Mitos Griegos de Amor y Aventura 28 33

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Prometeo

y Pandora
Cuando el mundo estaba recién creado, los hombres convivían en
armonía con los dioses, sin necesidad de trabajar para lograr su sus-
tento1, sin sufrir enfermedades ni conocer la muerte. Pero llegó un
día en que Zeus, continuando con su tarea de construir el cosmos y
repartir el universo entre sus criaturas, tuvo que decidir qué parte del
mundo les correspondía a los humanos y con cuáles se quedarían los
dioses.
Para eso llamó al joven Prometeo. Le pidió que sacrificara un
toro y que distribuyera sus porciones de manera justa. Ese reparto,
decidió Zeus, serviría de modelo para las futuras relaciones entre
dioses y hombres.
Prometeo era inmortal, pero no era un dios del Olimpo2 . Per-
tenecía a la familia de los Titanes3 y mantenía con los hombres un
vínculo cercano. Los tenía en gran estima, y tal vez por eso decidió
favorecerlos.
Aquel día, tal como el dios le había indicado, Prometeo sacrifi-
có un magnífico toro. Después cosió dos grandes bolsas con la piel
del animal. En una guardó la carne y todas las partes comestibles y

1 Sustento: alimento, aquello que sirve para mantenerse vivo.


2 Olimpo: mansión en la cima de un monte muy alto, donde habitaban los dioses.
3 Titanes: seres divinos pertenecientes a una generación anterior a la de los dioses
del Olimpo, por quienes fueron derrotados.

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Prometeo y Pandora

en la otra reunió los huesos pelados. A esta segunda bolsa la cubrió


con una capa de grasa brillante y aromática, que la hacía mucho más
apetitosa que la otra.
Una vez hecho el reparto, Prometeo puso ambas bolsas sobre la
mesa de Zeus, para que este eligiera a su gusto.
El más poderoso de los dioses optó por la bolsa más atractiva.
Pero cuando deshizo el paquete y se encontró con el montón de hue-
sos pelados, miró a Prometeo con disgusto y exclamó:
—¿Crees que puedes engañarme a mí? Tu astucia4 la pagarán
los humanos.
Entonces, Zeus privó del fuego a los hombres y lo escondió en
el Olimpo.
Hasta ese momento, lo único que tenían que hacer los hombres
para conseguir fuego era tomarlo de algunos árboles en los que Zeus,
con su rayo, lo depositaba. A partir de aquel día, aquello se terminó.
El fuego desapareció de la Tierra. Los hombres ya no podían cocinar
la carne que les había tocado en el reparto gracias al ardid5 de su be-
nefactor Prometeo. Esto era una verdadera calamidad, pues ellos no
comían carne cruda como las bestias salvajes.
Prometeo, sin embargo, no estaba dispuesto a dejar las cosas
así. Tenía un espíritu rebelde. Ya había engañado a Zeus una vez, y
decidió hacerlo de nuevo. Con aire inocente, como quien pasea, se
presentó una tarde en el Olimpo. En la mano llevaba una rama de
hinojo, que es verde y húmeda por fuera, pero seca por dentro. Apro-
vechando una distracción de Zeus, Prometeo se acercó al lugar donde
estaba guardado el fuego y tomó una llamita que introdujo en su
rama. Con el fuego así escondido volvió a la Tierra para devolver a
los hombres lo que el dios les había quitado.

4 Astucia: habilidad para engañar y para convencer al otro de que haga lo que uno
quiere.
5 Ardid: acción engañosa que se hace para lograr algo.

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Nicolás Schuff

Esa noche, desde el Olimpo, Zeus descubrió con asombro que


las casas de los hombres estaban iluminadas y que el humo de la
carne dorándose al fuego se elevaba hacia el cielo. Entonces se dio
cuenta de que Prometeo había vuelto a engañarlo, y urdió6 un nuevo
escarmiento7. Esta vez decidió quitar a los hombres la posibilidad de
tomar el cereal que crecía libremente sobre la tierra.
A partir de ese día, para obtener trigo —y poder hacer pan—, los
hombres se vieron obligados a ocultar semillas en la tierra y hacerlas
germinar. Desde entonces, y para siempre, deberían arar, labrar, sem-
brar. Es decir, trabajar, sudar y cansarse para conseguir el alimento.
No satisfecho con eso, Zeus tramó un último castigo. Convocó
a Hefesto8 y le ordenó crear una hermosa joven con agua y arcilla.
Hefesto modeló una figura bellísima, que Atenea9 y Afrodita10
adornaron con joyas y magníficos vestidos. Hermes11, más tarde, le
insufló12 vida en el pecho y la dotó de una voz encantadora. Al mismo
tiempo, siempre por encargo de Zeus, puso en boca de la joven pala-
bras mentirosas y un corazón de leona —un corazón insaciable, siem-
pre en busca de nuevo alimento.
De esta manera, Zeus se vengaba de Prometeo con un truco pa-
recido al que Prometeo había usado al principio para engañarlo a él:
bajo la apariencia de algo deslumbrante e irresistible, Zeus ocultaba
otra cosa. A esta mujer tan hermosa y siempre descontenta la llamó
Pandora, y enseguida la envió a la Tierra.
Prometeo sabía que el dios se proponía castigarlo, y por las du-
das advirtió a su hermano Epimeteo:

6 Urdir: planear algo en contra de alguien.


7 Escarmiento: castigo.
8 Hefesto: dios que fabricaba las armas de los dioses en su fragua.
9 Atenea: diosa de la guerra, la sabiduría y las técnicas.
10 Afrodita: diosa del amor.
11 Hermes: dios mensajero; tenía sandalias aladas que le permitían surcar el aire.
12 Insuflar: soplar, llenar con aire.

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Prometeo y Pandora

—Presta mucha atención. Si los dioses alguna vez te hacen un


regalo, no lo aceptes por ningún motivo.
Pero cuando Pandora llamó a la puerta de Epimeteo, este no
pudo resistir su encanto. Olvidó por completo la advertencia de su
hermano. Se enamoró de la muchacha en un instante, la invitó a vivir
con él y poco después se casaron.

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Nicolás Schuff

El plan de Zeus estaba a punto de completarse.


En casa de Epimeteo había una sala con vasijas13 en las que se
guardaba vino, aceite y semillas. En una de aquellas vasijas, los dioses
habían encerrado todas las desgracias y sufrimientos que podían caer
sobre los hombres. Al casarse, Epimeteo advirtió a su mujer que ja-
más abriera aquel recipiente.
Desde luego, apenas estuvo sola en la casa, Pandora destapó la
vasija prohibida. En un instante, las enfermedades, la muerte, los
accidentes, el cansancio, el dolor y tantos otros males se esparcieron
sobre la Tierra. Estas desgracias, propagadas entre los hombres para
siempre, eran movedizas, invisibles e inaudibles, y por lo tanto im-
previsibles.
Cuando se dio cuenta de lo que había hecho, Pandora se apre-
suró a tapar la vasija, pero ya era tarde. En el fondo del recipiente solo
había quedado la esperanza.
Prometeo, mientras tanto, fue atrapado y castigado por Zeus.
El dios lo encadenó y lo ató a una piedra en la ladera de una monta-
ña. Cada día, un águila gigante bajaba a devorar su hígado. Como
Prometeo era inmortal, de noche su hígado se regeneraba. Y al día
siguiente el águila volvía a comérselo.
Fue Hércules14 quien liberó a Prometeo de este horrible supli-
cio15, algún tiempo después. Como su temible venganza estaba cum-
plida, Zeus lo dejó ir, con una condición. El titán debía llevar por
siempre un anillo con un trozo de la piedra a la que había estado
amarrado. De esa manera, Prometeo recordaría que no debía volver
a interferir con nuevos trucos en el orden del cosmos ideado por Zeus.

13 Vasija: recipiente de barro que se usa para contener alimentos.


14 Hércules: héroe hijo de Zeus y una mortal, la reina Alcmena; era famoso por su
increíble fuerza.
15 Suplicio: dolor muy fuerte.

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