Ejemplos de Descripción

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Taller de Creación literaria

Crea Delicias
Artista formador: Rafael Melo
Tema: Las formas elocutivas del lenguaje. Descripción

Ejemplo 1

Fragmento de:

El señor de los anillos


JRR Tolkien

Los Hobbits son un pueblo sencillo y muy antiguo, más numeroso en


tiempos remotos que en la actualidad. Amaban la paz, la tranquilidad y el
cultivo de la buena tierra, y no había para ellos paraje mejor que un campo bien
aprovechado y bien ordenado. No entienden ni entendían ni gustan de
maquinarias más complicadas que una fragua, un molino de agua o un telar de
mano, aunque fueron muy hábiles con toda clase de herramientas. En otros
tiempos desconfiaban en general de la Gente Grande, como nos llaman y
ahora nos eluden con terror y es difícil encontrarlos. Tienen el oído agudo y la
mirada penetrante, y aunque engordan fácilmente y nunca se apresuran si no
es necesario, se mueven con agilidad y destreza. Dominaron desde un
principio el arte de desaparecer rápido y en silencio, cuando la Gente
Grande con la que no querían tropezar se les acercaba casualmente, y han
desarrollado este arte hasta el punto de que a los Hombres puede parecerles
verdadera magia. Pero los Hobbits jamás han estudiado magia de ninguna
índole y esas rápidas desapariciones es se deben únicamente a una habilidad
profesional, que la herencia, la práctica y una íntima amistad con la tierra han
desarrollado tanto que es del todo inimitable para las razas más grandes y
desmayadas.
Los Hobbits son gente diminuta, más pequeña que los Enanos; menos
corpulenta y fornida, pero no mucho más baja. La estatura es variable, entre
los dos y los cuatro pies de nuestra medida. Hoy pocas veces alcanzan los
tres pies, pero se dice que en otros tiempos eran más altos. De acuerdo con el
Libro Rojo, Bandobras Tuk, apodado el Toro Bramador, hijo de Isengrim Ñ,
medía cuatro pies y medio y era capaz de montar a caballo. En los archivos de
los Hobbits se cuenta que sólo fue superado por dos famosos personajes de la
antigüedad, pero de este he cho curioso se habla en el presente libro.
En cuanto a los Hobbits de la Comarca, de quienes tratan estas
relaciones, conocieron en un tiempo la paz y la prosperidad y fueron entonces
un pueblo feliz. Vestían ropas de brillantes colores, y preferían el amarillo y el
verde; muy rara vez usaban zapatos, pues las plantas de los pies eran en ellos
duras como el cuero, fuertes y flexibles y los pies mismos estaban recubiertos
de un espeso pelo rizado, muy parecido al pelo de las cabezas, de color
castaño casi siempre. Por esta razón el único oficio que practicaban poco era el
de zapatero, pero tenían dedos largos y habilidosos que les permitían fabricar
muchos otros objetos útiles y agradables. En general los rostros eran
bonachones más que hermosos, anchos, de ojos vivos, mejillas rojizas y bocas
dispuestas a la risa, a la comida y a la bebida. Reían, comían y bebían a
menudo y de buena gana; les gustaban las bromas sencillas en todo momento
y comer seis veces al día (cuando podían). Eran hospitalarios, aficionados a
las fiestas, hacían regalos espontáneamente y los aceptaban con entusiasmo.
Es en verdad evidente que a pesar de un alejamiento posterior los
Hobbits son parientes nuestros: están más cerca de nosotros que los Elfos y
aun que los mismos Enanos. Antiguamente hablaban las lenguas de los
Hombres, adaptadas a su propia modalidad, y tenían casi las mismas
preferencias y aversiones que los Hombres. Mas ahora es imposible descubrir
en qué consiste nuestra relación con ellos. El origen de los Hobbits viene de
muy atrás, de los Días Antiguos, ya perdidos y olvidados. Sólo los Elfos
conservan algún registro de esa época desaparecida y sus tradiciones se
refieren casi únicamente a la historia élfica, historia donde los Hombres
aparecen muy de cuando en cuando; a los Hobbits ni siquiera se los menciona.
Sin embargo, es obvio que los Hobbits vivían en paz en la Tierra Media muchos
años antes que cualquier otro pueblo advirtiese siquiera que existían. Y como
el mundo se pobló luego de extravías e incontables criaturas, esta Gente
Pequeña pareció insignificante. Pero en los días de Bilbo y de Frodo, heredero
de Bilbo, se transformaron de pronto a pesar de ellos mismos en importantes y
famosos, y perturbaron los Concilios de los Grandes y de los Sabios.
Ejemplo 2

Fragmento de:
La rueda del tiempo
Robert Jordan
PRÓLOGO
El Monte del Dragón

El palacio todavía se agitaba en ocasiones mientras la tierra retumbaba


en la memoria; crujía como si quisiera negar lo acontecido. Haces de luz,
filtrados a través de las hendiduras de la pared, hacían resplandecer las motas
de polvo suspendidas en el aire. Las paredes, el suelo y los techos
conservaban las marcas del paso del fuego. Amplias manchas negras
cruzaban las pinturas y oropeles arrasados de lo que en otro tiempo eran
abigarrados murales; el hollín cubría frisos desmenuzados de hombres y
animales que parecían haber tratado de escapar antes de que la locura cesara.
Los cadáveres yacían por doquier; hombres, mujeres y niños alcanzados en la
huida por los rayos que se habían abatido sobre cada corredor, abrasados por
el fuego que les había seguido los pasos o atrapados en las piedras del palacio
que se habían abalanzado sobre ellos como organismos vivos antes del retorno
de la calma. Como curioso contrapunto, brillantes tapices y pinturas, todas
obras maestras, pendían incólumes excepto en los puntos en que las paredes
los habían empujado al pandearse. Los lujosos muebles labrados con
incrustaciones de oro y marfil, salvo los que fueron derribados por la
protuberancia del suelo, permanecían intactos. El gran descarriador de la
mente había golpeado en la esencia sin importarle los objetos que la rodeaban.

Lews Therin Telamon vagaba por el palacio, manteniendo hábilmente el


equilibrio cuando la tierra se levantaba.

- ¡Ilyena! Amor mío, ¿dónde estás?

El borde de su capa gris claro se arrastraba por la sangre mientras


caminaba por encima del cuerpo de una mujer de cabellos rubios cuya belleza
estaba desfigurada por el horror de sus últimos momentos; la incredulidad
había quedado plasmada en sus ojos, todavía abiertos.

- ¿Dónde estás, esposa mía? -seguía implorante-. ¿Dónde se han


escondido todos?

Sus ojos toparon con su propia imagen reflejada en un espejo que colgaba
torcido sobre el mármol cuarteado. Su atuendo, de color gris, escarlata y
dorado, antaño majestuoso, cuya tela primorosamente bordada había sido
traída por los mercaderes de allende el Mar del Mundo, se hallaba ahora ajada
y sucia, cargada con la misma capa de polvo que le cubría los cabellos y la
piel. Por un instante tocó el símbolo que lucía su capa, un círculo mitad blanco
y mitad negro, con los colores separados por una línea irregular. Aquel símbolo
tenía algún significado. Sin embargo, el emblema bordado no logró retener
largo tiempo su atención. Contemplaba su propio reflejo con igual asombro.
Un hombre alto, de mediana edad, apuesto en otro tiempo, pero que tenía
más cabellos blancos que castaños y un rostro marcado por el esfuerzo y la
preocupación; sus ojos oscuros habían visto ya demasiado. Lews Therin
comenzó a reír entre dientes, después echó la cabeza hacia atrás; su risa
resonó por las salas deshabitadas.

-¡Ilyena, amor mío! Ven a mí, esposa mía. Debes ver esto.

Tras él, el aire se ondulaba, relucía, se solidificaba para conformar el


contorno de un hombre que miró en torno a sí con la boca contraída en un
rictus de disgusto. De menor estatura que Lews Therin, vestía por completo de
negro con excepción de un lazo blanco que rodeaba su garganta y el adorno
plateado en la solapa de sus botas. Avanzó con cautela, recogiendo su capa
con fastidio para evitar que rozara a los muertos. El suelo experimentó un
leve temblor, pero su atención estaba concentrada en el hombre que reía de
cara al espejo.

-Señor de la Mañana -dijo-, he venido a buscarte.

La risa paró en seco, como si nunca hubiera existido, y Lews Therin se


volvió sin mostrar asombro alguno.

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