A Espaldas Del Mundo XavierVillanova
A Espaldas Del Mundo XavierVillanova
A Espaldas Del Mundo XavierVillanova
de Xavier Villanova
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coronanime@gmail.com
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ESPALDAS
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de
Xavier
Villanova
Prólogo:
La paz primigenia… surge dentro del alma de las personas al sentir dentro de
sí… su unión con el universo entero y sus poderes internos, al entender que en
el centro del universo, habita el Gran Espíritu, y que ese centro, se encuentra
en todas partes, en cada uno de nosotros.
“Black Elk”
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PRIMERA PARTE
0 – 11:59.999 AM
(Eduardo, sostiene un libro en su mano, preferentemente El Aleph, de Borges o
La Identidad de Milan Kundera, esta decisión no debe ser tomada a la ligera,
cualquiera de las dos opciones resultará en un personaje diferente.)
I – 12:00 PM
(El timbre interrumpe su paz.)
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Eduardo: Usted lo ha dicho, “si viera”; pospretérito imperfecto, futuro incierto,
descartable, remoto, cuasi imposible.
Magdala: Ocurrirá. (Pausa) Y cuando suceda, estaré ahí para ver su rostro
descartable, pospretérito e incierto.
Eduardo: Lo dudo.
Magdala: ¿Qué duda? Que yo esté ahí o…
Eduardo: Las dos.
Magdala: El Señor obra en formas misteriosas.
(Ella eleva sus ojos al cielo, él, renuente mira también, en su interior desea que
el Dragón aparezca. Nada.)
Eduardo: Los evangelizadores veían en Quetzalcóatl al Demonio y, según
entiendo, la serpiente Bíblica es incitadora del pecado, eso sin mencionar la
condición plumífera que lo volvería un ser esquivo y de liviana moral más
cercano al territorio de lo Satánico, ¿Está segura de ver un paralelismo?
Magdala: Se hace del rogar.
Eduardo: Científico.
Magdala: Creer es un acto de fe.
Eduardo: La perdí.
Magdala: Los científicos tienen curiosidad insaciable.
Eduardo: Ilimitada, dentro del territorio de lo real.
Magdala: ¿Qué abarca ese territorio?
Eduardo: Si Dios es un Dragón, que no digo que lo sea, pero si lo fuera, sería
una especie de guardián, un ser cósmico en espera, cuya acción determinante
implica la muerte o el renacimiento del orden universal. ¿Es acaso ése su
Dios?
Magdala: No lo podría haber expresado mejor.
Eduardo: Sí, bueno. Ha sido un placer.
Magdala: No me deje así, no me mate.
Eduardo: Dar por terminada una conversación difícilmente califica como
intento de asesinato.
Magdala: Si usted me abandona ahora, si me deja ir, si Dios tiene un plan
perfecto para los dos y usted se rehúsa a hacerlo cumplir cerrándome la
puerta, es muy probable que algo me ocurra, un castigo divino.
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Eduardo: Olvida el libre albedrío. Si su “dios” tiene un plan perfecto para usted
y específicamente para conmigo, eso sería predeterminismo, lo cual nada tiene
que ver con la libertad o la vida. Ahora, si me disculpa…
Magdala: Dios es todos los caminos, planes; vida y muerte al mismo tiempo,
es… (Él cierra la puerta) Hay caminos más catastróficos que otros…
(Silencio prolongado, ella de pie frente a la puerta, espera.)
Eduardo: ¿Sigue ahí?
Magdala: ¿Le molesta?
Eduardo: No puedo concentrarme sabiendo que hay alguien frente a mi
puerta.
Magdala: No hago mal a nadie.
(Eduardo abre la puerta decidido; una fuerza invisible dentro del campo de la
física se opone a su deseo de accionar sobre ella para ponerla en movimiento,
quizás es un campo energético formado por la postura que ella ha adoptado,
cabizbaja, de manos entrelazadas, asemeja una virgen que llora por el mundo.)
Magdala: La muerte y el abandono son elecciones sin retorno.
Eduardo: No lo discuto.
Magdala: ¿Quiere hablar de la muerte?
Eduardo: Mejor que hablar de dios.
Magdala: Tóqueme aquí.
(Silencio no tan breve.)
Magdala: Esto que siente es parte de Dios, cuando deje de latir, será Dios por
entero. ¿Entiende?
Eduardo: Ambiguo, pero convincente.
Magdala: ¿Puedo pasar?
Eduardo: ¿A mi casa?
Magdala: Mejor que hablar de Dios. ¿No cree?
Eduardo: Está un poco desordenada…
Magdala: Encuentro belleza en el caos.
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II – 1:11 PM
(Magdala mira por la ventana, llueve en círculos concéntricos a su alrededor,
su desnudez es la fijación de Eduardo, quien ya vestido, la mira un tanto
pasmado.)
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Magdala: Dicen que el orgasmo es como la muerte.
Eduardo: Lo sabré cuando muera.
Magdala: Pienso distinto. El orgasmo se trabaja, la muerte no.
Eduardo: Difiero.
Magdala: El orgasmo se desea, la muerte no, cuando llega es bienvenido, la
muerte no, el orgasmo en el mejor de los casos es compartido, la muerte…
Eduardo: La muerte también.
Magdala: El orgasmo compartido es algo común; pasa todos los días entre los
amantes, la muerte compartida es una en un millón.
Eduardo: Estadística pura.
Magdala: El orgasmo es un instante divino, el universo estalla en un segundo;
explotas.
Eduardo: Implotas.
Magdala: Y cuando terminas, solo existe el vacío.
Eduardo: No hay tal cosa.
Magdala: Es la nada.
Eduardo: ¿Lo cual es?
Magdala: Lo que había antes de la creación del mundo.
Eduardo: La ausencia de materia.
Magdala: Eso.
Eduardo: La antimateria no es vacío.
Magdala: Mi punto es que el orgasmo, a diferencia de la muerte te permite
tocar el cielo y volver a nacer.
Eduardo: Despertar con tus mismos problemas, cuerpo, nombre,
incapacidades, imperfecciones… No. La muerte es superior; permite llegar al
punto cero, es el único proceso morfológico para salir del Aleph en el que
estamos inmersos, escapar a la cinta de Moebius.
Magdala: Si muriera en este momento, me gustaría hacerlo como Jesús, en un
orgasmo divino, muerte y resurrección.
Eduardo: ¿Siempre hablas tanto?
Magdala: Te imitaba.
Eduardo: Como tus seres de relleno, imitando pasan la vida y luego, ¡Puff!
Magdala: ¡Estoy viva!
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Eduardo: Viva y obsesionada con la muerte, como cualquier persona, como
tus amigos de relleno. ¿Ves? Te preocupan las mismas cosas. ¿Cuándo y
cómo? ¿En qué momento y para qué? Todo el mundo se cree excepcional sin
serlo. Es de lo más frustrante.
(Silencio, Magdala sangra imperceptiblemente, se viste.)
Magdala: Tú tampoco eres el centro del universo, ni con todas tus palabras
domingueras y conceptos intrincados te escapas de ser uno más en el pajar.
Eduardo: Lo sé.
Magdala: ¿Lo sabes? (Pausa) Pensándolo bien, eres algo fuera de este
mundo, capaz de causarme una gran impresión en un segundo y, al siguiente,
decepcionarme por completo.
Eduardo: No lo tomes así.
Magdala: (Pausa) ¿Sabes cuando dejé de creer en Dios?
Eduardo: Pensé que eras evangelista.
Magdala: Era.
Eduardo: No comprendo.
Magdala: Quería conocerte.
Eduardo: ¿Valió la pena?
Magdala: No.
Eduardo: Espera. Aún no me has dicho cuándo dejaste de creer en Dios.
Magdala: El día que murió mi hermano.
Eduardo: ¿Qué edad tenía?
Magdala: Veintinueve. (Pausa) Adiós.
Eduardo: El mío tenía dos meses.
Magdala: No sabía.
Eduardo: Vamos progresando. Ya tenemos algo en común.
Magdala: Casi. Tú no pudiste conocerlo del todo.
Eduardo: Se quedó en potencia.
Magdala: Las cosas no son importantes porque existan, son importantes si se
piensa en ellas.
Eduardo: Puede ser.
Magdala: Por eso mi hermano existe, porque pienso en él y lo extraño y le
pregunto cosas todo el tiempo, como ¿qué debo hacer? ¿Por qué no está para
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aconsejarme? ¿Por qué estoy en la casa de un extraño que pretende no
interesarse por nada de lo que tengo que decir y, sin embargo, cada vez me
parece más familiar? (Silencio) Luego me dan ganas de gritarle, reprocharle
por arrancarme la fe. (Pausa) Al final lo perdono, aunque no quiera.
Eduardo: ¿Sabes por qué soy matemático?
Magdala: ¿Por tu hermano?
Eduardo: Por la incertidumbre que es mi hermano, para ser precisos. Por la
nostalgia de lo que aún no ocurre. Calculo posibilidades, su vida, las variables
que pudieron alterar su proceso hasta llevarlo a ser una persona entera, real,
con una profesión y un camino trazado por su impulso. (Pausa) Lo descifré.
Dadas las circunstancias familiares, el entorno, y teniéndome a mí como
hermano, hubiera buscado el equilibrio, diferir, hacerse notar. Se hubiera
convertido en mi opuesto. Actor de cine, extrovertido, social, una estrella
inalcanzable. (Pausa) Yo también lo perdono por no ser. Me doy cuenta de lo
estúpido que es pensar en eso, que no tiene sentido seguir guardándole un
lugar en mi cuarto, que la tristeza es un sentimiento poco productivo, que es
mejor ponerse a trabajar.
Magdala: Dice la Biblia que el universo es infinito, si así fuera, debe existir otra
Tierra donde tú y yo somos novios o enemigos a muerte, y también otra donde
nuestros hermanos están vivos.
Eduardo: ¿Cuántos números fraccionarios hay entre el dos y el tres?
(Pausa)
Magdala: No sé.
Eduardo: Infinito. Empezando por el dos punto cero, cero, cero, cero, cero,
infinito ceros, uno; hasta el dos punto nueve, nueve, nueve, nueve, nueve,
nueve, nueve, etc. Existen infinito números fraccionarios entre el dos y el tres y
ningún número cuatro entero. Este mundo es parte de un sistema finito de
infinitas variables y, en todas ellas, mi hermano vale cero. (Pausa) O punto
cero dos, depende del margen de error.
Magdala: Y el mío veintinueve punto cuatro. (Pausa) ¿Quieres hacerlo de
nuevo?
Eduardo: Sí.
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III – 3:33 PM
(Magdala acompaña a Eduardo a la puerta, es la hora de la misericordia;
silencio tierno, él no encuentra palabras para describir lo que siente, ella llena
el silencio con sus labios.)
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Eduardo: La rosa es el emblema de Horus, el dios egipcio del silencio. Viene
del latín “bajo la rosa”. Quiere decir que nuestro encuentro será secreto y en
silencio, un acto confidencial, los dos portaremos una rosa.
Magdala: Odio las rosas. Son seres agonizantes envueltos con un listón rojo, y
te las regalan para que puedas verlas morir.
Eduardo: Yo llevaré una rosa simbólica y tú una metafórica.
Magdala: ¿Cuál será la metáfora?
(Eduardo susurra algo al oído de Magdala quien sonríe o se sonroja o canta o
llora o tiembla. Las posibilidades son infinitas.)
Magdala: Déjame sorprenderte.
Eduardo: Entonces te veré a las cuatro con cincuenta y seis minutos.
Magdala: Cuatro con cincuenta y seis minutos, siete segundos y ocho
milésimas, es un trato.
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IV – 4:56:07:008 PM
(Eduardo, sentado bajo un árbol de ramas entrelazadas que se cortejan; en su
mano, una rosa de papel. Magdala llega como la casualidad, ligera y a tiempo.)
Estás en la carne.
Eres el fruto y la vida.
No queda mucho,
desvanecerás,
como siempre,
y, como siempre,
quiero preservar, retenerte
y combatir.
Entramos sin llave al reino,
nuestro amor ofende,
fugitivos, iremos tras los arbustos sagrados,
fogatas en las cuevas, hojas
para cubrir la piel,
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seremos invisibles a su ira por un instante,
y, por un instante,
por un instante,
y para un instante,
combatir.
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Magdala: Yo en cambio, no podría. Imagino a sus millones de hijos mosca
vagando, huérfanos, sin que nadie los tome de la mano para cruzar el umbral
de la ventana. ¿Los ves? ¿Ahí, solitos, aferrados al marco, con sus patitas
temblando y sus mil ojitos llorosos? Eso es mosquicidio.
Eduardo: Y me haces reír.
(Pausa)
Magdala: También está lo de nuestros hermanos.
Eduardo: Es la coincidencia definitiva.
Magdala: ¿Quieres que sea tu novia?
Eduardo: (Pausa)
Magdala: Acepto.
Eduardo: No es lo que iba a proponerte, al menos, no exactamente.
Magdala: ¿Matrimonio?
Eduardo: No.
Magdala: Tu capacidad de lastimarme es infinita.
Eduardo: Déjame terminar. No quiero que seas mi novia ni quiero casarme
contigo; no porque te haya conocido esta tarde ni porque no te quiera, más
bien, no creo en las instituciones ni en lo establecido, es más, hasta hace unos
días no creía en nada que no fuera comprobable por métodos científicos de
ensayo y error, sin embargo, mírame, estoy aquí, arrojándome al vacío, a punto
de proponerte algo que cambiará nuestras vidas para siempre.
Magdala: Continua.
Eduardo: Aún tomando en cuenta el hecho de que apenas te conocí el día de
hoy, existen coincidencias que francamente son difíciles de ignorar. Mi yo
racional las desecharía, él sabe que nada es verdaderamente una
coincidencia, la mente humana forma vínculos cognitivos donde en realidad
sólo hay hechos aislados… No obstante, quiso la casualidad que minutos antes
de que te presentaras a mi puerta, estuviera leyendo a Milan Kundera, y qué
justo en el momento en que tocaste el timbre, terminara de leer lo siguiente:
“Si el amor ha de ser inolvidable, las casualidades deben volar hacia él desde
el primer momento, como los pájaros hacia los hombros de San Francisco de
Asís.”
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Segunda Parte
V – 12:00 AM
(Magdala, en el garage de Eduardo, al borde del abismo.)
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VI – 2:22 AM
(Eduardo conduce. Magdala habla entre sueños. Tres posibles discursos.)
1.
Magdala: las estrellas para existir se acaban, para acabarse existen, para
estrellarse contra nosotros asemejan semáforos: verdes cuando está todo bien,
amarillas cuando es aconsejable tener precaución y rojas cuando…
Eduardo: Gigantes rojas.
Magdala: Rojas cuando están a punto de estallar… Dios me puso en un prado
verde de estrellas para cabalgar sobre la hierba, con mi arco fuerte y mi flecha
exacta, como si hubiera querido decir algo al hacerme Sagitario. Por las
noches puedo escuchar su voz, “es para allá, sigue el camino de la luz…”
Eduardo: Yo soy Acuario.
Magdala: Como si Dios, en toda su magnificencia, me dijera con la voz de mi
hermano: “Verde, avanza sin miedo”; y como si a mi hermano le hubiera dicho
con mi voz: “Rojo, aquí te estás, hasta aquí llegaste.” Su sacrificio es para que
pueda continuar. Es mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Eduardo: ¿Me sirves café?
2.
Magdala: Mamá, ¿puedo subir a la resbaladilla? Mírame, mírame, me voy a
aventar. Me voy a aventar, mírame. ¡Mamá! (Pausa) Entonces mírame tú,
hermanito. Aquí voy. Estoy bajando, brazos extendidos, encima el sol, rayos
brillantes que apuntan para todas partes y una nube, no, dos nubes, tres
nubes, cinco nubes. Puedo detenerme, contarlas mientras caigo; caída infinita
y árboles, hay como quinientos en este parque que se extiende hacia todas
dimensiones, y niños con globos azules, y perros que abren la boca para emitir
ladridos que no escucho, y piernas que se extienden para amortiguar la caída,
largas cuando caiga, cortas cuando llegue, y mi mamá que fuma, fuma, fuma
aros que se extienden vaporosos sobre su rostro en forma de aureola; es una
santa, mamá es una santa demasiado ocupada en su santidad para verme
caer. ¡Hermanito! ¡Aquí voy! Mi hermano tiene todas las edades, todos los
presentes. Ahora mismo puedo verlo matándose, cayendo como yo, cayendo
por la ventana; aplastado en el pavimento sin sus piernas extendidas, sin nada
que amortigüe su caída.
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Eduardo: ¿Me sirves café?
3.
Magdala: He tenido pocos momentos de absoluta claridad; momentos donde el
silencio ahoga el ruido y puedo sentir en vez de pensar… Esta noche es una
de esas, todo está vivo; las montañas, las líneas de la carretera, el olor a pino,
la bruma… Amanecí contigo, y él mundo es menos borroso, más fresco, como
si de pronto, ante mis ojos, se creara todo de cero. Me salvaste la vida.
Eduardo: Ni lo menciones.
Magdala: ¿Vamos al mar, verdad?
Eduardo: No.
Magdala: Me gusta el mar, es uniforme, inmenso, infinito… la próxima vez,
iremos al mar.
Eduardo: Quizás el mar no es tan uniforme, tan inmenso, tan infinito, quizás el
mar no es el mar, sino una sensación, una increíble sensación de soledad.
Magdala: Tal vez, pero me gusta, la próxima vez… iremos… al…
Eduardo: ¿Me sirves café?
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VII - 4:21 AM
(Rumbo al olvido. Eduardo canta “Here comes the Sun” de los Beatles o
“Mama said” de Metallica, una vez que termina cualquiera de las dos canciones
o las dos, enciende el radio y sintoniza estática.)
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(Un chillido y sangre en las llantas, un conejo muerto, el coche intacto, la
estática es lo único que permanece. Eduardo, tras cerciorarse de que Magdala
está a salvo, reanuda la marcha.)
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VIII – IX Escena Intermedia, atemporal, limbo personal.
(Interferencia, voces en off, silencios que se empatan, acciones
complementarias, canon, o melodía sinfónica.)
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dónde diablos en el mundo? ¿Te vas? condensación, son la una, las dos. ¿A
Quédate un poco más, es temprano. dónde me llevan? ¿A la puerta? ¿A
Yo también tengo que trabajar dónde va todo el mundo? ¿Se van?
mañana. Puedes quedarte a dormir. Quédense un poco más, es temprano.
Está bien. Hasta luego. Nos vemos. Yo también tengo que trabajar
Sí. Perfecto. No te preocupes, sí, no mañana. Pueden quedarse a dormir.
importa… Está bien. Hasta luego. Nos vemos.
Es la historia de mi vida. Sí. Perfecto. No se preocupen, sí, no
importa…
Es la historia de mi vida.
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IX – 5:40 AM
Magdala: Casi nos matas.
Eduardo: Sin embargo aquí estamos.
Magdala: El conejo ya no.
Eduardo: Espero que no tuviera conejitos esperando en su madriguera.
Magdala: No me parece gracioso.
Eduardo: ¿Qué pasó con aprovechar el instante y combatir?
Magdala: Eso no implica ponernos en peligro; mucho menos matar una
creatura inocente.
Eduardo: Nadie es inocente.
Magdala: Los animales sí.
Eduardo: Quería sentirme vivo y de paso ayudarte a enfrentar tus miedos. Me
equivoqué.
Magdala: Te perdono. No lo vuelvas a hacer.
Eduardo: Lo prometo.
(Silencio)
Magdala: ¿Falta mucho?
Eduardo: Cinco horas treinta y un minutos, bajo mi calculo y si nos
mantenemos a velocidad constante a partir de ahora.
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X - 11:11 AM
(Acantilado, Eduardo duerme en el asiento, Magdala revisa furtiva el equipaje).
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prometen, nos proporcionarían un viaje sin precedentes. No te interesa,
¿verdad? (Pausa) Escucha. Quiero ver ese dragón y que tú lo veas conmigo,
desaparecer, volar, estallar en la nada, una explosión placentera de inicio a fin,
orgasmo detonado por la combustión de la pólvora. ¡Ver a Dios, a Quetzlcoatl!
O por lo menos conocer a mi hermano y al tuyo, dejar de resolver ecuaciones
insolubles como, ¿por qué nunca pude encajar? ¿Por qué nunca sé cuándo
callarme? ¿Qué hace una mujer tan hermosa a mi lado? Quiero dejar de
preguntarme, de ser el niño raro, soltar los amarres, zarpar hacia tierras
desconocidas; quiero saber cuál es la verdad detrás de la verdad y, la verdad,
pensaba irme sólo, hoy, a las doce, pero llegaste un día antes con tu falso
evangelio, como los pájaros de la providencia, como en una novela o una obra
de teatro. La vida me dio un regalo de despedida, justo antes de partir,
apareciste tú.
Magdala: Mira, no es que quiera contradecirte, todo lo que dices suena lindo,
en serio, pero, no soy la persona que estás buscando, ni si quiera creo que
quieras suicidarte, más bien, estás perdido. Yo igual, créeme, pero quitarse la
vida es un acto cobarde.
Eduardo: Vivir sin motivo es un acto cobarde. Esconderme detrás de mis libros
es un acto cobarde. Esperar a que venga el amor de mi vida es un acto
cobarde. Esto es un acto de valentía. El primero que tengo en mi vida.
Magdala: De haber sabido…
Eduardo: Te despediste de tus padres, no sabías a dónde ibas ni cuándo ibas
a volver, si es que volvías. Dijiste que si nos echaban una vez más del paraíso,
huirías conmigo, serías mi esposa en el vacío de Dios. (Pausa) Si no querías
hacer esto conmigo, ¿por qué viniste?
Magdala: Nunca dijiste que querías suicidarte.
Eduardo: Era evidente.
Magdala: ¿Dónde están las llaves del coche?
Eduardo: Las perdí.
Magdala: ¿Qué?
Eduardo: No íbamos a necesitarlas, ayer que llegamos las tiré al acantilado.
Magdala: Ya, en serio, dame las llaves.
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Eduardo: Ese coche fue un regalo de mi madre, se sentía culpable, ¿sabes?
Remordimientos inútiles. (Pausa) Lo usé dos o tres veces.
Magdala: Sí, ya sé, la vida ha sido dura contigo, con todo el mundo, ahora por
favor déjate de juegos y llévame a casa.
Eduardo: Eso decían todas. Llévame a casa, y las llevaba; para eso me
invitaban a las fiestas, para tener con quien regresarse, porque sabían que no
iba a tomar.
Magdala: No soy ninguna de las estúpidas niñas con las que estudiaste, tenlo
por seguro, pero tampoco quiero morir en medio de la nada con un perfecto
desconocido. En realidad sueño con una muerte más convencional, de vieja,
caminando hacia al mar, porque me gusta el mar y me encantan las monedas.
Tengo monedas de miles de lugares que aún no he visitado y ¿sabes para qué
las tengo? Para recordarme que aún no he ido, para gastarlas en esos lugares
cuando vaya, porque soy un maldito caballo con una flecha apuntada hacia
alguna parte y para allá voy, y si tengo que morir, prefiero que sea en un
accidente o por enfermedad, no en medio de la nada y sin testigos.
Eduardo: Considéralo.
Magdala: No quiero.
Eduardo: Creer es un acto de fe.
Magdala: Yo también la perdí.
Eduardo: Si pensabas que era un viaje de ida y vuelta, ¿por qué no trajiste
maleta?
Magdala: ¿La verdad? Pensé que sería divertido, cosa de un fin de semana.
Eduardo: No entiendo. ¿No estabas obsesionada con la muerte? Desde ayer
no has dejado de hablar de la muerte de las moscas y los parientes, la de las
rosas, la piel y la de quien sabe cuántas cosas más. Te estoy proporcionado la
oportunidad de tu vida. (Pausa) Quiero hacer el experimento contigo,
convertirme en el opuesto de la existencia, cruzar el umbral, tomarte de la
mano y ver a dónde nos lleva, sin ensayos, hipótesis o certezas, aplicar la ley y
que se cumpla lo que se tenga que cumplir aunque no sepamos el resultado.
(Pausa) Lo que te propongo, Magdala, es una caída libre.
Magdala: Como una resbaladilla.
Eduardo: Exacto.
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Magdala: ¿Cómo supiste?
Eduardo: ¿Qué?
Magdala: Mi nombre.
Eduardo: Me lo dijiste ayer, cuando nos conocimos, antes de entrar a mi casa.
Magdala: No es cierto.
Eduardo: Lo es.
Magdala: ¿Quién eres?
Eduardo: Bueno, entonces lo leí en un folleto, no sé, ¿qué quieres que te
diga? ¿Que te espío? ¿Quién crees que soy?
Magdala: ¡No sé! (Silencio prolongado) No nos hemos presentado, ni aún
cuando me hubieras preguntado mi nombre te lo hubiera dicho, si hubieras
preguntado cuando toqué a tu puerta, hubiera dicho: Mi nombre es Paz, vengo
a hablar de la palabra del señor… Pero no preguntaste, abriste la puerta y
punto. (Silencio)
Eduardo: Tampoco somos completos extraños.
Magdala: Vivimos en la misma ciudad, hicimos el amor, nos hemos visto
infinidad de veces en el parque, en el súper y en la calle, pero nunca hasta
ayer habíamos cruzado palabra.
Eduardo: Eso no es del todo cierto.
Magdala: ¿Qué?
Eduardo: Fuimos juntos al kinder. (Pausa) Teníamos tres años, nos gustaba
acariciarnos la espalda, no sé por qué, pero lo recuerdo. Pasábamos la
mañana entera acariciando la espalda del otro. Eres tú, te llamas Magdala, la
nana nos miraba y sonreía. Ahora debe estar muerta; quizás a ella también le
de gusto vernos. Lo nuestro era un acto de amor puro, el primero y el último
que recuerdo; después cada quien entró a primarias diferentes, nos separamos
y no volvimos a vernos… hasta ayer.
(Silencio)
Magdala: Yo también recuerdo acariciar a un niño a espaldas del mundo, sin
decir palabra.
Eduardo: Era yo.
Magdala: ¿Qué le pasó a ese niño?
Eduardo: Creció.
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Magdala: ¿Por?
Eduardo: No pudo evitarlo.
Magdala: ¿Puedo hablar con él un momento?
Eduardo: Espera, déjame ver, creo que esta escondido.
(Eduardo cierra los ojos y su semblante rejuvenece.)
Magdala: Hola.
Eduardo: Hoa.
Magdala: Soy Magdala, ¿me reconoces?
Eduardo: Sí.
Magdala: No tengas miedo, sal.
Eduardo: ¿Me haces cosito en la espalda?
Magdala: Sí. ¿Me haces tú?
Eduardo: Eta bien.
(Silencio, por un momento se acarician a espaldas del mundo.)
Eduardo: ¿Como me llamo?
Magdala: ¿Mmm, con qué letra empieza?
Eduardo: Con E.
Magdala: E…
Eduardo: Eu…
Magdala: ¿Eu…?
Eduardo: ¡Euao!
Magdala: Eduardo, ¡claro! Es un nombre muy bonito. (Pausa) Eduardo, hay
algo que quiero decirte, pero no quiero que te enojes.
Eduardo: ¿Qué?
Magdala: No me quiero morir.
Eduardo: Yo tampoco.
Magdala: ¿Podemos irnos a casa?
Eduardo: No sé cómo.
Magdala: Dame la mano, podemos seguir las líneas blancas.
Eduardo: Está bien, pero no me sueltes. ¿Lo prometes?
Magdala: Lo prometo.
(Eduardo abre los ojos y para su sorpresa un dragón surca los aires).
Eduardo: Mira.
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Magdala: Es…
Eduardo: Shh… no lo vayas a asustar.
Magdala: Te dije que lo íbamos a ver.
Eduardo: Está muy padre. ¿Crees que pueda llevarnos a casa?
Magdala: Sí, yo creo que sí.
Eduardo: ¡Dagóóóóóóóóóón!
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XI – 12:00 PM
(Eduardo y Magdala en la playa frente al mar, abandonan al mundo, le dan la
espalda definitivamente, apuntan con las pistolas directo al lugar donde
suponen se encuentra el alma del ser que tienen enfrente.)
Magdala: A la cuenta de tres.
Eduardo: Una…
Magdala: Dos…
OSCURO FINAL
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