Las Religiones
Las Religiones
Las Religiones
Las religiones son ilusiones peligrosas que nos privan de la felicidad, afirma el
fil�sofo, empresario y f�sico ruso, Vitaly Malkin, en su libro Ilusiones
Peligrosas. Forman parte de las quimeras que no provienen de nuestra conciencia,
sino que obstaculizan nuestra naturaleza, nuestra mente y nuestra libertad. La obra
replica el plurisecular debate entre ciencia y fe. Por Juan A. Mart�nez de la Fe.
Para Malkin, las ilusiones peligrosas que aborda son quimeras y, con esta
denominaci�n, se refiere normalmente a ellas y de las que abomina. Entiende por
quimeras �todas las ideolog�as, tradiciones y costumbres que no provienen de
nuestra conciencia, experiencia individual o necesidad de sobrevivir en sociedad;
sino que son todas aquellas ilusiones peligrosas que obstaculizan nuestra
naturaleza, nuestra mente, libertad y felicidad�.
Raz�n y quimeras
El primer bloque del libro lo dedica a enfrentar raz�n y quimeras. Y parte de una
premisa afirmada con rotundidad: la raz�n es la �nica manera de conocer el mundo;
afirmaci�n que precisa, desde luego, de matizaciones que, probablemente ser�an
exigibles. Tambi�n dictamina que lo que se opone a la raz�n es la fe, cuando es
conocida otra postura que explica que esta, la fe, no se opone, sino que es
distinta. Afirma que la fe es un estado mental caracterizado por la disposici�n a
percibir una tesis como aut�ntica sin tener pruebas concretas, con base en la
confianza, y que da por verdadero lo que no puede comprobarse. Lo cual, dicho as�,
sin dejar de ser cierto para no pocos fil�sofos, no es absolutamente tan
apod�ctico.
Comienza con el juda�smo, de la que dice que �es la primera religi�n monote�sta que
empez� a perseguir la raz�n simult�neamente a la pr�ctica de adorar a un dios
�nico�. Esto no supone que los jud�os rechacen de plano la raz�n, sino que la
emplean para el comentario y la ex�gesis de la Revelaci�n y no para el conocimiento
del mundo real; se trata de un medio de conocer a Dios, aunque a todas luces
insuficiente. E ilustra su planteamiento refiri�ndose a los principales pensadores
como Saadia Gaon, Maim�nides, Levi Ben Gershon, Yehudah Jalevi y otros varios a
trav�s de la historia.
Sin embargo, no considera que sea el juda�smo la religi�n que peor trata a la
raz�n; ese papel se lo atribuye al cristianismo: �la lucha del cristianismo contra
la raz�n ha sido la m�s intensa que haya librado una religi�n abrah�mica, pues el
suyo no es un monote�smo �puro�, sino que est� anclado entre el polite�smo pagano y
el monote�smo�. Afirma que esta religi�n rechaza la raz�n por tres motivos: 1) por
su incapacidad para percibir el bien moral; 2) porque las pasiones humanas la
afectan, haci�ndole cometer errores; y 3) porque no ayuda al individuo a lograr la
salvaci�n, pues solo la fe le salva. Una curiosa trilog�a para la que no aporta
base suficiente, pero s� apoya en la interpretaci�n de autores como Tertuliano, San
Agust�n, San Juan Cris�stomo, Bernardo de Claraval y otros, llegando, incluso a
Ignacio de Loyola o Richard Dawkins. Y concluye: �el cristianismo actual no deja de
atacar la raz�n�.
Por lo que se refiere al Islam, afirma que, en esta religi�n, la raz�n �es una
noci�n exclusivamente religiosa. Dios se la otorg� al ser humano y, por lo tanto,
sus actos se rigen por preceptos divinos. Si Dios ha creado al ser humano, tambi�n
ha creado la raz�n�. Bas�ndose en autores como Al-Farabi, Avicena, Ibn Arabi o Al-
Ghazali, afirma que el conocimiento aut�ntico es �nicamente el de la Revelaci�n. Y
tampoco concede espacio a una posible transformaci�n en el pensamiento isl�mico,
pues concluye que �hasta la fecha, la mayor�a de los musulmanes sigue pensando lo
mismo�; por lo menos, deja abierta una v�a de escape con esa expresi�n �la
mayor�a�.
Propone Vitaly Malkin que el objeto de estas religiones es ver el rostro de Dios,
una idea que es tan antigua como el mundo y cuya realizaci�n est� vetada a los
seguidores de las abrah�micas en esta vida; y, en un paso m�s, concede mayor rigor
al juda�smo y al islam, que se oponen a cualquier representaci�n de Dios y al
advenimiento de un hombre-dios. Explica c�mo para llegar a alcanzar esa visi�n
beat�fica es necesario limitar a la fuerza la sexualidad e, incluso, rechazar
voluntariamente todos los placeres humanos, aspectos que no exig�an las religiones
paganas; eso s�, no parece recordar, por ejemplo, la virginidad exigida a las
vestales romanas, sometidas a muy crueles castigos si la quebrantaban, hecho al que
har� referencia m�s adelante, calific�ndolo de excepcional.
Las quimeras nos envenenan la vida, porque imponen a las personas normas morales y
�ticas y un estilo de vida que no se corresponden con el sentido com�n ni con la
naturaleza humana; y afirma que �el individuo es permanentemente infeliz, ya que,
por un lado, no puede satisfacer sus necesidades m�s b�sicas y, por otro, no est�
de acuerdo con los ideales quim�ricos�. Lo que no deja de ser cierto si su premisa
b�sica lo fuera, cosa que, evidentemente, no todos aceptan.
En un segundo cap�tulo, Malkin nos enfrenta, de manera muy razonada, al punto m�s
d�bil de cualquier religi�n: el problema del mal, de su existencia, que contradice
a un posible dios benevolente.
Una manera de liberar a Dios de ese vejamen es atribuir el mal al diablo, sobre el
que, hist�ricamente, se han presentado cinco tesis: 1) El diablo no existe, solo
existe una multitud de deidades y el bien y el mal provendr�an de cualquiera de
ellas; 2) El diablo existe, pero es mucho m�s d�bil que Dios; 3) Dios y el diablo
existen con independencia uno del otro y su poder es m�s o menos similar; 4) Dios
existe, pero el diablo es m�s poderoso, lo que conforma el satanismo; y 5) No
existe ni Dios ni el diablo, solo el ser humano.
Afirma con raz�n (que no falte la raz�n en este libro), que la muerte es mucho m�s
importante que el nacimiento, ya que el reci�n nacido no tiene ni ha aportado nada,
mientras que quien fallece deja su huella; y constata, tambi�n, que la muerte es
siempre la de otro, puesto que el individuo no tiene, ni puede tener, la
experiencia de su propia muerte en vida, y acompa�a su reflexi�n con aportaciones
de Derrida, Camus o Lamont.
Muerte e inmortalidad
Cierra el apartado con un resumen: �Todas las religiones monote�stas son religiones
m�s de la muerte que de la vida. Transforman el miedo natural ante la muerte en una
esperanza de inmortalidad en el mundo de m�s all�. Y esto es as� porque todas ellas
se basan en tres postulados: 1) Nuestra existencia terrenal no tiene valor ni
sentido, pues es solo un paso preparatorio para la vida eterna; 2) La muerte s�
tiene un valor, un sentido y una predestinaci�n que abre la puerta a la vida de
ultratumba; y 3) La fe religiosa es buena porque da al individuo una comprensi�n de
la vida y de la muerte.
Y una vez m�s es el cristianismo el que sale peor parado en las comparaciones.
Entiende el autor que la base de su doctrina es un culto al sufrimiento y a la
muerte, no al amor, algo que contrasta fuertemente con la actitud de su fuente de
inspiraci�n, Jes�s, cuya vida transcurri� eliminando el sufrimiento de cuantos se
acercaban a �l. Se basa Malkin en que la principal imagen cristiana es la de la
pasi�n de Cristo, que se convirti� en el credo principal de su arte. Aqu� incluye
el autor algunas frases cuya verificaci�n resulta dif�cil de justificar; por
ejemplo, afirma que �Cristo sab�a que era Dios y lo proclamaba con frecuencia�, una
hip�tesis que no se sostiene en una lectura de los evangelios. Y va m�s all�,
cuando afirma que Cristo nunca re�a por lo que su religi�n es de tristeza. �El
catolicismo contempor�neo sostiene que el sufrimiento contribuye al progreso, ya
que solo �l proporciona al individuo la �esplendorosa belleza del bien��, cuesti�n
que probablemente cuente con muchos que no concuerden con ella.
Para Malkin, este planteamiento constituye una buena estrategia comercial para
llenar las iglesias, manteniendo a sus fieles en un perenne estado de miedo y
tensi�n, rode�ndolos de limitaciones, desde la comida al sexo.
Incursi�n en el budismo
Desde este punto de vista, todo lo que se refiera al cuidado del cuerpo tiene
importancia. Y Malkin hace un recorrido por aquellos aspectos que, a su juicio, han
estado dominados por el cristianismo: la falta de higiene, la reprobaci�n de
vestidos llamativos y adornos, rechazo de los espect�culos y la risa, cr�tica de la
gula y elogio del ayuno, prohibici�n de pensamientos pecaminosos, la condena de la
riqueza y la de la pobreza, etc. Respecto a esta �ltima, afirma: �Es imposible
negar que el hecho de apostar por los pobres fuera una estrategia de marketing
genial de la nueva religi�n. Siempre ha habido m�s pobres que ricos y siempre han
sido m�s cr�dulos, lo que permiti� una propagaci�n tan r�pida del cristianismo que
se asemejaba a un incendio forestal�.
Una vez m�s, es el cristianismo el punto de referencia del autor para tratar el
asunto. Afirma que la actitud de los cristianos hacia la sexualidad es la m�s
negativa y aun hoy sostienen que la fuente de todos los problemas humanos es el
pecado original, que no olvidemos fue de car�cter sexual. En este punto, se hace
especial hincapi� en el tema de la concepci�n virginal, tanto de Mar�a como de
Jes�s, hecho que no considera nada novedoso; m�s bien, lo estima una copia de
tradiciones como las de Buda, Krisna, Kunti, Isis, Maya, etc.
Esto es as� en el cristianismo, puesto que tanto el juda�smo como el Islam no han
mostrado su entusiasmo particular por la santidad; para el primero, la santidad
responde a la esencia interior de Dios, que es santo porque es distinto de todo y
se halla por encima de todos; para el segundo, que no cuenta con una doctrina
espec�fica sobre la santidad, todos los que creen en Al� son santos en cierto
grado.
Tentaciones y onanismo
He aqu� dos p�rrafos de este apartado: �La santidad religiosa es una concepci�n
ficticia e inhumana. La �nica santidad segura es la naturaleza humana. Ning�n
sistema social, ninguna doctrina filos�fica o religiosa tiene derecho a atentar sin
castigo contra el orden natural de las cosas. [�] Mi tarea es presentar a la
santidad vestida con una bata de andar por casa y sin maquillajes, y ense�ar que es
mucho m�s peligrosa de lo que parec�a a primera vista y que puede llevar con
facilidad a la sociedad a una cat�strofe cultural y social�. Y un �ltimo apunte:
nueva problema de redacci�n, pues habla de los siete billones de habitantes del
planeta.
Un largo apunte final se extiende por las �ltimas p�ginas del libro, dedicado al
onanismo. Es un extenso recorrido hist�rico sobre el particular. Solo indicar que
el autor concluye que su represi�n por el cristianismo ilustra su actitud negativa
hacia los placeres en general y hacia la sexualidad humana en particular; es el
apogeo del deseo de subordinar y humillar a cada persona llen�ndola del sentimiento
de cometer un pecado imperdonable y la culpa ante Dios que no es posible expiar.
Y hay un ep�logo. Hay que pagar mucho por el cuento quim�rico de la vida eterna en
el Reino de Dios, del que nadie ha vuelto y que no tiene prueba alguna. Para
mantener este cuento, la religi�n destruy� la armon�a interna del hombre con su
entorno, dividi�ndolo en dos partes incompatibles: el alma y el cuerpo. Tambi�n
oblig� a negarse muchos placeres naturales sustituy�ndolos por el gasto absurdo de
un precioso tiempo en la adoraci�n diaria de Dios. Y cierra el consejo de Malkin:
�Satisfagan todos sus deseos naturales sin hacer caso a dogmas religiosos o a la
moral social, porque ya bastan las numerosos prohibiciones que recopila con tanto
cari�o el C�digo Penal�.
No hay que negarle que su ensayo ha sabido tocar con acierto los puntos d�biles de
las religiones: el problema del mal, la trascendencia, el sentido de la vida,... En
el fondo se trata del plurisecular debate entre ciencia y fe. Desde su
planteamiento puramente inmanente no se puede pedir un mayor an�lisis de la
espiritualidad; tampoco es el objetivo que se marca su autor.
Pero es evidente que, desde este otro prisma, pueden surgir quienes difieran de sus
conclusiones. Un ejemplo: el autor se refiere a la felicidad como si de un concepto
biun�voco se tratara; si as� fuera, su razonamiento y exposici�n ser�an
irrebatibles; pero hay testimonios de quienes se consideran felices, y muy felices,
con un planteamiento vital muy distinto al de Malkin.
Su manera de tratar con iron�a no exenta de sarcasmo las ideas que se alejan de sus
personales planteamientos, desde luego hacen resaltar por el contraste lo que
pretende explicar el autor; pero no es raro que lleve a un reduccionismo y
simplificaci�n que impiden las posibles matizaciones.