El Futbol Es Así-48-62
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La mayoría de los clubes sigue sin creer en los traslados. Didier Drogba,
en su autobiografía, relata cómo en 2004 se incorporó al Chelsea, procedente
del Olympique de Marsella, por un precio de 36 millones de euros. Comenta:
«Me vi envuelto en todo tipo de problemas vinculados con mi situación como
expatriado. No puedo decir que el Chelsea me ayudase mucho».
Nadie en el club pudo ayudarle a encontrar una escuela para sus hijos. Lo
único que hizo el Chelsea para conseguirle una vivienda fue ponerle en
contacto con un agente inmobiliario que intentó colocarle una por 15
millones de euros. Durante «varias semanas de irritación», la familia Drogba
vivió en un hotel, mientras el jugador, que en aquel momento apenas
chapurreaba inglés, se iba en busca de vivienda después de los
entrenamientos.
Todos los onerosos fichajes extranjeros del Chelsea tuvieron una
experiencia parecida, escribe Drogba. «A menudo nos reíamos al hablarlo con
Gallas, Makelele, Kezman, Geremi. “¡Hombre!, ¿tú también sigues viviendo
en un hotel?” Después de todas estas preocupaciones, no estaba muy
motivado para integrarme [en el Chelsea] o para multiplicar mis esfuerzos.»
Durante una conferencia reciente celebrada en Roma, los consultores de
traslados hicieron cola —literalmente— para contar sus historias de miedo.
Casi todos ellos habían intentado entrar en el deporte, pero les rechazaron. A
una experta en traslados danesa el FC Copenhague le había dicho que no
necesitaban sus servicios porque las esposas de los jugadores siempre se
ayudaban entre ellas para instalarse. Muchos clubes ni habían oído hablar de
los traslados. Aparte, jamás habían contratado a consultores, de modo que,
dada la lógica del fútbol, esta actitud debe ser la correcta. Un consultor sueco
conjeturaba: «Supongo que todo se reduce al hecho de que a los jugadores los
consideran mercancía».
Los únicos consultores de traslados que lograron entrar en el mundo del
fútbol lo hicieron porque tenían un amigo dentro o, en el caso de una griega,
porque se había casado con el propietario de un club. Le había dicho a su
esposo: «Todos esos chicos serían más felices si descubrieras cuáles son sus
necesidades y las satisficieras».
Otra consultora había accedido a un club alemán como profesora de
inglés, y luego había ido subiendo posiciones. Decía: «Yo era su madre, su
enfermera, su agente inmobiliaria, su señora de la limpieza, todo. No tenían
coche, no hablaban el idioma». ¿Eso contribuyó a que los futbolistas jugasen
mejor? «No cabe duda.» El club estaba muy satisfecho de que trabajara como
aficionada, pero en cuanto fundó su empresa de consultoría, dejó de quererla.
Se había convertido en una amenaza.