Autores Tabasqueños - Cuentos
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I
Silbaba el viento con profunda agonía. La llama del quinqué bailaba una
danza discordante ante mis ojos. Asida de los hilos de la hamaca,
temblaba más de miedo que de frío, cuando empezó a crecer el agua. El
norte cerrado no sé de cuántos días, había impedido mi regreso a la
ciudad y, ahora, estaba allí en ese mundo de cosas nuevas y lejos por
primera vez de los míos.
Entonces, los brazos de madera cedieron al viento y las gotas de agua
empujándose unas a otras, llegaron casi hasta el centro de la pieza. Se oía
claramente el llanto desigual de los animales que, como medida de
protección, fueron llevados hacia la loma. En ese lugar levantaba su frente
la escuelita.
—No es prudente abandonar las casas cuando más nos necesitan —dijo
don Chelino. Se levantó de la hamaca con una colcha doblada sobre los
hombros, aseguró las trancas de nuevo, se calentó las manos en el
bombillo y volvió a sentarse.
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Este año no floreó el mango casi nada y la cosecha de maíz será poca, así que
el cordonazo de San Francisco no creo que venga muy fuerte. Sólo cuando
encuentra algo que llevarse, crece y crece. Así ha sido siempre desde que
enterraron el primer palo por estos rumbos y Dioscórides acabara con la
poca confianza de la gente. Es como si lo estuviera oyendo: “De coca se
fregaron tanto sembrando, las mazorcas que recojan no las van a querer ni
los marranos. Yo por eso no pierdo mi tiempo en la tierra; no hay como
despellejar lagartos, echarle cuetes al río e irse a la linterneada”. La flojera
de él tendrá justificación y eso es lo malo; va a enterrar la mala semilla en el
pensamiento de los demás, todos van a querer sacarle al río lo que se llevó y
van a querer arañarle hasta las tripas para desquitarse. Lo peor del caso es
que llegada la veda, cuando tengo que hacer respetar mi autoridad y
estimándolos a todos, no quisiera causarle perjuicio a ninguno.
II
—Perder todo este trabajo es malo, muy malo; pero lo peor es ver
desmoronarse los ánimos, tomarse débil la voluntad, desvanecerse la fe y el
hombre que la olvida…, ¡ese ha perdido todo!
Sus palabras suenan en mis oídos, tan frescas y tan suaves como entonces. Se
recostó de nuevo en la hamaca cruzando los brazos detrás de la cabeza,
meciéndose hasta encontrar con el pie una silla y de ella, comenzó a
empujarse.
¡Dios mío!…, y esa gente seguía allí sin luchar por ahuyentada, des hiendo
hacer algo, igual que lo hicieron cuando pasó el chapulín. Recuerdo que a
unas semanas después de mi llegada, un hombre a caballo apenas si paró
para avisar que por la loma de los Vidales venía una manga de chapulines:
En cambio, con el agua, nada hacían los hombres. Ella seguía adelante, dueña
absoluta del miedo inconfesado y la desesperanza. La noche se estiraba
gozando la angustia de la espera silenciosa y se extendía más y más. El sueño
cerraba mis ojos y el olor de tabaco me mareaba. Las muchachas de la casa
hablaban y guardaban cosas en las otras piezas. Las voces se fueron
volviendo murmullos y me quedé dormida.
—¿Ves hasta dónde están? Pues hasta allí llegará al agua solamente, por eso
todos estamos contentos.
Era verdad, la gente de la ciudad sabemos tan poco, pensando que todo lo
sabemos. La naturaleza le enseña al campesino, con mano propia, un infinito
mundo de cosas grandes y pequeñas, dotándolo de increíble sabiduría.
Están unidos para siempre con esa soldadura que da el llanto y el cariño, la
ilusión de sentida suya al recibir el grano y cortar la siembra luego de
pasarse días y días acariciándola con la mirada, es el título de propiedad que
ellos poseen y el que vale para sus conciencias. La bondad de la tierra es
inmensa.
III
El agua llegó hasta donde los caracoles se prendieron y al día siguiente y al
otro, fue retrocediendo. Como no volteaba a ver por donde pasaba, se fue
llevando cosas que ya antes había tirado y allá iba, camina y camina para
atrás hasta que sólo fue quedando su olor; se zambulló en la misma laguna y
se fue sepa Dios dónde. ¿Por qué tenía que salirse así, año con año? ¿Qué
tenía que andar espiando por debajo de las puertas del caserío? Nadie lo
sabe; pero ella llegaba y llegaba todos los años.
Sí, la única culpable era el agua; pero había una esperanza: una noticia en un
periódico, don Chelino la encontró en la envoltura de unas veladoras. Decía
muy claramente que iban a aprisionandola, que todo ese universo líquido
podría salir sin causar daño, sólo cuando fuera necesario. Ello, claro,
requería tiempo y dinero; pero, era posible. Con los años eso sería un hecho,
estaba seguro.
Ese recorte fue su más poderosa arma. Lo leía en todas las juntas
municipales y se lo volvía a leer a quienes sentía sin fuerzas para seguir
cargando sus esperanzas.
Pero esa paciencia gastada ya por los años de llevada encima y arrastrada en
jirones, estaba por llegar a su término Se apagaba con la noche del tiempo, se
iba volviendo cenizas al igual que el incendio que meses antes casi acaba con
la pastura del mejor potrero. Huelo aún el sudor, el humo y la tierra herida.
Vuelvo a mirar todo cuando hago recuerdos de aquella maravillosa noche
del retomo. La sombra redonda de los árboles marcaba el medio día,
laventolera surgida de pronto cruzó el fuego a terrenos sembrados pese a las
precauciones tomadas en ese tiempo de seca, que era el mismo de la quema.
La raya era amplia y limpia. Pese a ello, cuando uno de los vigilantes se dio
cuenta ya el fuego avanzaba a gran prisa. El viento prendía mechas acá y allá,
tronaba el zacate con desesperación y se resquebrajaban las matitas
silvestres, aún cuando Toña y yo llegamos. Parecía que a cada uno de los
hombres que allí estaban les habían crecido muchos brazos.
Tomado de Gutiérrez Lomasto, Gabriela. ¿Quién le corta las alas a los pájaros?
FONAPAS/ Gobierno del Etado de Tabasco. 1982