Prueba de Lenguaje Final 6° Básico
Prueba de Lenguaje Final 6° Básico
Prueba de Lenguaje Final 6° Básico
Lenguaje y Comunicación
NOMBRE:
1. A B C D 16. A B C D
2. A B C D 17. A B C D
3. A B C D
4. A B C D
5. A B C D
6. A B C D
7. A B C D
8. A B C D
9. A B C D
10. A B C D
11. A B C D
12. A B C D
13. A B C D
14. A B C D
15. A B C D
Prueba de Avance Curricular
Lenguaje y Comunicación 6° básico
1. Lee el siguiente texto y responde las preguntas 1, 2, 3, 4 y 5.
El panadero avaro
Hace mucho pero mucho tiempo, en Perú, había una muchacha que se llamaba María y
vivía cerca de la casa de un panadero. María era muy pobre, y se ganaba el sustento
lavando la ropa de la gente del pueblo, y la gente le pagaba con alguna cesta de huevos o
con hortalizas del huerto.
Todas las mañanas, María se levantaba muy temprano y se ponía a lavar ropa. Mientras la
tendía fuera para que se secase, miraba por la ventana de la casa del panadero. A esa hora
ya se veían las barras de pan enfriándose. A María le encantaba el delicioso olor del pan
recién hecho que llegaba de la casa del panadero. Se imaginaba que era una reina y que
los panecillos y las barras de pan serían para ella y podría comérselos.
Cuando pasaba por delante de la casa del panadero, María decía a veces:
María se rió.
–¡Qué tontería, panadero! No tengo por qué pagar por el olor de tu pan.
–Yo creo que sí. Todas las mañanas me levanto temprano, mezclo la harina y la levadura,
la mantequilla y la sal, amaso la masa hasta que me duelen los brazos. Tú disfrutas del olor
de mi pan y no me das nada a cambio. ¡Deberías pagarme diez monedas de oro cada mes!
–¿Has oído lo que quiere hacer el panadero? ¡Quiere que María pague porque le gusta
oler el pan recién hecho!
El panadero estaba cada vez más enfadado, pues le parecía que todo el mundo se reía de
él. Al final, una tarde, se fue a ver a la jueza, muy conocida por sus sabías decisiones.
Expuso su caso y a la mañana siguiente colgaba un cartel en la plaza del pueblo que decía:
María estaba asustada. No tenía diez monedas de oro, de hecho, no tenía ninguna. No
sabía qué hacer, trabajaba de lavandera y le pagaban con comida. Una moneda de oro
valía tanto, que para conseguir una, María tendría que lavar la ropa de una persona por un
año. Pero esa tarde, cuando María llevó la ropa limpia y seca a la casa de la anciana que
vivía en la colina, la mujer le dijo:
–María, te voy a dar una moneda de oro para que la lleves al juzgado.
Cada vez que iba a casa de uno de sus clientes a llevar ropa o a recoger ropa, le daban una
moneda de oro. A todos les prometió que se las devolvería en cuanto pudiese.
Al tercer día por la mañana, María había conseguido las diez monedas de oro; las ató en
una punta del pañuelo y se fue hacia el juzgado.
Todo el pueblo se había reunido en la sala del tribunal para escuchar el juicio entre María
y el panadero. La jueza pidió silencio y le dijo al panadero que expusiera su caso.
–Todas las mañanas me levanto muy temprano para hacer el pan. Mezclo la harina y la
levadura, la mantequilla y la sal, y amaso la masa hasta que me duelen los brazos. María
A continuación, la jueza llamó a María y le preguntó: –María, ¿es verdad que cada mañana
hueles el pan del panadero?
–¿Es verdad que disfrutas del olor del pan del panadero?
–Sí, las he traído –dijo María –pero yo creo que no tengo que pagarle al panadero por el
olor de su pan. Si me hubiese comido el pan, entonces sí que tendría que pagarle.
–Eso ya lo decidiré más tarde –dijo la jueza–. Ahora, María, quiero que agites las diez
monedas que has traído.
María mostró el extremo del pañuelo en el que había atado las monedas, lo agitó y todo el
mundo en la sala oyó el sonido de las monedas.
La jueza dijo:
–Que todo el mundo salga de la sala durante quince minutos. Cuando vuelvan, anunciaré
mi decisión.
María salió. El panadero estaba de pie en el centro de la plaza restregándose las manos
con satisfacción.
–Sé que la jueza va a decir que María me entregue las diez monedas de oro –dijo.
Los vecinos hablaban entre ellos e intentaban adivinar cuál iba a ser la decisión de la jueza.
–María ha disfrutado del olor de su pan y usted del sonido de su dinero. Yo creo que ha
sido un intercambio justo.
d) Que era una reina y que esos panecillos eran para ella.
2. ¿Por qué razón el panadero decidió llevar su problema ante una jueza?
d) Porque María olía el pan cada mañana y el panadero quería que ella pagara por eso.
a) Se burlaron.
b) Fueron indiferentes.
a) Su honestidad.
b) Su avaricia.
c) Su esfuerzo.
d) Su bondad.
a) Levantarse.
b) Mezclar la harina.
c) Amasar el pan.
d) Preparar tortas.
El joven erudito
9. ¿Cuál era la expresión del joven ante las respuestas del barquero?
a) De asombro.
b) De admiración.
c) De tristeza.
d) De indiferencia.
(Adaptación)
Imaginen una mañana cualquiera, en la que llegan tarde a la escuela, sacan una mala nota
en Ciencias Sociales y terminan peleándose con su mejor amigo por una tontera. Ante tal
acumulación de pequeños desastres cotidianos, uno se siente tentado a creer que fueron
provocados por una misteriosa fuerza maléfica y que ha sido víctima de “un daño” o que
“lo han ojeado”.
En realidad, nada prueba que esta interpretación sea la correcta: como nos resulta difícil
reconocer nuestros errores o encontrar una explicación racional para la insólita cadena de
desgracias, preferimos echarle la culpa a una fuerza externa que fatalmente juega en
contra de nosotros. Este mecanismo se remonta a viejos tiempos, cuando el hombre
prehistórico recurría a soluciones mágicas, a falta de respuestas científicas para esclarecer
lo que no entendía o le generaba miedo. Cualquier fenómeno natural podía ser
interpretado como la intervención de un poder superior y maligno: la caída de un rayo, la
sequía y la consecuente falta de alimento, una pesadilla, la enfermedad, la muerte.
Un número importante de esas creencias contrarias a la razón sobrevivieron hasta
nuestros días como supersticiones. Por ejemplo, cruzarse con un gato negro, pasar por
debajo de una escalera, derramar sal o romper un espejo son acontecimientos que, para
muchos, atraen mala suerte.
Una de las supersticiones más antiguas y extendidas es “el mal de ojos” o la suposición de
que algunas personas envidiosas y malintencionadas poseen una mirada capaz de producir
un daño en los otros. Como suele decirse, ¡fulminan con la mirada! Los afectados experi-
mentan malestar físico, dolor de cabeza y otras dolencias; si son niños, no duermen bien,
están afiebrados o fastidiosos sin motivo. La palabra “envidia” se conecta con esa idea de
“mirar con malos ojos”, pues proviene del latín invideo, que significa “mirar por dentro,
querer mal, privar, quitar, impedir”.
Según la tradición islámica, los ojos de las mujeres viejas y de las recién casadas son
particularmente peligrosos, en tanto que los bebés y niños pequeños, los varones recién
casados y las mamás que acaban de dar a luz están más expuestos a ser “ojeados”. Un
recurso habitual para conjurar el mal de ojos en el mundo árabe es la jamsa, un talismán
con forma de mano simétrica en cuyos extremos hay dos pulgares. En otras culturas, se le
a) De las supersticiones.
b) Algo urgente.
c) Algo imperativo.
b) Romper un espejo.
d) Derramar sal.
Árbol
(Homero Arce)
a) Desde el aire.
b) Desde la tierra.
c) Desde el fuego.
d) Desde el agua.
17. ¿Cuál de las siguientes alternativas representa dos versos que NO riman?
a) “Éste árbol grande que nació pequeño… / …y desde el fondo de su oscuro sueño…”