Et rumor de que en Crantock ocurria algo
que escapaba ala raz6n ya la naturaleza sien
pre se mantuvo vivo enite sus habitantes. Pero
era tan apacible y generosa la vida en aquel
Jejano valle del sur, que nada hacia esperar el
curioso final que tuvo el pueblo de Crantock,
esa horrenda tarde de enero.
Era un lugar cuya belleza dificilmente
olvidaban quienes alguna vez lo vieron, en
medio de ese profundo valle, En uno de sus
extremos se erguia el Perimontu, con sus ciispi-
des eternamente nevadas, A sus pies la regis
se extendia verde y esplendorosa, dividida
por el ro que bajaba serpenteando entre los.
en |bosques para atravesar el pueblo y los prados y perder-
se, otra vez. en la hondura de la vegetacién. Las casas,
como una breve pausa de grises en el medio del valle, se
amontonaban hacia el centro y se esparcfan, cada vez
més distanciadas, hasta confundirse con las granjas, en
las afueras. A su alrededor se vefan los sembradios, pe-
quefios ¢ irregulares, que desde la altura semejaban re
tazos de telas verdes unidos por costuras de piedra.
Crantock habia sido fundado en 1928, cuando un
grupo de inmigrantes escoceses descubrié aquel paisaje
que evocaba su tierra de origen. Entonces construye-
ron las primeras casas con las piedras de la zona e hi-
cieron los primeros cultivos. Y en muy poco tiempo
se transformé en lo que después seria: un lugar bello,
préspero y tranquilo.
Pero cuando la ultima luz del dia se apagaba,
cuando las calles y los jardines quedaban desiertos y
en el bosque sélo se ofa el grito de la lechuza, algo se-
creto irrumpia en el silencio de la noche, en cualquier
rincén del valle, sin que nada lo anunciase, como so-
breviene lo oculto, lo que no se puede comprender
6
1943
En esa época, la tinica iluminacién de las ca-
lles consistia en pequefias lamparas de metal
en forma de campana, suspendidas en cada
una de las esquinas de Crantock. Era una
apacible madrugada de verano, y atin falta~
ban dos horas para el amanecer, cuando las.
hojas més altas de un roble, en la plaza, emi-
tieron un suave murmullo, como si una brisa,
en esa noche sin viento, las hubiese movido
sélo a ellas. Un instante después, se escuchd
un pequefio estampido. La limpara, en esa
esquina, habia caido al suelo.
Permaneci6 alli exaclamente cuatro se~
gundos.1954
SFOGVESS
A\ima entrs al bosque después de mirar hacia
todos lados. Nadie la habia visto salir por los
fondos de su casa, ni cuando corrié hai
montaita, antes de desaparecer entre los 1
boles. Eran las siete de la tarde de un dia de
verano. Sus padres estaban en el campo y st
hermana visitaba a los abuelos, No volveri
d
de, donde Juan la espetaba. Se hi
vestido rojo. Debfa tener cuidado de que la ma~
Jeza no lo ensuciara. Su madre se daria cu
i eee