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Historia social del

mundo occidental
Del feudalismo a la
sociedad contemporánea

Susana Bianchi

Universidad
Nacional
de Quilines
Editorial

Bernal, 2010
IN T R O D U C C IÓ N

El curso de Historia social general se propone como inicio en el conoci­


miento histórico, a partir del análisis de los mismos procesos históricos,
dando una clave para su interpretación, de modo de otorgarles los marcos
generales apropiados para comprender los procesos específicos. Para ello, el
curso se centra en el ámbito de lo que José Luis Romero llamó la cultura
occid en tal, es decir, la peculiar sociedad que se constituye en Europa a par­
tir de la disolución del Imperio Romano.
La fusión de los legados romano, germánico y cristiano, la constitu­
ción de la sociedad feudal y la inserción en dicha sociedad del mundo bur­
gués, los procesos de transición al capitalismo y su emergencia a través de
las revoluciones burguesas, el apogeo de la sociedad burguesa y liberal, las
distintas expansiones del núcleo europeo, la crisis del mundo burgués, el
desarrollo del mundo socialista y del “tercer” mundo, y los principales de­
sarrollos contemporáneos —como el neoliberalismo y la disolución de la
Unión Soviética—son las principales etapas del proceso a analizar. Sobre es­
te proceso histórico, en el que consideramos pueden encontrarse las claves
de nuestro pasado, aspiramos a iniciar a los estudiantes en la perspectiva de
la historia social, entendida, según señala Eric J. Hobsbawm, como “histo­
ria de la sociedad”.1
Se trata de alcanzar, desde la perspectiva de sus actores, la percepción
de la realidad histórica entendida como un proceso único, complejo y a la
vez coherente y contradictorio. Para ello consideramos fundamental partir
del análisis específico de los distintos niveles que —como veremos—lo cons­
tituyen: el de las estructuras socioeconómicas, el de los sujetos sociales y sus
conflictos, el de los procesos políticos, el de las mentalidades e ideologías. A
partir de este análisis se establecerán las relaciones específicas que vinculan
a estos niveles y que permiten su integración dentro de un proceso general.

1 Véase Hobsbawm, Eric J. (1976), “De la historia social a la historia de las


sociedades”, en Tendencias actuales de la historia social y dem ográfica, México, Secretaría
de Educación Pública (SepSetentas).
Acerca de la historia social

El con cepto d e historia social

¿Qué entendemos por historia social? En 1941, el historiador francés Lu­


den Febvre señalaba:

No hay historia económica y social. Hay historia sin más, en su unidad. La his­
toria es por definición absolutamente social. En mi opinión, la historia es el es­
tudio científicamente elaborado de las diversas actividades y de las diversas
creaciones de los hombres de otros tiempos, captadas en su fecha, en el marco
de sociedades extremadamente variadas [...].2

En síntesis, para los fundadores de la escuela de los A nuales, el eje de la


preocupación de los historiadores, el objetivo de la historia, estaba dado
por el hombre y sus actividades creadoras. Sin embargo, como aclaran Car­
doso y Pérez Brignoli, es preciso evitar las confusiones de vocabulario.3 El
término h om b re no significaba personaje, en el sentido que lo empleaban los
historiadores del siglo XIX, que consideraban a la historia como el resulta­
do de las acciones de individuos destacados en el campo de la guerra y la
política. El término hombre incluía un sentido colectivo. En esta dirección,
el mismo Lucien Febvre agregaba: “[...] el objeto de nuestros estudios no
es un fragmento de lo real, uno de los aspectos aislados de la actividad hu­
mana, sino el hombre mismo, considerado en el seno de los grupos de que
es miembro”.
En otras palabras, la historia social, en sus orígenes, intentaba ser no
una especialización (como la historia económica, la historia política o la his­
toria demográfica), sino una historia global de la “sociedad en movimiento”.
En rigor, también existe una concepción de la historia social como una
especialidad, junto con la historia económica, la demográfica, la política, etc.
Su objeto está delimitado al estudio de los grandes conjuntos: los grupos, las
clases sociales, los sectores socioprofesionales. Como lo expresaba Albert
Soboul: “La historia social quiere ser también una disciplina particular
dentro del conjunto de las ciencias históricas. En este sentido más preciso,
aparece vinculada al estudio de la sociedad y de los grupos que la constitu­
yen Sin embargo, desde la visión de los fundadores de Anuales, la his­

2 Febvre, Lucien (1970), Combates p o r la historia, Barcelona, Ariel.


3 Cardoso, Ciro F. S. y Pérez Brignoli, Héctor (1984), Los m étodos d e la historia,
Barcelona, Crítica, pp. 289-336.
toria social debía constituirse en una síntesis de los diferentes aspectos de la
vida de la sociedad. Para ello, para cumplir con esta vocación de síntesis, se
consideraba necesario además recurrir a la colaboración de las distintas
ciencias sociales, fundamentalmente de la geografía, de la sociología y de la
economía.
¿Cuáles son los requisitos metodológicos necesarios para poder alcan­
zar esta “vocación de síntesis”? ¿Cómo encarar una historia que debe integrar
los resultados obtenidos por la historia demográfica, la historia económica,
la historia política, la historia de las ideas? Según George Duby, la historia
social debe construir un camino de convergencia entre una historia de la
civilización material y una historia de las mentalidades colectivas. Y para
alcanzar este objetivo fija tres principios metodológicos. En primer lugar,
como ya analizamos, destaca que “el hombre en sociedad constituye el ob­
jeto final de la investigación histórica”. La necesidad del análisis es lo que
lleva, en la totalidad del conjunto, a disociar diferentes n iveles de análisis,
a disociar los factores económicos de los políticos o de los mentales: “Su
vocación propia es la síntesis. Le toca recoger los resultados de investigacio­
nes llevadas a cabo simultáneamente en todos esos dominios, y reunirlos en
la unidad de una visión global.”4
El segundo principio que plantea Duby es “ocuparse de descubrir, en
el seno de una globalidad, las articulaciones verdaderas”. Y tratar de descu­
brir las “articulaciones verdaderas” significa establecer las vinculaciones re­
levantes, las relaciones significativas entre los diferentes niveles de análisis
que hacen comprensible la totalidad de la sociedad. En síntesis, en este
principio se plantea la necesidad de establecer los complejos nexos entre lo
económico, lo político y lo mental.
El tercer principio se refiere a otro problema de gran complejidad: el
tiempo histórico. “La investigación de las articulaciones evidencia, desde
un principio, que cada fuerza en acción, aunque dependiente del movi­
miento de todas las otras, se halla animada sin embargo de un impulso que
le es propio, [...] cada una se desarrolla en el interior de una duración rela­
tivamente autónoma.” En síntesis, se trata del problema de la duración, de
los ritmos diferentes que afectan a cada nivel de la vida social. De este mo­
do, D uby remarca la necesidad de estudiar, dentro de la globalidad, la evo­
lución de los distintos niveles, tanto en sus sincronías como en sus
diacronías.

4 Véase Duby, George (1977), H ombres y estructuras d e la E dad M edia, Madrid, Si­
glo XXI, pp. 250-271.
Los niveles de análisis

Indudablemente, la historia social encuentra en la economía un punto de


referencia imprescindible. Como señalan Cardoso y Pérez Brignoli: “N in­
gún historiador podría negar hoy que la estratificación social, la constitu­
ción de los grupos humanos, la estructuración de las relaciones sociales
entre grupos e individuos, puedan estudiarse, siquiera comprenderse, sin
tener en cuenta las bases materiales de la producción y distribución del ex­
cedente económico”. Resulta indudable que cada sociedad distribuye so­
cialmente su excedente económico según reglas específicas y en esta
distribución se fundamentan las jerarquías sociales. Además, en esta distri­
bución se fundamentan las relaciones de fuerza entre los distintos grupos
sociales y en ella se encuentran, muchas veces, las motivaciones de los con­
flictos sociales. También es necesario advertir contra un excesivo “economi­
cismo”: en los comportamientos de los grupos sociales, en sus relaciones de
fuerzas, en las bases de sus conflictos se encuentran muchos otros elemen­
tos además del interés económico. Es imposible reducir el estudio de las je­
rarquías sociales a su sola base económica sin tener en cuenta otros
elementos como la distribución del poder y la configuración de las menta­
lidades. No obstante, el estudio del fundamento económico de la sociedad
constituye un punto de partida indispensable.
El segundo nivel de análisis se refiere a la misma sociedad. Desde la
perspectiva de la historia social, se trata de un nivel particularmente rele­
vante, porque allí se ubican los sujetos del proceso histórico, entendiendo
por sujeto a “aquel al que se refieren las acciones”. Desde la antigüedad se
reconoció la diferencia social. Textos tan disímiles como la O disea o el An­
tigu o Testam ento se refieren a “ricos” y “pobres”, a “libres” y “esclavos”. Pe­
ro sólo el racionalismo de los siglos XVIII y XIX comenzó a explicar esta
diferenciación en términos de clases sociales. En este sentido, el mismo
Karl Marx reconoció su deuda con la obra de historiadores como Guizot.
Desde la perspectiva marxista, las clases sociales se configuran a partir
de la propiedad (o no) de los medios de producción. En este sentido, las
relaciones sociales (definidas como relaciones de producción) aparecen
también vinculadas a un cierto tipo de división del trabajo y a un cierto
grado de evolución de las fuerzas productivas. En síntesis, el concepto de
clase social se comprende en el contexto de un modo de producción (escla-
vismo, feudalismo, capitalismo) determinado. Es el modo de producción
el que determina la estructura de clases. A partir de allí, la relación se pre­
senta como relación de dependencia: las clases poseedoras son las clases do­
minantes, y las clases desposeídas, las dominadas. También para el
marxismo tiene una importancia fundamental el problema de la concien­
cia de clase, es decir, la percepción que cada clase tiene de su situación en
una estructura social determinada. Puede diferenciarse entre una clase sin
conciencia de sus intereses (clase en sí) de una clase con conciencia de ellos
(clase para sí) y se considera que una clase plenamente constituida es la que
ha alcanzado esta últim a situación. (Cabe agregar que M arx no escribió
ningún texto específico sobre las clases sociales, aunque hay numerosas re­
ferencias a lo largo de su obra.)
Resultan indudables los aportes del marxismo para la comprensión de
la estructura social. Sin embargo, también es cierto que en el análisis de los
procesos históricos concretos (la Revolución Francesa o la Revolución In­
dustrial, por ejemplo) muchas veces los sujetos no corresponden estricta­
mente a la división de clases. Se trata de sujetos que aún no han constituido
una “clase” —se trata de clases en formación—o que amalgaman a diferen­
tes sectores. Muchas veces son sujetos que no es posible definirlos exclusi­
vamente en términos clasistas (el Ejército, la Iglesia). O son sujetos (el
“pueblo”) que incluyen a diversas extracciones según el análisis de clase. En
síntesis, en el análisis de los sujetos reales toda una serie de grupos o cate­
gorías escapa de la clasificación en clases. De allí la preferencia de algunos
historiadores de elegir para el análisis de la sociedad conceptos como sec­
tores o grupos sociales, que hacen referencia a la complejidad de la consti­
tución de los sujetos históricos.
Otra manera de enfocar el problema es el análisis en términos de estra­
tificación social. En este sentido, la primera teoría importante fue la de Max
Weber quien distinguió en la jerarquización social tres dimensiones analíti­
cas: el poder económico (estratificación en “clases”), el poder político (estra­
tificación en “partidos”) y el honor social (estratificación en “estamentos”).5
Pero fue fundamentalmente la sociología funcionalista norteamerica­
na la que definió el concepto de estratificación social a partir de la necesi­
dad de la sociedad de una distribución interna de sus actividades y
funciones. A diferencia del análisis marxista, el funcionalismo presenta la
estratificación social no como un corte tajante del cuerpo social sino como
la gradación, dentro de un con tin u u m , entre quienes tienen mayor o me­
nor prestigio social, entre quienes tienen mayores o menores ingresos.
Dentro de este nivel, el de la sociedad, también se incluye el estudio de
los movimientos sociales, indisoluble, muchas veces, del nivel de la política.

5 Véase Weber, Max (1984), E conom ía y sociedad, México, Fondo de Cultura


Económica, pp. 244-248.
Como señalan Cardoso y Pérez Brignoli, nos enfrentamos aquí con una
historia de masas: campesinos, esclavos, obreros, bandoleros sociales. Al de­
cir de George Rude, es la m ultitud la que irrumpe en la historia. Diseñar
una clasificación de los movimientos, los conflictos y las luchas sociales no
es una tarea simple: su explicación se refiere necesariamente a los distintos
tipos de estructura económica y social en los que se desarrollan (movimien­
tos campesinos, preindustriales, industriales, etc.) y con un tipo de menta­
lidad específica.
De este modo, es válido preguntarse: ¿cuáles son las principales cues­
tiones a plantear en el estudio de un movimiento social? Rude, en este sen­
tido, proporciona una guía valiosa: se trata, en primer lugar, de ubicar el
estallido de violencia en su momento histórico; de delim itar la composi­
ción y la dimensión de la m ultitud en acción; de establecer los blancos de
sus ataques. Esto permitirá establecer la identidad del pueblo llano que par­
ticipa del curso de la historia. Permitirá responder a la cuestión de ¿quiénes?
Pero, según Rude, esto no es suficiente y es necesario también responder a
la pregunta: ¿por q u é? 6
Es necesario establecer, dentro de los diferentes movimientos sociales,
los objetivos a corto y a largo plazo, distinguir la línea entre las motivacio­
nes socioeconómicas y las políticas. Y fundamentalmente, es necesario ras­
trear el conjunto de ideas subyacentes, toda la gama de convicciones y
creencias que hay debajo de la acción social o política.
Y esta cuestión nos remite a otro nivel de análisis fundamental para la
constitución de la historia social: el de las mentalidades. La introducción
del estudio de las mentalidades implicó un doble cambio. Por un lado, las
explicaciones basadas exclusivamente en las motivaciones mentales de los
“grandes hombres” (sus intereses o sus desintereses, su egoísmo o su altruis­
mo) fueron dejadas de lado a favor de lo colectivo, que en todos sus mati­
ces y manifestaciones hicieron su ingreso en el campo de la investigación
historiográfica. Por otro lado, dejó de considerarse a la psicología humana
como un dato invariable y fue considerada como algo cambiante dentro
del contexto histórico-social. Sin embargo, tampoco puede plantearse una
vinculación demasiado mecanicista entre las estructuras económico-socia­
les y las mentalidades. Ellas evolucionan con un ritmo particular, tal vez
más lentamente que el de la sociedad global. De allí que Braudel haya po­
dido definir las mentalidades como “cárceles de larga duración”.

6 Rude, George (1981), R evuelta pop u la r y con cien cia d e clase, Barcelona, Crítica,
pp. 15-48.
¿Cómo abordar un campo tan amplio que incluye desde creencias, ac­
titudes y valores hasta los aspectos más prosaicos de la vida cotidiana?7
Según Robert Mandrou, es posible encarar la cuestión desde una do­
ble perspectiva. En primer lugar, es necesario reconstruir las herramientas
mentales propias de los distintos grupos o las distintas clases sociales: hábi­
tos de pensamiento, ideas socialmente trasmitidas y admitidas, concepcio­
nes del mundo. Estos son, en síntesis, los instrumentos mentales de que
disponen los hombres en una época y en una sociedad determinada. Entre
estos instrumentos mentales, el problema del lenguaje, con sus mutaciones
no constituye una cuestión menor. En segundo lugar, es necesario definir
los climas de sensibilidad, las influencias, los contactos, la propagación de
ideas y de corrientes de pensamiento.
Es necesario también conocer cómo se forman, se difunden, se trans­
forman y se perpetúan esos instrumentos mentales: en este sentido, la edu­
cación, entendida en el sentido más amplio de los intercambios entre los
individuos y su grupo, y la información resultan áreas claves para el análi­
sis. A esto se suma la indagación de creencias, mitos y rituales, representa­
ciones colectivas a las que se puede acceder a través de los símbolos y
formas de expresión. Dentro del nivel de las mentalidades podrían sumar­
se muchas otras cuestiones, lo importante es destacar el desplazamiento del
centro de interés de los historiadores desde lo individual a lo colectivo.
En resumen, la aspiración a la síntesis entre los distintos niveles de
análisis (la economía, la sociedad, la política, las mentalidades), propia de la
historia social, sobre todo a partir de 1960, mostró un pronunciado dina­
mismo y dio resultados de indudable calidad.

Historia social / historia narrativa / “microhistoria”:


los cambios en las perspectivas historiográficas

A partir del desarrollo de la historia social, los historiadores consideraron


desprestigiada la forma tradicional de relatar la historia según una descrip­
ción ordenada cronológicamente de los acontecimientos. Esta actividad fue
calificada, despectivamente, por los seguidores de Anuales, como “l'h isto i­
re év én em en tielle”. Sin embargo, desde fines de la década de 1970, como se­
ñala Lawrence Stone, parece registrarse entre algunos historiadores una

7 Le Goff, Jacques (1980), “Las mentalidades. Una historia ambigua”, en Le Goff,


Jacques y Pierre Nora (dir.), H acer la historia. Vol. III. N uevos tem as, Barcelona, Laia, pp.
81-97.
vuelta a la narrativa. ¿Qué significa narrativa en este nuevo contexto? El
término se refiere a la organización del material historiográfico en un rela­
to único y coherente, y con una ordenación que acentúa la descripción an­
tes que el análisis. Se ocupa además de lo particular y específico antes que
de lo colectivo y lo estadístico. En síntesis, según Stone, la historia narrati­
va es un nuevo modo de escritura histórica, pero que afecta y es afectado
por el contenido y el método.8
¿Cuáles fueron las causas de esta vuelta a la narrativa? Según Stone, con­
currieron varios factores. Un determinismo mecanicista en las explicaciones
socioeconómicas había dejado de lado el papel de los hombres —individuos
y grupos—en la toma de decisiones. Esto había minimizado el papel de la
política —incluidas las acciones militares—dentro de la historia. También el
resultado de los métodos cuantitativos fue modesto en relación con las ex­
pectativas, sobre todo por la falta de confiabilidad de los datos para deter­
minados períodos históricos. Y estos desencantos llevaron a algunos histo­
riadores a reformular las características de su oficio.
¿Qué características asume entonces esta historia narrativa? En primer
lugar, su modo de escritura es el relato. Frente a una historia de “especia­
listas”, la historia narrativa procura llegar a un público más amplio: inten­
ta que sus hallazgos resulten accesibles a un círculo de lectores, que sin ser
expertos en la materia, estén deseosos de conocer estos nuevos e innovado­
res planteos. En segundo lugar, el interés por las normas de comportamien­
to, por las emociones, los valores, los estados mentales de los hombres y las
mujeres llevaron a que, dentro del análisis historiográfico, la economía y la
sociología fueran sustituidas por la antropología.
En efecto, la antropología enseñó a los historiadores cómo un sistema
social puede ser ilum inado por un registro minucioso y elaborado de un
suceso particular, ubicado en la totalidad de su contexto. En este sentido,
el modelo arquetípico fue la “descripción densa” efectuada por el antropó­
logo norteamericano Clifford Geertz.9
Como señala Stone, es cierto que los historiadores no pueden hacer,
como los antropólogos, acto de presencia ante los sucesos que describen,
pero también es cierto que, en las fuentes, es posible encontrar un sinnú­
mero de testimonios que pueden indicarle cómo fue haber estado en el lu­
gar de los hechos.

8 Véase Stone, Lawrence (1986), El pasado y e l presen te, México, Fondo de Cultura
Económica, pp. 95-129.
9 Véase Geertz, Clifford (1987), La interpretación de las culturas, México, Gedisa,
“Juego profundo: notas sobre la riña de gallos en Bali”, pp. 339-372.
Y esta tendencia también llevó entonces a la narración de un suceso
único, al desarrollo de una historia, la m icroh istoria que se desarrollaba a
una escala menor, cronológica y espacial. Los ejemplos son muchos. Entre
otros, puede citarse el caso de George Duby, quien tras haber investigado
durante muchos años a la sociedad feudal francesa según las pautas de la
historia social, escribió un libro, Le d im a n ch e d e B ouvines, sobre un suceso
único, la batalla de Bouvines, y a través de esto buscó esclarecer las carac­
terísticas del feudalismo de comienzos del siglo XIII. Es también la línea tra­
bajada por Cario Ginzburg quien, en El queso y los gusanos, realizó una
minuciosa descripción de la visión de la cosmología de un oscuro moline­
ro italiano del siglo XVI para mostrar el impacto de las ideas de la reforma
religiosa. Emanuel Le Roy Ladurie, en Le ca rn a v a l d e Romans, narró un
único y sangriento episodio ocurrido en un pequeño pueblo del sur de
Francia para revelar las tendencias antagónicas que desgarraban a la socie­
dad. Y los ejemplos podrían multiplicarse.
Sin embargo, Stone señala las diferencias que se establecen entre esta
nueva historia y la narrativa tradicional. En primer lugar, esta nueva narra­
tiva se interesa por la vida, las actitudes y los valores de los pobres y anóni­
mos y no tanto por los poderosos y por los “grandes hombres”. En segundo
lugar, la descripción que presenta es indisociable del análisis: pretende res­
ponder no sólo a la pregunta ¿cómo?, sino también al ¿por qué? En tercer
lugar, es una historia que se abre a nuevas fuentes, que busca nuevos mé­
todos y formas innovadoras no sólo de exposición sino también de acceso
al conocimiento. Y por último, su diferencia fundamental: el relato sobre
una persona o sobre un hecho único no indica que el interés esté centrado
sobre los mismos, interesan en tanto arrojen una nueva luz sobre las cultu­
ras y las sociedades del pasado.
Para Stone, el surgimiento de la historia narrativa implicaba el fin de
una era, el de las explicaciones coherentes y globalizadoras de la historia so­
cial. Sin embargo, ¿es válido establecer esta oposición entre historia social
y microhistoria? Y sobre este interrogante reflexionó Eric J. Hobsbawm en
su réplica al trabajo de Stone.
Desde la perspectiva de Hobsbawm no es válida la afirmación de Law­
rence Stone acerca de que los historiadores hayan dejado de tener interés
en responder a los grandes “¿por qué?”, de que se hayan desentendido de
encontrar las explicaciones globales de los procesos históricos.10 Si bien re­
conoce que ha ganado terreno —sobre todo en Inglaterra— una historia

8 Hobsbawm, Eric J. (1986), “El renacimiento de la historia narrativa: algunos


comentarios”, en Historias, núm. 14, julio-septiembre, México.
“neoconservadora”, dedicada a una descripción minuciosa de hechos polí­
ticos que niega la existencia de algún significado histórico profundo, más
allá de vaivenes accidentales, Hobsbawm considera que esta forma de ha­
cer historia no indica cómo se constituyen las tendencias generales:

Casi para la mayor parte de ellas el acontecimiento, el individuo, hasta la re­


cuperación de cierta atmósfera o de cierta manera de pensar el pasado, no son
fines en sí mismos, sino medios para iluminar algún asunto más amplio, lo
cual rebasa a la historia particular y a sus personajes.
En pocas palabras, los historiadores que aún creen en la posibilidad de ge­
neralizar sobre las sociedades humanas y sus desarrollos, siguen interesados en
las grandes preguntas del p o r qué> aunque algunas veces puedan enfocar en in­
terrogantes diferentes a aquellos en los que se concentraron hace veinte o trein­
ta años.

Es cierto que el rechazo a un excesivo y mecanicista determinismo econó­


mico llevó a abrirse a nuevas cuestiones, a nuevas áreas del conocimiento,
pero la ampliación del campo de la historia no está en conflicto con el es­
fuerzo de producir una síntesis, entendida como una explicación coherente
del pasado. La nueva historia de hombres, mentalidades y acontecimientos
puede ser vista, por lo tanto, como algo que complementa pero que no su­
planta el análisis de los procesos socioeconómicos. En este sentido no hay
contradicción entre la obra general realizada por George Duby y su estu­
dio sobre la batalla de Bouvines: ambos trabajos apuntan a la mejor com­
prensión de la sociedad feudal francesa. Como señala Hobsbawm:

No tiene nada de nuevo elegir ver el mundo a través de un microscopio y no


con un telescopio. En la medida en que aceptemos que estamos estudiando el
mismo cosmos, la elección entre microcosmos y macrocosmos es asunto de se­
leccionar la técnica apropiada. Resulta significativo que en la actualidad sean
más historiadores los que encuentran útil al microscopio, pero esto no signi­
fica necesariamente que rechacen los telescopios porque éstos estén pasados de
moda.

En síntesis, la oposición entre historia social y microhistoria no parece ser


insuperable.
Las causas del Neolítico Hace unos 7.500 años, el ganado vacuno se incorporó a la lista de
animales domesticados. A causa de su corpulencia y fuerza, constituye por
Los primeros intentos de comprender la transición al Neolítico se vie­ derecho propio un progreso importante. Enganchado a arados, que se in­
ron entorpecidos por la creencia de que todos los cazadores y recolectores ventaron hacia el 5.500 B.P. o incluso antes, el ganado vacuno permitió
llevaban una vida «desagradable, vil, embrutecida», que transcurría en labrar una extensa variedad de suelos vírgenes. Al crecer la población, los
una búsqueda gris e interminable de caza y sustancias comestibles. En los asentamientos en poblados se difundieron por la 2ona meridional, fértil
últimos años, como veremos en el capítulo 11, los antropólogos han mos­ pero seca, del valle del Tigris-Eufrates. Los densos agrupamientos de aldeas
trado que los cazadores y recolectores gozan de niveles más altos de salud y pequeñas ciudades, confinados en principio a los márgenes de las corrien- r1
y nutrición y de mucho más ocio que la mayoría de los pueblos agrícolas tes de agua naturales, tuvieron que recurrir cada vez más al regadío artifi­
cia] para regar sus campos de trigo y cebada. Hacia el 6.350 B.P. se levan­
(Sahlins, 1972). Sin embargo, esta «opulencia» sólo se puede mantener
taron templos monumentales de ladrillo de adobe en el centro de importan­
mediante una estricta limitación del tamaño de la población y únicamente
tes ciudades como Eridu y Al Ubaid. Finalmente, como en Uruk, entre el
en la medida en que las condiciones climáticas y ecológicas son favorables
5.800 y el 5.200 B.P., aparecieron las primeras ciudades cuyas calles, casas,
a la supervivencia y reproducción de las plantas y animales comestioles.
templos, palacios y fortificaciones ocupaban extensiones de cientos de acres
Se dispone de elementos de juicio que indican que, después del Pleistoce- y estaban rodeadas por miles de acres de campos de regadíos.
no, los habitantes más antiguos del Oriente Medio afrontaron una situación El catálogo de logros tecnológicos comprendía el hilado y tejido (inven­
ecológica deteriorada y experimentaron una creciente presión demográfi­ ciones neolíticas muy antiguas), así como la cerámica, la fundición y cola­
ca. E l modo de caza y recolección de espectro amplio se puede interpretar do del bronce, el ladrillo cocido, la manipostería con arcos, el torno del
como una respuesta a una disminución en la disponibilidad de protemas alfarero, los barcos de vela, los primeros vehículos de ruedas, la escritura,
procedentes de la caza mayor y de plantas ricas en calorías El hecho de los calendarios para computar el tiempo, pesos y medidas, y los inicios de
que la recolección de semillas, que requieren una complicada elaboración las matemáticas. Aquí, y por primera vez, las comunidades humanas se
para su transformación en harina, asumiera tal importancia entre los natu- dividieron en gobernantes y gobernados, ricos y pobres, individuos que
fienses y otros cazadores y recolectores preneolíticos sugiere que sólo po­ saben leer y escribir y analfabetos, ciudadanos y campesinos, artistas, gue­
dían mantener un nivel de vida alto trabajando más tiempo y más rreros, sacerdotes y reyes.
duramente que los más opulentos pueblos del Paleolítico Superior. En Volveremos sobre la cuestión de las causas generales del desarrollo de
efecto, hay alguna justificación para interpretar la época de los modos de las ciudades y estados en el capítulo 17. El proceso de formación de estados
producción de espectro amplio en Europa, el Oriente Medio y otras regio­ de Mesopotainia (la región situada entre los ríos Tigris y Eufrates) parece
nes, que precede al desarrollo de la agricultura, como una «crisis» prenis- haber implicado varios factores que se repiten en otras regiones en las que
tórica en la producción de alimentos (Mark Cohén, 1977). se desarrollaron ciudades y estados después de la aparición de las aldeas
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agrícolas. Los suelos mesopotámicos eran sumamente fértiles, pero debido
la población se duplicaba cada 700 años. Así, partiendo de la cifra de a la carencia de lluvias, fue necesario el regadío para aumentar e intensificar
100.000 habitantes en el 10.000 B.P., la población del Oriente Medio al­ la producción agrícola. Al crecer la densidad demográfica, también lo hizo
canzó probablemente los 3,2 millones poco antes del 6.000 B.P.; es decir, la competencia dentro y entre asentamientos locales por el acceso y control
se incrementó 30 veces en 4.000 años. En este tiempo, las especies domes­ del agua necesaria para el regadío. Mesopotamia era también deficitaria en
ticadas originarias y las técnicas neolíticas ya no podían mantener el alto piedra, minerales metalíferos, madera y muchas otras materias primas. Estas
rendimiento per cápita e input de trabajo característico de los años en que carencias se compensaban mediante el comercio extensivo con otras regio­
la tierra era abundante y la población reducida. En concreto, las proteínas nes; así, la necesidad de organizar y controlar las actividades comerciales
animales per cápita probablemente se hicieron más escasas debido a la ur fusionó con la de organizar y controlar los sistemas de abastecimiento
il<- agua y regular la distribución de las cosechas de cereales. La tarea de
utilización de las tierras de pasto para el cultivo de alimentos y a los eleva­ •tiranizar la producción, distribución, comercio y defensa fue gradualmen­
dos gastos que supone alimentar al ganado con granos. Esta situación se te asumida por una jerarquía político-religioso-militar, que formó el núcleo
vio agravada por las desigualdades en el acceso a los bienes y servicios di; las orimeras buroaatias estatales.
u-lacionados con el surgimiento del Estado (véase el apartado siguiente).
listos grupos elitistas proporcionaban servicios en forma de cómpiUo pago de los impuestos, no podrán seguir utilizando el mismo modo de
inodiante calendarios, provisión de raciones de emergencia, apoyo a los es- producción y tendrán que sufrir penalidades o conformarse con un nivel
|h<¡alistas artesanos y ceremoniales religiosos. Con el tiempo, se convirtie- de vida más bajo (Carneiro, 1970). En grandes jefaturas situadas en hábi­
lon en clases explotadoras cuyo poder despótico se asentaba en el control tats circunscritos algunas personas e incluso aldeas enteras preferirán aceptar
ilo una fuerza policial y militar. ¡Mediante la imposición de diversas formas un status político de subordinación permanente a tener que emigrar a un
■lo tributación, las clases dirigentes dinásticas consiguieron desviar una par­ hábitat poco favorable en el que se vieran obligados a cambiar todo su
ir sustancial de las cosechas de la población agrícola hacia empresas esta­ modo de vida.
tales, impidiendo así a los campesinos productores de alimentos reducir Los datos arqueológicos sugieren que los primeros estados surgieron
sus esfuerzos productivos o gozar del ocio o seguridad que vinculamos en valles fluviales áridos, costas, valles de montañas u otros hábitats cir­
miiiitiva pero erróneamente a la adopción de tecnologías avanzadas. La cunscritos (Renfrew, 1973). En este tipo de hábitats no sería necesario
IM'tlaiina extensión de las obras de regadío proporcionó nuevos medios de emplear una coerción física directa para mantener disciplinados a los cam­
consolidar e intensificar el poder de la élite dirigente sobre la ¿ente y la pesinos. El parentesco se utilizaría para justificar el acceso diferencial a los
imili raleza. Examinaré más detenidamente estos procesos en el capítulo 17 recursos por parte de linajes mayores y menores y grupos de alianza dona­
dores y donatarios de esposas (los que daban esposas lo harían a cambio
de tributos y servicios laborales). El acceso a las cosechas almacenadas
podría hacerse depender de la prestación de servicios de tipo militar o
EL CONTROL Y EL ORIGEN DEL ESTADO artesanal. La guerra exterior se recrudecería y las aldeas derrotadas serían
incorporadas a la red fiscal y tributaria. Un creciente cuerpo de especialistas
militares, religiosos y artesanos obtendría su sustento de los almacenes cen­
Cuanto más grande y densa es la población, mayor es la red redistribu­ trales de comida, dando soporte a la imagen de los gobernantes como bené­
irva y el poder del jefe guerrero redistribuidor. Rajo ciertas circunstancias, ficos «grandes proveedores». Y la distancia social am e la élite polidaco-
que especificaremos enseguida, la balanza del poder entre los jefes, de una militar-sacerdotal-gerencial y la clase de los campesinos productores de
pane, y los productores de alimentos ordinarios, de otra, se vuelve muy alimentos continuaría ensanchándose a medida que aumentaba la produc­
desequilibrada. Las contribuciones al almacén central dejan de ser volunta­ ción de alimentos, se expandían las redes comerciales, crecía la población
rias y se convierten en tributos; el acceso a las tierras cultivables y los y se intensificaba la producción mediante la tributación y el reclutamiento
recursos naturales dejan de ser un derecho, transformándose en un favor; forzoso de mano de obra (cf. Fried, 1978; Service, 1975).
los redistribuidores dejan de ser jefes para convertirse en reyes, y las jefa-
Con arreglo a Jos datos arqueológicos, parece probable que algunos de
•oras dejan de ser jefaturas para convertirle en estados. los estados más antiguos surgieron en valles fluviales y de montaña y
I-os estados maduros tienen varios niveles de gobierno, es decir, otros hábitats circunscritos del Oriente Medio y Mesoamérica (Renfrew,
1973). Sin embargo, la arqueología también aporta elementos de juicio que
burocracias administrativas que coordinan las actividades militares, eco­
indican que algunos de los estados más antiguos tal vez surgieron en há­
nómicas, legales y rituales de una red de aldeas (Wright, 1977). Desde
bitats no circunscritos (Macneish, s.f.). No puede decirse que los mayas,
un punto de vista arqueológico, el Estado resulta a menudo idcntificable
por ejemplo, tal como se los describe en el capítulo 10, se ajusten a la
| H » r la estratificación del yacimiento: grandes poblados con edificios pú-
teoría de Carneiro. Mucha investigación resta aún por hacer antes de que
b ¡ i- rodeados de caseríos y aldeas más pequeñas (Price, 1977; McEvan y esta cuestión quede del todo clarificada.
Una vez nacidos los primeros estados, ellos mismos constituyeron
Una de las condiciones que, probablemente, contribuyeron al desarrollo barreras contra la huida de la gente que trataba de mantener sistemas
ile los primeros estados fue la concentración de la población en hábitats igualitarios. Por añadidura, al tener estados por vecinos, los pueblos
restringidos, como estrechos valles fluviales rodeados de desiertos o valles igualitarias se ven arrastrados a la guerra y obligados a incrementar la
montañosos rodeados de escarpadas laderas. Estos se denominan hábitats producción y a conferir a sus jefes redistribuidores cada vez más poder a
circunscritos, porque si la gente intenta emigrar de ellos a fin de evitar el fin de mantenerse frente a las tendencias expansionistas de sus vecinos.
Así, la mayoría de los estados del mundo tiene su origen en una gran
diversidad de condiciones históricas y ecológicas específicas (Fried, 1967).
Y una vez nacidos, tienden a expandirse conquistando y dominando a los
pueblos no estatales (Carneiro, 1978).
Un imperio americano autóctono nunca soñados por el pobre «jefe» mehinacu en su quejumbrosa búsqueda
diaria de respeto y obediencia. La gente ordinaria no podía acercarse cara
Vías evolutivas alternativas condujeron a sistemas estatales más gran­ a cara al Inca. Sus audiencias privadas se realizaban detrás de un biombo
des y centralizados que los de Europa medieval. En diversas regiones sur­ y todos los que se le acercaban llevaban úna carga sobre sus espaldas.
gieron sistemas que incorporaban en su seno a centenares de antiguos Cuando viajaba, era transportado, sobre un palanquín adornado, por equi­
estados más pequeños, formando superestados o imperios altamente cen­ pos especiales de portadores (Masón, 1957: 184). Un pequeño ejército de
tralizados. En el Nuevo Mundo, el mayor y más poderoso de estos sistemas barrenderos, aguadores, leñadores, cocineros, guardarropas, tesoreros, jardi­
neros y cazadores atendía las necesidades domésticas del Inca en su palacio
Iue el Imperio inca.
del Cuzco, Ja capital del imperio. Según las crónicas de Garcilaso de la '
En su momento culminante, el Imperio inca se extendía a lo largo de
Vega, si los miembros del mismo ofendían al Inca, su aldea entera era
3.000 km, desde el norte de Chile hasta el sur de Colombia, contando con destruida.
uní» población de unos seis millones de habitantes. Debido a la interven­
ción del gobierno en el modo básico de producción, la agricultura no se El Estado y el control del pensamiento
encontraba organizada en función de haciendas feudales, sino en función
de aldeas, distritos y provincias. Cada una de estas unidades estaba bajo Las grandes poblaciones, el anonimato, el empleo de dinero y las vastas
la supervisión no de un señor feudal que había jurado fidelidad a otro diferencias en riqueza hacen que el mantenimiento de la ley y el orden sea
superior a él y que era libre para usar sus tierras y mano de obra como más difícil en las sociedades estatales que en las bandas, aldeas y jefaturas,
juzgara conveniente, sino de funcionarios del gobierno, nombrados por el listo explica la gran complejidad tanto de las fuerzas policiales y paramili-
Inca y responsables de la planificación de obras públicas y la entrega de tares como de las demás instituciones y especialistas estatales que se ocupan
los contingentes de mano de obra, alimentos y otros materiales establecidos del crimen y del castigo. Aunque, en última instancia, todo Estado se halla
por el gobierno (Morris, 1976). Las tierras de la aldea estaban divididas preparado para aplastar a los criminales y subversivos políticos encarcelán­
en tres partes, la mayor de las cuales constituía, probablemente, la dolos, mutilándolos o ejecutándolos, el peso de la labor cotidiana de man­
fuente de subsistencia de los propios trabajadores; las cosechas de las tener la ley y el orden frente a individuos o grupos descontentos lo
partes segunda y tercera se entregaban a los agentes eclesiásticos y guberna­ soportan, en su mayor parte, instituciones que tratan de confundir, dis­
mentales, quienes las almacenaban en graneros provinciales. La distribución traer o desmoralizar a los alborotadores en potencia antes de que sea
de estas provisiones estaba totalmente bajo el control de la administración necesario someterlos por la fuerza. Por tanto, todo Estado, antiguo o mo­
central. Asimismo, cuando se necesitaba mano de obra para construir carre­ derno, dispone de especialistas que realizan servicios ideológicos en apoyo
teras, puentes, canales, fortalezas u otras obras públicas, los reclutadores del statu quo. A menudo, estos servicios se prestan de formas y en con­
del gobierno llegaban directamente a las aldeas. Debido a la dimensión textos que no parecen tener relación con los problemas económicos o
de la red administrativa y a la densidad demográfica, enormes masas de políticos.
trabajadores se podían poner a disposición de los ingenieros incas. En la Así, por ejemplo, el aparato de control del pensamiento de los sistemas
construcción de la fortaleza de Sacsahuamán, en Cuzco, probablemente la i:statales preindustriales se compone de instituciones mágico-religiosas. Las
complejas religiones de los incas, aztecas, antiguos egipcios y otras civili­
mayor construcción de manipostería en el Nuevo Mundo, se emplearon
zaciones preindustriales santificaban los privilegios y poderes de la élite
30.000 personas en cortar, extraer, transportar y levantar enormes monoli­
di rigente. Defendían la doctrina de la filiación divina del Inca y del faraón
tos, algunos de los cuales pesaban hasta 200 toneladas. Contingentes de
y enseñaban que el equilibrio y continuidad del universo exigían la subor­
trabajo de esta magnitud eran raros en la Europa medieval, pero no así
dinación de los plebeyos a personas de nacimiento noble y divino. Entre los
en el Egipto, el Oriente Medio y la China antiguos. (Debe recordarse que
aztecas, los sacerdotes estaban convencidos de que los dioses debían ser
los incas carecían de útiles de metal, vehículos de ruedas y poleas; véase alimentados con sangre humana; y arrancaban personalmente los corazones
capítulos 9 y 10.)
latientes de los prisioneros de guerra en lo alto de las pirámides de
El control de todo el imperio se concentraba en manos del Inca, pri­ Tenochtitlán (véase capítulo 22). En muchos estados, la religión ha sido
mogénito del primogénito, descendiente del dios del Sol y ser celestial de
santidad sin igual. Este «dios sobre la Tierra» gozaba de un poder y lujo
nunca so n a d a iior p I m^Uirwjfn mn m nnAinmUfAcA
Tenochtitlán (véase capítulo 22). En muchos estados, la religión ha sido Sin embargo, los medios modernos más poderosos de control del pen­
utilizada para condicionar a grandes masas a aceptar la depauperación samiento puede que no estén en los narcóticos electrónicos de la indus­
relativa como una necesidad, a esperar recompensas materiales en la otra tria de entretenimiento, sino en el apartado de educación obligatoria apo­
vida en vez de en el presente y a mostrarse agradecidos por los pequeños yado por el Estado. Maestros y escuelas satifacen evidentemente las nece­
favores recibidos de los superiores (pues la ingratitud acarrea una retribu­ sidades instrumentales de las complejas civilizaciones industriales adiestran­
ción llameante en esta vida o en un infierna futuro). do a cada generación en los servicios técnicos y de organización necesarios
Para transmitir mensajes de este tipo y demostrar las verdades en para la supervivencia y bienestar. Pero maestros y escuelas también dedican
las que están basados, las sociedades estatales invierten una gran parte de mucho tiempo a una educación no instrumental: formación cívica, historia,
la riqueza nacional en arquitectura monumental. Desde las pirámides de educación política y estudios sociales. Estas materias están llenas de supues­
lígipto o Teotihuacán hasta las catedrales góticas de la Europa medieval, tos implícitos y explícitos sobre la cultura, el ser humano y la naturaleza
el monumentalismo de los edificios religiosos subvencionados por el Estado que mdican la superioridad del sistema político-económico en el que son
lia tenido un tema común: hacer que el individuo se sienta impotente e enseñadas, En la Unión Soviética y otros países comunistas muy centrali­
insignificante. Los grandes edificios públicos, ya parezcan flotar como en zados, no se hace ningún intento para enmascarar el hecho de que una de
el caso de la catedral de Amiens o aplastar el suelo con un peso infinito las^ principales funciones de la educación obligatoria es el adoctrinamiento
romo en el caso de las pirámides de Khufu, enseñan la inutilidad del des­ político. Las democracias capitalistas occidentales son, en general, menos
contento, la invencibilidad de los que gobiernan y la gloria del cielo y los propensas a reconocer que sus sistemas educativos son también instrumen­
dioses. tos de control político. Muchos maestros y alumnos, al carecer de una pers­
pectiva comparativa, no son conscientes del grado en que sus libros, planes
de estudios y exposiciones en dase apoyan al statu quo. Sin embargo, en
F.l control del pensamiento en contextos modernos otras partes, consejos locales de educación, juntas de regentes y comités
legislativos exigen abiertamente la conformidad con el statu quo (Kozol,
Una manera importante de lograr el control del pensamiento consiste 1973; Wax y otros, 1961; Ianni y Story, 1973; Gearing y Tindale, 1973;
no en asustar o amenazar a las masas, sino en invitarlas a identificarse con Freiré, 1973; D. Smith, 1974).
la élite gobernante y gozar indirectamente de la pompa de los acontecimien­ Los modernos sistemas de educación obligatoria, desde los jardines de
tos estatales. Espectáculos públicos tales como procesiones religiosas, coro­ infancia hasta las universidades, operan con un doble modelo políticamente
naciones y desfiles de victoria operan en contra de los efectos alienantes de útil. En la esfera de la matemática y de las ciencias biofísicas, se estimula
la pobreza y la explotación. Como todo el mundo sabe, durante la época a los estudiantes a que sean creativos, perseverantes, metódicos, lógicos e
inquisitivos. Por otra parte, los cursos que tratan de los fenómenos cultu­
romana, las masas eran sometidas a control permitiéndoles contemplar com­ rales evitan sistemáticamente los «temas controvertidos» (por ejemplo, la
bates de gladiadores y otros espectáculos circenses. Los sistemas estatales concentración de riqueza, la propiedad de las multinacionales, la nacionali­
modernos tienen en las películas, la televisión, la radio, los deportes organi­ zación de las compañías petrolíferas, la involucración de bancos e inmobi­
zados, la puesta en órbita de satélites y los aterrizajes lunares técnicas liarias en la especulación del suelo urbano, los puntos de vista de las
infinitamente más poderosas para distraer y entretener a sus ciudadanos. minorías étnicas y raciales, el control de los medios de comunicación de
A través de los modernos medios de comunicación la conciencia de millones masas, el presupuesto de defensa militar, los punios de vista de las naciones
de oyentes, lectores y espectadores es a menudo manipulada según vías sulxlcsarrolladas, las alternativas al capitalismo y al nacionalismo, el ateís­
determinadas con precisión por especialistas a sueldo del gobierno (Ellul, mo, etc.). Pero las escuelas van más allá de la mera evitación de temaá
controvertidos. Algunos puntos de vista políticos son tan esenciales para el
1965; Efron, 1972; Key, 1976). Pero tal vez la forma más efectiva de mantenimiento de la ley y el orden que no se pueden confiar a métodos
«circo romano» hasta ahora ideada sean los «entretenimientos» transmitidos objetivos de educación; en vez de ello, se implantan en la mente de los
por el aire directamente hasta la chabola o el apartamento. La televisión jóvenes apelando al miedo y al odio. La reacción de los norteamericanos
y la radio no sólo reducen el descontento al divertir al espectador, sino unte el socialismo y el comunismo no es menos resultado del adoctrinaraien-
que también mantienen a la gente fuera de las calles. En un sentido his­ io que la reacción de los rusos ante el capitalismo. Los saludos a la bande­
tórico muy concreto, los pobres urbanos modernos han cambiado los bos­ ra, juramentos de fidelidad, canciones y ritos patrióticos (asambleas, jue-
ques de pinos, rooles y secoyas de sus ancestros por bosques de antenas j.*os y desfiles) son algunos de los aspectos políticos ritualizados más fami­
de televisión de aluminio. liares de los planes de estudios en las escuelas primarias.

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