Fundamentos Psicolinguistica
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IF E A f e
Instituto Francés de editorial
Estudios Andinos nonzontC
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Este libro corresponde al tom o 162 d e la colección “T ravaux d e l ’In stitu t Fran^ais
d ’É tudes A n d in es” (ISSN 0768-424X )
Editorial H orizonte
Nicolás de Piérola 995, Lima 1
Teléf.: (51 1) 427 9364 - Telefax: (51 1) 427 4341
E-mail: damonte@ terra.com.pe
A gradecim ientos......................................................................................................................... 11
ÍNDICE DE GRÁFICOS
Figura 1. (Mapa) Áreas probables de lenguas mesoandinas hacia 500 d. C .... 49
Figura 2. (Mapa) Área total del quechua en América del S u r ............................. 57
Figura 3. «Plan» de 43 voces en idiomas del norte peruano elaborado por
Martínez C om p añón ................................................................................207
Figura 4. Cuadro de porcentajes de comunidad léxica de los ocho idiomas .. 211
Figura 5. (Mapa) Lenguas de la Costa Norte. Siglos XVI-XVIII........................227
Figura 6. (Mapa) Lenguas pre-quechuas de la Sierra Norte peruana...............237
Figura 7. Vocablos C u lle ..............................................................................................246
Figura 8. Listados toponímicos. Área C u lle...........................................................247
Figura 9. (Mapa) Lenguas d e la Hoya de Jaén en el siglo XVI......................... 296
Figura 10. (Mapa) El puquina y el uruquilla en el contexto lingüístico
del Altiplano de Collao-Charcas. Siglos XVI-XX................................. 465
Figura 11. Tabla comparativa de arahuaco, puquina/callahuaya y hablas
uruquillas......................................................................................................491
Figura 12. Tabla de presencia/ausencia de ra sg o s................................................. 530
Figura 13. Porcentajes de comunidad tipológica.................................................... 531
Figura 14. Cuadro de distancias porcentuales........................................................ 532
Figura 15. Cuadro de distancias tipológicas porcentuales................................... 539
AGRADECIMIENTOS
DE POLO A POLO
Distinguimos en los Andes Medios tres regiones: la del norte, o peruana sep
tentrional; la del centro, o del Perú nuclear; y la del sur, o altiplánica (contornos
internos y extemos del sistema hidrológico del Titicaca). Expondremos en algu
nos tramos por separado la historia lingüística de cada una de estas tres regiones
empezando por la del Perú nuclear, en razón de que en ésta emergieron más
tempranamente las sociedades altamente complejas y que desde ella se desple
garon las familias idiomáticas quechua y aru, las más extendidas de los Andes.
14 A lfred o T orero
Respecto del primer punto, la dificultad reside en que nos vemos frente a
una temática reiterativa y a un vocabulario corto, en el cual algunas voces se
I d io m a s de los A n d e s . L in g ü is t ic a e H is t o r ia 15
Las principales diligencias que hemos efectuado para llegar a esta afirmación
son las siguientes: a) el examen crítico de las versiones quechuas y aymaras de
la Doctrina Cristiana ordenadas por el Tercer Concilio Límense en 1584 (en las
cuales, por ejemplo, no hay asomo del ‘reportativo’ ni del ‘conjetural’, rasgos
tan característicos de estas lenguas, y, en cambio, se hace empleo abusivo del
‘asertivo’, mal entendido); y b) la comparación de esos textos con los del ‘Ma
nuscrito de Huarochirí’, de principios del siglo xvn, en el cual diversos ‘eviden
cíales’ (en especial, los elusivos equivalentes a ‘se dice que’ y a ‘quién sabe si’)
y otros procedimientos idiomáticos afloran abundantemente, en un conflictivo
vaivén entre la espontaneidad sincera y el escurridizo disimulo.
1.1.4. Nos guiamos por los principios del funcionalismo en lingüística. Como
métodos de trabajo, aplicamos los reclamados por la labor de investigación
lingüística en las condiciones sociohistóricas de América: método histórico-
comparati vo, encaminado a establecer parentescos y reconstruir protolenguas;
y método tipológico-areal, dirigido a medir efectos de contacto e impregna
ción entre idiomas diferentes.
Es muy probable, además, que no hubiese habido una única entrada ‘origi
naria’ y que diversos grupos con lenguas diferentes bordearan el Océano Pací
fico por Behring, a pie o en embarcaciones, por espacio de milenios, hasta que
el Nuevo Mundo se halló colmado en su capacidad de dar cabida y nutrir a las
bandas paleolíticas que por entonces lo habitaban. A partir de allí, en los últi
mos doce o diez mil años, los viejos pobladores cerraron el paso, esta vez
desde el Sur hacia el Norte, a los nuevos pretendientes y empezaron a pugnar
entre sí por los espacios y los recursos que el medio continental les ofrecía.
Bien pudo suceder también que pequeños grupos humanos lograsen abor
dar muy temprano las costas americanas atravesando el Océano Pacífico a la
deriva. En realidad, tal cosa pudo ocurrir, por simple azar de los movimientos
de ríos, mar y vientos, ya desde cuando, en las costas de Asia u Oceanía occi
dental, el hombre aprendió a construir firmes viviendas flotantes para preca
verse de fieras o enemigos, y su morada acuática rompió amarras con tierra y
fue arrastrada mar afuera.
Sin embargo, esta vez, aquellos ‘pueblos del mar’, austronesios principal
mente, arribaban algo tarde a un continente ya repartido; cuyas poblaciones, en
un desarrollo autónomo, habían logrado en muchos lugares un nivel cultural
tanto o más elevado que el que traerían los navegantes transpacíficos. Por esto,
aunque diversos grupos humanos hubieran ciertamente alcanzado las costas
americanas repetidas veces en los recientes milenios, ya fuese a través del Pací
fico como del Atlántico, es poco probable que hubiesen podido guardar su iden
tidad como pueblos o que sus idiomas, o vástagos de éstos, se reconociesen
todavía de manera efectiva en la intrincada maraña lingüística americana.
El propio idioma castellano, llevado por las huestes hispanas en sus con
quistas por gran parte de América hace medio milenio, habría desaparecido
prontamente, dada la gran diferencia numérica entre invasores e indios, si los
españoles se hubiesen dispersado en el campo, y no concentrado en ciudades
como lo hicieron, y si no hubieran mantenido un vínculo efectivo, fuerte y
continuo, con la metrópolis europea -com o lo dice bien el historiador español
Sánchez-Albomoz (1992: 89-91)-. Allí donde tal vínculo no fue suficiente
mente intenso -com o en Paraguay- las sociedades indígenas absorbieron casi
enteramente lengua y ‘raza’ hispanas.
Por nuestra parte, si bien estimamos que Beringia fue la vía primordial, no
descartamos que hayan ocurrido arribos muy tempranos directamente a través
del Pacífico. Los eventuales cruces marítimos a partir del Asia o de islas del
Pacífico occidental, ya pensados por Paul Rivet y otros estudiosos, darían una
explicación suplementaria a la gran diversidad idiomática observada en Sura-
méricay, sobre todo, a la ‘excesiva’ concentración de linajes lingüísticos dife
rentes en el oeste de Norteamérica -costas de Columbia y California, relativa
mente próximas de A sia-, en comparación con el menor número de familias
idiomáticas en el este norteamericano.
1.3.1. Los criterios más socorridos para clasificar a las etnias amerindias si
guen siendo los de lengua autóctona, raza (‘aborigen7‘no aborigen’) y cultura
(‘tradicional’/ ‘no tradicional’). Estos tres factores, pero sobre todo los dos
últimos, han sufrido profundas modificaciones en sus contenidos en los cinco
pasados siglos.
Este último es, virtualmente, el límite temporal al cual, con sus actuales
métodos, puede aspirar la Lingüística Comparativa para postular con alguna
certeza agrupaciones genéticas de idiomas que, como los de América, no po
seen registros escritos de sus estados antiguos.
Con los actuales métodos, es posible que los especialistas logren establecer
el parentesco entre las lenguas de aquellas sociedades neolíticas que se expan
dieron tribalmente en los últimos cuatro o cinco milenios: proto-mayas de
Mesoamérica, proto-chibchas de Centroamérica y norte de Colombia, proto-
arahuacos de la Amazonia-Orinoquia y el Caribe, proto-tupíes de las cuen
cas amazónica y rioplatense, y, con mayor razón, el existente al interior de
aquellas familias o subfamilias que empezaron a extenderse sólo en los últi
mos tres o dos milenios con el surgimiento del comercio sostenido y las socie
dades de estado -com o el quechua y el aru en los Andes y ciertas lenguas de la
familia maya en Mesoamérica-; pero son bastante inseguras y deleznables las
agrupaciones que se postulan más allá de la cifra crítica de seis u ocho milenios.
Asimismo, buen número de idiomas se resisten a ser clasificados o son forzados
a serlo en las agrupaciones más dispares.
[Los grados de profundidad temporal a que se alude aquí han sido estable
cidos por diversos autores o por nosotros mismos, en base principalmente a la
aplicación de las técnicas de la glotocronología lexicoestadística -técnicas que
han sido objeto de frecuentes críticas (justas, en particular, cuando se h a pre
tendido usarlas para probar parentescos o para fijar por sí solas fechados ab
solutos), pero cuya aplicación viene siendo aprovechada como método indiciarlo
incluso por buena parte de sus críticos-1.
22 A lfred o T orero
Una fam ilia puede estar compuesta por dos o más subfamilias o presentar
una diversificación escalonada en cuyo interior no sea enteramente factible el
establecer fronteras divisorias. De igual manera, en una subfamilia las hablas
pueden sucederse de tal modo que se tome impracticable fijar con seguridad la
linde entre una lengua y otra. En fin, frente a una lengua con marcadas varia
ciones internas es a menudo difícil determinar si se está ante dialectos de un
mismo idioma o ante dos (o varios) idiomas ya distintos.
Asimismo, a fines del siglo XVIII, otro jesuíta, Lorenzo Hervás, uno de los
primeros grandes clasificadores de los idiomas del mundo, hacía constar su
asombro frente al «gran caos» de las muchas ‘lenguas matrices’ que se apiña
ban en América; y ante el hecho, igualmente sorprendente, de que, en cambio,
sobre una inmensa extensión geográfica entre los océanos índico y Pacífico
(de Este a Oeste, desde Madagascar hasta la isla de Pascua, incluida la Penín
sula Malaca; y de Sur a Norte, desde Nueva Zelanda hasta las islas Marianas y
Filipinas), casi todas las lenguas respondiesen a una sola ‘matriz’, la malaya
[la hoy llamada familia austronesia] (Hervás, 1985: 92).
del Inga. En México dicen que existe también una lengua general con que es
más fácil la comunicación entre sí de tantos pueblos y naciones» (Acosta, 1954:
415). Hacia la misma época en que esto se escribía, el virrey Francisco de Tole
do reconocía, en 1575, al quechua, al aymara y al puquina como «las tres len
guas generales del Perú» (Torero, 1970: 232).
Por este estudio se advierte, en primer lugar, cuánto difieren a menudo las
agrupaciones postuladas por los distintos autores y cómo bastantes idiomas de
Suramérica, incluso familias enteras, resultan colocadas en diferentes macro-
grupos de un autor a otro.
1.3.5. Las muchas conclusiones que quedan en suspenso o con signo de interro
gación en el artículo de Kaufman nos ratifican, justamente, en una constatación
de tiempo atrás adquirida: la de que, al margen de los desajustes clasificatorios
debidos a escasez o poca elaboración del material idiomático y/o a fallas meto
dológicas, es un hecho reconocible que la mayoría de las lenguas de Suramérica
28 A lfred o T orero
Sucede, en efecto, como si, tras los muchos milenios iniciales de divergen
cia, se hubiese constituido en Suramérica, quizá desde finales del paleolítico,
una suerte de amplia alianza lingüística gradual y escalonada, una ‘área de
áreas’ tendente a la uniformidad tipológica en regiones llanas y de acceso fá
cil, como las tierras bajas de la Amazonia. Crecientes contactos, conflictos y
complicidades habrían derivado en un plurilingüismo ambiental endémico y
en las consiguientes mixturas y difusiones de rasgos idiomáticos.
I d io m a s d e los A n d e s . L in g ü is t ic a e H is t o r ia 29
Complicó este panorama, desde hace unos cinco mil años, la propagación
por los llanos y montes cálidos, aptos para el cultivo de roza, de tribus neolíti
cas (arahuacos, tupíes, caribes), cuyos idiomas retacearon tal área de áreas y
generaron nuevos centros de fusión lingüística con los idiomas de las zonas
tocadas por su expansión.
El caso más simple de difusión, el del léxico, toca con lo que designamos como
‘voces viajeras’: palabras que parecen remontarse a una forma original común
(o con ciertas variantes) y haber atravesado fronteras idiomáticas por necesida
des de un diálogo mínimo entre distintas comunidades lingüísticas. Así, tene
mos: cholón cot «agua o río», culli quida «mar» y coñ «agua», protoquechua
*qutra «lago o mar», mapuche ko «agua»; o protoarahuaco *uni «agua, río»,
quechua cuzqueño unu «agua», cauqui-aymara urna «agua», mochica ni «mar»
y nik o nich «río»; o paño paru «río», puquina para «río», quechua sureño
para «lluvia», sechura purir «lluvia», cunza puri «agua», cacán *vvil «curso
de agua», huarpe (allentiac y millcayac) polu «río», mapuche pire «nieve, gra
nizo». Palabras con el significado de «yo, mí, mío», «tú, ti, tuyo», «no», etc., se
difundieron quizá de la misma manera sobre extensos territorios.
30 A lfred o T orero
mente, se halló que tal cognación no tenía un sustento válido (Unger, 1990), se
abandonó el ‘altaico’, y se da hoy a esas tres familias por no relacionadas y a
sus semejanzas estructurales (orden SOV de palabras, tipo aglutinante, morfo
logía sufij adora, armonía vocálica, entre otras) como resultado del contacto y
la difusión de rasgos.
Entre los primeros sonidos consonánticos que adquiere el habla infantil pre
dominan, según Jacobson, los de modo de articulación oclusivo y nasal (sobre el
fricativo oral, el lateral, etc.) y de punto de articulación labial y dental (sobre el
velar y el palatal); entre las vocales, predomina la a. Lyle Campbell sostiene, por
su parte, que las consonantes menos marcadas de las lenguas del mundo -y las
más usadas gramaticalmente- son m, n, t, k y s (Campbell, 1997: 243).
Estamos aquí, sin duda, ante fenómenos lingüísticos de una clase especial,
en la cual se expresa, con resultados particulares dentro de la historia de cada
lengua, una tendencia universal a vincular los significados más frecuentes o
más tempranamente aprehendidos con los sonidos menos marcados, casi au
tomatismos, ensayados en los tiempos iniciales de aprendizaje de los mecanis
mos fonatorios.
En cualquier caso, tales potenciales pangeísmos del largo plazo sólo debe
rían intervenir en la fase final de una empresa lingüístico-comparativa, como
‘corroborantes’, y no como indicios para montar una hipótesis de parentesco
entre idiomas.
Los lingüistas históricos suelen interrogarse acerca de cuál fue el centro origi
nario de dispersión de una familia lingüística, su ‘patria’ u hogar primitivo.
Existen varios modos de abordar este problema; entre ellos, el tratar de deter
minar, mediante la comparación del léxico de los idiomas descendientes, las
características topográficas, climáticas, de flora y fauna, de elementos cultura
les, etc., de ese país original, y calzar óptimamente tales indicios con los datos
geográficos y arqueológicos conocidos acerca de un ámbito tempo-espacial
específico.
Por su parte, Kaufman afirma, con justeza, que «las distribuciones conoci
das de los idiomas de un grupo genético, combinadas con la determinación de
las fuentes de préstamo desde otros lenguajes, es verdaderamente útil para
determinar el probable ‘hogar’ de una protolengua» (Kaufman, 1990: 21).
Tal vez la dificultad para asignar a la familia arahuaca un sólo hogar origi
nal -com o sería lógico- derive de que su expansión se produjo de una manera
amplia, rápida y temprana, cuando la protolengua no se había dialectalizado
aún - o no excesivamente- en su zona de partida. Ulteriormente, su conver
gencia en los distintos lugares de llegada con otros idiomas originalmente aje
nos embrolló más el cuadro general. Así, la propuesta que le asigna por patria
I d io m a s de los A n d es. L in g ü í s t i c a e H is t o r ia 35
Por las afinidades que el arahuaco presenta con idiomas del suroeste de la
Amazonia, así como por la marcada diferenciación que esta familia ostenta en
la franja preandina correspondiente, hallamos más consistente la postulación
de esta región como la ‘patria’ originaria de todo el conjunto arahuaco. Inclu
so, no descartamos que tal hogar se haya situado alguna vez en los propios
Andes surcentrales.
Si tenemos en cuenta que, al menos por unos veinte milenios -esto es, por
buena parte de los 30 000 años que atribuimos a la presencia del hombre en
América-, los grupos humanos vivieron en condiciones de aislamiento y dis
persión, debidas a la extensa y diversa geografía continental y a la economía
paleolítica nómada, de por sí fraccionadora y excluyente, no nos causará ex-
trañeza comprobar el alto número de idiomas distintos y la globalmente irre
ductible diversidad lingüística continental.
fértiles pero estrechos valles de la costa se hallan separados unos de otros por
áridos y extensos desiertos de arena.
El camino recorrido fue, entonces, más lento y difícil, pero llevó m ás lejos
en complejidad cultural y social. Las expansiones idiomáticas, correlativa
mente, fueron más tardías, pero ya no dispersivas, sino cohesionadoras y en
vinculación con el establecimiento de sociedades de estado, probablemente
desde mediados del milenio chavínico que precedió a nuestra era.
Incluso, en el valle medio del río Supe, costa norcentral peruana, en el lugar
denominado tradicionalmente Chupacigarro, y ahora Caral (por el nombre de
la hacienda que lo avecina), se está desenterrando un extenso conjunto de
grandes edificios y otras construcciones de variada función -ceremoniales,
administrativos y de vivienda-, esto es, una ciudad del Arcaico Tardío, datada
por las técnicas del carbono 14, coherentemente, en alrededor de 4 500 años de
antigüedad (2627 años a. de J.C. en uno de sus fechados), según informes de
la arqueóloga peruana Ruth Shady, de la Universidad de San Marcos de Lima,
directora de las excavaciones (Shady, 1997,1999).
misma: agua de río y manantial y tierra feraz para cultivar algodón y panllevar;
mar abundante en peces, aves y mamíferos marinos; guano de islas; salinas;
amplios humedales para criar totora, camarones y peces y atrapar aves migrato
rias; monte ribereño y lomas de invierno donde recolectar y cazar; etc. Se van
descubriendo aspectos materiales de su cultura pluriespecializada: muestras de
diversos cultígenos, artes constructivas, grandes redes y otros ingenios de pes
ca, figurinas de arcilla cruda, instrumentos musicales, bella cestería. Tal vez
nuevas excavaciones den a conocer el tipo de embarcación empleada en la
pesca y el transporte, probablemente fabricada con haces de totora.
Por este motivo, el de Supe es uno de los valles sagrados de la costa central,
al lado de otros de similar tamaño, como los de Chao, Casma, Asia o Pachacá-
mac. En ellos nació la civilización andina.
Rodeadas por pueblos todavía ‘bárbaros’, estas élites clasistas más tempra
nas tuvieron, posiblemente una vida precaria y fueron depuestas una y otra vez
por resistencias internas y externas. En el valle de Casma, el muro de piedras
grabadas que rodea el templo cautivo de Cerro Sechín -m uro construido hacia
1 500 a. C - representa seguramente la represión violenta de los labradores
por una surgente clase dominante, que, sin embargo, no logró perpetuarse.
Entre 400 y 200 a. C., en efecto, la sociedad Chavín vivió una intensa fase
expansiva de contactos y presencia vigorosa, la fase Janabarriu (Burger, 1992),
que llevó sus expresiones artísticas y cultistas muy lejos de su santuario epóni-
mo, a la costa y la sierra norteñas y a la costa sureña del Perú, poniendo en
movimiento una esfera de intercambio económico y cultural de alcance supra-
rregional hasta entonces no conocido. Sobre la base de sólidas y numerosas
economías lugareñas con nivel de excedentes productivos, el afianzamiento
exitoso de los sistemas políticos complejos se efectúa en íntima vinculación
con un amplio y múltiple desarrollo del comercio lejano. El Estado, como
Dios, está en todas partes, o no existe.
Los mapas impresos al reverso de esta hoja son los que real
mente corresponden a las figuras 1 y 2 del libro y reemplazan a los
de las páginas 49 y 57 donde por error de impresión aparecen
intercambiados.
49
)T orero
Moche Figura 1
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ÁREAS PROBABLES DE LENGUAS MESOANDINAS HACIA 500 d. C.
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Figura 2
ÁREA TOTAL DEL QUECHUA EN AMÉRICA DEL SUR
(Según A. Torero, 1974)
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ÁREAS PROBABLES DE LENGUAS MESOANDINAS HACIA 500 d. C.
(Según A. Torero, 1989)
ARGENTINA
50 A lfred o T orero
A comienzos del siglo VIII, y teniendo como una de sus probables causas un
prolongado deterioro climático, que habría afectado particularmente a las socie
dades de las tierras altas (véase Cardich, 1981), se produce el abandono de los
centros urbanos del interior y el de los costeños que se habían fortalecido por sus
vinculaciones con las redes económicas cordilleranas. En la sierra son abando
nadas las ciudades de Tiahuanaco, Viñaque y Marcahuamachuco; en la costa
Cajamarquilla (situada al interior del valle del Rímac) es remplazada por la por
tuaria ciudad de Pachacámac, la cual desde entonces no hará más que acrecentar
su prestigio y riqueza, y se convertirá en un lugar santo y de peregrinación para
gran parte del mundo andino hasta la llegada de los españoles.
La sierra y la costa del Perú central quedaron inmersas en los tres movi
mientos suprarregionales mayores: Chavín-Janabarriu, Huari-Tiahuanaco y
Tahuantinsuyo.
peruana, mostraba una muy escasa comunidad léxica y mucha diferencia es
tructural con quechua y aru, debido probablemente a que el mochica -d e por
sí, lengua de una de las más antiguas y refinadas altas culturas andinas, la
M oche-Lambayeque- tuvo un desarrollo independiente de Chavín (en el eje
norteño Lambayeque-Pacopampa), excepto en los últimos dos o tres siglos de
Chavín Janabarriu y en unos cuantos decenios del imperio cuzqueño. Ade
más, moches y lambayeques fueron esencialmente pueblos marineros, cuyas
culturas y modos de vida no se entenderían plenamente si no se tuviese en
cuenta la presencia del mar en ellos, como fuente de alimentos y como vía de
contactos.
C a pítu lo 3
Esta creencia subsistió casi indiscutida hasta la segunda mitad del siglo XX.
La historia de la expansión territorial de esta familia lingüística ha sido, sin
embargo, bastante más compleja y tiene una antigüedad muchas veces mayor
que la duración de apenas un siglo asignada hoy por la Arqueología y la Etno-
historia al imperio cuzqueño. Las teorías básicas sobre la historia interna y
externa del quechua han sido desarrolladas por el autor en sucesivos trabajos
(Torero, 1964, 1968,1970, 1974,1983).
Q.IIA, o Límay, forma un subconjunto que tiene una rama norteña (dialectos
Ferreñafe o Cañaris-Incahuasi y Cajamarca), en la sieiTa norte peruana; una cen
tral (dialecto Pacaraos) y una sureña (dialectos de Laraos y Lincha), los tres
últimos en las serranías del departamento de Lima y contiguos con la zona del
Wáywash sureño. Los subconjuntos HB y IIC, que han tenido una íntima histo
ria en común durante el último milenio, quedan englobados en una reagrupación
que denominamos Chínchay, de la cual HB constituye la rama norteña (dialectos
colombo-ecuatorianos y peruanos nororientales), y IIC la rama sureña (dialectos
llamados Ayacuchano, Cuzqueño, Boliviano y de Santiago del Estero).
Los dialectos Q.IIA central y sureños y parte de los dialectos IIC se hallan
en contacto con la frontera occidental y meridional de Q.I; con lo cual se cons
tituye en el Perú un continuum territorial quechua, al que conocemos precisa
mente como Zona Continua (Z.C.) de quechua peruano, extendida desde el
departamento de Áncash, por el Norte, hasta los departamentos de Moquegua
y Puno por el sureste.
Por otro lado, debido a factores históricos de sustrato o contacto, las varie
dades IIC cuzqueño-bolivianas han reorganizado el sistema antiguo de los
oclusivos y africados sordos orales, a los que presentan actualmente en tres
series: simple, glotalizada y aspirada, y en cinco órdenes: labial, alveolar, pa
latal (los africados), velar y uvular. En varios dialectos de los valles interandi
nos del IIB ecuatoriano, asimismo, el sistema de oclusivos y africados sordos
orales comprende hoy dos series: simple y aspirada.
Las clases básicas de raíces son verbos y nombres. Una tercera y heteróclita
clase de raíces no comprendidas en esas dos primeras, y de reducido número
de elementos, la de ‘partículas’, agrupa a categorías funcionalmente diversas
-monemas funcionales, aspectivos, afirmadores y negadores, conectivos e in
dicadores de otras relaciones sintácticas, e, incluso, a las interjecciones-.
en este último caso, los temáticos verbales son nominalizadores, y los nomi
nales, verbalizadores.
Los derivativos nominales son pocos. Sólo algunos dialectos poseen mo
dulares. También son escasos los tematizadores intracategoriales, o denomi
nativos -que derivan nombres de nombres con cambio de referente-; pero dos
de ellos exhiben alta productividad: el ‘tenencial’ *-yuq «dueño de; el que
tiene», y el ‘tipificativo’ *-sapa «todo, sólo, enteramente»; v. gr., en ayacucha
no: /wasi/ «casa», /wasi-yuq/ «dueño de casa(s)»; /rumi/ «piedra», /rumi-sapa/
«pedregoso», «pedregal».
La raíz nominal, a la vez, puede ser verbalizada con uno de varios morfemas
que derivan verbos de nombres; por ejemplo, en ayacuchano, *-ya- ‘conversi
vo’ (morfema general en todas las hablas quechuas): /machu/ «viejo, anciano»,
/machuya-/ «envejecerse, volverse anciano»; /puka/ «rojo», /pukaya-/ «enroje
cer, tomarse rojo»; o *-cha- ‘factitivo’: /wasi/ «casa» /wasi-cha-/ «hacer, cons
truir casa».
cíente), con tres personas objeto (1.a, 2.a y 3.a, de marca 0). Igualmente, p a r a
lizadores de persona sujeto u objeto, cuya expresión no es obligatoria cuando
la pluralidad ya ha sido indicada por un sintagma nominal o un pronombre. La
1.a persona plural, que no incluye a oyente(s), es conocida tradicionalmente
com o ‘exclusiva’ en oposición a la 4.a persona, ‘inclusiva’.
Los ‘ordenativos’ tienen por función el ajuste del discurso a los contextos
situacionales y verbales requeridos para el logro efectivo de las metas comunica
tivas: destacan o enfatizan segmentos del enunciado, o el enunciado todo; lo
presentan aspectualmente consumado o no consumado; o expresan relaciones
sintácticas diversas en el interior de la oración o entre oraciones. Se desempeñan,
así, como marcadores de interrogación, negación, inclusión, conexión, contraste,
conceptuación (modalidades de percepción-aserción), aspecto, relieve o énfasis.
Dentro del marco del diálogo, tienen alta frecuencia el indicador de conexión
y contraste entre oraciones o relieve de tema ( ‘tópico’) */-qa/, y las modalidades
de percepción-aserción, por las cuales el emisor diferencia gramaticalmente, en
la información que suministra, si se refiere a objetos, circunstancias o aconteci
mientos que: a) ha presenciado o da por seguros: ‘asertivo’ */-m(i)/; b) le han
sido referidos y él se limita a retransmitir: ‘reportativo’ */-sh(i)/; o, c) simple
mente presume, o estima inciertos: ‘conjetural’ */-tR(i)/.
*/-m(i)/ toma significación en una oposición bilateral: por un lado, indica que
la información com unicarla h» «¡Hn p vrv>ri»^t«^------------- 1 -
64 A lfred o T orero
En las hablas menos influidas por el castellano, las palabras que cumplen
papel de determinantes preceden a las determinadas en él sustante (esto es, en
el sintagma nominal todavía sin una marca de caso que indique su función
oracional), en un orden rígido, que estimamos provenir del protoquechua; la
secuencia típica ‘plena’ en el sustante es la siguiente: demostrad vo/cuantifica-
dor-numeral/negador-preadjetivo-adjetivo(s)/sustantivo atributo-sustantivo nú
cleo. Ejemplo en quechua ayacuchano:
Es probable que hunda sus raíces en las más antiguas etapas del protoquechua
la escisión morfológica en que fundamos la división de esta familia en sus dos
grupos mayores, Q.I y Q.II: el uso por el primero del alargamiento y la intensi
ficación vocálicos para marcar la primera persona tanto en el paradigma nomi
nal de posesión cuanto en casi todos los tiempos y modos de la flexión verbal;
y el recurso parcial, en el segundo, a dos morfemas distintos: /-y/ para la po
seedora (/yni/ en el dialecto IIB de Lamas), y /-ni/ e /-y/ para la actora (también
/-yni/ en el habla del valle de Cajamarca), según los contextos de tiempo v
66 A lfr ed o T orero
Nuestra segunda propuesta (Torero, 1968) sugería que la marca originaria podía
haber sido el sufijo *-hi; protoforma que habría evolucionado hacia sus actuales
expresiones a través de etapas intermedias: *-h en Q.I y *-i en Pacaraos. Esta
formulación, que obviaba la intensificación de la vocal final de la raíz o el tema
-factor que hoy, sin embargo, volvemos a considerar como condición previa e
indispensable- fue motivada por el intento de dar una explicación global a cam
bios ocurridos en el antiguo cuadro isomórfico de personas actoras y poseedoras.
La propia longitud vocálica de Q.I, que algunos lingüistas han dado por
re lic to f í e . 11 n a n r^ c u n fa a e n ira /^ íA n A t* r»Tv\fw fvvrK a«-t«% n*> —-------- 1 - —
68 A lfred o T orero
Vemos en este caso que, para salvar equívocos, la lengua yunga perpetua
ba una irregularidad acentual cuya raíz remontaba al recurso de intensifica
ción concom itante con la marca de prim era persona en protoquechua.
Planteamos que, en el caso del sintagma verbal, la construcción primitiva fue
*kuya-q sha «voy a amar», con constitución de un futuro perifrástico por
conversión de *sha- «ir» en verbo auxiliar; de allí, por metátesis, habrían deri
vado en el dialecto costeño las formas kuyashaq «amaré» y kuyashqáyki «te
amaré». Una ‘irregularidad’ similar ha originado en el quechua de Pacaraos el
acento que permite distinguir, por ejemplo, shá.mu.y «¡ven!» de sha.mú.y
I d io m a s d e los A n d e s . L in g ü is t ic a e H is t o r ia 69
Otros ejemplos prueban que este recurso tensivo seguía plenamente vi
gente en el dialecto costeño que describe Domingo de Santo Tomás en 1560:
véase en su Lexicón los vocablos cánimba «ante ayer» y cánimba «ante de
anteyer, deteniendose mucho en la primera “a”» (folio 115r y 115v); y léase
en el capítulo decimoséptimo de su Grammatica la advertencia acerca del
adjetivo vchúlla «pequeño»: «Y quanto mas nos detenemos en aquella sylla-
ba media (chú) del adjectiuo (vchúlla) tanto mas el nombre que se sigue, se
disminuye».
Tal realce debe haber actuado, igualmente, para producir, al menos, otras
dos formas léxicas yungas que, de otro modo, parecerían anómalas frente a
sus correspondientes cuzqueñas [amáwta] y [ápu]; son: amaota «hombre cu
rioso, ingenioso, o sabio» (escrita también hamaota, amaóta, amaota; cf.
Lexicón, 1560: folios 15v, 16v, 36v, 68 v, 108r), y appó «gran señor» (o sus
compuestos y derivados, como appó ayllon «linage de hidalgos», appotucu-
ni «volverse gran señor», «enriquecerse»; Lexicón, f. 109r), donde la intensifi
cación ‘gemina’ a la oclusiva labial intervocálica. Acerca de amaota, e l capí
tulo 25 de la Grammatica, dedicado a la prosodia, precisa que, en cuanto a
«quantidad y accento», «sus syllabas son a.ma.o.ta».
2.a: -yki sujeto en la transición a 1.a o a 3.a objeto, pero objeto en la transi
ción desde primera sujeto; y -shu- objeto en la transición desde 3 .a sujeto.
70 A lfr ed o T orero
tica del idioma, existen situaciones de fluidez entre ambas o, incluso, de estre
cha interacción entre ciertos derivativos modulares y ciertos inflexivos, a tal
punto que hay vacilación de un autor a otro acerca de si, por ejemplo, se debe
ubicaren la derivación o en la inflexión a las marcas internas de persona obje
to (*-w a- a 1.a, *-shu- a 2.a desde 3.a y -0- a 3.a).
Este ‘doble silencio’ ante formas que aparentemente sólo marcan personas
sujeto [como de j) a m)] es el que suele inclinar a entender al sufijo -pu- como
significando, por sí mismo, ‘benefactivo’ o, más drásticamente aún, a ver en él
nada más que un ‘translocativo’.
En su sentido ‘proyectivo’, de altemidad ([a, de, por, con, etc.] otro [indivi
duo, lugar, momento, modo]), -pu- puede, igualmente, en quechua cuzqueño,
ocurrir sufijado al pronombre enfático de 1,a persona singular (nuqa) y prece
diendo a la marca de caso sociativo (-wan). En la p. 319 de su libro, hablando
de «El caso (pu)wan», Calvo da como único ejemplo de la secuencia -pu.wan-
una oración interesante, que no analiza ni explica:
3.2.7. Aparte del procedimiento antes indicado por el cual una habla deter
minada se clasifica en los grupos Q.I o Q.II, se encuentran en las áreas res
pectivas otros rasgos -fonológicos, gramaticales y léxicos- generales o casi
generales que, en conjunto, les otorgan fisonomía, pero que no pueden ser
utilizados como criterios estrictos de deslinde por el hecho de trascender de
un grupo a ciertas hablas del otro, en particular de Q.I a Q.IIA.
Casi todos los dialectos Q.II manejan la forma /-manta/ como sufijo de
caso ‘ablativo’ («de, desde, por»: materia, procedencia, causa). En Q.I se re
parten la zona los sufijos /-pita/, /piq/ o /-paq/. Sin embargo, se emplea /-piq/
en IIA Pacaraos y /-paq/ en IIA Lincha.
Por nuestra parte, hemos seguido el método de reunir las variedades locales
de acuerdo con su mayor semejanza o con el dialecto Huaylas o con el dialecto
Huanca, dialectos con características ‘extremas’ dentro del área, usados, res
pectivamente, en la cuenca serrana del río Santa (Ancash), al noroeste y en la
cuenca media del río Mantaro (Junín), al sureste. Deslindamos, así, un Wáywash
norteño, o Wáylay, y un Wáywash sureño o Wánkay, distinguibles por una
serie de rasgos, pero básicamente por las marcas de pluralización verbal: el
morfema /-ya(:)-/, al Norte, y los morfemas /-pa:ku-/ y /-:ri-/ al Sur. Otro plu-
ralizador verbal, /-rka(:)-/, tiene una distribución especial: es empleado en el
Wáywash sureño, pero no en toda su área, y, además, penetra en las hablas del
sur de la provincia de Huari, área del Wáywash norteño.
Por lo demás, como todo el conjunto Wáywash, esta primera zona está muy
subdialectalizada, especialmente en el aspecto fonético-fonológico. Cabe no
tar aquí que las hablas de las provincias de Yungay, Huaylas, Corongo y Si-
huas, en el norte del sector, han eliminado *h (pero también la aspiración glo-
tal proveniente de *s) en un fenómeno relacionado al parecer con lo ocurrido
asimismo en el Q.IIA de Cañaris-Incahuasi y Cajamarca, y en el Q.IIB de
Chachapoyas y Lamas.
v. gr.: /punu:ni ka:/ «estoy sin dormir», /aytsanta mikunni punush(qa)/ «sin
comer su carne se durmió».
En las hablas del Alto Huallaga (Chupachu), los protofonemas *ch y *tR
han confluido, realizándose como [ch], tal vez por efecto de contactos con el
dialecto Q.IIB de Lamas, que conoce el mismo fenómeno. Morfológicamente
las caracteriza, en particular, un sufijo inflexivo verbal, /-paq/, que marca fu
turo de segunda persona actora; v. gr., /mikunki/ «tú comes», /mikunkipaq/ «tú
comerás». Estas hablas, por lo demás, muestran en varios rasgos fónicos, gra
maticales y léxicos, un comportamiento hasta cierto punto al margen de las
Wáylay y Wánkay.
-Pacaraos (Límay central), usado en las nacientes del río Chancay, provin
cia de Huaral, departamento de Lima. De las hablas Yúngay, es la que más
similitud presenta con Q.I, del que lo separa apenas algo más que el no uso del
alargamiento vocálico para la expresión de la primera persona poseedora y
actora, que el habla pacareña marca indistintamente con el morfema /-y/ pre
cedido de vocal acentuada; esto es, con una combinación de rasgos Q.I y.Q.II.
Tales pecualiaridades podrían ubicar mejor a Pacaraos como un dialecto inter
medio entre Q.I y Q.II, o más aún, en definitiva, como un tercer conjunto cuyo
único representante actual sería el dialecto pacareño.
También en un dialecto IIB hoy extinguido están escritos los textos del
Manuscrito de Huarochirí que hizo recoger el extirpador de idolatrías Fran
cisco de Ávila a principio del siglo XVII (Arguedas, 1966; Taylor, 1980; Salo-
mon y Urioste, 1992).
Ninguno de los dialectos IIB -incluidos los hoy extintos de la costa central
peruana y de Huarochirí-, sufren el cambio morfológicamente condicionado
de /u/ en /a/ que ocurre en ciertos gramemas de los restantes dialectos.
avanzado al parecer hasta el curso alto y medio del río Ñapo y quizá a otros
afluentes septentrionales del río Amazonas. Las hablas colombo-ecuatoria-
nas no hacen el distingo, que sí se encuentra en los demás dialectos que
chuas, entre un plural de primera persona ‘exclusivo’ (esto es, que excluye
al o a los oyentes) y un plural ‘inclusivo’ o ‘universal’ [que incuye al hablan
te y oyente(s)]. Indican el aspecto verbal ‘durativo’ con /-ku-/ (/-gu-/, /-xu-/) y
el ‘reflexivo’ con /-ri/. Carecen de sufijos de persona poseedora y del sufijo
interpronominal de ‘3.a sujeto> 2 .a objeto’ (que proviene de */-shu-/ en los
demás dialectos). Hacen el sustantivo verbal ‘infinitivo’ en /-na/ (no /-y/);
marcan con /-kpi/ (no /-pti-/) la oración subordinada de sujeto diferente de la
principal. La forma ‘reflexiva’ /-ri-/ se ha constituido posiblemente a partir
de uno de los valores de /-ri-/ en otros dialectos de quechua IIB-C: la indica
ción de que el acto se realiza «de sí propio», «por sí solo», sin intervención
ajena [cf. Domingo de Santo Tomás (Léxicon, 1560): <cuyuri-> «moverse
algo», <cuyuchi- «menear algo»].
3 .2 . 10 . H istoria externa
El territorio que cubrió la primera expansión del quechua nos parece haber
sido aproximadamente el mismo que ocupa hoy el Q.I, más la franja costeña
adyacente. La delimitación de este sector de la costa y la sierra centrales del
Perú se fundamenta en lo siguiente:
Dado que el área ganada por la primera expansión habría resultado bastante
homogénea, la determinación de su foco inicial sólo puede hacerse de manera
probable considerando los focos de los principales cambios ulteriores como si
hubiesen estado actuando igualmente en la época de la expansión original,
justamente para producirla. Se halla así que importantes innovaciones en que
chua I, como */s/ > /h/ o cero (posiblemente la más antigua en la fonología del
quechua) y la despalatalización de */ll/, */f¡/ y */ch/, presentan isoglosas que
apuntan hacia la costa norcentral (los valles antes indicados, de los que no ha
quedado registro de lengua). Por lo demás, las posteriores extensiones sucesi
vas del protoquechua II y del proto I1B-C muestran la fuerza expansiva de las
expresiones lingüísticas costeñas.
No hay que descartar, sin embargo, que el lugar original de partida del que
chua antiguo se haya situado, no en la costa ni en las vertientes marítimas, sino
en la sierra -en Ancash, Huánuco, Pasco o Junín-, o, mejor aun, entre sierra y
costa; esto es, se haya gestado en la relación misma. Hay que tener presente el
papel vehicular del quechua, su función primordial de lengua de contactos;
función que la ha moldeado y le ha impartido cánones de sencillez y regulari
dad desde su etapa de protolengua, y quizá desde siglos antes. Antecesor del
protoquechua pudo ser el idioma que conectó a la costa norcentral con Chavín
de Huántar y con la altiplanicie de Pasco.
Esta altiplanicie ha tenido, igualmente, una gran relevancia para las difu
siones culturales y lingüísticas. Demasiado alta y frígida para el aprovecha
miento en cultivos alimentarios y para sostener un numeroso poblamiento
humano, fue, en cambio, el escenario privilegiado para la domesticación y
crianza de los indispensables camélidos, la llama y la alpaca, rumiantes con
hábitat de puna. Relativamente poco extensa en comparación con el Altiplano
collavino, pero configurada como múltiple cabecera de ríos, fue por ello una
excelente plataforma para tomar desde allí todos los rumbos: al Norte, al Sur,
a la selva, al mar. Los rasgos mismos que tipifican al quechua W áywash (in
cluido, por cierto, el de la intensificación y el alargamiento vocálicos que mar
can la primera persona actora o poseedora) se difundieron sin duda a través de
esta meseta.
88 A lfr ed o T orero
Por otro lado, el hecho de que, tras los agitados primeros decenios de la
invasión europea y al instaurarse el Virreynato, gran parte de las regiones del
interior se sumiese en una situación de aislamiento socio-económico, tuvo
por consecuencia que las nuevas extensiones del quechua lo fueran, no de
una sola habla uniforme, sino de las variedades regionales ya anteriormente
implantadas en cada zona. La pronta asunción de la lengua ‘oficial’, la caste
llana, por las autoridades locales indígenas -que se tomaron bilingües- coadyu
vó en hacer innecesario el mantenimiento de un ‘quechua general’ en el área
andina.
De este modo, el dialecto Q.IIB de Quito se impuso en gran parte del Ecua
dor y el sur de Colombia; los dialectos Q.IIB, vecinos, de Chachapoyas y La
mas (departamentos peruanos de Amazonas y San Martín, respectivamente)
se afianzaron aún más en la montaña nororiental peruana y en la cuenca del
Alto Amazonas; lo mismo hicieron el Q.IIA de Cajamarca, en la sierra norte
peruana, y el Q.IIC Ayacuchano en la sierra surcentral; el Q.IIC Cuzqueño,
igualmente, se fortaleció en el este y el sur de las sierras bolivianas gracias a la
actividad minera de Potosí; y el Q.IIC de Tucumán avanzó hacia las tierras
bajas de Santiago del Estero. Estas progresiones regionales alcanzaron un gra
do tal de afianzamiento hacia el siglo XVIII que fueron causa de gran preocu
pación por las autoridades coloniales, alarmadas por la, en cambio, exigua
implantación del castellano en aquellas regiones.
c) la implantación, sobre gran parte del área andina, del Imperio Incaico,
cuya política económica de control directo de la producción y circulación de
bienes había reducido fuertemente la actividad comercial en amplios sectores
de su territorio.
Desde Manta, o puntos más al Sur como la isla Puná y Tumbes (y quizá
Paita), las rutas marítimas septentrionales del comercio se dirigían «hacia el
poniente», según consigna el cronista Sarmiento de Gamboa ([1572] 1943:
cap. x l v i ). Sin embargo, la importancia económica de la relación comercial
hacia el poniente (¿México?) era con seguridad, en volumen, género y diversi
dad de los bienes intercambiados, muy inferior a la que vinculaba las costas
ecuatorianas y peruanas y, a través de éstas, al área interior andina desde el sur
colombiano hasta el noroeste argentino.
Ya desde fines del primer milenio, cuando hubo ganado la costa sur al
aru, el protoquechua IIB-C había a empezado a penetrar en las serranías in
mediatas, cubriendo ambas vertientes de la Cordillera Occidental y dejando
encerrados en su avance reductos de antiguas lenguas arus (Torero, 1970:
240-242). Paralelamente, se esbozaba su escisión en IIB y IIC: proto-IIC
como la variedad de las vertientes cordilleranas -d e donde continuarían más
tarde su progresión hacia el este y el sureste- y proto-IIB como el lenguaje
de la costa central y sur.
Es de suponer que se fue tejiendo en estos siglos a través del mundo andino,
entre señores locales o regionales, una fuerte red de intereses en los beneficios
del comercio lejano; lo que a su vez dio estímulo y protección política ‘interna
cional’ a la existencia y las actividades de una suerte de corporación o liga
suprarregional de mercaderes (véase Torero, 1970: 94, 123). Frank Salomon
ha examinado la pervivencia en el siglo X V I de una situación de este género
entre otavalos y pastos, en la frontera ecuatoriana-colombiana (Salomon, 1978).
[Nos parece adecuado introducir aquí una nota en referencia al punto (a). En
un libro anterior (Torero, 1974), examinamos las diversas formas de comple-
mentación económica desplegadas por las sociedades andinas prehispánicas en
los diferentes periodos de su desarrollo. El antropólogo rumano-norteamerica
no John Murra ha puesto énfasis en una de estas formas, la de una economía
autosuficiente lograda a través del «control vertical de un máximo de pisos
ecológicos» por una misma sociedad, poseedora de un núcleo de asentamiento
principal y de «islas periféricas» -situadas en zonas vecinas, pero a distancias
variables del núcleo- que la proveían de recursos inexistentes en el asenta
miento principal (Murra, 1975: 59-115).
Los cinco casos que expone Murra se refieren al período 1460-1560 y, por lo
tanto, a situaciones creadas y/o sostenidas gracias al poder suprarregional del
Imperio Incaico e instituidas para beneficio de los señores o los templos, como
indicamos antes. Murra, sin embargo, postula este modelo (sus «archipiélagos
verticales») como de aplicación muy extendida, antigua y estable en los Andes,
al margen de conflictos bélicos y transitorias coyunturas políticas, lo cual está en
contradicción con la mejor muestra que poseemos de la vida social prehispáni-
ca: las tradiciones de Huarochirí relatadas en quechua por los propios nativos a
fines del siglo XV I o primeros años del siglo XVII (véase Arguedas, 1966; y Tay
lor, 1980), y en contradicción también con los innumerables juicios sobre tierras
que opusieron entre sí a etnias indígenas en los primeros tiempos coloniales.
Lo cierto es que han sobrevivido, y se van descubriendo cada día más, los
datos que permiten reconstruir el comercio lejano: redes, rutas y centros de
intercambio, mercaderes, «monedas», medios de transporte y naturaleza de las
mercaderías.
Se sabe hoy que los mercaderes de Chincha eran numerosos: de seis mil a
diez mil según las fuentes (véase Rostworowski, 1970); que los sacerdotes
del santuario de Pachacámac eran a la vez mercaderes (Torero, 1974: 81);
que era intensa y especializada la actividad mercantil en la costa norte pe
ruana (Rostworowski, 1975: 340-342); que surcaban las aguas del Océano
Pacífico grandes balsas veleras transportando mercaderías, como las men
cionadas por Sarmiento de Gamboa viniendo del poniente hacia Ecuador o
como la famosa «balsa de tumbecinos» que, cargada con veintidós toneladas
métricas de variadas y ricas mercaderías, fue interceptada por un navio espa
ñol frente al litoral septentrional peruano varios años antes de iniciarse la
conquista del Perú, según la descripción contenida en la Relación Sámano-
Xerez de 1527 (Porras Barrenechea, 1967: 62-68).
El número de balsas que conectaba los puertos a lo largo del litoral del
Pacífico debió ser elevado en tiempos preeuropeos. Es interesante notar que
los nativos continuaron empleándolas durante toda la época colonial -y quizá
I d io m as de lo s A n d es. L in g ü is tic a e H is to r ia 97
hasta fines del siglo X IX - para transportar mercaderías en travesía directa en
tre Ecuador y la costa central peruana, en lo que parece haber sido, tres siglos
después de la conquista hispánica, el mantenimiento de una economía indíge
na paralela a la de españoles y criollos.
No establece Cieza una relación entre empleo del quechua y actividad co
mercial, pero da, precisamente para la provincia de Chimbo, una nota inhabi
tual: «... a tiempos usan de congregaciones para hallarse en ellas los más prin
cipales, a donde tratan lo que conviene al beneficio así de sus patrias como de
los particulares provechos dellos» (Cieza, op. cit.: cap. XLV).
Débese examinar, por esto, qué habría podido suceder en el escenario lin
güístico ecuatoriano con la ocupación incaica y si ésta pudo introducir en el
área (en los apenas 50 ó 60 años de su duración) el quechua o, más específica
mente, el dialecto quechua IIB que, con variaciones locales, se habla actual
mente en el Ecuador y en el curso alto del río Putumayo, en Colombia.
Pai a esto, es preciso, como cuestión previa, determinar qué aportes idiomá-
ticos (quechuas o no) pudieron realizar los incas en las regiones septentriona
les mediante sus ejércitos y guarniciones o sus mitmas.
En cambio, como se ha visto, por inicial irradiación desde los valles coste
ños de lea y Nasca, el quechua IIC se hallaba sólidamente implantado sobre
ambas vertientes de la Cordillera Occidental en el suroeste del departamento
de Ayacucho, supeipuesto a relictos de arus hahuasimis (lucanas, laramates y
antamarcas), territorial y lingüísticamente fragmentados.
Ahora bien, de lo dicho hasta aquí queda claro que no se dieron durante la
cpnquista y la ocupación incaicas del Ecuador (ni tampoco, naturalmente, en
la época hispánica) los factores y condiciones requeridos para la introducción
consistente de un dialecto quechua del tipo IIB -cuyas formas son, sin embar
go, las que han predominado sustantivamente en la constitución de las hablas
ecuatorianas modernas-. S e deriva de esto que la presencia del proto IIB ecua
toriano en el área septentrional debe fijarse en tiempos preincaicos.
Sobre las actividades comerciales entre las costas central y sur peruanas y
las costas y el interior ecuatorianos se posee ya, como hemos visto, bastante
información correlacionable con la extensión del IIB; pero se carece aún de
datos correspondientes para los departamentos peruanos de Amazonas y San
Martín, y sólo resta al respecto postular como hipótesis de trabajo la existen
cia de vías comerciales, quizá múltiples, que conectaban el Ecuador y el cen
tro del Perú con el nororiente peruano. En todo caso, no hay hasta el momento
otra manera de explicar la presencia de hablas IIB en los departamentos de
Amazonas y San Martín y en los cursos bajos de afluentes del río Amazonas,
en el departamento de Loreto.
Por lo demás, para una mejor comprensión de los factores que promovían
la extensión septentrional del quechua, débese necesariamente mirar, al me
nos, lo que paralelamente acontecía a principios del siglo XVI en los bordes de
su área lingüística: el interior de Colombia y la cuenca amazónica.
3 .4.2. Las hablas cauquis de Yauyos (Perú) dentro de una propuesta de re
construcción fonológica del proto-aru
3.4.2.2. Todas las variedades arus que estamos encerrando bajo la designación
de cauquis se hablan actualmente sólo dentro del distrito yauyino de Tupe, en
las localidades -pueblos o sitios campestres- de Tupe, Ayza, Coica, Cachuy,
Mutrka y otros, según Neli Belleza Castro, la autora de un Vocabulario Jaca-
ru-Castellano Castellano-Jacaru (1995), que utilizaremos aquí como fuente
principal de noticia e información lingüísticas.
Esta contienda entre quechua y aru debió tener a principios del siglo XVI
como sus principales antagonistas a las dos más importantes ‘lenguas genera
les’ del Antiguo Perú: el quechua HB costeño (o ‘yunga’) y el aru aymara. En
el primer vocabulario quechua, el Lexicón de fray Domingo de Santo Tomás
[1560], que registra básicamente esa variedad costeña, se infiltran voces de
neta raigambre aymara, como mara «año», al lado de la voz quechua (y del
cauqui actual) guata [wata] y, más significativamente, hondoma «vaño [o baño]
de agua caliente», del aymara hunt’u urna, a su vez proveniente del proto-aru
*huntr’u urna [*huntr’u «caliente», *uma «agua»], con el cambio aymara de
*tr’ en t \ y, dentro de los cánones fonéticos del yunga, con rechazo de la
glotalización y con sonorización de /t/ tras nasal.
Tales infiltraciones parecen probar que el aymara tocaba también a las puertas
de Lima y, seguramente, con mayor razón, al área de Yauyos, a la cual podía
alcanzar fácilmente a través del altiplano de Choclococha desde las nacientes
del río Pampas, donde, todavía en el siglo XVI, convivían pueblos aymaras y
quechuas; además, otras hablas arus hoy extintas, las hahuasimis, se usaban
aún a fines de ese siglo en sitios de la Cordillera Occidental del actual depar
tamento de Ayacucho (Torero, 1970: 237-244).
Entretanto, nuestra tarea actual no pretende más que proponer cierto orden
en la maraña de datos entrecruzados en relación con las hablas cauquis, corre
lacionándolos con los que poseemos para el aru aymara, de modo que unos y
otros sostengan una hipótesis coherente acerca de la fonología del proto-aru y
su evolución hacia las hablas arus modernas.
p t tr ch k 9
ph th trh chh kh qh
P’ t’ tr ’ ch ’ k’
de Hardman queda, pues, como sigue (empleando las grafías que utiliza Neli
Belleza):
p t ts tr ty ch k <7
ph th tsh trh tyh chh kh qh
P’ t’ ts ’ tr ’ ty ’ ch’ k’ q’
3.4.2.4. Un modo de abordar los problemas que aquí se nos presentan es exa
minar con qué frecuencias ocurren en raíces los presuntos fonemas oclusivos
y africados (que en adelante llamaremos simplemente oclusivos).
3.4.2.5. En base a los datos que así disponemos, se puede concluir que estamos
frente de, al menos, tres fuentes de cauqui: a la primera y la segunda de ellas las
identificamos, respectivamente, con el habla del propio pueblo de Tupe (el
‘tupino’) y con la del pueblo de Cachuy (el ‘cachuino’); la tercera, el ‘cauqui
3’, queda sin identificar y puede consistir en influencia de lenguas quechuas o
en momentos de un proceso histórico que se detuvo a medio camino en algún
foco aru al interior o a proximidad del área lingüística sobreviviente.
Sin embargo, dentro del tupino (y, tal vez, también del cachuino) algunas
*tr han pasado directa o ulteriormente a alveopalatales: huanca yatra- «sa
ber», katri «sal»= tupino yatyi, katyi. En estos casos, no podemos descartar
-y la hipótesis parece la más plausible- que tales voces hayan llegado del
quechua al cauqui a través del aymara o de algún habla ‘aymaroide’ no identi
ficada, que habría convertido previamente *tr en t: *yatra->*yati->yatyi,
*katri> *kati>katyi.
p t ch k q
ph th chh kh qh
p’ t’ ch’ k’ q’
Que una parte importante de los protofonemas del orden palatal retroflejo
se fundieron con los del orden palatal plano parece evidenciarse en el hecho de
que en inicial de raíces aymaras los fonemas del orden palatal plano ocurren
notoriamente con mavor frecuencia que los de cada uno de los demás órdenes.
I d io m a s d e lo s A n d e s . L in g ü is tic a e H is to r ia 115
De allí que carezca de asidero la presunta prueba aducida por Peter Lander-
man (1994: 375) para sostener que se debe reconstruir también en proto-que-
chua las series aspiradas y glotalizadas: se funda en la existencia en cauqui de
la forma m itr’a «mezquino», con palatal retrofleja y glotalización, forma que
él estima como préstamo del quechua al aru por hallarse sus reflejos en todos
los dialectos quechuas, aunque con el rasgo de glotalización sólo en las ayma-
rizadas hablas cuzqueño-bolivianas.
El hecho es, sin embargo, que se la encuentra igualmente en todas las len
guas arus conocidas, y como mich’a en aymara -esto es, con glotalización y
cambio de *tr’ en c h ’, tal como se esperaría que hubiese ocurrido en la evolu
ción del proto-aru al proto-aymara. Si bien estamos ante un caso de ‘lexema
compartido’ por quechua y aru, es justamente la presencia del rasgo de glota
lización en lenguas geográficamente tan alejadas hoy como el cauqui y el ay-
mara lo que lo marca como originariamente aru.
El sistema vocálico proto aru contaba con tres unidades fonológicas: dos
altas, anterior y posterior, *i y *u, y una central baja, *a. En algunos dialectos
aymaras, como el lupaca descrito por Ludovico Bertonio, aparecieron vocales
largas, sobre todo por la caída de las semiconsonantes *y y *w entre vocales
homófonas. En cauqui, a la vez, según los vocablos consignados por Neli Belle
za (1995), surgieron vocales largas, en condiciones no suficientemente claras;
tales vocales, que hallan pares mínimos de oposición con las vocales breves en
el Vocabulario de esa autora, se dan solamente en penúltima sílaba de las raíces.
I d io m a s d e lo s A n d es. L in g ü is tic a e H is to r ia 117
Aquí hay que señalar que en todas las lenguas arus el acento de la palabra
incide automáticamente en su penúltima sílaba. Sin embargo, en cauqui, a
juzgar por los datos de que disponemos, pareciera haberse desarrollado un
rasgo de intensidad vocálica que se efectiviza únicamente en la penúltima y la
antepenúltima sílabas de las raíces: si la vocal intensa ocurre en la antepenúl
tima sílaba, se lleva toda o casi toda la carga acentual hacia su sílaba; si ocurre
en la penúltima sílaba, se realiza como vocal larga acentuada. Es en esta posi
ción que pueden ocurrir los pares mínimos de oposición breve/larga -contras
tes que Martha Hardman (1983:45) prefiere denominar de ‘vocales norm ales’
a ‘vocales [ultracortas’ que «se pronuncian rápido»-.
En primer lugar, estimamos que el nombre más apropiado para las hablas
arus de la provincia de Yauyos es, precisamente, yawyu (en castelllano: yauyo,
plural yauyos). Los yauyos, históricamente la más poderosa etnia de la región,
aunque en buena parte plurilingües, tenían en los siglos XVI y XVII como uno
de sus rasgos distintivos y de unión el manejo de sus idiomas arus, cuyos
remanentes son los usados hoy en el distrito de Tupe; ‘devolverles’ a éstos la
antigua apelación sería un paso efectivo de recuperación étnica.
Ahora bien, el uso, para significar familias lingüísticas, del sufijo inglés -an
(equivalente de los diversos gentilicios del castellano) está efectivamente den
tro de ‘cierta tradición terminológica’... pero norteamericana. De esta m anera,:
hallamos que lo que para un lingüista o un filólogo de idioma castellano son las
fam ilias maya, paño, jíbaro, etc., suelen ser para un lingüista estadounidense o
anglicista las familias moyana, panoana, jibaroana, etc. No hay que olvidar al
respecto que, en la tradición castellana, los sufijos gentilicios se emplean más
bien para dar nombre a idiomas específicos o a dialectos de éstos: castellano o
español, italiano, rumano, francés, portugués, catalán, provenzal, dentro de la
familia románica o latina-, ayacuchano, ancashino, ingano, cuzqueño, santia-
gueño, en la familia quechua', cauqui tupino y cauqui cachuino en la rama yau-
yo de la familia aru.
Sufijos temáticos:
a) transcategoriales:
‘conversivo’ -yaa- -ya- -tsa- -cha-
‘factitivo’ -tsaa- -cha- (-tsa-) -cha-
‘colocativo’ — -ncha- -n.tsa- -n.cha-
‘ubicativo’ — — -n.ka- -n.ka-
‘omativo’ -ku- -Ili.ku- — —
b) intracategoriales:
‘causativo’ -tsi- -chi- -ya- -ya-
‘asistivo’ -:shi- -ysi- —
‘recíproco’ -na.ku- -na.ku- -shi- -si-
‘reflexivo’ -ku- -ku- -shi- -si-
‘propensivo’ -pu-(.)- -pu-(.) — -rapi-
‘contradictor’ --- :— ----- -rano.
122 A lfred o T orero
Sufijos modulares:
a) aspectuales:
‘inceptivo’ -ri- -ri- -waqa- -ta-
‘durativo’ -ykaa- -sya- -ka- -s.ka-
‘puntual’ — -rqu- -kha- -su-
‘estacionario’ -raa- -raya- — —
‘persistente’ -paa- -paya- — —
3.5.2. En una excelente tesis doctoral, que analiza y compara de modo siste
mático las estructuras gramaticales del quechua cuzqueño y del aymara -los
idiomas de ambas familias más largamente en contacto-, el lingüista norte
americano Joseph Davidson ha demostrado que, pese a sus semejanzas impre-
sionísticas, no existen entre ellos correspondencias realmente significativas
en cuanto a la organización y disposición de sus categorías de sufijos; y que,
más bien, los distingue un considerable número de rasgos idiosincráticos (Da
vidson, 1977).
aislamiento entre esos sitios, reclamado, en las tan varias y difíciles condicio
nes fisiográficas y ecológicas andinas, por la necesidad de adecuar estrategias
alimentarias y técnicas de domesticación a ecosistemas, plantas y fauna loca
les a menudo distintos.
Sólo más tarde, hace unos cinco mil años, ya afirmado el neolítico, se pro
cedió al establecimiento de contactos de una manera creciente entre los diver
sos núcleos, hasta lograr un alto grado dé intercambios a principios de nuestra
era. En el plano lingüístico, tal aproximación en aumento fue favoreciendo a
ciertos idiomas que, si bien'locales en la partida, alcanzaron nivel regional,
absorbiendo o eliminando en la competencia a otros idiomas lugareños e, in
cluso, contaminándose con ellos y entre sí debido a episodios de plurilingüis-
mo y a la constitución de zonas fronterizas comunes (Torero, 1990).
a) gran vigor de ellas deban mucho las extensiones primarias del quechua y del
a fU I n c l u s o , la e c l o s i ó n c u l t u r a l de Nievena en el valle de Lima, en el sector
sur del territorio quechua, y la edificación en este valle, desde el siglo IV, del
activo centro urbano de Cajamarquilla, pueden señalarse como lo s aconte
cimientos que condujeron a la primera escisión del protoquechua en sus dos
grandes subgrupos: quechua I, o H uáyhuash, al Norte, y quechua II, o Yún
gay, al Sur. El subgrupo Yúngay o quechua II (Q.II) es el que mostraría en
adelante el mayor poder expansivo.
Un segundo momento de este período, en tomo del siglo VIH de nuestra era, y
parece haber estado marcado por intentos de imposición militar y acciones de í
conquista que, por encima del intercambio comercial o para asegurarse el pro- >
vecho de éste, se desencadenaron entre los principales reinos de los Andes.
Tiahuanaco pasó a controlar el Altiplano y sus vertientes hacia el Pacífico y la j
' om a s d e t o s A n d e s . L in g ü is t ic a e H is t o r ia 127
selva; Huari-Viñaque se expandió por la sierra surcentral y sur peruana hasta los
Apartamentos de Cuzco y norte de Arequipa. Pachacámac -que había tomado
e] relevo de Cajamarquilla en la costa central- extendió su influencia por la
sierra central y a lo largo de la costa del norte y del sur (donde, en la zona de lea,
suscitó el estilo cerámico que Dorothy Menzel [1968] llama Ica-Pachacámac),
v no cesó en adelante de afianzar su prestigio como centro político, comercial y
religi°s0- Viñaque, en cambio, declinó como estado hacia 800 d. C.
Sigamos primero la línea del aru. Grupos arus de la rama Yauyos avanza- S
ron hacia el Norte hasta ganar la provincia de Huarochirí y, tal vez aun, la de J
Canta, serranías inmediatas de la actual ciudad de Lima. Una relación del sacer- ■
dote jesuíta Alonso de Barzana dirigida al padre José de Acosta, su superior 1
menciona que en el partido de Huarochirí hay numerosos pueblos en los que' I
sobre todo las mujeres, no entienden la lengua general quechua y usan una i
«lengua particular» (Acosta, 1954: 267-268). Esta ‘lengua particular’ puede 1
ser identificada como aru por dos expresiones intercaladas en el Manuscrito 1
de Huarochirí: auquisna y chaycasna, respectivamente ‘de nuestro padre y I
criador’ y ‘de nuestra madre’ (Torero, 1970: 241). I
Sin duda, las tres eran ya suficientemente diferenciadas como para merecer
consistentem ente una designación propia y distinta; no obstante, por las explica
ciones que de ciertos topónimos se ofrece allí, puede deducirse que todas for
maban parte de la familia aru: «la comarca de Cotaguaci [donde] algunos de-
llos hablan en su lengua quichua» tiene en los altos de las sierras «gansos, que
en su lengua se dicen guallatas»; «Alca en lengua de indios quiere decir ‘un
carnero la mitad blanco y lo otro negro’»; «Colquemarca se dice ansí por s e lo
haber puesto los ingas antepasados y quiere decir ‘pueblo de plata’»; «y el pue
blo de Cham aca ansí mismo se lo pusieron los ingas antiguos, y quiere decir en
la lengua que los dichos indios hablan ‘escuridad’». Todas estas designaciones
hallan explicación en el Vocabulario Aymara de Ludovico Bertonio (1612),
aunque parte de ellas se registra también en el Vocabulario de la lengua Qqui-
chua de Diego González Holguín (1608), del dialecto IIC cuzqueño.
En todo caso, topónimos y nombres propios del área, cuya glosa castellana
se ofrece en las ‘relaciones’ de la época, se explican diáfanamente acudiendo 1
a las obras aymaristas de Ludovico Bertonio, como mostramos hace algún :
tiempo (Torero, 1970: 241-242). En los tres repartimientos, la ‘nueva’ lengua
de comunicación general era el quechua; pero en el de Atunsora se menciona
una presencia aún más reciente: la del aymara, al que se califica de «lengua
natural suya» (Jiménez, 1965: vol. I; 221).
i en vías de ser desalojado, no hay referencia en esa zona, y sólo en ella, a ningún
' ptro estrato lingüístico que lo precediera, y sí a idiomas arus hermanos, ‘antiquí
simos’ como él, que lo avecindaban todavía en los Andes Centrales.
Sin embargo, redactada en 1586, más de medio siglo después de aquel hecho
en la época en que el Tercer Concilio Límense acababa de formular objeciones
contra ese IIB y el año mismo en que el Vocabulario Anónimo denunciaba
explícitamente las voces «del Chinchaysuyo» y se empezaba a loar ‘las formas
cortesanas del quechua cuzqueño’ (y escrita, por añadidura, en una zona vecina
del propio Cuzco), la relación de los Collaguas y Cavanaconde sentenciaba con
dureza: «Los de la provincia de Cavana hablan la lengua general del Cuzco
corruta y muy avillanada» (Jiménez, 1965: vol. I; 329). Es bastante probable que
se tratara de la primera ‘lengua general del Perú’ traída a menos.
Páginas atrás habíamos visto que la «lengua quichua general del Inga» era el
vehículo de comunicación entre todos los pueblos del sector de la cordillera
I d io m a s d e lo s A n d e s. L in g ü ís tic a e H is to r ia 133
Por estos rasgos léxicos, el quechua de los lucanas y soras resultaría más 1
cercano de lo que quizá fue el viejo lenguaje de Pachacámac que del quechua '
Chínchay IIB .
Tuvo razón Murúa cuando dijo que «la lengua del Ynga, que era la particu
lar que éste hablaba, [era] diferente de la quichua y de la aymara, que son las
dos lenguas generales de este reino» (Murúa, 1987: 377). En realidad, el ay
mara v el Quechua del Pamnas irme se. pura m e n te n rp f ío n m h n fm rrw c TTr"i fu » .
136 A lfred o T orero
Tras el análisis del cantar transcrito antes (que se pudo conocer gracias a la
primera edición completa de la obra de Betanzos, Suma y Narración de los
Incas, preparada -infelizmente, con numerosas fallas- por la historiadora es
pañola María del Carmen Martín Rubio en 1987), se vuelven transparentes
otros fragmentos sueltos del cundi incaico; en especial, el nombre de un per
sonaje de gran importancia en la jerarquía del imperio -« la segunda persona
del Inga», según el cronista Cristóbal de Molina (Molina, 1968: 75-76)-, el
sumo sacerdote Vila O rna [wila urna]: se trata de la traducción del nombre
quechua V iracocha <*Avira qutRa/, «lago o mar de Wari» (wari, o su metáte
sis wira -w ila en la fonética cundi-, es una designación antiquísima del sol;
cf. Torero, 1990). Se toma claro que */qutRa/ es raíz quechua y */uma/ su
correspondiente aru. /qutRa/ y /urna/ se convierten en componentes del apela
tivo de un alto dignatario -como, en Chincha, /unu/ es no sólo ‘el valle’, sino
‘el señor del valle’- . La traducción puede darse también como conjunto en
yuxtaposición: «sol (y) mar», los dos lados del mundo.
[Es plausible la hipótesis de que el Vila Orna fuese antes la autoridad supre
ma en un régimen teocrático, desprovista de poder por un movimiento milita
rista, como Viracocha fue efectivamente depuesto por Pachacuti. Según dice
la Relación del Jesuíta Anónimo -a quien los historiadores González de la
Rosa y Porras Barrenechea identifican con el cronista mestizo Blas Valera-, el
‘gran Vilahoma’ «en los tiempos antiguos tenía jurisdicción sobre los reyes».
Acerca del estatuto superior del Vila Orna y de los ‘Hatun Villca’ (tal vez sus
pares en otras comarcas o sus subalternos inmediatos), así como sobre los
motivos de su venida a menos, la Relación precisa: «Fueron en los tiempos
antiguos todos estos ministros de grande autoridad y reverencia entre los pi-
ruanos, así porque eran ricos y poderosos, como porque eran nobles v muv
138
Es un tema por dilucidar hasta qué punto se debe a las conquistas cuzque- .
ñas y al implante de su administración la presencia de variedades IIB en Cha-
I d io m a s d e lo s A n d es. L in g ü is tic a e H is to r ia 139
Algo más tarde, por las grandes conmociones sociales que había iniciado la
propia maquinaria imperial, con sus trasiegos de población en forma de miti-
niaes o de ejércitos de diversas procedencias e idiomas, empezó a trastornarse
el habla de la región cuzqueña misma, dirigiéndose hacia pautas de tipo IIC;
las formas IIB, más conservadoras, fueron deviniendo en dialecto social, en
marca de élite. Seguimos suscribiendo lo que escribimos hace años: «[...] pa
rece haber sido la variedad yunga, y no la cuzqueña, la más estimada por la
propia nobleza imperial; esto se desprende de ciertas formas consignadas por
los primeros cronistas (incluidos Betanzos, Sarmiento de Gamboa y Titu Cus-
si Yupanqui) que de ningún modo deben achacarse a «deformaciones» en boca
de los españoles, como, por ejemplo: tam bo, Túm bez, cumbe, ande, indi,
cóndor, mango, inga, yunga, etc., con sonorización de oclusiva tras nasal...
Tal vez eran también chinchas las formas que rechazaban la oclusiva uvular en
final de palabra, como C a p a ,... T o p a ,... Pachacam a... etc.» (Torero, 1974:
132-133).
sangre real, quedando tal vez el llimpi para las que no lo eran (Garcilaso, u
1963: vol. II; 330). El inca cronista, exiliado del Perú desde su adolescencia ■
en 1560, nos ofrece, asimismo, una breve canción amorosa quechua que acude «
a su memoria, y que traduce al castellano: Cayllallapi/ puñunqui/ Chaupitu- i
ta/sam usac («Al cántico/Dormirás/Medianoche/ Yo vendré»; Garcilaso, 1963: 1
vol. II; 79-80), donde la raíz del verbo «venir» tiene ‘todavía’ la forma samu-, 3
ajena a la típica IIC ham u- que en el propio Cuzco recogía ya por entonces i
Diego González Holguín. fl
Lo más cierto ha de ser que no hubo suplantación de ‘un IIB ’ por ‘un IIC’,
sino configuración de nuevas características en el habla cuzqueña -pérdida de
ciertos rasgos y adquisición de otros- sobre la antigua base del cundi y del IIB
locales; se forjó así la nueva faz del ÜC regional con elementos que procedían |
del habla de los estratos populares y provinciales, del dialecto quechua que *
venía desde Andahuaylas y de los dialectos aymaras que cercaban la región
del Cuzco.
En todo caso, IIB o IIC, el habla quechua del Cuzco reevaluó, por diversos
motivos y procesos, las marcas de glotalización y aspiración provenientes de
dialectos arus, tal como lo ha venido estudiando muy acertadamente Bruce
¡JDIOMAS DE LOS A N D ES. LINGÜISTICA E HISTORIA 141
jvían n h eim (1991: 177-217). Tal vez, ‘escindió’ el antiguo recurso ‘tensivo’
en esos rasgos para significar polarmente, por un lado, lo instantáneo, brusco,
breve, rápido, etc., con la glotalización, y, por otro, lo dilatado, sua
e str e c h o ,
ve, amplio, duradero, lento, etc., con la aspiración.
Como lo anotó el jesuita José de Acosta hacia 1577: «Por lo que toca a la
lengua, la dificultad está en gran parte aligerada en este espacioso reino del
Perú, por ser la lengua general del Inga, que llaman quichua, de uso universal
en todas partes, y no ser ella difícil de aprender... Y aunque en las provincias
altas del Perú está en uso otra lengua llamada aymará, tampoco es muy difícil
ni difiere mucho de la general del Inga» (Acosta, 1954: 415).
En un nuevo artículo, «Tras las huellas del aimara cuzqueño» (1999), nues
tro ex discípulo se limita a reiterar sus argumentos de un año antes, por lo que
nuestras observaciones se referirán a su primer artículo.
Para medir (si cabe) la magnitud de los traspiés que da, reproducimos aquí
el análisis que hicimos del cantar en 1994, y algunas notas con que sustenta
mos, entonces y ahora, nuestro convencimiento de estar ante una muestra de
un idioma aru, y no de uno puquina.
6 axco-le-y
7 haguaya guaya (sonsonete)
8 haguaya guaya (sonsonete)
pero propone introducir entre ellos el ‘causativo’ -ya- «hacer» -cosa que con
sideramos pragmáticamente innecesaria en este caso y que, además, habría
producido como secuencia gráfica algo parecido a <la.yey>, <la.yi> o <la.i>,
con dos sílabas y conservación de *a>[a], y no la sílaba final única <ley>, con
subimiento de *a>[e], que el cronista registra.
(En una nota anterior puesta en un trabajo sobre distinto tema, el propio
comentarista había asimilado el fonetisrao de este final en [ley] al de la pala
bra aymara bimorfemática <hiley>, de /hila/ «hermano mayor» e /-y/ ‘vocati
vo’, ejemplificado en la Doctrina Christiana del Tercer Concilio Límense
(1583-1584, 1.° Parte, folio 79r.)
para decir «vestirse la saya» había que verbalizarlo mediante el sufijo <-lli->:
< a c s u - lli- c u - > (González Holguín, 1952: 17). El caso era el mismo en aymara
(cf. Bertonio, 1612:1; 426: «saya de india» <vrco>; «ponérsela» <vrco-tta-si->).
En la forma verbal <axcoley> testimoniada por Betanzos no ocurren <-lli-> ni
<_tta->, ni otro verbalizador equivalente.
glo. Para ellos, <*> o era [sh] o era [ks] bifonemática, o, a lo sumo, una frica
tiva dorsovelar aún no definidamente ‘jota’; y <s, ss> empezaba a usarse por
[sh] como grafía alternativa; así se explica que DST anote: «saya de muger»
<anaco, o acsso, o axo> y que Betanzos (como en su momento vimos) designe
a la coya, esposa del inca, como <paxxa yndi vssus> [paqsha indi ushush] I
«luna, hija del sol». j
Por otra parte, Cerrón objeta nuestra hipótesis de que la palabra inka pudie-
ra ser metátesis de yamki o yanki, nombre venerado aplicado entre los Colla- '
huas a los caciques principales, según consignó en 1586 Ulloa Mogollón (cf. '
Jiménez de la Espada, 1965:1; 329). Esa hipótesis, dice, «resulta inmotivada»
porque «las metátesis en quechua y aimara no alteran la naturaleza fónica de
los segmentos trastocados ni los reducen: lo esperado aquí habría sido *kiyan
o *kiyam» (!?). Es habitual en Cerrón inventar ‘universales (muy) particula
res’ cuando los argum entos le faltan. Olvida tantas m etátesis del tipo
ta w rix ta rw i «altramuz», no *ritaw ni *witar [antes había jugado con una
hipótesis semejante: a c su x a x c o «saya de india»]; o del tipo qitR u-xqutR i-
«quitar» en jauja-huanca (qich u -xq u ch i- en ancashino). En nuestra hipótesis,
la metátesis habría sido yanki>(y)inka (donde y se funde con i por homofonía).
No hay que olvidar que, como lo señala Martín Rubio en el estudio preliminar
a la edición de 1987 de la Suma y Narración, en la «Tabla de los Yngas» con
que Betanzos inicia su crónica, el lugar que ocupa Yamke Yupangue, entre
Pachacuti y Topa Ynga Yupangue, es el mismo que da Garcilaso de la Vega al
supuesto monarca Inca Yupanqui.
formación sobre las hablas Q.I o parten de material poco fiable; en cuanto a lo
segundo, asumen como pruebas de relación genética similitudes que no pue
den dar para más que como comprobación de coincidencias tipológicas o de
c o n v e r g e n c i a s areales; los trabajos de Orr y Longacre (1968), Lastra (1970) y
De nuestro lado, podemos oponer a las cifras dadas por Bütner índices mucho
menores de divergencia al interior de la familia aru y entre dialectos —no len
guas- aymaras, según cálculos realizados por nosotros mismos. Hemos mane
jado únicamente la lista menor de Swadesh, de 100 ítemes, evidentemente
corta, pero relativamente menos susceptible que la lista mayor a ser alterada
por factores culturales. Tenemos, así, 63% de cognación (15,3 sdm) entre el
aymara de La Paz y el cauqui de Tupe (jaqaru) y sólo 88% (4,2 sdm) entre el
aymara de Puno y el de La Paz.
Ahora bien, sería realmente impensable que lenguas que muestran una dis
tancia temporal de cuatro milenios o más (y eso en los cómputos menos suspi
caces) exhibiesen pares léxicos tan similares como si se hubieran separado
apenas unos siglos atrás; y este es el caso para catorce pares del cotejo Huaraz-
La Paz y quince del Castrovirreyna-La Paz. Se trata, sin duda, de préstamos
relativamente recientes, de falsos cognados, y, por lo tanto, deben rehacerse
los cómputos eliminándolos de las listas comparadas.
Ahora bien, si pasáramos al examen de los pares que sólo ‘se parecen’ sin
que sea evidente su calidad de préstamos, hallaríamos que debemos desechar
los enteramente, puesto que, ni aun acudiendo a la comparación de todo el
material léxico de las lenguas examinadas, lograríamos establecer reglas de
correspondencia con valor de predictibilidad que los explicasen como auténti
cos cognados.
¿ar la relación. Afirma que, «desde entonces, los estudios andinos [estudios
reduce a la cuestión del debate en tomo del ‘quechumarano’] parecen
haber sucumbido a una ola difusionista con papel tras papel criticando aquel
artículo y arguyendo que el contacto lingüístico explica las similaridades entre
las dos familias». Cita a Adelaar, Büttner, Cerrón, Hardman, Mannheim, Par
ker, Stark. Agrega que, «[...] entonces, desde 1970, la propuesta genética y la
hipótesis del contacto se enfrentaron la una a la otra como si fueran incompati
bles adversarias, con papel tras papel que repetían en su mayoría una y otra
vez las mismas objeciones contra la propuesta de relación genética» (1995:
159). [Las traducciones son nuestras].
cebidas acerca del parentesco genético» (1986: 380). Esta acertada premisa 1
parece caer en saco roto para Lyle Campbell, quien, en la nota sexta de suí
trabajo, avisa al lector que su predisposición y su actitud han sido siem pre!
favorables a la posibilidad de que se pruebe la reLación genética de las familias f
quechua y aru. J
Si efectuamos una similar diligencia comparativa del quechua y del aru con
el puquina - la «tercera lengua general del Perú» en el siglo XVI, hoy extingui-
¿a- que presentaba morfología y sufijos de función equivalente, pero se distin
guía en prefijar las personas poseedoras y en ser ergativa, observaremos que el
puquina exhibe formas que aparecerán unas veces como próximas o comunes
con el quechua sureño; otras, con el aymara, o con ambos; y otras, en fin, con
idiomas de diferentes familias, en especial la arahuaca.
El puquina tuvo contacto más temprano con el aru, del cual fue fronterizo
en su fase de protoidiomas probablemente desde antes de nuestra era, en tiem
pos aurórales de la cultura costeña de Paracas-Nasca y de la altiplánica Puca
rá. Un milenio más tarde, se vinculó también fuertemente con el quechua, del
cual no se desligó virtualmente hasta su extinción, en los siglos XVI-XVIl. La
permanencia de esta relación se hace evidente por la coexistencia en puquina
de dobletes, ‘prestados’ unos del quechua (o del aru, en su caso) y ‘nativos’,
otros, como los pluralizadores -kuna (común con quechua) versus -kata (na
tivo puquina), que la lengua receptora no se dio tiempo para resolver.
El otro resultado que Lyle Campbell estima haber logrado con su estudio es
la probanza de que «en su conjunto no son valederos los argumentos contra
rios a la hipótesis quechumarana» (1995: 195). No obstante, en este punto, su
logro se halla falseado por el hecho de haber dejado ‘metodológicamente’ de
lado en la comparación a los vocablos con glotálicas, alegando -com o señala
mos- que constituyen «una cuestión muy debatida» y que, además, su frecuen
cia es considerablemente menor que las voces sin ellas, por lo que pueden ser
obviados sin afectar al asunto de fondo.
158
En todo caso, bien puede aplicarse a este estudio de nuestro colega la críti- W
ca que él mismo, como vimos páginas antes, dirigió a Büttner a propósito de la 9
aplicación por éste del método cuantificador tipológico a la cuestión quechua-,»
aru. Lo que nos ha mostrado, en definitiva, es el desenvolvimiento de un pro- 9
ceso creciente de «paralelización» de quechua y aru; esto es, de aproximación 9
y mutuo ajuste estructural y semántico, desde unos pocos rasgos que se pue- w
den tildar de antiguos (como la ordenación en los mismos seis puntos articula- a
torios de las consonantes oclusivas y africadas en ambas protolenguas) hasta 9
muchos rasgos en sus variedades sureño-altiplánicas modernas (como la acep- «
tación por el quechua cuzqueño-boliviano de las tres series consonánticas de .
llanas, glotalizadas y aspiradas originarias del aru), y no ha probado la existen- :
cia de una relación genética.
El cholón fue hablado antiguamente sobre una amplísima región, que iba de la ^
cuenca del Marañón a la del Ucayali, y comprendía, de Oeste a Este, desde el i
sector oriental de los actuales departamentos peruanos de Áncash y La Liber- j
tad, la mitad septentrional del de Huánuco y el sureste del de Cajamarca, por •
la sierra, hasta el departamento de Ucayali, en la selva. Probablemente, pue-
blos cholones asumieron el papel de ejecutores y dinamizadores del comercio •
entre sierra y selva andinas en el área norcentral del Perú prehispánico, unien
do la cuenca del Alto y Medio Marañón con la del Huallaga a través de los ríos
Chinchao, Monzón, Mixiollo y Apisoncho y de la vasta, compleja y hasta hoy
poco conocida hoya del Huayabamba. Sobre esta hoya, los cholones compar
tían territorio parcialmente con otro grupo etnolingüístico también hoy extin
guido, el de los hibitos (o hivitos), al parecer más reducido y menos dinámico. >
I d io m a s d e 106 A n d e s . L i n g ü i s t i c a e H i s t o r i a 161
Por otro lado, débese tener en cuenta que la ruta Áncash-Marañón (el deno
minado ‘Callejón de Conchucos’) fue la vía por la cual, a través de la altipla
nicie de Pasco, se difundió mil años atrás y transitó el Q.IIA desde la costa
central hacia el norte peruano (Cajamarca y Ferreñafe-Cutervo); esto es, que
tal expansión quechua se produjo bordeando el territorio occidental de la len
gua cholona.
Sin duda, cuando a mediados del siglo XVIII fray Pedro de La Mata escribió
su Arte, pudo aprovecharse de los apuntes lingüísticos que sus predecesores
habían reunido en esa extensa área, la cual habría de denominarse «Conversión %
de Huaylillas» en las láminas cartográficas que, algo más tarde, a fines de ese
siglo, hizo establecer de su diócesis el obispo de Trujillo Baltazar Jaime Martí- j
nez Compañón. Este mismo prelado, como veremos más adelante, recogió un ?|
listado de cuarenta y tres voces en ocho idiomas hablados en diferentes lugares
de costa, sierra o selva andinas de su diócesis; entre éstos se contaban el hibito y ;]
el cholón (Martínez Compañón, 1985: t. II; láms. H y IV; Torero, 1986:526-535). r| |
' 1
El etnógrafo alemán Günter Tessmann, que recorrió la selva peruana en el ;
segundo decenio del siglo XX, publicó en 1930 una obra en la que presentó
unas breves listas de palabras en cholón y en hibito; la del hibito habría de ser
la segunda y última de esta lengua. Tessmann halló a los cholones habitando el
Alto y Medio Huallaga, y a los hibitos en los bosques, cerca del río Jelashte,
afluente del Huayabamba, tributario a la vez del Huallaga, y recogió una corta
muestra léxica de su habla (Tessmann, 1930: 546-547).
n saivar los numerosos malos pasos que presenta este río» (Raimondi, 1862:
jlO-112; 1874: tomo III, 222).
Leimos luego el esbozo gramatical del cholón que, en base a esta copia,
í publicó a fines del siglo XIX Daniel Brinton en el tomo XXX de Proceedings o f
{ the American Philosophical Society de Filadelfia, dentro de un estudio sobre
V los idiomas de Suramérica (Brinton, 1892:45-105).
Como las fotocopias que obtuvimos se hallaban ‘en negativo’ (letras blan-
| cas sobre fondo negro), en 1983 fuimos a Londres para examinar la copia de
f The British Library y conseguir un microfilme de ella. A la vez, entregamos
- réplicas de este microfilme al Departamento de Lingüística Descriptiva de la
Universidad de Leiden, Holanda, y a laBiblioteca Nacional de Lima, Perú. En
:v la Universidad de Leiden estuvimos, como investigador invitado, de enero
f 1983 a marzo 1984, concluyendo investigaciones iniciadas ya en el Perú acer-
ca de las lenguas del Perú septentrional y elaborando mapas de la distribución
de idiomas pre-quechuas en el norte peruano, mapas de los que también deja
mos copias en el referido departamento. La Biblioteca Nacional de Lima, por
su parte, hizo para nosotros fotocopias ‘en positivo’ del microfilme que entre
gamos, las cuales, cotejadas con las primeras en negativo, facilitaron nuestra
comprensión de ciertos pasajes del Arte a los que formas sobreescritas, tacha
duras y borrones habían vuelto engorrosos.
persona que recordaba el cholón, con la cual trabajó y de cuya habla efectuó*
registros magnetofónicos -tarea difícil en una zona que durante esos años se*
vio conmovida por acciones de guerrillas, de represión militar y de narcotráfi. •
co—. Esperamos con interés la publicación de los resultados de su investiga- ■
ción, tanto más cuanto que el fallecimiento de su informante nos ha dejado sin |
posibilidad de recojo directo del idioma. ¡
3.9.4. M orfosintaxis
| (f. 7) Luis llaw-i, Pedro-wá yip-te tor) «Luis se fue, pero Pedro está en
*casa»
t (f. 37) a lc a ld e mi-qt-i-pitzo-ke-wá, a-qt-i qot-toke «si tú no hubieses sido
} alcalde, yo lo habría sido»
(f. 37) kapi mi-llak-te mi-ki-T]o-ke-wá, ampek mi-lla-r|o mi-qt-an «si
q u isieres irte hoy, bien puedes irte»
-sim ‘asertivo enfático’; (f. 218) inko-ñ-sim qot-an «así es por cierto, sin
duda»; (f. 121) waliu jayu-sim «es hombre fuerte»; (f. 133) intonko-pitmucha.n
a-lo-ktan-inko sa-p-sim qot-an «aquél a quien besare, él mismo es».
-ch tras vocal, -ach tras consonante, ‘reportativo’; «diz que», (f. 117) ok-
ach «diz que yo»; mi-ch «diz que tú».
-jam ‘eventual’; «mas si...; si sucediese que...» (f. 215) ko-jam «mas si es
esto»; ?ol-tan-jam «mas si se morirá»; ?ol-lo.ke-jam «mas si se muriera,
muriese». Puede formar secuencia con el ‘inespecífico’ -pit: (f. 220) ameje-
na mi-ki-pe-ch-wá mi-yax-tan-jam-pit «si no lo crees, allá lo verás».
La clase nominal tiene, entre sus inventarios abiertos, a las subclases de sus
tantivos, adjetivos y ‘adverbios’, relativamente poco numerosas las dos últi
mas; y, entre sus inventarios cerrados, varias subclases: pronombres (enfáti
cos, demostrativos, interrogativos), cuantificadores y numerales.
a) posesivos:
Sotas:
2.a.- La marcación de la 3.a persona plural por la forma (V)- (una simple
vocal) o por la forma ch(V)- parece condicionada por la consonante de la
primera sílaba de la raíz: ch(V)- ante /m/, /p/, fkJ, /q/, ¿/kw/?; (V)- ante soni
dos dentoalveolares y palataks.
3.a.- Aunque nunca constituye una sílaba de por sí, y normalmente no mar
cada, la 3.a persona singular poseedora suele hacer notar su presencia a través
del primer elemento de la raíz, de varios modos: si este elemento es una vocal,
contrarresta su caída o la modificación de su timbre; si es consonante, la re
fuerza articulatoriamente para impedir su lenición (por ejemplo, tomándola
africada: yip «casa», tzip «su casa»; o nasal izando las que en otros contextos
morfológicos serían las oclusivas sordas orales [p], [k] y [q] (pul «hijo», muí
«su hijo»; kill «quincha, pared de caña embarrada», ipil «su quincha»; kot
«agua», T]ot «su agua»; qol «muerte», ?ol «su muerte»).
nes, por ejemplo); v. gr.: de nalló «discípulo»: a-nlló «mi discípulo», mi-nH<j1
«tu discípulo», nalló «su discípulo (de él/ella)», ki-nlló «nuestro discípulo» í
mi-nlló-ja «vuestro discípulo», i-nalló «su discípulo (de ellos/ellas)»; de tzalá 3
«esposa»: a-tzla, mi-tzla, tzala, ki-tzla, mi-tzla-ja, i-tzala; pero de fiantal
«rostro, cara»: mi-ñanta «tu cara», mi-ñanta-ja «vuestra cara»; y de Holló ]
«cascabel»: a-llolló, mi-llolló, Holló, ki-llolló, mi-llolló.ja, i-llolló, sin caída I
de la vocal radical. s
6.a.- Las notas precedentes son válidas en general para la relación prefijos-
raíz de los verbos intransitivos; las que se refieren a 3.a persona singular posesiva
pueden aplicarse también a 3.a persona singular objeto de los verbos transitivos;
el paradigma verbal de persona agente, en cambio, tiene pautas diferentes, que se
indicarán en su momento.
b) Número.
Hay, normalmente, neutralización de pluralidad. Existe un sufijo pluralizador
de sustantivos y de pronombres interrogativos de persona y cosa: -lol; v. gr.,
jayu-lo! «los hombres»; pero su uso es raro: cuantificadores y numerales pueden
hacer sus veces, así como lo hacen las formas plurales de las marcas de posesión
y de persona verbal. Los nombres colectivos, naturalmente, tampoco requieren
de -lol: xé «cabellos, lanas, plumas» (a-xé «mis cabellos»); ñaché «ojos»; nen
«manos»; más bien, cuando se trata de singularizarlos, se utilizan los numerales:
(f. 6) antzel xé «un cabello»; antzel a-nen-te «en una de mis manos».
(f. 61) i-m -kall-an ko-ñ, kam á pallou lok, D úu-tup i-m -kol-ekte-ch
te lo manda, cuida al e n f e r m o , de suerte q u e Dios te ame»
« C o rn o
Destino: -je (benefactivo); «para»: (f. 89) yam cuila jayu-Iol-je «para los
hombres diligentes o hacendosos».
Genitivo: -lou «de». Sólo se usa para enfatizar la posesión: (f. 115) ok a-
lou «mío» (‘mío de m í’); mi mi-Iou «tuyo»; sa i-lou «suyo»; Ju a n i-lou «de
Juan» ( ‘suyo de Juan’); etcétera.
Naturaleza de materia, lugar o tiempo: -é tras vocal, -ke o -te.ke tras conso
nante (ablativo intrínseco, connativo); «de»: (ff. 16-17) puillkitz-é «de oro»;
mech-é «de madera»; chechó-ke «de plata»; ta-ke «de piedra».
Constituyente; medio: -pat (material) «con, de, por»: (f. 5) pusim -pat «con
paja».
Proveniencia de lugar y obra: -te.p (resultativo) «de, por obra de, prove-
niente de».
Respecto de, contra: -tu.pat (contradictor): (f. 22) ku-tu.pat u.n-utza lo-
u.la-nko-lol «los que pecan contra nosotros».
Procedencia de interior: -m an.nap (extemativo), «de entre»: (f. 21) mek ila-
m an.nap ma-pallou-sim pi-qt-an «Eres la mejor entre todas las mujeres». '
Ubicación detrás: -mon.te (endosativo): (f. 200) Yglesia-m on.te Juan tzip
tapt-an «tras de la iglesia está la casa de Juan».
plOMAS DE LOS ANDES. LINGÜÍSTICA EHISTORIA 173
a) Modulares:
(ff. 100-101) -kam ayoq (de origen quechua) «que tiene a cargo»: baka-
kamayoq «vaquero»; palol-kam ayoq «portero»; checho-kam ayoq «el que
tiene el cargo de la plata»; sastre-kam ayoq «sastre».
tras vocal: mo-kell «todo fruta»; sech -ell «cabezón»; ta-kell pañá pa.qt-an'l
«es camino pedregoso».
c) Transcategoriales:
Entre los ag entivos ( ‘participios de p resen te’ y ‘relativ o s’) cab e distinguir,
por un lado, el ‘p articip io activ o ’, en -(j)uch: kechwak T]ole-uch « el am ador
del pobre», a-kole-uch «mi am ador»; y, p or otro, las form as d e relativo, que
tienen variaciones p o r ajustes m odo-tem porales, y que son in tro d u cid a s p o r los
sufijos -n k o para ‘presen te’ e -io k o p a ra ‘pretérito’ y ‘fu tu ro ’; v. gr., para ‘pre
sente’: qot-a.nko «el q u e es» o «él que es»; i-T]ol.a-nko «el que am a» o «él que
ama»; a-r|ol.a-nko «yo que am o»; mi-iiol.a-nko «tú que am as»; ‘a-xik-Iam
ek’ i-m-a-nko «el que te dice ‘dam e de b e b e r’» (cf. ff. 99-100 y 125-153); para
‘pretérito’ y ‘futu ro ’ (f. 127): a-qot pechap-in qot-i-inko/ sa-p-sim qot-an/a-
nay nan-tan-inko «el que ha sido antes de m í/ ése m ism o es/ el que será veni
do después de m í» (donde qoti es participio de pretérito y nantan p articipio de
futuro).
inko nalló ol/ Jesús i-T|oI-i/ nay mitz-ju/ i-tzch-i// ko-sim majach lamo-
iam-te luchel-ñan.te milmo-j-n-ou
«a aquél su discípulo/ amado de Jesús/ siguiendo detrás/ vio// el cual [ése]
de noche en la cena se recostó sobre su pecho».
El ‘utilitario’ -lam deriva un nombre de objeto o cosa que sirve para consu
mar Ja acción verbal: ye- «dormir», ye-lam «cama»; lam- «comer», lam.o-
lam «comida».
Son seis:
Notas:
3 9 5.4. Demostrativos
'(Son tres, sin distinción de número, que indican diferentes distancias respecto
'del hablante:
3.9.5.5. Numerales
Las formas menos marcadas de los dígitos se dan a partir del número cuatro
en la decena «para contar gente, u hombres». La transcribiremos a continua
ción, en columnas con las decenas correspondientes a «cosas largas y todo
animal cuadrúpedo» y a «cosas redondas y todo género de aves, frutas, etc.» A
excepción de la que categoriza a «gente u hombres (humanos)», separaremos
en las restantes decenas con guiones a los dígitos de los respectivos clasifica
dores. Nótese que la primera unidad toma la forma an- en tres de las quince
decenas consignadas, la forma ap- ante cinco de los seis clasificadores inicia
dos con p- y la forma at- en los casos restantes:
Para contar «ropas, vestidos, peces, hachas, machetes, libros, plumas [¿de
escribir?], tijeras, cuchillos, peines, zapatos, medias» (objetos, probablemen
te, de uso o aprovechamiento individuales): an-chup, ip-chup, ix-chup, etc.'
para «palabras, preceptos, mandamientos, ordenanzas, etc.»: at-jil, ip-jil, ix.'
jil, etc.; para «retazos, pedazos, nudos, junturas, etc.»: at-tuj, ip-tuj, ix-tuj,
etc.; para «mitades, mendrugos, etc.»: at-tip, ip-tip, ix-tip, etc.; para «cosas
diversas, colores, especies, castas (cf. f. 123), etc.»: at-liu, ip-liu, ix-Iiu, etc.;
para «veces»: ap-pok, ip-pok, ix-pok, etc.; para «chácaras [campos de culti-:
vo], etc.»: at-puch, ip-puch, ix-puch, etc.; para «haces, manojos, atados, etc.»:!
at-cham, ip-cham, ix-cham, etc.; para «bocados»: ap-puk, ip-puk, ix-puk,’
etc.; para «cielos, entresuelos, cuartos de casa, divisiones, dobleces de ropa,
etc.»: ap-pinok, ip-pinok, ix-pinok, etc.; para «tropas, compañías, ejércitos,!
manadas, etc.»: ap-pom, ip-pom, ix-pom, etc.; para «pueblos, lugares, pues- -
tos, etc.»: ap-pum, ip-pum, ix-pum, etcétera. |
3.9.5.6. Interrogativos .■
3 9 5.7 - Cuantificador
(f. 112) atellpa 0 -mullup ‘gallina su-hijo’, «el hijo de la gallina, el pollo»
(atellpa «gallina», pullup «hijo»)
(f. 114) Juan T]atzok «la caja de Juan»
(f. 16) Pedro n-extek [sá-cho qot-an] «el vestido de Pedro [ya está viejo]»
(f. 63) jayu-lol u.n-utza «los pecados de los hombres» (jayu: «hombre»)
3 .9 .6 . El sintagm a verbal 8
Caracterizan al verbo sufijos específicos de inflexión y derivación. Los in -'
flexivos comprenden paradigmas de persona, número y modo-tiempo. Los'
derivativos incluyen diversos morfemas: a modificadores del núcleo léxico 1
sin cambio de clase ni valencia (‘modulares’); a creadores de nuevos verbos a
partir del núcleo verbal original (‘intracategoriales’); y, en fin, a transpositores
de la clase del núcleo ( ‘transcategoriales’ o nominalizadores).
Presente: -(V)n
Pretérito: -i, -u/-en: i-hol-i, i-hol-en «el amó»; i-meño-u «él quiso»
Futuro: -(C)tan; si ocurre -(C), suele darse como fkl o /j/
Imperativo de 2.a persona singular: la forma plena del radical, o ésta prefi
jada por el índice personal y acabada por -i; v. gr., -tüp- «andar», ¡tupi o ¡mu-
tup-i! «¡anda!»
js¡o debe olvidarse que los índices verbales de agente están en caso ergati-
v0 si bien las versiones castellanas del Arte no lo hagan evidente sino en
' contadas ocasiones; por ejemplo, en el ‘romance de obligación’ (marcado por
el ‘obligat>v0’ -Tl0) (f- 137): Dios ki-r|ole-r|o qot-an, que La Mata traduce
"OiTio «Dios debe ser amado por nosotros»-, y, en frase muy similar, (f. 141):
j n e k - t u p Dios ki-Tiole-rio qot-an «todos (-erg.) tenemos obligación de amar a
■pjos», frase que, con un traslado más aproximado, se dina «por todos noso
tros Dios debe ser amado»; entonces, ki- «por nosotros».
Veamos ejem p lo s de con stru cción im p licativa con lo s verbos -Iláw- «ir» y
-qol- «morir»:
(f. 167): a-llaw-an «váseme» (‘como pollo, perro, enfermedad, etc.’)
(f. 175): kamá ja-llaw-i-cho «el mal se le fue ya»
(f. 219): mullup ja-qol-ju tzach-je, luvou-pat ?oI-an [?=nasal uvular] «al
ver morírsele su hijo, de pesadumbre muere»
Los índices verbales del paradigma intransitivo implicativo son los siguientes:
Los anotadores del Arte de la Lengua Cholona suelen colocar una suerte de
comillas sobre la última vocal del índice prefijado o, como hemos indicado antes,
reforzarla primera consonante del rad ic al m e d i a n te n rn rp H im íp n f^ c foioc u
184
A lfredo T o r ew$S
Un prefijo, pa-, que ya mencionamos páginas antes tanto dentro del para
digma posesivo como del implicativo intransitivo, indica ‘objeto genérico o
múltiple’ y puede ocurrir sin marca de agente:
«Hay en esta lengua verbos compuestos que, usados con las transiciones, no sólo
significan la persona que hace, sino otra que se incluye en la que padece, que
podemos llamar segundo acusativo, como de aschan que significa “ver” f-yách-],
sale atzachan: ver lo que tiene, denotándolo por su nombre. Vg. Veo que tienes
mucho ají: majall much amatzachan [majall m-uch a-m.a-yaeh-an)».
186 A lfr ed o T ore
De sujeto en común:
(ff. 38-40) pallou qot-je, yam-uch a-qot-tan «siendo bueno, seré docto»;
ochó mi-ki-nap, mi-peñ-ou-Ia mi-qot-tan «volviéndote grande, serás queri
do»; kunchu cot-je-pit, kes ki-ktan «aunque sea chiquito, se volverá grande»;
ampux-nik qot.e-nap, yupei-nik a-qot-tan «siendo yo rico, seré estimado»;
(f. 62) antzel phariseo Jesús mucha.n i-lo-u «a-nik mi-amo-k.ki-na» ki-k-je
«un fariseo rogaba a Jesús diciéndole ‘come conmigo’».
De diferente sujeto:
(ff. 38-40) Pedro alcalde qot-ju, n-alguacil mi-qot-tan «cuando Pedro
sea alcalde, tú serás su alguacil»; ixiwaj ki-qot-ju-pit, pallou mi-qot-pa-n
«si bien nosotros somos malos, tú no eres bueno»; (f. 62) capitan mi-qot-ju,
mi-soldado a-qt-an «siendo tú capitán, soy tu soldado».
Retomamos una frase ya citada que ejemplifica a ambos sufijos por doble
subordinación: (f. 219) mullup ja-qol-ju yach-je, luvou-pat ?oI-an «al ver
morírsele su hijo, de pesadumbre muere».
5¡0MAS DE LOS ANDES. LlNGÜfSTICA EHISTORIA 187
9 g 4. Derivativos verbales
a) M odulares:
(ff. 185-187):
-i-«reiteración»: a-tp-an«yo ando», ¡tup! «¡anda!»,a-tup-i-an «yo vuelvo
a andar»
-mull- «inicio de la acción»: a-Io-mull-an «principio a hacerlo»; a-xik-
mull-an «empiezo a beber»; a-m-(m)eño-mull-an «empiezo a quererte»; sej-
nnill-an «comienza a crecer lo sembrado»
-kol- «acción acabada»: a-lo-kol-an «acabo de hacerlo»; a-sinaj-kol-an
«acabo de oírlo»; mek itzak ki-xik-kol-i-cho «ya acabamos de beber toda la
chicha»
-pitz- «acción de pasada»: a-tzach-pitz-an «lo veo de pasada»; a-tu-pitz-
an «le digo a la despedida»; a-xik-pitz-an «bebo de pasada»
-xipe- «casi; por poco»: a-chap-xipe-n «casi lo cojo»; a-tzach-xipe-n «casi
lo veo»; ?ol-xipe-i «por poco se murió»
-chup- «acción gentil y tierna»: a-hole-chup-an «le amo tiernamente, ‘há-
gole amoritos’»; a-lo-chup-an «hágolo con gusto»
-patz- «por espacio de un día»: a-zip-te a-ton-hu-patz-an «hasta la noche,
o todo el día, estoy en casa»; mi-ye-ch-patz-an «todo el día duermes»
-mas- «toda la noche»: ki-ye-pakna ki-ton-hu-mas-an «estamos sin po
der dormir toda la noche»; ye.l-mu hull-ech-mas-an «sin dormir, ha estado
recostado toda la noche»
-patzaki- «acción continuada»: a-Ie-ch-patzaki-an «le doy continuamen
te»; a-m*yach-ju-patzaki-an «te veo continuamente»
-e- «hacer o dar a hacer», (ff. 178-179): de tüp- «andar», a-tp-e-n «yo le hago
andar», u-tp-e-n «él/ella le hace andar»; de yám- «saber», a-ym-e-n «le enseño
o hago saber»; (ff. 175-176): de yoy- «llorar», mi-yoy-e-n «tú le haces llorar»;
de llup- «comer carne», ku-Uup-e-n «le hacemos, o le damos, a comer carne».
-ka-/-ja- «hacer o disponer que otro realice cierta acción», (ff. 70-71, 176)
a-Tiole-ka-n «hago que él ame; lo hago que ame»; a-meño-ka-n «hágole aue
188 A lfredo T 0RfRJ
lo quiera; lo hago querer»; de lo- «hacer», i-lo-ka-n «él/ella le hacen que i0í
haga», lo-ka-i.la-n «ellos/ellas le hacen que lo haga»; (f. 184) de qole- «moj
rir», a-?Ie-ja-n «yo le mato o hago morir», mi-?Ie-ja-n «tú le matas o hacesí
morir», i-?le-ja-n «él/ella le mata o hace morir», ?oIe-j-i.Ia-n «ellos/ellas leí
matan o hacen morir».
Vh
•M
c) Transcategoriales: en este punto, si se lo compara con quechua y aru en-N
cuanto a procedimientos verbalizadores, el cholón pareciera haber quedado aí¡
medio camino, o, en ciertos puntos, haberlos ultrapasado, puesto que sus téc- '
nicas consisten o en la composición nómino-verbal mediante ciertos verbos ^i
de función factitiva o en la incorporación, que puede llegar hasta la coalescen- ]
cia, como veremos en la sección siguiente. :;
b) Con ciertos nombres y verbos de alta frecuencia, que sin duda coocurrie-
• Orón a menudo, se constituyen secuencias coalescentes, de componentes foné
ticamente reducidos y enlazados; en ellas, el segmento nominal originario,
‘ e debió haber cumplido el papel de objeto, ha quedado incorporado al pre-
Idicado verbal, ubicándose entre la referencia personal y la primitiva raíz ver-
bal modificada -aunque de ésta puede no quedar nada comprobable, si no es la
% , función predicativa impartida al conjunto-.
Afirma La Mata que estas últimas formas tienen poco uso, porque la signi
ficación de ‘para sí’ «se expresa suficientemente» conjugando directamente
como verbos los nombres provistos de sus prefijos posesivos. Tal aseveración
es procedente para hacer notar la ambivalencia de tales prefijos (ya nominales,
ya verbales, o dejados en ambigüedad); pero muestra a la par que La M ata no
advierte la presencia allí del factitivo, confundido las más de las veces con los
gramemas modo-temporales (ff. 139, 172-173):
a-jach-a-n «hago mi chácara» [‘me hago (una) chácara’, ‘chacareo para mí’]
a-pyup-a-n «hago mi puente» (püyup «puente»)
a-nei-a-n «hago mi leña»
a-yip-a-n o a-yp-a-n «hago mi casa» [ ‘me hago casa’]
mi-yip-a-n o m i-yp-a-n «haces tu casa» [‘te haces casa’]
yip-a-n «(él/ella) hace su casa»
Reflexivo:
a-kole-n-an «yo me amo»
mi-kole-n-an «tú te amas»
T|ole-n-an «él/ella se ama»
ki-kole-n-an «nosotros nos amamos»
mi-kole-n-ou.j-an «vosotros os amáis»
chi-kole-n-an «ellos/ellas se aman»
yupey a-o-n-an «yo me estimo» (con el verbo factitivo (I)o- «hacer»: ‘me
hago o doy estima’)
yupey mi-o-n-an «tú te estimas»
yupey lo-n-an «él/ella se estima»
< e] padre La Mata, sin intentar calcar literalmente las estructuras ergativas
¿^racterísticas ^ cj10]5 r)j qUe producirían extrañeza en un lector castellano, y
f c en ocasiones, confunden al propio autor del Arte. Obsérvese así que La
Üíata agrega algunas veces a la marca de ‘ergativo’ -tup el sentido de «mis-
' -01°»' (f- 116) Días-tup jayu i-tzm-e-i «Dios, o Dios mismo, creó al hombre»;
t ok.tup «yo mismo»; mi-tup «tú mismo»; sa-tup «él mismo»; etc.
1■
■' Consideram os probable que el cholón, para reforzar una forma reflexiva en
§ -ii- y evitar que se la interpretara como propensi va, recurriese a su expli citación
-or un sintagma nominal marcado ergativamente; v. gr., para una frase equiva-
■ lente a la castellana ‘yo me como a mí mismo’ se diría: ok-tup a-aman-n-an,
literalmente «por m í [mismo]/ yo/ comido». Para el mismo ejemplo, en que
chua huanca, como en otros dialectos quechuas, la precisión, en cambio, se
efectúa, de modo similar al castellano, mediante un sintagma acusativo: yaqa
kiki-i-ta miku-ku-u, lit. «yo/ a mí mismo/ me como» (Cerrón, 1976: 190).
Con las personas singulares, -p- (no registramos -m-) significa «para uno
mismo», esto es, tiene valor propensivo:
c) Posee el cholón dos prefijos ‘alternativos’ que ocurren entre las marcas
personales y la raíz verbal y que parecen haber estado vinculados con los reía ‘
tores -tu ‘movimiento a persona’ y -te ‘movimiento a cosa’.
jil- «hablar» (f. 188): a-t-jil-an «hablo en favor de otro, intercedo»; (f. 217,
fragmento de la Salve): ijna ka-t-jil-uch «sea, pues, abogada nuestra» (lit., «la
que habla por nosotros»). ■
De acuerdo con el padre La Mata (ff. 83-86), hay en cholón dos maneras de
‘volver’ una construcción activa.
■ ,.,c nE los Andes. Lingüística e H istoria
pjOMA-5 u 193
qt-i, que, ‘en la significación de «ser» [«fuiste»], expresa la pasiva; y sin él hace
jomance activo: «yo te amé»’.
[Jesucristo]
cruz-te llavi-n lo-u-la qot-en/ ?ol-en/
mu-i-la-sim qot-en/
‘[lo clavaron en la cruz] fue’ = ‘en la cruz fue clavado’/ ‘murió’/
‘[lo sepultaron] fue’ = ‘fue sepultado’/
í
supresión de la referencia a paciente/objeto (y de la ‘transición’, por ende) y [a
conversión de los ex actantes agentes en sujetos no marcados de construccio
nes anti-pasivas -aptas para servir eventualmente de pivote entre predicados-
Pero pueden resultar, igualmente, construcciones inversas, de agente indefinji
do, frecuentes en las lecciones catequísticas:
González Holguín, incluso, transcribe ([1608] 1952: 167) una voz emitida
COlCP.tí t .» . ~ ----- • * — * 11 *
196 A lfredo T ore
Los dialectos quechuas de Áncash (Q.I) y de Cajamarca (Q.IIA) son los que
prás elementos tienen en común con el cholón: las expresiones para susto,
calor y fno.
Ante estas comprobaciones, puede estimarse que los verbos del quechua
ancashino provienen más bien de las interjecciones, que lo contrario. N o obs
tante, también cabe sospechar que todos los casos expuestos para las hablas
quechuas, arus y cholona ocurrieron por primera vez en algún antiguo idioma
de la región y fueron o heredados o prestados a las lenguas que hoy los manejan.
Naturalmente, hay todavía mucho que indagar respecto de la cuota que co
rrespondió a cada cual en el asemejamiento de las proto-lenguas quechua y anr
pero es evidente, por la constatación del ‘quechua aymarizado’ cuzqueño-boli'
viano (Torero, 1964) y de la creciente influencia del aymara sobre el quechua de
Puno (Adelaar, 1987) que el aru ha pautado más al quechua que éste a aquél.
Así, el cronista Pedro Cieza de León refiere, en 1550, que los nativos de la
costa peruana «... en partes nunca pudieron los más dellos aprender la lengua
del Cuzco» (Crónica: cap. LXI).
204 A lfredo T0Ri;r^
A fin es del siglo XVI, Blas V alera com prueba estos h echos, percibiéndolos’
ya co m o un retro ceso del q uech u a general:
«... muchas provincias, que cuando los primeros españoles entraron en Caja ■
marca sabían esta lengua común como los demás indios, ahora la tienen olvi- '•
dada del todo, porque acabándose el mando y el Imperio de los Incas, no hubo ’
quien se acordase de cosa tan acomodada y necesaria para la predicación del
Santo Evangelio... Por lo cual, todo el término de la Ciudad de Trujillo y otras
muchas provincias de la jurisdicción de Quito ignoran del todo la lengua gene- '•
ral que hablaban; y todos los Collas y los Puquinas, contentos con sus lengua
jes particulares y propios, desprecian la del Cuzco» (Citado por Garcilaso de
la Vega, Comentarios: libro 7; cap. III).
«Este nuevo reino del Perú es tan extendido y grande, que contiene en sí mu
chas provincias y reinos distintos unos de otros, como son: el reino de Chile, la
provincia de Tucumán, la de los Charcas y Potosí, el Cuzco, Lima, Llanos y
Sierra, Trujillo, Huánuco, Jauja, Cajamarca, Chachapoyas y Quito. Tiene gran
diversidad de lenguas, unas maternas, que se hablan en cada pueblo, tan distin
tas y diferentes, que hay pueblos que con no distar unos de otros más de media
legua, y aún un cuarto de legua, los de uno no entienden lo que hablan en el
otro. Otras hay generales para provincias, con que, fuera de las maternas, se
hablan los de cada provincia o reino distinto, como es la de Chile, los chirigua-
naes, la aymará, la puquina, la pescadora de los valles de Trujillo, que todas
son muy diferentes unas de otras. Además de todas estas lenguas, hay una que
se llama quechua o general, por ser la lengua que hablaba el Inca...» (Citado
por Toribio Medina, La imprenta en Lima: 1.1).
El desinterés por esas lenguas ‘menos útiles’ se modificó algo con la crea
ción de los obispados regionales, cuando éstos se dieron por tarea la determina
ción de las que eran necesarias para la predicación en sus diócesis respectivas,
afín de cumplir las disposiciones de los concilios eclesiásticos que reclamaban
el manejo de las hablas lugareñas para la provisión de curatos. Gracias a esta
diligencia conocemos, por documentos exhumados en archivos, de la existen
cia de idiomas «no generales» o «menos generales». Las informaciones recupe
radas, sin embargo, se reducen comúnmente a enunciados globales de las ha
blas diferentes, sin mucha precisión sobre sus áreas de empleo y sin el registro
de algún material propiamente lingüístico.
El Obispado de Trujillo se había instituido a fines del siglo XVI, pero sólo
tuvo titular efectivo a partir de 1616. La diócesis se constituyó desprendiendo
algunos territorios que habían estado hasta entonces bajo las jurisdicciones, res-
208 A lfredo T ORERo
También en cholón, los nombres poseíbles portan las más de las veces el j
prefijo de 1.a persona (v. gr., todos los de parentesco), en tanto otros nombres ;
comunes no llevan marca alguna (lo cual puede entenderse como la marca ‘cero’ í
de 3.a poseedora), y un nombre abstracto exhibe el prefijo de 2.a persona (raí-
col «tu muerte»). A lo sumo, las dos formas con que en la lista cholón se trata a ‘
la raíz relativa a «morir/muerte» (ngol-i y mi-col) nos habrían puesto por sí
mismas ante procedimientos de marcación pronominal en esa lengua -dato
importante que no se advierte en ninguna de las otras listas consignadas-.
Figura 4
CUADRO DE PORCENTAJES DE COMUNIDAD LÉXICA
DE LOS OCHO IDIOMAS
Por otra parte, con el fin de obtener cierto rango de referencia, se ha llenado
el listado casi ‘básico’ de Martínez Compañón con material equivalente ay
mara tomado de los más antiguos léxicos de esta lengua y se ha realizado la
comparación entre quechua y aymara, dos idiomas que hoy se estima no em
parentados, al menos, no de manera evidenciable, pero sí fuertemente interpe
netrados por préstamos mutuos desde hace dos milenios o más. Se ha hallado
de este modo 21,9% de Iexemas compartidos por ambos. De paso, se observó
sólo tres vocablos posiblemente comunes entre aymara y culle, los cuales son
igualmente comunes entre culle y quechua.
- Sechura es una lengua independiente de todas las demás, aún cuando fuerte- J
mente interpenetrada con la Tallán, indudablemente en razón de la contigüidad
de sus áreas (Iexemas comunes: 29,4% con Colán y 32,3% con Catacaos).
ka- «ser, estar, haber»; qu- «dar»; ri- «ir»; ni- «decir»; ñan «ca
s jL a c u c h a n o :
rmino»), se trata’ especialmente en lo que toca a las raíces verbales, de voces
[ ue en todos los idiomas del mundo tienden a abreviarse fónicamente en ra
zón de su alta frecuencia.
Por otra parte, si bien el autor pone en relación con los pescadores del valle'
a sólo uno de tales idiomas, su información nos recuerda el uso del plural en la
Visita de Mogrovejo cuando éste dice que el cura de la doctrina de Magdalena
de Cao, pueblo litoral del mismo valle de Chicama, era «buen lenguaraz de las
lenguas pescadoras». Se nos va haciendo evidente, en todo caso, que en la
época la designación de «pescadora» era, en la costa norperuana, aplicable a
distintas entidades lingüísticas, a las que tal vez confundía igualmente Alonso
de Huerta cuando señalaba en 1615 a la «pescadora de los valles de Truxillo»
como una de las lenguas «generales para provincias».
Otro importante documento escrito en la primera mitad del siglo XVII, ha
cia 1638, es muy preciso en este deslinde lingüístico: se trata de la «Memoria
de las doctrinas que ay en los valles del Obispado de Truxillo desde el río de
Sancta asta Colán lo último de los llanos». Publicado en el Perú por la investi
gadora Josefina Ramos (1950), este documento indica las lenguas que debían
emplearse en los diferentes corregimientos existentes dentro de lajurisdicción
del Obispado de Trujillo, siguiendo un orden de Sur a Norte.
«... estas son las doctrinas de los valles de Truxillo. Y las diferencias de len
guas. Y aunque cada corregimiento se estiende por los principios de la sierra
en toda ella se habla la lengua general del Inga, salvos algunos pueblos adonde
tienen los naturales de ellos su lengua particular materna que llaman =culli=
pero también usan de la general».
Para evaluar lo mejor posible las referencias que suministra Calancha res
pecto de los idiomas de la costa norte peruana, haremos una transcripción *'■
textual de ellas:
Que son la Muchic y la Quingnam las aludidas cuando dice que «con
'-tas dos lenguas más comunes se tenía la correspondencia de los valles, y se
p ejava el mucho comercio i las contrataciones destos territorios». Por la
• resión «más comunes» ha de entenderse, ciertamente, las más extendidas
tenítorialmente; y ®stas>según el cronista, eran la Quingnam, empleáda desde
pacasmay0 hasta Lima, y la Muchic, hablada desde Pacasmayo hasta Motupe.
' La Pescadora queda descartada, pese a lo confuso de la redacción del texto,
; ■ r cuanto la caractenstica de «corta» (esto es, de léxico y de amplitud comu-
’pjcativa restringidos) que Calancha le asigna hace evidente que no la estimaba
abta para ser usada como vehículo de las relaciones múltiples desplegadas en
el mucho comercio y las contrataciones de la región.
Unos años antes, en 1644, el padre Femando de la Carrera Daza, por enton-;
ces «Cura y Vicario del pueblo de San Martín de Reque en la Jurisdicción de
Chiclayo», había logrado hacer publicar su ya citado Arte de la Lengua Yunga,
el más rico testimonio que se tiene del idioma mochica.
L1 autor aei /\n e caicuia que por entonces hablaban el idioma más de cua
renta mil personas y consigna, por corregimientos, las localidades o zonas que
: lo empleaban. Sus menciones se inician en la costa, de Sur a Norte, partiendo
IT del valle de Chicama. Reordenamos sus datos en tomo a los valles principales:
M
«otros pueblos» de la entonces provincia de los Guambos, lindante con lacos
ta del Corregimiento de Zaña. Más alejados aparecen, del Corregimiento de'
Piura, Frías y Huancabamba, y, del Corregimiento de Cajamarca, la doctrina
de las Balsas del Marañón «y otros muchos que hay en la Sierra, como el valle
de Condebamba».
Norte, la quingnam se empleaba desde, por lo menos, el valle del Santa hasta i
parte del de Pacasmayo y la Mochica, desde parte del valle de Chicama hast
Motupe, con territorios compartidos en la franja que va del valle de Chicam a
al de Pacasmayo.
Por lo demás, el fonetismo del mochica poseía rasgos que destacaban suficien
temente a este idioma de las lenguas vecinas y que hoy facilitan la delimitación de
su área toponímica: en particular, los sonidos transcritos como/ (sólo común con
la Sechura) y rr, y, en cambio, la total ausencia de w (sílabas gua-, hui-, etc.)
Ahora bien, en 1863 Richard Spruce recogió de boca de una anciana indí
gena en Piura un vocabulario de 38 voces nativas que fue publicado por pri
mera vez por Otto von Buchwald (1918) y que Paul Rivet comparó más tarde
con los listados de las hablas de Sechura, Colán y Catacaos reunidos por Mar
tínez Compañón.
Si bien Rivet sostiene que las tres hablas piuranas consignadas por el obis
po de Trujillo están emparentadas y sobre tal aserto, que estimamos errado,
establece con los materiales de Martínez Compañón y Spruce un solo «voca
bulario Sek» (Rivet, 1949:6-9), de la revisión de su estudio se evidencia fácil
mente que la serie de Spruce no exhibe ninguna similitud consistente con las
de Colán y Catacaos, en-tanto que sí muestra notorias semejanzas formales
con la de Sechura en la casi totalidad de los casos, lamentablemente pocos, en
que ambas listas contienen voces de glosa semánticamente equivalente o afín.
Así tenemos:
Las hablas tallanas, por su parte, ocuparon seguramente, a más de los pue
blos que los documentos citan -Paita y Colán, en la bahía de Paita, y Catacaos,
sobre el curso medio del río Piura-, todo el territorio que va del valle medio y
bajo del río La Chira al valle medio del Piura.
Tanto la gente de Sechura como la de Paita fue famosa desde tiempos pre-
hispánicos hasta principios del presente siglo por el empleo de grandes balsas
veleras y sus conocimientos náuticos, que le permitieron consagrarse al co
mercio a grandes distancias.
Sin embargo, según una tradición recogida por Enrique Bruning de labios
¿g a n c ia n o s pobladores de Olmos, hace ya varios decenios, y según igualmen-
, e u n documento colonial de 1683 que el mismo Bruning ha dado a conocer,
p e r e g r i n a j e a través del desierto, fueron trasladándose cada vez más tierra adentro,
Sobre noticias tan escuetas y vagas muy poco es lo que puede conjeturarse.
Por las observaciones de ambos cronistas, parece haberse tratado de una len
gua «mixta», a la que cada uno de los autores miraba a partir de otras dos
lenguas distintas entre sí, por cuanto las ‘infracciones’ que le achacaban se
refieren a diferentes niveles lingüísticos: Cabello Valboa, al nivel léxico, y
Calancha, a los niveles fonético-fonológico y morfológico.
inclinación y el uso de buscar vocablos nuevos para que los demás pueblos
los entiendan», y el puquina diría, a la vez, como Calancha, que los callahij10
yas «mudan letras y finales».
Por su parte, Miguel Cabello Valboa se hace eco de antiguos relatos andi
nos, que parecen guardar una borrosa memoria del período Huari-Tiahuanaco,
cuando describen una secuencia de acontecimientos según la cual pueblos de
las vecindades del Altiplano collavino y luego de las sierras más norteñas
fueron moviéndose hacia la costa sur y central y adaptándose a vivir en ella;
diomas d e l o s A nd es. L in g ü is t ic a e H is t o r ia 229
c) La voz Yampallec del cronista es, sin duda, la misma del nombre en
mochica de la actual ciudad norcosteña de Lambayeque: Ñam Paxllóc (Carre
ra, 1939: 63) y debe reconstruirse, entonces, como Ñañ-paxllok, donde pax-
llok (cf. pexlloc en Can-era, 1939: 59) es el nombre mochica correspondiente
al quechua pallar [Faseolus lunatus] o al frijol en general; pero tomado aquí
con el sentido de ‘representación’, ‘figura’ o ‘signo’, sentido que tuvo el dibu
jo de esa semilla - y tal parece que también la palabra que la designaba- dentro
de la cultura clásica de Moche; esto es, aproximadamente ‘Imagen del Ave
[lap]'. Middendorf escribe el nombre del frijol o pallar en mochica como pa-
jek «die Bohne» (Midd., 1892: 61); y A. Bastían, en 1878, lo anota como
Páckke «frijole» (Altieri, 1939: X V ).
la costa. Sin embargo, al parecer para los viajes de larga duración, se prefirió
siglos después las balsas, fabricadas con una madera muy liviana, llamada
justamente ‘madera balsa’, especialmente abundante en el extremo norte del
Perú y en Ecuador. Anelo Oliva dice escuetamente que estas balsas «son mu
chos maderos juntos, y atados unos a otros» (Oliva, 1998: 44). Sin embargo,
poseemos tempranas descripciones de ellas bastante más amplias.
«... tomaron un navio en que venían hasta veinte hombres» ... «Este navio ...
tenía parecer de cabida de hasta treinta toneles [veinte toneladas métricas,
aproximadamente]; era hecho, por el plan y quilla, de unas cañas tan gruesas
como postes, ligadas con sogas de uno que dicen henequén que es como cáña
mo, y los altos de otras cañas más delgadas ligadas con las dichas sogas a do
venían sus personas y la mercaduría en enjuto, porque lo bajo se bañaba; traía
sus más teles y antenas de muy fina madera y velas de algodón del mismo talle de
manera que los nuestros y muy buena xarcia del dicho henequén, que digo que es
como cáñamo, e unas pótalas por anclas a manera de muela de barbero».
«En Paita, puerto y escala de la mar del sur, en el viaje y carrera de la costa del
Perú, donde los indios, por la mayor parte, son pescadores, tienen unas balsas
tan grandes, que son unos palos fuertemente atados, que se engolfan con ellos
treinta leguas dentro en la mar, cargados con mucho peso y gente, caballos y
otras mercaderías, sin riesgo alguno, gobiemándolas unas veces con remos,
otras llevándolas a la sirga, cuando van costeando, porque, cuando se engol
fan, tienen sus velas que parecen navios» (Jijón y Caamaño, 1931: vol. I; 54).
Es interesante notar que los nativos continuaron empleando las balsas du-
rante toda la época colonial - y quizá hasta fines del siglo X IX - para transpor
tar mercaderías en travesía directa entre Ecuador y la costa central peruana, en
lo que parece haber sido, a tres siglos de la conquista hispánica, el m anteni
miento de una economía indígena paralela a la de españoles y criollos.
El estudio anterior, sobre las lenguas nativas de la costa norperuana [que original
mente expusimos ante el I Seminario de Investigaciones Sociales en la Región
Norte-1984; cf. Torero, 1986] ha tenido por método más productivo el examen
crítico de las noticias de idiomas; en cambio, el presente estudio, referido a la
sierra norte, halla en el recojo y análisis de la toponimia su fuente más rica y su casi
único recurso, mediante el cual se descubren ciertas viejas realidades lingüísticas,
las más de ellas hasta hoy ignoradas y no identificables de otro modo.
pero, com o éstos, en pleno uso en e l sig lo XVI y con fronteras g eo g ráficas
n e t a m e n t e d efinibles -ú tile s , p o r lo m ism o, p a ra d em arcar co n te m p o rá n ea
La delimitación de las fronteras del culle es, a la vez, una advertencia para no
asumir sin examen suficiente la aseveración del cronista temprano Pedro Cieza
de León -por lo demás, generalmente informado y confiable- acerca de la iden
tidad etnolingüística de las «provincias» de Cajamarca y Huamachuco (la casi
totalidad del territorio aquí estudiado): «... la provincia de Guamachuco es se
mejante a la de Caxamalca y los indios son de una lengua y traje, y en las reli
giones y sacrificios se imitaban los unos a los otros» (Cieza, 1550: cap. LXXXI).
4.3.2.1. Nuestra fuente más importante para el recojo de toponimia son las
cartas levantadas por el Instituto Geográfico Nacional del Perú (antes Instituto
Geográfico Militar) en escala 1:100 000. Hemos consultado igualmente mo
nografías regionales (departamentales o provinciales) y planos de municipali
dades y centros educativos a fin de ampliar y verificar los datos del IGN u
obtener información de zonas sobre las cuales la Carta Nacional no da cuenta.
c) De acuerdo con los resultados de esa labor previa, distinguir área idio-
mática de área toponímica en razón del establecimiento en el primer caso de
un haz de componentes toponímicos espacialmente vinculables, y de un solo
segmento recurrente en el segundo.
| e) Identificar un área id io m ática con una lengua determ inada únicam ente
cu a n d o so b rev iv a m aterial de esta leng u a -lé x ic o en e s p e c ia l- qu e su sten te su
v i n c u l a c i ó n con su ficien te seguridad; esta condición s ó l o es lle n ad a actual
l e n g u a s p r e -q u e c h u a s d e l a s i e r r a n o r t e p e r u a n a
e 79° í g 78°
81*
AYA8 ACA
i A
JAÉN
'OLMO:
..mui m i
.... .
iflr rftii i i m i i i i i n V
HUII I I IIIVJIIIl i l i l í U l l i l i l i l i l lY
CHACHAPOYAS
>CHOTA<
*i 1111 ti 11 n n \ :
'iim iit u m it !
ím c E I¡E N D lN V :
sil 11111(11 I.....
v i i i i/ i i i i n i n i i i i V
»- - : v ' - ' kN * ' \ i i i / i i i i i i i m i i H i \
^C^JAMARC^SjJÚ»«11 n u i n \
~^ y S J 11I lYt&l I1111 M l^v
..., ..,,-
^ c o n t u m a z á s s ^ - i i i ii i \ i i^ iy
PAaASMAYO
CHACHA
CULLE
\\
lím it e d e l c a t .
a 81° 80*
238 A lfredo t 0R £3
La visita continúa hacia el Sur por las vertientes del río Marañón, a lo largo
i del hoy denominado Callejón de Conchucos; para la margen izquierda del
■ M arañón, contiene una sola e imprecisa referencia a idioma: en el pueblo de
!' pom abam ba el cura «sabe la lengua yunga poco», pero al trasponer el gran río,
a la altura del pueblo de Huacaybamba, reaparece el nombre linga: el cura de
i: M ancha y Huarigancha «sabe bien la lengua linga que es la que hablan los
; indios de su doctrina». Camino al Norte, cerca de Tayabamba, surge la última
noticia de idioma: en los pueblos de Huchos y Huchos de Mitopampas, los
indios son yungas «y hablan las lenguas de los llanos, y la general la entien
den». Más adelante examinaremos estos casos de lo que parecen ser colonias
transpuestas de sus patrias originarias.
«... estas son las doctrinas délos valles de Truxillo. Y las diferencias de len
guas. Y aunque cada corregimiento se estiende por los principios de la sierra
en toda ella se habla la lengua general del inga, salvo algunos pueblos adonde
tienen los naturales de ellos su lengua particular materna que llaman =culli=
pero también usan de la general» (Torero, 1986: 535).
En todo caso, la fuente lingüística más valiosa del culle (y otras lenguas de?
Ti J
Perú septentrional) que haya llegado a nosotros la constituye la ya mencionada
tabla de 43 voces castellanas con sus equivalentes en ocho tablas nativas qu¿¡
elaboró Martínez Compañón a fines del siglo XVIII. j
5
El acucioso prelado recoge allí 39 vocablos de la que llama «lengua Culli !
de la provincia de Guamachuco», provincia comprendida por entonces en la
diócesis de Trujillo. i
Otra breve lista de vocablos fue recogida en 1915 por el padre González, cura
del pueblo de Pallasca, en la provincia de este nombre, y publicada por Rivet
(1949:3-5) y Cestmir Loukotka (1949: 63-65), ambos comparándola con la lista
culle de Martínez Compañón e integrando las dos en un solo inventario. De
manera similar ha procedido Femando Silva Santisteban, con el añadido de al
gunas voces tomadas de la Relación agustina (Silva Santisteban, 1982:144-145).
Respecto del culle y del quechua, sin embargo, los indicios de su convi
vencia, acaso muchos, no son necesariamente convincentes, porque, al care
cer nosotros de un amplio léxico de culle, no podemos determinar, particu
larmente en lo que toca a los componentes iniciales -y descontando las posi
bilidades de mera hom ofonía-, si se trata de vocablos que fueron comunes a
las dos lenguas; por ejemplo, en hoja 17-g, quizá es culle-culle el compuesto
aparentemente quechua-culle C horobal, «Pampa de caracoles» (ver en la
¡otfAS DE LCS A n d e s . L in g ü is t ic a e H ist o ria 243
Tampoco podemos tener seguridad acerca del cuál era la lengua «yunga
de los llanos» que se menciona ni de si se trataba de más de una, dada la
latitud con que el término yunga(s) [o yunca(s)] era empleado en los tiempos
de M ogrovejo (tierra de clima cálido, indios oriundos de una tierra tal, cos
tumbres o idiomas de tales indios) y dada la existencia de varias lenguas «de
los llanos» por entonces: tallán, sechura, olmos, mochica y quingnam; tal
vez acertemos si damos por gente quingnam del valle del Santa a los grupos
de «balseadores» transpuestos al Marañón, por la extrema pericia que se les
reconocía como transportadores de personas y carga a través de ríos cauda
losos.
Apo Catequil se convirtió en «el ídolo más temido y honrado que había en
todo el Perú, adorado y reverenciado desde Quito hasta el Cusco», señala la
Relación agustina. El cronista Juan de Betanzos, por su parte, relata cómo, atraí
do por su fama, el inca Atahuallpa, de paso por Huamachuco, envió a consultarle
sobre la suerte que correría en la guerra que sostenía contra su hermano Huáscar
y cómo, no satisfecho con la respuesta, se empeñó en destruir por el fuego a la
huaca y al cerro mismo en que se encontraba, empeño que mantuvo durante tres
meses y sólo interrumpió cuando recibió aviso de que gente extraña llegada por
de los A n d e s . L in g ü ís t ic a e H isto ria 245
Ahora bien, como ya sabemos, en la franja costeña que va del valle del
Santa al de Pacasmayo hacia el Norte, y tal vez también del valle de Santa al
de Paramonga hacia el Sur, se empleaba, hasta el siglo XVII al menos, la len
gua que los españoles denominaron pescadora y que el cronista Antonio de la
Calancha llamó tanto quingnam como p escadora (Torero, 1986: 540-541).
Por otra parte, la proximidad misma del cerro Ipuna a la villa de Santa y a] \
litoral hace pensar, más que un acto de creación, en uno de liberación: tal vez ‘
así se simbolizaba la victoria de los Huamachucos sobre un otrora opresor
«pueblo del mar», semejante en el mito al que ahora los invadía bajo la form a
de nuevos guachemines. j
\
h) Basándose en las fuentes y los procedimientos señalados en esta subsec- '
ción, hemos elaborado el siguiente listado de voces culle. !
Figura 7
VOCABLOS CULLE
Figura 8
ANEXO 2
LISTADOS TOPONÍMICOS
ÁREA CULLE
Hoja J 7-h
Hoja 14-g
co. y igna. Calljat (h .62,v,80)
pb. Celendín
Hoja 16-e
Hoja JJ-e
q. C u colicote, (h .6 8 -6 4 ,v . 12)
riachuelo, hda y pb. Llacadén (h.92-88,
v.80-84) Hoja J6-g
loe. C undín, dist. Q uerocoto ¿Cusgochc? (h .36 -3 2 ,v .8 0 -8 4 )
loe. Padén, dist. Llama
Coscat, (h.60-56,v.88-92)
Aseate
Hoja 13-f
Cocot
co. M ushadín (h .20-16,v.47) Meleot
c o . y pb. M uchadín (h.0 4 -0 0 ,v.51) Escate (h .4 8-44,v.92-96)
Chentén (h .88-84,v .34) ¿co. Huangagoche? (h.24-20,'v.20-24)
lloja 14-g (carta parcial I.G.N.) Hoja 13-lt (sin carta LG .N.)
hda. C allaeale (h.51 ,v.02) q. y río Jam ingale, dist. O lio y Lannui,
co. y hda. M ashacatc (h .4 7 ,v .0 0 ) prov. Luya
co. Shuste (h .5 6 ,v .9 7 ) pb. Husingatc, d ist.O lto (San Cristóbal),
pb. Sltam ucate (h .5 6 ,v .9 8 ) prov. Luya
pb. M alcat (h .3 5 ,v ,1 3 ) hda. Citefiongute, disl. Lainud.prov. Luya
pb. S a la e a t(e ) pb. O neate, dist. Luya, prov. Luya
lida. Tincat pb. Cut-Cate, dist. Luya, prov. Luya
pb. Chaeat riachuelo Tongate, dist. Coleainar, prov.
Luya
pb. Pengote, dist. La Jalea, prov. Chacha
Hoja 14-lt (sin carta LG .N.) poyas
co. Carangote
pb. Chilingote, dist. Y eso, prov. Luya Hoja 1 2-<l
río Yahuangate (h.63,v.48)
Hoja 13-e
¿co. Concache? (h.24-20,v.80-84) Hoja !2-e
co. Puyeate (h ,12-08,v.78) q. Ayacate ()i.79,v.85)
pb. Caluncate (h .00-96,v.94)
lgna. Picuneale (h .9 6 -9 2 ,v .97) Hoja 12-g (sin carta I.G .N.)
q. Chícate (h .92-88,v.68-72)
pb. Viscat (h .9 2 -8 8 ,v .88-92) Collicüte, ¿dist. Bagua?
loe. Liscate, dist. Tocm oche Llundiicatc, dist. Copaliín, prov. Bongará
loe. Aííicate, dist. Miraeosta chacra Longalc, dist. Jamaica, prov. Bagua
loe. Calnugate, dist. Miraeosta
Hoja 11-d
pb. Chum bicat, dist. Q uerocolillo
Shillangate, dist. Q uerocotillo q. Singoeate ( h .l 6-12,v,50)
Chucate, dist. Q ucrocoto, prov. Chota ¿río Bigote? (h. 12-08.V.29)
254 A lfr ed o T0
a) Al norte del curso medio del río Chicama y de sus afluentes Chuquillan-
* ¡.San Jorge empieza un territorio toponímico completamente diferente del
¡Lile, que no ostenta ninguno de los segmentos indicados para éste y, en cambio,
% abundantemente, el componente final -den o -don (o sus variantes -ten,
y
Por el Oeste, la frontera den bordea la faja costera que va, de Sur a Norte,
del río Chicama al río La Leche, ajustándose aproximadamente a los límites
políticos occidentales del departamento de Cajamarca. Su linde norteña sigue
la margen izquierda del río La Leche y, tramontando la divisoria continental,
se encamina en dirección Este a través de las provincias de Chota y Cutervo.
Su frontera oriental se encuentra netamente definida en su sector sur por el
divorcio de agua entre las vertientes marítimas y el valle del río Cajamarca, en
cuya cuenca no penetra; en el sector norte sí se introduce fuertemente al Este
hasta alcanzar el río Marañón en forma de franja aguzada en tomo a la cuenca
del río Chimuch, que separa las provincias de Chota y Celendín.
El área den comprende así las cuencas altas y medias de los ríos Jequetepe
que y Chancay del norte y los cursos altos de los ríos Chotano y Llaucano. Su
mayor densidad toponímica se produce en las vertientes marítimas de la Cor
dillera Occidental entre el río Chicama y la Cuenca del Jequetepeque, que se
constituyó en el eje central del territorio. En la Carta Nacional, la mayor con
centración del componente -casi la mitad del total atestiguado- se halla en la
hoja 15-f.
m ona de las doctrinas... del Obispado de Truxillo» sólo indica para la Sierr'\
como vimos, «La lengua general del Inga» y «en algunos pueblos», el culiéL
(culli). Es probable por esto, que para entonces cualquier idioma distinto d e ll
quechua se hubiese extinguido ya en el área o que tuviese, a lo sumo, un usffif
muy restringido.
Los procedimientos que aplican son correctos y apropiados, pero los resul-’
tados contienen errores que se deben esencialmente al poco avance existente'
en la investigación de las lenguas norperuanas y al ámbito relativamente redu-V
cido -la cuenca del Chicam a- al que el examen se circunscribe, tal como los
mismos estudiosos se anticipan a decir, de donde resultan algunas segmenta-'.-
ciones equivocadas y series parcialmente falsas. ‘¡
Así, por ejemplo, de las series A, planteadas como «yuncas», -pe, -pon, -ao
-ar, -uay, únicamente -pon puede ser mochica, idioma «yunca» en el que sig-'j
niñea «piedra»: -p(e) y -ar aparecen en mochica, pero no constituyen segmen
tos diagnósticos, puesto que sbn igualmente posibles en la mayor parte de los
idiomas norteños; se descarta del mismo modo -uay porque el mochica no' f
acepta la secuencia [wa], la cual sí parece haber sido conocida, como también
-ao, por la lengua quingnam, el otro idioma indígena costeño que hasta el
siglo XVII convivía con el mochica en el valle bajo del Chicama; la segmenta
ción errada impide incluso aislar el segmento -ñique «río», muy frecuente en j
la toponimia de la costa norte y probablemente cognada de la forma mochica |
nech registrada por Martínez Compañón (Torero, 1986: 541). £
Por las mismas razones, de las quince series atribuidas a la Zona C, culle,
únicamente cinco resultan de una segmentación acertada; cuatro de ellas son
efectivamente culles (con, gon; oro, uro; chacap; day) y la quinta (ual) es
una forma «independiente» con una diferente y propia área de distribución.
Aquí también la segmentación errada escamotea la presencia de otro compo
nente «independiente», cat (o cot), del cual trataremos más adelante.
^ ( A s de los A n d e s . L in g ü is t ic a e H istoria 257
p e las seis series asignadas a! «Chicama B», tres deben reformularse para
¿influir parcialmente en lo que, en nuestro criterio, es un único componente,
on las variantes fonéticas o gráficas, más o menos estables, ya indicadas en el
cápit® 3.2.1.
jiowski y Szeminski como quechuas, las dos p r i m e r a s son con seguridad cu-
lies, y probablemente lo son también las dos segundas.
Por otra parte, la forma en -don (-ton) tiene una distribución espacial mucho
más restringida que la forma -den (-ten): es casi exclusiva de la provincia de
Contumazá y de la cuenca del Jequetepeque, zonas en que ambas alternan al
punto de producir vacilación en algunos nombres, como en Llamadén o Llama-
dón, cerro del distrito de San Pablo, margen derecha de Jequetepeque. El hecho
de que cualquiera de las formas pueda aparecer igual en topónimos que desig
nan tanto cerros como pueblos o quebradas y ríos, así como la ocurrencia más
bien zonal de -don (-ton) y los casos de alternancia, nos mueven a considerar
que estamos frente a lo que fue originalmente un solo morfema, cuyas variacio
nes gráficas o fónicas se deben a condiciones y factores históricos diversos.
Hay, incluso, una tercera forma: -din (o -tin ) que se explicaría como resul
tante de interferencias de otra u otras lenguas, pues justamente aparece en los
márgenes de la zona den: Celendín, Chadin, Muchadin, Cundín, Shultín, Pu-
caydín. Poco segura, en cambio, sería la reducción a la misma serie del seg
mento -sen que ocurre en corto número de casos dentro del área o sus márge
nes: carcasén, cascasén, Cocsén, Concacén, Mochasén.
Por otro lado, si bien el morfema único originario se halla aplicado a dife
rentes entidades naturales o sociales (cerro, quebrada, pueblo, hacienda), su
significación primaria parece haber sido la de «cerro» por ser ésta su referencia
preferencial en la provincia de Contumazá, la zona de mayor densidad toponí
mica y, por esto, tal vez aquella en la que el idioma se conservó por más tiempo.
Espinoza atribuye los tres vocablos a la lengua culle de una manera arbitra
ria, puesto que el texto que transcribe no hace ninguna identificación, ni el
material léxico que conocemos del culle contiene esos términos. En realidad,
podría tratarse de meras supervivencias de nombres relativos a categorías so
ciales propias de la cultura cajamarquina tradicional incorporados al quechua
regional tras la desaparición de la lengua a la que originariamente hubieran
pertenecido; pero, igualmente, podría estarse ante un idioma vernáculo toda
vía vigente en la época -para cuya identificación, en tal caso, requeriríamos
del hallazgo de una documentación más específica-,
f) Aparte del territorio hasta aquí definido, hay toponimia que parecería
relacionarse con el den sobre una línea que, partiendo de la frontera meridio
nal del área, penetra por el río Crisnejas, transpone el río Marañón y se interna
hacia la selva alta: localidad Olmadén u Olmadón en la margen izquierda del
Crisnejas cerca del Marañón, «puerto» de Chuquitén y quebrada de Shuendén
en la margen derecha del Marañón y, tramontando la Cordillera Central andi
na, río y ruinas del pueblo antiguo de Pajatén.
Cabe preguntarse aquí cuales fueron los factores histórico-sociales por los
cuales el área den no fue ganada por idiomas costeños dotados de tanto vigor
expansivo como lo tuvieron el quingnam y el mochica; y preguntarse también
por el origen y antigüedad de la tajante frontera lingüística culle-den.
-got, habitualmente pronunciados con una e final de apoyo (v. gr.: -cate)
designo aquí como área CAT, según su forma más frecuente. ’
R
Esta área comprende, con variable presencia del componente característi*
co, todas las provincias del departam ento de Cajamarca; todas las provincial
serranas del departamento de L a Libertad; las serranías de la provincia deF '1
rreñafe, departamento de Lambayeque; las provincias de Utcubamba, Baeuá?
Luya y suroeste de la de Chachapoyas, departamento de Amazonas. Alcanza?
también, con casos aislados, las provincias de Ayabaca y Huancabamba, dé-¡
partamento de Piura, y las provincias de Pallasca y Huaylas e, incluso, con el ?
topónimo Huamancate, el litoral de la provincia de Santa, departamento de -
Ancash. j
*
La mayor frecuencia del componente -cat o sus variantes ocurre en las pro-'
vincias de Cutervo, Cajamarca, Celendín, Contumazá, Luya, serranías de la *
de Ferreñafe y vertientes marítimas de la provincia de Chota. En las cartas del
Instituto Geográfico Nacional, se trata principalmente de las hojas 15-f, Í5-g,i
14-g (incompleta), 13-e y 13-f; no existen las hojas correspondientes al depar-:
tamento de Amazonas.
No obstante, la dispersión del cat es más amplia que las del culle y el den
y cubre zonas donde aparece com o el único exponente de idioma oriundo de
la sierra septentrional peruana; dentro de estas zonas se cuenta virtualmente
toda la cuenca del río Cajamarca, donde, pese a no estar fuertemente repre
sentado, no tiene competidor -descontados, naturalmente, el quechua y el
castellano-. Tal vez precisamente el alto grado de quechuización del valle
cajamarquino ha eliminado en él cierto número de topónimos que habrían
exhibido la final -cat.
Es de notar, también, que en las zonas en que ocurren juntas, las formas cat
y las formas den suelen hacerlo en una proporción inversa, aun cuando las
condiciones geográficas de esas zonas no sean notoriamente diferentes; por
ejemplo, si comparamos las hojas 15-f y 14-e, hallaremos que, en la primera, -den
(o cualquier de sus variantes) tiene una presencia cinco veces mayor que -cat
(o sus variantes), en tanto que en 14-e la situación es precisamente la contra
ria. Esta comprobación reafirma la pertenencia de cat y den a fondos idiomáti-
«■joidAS de los A n d e s . L in g ü i s t i c a e H is t o r ia 261
1. si se trata del resto de una lengua que se expandió tiempo antes del
Arribo de los idiomas culle, den, etc., a la sierra septentrional, y fue m ás tarde
desplazada total o parcialmente por éstos, cuya toponimia se superpuso a la
primera.
Dentro de este planteo, hallamos que formas similares a -cat ~ -cot se encuen
tran en diversas lenguas andinas con el sentido de «agua», «río», «lago» o «mar».
En tal sentido, no podemos descartar del todo que el den haya poseído tam
bién una secuencia semeiante v aue. Dor lo tanto, algunos de los toüónimos con
de los A n d e s . L in g ü ís t ic a e H ist o r ia 263
^idiomas
E final -cat o variantes hayan pertenecido en realidad al mismo idioma del que es
í -den; pero hemos visto ya que el cotejo de los constituyentes inicia
e X p o n e n te
dles de los compuestos acabados en -den y -cat no abona en favor de esta idea.
i 1 En cualquier caso, una de las tareas que queda por atender en futuros estu-
I dios es ahondar las indagaciones en dirección del tipo de relaciones que pudo
M existir o haberse establecido entre el den y/o el cat y el cholón, idioma cuyo
| territorio no ha estado muy distante de Cajamarca. Felizmente, se ha conser
vado copia manuscrita del valioso Arte de la lengua Cholona, redactado por
f r a y Pedro de la Mata en 1 7 4 8 y trasladado en 1 7 7 2 por fray Gerónimo de
Por su lado, -urán ocurre desde hojas 11-d y 12-d, 12-e hasta 19-g y
18-i, esto es, con una distribución semejante a -gan; pero no hemos observado
su presencia al este del río Marañón, quizá en razón de su frecuencia menor y
de la ausencia de cartas geográficas detalladas del departamento de Amazonas
4 3 .4 .2 . Área toponímica IS
Se concentran en las hojas 15-e, 15-f, 14-e, 13-e y 10-d; esto es, entre los
ríos Chicama y Jayanca-La Leche y en las serranías de Ayabaca. Un tercio del
total registrado acaba en -quis o -guis.
Esta distribución inclina a pensar que hubo hace muchos siglos, a todo lo
largo de la costa norteña, desde el río Santa hasta la frontera con el Ecuador,
una lengua, la del componente final -is, que fue eliminada de la franja costeña,
quizá con expulsión de la propia población que la hablaba, por cuanto los
topónimos que sobreviven sólo aparecen como relictos marginales.
4.3.5.1. Se registra el segmento final -ñique, de Sur a Norte, desde las hojas ■
16-e y 16-f, valle del río Chicama, hasta las hojas 11-c y 11-d, valle del Alto
Piura.
Si bien presente en hoja 14-e, en el valle del río Zaña, se produce un signi- i
fícativo vacío en hojas 14-c y 14-d, que corresponden justamente a los valles
de Lambayeque y de Reque, de cuya habla mochica dio testimonio en 1644 el
lambayecano cura de Reque Femando de la Carrera, en su Arte de la lengua
yunga. \
jl
Juzgamos que -ñique es una variante de nec, vocablo que recoge el cronis- i
ta Antonio de la Calancha en referencia al río de Pacasmayo, del cual dice que
«no tiene más nombre que Nec, con que generalmente estos indios nombran a \
sus ríos» (Calancha, 1976: IV; 1228). Sin embargo, en el mochica registrado .
por el Arte de La Carrera y por el Plan de Martínez Compañón -cuya fuente '■
desconocemos-, «río» es nech, forma indudablemente cognada de nec, pero
cuya aceptación como también mochica nos conduciría no sólo a dar a esta
lengua por bastante dialectizada, variable incluso entre valles vecinos -cosa
no sorprendente y que el propio autor del Arte reconoce (otra prueba aporta
Calancha, esta vez con Martínez Compañón: si «luna» frente a rem de La
Id io m a s de los A n d e s . L in g ü ís t ic a e H isto r ia 267
4.3.5.2. El segmento -pon tiene una distribución mayor que -ñique en direc
ción del Sur: hasta el valle de Paramonga (Cerro Totopón, hoja 21-h); y del
Este, tramontando la Cordillera Occidental (Tuspón, hoja 13-f, en la Chota
interandina, y Colpón y Cerro Garrapón, hoja 15-g en el valle del río Cajamar
ca). Hacia el Norte, del valle de Chicama al del Alto Piura, ocupa el mismo
territorio que -ñique.
En las serranías del departamento de Piura, hojas 12-d, 11-d, y 10-d, apa
recen topónimos con un segmento final en -irca que designan a cerros casi
exclusivamente: cerros Aguatirca, Curirca, Tuyirca, Chujirca, Manirca y que
brada Sahuatirca.
ten de modo directo dos cronistas tempranos que son, además, observadores
X' agudos: Pedro Pizarro y Pedro Cieza de León. Ya hemos citado las palabras de
: cieza acerca de la identidad en «lengua y traje y en religiones y sacrificios»;
Pedro Pizarro, por su lado observa: «estos naturales de Caxamalca y Guama-
| chuco y sus comarcanos es gente dispuesta; traían los cabellos largos y unas
- madejas de lana alrededor» (Pizarro, 1968: I; 487).
í *
La unidad religiosa es subrayada igualmente por otro inquisitivo cronista
temprano, Pedro Sarmiento de Gamboa, quien relata que, ante la orden de
Atahuallpa de ir al Cuzco a reunir gente para repeler ataques de los chirigua
nos en las fronteras surorientales del Imperio, un capitán suyo, Yasca, «partió
para el Cuzco trayendo consigo las huacas Catiquilla de Caxamarca y Guama-
chuco y Curichaculla de los Chachapoyas y la guaca Tomayrica y Chinchayco-
cha con muchas gentes suyas de las guacas» (Sarmiento, 1943:157).
A principios del siglo XVII, José de Arriaga, uno de los más caracterizados
perseguidores de las religiones nativas durante el período llamado de «extirpa
ción de idolatrías», amplía hacia el Sur el área cultural huamachuquina, por lo
menos en lo que toca a creencias religiosas; refiere que en Cabana y Taúca,
pueblos de la actual provincia ancashina de Pallasca y entonces pertenecientes a
ja «provincia de Conchucos», había un ídolo, Catequilla, «venerado y temido en
toda aquella provincia, y al igual en la de Guamachuco donde tuvo su origen».
Luego vendría una época de intensa interacción entre regiones a nivel andi
no, en parte simultánea y paralela con el fenómeno anterior, pero que condujo
a un auge de intercambios sin precedente en la historia andina, durante la pri
mera fase de la llamada época Huari-Tiahuanaco -siglos VI-VII de n.e.-. A
modo de hipótesis, planteamos que el cat se asentó en estos tiempos como
vehículo de comunicación en la sierra norte y norcentral, al par que una varie
dad del quechua, el quechua II o Yúngay, comenzó por entonces a desbordar
sus fronteras desde la costa central hacia la costa sur y la sierra norte.
A este período de auge sucede otro, de indudable crisis en gran parte del
área interconectada; crisis que toca en particular al Altiplano collavino y al
área ayacuchana y que posiblemente se expresa en migraciones masivas desde
I diomas d e los A n d e s . L in g ü is t ic a e H ist o r ia 271
i' las tierras altas, sobre todo en dirección de la costa sur y central. Con los
■ migrantes, rasgos tiahuanaquenses inundan las culturas de los valles costeños
modificándolas profundamente.
4.3.7.3. A las sociedades de la sierra norte peruana les cupo desde comienzos
de nuestra era -desde la etapa de formación de los estados andinos- el papel
de defensoras de las fronteras de la civilización contra la barbarie en esa parte
de los Andes, donde las cordilleras se reducen en altitud y anchura y la selva
iTL A l f r e d o t 0 R £ r-
alta se adentra ampliamente hacia el Oeste, hasta colindar con las vertiente"
del Pacífico en la extensa hoya de Jaén. S
Los pueblos de la selva no tuvieron, pues, desde que en los Andes se cons
tituyeron sólidos estados, con ejércitos fuertes y fronteras bien guardadas, la
posibilidad de desbordar sobre territorios andinos; sus actitudes para obtener
bienes de ellos fueron, entonces, la de incursiones de pillaje o la de intercam
bios comerciales más o menos consentidos. La primera opción la estaban apli
cando, al momento de producirse la conquista española, los chiriguanos, de I
lengua tupi-guaraní; a la segunda se ajustaban, a través del Ñapo, el Marañón .
y el Huallaga, los omagua-cocamas, igualmente tupi-guaraníes. ;
Quizá la calidad de «gente de razón» que habían alcanzado los sácatas hacía
,posible que convivieran como una minoría étnica junto a los cajamarcas y frente a
•jos chachapoyas. Tal vez la arqueología pueda respondemos acerca de la antigüedad
de su presencia allí, así como de su lugar de origen y del papel queestaban cumplien
do, papel que posiblemente podría explicar el mantenimiento de su identidad lin
güística, pese al contacto con los idiomas de otras sociedades más poderosas.
Mucho queda, pues, por investigar en esta frontera nororiental de los An
des, en la cual chachapoyas y cajamarcas, a la vez que pagaban los costos de La
defensa del mundo andino, gozaban de los beneficios del intercambio con el
inmenso e inquieto mundo amazónico.
El eje central de la cuenca es la sección más occidental del curso del Mara
ñón, que, en forma de un gran recodo, va de su confluencia con el río Llaucano
a su confluencia con el Imaza o Chiriaco, subsumiendo los sistemas hidrológi
cos del Huancabamba-Chotano-Chamaya, el Tabaconas-Chirinos-Chinchipe
y el Utcubamba.
Para el área que nos ocupa y comarcas vecinas, las relaciones d e l siglo XVI
,abundan en este tipo de referencias, y las traen la Relación Anónima y otras a
que acudiremos por diversos respectos, como la «Relación de la s provincias
que hay en la conquista del Chuquimayo...» del capitán Diego Palomino (Ji
ménez, 1965: IV; 197-232).
Es tal vez ésta la razón por la cual el sector del Marañón correspondiente a
Jaén es denominado «Río de las balsas» en un interesante mapa de la hoya de
Jaén que acompaña a la ya citada relación de Palomino con el nombre de «Traza
de la Conquista del capitán Diego Palomino», reproducido por Jiménez de la
Espada en la primera edición de las Relaciones Geográficas de Indias, de 1887,
pero ausente en la edición de 1965 a la que aquí nos estamos remitiendo.
Son, como se ha advertido, de tres a cinco vocablos, según las lenguas; dos
de ellos («agua» y «maíz») consignados en las siete; uno («leña») en cinco;
otro («fuego») en tres; otro («casa») en dos, y los restantes («ovejas», «yerba»
y «ven acá») cada uno una sola vez.
, j ' í-
4.4.3.1. El Patagón
4.4.3.2. El Bagua
Los baguas eran pobladores de tierras cálidas -«yungas» según la raíz quechua
pronto asimilada por los conquistadores hispanos en el área andina. Ocupaban
los valles de Bagua (bajo Utcubamba, a 600 metros s.n.m.), de Chamaya, del
Bajo Tabaconas y el Bajo Chinchipe, así como, seguramente, las márgenes del
Marañón entre Chamaya y Bagua al menos.
Se trataba sin duda de gente «política», de acuerdo con el sentido que daban
a este término los españoles de la época. Diego Palomino escribe que la pobla
ción del valle de Bagua es «bien doméstica» e «impuesta a servir» (Jiménez,
1965: IV; 187-188).
En realidad, las listas de palabras conservadas para cada uno de los idiomas
Lenen sólo un vocablo en común, tuná o tuna «agua», y no se parecen o no son
‘co m p a r a b les en los restantes términos, como se percibe en la tabla vocabular.
Es cierto que tuna o tuná para «agua» es voz caribe pero no lo son las demás
de la lista de Bagua, ni la existencia de una única similitud en el conjunto dice
gran cosa, puesto que puede explicarse fácilmente por préstamo desde el pata
gón debido a la estrecha vecindad geográfica. Por lo demás, tuna se encuentra
asimismo en idioma aguaruna, de la familia jíbaro, con el sentido de «chorro de
agua», y es, aquí también, un muy probable préstamo desde el caribe.
Por otro lado, los dos documentos que nos informan más directamente acerca
de los idiomas de la cuenca de Jaén: la Relación Anónima y la de Diego Palo
mino, distinguen claramente al idioma patagón y al de Bagua como lenguas
diferentes. Así, la Relación Anónima las separa explícitamente y señala los
distintos sitios en que se habla cada una de ellas: la patagona en los lugares
mencionados páginas antes (Perico, Paco, Silla, etc.) y la bagua en todo el
valle de Bagua y en los pueblos de Chinchipe y Chamaya (Jiménez, 1965: IV;
145). Palomino no hace más que confirmar la distinción, precisándola de modo
tajante en un caso: cuando, desde el asiento de habla bagua de Chinchipe,
situado en las orillas del Chuquimayo (actual Chinchipe), asciende a las coli
nas de Perico, encuentra que la lengua de este último lugar «es diferente de la
del río» (Jiménez, 1965: rV; 185).
4 .4 3 3 . El Chirino
La lengua de los chirinos fue reconocida en 1934 por Rivet como pertene-'
cíente al grupo candoshi, en base a tres de las cuatro palabras chirinas que trae
la «Relación de la tierra de Jaén»: yungo «agua», yugato «maíz», xumás «leña»
(Rivet, 1934: 246). Consideramos correcta esta definición. 1
v
En efecto, con diferencias de sonido y sentido no muy grandes y dentro de
marcos esperables, esas palabras hallan paralelo en los vocabularios que en
1930 publicó Tessmann de las lenguas murato y shapra de la familia candoshi
(Tessmann, 1930: 294-298):
S h ap ra M urato
«agua» kúnku kúngu
«maíz» iwuádu i(w)wátu
«fuego» somási sumádzi
En la Relación : En candoshi:
sache «membrillos» ktsachi «palometa, huayo»
toro «guabas anchas» toróopana «cotachupa, guaba»
cotobix «fruta que comen cocida» tkobi «fruto de una palmera»
chicxi «zapotes» chichi, chichiri «zapote»
mazi «pigibaios» mási «pifayo, palmera»
Desde esta última ciudad, Salinas emprende un nuevo viaje «por el rumbo
del Norte Sur hasta trei nta leguas de contino por la mesma población de gente,
lengua y traje» (Jiménez, 1965: IV; 206); y funda, aguas arriba del Marañón en
su margen derecha, el pueblo español de Santa María de Nieva, en medio de
gente que «aunque difieren algo en la lengua, se entienden con los de atrás de
Santiago, porque casi es toda una» (Jiménez, 1965: IV; 200).
frailó las «provincias» de los cipitaconas y de los maynas, cada una «de lengua
| jnuy diferente de las de atrás» y debió recurrir a tres intérpretes sucesivos. Las
novedades lingüísticas no cesarían de presentársele en el resto de su periplo
(jimenéz, 1965: IV; 200, 201, 206).
4 . 4 . 3 .4 . El Xoroca
Para el vocablo let «leña» nó se halla paralelo, si bien las hablas jíbaras mo
dernas poseen para «fuego» y «leña» la voz ji que tal vez se relacione con let.
L ntjáo de que la primera «es más doméstica y de más razón» que la segunda
Jiménez, 1965: III; 301).
Sin embargo, el país jíbaro propiamente dicho (la «provincia de los xí-
baros») se extendía más al nordeste de las zonas hasta aquí definidas y se
halla bastante bien circunscrito en las informaciones de los siglos X V I y
XVII: con centro geográfico en la «cordillera de los jíbaros» -cordilleras
del Cutucú y de Yaupi-, cubría hacia el Oeste las cuencas de los ríos Upa-
no, bajo Paute y Namangosa, y, hacia el Este, las nacientes y la sección alta
del río Morona.
En las zonas actualmente de habla jíbara al norte del Marañón las finales Tí
toponímicas que se registran son las siguientes: -anza en afluentes y localida
des del Bajo Zamora, y del Upano-Namangosa; -entza en formantes altos del
Morona; e -ymi o -imi sobre un territorio algo más amplio: con más frecuen-^
cia en nacientes y brazos del Morona, pero también en el alto Zurinanga (o p
Nangarisa) y brazos de afluentes del Cenepa y el Santiago.
-ymi o -imi, con toda seguridad, es una contracción de yumi «agua» (y, sin ¿a
duda, aplicable a «río»), y -anza y -entza son probablemente variantes dialec-
tales de una forma entsa que significa «río» o «quebrada» (en shuar también í j
«agua»). No debemos descartar, sin embargo, que algunas de estas finales guar
den relación con la forma aénts «gente» del jíbaro actual.
Una final toponímica que no parece asignable a lenguas jíbaras, pese a su abun v;
I
dancia en el área en que éstas se emplean hoy, es -za o -sa. Ausente de las antiguas 1
comarcas de malacatos, paltas y cumbinamaes y del «país jíbaro», es frecuente,
en cambio, en la cuenca del Zamora-Santiago, y está presente en el nombre del
río Pastaza, e, incluso, al sur del Marañón, en el del Imaza. Por su distribución
geográfica, pareciera corresponder más bien a antiguas hablas candoshis.
; de los A n d e s . L in g ü is t ic a e H ist o ria 287
&gn el nombre del río Namangosa, confluencia del Upano y del Paute, la
l mentación debe hacerse posiblemente, no en la última sílaba, sino desde la
'^ p en últim a vocal, puesto que, no lejos, se hallan otros dos nombres con
feiminacion‘' idéntica: los ríos Panangosa -que va al Zam ora- y Tutanangosa,
Afluente del Upano.
E
K:. bien hemos planteado aquí la existencia de una familia «palta-jíbaro»,
[ n0S parece obvio, por la comparación del breve léxico de la «Relación de la
| tierra de Jaén» y de los datos toponímicos, que debemos distinguir dos ramas
al menos: la palta-malacata (y tal vez cumbinamá), ya extinta, y la jíbara, de
hablas sobrevivientes.
De su lengua nos han quedado cinco palabras, el número mayor que, de los
idiomas del área, reúne la mencionada Relación; este material, no obstante, no
ha permitido identificarla con ninguna otra lengua conocida.
j p- 4.4.3.6. El Copallín
De este idioma nos quedan cuatro palabras, que no permiten establecer una
relación cierta con ninguna lengua o familia lingüística conocida.
288 A lfredo Toi
La forma para «agua», quiet, tiene semejanza con vocablos de glosa igual'
próxima en varias lenguas andinas independientes entre sí: sechura «ag u ¿
jut; cholón «agua» y «río» cot; hibito «agua» cachi; culle «lago» y «mar» qu¡^
da; quechua y aru «lago» y «mar» *qutra (aymara moderno quta).
Por otra parte, no dejamos de advertir parecidos entre las palabras quiet
«agua» y chumac «maíz» de Copallín con vocablos de idiomas arahuacos
Para hacer la aproximación correspondiente, citaremos las reconstrucciones
que Payne (1991) establece en protoarahuaco para las glosas «lago» y «maíz»,
y algunos de los datos idiomáticos en que funda sus propuestas.
Así, para «lago» -que ponemos en correlación con quiet «agua» de Copa-!
llín - Payne reconstruye *kaile[sa]. Las formas de algunos de los idiomas co
tejados presentan sílabas antepuestas: paresí [hajkáiri, ashéninca [iN]kaare;
las de la mayoría, sílabas pospuestas: achagua kali[sa], cabishana kali[ta],
yukuna *kari[sa] (una reconstrucción, a la vez, de fuentes primarias que dan
la forma kaésá), etc. (Payne, 1991:409).
por otro lado, una secuencia m ak- se ha combinado quizá con una voz
¿ a rib e como anás y variantes que hemos referido a propósito de la lengua
E “ tagona, para producir en hablas arahuacas del alto Orinoco, el alto Río
jsTegr° y el Vaupés, las designaciones de «maíz» con formas como baniva
n i a k a n a t s i , baré y uarékena m akanashi, carútana m akanachi -según regis
tra Loukotka, 1968-.
H
4 4 .3 .7 . El Sácata
145).
i
La localización del ‘pueblo de Sacata’ está indicada en el suroeste del mapa
de Diego Palomino sobre una serranía que bordea la margen izquierda del río
Marañón. La Relación Anónima lo sitúa «en unos altos de tierra fría» a diecio
cho leguas de Jaén y ocho de Chamaya yendo «por tierra caliente hacia la parte
de Cajamarca». Las palabras con acentuación esdrújula, como Ságata, no lle
van la marca gráfica del acento en los antiguos documentos.
El Libro dice que Mogrovejo visitó «la doctrina de los Chillaos que es Yarnor
(sic) y Zacata», y hace una relación de las estancias y gente «que están en contorno'
y circuito desta doctrina de Yamor y Zacata de los Chillaos» (Mogrovejo, 1920-
58-60). Incluso, el texto alude a «Comeca, cacique de Zacata», y Comeca aparece 1
en el mapa de Palomino como nombre de una localidad de los Chillaos. i
3
Sea que el pueblo de Sácata se hubiese asentado en ambas márgenes del Mara- '
ñón o que hubiera existido sólo en su banda izquierda, lo interesante en las refe- ¡
rencias arriba anotadas es que, a tenor de ellas, Sácata no queda como un pueblo
aislado, sino incorporado en una entidad espacial y social de mayor importancia.
Al interior de esta entidad debió existir igualmente una vieja rivalidad entre
los pueblos de Yamón y Sácata, de la que todavía se guarda memoria; aunque el
antiguo pueblo de Sácata, hoy abandonado y en ruinas, ha tomado el nombre de
Col laque y sólo unos pocos ancianos lugareños recordaban aún hace unos años
su primitiva designación, en ambas márgenes del gran río se mantiene vivida, en
forma de leyendas, la pugna entre Sácata y Yamón, que supuso contiendas de
poderosos brujos y monstruosos animales míticos, Marañón de por medio.
Por otro lado, el distingo entre los pueblos de Sócota y de Sácata que Rivet
confunde, así como la confirmación de la localización de Sácata en la banda
izquierda del Marañón, se encuentran especificados por el cronista Miguel
Cabello Valboa, cuando éste narra que, derrotados y huyendo de las tropas
atahuallpistas, los soldados Chachapoyas «... tomaron por Cuterbo el camino
para sus tierras, y dejándose vajar por £ocota y pacata pasaron por Gallumba
el río grande (el Marañón) y por los Chillaos se bolvieron cada uno a su pue
blo» (Cabello Valboa, 1951: 449). Quizá Gallumba sea el actual pueblo de
Cumba, algo al norte de Yamón.
* [0 MAS DE LOS AMDES. LINGÜÍSTICA E HISTORIA 291
La relación de unga con la forma *uni «agua» (Payne, 1991:425) nos parece
de por sí suficientemente evidente, aun cuando no tengamos una explicación
para su segunda sílaba, -ga -exepto conjeturar que corresponde al «marcador de
tópico» /-qa/ propio del quechua, que habría sido adoptado en la lengua sácata-.
Para la voz umague, «maíz», vale lo que hemos sustentado al tratar del
vocablo chumac del copallín páginas antes: a umague se asemejan las formas
del ignaciano amaki (Payne, 1991: 399) y del maipure yamuki (Tovar, 1986:
6 ) y dzyomuki (Loukotka, 1986: 131); y probablemente, también las de otras
292 A lfre d o To
En otra lengua arahuaca, hoy desaparecida, la manao, que era hablada por un
activo pueblo de comerciantes del Río Negro y el Amazonas central todavía a
fines del siglo X V II, la voz correspondiente a «fuego» era ghügaty, según el
material lingüístico de la manao que nos ha quedado -u n vocabulario no muy
amplio y algunos rasgos gramaticales dados a conocer por De Goeje en 1948-,
Las voces de sácata, palicur y manao para «fuego» son formas enteramente
explicables a partir de *dikah[tsi], si bien para el sácata, y en parte el manao,
no sea posible establecer las transformaciones y correspondencias fonéticas
en base a fórmulas regulares y sistemáticas, como sólo un abundante material
idiomático habría permitido.
a) como antes señaláramos, cada uno de los vocablos atestiguados del sáca
ta exhibe semejanzas consistentes con los correspondientes de lenguas arahua
cas, incluso con la protoforma propuesta, siendo su variación y diferencias
explicables de manera natural y sencilla, no objetable;
c) el hecho de que tales semejanzas se den en los únicos tres vocablos cote
jables no sólo descarta razonablemente el azar, sino que refuerza la caracteri
zación del conjunto como cognadas de formas arahuacas.
* de los A n d e s . L in g ü is t ic a e H isto ria 293
4.4.3.8 . El Quechua
La expresión «del Inga» en este contexto, sin embargo, puede significar algo
más: que el quechua era propio de esos pueblos desde la época prehispánica, y
no había sido extendido a ellos a raíz de las acciones españolas de conquista.
Para el lado oriental de la hoya, el amplio territorio cuyo centro era Jaén, así "
como para el curso del alto Chinchipe, al noroeste, sorprende un poco que nin-'
guna relación mencione el quechua y que, todavía hacia 1570 en que fue escrita,
la «Relación de la tierra de Jaén» recoja vocablos sencillos de pueblos del área
de diferente lenguaje que el de la «gente del Inga», como si la zona estuviese
recién explorada, siendo el caso que ya en 1535 había incursionado por ella la
hueste de Alonso de Alvarado y que estaba bastante bien reconocida cuando, en
1549, el capitán Diego Palomino la describe por escrito y en un mapa.
La ausencia de referencias al empleo del quechua por los pobladores del sec- 1
tor oriental de la cuenca en la segunda mitad del siglo XVI nos parece, por esto, ■
enteramente accidental y no un reflejo de la situación efectiva. Aunque, de he
cho, continuasen siendo hablados los diversos idiomas que hemos examinado,
seguramente el quechua había penetrado ya en el área como lengua de relación a
raíz justamente de la acción conquistadora de los españoles.
Hemos subrayado parcialmente las palabras de las dos últimas fuentes cita
das porque ellas retratan bien la situación lingüística que se configuró, tras la
caída del imperio incaico, en los dos últimos tercios del siglo XV I: el relevo
para la consolidación del quechua dentro del ex Tahuantinsuyo, e, incluso,
— — — - * --------- - ~ ~ •i s " ’ <-<1r-\ trv m A oí n n H ^ r /a c n o ñ ^ l
’diomas de los A n d e s . L in g ü is t ic a e H istoria 295
! Naturalmente, cuando se lee que el quechua fue introducido por los espa-
; fióles, debe quedar claro que lo fue por los cientos de indios de origen andino
qUe eran forzados a acompañar a cada puñado de españoles como «auxiliares»
! -guerreros o cargadores- y que hablaban en su gran mayoría quechua o esta-
; ban en proceso rápido de quechuización. Por cierto que parte de ellos (los
' caciques o «capitanes» al menos) manejaban también el castellano, por lo cual
podía servir de nexo entre los conquistadores y la gente conquistada o por
conquistar.
Quechua (quechua)
Idiomas de los A n d e s . L in g ü is t ic a e H ist o r ia 297
[•: gl examen del panorama lingüístico del área en el siglo XVI hace permisi-
í ble pensar 9 ue car>doshis y palta-jíbaros se hallaban presentes en el norte de la
' ^oya desde centurias atrás, por situarse en ese sector las fluctuantes fronteras
. meridionales de sus territorios idiomáticos respectivos.
En cuanto a los sácatas, parece posible que su penetración haya sido muy
antigua, quizá tanto como la que condujo a los baguas a establecerse en las
zonas más bajas de la hoya. Si lo que impulsó su movimiento no fue la con
quista misma de territorio, lo fue probablemente la búsqueda del intercambio
de productos selváticos contra productos andinos, búsqueda históricamente
milenaria que bien puede explicar porqué los pueblos arahuacos se desplega
ron fundamentalmente a proximidad de los Andes.
Arahuacos (y tal vez caribes) serían más tarde desalojados del alto Amazo
nas por una ola de tupíes omaguas que, algún tiempo antes de la conquista
española, habían establecido conexiones con la civilización andina por el pro
pio Marañón hasta cerca de Santiago de las Montañas y por los afluentes ama
zónicos del Putumayo, Ñapo, Tigre, Ucayali y Huallaga. La rápida decadencia
de los omaguas en el siglo XVI, así como el abandono de las ciudades del
Gran Pajatén en la montaña central, fueron consecuencia de la conquista espa
ñola de los Andes, de la captura de sus riquezas en beneficio de España y del
consiguiente rompimiento de las tradicionales corrientes de intercambio entre
pueblos andinos y pueblos amazónicos.
Es evidente, pues, que a la hoya de Jaén no se !legaba por azar, y que tener presen-
^ P cia en ella fue un objetivo de muchos pueblos desde milenios atrás; su diversidad
R lingüística en el siglo XV I era, en buena parte, reflejo de esa pugna milenaria.
V Aún en los siglos XVII y XVIII, las órdenes de jesuítas y franciscanos ha-
M^brían de pugnar ásperamente -apelando, incluso, a grupos indígenas—por el
K dominio del Ucayali medio; tramo que los jesuitas buscaban controlar, desde
■ su sede en Quito y a través de Jaén, para asegurarse una ruta fluvial propia
■ entre el Amazonas y el Plata, mediante la conexión de sus «territorios misio-
■ nales» de Maynas, Mojos, al oriente de la Bolivia actual, y Paraguay, traspa
s a niendo los cortos trechos terrestres entre cuencas mediante la colaboración de
v las tribus amigas. La violenta, extensa y duradera rebelión de las tribus de la
B selva central peruana que inició en 1742 Juan Santos Atahuallpa, y la expul-
K sión de los jesuitas de las colonias hispanas y portuguesas quince años des-
■ pués, pusieron fin a esa pugna.
1 El estudio del extinguido lenguaje mochica mediante las fuentes escritas que
j, nos quedan es de primera importancia en andinística, por razones tanto lin-
E güísticas como históricas. Idioma de un pueblo que participó activamente en
I el milenario proceso civilizatorio en los Andes y que estuvo, por lo mismo,
F intensamente comunicado con otras grandes lenguas de civilización, exhibe,
* sin embargo, muchas características radicalmente diferentes del quechua y aru,
Ü las dos mayores familias lingüísticas mesoandinas, que sí han intercambiado
: muchos rasgos estructurales y léxico.
Aunque editado en 1607, el libro de Oré recoge, en sus páginas 403 a 408, un 1
material de la lengua norperuana que, a juzgar por las grafías utilizadas, fue 3
escrito posiblemente hacia principios de la segunda mitad del siglo XVI, puesto 3
que todavía juega con un doble Valor notacional para las grafías <c, q>: la africa- 1
da dentoalveolar sorda [ts], que estaba caducando en el uso hispano, y la fricati
va predorsodental sorda [s] que la desplazaba. Asimismo, hace aún uso irres
tricto de la letra <x> para el sonido fricativo dorsopalatal sordo, y la mantiene
distinta de la <s>, aplicada a la sibilante apicoalveolar sorda; incluso la combina
en un haz trilítero: <xll> para representar un sonido peculiar del mochica.
Esto no obstante, debemos proceder con suma cautela al efectuar tales com
paraciones, respetando en el caso del mochica el venerable cuarto de milenio
que se interpone entre el material y las informaciones de La Carrera y los de
Ivíiddendorf, con un casi absoluto silencio en el lapso entre ambos.
4.5.3. Procedimientos
4 .5 .5 . Sistema consonántico
4.5.5.1. Una de las características más notables de la fonología del mochica
antiguo es la organización de la mayor parte de sus consonantes en una corre
lación de palatalidad ( ‘mojamiento’), que opone una serie de no palatalizadas
( ‘llanas’) a una de palatalizadas (‘mojadas’ o ‘sostenidas’).
Está claro que <i> no era aquí un «mero recurso gráfico» como la califica
de modo ambiguo nuestro comentarista. Por ‘recurso gráfico’ puede entender
se un diacrítico o cualquiera de las letras que vamos escribiendo aquí, o la
‘tilde española’ en ñ, o las dos o las tres letras gn o ign que representan en
Idiomas d e i o s A n d e s . L i n g ü i s t i c a e H i s t o r i a 307
^francés a esa misma nasal palatal. Lejos de eso, <i> era una realidad fonética
'para el anónimo y para La Carrera, una efectiva [i] cuando se anticipaba o
;sucedía a las consonantes palatales; ineludible en ciertas condiciones para
jarear la diferencia con su correlato no palatal; ineludible particularmente
•para distinguir «¿i+vocal de 9 +vocal.
4.5.5.2. Sibilantes
Como se ve, las precisiones de La Carrera tienen poco de felices para fines
articulatorios, pero valen en cuanto a puntualizar que <x> castellana no repre
sentaba ya para entonces un sonido «manso» como la portuguesa, sino «hi
riente» -esto es, que no era ya de articulación fricativa palatal- y que <s> o
<ss> habían dejado de connotar ‘automáticamente’ una fricativa apicoalveolar.
En cierre de sílaba, <x>, y nunca <ss>, suele aparecer precedida por una <i>
marginal: moix «alma», pero amoss «no (rehusando)» (LC: pp. 61,64,74).
En lo que sigue, graficaremos con /z/ a la dorsal y con /s/ a la apical entre!
las sibilantes ‘llanas’, y con /zj/ y /sj/ a sus correlatos ‘mojados’ respectivos (v ]
gr., las voces de La Carrera giec «señor» y eiz «hijo», xamic «señal» y moixj
«alma», se anotarán /zjek/ y /ezj/, /sjamik/ y /mosj/). Conforme avancemos en
ejemplificaciones, se advertirá lo apropiado de nuestros análisis y notaciones i
4.5.5.3. Africadas
En cuanto al fonema que Oré grafica con las letras <9 -, -z> y La Carrera con la
secuencia compleja <tzh>, lo interpretamos como una africada apico-alveolar,
a partir de las características articulatorias que es posible inferir de las ‘reglas
para saber pronunciar la lengua’ que provee el cura de Reque:
Yerra, pues, Cerrón (op. cit.: 88-92) al creer reconocer en <tzh> una dentoajl
veolar, y vuelve innecesarias e inconsistentes sus disquisiciones dirigidas
explicar la inclusión de <h> en el haz como una medida destinada a evitara ^
se diese a <z> un sonido... de fricativa interdental -fenóm eno que em pezaba/
cundir sólo en partes de la lejana España- a
4.5.5.4. Velares
Nosotros postulamos que en los siglos XVI-XVll esta oclusiva llana poseía
un correlato pálatalizado de articulación velar o mediopalatal, que el anónimo
no distinguió de su <ch>, pero sí La Carrera, quien, para su representación,
ideó una composición gráfica especial de <c> y <h> invertida -que se sustituye
por <cy> en este artículo-. La oposición será señalada con los signos /k/ y /kj/.
L a Carrera (p. 11) dice escuetamente de <cy> que «es de diferente sonido
que las nuestras, muy necesaria y forzosa para diferenciar esta pronunciación
chido, chang, checan, etc., de la h al revés, como cyapa, cyilpi, mócyquic,
cyolu, etc.» La siente, pues, cercana de <ch>, tal como lo había indicado lí
neas antes para la africada que anota con la secuencia <tzh>, pero insiste en
que deben mantenerse distintas; y, de hecho, suministra ejemplos que susten
tan su aserto: cyang «dientes», chang «hermano de mujer», tzhang «tú».
Cerrón, por su lado, piensa que se trataba de una africada prepalatal sorda,
caracterización que hallamos incorrecta porque crea confusión con la africada
prepalatal sorda <ch> que existía en mochica (el propio Cerrón lo admite)
tanto como en quechua y castellano, y que Oré y La Carrera graficaron preci
samente de este modo. Se funda nuestro comentarista en la indicación de
Middendorf de que, en el mochica de su tiempo (dos siglos y medio después),
la vieja <cy> carreriana sonaba «como en alemán tj» (Middendorf, 1892: 51).
om a ? d e l o s ^ n d e s - L in g ü is t ic a e H is t o r ia 313
A nosotros nos reprocha el querer, dice, «cubrir una aparente orfandad atri-
úida a M con un correlato gratuito, que en este caso sería [kj]». Lo cierto es
'"ue no cae en la cuenta de que él también va dando elementos para establecer
•TLa correlación consonántica de palatalidad; excepto que el ‘correlato gratui-
" to’ !° asigna a / t / y n o a /k/. En el Perú diríamos que desnuda a un santo para
^estir a otro.
Esto último suscita extrañeza en nuestro colega (p. 112) y a nosotros, en cam
bio, nos confirma que /kj/ se articulaba en el velo del paladar o muy próximo de
éste en tiempos de La Carrera. No es improbable que para entonces estuviese
adelantándose hacia una articulación africada dorsal mediopalatal con apéndice
fricativo más de tipo <ich-Laut>, lo cual no dejaría de reclamar una realización
velarizada del arquifonema nasal y, a la vez, daría a La Carrera la percepción de un
sonido distinto, pero próximo, de /$j/; su adelantamiento habría continuado hasta
articularse [tj] o confundirse con /§/ o fq]/ en época de Middendorf.
secuencia, que, «para el oído mochica, el fonema que más se avenía» con la
/ch/ quechua era su /tj/ (Cerrón, 1989: 52); pasa así por alto la existencia en
ambas lenguas del fonema /ch/ y no busca una causación a su trueque por una
presunta /tj/ en ese quechuismo.
4.5.5.5. Dentales
Tal vez pueda deducirse de estos datos y estos silencios que <r> y <d> se
distinguían articulatoriamente de la misma manera en mochica y castellano, y
que en la frase casaro ñofon el hispanismo se había construido en mochica a
partir del verbo castellano casar más el morfema ‘connativo’ -6 (/-o:/); consi
dérese cómo en quechua y aymara los derivados del verbo c a sa r se constitu
yen sobre la base casara- y no casa-. Estaríamos en tal supuesto ante un sonido
fricativo (o semioclusivo) dental, sonoro o sordo según los contextos.
registra las voces señaladas, excepto la última, maitzh. Así, escribe tsiona '
(p. 181-13) —el chopunayodel anónimo-; tsia(pp. 180-15y 181-19);tsialTí^
180-17); kunzio (p. 59-8b); kurzio (p. 62-20a). ’ 'P
4.5.5. 6 . Labiales
El orden labial comprendía dos fonemas, oclusivo y fricativo sordos, /p/ y lil, a los
que se encuentra reproducidos regularmente con estas mismas grafías desde
los primeros hasta los últimos textos en mochica.
: DH u> s A n d e s . L i n g ü i s t i c a e H i s t o r i a 317
f on virgulilla sobre <c>. Tal vez pueda plantearse que un proceso similar fue
j * pl que condujo en el mochica antiguo a la aparición del sonido escrito <d>, a
feartir de una hipotética */tj/. Del mismo modo, cabría formular la hipótesis de
jL e la <f> de Oré y La Carrera tuvo un lejano antecedente en una bilabial
fatalizada, */pj/.
4.5.5.7. Vibrante
siglos XVI y XVII nos impide establecer los condicionamientos específicos que1
hubieran podido regir la ocurrencia de uno u otro sonido. Por esto, en nuestro \
cuadro fonológico mantendremos un solo fonema vibrante.
«
4.5.5.8 . Laterales i
Los cambios ocurridos de mediados del siglo XVII a fines del XIX fueron:
a) la confluencia de las llanas en un único fonema que sucesivamente se vela-
rizó, ensordeció y, finalmente, se deslateralizó para tomarse en una fricativa
velaren tiempos de Middendorf; y b) la deslateralización de xll que desembo
có o en una fricativa dorsal mediopalatal de tipo ich-Laut acompañada o no de
yod (como la registran generalmente Middendorf y Lehmann), o ‘disuelta’ en
una secuencia de fricativa velar y yod sucediéndola o antecediéndola, según la
posición que xll había ocupado originalmente en el margen silábico. Ésta fue
la fase final del trayecto transfonologizador y desestructurador, con la conver
gencia de la ‘nueva jota’ mochica y la ‘jota’ del castellano peruano.
No nos explica este autor por qué varias páginas antes había asignado ro
tundamente a la grafía <x> el valor de sibilante, mientras ahora, con igual
rotundidad, la vuelve fricativa velar; tampoco justifica su peregrina idea de
que «nada mejor» que el segmento <11> para representar la palatalidad. En fin,
no cae en cuenta de que la articulación con fricción lateral, o de una fricativa
lateral, reclama, necesaria y específicamente, el bloqueo por la lengua de la
línea central del paladar, justo por donde, en cambio, se abre un estrecho canal
cuando se trata de emitir, entre otras, una fricatica prepalatal; y que, por lo
tanto, no puede haber un sonido ‘fricativo prepalatal lateralizado’. O es lo uno
o es lo otro.
4.5.5.9. Nasales jj
'I
El antiguo mochica poseía cuatro fonemas nasales, de puntos de articulación"
labial, dental, palatal y velar: <m>, <n>, <ñ> y <ng>, según las grafícaciones del
anónimo y de La Carrera; reanotamos la velar con el signo <r\>. Todas las nasa -
les, excepto <m>, se neutralizaban en cierre de sílaba no final de palabra. Hav
en La Carrera un claro par mínimo que muestra el valor distintivo de la oposi
ción <n>/<ng> en final de lexema: pon «cuñada»/pong «piedra, cerro».
LC, p. 69: peño, peñiio «cosa buena» = /penj-/ «bien», /-o:/ ‘connativo’;
/penj-/ «bien», /-i-/ ‘genitivo’, /-yo:/ ‘connativo’. En este último caso, el ‘geniti
vo’ ha adoptado la forma /-i/ y no /-e/ por influjo de la palatalizada precedente.
LC, p. 54: peiñ poler eiñ m etca lena sonong «yo trajera de buena gana a
mi mujer conmigo» = /penj/ «bien».
OR, 407-22: enong ció ñofnur peñis? «¿Cuál es el bien del hombre?» =...
/ñofün-/ «hombre, humano», /-ür/ ‘genitivo’, /penj-/ «bien», I-i-l ‘vocal epen
tética’, /-s/ «dominial».
LC, 106-8: eñong 910 giam chipcór peñoss «¿Cuál es el bien de la perso
na?» = ... /zjam-gji-püc-/ «persona, hum ano»,/-ür/ ‘genitivo’, /penj-/«bien»,
l-ü-1 ‘vocal epentética’, /-s/ «dominial».
LC, 56-1: aio m ang m et onóc ñaiñ «aquél traiga una gallina» = ... /njanj/
«gallina, ave».
Véase también:
M iom as de lo s A n d e s . L in g ü ís t ic a e H is t o r ia 321
•- lC , p- 56: ñaiñ, ñaiñiio «el ave, el pájaro» = /njanj-/ «ave, pájaro», /-i-/
; ‘genitivo’, /-yo:/ ‘connativo’.
Compárese con:
Como so stu v im o s en 1986 (p. 5 3 1), el m och ica de lo s s ig lo s XVI y XVII p o seía
una yod en fu n ció n con son an tica , si b ien de bajo rend im iento paradigm ático.
Esta yod d eb e d istin gu irse cu id adosam ente d el so n id o escrito < i> q u e su ele
aparecer circundando a las co n so n a n tes palatalizadas - c o m o acabam os d e ver
en las eje m p lifica c io n es de /n j/-.
Hemos visto igualmente, que la grafía <y> puede indicar a veces una va
riante contextual de /tj/ (LC miyi «uña»; Martínez Compañón Yos «Dios»).
Oclusivas y africadas:
Llanas: P t 9
Mojadas: tj a kj
Fricativas:
Llanas: z s
Mojadas: Zj sj
Sorda: f
Sonora: (d)
L om as d e l o s A n d e s . L in g ü ís t ic a e H is t o r ia 323
Vibrante: r
Laterales:
Llanas: 1 !
Mojadas: lj !j
Nasales:
Llanas: m n
Mojada: nj
V Semiconsonante: y
? En nuestro artículo de 1986 escribimos que el análisis del sistema vocálico del
antiguo mochica se ve complicado por la escasa información suministrada
Si bien las nuevas fuentes a que ahora tenemos acceso (Lehmann y Brü-
¿ ning) nos facilitan información más amplia, en lo que sigue aceptamos, por
razones más bien operativas, la propuesta de seis vocales que formuló en 1644
La Carrera y que Hovdhaugen (1992) y Cerrón (1995) hacen suya. Sin embar
go, dejamos señalado que los autores mencionados no proveen pares mínimos
ni contextos diferenciales que sustenten convincentemente la independencia
fonológica de tales unidades -en particular, la existencia de dos vocales ante
riores, lil y /e/, que podrían no ser más que manifestaciones de una sola unidad
bajo condiciones prosódicas diversas, acentuales en especial-
altas i ü u
haias fe) a o
324
A l fr e d o T oreró j
Frente a nuestras reticencias de 1986 para admitir las seis vocales dado el
silencio de las fuentes originales y la imposibilidad de verificación por la ex
tinción del idioma, R. Cerrón critica nuestra enumeración de ciertos datos
faltantes, como los relativos a longitud, intensidad, altura, acento, ritmo, etc
Afirma (p. 83; nota 51) que si el acento incluye ya las propiedades de cantidad,
intensidad y tono o altura, no alcanza a comprender por qué empleamos a
renglón seguido ‘intensidad’ y ‘acento’.
De sus fallidos intentos por aprender a pronunciar este último sonido, nos
cuenta Middendorf: «Durante una prolongada estadía en Eten, el autor ha tra
tado de analizar muchas veces el movimiento de la lengua y del paladar [nóte
se que no dice ‘de los labios’] de este sonido singular e imitarlo, pero sus
intentos tuvieron por resultado sólo la risa de los indígenas».
Por nuestra parte, estimamos que el signo <ó> fue usado por La C arrera
para notar, al menos, dos fonemas distintos y varios sonidos que tenía por más
característicos del mochica debido a su mayor alejamiento del vocalismo cas
tellano, según se deduce de sus propios datos o del cotejo de su notación con la
utilizada por Middendorf:
De otro lado, podemos entrever en los datos dispersos, del anónim o hasta
Middendorf, que los ‘diptongos impuros’ de este último, como la <o> de La
Carrera, eran expresión de un creciente debilitamiento vocálico, que acentua
ba la tendencia al monosilabismo radical.
Por lo demás, el autor alemán opone como unidades distintivas a sus d^'-
‘diptongos impuros’ en un par mínimo: üp «sal» y áp «ají» (Midd.- p gof
Infelizmente, La Carrera registra únicamente la voz «sal», op (LC: pp 53 I j1
64); con lo cual toda verificación para el mochica antiguo resulta imposible
Sólo nos queda conjeturar que se había desarrollado en el idioma norteño uif'
«vocal indefinida» similar a la ‘e muda’ francesa, la á de Middendorf, que s->
bien podía ‘caer’ o, al contrario, ‘aparecer’ como vocal de apoyo en sílaba "not
inicial, había terminado, en cambio, afirmándose en la primera sílaba de la raizf
como un fonema distinto de /u/ y dejado de ser mera variante alofónica de é% -
4.5.6.3. Rasgo del mochica era la armonía vocálica, en cuyo marco se pródu- :
cían alternancias entre las vocales centrales y delanteras (a=e=i=ü), y entre la"
central no redondeada y las redondeadas (ü=o=u).
Sin embargo, las sílabas que contenían la vocal /ü/ se hallaban sujetas a
•^ re stric cio n e s:
c) en sílaba interna de raíz se daban las formas -CÜC- o -CÜ-, esta última,
al parecer, sólo cuando seguía a sílaba acabada en consonante; por ejemplo, la
sílaba -sso- en el topónimo escrito por La Carrera Omonssofoc /omünsüfük/
(op. cit.: p. 8), que hoy es M onsefú -pero con el gentilicio m onsufano, esto
es, con trueque vocálico en la sílaba aludida-.
Páginas antes hemos calculado en cerca del 70% del total de raíces la n
porción de las monosílabas en mochica. No obstante, debemos subrayar q
éste es un cálculo sobre el material escrito conservado y que, en realidad no*
es imposible hoy afirmar con certidumbre cuál era el porcentaje de ‘monosila^
bismo’ en este idioma, dado que el léxico conocido es poco amplio y
sobre todo, tenemos unas veces sólo las ‘versiones plenas’ (las ‘poseídas’) y ’1
otras sólo las ‘versiones amputadas’, raramente ambas. i¡
B
4.6.2. Palabras y sintagmas
4: ’
Construcción directa:
¿eiñ-oz xllip.ko? «¿a quién llamas?» (LC: 58)
¿az ton-od.o eiñ? «¿has aporreado a alquien?» (LC: 76)
Construcción inversa:
iñ-iñ xllip.k-em «¿quién me llama?» (aprox. «de quién soy llamado?/¿por
quién se me llama?») (LC: 58)
í Cíelos morfemas de sentido factitivo genérico (v. gr., ay(o)-, lo-) permi-
* ^ían construir verbos a partir de raíces morfológicamente neutras, por un pro-
- icedimient0 cercano a la incorporación.
•íV J;
4.6.3.3. Persona
‘presente’: met-eiñ piñ «yo traía», etc.; el ‘pretérito perfecto’, por la interposi
ción del gramema -(e)da o -(e)do entre la raíz y el índice verbal: met-eda-iñ =
met-edo-iñ «yo traje, o he traído», etc.; el ‘pretérito pluscuamperfecto’, por el
acoplamiento de los procedimientos anteriores: met-eda-iñ piñ = met-edo-iñ
piñ «yo había traído», etc.
a) sufijos simples:
‘connativo’ -(y)ó (glosa aproximada «de»)
‘genitivos’ -t], -or, -i/e (glosa aprox. «de»)
‘acusativo’ (construcción directa) cero
‘ergativos’ (construcción inversa) -T], -ór, -en
‘atributivo’ -pon (aprox. «por»)
‘benefactivo’ -tim (aprox. «por, en favor de»)
‘mediativo’ -na (aprox. «por, a través de»)
‘sociativo’ -len «en compañía de otra persona»
‘conjuntivo’ -tana «junto, en reunión con»
‘instrumental’ -er; -T|.er si la base acaba en vocal, «con».
‘incorporativo’ -foiñ «con» (de mezclar una cosa con otra)
‘unitivo’ -tot (aprox. «a», «con»)
‘ablativos’ -ich, -(i)nkich «de, desde»
‘conformativo’ -món «como, tal como»
b) sufijos compuestos:
‘adjudicativo’ -ó.pon «para»
‘propensivo’ -tim.na «por» (similar a -tim simple)
‘proyectivo’ tot.na «a, hacia»
P | I diomas d e l o s A n d e s . L i n g ü í s t i c a e H i s t o r i a 339
r-
| ■ c) posposiciones que se ligan al nombre mediante genitivo:
> +nik «en, dentro de» (‘locativo’)
+kapok «encima»
+lecyók «encima»
| +ssekon «debajo»
Í +lucyok «entre, en medio de»
+Iek «adonde, a casa de»
r
f 4.6.3.7. La derivación nominal
¡'
; En el plano de la derivación hemos distinguido en el quechua y el aru entre: a)
temática, integrada por morfemas que aportan diversos matices sémicos al
sentido original de la raíz sin alterar el referente ni la categoría gramatical de
ésta; b) intracategorial, que modifica su referente, pero no su categoría; y c)
transcategorial, que hace un término nominal a partir de un verbo o un verbo a
partir de un nombre. En mochica hallamos gramaticalizados los dos últimos
procedimientos. En lo inmediato, nuestro plan de exposición se detendrá en
los de nominalización, dejando para tratar dentro del marco oracional los que
tocan al verbo, ya sea porque inciden en la valencia de éste o porque desarro
llan oraciones subordinadas o complementarias. También examinaremos en
tonces el mecanismo de la incorporación.
a) Derivación intracategorial:
b) Derivación transcategorial:
La situación de cada una de esas clases podía ser alterada, sin embargo, por
marcas respectivas de: a) desposesión: un sufijo ‘privativo’, de forma -(C)ik
-m uy frecuentemente -kik-, generaba sustantivos ‘absolutos’ a partir de los do
miniales, a menudo con reducción fónica monosilabizadora: ef-kik «el padre»
(PI básica: ef), mócyk-ik «la mano» (PI básica: mocyok), ton-ik «la pierna» (PI
básica: tonórj); y b) adscripción: además de la indicación de la persona adquiri
dora, un sufijo ‘adscriptivo’ -generalmente de forma -ss u otras menos frecuen
tes, como -(V )d- se añadía a los sustantivos libres cuando pasaban a ser poseí
dos: cyilpi-ss «manta», xllak-ad «pescado». Naturalmente, los recursos
morfológicos requeridos venían a evidenciarse en el nivel del sintagma posesivo.
que finalizan en -erj (cf. LC: 80-81): falperi «la cabeza», mederi «la oreja»,
fefiet] «las espaldas», polet] «la barriga», tonet] «la pierna», órketl carne
h u m a n a » y quizá ocyari «los dientes», e, incluso, lerj «la sed» (cf. la «el agua»);
en tanto que la mayoría de los que designan a familiares no porten ningún
aparente clasificador: ef «padre», etj «madre», eiz «hijo», charj «hermano menor
1 de mujer», ñier «tío», kokód «tía», uxllur «sobrino o sobrina», ikiss «suegro
o s u e g r a » , pon «cuñada» (cf. LC: 6 8 - 6 9 ) .
i
Algunos nombres corporales tienen la apariencia de compuestos: pitor «el
tragadero de la vianda (el esófago)», altor «la garganta», xllontór «el buche»
(¿componente -tór?) y algunos con otros terminales. Los hay, sin duda, com
puestos por un determinante en genitivo: locyekaton «el lagrimal», esto es:
locy-e katón ‘la vagina del ojo’ (katon «las partes mujeriles»); locyechi^is
«la niña de los ojos»: locy-e tzhi^i-ss (tzhi^i «niño»),
4 .6 .4 .2 . La puesta en genitivo
(LC: 15-16)
PI: moiñ e f «mi padre»; moiñ an «mi casa»; tzhori eiz «tu hijo»; dios-i cí)
«la madre de Dios»; etc.
PA: moiñ fanu-ss «mi perro»; moiñ ef-e cyilpi-ss «la manta de mi padre»;
Pedro-r] kol-od «el caballo de Pedro»; etc.
Tal vez fue la marca de posesión en -iI-e la que primitivamente generó, por
anticipación fónica, la forma interrogativa genitivada iñ a partir de *eiñ-i, así
com o la de los posesivos moiñ y tzhor) a partir de *moiñ-i/e y *tzhar|-i/e. Tal
vez, también, estuvo ligada históricamente a la forma predicativa é, de modo
que moiñ-e = moiñ é, desprendidas de una hipotética etapa de isomorfismo en
los paradigmas de posesión nominal y persona verbal.
4.6.43. El ‘adjetivo’
(LC: 19) peñ-3 ñofon «buen hombre»; peñ-ó mecherrok «buena mujer»;
peñ-ó nepót «buen árbol»; ützh-ó kol «caballo grande»; ützh-ó orj «algarro
bo grande»; ñat^ku-yo cyofot «culebra macho»
A decir del autor, -(y)o se pronunciaba «de por sí». Su separabilidad res
pecto de la raíz adjetiva se comprueba observando que, en un sintagm a no
minal, podía insertarse entre ambos el pluralizador +on, como se vio pági
nas antes:
Por añadidura, el cura de Reque insiste en que «si se hablare por sólo el
adjetivo, no es menester añadirle la ó para que sea plural si acaba en on»:
ützh+on «grandes» (LC: 65). Esto es, que útzh sería separable y tendría tam
bién sentido «de por sí».
344
^ edoT oshk^
4.6.4.5. El relativo
(LC: 65) xllall ló-pok-o mecherrok «mujer rica» (‘que tiene dinero’)
(LC: 107) Roma 16-pok-o Santo Padre «el Santo Padre que está en Roma»
(LC: 19) limak to-d-ó ñofon «el hombre que fue a Lima»
b) Se formaban relativos negativos con una raíz verbal precedida del adver
bio de negación onta y seguida del connativo:
(L: 66) onta fel+o «que no sabe estar sentado» (‘que no acostumbra sentar
se’; ‘que no es de sentarse’)
onta cyom-e.p + 6 «que no sabe emborracharse»
onta tzhokom+fi «que no sabe correr»
onta funo+yó «que no sabe o no puede comer»
4 .6 .4.6. Demostrativos
4.6.4.7. Cuantificadores
«La razón por que los indios no usan el número plural es porque al singular le
allegan un nombre adjetivo de muchedumbre, como tunituni nofon, que en
rigor no dice muchos hombres, como ellos lo entienden, sino muchos hombre
o mucho hombre; lenguaje bárbaro, pues falta la concordancia del número,
conforme a la gramática latina... iz^ók mecherrok, entienden todas las muje
res, y no dice en rigor sino toda mujer; pero ellos se entienden y es forzoso ir
con su modo, pues es para entenderlos y que ellos nos entiendan a nosotros».
346
A l fr h d o T orer 0
El sistema de numeración era de base decimal, con nombres simples para los
dígitos, la decena, la centena y el millar. Los cuatro primeros dígitos tenían
formas monosílabas alternativas que intervenían en las secuencias compues
tas. Se distinguía entre contar «absolutamente», y contar seres y cosas distin
tas. Para lo último, disponía el mochica de ciertos clasificadores numerales
en particular, de voces especiales para las decenas, las centenas y los pares-
tema sobre el cual, infelizmente, el cura de Reque (LC: 82-84) no se detiene
con la amplitud y el cuidado deseables.
Algo similar a las decenas sucedía con las centenas y los grupos pareados:
na-palok era ‘un ciento’ en general, en tanto que na-chióT] era ‘un ciento de
frutas o mazorcas’, pak-chior] ‘dos cientos de éstas’, etc.; y que por na-luk,
nnk-liik r.nk-luk. etc., se entendía «un par, dos pares, tres pares, etc. de platos
IPIOMAS DE LOS ANDES. LiNCOISTICA E HISTORIA 347
Para designar al millar, La Carrera acoge una sola forma: kunó (na-kunó,
pak-kunó, etc.: ‘un mil, dos mil’, etc.)
El autor da fin a esta sección con una frase por la que se sabe que pudo decir
más: «Otro modo de contar tienen las mujeres en lo que urden para tejer, con
tando los hilos para dar ancho a la pieza, pero esto no importa saberlo, fuera de
que es confuso, y sabrálo el que quisiere con el uso».
moiñ eiñ = moiñ at| = moiñ é = moiñ fe «yo soy; soy yo»
tzhar] az = tzhar) at] = tzhat] é = tzhar) fe «tú eres; eres tú»
ayo ari = ayo é = ayo fe «él/ella es; es él/ella»
348 A l fr e d o T o r e r ¿
Tal vez las secuencias ‘reiterativas’ (v. gr., moiñ eiñ) se usaban como tópi- 5
co, y las no reiterativas (v. gr., moiñ é, moiñ fe, incluso moiñ ar] con primeras j
y segundas personas) como focalizadoras. i
<
b) El ‘verbo sustantivo’ se expresaba igualmente con la raíz chi-, que par- ;
cialmente competía o se combinaba con los ‘radicales personales’, como en
(LC: 29):
chi-ñ «yo soy»; chi-z «tú eres»; chi-t] «aquél es»; etc.
(Cf. LC: 58) onta.zta iñ-funo-pa «no ‘m e’ come éste que es mi hijo o mi
querido»
onta.zta iñ-ta-pa «no ‘me’ ha venido mi querido o mi hijo».
(LC: 54) m et-e.do-iñ ka piñ foss cyim orr-ich, £¡e m a-iñ-pa- ka cyoktok-
ó kol-ed «yo habría traído lúcumas de Cyimor (Trujillo) si mi caballo ‘me’
fuera fuerte»
(LC: 70) am o=z to-k-pa pol.oi] «no lleves disgusto»
(LC: 92) tzhori e*z>Jesucristo, aca-z chi-do-pa pol-e+nik «tu hijo, Jesu
cristo, que ‘te’ nació en el vientre»
(LC: 13) moiñ ef-e-yó ar] mo chilpi o mo chilpi ar] moiñ ef-e-yó «esta
manta es de mi padre» (cyilpi «manta»)
mo=f móiñ+o = moñ+ó=f mo = moiñ ar] mo «esto es mío»; y así por todos
los pronombres
Pedro-T|-ó=f ayo uiz-kik «de Pedro es esta chacra» (uiz «chacra»)
ñofn-ór-ó=f mo cyikaka «esta calavera es de hombre» (chikaka «calavera»)
mecherk-or-ó=f mo lutu «este capuz es de mujer»
En la jerarquía personal, la 1.a persona prevalecía sobre lá 2.a y las 3.a per
sonas; la 2.a persona prevalecía sobre las 3.a. En 3.a personas quedaban inclui
dos los nombres, si bien al interior de éstos habrían existido también clases
jerárquicas establecidas en base a criterios de parentesco, humanitud, animici-
dad, etc.
4.6.5.4.2. El índice pronominal único podía, según los casos, anteceder o se
guir a la base verbal o, incluso, acoplarse fónicamente al final de la palabra
inmediatamente precedente. Su realización, como dijimos, replicaba formal
mente al paradigma del verbo ‘sustantivo’, pero a menudo con alteraciones
fónicas contextúales; por lo que lo reiteramos poniendo entre paréntesis la
vocal más frecuentemente emitida:
met-eiñ = moiñ eiñ m et = moiñ ar| met = moiñ é met = moiñ fe met «yo
traigo».
met-az = tzhar] az met = tzhar] ai] met = tzhar] é met = tzhar) fe met «tú
traes»
met-arj = ayo ar] met = ayo é met = ayo fe met «él/ella/ellos/ellas trae(n)»
met-eix = moich eix met = moich ar] met = moich é met = moich fe met
«nosotros traemos»
(LC: 52) met-eiñ xllak «traigo pescado» (xllak «pescado»). Orden VSO
(LC: 53) pup eiñ met «palos traigo» (pup «palos»). Orden OSV
(a) tzhar| eix xllipko «te, a ti, llamamos» (xllipko «llamar»). Orden OSV.
(c) esto mismo sucedía cuando aparecía un ‘segundo objeto’ del cual la 2.a
persona resultaba beneficiaría; la existencia de ese segundo objeto se marcaba
en el verbo con el ‘aplicativo’ -k-:
(LC: 85) moiñ sonet], niuk+ó=iñ pii-k+tzha mo anillo «esposa mía, aquí
te doy este anillo». Orden SVO
I d io m as d e a i s A n d e s. L in g ü ís tic a e H is to r ia 353
(LC: 80) Dios $iek-en m -az fil-k-om pol-e+nik «Dios nuestro señor se te
aposente en el corazón»
354 A lfredo T ORERo
(LC: 58)
¿eiñ-oz xllip.ko? ¿a quién llamas?
ñofon «al hombre» («y está en acusativo»)
¿iñ iñ xllip.k-em? ¿de quién soy llamado? (iñ: interrogativo ‘en genitivo’).
Pedro-ri «de Pedro» («que está en genitivo»)
(LC: 39)
Pedro-Tl az-xllip.k-em «de Pedro eres llamado»
En (LC: 16), el autor se refiere al uso del marcador de agente -en y provee
tres casos de oraciones de construcción inversa que lo reclaman, la tercera de
las cuales contiene el verbo que estamos ejemplificando:
Señala entonces que «este es modo elegante, y tan usado, que no lo usan
jamás por activa».
(LC: 39)
funo-ko-iñ tzha «yo te doy de comer»
tzhor| eiñ funo-k-em «tú me das de comer»
El cura de Reque designa estas construcciones como ‘casi pasivas’ (LC: 39)
o ‘impersonales pasivas’ (LC: 52): «lo más ordinario entre los indios -d ic e - es
hablar por el verbo pasivo por impersonal». La figura se precisa a través de las
variadas glosas castellanas que provee:
(LC: 39)
xllip.k-em-az «llámante»
xllip.k-em-ari «llámanlo»
ciuk-ó-z xllip.k-em «ahí te llaman» (con pegamiento del índice verbal a la
partícula adverbial precedente)
met-or-az «tráente»
met-or-az.chi «traen os (os traen)»
356 a l f r e d o T o r e rJ
(LC: 50) j
funo-k-em-eiñ «danme de comer» (
fil-k-om-eiñ «(otro) me sienta o se sienta junto a mí» ■
moiñ met(e)-do pup at] mo «este es palo traído de mí, o trájelo yo»
Cabe contraponer esta plausible formulación a frases de las pp. 53-54, que
muestran los difíciles, y al parecer fallidos, intentos de La Carrera por poner
en pasiva las ‘primeras oraciones’, como (LC: 53):
‘activa’: pup=eiñ met moiñ an ay-nom «yo traigo palos para hacer mi casa»
‘pasiva’: moiñ ar] met-or pup moiñ an ay(e)-p-nom «palos son traídos de
mí para hacerme mi casa»
Después de ese rodeo, podemos poner en duda el logro del autor páginas
antes (LC: 52), según el cual met-eiñ xllak «yo traigo pescado» > moiñ ar)
met-or xllak «de mí es traído el pescado».
La Carrera aduce que «la causa porque son dificultosas de volver las ora
ciones por pasiva, es sin duda el no haber en toda esta lengua más verbo que el
substantivo, moñ eiñ, tzhang az, que en latín es sum, es, fu i, ... y así como en
latín no se pueden volver por pasiva las oraciones de sum, es, fui, así tienen las
de esta lengua tan gran dificultad, que el que las volviere será gran lenguaraz»
(LC: 52). Esta consideración se asemeja a una observación de Ludovico Ber
tonio acerca de la marca -tha de primera persona verbal de no futuro en aymara
-lengua en la cual las desinencias verbales pueden incorporarse directamente
a predicados nominales sin requerimiento de verbo copulativo-: tha «es tam
bién terminación del verbo, y aun verbo, porque suple a sum es fu i como dixi-
mos en la grammática» (Bertonio, 1956: 341b).
(LC: 40) met(e)-ko-iñ mo la «hago traer esta agua» (mo la «esta agua») •'
(LC: 70) cyam-ko-iñ+tzha «enójote» (cyam «tener ira»)
(LC: 39) funo-ko-iñ+tzha «yo te doy de comer» (fuño «comer»)
(LC: 39) tzhoí] eiñ funo-k-em «tú me das de comer»
(LC: 50) funo-k-em-elñ «que me den de comer a mí»
(LC: 40)
chefnam-ko-z «haces tener hambre» (chefnam «tener hambre»)
cyum(e)-p-ko-iñ «hago que otro se emborrache» (con reflexivo y causativo)
(LC: 40) mit-ok eiñ tzha mo mar), o mit-k-eiñ tzha mo mar] «yo te traigo
este maíz» (mo mar] «este maíz»)
mo pup-az mit-ok moiñ «este palo me traes tú a mí» (mo pup «este palo»)
(LC: 50) m it-k-eiñ «tráigoselo» («de met-eiñ, por ‘traer’, se deriva mit-k-
e¡ñ por ‘traérselo’»)
La existencia de una tercera persona beneficiada o perjudicada se indicaba
igualmente con la inserción del aplicativo: kotzh-k-an xllak «enviadle/envía
le pescado»; kotzh-k-an pup-er «dadle con un palo»; (LC:71).
Como hemos visto párrafos antes, la similitud fónica entre el causativo y el
aplicativo (/-k(o)-/ y /-(V)k-/) los volvía indiferenciables en algunos contex
tos, como ante el inversivo -(o)m: fil-k-om.
4.6.5.6. La incorporación
La composición de nombre y verbo era un recurso relativamente usual del
mochica para construir nuevos verbos -si bien no tan frecuente y sin el grado
de coalescencia que se advierte en el cholón-
Los verbos más empleados en el procedimiento incorporativo eran factiti
vos genéricos: ay «hacer», que seguía al nombre, y los alomorfos lok, lik, lo-
«hacer, estar», que lo precedían o seguían:
(LC: 91) lo-k-an m ocha ixll-o.ss-kapo moich-tim «ruega por nosotros pe
cadores» (mocha «ruego, reverencia»)
(LC: 85) ¿... lok-oz casar lo-k-nom santa madre Iglesia-T] ssap-m on...?
«¿... estás dispuesto a casarte como manda la santa madre Iglesia...?» (casar
ló-^ór «matrimonio»)
4.6.5.7. La negación
Las oraciones negativas se construían con los adverbios independientes amo,
prohibitivo, e ino u onta «no» y el sufijo -zta, «ni siquiera», que solía seguir a
onta en la frase como un reiterador de la negación. (El autor dice al respecto
que «si al adverbio se allega el verbo sustantivo, [éste] unas veces sigue la
notnralA'7-1 rlí>l o/Hvf>rh¡n m m n nntüfp'J’fíl fn n f a - f p .- 7 ta l V o trflS nn»- IT 571’)
1
(LC: 19) onta-zta-f queix Limac to-d - 6 ñofon «no ha regresado el hombre
que fue a Lima»
También ocurría el conector alió «además, todavía otro», que hemos visto
como nexivo en el sistema numeral:
(LC: 106) ¿Ióm-ozkóf, xaiñ, chi-T| alió gio tun...? «¿pero, después de morir,
hay otro mundo?»
(LC: 32)
chi-p atl giad «todavía duerme»
chi-p arj fuño «todavía come»
4.6.6.3. La subordinación
a) participiales:
(LC: 19) ónta-zta-f keich Limak tó-d-ó ñofon «no ha regresado el hom
bre que fue a Lima»
aka-
(LC: 90) moich ef, aka-z lok kugia-T]+nik,... «Padre nuestro, que estás en
los cielo s,...»
(LC: 92) tzhoT) eiz, Iesu Christo, aca-z chi-do-pa pol-e.nik «tu hijo, Jesu
cristo, que te nació en el vientre»
kan-
Este morfema tenía varios valores, conforme se desprende de los diferentes
contextos en que se la encuentra. Servía, principalmente, de pronombre o de
conjunción de relativo, pero igualmente, unida o no a otros morfemas, de con
junción causal e ilativa:
1
4 é.6.3-2. Subordinadas condicionales
(LC: 33) moiñ é chi-do ka piñ alcalde-yo gie ma-iñ te-d ka Año Nuevo
locy+o
«yo habría sido alcalde si hubiera venido el Año Nuevo»
a) de contemporaneidad:
-(o)lok
El gramema -lok indicaba acciones coincidentes en el tiempo y el mismo o
distintos sujetos en la cláusula subordinada y la principal; si el sujeto de la
subordinada era diferente, tenía, por cierto, que quedar expreso:
(LC: 33) corregidor chi-lok oiñ top-ód tzha «siendo corregidor te azoté»
(LC: 54) moiñ uiz-na t-an moiñ kol-ed met-e.lok «vente por mi chacra
trayéndome mi caballo»
(LC: 59) moiñ ef at] lóm-o.do tzhar] Limak chi-lok «mi padre murió es
tando tú en Lima» (el sujeto distinto va marcado en la subordinada por el
pronombre enfático tzhar] «tú»)
(LC: 95) ¿em.i (y)ot] aye-p-odo ñofón-pon, Dios chi-lok? «¿cómo se hizo
hombre, siendo Dios?
366 A l f r e d o T q Re r¿1
-(y)6
La oración subordinada mediante el connativo -(y)ó se empleaba también
al parecer, para eventos contemporáneos:
(LC: 59)
moiñ tzhigi-yó «siendo yo niño...» (tzhigi «niño»)
tzhar) alcalde-yo «siendo tú alcalde...»
tzhar) gobemador-ó «siendo tú gobernador...»
moiñ te-d-ó «habiendo yo venido,...»
-(V)p(o)k-6
Otro procedimiento para señalar contemporaneidad en las acciones indica
das por la subordinada y la principal con sujetos distintos recurría a las marcas
de agentivo más connativo en la subordinada; se explicitaba el sujeto en la
oración principal, pero no en la subordinada si se trataba de 3.a persona.
b) de sucesión:
-(ó)ssok
El mismo o distinto sujeto en eventos sucesivos:
c) de anticipación:
-ózkof
Con distintos sujetos o el mismo en ambas cláusulas, la acción de la subor
dinada antecedía en el tiempo a la de la principal:
I d io m a s d e uo s A n d e s . L i n g ü i s t i c a e H i s t o r i a 36 7
(LC: 106) ¿lom-ózkóf, xaiñ, chi-T] alio gio tu n ? «¿pero, después de morir,
hay otro mundo?»
' fachka m et-ozkof oiñ-ta «vengo de traer leña»
(LC: 33) regidor chi-zkóf oiñ ta «vengo de ser regidor»
(LC: 59) t.óz tók m oich koncyo m it-(i)k-(o)zkof «irás trayendo [¿después
de traer?] nuestra carne»
(LC: 92) mo turrok.natam -ko-gok yay-p-ozkof ñok-e.k-an+ñof tzhoT]
eiz «después de este destierro muéstranos a tu hijo»
d) de propósito:
-d:
(LC: 33) fiscal-pon oiñ ta chi-d «vengo a ser fiscal»
min-ó cwra-pon oiñ ta chi-d «vengo a ser o para ser cura de aquí»
(LC: 106) kan-ó-fe, ta chom Jesucristo, mo tu n yay-pó-ssok,... tem .ód
«por eso, Jesucristo ha de venir, al acabarse el mundo, a juzgar...»
e) de finalidad:
-nom:
(LC: 59) m it-nom «para traer»
tzhar] tzhak-nom =oiñ m et mo kol «para llevarte traigo este caballo»
(LC: 94) onta mo giu.T] ssap macy-ko-pok, kotzh-top ol-o infierno-r|-
nik, exllek-ak-pon gin chi-nom
«(y) a quienes no acataron su ley, los echará al infierno de fuego para que
estén allí ya para siempre»
f) de subordinación negativa:
-un(o), -unta
(LC: 67) onta-zta moiñ toz-i.un (-i.uno, -i.unta)... «antes que yo me fuese...»
onta.zta tzhar] tez-i.un... «antes que tú vinieses...»
t La zona geográfica que llego a ocupar el pueblo de los pastos, según Paz y
[ Mino, se extiende por la sección meridional del departamento colombiano de
' jvjariño y la mayor parte de la provincia ecuatoriana de Carchi. Para el autor,
quedan cinco vocablos pastos reconocibles: iscual «lombrices», quer «pue
blo, tierra, sitio, lugar plano», pas «familia, estirpe», pue «redondo» y tal «pie
dra» . Despeja como finales toponímicos propios de este idioma: -aza, -puel, -aín
y -tar, y destaca que el pasto tiene secuencias silábicas CVVC: chues, fuel,
kual, kuel, muel, mués, pial, pued, pues, sial, tial.
Respecto del kara, da como finales más frecuentes: -buela, -bi, -qui, -biro
o -piro y -buró, los cuales, dice, permiten delimitar el antiguo territorio de los
kara: básicamente, la provincia de Imbabura. Otorga a bi el significado de
«agua», a biro o piro el de «laguna» y a buró el de «loma, monte altura». En
cuanto a -yasel, final no muy frecuente (que, según otras fuentes, designa a la
«tola» o «túmulo»), le atribuye el sentido de «huerta», «cuadra», puesto que
ocurre en las designaciones de campos cultivados en tomo a Otavalo, Cotaca-
chi y otros sitios de Imbabura.
A partir de sus observaciones, Paz y Miño estima que la lengua kara estaba
emparentada con la cayapa y la sájchila o colorado, pero no con la pasto. Nuestro
parecer en este punto, en cambio, se acerca al de Loukotka cuando pone a
ambos idiomas entre los barbacoas extintos. Hallamos coincidencias léxicas y
fonotácticas entre el pasto y el cuaiquer, y similitudes fonéticas entre el kara y
el cayapa. Hemos recordado arriba que el quichua de Imbabura, la patria de los
karas, posee la africada /ts/ y las fricativas (bi)labial /f/ y velar /x/, existentes
también en cayapa y colorado, y reconstruibles para el protobarbacoa (Cur-
now y Liddicoat, 1998: 394).
Distingue, no obstante, las dos áreas lingüísticas por las terminaciones que
parecen significar «río, quebrada», -kahuán en puruguay y -káy en cañar, y
por otros finales toponímicos exclusivos a cada comarca, v. gr., a la cañ ar-bal,
-quil y -zhuma «agua que brota de la roca».
ID IO M A S D E LA R E G IÓ N SU R
Estos temas fueron abordados por nosotros en tesis doctoral (Torero, 1965)
en la cual, además, presentamos el estudio lingüístico y la traducción de los
textos puquinas recogidos en la obra de Gerónimo de Oré Rituale seu Manua-
le Peruanum (Nápoles, 1607). Parte de los resultados que obtuvimos por en
tonces fueron consignados en 1970 en nuestro artículo «Lingüística e historia
de la sociedad andina», el cual postuló las áreas de origen y las expansiones o
reducciones desde comienzos de nuestra era, de las que habrían de ser en el
siglo XVI las Menguas generales’ del Perú: el quechua, el aymara y el puquina
(Torero, 1970).
«La lengua general de casi todo este obispado es la aymará, y, así, en todas las
doctrinas de Potosí -aunque hay muchas de tres lenguas- el sacerdote que
supiere la aymará podría ser proveído en ellas y sin saberlo no, aunque sepa
bien la quichua, si no fuere el cura de las piezas [esclavos]. En toda la provin
cia de Chucuito, en todo lo de Chuquiavo, en Pacasas, Carangas, Charcas,
Quillacas, sólo puede ser proveído sabiendo la lengua aymará».
«Las doctrinas que con sola quichua pueden ser proveídas son la de las piezas de
Potosí, las dos de esta ciudad [La Plata], la Guata y Sicha de los mercenarios y
las de las chácaras de yanaconas. Las de Omasuyo, que son aymaraes y puqui
nas, si saben la una o la otra bien sabida, podrán ser proveídos. Sola Capachica y
Coata piden padre puquina, porque la quichua solo los ladinos la saben».
378
A lfredo T orero
De otro lado, la fecha de 1612 que Espinoza fija para la sección tercera y
final, sumando a 1604 los «ocho años a esta parte», queda descartada por el
hecho que en 1609 había sido erigido el Obispado de La Paz segregándolo del
de Charcas y, por ello, mal podría concebirse que en 1612 un documento del
Obispado de Charcas siguiese incluyendo, como lo hace la tercera sección, a
curatos que ya por entonces estarían perteneciendo a la jurisdicción de otro
obispado.
En Dieux et Parias des Andes, Jehan Vellard (1954: 77) subraya correcta
mente que los uros no son étnicamente uniformes. Podían ser, ya esencialmen
te pescadores con tecnologías bien adaptadas para el aprovechamiento de los
recursos lacustres, ya cazadores y recolectores ‘paleolíticos’ en los desolados
espacios de las punas altiplánicas, y encontrarse sometidos a los señores de las
sociedades de Estado («uros sujetos») o permanercer rebeldes a toda sujeción
(«uros indómitas»).
Los uros sujetos habían solido dar a los señores de la tierra «en señal de
reconocimiento» desde los tiempos preshispánicos tributo en servicios o en
especies silvestres, sobre todo en pescado, pero siempre en cantidades poco
380
A lfredo T 0 R£R(j !
Era tal la importancia del ganado para los altiplánicos que, como varios
informantes dijeron en 1575 a Garci Diez de San Miguel, visitador de la pro
vincia de Chucuito, si carecieran de aquél no podría sobrevivir en tan elevados
territorios, nada o muy poco aptos para la agricultura, la cual, además, estaba
permanentemente puesta en riesgo por sequías, heladas o lluvias excesivas
(Garci Diez, 1964: 146-147 y 208-209).
«Son estos uros tan brutales, que ellos mismos no se tienen por hombres. Cuén
tase de ellos que, preguntados qué gente eran, respondieron que no eran hom
bres, sino uros, como si fuera otro género de animales» (Acosta, 1974: 44).
I d io m as de lo s A n d es. L in g ü is tic a e H is to r ia 381
En segundo lugar, en vez del nombre étnico, o la par de él, suele aparecer,
particularmente en el sector cuzqueño de El Collao, el vocablo atunluna (ha-
tunruna), expresión quechua que los diccionarios y documentos antiguos tradu
cen por «vasallo», «plebeyo» o «pechero», esto es, el sector productor dentro de
la sociedad de clases sometido a la obligación de tributar en especies o en
trabajo. La no utilización del vocablo atunluna para referirse a uro (y, más
bien, su empleo como término opuesto) es significativa en cuanto evidencia
que en la época continuaba percibiéndoselo como no aplicable a una pobla
ción que no producía un excedente socialmente importante y, por ende, desco
nocía la separación clasista interna.
I d io m as d e lo s A n d e s. L in g ü is tic a e H is to r ia 383
Habían sostenido, incluso, que era aquél el idioma de los uros, en base a
razonamientos errados, tales como que una determinada lengua debía necesa
riamente distinguir a los uros de las demás poblaciones altiplánicas; y que, si
bien en los documentos coloniales se hacían numerosas referencias a los uros,
no se daba la identidad de su idioma, en tanto que en los mismos se reconocía
al puquina como una de las lenguas generales del Perú y se lo mencionaba con
relativa frecuencia, pero diciéndose poco, y bastante imprecisamente, de pue
blos puquinas. De allí se concluía que el puquina era la lengua que caracteriza
ba a los uros y que todo el hablante puquina era un uro.
En cuanto a la lengua o las lenguas que usaron los «uros marítimos» del
litoral desértico de Tarapacá y Atacama, en el norte del Chile actual, es evi
dente que, a falta de documentos lingüísticos precisos, nada permite identifi
carlas a partir sólo del hecho de que las hablaban dispersos grupos de pescado
res de escaso bagaje de cultura material a los que, por su modo de vida, se
calificó de uros desde fines del siglo XVI. En las costas de Tarapacá se señala
a aymaras y uros; en la región de Atacama, gente de habla cunza en el valle de
ese nombre, y uros (más tarde llamados changos) en el litoral. Estos ‘uros’ no
aparecen como tributarios en la Tasa de la Visita General de Toledo.
5.1.4. Quechuas
Esta escasa presencia de la lengua ‘más general’ del Perú de entonces (la
cual debe entenderse como correspondiente a la variedad chínchay del que
chua), puede explicarse por el vigor expansivo que seguía mostrando la ayma
ra, pero también por un retroceso temporal del quechua resultante de la caída
del Imperio Incaico, dado que en el Altiplano no había pasado de ser idioma
de la administración imperial.
Sin embargo, aparte del empleo de esa lengua entre ciertos grupos de mit
mas y yanas como supervivencia de los tiempos incaicos, el documento ecle
siástico permite percibir ya una reanimación del quechua en el área, esta vez
motivada por los intereses económicos hispánicos que movilizaban a mitayos,
yanaconas y esclavos para el laboreo en los centros mineros, el cultivo de coca
en las yungas o el servicio doméstico en las ciudades. Respondiendo a tales
intereses, el quechua habría de ganar terreno rápida y ampliamente en los si
guientes siglos en regiones como las de Sucre y Potosí, Cochabamba y Larecaja.
Acerca del noroeste del lago, región de los collas o huatuncollas, la Copia
de curatos suministra información muy corta, puesto que por allí empezaba la
jurisdicción del Obispado del Cuzco en la época y sólo unas pocas localidades
pertenecían al Obispado de La Plata. No obstante, la Copia de curatos brinda
un dato interesante al indicar que los pueblos de Capachica y Coata requieren
un sacerdote que predique en puquina «porque la quechua sólo los ladinos la
saben». La mención al quechua, y no al aymara, como el idioma que empezaba
a asentarse, es significativa, por cuanto, de un lado, hace evidente que el ay
mara, pese a su pujanza en el Altiplano, no había logrado penetrar en esa área
puquina, y de otro, prefigura la situación actual: ha sido la lengua quechua y
no la aymara la que desplazó en definitiva al puquina de ese sector collavino.
5 . 1.5 . Aymaras
La presencia de pueblos de lengua aymara en El Collao y Charcas era relativa
mente reciente en el siglo XVI; su ingreso se había producido unas tres centu
rias antes, al parecer de manera violenta, por el avance militar desde el noroes
te hacia el sureste a lo largo de la Cordillera Occidental de los Andes, hasta
ocupar, primero, la mitad meridional del Altiplano, en tomo al lago Poopó y
sólo unos siglos más tarde, revolver hacia el Norte, para ganar la orilla suroc-
cidental del lago Titicaca. Con esto, decimos que no hallamos contradicción
en sostener que los aymaras invadieron desde el Norte y conquistaron desde el
Sur; repartiéndose buena parte del territorio altiplánico posiblemente bajo for
ma de diversos señoríos o reinos, algunos de los cuales menciona Ludovico
Bertonio en la introducción a su Vocabulario de la lengua aymara: Lupacas
Pacases, Carancas, Quillaguas, Charcas.
Pedro Cieza de León recoge y nos transmite relatos acerca del avance gue
rrero de una parte de esos aymaras sobre la orilla occidental del lago Titicaca,
territorio en el cual se constituiría de este modo el reino preincaico de los
lupacas, y tiempo más tarde la provincia de Chucuito en la división colonial
española. Uno de los relatos se refiere a la cruenta ocupación de la isla sagrada
del Titicaca por huestes aymaras que, comandadas por Cari, liquidaron total
mente a los ocupantes originarios de la isla, probablemente puquinas.
De acuerdo con los datos de este cronista, la ‘nación’ de las collas ocupaba
a fines del siglo XVI la mayor parte de la región circundante del lago Titicaca,
desde lugares como Puno, Cavana y Lampa por el noroeste, y, de allí, rotando
en el sentido de las agujas del reloj, por el norte, el este y el sureste hasta al
menos el pueblo de Achacachi, y tal vez más al sur; esto es, un área que en el
siglo XVI era de predominio puquina.
¡Id iom as d e l o s A n d e s . L i n g ü i s t i c a e H i s t o r i a 337
f
Capoche da cuenta, asimismo, de la existencia de una oposición de base
geográfica vigente al interior de casi todas las ‘naciones’ altiplánicas, entre
urcusuyu: «la parte o banda de los cerros», y umasuyu: ‘la parte o banda del
agua o los valles’; esto es, grosso modo, los lados occidental y oriental del
Altiplano, respectivamente.
Por otro lado, la ubicación de los lupacas en sólo el sector occidental del
lago y el carácter de noticia fresca que tienen las versiones transmitidas por
Cieza de León acerca del avance de la gente de Cari desde las alturas de la
Cordillera Occidental conducen a sospechar que la invasión lupaca -y tal vez
también la de los pacases- se produjo no mucho tiempo antes de la irrupción
cuzqueña en el Altiplano.
A mediados del siglo XV, amenazados por la creciente pujanza del reino de
los incas del Cuzco, ambos señores collavinos buscaron de una buena vez
definir superioridades en El Collao, tratando cada uno por su lado de lograr la
alianza o la neutralidad de los cuzqueños. Los incas optaron por aliarse con
Cari, señor de los lupacas, pero su ‘ayuda’ no llegó a ser necesaria por cuanto
por sí solas las fuerzas de Cari se impusieron a las de Zapana. Sin embargo,
llegados a El Collao, inmediatamente después del triunfo de Cari, los incas
aprovecharon la situación para hacerse dueños de las tierras del norte y el este
del lago, y tras establecer una alianza táctica con Cari, continuar su expansión
por el Altiplano.
puquina. Igualmente, Garci Diez, que la designa como ‘lengua colla’, la halla
introducida en valles costeños de tradición puquina tales como el de Sama.
5.1.6 . Puquinas
La presencia del pueblo puquina en la historia reviste un aspecto casi fantas
mal. En las crónicas y relaciones de la segunda mitad del siglo XVI y primera
del XVII que mencionan a las poblaciones indígenas altiplánicas, en particular
a las instaladas en tomo del Lago Titicaca o en las montañas vecinas, el pueblo
que habla puquina es a la vez omnipresente e inasible. Las alusiones a él y a su
lengua son medianamente numerosas, pero escasos y escuetos los datos acer
ca de su cultura e, incluso, de su situación geográfica. Sobre este último aspec
to, sólo la Copia de curatos ha venido parcialmente a llenar el vacío.
La importancia de este pueblo era tal, sin embargo, que su idioma fue reco
nocido en 1575 por el virrey Toledo como una de las tres «lenguas generales»
del Perú de entonces, al lado del quechua sureño y del aymara. No obstante,
menos de un siglo más tarde, las referencias a pueblo (o pueblos) y a lengua
puquinas desaparecen o se toman sumamente escasas y desperdigadas en los
documentos que han ¡legado hasta nosotros. Virtualmente se pierden sus hue
llas al principiar el siglo XIX. De allí que se haya tratado erróneamente de
darles mayor consistencia y continuidad históricas identificándolos, en cuanto
a etnia, con la población uro y, en cuanto a idioma, con las lenguas uruquillas
(uru-chipayas) que empezaron a ‘descubrirse’ precisamente a fines de ese si
glo en el Altiplano.
ron las culturas que supuso y cuáles el grado y el valor de su aporte al desarro
llo del mundo indígena prehispánico.
A través de los docum en tos de fines del siglo XVI y co m ienzos del x v ii
p odem os d eterm inar las áreas que o cupaba por entonces el puquina.
La Copia de curatos nombra los cuatro primeros lugares, si bien señala que
en las doctrinas de Potosí, «aunque hay muchas de tres lenguas», tiene la pri
macía el idioma aymara. En cuanto a La Plata, el cronista Vásquez de Espino
sa escribe en 1630 que los indios de esa ciudad:
«... hablan la lengua quichua que es la general del Inga, otros hablan la aymará,
y otros la puquina, cada uno conforme a su natural, sin otras particulares que
hay en los demás pueblos» (Vásquez de Espinosa, 1969: cap. XXV).
llard, 1963: 39). Carumas se encuentra en la cuenca del río Tambo, e Ilabaya y
Locum ba, en la del río Locumba.
Para el tem torio collavino del Obispado del Cuzco -e l sector noroeste del
lago Titicaca- no poseemos hasta hoy, infelizmente, un documento equivalen
te a la Copia de curatos del Obispado de Charcas. No obstante, la insistente
preocupación de la iglesia cuzqueña por la lengua puquina a fines del siglo
XVI prueba indirectamente que ésta tenía una importante densidad de usua
rios, sobre una extensión que quizá desbordaba las lindes de El Collao en
dirección de la propia ciudad del Cuzco.
«No digo agora de lo que queda por hazer en el Perú en la conversión de los
indios, pues aunque se ha acudido y se acude en la lengua quichua y aimara a
lo que se puede, todos los pueblos puquinas, que son más de quarenta o cin-
quenta assi en El Collao como en lo de Ariquippa y toda la costa del mar por
Arica, y otras costas, nunca ha tenido un apóstol puquina que les predique a
Jesuchristo, aviéndose trabajado en reducir aquella lengua a preceptos y hecho
della confessionario, vocabulario y doctrina» [en: Egaña (ed.), 1970: vol. V;
399; citado por Jorge Hidalgo, 1997: 427].
orilla septentrional del lago, tienen por idioma el puquina (paquete 38; doc. 6;
información de la antropóloga Angélica Aranguren). Una investigación siste
mática en archivos conduciría probablemente a comprobaciones semejantes.
Vázquez de Espinosa (1969: cap. XCII) refiere que el inca Sinchi Roca con
quistó hacia el sur del Cuzco «las provincias de los Canas y Canchis y Puquinas
hasta Chungara». El pueblo de Chungara se hallaba a breve distancia de la loca
lidad actual de Santa Rosa, en el borde septentrional de El Collao, por lo que los
puquinas a que alude Vázquez de Espinosa estarían habitando también -s i su
información es correcta- más al norte y noroeste de las fronteras collavinas.
394 A l f r e d o T o r j R0
Las inscripciones, que datan posiblemente de finales del siglo XVI o principios
del x v n y que fueron realizadas originalmente con pintura negra sobre fondo de
color crema o rosado, muestran diverso grado de conservación, indudablemente
en relación con el mantenimiento o no de la vigencia de esos idiomas dentro del
ámbito de influencia de la parroquia: las fórmulas en latín -por razones obvias- en
castellano y quechua han recibido suficientes retoques como para destacar nítida
mente hasta la actualidad. La inscripción en aymara está medianamente conserva
da; la puquina, en cambio, ha sufrido casi enteramente la caída de su pigmento
negro y de la pintura de base que lo soportaba, de modo que se lee «en negativo».
...(na)-qui-n// 1
(,..)-la>2a. sing.-‘asertivo’ //
sin-yquile //
«nuestro»-«padre» II
chuscu-m H
«hijo»-‘sociativo’ //
ni-ch // baptiza-que-nch //
«yo»-‘jerárquico’ // «bautizar»- l.a>2.a sing-‘aserivo’ //
I d io m a s d e l o s A n d e s . L in g ü íst ic a e H ist o r ia
395
men-út
«nombre»-‘locativo\
En realidad, es probable que a fines del siglo XVI lo que llamamos puquina
fuera ya no sólo una lengua «muy varia», sino una familia lingüística o un
complejo dialectal plurilingüe, cuyos exponentes, sin embargo, no diferían a
un punto tal que no se percibiese su unidad de conjunto. Es probable, asimis
mo, que una de sus variedades se hubiese difundido ampliamente y hubiera
estado cumpliendo el papel de lengua de relación en el área de influencia alti-
plánica, tal como la variedad IIB-C (chínchay) del quechua lo hacía en casi
todo el ámbito andino. Tal vez por eso el virrey Toledo reconoció en 1575 al
puquina como una de las tres lenguas generales del Perú; y quizá así lo enten
día Alonso de Huerta cuando, en 1615, escribió que en el reino del Perú, «por ser
tan extendido y grande»:
«... hay [lenguas] generales para provincias, con que fuera de las maternas, se
hablan los de cada provincia o reino distinto, como es la de Chile, los chirigua-
396 A lfredo T orero
Desde el punto de vista social y cultural, los puquinas son presentados como
semejantes a los aymaras desde las primeras referencias a ellos en crónicas y
relaciones.
«son recios de ganado de la tierra, y participan de más raíz y trigo que los de la
otra parte [el sector occidental o provincia de Orcosuyos], por tener sobre mano
izquierda la provincia de Larecaja, abundante de lo uno y de lo otro» (Lizárra
ga, 1968: cap. LXXX1X).
Por su parte, fray Martín de Morúa, cura de Capachica, norte del lago Titi
caca, al distinguir a los uros de los ‘collas y puquinas’, dice de los primeros
que vivían sustentándose de totora y pescado, y de los segundos que «algunos
de ellos o los más en general se dan a criar ganado», aunque «algunos moran
cerca de dicha laguna entreverados con los uros (Morúa, 1946: 214).
Después del vencimiento de los chancas primero, y luego de los collas, los
reyes cuzqueños estaban sentando las bases sólidas de su futuro imperio. Para
los collas y puquinas, en cambio, se precipitaba la liquidación de su organiza
ción política y su unidad nacional. Como reacción a esto, se alzaron una o
repetidas veces, durante los reinados de Pachacútec y Túpac Yupanqui, en
gigantesco movimiento que puso en peligro el dominio inca en El Collao y,
posiblemente, la existencia misma del imperio cuzqueño.
Cabello Valboa narra una «soberbia rebelión de los collas» contra «la obe
diencia y el señorío de los Ingas», y las acciones realizadas por el reforzado
ejército de Túpac Yupanqui para doblegarlos finalmente tras capturar las for
talezas de Pucará, Asillo, Arapa y Lana; los caciques principales de los collas
que acaudillaron el alzamiento fueron desollados y sus pieles usadas en los
«tambores del Inga» (Cabello Valboa, 1951: 335-336). Por este tiempo (hacia
el año 1473, según los cálculos de Cabello Valboa) falleció en el Cuzco Pacha
cútec Inca Yupanqui.
400 A l f r e d o T orero
«Era el Inga y todos sus súbditos enemicísimos en general de todos los que se
alzaban y con los que más veces se habían rebelado estaba peor él y sus provin
cias y eran tenidos en gran oprobio de todos y no les permitía ningún género de
armas y siempre los aviltaba de palabras y en sus refranes como a los indios de
El Collao que se llaman Aznacolla [colla hediondo]» (Molina, 1916: 75).
«... llegaron a Hernando Pizarro indios de Atuncollao, que era una provincia
que después de la guerra y cerco del Cuzco le habían venido de paz pidiendo
que él los socorriese, porque Cariapaxa, señor de la provincia de Lupaca, les
hacía g u erra, ... y que ellos habían hecho todo lo que podían por defenderse,
mas que si no los socorría era imposible sostenerse» (Biblioteca Peruana, 1968:
t. III; 603).
sector Juliaca-Paucarcolla, con unos 560 km2 (56 533 ha), además de campos
esparcidos en las zonas de Cabanillas-Lampa, Ayabaca-Taraco y Orurillo-Huan-
cané, lo que hace un total de 64 303 ha. En la parte sur se encuentran esparci
dos en Desaguadero, Pomata y otros, de lado peruano, y en la zona de Aygachi
y otros, de lado boliviano».
parte, los incas, una vez dueños de El Collao, hicieron descender a aymaras
pacases de las sierras de Carangas y los implantaron en las tierras bajas próxi
mas al lago, incluido el valle de Tiahuanaco, en medio y al lado de las pobla
ciones oriundas: puquinas umasuyos y laguneros urus.
Los incas, señores del Tahuantisuyo, los últimos que ascendieron a la gloria
del mundo andino antes de la hecatombe, tuvieron postumamente en el nostál
gico y torturado mestizo Garcilaso de la Vega al mejor apologista que hubie
ran podido desear.
5.1.7. Uruquillas
Por otra parte, aquí es clave tomar en cuenta cómo las nuevas situaciones
surgidas de la conquista española y de la explotación económica colonial en el
Altiplano (sobre todo en las minas de Porco y Potosí) iban acelerando el aban
406 A lfre d o T qrERo
dono de la lengua uruquilla -al igual que la puquina- en favor de las lenguas
más extendidas geográficamente y más homogéneas: la aymara y la quechua
sureña. El aprovechamiento de éstas por los españoles, sobre todo el de la
quechua, habría de conducir, ya desde el siglo XVI, a su rápida adopción por
los sectores nativos más directamente alcanzados o ganados por las nuevas
condiciones socioeconómicas implantadas en el Altiplano. Es por esto que la
uruquilla fue quedando prontamente reducida a idioma de los pueblos menos
dinámicos, en particular a un sector de uros lacustres que siguieron viviendo
en gran parte al margen de la nueva economía indohispana.
Lizárraga dice: «... casi a la orilla, o costa, y un poco más adentro, a legua y
más, tiene sus islas pequeñas, en donde vivían indios pescadores llamados en
ambas provincias Uros [«ambas provincias»: Umasuyo y Orcosuyo], gente bar
barísima, con lengua diferente de los demás de la tierra firme y la del Inga [esto
es, de la puquina, la aymara y la quechua]; muy raros la entendían, ni sabían, por
lo cual dificultosísisamente recibían la fe» (Lizárraga, 1968: LXXXIV; 67).
De manera similar, Calancha atribuye a los uros del lago Poopó o Challaco-
11o el manejo de un idioma particular que los caracterizaba:
«Su lengua es la más escura, corta y bárbara de quantas tiene el Perú toda
gutural, y así no se puede escribir sin gran confusión» (Calancha, 1639: 650).
Además, nos hallamos en este caso, de manera más desnuda que en otros,
ante un corpus manipulado, extirpado no sólo de las voces propias que portaban
la sabiduría tradicional, sino incluso de las categorías gramaticales con que su
pueblo originario puso un orden en el mundo; cercano ya a un remedo idiomáti
co, encaminado a guardar en la memoria y repetir voces ajenas cientos de veces
(Dios, Virgen, Iglesia, santo, cristiano, confesar), huecos y monótonos rezos,
paupérrimos catecismos e insolentes y retorcidos confesionarios; y, en cambio, a
deshonrar y renegar de los antepasados propios y de sus cultos.
Para mejor ubicación y citación de éstos, hemos asignado a cada uno una
letra del alfabeto, añadiendo, cuando la precisión de la cita lo exije, indicación
de la página que ocupa en la obra de Oré. Los textos son:
Grafías y sonidos
La tarea que emprendieron Bárzana y Oré para fijar los sonidos puquinas
(más o menos bien identificados a través del tamiz fonológico del castellano)
por medio de las letras del alfabeto peninsular, se halló indudablemente com
412 A l fr ed o T o r e r o
De las grafías compuestas, algunas eran (o son) propias del castellano: ch,
gu, 11, qu, rr, ss (rr sólo en el mencionado hispanismo jarró}', otras resultaron
del esfuerzo de Bárzana y Oré por reproducir los sonidos del puquina median
te combinaciones gráficas a partir de los valores fonéticos de cada letra en
castellano: hu, he, heg, etc. La letra q sólo ocurre en el grupo qu (ante e e i).
Entre vocales en interior de palabra suelen darse grafías dobles no usadas en
castellano: pp, tt, cc.
Poseía, asimismo, una africada palatal escrita ch; dos laterales: apical l y
palatal 11; dos «vibrantes»: «simple» r y «múltiple» rr entre vocales = ren las
demás posiciones; y la semivocal palatal y.
A esto se añadía que, en parte por tradición gráfica y en parte por el mante
nimiento de las antiguas oposiciones fonológicas castellanas en el habla de
algunos sectores sociales y regiones, en especial de España, todavía a princi
pios del siglo XVII algunos anotadores de voces e idiomas de América seguían
otorgando a ciertas grafías los valores fonéticos que habían poseído en el cas
tellano un siglo antes.
Las «guturales»
Este término es aplicado por los autores hispanos coloniales a sonidos in
frecuentes en la fonética castellana y, en cambio, usuales y abundantes en cier
tas lenguas indígenas, en especial el quechua cuzqueño y el aymara: sonidos
de punto de articulación posvelar -uvular o glotal- o de punto de articulación
velar, pero seguidos de aspiración o glotalización.
La letra k
Originalmente extraña al alfabeto castellano (aunque no en sus códices pri
migenios), esta letra se estaba introduciendo desde fines del siglo XVI en las
voces nativas, quechuas y aymaras sobre todo, para representar, preferente
mente, una oclusiva uvular sorda (simple, aspirada o glotalizada) o una oclusi
va velar sorda glotalizada. En los textos puquinas parece tratarse siempre de
notar un sonido uvular.
textos puquinas, sin embargo, Bárzana y Oré la utilizan como fricativa o afri
cada sorda uvular.
La letra j, una grafía cuyo valor fonético había pasado durante el siglo XVI
de fricativo prepalatal sonoro a sordo, confluyendo con el de x y deviniendo
consiguientemente en velar, ocurre sólo dos veces en las páginas puquinas del
Manual, como ya se señaló: una, en el hispanismo jarro, y otra, alternando
con x en la voz puquina jatampe = xatampe «además». En su Vocabulario de
lengua Aymara, Ludo vico Bertonio la utiliza para graficar la fricativa velar en
ese idioma; mas, en el Manual, a juzgar por la asociación única en que apare
ce, pudo haber valido por uvular.
Hay vacilación de los autores para el manejo de <s>, <ss, <z>, <g>, <c(e,i)>,
y para la notación de las, al parecer, diferentes sibilantes. Hay vacilación, asi
mismo, para la anotación de lo que pudiera ser una fricativa palatal y la africa
da palatal, sobre todo entre vocales y en cierre de sílaba.
En los textos, las oclusivas lenes suelen ocurrir con variantes sonoras y/o
fricativas, que no se consignarán; la vocal central, a la vez, adopta diversos
timbres (que se deducen de la variación gráfica) o, sencillamente, ‘se borra’,
pero se la anotará en cualquier caso como e. Cuando la escritura de un morfema
o de una secuencia en los textos se aleje demasiado de las formas normalizadas
que empleemos como ejemplos, transcribiremos el segmento textual incrimina
do entre paréntesis; v. gr., kaku-pi-ki’in (caguuiguiin) «como a ti mismo».
Ciertos sufijos hacían caer la vocal final de la raíz o tema a que se añadían,
en particular cuando se trataba de vocal central; las vocales altas, [i, u], resis
tían mejor.
a) Pronombres enfáticos:
1 .a persona: ni
2.a persona: pi
418
b) Demostrativos:
c) Interrogativos:
d) Numerales:
El sistema numeral era de base decimal. Las cifras rescatadas son las si
guientes:
e) Adverbios:
a) Persona poseedora:
b) Número:
c) C aso:
2) -s: marca ‘ergativa’ de los nombres y del pronombre enfático de 3.a per
sona.
13) -víchna: ‘causal’; «por», «en razón o favor de». Equivalente a -rayku
quechua y -layku aymara.
15) -qeru: ‘gestativo’ (cf. qeru «vientre»); «en el interior». Texto (T):
16) -pura: ‘interno’; «entre varios de un mismo sexo, parentela, etc.» Co
mún con quechua y aymara.
hall-enu-qatu.ch e ’-suma-tushe-ñ
«resucitó de entre los muertos»
i
18) -nana: ‘extractivo’ ; «del interior de». Texto (L-171):
(K-166) christiano-s-ki’in
cristiano-ERG-SEM
■«como cristiano»
-su ‘re su lta tiv o ’: denotaba la situación consum ada de un evento: pañ a-su
« d esterrad o » ; h u lla-su «lo hablado». (K-167 ): pu-hucha-vichna, pi D ios-kuta
so s e ’e ascha-su -ch , h untu kichu-qi-pe-ñ «por tus pecados, p o r h ab e r sido tú
de d o s co razo n es p ara co n D ios, m ucho te dolerás».
-s ‘adjetival’: ocurre una sola vez, en (E-109) halla-s hucha «pecados mor
tales», de halla- «morir».
a) Persona
b) Número
car igualmente el tránsito de la acción desde tal protagonista hacia las perso
ñas de menor jerarquía en la construcción directa, o desde éstas hacia el prota
gonista en la construcción inversa. Entonces:
De este modo, con la raíz verbal hata- «amar» y el ‘asertivo’ -ñ, en el giro
directo, hata-ke-ñ significaba «amo» o «te amo» o «lo/la amo»; hata-pe-ñ,
«amas» o «lo/la amas», y hata-0-ñ, «(él/ella) ama» o «lo/la ama»; en el giro
inverso, hata-s-ke-ñ significaba «me amas» o «(él/ella) m e ama», y hata-s-pe-
ñ «(él/ella) te ama».
que contienen como objeto a la 2.a persona y como sujeto a la 4.a persona o aún i
a la propia 2.a enfatizada por kiki «mismo» y con forma verba] reflexiva;
/ i
No vemos tal marca, sin embargo, cuando, enfatizada o nó, la 2.a persona
no cerraba el sintagma (lo cual refuerza la sospecha de haber originariamente
tópico):
d) Marcación
(N) chu-s’pampa.cha-qi-s-pe-ñ
3-ERG perdonar-FUT-INV-3>2-AS
«él te perdonará»
(£ ) pateru-s cha-qi-s-ke-ñ
sacerdote-ERG golpear-FUT-INV-3>l-AS
«el sacerdote me golpeará»
e) Tiempo
f) El modo
a-ta (L-167) «di»; ki’illa-ta (L-167) «recuerda»; ama stiqqa-ta (L-197) «no
encubras»; ¿¿os-kuta waqu se’e-nu ascha-ta (W) «Sé con buen corazón hacia
Dios»
h) La subordinación
Ante todo, advertimos la pobreza (al menos aparente) del puquina en deriva
tivos verbales, comparada con la riqueza de la mayoría de lenguas quechuas y
arus. Además, parte de los morfemas implicados en la derivación temática pare
ce provenir de préstamos del quechua sureño o del aymara, e ignoramos el grado
de su real integración en el idioma. Es muy probable, sin embargo, que los tex
tos de Oré sean particularmente avaros en este punto. Los que constan son:
5) .lli-: segmento quizá inanalizable en puquina y que aparece sobre todo ado
sado a la raíz de procedencia quechua hucha.lli- «pecar». También participa en un
vocablo que está omnipresente en el corpus y no tiene sinónimos: upa.lli-; pero
éste tal vez fue igualmente quechua en su origen: el Vocabulario de González
Holguín (1952:256) registra muchha-ycu- y vpa-ycu- con el significado común de
«adorar, rogar, reuerenciar, honrar, venerar, o bessar las manos» (el besar en la
boca, ‘con amor deshonesto’, es muchha-lli-). Las acepciones que da allí son váli
das para el upa.lli- puquina. La equivalencia de las raíces quechuas muchha- (o
mucha-) y vpa- entre sí se mencionan varias veces en la página citada.
3) -qi, -q, -qa: ‘topicalizador’. -qi aparece solamente con los pronombres
enfáticos de primera y segunda personas (ni-qi, pi-qi); -qa suele cerrar la ora
ción subordinada de diferente sujeto que la principal (-asu-qa), particularmente
cuando conlleva una condición -tal como sucede también con -qa, en quechua
y aymara-,
10) -i: ‘mostrativo’. (E-108) qu-ñ nu-pip-i ehe qu-ka-ñ nu-qam-i Cáliz-i
«éste es mi cuerpo y éste el cáliz de mi sangre» (obsérvese que, en la segunda
oración, arriba, ambos nombres, el especificador y el especificado, portan la
marca -i); (L-168) qu-ñ-aw dios-i a-tawa, qu-ñ-aw cruz-i a-tawa, qu-ñ-aw san
tos-i a-tawa: «diciendo ‘por este D ios’, ‘por esta cruz’, ‘por estos santos’».
12) -re(y), -ye e -y ‘vocativos’: de los dos primeros, el uno servía para invocar
a los varones y, el otro, a las mujeres. Únicamente en el vocativo manejaba el
puquina la oposición de género masculino/femenino. La -y que hemos puesto en
-re(y) entre paréntesis no siempre ocurría; quizá se añadió a la forma propia
como resultado del contacto con el quechua y el aymara, en los que indica voca
tivo. Sin embargo, se lo encuentra sin las marcas de género en cuatro ocasiones:
una, con el sustantivo castellano esposa; y las otras tres, clausurando frases ex
clamativas híbridas de puquina, quechua y aymara, al parecer del mismo senti
do, que se proferían si existía impedimento para un matrimonio. Ejemplos:
-re(y), -ye: (E) haya-re! «¡hijo!»; haya-ye! «¡hija!» (O) maria-ye! «¡María!»;
pedro-re! «¡Pedro!». (U) qapaq.umi-ye! «¡reina!» (Q) señ dios apu-re.y! «¡Dios
nuestro señor!».
-y: (P) esposa-yl «¡esposa!»; (0-213, 214) kiñ hucha asch-asu, ¡qu matri
monio appa yati-ska-nu-y! a.su, ¡appa yacha-ku-nu-wa-y! a.su, ¡appa aschi-
nu-wa-y! a.su, suti-nq hurs-ki-tushe-n-s-ta «si hay algún impedimento, dicien
do: ‘¡este matrimonio no es lícito!; ¡no vale!; ¡no es posible!’, sólo la verdad
v e n p a n a m n ta r m f 1:»
436 A l fr e d o T o rero
5 .2 .5 . L a oración
5.2.5.1. La oración de predicado nominal
(/) £asara3-su-0-ñ
casar-EST-3.NFUT-AS
«es casado(a)»
Había tres verbos de existencia o sustantivos: ascha-, ka- y kuma- «haber, ser,
estar». El primero, en especial, daba apoyo a derivados y compuestos, y los
segundos ocurrían sobre todo como auxiliares.
ascha- y -ka- pueden leerse en las primeras líneas del texto (R) {Pater Noster):
En los textos L-167, S y V , ka- vale por «ser, estar» y «haber» en las frases:
Hallamos, con una sola ocurrencia, una forma reducida de ascha- en una
construcción inversa con el significado de «tener, haber»:
No obstante, el hecho de que, por una parte, el corpus contenga pocas ora
ciones declarativas y consista esencialmente en interrogatorios y rogativas,
sin que la ocurrencia de los pronombres interrogativos se ajuste a reglas evi
dentes; y, por otra, que exista una plantilla para los rezos y prédicas común con
las «lenguas mayores», quechua del sureste y aymara -adem ás, naturalmente,
del castellano, la lengua de los evangelizadores-, no es posible llegar a con
clusiones certeras en este terreno. Por esto, sólo damos unos ejemplos de las
dos órdenes que parecen más frecuentes.
Id io m a s de to s A n d es. L in g ü ís tic a e H is to r ia 439
SOV:
OSV:
5.2.5.3.2. La subordinación
Los más comunes morfemas subordinadores eran dos: -tawa, que ocurría cuando
el sujeto de la oración subordinada era el mismo que el de la principal; y -
(a)su, que se requería cuando ambos sujetos eran distintos o cuando, aún con
el mismo sujeto en ambas cláusulas, se expresaba una condición. La oración
subordinada precedía a la principal.
En dos predicados verbales del texto (G), encontramos un sufijo de forma -k-
que precede inmediamente al subordinador -tawa y que, en la primera frase verbal,
describe un hecho consumado y, en la segunda, es antecedido por la partícula
tunt «ya»; por lo que preferimos considerarlo una modalidad perfectiva de -tawa:
-(a)su se combinaba algunas veces con los índices de persona verbal; hay
ejemplos con la 2.a persona -si bien ésta, por alguna razón que no identifica
mos, jamás sufre lenición y se halla escrita -pi-. De las demás personas, se
cuenta la 3.a, de marca -0- y, en un único caso, la 4.a, -n-ke. Algunas veces, el
verbo de la oración subordinada se cierra con el marcador de tópico, -qa, como
en quechua y aymara, lo cual refuerza el matiz condicional.
ehe-ki’in kañ hostia consagra-so-t lesu Christo; señ pip shecki-m appa
quha-n-ke-a-su-hamp,... qu-na ascha-su sisqa-n-ki-ñ
«del mismo modo está Jesucristo en la hostia consagrada; y si bien con
nuestros ojos corporales no lo vem os,... sabemos que está allí».
Tal como vimos páginas antes, también en las oraciones comparativas, pi-
ch ponía de relieve la presencia del objeto; recuérdese:
I d io m a s d e l o s A n d e s . L in g ü is t ic a e H ist o r ia 443
(K-166)
kiku.ri pi-ch quna-0-pe-ñ kaku
.MOD 2-SUP ver-NFUT-2>3-AS MOD
«así como tú lo ves».
e) El subordinador -(a)su podía ocurrir por una sola vez al final de predica
dos verbales enlazados:
(T) wiñaya virgen-su, wiñaya muchu ataqu-su «siendo siempre virgen, que
dando doncella siempre».
La muestra, por ejemplo, del uso de voz pasiva en la elipsis por correferen
cia se reduce a una incidencia dentro de los episodios de la vida de Jesús que
suministra el rezo del Credo. La elisión del término común a las oraciones
intransitivas y transitivas coordinadas [Jesucristo], se efectúa allí con el auxi
lio del verbo kuma-, que toma más bien el sentido de «estar, permanecer»:
La oración dominical en puquina que nos trae Oré fue debida probablemente
al padre Alonso de Bárzana. En 1787 la copió Hervás y Panduro en la página
93 de su Saggio pratico delle lingue, la misma página en que recogió el padre
nuestro en mochica. Hervás, que designa a la lengua comopucuina o poquina,
se disculpa por no poder hacer la separación en frases, en razón, dice, de que
no había hallado ningún entendido que las supiese distinguir.
ehe-cahu / co huacas-na-hamp /
también-SIMIL / este mundo-LOC-CONEC
6) señ-hocha-(0)-ghe 1 pampa.che-suma-o /
nuestras culpas-OBJ-TOP / perdonar-IMP.2>l-ENF /
pampacha-n-ga-nch-cagu /
perdonar-PL. V -1.a>3.a-SIMIL /
La comparación con los idiomas quechuas (Q), aymara (A), callahuaya (K) y
chipaya (Ch) de los 263 vocablos despejados de los textos puquinas conteni
dos en el Rituale seu Manuale Peruanum de Gerónimo de Oré, que se presen
tan en las páginas que siguen, da el índice más alto de comunidad léxica con el
callahuaya: 108 términos compartidos (41,1%), 61 de ellos de manera exclusi
va (23,2%).
La comunidad léxica a la vez con dos de esos idiomas es: 37 voces con
quechua y aymara; 13 con quechua y callahuaya; 9 con callahuaya y chipaya;
7 con aymara y callahuaya; 3 con quechua y chipaya; y 3 con aymara y chipa
ya. La comunidad con tres lenguas es: 13 con quechua, aymara y callahuaya; 7
I diomas de los A ndes . L ingüística e H istoria 447
Este último recurso es diferente del que aplicamos en cholón, donde sólo
hemos anotado la oclusiva uvular en los casos en que no había duda alguna;
procedemos ahora de este modo porque hay más lenguas que comparar y como
resultado del proceso mismo de comparación.
TI. ti «sí».
TUKU-. tucu-, rucu- «hacerse, volverse». Q.
TUNT. tunt «después».
TUTU, toto, tot «grande». A., K. tutu.
TUU. too «joven», «soltero». K. thumi; Ch. thoo.
TUU-. too- «traer».
UCRU. vcru, vero «otro».
UKA-. uca- «comprar». K. uka-.
UKI. uqui «padre, señor». K. ikili. A. awki. (cf. IKI).
ULLI-. vlli- «alcanzar, lograr». K. ulli- «lograr, lucrar».
UMI. umi, omi «madre, señora». K. mili. (cf. IMI).
UNANCHA-, unancha- «señalar», «conocer». Q., A.; K. «guiar».
UPALLI-. vpalli- «invocar», «adorar». Q. upayku- (González Holguín); K.
upachi- «besar».
UQE. vque «luna». K. oqe, oqaru.
UQQA-. occa-, ohega-, oc ka-, oxa-, vea-, vxa- «comer». K. oxa-.
UQQU-. oco-, ohego-, oheo- «beber». K. ch’oqo.
URE-. ore-, or- «decir, contar». K. uri-. A. aru «lenguaje», (cf. HURSU).
URICAS, urigas «ojalá».
UTA. vta «chacra». K. utan «chacra».
UWACHA-. «lavarse». Q. upha- y K. uwacha- «lavarse la cara».
WACHU-. huachu-, huach- «llegar».
WACU. huago «bueno».
WAKNA. huacna «otros». Q.; K. wajehi.
WANACA. vana ca «nuevo». K. wani.
WANI-. huani- «enmendarse». Q., A., K. wana-.
WAÑI-. vañi- «venir».
WAQAYCHA-. huacaycha- «guardar, cuidar». Q.
WAQCHA. huaccha «pobre». Q., A.
WARURU. huaruru «canción, copla». A.
WASU-. huasu- «descender, bajar» (cf. WACHU-).
WATA. huata, ata «año». Q., Ch.; A. mara.
WAT!, vati «picaro». Q. wati.
WIN. vin «todo».
WIÑAYA. viñaya «siempre». Q. wiñay, A. wiñaya.
WIRAQUCHA. viracocha, vilacocha, viragocha «español». Q., A.
XATAMPE. «además, todavía».
XE. he «llama» (camélido). K. qhe.
456 A lfred o T orero
5.4. Ei Callahuaya
En momentos en que escribimos estas líneas, tal vez no existan ya, o queden
muy contados y dispersos, usuarios de lo que, en la segunda mitad del siglo
XX, se dio en llamar «la lengua secreta de los herbolarios callahuáyas», oriun
dos de la provincia boliviana de Bautista Saavedra, departamento de La Paz, y
hablantes también de una variedad del quechua UC cuzqueño-boliviano, el ‘que
chua de Muñecas’, dialecto con rasgos conservadores dentro de su subgrupo.
Los seis callahuayas, que debieron viajar a pie durante unos seis meses para
llegar a Buenos Aires, la sede virreinal, aportaron una atestiguación escrita de
su propio cacique, según la cual los naturales de Curva no tenían otro modo de
pagar su contribución al Erario Real que hacer comercio, saliendo «a bender
sus Materiales y Medicinales que están acostumbrados desde los tiempos de la
Antigüedad» (ibíd.: p. 22).
En una lámina que ilustra la obra de Martín de Murúa y que muestra al inca
Huáscar conducido en andas por cuatro personajes, aparece un detalle que no
deja de sorprender: sobre cada uno de los maderos que cargan esos individuos
está escrito el nombre de un suyu del Imperio: ‘chinchaysuyo’, ‘antesuyo’,
‘collasuyo’; pero en el cuarto no se lee ‘contesuyo’ (o cuntisuyo), como sería
de esperar, sino ‘callavaya’ (COFIDE, 1985: Lámina x x x v n ).
Tal vez está ahí una clave para entender la historia antigua del fenómeno
‘callahuaya’. La mayor parte de Condesuyo la componía la región de Colesu-
yo o Ccollisuyu, de habla puquina y con fama de cobijar grandes hechiceros.
Éstos, mediante veneno y pociones, mataban o inhabilitaban física y m ental
458 A lfredo T orero
mente a otras personas, razón por la cual, según Garcilaso de la Vega, su gente
mereció graves castigos al entrar allí el poder inca (Garcilaso, Comentarios:
Lib. 3.°; cap. 4.°). El investigador peruano Guillermo Galdós cita a varios cro
nistas del siglo XVII, especialmente cronistas conventuales, que achacaron la
terrible erupción del volcán Huaynaputina en 1600 a una sanción divina con
tra los pueblos de la zona por sus prácticas de magia y hechicería (Galdós,
2000: 94-101). No se entendería bien la posibilidad de tales prácticas sin una
fuente de aprovisionamiento en pociones mágicas y otros géneros de hechi
zos; y esa fuente, o la fuente principal, estaba, sin duda, en las vertientes andi
no-amazónicas o la selva misma. Los callahuayas, en tanto especialistas en
artes curativas, pudieron haber dado renombre al Condesuyo mientras funcio
naron los canales andinos de intercambio -lo que explicaría la mención en la
lámina de M urúa-
En 1966 tuvimos oportunidad de conversar con quien nos dijo ser uno de los
últimos hablantes de ese idioma en el pueblo de Curva, Marcos Salazar, médi
co herbolario, nacido en 1900 y ya de 66 años de edad. Convino en enseñamos
palabras y frases en su «lengua secreta» puesto que, afirmó, ya no interesaba
esconderla a los extraños y se perdía, debido a que los hijos de él y de los
demás herbolarios deseaban ejercer otras profesiones y no la medicina tradi
cional.
A estas vacilaciones, se unía una falta de práctica para detectar las variario-
nes de cantidad vocálica y la oclusión glotal autónoma -q u e eran, al parecer,
rasgos fonológicos en callahuaya-, así como la efectiva variación y fluctua
ciones en las varias hablas, cuyas voces transcribió sin especificar los lugares
de uso (aparte de la indicación general de que el callahuaya era hablado por
unas dos mil personas dispersas en las poblaciones de Chajaya, Canlaya, Wata
Wata, Inca y Curva; cf. 1968: 13). Estas son algunas de las dificultades que
hay que enfrentar para el aprovechamiento de su útilísimo diccionario -ade-
más de la ausencia en él de una sección callahuaya-castellano-,
Cuando hicimos nuestro trabajo directo con el señor Marcos Salazar, el interés
inmediato que nos movía era el de comparar a los lexemas y gramemas, y el
funcionamiento sintáctico del puquina de Oré -tal como los habíamos estable
cido en nuestro estudio de esta lengua- con las formas y procedimientos co
rrespondientes del callahuaya. Por tal razón, no llegamos a reunir un corpus
lingüístico lo bastante amplio como para intentar investigar las características
propias del ‘idioma secreto’ (a través, en todo caso, de sólo un idiolecto). No
I d io m a s de los A n d e s . L in g ü is t ic a e H is t o r ia 461
Sus paradigmas morfológicos, asimismo, son o eran, grosso modo, los del
mismo dialecto quechua, en sufijos de persona poseedora, número y caso del
sintagma nominal, y de persona (incluidas las transiciones), número y tiempo-
modo del sintagma verbal; igualmente, callahuaya y quechua compartían cier
to número de modulares verbales.
Recuérdese que, en e] puquina de Oré, 1.a persona es ni, 2.a pi y 3.a chu, y
que el sufijo -ch con 1.a y 2.a marca a la persona jerárquicamente superior.
En el acápite 2, la versión de Girault <Gatas nuki> es, sin duda, una defor
mación del <Khatasniiqui> de Oblitas, donde <Khatas> debió tener el sentido
de «reino». En ambas versiones, la secuencia <pichiicuman> de 2a y <pichiiku-
m a> de 2b, esto es /pichi-y¡ku-m an/ contiene una interesante form a
(inter)pronominal, que quizá significó «de tí a nosotros».
3 a. Khatasqaiki achachun
khistupachapi janajpachapi
3 b. Khataskaiki achachun
kistos pacaspi janawinpinchu
Figura 10
Las notas que ahora escribimos tienen por finalidad llamar la atención so
bre estas urgencias, a la par que aportar algunas precisiones que podrían servir
para orientar el trabajo requerido. Se propoponen, además, facilitar la ubica
ción lingüística de la familia uru-chipaya frente a otras familias andino-ama
zónicas y complementar nuestro anterior trabajo (Torero, 1987), que trató de
la ‘cuestión uro’ y de los hablantes de puquina y uruquilla dentro del marco de
la historia etnolingüística del Altiplano.
Por lo demás, como dijimos páginas antes, en el siglo XVI hablaban uru
quilla pueblos de comportamiento sociocultural muy contrastado: o agriculto
res y pastores «ricos» como los de Zepita, o pescadores-recolectores «paupé
rrimos» como los denominados ochozumas (u ochosumas), que poblaban no
lejos de Zepita, en los comienzos del Desaguadero.
«... San Francisco de Tillaca, Puno, Ichu y Coata, que todos sus moradores son
indios uros, los cuales hilan lana de la tierra de que hacen cantidad de costa
les...» (Vázquez de Espinoza, 1948: 563).
Como vimos, fue Max Uhle quien, en 1894, destacó el interés que poseía el
estudio del uruquilla e inició el recojo del material idiomático. Tras él, diver
sos autores fueron acrecentando nuestro bagaje actual de datos propiamente
lingüísticos: en la primera mitad del siglo XX, José Toribio Polo (1901), Ze-
nón Bacarreza (1910), Arturo Posnanski (1915, 1918), Alfred Métraux (1935,
1936), Jehan Vellard (1949-1951), entre los principales. Los lugares de recolecta
fueron: el pueblo de Chipaya para Uhle, Bacarreza, Posnansky y Métraux; y
las aldeas vecinas de Iruitu y Ancoaqui para Uhle, Polo, Métraux y Vellard.
Es tarea urgente encarar nuevos estudios directos de esta única habla que
sobrevive, la chipaya, a fin de efectuar su descripción lingüística. El progreso
en tal estudio facilitará la compresión y el aprovechamiento del material chi
paya antes recogido y abrirá un buen camino para abordar, hasta donde sea
viable, el examen de los textos editados de los dialectos extintos, c h ’imu e
iruito-ancoaqui, con el cuidado que reclama el hecho de que estos dialectos
estaban ya marcadamente diferenciados del chipaya cuando desaparecieron.
- «existe una oposición (poco frecuente en las lenguas del mundo) entre
una sibilante dorso-alveolar y una ápico-alveolar; también se produce muy
marginalmente una s aspirada y una s labio-velarizada, que posiblemente ha
yan sido unidades fonológicas y estén en vías de desaparecer».
Por otra parte, tanto el chipaya como los demás idiomas uruquillas docu
mentados presentan presibilación (con [s] o [sh] plana o retrofleja) ante /k/ y
/q/ en inicio de sílaba. Este parece un antiguo rasgo de área, que compartieron
el puquina, el uruquilla y el cunza (atacameño); si bien en puquina ocurría
ante cualquier oclusiva como característica de la serie ‘fuerte’ en posición
inicial de sílaba.
En lo tocante a la morfología del chipaya, nos dice Porterie que éste «se
presenta como un idioma aglutinante, tal como el quechua y el aymara pero
con mayor complejidad».
Porterie recuerda que Olson, estudiando el chipaya veinte años antes que
ella, había identificado dos prefijos de actancia, solamente en las mujeres y en
los ancianos, esto es, en las personas que no hablaban castellano. Ella, a la
vez, logró identificar uno de éstos con un solo informante de más de 50 años,
por lo que advertía que el procedimiento prefijador había entrado en desuso,
pero en sus notas publicadas no da la identidad del prefijo que iogró aislar.
mostrativos (en chipaya: /wer/ «yo», /am/ «tú», /nii/ «ése», /naa/ «ésa», /tii/
«éste», /taa/ «ésta», /(u)chum/ «nosotros», /am.chuk/ (Métraux) «Uds., voso
tros», /ni.naka/ «ellos»), con funciones sintácticas determinadas por la posi
ción en la frase o la adjunción de ciertos sufijos de relieve.
Las dos hablas distinguen uno de otro los paradigmas de persona actora y
poseedora, que no tienen grandes diferencias fonéticas entre sí; los pronom
bres respectivos de la 1.a y la 2.a personas singulares son:
476 A l fr e d o T o r e r o
Chipaya, personas actoras: 1.a /wer/ «yo, mí»; 2.a /am/ «tú, ti»; personas
poseedoras: 1.a /wet/ «mi (mío, mía)», 2.a /am/ «tu (tuyo, tuya)». Iru-itu, ado
ras: 1.a /w ir/o /w is/; 2.a /ampt’/; poseedoras: 1.a /wist’/, 2.a /amp/. ,
partirá» (1967: 17); uhch-nik tek-ku-chay, nisi hux-chay «él cayó en el fuego
y se ha quemado» (1967: 18).
Con tantos cabos sueltos, se tiene la impresión de estar ante residuos de una
estructura desintegrada en sus esquemas actanciales y posesivos. El uruquilla
antiguo pudo ser una lengua ergativa, de quiebre ergativo o activo-estativa, y
hallarse estructuralmente alterada por su largo y masivo contacto con el ayma
ra, lengua acusativa.
5.5.5.1. El 'Uru-Pukina ’
En tres artículos publicados entre 1925 y 1927 bajo el título de «La lengua
Uru ou Pukina», G. de Créqui-Montfort y Paul Rivet reunieron el material
uruquilla conocido hasta entonces; pero lo hicieron en el marco de un plan
encaminado a demostrar que uruquilla («uru») y puquina constituían una
sola y misma lengua atestiguada en dos diferentes estados diacrónicos, y que
tal lengua no era más que otro miembro de la gran familia arahuaca de la
Amazonia.
Como las aseveraciones que emitieron los autores en ese estudio han mere
cido de parte de los americanistas ya el rechazo o ya la aceptación, casi siem
pre de una manera global pese a contener varias proposiciones, creemos con
veniente reexaminar las diversas diligencias a que procedieron y evaluar la
validez de cada una de ellas.
a) que los únicos textos puquinas conocidos, los contenidos en la obra Ri-
tuale seu Manuale Peruanum, de Gerónimo de Oré, de 1607, son textos reli
giosos -con un léxico, por ende, escaso y reiterativo- y que los documentos de
hablas uruquillas hasta entonces publicados consistían en vocabularios de via
jeros;
b) que los textos puquinas fueron compuestos hacia fines del siglo XVI, en
tanto que los vocabularios chipaya y ochozuma (iruitu) empezaron a ser reco
gidos en 1894 y 1901, esto es, con tres siglos de intervalo, tiempo que estiman
suficiente para que una lengua ágrafa experimente transformaciones conside
rables, sobre todo a nivel léxico.
Para evaluar esta labor comparativa, así como la que los autores hacen más
adelante entre el uruquilla y la familia lingüística arahuaca, acudiremos a un
trabajo de reconstrucción de 203 protolexemas y algunos rasgos morfológicos
y sintácticos del protoarahuaco realizado por el lingüista David L. Payne en
base a la comparación de veinticuatro idiomas de las principales ramas del
arahuaco (o maipurano, como lo denomina). Si bien el propio Payne estima
482 A l fr ed o T o rero
como provisionales sus resultados, estos constituyen las propuestas más con
fiables con que hoy contamos para esa extensa familia amazónica (Payne, 1991;
392-426). Notaremos igualmente algunas formas de otros idiomas andinos
cuando a nuestro entender, guarden similitud con los arahuacas.
Como veremos más adelante, puede agregarse algunos otros vocablos seme
jantes y de presumible procedencia común que no consignan Créqui-Montfort y
Rivet. Incluso, protoarahuaco y puquina poseen morfemas gramaticales que pa
recen relacionados, como los marcadores de persona (Payne, 1991: 359):
Este apéndice contiene 174 entradas, a menudo con una misma glosa repe
tida en varias entradas. De las 174, a lo sumo una veintena muestra formas
semejantes en protoarahuaco y en una o más hablas uruquillas; por lo que,
como en el caso de la relación puquina-arahuaco, podemos atribuir esas simi
litudes al azar o a préstamos.
Por otro lado, quince de las formas parecidas tienen cabida en el «vocabu
lario básico» de 100 ítemes establecido por Morris Sawadesh para cálculos de
glotocronología lexicoestadística. Dado que el vocabulario básico será utili
zado luego como procedimiento comparativo, con presentación del material
lingüístico correspondiente, sólo anotaremos aquí los ítemes no previstos en
él o aquellos cuya posible vinculación semántica no sea inmediatamente apa
rente:
que logró llenar en la lista básica, por lo que no podemos deducir el porcentaje
de comunidad léxica de ambas hablas en este aspecto.
El cotejo de las listas nos permitirá, igualmente, obtener «los tiempos míni
mos de divergencia» entre las tres hablas uruquillas, y nos brindará índices
porcentuales de semejanza, aparente o real, con otras lenguas andinas y el
arahuaco -que interpretaremos en este caso, no como indicadores de parentes
co, mas sí de probable contacto-.
La cuarta columna consigna las formas de los tres idiomas uruquillas cuan
do no hay congnación evidente entre las tres; si la hay, únicamente se anota la
forma de Chipaya, sobre cuya habla poseemos transcripciones fonéticas más
confiables, además de un registro de vocablos en cinta magnetofónica que nos
suministró Nathan Watchel. Cuando se indiquen las tres hablas, se seguirá el
orden chipaya/iru-itu/ch’imu entre barras, marcando con puntos suspensivos
cualquier carencia de información.
Este último índice, aun siendo el menor en el grupo uruquilla, nos pone
indudablemente ante dos lenguas diferentes, entre las cuales cualquier tentati
va de comunicación en el presente siglo habría fracasado o tenido que vencer
excesivas dificultades.
Un intento realizado hace algunos años por Nathan Watchel, de hacer con
versar en sus respectivas hablas uruquillas a chipayas e iruitus en la aldea de
estos últimos, desembocó en el recurso por ambas partes a una lengua distinta,
el aymara, como vehículo de entendimiento, según se desprende de las cintas
magnetofónicas que Watchel registró en esa ocasión y nos entregó más tarde.
El empleo del aymara, en este caso, pudo deberse a que los iruitus ya ha
bían olvidado entera o parcialmente su antiguo idioma (hecho que advertía
Jehan Vellard a principios de los años 50), o a que los que aún lo hablaban y
estaban presentes en la reunión no alcanzaban a comprender el chipaya, ya
demasiado lejano lingüísticamente. No obstante, el empleo directo e inmedia
to del aymara por parte de los chipayas visitantes -com o se advierte en la cinta
referida- puede explicarse simplemente por un hábito de acudir automática
mente a esa lengua para toda comunicación con otros nativos fuera de los
límites de su propia comunidad.
Entre los vocablos «culturales», externos a la «lista básica», que son cogna
dos en las tres lenguas uruquillas y a la vez, exclusivos a esta familia, debemos
destacar los relativos a «embarcación o balsa» (chipaya e iru-itu tuusha, ch ’imu
tosa), «pueblo» (general, wata) «llama» (chipaya e iru-itu xwala, ch’imu xoxa),
«ají» (general, tapa), y «quinua» (chipaya kuula, iru-itu kula, ch’imu k»u:la).
Llevado el cotejo a un ámbito más amplio que el Altiplano, una de las primeras
observaciones por destacar es que la comparación, tanto de la familia uruquilla
(chipaya, iru-itu/ancoaqui, ch’imu), como de la puquina (callahuaya y «puquina
de Oré»), con el proto-arahuaco provee índices de comunidad léxica relativa-
mente elevados: 20% o más; pero, en cambio, un índice bastante bajo en el
cotejo entre sí mismas: sólo 5% (chipaya-callahuaya) y 11% (cualquiera de las
hablas uruquillas con el puquina de Oré), pese al prolongado tiempo, de al me
nos dos milenios, que uruquilla y puquina se encuentran en el Altiplano.
Las cifras de comunidad con proto-arahuaco son: chipaya 20%; iru-itu 24%;
ch’imu 25%; puquina de Oré; 22%; callahuaya: 23%.
Los índices de las comparaciones del uruquilla chipaya con lenguas de las
familias quechuas y aru son igualmente bajos: 9% con el quechua del Cuzco y
10% con el quechua de Yauyos, incluidos en ambos casos tres préstamos evi
dentes; 7% con aru de Tupe (jaqaru, de las serranías al sur de Lima), y 13% con
aru aymara de La Paz, incluidos en este último caso siete préstamos notorios.
Por lo demás, el nivel cultural que habían alcanzado los hablantes del pro
to-uruquilla en tiempos en que su lengua empezó a dialectalizarse era cuando
menos el neolítico o formativo, como lo prueba fehacientemente la existencia
en las tres hablas atestiguadas de términos cognados propios a ellas para nom
brar plantas y un animal domesticados, como hemos visto. Se trataba, pues, de
un pueblo de agricultures y pastores que venía de una experiencia cultural
autosostenida.
Incluso, el manejo de un vocablo compartido por dos de las tres hablas (con
vacío en ch’imu) y a la vez común con el moseteno, el leco y el apolista de la
selva y la montaña, para designar a una planta, el maíz, que el Altiplano no
produce por ser propia de clima más templado, nos pone ante la evidencia de
una sociedad de tierras altas que sostenía contactos con pueblos de la selva
presumiblemente desde el milenio anterior a nuestra era.
Por las configuraciones que asumen las áreas lingüísticas puquina y uruqui
lla: el puquina más densamente en el norte del lago Titicaca y sus flancos marí
timos y de selva, el uruquilla en el sur de este lago y hacia la cuenca meridional
altiplánica, hallamos procedente proponer a la cultura Pucará como propulsora
del proto-puquina y la cultura Chiripa como emisora del proto-uruquilla. El vi
gor cultural de Pucará le permitió más tarde puquinizar a Tiahuanaco, que tomó
a su vez la posta para la extensión del puquina hacia el sur altiplánico en desme
dro de las hablas uruquillas, con las que contendió o convivió.
de menor nivel cultural -com o los uros- y que no cabría esperar el fenómeno
contrario.
Figura 11
TABLA COMPARATIVA DE ARAHUACO, PUQUINA/CALLAHUAYA
Y HABLAS URUQUILLAS
Ricardo Nardi hace una bien fundada discusión acerca de las épocas en que
pudo penetrar el quechua [quichua] en el área de Tucumán, Catamarca, La
Rioja y Santiago del Estero, y en el noroeste argentino en general (Nardi, 1962:
255-279). En sus conclusiones, que compartimos plenamente, indica que «hay
noticias seguras acerca del empleo del quichua en el Tucumán en tiempos
prehispánicos» y que puede verse como prueba irrefutable la constatación ar
queológica de la intensa y masiva presencia incaica en la región.
De este modo desaparecieron, sin dejar más huella que la toponímica, len
guas como las de los chichas, los humaguacas y los calchaquíes y diaguitas.
Respecto de esta última, la catamarcana o cacán, la quechuización de su área
estaba ya tan avanzada al principiar el siglo XVII que el jesuita Luis de Valdi
via dice, en la presentación de sus artes, vocabularios y catecismos en las
lenguas allentiac y millcayac, idiomas huarpes de la región más sureña de
Cuyo, publicados en Lima en 1607, que «hallarse ha muy fácil en aprender
estas lenguas a quien supiere la lengua de Chile, o la del Cuzco, que confinan
494 A lfredo T orero
con ellas» (Valdivia, noticia «Al lector» en los textos millcayac). La lengua de
Chile, el araucano o mapuche, corría efectivamente en paralelo a las huarpes
al otro lado de los Andes, probablemente desde lejanos tiempos; pero la del
Cuzco era, comparativamente, una ‘recién llegada’ y sorprende que se la men
cione tan tempranamente para la inmediata vecindad de Cuyo.
Por su parte, Luis de Valdivia salvó la información con que hoy contamos
-aunque relativamente corta- sobre los ahora desaparecidos idiomas allentiac
y millcayac, y nos proveyó, además, de los primeros textos sobre la ‘lengua de
Chile’ (1606), el araucano (mapuche o mapudungu), idioma que felizmente
pervive vigoroso hasta hoy y sigue siendo objeto de serias investigaciones
lingüísticas e históricas.
Nos referiremos a los autores del siglo X IX con las iniciales TS por Tschu
di, SR por San Román, ER por Echeverría y Reyes y VA por Vaisse e t al.
ción, en tal desorden que en vano se buscaría un par mínimo seguro, SR (1967:
88) insiste en que «es necesario hacer diferencia entre el sonido de la c y la k,
reservando esta última para los sonidos muy fuertes»: aksu «abrigo, poncho»/
vacca «río». El primer término designó en quechua la «saya de india» y se
halla registrado en quechua ancashino como aqshu «manta» (cf. Parker y
Chávez, 1976) con /q/ uvular. Otro indicio lo da el «Glosario» bajo el vocablo
ckonti o ckonte «gente», que sospecha proceder del castellano jente (sic) «pro
nunciando guturalmente la letra G». La propia explicación de VA acerca de
<ck> hace pensar en una articulación uvular: «CK es gutural i se pronuncia
como CH en alemán, más un sonido parecido a R entre la CH alemana y la vocal
que sigue».
e) Una consonante lateral alveolar sorda (cf. ER: 91, 94, 98: áhlar «estre
lla», zahli «hermano», hlacse «cabeza», ohlmtur «comer»); y tal vez también
una nasal alveolar sorda (ER: 99: pahni «hijo»).
g) Cinco vocales, según los anotadores del siglo XIX; sin embargo, la trans
cripción equívoca del sistema consonántico no deja opción para despejar pa
res mínimos de oposición suficientes; pueden distinguirse e/i por sem(m)a
«uno»/ sim(m)a «hombre»; a/e por lari «sangre»/leri «pueblo»; a/u por semma
«uno»/semmu «primero».
Las letras que ocurren en posición inicial según las entrada del «Glosario»
son: A, B, CK, H, I, L, M, N, P, PP, S, SCK, ST, T, TT, TCH, TS, Y (con CK y
TCH para valores fónicos varios). Hay un solo caso de TCK: tckura «cintu
ra». En posición intervocálica se añaden R y S-S. No se dan en inicial, por lo
tanto, las vocales E, O ni U. No existen las consonantes palatales LL ni Ñ, la
fricativa labial F ni la labiovelar W -si bien se encuentra bajo la entrada H tres
HUA y tres HUI, sin duda préstamos (hay el quechua walcka «collar»; pero las
voces quechuas con sílabas <wa> y <wi> se acomodan normalmente a <ba> y
<bi> cunzas).
498 A lfr ed o T orero
5.6.1.3. Las características fraticales, según los datos de San Román, las ver
siones del Pater Noster sumistradas por von Tschudi o el examen del «Glosa
rio», eran, principalmente:
g) SR (p. 79) añade que, al parecer, «el cunza tenía muy pocos adjetivos,
sobre todo calificativos».
h) Los pronombres personales eran: acca «yo»; tchema «tú»; ía, cachir «él,
ella»; cunna «nosotros»; chime «vosotros». Para terceras personas, se recurría
a los demostrativos i(ya) «ése/a, ese/a», cota, í-cota «ésos, ésas»; anta «éste/a»,
cachi(r) «aquél, aquélla».
o) SR (p. 87) afirma que «abrevian los cunzas todo lo que pueden» y ejem
plifica con pauna válchar (que puede significar «niño malo» o «el niño es
malo»). Agrega que suprimen también la marcación de la primera persona en
oraciones que la requerirían: «yo bebo agua dicen simplemente puri haíta-ma»
(puri «agua»). Estas formulaciones de los cunzas nos recuerdan las de los iru
itus que entrevistó Jehan Vellard.
técara «9».
suchi «10»
suchita sema «11»
suchitappoya«12»
aras sema «100»
aras sema sema «101»
aras ppoya «200»
aras suchi «1000»
Es muy probable, pues, que los pobladores del oasis y salar de Atacama
nunca hubiesen recibido la doctrina en cunza ni tenido, por lo tanto, que cifrar
y memorizar los rezos cristianos en su lengua local. Mal habrían podido, en
tonces, suministrar versiones del Pater Noster a von Tschudi. Si éste las inclu
yó efectivamente en su trabajo debió ser como resultado de diligencias que
podemos imaginar: pidió a sus informantes que tradujesen, sobre la marcha,
un rezo que les fue dictando en castellano o que, si ya lo sabían en este idioma
o en aymara, lo virtiesen al cunza -una lengua que, hacia 1867, se hallaba en
proceso de extinción- El interés de Tschudi era, probablemente, poder com
parar esta oración con las versiones conocidas de otras lenguas de América,
como las recogidas por Hervás y Panduro en su Saggio pratico delle lingue.
Una de las versiones (que abajo marcamos como A) fue obtenida del párro
co del lugar, quien posiblemente tenía al menos cierto manejo del cunza y,
naturalmente, un buen conocimiento de las oraciones cristianas, de modo que
pudo proveer un traslado más ajustado al atacameño. A esta versión acopla
mos, en anotación interlinear y bajo la letra C, un intento de traducción al
castellano, más o menos literal, teniendo a la vista la que propuso Schuller en
1908 y que tomamos de Dick Ibarra Grasso (1982: 91).
Cuánto más productivo, y útil para captar los mecanismos del idioma, habría
sido que von Tschudi hubiese recogido en 1867, con versiones al castellano, la
letra de invocaciones y cantos ligados a las creencias tradicionales lugareñas.
A9 i kis yació.
C9 así sea.
I d io m a s d e los A n d e s . L in g ü ís t ic a e H is t o r ia 503
Las lenguas huarpes ocupaban, pues, al comenzar el siglo XVI, las vertien
tes orientales de la Cordillera de los Andes sobre una gran extensión, entre los
30° y los 40° de Latitud Sur, casi correspondiente a la que poseían en el lado
occidental los araucanos.
m n ñ
p t ch k q
z x h
1 11
w y
El .araucano se hablaba en el siglo XVI sobre una gran extensión del Chile
central, quizá desde Copiapó por el Norte (aunque su frontera septentrional
queda en contraversia), hasta la isla de Chiloé por el Sur, y penetró en la Ar
gentina en el transcurso del siglo XVII. Actualmente es hablado, con varieda
des no muy diferenciadas, por una población importante en tomo a la cuenca
del Biobío en Chile y por reducidos grupos de la pampa argentina.
Las personas son 1.a, 2.a, 3.a próxima y 3.a obviativa. Los números son sin
gular, dual y plural.
Los adjetivos ‘propios’ son poco numerosos, como en mochica, pero existe
un procedimiento de formación de adjetivos a partir, no de sustantivos como en
mochica, sino de verbos, mediante la adición del sufijo -n a un lexema verbal.
R E SU M E N CO M PARATIVO Y E ST A B L E C IM IE N T O
DE ÁR EA S
6.2. Mesoamérica
Fonológicos:
a) ausencia de la oposición media-alta en la serie posterior;
b) ausencia de la oposición sorda/sonora en africadas;
c) presencia de una africada alveolar sorda;
d) postulable ‘elaboración’ de un orden consonántico palatal, integrado por
una fricativa prepalatal sorda, y por una nasal y una lateral mediopalatales;
514 A lfred o T orero
Morfosintácticas:
a) anteposición del adjetivo al sustantivo en el sintagma nominal;
b) anteposición del numeral al sustantivo en el sintagma nominal;
c) colocación de la palabra interrogativa al inicio de la cláusula;
d) marcación del caso acusativo;
e) marcación del caso genitivo;
f) carencia de flexión de persona en el sustantivo (guambiano, cuaiquer,
colorado, páez, cofán, camsá, quechua ecuatoriano);
g) presencia de elementos prefijados para la expresión de algunos tiempos
o aspectos (cayapa, colorado, páez, camsá; pero no en quechua).
1990, 1991; Doris Payne (ed.), 1990; Dixon y Aikhenvald (eds.), 1999]. Sin
embargo, el hecho de que esta inmensa región -en la que, según cálculos, se
usan no menos de doscientas lenguas, que en buena parte permanecen inclasi-
ficadas- sea todavía demasiado desconocida lingüísticamente, que la presen
cia humana en ella se cuente en decenas de milenios, y que sus poblaciones
hayan dado muestra de una gran movilidad a través del tiempo, toma el pano
rama aún confuso e incompleto; por lo que parecería más cauto aguardar el
resultado de nuevas pesquisas que permitan determinar sus reales configura
ciones lingüísticas.
en una oración (a veces coincidiendo con las series A o A/Sa, otras con las O u
O/S ■);
■—casi todas las lenguas (si bien no todas) tienen prefijos; los prefijos se dan
en menor número que los sufijos;
- si hubiere varias posiciones de prefijos, el o los de naturaleza pronominal
aparecerían más lejos de la raíz que los prefijos que derivasen cambio de va
lencia (v. gr., causativo, aplicativo). (Los idiomas tucanos son sufijantes; en
ellos, los sufijos pronominales aparecen en la raíz después de los sufijos que
derivan cambio de valencia);
- la mayor parte de las categorías verbales (v. gr., tiempo, aspecto, modali
dad, dirección) se expresan a través de sufijos opcionales;
- las oraciones subordinadas se construyen típicamente con verbos nomi-
nalizados, marcándose en el verbo el tipo de subordinación;
- si hay incorporación nominal, sólo pueden ser incorporados los nombres
obligatoriamente poseídos, que entonces preceden generalmente a la raíz ver
bal;
- en muchos idiomas, adverbios y adposiciones pueden ser incorporados
en el verbo tras la raíz verbal;
- hay generalmente sólo una corta clase de lexemas numerales.
6.5.1. Se ha tendido a considerar a la región andina como una sola área lin
güística, en atención a que quechua y aru, las dos familias que impusieron su
supremacía casi total en la región frente a las demás lenguas amerindias, pare
cen tipológicamente calcadas una de otra -m ás aún si las lenguas comparadas
son la aru aymara y la quechua cuzqueño-boliviana- Por ello, es una creencia
bastante generalizada la de que, en los Andes Centrales, el tipo lingüístico
predominante, definidor incluso, ha sido el del quechua y el aru (cauqui-ay-
mara): aglutinante, exclusivamente sufijador, nominativo-acusativo, etc.
Adelantaremos que nuestra información nos llevará a mostrar que tales ca
racterísticas fueron, más bien, excepción,, y que idiomas con algunos rasgos
muy diferentes rodearon a ese binomio centroandino.
Muy extendidos:
Menos extendidos:
Muy circunscrito:
lombiana de AI, prefiere hablar de una «elaboración del orden palatal en los
fonemas consonánticos» que distinguiría' a esa subárea del resto de AI y la
aproximaría a los Andes Medios. Constenla piensa, no obstante, sólo en un
conjunto de cuatro fonemas de articulación mediopalatal: africada y fricativa
sordas, nasal y lateral, más el fonema/y/. M ary Ritchie Key (1979:38) señala,
por su parte, la existencia de un «orden palatalizado» compuesto por siete
fonemas (incluido lyf) en cayapa, idioma barbacoa de la provincia ecuatoriana
de Esmeraldas. La misma investigadora encuentra, lejos de esta zona, al otro
extremo de los Andes Medios, en el nordeste boliviano, el manejo por la len
gua cavineña, de la familia tacana, de un «orden palatal» de igual número de
fonemas que el cayapa (Key, 1979: 84-85).
Rasgos generales en los Andes Medios o con la sola excepción del cunza:
al Poseedor, sufijado éste último por marca genitiva; hay que recordar, no
obstante, que el idioma atacameño tenía dos opciones a tom ar-no sabemos si
libremente o con constreñimientos-: o el esquema ya indicado (tican cun-sa
«padre nuestro», tancta cun-sa «pan nuestro»), o el recurso al prefijo prono
minal y el sufijo /-ya/ de cosa poseída (cun-tican-ia «nuestro padre», cun-
manu-ya «nuestras deudas») (San Román, 1967: 80; Tschudi en Echeverría,
1967: 93).
14) Orden básico oracional SOV en quechua, aru, chipaya y huarpe, común
con AI y con otros muchos idiomas americanos. No predominio de este orden
en otras lenguas de los Andes Medios y Australes: órdenes SOV y OSV, alter
nando con casi igual frecuencia, en cholón y puquina; en este último idioma se
registra también, menos a menudo,.un tercero, SVO; órdenes SVO, OSV y
VSO en construcciones directas y SOV (APV) en construcciones inversas en
mochica; órdenes SVO, SOV y VOS tanto en oraciones directas como inver
sas en mapuche.
Diferencias multilaterales:
-Técnicas transitivas:
Figura 12
TABLA DE PRESENCIA / AUSENCIA DE RASGOS
Quech. Aru Chol. Puq. Uruq. Cunza Huarp. Map. Moch,
1 + + + + + + + - - 1
2 + + - - + - - + - 2
3 - + - - + + - - - 3
4 - - - + + + - - - 4
5 — — _ + + - - - - 5
6 - + + - - - - + 6
7 — _ - - - - - + + 7
6 - - - - + + ' - - + 8
9 + + - - - - - - - 9
10 - - - + - - + + 10
11 — _ _ - - - - + 11
12 - + + - ? - + + + 12
13 - - _ - - - - - + 13
14 + + _ - + + + - - 14
15 + + + + + ? + + - 15
16 + + - - - - - - - 16
17 ~ - + ? ? + ? + + 17
18 - _ + - - - - - 4 18
19 _ - + - - - - 19
20 - _ - - - + - - + 20
21 + _ + - + - - - 21
22 + + + + + ? - - - 22
23 + + - - - - - - - 23
24 + + + + ? ? + + - 24
25 + + + + - - - - - 25
26 + + + - - - - + - 26
27 + + + + ? ? ? - - 27
28 + + - - - - - - 2B
29 _ _ - + - + - + 29
30 — _ + + - - - + - 30
31 + + _ + + - - - + 31
32 _ _ + - - + + + - 32
33 + + - - - - - - + 33
34 + + - - + + + - “ 34
35 _ - + - - - - - - 35
36 _ - - + - - - + + 36
37 + + + - - - - + - 37
_ — _ + - - _ - 38
36
39 _ _ - - - - - - + 39
40 + + + + - - - + - 40
I d io m a s d e los A n d e s . L in g ü is t ic a e H is t o r ia 531
6.5.4.2. Dentro de esta área andina amplia se distinguen, con variable nitidez,
varias subáreas, que se harán evidentes al examen de los gráficos que presen
tamos seguidamente.
Figura 13
Cunza 52.77 47.22 52.77 60.00 76.47 27/35 18/36 17/36 Cu.
Mapuche 47.5 52.5 67.5 61.54 44.44 50.00 68.42 23/40 Ma.
Figura 14
100 Quech. Am Chol. Puq. Uruq. Cunza Huarpe Map Moch. 100
90 A Q 90
80 80
Cu U, H Cu
H U
70 70
Ma H
Ma Ch
U, H P P
60 Cu, Ma P P 60
U P Ch A
P H Q Ch Mo Ma
U,H H Q QA.Mo H
50 P A Ma Cu 50
Ma Cu A, Mo Q Cu
Ch,
U U U
Ma, Mo
Mo P
40 Mo Ch 40
30 30
Mo Mo Q,A
20 20
I d io m a s d e los A n d e s . L in g ü ís t ic a e H is t o r ia 533
- Puquina: entre 63,9% con uruquilla y 43,6% con mochica (apenas más de
20%); aru y, sobre todo, mochica, se distancian notoriamente de los restantes
idiomas, más agrupados.
- Huarpe: entre 77,1% con cunza y 55,3% con quechua, aru y mochica (un
poco más de 20%); se perciben dos grupos por distancias: cunza, uruquilla,
mapuche y puquina están más próximos a huarpe, mientras que cholón, que
chua, aru y mochica se hallan más apartados.
- Mapuche: entre 68,4% con huarpe y 44,4% con uruquilla (casi 25%); a
cholón le corresponde también un porcentaje alto (67,5%); las demás lenguas
se ubican entremedio de modo gradual: puquina, mochica, aru, cunza, que
chua.
534 A lfred o T o r er o
- Cholón: entre 67,5% con mapuche y 40,0% con mochica (un 27,5%);
más juntas, se escalonan puquina, huarpe, cunza, quechua, aru y uruquilla.
- Cunza: entre 76,5% con uruquilla y 47,2% con aru y mochica (casi 30%);
se advierte, igualmente, la formación de dos grupos, con huarpe, uruquilla y
puquina en el más próximo a la lengua de referencia, y quechua, cholón, ma
puche, aru y mochica en el relativamente más alejado.
-M ochica: entre 57,5% con mapuche y 27,5% con quechua y aru (un 30%);
huarpe (55,3%) sigue de cerca a mapuche; al medio se despliegan cunza, uru
quilla, puquina y cholón.
- Uruquilla: entre 76,5% con cunza y 44,4% con mochica y mapuche (más
de 30%); al cunza sigue el huarpe (72,2%), luego el puquina a casi diez puntos
y, en fin, por debajo del 60% los restantes idiomas.
- Quechua y aru: entre 90% de comunidad con aru y quechua y sólo 27,5%
con mochica (más de 60,0% de despliegue interno), como se dijo en (a).
6.5.5. Subáreas
La mayoría de los idiomas quechuas y arus se distingue por una serie de rasgos
fonológicos y gramaticales de las demás lenguas andinas que colindan o colin
daron con ella. Pese a cierto número de diferencias entre sí [véase 6.5.2.], los
protoidiomas de ambas familias llegaron a constituir, al centro de los Andes
Medios y tras siglos de contacto e imbricamiento, un conjunto are al altamente
homogenizado, una alianza,tipológica dura.
Les son comunes notas peculiares, como el sistema vocálico de tres unida
des de base, la exclusividad de la sufijación como recurso morfológico, la
doble marcación en la estructura de posesión.
Hay que recordar, no obstante, que en este grupo ocurren los vacíos de
información notados en el listado de 40 ítemes, debidos a carencias de mate
rial lingüístico sobreviviente o a insuficiencia de la investigación; si bien se ha
tenido en cuenta este hecho en el tratamiento de los datos y cálculos, los avan
536 A lfred o T orero
Tampoco hay que olvidar que el cunza, parte de este conjunto, poseía algu
nos rasgos que no han ingresado en la tabla comparativa por cuanto lo oponen
en bloque al resto de lenguas andinas -en especial, la ocurrencia en el sustante
del adjetivo y el numeral tras el nombre, así como la peculiar estructura pose
siva (Poseído Poseedor-genitivo)-. El dialecto quechua IIC de Santiago del
Estero coloca igualmente el adjetivo tras el sustantivo.
6.5.5.3. Mochica
6.5.5.4. Cholón
Esta lengua conre una suerte similar al mochica por desplegarse porcentual
mente en la parte baja de la tabla, dentro de una franja de 40% a 60%, excepto,
de manera inesperada, en su cotejo con mapuche, que provee 67,5%.
6.5.5.5. Mapuche
Este idioma, por su parte, parece confundir otra vez las delimitaciones ya efec
tuadas, puesto que en su columna aparecen de nuevo entreveradas las lenguas
que en los párafos anteriores se había distinguido como agrupaciones o enti
dades separadas. Tal situación indicaría, en realidad, que el mapuche guarda
una relación radial, multilateral, con los demás idiomas.
Entre los rasgos más sobresalientes del mapuche pueden contarse: el alto
índice de aglutinación verbal, como en lenguas del oeste amazónico; la técni
ca transitiva directo-inversa, que lo acerca al mochica y al puquina; y, caracte
rística muy propia, tres oposiciones de número: singular, dual y plural.
Si, con los datos del cuadro tercero, se efectúa una diligencia inversa, restando
de 100 las cifras de comunidad tipológica, se obtienen, naturalmente, índices
porcentuales de desemejanza, con los cuales puede construirse un diagrama
que permita visualizar mejor las distancias tipológicas existentes entre las len
guas andinas.
Figura 15
CUADRO DE DISTANCIAS
TIPOLÓGICAS PORCENTUALES
MOCHICA
540 A lfr ed o T orero
¿Por qué el poderoso grupo que conformaron quechua y aru al centro de los
Andes influyó, supuestamente, en la adopción por los idiomas vecinos de cier
tos patrones estructurales (v. gr., la aglutinación, la ordenación en tres series
I d io m a s d e los A nd es. L in g ü i s t i c a e H is t o r ia 541
Entre estos últimos y las altiplanicies de los Andes se extiende una ancha
franja de intercalación de rasgos, que debe haberse constituido muy antigua
mente por movimientos de población y haber continuado más tarde, a ritmo
más lento, hasta la primera mitad del siglo XX, por trueques de productos. En
todo caso, las lenguas de presunto origen costeño, que se movieron de Oeste a
Este, como el quechua y el aru, no parecen haber interactuado directamente
con las amazónicas sino en los últimos dos milenios.
6.6. Tareas
6.6.1. Las lenguas amerindias, por su elevado número y las grandes opciones
de divergencia y de convergencia que su antiquísima dispersión por el gran
continente Ies ha otorgado, están mostrándose como una riquísima cantera
para la investigación lingüística en toda su amplitud. Estas pesquisas son una
lucha contra el tiempo, sobre todo en lo que concierne a Centro y Suramérica,
donde muchas hablas están desapareciendo sin haber sido estudiadas o sin
haberlo sido suficientemente.
Hay que seguir ahondando en las pesquisas sobre las hablas de la lingüísti
camente fragmentada provincia de Yauyos (sierra sur del departamento de
Lima), a cuyo deslinde ha dedicado Gerald Taylor varios artículos en los últi
mos años; y extender la investigación a las provincias vecinas de Chincha
(departamento de lea) y Castrovirreyna (departamento de Huancavelica), don
de quedan por estudiar las variedades más sureñas de Q.I, las de Chavín de
Topará (Chincha) y Aurahuá, Chupamarca y Tantará (Castrovirreyna), colin
dantes estas últimas con el Q.IIC de tipo ayacuchano.
I d io m a s de los A n d e s . L in g ü i s t i c a e H is t o r ia 543
6.6.2. En los últimos años están tomando nuevo interés los trabajos filológi
cos, reanudados brillantemente por Gerald Taylor con una cuidadosa traduc
ción crítica de los textos quechuas de Huarochirí de inicios del siglo XVII
(Taylor, 1980, en la versión al francés; y 1987 en la versión al castellano), a la
que ha sucedido la de Frank Salomon y George Urioste (1991) con versión al
inglés. Por lo demás, estos avances en la interpretación crítica de los textos
huarochirienses no restan valía, aunque la rectifiquen en algunos puntos, a la
traducción castellana de José María Arguedas, de 1966, plena de logros poéti
cos y de fidelidad con la voz antigua de Huarochirí. Han destacado igualmente
en labores filológicas Peter Landerman, Bruce Mannheim, Rodolfo Cerrón,
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