Normalizando Lo Anormal
Normalizando Lo Anormal
Normalizando Lo Anormal
Entonces aquellos detalles son los interesantes, pero ¿qué pasa cuando lo anormal
se vuelve normal?, es decir, muchas veces se crean tipos de paradigmas sociales
en donde cierta situación con algún tipo de violencia se convierte normal, siendo lo
anormal aquello que es correcto.
Al pensar en ello es como hacerse esa pregunta: ¿qué fue primero?, ¿el huevo o la
gallina?, es decir, viendo las cosas como un pequeño sistema (igual y no tan
pequeño) seria algo como: El niño es violento con sus compañeros porque eso lo
ve en casa con su papá, el papá es violento con su pareja porque eso lo vio de su
papá (abuelo), el papá del papá (el abuelo) es violento porque su mamá (bisabuela)
no lo quería ya que fue no deseado (producto de una violación), el bisabuelo es
violento porque fue separado de su mamá muy chico al ser vendido como esclavo...
y así puede seguir la cadena que en su determinado tiempo y espacio las
condiciones de violencia era algo normalizado, siendo incluso “socialmente
correcto” m,, entonces lo que vivimos, aquello que nos rodea tiene ese amargo
sabor a violencia implícita, algo que a veces decimos que es acido, algunas otras
que es agridulce (esta ultima siempre y cuando no nos pase a nosotros), pero
siempre presente y en algún punto poco a poco, se normaliza, se llega a justificar o
simplemente se ignora.
Bajo lo anterior, la violencia cultural se fragmenta hacia una nueva estructura que
llega a ser impulsada por el deseo de una equidad de violencia, algo como el “tu me
haces, yo te hago”, o el “tu le haces, yo te hago” o bien en el extremo de “alguien le
hizo, yo te hago”, en donde a final del ciclo no pasa nada mas que violencia tras
violencia, en una sociedad construida a base de ello.
Y si, efectivamente, los niños son los que están en medio de toda la gran maraña
de los adultos, son definidos como aquel daño colateral que si bien le va aprenderá
a sobrellevar las dificultades de su infancia y utilizará ello como un motivante
(también conocido como “resiliencia”) para salir de esa estructura de violencia y
poder corregir su camino hacia una vida adulta sin violencia.
Finalmente, la pregunta del millón: ¿Qué me dejo “espacios de paz para la infancia”?
Además de conocer a muchas personas interesantes (la mayoría entre psicólogos
y educadores), han sido muchas reflexiones, tanto propias como ajenas, sobre el
hacer de todos los días en diferentes contextos y situaciones, además de que en
varias ocasiones me ha dejado pensando e innumerables veces sintiendo sobre un
cambio que no basta con ese metro cuadrado, sino que se tiene que trasmitir a
aquellas personas que están en contacto con nosotros, ese trasmitir de los
aprendizajes que nos han sido conferidos, el dejar de normalizar lo anormal para un
entorno benéfico en el que se desarrollaran las futuras generaciones, el romper el
pensar y actuar violento de una sociedad que a través del tiempo lo ha normalizado,
haciéndolo hasta correcto el actuar de cierta manera.
A manera de epílogo:
Me alarma el haber vivido la apatía generalizada de varias generaciones, esta
semana al suplir a una maestra en un colegio de Aguascalientes (como muchos
más que hay) e impartir una materia a jóvenes de secundaria y preparatoria, he
observado un vacío en la forma de percibir el entorno, hay algunos que cumplen por
cumplir (los pocos), pero la mayoría ni siquiera están para eso, viven normalizando
la violencia entre sus iguales, puede ser que sea de manera inconsciente, pero es
obvio al escucharles, al observarles e innegablemente al cuestionar sobre su actuar,
quizá sea que ya no normalizo la violencia o quizá sea que yo sea de otra
generación, pero lo cierto es que ahí esta, sucede y es “lo normal” para ellos.
Jueves 2018