La Maravillosa Granja de McBroom
La Maravillosa Granja de McBroom
La Maravillosa Granja de McBroom
Sid Fleischman
Nació en Brooklin, Nueva York, pero
desde hace mucho tiempo vive en
California con su mujer y sus tres hijos. Ha
escrito varias novelas Ilustració para adultos con
enorme éxito y muchos n de de los personajes de
sus libros para niños se cubierta han hecho famosos y
han sido llevados al Quentin cine.
Fleischman fue Blake ganador, en 1977,
del premio MarkTwain, que se otorga al mejor escritor
de humor.
Josh McBroom, su esposa Melissa y sus once pequeños
pelirrojos: Willjillhesterchesterpeterpollytimtommary
larryylapequeñaclarinda, viven juntos en una maravillosa
granja. Allí pasan emocionantes y extraños sucesos. Y es
que ni el propio McBroom sabe lo que la maravillosa granja
le puede deparar en el futuro.
DESDE
ANOS
Li mararavillosa granja
do McBroom
ÍNDICE
molestia.
Según se le acercaban mis peques, el Si heck Jones
cometió el error de escupír una bocanada de semillas de sandía.
¡Sí que se precipitaron los acontecimientos!
Antes de que pudiera darme bien i lienta de lo que había
hecho, se empezó a enrollar una parra de sandía en torno a las
piernas de Heck y en un abrir y cerrar de ojos lo había
levantado del suelo. Se disparo volando en todas direcciones
por encima de la granja. Las semillas de sandía también volaban.
Al momento volvió zumbando y chocó contra un zapallo que
había quedado del domingo. En menos que canta un gallo las
sandías y los zapallos empezaron a brotar por todas partes
atizándole golpes como locos. Heck se disparaba en todas
direcciones. Las sandías chocaban y explotaban. El viejo Heck
estaba tan empapado de pulpa de sandía que parecía que
acababa de salir de un tarro de salsa de tomate.
¡Vaya espectáculo! Will estaba ahí meneando las orejas. Jill
se ponía turnio. Chester retorcía la nariz. Hester agitaba los
brazos como un pájaro. Peter silbaba por entre los dientes
delanteros, que ya le habían crecido. Tom hacía morisquetas. Y
la pequeña Clarinda dio su primer paso.
Para entonces las sandías y los zapallos empezaban a
pegarse entre ellos mismos. Me figuré que el Sr. Jones querría
volver a su casa lo antes posible, así que le pedí a Larry que me
trajera la semilla de un plátano grande.
—¡Jii-jii!Vecino Jones —dije, y le l'linii l.i semilla a sus
pies. Apenas si me ilin iirmpo de despedirme antes de que la
• nii d.idera se apoderara de él. Un enorme i illn de plátano lo
transportó en un
mi lamen hasta su casa. Ojalá hubiesen
• .iiitlit allí para poderlo ver. No volvió ya IIIIIH a jamás.
V esta es la pura y santa verdad. ( uiilquu i otra cosa que
oigan sobre la maiavillosa granja de media hectárea de Mi
IWoom no es más que una mentira del piule ile un buque.
McBroom y el vendaval
J
Será mejor que empiece contando lo del
tiempo. El verano acababa de empezar, pero los
días no eran ni la mitad de calurosos aún que lo que
necesitan las langostas. Los niños me estaban
ayudando a excavar un pozo y hablaban de plantar
todo tipo de cosas para concurrir a la Feria
Comunal.
Supongo que ya han oído hablar de lo
fértilísima que era nuestra granja. Cualquier cosa
crecía en ella en un santiamén. Las semillas
estallaban en la tierra y las plantas se disparaban
delante de nuestras mismísimas narices. ¡Vaya! Sin ir
más lejos, ayer mismo uno de los niños mayores
dejó caer tina moneda de cinco centavos y antes de
é
tiempo que me roían los tobillos un puñado de cachorrillos
mestizos.
—Es muy sencillo —dijo la Viuda Avispaseca—. Quema
una pila de zapatos viejos. Es un truco para ahuyentar fantas-
mas que nunca falla.
Bueno, a mí eso me parecía una solemne tontería, pero
estaba desesperado. Empezó a rebuscar entre los harapos y las
ropas viejas y le compré todos los zapatos usados y de segunda
mano que pude encontrar.
—Necesitaría también un perro
—dijo.
Se me dispararon las cejas.
—¿Un perro?