Obra Ferrea PDF
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M a n u a l de I n q u i s i d o r e s
J.A.
FORTEA
i
Editorial Dos latidos
© Copyright José Antonio Fortea Cucurull
Todos los derechos reservados
fortea@gmail.com
ii
Versión para tablet
Versión 2
iii
Obra Férrea
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M a n u a l de I n q u i s i d o r e s
J.A.
FORTEA
iv
Índice
I parte
Orbe medieval
El arte celoso del buen inquirir 1
No debo ser yo 55
II parte
Orbe posible
La Mano que protege la Historia 75
III parte
Orbe venidero
Descripción del mundo 86
v
vi
I parte
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Orbe medieval
vii
El arte celoso del buen inquirir
1
nacionalsocialista; un mismo manual provechoso tanto para
Calvino como para Torquemada.
1
De la vanidad.
2
diversidades que hacen la delicia de los zoólogos de los sistemas
como nosotros.
3
Mientras calentaba mis manos frías con este tiempo de enero,
decidí tirar al fuego varios folios llenos de anotaciones que
desplegaban ante el lector futuro los prolegómenos de mi labor
como guardián. No tenía sentido perder tiempo en explicar esos
fundamentos de la materia que se iba a tratar, era mejor entrar de
lleno, abruptamente, porque esto, lo repito, tiene más de arte que
de otra cosa.
4
favor. Tan estimados por ellos, como temidos. Tan despreciados
como necesarios. No quieren ensuciarse las manos, por eso ellos
mismos nos recubren, si no con las más bellas vestiduras como
acostumbraban los monarcas persas, sí con todos los honores,
privilegios y asientos preferentes.
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encuentra cara a cara con un hábil disidente que es un ágil David y
un fuerte Goliat al mismo tiempo. Entonces, sólo entonces, uno
acerca la vela al legajo para leer con delectación: comienza una
lucha verdaderamente singular.
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debe exigir etiqueta a los cazadores que le rodean. Todo esto tiene
una función social. La vestimenta, las reglas, el procedimiento...
Los inquisidores de casta como tú y como yo debemos deleitarnos
en todo ello.
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escribiendo libros sobre nosotros durante siglos. Pero ese escenario
no se dará. Es la raza humana la que engendra de forma espontánea
inquisidores. Cambiarán las vestiduras, las reglas, los esquemas de
verdad, pero nuestra raza pervivirá más allá de los reinos en los que
nos movemos.
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9
Guardando lo que debe ser guardado
En mi manual he dedicado un capítulo entero a la ortodoxia.
Un capítulo largo, denso, intrincado, coherente, no exento de
belleza, la belleza de los silogismos. La ortodoxia siempre es una,
por definición. La heterodoxia siempre puede ser variada. Si la
heterodoxia se convierte en una, entonces se transforma en la
ortodoxia de la heterodoxia. Y en ese caso la heterodoxia más
respetable generará heterodoxias menores, que parecerán heréticas
para el común de los herejes.
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fértiles (pero venenosas) que pueden formar conglomerados. No,
de ninguna manera me voy a internar en mis folios en ese laberinto
geométrico y endiablado. Así que, tras simplemente haber hecho
mención del asunto con la decena de páginas de ese capítulo inicial,
pasaré a centrarme en el mismo arte del oficio inquisitorial, que es
lo mío.
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comprensión fáctica de que no somos ángeles. Hasta el mismo
concepto de república de ángeles es una quimera, porque
abandonado este tema, como cualquier otro tema, a la libre
discusión no nos pondríamos de acuerdo ni en la definición de lo
que es un ángel. Y aun puede que ni en la definición de república.
Cuanto menos en el esbozo de los trazos esenciales de esa civitas
angelimanorum.
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pragmáticos. Apuntalamos el orden, lo reforzamos, vigilamos sus
contrafuertes. Sin nuestra inspección los más fuertes contrafuertes
acabarían desgastados y roídos. Hasta los pilares roqueños de diez
metros de anchura pueden acabar extenuados. Los siglos pueden
mucho. Nuestra institución siempre piensa a largo plazo. Los más
gruesos pilares intelectuales son de piedra por fuera, pero hay
cascote por dentro. Ocultan cascote. A veces hasta adobe. Hay que
inspeccionar. Pero aunque sean macizos de piedra, aunque fueran
monolíticos, el desgaste puede llegar a ser brutal. Las fuerzas y
presiones laterales u oblicuas acaban por resultar incontenibles.
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sin duda, el libre albedrío. ¡El dichoso libre arbitrio!, que tiene
conmocionados los anales de la Historia, que tiene embarulladas
todas las bibliotecas que en el mundo han sido. Embarulladas de
revolución y desorden, de intrigas y levantamientos, de conjuras y
más conjuras. ¿Quién pudiera haber implantado un único orden
inquisitorial universal que, desde el principio, hubiera podido
ahorrar a las generaciones sus conmociones? Hubiera habido que
pagar un pequeño precio de dolor, pero la ganancia de paz
resultante hubiera sido muy superior. El libre albedrío. Siempre el
libre albedrío. ¿Lo ideal hubiera sido la carencia de libre albedrío?
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inducciones para tratar de descubrirme. Y al final, si me place, tal
vez tenga a bien decir a qué fe o a qué falta de fe pertenezco. Pero
el manual debe ser aséptico, y hasta esta carta la escribo ya bajo
esas premisas; ya me contarás que te parece. Me imagino que algún
lector de esa misiva al leer lo que he escrito sobre la utopía deducirá
o inducirá que pertenecemos a una inquisición política. Déjale que
piense lo que quiera. No sabe que toda heterodoxia ansía su propia
utopía. Toda heterodoxia fabrica su propio estado ideal de cosas.
No, el lector seguirá sin saber por mis palabras, si soy inquisidor
de la fe o de la falta de fe.
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cautelas. Obra con potencia. Se te ha conferido un poder, ejercítalo.
El tema con el que te vas a tener que enfrentar en pocos días es de
envergadura, pero recuerda que el león no retrocede ante nadie.
II. Método del culpable que quiere hacerse el inocente, aparentando falsamente
ser culpable.
III. Signos inequívocos y los equívocos del inocente aturrullado que parece ser
culpable de todo y que al final nos embrolla a todos.
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ser víctima de quien conoce su arte. El chapuzas y el maestro
consumado aparentemente hacen lo mismo: te ejecutan o te
encarcelan o te condenan al ostracismo, pero hay una clase, un
saber hacer, que hasta la víctima lo siente y percibe; quizá nunca
sea más propiamente dicho esto de que lo siente.
La pena del ostracismo puede parecer poca cosa, pero el
inquisidor sutil ha de saber usar de castigos sutiles. El juez-
inquisidor que sólo sabe imponer grandes penas es como un herrero
que sólo sabe usar la maza gruesa. Bien sabes como los mejores
barberos cuando han de practicar una operación, usan las navajas
más afiladas para practicar los cortes más pequeños. La pericia en
nuestro oficio consiste precisamente en eso: en practicar la menor
incisión posible.
El ostracismo4 puede ser, y de hecho lo es, tan útil como la
maza cruel. La sutileza puede ser más cruel que la misma
brutalidad. El inquisidor ha de ser un Hitchcock. El chapuzas, el
manazas, tortura, sentencia grandes penas y se comporta de un
modo histriónico. Este modo de actuar es propio del magistrado
inseguro. El maestro consumado no necesita de ampulosos gestos,
de palabras pretenciosas, de pomposos discursos, por el contrario
todo en él es mesura. Hay una diferencia radical entre el chulo de
pueblo y fray Bernardo de Gui.
Amedrentar con la sombra de la presencia, sin llegar a
castigar. Cuando cada mañana me levanto, me visto y desayuno, ya
entonces estoy cumpliendo mi función, pues mi mera existencia ya
ejerce su función sobre la sociedad.
El joven y bisoño vigilante de la ortodoxia grita. Ya por el
tono de voz, el acusado cala si su juez es buen conocedor del oficio.
Son los silencios del inquisidor los que más deben interrogar. El
4
Ostracismo (del griego ostrakon): una definición de esta palabra podría ser el destierro político o la
exclusión voluntaria o forzosa de los oficios públicos. El señor secretario del inquisidor me ha facilitado
esta pequeña anotación para la segunda edición después de que reparara en varios que creían que esta
condena al ostracismo consistía en la condena a comer muchas ostras y otros mariscos, determinados días
a la semana (especialmente los de vigilia).
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inquisidor debe torturar más con su presencia que con sus manos.
Aunque bien es sabido que él no debe mancharse las manos. Su
tortura es verbal, la tortura manual se deja a manos de otro. El
interrogador debe evitar la tentación de tratar de tocar la gaita a
cuatro manos. Uno es el músico, otro el señor del músico. El
arquitecto jamás pone un ladrillo, el capitán de una galera jamás
boga con un remo.
En un interrogatorio, un gesto de la ceja del inquisidor, un
hondo suspiro, una mirada cansada a un oficial puede ser para el
interrogado mucho más efectivo que la aplicación de todos los
instrumentos. Porque en un gesto pueden contenidos todos los
temores de la víctima hacia lo que va a suceder, hacia un nuevo
procedimiento que se inicia. Todos los temores del interrogado se
ponen en marcha. Y los temores suelen ir más allá de la realidad.
Somos los señores del miedo, dosificamos el miedo. El miedo
guarda la viña. El miedo inquisitorial guarda la viña intelectual.
Recuérdalo, la voz suave, los gestos mesurados, son ya la
amenaza cierta de que se conoce el oficio. Por el contrario si la
víctima es de verdadera altura moral o intelectual, es consciente de
que cuando el inquisidor grita y enrojece su faz, ya ha sido
derrotado, ya ha perdido la paciencia. A veces el inquisidor pierde
antes el dominio de sí que el interrogado. La paciencia del
perseguido se refuerza justo en la misma medida en que el
interrogador la va perdiendo. Es entonces cuando el inquisidor
quiere recurrir al tormento; la última salida, el último recurso.
Cuando los dos pensamientos se han enfrentado y el baluarte
del interrogado se mantiene invicto, se trata de asaltar esos muros
con el recurso al dolor. El dolor lo provoca hasta el barbero al
arrancar una muela agusanada. Los guardianes del pensamiento no
somos barberos.
Es en esa derrota del interrogatorio, cuando, al menos, el
inquisidor vencido se siente resarcido entonces al oir los gritos de
la víctima. Pero sólo es dolor. Los gritos del que le maldice. El
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baluarte sigue intacto, invicto. Sólo es el ocaso de la dignidad.
¿Pero de la dignidad de quién? El inquisidor-barbero, el inquisidor-
picapedrero, se marchará a casa con la vaga sensación de, al final,
haber vencido. ¿Pero sobre quién? ¿Sobre su propia dignidad? Si
el orden del reino se mantuviera únicamente a base de inquisidores-
picapedreros no se podría sostener esa arquitectura de la fuerza por
demasiado tiempo. Los anales de la historia nos lo advierten.
Menos mal que conforme ascendemos en la pirámide
jerárquica, la cantidad se estrecha en pos de la calidad. Es decir,
que por encima de los inquisidores de baja estofa, están los
inquisidores de casta. Los grandes inquisidores que infunden
miedo hasta a los inquisidores inferiores. Son los de arriba los que
mantienen el sistema moviendo las fichas de abajo sobre el tablero.
Claro está que estas elucubraciones sobre el sistema son
teóricas. El mundo ideal no siempre tiene que coincidir con el real.
Normalmente la realidad tiene una tan incómoda como
perseverante tendencia a interferir en nuestros bellos esquemas.
Condenada realidad. Si pudiéramos llevarla a proceso y emitir una
sentencia definitiva sobre ella de una vez para siempre. Pero en
realidad, para eso estamos: para juzgar dentro del mundo real, a
personas reales. Nuestras penas son tangibles como ese mundo real
en el que nos movemos. Aquí estamos, hemos surgido, nuestra
estirpe ha surgido, para tratar de hacer que la realidad se ajuste a
ese magnífico y límpido orden teórico.
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que se presenta vestido el que va a juzgar, todo esto te adelanta
mucho la tarea. Parecen detalles nimios, pero no lo son. Las
grandes batallas, con cierta frecuencia, se pierden por detalles
nimios. No siempre. A veces el número desborda. Pero no en
nuestro caso. La confrontación entre el inquisidor y el acusado es
siempre una batalla entre dos voluntades.
No se puede ejercer este arte en una taberna, en un pajar o en
un campo de margaritas bajo el alegre sol. Un inquisidor no puede
ir disfrazado de espantapájaros, de bufón o de músico. ¿Te
imaginas, sobrino, a un músico inquisidor? Pero, por otro lado,
también hay que huir del exceso, el exceso denota inseguridad.
Recuerda, sobriedad ante todo. Pero al mismo tiempo tu atuendo
ha de dejar bien a las claras quién es quién allí en la sala. Dicho de
otro modo, el inquisidor no puede presentarse de cualquier manera.
Pero tampoco ha de dar la impresión de que trata de
autorreafirmarse por vía de sastrería. ¡Qué fácil, qué sencillo, es
caer en los extremos! Qué escurridizo aparece el término medio.
La apariencia... La apariencia del Derecho resulta esencial. La
apariencia descuidada del representante de la Ley, refleja una Ley
débil.
Hay colegas míos con cara falsamente amable. Otros ya
llegan como enfadados. El gesto amigable o no, no importa tanto.
Al proceso no se viene a hacer amigos. Mucho menos a sentar
cátedra de gracioso. El interrogador detrás de su sonrisa conviene
que muestre una punta, un ápice de fanatismo, de inhumanidad. Ya
conoces el dicho la mujer del César no sólo debe ser casta..., pues
se podría decir que el inquisidor no sólo debe ser inhumano, sino
que además debe parecerlo. Esto último como es lógico es una
exageración pedagógica y no debe ser tomado a la letra.
Cierto que ya sé que las cosas distan mucho de ser tan ideales
como se presentan en un manual. Ya sé que al final se hace lo que
se puede. Pero lo que yo trato de reflejar aquí no es la realidad, sino
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al inquisidor perfecto, al inquisidor modelo, al prototipo de gran
servidor del orden intelectual de las cosas, al arquetipo de
investigador y supervisor de las conciencias ajenas. Creo que más
que darte consejos no he hecho más que describirte al santo patrón
ideal de todos los inquisidores de todas las inquisiciones. Y antes
de acabar de describirte a ese patrón me he perdido en mil
cuestiones tratando de construir un comienzo, un prólogo, para una
Summa Inquisitionis Artis –en ese momento, para descansar su
cuello, el inquisidor irguió su cabeza y miró hacia la ventana que
tenía a su lado.
21
Hay, como se ve, una pena interior y después otra exterior.
Todo esto es símbolo del humo del abismo que primero asfixia la
vida y posteriormente convierte en brasa incluso el mismo cuerpo.
Porque el error primero echa sus nefandas raíces en el interior, y
después esas pestíferas raíces muestran sus frutos en el exterior.
Claro que en toda esa concepción cristiana reside una indudable
consolación: la de la otra vida. Terrible, pero esperanzada. El
inquisidor que sea firme creyente en el materialismo científico está
convencido de conducir hacia la Nada a su adversario político.
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El inquisidor desde la ventana de la atalaya, siguió mirando a
la afluencia de curiosos. Por la lejanía, por la debilidad de sus ojos
ya no jóvenes, y, sobre todo, por la hora tardía del día, no distinguía
sus rostros, pero podía intuir sus gestos entre horrorizados y
curiosos. El horror naturalmente les hubiera hecho retirarse
asqueados de ese auto, pero la curiosidad les mantenía clavados
ahí, morbosos, haciendo algún comentario de vez en cuando, sin
apartar la vista, hipnotizados por el acto de justa higiene social. El
humo de la leña verde sube formando una fea humareda que no
deja ver ni la colina con la gran torre del homenaje ni las barriadas
exteriores de la población.
23
me precedió en este cargo y que portó el gran collar que ahora
cuelga sobre mis hombros.
24
He dicho opresión y no ha sido esto un lapsus calami, no, no
estoy tirando piedras sobre mi propio tejado, me reafirmo en la
palabra: opresión. Y lo hago porque nosotros, los guardianes de la
verdad y el orden, tenemos la altísima misión de oprimir el error,
aun cuando ese error esté inextricablemente unido a una persona.
Quemamos el error, nosotros -insisto- lo único que quemamos es
el error. Si la persona persiste contumaz en no desencadenarse de
ese error que va a ser incinerado, nosotros no somos culpables. Es
la persona la que se aferra al objeto de nuestro anatema.
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El rumbo de las embarcaciones
Al comienzo de la tarde tenía varios interrogatorios privados.
A mitad de la tarde, debía concluir dos causas. Pero la mañana la
había reservado para su amado libro. El inquisidor se había pasado
toda la mañana trabajando en su manual. La última cuestión en la
que desembocaban sus disquisiciones era acerca de los conflictos
de autoridad. Las autoridades a veces colisionaban. El ego de dos
capitanes podía lanzar dos grandes embarcaciones la una
directamente rumbo a la otra.
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los conoce es que la notre indulgente societé no se ha implantado
todavía de un modo adecuado.
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en astrofísica un evento singular. Esto es, un astro ante el que las
leyes newtonianas del resto del universo no rigen en toda su
plenitud y universalidad sino que hacen excepción.
Y cuando digo rey entiéndase que hablo de un monarca de
iure o de facto. Cuando el poder se concentra en una persona hasta
el punto de que se transforma de hecho en garante y fundamento
del orden, eso implica que es intangible y no apto para ser
enjuiciado. Esto es así tanto si se trata de un Estado de derechas o
de izquierdas, tecnocrático o regido por visionarios, tanto si se trata
de un reino medieval como de una república del siglo XXV. El
poder se tiende a concentrar bajo los mismos procesos y de igual
manera en un Estado reaccionario y tradicional, como en una
república revolucionaria. En eso no hay diferencias entre el imperio
de los césares, el fugaz imperio de las águilas francesas de las
legiones de la Grande Armeé, y un régimen bananero o una ciudad
de 10.000 habitantes en la república de Turkmenistán donde el jefe
del partido ejerce plenos poderes. Los bípedos implumes tienden a
repetir los mismos patrones de conducta en todos los climas y en
todos los terrenos.
Cuando una persona se convierte en fuente y guardián del
Derecho, esa persona está por encima de la Ley. Y el inquisidor
debe ser consciente de esto, salvo que quiera inmolarse. Uno
siempre es libre para inmolarse en la comprobación, a costa de su
propio cuello, de lo bien que funcionan las duras leyes de la
realidad. Pululamos alrededor del trono, pero nunca llegamos a
tocar el trono. Lo miramos fijamente, pero no sale una palabra de
nuestra boca. Ésa es la ley no escrita que rige entre nosotros. Si
juzgáramos a los monarcas, antes o después, seríamos juzgados
nosotros. Para evitar eso no los tocamos. Ellos, incluso, pueden
caer. Nosotros les sobrevivimos. Nuestras humildes personas
sobreviven a sus dinastías.
El inquisidor juzga a todos y no es juzgado por nadie, esa es
la ley. Pero la excepción existe, estamos obligados a admitirla.
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Siglos de Historia avalan la admisión de la excepción. Lamento
tener que hacer este reconocimiento de los propios límites, pero las
cosas son como son, hasta para nosotros. La lucha y enfrentamiento
entre un rey y su máximo inquisidor se saldará siempre con la
derrota del inquisidor. Repasa la Historia y te darás cuenta de la
verdad de mis palabras. Muy pocas veces el inquisidor del rey ha
vencido a su monarca.
Además, las poquísimas veces en que eso ha acaecido, los
ojos del Pueblo no han contemplado la sustitución de un rey por
otro, sino que el mismo inquisidor ha ocupado en el tablero la
casilla del rey. En esos raros casos, el reino se transforma en una
teocracia, o el Partido asume el poder ejecutivo, o los ideólogos
copan las cúspides de cada uno de los ministerios y el vértice de
cada uno de los departamentos de la burocracia. Pero este cambio
de guardia siempre resulta perjudicial para nosotros. Porque si
nosotros bajamos a la arena, si nosotros nos ponemos a jugar sobre
el campo, si ya no somos espectadores de los movimientos del
tablero, entonces dejamos de ser los vigilantes que están en el
tablero sin ser del tablero. El resultado sería que nos transformamos
en unas fichas más, en unos elementos más del sistema de fuerzas.
Eso siempre es un error. Nuestra fuerza precisamente radica en ser
los que miran desde lo alto de las torres neutrales de nuestras
atalayas intelectuales. No podemos descender al tablero. Juzgamos
a todas las fichas pero no entramos en ninguna jugada. Estamos por
encima de las jugadas, por encima de los bandos, nunca hay que
entrar en el sistema de fuerzas, sino vigilar el entero sistema. Por
supuesto que ésta es la regla general. Al que nos agreda, hay que
dejarle claro que eso nunca sale gratis. Si no mueves nunca los
resortes del poder, cuando lo haces, estos se mueven con la
facilidad que otorga el hecho excepcional.
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mucho, entonces dispersas tus fuerzas inquisitoriales. La fuerza
coercitiva y la presión del temor se aplican mucho mejor sobre
poco campo que sobre mucho. El inquisidor que mucho abarca,
poco aprieta. Recuerda que el arte de prohibir asegura en gran
medida el éxito en el arte de reprimir. Cuanto uno es más ducho en
el arte de prohibir, menos necesario se hace el arte de la represión.
Y recuerda, no es lo mismo contener que reprimir, ni coartar
lo mismo que constreñir, no es lo mismo mantener el silencio que
hacer callar. No olvides tampoco que el discurso oficial siempre
genera un contradiscurso extraoficial. Esto es ley de vida. No
entender las leyes de la vida provoca que haya supervisores de la
ortodoxia que siempre están criando mala sangre. Pero ni un
inquisidor puede evitar que la ley de la vida siga su curso. Hay que
aceptar las cosas con una cierta indiferencia. Con la indiferencia
del que está por encima de los pequeños avatares inherentes a esa
debilidad humana que tan bien conocemos.
Otro peligro a evitar es que tampoco podemos caer en la
frecuente vanidad de pensar que nuestra figura será recordada con
admiración por lustros, decenios y aun generaciones. La ortodoxia
y la heterodoxia intercambian sus papeles a lo largo del trascurso
histórico. La vieja ortodoxia puede convertirse en la heterodoxia de
esa misma recta doctrina evolucionada. Pensamos que nuestro
monolito seguirá siendo monolítico por siglos sin fin. Vana
pretensión. Pero aunque nosotros sepamos (nadie mejor que
nosotros) que es vana esa pretensión, perseguiremos toda
evolución. Porque la evolución es la peste de cualquier ortodoxia.
Evolución que la puede hacer lánguidamente tolerante por
decadencia. Podemos estar custodiando esa ortodoxia, mientras
ella comienza a languidecer en nuestros odres, a languidecer de
benignidad. Y cuando menos nos lo esperáramos, la ortodoxia
podría traicionar a sus inquisidores.
A veces en los odres esa doctrina no languidece de
benignidad, sino todo lo contrario: comienza a fermentar de furor.
30
Y una nueva ortodoxia todavía más rígida y férrea puede barrer a
los inquisidores. Los inquisidores de mañana nos pueden
considerar culpables por nuestra benevolencia. Son tantas las
variantes y ejemplos que nos ofreció la evolución de los guardianes
de la Revolución Francesa, o la sustitución de las SA de Rohm por
las SS de Himmler, que sobre los odres de la ortodoxia y los
custodios de esos odres hablaré largamente en una sección entera
de mi futura obra.
31
El bufón huirá (son ligeros como gamos), mientras el censor
le persigue emitiendo norma tras norma. No es una huida de ciudad.
Es una huida en el obrar. El censor en esta carrera va por detrás. El
inquisidor va por delante. No necesita imponer normas. Su norma
es el miedo. Unos cuantos castigos ejemplares y los bufones ya han
desaparecido. Es lógico, nadie hace bromas en medio de una
tragedia. En una confrontación brutal entre la tragedia y la
comedia, tiene todas las de ganar la tragedia. Cuando se enfrentan
la risa y el Poder, el Poder tiene medios para helar la risa. Cuando
ganan los cómicos es que el Poder ya está debilitado, el león ya está
herido. Si el león aparece rampante, si el Leviatán aparece en todo
su esplendor, entonces no hay nada que acabe de modo más tajante
con la risa que el que el público vea que se ha dejado a su payaso
en silla de ruedas, o babeando en un hospital psiquiátrico. Los
ciegos tampoco hacen reír mucho. Como ves, no es una cuestión
de normas.
Sé que esto es duro. No lo dudo. Puedo dudar de todo, pero
no puedo dudar de la dureza de nuestros métodos. Yo creo que ésa
es la esencia de cualquier inquisición: la pureza de aquello que
preservamos es merecedora de que usemos cualquier medio para
su salvaguarda. Ésa y no otra es la sustancia de la que está hecha
cualquier tipo de inquisición. El fin es tan sublime que cualquier
medio queda justificado, tal es la médula de nuestra institución.
32
muestra gris rodeado de una nube de temor. No debería esforzarme
tanto en hacer comprender lo que resulta tan palpable.
Solo hay que ver los retratos de Martín Lutero para
apercibirse de que es un glotón, un bebedor, un beodo lujurioso, un
soberbio, un indecente inicuo, un secuaz del Maligno, un
parlanchín aspirante a profeta, un vidente de su propia iniquidad y
un adicto al Mal, en definitiva. Sólo hay que contemplar el rostro
de aquellos a quienes perseguimos para comprender que tenemos
razón. Tienen la culpa escrita en el rostro, en cada una de sus
facciones. Bastaría con mirar sus rostros para ahorrarnos la tediosa
fatiga de un juicio.
Algún día no descarto que podamos llegar a simplificar el
sistema y nos ahorremos innumerables procedimientos previos
juzgando a la gente por el rostro. Pero no les daremos el placer de
aparecer como paladines del capricho. Usaremos de momento las
armas del Derecho. Tendremos que ser ecuánimes. Estamos en la
obligación de serlo; al menos nosotros. Pero, por este medio legal
o por otros, acabaremos con todos los nuevos cátaros que sigue
vomitando la Historia. Cátaro en griego significa puro. Ellos son
los puros, los inmaculados, los no contaminados. ¿Entonces qué
somos nosotros?, le pregunté a uno. No esperaba respuesta. Pero se
esforzó en dármela.
33
—Bien -repuso aquella mujer supuestamente letrada-,
primero deberíamos determinar quien es hostil a quien.
—Determine lo que quiera –concluí-, pero yo tengo la
hoguera.
Sí, ella tenía su doctrina, yo la mía. La diferencia entre ella y
yo era que yo tenía la hoguera.
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La intranquilidad, la falta de paz, el insomnio, acaban con el
celador de la rectitud intelectual. Más de uno ha visto su brillante
porvenir truncado, teniendo que poner punto final a su trabajo y
dedicarse al descanso y al infructífero y vano intento de recobrar la
paz perdida.
Infructífero, porque una vez que la hoguera del
remordimiento prende en lo más profundo de la mente del
inquisidor, ya no se apaga nunca. Es un fuego que dura años.
Resulta lógico, pues un inquisidor acumula demasiadas astillas,
hojarasca y zarzas secas en el interior de su subconsciente. Todo
eso amontonado, prensado y húmedo proporciona suficiente
material para toda una vida de remordimiento. Eso sin contar con
todas las fermentaciones que ocurren en el seno más profundo de
ese montón de hojas, tallos y plantas corrompiéndose, pero
húmedas. Humedad que produce mucho humo que hace llorar, que
ahoga y que retrasa la combustión de esa hoguera interior. Como
te he dicho, no pocos colegas abandonan tras unos años de
ejercicio. Abandonan el oficio, aunque tendrán dentro de sus
espíritus la inquisición con todas sus puntas, filos y potros. Resulta
difícil escapar cuando algo está dentro de ti.
La compasión, por tanto, en nosotros es el peor pecado, la
peor lujuria con la que puede tontear el pensamiento de los que
hemos recibido esta misión. La piedad no puede ser ni mucha ni
poca, simplemente no debe existir. Es la única virtud que para los
nuestros es vicio. Para desarraigar tal vicio (antes de que aparezca)
recuerda las palabras de Ricardo III:
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Aunque eso no lo es todo. Evidentemente eso no basta, hace falta
tener madera. Shakespeare la hubiera tenido. Juan XXIII, no. Pío
XII, sí; ése pontífice tenía una madera magnífica, de primera
calidad.
Quizá te parezca que este ex cursus, esta sonrisa en tu tío, es
una salida de tono, que está fuera de lugar en una misiva como la
presente que trata asuntos de naturaleza tan seria y severa. De
ninguna manera. Debemos tener sentido del humor. Estamos
obligados a ello. Si no lo tienes, la úlcera te comerá. Debemos
nosotros provocar úlceras, no inflingírnoslas.
Constituimos una maquinaria férrea que precisa cantidades
mínimas de aceite. El aceite de la autoironía, aun poco en cantidad,
resulta muy valioso. No prives al engranaje de ese lubricante. Ese
aceite y otras grasas más espesas son necesarios para evitar la
fricción. Eso sí, ese aceite debe circular por el circuito interno. Por
eso el amigo de un inquisidor conviene que sea otro inquisidor, o
al menos un colaborador estrecho. Pues la intimidad acaba con el
temor. El respeto de lejos es mayor. De cerca no hay grandes
hombres. Fuera de casa serás el inquisidor, dentro de tu hogar
siempre serás el hombre. Por eso que tu amigo sea tu colega y
camarada.
Para acabar la carta quiero hacer hincapié una vez más, tal
como en privado te he comentado muchas veces, que el buen juez
está liberado de la tiranía de la prueba. Sé que antes he hablado de
unas reglas del juego. Pero la primera regla de este juego es que
nosotros nunca perdemos. No te rompas demasiado la cabeza con
las reglas de este juego, puesto que, al fin y al cabo, lo hemos
creado nosotros. Nos movemos en el campo jurídico como los
peces se mueven en el agua. Pero el salmón no tiene demasiados
remordimientos si, de tanto en tanto, hay que dar alguna vez un
magistral salto en el aire. No es el salto sino los escrúpulos los que
crean quebraderos cabeza al inquisidor bisoño. El peso de los
escrúpulos no deja saltar al salmón. Gran error, aunque excusable
36
cuando se comienza. Nos atenemos a la ley, la aplicamos,
sentenciamos según la ley. Pero al fin y al cabo, la ideología nunca
está al servicio de la ley. La ideología crea leyes, no al revés.
La Ley, el Poder, la ideología, el factor humano esos son los
cuatro elementos químicos con los que siempre estará en contacto
todo alquimista inquisitorial de cualquier época. Son los cuatro
elementos básicos con los que posteriormente se construye todo.
Son su tierra-fuego-aire-agua. Y aunque el inquisidor es el celador
de la ideología, no precisará de mucho tiempo para percatarse de la
importancia de los otros dos factores. Y aunque el vulgo siempre
identifica el Poder con la rectitud ideológica, el inquisidor más que
nadie sabe cuáles son las diferencias entre ambos. Unas veces la
ideología crea al Poder, otras el Poder genera una ideología. Pero
siempre el Poder se va apartando de la ideología. Es ley de vida.
El Poder siempre se desarrolla bajo los mismos procesos.
Funciona como una maquinaria, pero se desarrolla de un modo
biológico. Eso sí, está sujeto a unas pocas, poquísimas, leyes que
se cumplen siempre, como si de leyes de la Física se tratara. Los
inquisidores de todos los regímenes procedemos del campo
universitario o ámbitos equivalentes, somos intelectuales. El Poder
casi nunca. No importa que los que ejercen el Poder hayan
estudiado una carrera, en seguida se dedicaron a otra carrera, la
carrera del Poder. El Poder nunca se consigue en el seno de una
universidad. El ejercicio de la docencia es un lugar pésimo para
lograr cualquier objetivo que esté fuera del mundo de los libros.
Por eso en mi manual habré de dedicar una sección a tratar de
explicar el funcionamiento de la maquinaria del Poder, aunque
cada Poder tiene su propia maquinaria. No infrecuentemente, los
inquisidores desconocen los vericuetos del Poder más de lo que
pueden sospechar.
La maquinaria y la biología del Poder, las leyes físicas del
ejercicio de la autoridad sobre un Estado, he aquí una tarea que
37
necesita una vida de experiencia para después poder ser acometida
en una obra como la mía.
La experiencia... me encantaría departir contigo sobre todo
esto cuando tengas sesenta años. Pero para cuando hayas leído y
releído los más interesantes capítulos del libro de tu vida, yo ya
habré sobrepasado el epílogo de mi obra. El libro de la vida se habrá
cerrado para mí. Quizá no se cierre, quizá caeré inmóvil sobre las
páginas, con mi índice exánime señalando un texto concreto.
El Tiempo es el único al que no puede apresar el celo de los
inquisidores. Al menos, podemos interrogarlo. Indudablemente si
pudiéramos apresarlo lo condenaríamos a cadena perpetua. Lo cual
iría contra nuestra ideología. Ninguna cárcel episcopal podría
admitir a perpetuidad aquello que, según nuestro sistema lógico,
debe y tiene que pasar. Nuestro fracaso en apresar al Tiempo es el
triunfo de nuestra ideología.
En esto hay una gran diferencia entre el inquisidor cristiano y
el anticristiano. Para el inquisidor clérigo, si el libro de la vida no
se cerrara, el Libro de la Vida no se abriría. Mientras que el
inquisidor anticristiano está completamente seguro de que cada
libro de la vida que se cierra no se volverá a abrir. Ese tipo de
inquisidor cierra aquí el libro de la vida de sus reos, en vista a ese
orden superior que todavía no ha llegado pero del que ya estamos
más cerca, del que deberíamos estar más cerca. Pero él sabe que
para su reo la utopía ha acabado, que para ese reo el paraíso en la
tierra se ha acabado. El inquisidor laico trabaja para un Mañana, a
sabiendas de que está quitando el mañana a sus condenados.
Pero, mientras me sigo ocupando de estas elucubraciones, el
tiempo pasa. El tiempo se convierte para mí en una especie de
sentencia lenta. Entretanto, mi dedo dicta sentencia y mi dedo
escribe el manual universal. En el estrado señalo al convicto, en
mis capítulos señalo a todos los convictos venideros. Mis capítulos,
mis artículos, mis secciones, mis apartados, mis puntos...
Formidable intento el de trazar una arquitectura perfecta del error.
38
El anciano levantó la vista para descansar sus ojos. Levantó
su canosa cabeza, miró al techo: vigas. Las vigas sostienen el techo.
Siempre hay una estructura que sostiene todo, pensó. Siempre hay
alguien que silenciosamente carga sobre sí el peso de que el sistema
siga en pie. A veces la carga es cruel, como cruel es el esfuerzo por
mantener a los elementos en su sitio. La viga ejerce su función a
través de la cal y la madera superior. Nosotros ejercemos nuestra
función por medios atroces. Pero precisamente cuanta mayor es la
atrocidad, menos necesidad hay que causar sufrimiento.
39
Ah, una cosa más. También se suele decir de nosotros cosas
tales como que el inquisidor es un reaccionario en estado puro.
Error, el inquisidor puede ser un innovador. En un neoestado en
fase revolucionaria, el inquisidor será el innovador frente a los
conservadores.
En otros casos, incluso puede ser un científico en busca de
su utopía social, puede ser un iluminado, puede ser un frío
calculador de la política que no cree en nada más que en sí mismo,
o por el contrario puede ser el dirigente de una minoría que quiere
preservar la pureza de la ideología de su grupo a cualquier precio.
La ideología conlleva una utopía. La utopía siempre tiene un
precio. ¿Qué precio estás dispuesto a pagar? ¿Qué precio estás
dispuesto a hacer que paguen los demás por tu utopía? ¿Qué sangre
estás dispuesto a exigir por el mantenimiento de tu abstracta
construcción de conceptos? ¿Cuántos “mañanas” estás dispuesto a
cercenar para construir un Mañana?
Me siento orgulloso de mis cuestiones, secciones y apartados.
Siento un vago sentimiento de vanidad ante mi manual. Podrá ser
utilizado por el visionario rebelde frente a los que considera como
crueles servidores del imperio, de cualquier imperio. Podrá ser
usado por el férreo comunista que se enfrenta a un opresor
fascismo. Por la comunidad científica que al mando de un Estado
haya de aplicar una dolorosa, pero necesaria, eugenesia. Podrá ser
usado por un dictador tropical frente a los colaboradores de una
guerrilla maoísta. Por fin, al fin... un texto universal.
40
Hay tanta gente haciendo equilibrios en el límite de lo
tolerado. Y, sin embargo, después cuando escuchas, una vez más,
decir con convicción:
Abjuro, maldigo y detesto de mis errores
41
Pacta sunt servanda
El sobrino anciano releía la carta que le enviara años antes,
muchos años antes, su tío. Ya tenía canas cuando fue nombrado
inquisidor y su mucho más anciano tío le escribió dándole su
enhorabuena y haciéndole partícipe de la lenta y meditada
confección de su manual de inquisidores, progresiva confección
que le llevó un lustro más.
Ahora releía esos escritos del pasado y meditaba, con un
cierto deje de nostalgia, aquel tiempo que ya no volvería. El tiempo
del primer entusiasmo. Los meses no se notan, pero los lustros no
perdonan. Ahora ya todo estaba más reposado; los ánimos y hasta
el cuerpo. Faltaba quizá aquel entusiasmo de la primera etapa. Al
menos ahora sobreabundaba la experiencia.
La habitación era austera, el jergón de paja tenía encima unas
mantas de lana. Las paredes encaladas de blanco, en ellas no se veía
ni un pequeño armario. Todas las paredes aparecían desnudas
mostrando una pobreza absoluta. Tan sólo, junto a la pared enfrente
del lecho, tres montones de libros y el escaso ajuar del dominico
junto a ellos. Aquel hombre poderoso era la misma visión de la
pobreza y el ascetismo.
Los tres montones de libros estaban colocados de forma muy
ordenada. Los volúmenes más pesados estaban más abajo, y la pila
iba ascendiendo en libros más pequeños y ligeros. La ropa, la poca
ropa, que usaba el religioso aparecía doblada cuidadosamente junto
a estas pilas. El religioso de rostro adusto y serio escribía con
lentitud en su mesa de tablones de roble, la más dura de las
maderas. El ahora gran inquisidor movía su pluma blanca con
pausa, no había ninguna prisa.
El asiento sobre el que se sentaba no tenía ni un cojín. Es más,
expresamente solicitó uno carente de respaldo. Sobre aquel sillón
de jamuga, el castellano de ojos castaños, en su hábito blanco
42
cubierto con la pesada capa negra de lana, había detenido su
escritura y miraba con sus ojos castaños hacia la pared de enfrente.
Pero en realidad no era la pared lo que miraba, sino el futuro, la
división irremisible de la Cristiandad, el fin de la noción de Sacro
Imperio Romano, la conclusión de tantas cosas.
El inquisidor exhaló un suspiro que fue como un lamento. Los
recuerdos de su vida aparecían vivos ante sus ojos. Todas sus
decisiones, todos los partidos que tomó, los capítulos de la
existencia de la que él era protagonista. Su vida había sido una
novela de poder y persecución, de ideas y conceptos
salvaguardados hasta la muerte. En la vida de todo inquisidor
aparece la tentación. La tentación del poder, la nada carnal
fascinación de ser dueño y señor de los conceptos. La agradable
sensación de ser el alcaide de las construcciones conceptuales. Esta
sensación, esta agradable sensación, aviva el hambre de poder. En
algunos sujetos, se transforma en una sed difícil de soportar, más
que nada porque resulta creciente.
Cada vez se requiere más para saciar esa sed, esa hambre y
esa lujuria del poder; todo esto requiere un precio. En la vida de
todo inquisidor aparece antes o después la tentación de un pacto
con el Diablo. En realidad, toda tentación es ya como la incitación
a un pequeño pacto con él. Y la tentación también aparece en la
vida de cualquier guardián de la verdad. Y en la medida en que uno
sea un más celoso custodio de ese tesoro de conceptos, en esa
misma medida del celo serán más refinadas las tentaciones, la
seducción de cruzar esa delgada e invisible línea que separa lo lícito
de lo ilícito.
Claro que por supuesto si uno algún día pusiera su pié más
allá de esa línea tenue, sería en pro del bien. ¿Podría ser de otra
manera? El inquisidor todo lo hace por el bien. Ésa es la diferencia
entre un repugnante facineroso, y el virtuoso custodio de los
conceptos. Por eso la tentación siempre es más sublime, más
excelsa, en un teólogo-guardián.
43
Si la tentación siempre es invisible, ésta especialmente es la
más invisible de las tentaciones, la más santa. Cierto, lo reconozco,
que se trata de una santa tentación a hacer el mal, pero un mal muy
pequeño. Un mal que está justo al lado de la raya, aunque
desafortunadamente al otro lado. No vamos a negar que está situada
infortunadamente al otro lado de la raya de lo lícito, pero la raya
aparece más tenue que nunca.
A fuerza de cruzar esa raya, aparece cada vez más
desdibujada. Al principio, esa raya en el suelo es como una muralla.
Es una raya y, no obstante, es una muralla. Al cabo de los años, sin
embargo, hay que buscar la raya. El problema ya no es traspasar la
raya, sino saber dónde está la raya. En estas circunstancias el pacto
con el Diablo llega sin hacerse sentir, inaudible, poco a poco.
Porque llega un momento en que uno mismo es el Diablo. Llega un
momento en que el defensor del Bien y la Verdad se convierte en
la más acabada encarnación del Diablo. No deja de ser paradójico
que el antagonista del Príncipe del Mal, acabe anidando en su
corazón los huevos de los basiliscos de ese Príncipe. Y entonces
uno se da cuenta de por qué no ha firmado ningún pacto, porque
entonces uno se mira la mano y se da cuenta de que esa zarpa con
garras es la suya. Uno se da cuenta de pronto de que las escamas
que recubren la superficie de su mano son las suyas, de que ese
rostro bestial y animalesco del espejo está apoyado en el propio
cuello.
Aunque para llegar a este estado hay que pasar por un lento
proceso en el que se suceden distintos estadios. Y en cada estadio
hay un punto posible de ruptura. Punto que uno no puede traspasar
sin ser consciente de que lo está traspasando. El impulso de dar un
paso atrás se siente en cada umbral. En esos puntos de ruptura
posible, el remordimiento aparece de un modo incisivo,
atormentante. Ése es el momento en que uno retrocede o en el que
uno contiene la respiración y da un paso adelante. Descender más
peldaños en el camino hacia el abismo de la oscuridad. Sube, sí, no
44
desciendas, son los demás los que están boca abajo. ¡Yo estoy
yendo hacia arriba!
Todos creían que tú no podrías encaminarte por ese sendero.
¡Eras el defensor de los caminos! El guardián de los cruces, el guía
de las bifurcaciones, el centinela del buen sendero. Pero sí,
necesario es admitirlo, hasta los inquisidores pueden encaminarse
por la senda del abismo de la oscuridad. Y es posible porque nadie
conoce los senderos que toma cada alma en el retiro secreto de su
corazón. Y es que los caminos del alma se recorren en solitario.
Aunque algo del humo del infierno antes o después acaba por
elevarse por las rendijas de las ventanas del alma. El espíritu
siempre tiene demasiadas fisuras. El corazón humea y llega un
momento en que no es posible clausurar ese humo infernal. Cierto
que hay maestros de la mentira que logran un hermetismo del alma
que roza casi lo perfecto.
45
membranosas y negras le salían justo detrás de los omoplatos, eran
dos alas exiguas e insuficientes, como atrofiadas. No hubiera sido
posible emprender el vuelo con ellas. Claro que era un espíritu, no
precisaba volar. Aquello que veía era una imagen, formas en el aire,
un modo de manifestarse. Verdad es que esa imagen yo la escrutaba
hasta en sus más pequeños detalles. ¿Sería posible atravesarla
como quien atraviesa un fantasma?
46
Aunque, en el fondo, toda mi vida como dominico había sido
un diálogo entre el orbe terreno, el inframundo y las esferas
celestiales. Pero ahora tenía ante mis ojos avejentados al fautor
supremo de la depravación. Por otro lado, ya no era yo un simple
novicio, sino el juez experimentado. Esa serpiente se había
presentado ante el doctor, ante el letrado conocedor de todas las
disquisiciones escolásticas y patrísticas. Nuestros ojos se miraban,
frente a frente, sin separar la mirada ni un segundo.
47
De inmediato el anciano teólogo pensó que qué pacto podría
ofrecerle. ¿Qué pacto puede ofrecer el Diablo a su opositor? Era un
tema apasionante, pero el pulso del inquisidor todavía no había
vuelto a la normalidad.
48
–Vamos a ver –musitó vacilante, por fin, el dominico–, no sé
si he entendido bien. Me estás diciendo que... ¿dejarías de hacer el
mal? ¿He entendido bien?
–Exacto.
49
–El pacto que me ofreces... ¡es vano! Es seguro que tú no vas
a cumplir tu parte.
–Yo no hago nada en vano. Claro que quizá te parezca poco
la posibilidad de que el Diablo cambie de lado. Es verdad, mi
ofrecimiento es tan poca cosa que no vale la pena intentar tal pacto.
–Mira, para que veas que mis palabras no son vanas te ofrezco
una garantía.
–¿Cuál?
–Yo puedo cambiar el plomo en oro, bien sabes que conservo
mi poder angélico. Trae un arcón... diez arcones cargados de
lingotes de plomo, y los trasmutaré en oro. Podrás gastar ese oro en
50
construir catedrales a tu Dios, o en subvenir las necesidades de los
menesterosos. Así te convencerás, por fin, que yo hablo en serio.
Te habré dado una garantía de que todo esto no es en vano. Haré
todo eso tan sólo como preámbulo para el pacto. Todo eso no será
otra cosa que proemio al compromiso, para que te convenzas de
que hablo en serio.
51
–No sé. Seguro que en todo esto hay alguna celada. ¿Dónde
está el lazo? Confiesa.
–¡¡No...!! Espera.
52
ante un concilio? Para un pacto de esta envergadura sería adecuado
convocar un concilio. Un ofrecimiento de estas dimensiones
debería ser discutido y analizado cuando menos por un sínodo de
obispos. Y más adecuadamente todavía por un concilio convocado
al efecto. ¿Por qué ante mí?
–Ante ti se ha hecho. He elegido como interlocutor mío a un
inquisidor, al más notable de los inquisidores. Es lógico. El
escrutador de la verdad resulta el más digno para un trato que tiene
a la verdad como objeto de litigio. No es ante esos purpurados que
disfrutan de descansada vida en sus villas, no es ante ese Papa lleno
de soberbia al que ellos besan el anillo, ante los que ofreceré mi
palabra, la palabra de Satán. Tú has sido elegido. Tú, lo creas o no,
eres el adecuado, el digno. Por eso dudas, porque eres humilde.
Ellos no dudarían. Al revés, si ellos supieran de esta escena que
está teniendo lugar, preguntarían indignados: ¿por qué no nos
eligió a nosotros?
53
El inquisidor se sentía abrumado por haber sido el elegido.
Aunque no aceptara, sobre su pobre persona había recaído el honor
de ser tentado. El interlocutor le dijo al clérigo:
54
No debo ser yo
No seré yo quien diga si el inquisidor pactó o no pactó,
guardaré piadoso silencio sobre la vida moral de tan gran hombre,
callaré acerca de la conciencia de varón tan notable, confesor de
una reina, doctor por dos universidades, constructor de templos,
fundador de colegiatas, protector de las letras...
Asimismo tampoco referiré si entre la página anterior y las
que siguen trascurrieron unas horas o unos días, tal vez meses.
Tampoco estoy en condiciones de asegurar que estas páginas que
se adjuntan ahora no sean parte de la conversación anterior y no,
como afirman algunos, una conversación que tuvo lugar meses
después.
55
que el manual es fruto de nuestro comercio, no carnal, sino
intelectual.
Si cuentas ese pacto, lo escribirás de manera que te
enmascares. Lo escribirás de manera que parezca que el culpable
del pacto sean los otros. Ya que no podemos destruir la verdad, al
menos arrojaremos sobre ella un vertedero de inmundicias. No
tengas piedad con las palabras. Acuchilla, araña con ellas. Maneja
los conceptos como puñales. Apuñala la verdad con ellos. Y
recuerda que no hay filo de palabra que penetre mejor que la idea
sutil. El filo de la palabra... ya puedo sentir la sangre de la Historia.
Hiende los anales.
5
Las palabras pasan, los escritos permanecen.
56
desvelos, para preservarlas y para destruirlas. Cuantos viajes. Todo
por los textos. Siempre en busca de los textos.
6
Para la alabanza de Dios.
57
Cualquiera admitiría, al menos a nivel teórico, la conveniencia
entre un pacto entre el Diablo y el Inquisidor General. ¿No?
58
—No tengo ningún inconveniente, tranquilo —dijo el
demonio—. No te acalores que tienes razón, la cláusula por la que
tú quedarás obligado o yo quedaré obligado debe ser concreta y
precisa, sin posibilidades de escapatoria, ni de litigio.
—Sí.
59
todavía más nítida. Podríamos hacer el pacto referido a una sola
fórmula de la fe. ¿Qué te parece que sea an Jesús Christus Filius
Dei sit Salvator et Redemptor mundi 7?
7
Si Jesucristo, el Hijo de Dios, es el Salvador y Redentor del mundo
8
Si Dios existe.
60
que perder en ese pacto. En cualquier jugada, el dominico daba
jaque mate. Y, no obstante, parecía tan seguro él, allí, delante. No
debía fiarse. Cuando uno se está jugando la salvación del alma hay
que ir con tiento.
61
siempre me puedo arrepentir después. Es decir, puedo renunciar a
mi salvación eterna, pero aun así mi alma seguirá siendo libre. Y
mientras siga siendo libre, puedo arrepentirme del pacto. Mientras
viva, mantengo la libertad de mi voluntad. Y con mi libertad puedo
renunciar a todo, menos a mi misma libertad. El libre albedrío es
una característica no renunciable. ¿Qué validez radica en mi
compromiso, dado que el libre albedrío es inherente a mí? La
respuesta a todas luces no era sencilla.
9
Libertad de la voluntad.
62
solo día. Aquella conversación suponía una toma de contacto. Los
grandes pactos requieren su tiempo para ser gestados. El inquisidor
era como todos los sacerdotes del alto clero, un hombre de
gobierno, un negociador nato. Había que dar tiempo al pacto. Cada
acuerdo precisa su tiempo natural para su formulación. No todas
las cláusulas estaban todavía maduras. Ambos lados mostraban
buenas disposiciones, e incluso una cierta comprensión que a veces
se echa en falta entre las partes en tantos otros pactos.
63
Sí, soy benigno a pesar de ser consciente de las repercusiones
que esos errores y afirmaciones de los innovadores pueden tener en
la paz de los territorios sometidos a su augusta majestad. Pero mi
benignidad en nada mermará la mucha leyenda negra que han
rodeado no pocas de mis pasadas decisiones. Y al final la leyenda
negra es lo que prevalece frente a la verdad. Es lamentable, pero
así es. Me temo, mucho me temo, que las cosas son de esta manera.
Y es que las cosas son como son.
64
Análisis del pacto
El inquisidor inicia un diálogo con la tentación. Allí ya está
su primer error. La tentación debe ser rechazada. En el momento
en que dialogamos con ella, ya hemos sufrido la primera derrota.
El Diablo no apremia al inquisidor, le da su tiempo. Cuando alguien
dialoga con la tentación, el tiempo corre a favor de la tentación. El
Tentador adula al inquisidor. El comienzo siempre consiste en la
adulación sin pedir nada, para esa segunda fase siempre hay
tiempo. Lo importante, lo único que importa, es que la
conversación no se aborte al principio. Es necesario ganar tiempo.
El tiempo es lo que hace que el tentado vaya relajándose y bajando
la guardia.
65
Pero nunca se sabe si algún pez va a picar cuando lanzas el
anzuelo de la tentación. Y lo inimaginable, poco a poco, va
pareciéndole al demonio que puede ser factible: el inquisidor va
considerando todas las posibilidades.
66
inquisidor es falsa. Si la fe del inquisidor es falsa, ni el demonio es
demonio, ni el inquisidor sería ya el defensor de la fe verdadera.
Segunda posibilidad: Claro que si nos fijamos más atentamente, el manual no sólo
no es un texto maléfico, sino benéfico. Pues el texto, bajo la apariencia de ser un
manual creado para la represión, es más bien todo lo contrario. Cada afirmación del
manual es en realidad una negación. Luego parece que no hubo pacto.
67
verdad. Cuando el autor, de un modo tan deliberado, omite toda
frase contra esos dos temas, es que en esa omisión hay una
afirmación.
68
Como se puede apreciar, tras la lectura del libro puede no
estar claro de qué tipo de inquisidor estamos hablando, ni quién es
el demonio aquí. Según la arquitectura ideológica que sigamos, el
tentador aquí presente puede ser el Gran Homicida o puede ser el
Buen Samaritano.
69
católico como para un protestante, tanto para alguien que no cree
en la existencia de ninguna ortodoxia como para su adversario.
Cada uno puede colocarse en el puesto del contrincante del
inquisidor, y leer el manual como una suma de negaciones. La recta
comprensión del libro sería en ese caso la negación de sus
afirmaciones. Cada persona que cree ser buena pensará que el
manual está hablando del adversario, del otro. Aunque cada
persona mala pensará que él es bueno.
70
La vanagloria es el mejor anestésico de la conciencia. Al
hombre espiritual no le ataqueís con la lujuria, la gula o minucias
similares a las que está perfectamente habituado a resistir. Atacadle
con la alabanza de sus verdaderas y auténticas virtudes.
71
circunstancias, la descripción, están descritas desde sus propias
categorías, las de él. Las categorías del que posee la verdad
absoluta. La pregunta resuena otra vez: ¿quién es aquí el malo? Los
malos siempre demonizan a sus víctimas, de otra forma no podrían
ejercitar con tranquilidad sobre ellos la crueldad.
72
73
II parte
..................................................................................................................................
Orbe posible
74
La Mano que protege la Historia
La Iglesia, en su cabeza, está dividida entre un estamento de
inquisidores y la Curia Romana, esta última dominada por los
Borgia desde hace ocho generaciones. En el statu quo que
lentamente se ha formado en el último medio siglo, se determinó
que hubiera siempre cuatro cardenales procedentes del estamento
inquisitorial. Cuatro entre los treinta purpurados. No hace falta
decir que los miembros de la Curia, todos, han caído en uno de sus
momentos menos virtuosos, por decirlo del modo más suave
posible. Al menos, el estamento inquisitorial es puro y ascético
hasta el rigor. Julio II tuvo sucesores como él. Después los Borgia
se perpetuaron en el solio pontificio.
75
condescendencia. Los inquisidores y los purpurados apoyarán al
imperio español. Sólo los tercios de los reinos de España pueden
devolver la paz a las tierras centroeuropeas.
76
ajedrez. Había que movilizar todas las fichas posibles sobre el
tablero. Después de Francia, ya no había margen para otro
retroceso. No se podía retroceder ni un cuadrado más.
77
Después de la victoria de la Armada Invencible, después del
triunfo de Lepanto, había llegado el momento de recuperar el norte
de África. El Cairo se dejaba para más adelante. Lo mismo que
Francia. Los nobles franceses y su rey, de momento, deseaban
mantener el estado de cosas. Todo se andaría.
78
Las manos convencidas de estar
ayudando a la Mano
En Roma llevamos un siglo entero construyendo la Basílica
de San Pedro del Vaticano, una construcción interminable. Ocho
veces más extenso en superficie que el proyecto original de Miguel
Ángel. Una construcción a cuyo perímetro se han añadido cuatro
monasterios, ocho claustros, los palacios apostólicos, la residencia
de los canónigos y otras edificaciones que forman una unidad con
la basílica. Todo forma una armonía arquitectónica, como una
especie de monte santo (formado por la cúpula) rodeado de naves
basilicales y otros edificios menores que se van escalonando. No
creo que sea acabada ni en el pontificado de cuatro Papas más, ni
siquiera con el río de oro que el Imperio ha hecho desembocar en
la ciudad del Tíber. No es un gasto socialmente improductivo:
cuatro mil familias comen de este proyecto.
79
de Estambul. Al menos, en medio de este panorama desalentador,
nuestras misiones prosperan en toda China.
80
olivo o a las de los sarmientos que a las bellas formas que antaño
tuvieron.
81
Oficio contra la herética pravedad por las muchas y grandes ofensas de Nuestro
Señor que por ella se quitan y castigan.
82
dolorido y con las pupilas ya veladas, puede contener dentro un
espíritu férreo e implacable.
83
84
III parte
..................................................................................................................................
Orbe venidero
85
Descripción del mundo
Año 2150
86
naciones, sólo existe la familia humana. El resto son ficciones.
Fantasías que ya han costado demasiado dolor y sangre.
87
inteligencia más reducida y que vivieran en una felicidad artificial
inducida? Ellos serían nuestros trabajadores; serían felices y nos
servirían.
88
escalafón intermedio, como en el de los trabajadores, había una
larga lista de rangos. No era lo mismo un técnico inferior
especializado en ordenadores sencillos que un jefe que tenía a su
cargo a cien fontaneros.
89
ofrecer. En la segunda parte de sus existencias, sólo les hubiera
quedado vivir en un creciente sinsabor, cada vez con más achaques.
Si alguno antes de los cuarenta tiene alguna enfermedad grave, del
tipo que sea, el sistema sanitario no emplea recursos en tratar de
curarle y lo “retira”. Es preferible emplear esos bienes en que
aparezca una nueva vida, fresca, sana, que no en utilizarlos en
mantener una que ya está defectuosa y que lo va a estar cada vez
más.
90
colmena, de un hormiguero, de un termitero. Los expertos se dieron
cuenta que son las guerras, los disturbios, las revoluciones lo que
hace que la Humanidad retroceda. Las sociedades llevaban siglos
avanzando y retrocediendo, construyendo y demoliendo. Creando
las más impresionantes construcciones racionales y, poco después,
matándose entre ellos del modo más salvaje.
91
educación y la comunicación entre ellos. Que vivieran poco, pero
muy felices. Esa longevidad reducida les hacía carecer de líderes.
Jóvenes y gozando de los placeres todo lo que pudieran eran
felices. Y al que no fuera feliz, se le administraba toda la
medicación antidepresiva que fuera necesaria. Si todo esto no
funcionaba, se le “retiraba”; es decir, se le retiraba del todo.
Nosotros no éramos unos opresores indiferentes a las desdichas de
los gammas. Buscábamos su felicidad como una meta prioritaria.
92
vivían en apartamentos con su cónyuge. Tampoco los técnicos
podían reproducirse. Esta tarea se confiaba a los individuos de la
élite designados por sus características físicas para ello. Casi todos
los alfas (si no eran defectuosos) podían reproducirse.
93
Por supuesto, estos dos niveles requieren de una revisión
psiquiátrica regular, individuo a individuo. Cada uno de ellos debe
pasar por la evaluación psiquiátrica una vez al mes, es algo
obligatorio. Los conocemos desde niños: sabemos quién comienza
a dudar, detectamos quién comienza a mentir.
Un alfa puede casarse con otro alfa, o bien puede escoger por
catálogo un individuo gamma (hombre o mujer) para que sea su
94
pareja. Puede escoger el color del pelo, las tonalidades de su piel,
raza, color de ojos y todos los detalles a través de las fotografías.
Un modelo pareja ha llevado una vida muy dura durante años y ha
sido condicionado psicológicamente para arrojarse física y
psicológicamente en manos de su esposo (o esposa) como si fuera
su salvador. La estadística de éxito es muy alta.
95
revoluciones. Cierto que una parte de la sociedad vive menos años,
pero a cambio hay más seres humanos que viven una vida perfecta,
una vida como siempre se soñó. Los estratos inferiores no son
dignos de lástima. ¿Para qué vivir toda una vida, cuando puedes
vivir únicamente la edad dorada de la vida?
96
ambición, la codicia. Los que trabajan en áreas de los alfas son
escogidos entre los de mejor carácter y son vigilados más
cuidadosamente.
97
A los tres niveles de la sociedad del siglo XXII se les han
dado infinidad de nombres:
Alfa, beta, gamma.
Élite, intermedios, obreros.
Humanos, drones, replicantes.
Señores, técnicos, productores.
98
democráticas para cubrir ningún puesto. La elección para los
cargos se hace del modo más racional posible. En una meritocracia
perfecta no hay necesidad de campañas electores ni de
enfrentamientos políticos. La razón impera y los expertos son los
que escogen a los más adecuados. Los funcionarios que no cumplen
bien sus funciones son removidos de sus puestos.
Diez ministerios:
Producción: agricultura, industria.
Economía: gestión de la macroeconomía y el comercio
Obras públicas
Defensa
Justicia
Educación
Interior: policía
Información: se encarga de los medios de comunicación y de la determinación de la verdad
Sanidad
Relaciones entre departamentos geográficos
99
Gran Consejo: Formado por 50 eupátridas. De los cuales, 10 son arkontes,
10 directores de sector, y 30 técnicos. Los técnicos son lo que antes eran altos
funcionarios equivalentes a consejeros del ministro.
Senado: 100 senadores provienen del Gran Consejo ya explicado, a los que
se añaden 50 técnicos más y otros 50 directores de sector más.
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atrevido a hacerlo sobre el suelo de nuestra querida Rusia con
nuestros propios camaradas. Fuimos crueles, pero teníamos en
mente la grandeza del fin.
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Conversación en las alturas
Nikolai Hamletovitch entró en el blanquísimo salón de estar
de su dacha de las afueras de Moscú. Todos los muebles eran
blancos, de un cuidadoso diseño, agradable y moderno. La preciosa
cabaña de doscientos metros cuadrados estaba situada en mitad de
un bosque de abedules. La sirvienta señalando una bandeja situada
sobre la mesita delante de su sofá le dijo con voz dulce:
—Perfecto, gracias.
—Ya ha llegado.
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La verdad es que podría haber venido solo acompañado con
chófer que le había traído. Esa zona estaba controladísima por los
servicios de seguridad. No había necesidad de acompañantes. En
teoría, en ese mundo perfecto, todos los miembros de la cúpula del
gobierno mundial deberían poder ir solos sin escolta.
—Así es.
—Oye, lo que has dicho antes... ¿Es cierto que este próximo
invierno va a haber una carestía de coles de Brúselas?
—¿Sí?
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—Te hemos descubierto.
-¿Cómo dices?
—No te entiendo.
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Podrás seguir en esta dacha y en tu piso de Moscú.
Evidentemente, desde hoy, ya no continuarás en tu puesto de
Director General. Al salir de aquí, comunicaré que, por motivos de
salud, has sido relevado del cargo. Más adelante, se sabrá que era
a causa de una depresión severa.
Nicolai sabía que con esa droga aplicada durante tres días
hubiera contado todo lo que hubiera sabido. Los daños cerebrales
hubieran sido irreversibles. Helmuth continuó:
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debes dar un paso fuera. Les pedí a los del Ministerio del Interior,
que fueron los que lo redactaron, que te dejaran seguir yendo a la
ópera.
—Gracias por todo lo que estoy seguro que has hecho por los
viejos tiempos.
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—Resulta admirable que hayan logrado mantener su
estructura de diáconos, presbíteros y obispos oculta en los rangos
humanos que conforman nuestra sociedad.
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La venganza del infierno
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—¿Crees que pueden enfocar las cámaras a nuestras bocas y
después leer nuestros labios?
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—Nuestra lucha contra cualquier dogma, nos volvió
dogmáticos. El relativismo puede ser una fuerza tan fascista como
el nacionalsocialismo. Ahora bautizados, obispos y sacerdotes se
esconden, se mimetizan, para sobrevivir y custodiar su verdad
sagrada. Y lo han logrado. Un técnico electricista puede ser un
cardenal. Su verdad es enemiga de nuestro sistema. Jamás podrá
haber paz entre esos bautizados y los inquisidores.
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de acuerdo para la cita. Haruke no se vendía por nada, ¿pero qué
otros amigos tenía Haruke? ¿Cuánto habían hablado de su caso?
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Reflexiones al final de una vida
El exdirector general paseaba por los alrededores de su casa,
solo. Sin duda le esperaba muchos paseos en solitario. Su vida
social había sido restringida a unos cuantos contactos inofensivos.
Menos mal que no se le consideraba peligroso. De esa
consideración había dependido su destino. Un voto, uno solo, le
había librado de secuelas cerebrales irreversibles, de una vida
terriblemente limitada. No sólo ya no hubiera podido disfrutar del
placer de la lectura, sino que ni siquiera hubiera podido caminar sin
andador. Un voto. En un acto de venganza, seguro que no le
hubieran retirado. Le hubieran dejado seguir viviendo con la carga
de las secuelas.
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—El planeta organizado como Un mundo feliz y con una
inquisición laica cuidándolo todo. Feliz, pero con unos guardianes
encargados de que nadie piense que no son felices. El estado
policial de los años 80 ha sido sustituido eficazmente por un estado
médico. Y sobre los médicos, los guardianes de la ideología. Hice
muy bien mi trabajo.
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posible, el Departamento que usted dirigió se encargará de todo.
Ellos me harán llegar todo. Usted no tiene que preocuparse de nada.
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la muerte del inquisidor. No describiría ninguna escena teatral. La
vida raramente es teatral.
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Hubo un silencio de todos provocado por la distensión del
agua caliente. El Ministro del Interior, un vietnamita de la misma
edad que la australiana, añadió en el mismo tono lento y relajado:
—¿Entonces...?
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mensual que no era pequeño. Cuando el Ministro del Interior
mencionó esto, la Ministra de Producción protestó con los ojos casi
cerrados, casi a punto de dormirse:
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A todos los autores, nos gusta escuchar los comentarios de nuestros
lectores. Si desea enviarme un comentario sobre este libro, puede
hacerlo con toda libertad en este correo: fort939@gmail.com
www.fortea.ws
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José Antonio Fortea Cucurull, nacido en
Barbastro, España, en 1968, es sacerdote y
teólogo especializado en el campo relativo al
demonio, el exorcismo, la posesión y el infierno.
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