o bien espiritual.
Πολὺ ἰσχύει δέησις δικαίου ἐνεργουμένη. Recuerda también el poder de la oración
hecha con fe y conforme a lo establecido por Dios. Santiago se refiere aquí a la oración del
δικαίου, justo. ¿A quién se está refiriendo? No menciona nombre alguno que pudiera
identificar a este justo con alguno de los que solemos llamar héroes de la fe. Tan solo citará
luego al profeta, en el versículo siguiente, para poner un ejemplo del poder de la oración.
En la enseñanza general de la Escritura, justo es aquel a quien Dios ha justificado por la fe;
es cualquier creyente que está en buena relación con Dios, y que no tiene estorbo por
pecado para que sus oraciones sean atendidas. Este justo no tiene pecado sin confesar y se
dedica a la oración intercesora por sus hermanos.
La oración de este ἐνεργουμένη, se muestra eficaz, o es hecha eficazmente. El verbo ha
de tomarse aquí en forma intransitiva para darle este significado. Podría expresar la idea de
una acción eficaz. Posiblemente deba entenderse la frase como que la oración que un
creyente con una vida conforme a la voluntad de Dios (1 Ti. 2:8) eleva con fe, es un medio
poderoso y eficaz ante el trono de Dios. Esta oración πολὺ ἰσχύει, puede mucho, es decir,
tiene mucha fuerza, implicando una acción de Dios como respuesta a la oración del justo.
Jesús enseño a los creyentes a orar incesantemente; de la misma manera dio ejemplo de
intercesión por los hermanos en la oración llamada sacerdotal, que se recoge en el
evangelio según Juan (Jn. 17).
17. Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente
para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses.
Ἠλίας ἄνθρωπος ἦν ὁμοιοπαθὴς ἡμῖν, καὶ προσευχῇ
προσηύ τοῦ μὴ βρέξαι, καὶ οὐκ ἔβρεξεν ἐπὶ τῆς γῆς ἐνιαυτο
ξατο ὺς
Ἡλίας ἄνθρωπος ἦν ὁμοιοπαθὴς ἡμῖν. Los lectores podrían pensar que las
exhortaciones y consejos sobre la oración del justo y su eficacia, habría que entenderlas en
relación a personas casi perfectas. Para ilustrar lo que está diciendo apela a un ejemplo
bíblico de uno de los profetas más conocidos y admirados por los judíos. Elige a Elías para
ejemplo de un justo orando eficazmente.
Dice que el profeta ἄνθρωπος ἦν ὁμοιοπαθὴς ἡμῖν, era un hombre semejante a
nosotros, es decir de naturaleza semejante a la nuestra. Elías padecía de las mismas
debilidades propias de cualquier otro hombre. Su historia demuestra esto. Huía para salvar
su vida de la reina Jezabel que lo buscaba para darle muerte; sufrió de una profunda
depresión, arrojándose bajo la sombra de un enebro, pidiendo y esperando que Dios le
quitase la vida; tenía una visión limitada de la soberanía de Dios, considerando que sólo él
era lo que quedaba a Dios de un pueblo fiel (1 R. 19:1–18). Era un hombre con el que cada
creyente podemos identificarnos en el plano de su humanidad.
καὶ προσευχῇ προσηύξατο τοῦ μὴ βρέξαι. Santiago recuerda que este hombre,
semejante en todo a nosotros, oró para que no lloviese. Sin duda su oración fue una oración
ferviente; la construcción idiomática propia del griego clásico enfatiza el hecho de la
oración intensa, como se lee literalmente oró con oración. El propósito de la oración de
Elías era que Dios detuviese la lluvia sobre la nación rebelde e idólatra. Sin duda se trataba
de una oración de fe que buscaba la alteración del ciclo natural de las lluvias sobre la tierra.
No era una petición sencilla, sino la realización de un verdadero milagro, sólo posible por
la omnipotencia de Dios.
καὶ οὐκ ἔβρεξεν ἐπὶ τῆς γῆς ἐνιαυτοὺς τρεῖς καὶ μῆνας ἕξ. El resultado de la oración
quedó registrado en la historia bíblica: “y no llovió sobre la tierra por tres años y seis
meses” (1 R. 17:1). La oración intensa y hecha con fe, de aquel que como hombre era
semejante a nosotros, fue contestada conforme a la petición. Durante un largo período de
tres años y medio, no hubo lluvias sobre la tierra. Los efectos de aquella acción divina
fueron abrumadores para todos los habitantes de la tierra de Israel. Sin embargo, debe
entenderse que la oración de Elías descansaba en lo que Dios había determinado como
acción judicial contra la rebeldía y el pecado sin arrepentimiento de su pueblo (Dt. 28:22–
24). Dios envió una intensa disciplina sobre el pueblo, haciendo que por tres años y medio
se detuviese la lluvia en Israel. Jesús hizo referencia a este mismo hecho en su discurso en
la sinagoga de Nazaret (Lc. 4:25). ¿Fueron realmente tres años y medio o se trata de una
cifra para referirse a un largo tiempo? Así escribe Kistemaker:
“Los datos del Antiguo Testamento indica solamente que en el tercer año de la sequía
Dios le dijo a Elías que se presentase ante Acab (1 R. 1:18). Esto no es lo mismo que tres
años y medio. Las fuentes judías nos informan que la expresión tres años y medio es una
expresión idiomática que, a causa de su frecuente uso, llegó a significar ‘por un tiempo
bastante largo’. Por consiguiente, hemos de tomar esta expresión en un sentido figurado y
no literal. Además, la costumbre odia de contar parte de una unidad de tiempo como una
totalidad arroja una luz adicional sobre nuestra comprensión del este texto. Un ejemplo
notable lo constituye, por supuesto, la duración de la muerte y entierro de Jesús (desde el
atardecer del viernes hasta la madrugada del domingo). Sin embargo, este período es
contado como tres días y tres noches (Mt. 12:40). Análogamente, el tiempo de la sequía de
la época de Elías puede no haber sido de tres años y medio exactos”14.
Sin dejar de aceptar que el cómputo judío del tiempo es, en muchas ocasiones, como
afirma Kistemaker, la historia bíblica provee de datos suficientes para entender que el
tiempo indicado aquí es literal y no figurado. Elías fue a encontrarse con Acab en el tercer
año de la sequía (1 R. 18:1), quiere decir que pasó tres años en Sarepta; a este tiempo ha de
sumarse la estancia del profeta en Querit (1 R. 17:3ss), lo que daría tres años y medio. Jesús
confirma la realidad del tiempo en sus palabras en la sinagoga de Nazaret.
18. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo fruto.
καὶ πάλιν προσηύ καὶ ὁ οὐρανὸ ὑετὸν ἔδωκεν καὶ ἡ γῆ
ξατο, ς
14
J. Kistemaker. o.c, pág. 214.
βλαστάνω, germinar, crecer, producir, aquí produjo; τὸν, caso acusativo masculino
singular del artículo determinado el; καρπὸν, caso acusativo masculino singular del
sustantivo que denota fruto; αὐτῆς, caso genitivo femenino de la primera persona singular
del pronombre personal declinado de ella.
1
γινωσκέτω ὅτι, sabed que, lectura de seguridad media, atestiguada en א, A, 81, 322, 323,
436, 945, 1067, 1175, 1241, 1243, 1292, 1409, 1611, 1735, 1739, 1846, 1852, 2298, 2344,
2464, Biz [K, P L] Lect itar, l, s, t, vg, syrp, copbo/mss, arm, eth, slav, Dídimodub.
ἐκ θανάτου αὐτοῦ, de muerte de él, que se lee en p74, B, 1292, 1611, 2138, itff.
ἐκ θανάτου, de muerte, como aparece en Ψ, 81, 322, 323, 945, 1175, 1241, 1243, 1505,
1846, 1852, Biz [K, L] Lect copsa, Orígneslat, Juan Damasceno.
16
Griego: καλύπτω.
para restauración de la comunión con Dios. Dios ha hecho alejar las rebeliones del
creyente, borrándolas y alejándolas de nosotros para siempre (Mi. 7:19). Todavía un
sentido más en la acción de cubrir multitud de pecados. Aquel que conoce la senda de
extravío que llevaba su hermano, por consiguiente conoce también los pecados que estaba
cometiendo, trabaja en la restauración, hace volver al extraviado de su camino y es
instrumento para restaurar la vida incorrecta que llevaba. Una vez efectuado el trabajo y
ayudado al cambio de vida del hermano, los pecados conocidos por él no son divulgados.
Esa es la expresión natural del amor fraterno, ya que “el odio despierta rencillas; pero el
amor cubrirá todas las faltas” (Pr. 10:12). Esa es también la exhortación del apóstol Pedro:
“Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de
pecados” (1 P. 4:8). No se trata del falso amor que esconde el pecado, sino de la acción
espiritual que restaura al pecador y guarda silencio de las faltas cometidas. Mientras que el
carnal murmura de los hermanos (4:11); mientras que el impaciente se queja de los
hermanos (5:9); el restaurador ora por los hermanos y no divulga sus faltas.
Al finalizar el tránsito por la Epístola de Santiago, será necesario preguntarnos como
estamos en relación con la vida de fe. La fe no es una idea teológica o una afirmación
mental, es una relación personal de vida con Cristo mismo. Vivir la fe es vivir a Cristo que
es la razón de nuestra vida (Fil. 1:21) y el ejemplo supremo de la fe (He. 12:2). Es el
momento de hacer un alto en la vida personal y entrar en un diálogo íntimo para establecer
la posición espiritual en que nos encontramos. La verdadera fe se manifiesta en un obrar
consecuente con Jesús. Unas sencillas preguntas nos permitirán determinar la salud
espiritual de nuestra fe: ¿Vivimos gozosos y llenos de paz en medio de las pruebas?
¿Pedimos gracia y sabiduría sin dudar en que Dios dará respuesta a nuestra petición?
¿Somos cristianos que no nos airamos fácilmente? ¿Estamos dispuestos a oír más que
hablar? ¿Somos más bien hacedores de la Palabra que expositores de la misma? ¿Estamos
viviendo volcados en el bien de los que realmente necesitan ayuda? ¿Somos justos sin hacer
acepción de personas? ¿Estamos buscando ocupar puestos de maestros para ejercer
autoridad sobre otros? ¿Somos capaces de controlar nuestra forma de hablar de modo que
siempre seamos de ayuda a los demás? ¿Cuál en nuestra forma de vida en medio de los
atractivos del mundo? ¿Hemos cancelado de nosotros la murmuración y la maledicencia
contra algún hermano? ¿Estamos cumpliendo los compromisos que hemos contraído con
otros? ¿Cuánto tiempo estamos dando a la oración, especialmente a la de intercesión por los
hermanos? La respuesta a estas preguntas dará una correcta valoración de la firmeza y
eficacia de nuestra fe. Hemos de recordar que no consiste en hablar de fe, sino en vivir la
fe. De otro modo, debemos entender claramente que la fe sin obras es muerta en sí misma.
Todos necesitamos pedir como los discípulos: “Señor, auméntanos la fe” (Lc. 17:5).
Aunque no podamos definir teológicamente lo que es la fe, no tendremos disculpa para que
todos vean en nosotros la consecuencia de la verdadera fe.
BIBLIOGRAFÍA
1
Pérez Millos, S. (2011). Comentario Exegético al Texto Griego del Nuevo Testamento:
Santiago (pp. 101–330). Viladecavalls, Barcelona: Editorial CLIE.