La Rosa de Los Tiempos
La Rosa de Los Tiempos
La Rosa de Los Tiempos
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Un año después, 1944, se hizo nuestra primera aproximación a la doctrina
relacionada con el movimiento obrero. Sabíamos que constituía un grupo muy
pequeño, comparado con los campesinos y campesinas y con la inmensa
población en las ciudades, sin ningún tipo de opción laboral. Esto se superó,
en parte, cuando cuajó la politica de sustitución de importaciones, liderada por
la naciente burguesía industrial. Tal vez, por esto, profundizamos en historias
de vida ciudadana. Al lado, fundamentalmente, de Carmelo Polanía
Insignares, quien trabajaba en una de las textileras que recién empezaban a
consolidarse.
No podría precisar lo que sentí el mismo día en que accedí al espectro
invariado de la casa. Si de esa en que nací. Escuchaba las voces. De aquí y de
allá. A decir verdad, no tengo claro, ahora, a distancia, si me identifiqué con
esas voces. Si eran para mí, asociadas a mi condición de recién llegados. O si
fueron voces vertidas al garete. Para quien pudiera asirlas y entenderlas. Tengo
la sensación de haber escuchado, como ráfagas, los cantos. Desde la aldeana,
hasta la pastora. Pero, al mismo tiempo, tengo la sensación de haber
escuchado las versiones libres que se hacían de las historias de las Mil y una
Noches. Pero, también, esas leyendas que me hacían temblar. El Fantasma.
Ese que se sentaba en el tejado de las casas; una figura larguirucha. A la espera
de poder entrar a las casas, para excitar la risa en la víctima elegida.
Cosquilleo que no cesaba hasta que se producía la muerte, entre los espasmos
ocasionados por la imposibilidad para retomar la respiración normal. O el
Sombrerón. Sujeto regordete, con sombrero alón y que transitaba por las calles
a la espera de alguien a quien engañar, por la vía de la palabra y desaparecer
con él o con ella. O la Patasola. Una expresión sin características físicas fijas,
identificables. O la Llorona. Mujer en búsqueda perenne del hijo que perdió. O
las sucesivas y variadas versiones de brujas. Habitantes de la noche. En la
calle, pendientes de cualquiera que se atreviese a desafiar la soledad y la
oscuridad. Siendo, esta última, su acompañante permanente, su mundo; su
fortaleza. Recuerdo, para este caso, inclusive, que mi padre decía tener el
antídoto o, al menos, la clave para evitar que entraran a los cuartos. Se trataba
de esparcir arroz en la sala de la casa. De tal manera que ellas, precisamente
por su tendencia a antojarse de cualquier objeto, se detendrían a contarlos;
hasta que las sorprendía la luz del sol y se ocultarían de manera inmediata. Su
refugio, durante el día, era desconocido.
O el exterior. El mundo callejero. En la ciudad existían lugares que se
exhibían como referentes. Que la Plaza de Cisneros. Una especie de central de
abastos al menudeo. O el Hipódromo San Fernando. Inclusive, este último,
coincidía con el estadio; antes de la construcción y puesta en funcionamiento
del Atanasio Girardot. O la carrilera; o la Estación del Ferrocarril. O El
Pedrero, sitio adyacente a la plaza de mercado. Sitio para el rebusque de
promociones de tomates, plátanos, cebolla, papas, legumbres, etc. O La
Bayadera; territorio conocido como lugar de aviesas costumbres. O el Barrio
Antioquia; identificado como otro sitio no recomendable. O El Bosque de la
Independencia. Sitio convocante. Allí estaban los mangos; las pomas; el lago;
el carrusel; la rueda de Chicago; el trencito con su túnel. O, ahí cerca, La
Curva del Bosque. Sitio al cual arribaban los bandidos: Pistocho y Pacho
Troneras; después de haber asaltado un banco. Allí bebían ellos e invitaban a
quien pasara. Todo hasta gastar hasta el último centavo. O El Fundungo,
Lovaina, Las Camelias. Reconocidos como sitios, en veces, o como barrios,
otras veces. De todas maneras, zonas en las cuales se podían encontrar lo que
se conocía como “casas de citas”. Y se llamaban así, porque allí llegaban los
hombres, adultos y muchachos, buscando mujeres. Y allí esperaban estas para
ofrecer su cuerpo. Y allí estaban las barraganas que administraban. O los
dueños que atendían, sin ninguna intermediación, las solicitudes y designaban
a las muchachas; por riguroso turno.
O el Puente del Mico. Referente un tanto extraño. Nunca se supo porque
esa denominación. Solo, que por ahí atravesaban los rieles del ferrocarril,
sobre el río. O Moravia. Otra zona-barrio en donde se encontraban bares y
casas de citas. O el manicomio. Sitio destinado a recepcionar y servir de
reclusorio a los locos y las locas. El concepto de enfermedades mentales, solo
lo manejaban los médicos. Para todos y todas las demás, eran simplemente
eso: locos o locas. Ubicado en “cuatrobocas”; barrio Aranjuez.
Pero, asimismo, barrios originarios. El Camellón; La Toma; Loreto; San
Diego; en la parte sur-oriental. Desde muy pequeño supe que allí nació y
creció mi madre. Su madre Sara y su padre Arturo. Hogar que fue creciendo
en residentes. Que la tía Nana; que la tía Fabiola; que los tíos Carlos, Israel y
Conrado. Que el trabajito del abuelo Arturo, cuidador de fincas en lo que era
la periferia: que la parte alta del barrio El Poblado; que la parte aledaña a la
carretera que conducía a Envigado. Con el correr del tiempo, tengo memoria
de ello, lo visitábamos allá. Le llevábamos el almuerzo o la comida, o el
desayuno. Allí tumbábamos los mangos. Biches, preferiblemente. Allí
escuchábamos su rogativa para que no dañáramos lo que el denominaba las
bellotas. Arturo Gómez.
Hombre nacido a finales del siglo XIX. Tal vez conoció de cerca algunos
eventos. Que la Guerra de los Mil Días. Que a Salvita ascendiendo en el globo
inflado con helio. Y la tragedia de Salvita; que murió en ese intento. Arturo
Gómez, tal vez, conoció de la construcción del túnel de la quiebra. Y, tal vez,
conoció de la presencia del ingeniero Francisco Cisneros; de origen cubano.
Que dirigió la construcción de ese túnel y también la construcción del puente
colgante conocido como “Puente de Occidente”; sobre el Río Cauca; entre
Sopetrán y Santafé de Antioquia.
Pero estaban, también, los barrios Manrique, Aranjuez, Campo Valdes; San
Cayetano; Prado (situados al centro y nororiente. O Laureles, Belén (con sus
diferentes secciones); San Javier, Calasanz; Robledo.
Y seguí creciendo. Y seguí viviendo. Y, ahora, recuerdo otras cosas. La
ciudad seguía expandiéndose. Con las limitaciones asociadas a su
particularidad geográfica. Pendientes que hacen del tránsito central un surco.
Por allí, por ese surco, fue delineándose la ciudad- centro. Mientras las
pendientes iban siendo saturadas de viviendas. Un bien construidas. Otras,
simplemente, pautadas por los requerimientos de quienes llegaban del campo.
Como ahora, en ese tiempo, había desplazados. Porque la violencia se
ensañaba con quienes habitaban las zonas rurales. No solo en el Departamento
de Antioquia. Era todo el país. Porque los impulsores del desarraigo eran, al
mismo tiempo, los que azuzaban la violencia. Eran (…y siguen siendo), al
mismo tiempo, beneficiarios de la guerra. Por su condición usufructuarios de
los sucesivos regímenes. Tenían el control desde hacía mucho tiempo. Casi
desde el mismo inmediato posterior a 1819.
Y, ese crecimiento de la ciudad, nos fue convocando a vivirla. Ya por la vía
de apropiarnos de las calles para auspiciar la lúdica. O, y combinado con esto,
para conocer y asumir ese territorio. Y, entonces, creció la expectación por el
desarrollo de los cantos y los juegos primarios. Por lo mismo, en
consecuencia, crecimos los ejecutores. Que brincar el lazo; que las escondidas;
que la lleva; que la guerra libertaria; que los trompos; y las bolas de cristal y,
“las vistas” (recortes de las cintas o las películas), con sus acepciones
“cuadros” (para designar a aquellas en las cuales aparecían los protagonistas o
los denominados “el muchacho” y la “muchacha”); o el ejercicio de elevar las
cometas (con sus variantes de capar hilo); o lanzar los globos de papel, llenos
del calor y el humo producidos por el mechón encendido con gasolina o
petróleo y el cebo o la esperma como combustibles. O el ejercicio de lanzar
piedras con caucheras y las hondas (dos cuerdas que tenían en el centro un
receptáculo hecho de cuero y en el cual se colocaba la piedra a lanzar). O el
intercambio de revistas (folletos con las aventuras de Tarzán, el Llanero
Solitario, Batman y Robin; El Pájaro Loco; el Conejo de la Suerte; El Pato
Donald; etc.). O las funciones matinales (películas) en los teatros (salas de
cine) de los barrios. Recuerdo los más importantes: Manrique; Rialto;
Olimpia; Aranjuez; Belén. O la trenza humana (formaciones entre dos grupos.
Uno al frente de otro; cogido de la mano. Hombres y mujeres); a partir de la
cual se cantaba matarile lire lo. O la trenza en rueda que permitía o impedía
salir al ratón, designado o designada por quien quedaba libre por fuera de la
rueda. O la ronda que cantaba y preguntaba al lobo del bosque si estaba listo
ya. O el juego de la perinola; o el de catapis (Jaz); o el juego de la carga
montón (se escogía la víctima que tenía que aceptar que todos y todas cayeran
encima de él o de ella). O el juego con el lazo en los dedos, construyendo
figuras diversas (la escalera, la flor de iraca). O la recolección de cajetillas de
cigarrillos a las cuales se les asignaba un valor y así se jugaban. Como si
fueran billetes. (Pielroja 1, Dandy 25; Kool, Lucky; L & M, Chesterfield;
Mapleton, valían 100 y, así, sucesivamente). O la preparación y realización de
novenario en la época de diciembre; incluido el ejercicio alrededor del
pesebre. O el juego a la gallina ciega. Y, no podía faltar, el fútbol. La pelota en
la calle. Con desafíos entre cuadras y barrios. Siempre en la calle. Calle para el
juego. Calle libre. Inclusive con el vigía, encargado de avisarnos cuando
llegaba la tomba (policía municipal); la bola (vehículo policial). Esto suponía
suspender, provisionalmente, el juego. Porque estaba prohibido tomarse la
calle para ello. Porque, siempre, ha existido la posición de quien o quienes,
siendo habitantes del barrio, odian la expresión lúdica.
Ahora bien, la confrontación entre grupos interbarriales, era hecho común.
Inclusive, llegando a expresiones vandálicas, violentas. Con piedras (lanzadas
con caucheras y hondas), palos, etc. Forzando un paralelo, algo parecido con
lo que hoy aparece como enfrentamiento entre bandas en los barrios y/o en los
colegios
Y, entonces, esa apropiación de los espacios, corrió paralela a las jornadas
escolares. Maestros y maestras. Muchos y muchas, autoritarios y autoritarias.
Tanto que contribuyeron a la deserción escolar. Porque infringían castigos
físicos. Otros, accesibles, tolerantes, amigos (as). Que la sopa escolar (una
figura reducida del restaurante), a la cual accedían los niños y niñas cuyas
familias eran mucho más pobres que el promedio. Que el pan y la leche que se
entregaba en los recreos y que era posible, en razón al convenio con Caritas
Arquiodecesana (organización religiosa-católica) y las entidades que regían la
academia. O, en ese mismo horizonte, a partir de convenios internacionales
con países europeos o con EE.UU.
O, llegado octubre, lo que se denominaba la “semana del niño”. Aquí cabía
todo: los disfraces; las caminatas; el sancocho elaborado a partir de recursos
propios recogidos en las escuelas. O a partir de los aportes de las familias.
Queda claro, de paso, que las escuelas no eran mixtas. Además, que, las
jornadas, eran completas. Desde las 8:00 a.m., hasta las 11:30 a.m. y desde la
1:30 p.m., hasta las 4:30 p.m., de lunes a viernes. Los sábados de 8:00 a.m.;
hasta la1:00 p.m.
Y era el año que marcaba el inicio de otra década. Quien lo hubiera creído,
ya había vivido casi dieciséis años. No era sujeto hábil para realizar
inventarios de vida. Sin embargo, estaba ahí en la posición de niño-
adolescente que había accedido, otra vez, a la escolaridad en nombre de la
necesidad de reconciliación. Más, nunca, en términos de avanzar en el
conocimiento. Vale la pena aclarar, ahora, que había innovado en lo que
respecta a la justificación para desertar. Una figura, parecida a las imágenes
que me atormentan en mis sueños, exhibiendo una postura y una voz que me
reta. Algo así como entender la posición como cuestionamiento a la autoridad.
¿Pero sería cierto eso? ¿De cuándo acá había adquirido algún criterio
elaborado? Aún ahora no me lo creo. Yo no era, en ese tiempo sujeto de
elaboraciones. Era, por el contrario, un bandido que se azuzaba así mismo;
vertiendo palabras. Sin poder construir una o dos frases con sentido. Solo, en
esos sueños tormentosos, venían a mí interpretaciones de lo cotidiano; de esa
exterioridad que no percibía sino en la vigilia del día a día.
Así fue, por ejemplo, como accedí a entender todo lo relacionado con la
continuación del exterminio. Veía, a ráfagas, lo sucedido con quienes no
accedieron al pacto bochornoso. A ese pacto entre los mismos. Pacto que
avasallaba a la democracia. Convertía en delito el solo hecho de aspirar a una
alternativa diferente. Y, sin saberlo, iba profundizando, todas las noches. Veía
a los campesinos y campesinas. Niños y niñas. En las travesías. Solo ahora,
después de haber leído al maestro Alfredo Molano, en su trilogía “Siguiendo
el corte”, “Aguas arriba” y “Selva adentro”, he podido descifrar esos mensajes
de mis sueños. He podido dilucidar el significado de esas imágenes. Los sin
tierra; los desarrapados; tratando de arrancarle aliento a la vida. Como si esta
estuviera flotando ahí. Y ellos y ellas, tratando de asirla. Mientras tanto los
aviones y la tropa de los jerarcas. Apuntándoles. Matándolos. Y los gritos de
rabia y las lágrimas y la ternura invitando a resistir. Y los jerarcas riendo en las
ciudades. Invitándonos a reconocerlos como voceros válidos. Como
convocantes ciertos a la paz. Y, nosotros, en las ciudades sin arriesgar nada.
Solo consumiendo los discursos ampulosos. Y llegó el segundo de la lista. El
hijo del poeta. El mismo de la sagrada ciudad blanca. Impoluto. Hijo de poeta
que no sabe nada de la vida de los y las demás. Que mantuvo la línea de
acción. Con los chafarotes a la ofensiva. Limpiando el campo. Siendo, esa
limpieza, un concepto asociado a la matanza. Generalizada y selectiva. E
inundaban los campos de panfletos. Convocando a la rendición. Expresando
que los bandidos eran quienes reclamaban justicia. Bandidos eran quienes no
se dejaban acribillar y respondían a los vejámenes, con la fuerza de la dignidad
y, porque no, con las armas que habían logrado salvar. Y los niños ahí. Y las
niñas también. Muriendo ellos y ellas. Y sus madres. Y sus padres…y todos y
todas.
Y llegó otra vez el enamoramiento. Ahora estaban allí Rosita y Gudiela.
Dos niñas. Y les hablaba. Una a una. Como macho subrepticio. Pero,
profundamente, apegado a esos íconos. Me disipaban las angustias y los
tormentos. Las esperaba a la salida de la escuela. Yo corría raudo, al salir de
mi jornada. Y el Bosque de la Independencia lo atravesaba como flecha veloz.
Y llegaba y Rosita ahí y Gudiela también. Un día con una y al otro día con la
otra. Y ellas accedían. No se porque. Tal vez porque era adolescente alucinado.
Con toda la carga emocional de los sueños. Me fui volviendo taciturno; de
mirada profunda y triste. Tal vez por eso Rosita, la más cercana, la más tierna
y la más conmovida; me acogió. También me acogió su madre. Y Miguel, su
hermano. Con él profundicé en amistad.
Y Rosita me acompañaba. Aún en mis sueños. Porque la veía, al lado de
las imágenes tormentosas. Porque con ella hablaba. Y ella decía “no sufras
tanto patico”. Y, esa expresión me transportaba al universo en el que he
pensado. Lejos, muy lejos. Yo no sabía nada acerca de los años luz, como
ahora. Pero si imaginaba una distancia absoluta. Allí quería estar solo. Pero
tenía miedo a la soledad. Por eso, le conté a Rosita. Y, con ella, si quería
viajar.
Y Gudiela ahí. Tal vez más bella que Rosita. Pero más distante. Más fría.
Me daba miedo esa actitud. Hablar con ella no suponía, como con Rosita,
disipar la tristeza y la angustia. Pero me hacía falta hablarle. Algo, en mí,
decía que ella me entendía. Que estaba conmigo. Pero no lo expresaba. Al
contrario de la madre de Rosita, la madre de Gudiela nunca me aceptó. Me
consideraba demasiado feo para su niña, tan linda; tan perseguida. “Y ella, con
ese personaje tan feo”. Esto me lo contaba Gudiela. Y lloraba al decirlo. Me
amaba, pero sufría con las expresiones de su madre.
Y así estuve mucho tiempo. Con ellas. Hasta que, un día cualquiera, se fue
Gudiela. Su familia se trasladó hacia Envigado. Y yo quedé ahí. Me dejó una
nota con Miguel, el hermano de Rosita. Notica que conservé mucho tiempo.
La llevaba siempre conmigo: “Patico, me tengo que ir. Se que no volveré a
verte. Mi familia no te quiere; pero yo sí. No puedo hacer nada, porque no soy
libre. Adiós”.
Y, en verdad, no la volví a ver. Seguí ahí, con Rosita. Con mi Rosita.
Crecíamos los dos. Éramos cómplices en todo. Caminar, desde la escuela,
hasta el barrio fue una experiencia inolvidable. Ella y yo, de la mano. Conocí
que sus amigas, también se burlaban de mi feura. Pero ella, incólume.
Conmigo, en contravía de su entorno, de sus amigas.
Y se repetían los sueños. Y ella, mi Rosita estaba ahí. Al lado de las
imágenes que me atormentaban. “No sufras patico”, me decía. En sueños y en
el día. Y nos veíamos los fines de semana; como si no hubiéramos hablado
todos los días, al salir de la escuela.
Y la década corría veloz. Mi escolaridad seguía en veremos. Muy
intermitente, casi nula. Y, Rosita, se volvió recuerdo. Como con Norela, no la
volví a ver, después de que se produjo otra etapa del peregrinar. Y fuimos a dar
a la carrera 46, entre las calles 77 y 78. Y fue creciendo, otra vez, mi deseo de
ser un asceta. Fui recibido en la parroquia El Calvario, entre Prado, Campo
Valdés. Volví a mis andanzas; a mis ayunos y a mis excoriaciones producidas
por mí mismo. Y el grupo familiar se había ido desmantelando. Ya no estaba el
hermano mayor. Tampoco dos de las hermanas. Se habían matrimoniado,
huyendo de la casita inhóspita
Y, estando en esas; de las excoriaciones provocadas y en los ayunos,
conocí al padre Daniel. Exégeta, pero demócrata. Había logrado construir y
posicionar grupos de acción, dentro de los jóvenes cercanos al ideario católico.
A través de él llegamos, muchos, a la
J.O.C (Juventud Obrera Católica). Y conocimos, desde allí, las huelgas y a
quienes las promovían, no como proceso continuo y/o programático y político;
sino como respuesta a los atropellos de los patronos. Yo, en ese entonces, ya
trabaja. Alternaba mi actividad laboral, periódica e intermitente, con la
escolaridad. Y caminábamos las calles solicitando ayuda para los huelguistas.
Recaudábamos alimentos y algún dinero. Participábamos en las reuniones con
ellos, con los trabajadores.
Cuando no había huelgas, nos reuníamos todos los sábados, en la sala de
reuniones de la casa cural. Y leíamos los evangelios. Y los comentábamos. Y
trazábamos tareas. Íbamos a los hospitales, a visitar a los enfermos y las
enfermas sin familia. E intercambiábamos textos. Por esa vía conocí a Ortega
Y Gasset; y a Alberto Moravia; y a Sartre; y a Camus; y a Kant; y A Hegel; y a
Hobbes; y a Rousseau; y a Homero; y a Sócrates. Fuimos tejiendo la red de los
rebeldes. De los que aprendimos, en las huelgas, el sufrimiento profundo en
las ciudades. Y fuimos relacionando esto con la tragedia de nuestro país,
tragedia de los nómadas forzados; los de las travesías; los bombardeados; los
fusilados y decapitados. De los niños y las niñas muertas y muertos, al lado de
sus madres y de sus padres.
Y, allí, en esos ejercicios bravíos; heréticos, se empezó a desenvolver la
actuación como proceso. Como continuidad. Porque accedí a otros y a otras.
Porque ya me arriesgué a ir a la universidad, sin matrícula. Solo por ver y
palpar el conocimiento. Y lo social fue mi alternativa. Y decanté lo hablado, lo
escuchado, lo leído. Y, por esa vía, conocí de Camilo Torres Restrepo. Todo
porque el sacerdote Vicente Mejía, comprometido en una lucha acompañando
a los desarrapados del basurero. Hoy los llaman recicladores. Y Vicente
convocó a Camilo, un día cualquiera de octubre. Y estuvimos con él. Y, al
poco tiempo, ya estaba yo en la perspectiva de equilibrar mi religiosidad con
la acción de riesgo. Con la propagación del ideario desprendido de la lucha de
clases. Empecé a reconocer, en todos los entornos, los objetivos fundamentales
por los cuales luchar. Y se hizo gigante y hermosa la espiritualidad; esa
tendencia que había estado ahí y que fue resortada y voló a todos los lugares.
Empecé a vivir, ya no en sueños, la realidad y a asumirla. Profundamente triste
y conmocionado. Y volví a alucinar. Me veía en el universo absoluto
cabalgando en las nubes y en el polvo cósmico. Iba y regresaba. De aquí hasta
allá.
Estos cantos me estremecen. Porque grafican lo acontecido conmigo.
Porque, en el día a día, sentía morir por todos y por todas. Suplantar a quien
estuviera sufriendo. Para sufrir yo, en su reemplazo. Empezó el delirio, el
frenesí. Esa ambición de terminar ya con la dominación impuesta a sangre y
fuego. Terminar con el hijo del poeta y con quien lo siguió; el otro Lleras.
Porque el pacto entre los perdularios seguía vivo. Como viva seguía la
acechanza a los trasgresores y trasgresoras del orden establecido. Ya habían
aniquilado a cientos de miles. Fue la década de la infamia. La muerte de
Camilo; la muerte de Ernesto Guevara; las muertes de todos y todas.
Soñadores y soñadoras; intérpretes de la lucha diaria. Aquí, en esta ciudad que
seguía creciendo. Ya estaba Andalucía y los barrios
Popular 1 y 2. Y había crecido Aranjuez. Ya estaba el barrio obrero,
Campoamor; y había crecido San José la Cima; y Santo Domingo y apareció
Guadalupe y Loreto se extendió hacia el oriente; y Villa Hermosa se
fragmentó. Y sus aristas crecieron. Y se construyó la ciudad universitaria, para
agrupar las facultades que estaban diseminadas. Y se hizo visible, otra vez, el
movimiento estudiantil Ya había demostrado su poder en los enfrentamientos
en Estudios Generales, sección de la Universidad de Antioquia. Y creció la
lucha por vivienda digna y por un servicio de transporte eficiente y masivo. Es
decir, ahora si se estaba dando lo que preconizaba Castells. Era otra ciudad,
sin lugar a dudas. Éramos otros y otras.
Y, cualquier día, recordé a Rosita. Porque la vi, allá. En una batalla
callejera, izando la bandera de la esperanza. La vi y me vio. Con ella estaba
Jesús, conocido dirigente estudiantil. Ella era de él. Y, por esto, volví a
alucinar. Volví a la tristeza que rondaba por ahí; como manifestación latente.
Como figura dispuesta a aparecer al menor descuido.
Y volvieron los sueños tormentosos. Y veía a Rosita llamándome ¡ ven
patico ¡. Y me negué a seguir viviendo. Y desperté. Y navegué, deambulé por
todos los espacios conocidos. Y no estaba en condiciones de ir al tropel.
Porque ella, mi Rosita, me hizo acordar de lo tanto que he transitado. Porque
ella, sin mí; sin su patico, construyó futuro; arriesgando tanto o más que yo. Y
volví a la religiosidad enfermiza. Volvieron los ayunos y las laceraciones..
Por fin terminó la crisis. Volví a realizar acciones. En veces, en los barrios.
Otras en las huelgas y en las fábricas. Había retomado el proceso. Ya
estábamos en 1968. Y supe del Mayo Francés. Y supe de Daniel el Rojo, en
Alemania. Y supe de la masacre en la Plaza Tlatelolco, en ciudad Méjico, en
plena realización de los Juegos Olímpicos. E interpreté el proyecto político de
la tercera cuota del Pacto. Y analicé su propuesta de modernizar el Estado, a
partir de un concepto de eficiencia coherente con el concepto de desarrollo
capitalista periférico. Y conocí de su propuesta de Pacto Andino; esbozo de
mercado común regional. Y recorrí mil caminos, en esa ciudad que seguía
creciendo. Y se fue borrando el recuerdo de Rosita. Y recordé que no había
sido tocado, en su momento, por la Revolución Cubana. Y, en ejercicio
retrovisor, volví a 1959; cuando era lo que ya conté que era. Pero, intentando
descifrar una imagen en uno de mis sueños. Imagen de contrastes. Porque, a
veces, veía seres jubilosos, posicionados de un territorio que no supe ni pude
identificar. Pero, al mismo tiempo, seres en travesía; sufriendo los rigores de
los bombardeos. Este último territorio si me era familiar; pues lo había visto
desde siempre. Que Tolima, Huila, Sumapaz; Territorios Nacionales;
Y, así, fui desenvolviendo el ovillo, similar al nudo de Ariadna. Y reconocí,
en esos contextos enunciados, la posición alusiva al desarrollo capitalista
tardío. Como el nuestro. Ya no era, simplemente, el modelo de sustitución de
importaciones. Ya era, todo un modelo de amplio espectro. Pero no autónomo.
Simplemente vinculado a los condiciones que imponía el Imperio. Fue,
entonces, cuando conocí las propuestas puntuales de Joaquín Vallejo Arbeláez,
a la sazón ministro en el gobierno de la tercera cuota del pacto (Carlos Lleras
Restrepo). Y leí, ávidamente, todo el texto sustentatorio de El Pacto Andino. Y
lo cotejé con las propuestas de la CEPAL (Comisión económica para América
Latina). Y encontré las coincidencias. Algo así como un proyecto en el cual
cabían las opciones políticas y económicas, por la vía de entender una forma
de la división del trabajo. Obviamente a países como el nuestro, como
Venezuela, como Ecuador, como Argentina, Brasil, etc., nos correspondía la
parte de lo accesorio. No podíamos acceder a la tecnología necesaria para
implementar un proyecto de industria pesada. Solo lo periférico; y eso sí, con
limitaciones.
Y, a partir de ahí fue que conocí la teoría del desarrollo desigual y
combinado; lo cual no es otra cosa que la implementación de los modelos
precarios, súbditos. Y, por esa misma vía, conocí la teoría de Celso Furtado,
expresando la opción clásica del desarrollismo económico. Y conocí, además,
las teorías de Samir Amín (en la misma perspectiva del modelo de desarrollo
desigual y combinado). Y, de manera apenas obvia, profundicé los textos
económicos de Marx, y de Rosa Luxemburgo. Y leí el texto económico de
Lenin “El desarrollo del capitalismo en Rusia”. Y conocí las teorías de partido
de Lenin, en lucha en contra de las postulaciones socialdemócratas en Rusia
(Los Mencheviques) y en Alemania (Rosa Luxemburgo). Y, muy
posteriormente, conocí la teoría del Programa de Transición de León Trotski.
Y entendí que yo no había tenido el libreto completo; pero esto fue culpa mía
y solo mía. Cuando leí las obras de Mao y su descripción de la Gran Marcha,
antecedente de la Revolución China, me embelesé con su visión de Frente
Patriótico.
Todo lo anterior, en paralelo a mi militancia partidista. Asumiendo
opciones de riesgo. Ya, en mí, no contaban tanto las realizaciones inconexas
en la ciudad. Ya yo estaba del lado de un proceso y de una posición
programática para acceder al poder, por la vía armada. Y, aún hoy, no me
arrepiento de ello. Y, seguí en los barrios; difundiendo la doctrina. Y seguí en
las huelgas, haciendo lo mismo. Todo, en una perspectiva no de filantropía.
Fue el tiempo en que conocí la Declaración de la Habana. El nuevo curso de
las revoluciones en América Latina, propuesto por el Partido Comunista en
Cuba. Texto de inmenso contenido teórico y práctico.
Y, en los barrios, hice mi carrera política fundamental. Estuve trabajando
de manera grupal. Con amigos y amigas coincidentes conmigo. Pero también
con personas que no compartían mis opciones. Pero, ahí, estuve con ellos y
ellas. E hice alfabetización de niños, niñas y adultos (as); teniendo como guía
los escritos pedagógicos de José Martí (fundamentalmente “El Siglo de oro”);
pero también trabajé con la teoría de Paulo Freyre. Y conocí, derivado de allí,
el modelo de investigación-acción. Instrumento metodológico básico, para
realizar todo un trabajo de interpretación sociológica del desarrollo urbano y
rural. Y, lo que es fundamental, de las tendencias políticas, económicas y
culturales; de tal manera que se pudieran construir opciones de intervención
revolucionarias. Y, en ese contexto, investigamos acerca de la vivienda urbana
y acerca del modelo gubernamental a través del ICT. Y conocí de cerca, a
partir de ese modelo de investigación, el significado del desplazamiento
campo ciudad. Y, arriesgué mi propia teoría, en el sentido de entender como
migraciones ese proceso de desplazamiento y, además, hablé acerca de
identificar la diversidad cultural que se estaba asentando en las ciudades,
particularmente en la que vivía. Y, por esta vía, propuse la realización de
eventos globales, que convocaran, a nivel local y nacional, a quienes, desde
diferentes perspectivas y opciones, trabajaban como nosotros y nosotras, en
los barrios. Y lo hicimos. Primero en mi ciudad. Y surgió el COBAPO
(Comité de barrios populares). Y movilizamos miles de miles de personas,
alrededor de problemas como los asociados a los servicios público; la
vivienda; el transporte; la cultura; los hogares infantiles.
Pero, también, propuse una interpretación acerca del nexo del barrio con
las luchas obreras. Particularmente en torno a las familias de los huelguistas. Y
fue por esa expresión que se concretó uno de los eventos de masas más plenos,
en términos de la relación lucha obrera- lucha barrial. Fue en el Barrio
Campoamor, cerca de Guayabal, en el camino hacia Itagui
Pero había un gran vacío en mí. Por más amplia y apasionada que fuera mí
actividad; seguía en esa soledad interna. Los sueños me seguían atormentado.
Identifiqué mi esquizofrenia. Estaba partido. De un lado, una individualidad y
una internalidad, profundamente afectadas. Sin sosiego. Aquí y allá, busca
salidas, sin encontrarlas. De otro lado mi profundo convencimiento de la
necesidad de revolucionarizar la vida política, económica y cultural del país. Y
eso tenía que hacerse efectivo con el combate directo, armado. Por eso yo
definí la teoría que habla de lograr en la ciudad un apoyo absoluto; para
articularlo con la lucha armada en el campo. Inclusive alcancé a plantear una
figura de guerrilla urbana, como la propuesta y realizada por Carlos
Mariguella en Brasil. Y es que ya había leído algunos escritos de José Carlos
Mariátegui, el esplendoroso líder y teórico ecuatoriano. Y es que ya había
leído a los nihilistas rusos y había conocido la teoría de Bakunin en Rusia.
Empecé a navegar entre la opción guerra de guerrillas y la teoría de la
insurrección, tan cerca al trotskismo.
Y vuelvo, entonces, al momento en que descifré mi esquizofrenia. Y ahí
estaba yo, partido. Mi interioridad seguía deteriorándose. Esos eternos sueños
conmigo. Y empecé a buscar alternativas para alcanzar el equilibrio necesario;
sin lograrlo. Me acerqué a la tesis freudiana del malestar espiritual, individual;
por la vía de leer “El malestar en la cultura”. Pero, también leí, en esa
perspectiva, las interpretaciones de sociedad y desasosiego, de Hebert
Marcuse (en “Eros y Civilización” y en “El hombre unidimensional”). Y
empecé a asociar mi fragmentada interioridad, con el condicionamiento
ideológico que está en la base de la dominación capitalista. Y, por esto mismo,
leí a Lukacs, tratando de descifrar el contenido de los códigos ideológicos.
Pero, simultáneamente, estaba leyendo a Kafka, sobre todo, sus obras “El
Proceso” y “La metamorfosis”. Y me iba perdiendo, cada vez más. Llegando
casi al delirio. Y, esos sueños ahí. Y seguía viendo a Rosita. Y trataba de
dilucidar esos sueños con la madre azotada por el padre. Y, en ese momento,
reconocía que nunca había tenido en cuenta los asuntos relacionados con el
inequidad de género. Ni en el Partido; ni en nuestros trabajos y acciones
cotidianos, valorábamos, de manera acertada, la participación de nuestras
compañeras mujeres.
Y, eso, me atormentaba. Y volví a analizar al grupo familiar. Seguía ahí,
cada vez más reducido. No solo en número; sino también en su vertebración
fraternal. Una figura parecida a esos conglomerados que están, pero que
ninguno o ninguna de sus integrantes se reconocen el. Estar con alguien, pero
estar solo. Así lo sentía y así lo vivía.
Y es que mi individualidad no tenía referentes. Como cuando se siente que
no te encuentras contigo mismo. Cuando, por ejemplo, la imaginación se
desenvuelve en un territorio enfermizo; lleno de imágenes que no logras
identificar. Como cuando no percibes ninguna ilusión. Y es que, estando así,
no logras asir nada diferente a tu propia angustia. Es una laceración mucho
más profunda y dolorosa que los azotes que yo mismo me infringía; cuando
aspiraba a la santidad. Cuando pretendía evadir la realidad, por la vía de
inventarme un universo que tenía como centro la divinidad. Esa que deviene
de una concepción de dios y de sus efectos colaterales. Pues si que esos
sueños; en los cuales cabalgaba en un ser deforme. Parecido al caballo alado,
pero con los ojos desorbitados y con las orejas de conejo y con unos dientes
afilados, acezando. Buscándome; y yo encima de él. Vertiendo un líquido rojo,
alusivo a la sangre que derramaban miles de seres que estaban a lado y lado
del camino. Y, despertaba sudoroso, llamando al Sol y a Júpiter; y a la luna.
Totalmente perdido. Y, volvía a empezar el sueño. Y, ahí estaban Rosita,
Norela y Gudiela; envejecidas; con enormes cadenas al cuello. Y me llamaban.
Y me decían “patico, vuelve por nosotras. No nos dejes al garete, por favor “.
Y yo gritando y anhelando despertar pronto. Pero me pesaban los párpados.
Como paralizado todo. Sin mover ningún músculo. Y, entonces, veía al hijo de
poeta, llamándome. Mostrándome sus manos, ensangrentados. Y veía al divino
Laureano, como poseído, blandiendo un hacha; similar a la que se utilizó para
dar muerte a Rafael Uribe Uribe. Y, también, veía al primero de la lista
elaborada para el Gran Pacto. Y me mostraba un inmenso lienzo blanco. Allí
estaban dibujadas las manos de todos los súbditos muertos. Allí estaban
graficados todos los caminos de la Travesía. Y veía a las abuelas y a los
abuelos, con sus miradas perdidas, absortos y absortas. Y, los niños y las niñas,
estaban también ahí dibujados y dibujadas, con inmensos ojos tristes. Y,
también estaban las mujeres detrás de los hombres de la Travesía. Y, el padre y
la madre, cuando niños. Oteaban todos los territorios. Y la casita estaba
dibujada, sin nada adentro. Y, yo estaba dibujado, con la mirada al cielo; y con
una aureola inmensa. Y me flagelaba y quemaba mis dedos. Y estaba las
piedras en los zapatos y corría como enajenado.
Y veía a María Cano y a Torres Giraldo. Este último gritaba. Y María Cano
obedecía. Y la vi trajinando mil caminos. Y la escuchaba en sus discursos. Sus
manos izadas y repetía lo de la masacre las bananeras. Y me decía que eso iba
a volver a ocurrir; aquí y allá. Y me decía que, como en Iquique, habría
muertos y muertas. Que los obreros y las obreras. Que los campesinos y
campesinas. Que los niños y las niñas. Y me decía que leyera los poemas de
Gabriela Mistral y que recordara siempre a Picasso y su Guernica. Y que
volviera a leer el Canto General de Neruda. Y que, leyera las Venas Abiertas
de América Latina y que entendiera el mensaje de Galeano.
Casi siempre, al despertar, sentía un inmenso cansancio. Como de no
querer levantarme. Y volvía a dormir. Y veía los hospitales. Y yo estaba ahí,
amarrado y gritaba, alucinando. Y no reconocía a nadie; como perdido; con la
mirada en vacío; sin nada en ella. Creo que así debe ser la locura profunda.
Creo que así fue la locura de Van Gogh y la Nietzsche y la de Kafka. Y, ahí,
estaba Giordano Bruno, en la hoguera; sacrificado por buscar opciones
diferentes, conceptos diferentes, vidas diferentes. Y me trepé a los semáforos
de cada esquina. Con una mano me asía para no caer y con la otra le daba
fuerza a mis palabras. Y me bajan de allí, los gendarmes. Y, otra vez, el
hospital y sus cadenas. Y estaba atado a la cama. Y me inyectaban un líquido
que me enmudecía. Y, así, no podía gritar ni defenderme.
Y comencé otra década. La anterior había sido, un tránsito de profundos
cambios en mí y en mi entorno cercano. La ciudad seguía creciendo, casi hasta
la saturación total. Y el país también crecía. Y ya se había posesionado el
último de la lista del Gran Pacto. Conocí y actué ante el grosero fraude en las
elecciones de ese abril. Y estuve agitando y convocando. No tanto por el
General; sino mostrando y denunciando el comportamiento de los
beneficiarios del Frente Nacional; de ese Pacto entre reyezuelos. Ese que
conminó a la democracia, para que dejara de existir. Y estuve en los barrios y
en sus calles. Con la bandera de la dignidad. Y llamé a todas las puertas. Y les
dije a todos y a todas que ahí estaba la opción. La Guerra total en contra de los
mandarines perversos y su ejército. Y hablé de la necesidad de la lucha
armada; en el campo y en la ciudad.
Y llegó el momento de la partida. Había aceptado el reto. Me iría al campo.
Pero no a cualquier campo. Me iría a esos inmensos territorios de
colonización. Era una decisión mía, la aceptación de la propuesta. Y me
preparé para esto. Y la madre y el padre y las hermanas y los hermanos, no me
importaban. Me iría, con la misma convicción y con la misma fuerza y con la
misma pasión de siempre. Y volvían los sueños. Y ahí estaba el hospital. Y ahí
los hombres de blanco, aplicándome otra vez la dosis que paraliza. Y, yo
haciendo un esfuerzo inmenso por fugarme. Y ellos detrás, persiguiendo a su
presa. Y me volvía a subir a los semáforos y a los buses. Y gritaba vivas a la
lucha armada y a la guerra total contra los impúdicos auspiciadores de la
amnesia individual y colectiva. Y me bajaban, otra vez. Y despertaba y volvía
a dormir. Y, otra vez, la rutina.
Partí un día cualquiera del séptimo mes, del primer año de la década. Me
despedí del padre y de la madre. A nadie más dije nada. Tampoco hubo
mensajes. Para qué; si ya los había enviado todos. Si ya había dicho lo que
tenía que decir. Ya no me acompañaba el recuerdo de Rosita. Como si hubiera
mimetizado, del todo, el vacío inmenso que me causó su distanciamiento. Ya,
en mí, aparecía una especie de coraza. Endeble, pero coraza al fin. Las
acciones preparatorias se limitaron a estudiar la geografía de la zona. A
conocer su historia lejana y reciente. Y, por esa vía, supe de su existencia
como campo de experimentación y como olvido absoluto. Y, entonces, Volvía
a leer “La Vorágine” de José Eustasio Rivera. Y volví a leer “Doña Bárbara”,
de Rómulo Gallegos. E indague acerca de la historia de sucesivas vejaciones,
por la vía del caucho y la siringa. Y profundicé en el conocimiento del
significado que tenía El Pato; Guayabero; el Unilla; La Uribe. Y estudié acerca
de la Macarena y de su condición de hospedante de la biodiversidad y de su
riqueza en flora y fauna. Y estudié acerca de las sucesivas migraciones de
mucha gente de nuestro pueblo, buscando paliar la miseria. Y conocí la
historia de la guerra con el Perú y de la manipulación que se hizo, por parte de
los jerarcas de la historia oficial.
Y, entonces, conocí de los procesos de colonización; incluido el último, a
partir de 1966. Ya Vaupés, Arauca, Guanía, Putumayo, Amazonas, Vichada; se
convirtieron en referentes políticos, económicos y geográficos. Con pleno
conocimiento. Y, desde ahí, preparé mi intervención. Dándole, a futuro, un
profundo significado. No solo en lo que respecta a mi intervención inmediata;
sino, y fundamentalmente, a la perspectiva que se abría.
Y llegué en plena época de lluvias. Había pasado por el Meta. Y, desde allí,
volé a San José de Guaviare; entonces vinculado geográficamente, a la
Comisaría del Vaupés. Desde allí, por inmensos lodazales, unas veces a pie y,
en otras, en tractor, me desplacé hasta El Retorno, también conocido como
Caño Grande. Llegué un sábado, todavía corría el mes de julio. Y, ya allí,
comencé el recorrido, en términos de postular una intervención política,
asociada al programa partidista. Ya, allí, empecé a trabajar en esa línea. Me
vincule, laboralmente, a la Cooperativa Integral de Caño Grande, como
contador y como asistente de la administración. Todos los fines de semana,
además de las labores de entre semana, colaboraba en la atención a los
usuarios; en razón que, sobre todo el domingo, el día de mercado. Y llegaban
los colonos; después de haber recorrido inmensas distancias. La remesa era
repetida. La panela, las papas, las lentejas, el fríjol. Eventualmente se incluían
las herramientas de trabajo: machetes, rulas, azadones, palas. Extremadamente
limitados muchos de ellos y ellas. Porque dependía de algún préstamo del
Incora, o de la Cooperativa, en su condición de socios y socias. Una vida
áspera; en donde el aliciente básico estaba del lado de las mejoras que se
pudieran alcanzar. Las siembras: maíz, arroz; ejercían como proyectos
cíclicos. La rozada tal mes, la quema en tal otro. Siguiendo el mismo ciclo
relacionado con las lluvias y el verano.
Y comencé a ejercer mi labor como conductor político. Empecé a
establecer relaciones más allá de la simple atención en la Cooperativa. Y
empecé a exponer mi posición política. Y establecí puntos de apoyo básicos.
Aprovechando el día libre a que tenía derecho, semanalmente, visité los
fundos de aquellos y aquellas que iba considerando como potenciales cuadros
políticos y de acción. Y no me importaba ningún riesgo. Como, en los sueños,
hablaba abiertamente de la necesidad de la lucha armada. Trabajé con
avezados y avezadas hombres y mujeres. Que venían de lejos. Que habían
realizado sus luchas; como habitantes de ciudad y como habitantes en el
campo. Luchas por sus reivindicaciones mínimas. Y llegaron allá, en el
contexto de un proceso y de un programa propuesto desde algunas instancias
gubernamentales. Lucha por la sobrevivencia. Y lo entendí así. Ya conocía
muchas de esas historias de vida. Desde cuando estuve participando en
aquellos procesos ya expuestos, en términos de la investigación-acción. Y que
los había profundizado, a partir de aplicar el método pedagógico de Paulo
Freyre. Pero, asimismo, porque muchas de las experiencias similares en
Ecuador, Perú, Chile y Bolivia; las había conocido en el contexto de mi
actuación. Y, además, porque había leído acerca de experiencias en Polonia y
Rusia. Pero, también, porque había conocido historias de vida de África y
Asia. En este último, ante todo, las experiencias en China y Vietnam.
Y, casi sin advertirlo, llegó el cuarto enamoramiento. Otro simultáneo.
Nelly y Leticia. Dos mujeres, otra vez, absolutamente diferentes. Nelly, más
inexpresiva. Con un rol a cuestas, parecido al de muchas mujeres que han
soportado mil batallas. Supe de cuando se produjo su llegada, con sus hijas y
con Leonidas. Supe de su primera hazaña; cuando, por si sola, impidió el
despegue de un avión, en el aeropuerto de San José. Estaban ella y muchas
mujeres más y muchos hombres más y muchos niños y niñas más. Recién
habían llegado y reclamaban el cumplimiento de lo que les habían prometido.
Mujer sin mucha predisposición a la ternura. Más bien fría en sus
expresiones. Curtida por el tiempo y por las vivencias en el. Pero me supo
amar, casi desde mi llegada. Como aquellas expresiones que se concretan de
manera instantánea. La supe amar. Siempre he creído que lo más distintivo de
mi vida, ha sido el apasionamiento. En todos los momentos y ante todas las
cosas que asumo. Y, en lo afectivo, no es la excepción. Con ella, Nelly, fue así
también. La amé tanto que se convirtió, para mí, en algo parecido a la
constante vivencia, en profundidad, sin límites. Lo cierto, entonces, es que su
imagen me impregnaba. La llevaba conmigo siempre.
Y, volvieron los sueños. Veía a Nelly navegando en un velero. Un mar
agitado y adportas de zozobrar. Un viento tibio, borrascoso. Que la envolvía a
ella y al velero. Sola, sin sus hijas. Y me hablaba, a gritos: otras veces la veía,
allá, cerca de Guayabero; o en Miraflores; o en Calamar. O en su natal
Pensilvania, Caldas. Pero, siempre, en actitud convocante. Nelly, la mujer un
tanto sombría, se me acercaba y me susurraba algo acerca de su infancia;
cuando en su hogar primaban los valores de la tradicionalidad mojigata. O me
contaba de su adolescencia. La vivió de manera intensa. O me contaba cuando
conoció a Leonidas, o cuando nació su primera hija. Me contaba acerca del
origen de esa mirada inmensa; en veces taciturna; en veces expresando una
profunda soledad. O me contaba como se había iniciado en el arte de predecir
acontecimientos. Como el de ese día, en que soñó que efectuaba un largo
viaje, sin mucho convencimiento y que, en la noche siguiente, Leonidas le dijo
que se vendrían a fundar, al Vaupés. O cuando entrevió la figura de un
gigantesco alud que se tragó a muchas personas y que se tragó dos tractores y
dos volquetas. Y, justo al día siguiente, supo que En Quebrada Blanca, no lejos
de Villavicencio, una riada y un alud, sepultaron buses, personas…
Pues bien, así era mi Nelly. “Ojitos verdes” la empecé a llamar. Yo que era
tan reacio a expresiones formales. Pero, en ella, veía a una mujer plena. Nunca
me arrepentí de haberla llamado así; ni de haberle hablado del cielo y de la
tierra. De lo que había sido y de lo que era en ese momento. De mis soledades
y de mis sueños. Solo ella conoció el soporte de mi peregrinar por la vida,
tratando de encontrarme. Me dijo un día: “Patico, vos sos un ejemplar
inimitable; sos único. Por eso te amo.”
Y recorríamos todos los lugares; a escondidas. Y se nos perdía la cuenta en
cuanto a horas o minutos, o cualquier unidad de tiempo. Porque éramos así.
Sin más limitaciones y sin más aliciente que el de vernos. Nos mirábamos, en
la Cooperativa. Yo la miraba; ella, lo mismo. Sin importar nada más; ella y yo.
Y, en el entretanto, volvían los sueños. Y se iban después. Y sentía la
persecución constante de las imágenes de todos los sueños. Y me acechaban
también allá; como en la ciudad donde nací. Como en todos los momentos
vividos antes de estar aquí; antes de conocer a Nelly. Pero, ahora no es como
antes. Ahora está ella. Y ella me convocaba a trabajar por dilucidar el lenguaje
cifrado que me ha acompañado. Porque, para ella, el problema había que
resolverlo así; descifrando esos códigos. Y me decía que no podía seguir
aferrado a las posibilidades de ser tangente; de no cruzar esa barrera entre
realidad y ficción enfermiza. Que ya era hora de dejar de lado esa imaginación
cansina y enrevesada. Imaginación achatada y condicionada por las imágenes
de esos sueños. Había que volver sobre los legados fundamentales de la
humanidad y asirlos para siempre; en un proceso en el cual, como sujeto,
pudiera avanzar en términos de consolidar la individualidad, sin escapar de la
realidad. Hacer coherente el ser y el hacer.
Nelly se volvió indispensable para mí. Cuando no estaba con ella me sentía
perdido. Otra vez sin referentes. Volvía sobre mí mismo, sobre mis soledades
y mis miserias. Y la buscaba a todo momento y en todos los sitios. Necesitaba
de sus palabras y de sus ojos.
Pero, en algunos momentos, me sentía sujeto utilitarista. Porque la veía,
siempre, en el rol de mujer acompañante de mis tristezas. Otras veces, era
como si quisiera fugarme con ella, hacia cualquier lugar; con la sola condición
de que estuviera en la lejanía absoluta. Sin nadie en derredor. Solo ella y yo.
Lo mío, en esos instantes de reflexión tendenciosa, se podría haber asimilado a
ese tipo de comportamiento que deja de lado el regocijo y lo trascendente y
bello que tiene la opción de amar. Estando así, me sentía perverso. Y, en
verdad, al retrotraer mí tiempo vivido, me escindía. Porque, esa percepción de
haber sido guerrero consecuente, se desdibujaba, al recordar vacilaciones y
debilidades. Ante todo en lo que tiene que ver con el entendido de humanidad
y su concreción en hechos efectivos; y no tanto en simples expresiones,
simplemente viscerales. Ese tipo de reflexiones me condicionaba. Ahí, en ese
momento, cuando Nelly era mi horizonte, parecía sucumbir y, en
consecuencia, volver a esa soledad y a esa tristeza y a esa condición de
individuo partido; sin referentes; sin soportes humanos válidos.
De manera sorprendente, la hilvanación de nuestros propósitos, derivarían
en una opción trajinada antes. Pero, con todo lo que sufrimos, se irían
presentando situaciones de riesgo. Empezaría, por decirlo de alguna manera, a
dilucidarse el camino, cada vez más riesgoso. Pero, el reto estaba ya
planteado. Por lo tanto, si en verdad éramos consecuentes con nuestro
manifiesto, tendríamos que asumirlo. Y, casi de manera simultánea, la
actividad sindical organizada. Hasta aquí, en ese tipo de actividades, lo mío
había sido apenas tangencial. Como auxiliador y agitador en las huelgas. En
eso me inicié, casi desde que tenía memoria.
Los Sindicatos han sido, al menos para mí, una opción más vinculada con
la teoría del leninismo que con una convicción efectiva, real. La teoría de la
Dictadura del Proletariado, no era más que un referente un tanto formal. Lo
que si era cierto es mi entendido de proletariado. Fundamentalmente obreros,
vinculados a las fábricas. Los otros trabajadores no eran otra cosa que
instrumento accesorio. Sujetos que aprendían de la lucha; por lo mismo de
que, todas las reivindicaciones se pueden validar. Pero no es lo mismo. Los
trabajadores al servicio del Estado, constituyen y han constituido siempre,
simples usufructuarios o beneficiarios plusválicos. Porque, en mí, ya estaba
claro que la noción de plusvalía defina por Marx, estaba asociada a la
producción de riqueza; al agregado, por la vía de la mano de obra, que
contribuye a la reproducción del capital. Y es que esta, la plusvalía, es el
soporte de lo demás. Lo otro no es otra cosa que consumo de la misma. Los
trabajadores de las empresas de bienes y servicios, incluidas la actividad
financiera; consumen plusvalía originada en la industria. Y esta interpretación
mía no es caprichosa. Es el resultado de un estudio juicioso y crítico del
proceso de acumulación del capital. Por lo mismo, mi lectura de la obra de
Rosa Luxemburgo, no fue al azar. Ese texto es tan expresivo y tan riguroso en
el cuestionamiento de la ortodoxia marxista; que, en muchas ocasiones ha sido
presentado como posición herética, por la vía socialdemócrata.
Esta posición teórica, derivó en el sentido que le di a mi intervención
sindical. Trabajando en una entidad pública, cuyos trabajadores somos,
simplemente beneficiarios plusválicos.
Esa fue mi hoja de ruta desde un primer comienzo .Por lo tanto, y me
quedó claro, también desde el comienzo, que encontraría posiciones
contrarias. Al menos, entre aquellos y aquellas que exhibían una posición de
mera interpretación formal. Como si el solo hecho de la intervención sindical,
diera lugar a una posición marxista. Esto para no hablar de los y las militantes
del Partido, quienes asumían que ortodoxia marxista-leninista, era lo mismo
que la desviación teórica de creer que los trabajadores y las trabajadoras de
bienes y servicios, hacíamos parte de la Vanguardia Proletaria. Términos,
preciso, acuñado por Lenin y que, aún hoy, a pesar de la acción de los y las
personas que han renegado de su pasado; sigue siendo un principio
insoslayable.
Y es que, todavía, tenía memoria para recordar el hermoso fragmento de
Eduard Dolléans, en su “Historia del Movimiento Obrero”.:
“A lo largo de los cuarenta años que van desde 1830 hasta 1970 se oye una
queja. Los mismos murmullos, los mismos llamados no escuchados. A veces
el murmullo se transforma en clamor; las voluntades se anudan en una acción
más clara y el fracaso provoca de repente el motín. De tanto en tanto, una
insurrección cuya represión reduce al silencio, durante algunos años, la voz de
las clases laboriosas. En vano, como dice Sismondi, se hará crecer el trigo para
los que tienen hambre, o se fabricarán vestidos para los que andan desnudos, si
no están en condiciones de pagar.
Este grito que brota de la miseria es irreprimible. Por eso, la voz reanuda
su queja monótona. Poco a poco, esta voz se afirma: al grito del sufrimiento se
mezcla un grito de esperanza.
La atmósfera de estos cuarenta años de luchas obreras, estuvo cargada
como un cielo gris cubierto de nubes, siempre encapotado, atravesado a veces
por relámpagos…”
Dolléans, Eduard. “Historia del movimiento obrero, primer tomo; sexta
edición, 1957.
Era y es una expresión portentosa. Cargada de un significado profundo.
Que define el sentido del quehacer obrero. Arriesgándolo todo. Con su
esperanza puesta en el triunfo. Un triunfo que puede ser obstaculizado por la
fuerza patronal y por la fuerza del Estado. Productores directos. Que nacen y
mueren vinculados a la industria; a la naciente industria. Al capitalismo
salvaje que crece a costa de la muerte de los obreros.
Entonces, visto así, lo nuestro era y es un mero ensayo, ni siquiera ensayo
general de las posibilidades revolucionarias del proletariado. Nosotros y
nosotras éramos y somos, aún ahora, meros replicadores de las consignas
centrales del movimiento obrero: Por el poder, hasta nuestra vida damos. Por
la dignidad, siempre estaremos en pie de lucha.
Y tuve que luchar en contra de esas opciones de interpretación. Entre
populistas y malvadas. Voces y consignas vinculadas con la posibilidad de
aparecer como representantes del proletariado. Cuando, solo éramos y somos
simples reproductores de la ideología dominante; en razón a que ejercemos
como usufructuarios; en lo que Gramsci llamó la superestructura y que tiene
que ver con la ideología .Y que, Lukács, propone como diferenciación
fundamental y básico. Este último, siempre luchó por dejar de lado ese tipo de
ilusiones que, independientemente de la connotación un tanto peyorativa que
se le ha dado, la pequeña burguesía asalariada, le ha dado a su participación.
Y, en consecuencia, ese camino ejerció para mí, como norte. Se produjo un
enfrentamiento desde un comienzo. Porque nunca acepté que la dirección del
Partido fuera ejercida por intelectuales alejados de la producción y, por lo
mismo desconocedores y desconocedoras de la miseria de los obreros y las
obreras. Dirección pequeñoburguesa que prostituyó la lucha obrera. Que la
convirtió en un simple lugar común. Con una supuesta ortodoxia marxista
leninista que no era otra cosa que (parodiando a un autor que no recuerdo) una
caricatura de revolución.
10
Y es que, en nuestro país, se había enquistado, entre los grupos
revolucionarios, una manera de ver la lucha anti-capitalista, como simple
expresión de vocinglería. Una figura parecida a esas expresiones que todo lo
reducen a posiciones preestablecidas, sin nexo con los hacedores de la riqueza
con la cual se alimenta y se reproduce la burguesía. Era y es una perorata de
nunca acabar. Inclusive, con posturas ante el Imperio, supuestamente
radicales. Pero que, en fin de cuentas no eran y son otra cosa que discursos
inocuos; sin sentido. Una especie de radicalidad y de discurso revolucionario,
para los días de fiesta.
Ya, desde ese entonces, yo participaba de una caracterización del sentido
en que se movía la burguesía. Arriesgué, desde ese entonces, una expresión
teórica, originada en Gramsci y en Lukács, que deriva en un entendido de lo
que se denomina bloque de clases o de fracciones de clase en el poder.
Produje, en ese sentido, un escrito en el cual le daba forma a este tipo de
caracterización. Hablaba, a manera de ejemplo, de lo siguiente: Y es que la
burguesía ha diversificado su dominio y sus fuentes de enriquecimiento. Ya no
es el capital industrial, como arquetipo de la burguesía. Ahora, confluyen la
burguesía, industrial, la burguesía comercial agraria y la burguesía financiera.
En una relación en la cual, esta última, ejerce como centro. Y, entonces, el
Estado, ha modificado su textura y su manifestación. Un Estado que es
conducido, por lo mismo, en esa proporción. Somos, en consecuencia, un país
en el cual los gregarios del Imperio, tienen múltiples manifestaciones. Lo que
traduce que el movimiento sindical y las direcciones políticas
revo9lucionarias, no pueden caer en la trampa de proponer una ortodoxia
engañosa al momento de confrontar al capital.
Y el problema, entonces, es que posicionamos una dirigencia sindical que,
lo primero que hizo, fue prostituir el significado, por ejemplo, de los permisos
sindicales. Los convirtieron en escape y justificación para alejarse de la
producción y/o de la intervención directa como obreros o como trabajadores.
Por esta vía se convirtieron en burócratas. En líderes que ensayan discursos y
proponen alternativas, desde posiciones cómodas, sin las afugias del obrero o
de los y las trabajadoras de base. Y, esto, es fundamental al momento de re
direccionar el quehacer sindical.
Porque deviene en un universo de conceptos en donde, a manera de
ejemplo, a cualquier trabajador se le dice obrero y a cualquier dirigente
sindical se le dice dirigente obrero. Un movimiento obrero que hizo crisis
desde el primer momento de haber surgido. Porque, si bien la semilla de María
Cano y las experiencias de los trabajadores de las bananeras, habían colocado
puntos altos en el proceso de la lucha anti-capitalista. No es menos cierto que
las expresiones en la CTC y en la UTC, no fueron otra cosa que satélites de los
Partidos Liberal y Conservador. Casi podría afirmarse que en Colombia nunca
ha existido un movimiento sindical de la categoría que requiere una
confrontación directa con el capital. Y no es así por el hecho simple de que
nuestro país haya accedido a la generalización de la producción industrial y
comercial, por la vía de la sustitución de importaciones, en 1930, como
respuesta a la crisis capitalista mundial. Ha sido y es así, porque, insisto en
esto, ha sido entendida la lucha como simples expresiones contestatarias y con
la conducción de un marxismo distorsionado. Esto, para no hablar de que el
concepto de partido obrero; no ha sido otra cosa que un lugar común y que
pretendió ser impuesto desde la opción retardataria del Partido Comunista de
Colombia.
Y lo expreso con conocimiento de causa y con autoridad moral. Porque he
sido partícipe de alternativas diferentes, en el tiempo, en el proceso de
confrontación al capital y sus colaterales. He sido participé de la confrontación
profunda, desde el punto de vista teórico, al momento de entender la dinámica
que debe adquirir el movimiento obrero y sindical.
Mi posición devino en sucesivas herejías. Por las cuales fui confrontado y
sancionado, en los términos que esto tiene, cuando se habla de disciplina de
Partido. Peo, justo es reconocerlo, cometí profundos errores en ese proceso.
Tal vez, el fundamental, tiene que ver con la manera con la cual abordé las
contradicciones. Y con las intermitencias en mis acciones. De un
apasionamiento absoluto, pasaba a una posición de profundo escepticismo.
Como veleta al viento, al garete. Y, tengo que reconocerlo, hacía parte de mi
cuadro patológico. En veces caía en el profundo abismo de la locura o, por lo
menos de algo similar. Volvían los sueños; las imágenes. Me cabalgaban. Me
inducían a posiciones enfermizas cada vez más profundas. Y volvían las
reclusiones. Aquí y allá. Sujeto que era depositario de mil un experimentos en
términos de la siquiatría. Y perdía la lucidez. Y la volvía a encontrar. Pero,
indudablemente, a costa de un deterioro progresivo de mi capacidad física que
conllevaba, incluso, a expresiones que desdibujaban los términos de mi
intervención. Una reclusión tras otra. Y así se fue consolidando en mí, la
esquizofrenia. Unas veces no vinculante e inhabilitante. Otras veces,
conduciéndome a la absoluta inacción, como efecto colateral de los
medicamentos y de esos tratamientos infames a que fui sometido en la
caracterización que se hizo de mis padecimientos como padecimientos
mentales, incapacitantes.
Y seguía la intervención barrial. Con una perspectiva plena, absoluta. Con
el acumulado de conocimientos y de propuestas reivindicativas. Y, allí, en ese
ejercicio y en esa época (ya entrada otra década), conocí al que,
posteriormente, fuera (como lo es, efectivamente) el Emperador Pigmeo. No
vale la pena nombrarlo por su nombre. Esto, aunque siempre he sido muy
respetuoso de cada persona. Pero es que, en este caso, (confirmado hoy) se
trata de un personaje que induce a un odio visceral hacia él. Una figura que es
nada; habida cuenta de que ni siquiera ha tenido claro el significado que tiene
la democracia, aún en el contexto de la dominación burguesa. Por lo menos,
aún a riesgo de desvertebrar mi línea conceptual de respeto, lo dejo ahí.
El contexto, tuvo que ver con nuestras organizaciones y nuestras luchas,
reivindicando derechos como la vivienda digna, el buen servicio de transporte,
el derechos a la recreación y la construcción de un concepto de cultura,
abierta, plena heterogénea y respetuosa. Y, confrontamos al futuro Emperador
Pigmeo. Y, como era previsible, no cumplió con ninguno de los compromisos.
Y estuve en procesos de reivindicación lúdica. Y promoví el concepto de
tomarnos las calles para la recreación. Y, desde su esbozo, confronté el
proyecto del Metro. Y confronté, en los términos que ya he descrito.
Y, no sé por qué, vino a mi recuerdo, lo siguiente:
“…La mayor parte de vosotros vais a ser puestos en libertad; todos sin
embargo no estáis exentos de reproches; pero los motivos de indulgencia para
los culpables fueron, en a duda, motivos de absolución para vosotros….Todas
las autoridades formulan votos sinceros por el mejoramiento de vuestro
destino; la voz de la humanidad no tardará en hacerse comprender; los ricos
propietarios de las minas no pueden ser vuestros tiranos, no, no pueden serlo,
les está
Reservado un título más digno; no dejarán a otros el mérito de volverse
bienhechores…”.
Palabras del presidente del Tribunal de Valenciennes. Citado en la obra
citada de Eduard Dolléans, página 71.
Ya estaba posicionado en mis convicciones. Mis valores los defendía, con
absoluta pasión. Confrontando aquí y allá. A aquellos y aquellas que
pretendían limitar mi intervención. A aquellos y aquellas que, supuestamente,
asumían posiciones de verticalidad y de ortodoxia revolucionaria.
Y lo intenté de nuevo. Estuve en la zona bananera en Antioquia. Se trataba
de reforzar el frente de guerra. Ya habíamos caracterizado el tipo de ofensiva
del gobierno, a través de su sección militar. La denominábamos “campaña de
cerco y aniquilamiento”. En esta se prefiguraba mucho de lo que,
posteriormente, se dio. En principio y, fundamentalmente, civiles informantes
entraban en la zona y detectaban a dirigentes políticos y sindicales
revolucionarios afines a la lucha armada, por la vía de lo que denominábamos
Frente Patriótico de Liberación. Esta expresión no era otra cosa que una copia
de lo que hizo el Partido Comunista Chino, en todo el proceso de la Gran
Marcha y que derivó en el triunfo del Ejército Rojo Chino sobre los
Kuomintang de Chang Kai Check. En términos teóricos, simples, se trataba de
la construcción de zonas liberadas con un gobierno revolucionario de Frente
Patriótico, vinculado al Partido, pero diferente a él. Algo así como que los y
las dirigentes de Frente Patriótico no tenían que ser militantes del Partido.
Ellos y ellas, eran militantes del Frente Patriótico. Ahora bien, en aplicación
del concepto de gobierno revolucionario popular; el Ejército Popular de
Liberación, garantizaba la seguridad en esas zonas liberadas. Entonces, al
entrar los informantes vinculados al ejército, detectaban a los y las dirigentes
de Frente; luego ese ejército entraba y mataba a quienes habían sido
identificados e identificadas previamente.
Entonces, otros compañeros y otras compañeras y yo, entramos a reforzar
la zona de Frente Patriótico de Liberación, una penetración lenta; habida
cuenta de los riesgos. En principio, por lo menos yo, me vinculé como
trabajador a una de las empresas bananeras. Y, a partir de ahí empecé mi labor.
Sin embargo ya se estaba profundizando una crisis de amplio espectro, al
interior del Partido. Un tipo de confrontación en donde predominaban dos
opciones. Una de ellas, la de la ortodoxia marxista leninista, con la influencias
del Partido Comunista Chino y la otra una posición de apertura hacia
expresiones menos ortodoxas. Inclusive, en la perspectiva de postular
opciones de largo aliento y vinculadas con un ejercicio un tanto parecido al del
MIR Chileno. Esto es, un tipo de organización político-militar; pero con
énfasis en un estilo de trabajo de militantes, sin la mediación del concepto de
Frente Patriótico. Una tendencia hacia posicionar de manera efectiva la noción
de Partido Obrero, con las consecuencias inherentes. Porque trascendía lo
asumido y lo vivido hasta ese momento. Una especie de opción trotskista, por
la vía de recomponer las realizaciones. Con una perspectiva que incluyera la
posibilidad de participar de manera abierta en el la actividad política de amplio
espectro, incluida la electoral.
En consecuencia, la lucha armada, pasaba a ser cuestionada. No en los
términos de hablar, de manera filistea de opciones de paz. Más bien en el
contexto de un replanteamiento que incluyera la posibilidad de la insurrección.
Obviamente, esto, suponía la construcción de un Partido Obrero fuerte; en el
cual se enfatizara en una noción de Programa de Transición, en una
perspectiva socialista; retomando los postulados básicos de la Tercera
Internacional.
Obviamente que se trataba de un cuestionamiento a lo hecho hasta ahora.
Con lo complejidad que esto conlleva, Porque suponía la erradicación, en lo
posible consensuada, de esas expresiones partidistas construidas desde
posiciones pequeñoburgueses. No en una posición peyorativa. Más bien en lo
que esta acotación tiene de opciones que, como por ejemplo, validar la lucha
armada, desde una interpretación de guerra campesina; pero con una dirección
de partido, comprometida más con una interpretación del marxismo y del
leninismo, asimilada por la vía de posturas intelectuales. Lo del idealismo, era
un calificativo benévolo. Porque, ojala hubiese sido solo eso. Se trataba de una
interpretación impuesta, por la vía de impedir posiciones diferentes al interior
del Partido; como corresponde a una plena aplicación del ejercicio dialéctico y
de una estructura de partido que, inclusive, había sido avalado por Lenin, a
partir de la intervención de León Trotsky, en todo el proceso de confrontación
a la posición estalinista.
Entonces, en el entendido de mi decisión por esa opción de
cuestionamiento y de reconstrucción del ideario socialista; empecé a tener
contradicciones que concluyeron a la evasión. Abandoné la zona, sin
consultarlo con nadie. En una actitud de irresponsabilidad inmensa. Porque,
una cosa era estar en desacuerdo con determinado tipo de orientaciones y otra,
bien distinta, era arriesgarme y arriesgar toda una estructura organizativa.
Queda claro, sin embargo, que no fue una postura en perspectiva de renegar de
lo actuado, ni de los compromisos asumidos, con todas sus repercusiones. Por
el contrario, fue una decisión tomada y, en paralelo, la disposición de enfrentar
cualquier tipo de confrontación. Y, en efecto fue así. Fui sancionado
políticamente, después de un proceso en el cual asumí mi defensa como
corresponde a un militante decidido a defender sus puntos de vista y la calidad
de su compromiso.
Regresé. Ya había expresado antes el tipo de modelo sindical vigente. Mi
actividad tenía dos frentes de acción. De un lado mi ejercicio como
sindicalista. De otra parte, el trabajo barrial. Había avanzado en la
caracterización de los problemas urbanos.
Fundamentalmente en lo que concierne al entendido del nexo entre las
acciones revolucionarias urbanas y la perspectiva de construcción de una
opción socialista. Es, a manera de ejemplo, el compromiso por posicionar a los
y las habitantes de las ciudades en el contexto de le necesidad de la
transformación revolucionaria; por la vía de la ruptura con el frente burgués.
Esto no supone plantear una posición que reivindique a los pobladores como
vanguardia, así en abstractos. Es y ha sido, más bien, entender que los obreros
y las obreras; que los y las trabajadores de bienes y servicios, viven en la
ciudad, en sus barrios y que, por consiguiente, desde allí se produce el
acercamiento a ellos y a ellas. Diseccionando el quehacer revolucionario en un
proceso de cobertura que implica los diferentes niveles de acción y de
reivindicación.
Entonces, en ese horizonte, la cultura, los servicios públicos, el transporte,
la recreación. Los servicios de salud; el problema de la vivienda; constituyen
referentes que es posible retomar para avanzar en la confrontación.
11
La noción de Frente Burgués, supone entender lo que yo he denominado el
bloque de fracciones de clase en el poder. En una interpretación que supera la
homogeneidad que habla de la burguesía como clase dominante sin fisuras. Y,
en la posición de una ortodoxia mal entendida, con la concreción de la
burguesía industrial como opción única. Lo que señalo es otra cosa. Es un
conglomerado de secciones, cada una con intereses particulares precisos y
referidos a instancias muy precisas del poder económico y de su
desenvolvimiento en diferentes áreas. Por esto mismo, en una aproximación a
Lukács, cuando se habla de hegemonía de clase y/o de los aparatos
ideológicos de Estado; se tiene que hablar de ese conglomerado que, en
periodos diferenciados, en el tiempo, tiene como centro una u otra sección.
Últimamente, y así lo he sostenido en diferentes instancias de intervención, el
centro-poder está en manos de la Burguesía Financiera. Y, por esto mismo, las
otras secciones o fracciones, están plegadas a la misma. Pero esto no,
necesariamente, implica que estén diluidas. Están ahí, conviven ahí; haciendo
énfasis en modificaciones puntuales de las formas de gobierno y del Estado.
En consecuencia, la intervención de los partidos obreros, tiene que ver con
identificar esas modificaciones gubernamentales y, en veces, las fisuras que se
reflejan en el Estado; para lanzar una ofensiva. Ya no tanto, por la vía simple
del ejercicio huelguístico, sino por la coordinación de una serie de acciones de
confrontación que lesionen ese centro-poder. Con una opción de unidad de
acción con diferentes sectores de la población. Pero no a la manera populista,
como identificó Gramsci, cuando caracterizó los periodos de ascenso de los
movimientos con tendencias al fascismo. Más bien, por la vía de saber
coordinar esas acciones; pero con la claridad de que el centro de la
reivindicación fundamental, sigue siendo el poder político. Y para esto, en vez
de la postura asimilada a la figura de guerra de guerrillas campesina clásica; se
debe trabajar por hacer de esa articulación la posibilidad de proponer y
desarrollar formas de insurrección.
Es ahí en donde encaja mi intervención. Por esto mismo, mi doble acción;
sindical-barrial; no era otra cosa que actuar en consecuencia con esa opción de
revolución. Revolución Socialista, con la conducción de un partido obrero;
pero con la articulación de diferentes reivindicaciones que devengan en
movilizaciones urbanas cada vez más amplias y radicales. Inclusive,
accediendo a posiciones de control político; en el cual se crearan milicias de
confrontación. Porque, era y sigue siendo claro, que la burguesía entendida
como clase única dominante; ni el Frente Burgués que articula a las fracciones
de clase van a entregar el poder de manera pacífica. La violencia
revolucionaria era y sigue siendo una opción. Pero no a la manera de “la
combinación de todas las formas de lucha”; como lo han planteado de manera
formal los estalinistas y, de una u otra manera, los guevaristas. Es la
construcción de una opción en la cual, cada fase de la lucha revolucionaria,
hace parte de un proceso dirigido por el partido obrero y; por esa vía, es la
posibilidad de aglutinar a los diferentes sectores de la población; en torno a
reivindicaciones generales y específicas; con la mira puesta en la toma del
poder.
Ahora bien, siendo como era y como es actualmente, la fracción financiera
quien hace centro en eses bloque o frente burgués; los trabajadores y las
trabajadoras bancarias, de las corporaciones de ahorro y crédito y de otras
empresas otorgadoras de crédito financiero; pueden (al menos esa era mi
visión) realizar acciones puntuales que influyan en la posibilidad de inducir a
una crisis generalizada de ese sector. Pero sin que esto implique la pérdida del
control obrero a lo clásico; es decir por la vía de su partido. Era y es, inducir
una crisis que repercuta en el Frente Burgués. Crisis que, sin caer en el
oportunismo propio de la lógica formal, pueda derivar en una crisis política en
ese Frente Burgués. Fisuras que pueden, a su vez, permitan la concreción de la
ofensiva obrera y popular.
En ese mismo contexto, los trabajadores al servicio del Estado, así como lo
esbocé arriba, no somos otra cosa que consumidores plusválicos. No en
condición de beneficiarios fundamentales; más bien como sector de
trabajadores que no tenemos ni el control, ni tenemos porque tenerlo, del
centro de confrontación con el Frente Burgués. Lo nuestro se puede asimilar a
esa condición en la cual los y las trabajadores y trabajadoras; ejercemos la
confrontación; sin que esto implique la destrucción de ese Frente y de su
control político. Por muy fuertes que sean las contradicciones. Inclusive, por
muy fuertes que sea nuestro movimiento en momentos precisos de la
confrontación; no podemos tener el referente de que somos la conducción. Por
lo tanto, entonces, no podemos obnubilar nuestra razón de ser.
Es, con estos elementos políticos de claridad, como plantee mi
intervención. Inclusive, señalando con certeza, la desviación que se estaba
produciendo; cuando se avaló al movimiento de trabajadores de la educación
(maestros y maestras); como punto de lanza en la confrontación al Frente
Burgués. Así mismo cuando se hizo lo propio, en general, con los trabajadores
y las trabajadoras al servicio del Estado. Porque, de por sí, esto constituyó una
desvertebración en lo que hace al reconocimiento del eje de intervención. Con
absoluta entereza lo planteo, aún ahora: La gran debilidad estructura de la
CUT, tuvo y tiene que ver con el hecho de entronizar a los y las dirigentes de
estas organizaciones sindicales estatales, como hilo conductor. Esto traduce
que, no fue tanto el hecho de la debilidad de los obreros industriales (incluso
señalo que, por esto, fue tan endeble la promoción de los movimientos
sindicales obreros industriales) en el proceso, porque sí. Fue, insisto en ello,
por el error en la ubicación de ese hilo conductor, que el movimiento obrero se
fue debilitando. No comparto la opción teórica que sostiene que la responsable
es la burguesía por instaurar, por la vía de sucesivas reformas laborales, la
precarización del empleo industrial. Fundamentalmente es responsabilidad de
la dirigencia de la CUT y, de las otras Centrales Sindicales.
Es, repito, en ese esquema de confrontación, en el cual mi intervención
trató de ser consecuente en la crisis política que me correspondió enfrentar. Es
decir, independientemente de la repercusión que tuvieron mis errores, lo cierto
es que mi actuación fue absolutamente conciente y nunca me he arrepentido ni
me arrepentiré de lo que fue mi pasado revolucionario. No reniego, ni siquiera
del periodo en que impulsé y participé de la opción revolucionaria
emparentada con la lucha armada por la vía de la guerra de guerrillas, a la
manera maoísta y guevarista. Con el propósito de ilustrar el contexto en el cual
efectuaba mis reflexiones y mis actividades, transcribo el siguiente trabajo
realizado en esa época.
Uno de los aspectos más relevantes en nuestro proyecto, tendría que ver
con la precisión del concepto “Nación” y sus implicaciones al momento de
redefinir procesos. Empezaríamos a hablar, por ejemplo, de la noción de
regiones y de etnias. En principio y fundamentalmente, decidiríamos avocar el
conocimiento de la Región Pacífico y las alternativas. Para acceder a un
proyecto de revolucionarización en ella.
“…Petronila Rentería de Girardot, una mujer de 84 años, ha vivido la
mayor parte de su vida, alrededor de su familia. Desde niña, añoró trascender
esos territorios. Sin embargo, la fuerza de las convicciones y valores vigentes,
la han convertido en simple reproductora de hijos, nietos, biznietos… Nunca
ha sido feliz. Su primer matrimonio, con Escolástico Girardot, fue una réplica
de la concreción de la dominación por parte del hombre sobre las mujeres.
Este, Escolástico, venía de una familia de tradiciones casi inquisidoras. Su
abuelo materno, había conocido los rigores de la transición entre la
independencia real, a la independencia formal. Cuando, después de haber
concretado la expulsión de los invasores, nos convertimos en territorio de
confrontaciones. Algunas de ellas bizantinas. Otras, de mayor calado, se
referían a los conceptos disímiles de libertad y de la construcción de Estado.
Como si, en cada una de esas expresiones, se descifrara el código de la
dominación, anclada en poderes y macro poderes absurdos; en los cuales se
destruía la razón de ser de la libertad. Sumatorias de territorios y de poderes.
Con actores convencidos de su condición de predestinados por la divinidad del
Dios Católico, para salvar a la nación de las perversidades liberales,
entendidas estas como apertura al conocimiento y a la construcción de
democracia efectiva.
Lo cierto es que Petronila convirtió su vida en un continuo hacer repetitivo,
por la fuerza de la tradición. A pesar de la obvia diferenciación inherente a los
seres humanos, considerados individualmente, lo suyo fue y es una réplica de
la dominación ejercida sobre las mujeres. De por sí, ellas han constituido una
franja de la población, sobre la cual recae el control sobre sus vidas. Hasta
cierto punto, lo aquí expresado, puede aparecer como discurso que ha sido
expresado en diferentes escenarios políticos y sociales. La necesidad de
postular una perspectiva, en concreto para el caso de mi madre Isolina, a partir
de la situación relacionada con su abuelo y su abuela, supone reiterar acerca de
esa dominación. Tal vez, porque en esta situación descrita, reside una especie
de referente asumida por Isolina. Referente no patético. Más bien centrado en
la continua búsqueda efectuada por las mujeres que, como mi madre, aspiran a
desafiar esos condicionantes y trascenderlos., por la vía creativa y proactiva.
De hecho, Isolina tiene un recorrido de vida, que le ha permitido descifrar
las alternativas necesarias para proponer, desarrollar y fortalecer una teoría y
una praxis vinculada al proceso de liberación femenina. Esto es lo que explica,
a manera de ejemplo, su compromiso con las mujeres de Ruta Pacifico y con
la gestión popular alrededor de la periferia en que fue situada, junto con
Demetrio. Escenarios en los cuales crece, de manera exponencial, las
carencias, la desvertebración social y la existencia, latente y real, de opciones
asimiladas a la degradación del entorno físico y de los grupos sociales.
Desde ahí, entonces, Isolina ha comprometido su acción, conocedora de
que la confrontación, en últimas, es con los gobiernos y con el Estado. Por esa
vía ha desembocado en la construcción de proyectos económicos, políticos y
sociales. Cuando le hablé de mi deseo por conocer esa segunda parte de su
texto, me reitero la expresión relacionada con un tipo de actitud, como la mía,
que conduce a pretender abarcar los conceptos de manera tal, que pueden
convertirse en simple formalidad.
Isaías, en consideración a tus inquietudes, acerca de mi compromiso con
las luchas sociales, tengo la posibilidad de presentarte dos escritos míos,
relacionados con ese tipo de actividad. Ya, por vía de tu decisión anterior,
relacionada con esa búsqueda; conociste la primera parte del documento en el
cual realizo un análisis de propuesta de Nietzsche, a partir de su texto
“Humano,
Sinceramente, quedé impresionado por la claridad conceptual aplicada por
mi madre en el escrito. No sé por qué, vinieron a mi mente algunos recuerdos.
Como si estuviera enfrente de otra realidad pasada. Algo así como tener la
sensación de haber vivido momentos pasados relacionados con hechos en los
cuales Isolina y yo estuvimos involucrados. Tanto como haber asistido a un
proceso con una dinámica similar a la que estoy asistiendo. Así se lo expresé a
mi madre. Me dijo, trato de entenderte. Los seres humanos somos sujetos con
imaginación. Creo que esto nos diferencia de los otros animales. La capacidad
para retrotraer imágenes, a partir de nuestras experiencias, proyectándonos al
futuro. En una interacción en la que intervienen diferentes acciones. Por esto
el pasado, para nosotros, es como un escenario en el cual nos recreamos.
Como vivencias que no podemos precisar con certeza cuando se produjeron.
En esto, la memoria colectiva e individual, son factores fundamentales, a la
hora de dirimir contradicciones entre pasado y presente; entre presente y
futuro.
Demetrio estaba jugando en una zona aledaña a su casa. Era un niño, hasta
cierto punto extraño. Su comportamiento tenía mucho de adulto. Como quiera
que expresara, en todos los ámbitos, palabras no solo coherentes; sino que esa
coherencia relacionaba hechos centrados en una figura similar al liderazgo.
Tanto así que sus juegos, no tenían la espontaneidad con que los niños y las
niñas acompañan sus actividades, de imaginaciones, a veces inconexas, pero
casi siempre llenas de ilusiones y de creatividad. Lo de Demetrio era otra cosa.
Parecía tatuado por los rigores de la vida. Una vida signada por las
dificultades. Su familia tenía un peque lote. En el mismo sembraban productos
de pan coger.
Había ido a la escuela, hasta quinto grado. Una escuelita rural, situada en
la zona periférica de Bahía Solano. Su abuelo, destacado líder comunal,
coadyuvaba, con el padre y con la madre, en la manutención de la gran
familia; tanto por su extensión; como también por ser un grupo cálido,
tejedores de historias de vida, al lado de la gente. Una entrega casi absoluta.
Compartían sus escasas cosechas, con quienes lo necesitaban más que ellos.
Demetrio, se forjó en la brega diaria. La lucha por la subsistencia; el
acompañamiento al abuelo Isaías, a sus giras por los barrios de Bahía Solano y
por toda la zona rural. Giras, cagadas de pasión por la unidad para enfrentar la
adversidad que siempre estaba con ellos. Pobreza extrema, sumada, sumada a
los avatares propios de una lucha en contra del olvido gubernamental y las
tenazas de terratenientes. Y, como colateral, la estigmatización y la
persecución por parte de agentes oficiales y grupos armados. Algunos de los
cuales, en veces, actuaban en connivencia con las fuerzas de seguridad del
Estado.
Su primera experiencia de tragedia y dolor, tuvo que ver con el asesinato
selectivo de algunos campesinos y campesinas en una de las veredas. Ocurrió
un sábado en la tarde, cuando las víctimas asistían a una jornada de trabajo
comunitario. Varios hombres armados, irrumpieron en el salón de reuniones de
la vereda. Una vez los identificaron, los mataron allí, en el mismo sitio.
Para Isaías y para Demetrio, la matanza, constituyó un fuerte impacto. Los
nexos con hombres, mujeres, niños y niñas de la región. Sus luchas comunes y
solidarias, por una mejor calidad de vida, habían construido fuertes lazos de
amistad y compañerismo.
Los juegos de infancia eran entonces, para Demetrio, un ejercicio en el
cual la lúdica era reemplazada por una profunda tristeza. Parecía algo innato;
de lo cual nunca se ha podido zafar. En una de las sesiones de juego, conoció a
mi madre, Isolina. Mujer con temperamento y alegría bulliciosa; disfrutaba
plenamente lo que hacía. Desde las rondas, con letra y música de su Pacífico.
No sé por qué la niñita no ha venido, Tal vez con su padre se haya ido,
Para el mar y para el río,
A buscar peces, camarones y langostas; Para traer aquí. Para llevar allá.
Para los niños y las niñas que se alegrarán. Yo tengo un secretito y,
No lo voy a contar,
Es mi secretito, es mi secretón;
Es mi compañía en toda la región.
Secreto que tengo yo. Secretos que tienes tú. Mi secretito y el tuyo se
volverá común.
Tengo un amiguito, es negro como yo. Negro como ustedes; negro de gran
vigor, Que viene en la noche a prender el fogón,
A tocar la marimba y a cantar con mucho amor.
Demetrio porqué estás triste?, Será porque no te miro,
O será porque nunca has reído.
Si juegas conmigo, si ríes con todos, De daré la luna y te daré el Sol.
Isolina era toda exuberancia de amor, lealtad y ternura. Su familia, cercana
a la de Demetrio, compartía lo suyo con todos. Allí había lugar para la
solidaridad. Hasta las tristezas constituían insumos para compartir.
Tenía 12 años, cuando su padre murió. Fue una exhibición del dolor, a la
manera de ellos y ellas. Con cánticos sutiles; llenos de ternura. La que sólo
ellos y ellas entendían e interpretaban.
Duerme, duerme padre mío. Duerme mi negro,
La distancia es larga, Te has marchado;
No volverás en ese cuerpo,
Volverás en mis cantos y en mis oraciones, Con Oriza y con La Madre del
Cobre.
No te veré más en el rancho, Pero allí estarás,
Atizando el fuego, Antes de salir a pescar. Duerme padre querido, El
camino se abre, Para que poses tus pies,
Donde yo nunca he llegado, Pero después te seguiré.
Isolina creció a la par con Demetrio. Amigos de siempre. Amantes niños.
Todo un canto a la capacidad para entender la lógica al revés. Como es la vida,
sin códigos pétreos. Una vida que fueron construyendo. Para ella y para él.
Solo suya. Esto no se comparte; porque se vive. Cada pareja un mundo de
imaginaciones y de creatividad. Solidaridad de cuerpo. Él y ella. Los dos
forjando un mundo para la esperanza.
Isolina proyectó a Demetrio; lo hizo hombre en capacidad de reír y de
otorgar ternura. Dejó de ser ese sujeto rígido, Se convirtió a la única religión
posible para los libertarios: el amor, la solidaridad y la actividad constante por
alcanzar transformaciones sociales, políticas y económicas; de tal manera que
los beneficios sean para todos y para todas quienes hemos estado padeciendo
el dominio, la subyugación. Es una frontera entre lo injusto y lo justo;
entendido esto última como posibilidades reales de crecer individual y
colectivamente.
Con este bagaje, como inventario fundamental de insumos, asumieron la
responsabilidad que implican estos objetivos. Un tránsito dinámico, en el cual
acechaban los peligros inherentes a la misma. Porque eran algo así como
entender las transformaciones, a partir de la cotidianidad.
De hecho, después del asesinato colectivo en la vereda cercana, fue
necesario realizar sus actividades con mucho más riesgo. Este no se podía
minimizar en términos absolutos. Porque constituía un elemento en nexo con
sus luchas. Una figura similar a un corolario indispensable.
El abuelo Isaías asistió, con Demetrio e Isolina, al homenaje póstumo a las
víctimas. Constituyó un hito, desde el punto de vista de su trascendencia. Era
desafiar a los asesinos, desde una posición en la cual confluían el dolor y la
esperanza. Un acto, en el cual se hizo un recorrido coloquial, por las
realizaciones alcanzadas. La unidad férrea; la adquisición de instrumentos
legales y sociales, con los cuales se mejoró la confrontación. Una manera
creativa de asumir los retos. En donde, cada quien, aportaba ideas y
propuestas. Una solidaridad continua y permanente, efectiva. Puesta a prueba
ante las calamidades, propiciadas por quienes veían en las mismas, el
comienzo y desarrollo de una oposición fundamentada en esas unidades de
cuerpo.
Después de la lectura de su documento, mi madre, asistió a un evento
comunitario en el barrio. Se trataba de una actividad, en relación con el
mejoramiento de las condiciones laborales de las mujeres que ejercen como
madres comunitarias. Ellas habían alcanzado un nivel tal de actividad
pedagógica con los niños y las niñas; que han permitido el crecimiento del
nivel de conciencia acerca del compromiso, para proyectarla a todas las zonas
de la localidad. En esta perspectiva, Isolina ha logrado promover y realizar
actividades que han dotado a ese movimiento de una fuerte textura. Un tejido
humano sólido; en donde las fisuras trataban de ser superadas a partir de
acuerdos para avanzar en su ideario. En donde los niños y las niñas, sean
sujetos de participación necesarios. Una visibilidad que sea coherente con sus
expectativas. A partir de entender su dinámica y la realización efectiva de sus
derechos.
Isolina ya había realizado una serie de reuniones con las organizaciones de
madres comunitarias. Un tipo de gestión que les había permitido una
reconstrucción de sus historias. A manera de historias de vida de las
trabajadoras comunitarias. Una historia que comenzó mucho tiempo atrás y
que había avanzado hasta lo que son hoy. Uno de los insumos fundamentales,
tuvo que ver con lograr la participación de los padres y las madres en el
proceso educativo de sus hijos e hijas. Proceso que incluye la preparación de
ellas en términos de su gestión educativa.
Mi madre ha efectuado aportes muy relevantes al respecto. Desde
promover reuniones y acciones alrededor de ese proceso; hasta la promoción
de eventos que incluyan el análisis, en los contextos nacional e
internacional….”
Isolina creció a la par con Demetrio. Amigos de siempre. Amantes niños.
Todo un canto a la capacidad para entender la lógica al revés. Como es la vida,
sin códigos pétreos. Una vida que fueron construyendo. Para ella y para él.
Solo suya. Esto no se comparte; porque se vive. Cada pareja un mundo de
imaginaciones y de creatividad. Solidaridad de cuerpo. Él y ella. Los dos
forjando un mundo para la esperanza.
Isolina proyectó a Demetrio; lo hizo hombre en capacidad de reír y de
otorgar ternura. Dejó de ser ese sujeto rígido, Se convirtió a la única religión
posible para los libertarios: el amor, la solidaridad y la actividad constante por
alcanzar transformaciones sociales, políticas y económicas; de tal manera que
los beneficios sean para todos y para todas quienes hemos estado padeciendo
el dominio, la subyugación. Es una frontera entre lo injusto y lo justo;
entendido esto última como posibilidades reales de crecer individual y
colectivamente.
Con este bagaje, como inventario fundamental de insumos, asumieron la
responsabilidad que implican estos objetivos. Un tránsito dinámico, en el cual
acechaban los peligros inherentes a la misma. Porque eran algo así como
entender las transformaciones, a partir de la cotidianidad.
De hecho, después del asesinato colectivo en la vereda cercana, fue
necesario realizar sus actividades con mucho más riesgo. Este no se podía
minimizar en términos absolutos. Porque constituía un elemento en nexo con
sus luchas. Una figura similar a un corolario indispensable.
El abuelo Isaías asistió, con Demetrio e Isolina, al homenaje póstumo a las
víctimas. Constituyó un hito, desde el punto de vista de su trascendencia. Era
desafiar a los asesinos, desde una posición en la cual confluían el dolor y la
esperanza. Un acto, en el cual se hizo un recorrido coloquial, por las
realizaciones alcanzadas. La unidad férrea; la adquisición de instrumentos
legales y sociales, con los cuales se mejoró la confrontación. Una manera
creativa de asumir los retos. En donde, cada quien, aportaba ideas y
propuestas. Una solidaridad continua y permanente, efectiva. Puesta a prueba
ante las calamidades, propiciadas por quienes veían en las mismas, el
comienzo y desarrollo de una oposición fundamentada en esas unidad de
cuerpo.
Después de la lectura de su documento, mi madre, asistió a un evento
comunitario en el barrio. Se trataba de una actividad, en relación con el
mejoramiento de las condiciones laborales de las mujeres que ejercen como
madres comunitarias. Ellas habían alcanzado un nivel tal de actividad
pedagógica con los niños y las niñas; que han permitido el crecimiento del
nivel de conciencia acerca del compromiso, para proyectarla a todas las zonas
de la localidad. En esta perspectiva, Isolina ha logrado promover y realizar
actividades que han dotado a ese movimiento de una fuerte textura. Un tejido
humano sólido; en donde las fisuras trataban de ser superadas a partir de
acuerdos para avanzar en su ideario. En donde los niños y las niñas, sean
sujetos de participación necesarios. Una visibilidad que sea coherente con sus
expectativas. A partir de entender su dinámica y la realización efectiva de sus
derechos.
Isolina ya había realizado una serie de reuniones con las organizaciones de
madres comunitarias. Un tipo de gestión que les había permitido una
reconstrucción de sus historias. A manera de historias de vida de las
trabajadoras comunitarias. Una historia que comenzó mucho tiempo atrás y
que había avanzado hasta lo que son hoy. Uno de los insumos fundamentales,
tuvo que ver con lograr la participación de los padres y las madres en el
proceso educativo de sus hijos e hijas. Proceso que incluye la preparación de
ellas en términos de su gestión educativa.
Mi madre ha efectuado aportes muy relevantes al respecto. Desde
promover reuniones y acciones alrededor de ese proceso; hasta la promoción
de eventos que incluyan el análisis, en los contextos nacional e internacional.
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