La Libertad, Principio de Vida. Arens (Pág 216) PDF
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Reflexión
La libertad, principio de
la vida auténtica
Eduardo Arens
6 4 Citado por I. Lepp, op cit., 53. Sartre la entiende en un sentido determinista, y puesto
que para él no trasciende hacia Dios, desemboca en la nada, que es el final del hombre.
9 Es el más “inocente” de los apelativos para Jesús -mucho más que títulos como mesías,
hijo de Dios,y otros. Cf. F. Schneider, Jesus der Prophet, Friburgo/CH 1973. Entre los textos
8 evangélicos, vea especialmente Mc 6,4.15 y 11,32; QLc 9,8; además Lc 7,16.39; 13,33;
24,19; Mt 21,11.46.
como humano, y en las cenas compartidas que liberaban de los ta-
búes religiosos y sociales (compartía con pecadores, publicanos, fari-
seos), entre otros actos significativos de Jesús, y también en quiénes
admitió como discípulos, incluidas mujeres (Lc 8,2; 23,49; 24,10).
Esa libertad la aclaraba tácitamente en las disputas con fariseos y
maestros de la Ley. Es importante tener presente que el reino de Dios
previsto por Jesús no era de índole espiritual, ni era un reino celestial,
como todavía afirman algunos: se hace palpablemente presente y se
vive concretamente aquí y ahora por una conducta correspondiente
(su componente ético), como se afirma en la oración dominical: “ven-
ga tu reino; hágase tu voluntad en la tierra”. Y es que el reino de Dios
es un reino de personas libres y por eso se rigen por el amor. Cuando
los intérpretes de los textos han disociado el reino de la ética la convir-
tieron en “una utopía sentimental o en un legalismo represivo”10.
El Dios de Jesús lo es para los hombres, y lo es como un padre (‘abbá).
Si bien Jesús se refirió a Dios de ambas maneras, como padre y como
señor/rey, su conducta refleja a un dios padre. Por eso ponía en pri-
mer plano a las personas, especialmente las pobres, sufrientes y so-
cialmente marginadas, las económicamente explotadas, las víctimas
de las injusticias institucionales y del legalismo de los escribas y fari-
seos. Su “mandamiento” supremo no es obediencia sino amor, gratui-
dad, compasión. Y esto se puede vivir solamente si se es libre.
Por ser tan libre y predicar esa libertad, cuyo principio rector es el
amor irrestricto e incondicional, no la legislación, Jesús entró en con-
flicto con las autoridades que defendían su derecho a manejar la li-
bertad del pueblo. Y eventualmente fue condenado a morir en una
cruz (castigo para subversivos), como un “rey de los judíos”.
La libertad es, pues, un componente esencial del evangelio. Es el úni-
co marco que hace real el auténtico amor, mandato supremo que vi-
vió y recalcó Jesús. El auténtico amor, como la verdadera compasión,
sólo es posible si nace de las entrañas, desprendido de cualquier inte-
rés o miedo.
EL CAMINO DE LA LIBERTAD
Como para los filósofos de la época, también para Pablo de Tarso la
libertad era una realidad importante. Lo comprendió desde que se le
cayó el velo en su encuentro con el Señor camino a Damasco (2Cor
3,14). De hecho, es una realidad intrínseca a la naturaleza misma del
10 S. McKnight, A New Vision for Israel. The Teachings of Jesus in National Context, Grand
Rapids 1999, 111 (en general todo el cap. 3). 9
ser cristiano, como lo expuso especialmente en su carta a los Gála-
tas. Pablo estaba convencido de que, si se es verdaderamente “cris-
tiano”, se es libre, porque “ustedes han sido llamados a ser libres”
(5,13), y “Cristo nos ha liberado para que vivamos en libertad” (5,1)..
Es la libertad propia del Espíritu: “Donde hay espíritu del Señor, hay
libertad” (2Cor 3,17)”. La libertad de la que Pablo hablaba concreta-
mente lo era de la Ley, con todas sus implicaciones. “Dios envió a
nuestros corazones el Espíritu de su hijo, que clama: ¡abbá, Padre! Así
que ya no eres esclavo sino hijo, y si hijo también heredero por Dios”
(Gál 4,6s). Y esta filiación se adquiere por la fe en Cristo Jesús, es
decir, por la adhesión existencial a Él –no por la Ley–, por eso el cris-
tiano debe apuntar a poder decir como Pablo “ya no vivo yo, es Cristo
quien vive en mí” (Gál 2,20). Hasta aquí, en sintéticas palabras, el
pensamiento de Pablo al respecto.
El apóstol de los gentiles vio uno de los grandes problemas de la Igle-
sia en las corrientes judaizantes que querían imponer como condición
indispensable la sumisión a la Ley, es decir, la preservación íntegra de
la antigua alianza. Fue nada menos que el fariseo converso Saulo de
Tarso, antes fiel defensor de la Ley y por ello perseguidor de la Iglesia
(Gál 1,13s), quien defendió tercamente la libertad como elemento
esencial del evangelio11.
En su carta a los Gálatas san Pablo advirtió a aquellos cristianos que,
si aceptaban lo que los judaizantes presentaban como evangelio, que
exigía la sumisión a la Ley, entonces no vivirían según “la verdad del
evangelio” –que es precisamente la libertad que encarnó Jesucristo,
y que lo distingue de otros seudo-evangelios–. Más adelante les ad-
vierte que, en tal caso, “Cristo no les servirá para nada” (5,2), puesto
que, “si por la Ley viene la justificación, entonces Cristo murió en vano”
(2,21).
La libertad de la que hablamos no es de índole meramente espiritual,
al estilo de las filosofías epicúrea o estoica, sino que es de dimensión
social: “Revestidos de Cristo, ya no hay judío ni griego, no hay esclavo
ni libre, no hay varón ni hembra, pues todos son uno en Cristo Jesús”
(Gál 3,28). Esta libertad se manifiesta real en el amor mutuo, “pues
toda la Ley queda cumplida en una sola palabra, en aquello de ama-
rás a tu prójimo como a ti mismo” (Gál 5,14). Si bien Pablo se refería
12 12 E. Fromm, El miedo a la libertad, Ed. Paidós; data de 1941; H. Arendt, Los orígenes del
totalitarismo (parte 3a.), Ed. Alianza, original de 1968.
como si fueran sus esclavos y no permite resquicios de libertad. Teme
las ideas autónomas y no tolera comportamientos que no haya pre-
viamente aprobado.
Pero, ¿por qué da miedo la libertad? Básicamente porque confronta
con la responsabilidad de las opciones y acciones, y porque no pro-
porciona seguridades ni certezas. El miedo es a lo nuevo, lo distinto,
lo reversible e incierto. Vivir auténticamente la libertad implica admitir
la validez del pluralismo de opiniones y opciones; implica la posibili-
dad del error y el riesgo de la equivocación; implica la apertura al
diálogo, al ecumenismo y al relativismo cultural; implica admitir que
“la verdad” es pluriforme y no es objetiva, por eso el que tiene miedo
se protege con alguna forma de autoritarismo y se refugia en lo anti-
guo, lo tradicional, que le asegura seguridad y certeza. La libertad es
para personas maduras, para quienes están dispuestos a aceptar vi-
vir con la incertidumbre de un mundo por descubrir a través de un
pensamiento propio, es decir, que aceptan su vulnerabilidad.
En síntesis, el camino cristiano es el de la libertad, propia del reino de
Dios. Es aquel de la Buena nueva, vivida y encomendada por Jesús de
Nazaret, que como cristianos nos debemos comprometer a continuar.
Es el camino de la “existencia auténtica”. Este es un gran reto.
15
vea las encíclicas Aeterni patris de León XIII (filos.), y Sacrorum antistitum, de Pío X (teol.).
16 Existencia auténtica, 59 (énfasis mío).
derechos humanos. Poco o nada tiene que ver con la fe como relación
existencial con Jesucristo y su camino. Por eso, cuando el fundamen-
talista habla de Jesucristo, lo hace exclusivamente en clave de la cris-
tología tradicional, del Cristo divino que identifica como el Jesús histó-
rico pre-pascual; tiene pánico a que las conclusiones de la exégesis
crítica cambien su idea del Jesús de Nazaret histórico, y se escuda en
una suerte de exégesis “espiritual”. Es el caso con la reacción ante el
reciente libro de J.A. Pagola sobre Jesús17.
“El error fundamental del fundamentalismo, desde el punto de vista
religioso, consiste en tomar las mediaciones religiosas –verdades, ri-
tos, instituciones, indispensables para que el hombre, corporal, racio-
nal, histórico, pueda vivir la relación religiosa–, convertirlas en “obje-
to” de la relación religiosa y ponerlas en el lugar del Misterio (Dios),
absolutizándolas como si se confundieran con él. Esa absolutización
es la que genera el dogmatismo, el fanatismo, el clericalismo que acom-
pañan a todos los fundamentalismos”, nos advierte el estudioso del
fenómeno religioso, Juan Martín Velasco18. Habría que traer a la men-
te las críticas de los profetas de antaño a las idolatrías, y no menos las
críticas de Jesús a los fariseos por absolutizar ritos, instituciones, es-
tructuras, costumbres, símbolos, como si fueran Dios mismo, lo que
lo convierte en un acto de idolatría (!), y termina oprimiendo a las
personas: el sábado es más importante que el hombre. “Por eso
–concluye Velasco– el fundamentalismo religioso, más que una con-
secuencia necesaria de la vida religiosa, es un peligro que la acecha,
una tentación a la que está expuesta, capaz de pervertirla, acarrean-
do consigo, por la importancia de la vida religiosa para la persona y la
sociedad, la distorsión y la puesta en peligro del conjunto de la vida
humana”19.
Si algo no fue Jesús fue ser fundamentalista. Éstos están representa-
dos más bien por los escribas y fariseos. Por eso Jesús entraba en
conflicto con ellos. Uno de los fariseos famosos fue Saulo de Tarso,
que, más adelante, convertido, defenderá ardorosamente la libertad
de la Ley, especialmente en su carta a los Gálatas. Libertad y funda-
mentalismo son contrarios. Por lo expuesto, debe quedar claro que no
se puede ser cristiano y fundamentalista. Más allá de cualquier dis-
curso filosófico o teológico, es una contradicción en términos.
17 Jesús. Aproximación histórica. Ed. PPC, Madrid 2007 (8a. ed. 2009).
18 J.M. Velasco, “El fundamentalismo religioso desde la perspectiva de la fenomenología
21 La gnosis afirma que la salvación es inseparable del conocimiento (gnosis), por tanto
de doctrinas y sus aplicaciones, generalmente en una ética puritana y dualista. Para la gnosis
la fe es intelectual, no existencial; por tanto ve a Jesús primordialmente como maestro de
enseñanzas.
22 El término “seguir” (akolouthein) no sólo se empleaba en su sentido literal, sino tam-
bién metafórico para designar la identificación, devoción y apego a Jesucristo, como el estu-
diante con su maestro –los discípulos de los fariseos (Mc 2,18)–. Es el sentido en Mc 8,34,
que exige tomar en cuenta el contexto (v. 35-38): “Quien quiera venir en pos de mí, niéguese
a sí mismo, tome su cruz, y sígame. Pues, quien quiera poner a salvo su vida la perderá, pero
quien pierda su vida por mí y por el evangelio la pondrá a salvo”. Ser cristiano es seguir a
Jesucristo. Recordemos que “caminar” era una manera común de referirse a la conducta
18
asumida, y “el camino” (que se sigue) era una metáfora usada para designar al cristianismo
(Hch 9,2; 19,9.23; 22,4).
9,60ss). Y sólo quien es libre puede comprometerse con la causa del
reino de Dios como hizo Jesús.
En resumen, si somos verdaderos cristianos, somos seguidores de
Jesús de Nazaret; y si somos seguidores de Jesús, caminamos en sin-
tonía con su espíritu, que es de libertad o, dicho con san Pablo: “Si
vivimos por el Espíritu, entonces ¡caminemos por el Espíritu!” (Gál
5,25), lo que equivale a decir “¡caminemos por la senda de la liber-
tad!” porque, como escribió el apóstol, “donde está el espíritu del Se-
ñor, está la libertad” (2Cor 3,17).
19