Guzman Rubio Federico Augusto PDF
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Tesis Doctoral
“Los relatos de viaje en la literatura hispanoamericana:
Cronología y desarrollo de un género en los siglos XIX y XX”
Doctorando:
Federico Augusto Guzmán Rubio
Directores:
Dr. Tomás Albaladejo Mayordomo Dr. Luis Alburquerque García
Agradecimientos xi
Introducción 1
1. El relato de viajes 8
1.1. Hacia una delimitación del género “relato de viajes” 8
1.2. El yo y el otro: dos posibles acercamientos a los relatos de viaje 15
1.3. El relato de viajes hispanoamericano 23
2. El siglo XIX 40
2.1. Diarios de viaje de Francisco de Miranda (1750-1816) 45
2.2. Relación de lo que sucedió en Europa al doctor Mier de Fray Servando
Teresa de Mier (1765-1827) 48
2.3. Memorias de un viajero peruano de Pedro Paz Soldán (1839-1895) 68
2.4. Viajes de Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) 77
2.5. Una excursión a los indios ranqueles de Lucio V. Mansilla (1831-1913) 109
3. El modernismo 119
3.1. La crónica modernista 127
3.2. El descubrimiento de Europa 138
3.3. El reconocimiento con España 161
3.4. El regreso a América Latina 192
Conclusiones 421
Bibliografía 433
Anexo 449
Introducción
La llegada de Colón a América fue inaugural en muchísimos sentidos, entre los que se
considera propio en cada orilla del Atlántico, lo que evidencia un inevitable lazo común
atestigua la manera en que las penetra, las hace suyas e impone su lengua y su religión,
los bandos en lucha, por más que ella haya sido el campo de batalla, o más bien, el
Los novelistas del boom, en especial Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes,
vigor narrativo y la mirada extrañada y ajena, que acabó siendo propia. El resultado
literario fue fecundo, pero el gesto no deja de entrañar ciertas contradicciones: ¿puede
uno mismo considerar su realidad como insólita?, ¿cómo sorprenderse de lo que se es,
como si se fuera a la vez otra cosa?, ¿resulta posible desprender el sujeto que mira y el
objeto mirado cuando son el mismo?, ¿es factible verse a sí mismo como ajeno, como
extraño, como otro? Tajantemente, el boom respondió que sí a estos interrogantes, y con
ello reforzó la noción no explícita pero inherente a toda una tradición de que América
1
Latina es más un objeto para ser observado, recorrido e interpretado que un sujeto capaz
de configurar una mirada propia, tanto de sí mismo como del resto del mundo.
prevalecido el interés por la mirada del extranjero (la metrópoli) sobre la propia, y a que
algunas constantes así como ciertas particularidades con el fin último de demostrar una
evidencia: su existencia. El proyecto parece muy ambicioso, pero también puede verse de
lo que enuncian en su conjunto. Y lo que nos dicen puede resumirse como la tentativa de
crear una visión original del mundo, partiendo de la perspectiva individual de una serie
determinado.
Es verdad que el contexto del nicaragüense Rubén Darío poco tiene que ver con
el del argentino Manuel Mujica Láinez, pero a la hora de viajar, sobre todo al exterior,
condición rebasa lo cultural para concretarse en las complicidades personales que surgen
2
ceremonia en la que se otorgó el premio Nobel a la segunda, y que el primero sintió
Darío y Gómez Carrillo escribieron para periódicos de Argentina y México, mientras que
que se aventura por el mundo, determinándolo culturalmente. Los ejemplos son muchos
y muy variados, aunque siempre en el mismo sentido: el gran periplo que Ibn Batutta
naturalistas del siglo XVIII que buscaban catalogar y explicar la realidad mediante el
espíritu ilustrado que los alentaba, el viaje a Oriente emprendido por las élites europeas
colonial trasciende su condición, sale del marco en que está confinado y se interna en el
los otros países de su entorno y en ámbito exóticos pero equiparables al propio por su
que la metrópoli ignore estos escritos, ya no se diga sobre el resto del mundo, sino sobre
ella misma. De esta forma, este corpus se configura como doblemente heterodoxo; por
una parte, muestra un recorrido geográfico y textual por el mundo en el que se brinda una
3
realidad que la metrópoli ha construido sobre sí misma, sin espacio, casi sin excepciones,
para la alteridad.
involucradas, aspirar a la totalidad resultaría absurdo. Se busca, eso sí, trazar una hoja de
ruta, una cronología factible, un boceto de canon viajero que sirva como apoyo para
Porque ese es justamente el motivo de que se haya optado por la historia literaria y la
diacronía –con base en las últimas aportaciones de la teoría literaria sobre el género– en
lugar de circunscribirse a un solo periodo o incluso autor: que no existen estudios que
tracen una línea sistemática del relato de viajes latinoamericano. Por supuesto que
algunos autores, como Sarmiento, Teresa de Mier y Darío han sido ampliamente
enfocándose en el viaje como tema y como formato textual, sino atendiendo a otras
ubicar los relatos de viaje de una época determinada, elegir los más representativos –ya
del periodo. Debido a que en varios casos se estudian textos disponibles pero no muy
conocidos, y otros que resultan de difícil acceso, se optó por ofrecer citas textuales
4
variadas y en algunos casos extensas, con el fin de ofrecer una noción directa del estilo
Antes que nada, sin embargo, era necesario buscar una definición pertinente del
relato de viajes que permitiera asir un género literario tan escurridizo. A esta cuestión
está dedicado el primer capítulo del presente trabajo, así como a explorar algunas
nociones que lo rodean, de corte más cercano al de la crítica cultural, pues no es posible
obviar el hecho de que ciertas tensiones, como la manera en que se enfrenta la otredad en
todo texto viajero, son más conflictivas que en otra clase de discursos. Asimismo, se
Los primeros textos que se analizan son autoría de Francisco de Miranda y de fray
vestigio del viajero ilustrado, en pleno siglo XIX, a través de la figura del peruano Pedro
Paz Soldán. Por último, se estudia a los viajeros románticos argentinos, Facundo
Domingo Sarmiento y Lucio Mansilla, quienes convirtieron el espíritu de sus viajes –el
política de estado.
supuso una inmensa renovación en todas las ramas de las letras. En la historia de la
literatura latinoamericana fueron los modernistas quienes más viajaron y quienes más y
mejor escribieron sobre sus andanzas. La riqueza de sus relatos de viajes es tal que el
a alguna de sus figuras señeras, como Rubén Darío, Enrique Gómez Carrillo o José
5
Martí. A falta de ello, se les dedica el tercer capítulo, estructurado no a través de los
autores, lo que resultaba demasiado ambicioso, sino mediante el viaje colectivo que
regreso a su país, lo que en algunos casos, como en el de Martín Luis Guzmán, se alargó
una década. A ellos se suman los poetas vanguardistas que, siguiendo las huellas de los
capítulo.
que dominaron el panorama literario de 1940 a 1980. Aunque por lo general lejanos del
estilo y brío de sus obras de ficción, casi todos los miembros del boom escribieron
relatos de viajes. Junto a los grandes nombres de García Márquez o de Vargas Llosa,
Mujica Linez, fueron quienes produjeron una obra viajera más ambiciosa. Se incluye un
Adolfo Bioy Casares, como muestra de que, por lo general, ambos responden a un mismo
Por último, en el capítulo seis, se otroga espacio al relato de viajes híbrido, al que
esta tendencia en América Latina es Julio Cortázar, con la parodia que hace del género, y
al que seguirían otros nombres, cada uno con su estilo propio, como Sergio Pitol o
6
Antonio José Ponte. Por su vanguardismo radical y su evidente afán de transgresión e
innovación, se prefirió estudiar este tipo de relato, aún vigente, que el de la crónica más
viajes aparece en la literatura del subcontinente, sino que lo hace de maneras muy
distintas.
con las que el género se ha practicado, y, por otra, la concepción que se tiene de la
literatura hispanoamericana.
7
1. El relato de viajes
Resulta necesario, antes que nada, delimitar el género1 “relato de viajes”, pues el corpus
literario que trata el tema del viaje en la literatura hispanoamericana es muy amplio y
variado, lo que puede prestarse a confusiones de índole tipológica. El viaje, como asunto
embargo, como se verá más adelante, esta aparente abundancia de textos resulta no ser
Por otra parte, la delimitación del género no solo es pertinente porque reduce el
corpus susceptible de estudio, sino sobre todo porque los relatos de viajes, debido a sus
particularidades textuales, resultan idóneos para estudiar los diferentes modos en que los
1 En sentido estricto, sería más exacto hablar de “forma genérica”, “subgénero” o “género menor”, pues el
relato de viaje no constituye uno de los géneros de la triada (poesía, drama y narrativa) universalmente
aceptada. No obstante, por cuestiones prácticas, a lo largo de este trabajo se le denominará como género,
siguiendo la noción de Rodríguez Pequeño: “Sin embargo nos apartamos de la idea de los géneros
considerados exclusivamente como conjunto de texto; creo que es más exacto decir que se trata de una serie
de reglas de diversa índole que rigen ese conjunto de textos; sería ese lugar donde las obras se relacionan
unas con otras gracias a unas reglas comunes” (Rodríguez Pequeño, 2008: 53).
2 Para dar una idea de la abundancia del motivo del viaje en la novela hispanoamericana –por restringirse
solo a un género– basta citar algunos textos canónicos como Los pasos perdidos de Alejo Carpentier, Pedro
Páramo de Juan Rulfo, Juntacadáveres de Juan Carlos Onetti, La invención de Morel de Adolfo Bioy
Casares, Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, La guerra del fin del mundo de Mario Vargas
Llosa, las cinco novelas que forman las Empresas y tribulaciones de Maqroll, el Gaviero, de Álvaro Mutis,
etcétera.
3 En lo que se refiere al teatro, el tema del viaje, de acuerdo con García Barrientos, sería abordado de forma
particular, en lo que él denomina “teatro de viajes” y al que define como el “drama de ambiente
predominantemente histórico o documental cuyo tema y estructura giren en torno a uno o varios viajes”
(2011: 60).
8
XXI. Este punto se tratará más a fondo en el segundo apartado de este capítulo, una vez
En segundo término, por tratarse de un género híbrido, que en un mismo texto presenta
con otros tipos de discursos como el de la crónica, la autobiografía, el ensayo, los diarios
discursos constituyendo una unidad. De hecho, según Bajtin (1988: 81), una de las tres
4
En este caso cabría hacer una precisión aparentemente evidente: el relato de viaje siempre trata el tema de
viaje, mientras que otros géneros, como la poesía o la novela, si bien lo pueden tratar, no siempre lo hacen.
5
En este sentido, el relato de viajes tiene varios puntos en común con la novela, como la polifonía, y la
evolución de ambos géneros va de la mano, como demuestra Percy Adams (1983).
6
En ocasiones una época privilegia determinados formatos; por ejemplo, en la Europa de la Ilustración las
cartas de viajes son frecuentes, así como en el periodo modernista el relato de viajes suele aparecer en
forma de crónicas.
9
formas en la que distintas clases de discursos penetran en una novela sería precisamente
Entre las aportaciones críticas de años recientes –en el mundo hispánico- las de
Sofía Carrizo Rueda (1997) y las de Luis Alburquerque (2006a), han hecho posible
acercarse a este género problemático con un sostén teórico sólido. De hecho, sin estos
siquiera se tendría en claro cuál es el corpus susceptible de estudio, por no mencionar las
siguiente manera:
descripción, y también había observado otros dos elementos presentes en este tipo de
discurso: “[…] a los tres pilares que sustentan el género –tenue hilo narrativo,
7
Previamente, el mismo Alburquerque había señalado algunas de estas figuras, como la amplificación, la
reiteración, el sumario, la analepsis, la prolepsis, la comparación, la metáfora, la etopeya, la pragmatografía,
la hipotiposis, etcétera. Cada época, además, aporta su propia estética; por ejemplo, en el relato de viajes
modernista, a estas figuras se le suman las características del movimiento, como la hipérbole, la aliteración,
la sinestesia o la personificación.
10
documental– se le añaden otros rasgos narratológicos que lo delimitan de otras series
literarias” (Alburquerque, 2004: 520). Estas precisiones, en especial los primeros dos
resultan imprescindibles para no confundir los relatos de viajes con las novelas o cuentos
que tocan el tema del viaje, lo que sigue sucediendo con una frecuencia ya no justificada
componentes de cada binomio, el género al que nos enfrentaríamos sería de otra índole:
Habría que insistir, siguiendo de nuevo las pautas establecidas por Alburquerque, en una
característica definitoria del relato de viajes, tanto para la comprensión del género
11
literario en sí como para el desarrollo de esta investigación: la especie de pacto, a
semejanza del autobiográfico (Lejeune, 1975), que se establece entre el lector y el texto8.
En el relato de viajes se da por sentado que el narrador es en realidad el autor, lo que dota
a todo el discurso de una credibilidad plena pues quien explícitamente subyace detrás del
narrador /protagonista es en realidad el autor real, de carne y hueso. Esto no significa que
que van de la crónica al diario y de las cartas al relato de viajes propiamente dicho, se
ajustan al modelo anotado anteriormente. Además, como señala Sofía Carrizo Rueda
sobre su propio modelo genérico, tomado como base por Alburquerque, después de haber
demostrado que la poética específica del relato de viajes existe: “… ese mismo modelo se
expresa para amoldarse a cada situación concreta, al ir integrando las variables dejadas
de lado en distintos casos y se perfilan así con toda su operatividad, los submodelos”
adapte a las particularidades de cada época, más aún si tomamos en cuenta que es posible
rastrear relatos de viajes desde la antigüedad clásica. Más que las mutaciones del género,
lo que resulta enigmático es que siempre, a lo largo de los siglos y a pesar de las
8
Dicho pacto, al igual que en la autobiografía, se suele reforzar por elementos paratextuales como el
prólogo y el subtítulo, donde se aclara que el relato que está en manos del lector es fruto de una experiencia
“real”.
9 Manuel Alberca (2007) estudia la relación del “yo”, la autobiografía y la autoficción, cuestiones muy
12
Cabría aclarar que existen posiciones teóricas reacias a considerar el relato de
literatura, para ser tal, debe ser ficción, domina en los foros académicos, a pesar de la
opinión de autoridades como Genette, quien cantó la palinodia con respecto a la inclusión
de los relatos factuales dentro de la literatura en pleno derecho (ver página 311 de este
trabajo). Pozuelo Yvancos, por ejemplo, afirma que “sin ficción no hay literatura” (1994:
91). En el prólogo al Viaje a la Alcarria de Camilo José Cela, sin embargo, encuentra
una fórmula en la que, por medio de una nueva clasificación, incorpora el relato de viajes
de ficción realista”:
Pozuelo Yvancos distingue, además, entre “viaje artístico de ficción realista vertido en
13
Por último, una observación. A partir de finales del siglo XIX y principios del XX,
relato de viajes permite que se narren travesías de proporciones casi épicas, como las
caminatas citadinas al estilo de los flâneurs simbolistas o paseos más bien cercanos a un
día por el campo, tales como los periplos de Darío por las calles parisienses o la visita al
como en la reflexiva, en menoscabo del atractivo del viaje por sí mismo. A partir del
dimensiones geográficas. Es decir, el mismo tipo de relato, en que antes se narraba, por
ejemplo, una travesía alrededor del mundo como la de Antonio Pigafetta10, en el último
siglo se ha venido utilizando para contar las andanzas de un escritor por una ciudad, o
incluso por un barrio específico de una ciudad, como el “Paseo por Londres”, de
Guillermo Cabrera Infante. Parece ser que, a medida que el mundo se fue
empequeñeciendo y resultó más fácil transitar por él, el relato de viajes, contra lo que
mucho más estrictos y reducidos. Basta comparar la amplitud de los periplos que dieron
pie a los relatos estudiados por los críticos citados: el de Pero Tafur (Carrizo Rueda) y el
Cairo y Jerusalén, después de haber navegado por las costas de gran parte de la Europa
10
Pigafetta narra sus experiencia en la expedición de Magallanes en su libro Primer viaje alrededor del
mundo.
14
Segovia y de Ávila. Curiosamente, los textos de ficción, de la épica a la novela, han
Odisea que hace James Joyce en su Ulises, en la que el antihéroe, en vez de la larga
travesía del Ulises mitológico de Troya a Ítaca, se contenta con deambular por las calles
de la ciudad de Dublín.
Esta observación tiene como fin aclarar que el viaje y su sucesivo relato pueden
necesaria y con ella las marcas cronológicas y de itinerario que se llevan a cabo en ese
único punto.
Gran parte de los estudios sobre los relatos de viajes se han centrado en la conformación
literaria o imaginaria de las tierras que se visitan y describen. Esta posibilidad resulta
muy estimulante por dos motivos evidentes: porque, al menos en apariencia, las tierras
que se recorren son uno de los temas principales de todo relato de viajes, y porque este,
para analizar el objeto descrito. Ya se verá, en el siguiente apartado de este capítulo, que
la mayor parte tanto de las recopilaciones de relatos de viajes como de los estudios
su vez, que esta descripción y sucesiva caracterización, por más visos de objetividad que
posea o pretenda poseer, no deja de situarse en un plano imaginario cuya distancia con la
auténtica realidad de las regiones descritas resulta, muchas veces, insalvable. Esto no
15
como un hecho fáctico, tal como sucedió con regiones tan amplias como América u
Oriente Cercano11.
dentro de la narratología, responde a que cualquier otro tipo de acercamiento debe estar
fundamentado en algunas nociones básicas del relato de viajes como género literario.
G. Adams, Travel literature and the evolution of the novel. En dicha obra, Adams
clasificación, desarrolla una tercera basada en el tipo de sujeto que articula el discurso:
etcétera (Adams, 1983: 38-72). No obstante, en la obra de Adams se echa de menos una
mayor profundización de dicha cuestión, más aún si se toma en cuenta la importancia que
el punto de vista tiene en la novela y su posible relación con el tipo de narrador que
predomina en la literatura de viaje. Además, para los propósitos que nos atañen,
latinoamericanos.
11
Piénsese en los estudios ya clásicos de historia como La invención de América de Edmundo O’Gorman o
de crítica cultural como Orientalismo de Edward Said, por no hablar de relatos de viaje como el Libro de
las maravillas del mundo de Juan de Mandeville que, por fantásticos que puedan parecernos hoy en día,
alguna vez fueron tomados no sólo por verosímiles, sino por verídicos.
16
Huidobro, Pablo Neruda, Alejo Carpentier, Julio Ramón Ribeyro o Julio Cortázar. Otro
Alfonso Reyes, Martín Luis Guzmán, Juan Carlos Onetti y Augusto Roa Bastos.
décadas, son pocos los ejemplos en los que se aprecie un proceso de transculturación que
conlleve incluso un cambio o una alternancia del idioma en que se escribe. No hubiera
sido extraño que algunos poetas, novelistas o memorialistas hubieran seguido el camino
descrito por Steiner en “Extraterritorial”: “nos parece adecuado que los que producen arte
arrancado lenguas y gente de cuajo, sean también poetas sin casa y vagabundos
extrañamente como paradigma de este modelo junto a Beckett y Nabokov, aunque pasó
Aires. Otros escritores que crearon una parte de su obra en una lengua diferente al
español lo hicieron de manera residual y por capricho, de ninguna manera empujados por
el exilio o por una larga estancia en el extranjero, como Huidobro en francés o Wilcock
Dos años antes que Adams, el académico francés Jean Richard (1981) había
Alburquerque, había sugerido “una división de los ‘libros de viajes’ según la intención
12
Juan José Saer, llevando esta situación a un extremo, afirma: “Toda la literatura argentina del siglo XX ha
sido escrita por exiliados” (1997: 277).
17
que persiguen, distinguiendo de esta manera ‘libros con finalidades pragmáticas, noticias
intrigado por dicha taxonomía, desconfía de ella: “La relación, amplia y variopinta,
basada en la intención del emisor presenta dificultades evidentes para una clasificación
Pero el relato de viajes ofrece otra posibilidad, advertida también por el estudioso
que mira, más allá del objeto mirado o del espacio donde se funden la mirada y el objeto,
es decir, el texto. Después de sugerir algunas formas de acercamiento crítico a dicho tipo
Habría que incluir también las peculiaridades enunciativas del texto: quién habla,
desde qué punto de vista se nos muestra el relato, quién es el protagonista, cuáles son
los vínculos entre el autor, el narrador, etc. […]
También podemos abordar el análisis de estos textos desde un punto de vista
temático. Es decir: ¿De qué intenta hablar el autor de estos ‘relatos de viajes’? ¿Qué es
lo que nos quiere contar: un recorrido concreto, unos lugares determinados, unos
aspectos de su vida al hilo de un viaje?... El objetivo de este tipo de estudios suele
residir en la búsqueda, en último término, de la intencionalidad del autor
(Alburquerque, 2006b: 168).
Si, como ya se ha mencionado, la descripción de las tierras recorridas debe tomarse con
cautela o como una recreación literaria cercana a la del mundo ficcional de la novela 13, lo
que en el fondo es, quizás habría que acceder con igual desconfianza al mundo de quien
describe. Este hecho, sin caer en cierta ingenuidad a la hora de relacionar al narrador con
13
¿Qué tanto más real es el Madrid retratado por los viajeros cuyos relatos fueron recopilados por Hugh
Thomas en su Antología de Madrid que el Madrid donde se desarrollan buena parte de las novelas de
Benito Pérez Galdós?
18
el autor, se debe en gran medida al pacto que se establece en el relato de viajes a la
manera del pacto autobiográfico descrito por Lejeune. El narrador/autor del relato de
viajes es consciente de que observa y escribe desde un punto de vista particular, y sería
inocente pensar que no modula o modifica su discurso motivado por muy diversas
causas, que van desde las personales hasta las literarias e ideológicas. Por otro lado, si se
parte de la base de que una de las características esenciales del relato de viajes es su
pretensión literaria, se está aceptando implícitamente que tanto el relato como el punto de
vista estarán modificados por todo tipo de artificios, no solo retóricos y narrativos, sino
por objetivo que pretenda ser, se construye también a sí mismo como personaje y como
narrador.
remitiendo al punto de vista o perspectiva del autor; tal punto de vista, por transparente o
artificioso que sea, sigue siendo materia susceptible de análisis. Además, es innegable
viajero/autor –construida por la visión individual pero también por el mundo cultural del
que procede–, así como la influencia cultural que los territorios descritos ejercen sobre él.
Esto debido a que el afán de conocer al otro (“En primera instancia, este otro es alguien
que no soy yo”, como lo definió Bajtin (2000: 19)), detonante de la escritura del viaje,
19
surge precisamente del punto de vista14, y de él surge también la noción de otredad. Ya lo
otro:
Uno puede descubrir a los otros en uno mismo, darse cuenta de que no somos una
sustancia homogénea, y radicalmente extraña a todo lo que es uno mismo: yo es otro.
Pero los otros también son yos: sujetos como yo, que solo mi punto de vista, para el
cual todos están allí y solo yo estoy aquí, separa y distingue verdaderamente de mí.
(Todorov, 1984: 13)
Páginas más adelante, al leer las reacciones de los europeos frente a la novedad
americana, Todorov agrega: “al leer las descripciones de Colón, nos damos cuenta de que
esas observaciones proporcionan más datos sobre Colón que sobre los indios” (Todorov,
ídem: 46).
otro. Además de los motivos que expone, como que el encuentro de 1492 ha sido la
dichos textos –que oficialmente se limitan a describir las tierras recién exploradas y
conquistadas–, como testimonios que en realidad dicen más sobre los sujetos que
describen que sobre los objetos descritos; precisamente por este motivo Todorov eligió
trabajar con las crónicas de Indias y con las cartas y diarios de los descubridores. Esta
metodología o lectura se puede aplicar a dichos textos por tratarse de relatos de viajes.
14
Sería interesante averiguar cuándo surgió la conciencia de punto de vista o de perspectivismo en el relato
de viaje y cómo se ha ido acentuando en la modernidad, cuestión que rebasa los objetivos de este trabajo.
Asimismo, merecería la pena investigar si es en la independencia, con Miranda y con fray Servando,
cuando aparece por vez primera de forma consciente el punto de vista latinoamericano, o si éste ya existía
desde relatos coloniales como el Concolocorvo o en la obra de Sigüenza y Góngora.
20
Alburquerque ya había subrayado la pertenencia de este inmenso corpus al género relato
de viajes:
Otro género especialmente cercano al ‘relato de viajes’ son las ‘crónicas de Indias’.
[…] Aúnan perfectamente los dos atributos clave del relato de viajes: el valor
documental y, aunque no siempre pretendida, la voluntad de estilo […] Pero quiero
insistir en que las concomitancias de estos textos con los de nuestro género son tan
estrechas que podemos incluso hablar en estos casos de auténticos ‘relatos de viajes’
(Alburquerque, 2005:138 y 139).
Ahora bien, si aceptamos que las crónicas de Indias son relatos de viajes y que Todorov
las utiliza para estudiar sobre todo al sujeto enunciador, se abre la posibilidad de extender
Este énfasis en el punto de vista con que Todorov analiza los textos no es ninguna
novedad. De hecho, él mismo, en otra obra dedicada a la cuestión, recupera una cita de
cuales los habitantes de Europa han inundado las otras partes del mundo y publicando sin
cesar nuevos libros de viajes y relatos, estoy convencido de que los únicos hombres que
buena parte de su pensamiento se basa en esta premisa: “Pero la realidad no puede ser
mirada sino desde el punto de vista que cada cual ocupa, fatalmente, en el universo.
Aquélla y éste son correlativos, y como no se puede inventar la realidad, tampoco puede
fingirse el punto de vista” (Ortega y Gasset, 1998: 52). Si bien el punto de vista depende
21
cada época y lugar, esto no significa que no pueda haber grandes diferencias en los
puntos de vista individuales, como señala Todorov al interpretar los textos de Colón y de
por no citar casos aún más contrastantes como el de Las Casas. El mismo pensador
español reivindica el individualismo del punto de vista, básico, por otro lado, para
comprender los relatos de viaje como expresiones literarias: “El punto de vista individual
me parece el único punto de vista desde el cual puede mirarse el mundo en su verdad.
Resulta curioso que, a pesar no solo de tener conciencia sino de haber revelado la
los factores por los que todo individuo y sus subsecuentes discursos están condicionado,
país: “Por falta de auténticos viajeros no se ha ejecutado aún el más ligero intento de
definir el alma argentina” (Aguilar, 2002: 368 y 369). Alma en cuya construcción, por
cierto, colaboró el propio filósofo mediante sus viajes al país sudamericano y sus
en todo relato de viajes. Incluso los estudiosos más preocupados por la poética del género
22
cultural y los prejuicios del que visita… Y así cada época irá mostrando en estos
relatos sus inquietudes sociales más profundas (Alburquerque, 2006ª: 81).
Aceptando el hecho de que el relato de viajes dice más sobre el enunciador que sobre la
tierra y la cultura descrita, no se puede pasar por alto que también interviene en su
Oriente), mientras que en otros no ejerce ninguna influencia aparente. Quizás este sea el
hispanoamericanos, como casi siempre suele ocurrir en los pocos casos en que la
Europa y de unos Estados Unidos desconocidos para sí mismos; conocerlos, qué duda
Son pocos los estudios críticos sobre los relatos de viaje hispanoamericanos, entendidos
en el sentido aludido en el primer apartado de este capítulo, y el lugar que ocupa este
15
Fernando Aínsa (2013: 82) repara en el punto de vista diferente que América Latina, ese “otro
Occidente”, puede ofrecer incluso sobre el Occidente tradicional: “Y aquí, América –ese “otro Occidente” –
tiene mucho que decir. Retomando palabras claves de este ensayo: América puede modular, otorgar
matices, proponer alteridades y, sobre todo, hacerlo con esa “inteligencia” que recomendaba el gran
polígrafo mexicano (Aínsa, 2013: 82).
23
hispanoamericanos y se compara el resultado con, pongamos por caso, el número de
española –en cuya historia y crítica, inexplicablemente, hasta no hace mucho tiempo eran
ignorados–16, sin lugar a dudas que los resultados obtenidos serían muy dispares, siendo,
obviamente, los hispanoamericanos los de número más reducido. Sin embargo, este
hecho evidente no basta para justificar la indiferencia de la crítica o, en una postura más
también sería menor, y sin embargo ningún estudioso niega la existencia de la novela o la
poesía hispanoamericana, sino al contrario, se trata de géneros, junto con otros pocos, en
16
Esta situación empezó a cambiar con los estudios dedicados a los relatos de viaje medievales llevados a
cabo, en un primer momento, por los profesores Bárbara Fick (1976), Francisco López Estrada (1984) y
Miguel Ángel Pérez Priego (1985). También cabe destacar la figura del escritor Jorge Carrión, quien
plantea la necesidad de rastrear la historia del género tanto en España como en Hispanoamérica (Jorge
Carrión, 2005). Sin embargo, la postura que sigue imperando al respecto, incluso en algunas personas
interesadas en el tema es que, con la excepción del periodo del descubrimiento y conquista de América, el
relato de viajes sólo aparece en la literatura española de manera esporádica, mientras que en la
hispanoamericana, salvo unas cuantas excepciones, es inexistente. Para ilustrar esta postura valga una cita
de un libro dedicado a los “viajes, viajeros y sus libros” de Tatiana Escobar. “En lengua española, si bien la
historia del género sigue esperando a sus mentores, la literatura de viajes cuenta con algunos títulos
imprescindibles que han gozado de una popularidad más bien discontinua” (Escobar, 2002: 60).
24
Otro tanto ocurre con los autores hispanoamericanos de relatos de viajes por
América y por el mundo. Rastreando el género hemos logrado reunir un considerable
caudal de escritos de esta índole producidos en el curso de los siglos XIX y XX,
frecuentemente puesto de lado o poco apreciado por muchos escritores importantes.
Que sepamos no se ha hecho aún –al igual que sucedía con los ‘tradicionistas’– un
esquema global de los escritores viajeros propios de nuestro continente. Tal vez se
estimaba que los únicos dignos de figurar como grandes escritores de viajes eran los
europeos que tanta difusión tuvieron entre nosotros a partir de comienzos del siglo XIX
(Núñez, 1989: XIV y XV).
Núñez insinúa, no sin una pizca de malicia, el hecho de que la mayor parte tanto de las
se hayan efectuado en una sola dirección; es decir, en la que se refiere a los escritores no
Por fortuna, Núñez no se contentó con señalar esta carencia sino que compiló la
sudamericanos escritos por autores canónicos como Alfonso Reyes o José Martí y por
otros poco conocidos. Con todo y que el viaje por la misma América no ha sido el más
17
Él mismo forma parte de esta corriente de estudio, pues en un trabajo anterior se encargó de la
recopilación y estudio de los relatos de viaje efectuados por viajeros extranjeros en el Perú.
25
Otra recopilación interesante es la llevada a cabo por José Esteban (2004),
críticos con la capital española, pero no por ello exentos de calidad literaria, como lo
atestiguan los nombres incluidos, todos ellos célebres, como Darío, Neruda, Carpentier,
Son muy pocas las recopilaciones elaboradas sin enfocarse en el destino del viaje,
mexicanos (siglos XIX y XX) de Felipe Texeidor (1982), cuya edición original data de
1932. La recopilación aúna erudición y buen gusto, y la casi totalidad de autores que
propone, que van de fray Servando Teresa de Mier a Salvador Novo, continúa ochenta
valor de la recopilación es muy estimable, pero solo abarca el primer tercio del siglo XX.
Sorprende que desde entonces ningún estudioso se haya decidido a actualizar y completar
es decir, desde la independencia hasta el año 1999. La nómina de autores es variada y los
no ser por él, el arco temporal hubiera contemplado solo la primera mitad del siglo, y al
dejando a un lado otros formatos; de hecho, el libro fue publicado en una colección de
26
en auge en los últimos años18 de rescatar la crónica latinoamericana histórica y otorgar
Los relatos de viajes por Hispanoamérica son numerosísimos; para dar una idea
de ello hay que recordar recopilaciones como la elaborada por José Iturriaga de la Fuente
de relatos de viajeros por México, halló un total de más de mil quinientas referencias.
Entre este mar de fuentes se hayan algunos libros clásicos que van desde la crónicas de
escritores célebres del siglo XX, tan disímiles entre sí como Aldous Huxley, John Dos
Passos, Jack Kerouak, John Steinbeck, Antonin Artaud o Jean-Marie Le Clézio, pasando
por relatos de viajes de algunos de los autores más reputados del género, como el barón
la de los hispanoamericanos que escriben relatos de viajes –sin importar si éstos tienen
dimensión de este conjunto, e incluso los textos que lo conforman, constituye todavía un
misterio, pues la mayor parte de ellos se encuentran en el olvido. Quizás el único intento
serio por catalogar exhaustivamente este corpus ha sido llevado a cabo por Gabriel
18
En 2012 vieron la luz dos antologías de crónicas latinoamericanos que incluían algunas dedicadas al
viaje. En Mejor que ficción, crónicas ejemplares, Carrión incluyó sendas crónicas viajeras de Juan Villoro,
Martín Caparrós y Rodrigo Fresán, mientras que Jaramillo Agudelo, en Antología de crónica
latinoamericana actual, aunque incluye un mayor número de textos, decide no centrarse en el viaje sino
favorecer la crónica que trata una cuestión en particular, como la visita a un pueblo con alta natalidad de
gemelos o el rastro perdido de algún mítico.
27
Giraldo Jaramillo (1957) quien, restringiéndose al caso colombiano, señaló varios
sino también a los de algunos de los escritores más destacados de la región. Piénsese, por
ejemplo, en el modernismo, uno de los periodos más estudiados por la crítica; el caudal
de textos que se lee con mayor asiduidad en la actualidad es el poético, mientras que la
dirige hacia el cuento, la novela y el ensayo, los relatos de viaje son prácticamente
ignorados, a pesar de que gran parte de los protagonistas del movimiento, de José Martí a
Rubén Darío, de Amado Nervo a José Enrique Rodó y de Julián del Casal a José Juan
Tablada, lo practicaron20. Por si este hecho no bastara para confirmar la importancia del
género en el modernismo, es pertinente recordar que uno de los escritores que gozaba de
por varios de sus protagonistas. Por mencionar algunos nombres célebres de manera
19
Este hecho quizás esté empezando a cambiar, sobre todo gracias el consenso crítico de que la revolución
estética modernista empezó en la prosa, particularmente en la crónica, y no en la poesía (ver página 121).
20
Mucho se ha discutido sobre las similitudes y diferencias entre el modernismo hispanoamericano y el
noventayocho español; sin embargo, un campo que queda por explorar es la comparación entre los
múltiples relatos de viajes escritos por ambos grupos y el hecho de que los escritores españoles, como
Unamuno o Azorín, escribieran fundamentalmente sobre sus recorridos por España, mientras que los
latinoamericanos se aventuraron fuera de su ámbito.
21
Hoy caído en el olvido, quizás por la misma indiferencia que ha mantenido la crítica frente al género,
Gómez Carrillo publicó más de quince compilaciones con sus relatos de viaje, en los que cuenta sus
andanzas por América, Europa y el Medio y el Lejano Oriente. También es autor de varios poemarios y de
un estudio crítico sobre el modernismo.
28
arbitraria se puede citar a fray Servando Teresa de Mier, Francisco de Miranda, Domingo
Faustino Sarmiento, Justo Sierra, Horacio Quiroga, Manuel Gálvez, Teresa de la Parra,
Alfonso Reyes, Roberto Arlt, Ricardo Rojas, César Vallejo, Juan Carlos Mariátegui,
Jorge Carrera Andrade, Jorge Ibargüengoitia, Manuel Mujica Láinez, Guillermo Cabrera
Infante, Mario Vargas Llosa, Adolfo Bioy Casares, Julio Cortázar y Sergio Pitol. Por
último, los escritores contemporáneos parecen no haberse olvidado del género por
completo, pues entre quienes los han practicado se cuentan a Juan Villoro, Martín
Caparrós, Héctor Abad Faciolince, Fabio Morábito, Antonio José Ponte, Rafael
emprendida por Giraldo Jaramillo, este es más abundante de lo que creemos hoy en día.
Lo que sí es indudable es el hecho de que el interés por el género ha sido aún más
reducido que su práctica. Las razones de esta indiferencia son muchas y de muy variada
averiguar los motivos que expliquen la indiferencia con que se ha recibido. Quizás
algunas pautas, sobre todo tomando en cuenta las profundas tensiones que se suscitan en
lógico que la recepción de los relatos de viaje sobre Hispanoamérica haya sido mucho
más entusiasta que la de los relatos de viaje escritos desde Hispanoamérica. El mismo
caso ocurre, como apunta Juan Goytisolo, en otras regiones dominadas colonialmente por
Europa y, a últimas fechas, por Estados Unidos, como, por ejemplo, Oriente Medio y el
Magreb:
29
[…] compárese, por ejemplo, el número de libros escritos en Occidente sobre esta
civilización tan cercana, pero inasimilable a la nuestra –sin duda, varios millares de
títulos– con la cincuentena escasa de obras que los viajeros y ensayistas del Oriente
Próximo y el Magreb escribieron sobre Europa antes de la Primera Guerra Mundial, y
mediremos el abismo que separa el Occidente avanzado de esa nebulosa de culturas,
creencias religiosas y lenguas encapsuladas en el término ‘oriental’ forjado por
nosotros (Goyisolo, 2006: 12).
Desde luego que los relatos de viaje hispanoamericano dedicados a Europa rebasan por
mucho la cincuentena mencionada por Goytisolo en el caso magrebí, pero poco importa
si, en la práctica, al contabilizar los que efectivamente han sido y son leídos o analizados,
la cifra obtenida es mucho menor. De hecho, resulta aún más curiosa –o alarmante– la
indiferencia hacia un género que sí existe en una literatura pues, de no hacerlo –y decirlo
relatos de viajes. Esta actitud sería hasta cierto punto comprensible en los lectores y la
crítica foránea, pero resulta inquietante que los propios hispanoamericanos hayan
interiorizado con cierta docilidad la imagen exterior que se ha creado de ellos y, a la par,
hayan olvidado la que ellos han desarrollado acerca de sí mismos y de los otros22.
Es curioso que tanto Todorov como Said hayan reparado en la negación de voz
que los escritores de relatos de viajes generalmente le imponen al otro que describen.
22
Para abordar estos textos quizás haría falta una nueva forma de leer, cercana, por ejemplo, a la “crítica
decolonial” que propone Mignolo: “El “método”, es decir, la manera que se corresponde con las opciones
coloniales es el pensamiento fronterizo o la epistemología fronteriza. ¿Por qué? Porque es pensar y habitar
la/s frontera/s, y no sólo estudiar las culturas fronterizas sin habitarlas. En otras palabras, el pensamiento
fronterizo habita en la frontera de las formaciones imperiales/coloniales. […] Los investigadores
decoloniales no buscan semejanzas y diferencias entre dos o más entidades o textos, sino que persiguen
comprender su localización en la matriz colonial del poder” (Mignolo, 2012: 27).
30
sórdido y dramático: el primero, con la violación de una india a manos de un
y 57) concluye que “en el mejor de los casos, los autores españoles hablan bien de los
indios; pero, salvo casos excepcionales, nunca hablan a los indios. Ahora bien, solo
cuando hablo con el otro (no dándole órdenes, sino emprendiendo un diálogo con él) le
reconozco una calidad de sujeto, comparable con el sujeto que soy yo” (Todorov, íbid:
143).
Oriente fue orientalizado, no sólo porque se descubrió que era ‘oriental’, según los
estereotipos de un europeo medio del siglo XIX, sino también porque se podía
conseguir que lo fuera –es decir, se lo podía obligar a serlo–. Tomemos, por ejemplo,
el encuentro de Flaubert con una cortesana egipcia, encuentro que debió de crear un
modelo muy influyente sobre la mujer oriental; ella nunca hablaba de sí misma, nunca
mostraba sus emociones, su condición presente o pasada. Él hablaba por ella y la
representaba. Él era extranjero, relativamente rico y hombre, y esos eran unos factores
históricos de dominación que le permitían, no sólo poseer a Kuchuk Hanem
físicamente, sino hablar por ella y decir a sus lectores en qué sentido ella era
típicamente oriental. Mi tesis es que la situación de fuerza de Flaubert en relación a
Kuchul Hanem no era un ejemplo aislado, y puede servir bastante bien como modelo
de la relación de fuerzas entre Oriente y Occidente y del discurso acerca de Oriente
que permite este modelo (Said, 2006: 25).
Pero si Europa y Estados Unidos, además de crear una visión de Hispanoamérica que
acaba tomándose como real –incluso por la misma Hispanoamérica–, utilizan esa visión
para afirmar su propia identidad, es lógico que no exista interés por lo que
Hispanoamérica –el otro– tiene que decir, no ya sobre sí misma, sino sobre los sujetos
por los que fue creada como entidad cultural, es decir, sobre Europa y sobre los Estados
31
Unidos. Como señala también Said: “Oriente ha servido para que Europa (u Occidente)
íbid: 25). Esta definición de sí mismo y afirmación identitaria en contraste con el otro no
deja espacio al cuestionamiento que supondría la visión de ese otro, descrito y silenciado.
El caso de América Latina es peculiar, pues encuentra en Europa y en los Estados Unidos
un otro con el que se contrasta, pero con el que también, inevitablemente, se identifica;
con el primero por una parte de su origen y, con el segundo, por la pertenencia al “mundo
nuevo”.
Núñez, también ha preferido estudiar los relatos de viaje sobre Hispanoamérica antes que
que prevaleció sobre este género, basta mencionar que solo encontramos en las historias
“La mirada y el discurso: la literatura de viajes” (1994). Pierini hace un rápido recorrido
declarada lectura de Todorov, es la primacía que le otorga a la mirada del viajero como
Pero en realidad de los que nos habla el relato de viajes a nosotros, lectores del siglo
XX, es más bien de una forma de mirar, de conocer, que es, en definitiva, una forma de
ser. Lo que se mira en el otro, lo que se dice del otro, revela fundamentalmente al
sujeto de la mirada y del discurso. Así, pues, lo que sobre todo aprendemos a conocer
a través de estas lecturas es la visión de una cultura que, sin la capacidad de
comprender lo diferente, se ha pretendido universal, estableciéndose como modelo de
la mirada y del discurso (Pierini, 1997: 180).
32
Por otra parte, Pierini distingue dos tipos de destinatarios del género muy
diferentes entre sí23, al contrario de Alburquerque y Carrizo Rueda, que solo conciben
23
Tomás Albaladejo, al teorizar sobre los géneros literarios dentro de la retórica, señala la importancia que
tiene el destinatario en la concepción y por lo tanto en la clasificación del texto: “Los genera constituyen
una clasificación textual que se halla asentada sobre la res extensional como serie de elementos
referenciales incorporados en el texto, es decir, sobre los hechos de los que trata el discurso, y también
sobre la función del destinatario en la situación comunicativa; estos dos elementos, los hechos y la función
del receptor, están relacionados entre sí en la determinación del género del discurso” (Albaladejo, 2000:
53).
24
Asumo dicha idea en Alburquerque y en Carrizo Rueda a partir de las siguientes citas: “Estos ‘relatos de
viajes’ contienen por esto mismo que venimos diciendo un marcado acento social, histórico o cultural que
vinculan sobre todo al lector con la realidad viva de los lugares descritos y de las sociedades en ellos
reflejadas, bien para parodiarlas, encarecerlas o sencillamente para describirlas con visos de objetividad, y
nunca exentas de las apreciaciones personales que subrayan la impronta personal del autor” (Alburquerque,
2005: 132). “[…] desde el contexto histórico, algunas descripciones o elementos de ellas revelan aquellos
puntos en los cuales el espectáculo se carga de tensiones y determina la alternancia clímax-anticlímax. Y,
finalmente, porque tales tensiones manifiestan las de un grupo social que busca en el género ‘relato de
viajes’ ciertas respuestas a inquietudes sobre su modo de existencia” (Carrizo Rueda, 1997: 47).
33
Irónicamente, estas conclusiones críticas desembocaron en un doble fracaso. El primero
de ellos no es sino la situación que se ha descrito en las páginas anteriores. Pero antes de
Corremos el peligro de que se nos crea tales como se nos pinta, si nosotros no
tomamos la pluma y decimos al mundo: Así somos en México. […] Es la ocasión,
pues, de hacer de la bella literatura un arma de defensa. Hay campo, hay riqueza,
hay tiempo, es preciso que haya voluntad. Talentos hay en nuestra patria que
pueden rivalizar con lo que brillan en el Viejo Mundo (Pierini, íbid: 180).
Sólo los mexicanos hemos escrito poco acerca de nuestro país. Figúrense que
hablar de nuestras poblaciones, de nuestras montañas, de nuestros ríos, de nuestros
desiertos, de nuestros mares, de nuestras costumbres y de nuestro carácter, es
asunto baladí, y que el ver escrito en una página de viaje el nombre de un indio,
todo el mundo aquí ha de hacer un gesto de desdén. […]
Hay cierta repugnancia para conocer el país nativo, y esta es la causa de que no
puedan desarrollarse vigorosamente todas las ramas de nuestra literatura nacional.
Sólo el tiempo y la civilización harán desaparecer esto, que no hábitos de la vida
colonial. […]
Pero si escasa es nuestra literatura de viajes por lo que respecta al interior del país,
sus productos son rarísimos en lo que se refiere a los viajes al extranjero (1949).
Ignacio Manuel Altamirano anticipa el tema que más de un siglo después desarrollarán
cumplido su propósito –junto con otros escritores románticos de diferentes países como
34
el argentino Domingo Faustino Sarmiento o el también mexicano Guillermo Prieto–
continuarían siendo prácticamente ignorados más de cien años después, quizás debido a
“los hábitos de la vida colonial” a los que alude. Mary Louisse Pratt, en su estudio sobre
la relación entre relato de viajes e imperialismo, concluye que “era frecuente que los
criollos hispanoamericanos viajaran a Europa […] pero en modo alguno produjeron una
literatura sobre Europa. Podríamos muy bien pensar que, como sujetos coloniales,
representar a Europa” (2010: 345). Pratt lee cierta literatura de viajes hispanoamericana,
sobre todo a Sarmiento, como el camino que los criollos encontraron para asentarse como
teoría es sugerente, pero Pratt ignora el relato de viaje latinoamericano que propone una
alemana o la estadounidense– desde el viaje de Colón hasta bien entrado el siglo xx. Sin
embargo –y afortunadamente, pues el valor del artículo, aunque no sea útil para este
35
estudio, es de una enorme riqueza– el estudio de Núñez abarca todos los géneros
dedica un artículo al relato de viajes, pero de nueva cuenta focalizando la atención en los
2002).
En ese país existen también otras obras críticas que se han preocupado de analizar
el caso de los estudios de Adolfo Prieto (1996), quien rastrea las pautas establecidas por
“Tierra firme”, ha publicado una serie de libros encaminados a rescatar relatos de viajes
argentinos. Algunos títulos, como los dedicados a Manuel Mujica Láinez o Victoria
Ocampo, se estudian en la presente investigación (ver páginas 284 y 301). También son
de gran interés los volúmenes antológicos de la serie, pensados en alguna clase especial
de viaje emprendido por escritores argentinos, ya sea por el destino elegido o por la
ideología de los viajeros, trasladada al viaje y al relato, como Pasaje a Oriente, narrativa
de viajes de escritores argentinos, editado por María Sonia Cristoff (200), o Hacia la
25
Menciono dicho texto ya que algunos estudiosos del género en Hispanoamérica, como Beatriz Colombi,
lo consideran como uno de sus precursores.
36
Dos obras, la de la argentina Beatriz Colombi (2004) y la del venezolano Jacinto
Fombona (2005), se dedican por entero al estudio de los relatos de viaje modernistas,
quizás por ser este un periodo donde el género conoció un auge particular. Dichas obras,
En México, el volumen Espacio, viajes y viajeros (2004) editado por Luz Elena
Zamudio, salvo por una excepción, reúne interesantes estudios sobre textos de viaje
restringen al relato de viaje y analizan autores canónicos, sobre todo mexicanos, que
abarcan un inmenso arco temporal: el volumen se abre con Bernal Díaz del Castillo y se
sobre los relatos de viajes en las literaturas hispánicas efectuada por Julio Peñate (2004).
A pesar de que el título (Relato de viaje y literaturas hispánicas) especifica que los
diversos textos incluidos analizan “relatos de viajes”, solo uno de los cinco artículos
con esta condición27. En contraste, la mayor parte de los trabajos dedicados a la literatura
española sí lo hacen. Peñate publicó en 2008 una nueva recopilación de trabajo críticos,
2012, Peñate publica, como resultado de un trabajo de investigación colectivo, dos tomos
26
La excepción la constituye “El viaje espiritual de Greene” de Ruiz Abreu (2004). Que uno de los estudios
esté dedicado a un autor anglosajón hace ver que no existían limitaciones sobre el origen del texto que
analizar, y realza el hecho de que la mayoría abrumadora de los académicos hayan optado por abordar
textos hispanoamericanos, lo que pone de relieve el interés que en últimos años ha despertado el género en
Latinoamérica.
27
Dicho estudio, llevado a cabo por Dolores Philipps-López, trata sobre el viaje romántico
hispanoamericano en Suiza y se basa en relatos de Miranda y Sarmiento.
37
de enorme utilidad en donde, ahora sí, se reúnen estudios alrededor de viajes factuales.
La obra alterna relatos de viajes españoles e hispanoamericanos, lo que sin duda tiene
ventajas y desventajas. Entre las primeras puede mencionarse la de brindar una visión
global del género en la lengua española, de forma que sea posible detectar corrientes
tomado caminos más divergentes, a causa de que, como ningún otro, el género está
la misma proporción que las corrientes estéticas. Para ejemplificar esta situación basta
como consecuencia del fracaso del 98, mientras que la América hispana salía a descubrir
producida a ambos lados del Atlántico quizás haya sido demasiado ambicioso, en lo que
XX: Textos, etapas, metodología donde por primera vez se agrupan estudios de relatos de
análisis del libro, y algunas veces la simple noticia de la existencia de algunos textos,
este trabajo es el mismo que el de Peñate: trazar la cartografía básica del género en
Hispanoamérica para que, una vez que se cuenten con las coordenadas básicas y un
contexto e historia mínimas, sea posible profundizar en el análisis de los textos. A pesar
de que los textos hispanoamericanos representen menos de la mitad del contenido de los
dos volúmenes, éste es el trabajo aglutinador más importante llevado a cabo sobre la
cuestión.
38
No puede más que echarse de menos un trabajo para la literatura
colombino (Mattalia, 2008), un libro de dimensiones colosales, con más de mil páginas y
de ochenta estudios, de los que, en sentido estricto, lamentablemente, solo dos están
géneros literarios, sin preocuparse de que varios de los autores estudiados, como Adolfo
Bioy Casares, Julio Cortázar o Alejo Carpentier hayan escrito auténticos relatos de
viajes.
Así, pues, a pesar de las limitaciones y de los malentendidos, parece que al fin
sumarse a esta corriente y ser una muestra de que existe un corpus de relatos de viaje
estrictamente textuales, como desde otros tipos de acercamiento que analicen sus
28
Se trata de los trabajos de Lola López Martín, “Entre la geografía argentina y el paisaje literario: viaje por
el naturalismo científico, ideológico y narrativo de Eduardo Holmbers”, y de Joseba Arregui Pabollet, “El
descubrimiento de España de Fernando Iwasaki, un viaje de ida y vuelta”.
39
2. El siglo XIX
viajeros voluntarios o involuntarios, ya fuera para conocer mundo y tejer alianzas para
sus fines políticos o como consecuencia del exilio que se les impuso.
de Indias, que representa sin duda alguna, siempre que se la considere como tal 29, la
cumbre del género en las letras hispánicas. Después de este periodo existen otros
Carlos de Sigüenza y Góngora en la Nueva España, pero se trata de textos aislados que
cambios profundos, en consonancia con las corrientes literarias. Así, en la primera mitad
del siglo XIX, se encuentran resabios de la Ilustración, con viajeros, como el peruano
Pedro Paz Soldán, que viajan con intereses científicos y lingüísticos, siguiendo la estela
estilo propio, se contentan con recolectar la flora del lugar, hacer anotaciones sobre la
lengua y realizar recorridos artísticos obedeciendo a sus guías. A la par que esta clase de
estilo literario personal. Esta corriente será la que domine la mayor parte del siglo. Al
29
Debido a la riqueza del corpus que aglutina la crónica de Indias, cuyos textos van desde diarios, cartas e
informes hasta crónicas propiamente dichas, se le ha considerado un género aparte, propio de una época de
la literatura española. No obstante, como ha mostrado Alburquerque (2008), gran parte de este material
pertenece al género relato de viajes.
40
final este relato será desbancado por el modernista (ver capítulo siguiente), el cual, más
que una ruptura radical, representa más bien una transformación o una radicalización del
estatura del personaje que la escribe que por su calidad literaria– son los Diarios de viaje
resultan en algunos momentos monótonos y rutinarios, más preocupados por señalar sus
por contar sus andanzas, reflexiones y vivencias. No obstante, en ellos puede verse ya la
aparición de una conciencia americana viajera, que ve y compara con ojos americanos
por más que, oficialmente, Miranda fuera un viajero bajo yugo de la Corona española.
Los diarios no fueron publicados hasta dos siglos después de escritos y, por tal motivo,
no tuvieron ninguna influencia en los escritores que vinieron después. La visión que
ideología y movimientos políticos, así que, aunque no hayan sido leídos, podría decirse
que influyeron en el espíritu con el que nacieron las nuevas repúblicas americanas.
relato de viaje hispanoamericano es fray Servando Teresa de Mier. Sus Memorias narran
su deambular por Europa, exiliado de la Nueva España por un sermón que no gustó en
términos teológicos ni políticos al clero novohispano. Las andanzas del fraile tienen
mucho de novela picaresca, y si bien sus aventuras y desventuras son las de un héroe
41
Europa exiliados de sus países de origen para encontrar muchas veces carencias y
nostalgia. Pero más allá del papel que le tocó representar a fray Servando, las Memorias
siguen siendo una de las cumbres del género, y así lo confirma el que haya disfrutado de
lectores, editores y críticos excepcionales a lo largo de dos siglos, que van de Guillermo
Prieto y Alfonso Reyes, quienes recopilaron sus textos y los editaron, a Christopher
donde se aventuró llamado por la fiebre del oro. El estilo del diario es coloquial y a veces
incluso procaz. Pérez Rosales no encontró la fortuna que buscaba, y regresó a Chile
relacionados con los viajes (fue comisionado a Europa para dar a conocer la política de
un viajero latinoamericano que se interna en los Estados Unidos con el ánimo de trabajar.
pocos los relatos que dan cuenta de esta circunstancia. El viaje motivado por la pobreza y
la esperanza de una vida mejor tiene poco reflejo en la literatura, por más que muy
probablemente haya sido el camino más frecuente tomado por los viajeros
latinoamericanos.
propósito oficial era sellar un acuerdo de paz con el cacique indio, puede verse como la
narración de una expedición militar. Este subgénero cumple con todas las atribuciones
42
castrenses ajenos a la literatura e incluso a la historia, hay algunos ejemplos que alcanzan
país, llegando incluso a la presidencia, pero cuando realizó su gran viaje por Europa era
un joven exiliado. Esto no significa, ni de lejos, que haya pasado por las penurias que
soportó fray Servando; al contrario, Sarmiento llevaba una vida no exenta de lujo, como
escasean las visitas a restaurantes, teatros e incluso burdeles. Con menos acción que el
relato del coronel Mansilla –uno era sobre todo militar, el otro escritor y político–, los
como el genocidio de los indios del desierto con el fin de “civilizar” el país. Sarmiento es
liberal del presidente Juárez. A pesar de abogar por la necesidad de escribir relatos de
viajes propios, Ignacio Manuel Altamirano solo escribió crónicas aisladas que tuvieron
que esperar más de cien años para ser recopiladas, labor que llevó a cabo Carlos
murió (en Italia, en una misión diplomática), Altamirano cumplió con su programa de dar
43
Además de también escribir sobre su país, sí escribieron relatos autónomos sobre viajes
al exterior Manuel Payno (1853), a raíz de su viaje a Inglaterra, y Guillermo Prieto, quien
compuso el relato de viajes más importante del romanticismo mexicano, el extenso Viaje
Estos relatos, tan diferentes entre sí, muestran a una América Latina que está
aprendiendo a mirar. Decidí analizar cinco de ellos, cada uno característico de una estilo
y una mentalidad que, en conjunto, aportan una visión bastante completa de lo que fue el
género en este siglo inaugural. Por cuestiones de espacio (cada periodo justificaría un
estudio exento), no fue posible analizar los relatos de Altamirano, Payno y Prieto, debido
a que su romanticismo no es tan distinto del de los argentinos y con el fin de dotar de una
presente con fray Servando. El libro del chileno Pérez Rosales también quedó pendiente
significa que no haya que recuperarlo, puesto que sea quizás el primer testimonio,
aunque sin descendencia, del emigrante económico latinoamericano. Estos flecos que
punto de vista americano, poco sólido, es verdad, pero si resultan tan interesantes es
viaje. Pero antes de que eso ocurra, en los textos que se analizan a continuación
de viajes propio, que implica la narración de una mirada individual, artística, pero
44
2.1. Diarios de viaje de Francisco de Miranda (1750-1816)
apego a la verdad, puesto que las entradas de un diario no se consignan como una
evocación lejana, sino poco tiempo después de ocurridos los hechos, aunque más tarde se
corrija su relato. Otro rasgo que sobresale de los diarios es su precisión cronológica y su
Aunque existen diarios que abarcan prácticamente toda una vida, su escritura suele
En los diarios que agrupan varios años es posible extraer las entradas relativas a
un viaje, que forman un conjunto con plena autonomía. Aunque los ejemplos no abundan
patrón, como Unos días en Brasil: Diario de viaje (2010) de Adolfo Bioy Casares. Más
numerosos son los casos en los que la totalidad del diario se ajusta a un viaje y, de hecho,
resulta posible identificar un subgénero bien delimitado: el diario de viaje 30. Al igual que
archivo que alcanzó los sesenta y tres tomos, y que llevaba consigo adonde quiera que
fuese. De ese archivo proceden sus tres diarios de viaje más conocidos y bastante
diferentes: Viaje por los Estados Unidos de la América del Norte, Viaje por Italia y
Viajes por Rusia (1977). Gracias a ellos, este periodo es, como señala Mondolfi Gudat, el
30
Si se acepta la hipótesis según la cual la literatura Latinoamérica se inicia con las crónicas de Indias,
entonces su libro fundador sería un diario de viaje, el Diario de a bordo, de Cristóbal Colón.
45
que mejor se conoce de su vida: “el diario constituye el período mejor documentado de
mayores detalles. Todos los aspectos de Estados Unidos, país que admira y que marcará
vías de comunicación, la industria, las instalaciones militares. Así como fray Servando
viajero político que es recibido por las personalidades más importantes, no repara en
con la realidad de su América, mecanismo que, sin saberlo, Sarmiento repetiría cincuenta
años después.
diario anterior era una sucesión de acciones se convierte en una enumeración de palacios
y obras de arte. Miranda parece viajar a Italia, admirar sus monumentos y manifestar su
tiempo.
Por último, en Rusia se abandona a las amabilidades con las que es recibido, que
le hacen obviar la tiranía política del país, actitud que el lector esperaría en un viajero
31
El viaje a Italia, que era la meta final del grand tour, constituye uno de los periplos prototípicos en la
historia de la cultura. Para abundar en el tema ver Brilli (2010) y para ahondar en el viaje español a Italia
ver Arbillaga (2005).
46
descripciones más pormenorizadas, casi siempre acentuando la imagen positiva que el
imperio le despierta.
su autor, sino en que constituyen uno de los primeros testimonios de la observación del
como puede apreciarse en el siguiente párrafo dedicado a Venecia en el Viaje por Italia
(1977: 205 y 206), que bastaría para desmitificar a una figura heroica. Sorprende cómo
en un único párrafo Miranda se presenta como un amo cruel con sus criados, algo que
uno no esperaría de un héroe liberal, a la par que describe con enorme naturalidad a una
sociedad disoluta y, al final, se permite el lujo de dejar ver sus conocimientos de arte al
Temprano fue menester dar una paliza al criado, que tuvo la insolencia de
quererme gobernar, diciendo a una moza que vino a buscarme, que yo no estaba en
casa, porque esta no le quiso dar dineros; mas se engañó el picarón, y llevó sus
muy buenos palos a cuenta… es increíble la sumisión y respeto con que desde
entonces me sirven todos en la casa… o infelices, que es necesario trataros mal
para que sirváis bien! –a las 11 estuve a hacer una visita a Zaguri, que aún estaba
en la cama: allí se peinan, y reciben gentes hasta las 12 que se levantan para ir al
Senado… luego a las Put… después al Theatro; y así del theatro al bordel, y del
bordel al theatro pasan la vida– tomamos café (que es el uso a todas horas del día)
y yo me fui a recorrer algunos Palacios con mi nuevo Cicerone. Primo al Palazzo
Barbadigo de la Talasa, a S. Polo; aquí estaba la escuela del Tiziano; y entre los
cuadros que allí se conservan de este ilustre artista, resaltan un Venere: la
Madalena: y una Ninfa e Satiro, excelentes Piezas.
47
2.2. Relación de lo que sucedió en Europa al doctor Mier de Fray Servando
Teresa de Mier (1765-1827)
evidente la estrecha relación que mantienen ambos géneros. En cierta forma, el relato de
nomadismo dejó sus marcas en la escritura autobiográfica, que bien podría leerse
poniendo más atención en el tema del viaje. Molloy, en su ensayo dedicado a la escritura
continente. […] El gastado cliché que equipara la vida con el viaje adquiere, en la
Un ejemplo paradigmático del primer caso son las Memorias (1865) de fray
Servando Teresa de Mier. Como es sabido, dicho libro está compuesto por diferentes
32 Alburquerque indica que el relato de viajes en ciertas manifestaciones es una ‘tranche de vie’ de la
autobiografía (Alburquerque, 2005).
48
escritos que redactó el padre Mier desde los calabozos de la Inquisición en 1819, y que
vieron la luz medio siglo después. Los diferentes títulos que ha recibido la obra brindan
una buena idea de la relación estrechísima entre vida y viaje tanto en sus páginas como
textos que redactó y que después fueron recopilados en un solo volumen. El más extenso
doctor Mier, título que hace hincapié en el viaje. Manuel Payno –otro escritor viajero–,
responsable de la primera edición del padre Mier en 1875, decidió titularla Vida,
aventuras, escritos y viages. Sin embargo, el título que prevaleció fue el de Memorias,
establecido por Alfonso Reyes en su edición de 1917, en la que publicó de forma integral
la Relación y la Apología del doctor Mier, versión detallada del proceso que sufrió Mier
Memorias se han ido añadiendo nuevos textos, casi siempre relacionados con el viaje,
El viaje tiene tanta importancia en la obra de Mier que acabó confundiéndose con
su autobiografía. Sin pretenderlo, inaugura dos vertientes que marcarían en buena medida
España.
aborden también todo tipo de cuestiones, tal y como es característico del género. El padre
Mier encuentra la ocasión para la crítica del clero, en particular de su orden, los
49
dominicos; describe las costumbres religiosas, la política, la moda de París33; menciona
al simple turismo, sino que empieza como un exilio y se convierte en una huida
el viaje se acelera cada vez más. Al final, el padre Mier (2006: 187) 34 resume su estancia
en España y la forma en que cierto viajero literario vive y describe un país o una región
con una frase exacta: “Pero yo no he aprendido la topografía de España sino a golpes y
palos”.
contemporánea, por ejemplo la necesidad urgente que tiene el padre Mier por
secularizarse, afán en el que invertirá años. Sin embargo, la mayoría de sus críticas
–los últimos años del siglo XVIII y principios del XIX–. Tal es el caso, por ejemplo, de las
vertidas contra una de las instituciones que mejor conoció y más padeció, la iglesia
católica, a grado tal que desea, con no poco dramatismo, nunca haber tomado los hábitos,
no por dudas en la fe sino al contrario, por considerar que es imposible seguir los
preceptos cristianos siendo cura: “Ojalá no hubiera profesado, porque lo digo como si
estuviera en el tribunal de Dios: el día que uno echa la firma de su profesión en una
religión relajada, echa la de su condenación, con muy pocas excepciones. Los votos en
33
Es interesante que el padre Mier se fije más en detalles de la vida cotidiana o en las noticias del momento
que en datos más enciclopédicos; él mismo advierte: “Se extrañará que deje a París sin decir nada de la
ciudad en general, de su población, ni de la Francia. Esto pertenece a la estadística o la geografía, y hay
libros donde estudiarla” (2006: 83).
34
A partir de aquí y a lo largo de todo el trabajo, en las referencias de las citas directas de los relatos de
viaje sólo se indicará el número de página; el autor y el año de edición solo se especificarán la primera vez
que aparezca la referencia.
50
ella son casi impracticables, las tentaciones muchas, y el mal ejemplo acaba por arrastrar
al mejor” (96).
Pero la queja por el oficio elegido, vocacional ante todo pero también utilitario, se
vierte asimismo por la falta de medios que procura. Atrás había quedado los tiempos en
que se le reprochaba a los clérigos su riqueza, salvo, y con matices, en Roma, y muy al
sobrevivir a fray Servando, como en París, donde “consigue” oficiar misa en una iglesia,
aunque incluso en este caso lo que recibe en materia de limosna no le alcanza ni siquiera
inmediatamente a trabajar, y ganaban dinero como tierra, mientras que yo, lleno de
Hijo de la razón y del Siglo de la luces, el padre Mier basa todas sus críticas en lo
que ve, aderezándolas, eso sí, con un estilo particular, entre la denuncia, la picaresca y la
Todo clérigo tiene por ama de su casa una viuda. De suerte que las viudas en
Cataluña son las mujeres naturales de los clérigos. En España se encuentra en casa
de todo clérigo alguna jovencita bien parecida que se llama sobrina, y regularmente
lo es para cuidar del tío y hacer los honores de su casa. Todo eclesiástico tiene su
ama, que va con él por todas partes, hasta en sus viajes, y al cura se la paga el
lugar. A veces tienen dos y a veces tres: una es el ama, otra la costurera y otra la
criada, y son, en general, lo mejor parecidito de todos los alrededores. Y a cada
paso que uno da le cuentan en los pueblos una anécdota y un escándalo (134).
secesionista sin duda influyó profundamente su viaje y, sobre todo al final, el desencanto
51
producido por los resultados de la Constitución de Cádiz. Pero desde un primer momento
saliendo esta última mejor parada. Esto sucede también en las críticas vertidas a la
iglesia, en las que muchas veces se aclara que se refiere solo al caso español, pasando por
alto que todos sus problemas tuvieron su origen en un sermón dictado en la ciudad de
México, que le valió la condena a diez años de exilio. Pero él achacará la condena,
español, y dirá de Núñez de Haro, el arzobispo peninsular que lo condenó, que lo hizo
Quizás no las más airadas, pero sí las más sentidas, son las críticas que hace a su
solidaridad que encuentra en ella hacia uno de sus miembros, y con un toque de soberbia,
Pero las otras ordenes eclesiásticas no saldrán indemnes, y, por ejemplo, de la Jesuita
dirá que “[…] a mí me parece que su florescencia tendrá otra vez mal éxito. Luego que
acumule riquezas, volverá a su sistema de que la religión no es más que política. Este es
misterio” (109).
52
La situación del fraile novohispano no podía ser más paradójica y poco
conveniente, pues era perseguido por la iglesia y, a la par, por formar parte de ella,
Revolución francesa estaban muy lejos de diluirse y los curas no solo eran mal vistos,
sino en ciertos ambientes y regiones, sobre todo en Francia, su vida incluso corría peligro
por el simple hecho de serlo. Incluso la población católica recelaba del clero, motivada
por el espíritu de la época y también por los excesos que el mismo fray Servando
denuncia. Continuando con la paradoja que él mismo encarnaba, tras las denuncias
posible desaparición de la iglesia, e incluso se muestra nostálgico ante una amenaza que
cura:
53
Tras la Iglesia, en un destacado segundo lugar, España (“el país del despotismo” (124))
igual que sucede con el catolicismo, critica aspectos prácticos, cuestiones funcionales,
realidades inmediatas y no esenciales. El fraile es hijo del siglo que recién termina y
dirige sus críticas hacia lo tangible. Algunos de sus sucesores, en especial Sarmiento,
románticos sin remedio, creerán en mitos tan en boga entonces, y tan poderosos que aún
perduran, como en el espíritu de las naciones y de los pueblos. Los románticos abjurarán
limita a describir lo que ve, por aderezado que venga, y no crea metafísica ni teorías
Del mismo modo que sucede con la Iglesia, las críticas hacia España son
implacables, pero estas muchas veces no solo nacen de la observación, sino que se
producen desde la experiencia, pues como él mismo aclara conoció el reino “a golpes y a
palos”, y más que recorrerlo lo padeció de mano de sus instituciones más decadentes, la
nobleza y la justicia, además, por supuesto, del clero. Y más que a las instituciones en sí,
o, la mayoría de las veces, la corte de empleados y lacayos que los rodean, ejerciendo en
los hechos el poder real. Fray Servando echa de menos un sistema meritocrático en el que
los mejores sean quienes ocupen los cargos, y no, como sucedía entonces, que estos
fueran puestos en venta o se obsequiaran como un favor personal. Por palabras del fraile
se deduce que la situación en la Nueva España era menos escandalosa que en España, lo
que seguramente no era cierto, pero hay que tomar en cuenta que la justicia que padeció
fue sobre todo la peninsular, por más que el asunto que dio origen a todas sus desgracias
54
haya sucedido en América. Así, el padre habla de la justicia española y de la dación de
Porque allá el poder es más absoluto, más venal es la corte y los tribunales, mayor
el número de los necesitados, de los malévolos e intrigantes, los recursos más
difíciles, por no decir imposible, para un pobre, y, en una palabra: allá no se trata
de conciencia, sino de dinero y de política, que en la inteligencia y práctica de las
cortes es precisamente lo inverso de lo moral […] A estos empleos se va, como a
todos los de la Monarquía, por dinero, mujeres, parentesco, recomendación o
intrigas; el mérito es un accesorio, sólo útil con estos apoyos. Unos son ignorantes,
otros muy hábiles; unos, hombres de bien y cristianos; otros, pícaros y hasta
ateístas. En general, son viciosos, corrompidos, llenos de concubinas y deudas,
porque los sueldos son muy cortos. Así, es notoria su venalidad (39).
Por fuertes que sean las críticas vertidas a España y sus covachuelos (los asistentes de los
altos cargos), fray Servando se sorprende del arraigado antihispanismo con que se topa
en Europa. Muchas veces, en la prosa del dominico, quienes insultan a los españoles
salen peor parados que los insultados. Otra vez, de la misma forma en que criticaba al
clero y censuraba los excesos anticlericales, critica a España a la par que encuentra
absurdos o desmesurados los insultos que algunos terceros le dirigen. La situación estaba
tan naturalizada y era tan irracional que el término español se consideraba un insulto:
Es increíble el tema que tienen con los españoles en toda la Europa […] Ya yo
había visto que los clérigos franceses emigrados en España sufrían pacientemente
las injurias hasta que les decían español. En Bayona vi que los muchachos llevaban
uno a maltraer, llamándole español, y, creyendo que lo era, lo liberté. “¿De qué
parte eres de España?”, le pregunté. Y me respondió: “Soy francés, sino que me lo
dicen por injuria”. “Equivale –me dijo un judío que pasaba– a tonto, ignorante,
supersticioso, fanático y puerco”. Y, desgraciadamente en cada lugar que he estado
de Europa, algún español metía ruido con alguna porquería famosa. Oí después en
55
Inglaterra y los Estados Unidos que las madres, para tratar a sus hijos de puercos,
les decían que parecían españoles (92).
En Italia, al preguntarle a un hombre si hablaba español, le responde que para qué querría
conocer esa “lengua de bárbaros”. Sin embargo, durante su estancia en Francia, el fraile
monta una escuela de español para sobrevivir y el negocio resulta exitoso, gracias a que
que difícilmente puede leerse como una coincidencia, es Italia el país que recibe la mayor
carga de desprecio por parte de fray Servando, como si quisiera defender la honra de la
España que él mismo ataca sin piedad, pero, mal que bien, a la que aún consideraba
como propia.
hablar de un “nosotros”; mientras que otras veces, al describir a los españoles, habla de
“ellos”. La distancia más evidente entre unos y otros surge, claro, al tratar las relaciones
entre la metrópoli y las colonias, en donde puede leerse cierto sentimiento de despecho y
que mostraba hacia ellas, “porque en España sólo se trata con respecto a nuestro país de
Desde el comienzo de la narración de sus andanzas por Italia queda claro el tono
que primará y, en lo que puede leerse como una pequeña venganza al denuesto de la
56
Ya estamos en el país de la perfidia y el engaño, del veneno; el del asesinato y el
robo. Es necesario en Italia estar listos con sus cinco sentidos, porque allí se
mantienen de collonar, como ellos dicen, los unos a los otros, es decir, engañarse.
Y nada iguala al contento que ellos muestran cuando se han burlado de alguno. Lo
celebran como una hazaña de su ingenio. La lengua es la más a propósito para
mentir, porque toda es cortesía y exageraciones (86 y 87).
ignorancia, desdén y codicia que su tierra despierta. Quizás las siguientes líneas
constituyan uno de los primeros testimonios sobre el inicio de la emigración italiana, que
aunque en esos años –principios del siglo XIX– estaba muy lejos de la magnitud que
“Para América los suelen escoger [a los muchachos bien parecidos]. Así me decían en las
criando para que vaya a América y se case con alguna mulata a quien le guste, y nos
envíe dinero’. Creen que acá no hay más que mulatos, y más hay en España” (112).
No es extraño que los italianos soñaran con enviar a sus mejores hijos a hacer la
América, teniendo en cuenta el cuadro desolador que pinta fray Servando, cuyas
corrupción, en Italia llega un paso más allá, entrando en terrenos próximos a la maldad y
35
En 1767 la Corona española decretó la expulsión de los jesuitas de sus posesiones americanas, en
respuesta a su espíritu liberal. Muchos de ellos, como Francisco Xavier Clavijero o Eusebio Francisco Kino,
se exiliaron en Italia, donde desarrollaron una gran actividad intelectual, más enfocado a estudiar las tierras
de las que los habían echado que a las que habían llegado.
57
el vicio, pues no se puede caracterizar de otra forma a los padres que drogan36 a sus hijos
para mantenerlos calmados o que los castran o “estropean” para conseguir limosnas:
El mundo que rodea y que describe el fraile, como ya se ha comentado, es muy cercano
al de la novela picaresca37. Las Memorias son en buena parte un desfile de pícaros, de los
los frailes que abiertamente tienen pareja e hijos, y a las personas que siguen costumbres
propio fraile, a pesar suyo, tampoco escapa a la caracterización picaresca, obligado por
las circunstancias más que por su cuna, a diferencia de la mayor parte de los pícaros
que se narra en las Memorias no le pide nada a la de una novela trepidante, y, para
36
Fray Servando utiliza la voz “adormidera” para referirse a la amapola; este término, curiosamente, se
conserva aún en México en las regiones en que se sigue cultivando dicha flor con el fin de producir drogas,
particularmente en el estado de Sinaloa.
37
El ambiente recreado por fray Servando es tan sugerente que el escritor cubano Reinaldo Arenas escribió
una novela basado en las Memorias, y cuyo título ya brinda una idea del tono y el punto de vista utilizados:
El mundo alicinante (1969).
58
reforzar el cariz novelesco de los recuerdos del fraile, al evidente protagonista que es él
cualquier rincón de España para obligarlo a cumplir su condena, al que se suma un medio
El final de las Memorias puede interpretarse como un final feliz, pues mal que
bien, gracias a su empeño, el fraile goza de libertad tras una nueva huída y el lector
expedición independentista. Sin embargo, fray Servando redacta sus escritos desde una
prisión, de nueva cuenta, ahora en la Nueva España, lo que contribuye a que el recuerdo
de los pasados encierros sea especialmente duro por perpetuarse en su presente, por más
que un mar y veinte años disten de por medio. Fray Servando se las ingeniará para
Iturbide. Por última vez en su vida, logrará escapar también de ese injusto encierro para
En contraste con la tristeza con la que se describen las múltiples cárceles que
habitó, en las huidas se encuentra una enorme vitalidad. Así, mientras las celdas están
repletas de ratas y chinches, y el calor y el frío suelen ser insoportables, los caminos
suelen ser alegres y propicios para los encuentros sorprendentes. Las condiciones de
encierro ponen en peligro la vida del fraile, quien enferma, pierde peso y se siente tan
débil en algunas ocasiones que, al ser liberado, lo tienen que cargar para sacarlo de la
prisión. Las celdas de los conventos, en los que a veces se recluye por propia voluntad o
por no tener otra opción y a veces cumplen la función de cárcel, no son mucho mejores
que las de las prisiones. Por ejemplo, en el conventillo de la Pasión en Madrid “se me dio
una celdilla donde me abrasaba de calor, me comían las chinches, no me dejaban estudiar
59
las gallinas, y no podía trabajar en reposo para mi defensa, porque allí no se oía el reloj y
yo tenía que decir la misa de once y media cada día en San Isidro el Real para ayudar a
mis gastos” (48). Resulta conmovedor, sin lugar a dudas, que sin importar que conventos
y cárceles compartan chinches y calor o frío, en ambos escenarios fray Servando insiste
redactados entre rejas, y a pesar de ello, o quizás a causa de ello, rezuman libertad.
nada en el plano novelístico, pues el relato de viajes se lee, además de cómo un sórdido
La Relación es un texto cuyo fascinante brío supera a casi toda la prosa mexicana
del siglo XIX y sólo con ella bastaría para tornar inolvidable a su autor. Antes de
Servando los novohispanos conocían poco el arte de narrar y tras la inédita
Relación, los románticos se tropezaron durante décadas en la búsqueda de valores
narrativos que, como la tensión dramática y el desprendimiento irónico, el fraile
descubrió intuitivamente, ajeno de raíz a la invención de la novela europea
moderna (Domínguez Michael, 2003: 128)
60
del todo a la formación cultural de su juventud. La narración se enriquece con
sabrosas descripciones de las tierras visitadas, que el nacionalismo del autor
observa con frecuente desdén, sobre todo hacia una España sumida en la pobreza y
en la ignorancia (Fernández, 1995 : 64).
Después de las cárceles, el escenario predominante en el texto son los caminos, que fray
Servando recorre sin parar, entre prisión y prisión, conservando el ánimo curioso del
viajero sin que las penurias que padece parezcan hacerle mella, por más que él afirme que
las comodidades eran tantas que “le estropean el juicio”. Va de España a Francia y a
Italia, y dentro de la península Ibérica visita y huye de Cádiz, León, Burgos, Sevilla,
en mulas, y cuando no queda otro remedio, viaja a pie, como hizo de Burgos a Valladolid
y de Madrid a El Escorial. Las pocas veces que se embarca navega distancias cortas, pero
veces se repite en su vida una sucesión de acontecimientos, que van del encierro a la fuga,
fraile con su ingenio y con su espíritu aventurero; por ejemplo, una de las muchas veces
61
Comprensiblemente los presidios se convirtieron en una obsesión para fray Servando,
Cádiz y el regreso al poder absoluto del monarca con la acusación de que “Fernando
prendió las Cortes, y con sus diputados y la flor de la nación llenó nueve cárceles en
Madrid, y luego los conventos de toda España, y los presidios de África, aunque lograron
emigrar muchísimos” (149). El relato, escrito años después de los hechos narrados, desde
el otro lado del Atlántico, está permeado por la derrota del liberalismo español, y muchas
de las opiniones más duras del fraile frente a España nacen de la España que acabó
detenimiento la realidad que transcurre frente a él. Sus opiniones son contundentes y
resulta menos subversivo que sus ideas teológicas o políticas. Las Memorias pueden
leerse, al igual que cualquier buen libro de viajes tradicional, como un compendio de las
costumbres reinantes en los lugares descritos y de los parámetros estéticos desde los que
se las mira y se las escribe. Estos últimos, en ciertos aspectos, no son muy complejos: el
patrón con el que el fraile juzga la belleza de una ciudad es su rectitud, y la de una mujer,
la blancura. A pesar de esta simplicidad, son muchas y muy amenas las páginas en que se
describen las mujeres de distintos lugares, algo que hoy en día rozaría la incorrección
los hombres también se habla, aunque menos, y en términos más descriptivos y menos,
por decirlo de alguna forma, valorativos. Así, por ejemplo, “en general se dice de los
rosarios y herederos de presidios” (139), mientras que “en general las francesas lo son
62
[feas], y están formadas sobre el tipo de las ranas. Malhechas, chatas, boconas, y con los
Las romanas corren con mejor suerte, pero no así el resto de italianas:
tono varíe:
Sin embargo, no puede acusarse a fray Servando de que sus crueles descripciones físicas
guarden correspondencia con el espíritu de los pueblos que describe, como si se tratara
narices son de una pieza con la frente. Las mujeres también son hombrunas, y no vi en
toda Cataluña una verdaderamente hermosa, excepto algunas entre la gente pobre de
Barcelona, hechuras de extranjeros o de la tropa que siempre hay en aquella ciudad de las
demás partes del reino” (129). Mientras que cuando describe a los hombres catalanes,
afirma que “no se parecen a los españoles en ser holgazanes y perezosos. Son
63
de reposo” (129). La explicación que brinda el propio fraile a la laboriosidad catalana es
interesante: afirma que los catalanes son trabajadores debido a que habitan la región más
estéril de España, de igual forma en que Europa es la zona más activa del mundo por ser
la menos rica en “producciones”, y así, tanto en una como en otra, “el que no se menea
no come” (129).
En un punto, reflexionando sobre este tema que aparece con una insistencia
llamativa, el fraile, quizás queriendo justificar sus desinhibidas palabras sobre el aspecto
de las mujeres, concluye que “conocía claramente por qué a veces una misma mujer que
hoy nos parece bella, mañana no tanto o fea. No conviene el traje a su fisionomía” (82).
la moda y el vestir con gusto, que bien leído resulta solo un poco menos llamativo venido
de un fraile fugitivo.
Castizo a su pesar y pícaro por fatalidad, la descripción más jugosa sobre un tipo
de mujer, de las muchas que aparecen, es de lejos la que se hace sobre la madrileña. Esta
no concuerda con la imagen mojigata, reprimida y puritana que se tiene sobre la España
de entonces:
En ninguna parte de Europa tienen el empeño que las españolas por presentar a la
vista los pechos, y las he llegado a ver en Madrid en el paseo público con ellos
totalmente de fuera, y con anillos de oro en los pezones. Lo mismo que en los
dedos de los pies, enteramente desnudos, como todo el brazo desde el hombro. Y
ya que no pueden desnudar las piernas, llevan medias color de carne. En el Jardín
Botánico y en el paseo del Retiro, donde por no poder entrar con capote ni
mantilla, por ser sitio real, no entran los manolos y nadie puede entrar en coche
sino el intendente del mismo sitio, es donde se ven las mayores visiones. Las
mujeres vestidas de diosas y sacerdotisas, o con un vestido tan ligero que se les
señalan las más menudas partes de su cuerpo (141)
64
Con una frecuencia más esporádica que las descripciones de mujeres, también resultan de
gran interés los comentarios políticos del fraile. Tomando en cuenta su intensa vida
desde la cárcel, y buscando su libertad y exculpación, sin embargo, se entiende que, por
una vez, no haya querido buscar más líos. Aun así, además de las ya expuestas, resaltan
ciertos comentarios que resultaron ser proféticos y que muestran el apego del fraile por el
liberalismo. Tal es el caso de su opinión sobre los recién independizados Estados Unidos,
a los que teme y desea imitar: “[Los angloamericanos] no tardarán mucho en hacerse
dueños de las provincias internas del Oriente y llegar hasta México, por razón natural;
las tierras que reparten a todas las familias que emigran de Europa, y que ellos mismos
Son muchos los asuntos que se tratan de pasada en las Memorias y que iluminen
ciertos aspectos de una época que de otra forma quedarían olvidados, virtud frecuente,
por demás, de los libros de viajes. En lo relativos a los derechos de autor de los escritores
y traductores, por ejemplo, se muestra una realidad tan injusta que se acerca al absurdo.
Parece ser que era una costumbre extendida al menos en Francia y en España que quienes
financiaban la impresión de una obra la firmaran, sin importar que no fueran los autores.
Fray Servando tuvo que pasar por este mal trago al imprimir una traducción de
Chateaubriand, pues como él mismo explica “se imprimió con el nombre de Robinsón,
porque éste es un sacrificio que exigen de los autores pobres los que costean la impresión
de sus obras […] Esto he querido intercalar aquí para contrarrestar la inicua maniobra de
65
las gentes que no reparan en robos y ficciones, porque siempre hay personas a quienes
sorprender (70).
del texto. Así pues, en el selecto Palais Royal parisiense “estaba también descubierto el
metales, hacen saltar a un animal muerto y mover con rapidez sus miembros. Un hombre
muerto abre los ojos, y lo he visto mover los brazos y estar con ellos sacándose las tripas,
porque el cuerpo estaba abierto” (81). Y, por si fuera poco para tan selecto y refinado
No hay persona en París que no se vea alguna vez por allí [el Palais Royal], y están
paseando también como por sus casas las más hermosas y galantes cortesanas, que
por eso pagan una contribución especial al gobierno. Sin salir jamás del circuito del
Palais Royal se puede tener todo lo necesario a la vida, al lujo y a la diversión.
Había allí once cocinas, catorce cafés, dos teatros grandes y tres pequeños, etc. y
hasta secretas con su bureau o mesa de cambio de monedas, y gente de peluca que
ministraban servilletas para limpiarse, y agua de lavande o alhucema para salir con
el trasero oloroso (82).
Otras veces saltan a la vista aseveraciones curiosas, como cuando el fraile, al que a partir
de este comentario sospechamos glotón, afirma que “está demostrado que [el chocolate]
es el mejor nutritivo que tiene la naturaleza, y que sustenta más una onza de chocolate
Un tema que se encuentra a lo largo del relato es el del viaje mismo. Ya sea de
66
viaje, además de brindar algunas claves sobre la forma en que se producían los
“Llegamos a Liorna, porque ya se supone que yo no cuento en mi viaje sino las grandes
ciudades en que hacía alguna mansión” (121). O bien, al respecto de las guías, ya
En fin: en cada reino venden libritos de los caminos, sus distancias, lugares y
cosas dignas de ver en cada uno. En las grandes ciudades venden el plano de ellas
en forma de librito, para dirigirse al forastero, con la noticia de cuanto contienen.
Sólo en España no hay nada de todo esto. Y sería inútil, porque sólo el cura y el
sacristán saben leer en los pueblos. Camina uno como bárbaro por país de bárbaros
(84).
latinoamericanas durante buena parte del siglo recién estrenado. Curiosamente, los
viajeros románticos, tan apegados al yo, no conocerían en sus viajes y sus relatos un
protagonismo tan asentado como el del fraile novohispano. La figura del viajero
latinoamericano sufriente, desplazado entre exilio y exilio, pobre y con hambre, y ante
todo digno e ilustrado dará mucho de sí, sobre todo en la figura de César Vallejo, otro
escritor y viajero que, como el sabio mexicano, también conoció la cárcel y la pobreza.
Las Memorias, no solo por su enorme valor historiográfico, sino por méritos
literarios propios, constituyen uno de los textos fundacionales del relato de viajes
hispanoamericano, y se lee aún hoy como uno de los más apasionantes, originales y
67
2.3. Memorias de un viajero peruano de Pedro Paz Soldán (1839-1895)
La figura del escritor y gramático peruano Pedro Paz Soldán resulta algo anacrónica. En
hacer hincapié de forma constante en las diferencias y las similitudes que su patria guarda
con el Viejo continente, como si añorara la época colonial y a la vez la considerara por
completo superada. Esta actitud contrastiva, visto de cierta forma, se refleja en sus
De muy joven, con tan solo diecinueve años, el peruano parte a Europa con la
interesarse por los lugares que recorre y, sobre todo, a profundizar en las culturas que los
que llegaron a París y a Madrid ya más formados, como Sarmiento. Por más que Paz
París, al igual que tantos otros escritores. Las primeras páginas de sus Memorias de un
viajero peruano (1971) relatan sus primeros años de viaje, en que se establece en París,
junto a su hermano, para estudiar. Este periodo es narrado a toda velocidad, pues el
recién llegado y poco experimentado viajero aún no ha aprendido a ver y a trasladar sus
68
logró superarlas. En un momento que marca una diferencia en el tono y la calidad de la
narración, se confiesa:
Mis muy pocos años, y el pequeñísimo mundo y círculo en que había crecido me
ponían en muy malas condiciones para ser un viajero de fuste desde luego. Así mis
correrías por España no fueron sino sentimentales o de impresiones. Mi incuria era
tan grande, que ni tornaba un apunte, ni estudiaba nada, ni aún frecuentaba ciertos
círculos. Y a no ser por las cartas que escribía a mi padre y que él tuvo el celo de
coleccionar fielmente, me habría sido imposible redactar esta primera parte o
introducción de mis verdaderos viajes.
Por fortuna mi marasmo no debía durar mucho; y cuando dos años más
tarde salía de París para emprender la gran peregrinación cuyo relato ocupa la casi
totalidad de este libro, era enteramente otro hombre. El viajar fue entonces para mí
un oficio, un arte, una ciencia, una tarea. Cuadernitos de bolsillo recibían
diariamente mis apuntes escritos con lápiz y en francés; un herbario, las flores de la
Suiza y de la Grecia; y hasta en un álbum consignaba, registraba las cuentas de los
hoteles de los lugares que recorría, pegadas en sus páginas. El lector mismo notará
una considerable diferencia entre la narración de estas primeras páginas y la de las
que siguen. Si en esa segunda y tercera parte de mi viaje no he sacado el
aprovechamiento debido, no fue al menos, me cabe esta satisfacción, porque yo no
hubiera puesto de mi parte cuando estuvo al alcance de mi capacidad (2011: 28).
A partir de este punto las descripciones se vuelen más minuciosas, los temas que suscitan
preparado para apreciar y escribir. En la segunda etapa de su viaje, la que ocupa la mayor
parte del texto, por el contrario, se revela como un viajero erudito. La circunstancia que
se queja de su escaso dominio de la lengua francesa e inglesa. Dos años y unos cuantas
desplazarse es escuchar de viva voz las lenguas que domina. La curiosidad lingüística
69
alcanza su apogeo en Grecia, en donde, a diferencia de otros viajeros ilustrados, Paz
Soldán no solo disfruta de las antigüedades y del griego clásico, sino también del griego
moderno, que llega a hablar con fluidez. Para él, Grecia no es solo la sombra y ruina de
lo que fue, sino que percibe en ella la presencia del pasado trágico y épico. “El mejor
a Grecia, y vivirla, y familiarizarse con su idioma” (359), comenta al pisar tierra helena,
precedentes” (367).
naturalista, Paz Soldán también observa la flora, y comenta y recolecta los ejemplares
que llaman su atención. Si las palabras son el reflejo del pasado y del presente de los
pueblos, “las flores son las más fieles imágenes de las campiñas que se recorre y
divididas en grupos en el herbolario, sirven más tarde para recordar el aspecto propio de
Como no podía ser de otra forma, el arte es otro de sus intereses primordiales. Sin
no le queda más remedio que renunciar, con abnegación y cierta pereza, a su descripción,
arte europeo, lo que no es su intención. Además, como él mismo lo dice, ese libro que no
70
Mi capricho, mi humor no tiene fuerzas para tanto. Venecia, Roma, Florencia,
Nápoles, todas las grande ciudades de Italia, más que ciudades ordinarias son
grandes y variados museos cuya descripción exigiría una obra aparte, obra que,
además, tendría mucho de manual o guía, y que soy incapaz de hacer, vean para esto
a Viardot Museés d’Italie y a Stenhal, Promenades Dans Rome (102).
Esta renuncia a la descripción minuciosa podría haber dado pie a la primacía de las
acciones, pero las aventuras en el viaje de Paz Soldán brillan por su ausencia. El peruano
no era muy dado a meterse en líos ni a hablar de sí mismo, además de que el viaje que
hace se enmarca ya en una ruta turística poco fértil para las hazañas de novela. Su
no mucha gracia ni sutileza, era más dado a hablar de sí mismo en términos muy
directos: “A las seis de la mañana siguiente continué mi viaje, no sin haberme permitido
la noche anterior algunas libertades con la linda chica de Azpeitia que me sirvió de
camarera en el Hotel. La muchacha era cerril como una cabra, sin que le faltara sus
rasgos humanos” (18). Estas referencias desaparecen para dar lugar a comentarios más
del recorrido. Por ejemplo, sus comentarios sobre los guías de viaje, por entonces
de sí mismo: “Al día siguiente tomé un cicerone o valet de place, que por cinco francos
debía acompañarme todo el día, como guía, como intérprete y como lacayo” (94). El
peruano, por su carácter y prejuicios pero también por su cultura, no debe de haber sido
un cliente fácil para los cicerones, y el lector se lo imagina corrigiéndolos todo el tiempo,
71
Una de las peores necesidades del viajero es el cicerone, o valet de place o trujaman
o guía que es forzoso tomar, aun cuando no sea más que por respeto a las tradiciones
locales y a lo establecido por anteriores viajeros. Un zángano de éstos, odioso e
ignorante, nos trae al retortero por las curiosidades de cada pueblo; anda al escape, se
impacienta si nos detenemos ante un objeto que de imaginación hemos venerado
desde nuestra remota infancia, y que para él, gran camueso, no tiene el menor
interés, nos perturba en nuestras grandes meditaciones con noticias ridículas, o que
sabemos antes y mejor que él (159).
Para rematar el desprecio mostrado hacia los cicerones, ya solo hacía falta burlarse de su
aspecto físico, y Paz Soldán encuentra una oportunidad de oro que no dejará pasar:
“Presentose a bordo un guía. Era un tuerto; sólo un ojo tenía, y aunque no lo traía clavado
en el centro de la frente, estaba bien, muy bien en la tierra de los Cíclopes, de los
Los pobres cicerones no serán los únicos sujetos que reciban las burlas del
viajero. Aunque con menos insistencia y saña, los demás viajeros también reciben de vez
en cuando su dosis de crítica. En algunos comentarios se retrata el perfil del turista, ávido
de experiencias exóticas, cuyo estereotipo parece ya asentado en una época tan temprana
En días pasados conocí a una inglesa extravagante que se había propuesto no quedar
extraña… a ninguna sensación oriental: había fumado y fumaba en ese momento
shibouk, había aspirado narguilé, se había embriagado con el hashish tan
popularizado por una novela de Dumas; había cabalgado en camello; y ese día (nos
hallábamos en la población de Suez, de que hablaré más tarde) me enseña triunfante
las extremidades de sus elegantes manos sonrosadas por el jugo de la henna (221).
72
En la actitud de esta viajera inglesa se prefigura la de los viajeros modernistas, y también
escalar con esfuerzo la pirámide de Keops, Paz Soldán se encuentra en la cima a varios
locales que le ofrecen los implementos necesarios para que su nombre pasara a la
carbones, otros me ofrecían sus navajas para que escribiera o grabara mi nombre entre
los muchos que por allí se hallaban. No accedí, porque no tengo tal costumbre, aunque
No todas las críticas de Paz Soldán son tan simpáticas. La mayor parte de ellas
hacen gala de un clasismo y racismo que chocan al lector contemporáneo y que tampoco
son tan frecuentes en la literatura de viajes del XIX hispanoamericano. Él emite estos
que a él respecta, no estaba tan lejano de la sociedad colonial y que la naciente república
del Perú, con todo y sus buenas intenciones, no hizo más que perpetuar algunos de los
concluye que “el peor defecto de una segunda clase de cualquier lugar y parte del mundo,
es que en ella no va sino gente de segunda clase. Hay que codear en la mesa y oír roncar
en el camarote a personas más o menos groseras, por su aspecto o por sus maneras”
(198). En otro momento del viaje conoce a un ruso y se sorprende de su aspecto, al que
rápidamente compara con un tipo peruano en lo que representa una división racial típica
del virreinato: “Era el príncipe de Gagarini, joven como de unos veinticinco años, mustio
de pelo y amarillo y trigueño de rostro: en Lima habría pasado por mestizo. Era príncipe
73
ruso” (224). En un momento dado, en una actitud que tratándose de él podría calificarse
como ecuánime, dice: “Unas veces creía que los orientales eran unos estúpidos, otras que
En este insulto queda claro que Paz Soldán distingue claramente entre europeos y
asume como poseedor de una nacionalidad, o más aun, de una condición diferente. A
veces duda y, sobre todo en Europa, busca permanentemente las diferencias con respecto
identificación es plena: “Los puntos de semejanza entre España y nuestros pueblos son
tantos, que solo de tarde en tarde y como saliendo de un sueño, me acordaba que estaba
en Europa” (44). Sin embargo, conforme el viaje avanza y la mirada se vuelve más
analítica, o la nostalgia por el hogar aumenta, los vapores del Perú se vuelven más
rápidos que los europeos, los caminos mejor trazados y, tras concluir la visita a Granada,
escribe: “Vi cuanto había que ver en esa ciudad y sus mercancías, hasta un palacio
arzobispal, que como la mayor parte de los llamados palacios de Europa, no era más que
una de nuestras casas grandes” (47-48). Él identifica las diferencias, y asimismo percibe
Resulta llamativa la forma en que interpreta la distancia que separa a americanos con
españoles, pues ve en estos últimos su pasado y él da por hecho que ellos ven en los
americanos su futuro:
74
¿Qué género de emociones no experimentaríamos nosotros mismos, o cualesquiera
otros, si algún mago nos pusiera por delante, viva y parlante, nuestra futura
generación, la que vendría dentro de trescientos años? (44).
Estas reflexiones, interesantes, sin duda, no son la norma del relato. Lo que prima son las
especialista, buscan la objetividad. Esto provoca que el texto resulte fluido pero de
moderado interés literario; a veces parecería que Paz Soldán está más preocupado por
hacer notar que lo primero que hace en cuanto conoce una ciudad es visitar su biblioteca
que en contar sus impresiones sobre ella, o incluso sus lecturas. Y si bien su clasismo y
elitismo son marcados, rara vez los aprovecha para escribir visiones despectivas que sin
duda retratan más al retratista pero que no dejan de tener interés por mostrar los
prejuicios de una época y un lugar, en este caso, el Perú. Casi siempre se contenta con
repetir lo ya sabido sobre una ciudad y rara vez agrega un punto de vista original. Es una
lástima ya que, cuando lo hace, resulta, por decirlo de alguna forma, llamativo. Por
ejemplo, en el caso de Barcelona, tras repetir los estereotipos que se han escrito sobre la
Barcelona es una ciudad muy activa, muy hermosa, muy progresista; pero mucho
menos simpática que las otras capitales de España. La gente es áspera y no parece
vivir sino para el negocio. Las mujeres no son bellas y choca la tosquedad de sus
pies. Aun la más favorecida por la naturaleza no pasa de buena mozota por sus
formas abultadas, y por su voz desapacible y bronca, porque aunque hablan
castellano, cosa que hacen pocas veces, conservan siempre el dejo catalán; y por
otras mil peculiaridades más propias del sexo fuerte, que de la “mitad preciosa del
linaje humano” (55).
75
El relato de viajes de Paz Soldán muestra la que seguramente era la cara más frecuente
ese punto de vista, más documental que literario, resulta interesante. A pesar de que la
el propio viajero hace que el relato llegue a perder interés, pues no se atreve, por una
parte, a dar rienda suelta a sus impresiones y a sus vivencias, ni, en el otro extremo, a
explayarse por completo, a expresar sus reflexiones ni sus puntos de vista personales
sobre arte o arquitectura por temor a que su libro terminara pareciendo un tratado. No lo
parece, pero tampoco es un relato que por méritos estrictamente literarios alcance a
justificar su lectura dos siglos después, y si hoy llama la atención es por retratar a un tipo
76
2.4. Viajes de Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888)
hispanoamericana38 son los Viajes por Europa, África y América 1845-1847 (1849) de
Domingo Faustino Sarmiento. El texto es muy valioso desde muchos puntos de vista –
un esbozo del programa político que el escritor y político llevó a la práctica al fungir
como presidente de Argentina de 1868 a 1874. Pero ante todo, si los Viajes se siguen
teniendo en alta estima hoy en día, es por su indiscutible valor literario, y forman la
El libro está estructurado por cartas escritas durante la travesía, las cuales
Sarmiento seleccionó y ordenó a su regreso. Todas las misivas están dirigidas a distintos
destinatarios, a pesar de lo cual guardan bastante similitud estilística, por más que
algunas veces el tono sea más respetuoso –como cuando se dirige a su tío, el obispo de
Cuyo, para contarle sus andanzas por Roma– y otras más técnico –sobre todo en las
dedicadas a los Estados Unidos–. Cada carta se corresponde con un punto de la travesía,
que en la confección de esta clase de libros, sobre todo cuando se componen de conjuntos
de textos dispersos, el proceso de edición –muchas veces realizado por el mismo autor–
resulta primordial.
Las cartas, en las que además de contar su estado de ánimo, algunas peripecias y
sus impresiones sobre los sitios visitados, tienen una clara intención intelectual y no
temen trascender la anécdota personal para convertirse en pequeños ensayos sobre todo
38
Una muestra de que los Viajes gozan de esta condición es su inclusión en dos proyectos editoriales de
literatura latinoamericana con pretensiones canónicas: la Colección Archivos, coordinada por la UNESCO,
entre otras instituciones, y la Biblioteca Ayacucho de Venezuela (en que sólo se publicó el Viaje a Francia).
77
tipo de cuestiones. Es clara la herencia de las misivas filosóficas del Siglo de las Luces39,
tradición que se extiende a lo largo del siglo XIX y que invocan la reflexión por medio del
itinerario que trazó el argentino. Su puerto de salida era ya extranjero, pues a finales de
Rosas, uno de los tiranos que más fecundos han resultado para la historia de la
literatura40. En Santiago, Sarmiento llevó a cabo una intensa labor periodística y dirigió
un viaje por Europa y Estados Unidos para estudiar sus políticas educativas, objetivos a
los que Sarmiento sumó el análisis de las políticas migratorias (en especial en Estados
39 En el siglo XVIII europeo el relato de viajes se escribe sobre todo en forma de cartas, como las de
Jovellanos o las del padre Andrés en lo que atañe a España.
40
Entre la literatura inspirada por el tirano Rosas pueden mencionarse obras de sus contemporáneos, en
particular El matadero de Esteban Echevarría, considerado como un texto fundacional de la cuentística
argentina, y Amalia de José Mármol, la primera novela de dictador que se conoce, pero también obras muy
posteriores como “El sur” de Jorge Luis Borges o El farmer de Andrés Rivera.
78
resultado de sus observaciones los publicó en informes y reportes técnicos, sin ninguna
desembarcó en Francia para dirigirse inmediatamente a París. Después viajó por España,
Italia, Suiza, Alemania para finalmente embarcarse rumbo a los Estados Unidos, de cuyo
territorio recorrió una parte considerable. Los Viajes acaban ahí, a finales de 1847, y
nada dice Sarmiento sobre su regreso a través de Cuba y Venezuela. El libro se publicó
argentina data de 1854. Además, varios extractos de las cartas fueron publicados en
pocas alusiones tanto a su vida privada como a la de sus interlocutores permiten barruntar
textos dispersos. Algunas afirmaciones dan pauta a inclinarse por esta opción, como
cuando comenta que “esto dicho, volveré atrás en la narrativa de mi viaje, que no seguiré
siempre en el orden natural de las fechas por temor de hacer dormir a los que esta carta
leyeren” (Sarmiento, 1996: 205). Esta simple frase nos indica que Sarmiento pensaba
eventualmente que más de un lector leyera sus noticias, además de que cuidaba la
estructura de sus textos para que resultaran amenos, por lo que la escritura no fue tan
espontánea como Rojas la considera. Ahora bien, si Sarmiento pretendía escribir un libro
de viajes, quedaría la duda, de por qué eligió el formato epistolar. Él mismo nos brinda la
respuesta (5): “Desde luego las cartas son de suyo género literario tan dúctil y elástico,
que se presta a todas las formas y admite todos los asuntos […] Gústese entonces de
79
pensar, a la par que se siente, y de pasar de un objeto a otro, siguiendo el andar
abandonado de la carta, que tan bien cuadra con la natural variedad del viaje”.
El prólogo del libro también hace pensar que las cartas no fueron una mera
improvisación. Sarmiento muestra tener gran conciencia del género que estaba
escribiendo, y algunas de sus reflexiones atañen directamente a los aspectos del relato de
viajes sobre los que la crítica contemporánea más ha llamado la atención. El breve e
género en América Latina, e incluso puede leerse como una pequeña poética en la que el
hijo, con lo que, de pasada, cumple con ese requisito no oficial del género que consiste
en citar a los escritores viajeros predecesores. Pero en donde más sagaz se muestra
con pretensiones objetivas, y las “impresiones de viaje”, literarias y personales, así como
en intuir la tensión existente entre ficción y factualidad, a grado de que llega a dudar si
41
Cuando Sarmiento afirma que no se sabe si se está leyendo una “novela caprichosa o un viaje real”
subyace la noción de que la literariedad va de la mano de la ficción, pero en este caso se trataría de una
ficción más seria y menos fantasiosa, por estar inspirada en una experiencia real.
80
casi siempre con la ficciones de la fantasía, o bien apropiándose acontecimientos
dramáticos o novedosos ocurridos muchos años antes a otros, y conservados por la
tradición local; a punto de no saberse si lo que se lee es una novela caprichosa o un
viaje real sobre un punto edénico de la tierra (3).
Frente a ambos modelos, el “viaje escrito” y las “impresiones de viaje”, muestra sus
su anhelo de totalidad –el primero– o inalcanzables por el nivel artístico logrado por sus
predecesores europeos –el segundo. En todo caso, lo que ambos tienen en común, como
deja ver en la carta italiana, es que ya han sido escritos y popularizados de tal manera que
guías, mientras que los lectores interesados en la visión literaria que los lugares
despiertan tienen varios libros de los grandes escritores europeos para elegir:
No he entrado tampoco en mi idea describir todas las cosas que veo. Un cuadro
impone el deber de describir los otros, y son diez mil; la arquitectura de una basílica
ha de distinguirse claramente en la narración de las otras ciento, tan dignas unas
como otras de examen y de mención. Las escenas naturales varían al infinito, las
ciudades se multiplican a cada paso, los recuerdos de tres historias están aquí
entremezclados, romanos, repúblicas italiana y Napoleón; y el papel y la paciencia
para tanto escasean. La Guía del viajero en Italia señala de paso todas las
curiosidades, Dumas ha escrito el Lago Maggiore, la estatua de Borromeo y el
Duomo de Milán, y yo huyo de arrostrar las comparaciones (270).
Parecería, a mediados del siglo XIX, que ya no queda nada que aportar, que ya todo está
visto y escrito. Pero Sarmiento sabe que no es así, que su visión será inevitablemente
peculiar porque no es una visión europea sino externa. Él verá Europa con ojos vírgenes,
por más que haya leído miles de páginas de los viajeros europeos antes de emprender el
81
viaje. Todo lo que vea lo relacionará y comprará con América, llegándose a confundir su
tierra de procedencia con su propio ser: “El hecho es que bellas artes, instituciones, ideas,
haciéndome, por decirlo así, el representante de estas tierras lejanas, y dando por medida
Pero esto no supone necesariamente una ventaja, pues Sarmiento parte de la base
de que el americano, y más aún el escritor, es inferior frente a su mentor europeo. Así
viajes, si el viajero sale de las sociedades menos adelantadas, para darse cuenta de que
otras lo son más” (4). Algunas veces esta inferioridad lo condena a ser un observador
superficial; por ejemplo, el argentino ve máquinas que “se mueven no sé cómo, para
producir qué sé soy qué resultados; y mi ignorancia de cómo se fabrica un hilo de coser
ha sido punto menos tan grande, después de recorrer una fábrica, que antes de haberla
visto” (4). Este hecho le lleva a hacer un diagnóstico severo, según el cual, por su
Nuestra percepción aún está embotada, mal despejado el juicio, rudo el sentimiento
de lo bello, e incompletas nuestras nociones sobre la historia, la política, la filosofía
y bellas letras de aquellos pueblos, que van a mostrarnos en sus hábitos, sus
preocupaciones, y las ideas que en un momento dado las ocupan, el resultado de
todos aquellos ramos combinados de su existencia moral y física. Si algo más habría
que añadir a esto, sería que el libro lo hacen para nosotros los europeos; y el escritor
americano, a la inferioridad real, cuando entra con su humilde producto a engrosar el
caudal de las obras que andan en manos del público, se le acumula la desventaja de
82
una prevención de ánimo que le desfavorece, sin que pueda decirse por eso que
inmerecidamente (4).
hecho de que ningún americano puede aspirar a alcanzar el nivel de los modelos
europeos, Sarmiento encuentra también una justificación para escribir. Ya que todos son
compatriota escribiera tan bien como los europeos, él dejaría la pluma, lo que también
causa de ella, los americanos son los únicos a quienes aún les está permitido escribir
relatos de viajes, pues son los únicos que tienen algo novedoso que decir:
Sarmiento insiste en que no tiene caso describir todo lo que ya ha sido descrito y en que
resulta imposible igualar a los literatos europeos. Sin embargo, escribe. No se atreve a
clasificar sus textos como “viajes escritos” ni “impresiones de viaje”, aunque puede
suponerse que intentó componer una mezcla de ambos, en la que describiera con cierta
objetividad lo que juzgaba de interés para el lector americano (y no para cualquiera, sino
83
sobre todo para los escritores y los políticos), sin perder la ocasión de contar sus
Si hubiera descrito todo cuanto he visto como el Conde del Maule, habría repetido
un trabajo hecho ya por más idónea y entendida pluma; si hubiese intentado escribir
impresiones de viaje la mía se me había escapado de las manos, negándose a tarea
tan desproporcionada. He escrito, pues, lo que he escrito, porque no sabía cómo
clasificarlo de otro modo, obedeciendo a instintos y a impulsos que vienen de
adentro, y que a veces la razón misma no es parte a refrenar” (4).
como para no agregar nada a su modestia, tan falsa como verosímil. El literato americano
es inferior al europeo, pero esta distancia le permite observar cuestiones que el nativo
está impedido de ver. Esta mirada distante, paradójicamente, lo sitúa por encima del
auténtica, Sarmiento aplica al europeo el método de observación (el relato de viaje) que
el europeo había aplicado a todo el mundo. Naturalmente, esta posición ventajosa daría
sus frutos, y el argentino afirma algo soberbiamente que “puedo envanecerme de haber
sentido moverse bajo mis plantas el suelo de las ideas, y de haber escuchado rumores
sordos, que los mismos que habitaban el país, no alcanzaban a apercibir” (5). En este
punto puede apreciarse cómo su pensamiento es más oscilante que estático, y lo que en
Con estos “rumores sordos” se refiere seguramente a las revueltas que estallaron
en 1848, y que Sarmiento, gracias a su visión panorámica y externa, predijo al igual que
84
ciento cuarenta años después el mexicano Segio Pitol predeciría la caída de la Unión
Soviética en un viaje a Rusia y Georgia (ver página 398). Esta profecía cumplida, más
que a los dotes adivinatorios del multifacético Sarmiento, responde al tipo de viaje y de
literatura que ejercita, y también, por supuesto, al acomodo posterior de las palabras con
prioridades:
Al final del prólogo, olvidándose un poco de los orígenes del viajero, Sarmiento toca
cuestiones que siguen interesando a los estudiosos del género, como el vínculo
durante sus andanzas y al regresar a su lugar de origen, pero también habla del cambio
que experimentan las cosas al ser observadas dependiendo por quién, pues “en las cosas
ánimo, y de la aptitud del que aprecia los hechos, que es el individuo, no es extraño que a
la descripción de las escenas de que fui testigo se mezclase con harta frecuencia lo que
no vi, porque existía en mí mismo, por la manera de percibir” (5). En ningún momento
duda de que, más que en los lugares descritos, el peso de la narración recae en él, en sus
85
andanzas y en sus ideas, y de que el interés de un libro de viajes se centra
¿Quién no dijera que ese es el mérito y el objeto de un viaje [confrontar las ideas
con la realidad], en que el viajero es forzosamente el protagonista, por aquella
solidaridad del narrador y la narración, de la visión y de los objetos, de la materia de
examen y la percepción, vínculos estrechos que ligan el alma a las cosas visibles, y
hacen que vengan estas a espiritualizarse, cambiándose en imágenes, y
modificándose y adaptándose el tamaño y alcance del instrumento óptico que las
refleja (6).
Hechas estas advertencias, que el lector adivina fueron pensadas mientras el propio
hace algunas escalas en América, y Sarmiento desembarca para dar un paseo, con
entusiasmo por el periplo que recién comienza pero con tedio por no encontrarse todavía
en tierras civilizadas. La primera escala, en verdad, no puede estar más alejada de los
fines instructores de su viaje, pues se trata de las Islas de Juan Fernández, en las que
vivió el náufrago que Daniel Defoe convirtió en Robinson Crusoe. Y, como era
célebre y solitario predecesor: “Al fin, lo que veíamos era la misma situación del hombre
En Brasil, muy lejos del tono vehemente y reflexivo, intelectual y malicioso que
el texto adquirirá en Europa, Sarmiento pasea con la pereza que asocia con los trópicos.
Con todo, la belleza natural de Río de Janeiro lo impresiona y la ciudad no le es del todo
86
le resulta sorprendente incluso a él, mostrando el arraigo de sus prejuicios pero también
su fragilidad cuando los contrasta con la realidad: “Me detengo sin quererlo sobre las
brillantes cualidades morales de esta raza intermedia entre el blanco, que se enerva en los
(59). Pero esta flexibilidad y fugaz encanto con lo brasileño ceden rápidamente y el
viajero renuncia a conocer el arte brasileño o a deliberar sobre sus situación política pues
“en materia de bellas artes y de monarquía, me guardo para ir a verlas en su cuna, que
aquí sus imitaciones me parecen mamarrachos y parodias burdas” (67). Dicha afirmación
europeización de América Latina, pero a la vez juzga las copias como mamarrachadas.
En esa tensión entre la copia y la originalidad transcurre una parte de la historia del arte
confrontarlos con la realidad; ante el inminente desembarco en París, tras una larga serie
vamos llegando a Francia” (85). Este espíritu analítico y curioso hacen de él, sumado a la
Esta clase de viajero elige trasladarse por el mero deseo de hacerlo, sin estar
obligado a ello por motivos políticos o económicos, y tampoco busca fortuna artística,
como lo harán los modernistas, ni recompensa económica, como también harán Darío y
87
espíritu de vida y una fuente de ingresos. El viajero intelectual no se conforma con
recorrer los países, sino que busca entrevistarse con las personalidades políticas y
literarias de cada sitio. Los escritos resultantes de su travesía no aspiran al arte puro, ya
sea de tintes poéticos o narrativos, sino que se inclinan más a la reflexión ensayística. Al
menos durante el siglo XIX y buena parte del XX, estos viajeros eligieron Europa, sobre
todo Francia y España, como destino principal, y en segundo término, los Estados
Unidos. América Latina se integrará a las rutas de sus propios viajeros gracias a giras de
conferencias como las realizadas por Manuel Ugarte o Gabriela Mistral, y también en
buena medida al servicio diplomático, aunque en estos casos quizás podría hablarse de
una subdivisión del viajero intelectual, al igual que el que viaja invitado para dictar un
curso en una universidad extranjera. Otra característica destacada del viajero intelectual
es que cuenta con una renta que le permite financiar su curiosidad, o bien, como es el
(aunque luego descubran que, en cierta medida, Europa les resultará exótica); no
aristocracia argentina del siglo XIX fue la que siguió con más entusiasmo el modelo de
Sarmiento, en especial la generación del 80, cuyos miembros –Miguel Cané, Eduardo
42
Ricardo Rojas los denominó peyorativamente “prosistas fragmentarios” por la falta de continuidad y
unidad en sus proyectos literarios. Algunos de ellos escribieron relatos de viaje: Miguel cané dejó
constancia de su paso por Colombia y Venezuela en En viaje (1884), y Eduardo Wilde escribió un relato
europeo en Viajes y Observaciones, por Mares y por Tierras (1899).
88
encontrar en el siguiente siglo esta clase de figura en escritores como José Enrique Rodó,
Sin embargo, al pisar tierra, como buen viajero, Sarmiento se encuentra con algo
diferente de lo que esperaba: “No he podido desimpresionarme en dos días del mal efecto
sus bellísimos edificios son modernos, no hay antigüedades, no hay monumentos” (86).
cultura y los árboles de bosques y los aparatos agrícolas y el césped, el arte y las lindas
casillas, todo está revelando que se está ya en el mundo antiguo, entre los pueblos cultos,
poseedores de todos los poderes que la inteligencia ha puesto en la mano del hombre”
(86). Tras recorrer unos cuantos kilómetros, la impresión sobre Francia ya se ha formado,
y consiste en que no solo representa lo mejor del espíritu antiguo de la civilización, sino
que también simboliza la modernidad. El país galo, para los hombres civilizados a la
presente le resultarán chocantes a grado tal de exclamar “¡Oh, descendientes del pueblo
rey, cuán indignos os mostráis de vuestros antepasados!” (207). Más adelante –en estas
transformaciones que las contundentes opiniones del autor experimentan a lo largo del
viaje reside parte del interés del libro– Sarmiento, ante el espectáculo de los Estados
Unidos, se olvidará de Francia como faro de la civilización presente para juzgarla, contra
más como espíritu que como realidad tangible, llega a tal punto que el país se convierte
89
ideales equivalentes a un buen salvaje, pero culto y republicano. Ese mito civilizado y
indicado: “Ver de cerca esta grande obra es lo que más me arrastra a París; ahí está la
piedra angular, el modelo de todos los bastardos edificios que se están levantando en
América. Rosas restaurador; oribe, presidente legal; Santa Cruz, protector; Flores
hacen todo lo que está en sus manos por complacerlo. Sarmiento, cuyos adjetivos
franceses, y muy lejos de ello, afirma: “El francés de hoy es el guerrero más audaz, el
poeta más ardiente, el sabio más profundo, el elegante más frívolo, el ciudadano más
celoso, el joven más dado a los placeres, el artista más delicado, y el hombre más blando
en su trato con los otros” (123). El deslumbramiento es tal que no queda ningún resquicio
para la crítica. Cuando parece que, al fin, encuentra algo que le disgusta, se las ingenia
para encontrarle el lado positivo que acaba prevaleciendo sobre el negativo, que, bien
mirado, ni siquiera lo era tanto. Al hablar sobre los bailes públicos, Sarmiento se burla de
que una supuesta costurera se disfrace y de que, por aclamación de los participantes, se
convierta en una reina por una noche, perdiendo todo contacto con la realidad y cayendo
en el ridículo. Esta burla sin importancia de inmediato se matiza, o más bien queda
90
Esta es la parte dramática de los bailes públicos: la positiva es que la sociedad se
igualiza, las clases se pierden, la mujer de clase ínfima se pone en contacto con los
jóvenes de alta alcurnia, los modales se afinan, y la unidad y homogeneidad del
pueblo queda establecida; el público se constituye, y una migaja de gloria cae
también a los pies de la mujer del bajo pueblo, entre los placeres con que aturde su
miseria, o su vileza. La luz suministrada a torrentes, la música de los maestros puesta
al alcance de la muchedumbre por una ejecución artística y sabia, aquellos jarrones y
estatuas que la habitúan a los primores de las artes, aquel lujo, aquel gusto en fin
prodigado en el lugar que el roto o la hija del artesano de París llama suyo por un
momento, concluye por ennoblecer su espíritu, iniciarlo en la civilización, y hacerle
aspirar a una condición mejor (125).
El percibir indicios de igualdad social en un baile puede denotar cierta ingenuidad, pero
es una típica observación de viajero, y no está de más leer las descripciones que la
siglo XIX, las impresiones que Buenos Aires provocó a los viajeros ingleses como John
Miers43 para entender el parecer de Sarmiento. A su favor, además, hay que decir que en
gala de solo acudir a bailes en los salones y de no desviarse de los bulevares (que
Sarmiento no conoció, pues su estancia fue anterior a las reformas emprendidas por el
barón Haussmann). Él se jacta de tener ojos, y estómago, para todos los estratos:
No bien hubimos llegado [él y un parisiense que ejerce de Virgilio], llevóme a los
Frères Provençcaux, donde cenamos ambos por 60 francos; al día siguiente por 30
almorzamos en el Café de París; en un restaurante comimos por 10; en un Pasaje al
día siguiente fuimos a almorzar por 3, y a comer por 32 sueldos al Pasaje Chiseul;
43
En La vida en México durante una residencia de dos años en ese país y Viaje al Plata (1819-1824),
respectivamente.
91
últimamente a una abominable pocilga detrás de la Magdalena, decorada con el
nombre de Hôtel ingles, donde se sirve carne cruda de procedencia más que
sospechosa, porotos duros, y cerveza infame, todo por un franco para regalo de los
que quieren salvar el honor de la bolsa, afectando anglomanía. Había, pues, en tres
días recorrido los siete escalones de la vida parisiense, y conocido el camino que va
de la opulencia a la escasez, haciéndome mi mentor este curso, para precaverme de
todo accidente (104).
Por supuesto, de todo el orbe parisino, con quien Sarmiento más anhela hacer contacto no
es con los comensales del Hôtel inglés, sino con el mundo intelectual y periodístico en
general y con los escritores a quien admira en particular. Desea establecer un diálogo
entre pares, no solo hacer una visita más propia de un admirador exótico. Después de
todo, no so conforma con admirar la civilización, sino desea integrarla, mostrar que
forma parte de ella. Sarmiento es uno de los primeros de una serie interminable de
reconocimiento del mundo civilizado, encarnado durante un periodo extenso por Francia,
por Estados Unidos, cuyo sello de aprobación solo han conseguido unos cuantos
a su favor:
92
diarios, a todas las revistas a un tiempo? Yo quería decir a cada escritor que
encontraba ¡io anco! Pero mi libro estaba en mal español, y el español es una lengua
desconocida en París, donde creen los sabios que solo se habló en tiempo de Lope de
Vega o Calderón; después ha degenerado en dialecto inmanejable para la expresión
de las ideas. Tengo, pues, que gastar cien francos para que algún orientalista me
traduzca una parte (120).
Ya con el fragmento traducido por el “orientalista”, las cosas no serán tan sencillas. El
escritor obsequia su escrito a distintas personalidades, pero ninguna lo lee. Visita revistas
pero no lo aceptan por estar saturadas. A través de recomendaciones llega con Mr. Buloz,
director de la Revista de Ambos Mundos, quien acepta leer el fragmento y lo cita para el
siguiente jueves. Llega la fecha señalada y Mr. Buloz aún no ha tenido ocasión de leer el
artículo, y lo cita para una semana después. Se suceden los jueves hasta que el director
dificultades que encontró para hacerse de un pequeño espacio, sin olvidar que “aquel
artículo me hace falta para presentarme ante los escritores. En París no hay otro título
para el mundo inteligente que ser autor, o rey. No he querido ser presentado a Michelet,
Quinet, Luis Blanc, Lamartine, porque no quiero verlos como se ven los pájaros raros;
quiero tener títulos para presentarme a ellos, sin que crean que satisfago una curiosidad
de viajero” (121).
pesar, con artículo en mano, no dejó de ser para los ojos galos un viajero curioso. La
44
Charles de Mazade. “De l’américanisme et des républiques du Sud. La societé argentine, Quiroga et
Rosas. (Civilización i barbarie de M. Domingo Sarmiento)”, en Revue de Deux Mondes, París, 1846, vol.
16, serie 5, págs. 625.629.
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suerte de Sarmiento fue bastante igual de la que le esperaba a su sucesor más ilustre,
Sarmiento se afianza una actitud antiespañola que dará larga escuela, sobre todo en
Argentina, y cuyos ecos llegan hasta épocas recientes de la mano de escritores como
Jorge Luis Borges. Los independentistas no eran, por motivos más que evidentes,
Fernando VII como una desviación del mejor carácter español, y en fray Servando y en
Miranda no se encuentran ataques tan furibundos como los del argentino, quien deja las
cosas claras desde un principio: “He venido a España con el santo propósito de levantarla
el proceso verbal, para fundar una acusación, que, como fiscal reconocido ya, tengo de
compartida, y, al ver que sus planes para reformar la ortografía no encuentran aceptación,
se alegra, pues al fin se podrá romper el nexo que une más estrechamente a los
americanos con los españoles. Al igual que en Francia, se reúne con algunos de los
escritores españoles más destacados del momento, pero la actitud hacia ellos es
burla. Paradójicamente, el diálogo acabó siendo más fructífero que con los franceses, en
la indiferencia que suscitaban ante el resto del mundo, no les quedó más remedio que
leerse entre sí; qué duda cabe que el Facundo corrió con mejor suerte, por discreta que
94
fuera, en España que en Francia. Sarmiento recuerda con sorna una de estas reuniones, en
la que ambos interlocutores se muestran igualmente sordos a las palabras del otro:
argentina de Ricardo Rojas, desdén que no responde a cuestiones de espacio, pues como
comentó célebremente Borges, la obra es más extensa que la propia literatura argentina.
También hay, como Benítez (1996: 720), quien ha querido matizar esta actitud
95
achacándola al rechazo que Sarmiento sentía por ciertos rasgos españoles heredados a los
tradición ni más ni menos que española, conformada por Feijóo, Jovellanos, Moratín,
intelectuales de la generación del 98, Américo Castro y, a últimas fechas, Juan Goytisolo.
Pero, como el mismo Benítez señala, estos heterodoxos “se han atrevido a discutir la
franco. España interesa al político argentino desde el punto de vista histórico y cultural
como dejaría claro el otro antiespañol más célebre de la literatura argentina, Jorge Luis
Borges, cada escritor elige y construye a sus propios predecesores, y entre los de
sus contemporáneos:
Leeréis libros que no sabríais a qué siglo de la literatura española atribuirlo, tanta
frase anticuada, tanto vocablo vetusto y apolillado encontraréis en ellos, que el
arcaísmo no podría caracterizar suficientemente; y estas buenas gentes que de
puristas se precian, por huir del galicismo, acabarán por hacer un idioma de
convención que solo ellos se lo entiendan, cosa que, a decir verdad, no ha de traer
grave daño al mundo intelectual (154).
Todo es negativo en España de la misma forma en que todo en Francia era positivo. El
estilo irónico, incluso sarcástico, de Sarmiento se da rienda suelta en las páginas que le
dedica al pasado y al presente del país. En cuanto ve una escena ostentosa, que podría
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competir con el esplendor parisino, se las ingenia para extraer una conclusión pesimista.
Al asistir a los festejos públicos celebrados por las bodas de Isabel II con Francisco de
situación:
Tiros de caballos que pocas cortes europeas podrían ostentar tan bellos y en tan
grande número, carrozas incrustadas de nácar, libreas y penachos de un brillo
extraordinario, traían a la fantasía bellos tiempos de la monarquía española, la cual,
en su abatimiento presente, se adorna con sus antiguas joyas, como aquellas viejas
duquesas, que disimulan, bajo el brillo de los diamantes, las enojosas arrugas que los
años han impreso a sus semblantes (139).
Aunque España estaba muy lejos de salir del atraso y la decadencia con las que tocó
males, atenta contra el espíritu del país, tan del gusto de los viajeros románticos, amantes
incondicionales de lo pintoresco. Sarmiento concibe al país que recorre como una nación
atrofiada, atrapada entre una modernidad que no acaba de llegar y un tradicionalismo del
97
Los bandidos, que al parecer fascinaban al viajero argentino, también aparecerán en
Italia, o más bien, también los echará en falta. En Andalucía no encontrará el color local
que esperaba, y ante los monumentos mostrará una indiferencia apenas emocionada. Para
sucesión de viñetas, confiesa que “me fastidia describir monumentos que podéis ver
hallará la modernidad ausente en el resto de la península. “Aquí hay ómnibus, gas, vapor,
seguros, tejidos, imprenta, humo y ruido; hay, pues, un pueblo europeo” (167), afirma,
pero a la vez se da cuenta del grave problema que representan para el Estado español las
Extrañamente, no analiza más a fondo la cuestión catalana, como sí lo haría, medio siglo
más tarde, José Enrique Rodó (ver página 185). Aun así, Sarmiento es uno de los
primeros viajeros latinoamericanos que se dejan conquistar por Barcelona, a pesar de que
su estancia en la ciudad fue previa al desarrollo del Ensanche, símbolo del urbanismo, la
de los sesenta del siglo XX, la ciudad se convertiría en una meca para los escritores
el orbe hispano, su relativa tolerancia durante el final del franquismo, la acogida que
Tras España, el viajero argentino emprende una rápida excursión a Tánger, en que
sus casillas. Ahora sí, no encuentra nada que le agrade, ni siquiera el color local que
98
embrujó a tantos viajeros europeos. Y quizás este profundo rechazo responde a las
similitudes que encuentra entre los locales y la población salvaje de la Argentina. Como
extermino de las poblaciones indígenas. Los árabes, según comenta, le recuerdan a los
recordaban a la peor parte de sí mismo, lo cual ya era ganancia, con todo y que fuera el
comparación de los españoles con los árabes la hace aún en España; cuando conoció
Hay fragmentos dedicados a la guerra contra los árabes que claramente prefiguran
99
Los motivos del atraso de los árabes, para Sarmiento, no tienen otra explicación que los
factores culturales, en especial la religión. En tanto los árabes conserven sus costumbres
y creencias, será imposible establecer un diálogo con ellos, pues ni siquiera son sujetos
con capacidad de raciocinio: “¡Oh! ¡Mahoma, Mahoma!, de cuántos estragos puede ser
causa un solo hombre cuando apoya y desenvuelve los instintos perversos de la especie
humana, o bien cuando encuentra masas brutales que creen que no son capaces de
pensar”. La mayor virtud de Sarmiento desde luego no era la corrección política. A pesar
aspecto político, no fue capaz de interpretar la situación de los árabes con un poco de
mayor profundidad de la que mandaban los prejuicios europeos, que con tanto gusto
De todas las tierras que recorrió el argentino, la punta norte de África se lleva con
mención el dudoso mérito de ser la que más le repugnó. Sin embargo, esta mala
impresión no apaciguó su visión decepcionada de Italia, una vez que llegó a Roma,
donde contempla con admiración y algo de fastidio las ruinas de la Antigua Roma. Pero
al igual que en España, ve señales de decadencia por todas partes: “¡Qué miseria y qué
esgrime el resto de turistas, necesitados de una guía para comprender lo más elemental.
en mero espectáculo, capaz de desacralizar ya no se diga el viaje, sino una misa oficiada
100
por el Papa: “Es verdad que Su Santidad lava los pies a los Apóstoles, y sirve la mesa de
los pobres; pero en los momentos de la adoración del Sacramento, las mujeres
protestantes conservan su silla, y leen el guía para saber lo que aquello significa, y los
Sarmiento también viaja con guía en mano, pero hay un pasaje que muestra hasta
qué punto se trata de otra clase de viajero. En Venecia, ciudad que no se libró de su
desprecio (“Tus lagos, centro en otro tiempo del comercio del mundo, infestan hoy con
su aliento nauseabundo; los palacios de tus nobles sirven de posada para el extranjero,
¡como las ruinas de los templos del Egipto de aprisco a los ganados! Tus maravillas están
ahí de pie aún, como cadáveres petrificados” (264)) es detenido en la frontera junto con
su acompañante para una inspección aduanal. Los dos amigos portan libros prohibidos en
La primera reacción de los viajeros es arrojar los libros a la laguna, pero se arrepienten y,
dado que ven que todos los viajeros no sueltan la guía de la mano, deciden hacer lo
mismo con sus volúmenes prohibidos. De esta forma, pasan la inspección sin levantar
le gusta hacerse pasar como turista porque así conviene a sus fines.
por Suiza en dirección a Alemania. El panorama cambia junto con el tono. Si en España,
exactamente lo mismo, aunque no por paralelismo sino por contraste. Al cruzar los Alpes
surge la inevitable comparación con los caminos andinos, y Sarmiento, cuya figura se
101
correspondería bastante certeramente con la de un liberal de nuestra época (también lo
Al verlas [las obras transalpinas] he debido recordar nuestros pasos por los Andes,
que tan poco honor hacen a la solicitud de los pueblos, cuyas relaciones comerciales
están llamadas a activar. No sé si aún prevalecen por allá (¡oh! No haya miedo que sí
prevalecerán) las ideas económicas que hacen creer a muchos de poca monta la
existencia de un tráfico de tierra, sin reflexionar que el comercio es como el oro, a
saber, que no hay oro ni comercio malo, y que un gran emporio comercial, no se
forma sino por el intercambio del mayor número de productos posibles, lucrando en
ello el lugar donde la feria se tiene, llámese Londres o Valparaíso (272).
debe reconocer la importancia que brindó a la educación pública y al comercio, que hizo
de Argentina un país pujante por varias décadas, aunque con profundas contradicciones
A partir de aquí los elogios tomarán el lugar de las quejas. Sarmiento se muestra
con buen humor, y el motivo no es otro que el placer que le brinda lo que observa, que no
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profundidad del abismo de miseria de cuerpo y de alma en que se revuelca! La Suiza,
empero, me ha rehabilitado para el amor y el respeto del pueblo, bendiciendo en ella,
aunque humilde y pobre, la república que tanto sabe ennoblecer al hombre (276).
Pero los elogios a Suiza y Alemania, por cierto, el único país en el que Sarmiento hace
Unidos. Sin embargo, literariamente, los Viajes pierden un poco de interés, pues el
argentino, desbordado por la admiración que le suscita la nueva nación, prioriza las
electoral estadounidense, reproduce fragmentos de otros viajeros que, juzga, son más
detallistas y conocen mejor la materia. El viajero, “el héroe de su propia novela” (191),
que juzga más moderna y más civilizada que los países más modernos y más civilizados
de Europa, es decir, Francia y Alemania (no visitó Inglaterra, lo cual lamenta). Él mismo
explicita esta situación al dirigirse a uno de sus destinatarios: “Mis aventuras de viaje en
los Estados Unidos no merecen intercalarse entre las reflexiones que el espectáculo de
aquel país me ha sugerido, por lo que no referiré a Ud. sino algunas que creo pueden
interesarle” (368).
El contraste con las tierras que se extienden al sur del Río Bravo es aún más
dramático que el que divisaba entre América Latina y Europa, pues ahora se encuentra en
un país nuevo. La excusa de que Europa era civilizada por ser el fruto de una cultura
milenaria se derrumba, y Sarmiento es aún más cruel con sus valoraciones del sur, en el
que excluye a Chile, país que mal que bien estaba financiando sus andaduras por el
103
Sarmiento no profundiza en sus valoraciones latinoamericanas, elude con malicia
un análisis más profundo y da por terminado su viaje en los Estados Unidos, como si
Chile quedara justo al sur del Río Bravo. Pocas veces menciona a México, pero estas
bastan para dejar claro su opinión sobre el país, extensible a toda la región, como bien
Los Estados Unidos son una cosa sin modelo anterior, una especie de disparate que
choca a la primera vista, y frustra la expectación pugnando contra las ideas recibidas,
y no obstante este disparate inconcebible es grande y noble, sublime a veces, regular
siempre; y con tales muestras de permanencia y de fuerza orgánica se presenta, que
el ridículo se deslizaría sobre su superficie como la impotente bala sobre las duras
escamas del caimán (290).
belleza de las mujeres, quienes “pertenecen todas a una misma clase, con tipos de
45
Según Zusman (2007: 64 y 65), Sarmiento trasladó muchas de las ideas desarrolladas en el viaje a los
Estados Unidos a escritos concebidos para influir directamente en las políticas gubernamentales argentinas,
como en Educación popular (1849), Argirópolis (1850) o Comentarios (1853).
104
fisonomía que por lo general honran a la especie humana” (306). Se muestra interesado
sobre inmigración, el sistema electoral y la educación primaria e incluso asiste a una feria
para ver enanos y otros “fenómenos”. Con especial sensibilidad intuye ciertos cambios
modernidad, que no tardarán en surgir; por ejemplo, aprecia la revolución social pero
Estados Unidos son por toda la Unión una obra de arte, y la muestra más inequívoca del
Los posibles aspectos negativos los pasa por alto o los justifica, en consonancia
(292); la ausencia de instituciones sociales responde a que “donde todos los hombres son
iguales al último individuo de la sociedad, no hay protección para el débil, por la misma
razón que no hay jerarquías que separen a los poderosos” (310) y, en otro orden de cosas,
la rudeza de algunas costumbres, como subir los pies a la mesa, que en Europa pasarían
por inexcusables muestras de falta de urbanidad, en los Estados Unidos se permiten por
tuvieran Uds., como nosotros en Sudamérica, que luchar con una masa en la cual el
“Estoy convencido de que los norteamericanos son el único pueblo culto que
105
pueden ir a recibir lecciones de los leñadores yankees sobre la topografía, producciones y
ventajas del país que sin conocer habitan” (305). Sin embargo, en medio de las alabanzas
al norte y de los reproches dirigidos al sur, surgen dos actitudes hasta entonces inéditas
América, si bien esta actitud no es original sino que está influenciada por los
Palenque con las estatuas de Miguel Ángel y las pinturas de Rafael, ampliando su
entonces, según su óptica, nada tenía que ver con la Antigua Roma. Posteriormente se
permite algunos párrafos en tono lastimero, lo que resulta extraño en una personalidad
tan apabullante como la suya. Como si el viajero ya estuviera cansado, y con los fondos
prestos a desaparecer, Sarmiento reflexiona sobre las formas en que podría ganar algunos
dólares. Una de ellas sería impartiendo clases de español, pero “¿enseñar o escribir qué?,
que pagará religiosamente páginas más adelante–, los asuntos económicos se convierten
fuera “un príncipe ruso”. Pero el dinero había sido una angustia constante a lo largo de
espacio. Hasta el final de su viaje europeo Sarmiento llevó un diario de gastos en que
consignaba absolutamente todos sus dispendios. Este diario, que constituye un paratexto
curioso del libro de viaje, marca también, con mucha mayor exactitud que las cartas, las
coordenadas espaciotemporales del recorrido. Se indican los gastos de cada día, así como
106
el lugar donde se encuentra. Aparte del valor documental del “Diario de gastos”, este
teatro y a la ópera, adquiere corbatas y pantuflas. Pero la entrada que más llama la
atención, como señala Juan José Saer (1996: XIX), es la del 15 de junio de 1846, en
Mainville, en la que quedan consignados los gastos de una “orgía” (13.5 francos) y a
política de Sarmiento junto con la pasión por la escritura y el anhelo de abarcarlo todo
son dos de los ejes sobre los que se construyen los Viajes.
Finalmente, Sarmiento parte hacia su destino: el sur. Los Viajes concluyen algo
enigmáticamente en los Estados Unidos, y el lector se queda sin conocer los episodios
que sucedieron durante la última travesía. El argentino planeaba hacer algunas escalas
para conseguir fondos, ya fuera colaborando en la prensa de los países que atravesara o
extensas, pues la publicación del libro fue relativamente rápida para ni siquiera haber
estado planeada.
El sabor que deja la lectura de los Viajes es agridulce. Por una parte, el personaje
resulta irritante pero a la vez atractivo. Sus opiniones polémicas y muchas veces
una época en la que América Latina imaginaba su construcción a la par que la emprendía.
Por otro lado, sus prejuicios, por más que hayan sido comunes en su tiempo, impiden que
el lector se identifique con el viajero. Muchas de sus reflexiones, más que mostrar nuevas
ideas, acaban siendo una barrera que el libro levanta con el lector contemporáneo. Lo
más inquietante es que por anacrónicas que pudieran parecer algunas de las ideas más
107
de los Estados Unidos, su racismo e islamofobia, se encuentran aún arraigadas en la
sociedad del siglo XXI. En todo caso, y el libro puede leerse como el inicio de su proyecto
civilizador, Sarmiento fue artífice de grandes obras, como el desarrollo del sistema
educativo argentino, que a lo largo de décadas fue el mejor de la región. Desde un punto
de vista pesimista y poco defendible, parecería que sus peores ideas están más vivas que
además, su grandeza de miras: él quería ser un gran escritor y forjar una gran nación. En
108
2.5. Una excursión a los indios ranqueles de Lucio V. Mansilla (1831-1913)
Lucio V. Mansilla fue una personalidad central de la segunda mitad del siglo XIX
sudamericano. Su obra más célebre, Una excursión a los indios ranqueles (1870),
constituyó una obra literaria y documento político que fundó una tradición literaria y
avivó el debate en el que parece resumirse el ser argentino y al que el país vuelve una y
otra vez, con los protagonistas renovados pero siempre representando uno de los dos
respecto, a pocas obras literarias les calza tan bien la famosa sentencia de Walter
Benjamin (2005: 57) según la cual “no hay documento de cultura que no sea al mismo
Por este motivo, la obra de Mansilla ha sido más leída desde la historia, la política
Biblioteca Ayacucho, Sosnowsi (1984) advierte que se trata “ante todo un ‘libro de
viajes”, a la vez que “sus apreciaciones del modo de vida de los ranqueles poseen el
asomo del antropólogo aficionado que no escatima oportunidad alguna para centrar gran
parte de sus páginas en una reflexión sobre los problemas más amplios de civilización y
barbarie, la ‘cuestión de los indios’, el sentido del progreso y el futuro de su país” (XVII).
109
programa televisivo46 de cadena nacional dedicado a Mansilla y a Mármol47, declaró la
necesidad de leer la Excursión como lo que es, es decir, una crónica de viajes, por más
que ese programa haya estado dedicado a la vida privada y la tensión latente entre
política y ficción.
En efecto, por más ideas políticas que exponga, y que son mucho menos
frecuentes y extensas que las presentes en otras obras, por ejemplo en los Viajes de
Sarmiento, Mansilla tiene plena conciencia de estar escribiendo una crónica, y más aún,
sabe que su escrito tiene pretensiones literarias, por más, o según su punto de vista, sobre
adelante.
acuerdo de paz entre el gobierno y el cacique Mariano Rosas, este parece una mera
excusa para internarse en territorio hostil y conocer una parte de la Argentina que, a pesar
Mansilla, que ya había recorrido y escrito sobre buena parte del mundo 48, expresa su
deseo de conocer el interior de su país, para adquirir conciencia de otra realidad tan
cercana y a la vez tan lejana a la suya, pero también para alimentar su espíritu de
aventura y enriquecer el recuento de sus gestas, pues no está de más recordar que se trata
de un viajero militar. Su expedición aúna las dicotomías que Cantero (2004) propone
46
A fines de 2012, a instancias de la Biblioteca Nacional y de la Televisión Pública Argentina, Piglia dictó
cinco clases magistrales de literatura en cadena nacional, titulando el ciclo “Escenas de la novela
argentina”. El primer programa fue el dedicado a Mansilla y Mármol.
47
Mansilla y Mármol protagonizaron uno de los episodios más coloridos de la vida literaria argentina del
siglo XIX. En plena función de teatro, Mansilla, pariente del dictador Juan Manuel de Rosas y defensor de
su programa político, retó a duelo a Mármol, autor de Amalia, primera novela argentina y creadora de la
novela de dictador, en este caso encarnado precisamente en Rosas. El duelo no llegó a concretarse pero las
resonancias del enfrentamiento tuvieron un gran eco en los círculos literarios y políticos de Buenos Aires.
48
Mansilla publicó varios relatos de viajes en revistas argentinas, como en Causeries de los jueves, por
ejemplo, De Adén a Suez (1855). En estas crónicas narra sus viajes por la India, Medio Oriente y Europa, y
bien podrían verse como la otra cara de la moneda de la Excursión, libro de madurez y que, más que salir al
mundo, pretende adentrarse en una Argentina desconocida de tan profunda.
110
como categorías en la conformación de la visión moderna del paisaje: razón/sentimiento
propósitos, pues declara que, aparte de sus obligaciones oficiales, le mueve “cierta
inclinación a las correrías azarosas y lejanas; el deseo de ver con mis propios ojos ese
mundo que llaman Tierra Adentro, para estudiar sus usos y costumbres, sus necesidades,
sus ideas, su religión, su lengua, e inspeccionar yo mismo el terreno por donde alguna
vez quizá tendrán que marchar las fuerzas que están bajo mis órdenes” (5).
Aparte del entusiasmo del viajero, el pasaje anterior muestra la curiosa certeza de
que, a pesar de que se dirigía a afianzar un tratado de paz, alguna vez regresaría a esas
tierras con un destacamento militar en toda regla. Esto no significa que Mansilla planeara
traicionar el pacto que estaba por firmar, sino que para él, como para los demás
argentinos que no abogaban abiertamente por la aniquilación de los indios, la paz con los
suerte de los territorios hostiles localizados más allá de las móviles fronteras estaba
su aniquilación.
o como avanzada genocida bienintencionada, resulta ocioso juzgar a Mansilla sin tomar
en cuenta su contexto, dentro del cual se le puede calificar incluso de progresista, a pesar
–los reproches parecen ir de la mano del coronel– de la defensa que esgrime de su tío
Rosas, que por méritos propios, pero también por los caprichos de la historia y de la
111
literatura, acabó encarnando la figura del dictador tirano y sanguinario, por más que no
Pero tampoco debe verse a Mansilla como una especie de idealista a la Elysé
leerse en su Viaje a Sierra Nevada de Santa Marta (1880). Mansilla viaja al interior de
Argentina por curiosidad y en busca de aventuras, pero también por cierto esnobismo,
pues ya no hay muchos lugares en el mundo que le queden por conocer a él y a los otros
viajeros ilustrados. Si todo la élite porteña conoce París tan bien como Buenos Aires,
entonces pasear por los Campos Elíseos pierde parte de su encanto; hay que buscar
El deseo de diferenciarse de los ‘ministriles’ que anhelan una secretaría en París no radica
solamente en la elección del destino, sino en las características que definen al viajero, y
112
Consciente de que se interna en tierra hostil, en medio del desierto, enfatiza que está
acostumbrado a las inclemencias a las que seguramente tendrá que hacer frente, y anota:
“Yo he resistido setenta y dos horas sin comer, pero sin beber no he podido estar sino
Al hacer el balance del viaje, se combina la visión del militar disciplinado y del
“No hay un arroyo, no hay un manantial, no hay una laguna, no hay un monte, no hay un
conocer palmo a palmo el terreno donde algún día ha de tener necesidad de operar” (6).
Esta afirmación pragmática y decidida no le impide, a la vez, escribir que “había andado
doscientas cincuenta leguas, había visto un mundo desconocido y había soñado” (393).
Para rematar, como sucede no pocas veces con los viajeros que se mueven entre el
Colombia tras seis meses de estadía, enfermo de malaria), concluye con algo de
melancolía que “francamente, el imperio ranquelino era más hermoso visto en sueños
ranqueles no compite con el de los aztecas, ese sí, cuando lo conquistó Bernal,
49
Carolina Depetris señala que el viaje de Mansilla transita por dos vías, la de la geografía argentina y la de
la intimidad del viajero, mismas que podrían caracterizar, respectivamente, al militar y al romántico: “La
excursión a tierras ranquelinas es un viaje moderno supeditado a la superación de los límites de uno mismo
para poder conocer otros ámbitos. El viaje moderno es un desplazamiento por las geografías de los mundos
a través de la geografía íntima del viajero, y el reaprendizaje de los modos de la barbarie que Mansilla
experimenta en su derrotero responde, en su testimonio, a este cambio (Depetris, 2007: 79).
113
conquista de la Nueva España tampoco admiten comparación con las aventuras de
Por más que el retrato del cacique Marinao Rozas resulte imponente, queda lejos del
Moctezuma creado por la pluma de Bernal. Con todas estas diferencias, no obstante, es
claro que Mansilla se reconoce en las andanzas de Bernal, cuya obra seguramente
conocía. Las similitudes van más allá del espíritu marcial mezclado con la nostalgia que
nace del recuerdo de haber recorrido lo desconocido, y hay fragmentos en los que la
alusión a Bernal es clara. Por ejemplo, Mansilla exalta el buen sueño que tiene en terreno
peligroso y en cama de tierra, o incluso montado en el caballo: “Sea de esto lo que fuere,
yo digo que viajando por los campos, en noche clara u obscura, es un placer dormir. Por
que sueño” (44). Aquí late el eco de Bernal, cuando en uno de los pasajes más conocidos
jacta de lo poco que duerme por no acostumbrarse a las comodidades, estar habituado a
escribir solo hechos verídicos o, al menos, de así hacerlo creer: “Me acomodé lo mejor
que pude en el suelo para escucharle con atención, convencido de que los dramas reales
tienen más mérito que las novelas de la imaginación” (96). En algunas ocasiones,
Mansilla adopta el tono humilde y digno de Bernal, como cuando se define: “yo no soy
50
“Y otra cosa digo, y no por jactanciarme de ello: que quedé yo tan acostumbrado a andar armado y
dormir de la manera que he dicho, que después de conquistada la Nueva España tenía por costumbre de
acostarme vestido y sin cama, y que dormía mejor que en colchones; y ahora cuando voy a los pueblos de
mi encomienda no llevo cama; y si alguna vez la llevo, no es por mi voluntad, sino por algunos caballeros
que se hallan presentes, porque no vean que por falta de buena cama la dejo de llevar; mas en verdad que
me echo vestido en ella. Y otra cosa digo: que no puedo dormir sino un rato de la noche, que me tengo de
levantar a ver el cielo y estrellas, y me he de pasear un rato al sereno, y esto sin poner en la cabeza cosa
ninguna de bonete ni paño, y gracias a Dios no me hace mal, por la costumbre que tenía. Y esto he dicho
porque sepan de qué arte andábamos los verdaderos conquistadores, y cómo estábamos tan acostumbrados a
las armas y a velar” (Díaz del Castillo, 196).
114
más que un simple cronista, ¡felizmente!” (157). A diferencia del célebre conquistador, el
argentino tiene una clara intención literaria, y más allá de las aplicaciones útiles de su
curiosamente, desde el convencimiento de que los textos factuales son superiores a los
ficcionales, y de que los lectores comparten esta opinión: “El pulcro y respetable público
tendrá la bondad de ser indulgente, a no ser que prefiera, lo que suele ser raro, la mentira
a la verdad” (244). Intuye el establecimiento del pacto de veracidad entre lo que escribe y
sus lectores, y constantemente recuerda que todo lo que cuenta sucedió y que en su
pluma no hay espacio para los hechos imaginarios: “Creerán algunos que a medida que
corre la pluma voy fraguando cosas imaginarias, por llenar papel y aumentar el efecto
La inclinación por lo real puede verse también como estrategia narrativa, pues en
más de una ocasión comenta que el mundo y las historias que describe son tan
contar la vida de algunos de los personajes con quienes se cruza, comenta: “Por eso me
detengo más de lo necesario quizá en relatar ciertas anécdotas, que parecerán cuentos
forjados para alargar estas páginas y entretener al lector. ¡Ojalá fuera cuento la historia
momento, es porque es verdad. Tiene ésta un gran imperio hasta sobre la imaginación”
artística, pues el cronista es consciente de que su trabajo es también una obra literaria.
Por si sus contemporáneos, más propensos a una escritura más afectada y artificiosa,
creían que el estilo espontáneo, natural y ameno de Mansilla era el resultado del descuido
mismo aclara que “toda narración sencilla, natural, sin artificios ni afectación, halla eco
115
simpático en el corazón” (150). Con todo, dentro de esta poética radicalmente realista, la
imaginación encuentra resquicios por los que inmiscuirse, de la misma forma en que en
doradas– que nunca conocieron pero cuya existencia daban por sentada. Mansilla no
puede otorgarse tanta libertad pero, hábilmente, deja los delirios fabuladores en boca de
sus personajes: “El indio era muy ladino; nos entretuvo un rato contándonos una porción
de historias; entre ellas nos habló de un pariente suyo que había vivido sin cabeza; de
unos indios que dizque vivían en tierras muy lejanas, que se alimentaban con sólo el
vapor del puchero: de otros que corren tan ligero como los avestruces, que tienen las
pantorrillas adelante, pretendiendo hacernos creer que todo cuanto decían era verdad”
(91).
Al contrario que los fabuladores, habitantes del terreno salvaje, Mansilla siempre
político. Eso no quita que se suela mostrar alegre en su aventura y que el sentido del
humor asome más de una vez, a veces, incluso, siendo él mismo el objeto de la burla.
116
choque de las relucientes armas y el espectáculo imponente de la sangre, de los
heridos y de los cadáveres (77).
contemporáneos ilustrados llegó a hacer. Por supuesto, está muy lejos de convertirse en
XIX argentino, y afirmaciones como la siguiente no eran moneda corriente: “Es indudable
que la civilización tiene sus ventajas sobre la barbarie; pero no tantas como aseguran los
que se dicen civilizados” (49). Cuando se siente mínimamente amenazado, los indios se
convierten de inmediato en “salvajes”, pero cuando se siente seguro, dialoga con ellos y
le otorgan víveres vislumbra en ellos ciertas virtudes, siempre con benevolencia, como el
buen trato que dispensan a los animales: “Que la civilización haga sus comentarios y se
conteste a sí misma, si bárbaros que tienen el sentimiento de la bondad para con los
su interés por los ranqueles resulta chocante, pues llega a justificar prácticas que hoy en
día resultarían inaceptables, como el asesinato de mujeres por ser sospechosas de estar
poseídas por el demonio: “Matan a las viejas, es cierto: pero lo hacen porque las creen
poseídas de Satanás. Y al fin del cuento, no es tanto lo que se pierde, dirán algunos”
(226). Otras veces apunta que ciertos personajes indios pueden ser tan dignos como
algunas personalidades de Buenos Aires, o bien, que estas últimas pueden resultar tan
grotescas como los primeros, estableciendo equivalencias que, para sus iguales,
constituirían un insulto: “La mujer de Epumer, sobre todo, me recordaba cierta dama
117
La dualidad entre el rechazo y el aprecio que le suscitan los indios a Mansilla
impregna la Excursión de una tensión fértil, pues permite conocer ese mundo
pudiera parecer, está siempre presente, y al contemplar los hechos que se han repetido
inquietante. Mansilla afirma sobre las tolderías indias que “aquel mundo es realmente
digno de estudio. Lo tenemos encima, golpeando diariamente nuestras puertas, como los
enemigos de Roma, en sus horas aciagas, ¿y qué sabemos de él?” (251), afirmación a
118
3. El modernismo (1880-1920)
Aunque algunas veces se suele pasar por alto, la prosa literaria del modernismo fue muy
estética. De los géneros en prosa, el predominante fue la crónica, que privilegió como
tema el viaje. La mayor parte de los miembros destacados del movimiento, de los
modernistas, como José Juan Tablada (1871-1945) o José Enrique Rodó (1871-1917),
escribieron crónicas de viajes. De hecho, quizás los únicos modernistas de primera fila
que no practicaron este género fueron José Asunción Silva (1865-1896) y Leopoldo
con obras como la novela De sobremesa, del primero, y Los cuentos fatales, del segundo.
A los nombres ya citados se pueden agregar los de Julián del Casal (1863-1893),
Manuel Díaz Rodríguez (1871-1927), Manuel Ugarte (1871-1951), Amado Nervo (1870-
1919) y Luis G. Urbina (1864-1934). Mención especial merecen dos figuras. La primera
que fue en la época uno de los escritores modernistas más respetados e influyentes, y que
fungió como director de dos de las revistas modernistas por excelencia, El Nuevo
Darío, cuya obra, como suelen recordar los estudiosos de la prosa modernista, como Iván
51
El caso de Lugones es enigmático, pues no escribió crónicas de viajes a pesar de haber viajado tres veces
a Europa y de que su obra prosística es más abundante que la poética e incluye géneros tan variados como
el ensayo político, la biografía, el cuento, la novela y el ensayo histórico.
119
A. Schulman, Aníbal González o Günther Schmigalle, está conformada en tres cuartas
partes por textos en prosa, pese a lo cual muchas veces se lo considera solo un poeta.
De esta forma, nos topamos con que el molde en el que se plasma el relato de
viajes durante el modernismo fue esencialmente la crónica de viajes, que posee todas las
como México, Buenos Aires, La Habana, Caracas y Santiago. Los escritores, algunos de
económicos. Sin embargo, como era de esperarse, se sintieron limitados al tener que
adaptarse a la prosa convencional y corta de miras propia del periodismo, por lo que
empezaron a crear una prosa nueva y, con ella, un género también novedoso. Gutiérrez
Nájera y José Martí, casi simultáneamente, con base en modelos literarios identificados
por Aníbal González (1983: 69-83), como los chroniqueurs franceses y los artículos de
120
una prosa artística que trascienda la simple nota informativa o el comentario. Esta
conciencia estética, tanto en su exigencia como en los recursos que utiliza para
ensayo, y en la poesía. A los modernistas no les quedó más remedio que crear un nuevo
innovaciones que trajo consigo, la crónica fue en sí misma una innovación que acabó
el tiempo y aparece con características únicas en cada escritor que la cultiva. Sin
embargo, al igual que con la poesía, es posible trazar una trayectoria más o menos bien
generales, como lo ha observado Aníbal González, en sus inicios, sobre todo en Martí,
También, quizás para contraponerse a la prosa periodística chata, la prosa de esta etapa,
121
el único objetivo de Gutiérrez Nájera es recrear estados de ánimo, generalmente
lánguidos, lo que hubiera sido impensable algunos años atrás. Ya en una segunda etapa,
rastreable desde Julián del Casal, y prefigurando otra vez la transformación que sufriría
la poesía, la crónica abandona un poco el ímpetu de “el arte por el arte” y la estrecha
sobre él. Ya no se conforman con contar sus viajes, por ejemplo, sino que meditan sobre
el significado del viaje, como hace Manuel Díaz Rodríguez en “El alma del viajero”
(1898), Amado Nervo en “¿Por qué va uno a París?” (1902) y Enrique Gómez Carrillo en
“La psicología del viaje” (1913). De hecho, aunque siempre primará la descripción sobre
cualquier otro aspecto, la crónica temprana tiende a la narración, incluso algunas crónicas
ensayo.
tener cierta relevancia o ser meramente un asunto policial o amoroso, cercano a la prensa
amarillista. Piénsese, por ejemplo, el caso de Darío, que escribe sobre escritores
contemporáneos (su famoso volumen Los raros está compuesto por crónicas publicadas
independientemente), sobre política, como en “Por el lado del Norte” (1892), que sobre
plasmaron de forma similar en toda América Latina. En todos los géneros literarios,
122
como lo señala Teodosio Fernández, encontramos una gran unidad de estilo. La crónica,
Sin embargo, dentro del inmenso corpus que conforman las crónicas modernistas, las de
viaje representan una parte muy significativa. Otra vez tomando a Rubén Darío como
ejemplo, basta pensar que publicó en vida tres volúmenes de crónicas de viajes52, lo que
prosística. El otro ejemplo evidente sería el ya citado Enrique Gómez Carrillo, que labró
Esta profusión se explica por algunos de los pilares estéticos e ideológicos del
biografía de sus exponentes. Es natural que sus textos reflejen, deliberadamente o no, la
búsqueda del cosmopolitismo, el afán de ser y parecer modernos, el gusto por lo exótico,
52
Peregrinaciones (1900), España contemporánea (1901) y El viaje a Nicaragua e Intermezzo tropical
(1908). Poco después de su muerte se publicaron La caravana pasa (1917), Tierras solares (1920) y
Parisiana (1920).
123
simbolistas franceses. Románticos al fin y al cabo, los modernistas aspiraban a una
conjunción entre vida y arte, por lo que el viaje no podía restringirse a su aparición como
México, por lo que se tiene que contentar con narrar sus paseos dentro de su país. En
cambio, casi todos los demás fueron grandes viajeros, algunos con mejor suerte que
otros. La vocación nómada de Darío, que lo llevó por toda la “América Española”, el
obstante, no cabe duda de que dicha vocación se vio firmemente favorecida por el hecho
de que Darío fuera durante muchos años corresponsal en Europa del diario argentino La
en España.
diario guatemalteco El Correo de la Tarde, llegó a España gracias a una beca concedida
por el gobierno de su país. Al igual que su mentor, escribiría crónicas durante el resto de
seductor decadente a la que todos los modernistas aspiraban; su vida estuvo marcada por
los escándalos, verídicos o no, como el que lo relacionaba sentimentalmente con la espía
Amado Nervo o José Enrique Rodó, o con la diplomacia, como José Juan Tablada o
Ricardo Jaimes Freyre (que no escribió crónicas). Por el contrario, hubo quienes viajaron
124
forzados al exilio, como José Martí o Luis G. Urbina, el primero por sus ideas
Huerta, lo que no les impidió empezar a colaborar, ya en el extranjero, con algún medio
fungió como representante del gobierno de México en España, y que, tras el estallido
su agitada vida nómada llegó a ser secretario de Pacho Villa y colaborador cercano del
Pero la suerte no era igual para todos. Julián del Casal, por ejemplo, se tuvo que
conformar con llegar hasta Madrid, pues no pudo culminar su peregrinación a París por
Carrillo. Si bien José Asunción Silva concreta la forzosa travesía a Europa, tiene que
regresar apresuradamente debido al mal estado de los negocios familiares que, ya con el
53
Quiroga sólo publicó dos crónicas para el diario Reforma de Salto, Uruguay, lo que de ninguna forma le
significó un respiro económico.
125
toda su obra en un naufragio; nunca se sabrá si escribió algún relato de viaje, y, de
Pero sin importar las circunstancias que rodearon la vida y los viajes de los
enorme riqueza, tanto por la importancia y número de sus creadores como por su valor
literario intrínseco.
126
3.1. La crónica modernista
muy valioso, susceptible de estudiarse desde muy distintos ángulos, pero también crea
importancia que los escritores les concedían a sus crónicas, la alternativa de abordarlas
como unidades autónomas o como fragmentos de los volúmenes que los propios autores
modernistas tenían que entregar sus crónicas en un plazo fijo y producir una cantidad
estaba obligado a enviar una crónica mensual a La Nación, compromiso que siempre
cumplió religiosamente. Gutiérrez Nájera vivía del periodismo, lo que, según José Emilio
también la comprometió al insertarla en las reglas del mercado, que exige un flujo
modernistas. Al leer sus textos, suele quedar la impresión de que fueron producidos
industrialmente porque, de hecho, así fue. Casi siempre su talento les permite
consiguen. Así, en este inmenso corpus encontramos algunas de las mejores páginas de la
prosa modernista, y también algunas de las más olvidables, incluso en autores de la talla
127
de Darío. Noé Jitrik, en un estudio centrado en la poesía modernista, sobre todo en la
niveles estéticos. Queda mucho trabajo por hacer. Para empezar, una parte del corpus
sigue dispersa debido al gran número de revistas y de países donde las crónicas se
publicaron; poniendo de nuevo a Darío como ejemplo, este publicó crónicas en diarios y
España y Francia, por lo menos. El mismo poeta se encargó de recopilar algunas en los
volúmenes que publicó en vida, dando preferencia a las de viaje y después a las de crítica
literaria, a pesar de que algunos estudiosos, como Günther Schmigalle, afirman que las
más numerosas son las “filosóficas” (Schmigalle, 2008: 9). Después de su muerte, fueron
128
los académicos los encargados de rescatarlas y sistematizarlas, trabajo aún no
concluido54.
contamos con un corpus organizado de las crónicas de Gutiérrez Nájera, Martí, Julián del
Casal o Nervo. El caso de Gómez Carrillo es especial, pues aunque quedan textos
dispersos, dado el relativo interés que su figura despierta en los lectores de hoy en día,
parece bastar con los numerosos libros de crónicas que él mismo se encargó de recopilar.
Resulta evidente, por otra parte, la conciencia de los propios autores sobre la
calidad dispar de su producción prosística. Ellos mismos seleccionaron los textos que les
parecían más destacados para publicarlos en un soporte más duradero y prestigioso como
es el libro, seguramente con la esperanza secreta de que algunos de los otros se perdieran
en el olvido. Basta una anécdota para darse cuenta de hasta qué punto los modernistas no
de la ruptura de la amistad entre Rubén Darío y Alejandro Sawa habría sido que el
publicarían con el nombre de Darío, a cambio de una gratificación económica. Parece ser
que Sawa cumplió con el encargo, pero Darío no pagó la cantidad convenida55.
54
Schmigalle elabora un rápido estado de la cuestión: “A la muerte de Darío quedaba un gran fondo de
textos dispersos, que fueron recuperados por compiladores posteriores. De allí fue de donde Alberto
Ghiraldo sacó muchos escritos para su primer intento de Obras completas. Gustavo Alemán Bolaños y
Diego Manuel Sequeira rescataron lo que Darío dejara publicado en El Salvador y en Guatemala, donde
fueron directores de la Unión Centroamericana y del Correo de la Tarde, respectivamente; Teodoro Picado
reunió los textos que el poeta publicara en Costa Rica; Raúl Silva Castro compiló sus textos publicados en
Chile; Regino Boti se dedicó a rescatar aquellos que aparecieron en Cuba. El fondo más grande, más
variado y de más alta calidad había quedado en Argentina. E. K. Mapes, Pedro Luis Barcia, Roberto Ibáñez
y yo mismo hemos explotado este fondo, que todavía no está agotado (Schmigalle, 2008: 15)
55
Según la biografía de Sawa de Correa Ramón (2008: 137).
129
Un estudio de carácter estilístico estaría obligado a basarse en las crónicas mejor
escritas. Por el contrario, un análisis más cercano al plano ideológico y a las relaciones
culturales no puede prescindir de las crónicas con menor calidad literaria. Muchas veces
las crónicas producidas a destajo, por su misma mecanización, reflejan más burdamente
de viajes en un formato más tradicional. La distinción, como hace ver Kurt Spang
limitan a la descripción de una ciudad, como “Escenas madrileñas” (1882) de José Martí
o “Madrid” (1899) de Rubén Darío y, muy rara vez, de un país, como en “La atmósfera
de Holanda” (1913) de Gómez Carrillo. En muchas ocasiones, quizás las más, la atención
130
del escritor se centra en un aspecto particular de una ciudad, pues el espacio que la
crónica le brinda no le permite tratar un tema más amplio o diversos temas, además de
dosificar el material con que contaba para no agotarlo; tal es el caso, para no salirnos de
insistido, por los propios autores, la lectura adquiere otra dimensión, más totalizadora,
que tiene las características que Spang atribuye a los relatos de viajes extensos. Esto
sucede, para empezar, con el mismo Darío que publica libros como España
contemporánea o Tierras solares, donde narra sus travesías por el sur de España y
Tánger, y también con La Rusia actual (1906), La Grecia eterna (1919), Jerusalén y
tierra santa (1923) o El Japón heroico y galante (1917) de Gómez Carrillo, El camino de
Paros (1918) de José Enrique Rodó o En el país del sol (1918) de José Juan Tablada. En
otras ocasiones, es verdad, el eje unificador del libro, más que geográfico, responde al
bohemia (1919) de Gómez Carrillo. También hay ejemplos, como De mis romerías
(1920) de Manuel Díaz Rodríguez o Por los caminos del mundo (1926) del también
únicamente en los viajes del autor sin buscar otro eje temático, y casos en que la
literarios, como en Cuentos vividos y crónicas soñadas (1915) de Luis G. Urbina. Este
último título nos muestra dos elementos importantes: primero, que los modernistas
sabían perfectamente que la crónica era un género prosístico bien diferenciado de otros,
131
como el cuento o el ensayo y, segundo, que eran conscientes de la existencia del pacto
de los relatos de viajes más convencionales; sin embargo, por estar compuestos por
suele ser más variada y estar, curiosamente, mejor organizada. En cierta forma el todo es
más que la suma de las partes, pues nos ofrece la intensidad derivada de la concentración
de las crónicas y, a la vez, la distensión y apertura propia del relato de viajes extenso. El
único libro que Darío concibió y escribió como un todo, El viaje a Nicaragua e
Intermezzo tropical, imita la estructura de sus otros libros de crónicas, mostrando que le
agradaba el resultado final que adquirían y que estos no eran solamente una forma de
No podemos sino lamentar que varios escritores, como Gutiérrez Nájera, Martí y
del Casal no hayan tenido la inquietud, o la posibilidad, de recopilar sus crónicas, pues
así sabríamos cuáles eran los subgéneros y los textos que preferían. Esto, no obstante, no
impide que sean objeto de estudio de la misma forma que no se puede ignorar la
intencionalidad con que los modernistas escribieron sus crónicas, merece un apartado
económico, pues éstas constituyeron una de sus fuentes de ingresos principales. Pero no
132
solo las escribían para sustentarse, sino que el ejercicio de este género, al dotarlo de
mayoría de las veces los cronistas también tenían la intención de crear literatura.
Pero la crónica además cumplió otros dos papeles que resultaron fundamentales
para el movimiento: servir de espacio de debate entre los escritores de diferentes países y
como el surgimiento de la nueva sensibilidad, las lecturas comunes junto con una
posicionamiento ideológico. Los escritores no solo usaron este género literario como
ideas, sin lo cual no se podría explicar el surgimiento casi simultáneo del movimiento en
toda Latinoamérica.
Podría hablarse de una comunicación en dos niveles; por una parte, los cambios
a los géneros más tradicionales, poesía, novela y cuento, con sus respectivos sistemas de
publicación, no cabe duda de que la difusión del modernismo hubiera sido menor o, al
menos, más lenta. Y, por otra parte, de una forma más explícita, los modernistas se
cierto autor. Esto, naturalmente, no pasó inadvertido a Aníbal Núñez, que concluye: “El
133
Hablando de la difusión del modernismo, debe recordarse el gran impacto que
este tuvo en la sociedad en general, a grado tal que algunos de sus exponentes, como
popularización del movimiento, como lo hace ver Susana Rotker, en un estudio dedicado
a las crónicas de José Martí (Rotker, 1992: 78). Al escribir, los cronistas tenían en mente
a sus interlocutores pero, antes que a cualquier otra figura, al lector latinoamericano,
artístico, haya sido, en la historia cultural de América Latina, el movimiento literario más
resto del mundo (Europa, Estados Unidos y Oriente). El propósito deliberado de los
cronistas, para eso se les pagaba, de hecho, era informar a los lectores hispanoamericanos
de las novedades que estaban teniendo lugar en el resto del mundo. Algunos, como
Amado Nervo, fueron enviados por algún diario, en este caso El Imparcial, a cubrir un
en París. Pero la mayoría tenía la libertad de escribir sobre lo que mejor le pareciera,
como el aspecto de una ciudad, una costumbre determinada, el encuentro con una
recuento de un chisme.
Con sus enviados en el resto del mundo, los diarios, reflejos de la sociedad,
134
en consonancia con lo que proclamaban fervorosamente escritores como Martí o Rodó.
hispanoamericanas, que, a través de los diarios, encargaron a los escritores servir como
heraldos de las últimas tendencias mundiales. Esto explica también la variedad que
encontramos en esos miles de páginas y que va más allá de los temas tratados, pues si
y efímera del periodismo combinada con la pausada y racionada de la literatura; a los dos
principalmente los otros modernistas; a la geografía dicotómica que daba por hecho la
resto del mundo; y a la variedad temática y cultural que estaban obligados a ofrecer los
135
otros muchos géneros, como el cuento, el ensayo, el poema en prosa, el reportaje, la
géneros de manera variada y dosificada, obtiene sus rasgos definitorios, los cuales son,
A pesar de su aparente inestabilidad como género literario, la crónica llegó para quedarse
contemporáneo, Juan Villoro, escribe que “Si Alfonso Reyes juzgó que el ensayo era el
la prosa […] La crónica es un animal cuyo equilibrio biológico depende de no ser como
los siete animales distintos que podría ser” (Villoro, 2005: 14).
comunicación cultural aglutinante (que muy a su pesar fue solo unidireccional, como se
estudiará en el cuarto capítulo de este trabajo), que terminó por alterar la visión que
misma. Esto fue posible gracias a que la crónica de viajes modernista puede verse como
quien afirma que se trata de “procesos socioculturales en los que estructuras o prácticas
136
discretas, que existían en forma separada, se combinan para generar nuevas estructuras,
hibridación para analizar el efecto de los viajes (2001: 13) y, por su parte, Carrizo Rueda,
hablando sobre las características del relato de viajes (en el que se inscribe, como se ha
Entiendo por lo tanto, que nos encontramos con otro aspecto distintivo del relato
de viajes que resulta funcional para las características actuales de los más diversos
discursos culturales. Consiste en el hecho de constituir un canal idóneo para
incorporar lo heterogéneo, lo paradójico, lo sorpresivo, lo contradictorio, lo incierto
(Carrizo Rueda, 2008: 45-56).
137
3.2. El descubrimiento de Europa
A lo largo del periodo modernista resulta posible detectar una evolución en la prosa, el
tono y los temas privilegiados en el relato de viajes. Estos cambios coinciden también
con una transformación en la actitud de los escritores modernistas hacia Europa, que se
inicia con un deslumbramiento total y termina con cierto desencanto, causa y efecto del
En el caso paradigmático de Darío, las primeras crónicas son claramente más barrocas,
descriptivas y preciosistas, a semejanza de los cuentos de Azul, que las de la última etapa,
donde los temas políticos se hacen más patentes y el tono ensayístico sustituye a la prosa
preciosista descriptiva. En Gutiérrez Nájera y Julián del Casal, la crónica no muestra tal
evolución, lo que muy probablemente se debe a sus tempranas muertes. El caso de Martí,
que también sufrió una muerte precoz, es distinto: el prócer cubano, quizás por su
denuncia, sin renunciar por ello a la prosa modernista característica de esos primeros
Algunos de los escritores de la segunda etapa, como José Enrique Rodó o Manuel
Ugarte, otorgan al ensayo un lugar protagónico dentro del texto, y el relato de viajes es
muchas veces solo un pretexto para meditar sobre el estado social y político de Europa,
lo que, a la postre, será una excusa para analizar la situación y las perspectivas, tanto en
Paros (1918), el volumen que recopila las crónicas viajeras que Rodó escribió para la
revista argentina Caras y Caretas, hayan decidido dividirlo en dos partes: “Meditaciones
138
y Andanzas”. Incluso las crónicas de Amado Nervo, escritor de la segunda etapa del
modernismo y cuya obra poética se caracteriza por una sensibilidad extrema, muestran
A pesar de que Enrique Gómez Carrillo escribió cientos de crónicas durante casi
tres décadas, en sus obras dicha transformación es menos evidente que en la de sus pares.
Esto se debe, quizás, a que resulta imposible trazar una línea evolutiva en su producción,
pesar de estar separadas por solo dos años, resumen las diferencias en la prosa
reflexión que les permite asentarse en ella y analizarla con más objetividad, despojada de
todo vaho mágico. Por último, en el tercer estadio, los modernistas reconocen la herencia
europea, pero también se desvinculan parcialmente de ella para sustituirla por la creación
Que la evolución sea clara no significa que se puedan trazar cortes temporales
precisos: ya en las primeras crónicas se atisban las sombras del desencanto final y la
139
mientras que en las últimas aún existen fragmentos que se entregan a la descripción
todo caso, la primera etapa, la del descubrimiento de Europa, que es a la que está
dedicada este apartado, es una de las más uniformes, y sentará las bases tanto del estilo
como del pensamiento sobre la que desarrollarán su obra todos los viajeros.
zarpar, con las lecturas de los otros viajeros que visitaron previamente las tierras que ellos
planean recorrer. De hecho, es muy común que en los relatos de viajes el autor cite a los
escritores precedentes que escribieron sobre las regiones que ahora él describe,
Existen rutas que se han convertido en subgéneros del relato de viajes, como el viaje a
Oriente y el tour italiano de los escritores europeos del siglo XIX o las crónicas de Indias
de los descubridores y conquistadores españoles. También es muy frecuente que una obra
referentes europeos y, por tanto, ajenos, a diferencia de los viajeros europeos que durante
el siglo XIX viajaban guiados por sus propios predecesores. Flaubert, Nerval,
Chateaubriand, Lamartine y Gautier viajaron a Oriente tras leer los libros de viajes de sus
señala Said (2008), no dudaban en copiar páginas enteras. Darío, en cambio, por poner
autores latinoamericanos sino que menciona a los grandes poetas ingleses que recorrieron
ese país: Byron, Shelley y Keats, además de recordar a algunos de sus escritores insignes,
140
de viajes latinoamericanos que pudieran entusiasmarlo, pero también a una vocación
Con los años, esta actitud cambiará un poco, entre otros motivos porque los
modernistas se leían y comentaban entre ellos, conscientes de que tanto su estética como
sus viajes habían creado una tradición propia. Pero incluso quienes clausuraron el
sus lecturas viajeras, se mantuvieron fieles a los modelos europeos; el uruguayo inicia su
viajero europeo decimonónico, como Italia, Estambul, Marruecos o Jerusalén, con una
existen destinos que los obligan a adoptar una visión original, como España, país que,
por más que quisieran, no podían ver con los mismos ojos que De Amicis, Gautier,
Dumas padre o Andersen. El caso de España resulta clave para percibir la diferencia
entre los primeros dos estadios que hemos mencionado, el del descubrimiento y el del
Al final del modernismo, algunos cronistas alcanzaron tierras más lejanas que sus
modelos, en especial Gómez Carrillo, que visitó buena parte del globo, y José Juan
Tablada con su excursión al Japón. Pero incluso así, aunque los europeos que los
141
precedieron fueran pocos, no dejaron de acudir a las pocas fuentes que tenían a su
número. Solo el último de los seis libros de crónicas de viaje de Darío está dedicado a un
país latinoamericano, y se trata del suyo, Nicaragua, a pesar de que conoció casi todas las
Gómez Carrillo solo una obra está dedicada a Latinoamérica, El alma de Buenos Aires
Argentina, a pesar de haber atravesado el mundo. Esto responde al interés tanto de los
cronistas como de sus lectores, en lo que, tal vez sin saberlo, también se asemejaban a los
Pero al poeta romántico nunca se le habría ocurrido escribir un libro de viajes sobre su
propio país, fuera este Inglaterra, Francia o Alemania. No obstante, el viajero modernista
por afrancesado que fuera Gómez Carrillo, no podía ser para él un destino exótico. De
hecho, las veces que los modernistas vuelven la vista a su propia tierra, motivados quizás
por el viaje interior del 98 español, lo hacen con una conciencia social que no se
Pero, de todos los destinos, sin lugar a dudas, el preferido y el más deseado era
142
Yo soñaba con París desde niño, a punto de que cuando hacía mis oraciones,
rogaba a Dios que no me dejase morir sin conocer París. París era para mí como un
paraíso en donde se respirase la esencia de la felicidad sobre la tierra. Era la Ciudad
del Arte, de la Belleza y de la Gloria; y, sobre todo, era la capital del Amor, el
reino del Ensueño. E iba yo a conocer París, a realizar la mayor ansia de mi vida. Y
cuando en la estación de Saint-Lazare pisé tierra parisiense, creí hollar suelo
sagrado (Darío, 2007: 121)56.
París representaba, como remarca Octavio Paz, “más que la capital de una nación, el
centro de una estética” (Paz, 1987: 45). Los modernistas viajaban a Paris, pero viajaban
sobre todo al lugar donde vivían y habían vivido los escritores que admiraban, a los que
imitaban deliberadamente y a los que soñaban conocer, y donde era posible llevar una
vida “artística”. Se trataba de un destino literario por partida doble; era, a la vez, el
escenario de la obra de Henri Murger, Escenas de la vida bohemia, libro que sirvió de
Paul Verlaine, Jean Morèas y Anatole France. París era un decorado teatral donde se
representaba la vida bohemia57, pero era también la ciudad donde el escritor aspiraba a
encontrar su consagración. Entre estos extremos, que a menudo se funden, oscilaban las
impuesto por los románticos y los decadentes, pero también tiene un impulso más
latinoamericana, que es una extensión de una cultura europea, la española, hasta cierto
punto despreciada por las grandes potencias culturales de Europa, como Francia o
56En este capítulo, debido a la abundancia de los autores tratados, en las citas de fuente directa se incluirá el
año de la edición a la que se hace referencia.
57
“Desde el río, la vista de los antiguos edificios se asemeja a una decoración teatral”, escribe Darío en “El
viejo París”.
143
Inglaterra, desea desplazarse hacia el centro. Los románticos europeos viajan a la
periferia en busca de exotismo, para salirse del mundo, mientras que los modernistas –
periféricos– viajan a Europa –el centro– para entrar en el mundo. En un principio, los
quedándose en sus países, sino que tenían que viajar al lugar donde se gestaban las
con José Martí en Cuba y con un Darío que había recorrido varios países
adormilada, Madrid. Por si fuera poco, París ofrecía otra ventaja: frente a la amenaza
cultural y política que representaba Estados Unidos y la cultura sajona, y que los
modernistas percibieron desde muy temprano58, París, además de ser la capital de las
artes, era también la capital de la cultura latina. Gómez Carrillo lo expresa claramente en
Y es que París es un mundo, es que en París hay cien ciudades y cien aldeas, es que
París tiene todos los cielos, todos los climas, todas las bellezas, todos los contrastes…
Encaminaos hacia la estrella una tarde de estío, en la apoteosis del sol, entre los
esplendores de los Campos Elíseos, y sentiréis en vuestro corazón las exaltaciones
imperiales de los triunfos latinos… París será siempre la Atenas de los tiempos
modernos (Gómez Carrillo, 1919: 13).
58
Esto se muestra en crónicas como “Fiestas de la Estatua de la Libertad” de José Martí (1886) y “Por el
lado del Norte” de Rubén Darío (1892).
144
también la capital de la cultura y naturalmente se responde que sí, con lo que valida un
pasaje esencial de su vida, de su estética y de su carrera literaria:
Como Atenas, como Roma, París cumple su misión de centro de la luz. Pero,
actualmente, ¿es París, en verdad, el centro de toda sabiduría y de toda iniciación?
Hombres de ciencia extranjeros dicen que no, y muchos artistas son de opinión
igual; pero la consagración no puede negarse que la da París, sobre todo en arte. Y
para eso vienen D’ Annunzio de Italia, Sienkiewicz de Polonia, la Wiehe de
Dinamarca, la Guerrero de España y Sada Yacco del Japón (Darío, 1901: 154).
Con un poco de ironía, Amado Nervo también toca el tema en “¿Por qué va uno a París?”
(1902) y brinda una respuesta doble, la que atañe al viajero en general y la que se refiere
predica constantemente que en París hay muchas cosas nuevas para nosotros”, y agrega:
evoca los versos finales de “El viaje” de Baudelaire, pero Nervo, sin despojarlos de su
sentido lírico, les brinda también una explicación práctica, como si convirtiera la poesía
lo dice Darío abiertamente, “la consagración”. No cabe duda de que, de haberse quedado
en su Nicaragua natal, aunque la obra poética de Darío hubiera sido la misma, su difusión
habría sido bastante más limitada. Darío emprende su viaje al centro para ver “el
primer momento, con la publicación de una obra en alguna de las tres casas editoriales
145
Prosas profanas, ambos en 1901. Publicar en estas casas editoriales significaba darse a
los círculos hispánicos de París y en España, a pesar del recelo que el modernismo
América, dirigida por el peruano Francisco García Calderón, y contadas veces algunas
venezolano Pedro Emilio Coll y después del argentino Eugenio Díaz Romero.
francés. En este sentido, quien más fortuna tuvo fue Gómez Carrillo, cuyo libro, El alma
contrario de Rubén Darío, quien no llegó a ver en vida un libro suyo traducido al francés
simbolistas. Pero la fortuna le sonreiría aún más a Gómez Carrillo, pues consiguió algo
Sabe pintar un paisaje, una ciudad, un palacio, como Teófilo Gautier; pero alcanza
además a poblarlos, y en él el mármol y el bronce no aplastan a los hombres. Es a
veces risueño, familiar y exuberante, como Dumas padre; pero se ve que su
imaginación está siempre al servicio de la más estricta verdad. Cuando hace falta
muéstrase preciso, meticuloso, narrativo y gráfico, como Stendhal; especulativo y
documentado como Taine; fatalista sombrío, pictórico, melancólico y vago como
Loti; sensitivo, soñador y sutil, como Gerardo de Nerval; ergotista, combativo,
146
práctico y moderno como Julio Huret, de quien tiene la ojeada pronta y despiadada
y la frase instantánea (Maeterlink, 1920: VI).
los términos en que se refiere a Gómez Carrillo, al que compara con los mejores
escritores franceses de viajes, en contraste con la actitud que el mismo Gómez Carrillo le
Si algún escritor modernista alcanzó la gloria parisina, ése fue Gómez Carrillo. A
ello contribuyó que su obra estuviera constituida por relatos de viajes, género muy
poesía. Hubo poetas hispanoamericanos que, para poder atraer el interés de París,
escribieron su obra en francés; algunos corrieron con mejor suerte que otros. Por
ejemplo, José María de Heredia, de origen cubano, forma hoy en día parte de la literatura
referente muy claro, Pierre Loti, a quien, como señala Beatriz Colombi, imitó en todo lo
que pudo:
[…] ya que si algo se propuso Gómez Carrillo fue ser el Pierre Loti del mundo
hispánico. Para conseguirlo, tomó prestadas todas las facetas de la personalidad del
viajero francés: distante, objetivo, apolítico, antimoderno. En un gesto de simbiosis
imitó no sólo su escritura sino también su grafía. La firma de Gómez Carrillo
parece un calco de la que estampaba Loti en la portada de sus libros. Como aquél,
59
En La miseria de Madrid, uno de los personajes, Renjifo, le reprocha a Valera: “–Usted lee una obra, una
obra maestra a veces, como Azul, de Rubén Darío… Y como es un tomito de un americanito, usted se cree
con derecho a decirle que sus prosas o sus versos son dignos de ser comparados con los de algún autor de
segundo orden de Europa…” (Gómez Carrillo, 1923: 155 y 156).
60
Heredia, aunque no escribió en español, dedicó diez años de su vida a la traducción de la Historia
verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo.
147
también realizó numerosos viajes, pero su espectro espacial fue algo más amplio –
India, China, Japón, Rusia, Grecia, Jerusalén, Egipto, la Argentina–, dejando una
copiosa biblioteca viajera (Colombi, 2004: 232).
La figura opuesta al exitoso Gómez Carrillo podría ser la de Julián del Casal, quien no
solo no conoció la gloria de París, sino que ni siquiera pudo llegar a la ciudad por falta de
recursos económicos y se vio obligado a emprender el regreso a Cuba tras solo conocer
España, donde la fortuna tampoco le sonrió especialmente. Pero esto de ningún modo
significaba que el mito de París fuera menor en del Casal, sencillamente porque el mito
de París aumentaba mientras más lejos se estuviera de ella. Solo quienes hubieran
alcanzado el mito podían darse el lujo, hasta cierto punto, de darle la espalda y buscar
conocimiento profundo de París hasta el punto de que, sin haber nunca caminado por sus
París raro, exótico, delicado, sensitivo, brillante y artificial; el París que busca
sensaciones extrañas en el éter, la morfina y el haschich […] el París de las
heroínas adorablemente perversas de Catulle Mendès y René de Maizeroy […] el
París que visita en los hospitales al poeta Paul Verlaine […] el París que se
embriaga con la poesía de Leconte de Lisle y de Stéphane Mallarmé, el París que
tiene representado el Oriente en Judith Gautier y Pierre Loti […] y el París, por
último, que no conocen los extranjeros y de cuya existencia no se dan cuenta a la
vez (Del Casal, 1998: 280 y 281).
Este fragmento también muestra otra de las obsesiones de los viajeros modernistas: llegar
148
mientras que posteriormente se prestará más atención a la realidad social del entorno.
Más tarde se darían cuenta de que podían conseguir este objetivo construyendo una
mirada propia y contrastando los lugares que conocían con su propia geografía.
Pero mientras tanto, los viajeros modernistas viajan a París para conocer la ciudad
donde transcurren las novelas que leen, para ver la bohemia de primera mano y participar
en ella, para conocer a las figuras que admiran y copian, para publicar sus obras, para
buscar reconocimiento literario y para poder vivir en la ciudad como Baudelaire, y viajar
como Pierre Loti. No sorprende, entonces, que sobre todo en esta primera etapa viajera,
relato de viajes sea totalmente afrancesada, como si quien escribiera fuera un Loti que
por error hubiera nacido del otro lado del océano y hablara español. La peregrinación
decadente.
En sus primeros relatos de viajes, los modernistas siguen al pie de la letra las
parnasiana y simbolista llega a ser tan intensa, que se puede apreciar con mayor claridad
en sus relatos que en los de sus contemporáneos franceses, como el citado Pierre Loti.
Los modernistas conocen bien las características que desean imitar en la vida y en la
sentido, los libros de viajes les permiten aunar vida y literatura, experiencia y escritura
como ningún otro género literario, lo que, desde cierto punto de vista, convierte el relato
de viajes en el género romántico por excelencia; no es casual que todos los románticos –
ingleses, franceses y alemanes– hayan aprovechado las posibilidades que les brindaba.
61
Recuérdese la afirmación de Octavio Paz de que “el modernismo es nuestro verdadero romanticismo”
(Paz, 2003: 137).
149
A pesar de que cumplieron su sueño de llegar a París, los modernistas tienen la
requisito que cualquier aspirante a artista debe cumplir. La única sustitución que permite
naturalista. Así, recorren las calles de París como flâneurs, vestidos de dandis, oscilando
“De abajo, de la aldea tendida a nuestros pies, amodorrada en la quietud del mediodía,
nos llega un aire de música, monótona y triste, que se alza como penosamente de las
La tristeza que procuran los viajes es un tópico del relato de viajes modernista
que respeta una tradición cuyos orígenes tal vez se hallan en la novela Corinne o Italia
francesa: “Viajar es uno de los placeres más tristes de la vida”. Los modernistas, no
podía ser de otra manera, dotaron a sus viajes de un aura de melancolía que suele
aparecer sobre todo al principio de los relatos con el fin de marcar el tono del resto de la
150
verdes, todo en la ciudad de los Dux es triste, triste con esa tristeza que embriaga,
del amor y del vino, tristeza de voluptuosidades peligrosas para los que han sentido
en el cerebro los dolores de la pasión herida, del ideal crucificado (Díaz Rodríguez,
1896: 29).
En la segunda etapa del modernismo, los cronistas tienen una nueva e inesperada fuente
la alemana, y también la que ellos mismos producían. Rodó, un cronista con una visible
tendencia reflexiva y ensayística, muchas veces escribió los párrafos simbolistas como
por obligación, ya fuera para agradar al lector o para recordar que él también formaba
parte del modernismo que, con los años, se había convertido en una etiqueta prestigiosa.
Al leer “A bordo del Amazón” (1917), la crónica que describe su partida de América, el
Con la obligación de encontrar en todas las calles de París y en todas las rutas “orden y
151
palabra clave que utilizan una y otra vez para describir su mecanismo de viaje y de
Baudelaire en mente. Gómez Carrillo, en la “Psicología del viajero” (1913), texto que
puede leerse como una poética del relato de viaje modernista, lo expresa claramente:
“Por mi parte, yo nunca busco en los libros de viaje el alma de los países que me
interesan. Lo que busco es algo más sutil, más frívolo, más positivo: la sensación. Todo
viajero artista, en efecto, podría titular su libro: Sensaciones” (Gómez Carrillo, 1913: 46).
reflexiones se siguen viendo como una subjetivización del paisaje. Rodó y Ugarte
escriben crónicas más analíticas que descriptivas, lo que de ninguna forma significa
todas, y es la otra, manera más virgiliana, dar cuenta de la emoción que ante él sentimos.
Baudelaire sentenció que el viajero tenía que dirigirse hacia lo exótico, los modernistas
que no llegaron al destino exótico por excelencia, es decir, a Oriente, se las ingeniaban de
todas formas para verlo: “Después de las Candes y los grandes bosques de pinos se alzan
sus masas oscuras a lo largo de la vía férrea desde Burdeos hasta Bayona, se abre, al
152
vivas, como un paisaje oriental” (Ugarte, 1910: 5), escribe Manuel Ugarte en “El
burla de su propia conducta: “En tanto que los otros fuman cigarrillos egipcios, puestos
bastante similar en el caso de París, que tiene que hacer honor al mito. El “galicismo
mental” que Valera le reprochó a Darío en su famoso prólogo a Azul está presente en la
influencias literarias, pero también en la manera en que se vive y se retrata la ciudad. Los
modernistas llegan a París atraídos por la vida bohemia, por lo que no les queda más
remedio que vivirla. “Se comprende que la sobriedad no era nuestra principal virtud”
nostálgico de sus años parisienses. Pero el bohemio por excelencia fue Gómez Carrillo,
libro que puede leerse como relato de viajes y autobiografía novelada, el proceso que
desembarcar en Francia tenía una idea bastante idealizada de París debido a sus lecturas
francesas, que eran los libros de cabecera de todos los modernistas: “Durante el viaje de
153
Guatemala al Havre, leyendo libros franceses, confieso, empero, que me formé de la
existencia parisina una idea algo vertiginosa, y algo confusa, y muy falsa” (Gómez
de ella, surge de inmediato la decepción, que comunica a sus connacionales: “Si esto es
París, si esto es el Barrio Latino –les decía–, los libros me han engañado […] ¿Era
aquello París?... Entonces, verdaderamente, casi hubiera valido más no conocerlo, para
seguir amando su imagen falsificada y embellecida por los poetas” (Gómez Carrillo,
1999: 63 y 64).
Gómez Carrillo encontraría la forma de que la ciudad se adaptara a lo que se decía de ella
en los libros. Un amigo guatemalteco lo llevó de paseo a las galerías del Louvre, donde
conoció a Alice, que se convertirá en su amante y que le presentará a los poetas franceses
que tanto ansiaba conocer. Resulta revelador como, desde el instante en que Gómez
Carrillo logra hacer la conexión entre el París verdadero y el literario, la prosa, hasta
entonces parca, adquiere todas las características modernistas, como el uso de galicismos
154
A partir de entonces la actitud de Gómez Carrillo cambia por completo, pues se da cuenta
de que para que París sea “parisiense” debe verla como tal. Hasta ese momento, se había
contentado con visitar monumentos y buscar en vano la vida bohemia en los cafés 62.
Pero, gracias a la revelación de Alice, Gómez Carrillo deja de ver la ciudad tal y como es
A mi lado pasaban las parisienses. Yo las conocía como conocía los edificios. Las
había visto en los poemas, en las novelas, en las estampas. Sabía sus nombres, y
hasta tenía una idea muy exacta de sus intimidades. Si no hubiera carecido de
tiempo y de humor, las habría parado para preguntarles lo que hacían. ¿No eran,
acaso, mis mejores amigas? ¿No me habían hecho la confidencia de sus penas y de
sus intrigas y de sus deslealtades? Justamente por ahí iba madame Martin Bellême,
tal cual yo la dejara al final del libro de Anatole France. ¡Hasta el mismo traje
llevaba! Lo reconocí recordando que, según la opinión de los más doctos maestros
en ciencias frívolas, aquel vestido claro, en apariencia muy sencillo, sin adornos,
sin encajes, sin nada más que la ondulación suave de sus líneas, era en realidad un
poema de fino paño. Detrás de ella, ondulando, iba Colette, la ingrata amiga de
Charles Lacher, lo mismo que la había dejado en las últimas páginas de la novela
de Paul Bourget. ¡Qué bonita estaba, con sus cabellos muy pálidos y su boca de
madona de Boticelli! (Gómez Carrillo, íbid: 83).
Para Gómez Carrillo, París y todos los lugares que visitó y describió en sus crónicas no
son muy distintos de la imagen que ofrece de ellos la literatura. El gran éxito que conoció
el cronista modernista por excelencia se debe a que supo como ningún otro satisfacer las
exigencias de exotismo de los lectores, sin importarle que se tratara de París, de Rusia, de
62
En este mismo libro, Gómez Carrillo ofrece una definición de la bohemia que resulta interesante, pues a
la vez la despoja de su lirismo y explica su existencia: “La bohemia no es ni una fórmula de vida, ni una
disciplina literaria, ni un alarde momentáneo de desorden. La bohemia es, sencillamente, la juventud pobre
que se consagra a las artes y que lleva su miseria con orgullo” (Gomez Carrillo, íbid: 80).
155
realidad de los países, sino para confirmar que son tal cual se los describe en las novelas,
poemas y relatos de viaje de sus modelos europeos. Viaja para confirmar que Italia es la
Italia de Byron y que El Cairo es el Cairo de Nerval. Aunque todos los modernistas se
dejaron envolver por los clichés sobre los lugares que visitaban, no todos se limitaron a
del modernismo hubo quienes quisieron ver algo más allá del humo de las narguiles
orientales y de los cigarrillos de los cafés bohemios, como José Enrique Rodó y Manuel
América Latina.
bien, y, como puede leerse en las citas anteriores, preferiría no conocerla si no tuviera la
acercamiento objetivo con fines políticos o sociales a cualquiera de los muchos sitios que
conoció el viajero guatemalteco. Sus crónicas, que se leen con verdadero placer, no dan
cabida a cuestiones que se alejen del simbolismo, de la vida bohemia y del decadentismo.
Lo mismo sucede con muchos relatos de la primera etapa, como señala Cristina
del ochenta cuyos relatos, si bien no se inscriben dentro del modernismo, comparten con
su primera etapa la primacía de los libros con respecto a la realidad: “La París leída tiene
tanta fuerza que se impone sobre la París visitada y vivida, y esta imposición es tan brutal
que expulsa del viajero toda posibilidad de establecer un pacto de mirada con la ciudad.
Manuel Ugarte, junto con otros, percibió rápidamente la relativa limitación que
representaba ceñirse de modo tan estricto a la imagen de los lugares que ofrecían los
156
libros. El escritor argentino oscila entre el deseo de adaptar su mirada a la de sus modelos
literarios y la preocupación por poder percibir la realidad tal cual es; por ejemplo, al
tenebroso que evoca sensaciones oscuras y fúnebres, pero decide abandonar esta actitud
y prestar atención a lo que ve sin relacionarlo con las lecturas de su formación literaria:
“Pero todas estas imágenes de pesadilla nos vienen en gran parte de las lecturas, y las
lecturas son a menudo espejismos de otras almas. Olvidemos los libros y volvamos a la
principio a las cuestiones sociales. El argentino a veces parecería reprocharles a sus pares
que se abandonaran a sus sueños y renunciaran al análisis social. “Pero el humo del
cigarro y la somnolencia en que nos sume el ferrocarril no bastan para hacernos caer en
la tentación de creer nuestros sueños. Contra todas las acechanzas de la fantasía, está la
sana visión de la realidad”, escribe en “El perfume de los pinos”, crónica en la que se
alternan los párrafos más visiblemente modernistas con otros más reflexivos, despojados
una consecuencia de su modo de mirar, el cual está “matando una sensación para hacer
nacer una idea” (Ugarte, 1910: 14), lo que puede leerse como un distanciamiento de otros
cronistas y una nueva poética que inspiraría a escritores como Rodó y a un Darío
transformado.
lo exótico y cuyas preocupaciones eran más bien formales como José Juan Tablada,
escribe en su hermoso libro sobre Japón: “Tomar una pluma y un tintero, urdir un
capítulo, cambiar las sensaciones dulcísimas por las idea penosas” (Tablada, 1919: 67).
157
Esto demuestra hasta qué punto se generalizó la idea de que el relato de viajes ya no se
la reflexión social y política, lo que terminó sucediendo no solo en sus crónicas sino
por un momento de los cisnes para interesarse, por ejemplo, por uno de sus temas
recurrentes, la amenaza que representaban los Estados Unidos en plena expansión para
Hispanoamérica y para la cultura latina en general. Pero se trata de textos más bien
parte de su obra.
Darío conoció a Ugarte en París, siempre mostró simpatía por él e incluso prologó
uno de sus libros, Crónicas del bulevar, en el que afirma: “París ha enseñado a este
escritor entusiasta y joven las luchas del trabajo; le ha interesado en los problemas del
158
Darío, obligado por la realidad y hasta cierto punto decepcionado por el trato que le
social que determinó su carrera literaria y política. En los relatos de viajes europeos de
Ugarte es posible leer el germen de lo que sería su mítica gira americana, llevada a cabo
entre 1911 y 1913, que en cierta forma fue el otro lado de la moneda del periplo
Para concluir, es justo destacar el hecho de que si bien los cronistas modernistas
como Darío, Díaz Rodríguez, José Juan Tablada y, en especial, Enrique Gómez Carrillo
cayeron en la tentación y en el relativo facilismo de ver con ojos exóticos cualquier lugar
una pieza teatral, nunca aplicaron este procedimiento con Latinoamérica. Ellos aspiraban
a que la América Española tuviera un lugar dentro de las literaturas del mundo y a que
sus escritores pudieran escribir con la libertad temática y estilística de cualquier europeo.
Para hacerse un lugar en los círculos literarios de París, en lugar de escribir sobre la
misma París o sobre Fez, en lugar de embriagarse en sueños de ajenjo y defender el arte
por el arte, hubiera sido más fácil explotar la faceta exótica de América Latina y escribir
sobre las selvas nicaragüenses, sobre los ritos mágicos de los indígenas guatemaltecos o
sobre la vida errante de los gauchos. Pero ellos sabían lo evidente: que América Latina
resultaba exótica a los ojos de un europeo, pero no a los de un latinoamericano. Las veces
159
que se acercaron a América lo hicieron de una manera reflexiva, dejando a un lado los
escenarios exóticos y dando paso a un realismo así, sin adjetivos, como se verá al final
Además, en una segunda etapa, al escribir sobre el mundo, ya fuera París, Madrid o el
Japón, siempre lo hicieron desde un punto de vista latinoamericano, sin buscar una falsa
objetividad o neutralidad que también hubiera facilitado la lectura de sus libros a los ojos
culturales.
Pronto se darían cuenta de que quizás, como alguna vez pensó Gómez Carrillo,
París no cumplía sus promesas, y de que era posible mantener una relación con Europa
160
3.3. El reconocimiento con España
Si bien los orígenes del modernismo pueden rastrearse desde la década de 1880, la
crónica de viajes conocerá su esplendor años después, alrededor del cambio de siglo, por
el simple motivo de que fue entonces cuando los modernistas empezaron a viajar y a
escribir sobre sus viajes metódicamente. La excepción que resalta es la de José Martí,
quien a pesar de morir en 1895 dejó un puñado de crónicas que tendrían gran influencia
en sus sucesores.
En París, los cronistas descubren la ciudad de sus lecturas, o más bien, la adaptan
a sus lecturas; a la vez, niegan su herencia hispánica, que España tampoco acepta,
medida la relación entre las literaturas de ambas orillas del Atlántico. Sin embargo, no
pasaron muchos años para que París se revelara como lo que en realidad era: una fábula.
reconocen en ella; en lugar de darle la espalda, ahora la aceptan como una parte de su
América con urgencia. Tendría que esperar hasta diciembre de 1898 para volver a pisar
Europa, y esta vez sí, establecerse de manera permanente. En su primer libro de crónicas,
esta primera etapa viajera, aunque también es posible entrever la materia que más tarde
161
transforma radicalmente, tanto en sus principios estéticos como en su marco ideológico,
los viajeros manifiestan una honda preocupación social e intelectual. Este cambio es tan
radical como el que experimenta la poesía del nuevo siglo, que trata temas políticos de
manera deliberada, lo que hubiera sido impensable diez años atrás. Esta revolución
transformación en el estilo, que tiende cada vez más al uso del lenguaje coloquial y a la
ironía. De nueva cuenta la prosa se adelanta a la poesía y la crónica prefigura los cambios
que culminarían en la obra de poetas como Ramón López Velarde y Leopoldo Lugones.
prosa ensayística y a la crítica social. Esta tendencia responde tanto a la evolución interna
del movimiento como al hondo fracaso que significó la estancia parisina para la mayor
parte de los modernistas. Quizás el único que hasta el final de sus días, en su residencia
en París o en Niza, siguió siendo un dandy y un personaje de novela decadente haya sido
Enrique Gómez Carrillo. El guatemalteco pudo darse este lujo por ser el único escritor
escribiendo y publicando sus crónicas de viajes con gran éxito hasta el final de sus días.
Dicha consagración lo fue alejando paulatinamente del movimiento o, para ser más
su esfera ideológica. Lo que alguna vez fue novedad, con el tiempo se convirtió en
162
misma; efectiva y amena, preciosista y exaltada, pero, a fuerza de repetirse y sobre todo al
Horacio Quiroga.
disperso por toda América lo convertían en el escritor que conquistaría como un mero
trámite la capital de las letras y de las artes. En 1900, tras unos meses en España, se
dirige finalmente a París. Sin embargo, como señala Gustavo Guerrero, la realidad que
Resulta, pues, bastante comprensible que, cuando deja España en 1900 para ir a
instalarse en la Ciudad Luz, Darío declare que se va para siempre: su visión del
porvenir es entonces la de un rápido camino hacia la gloria, al vivo son de una
marcha triunfal. Catorce años más tarde, el balance no sólo es decepcionante: es
trágico (Guerrero, 2007: 23).
hispano-américaine en France au XXè siècle, que durante los catorce años que Darío pasó
en París ninguno de sus libros se tradujo al francés, que los pocos poemas traducidos en
revistas no tuvieron el menor impacto y que no se puede afirmar que haya entablado
amistad con las figuras literarias a las que tanto admiró y buscó, como Verlaine o
Moréas. En su autobiografía, Darío sintetiza en una frase la relación que mantuvo con los
163
poetas simbolistas: “Jamás pude sino encontrarme extranjero entre estas gentes”. El
único escritor francés que menciona a Darío, Valéry Larbaud, lo hace hasta 1914 y de
casi cierta de la gloria parisina hace que Darío vea a España por encima del hombro,
herido todavía, quizás, por las críticas feroces o falsamente benevolentes que su literatura
había suscitado en el medio cultural madrileño. Pero antes de partir hacia Francia, y
aunque ya estaba embriagado por las mieles de un éxito que parecía inevitable, Darío
parece consciente de los riesgos que conlleva la bohemia con la que soñó tanto tiempo y
que vivió fugazmente ocho años atrás. En las primeras páginas de España
contemporánea lanza una advertencia que, más que como una reprimenda de carácter
moralista, debe leerse como una reflexión sobre la esencia del artista y sobre la
desconfianza hacia la vida hueca del café, en donde brilla, sin ninguna luz que lo opaque,
Gómez Carrillo. Darío tiene temor de que su talento se vea comprometido por las
al máximo, ahora que la bohemia era inminente, Darío la despoja de su aura mítica:
Por él (Santiago Rusiñol) los nuevos aprenden en ejemplo vivo que el ser artista
no está en mimar una Bohemia de cabellos largos y ropas descuidadas y consumir
bocks de cerveza y litros de ajenjo en los cafés y cabarets, sino en practicar la
religión de la Belleza y de la Verdad, creer, cristalizar la aspiración en la obra,
dominar el mundo profano, demostrar con la producción propia la fe de un ideal;
huir de los apoyos de la crítica oficial tanto como de las camaraderías
inconscientes, y juntar, en fin, la chispa divina a la nobleza humana del carácter”
(Darío, 1902: 16).
164
Si el fracaso parisino de Darío es incuestionable, el caso de Quiroga es más extremo
todavía. Con veintiún años de edad, el uruguayo se embarca rumbo a París a finales de
marzo de 1900 en un viaje cuyo objetivo no es muy claro, aunque se adivina que desea
convertirse en un poeta bohemio y en un cronista de viajes. En los cuatro meses que dura
su periplo logra enviar un par de crónicas al diario de Salto, Uruguay, y esbozar algunos
poemas y fragmentos literarios, algunos de los cuales más tarde rescatará en su único
libro de poemas, Los arrecifes de coral. Además, lleva un diario de viaje que se publica
de manera póstuma, y que tiene especial interés por ser de los pocos diarios de viaje que
Durante los primeros días de navegación, Quiroga escribe en su diario una prosa
leído en Salto. Casi todos los escritores dedicaban algunos párrafos a describir los
colores del mar durante la travesía marítima, y Quiroga no quiere quedarse atrás:
Por fin concluye este viaje. Es sabido que mañana llegaremos a Génova, de las 5
pm, más o menos. Ya esto amenazaba ser fatal. Yo creo que toda la vida he estado
63
El otro diario de viajes relevante del periodo modernista es el Diario de campaña de José Martí, en el que
cuenta el recorrido caribeño cuya meta final era Cuba, donde Martí murió en combate en la guerra de
independencia.
165
embarcado, que no tuve nunca amigos, ni parientes, ni novia. Nadie, absolutamente
nadie, por más fuerza de imaginación que se haga, es capaz de figurarse lo que es
un viaje de estos. También caí yo en la soncera de procurarme grandes soles,
grandes charlas, grandes temporales; atractivos aquí y allá, en cualquier detalle, en
cualquier balanceo, en cualquier escuchante. Nada, absolutamente nada. Todo es
un rodar continuo, sujetando en una mano una pipa de opio, y en el horizonte la
misma estúpida limpieza del agua (Quiroga, 1999: 33).
herencia que había cobrado por la reciente muerte de su padre. Un día, sin tenerlo de
dinero. A partir de este instante se suceden una serie de contratiempos que se encarga de
al 2 de junio, leemos: “Bajaré a almorzar, e iré luego, creo, al Jardín de plantas. Allí me
distraigo un poco, aunque me hace un poco de mal ver la tranquila vida de esos animales
Según cuenta no tiene dinero ni siquiera para comer, debe dos meses de renta,
tiene que subsistir comiendo un pan con queso al día y empeña todas sus pertenencias,
incluyendo su bicicleta. Quiroga era un fanático del ciclismo, y uno de sus objetivos en
París era ver el Tour de Francia, lo que no puede concretar por no tener dinero para
tiene dinero para el boleto de regreso y, en el colmo de la mala suerte, por varios
préstamo que les pide se aplaza indefinidamente; mientras tanto, Quiroga se gasta sus
166
el pelo y la barba largas, que escandaliza a sus conocidos. Finalmente llega una carta de
Uruguay con dinero para el boleto de regreso, y Quiroga se despide de París y de Europa,
En cuanto a París, será muy divertido pero yo me aburro. Verdad que no tengo
dinero, lo que es algo para no divertirse. De todo modos, es hermosa la ciudad
aquella en que uno se divierte, ya se llame París o Salto […] Quédense en buena
hora con él los que gozan; pero yo no tengo ninguna razón para eso, y estoy en lo
verdadero diciendo que Montevideo es mejor que París, porque allí lo paso bien;
que el Salto es mejor que París, porque allí me divierto más (Quiroga, 1999: 107).
modernistas. No dice nada sobre los simbolistas, fin último de la peregrinación, por lo
que seguramente no los conoció y, si los llegó a ver, no le causaron ninguna impresión
destacable. Aun así, por fugaz que fuera, su encuentro con los modernistas resulta muy
significativo.
Años después, según sostiene Emir Rodríguez Monegal en el prólogo del diario,
Quiroga afirmará que “todos ellos [los poetas modernistas], salvo Darío que lo vale y es
muy rico tipo, se creen más de lo que son” (Rodríguez Monegal, 1949: 9). Quiroga se
refiere a los poetas que conoció en París, pues ya en Argentina y Uruguay entabló una
estrecha amistad con Rodó y con Lugones, escritores que poco tenían que ver con sus
antecesores.
Sin lugar a dudas, la figura que más rechazo le provocó fue la de Enrique Gómez
Carrillo, a quien conoció, dónde más, en un café. La noche del encuentro tuvo lugar una
discusión que puede servir como escenificación de uno de los conflictos que han
167
noche en el café parisino: por un lado Quiroga, con un aspecto lamentable, sin obra
publicada y sin dinero; por el otro Gómez Carrillo, en su actitud de dandy, perfectamente
alguna de sus enamoradas francesas. Quiroga, sin que viniera a cuento, le pregunta a
Gómez Carrillo si habla guaraní, a lo que el guatemalteco le responde que no sabe lo que
es eso. Quiroga le explica que es una lengua de “nuestra América”. Gómez Carrillo, en
mejor se ponga a estudiar alemán. Los encuentros posteriores no fueron más agradables,
y la relación se cortó cuando Quiroga le pidió empleo en vano a Gómez Carrillo, quien
Aunque el resto de vida Quiroga afirmó que recordaba ese viaje como una
periodista. En su fuero interno, Quiroga consideraba que se había vuelto escritor en París.
Sin saberlo, con el fracaso absoluto de su viaje, Quiroga inauguraba una tradición
latinoamericana replegada sobre sí misma, más afecta a escribir sobre la rudeza de las
selvas del continente que sobre los encantos de Europa. Por otra parte, en el cambio
abrupto que hay entre las primeras entradas de su diario y las últimas es posible constatar
empezó a perder su encanto cuando se hizo accesible para muchos. Apenas en 1904,
Darío se refiere a ella, en una crónica titulada irónicamente “En el ‘país latino’”, como si
168
Un joven hispano-americano que llegó a París recientemente, lleno de frescas
ilusiones y de antiguas lecturas, me pidió que le llevase a conocer el Barrio Latino.
Tenía su Murger bien conservado, y la leyenda verleniana y moreesca flotaba en
sus imaginaciones. Yo no quise derribar tanta ilusión con palabras, sino que,
después de mucho tiempo de no pasar el río, lo pasé con él dos noches, a fin de que
por su propia observación se convenciese de lo mucho que dista la realidad de hoy
de las pasadas historias (Darío, 1920: 69).
A partir de los primeros años del siglo XIX la relación de los modernistas con París tiende
figuras estelares, dejan de verla como el único territorio donde es posible ser artista, pero
nunca dejan de admirarla, aunque lo hacen de una forma menos idealizada y más
turística. Esto se aprecia claramente en el libro de Amado Nervo El éxodo y las flores del
camino (1902), único relato de viajes que Darío menciona en su autobiografía y al que
éxodo y las flores del camino es un libro de lectura amena, lleno de reflexiones mordaces
modernista lo hace como para cumplir un requisito cada vez más flexible. Resalta la
inspirados en el viaje entre los capítulos narrativos, lo que, aunado al novedoso uso del
169
repercusiones estéticas ni mayor influencia en sus contemporáneos ni en las generaciones
caracterizarían tanto la novela y el cuento como el relato de viajes del siglo que recién
empezaba, y bien puede considerarse como uno de los primeros collages de las letras
latinoamericanas.
Nervo, como tantos otros poetas, llegó a París como corresponsal en 1900 para
cubrir la Exposición Universal, continuando así con el oficio que había aprendido gracias
a sus colaboraciones para El correo de la tarde de Mazatlán ocho años atrás. Pronto se
incorpora al grupo de los latinoamericanos, aunque está muy lejos de sentir la reverencia
que estos profesaban por los poetas simbolistas. Una noche, en un café, coinciden con
Moréas, y Gómez Carrillo le ofrece a Nervo presentarle al célebre poeta, a lo que el poeta
mexicano accede con desgano; después de todo, conocer a un auténtico poeta parisino
constituía una parte indispensable del viaje y la sucesiva descripción del encuentro llegó
dice a Moréas que Nervo solo viajó a París para conocerlo, lo que halaga al poeta griego
–Con que usted vino desde México sólo a verme… (¡diablo de Gómez Carrillo!)
–Pues sí… sólo para eso vine. Es cierto que me dije: “De pasadita veré la
Exposición, conoceré la capital del mundo, viajaré un poco; pero así, de pasadita…
(Nervo, 1902: 130).
Moréas y Nervo acuerdan encontrarse al día siguiente para charlar, pero el mexicano no
acude a la cita por desinterés, lo que, naturalmente, Moréas toma como una afrenta
Esto no impide que Nervo, en sus crónicas, se siga burlando de él, por ejemplo, cuando
170
Moréas afirme ser un admirador de la poesía del siglo de oro, aunque no hablara español
y su conocimiento se limitara a pronunciar una y otra vez, sin que viniera a cuento, el
que muestra que también él pasó de la devoción por los poetas simbolistas a la
decepción:
Me había dicho que Moréas sabía español. No sabía ni una sola palabra. Ni él, ni
Verlaine, aunque anunciaron ambos, en los primeros tiempos de la revista La
plume, que publicarían una traducción de La vida es sueño, de Calderón de la
Barca. Siendo así como Verlaine solía pronunciar con marcadísimo acento, estos
versos de Gongora: “A batallas de amor campo de plumas”; Moréas, con su gran
voz sonora, excalamaba: “No hay mal que por bien no venga”… O bien: en cuanto
me veía: “¡Viva don Luis de Góngora y Argote!”, y con el mismo tono, cuando
divisaba a Carrillo, gritaba: “¡Don Diego Hurtado de Mendoza!” (Darío,
2007:124).
términos poéticos como prácticos, y lo más que ofrecía eran postales turísticas ¿a dónde
voltear? Estados Unidos era percibido cada vez más como una amenaza64 y España como
un retroceso. El resto de Europa tampoco era una posibilidad que los modernistas
Italia era perfecta para recrear el viaje romántico, pero no para desarrollar una carrera
artística o emprender una renovación dentro del movimiento. Darío, en “De la influencia
64
Las ideas expuestas en los ensayos de Martí, más que en sus relatos de viajes estadounidenses, según los
cuales Estados Unidos era un poder imperial del que había que cuidarse, además de representar una
modernidad poco “poética”, se convirtieron en un tópico del modernismo. Las impresiones de los viajeros
modernistas que visitan Estados Unidos suelen ser parecidas a la opinión de Nervo: “Salvo tal o cual
monumento, tal o cual particularidad que no alcanzo a fisonomizarlas, las grandes ciudades americanas,
vistas a lo menos como yo las he visto, muy más al vapor que el maestro Sierra, son iguales; tienen todas
ese aire de formidables agrupaciones provisionales, como interinas, que se nos antoja están ahí ‘por lo
pronto’, esperando el momento oportuno para irse a invadir el mundo. Causan curiosidad, pero no
despiertan esa sensación hermosa de lo monumental, salvo acaso la entrada a la bahía de Nueva York
(Nervo, 1902: 12).
171
del pensamiento alemán en la América española” es rotundo tanto en su rechazo a la
Francia:
Después de recorrer casi toda la América española y de haber residido por algún
tiempo en varias de las repúblicas, creo poder afirmar que las ideas alemanas no han
encontrado ni pueden encontrar buen terreno en nuestro continente. […]
Por más que se diga, somos, más que otra cosa, hijos mentales de Francia, de
la civilización latina. Un impulso latino mantiene nuestro anhelo de libertad y de
belleza. Los mismos defectos son heredados y tradicionales, cuando no reflejados o
impuestos por una ley simpática (Darío, 1917: 56).
‘espirituales’. Hamburgo es alegre, casi con alegría latina, en cuanto cabe en un centro
Gómez Carrillo tiene una opinión similar a la de Darío, lo que muestra que más
que una antipatía natural del nicaragüense hacia la Europa nórdica, se trataba de un
prejuicio extendido en la época: “Holanda es, por excelencia, el país que conviene a los
que quieren pensar en la paz, en la bondad, en la justicia. Todo es suave, bajo este cielo
sin violencias, todo es dulce en esta atmósfera de matices. Todo es serio, además”
rechazada en un primer momento. España, por su parte, también había cedido en buena
medida al recelo que mostró frente a las primeras manifestaciones del modernismo
hispanoamericano. El tiempo del verdadero encuentro entre los dos grandes bloques del
mundo hispánico había llegado, motivado en parte por el rechazo francés pero también
por una evolución ideológica del modernismo y por una menor reticencia a la literatura
172
latinoamericana por parte de España. Además, tras el desastre del 98, la relación entre
ignorar este conflicto, pero cuando la fiesta parisina terminó, los modernistas tuvieron que
afrontar y redefinir su relación con España en lo que fue el inicio del regreso y un
ejercicio de introspección. Aunque todavía estaban por venir los viajes orientales de
173
cualquier acercamiento desprejuiciado: por una parte, el antihispanismo visceral de
Estambul.
Washington Irving y Edmundo De Amicis, entre otros. Y así lo hicieron; algunas veces
cayeron en el facilismo de orientalizar España, como Manuel Ugarte65 (ver página 153) y
otras, las más, se limitaron a ver en ella un símbolo del atraso político, económico y
cultural, influidos por la leyenda negra, que era la otra cara de la moneda de la visión
romántica.
evoca su primera estancia en la capital española, a la que llega procedente de París, que
La vida del escritor siempre estuvo rodeada de escándalos, y esta vez su conducta
disipada levantó tal revuelo que el presidente de Guatemala, que le otorgaba una beca, le
melancolía tal que le impedía ver cualquier aspecto positivo de su nuevo lugar de
65
En defensa de Ugarte hay que resaltar el hecho de que dice ver en España un “paisaje oriental” antes de
afirmar que desea despojarse de las ideas preconcebidas de los libros y ceñirse exclusivamente a lo que ve.
174
residencia, como él mismo lo acepta en retrospectiva al recordar sus primeras
impresiones de la Puerta del Sol: “Mi estado de ánimo, muy sinceramente amargo, no me
permitía darme cuenta de la alegría populachera, sencilla, clara, chillona que se elevaba
de aquella multitud a aquella hora tibia y lunar” (Gómez Carrillo 1923: 8).
nostalgia parisina. Gómez Carrillo, al igual que muchos modernistas, le reprocha a los
las provenientes del otro lado del Atlántico, lo que los conduce a alabar sin reservas y sin
sustento crítico a sus propias figuras. Esta situación, imperante en los medios culturales y
en las tertulias de los cafés, la percibe el viajero desde sus primeras noches en la pensión,
en la que la dueña, naturalmente, le muestra poca simpatía por vivir con una mujer con la
En descargo de nuestra patrona, hay que decir que no era ella la que más antipatía
nos demostraba. Había en su casa, como en todas las “pensiones” españolas,
algunos señores prematuramente envejecidos y totalmente agriados, para los cuales
lo que salía de la pauta de vida madrileña era insoportable y hasta peligroso. El
mundo, para ellos, componíase de Cánovas, Sagasta, Castelar, Zorrilla, Frascuelo,
Lagartijo, Pérez Galdós y Mariano de Cavia (Gómez Carrillo, 1923: 28).
situación económica era muy delicada por no poder cobrar la beca prometida por el
gobierno guatemalteco, empezó a cosechar éxitos: además de llevar la vida bohemia con
la que siempre había soñado, publicó su primer libro que, inesperadamente, le deja algún
dinero y, sobre todo, le brinda reconocimiento crítico de las plumas más prestigiadas
que consigue en la capital española la utiliza como catapulta para regresar a París.
175
Las críticas más duras y mejor fundamentadas de España son la de Darío, también
motivadas, hay que decirlo, por la indiferencia o rechazo que suscitaron sus primeros
libros en la prensa hispana. Cuando, tras ocho años de ausencia, regresa a Madrid, su
En lo intelectual, he dicho ya que las figuras que antes se imponían están decaídas,
o a punto de desaparecer; y en la generación que se levanta, fuera de un soplo que
se siente venir de fuera y que entra por la ventana que se han atrevido a abrir en el
castillo feudal unos pocos valerosos, no hay sino literatura de mesa de café, la
mordida al compañero, el anhelo de la peseta del teatro por horas, o de la
colaboración en tales o cuales hojas que pagan regularmente; una producción
enclenque y falsa, desconocimiento del progreso mental del mundo,
iconoclasticismo infundado o ingenuidad increíble, subsistente fe en viejos y
deshechos fetiches (Darío 1902: 123).
Después, en la misma crónica, Darío se queja del desdén mutuo que ha primado en los
literatos de ambas orillas del Atlántico, para concluir que, a pesar de ciertos esfuerzos de
apertura y de ciertas figuras que mostraron curiosidad e interés por leer la literatura en
culturales entre España y América Latina al tiempo que prepara su viaje a París con la
latinoamericanos que “se han cuidado poco del juicio de España y, con raras
excepciones, no han enviado jamás sus libros a los críticos y hombres de letras
176
identificarse más bien con los que encontraron rechazo crítico mientras la atención se
Por otra parte, se le puede reprochar a Darío la dureza con la que escribe sobre
paisaje y confirmar los prejuicios de la época, Darío lee a fondo a los escritores españoles
de su tiempo, e incluso hoy podría afirmarse que muchas veces sus juicios fueron
Emilia Pardo Bazán, Miguel de Unamuno, Marcelino Menéndez Pelayo y Juan Valera, y
como Campoamor, Ruiz Zorrilla, Cánovas del Castillo y Núñez de Arce. En sus crónicas
ostensiblemente con los libros de los viajeros europeos, que veían a España como una
recorrer otro país, ya sea metropolitano o también periférico, muestra gran curiosidad
proveniente del centro, en cambio, suele contentarse con perpetuar la imagen que su
no eran un campo fértil para la revolución modernista. Los cambios estéticos avanzaban
con mayor velocidad de la que los círculos literarios madrileños toleraban. “Hemos
177
Real Academia Española permitiese usar la palabra trole, nos habíamos hecho del
aparato” escribe Darío (1902: 117), ejemplificando la posición de vanguardia que habían
como realidad objetiva en Francia o Inglaterra. En una crónica titulada “España negra”,
el nicaragüense se contenta con reproducir los prejuicios repetidos una y otra vez por los
viajeros europeos, sin cuestionarlos: “Si Versalles recuerda a una coja encantadora de la
historia, Aranjuez guarda aún el perfume de una tuerta hechicera” (Darío 1902: 85).
Otras veces cede al facilismo de la poética de las castañuelas y ve en España una tierra
perverso mecanismo de la visión romántica, que idealiza una cultura reduciéndola a sus
modernidad: “[España] es la tierra de la alegría, de la más rojas de las alegrías: los toros,
las zambras, las mujeres sensuales, Don Juan, la voluptuosidad morisca; pero por lo
apertura por parte de España hacia la nueva literatura latinoamericana. Tras algunos años
178
Pero ¿qué sucedió para que cambiara la actitud de los modernistas respecto a
España. ¿Qué tan grande fue dicho cambio? Las respuestas son muchas y de muy diversa
índole.
Madrid. En cuanto el guatemalteco empieza a tener éxito, ve a España con otros ojos. La
sus crónicas por encima del estilo preciosista. Si en un principio se conformaron con la
descripción sensual del paisaje, con vivir en carne propia y escribir su versión de la
bohemia de la que tanto habían leído, con la búsqueda de un arte puro y con reproducir
los prejuicios de los viajeros europeos, ahora buscan un viaje más personal y reflexivo, lo
que los conduce inevitablemente a una reformulación total del discurso que habían
fracaso que significó París para la mayoría de los escritores latinoamericanos. Al sentirse
con España. La segunda etapa del modernismo de la que habla Paz puede verse
179
y la reconciliación postergada durante casi un siglo con España, la raíz europea de
reclamar la posición central que España ocupa y merece dentro de las grandes culturas
era la bisagra que los relacionaba con Europa. Al reivindicar la plena pertenencia de
España a Europa concebida como entidad cultural, los modernistas también defendían su
alguna vez creyeron fervientemente que el progreso solo podía conseguirse de la mano
que pueden aspirar es a un progreso propio, original. Francia nunca llega a verse como
una amenaza cultural como sí sucede con Estados Unidos, pero deja de considerarse el
modelo a seguir.
El peligro latente y real que los modernistas veían en Estados Unidos y cuya denuncia
fue una de las primeras expresiones políticas del grupo, acabó convirtiéndose en una
constante como otrora había sido la exaltación de París. Martí y Darío fueron los
180
1898. Cuando esta tiene lugar las simpatías de los modernistas, qué duda cabe, están del
lado español, al que se ve como un padre ultrajado. Con la derrota a manos de los
imperialismo, neologismo que se populariza con una velocidad vertiginosa. Los poetas
latinoamericanos, más que solidarizarse con España, ven en su derrota una derrota
propia; son claros al afirmar que Cuba debe ser una nación independiente, pero, de no
serlo, prefieren sin asomo de duda que permanezca bajo la tutela hispánica.
patria” que aparecen en España contemporánea en una crónica titulada “En el mar”,
derrota: “Acaba de suceder el más espantoso de los desastres; pocos días han pasado
desde que en París se firmó el tratado humillante en que la mandíbula del yankee quedó
por el momento satisfecha después del bocado estupendo: pues aquí podría decirse que la
caída no tuviera resonancia” (Darío 1902: 122). Todavía no aparecen, o Darío no sabe
verlas, las primeras muestras de la honda reflexión que motivó la derrota española en la
generación del 98; queda como asunto pendiente el estudio de la posible influencia que la
181
Los efectos más evidentes de la hispanización del modernismo son la
cultural focalizado en la herencia hispánica de los países americanos para hacer frente a
Latinoamérica tomando a España como espejo y como buen y mal ejemplo. Pero el
cambio de actitud no conllevó una negación de los males que aquejaban España, muchos
de los cuales también proliferaban en Latinoamérica por lo que se ven como propios;
como una condena o una parte consustancial a España, según la explicaba la leyenda
negra.
y que tuvo en Unamuno a un lector privilegiado, ve una España oscura y se duele por su
ver el símbolo del pueblo español de hoy, que, expoliado, herido, molestado por todos,
no atina más que a cerrar los ojos y a dormir, como si un maleficio imposible le hubiera
militarismo y el clero son un obstáculo para el progreso español; esto queda patente en su
oscura visión de Burgos: “En la ciudad sólo se oía el toque marcial de las cornetas que
población como sobre un cementerio abandonado. Lloré al partir” (Ugarte, 1910: 43). Su
impresión sobre Salamanca no es más alegre, pues la describe como “un cuarto cuyas
182
puertas no se abren desde hace mucho tiempo: las gentes se asfixian a fuerza de respirar
En otro momento del viaje tiene lugar una escena que se repetirá en varias
malas opiniones que tienen de España viajeros extranjeros, sobre todo franceses, las
cuales refuta o desvía por considerarlas falsas o hirientes. Ugarte describe un diálogo que
En uno de los últimos relatos de viaje modernistas, Por los caminos del mundo, que bien
Francia”, a recrear un diálogo en que refuta todos los prejuicios que tiene sobre España
ignoran que España es un pueblo moderno, muy antiguo y muy moderno” y más adelante
lanza un reto a su interlocutor francés: “Póngase usted la mano sobre el corazón, querido
francés, y respóndame: ¿aquilata usted del mismo modo sus conceptos cuando trata de
España que cuando trata de Inglaterra o de los yanquis?” (Blanco-Fombona, 1926: 75).
que los escritores modernistas experimentan durante el viaje. Casi todos se preocupan
manifestaciones culturales que critican. Por ejemplo, Manuel Díaz Rodríguez, que
183
escribe en el periodo en que se idealiza París y se desprecia España, ante una procesión
en Granada, comenta:
Las palabras que acababa de oír y el espectáculo que empezaron a contemplar mis
ojos, removieron en mis ojos, removieron en mis venas todo lo que tiene de impuro
la vieja sangre española. En el fondo de mi ser palpitó la raíz del origen, la raíz en
donde queda aún la impresión de una serie infinita de abuelos ignaros, algo del
espíritu de aquellos antepasados cándidos y brutales que veían en todas partes lo
sobrenatural, andaban pendientes de un milagro, allegaban leños para tostar judías,
libraban batallas gigantescas por la sombra de una sombra, y llenaron la tierra de
humo y sangre (Díaz Rodríguez ,1952: 73).
Quince años más tarde que el venezolano, Rodó, al llegar a España, también siente que
está regresando a su origen, pero su discurso, libre de prejuicios y mucho menos influido
por la visión romántica y oscura de los viajeros europeos, es totalmente diferente: “[…]
llego una tórrida noche a Barcelona, la ilustre y hacendosa ciudad, raíz de mi sangre y
(Rodó 1918: 85). Su identificación con España es tal que incluso en una crónica titulada
Gracias a su mirada más virgen que la de sus predecesores, nublada por Sarmiento y los
románticos europeos, los últimos viajeros modernistas miran solamente la España que
ven y no la que los prejuicios les indicaban que debían encontrar. Se topan, recordando
184
las palabras de Blanco-Fombona, con un “pueblo muy antiguo y muy moderno”. En
modernidad latente que yace bajo la decadencia visible. En Bilbao y en Barcelona, por el
contrario, buscan, por detrás del humo de las fábricas, la España tradicional, como lo
Los barceloneses me hablan con orgullo del Ensanche, que es el barrio moderno;
de sus majestuosas avenidas y sus frentes de mármol, y se afanan porque lo
conozca y admire. Nada más justificado que ese orgullo. Pero no sé si llego a
hacerles comprender del todo que a un americano de la parte más nueva de
América (y, añádase, por temperamento personal un poco nostálgico e idealizador
de lo que queda atrás en el tiempo), debe interesarle mucho más que todo aquel
alarde de espléndida modernidad, la Barcelona que han dejado los siglos; la de las
calles estrechas y tortuosas, por donde no pasan tranvías ni automóviles,; la que
evoca el recuerdo, ya del balcón del trovador, ya del sosiego del convento (Rodó,
1918: 89).
y en lugar de buscar las sensaciones que dejaron en París y en sus sueños orientales, se
enfrentan voluntariamente a una realidad social y viajan para encontrar respuestas a los
problemas de su tiempo.
Darío, Rodó y Ugarte terminaron por rendirse ante España sin dejar de criticarla,
en lo que también era, antes que nada, un ejercicio de autocrítica. Otros, como el
admiración por España. Los textos antihispánicos furibundos, aunque escritos hace solo
185
quince años, parecen lejanísimos al leer crónicas como las de Urbina, que alcanzaron un
Después, este gran país, que seduce desde luego la vista con el espectáculo de sus
costumbres y de su naturaleza, y aviva la imaginación y la estimula a las
evocaciones ante sus viejas maravillas de arte, fue, poco a poco, revelándome
cuanto encierra su seno de calladas y profundas virtudes (Urbina, 1920: 12).
claros entre los distintos procesos que se describen. Aunque la transformación del
marcarán el final del movimiento, de la misma forma que en su etapa final quedan
paradigmático, se hace un poco de mala gana y como escala en el camino hacia París. En
la segunda etapa del modernismo, España será un destino por sí mismo y los
descripción simbolista.
186
se permite intercalar en sus descripciones sensuales algunos pasajes críticos, en especial
hable de los “hondos abismos de la sociedad moderna”; la escena de pobreza que observa
amplificar las situaciones particulares y verse reflejados en los problemas de los otros,
esto también se diferencian de sus modelos europeos, quienes restringían las críticas a los
lugares que recorrían, sin reconocerse en ellas y dando por hecho que se trataba de una
una reticencia a cambiar los intereses primarios de su viaje. Darío, quien si bien siempre
escribió artículos políticos, en los primeros años del siglo todavía guardaba su distancia
con las causas sociales y la política militante, refugiándose en una torre de marfil que, sin
187
Darío, que todavía se considera un poeta puro, ajeno a preocupaciones mundanas, escribe
en una crónica titulada “Un meeting político”: “No gusto mucho del contacto popular. La
muchedumbre me es poco grata con su rudeza y con su higiene. Me agrada tan solamente
pintorescos, así sea coronada del figio pimiento morrón” (Darío 1903: 213). Darío ve su
asistencia al acto político como una excursión, como un paseo rayando en lo pintoresco
todo tipo de temas. Las crónicas españolas, como todas las de Darío, tocan una inmensa
variedad de temas, pero, junto con las de crítica literaria, las reflexiones políticas y
denuncia evidente; curiosamente, a pesar del rechazo que muestra por “el contacto
popular”, o las masas, término que utilizaba su compañero Manuel Ugarte, Darío ve en el
pueblo la salida para el atraso español. Esta confianza en el pueblo llano tiene su origen,
más que en una admiración hacia él, en un desprecio por la aristocracia madrileña. La
crónica “La aristocracia” es una más de las muestras de la mutación que está sufriendo el
explicarse como una contraparte a la inmensa aceptación popular del modernismo que,
que pueda calificarse verdaderamente de popular. Es verdad que Darío ve una España
negra, pero el pueblo, más que responsable por esta situación, es víctima de ella. Quien
188
perpetúa la decadencia es la aristocracia, por lo que no se puede confiar en ella: “No, no
puede esperar España nada de su aristocracia. La salvación, si viene, vendrá del pueblo
guiado por su instinto propio, de la parte laboriosa que representa las energías que
quedan del espíritu español, libre de políticos logreros y de pastores lobos” (Darío, 1901:
310).
Con España contemporánea se inaugura una nueva clase de viaje, y por lo tanto
vez la de su propio continente. El viaje sensual queda atrás y es sustituido por el viaje
de desmentir estas posturas deterministas o de reflexionar sobre las causas del atraso
español, prefirió hacer oídos sordos, retraerse y encerrarse en sí misma, actitud que los
vociferaron incansablemente para despertarla. Para ellos, España nunca fue un tiempo
detenido, sino una cultura con un pasado esplendoroso, un presente difícil y un futuro
promisorio. Veían en España signos contradictorios, las dos Españas de Machado que
Junto a la España oscura, la única vista por el resto de Europa, detectaron también una
modernidad incipiente, la España del futuro, que serviría como guía espiritual para los
países de la América Española. “En realidad hay dos Iberias. La del pasado, la de las
189
cabalgatas del triunfo y los gestos heroicos, la que fue emperatriz y guía; y la del
presente, trabajada por desmoronamientos graves que el esfuerzo colectivo podrá quizá
impedir” (Ugarte, 1903: 11) escribe Manuel Ugarte, quien, al igual que Darío, confiaba
Madrid, por ejemplo, donde Ugarte acabó de fijar la postura ideológica que después
significa que los modernistas se olvidaron por completo de esta. Al igual que una
modernidad latente, veían ciertos signos oscuros que persistían, los cuales resume
Paros. Rodó, en su gira europea, no visita a los literatos célebres (por otra parte, las dos
estar rodeado del aura mítica que tenían las tertulias en los cafés parisinos, da pie a una
crónica escrita que reproduce la entrevista en un estilo periodístico. Las preguntas y las
reflexiones de Rodó están claramente vinculadas con América Latina, por ejemplo
cuando comenta “Hay un hecho que aún nos parece más digno de admirarse que la
mismo sucede en las crónicas en que narra sus andanzas; el uruguayo, donde quiera que
se inauguró en el viaje a España pero que pronto se expandió a cualquier lugar donde se
190
viajara. En “Ciudades con alma”, por ejemplo, Rodó se admira con el federalismo
Sin duda, este viaje intelectual se vio influido por la publicación de Ariel, que,
además de una nueva conciencia, marcó un cambio en los intereses. El ensayo de Rodó,
que también puede leerse como un manifiesto, marcó las pautas del americanismo, por lo
que los modernistas buscaron en España una parte de su origen y encontraron también la
191
3.4. El regreso a América Latina
Desde un principio, por más que quisieran imitar hasta el pastiche a sus modelos
“Venecia” de Manuel Díaz Rodríguez, que data del temprano año de 1896, cuando el
se extendían:
Había salido solo de Milán y llegaba a Venecia con un camarada. Era un ruso,
llamado de Staal, estudiante de Derecho en San Petersburgo. Por uno de tantos
mínimos accidentes de viaje, nos hablamos. Cuando le dije que era americano del
Sur, tuvo como una sombra de duda en el fondo celeste de sus ojos de
septentrional, y, respondiéndome que no había visto ninguno hasta aquel momento,
me fijaba la mirada, asombrado y receloso, como si esperase descubrir un carcaj
debajo del cuello de mi paletó o plumas de papagayo debajo del ala de mi
sombrero (Díaz Rodríguez, 1896: 21)
De la misma forma en que él resulta extraño para los europeos, aunque viajara con ojos
manual de viaje de los europeos. Si era diferente, podía emprender también un viaje
distinto. La mayoría de los europeos viajaban con las famosas guías Baedeker bajo el
también es verdad que predisponían el viaje y uniformaban a los viajeros, quienes leían
lo que tenían que ver en cada sitio y dónde debían alojarse, despojando al viaje de su
192
guías europeas en aras de llevar a cabo una travesía propia, de ahí que el venezolano
escriba:
Para conocer cerca a Nápoles no se debe seguir el camino vulgar señalado por las
guías, ni mucho menos ir a parar a hoteles recomendados, dispuestos según los
hábitos franceses, a pasar horas amargas en una tabla d’hôte, entre alemanes
llanotes e ingleses remilgados (Díaz Rodríguez, ídem: 71).
de Gómez Carrillo, donde narra las vivencias de su primer viaje español efectuado en
1891. Gómez Carrillo se siente perdido en Madrid, donde al llegar sufre toda clase de
percances. Aunque está en una tierra que habla su lengua, él se siente extranjero. Para él,
de la adoptada, Francia. Según cuenta, es su amante francesa, frente a la Puerta del Sol,
la que se encarga de hacerle ver que Madrid, más que una partida, constituye un regreso:
“–Esto es grande– decíame señalando la multitud que llenaba la plaza–, esto es tan
grande cual París… ¡Qué digo!... En París , a estas horas, no hay igual emoción en
Ridículamente, al buscar una pensión, Gómez Carrillo habla francés. Escrito con
un cuarto de siglo de posterioridad a los sucesos descritos, el relato tiene un tono irónico
con el que Gómez Carrillo se burla de sus propios desplantes y excesos francófilos. No
obstante, no pasará mucho tiempo para que su verdadero origen quede claro, aunque
193
hispanidad. Al entrar en una pensión mantiene el siguiente diálogo con un empleado, que
terminará estafándolo:
A partir de este punto Gómez Carrillo ya hablará en español. Sin embargo, a la hora de
transcribir los diálogos que mantiene con los madrileños, los “españoliza”, con lo que
establece cierta distancia frente a ellos. Gómez Carrillo dice entre líneas que si bien
comparte lengua con los españoles, la suya es distinta. Aunque nunca lo dice con
describe Lily Litvak (2004) como una constante en el relato de viajes del siglo XX,
utilizada cuando el sujeto enunciador quiere oponerse al objeto descrito: “El autor suele
mostrar la mayor o menor extrañeza del país por medio de diversos recursos retóricos. El
–Jesú –murmuraba la española, arisca y satisfecha a la vez–, Jesú, lo pelma que son
estas inglesas!... Todo lo tienen que manoseá… Y ésta siquiera es guapiya […]
–¡Qué es mío! ¡Que no se figure usté que es de pelo del difunto!...
–Esa mujé está loca –gritó la bailadora (Gómez Carrillo, ídem: 16 y 17).
A pesar de estas muestras de que en el relato de viajes siempre estuvo presente una
conciencia latinoamericana, esta estaba muy lejos de constituir una reflexión honda o de
194
una reivindicación. Para ello, tendrían que pasar varios años y, sobre todo, la decepción
modernistas el presente de España durante sus viajes, más se acercaban a ellos mismos.
El movimiento surgió por un ansia irrefrenable de ser modernos, pero ahora no aspiran a
aspiran es más espiritual, y solo llegará aunando el progreso técnico e industrial con la
Diez años más tarde, Rodó, en una crónica titulada “La tradición en los pueblos
carácter económico, sino ante todo, cultural; no es que privilegie la segunda con respecto
a la primera, sino que para él son indisociables. Y la modernidad cultural no es otra que
195
cosmopolita y a la vez va de la mano de la independencia cultural e ideológica. Rodó
En este contexto identitario es explicable que los viajeros modernistas hayan emprendido
el regreso. Mientras tanto, en la poesía, los temas son cada vez más americanos, políticos
e incluso, como señala Octavio Paz, el regreso es también histórico; tras haber
cosmopolitismo los hizo descubrir otras literaturas y revalorar nuestro pasado indígena.
La exaltación del mundo prehispánico fue, claro está, ante todo una estética, pero
también algo más: una crítica de la modernidad y muy especialmente del progreso a la
Al leerlo desde esta perspectiva, el libro dice más como metáfora del regreso al
extensas citas, y con el propósito de publicar una versión inglesa en Londres que serviría
196
Antes del viaje, Darío advierte en una carta dirigida al dominicano Emilio
Rodríguez Demorizi que “esta vez mi rumbo será otro” (Coloma, 1988: 19). Las líneas
con que se abre el libro no pueden ser más explícitas: “Tras quince años de ausencia,
deseaba yo volver a mi tierra natal. Había en mí algo como una nostalgia del trópico”
(Darío, 1988: 89). Darío dedica un capítulo a cada tema que considera interesante sobre
pesar de su carácter divulgativo, el libro está salpicado con críticas sociales, como
cuando comenta acerca del café nicaragüense: “Una buena taza de su negro licor, bien
preparado, contiene tantos problemas y tantos poemas como una botella de tinta” (Darío,
1988: 117). Los comentarios anticolonialistas también están presentes: “…Entre todas las
plantas que atraen las miradas, llévanse la victoria palmeras y cocoteros, que en el
europeo despiertan ideas coloniales […]” (Darío, 1988: 116). El libro está dividido en
dos por un conjunto de poemas, lo que recuerda un poco a la estructura de El éxodo y las
flores del camino de Nervo, entre los que se encuentra una de las composiciones más
A pesar del indudable interés del libro, queda la impresión de que fue escrito con
un poco de desgano y que la energía del inicio, que narra el reencuentro del poeta con su
tierra, se fue diluyendo y cediendo el paso a una prosa didáctica, en la que se echa de
menos la narración y la reflexión. Aun así, El viaje a Nicaragua puede leerse como el
texto que cierra el círculo del viaje modernista que se inicio también en Nicaragua,
treinta años atrás. Darío regresó a Nicaragua una vez más, pero solo para morir.
efectuado en 1911 que lo llevó por casi todos los países de América Latina difundiendo
197
la ideas socialistas. Sin embargo, resulta difícil leer el libro de Ugarte como un relato de
pesar de no ser el relato más interesante ni logrado de Darío ni del modernismo, el libro,
en gran medida por el simple gesto de desarrollarse en América Latina, conjuga las
Europa parece estar más lejana en estos años de independencia cultural y crítica social,
sin embargo, fue en ella donde se inició el intento por crear una visión latinoamericana
Europa que plasmaron en sus textos sino, sobre todo, en lo que esta visión significó para
sucesivas etapas no se podría explicar sin la influencia que ejercieron los numerosos
viajes emprendidos por los escritores y sus textos sucesivos. De hecho, entre las muchas
uno de los pocos en que el relato de viajes modifica a otros géneros que a la vez lo
de viajes privilegia la relación con la novela, pero en el caso del modernismo se extiende
a la poesía y el ensayo. Ahondar en este asunto, así como estudiar otros relatos de viajes
modernistas –como los de Oriente–, efectuar un estudio estilístico del género en este
periodo o llevar a cabo un análisis comparativo con el relato de viajes europeo de la época
son cuestiones que quedan pendientes y que rebasan las posibilidades de este trabajo.
Durante el siglo XIX e inicios del XX, cuando un grupo de escritores realiza un
situación son todos los viajeros románticos a Oriente, que solo confirman las ideas y las
198
visiones asentadas en los textos de sus predecesores. Cuando el viajero romántico viaja a
Oriente lo hace porque necesita cumplir con el requisito poético de emprender un gran
periplo que lo lleve al encuentro de un lugar exótico; de esta forma, son la estética y la
para ellos era fundamentalmente París, para encontrarse con lo que habían leído en las
obras de Murger y Anatole France. Pareciera que uno de los mecanismos del relato de
literario que desde sus inicios –de Herodoto en la Grecia antigua a Juan de Mandeville en
la Edad Media– tuvo una voluntad realista aunque la fantasía siempre irrumpiera
irremediablemente. Sin embargo, en el caso de los modernistas existe una variante que
cambia radicalmente el mecanismo: los textos que les sirvieron de inspiración y guía no
eran latinoamericanos, sino europeos. En esta evidencia radica una novedad de su viaje;
son, quizás, de los primeros viajeros que pretenden observar y describir al otro basándose
en los textos que ese mismo otro ha producido. Esta situación anómala, opuesta a la
tendencia del relato de viajes de negarle voz al otro (Said, 2006 y Todorov, 1999), se
debe a una relativa falta de modelos propios para mimetizarse y, en especial, a la actitud
del viajero; el escritor europeo del siglo XIX viaja por el mundo para encontrar un modelo
por el mundo para insertarse en él. En este primer momento, la copia, que suele
antonomasia del modernismo, ser moderno y ser cosmopolita, lo que para Darío y sus
comparten el prejuicio como poética del viaje. No obstante, existe otra diferencia; el
199
latinoamericano, consciente de su situación periférica, adopta los modelos europeos
modelos ajenos hasta cierto punto involuntariamente, pues ni siquiera sabe a ciencia
cierta que existen. El primero pretende establecer un diálogo con el segundo, diálogo
que, como era de esperarse, no se lleva a cabo. Darío, el portavoz del modernismo, a
pesar de vivir casi quince años en París y de formar parte de los círculos intelectuales,
nunca vio en vida publicada una obra suya al francés. Y el único poeta francés de la
Una vez que quedó claro que mantener cualquier diálogo cultural con Francia
resultaba imposible, los modernistas voltearon la vista hacia España. En este punto, las
parte porque España los descubre a ellos. En todo caso, si aún estaban empeñados en
insertarse en el mundo no les quedaban muchas alternativas. Estados Unidos, más que
como una opción, era visto como una amenaza, que se hace patente en la guerra de 1898.
Europa del norte es juzgada incompatible con el alma latina del movimiento, que sirve
ingleses, como lo hicieron en un principio. Ellos leen a España y España, vencidas las
reticencias iniciales, los lee a ellos inaugurando un diálogo cultural que ha sido la
excepción y no la regla en las relaciones hispánicas transatlánticas. Por otra parte, al leer
a España se leen a ellos mismos, pues entienden que su liga con Europa pasa,
200
que la prosa se hace más ligera, las descripciones ceden el lugar a las reflexiones y la
crítica social sustituye a los temas meramente literarios o artísticos. Su lectura de España
no coincide con la que hacían los españoles de ellos mismos, que fue lo que a final de
cuentas terminó pasando también con Francia. Ante la evidencia de la realidad, los
modernistas adoptaron una visión original, propia, que terminará englobándolos también
a ellos. Al renunciar a la visión que el otro había producido sobre sí mismo y generar una
visión propia, experimentaron por primera vez la otredad en plenitud. El siguiente paso
visión de su propio mundo, pero también, como Octavio Paz pregonaría décadas más
dotaron de trascendencia literaria –no por nada uno de los tópicos de la literatura
trashumante es el poder de conversión que tiene todo periplo–, cerrarán el círculo mítico
con su regreso a la tierra de partida; la meta final de cualquier viaje literario es su Ítaca
particular. Más allá de la literatura, el regreso fue muchas veces trágico, como el de
Martí, el de Asunción Silva y el del propio Darío. Pero también puede hablarse de un
Al hacer un balance del desarrollo del relato de viajes modernista se constata que
anunciaron lo que serían las dos tendencias en que en buena medida se debatiría la
201
entonces, una parte primordial de la literatura latinoamericana, que tiene a Reyes y a
Borges como pilares, verá en el mundo un espejo. Por su parte, los regionalismos, desde
pero algunas veces pasarán por alto que el regreso a sí mismo, que fue su culminación,
pasó previa y necesariamente por Europa, por los Estados Unidos y por Oriente.
que se dieron cuenta de que dicha pertenencia se daba de manera particular; constataron
que para no ser un simple apéndice de Europa debían asumir su identidad, por lo que
ellos mismos, y que nunca cuestionaban porque la daban por sentada. El aporte de
los modernistas estriba en mostrar una Europa diferente, suya, que permaneció y en
conoce la imagen que el centro se traza de ella, mientras que el centro suele ignorar
las construcciones culturales que se levantan sobre él. Esta situación confirma lo que
se sabe desde hace tiempo, que cualquier construcción identitaria es en realidad una
ficción que entra en crisis al coexistir, ni siquiera enfrentarse, con otra. No obstante,
lo que puede interpretarse como un relativismo sin salida es también una invitación
202
4. La Revolución mexicana y la vanguardia latinoamericana
nuevo movimiento cultural. Éste no era una reacción contra los postulados estéticos del
modernismo, sino más bien contra la doctrina filosófica y política que había prevalecido
razón que derivó hacia el determinismo, consideraba que únicamente los estratos sociales
altos merecían y debían educarse, pues cada clase social cumplía una función en la
un grupo de intelectuales, tanto jóvenes como maduros, que acabaron fundando en 1909
el Ateneo de la Juventud Mexicana. Este grupo de ningún modo pretendía romper de tajo
con la filosofía y la literatura imperantes, sino más bien hacer a la primera menos rígida,
203
El estallido de la Revolución mexicana no terminó con el grupo, más atento a los
debates filosóficos que a las noticias del campo de batalla. Sin embargo, conforme la
contienda se fue haciendo más violenta y quedaba en claro que el país ya nunca sería el
mismo, los miembros del Ateneo fueron tomando partido por diferentes contendientes o
bien quedándose aislados. Finalmente, tras el desastre que supuso la Decena trágica, en la
cuando el golpe de Huerta triunfó, otros cuando el usurpador fue derrocado. La herencia
de lleno en ella produciendo sus libros más emblemáticos. El mismo exilio los llevó a
escribir libros de viaje en los que, más que las penurias que conoce todo desterrado o las
trifulcas políticas en que estaban envueltos, dejaron constancia de los países en que
mundo, pues hasta entonces habían mostrado una curiosidad intelectual universal, pero
sin abandonar nunca su país de origen. Su actitud frente al viaje está ya muy lejos de la
pasión mostrada por los modernistas y, sin importar si la suerte les sonreía o si
acercamiento más intelectual que romántico a la literatura los llevó a hablar poco de sus
convertirse en protagonistas absolutos de sus obras. Para ellos lo que se observa es más
204
espíritu de su época, por encima de la de su estado de ánimo y las anécdotas personales.
Sus relatos de viaje a veces pueden parecer fríos, pero esta frialdad era necesaria para
una nueva etapa en la prosa latinoamericana. Estos relatos no representan lo mejor de sus
autores ni del género en América Latina, pero son ineludibles a la hora de estudiar la
viajero que el modernismo, entre la bohemia y la lírica (con excepciones de gran peso
como la de José Enrique Rodó), había sepultado. Se trata del viajero intelectual, que no
e intenta, ya sea por necesidad económica o por vocación, insertarse en la vida literaria,
particular, haber fortalecido la noción de que existe una sola cultura hispanoamericana y
de que, sin menoscabar las diferencias nacionales, la literatura en español es una sola.
1948)
Los relatos de viaje de Pedro Henríquez Ureña, aunque publicados póstumamente, fueron
los primeros que un miembro del Ateneo escribió. Esto se explica por ser el único
extranjero del grupo mexicano, quien para llegar a él tuvo que emprender un periplo que
205
hoy en día se lee más como un recorrido intelectual que geográfico. De hecho, la
sobre todo en Argentina y en Estados Unidos, en uno de los modelos del viajero
tres textos de Pedro Henríquez Ureña que se ajustan a sendos submodelos de relato de
continuidad narrativa existente entre los tres textos y a su estrecha semejanza estilística
se pueden leer de manera conjunta sin que el cambio de formato implique un quiebre. A
66
Los tres textos tienen un origen distinto y su publicación en un solo volumen responde a la decisión del
editor, Enrique Zuleta Álvarez. Algunos fragmentos de “Memorias” fueron publicados por Salvador
Roggiano en Pedro Henríquez Ureña en los Estados Unidos (1961) y en “Las memorias de Pedro
Henríquez Ureña” (1988). Las “Memorias” fueron publicadas íntegramente por vez primera junto al
“Diario”, inédito hasta entonces, en 1989, por Zuleta Álvarez, a quien las hijas del dominicano confiaron el
material. En la nueva edición de 2000 se añadieron las “Notas de viaje”, publicado previamente también por
Reggiano en 1985 en la Revista Iberoamericana.
206
partir de este hecho se podría concluir parcialmente que en el relato de viajes, por su
carácter estrictamente literario, siempre va a primar el estilo del escritor sobre las
particularidades del formato, y así, el “Diario” tiene más en común con las “Memorias” y
con las “Notas de viaje” que con otros diarios de viaje que se escribían más o menos por
[…] podemos afirmar que el espíritu con que fueron redactados las Memorias y el
Diario, dentro de ese plan de formación y perfeccionamiento ético e intelectual, nos
proporciona un conocimiento profundo de la estructura íntima de la personalidad
de Herníquez Ureña. Este aspecto interesa e ilumina más que la mera información
sobre los sucesos externos a su autor (2000: 21).
Los viajes, para Henríquez Ureña, forman parte de un proceso de formación intelectual
permanente en el que las lecturas que se hacen durante el camino ocupan un lugar más
destacado que lo que se observa. La lista de títulos que va devorando son un reflejo
también del ambiente intelectual entonces imperante, en el que los clásicos grecolatinos y
los textos filosóficos se alternaban con la literatura francesa e inglesa. En Nueva York,
primera escala de su viaje tras unas estancia fugaz en Puerto Rico, el dominicano
perfecciona su inglés en la calle, pero sobre todo en los libros. Vivir en una ciudad
tanto en la que entonces era considerada más exquisita –Shakespeare, los poetas
Ruskin–, como en la que califica de los “cozy corners” –Chesterton, Shaw, Twain, Jane
207
Austen y Emily Brontë67. Aunque casi no lee autores hispanoamericanos, su visión de los
“civilización superior” (2000: 64), pero a la vez acepta llegar cargado de “prejuicios
del viaje, desplazando los paseos por la ciudad, y el relato se transformará en una
catálogo que a una narración, por lo que pierde el interés literario que había ido ganando.
A pesar de ser tiempos convulsos, la política y la realidad social del país no encuentran
grandes espacios en los textos, y solo se alude a ellos cuando afectan directamente a
algún amigo y escritor destacado, como Alfonso Reyes, hijo del general Bernardo Reyes,
que jugó un papel crucial antes y durante la Revolución. Lo que en Nueva York fue una
a los que raramente se describe en profundidad. Las páginas más interesantes son las que
pintor Gerardo Murillo, mejor conocido como doctor Atl, quien hace de guía. Aunque la
narración del paseo y del ascenso son literariamente impecables, ya lejos del modernismo
y más cercanas al estilo más seco que encontraría su cima literaria en la novela de la
67
Esta lista de autores anglosajones recuerda mucho algunos de los escritores más queridos por Jorge Luis
Borges, lo que se puede explicar por el gusto de la época o bien por la influencia ejercida por el dominicano
sobre el argentino.
208
Revolución mexicana, sorprende que el dominicano no reflexione sobre ciertas
cuestiones que se limita a describir. Por ejemplo, llaman la atención detalles como que
Murillo, pintor de corte nacionalista, para pintar sus famosos paisajes mexicanos, se haga
acompañar de varios indios para que carguen los lienzos que utilizará. La ausencia de
compensa en parte por el retrato que hace del Ateneo de la Juventud, del que fue
Por último, las “Notas de viaje” describen una excursión que emprendió a la
Habana en abril de 1922. Aquí se permite hablar un poco más de distintos aspectos de la
en cuando resaltan algunos comentarios que hoy en día serían juzgados como superfluos
afirma que “lo único que no me ha gustado esta vez es el hablar cubano, no por la
entonación sino por la supresión de letras” o que “la superioridad del tipo femenino
cubano sobre otros (el mexicano especialmente) es indiscutible. Las mujeres responden
generalmente a un tipo que consiste en nariz recta, ojos de mirada viva, boca bien
manejada y barba fina” (2000: 195). Sobra decir que el tipo de mujer descrito
parientes, hasta que el mismo narrador concluye remarcando que “después de mis
últimas notas de la Habana no puedo decir que observé otras cosas sino personas” (2000:
206).
209
Aunque su obra viajera constituye una curiosidad dentro de su bibliografía,
que refleja ciertos ambientes de la época, muestra las limitaciones y alcances de tres
submodelos del relato de viajes y caracteriza a una clase de hombres de letras, más
preocupado por sus lecturas y la escritura de sus estudios que por la realidad que lo
Alfonso Reyes llegó a París como diplomático en 1913 para incorporarse al consulado de
México, pero un año después, al ser derrocado el gobierno del golpista Victoriano
Este cambio radical en su condición, al menos por lo que puede desprenderse a partir de
documentos posteriores a esta etapa, no minó su ánimo, sino muy al contrario, fortaleció
su vocación literaria. Por primera vez en varios años, quizás desde el tiempo de calma
además, se combinó por primera vez en su vida con la necesidad, pues su situación
económica, como suele ser la de cualquier exiliado, no era boyante, y se vio obligado a
escribir para vivir. Lejos de quejarse por su situación precaria, Alfonso Reyes se integró
210
con entusiasmo a la vida literaria de Madrid y, como él mismo lo expresa en sus
bien parecían reforzarlos. No deja de ser curioso que publicara Cuestiones estéticas, su
primer libro, en 1911, año en el que ya podían barruntarse los alcances devastadores de la
Revolución mexicana. Reyes, al igual que otros ateneístas como Antonio Caso o Pedro
Henríquez Ureña, a pesar de ser hijo del general Bernardo Reyes, nunca se interesó por la
política, la cual ni siquiera tuvo un lugar destacado dentro de sus estudios, que abarcarían
tantos temas. El destino de otros miembros del grupo, en especial el de Martín Luis
En los diez años que permaneció en Madrid, Alfonso Reyes escribió algunos de
sus títulos más representativos, como el poema dramático Ifigenia cruel (1923) o el
68
En los Diarios, las menciones a su estancia madrileña son muy pocas y de ninguna manera podrían
considerarse como relatos de viaje. No obstante, las pocas líneas madrileñas alcanzan para adivinar que el
ánimo de Reyes era optimista y que, a pesar de las dificultades económicas, siempre se sintió contento en
España.
69
Aunque se trate de una obra de carácter historiográfico, en algunas páginas de Visión de Anáhuac se
deduce que fue escrita desde España. La lectura, hoy en día, tiene sobre todo un interés estilístico, al que
habría que agregar su importancia en la historia literaria, pues es uno de los primeros ejemplos en el que un
escritor americano, durante una estancia española, se siente atraído por las crónicas de Indias y ve en ellas
el germen de una nueva literatura, emparentada con la española pero con rasgos distintivos: “El viajero
americano está condenado a que los europeos le pregunten si hay en Amér ic a mu c ho s árboles. Les
sorprenderíamos hablándoles de una Castilla americana más alta que la de ellos, más armoniosa, menos
agria seguramente (por mucho que en vez de colinas la quiebren enormes montañas), donde el aire brilla
como espejo y se goza de un otoño perenne. La llanura castellana sugiere pensamientos ascéticos: el valle
de México, más bien pensamientos fáciles y sobrios. Lo que una gana en lo trágico, la otra en plástica
rotundidad” (2007: 114).
211
vuelco y recuperó su condición de diplomático, ahora encargado de la Legión de México
en Madrid. La ciudad, qué duda cabe, fue escenario de uno de los periodos más
la Guerra civil. A pesar de las estrecheces, Reyes siempre se sintió satisfecho de haber
podido sobrevivir gracias a su pluma cuando las circunstancias parecían serle adversas.
En uno de los pocos textos en que aborda de este periodo crucial de su vida, escribe con
agradecimiento y nostalgia:
El tono de Cartones de Madrid (1917) es muy diferente, más cercano al del poema en
prosa que al de la autobiografía, a grado tal que la relación del libro con la vida de Reyes
llega a ser esquiva. Seguramente esta distancia entre texto y autor provocó que las
publicado en México en 191770, la cual lo situaba más cerca de las crónicas de viaje al
uso.
tradicional, en la dedicatoria queda patente que no era tal la intención del autor, quien
parece querer seguir las pautas impuestas por el género, sobre todo en lo que respecta al
70
El título de la edición original es Cartones de Madrid (1914-1917).
212
la condición de escribir durante el viaje (si bien no hay ningún recorrido geográfico, el
No dudo que os parezca ligero este cuaderno de notas y rápidos trazos, testimonio
de lo más superficial que he visto en Madrid. ¿Necesito aseguraros que no paro en
esto mi interpretación de Madrid? ¿Necesito explicaros que sólo he querido reunir,
en este cuaderno, esos primeros prejuicios de la retina, esos primeros y elementales
aspectos que atraen los ojos del viajero? […] Consideren mis amigos que muchas
de estas notas está hechas a media noche, rodando solo por esas posadas de
Madrid, sin saber a lo que había venido y bajo el recuerdo de las cosas lejanas
(1989: 24 y 24).
Como no podía ser de otra forma, la visión de Madrid que tiene Reyes está marcada por
la literatura española, lo que lo podría emparentar con ciertos modernistas que viajaban a
Europa con el fin de encontrar y sobre todo de vivir lo que leían en los libros. No
obstante, hay una diferencia que lo separa de sus no tan lejanos antecesores: si bien cada
línea que escribe sobre la ciudad parece inspirada e influenciada por la literatura, Reyes
los modernistas, a quienes Octavio Paz calificó como los auténticos románticos
cuando y las alusiones biográficas prácticamente desaparecen. Madrid y la prosa son las
71
El libro en cuestión, más que un viaje, narra una ‘estancia’, lo cual es una variante del género de acuerdo
con Geneviève Champeau (2008: 93).
213
protagonistas indiscutibles de las estampas, en las que no hay lugar al yo exaltado
modernista.
El primer cartón, “El infierno de los ciegos”, es una muestra cabal de lo que será
el resto del libro. El texto se abre con una afirmación del narrador (“El mendigo y la calle
de Madrid son un solo cuerpo arquitectónico: se avienen como dos ideas necesarias”
(1989: 25)) y se cierra con una “de las coplas que les componía el Archipreste de Hita,
siglo XIV” (1989: 26). El narrador siempre oscilará entre lo que ven sus ojos durante sus
paseos y entre sus lecturas de los clásicos españoles. Por otra parte, se anuncia el tono
De todas las tradiciones literarias que existen en España, Reyes eligió, para leer y
escribir la ciudad, seguramente por ser la que más acorde juzgaba con la realidad que
concluye afirmando que “a la Novela Española, imagen de esta trabajosa vida, han
podido llamarla, sin hipérbole, la epopeya del hambre” (1989: 27). De esta forma,
desfilan por el libro, siempre en un ambiente macabro, sórdido, grotesco pero lleno de
personaje que se puedan incluir en el esperpento. A veces, más que una ciudad, se tiene
la impresión de que Reyes está describiendo una puesta en escena de una obra de Valle-
Inclán.
72
No por nada en “Valle-Inclán, teólogo” se nos brinda un retrato inolvidable del creador del esperpento:
“Don Ramón es una figura rudimental, de fácil contorno: el mirarlo incita a dibujarlo: con dos circulitos y
unas cuantas rayas verticales queda hecha su cara (quevedos y barbas); y con cuatro rectas y una curva, su
mano derecha (índice, cordial, anular, meñique y pulgar). Cara y mano: lo demás no existe, o es sólo un
ligero sustentáculo para esa cara y esa mano. De hecho, nada más necesita el maestro definidor: la cara es el
dogma, y la mano es el comentario (1989:47).
214
Pero las fuentes de Reyes no solo son textuales, sino que se alude continuamente
al Velázquez más oscuro y al Goya más grotesco, no solo para que la imagen de sus
cuadros sea invocada por el lector, sino para plasmar, mediante la écfrasis, siempre
inspiran una reflexión, y así un detalle adquiere relieve general hasta representar a la
ciudad entera:
El paseante de los barrios bajos tropieza, acaso, con una teoría de deformes.
Comienza por contemplar, a lo Velázquez, con aristocrática intención, un
monstruo, dos monstruos, tres. Ve pasar enanos, hombres con brazos diminutos o
con piernas abstractas, caras que recuerdan pajarracos y pupilas color de nube. Al
cabo, la frecuencia de la impresión se dilata en estado de ánimo. Ya no cree haber
visto algunos monstruos, sino una vida monstruosa (1989: 31 y 32).
río…”, Reyes exclama, acercándose a la parodia: “¡Ola de vida perezosa, ola chocarrera,
Manzanares, maldito seas! ¡Parodia escasa, agua picaresca, maldita seas!” (1989: 93). La
215
y cuarteles, intacto y como emparedado vivo dentro de la nueva ciudad: lo ampara
un buen genio; perdura, como los libros en que Mesoneros lo describe (1989: 80).
Los exilios siempre fueron productivos para la actividad literaria de Martín Luis
Guzmán. Durante su primera estancia en Madrid, en 1915, cuando tuvo que huir de
estudios de carácter filológico. Pero esa primera estancia se limitó a un año, tras la que
abandonó España con rumbo a los Estados Unidos, donde permanecerá otros tres y
recopilados en A orillas del Hudson (1920), y se dedicará a los negocios, con el claro
propósito de no volver a las “bellas letras” hasta que “tenga con qué mantenerlas”
A pesar de que por el título podría pensarse que A orillas del Hudson es una
preocupado por la situación de México como para observar y analizar la realidad de los
mexicano. También hay numerosas páginas dedicadas a la crítica literaria, en las que la
ensayístico; también hay espacio para el lirismo, muchas veces inspirado por la novedad
del paisaje. Sin embargo, en estos textos, que son los que más se acercan a la crónica de
73
Guzmán noveló el episodio de su partida y despedida de Francisco Villa en El águila y la serpiente
(1928), en lo que se convertiría en uno de los fragmentos más célebres de su obra.
216
viajes, el ensimismamiento de la mirada es tan extremo y la prosa tan descriptiva y lírica,
sin dejar espacio a lo narrativo, que más bien deben considerarse poemas en prosa.
Además, aunque el objeto que inspira el texto sea presumiblemente real (“nevado estaba
el parque ayer”, “hay en la entrada de Wall Street una iglesia no muy grande, moderna
[…]”(2010: 448), resulta tan específico y detallado que rebasa el ámbito del relato de
viaje. Este hecho nos orienta hacia otras de las características del género, cuyo interés no
determinado tiempo, ya sea mediante una mirada panorámica, como la que brinda el
relato de viajes “propiamente dicho” (ver página 11), o mediante la unión de diversos
fragmentos más específicos que abarquen distintos ámbitos, como sucede en las
recopilaciones de crónicas.
México y poco después fue nombrado diputado nacional. Sus negocios, una de las
viento en popa. Era de esperar que la rebosante actividad realizada en diferentes ámbitos,
en todos ellos con éxito, le dejara poco tiempo para la literatura. Esta situación cambió
radicalmente en 1924, cuando de nuevo tiene que exiliarse por su participación, aún no
clara del todo, en la rivalidad política que surgió entre el presidente Álvaro Obregón y el
general Francisco Serrano, que culminó con el asesinato de este último y de sus
El destino de su exilio esta vez será España, aunque ahora residirá en Madrid,
salvo por una estancia de un poco más de un año en Francia, hasta 1936. Este lapso fue el
más fructífero de su vida, ya que escribió y publicó sus dos libros más importantes, El
217
Xavier Mina y de los artículos que serían recopilados en el volumen que aquí nos
que sucedía en A orillas del Hudson, el escritor se muestra mucho más dispuesto a
actualidad política de México pasan a segundo plano. A pesar de esta impresión, hay que
tomar en cuenta el hecho de que la recopilación de sus artículos neoyorquinos fue llevada
a cabo muy poco después de su publicación en periódicos, por lo que gran parte del
material escrito no había perdido actualidad. Con las crónicas madrileñas sucede lo
contrario: Guzmán las antologa y recopila en un volumen más de treinta años después de
pues Guzmán llegó a ser un colaborador y amigo de Manuel Azaña, también fue en
Madrid una de sus obsesiones, si no la mayor75, pero que los artículos de esta índole que
resultaban interesantes en 1926 habían perdido vigencia en los años sesenta. Lo mismo
debió de ocurrir con algunas reseñas literarias, que se ocupaban de libros que con el
transcurso del tiempo quedaron en el olvido76. Otra posibilidad que no habría que
Gustavo Díaz Ordaz77, haya decidido pasar por alto su simpatía hacia la II República
74
La mayor parte de los artículos publicados por Guzmán durante su largo exilio madrileño aún no han sido
recopilados y el estudio hemerográfico de éstos es una labor pendiente.
75
Recuérdese la afirmación de Manuel Azaña de que “a Guzmán le interesa la política más que a mí”
(1968: 42 y 43).
76
Esta situación puede constatarse al comparar los autores de los que se ocupa Guzmán en uno y otro libro.
Aunque en A orillas del Hudson aparecen autores de la talla de Alfonso Reyes, hay obras que ya en los
sesenta resultaban demasiado lejanas, como Cristina de Alice Cholmondely; por el contrario, en Crónicas
de mi destierro, sólo se incluyen reseñas de obras canónicas, como Tirano Banderas de Ramón del Valle-
Inclán.
77
La colaboración de Martín Luis Guzmán con el presidente Díaz Ordaz llegó a tal punto que justificó la
matanza de estudiantes ocurrida el 2 de octubre de 1968. En un discurso pronunciado frente al presidente el
7 de junio de 1969, el día de la Libertad de Prensa, Guzmán, en nombre de los reporteros, señaló que “[…]
no dio usted ni un paso más de los estrictamente necesarios para que la paz en México y la vigencia de las
instituciones democráticas que nos rigen resistieran la embestida que se les preparaba. Lo felicitamos a
218
Española, con el fin de no levantar suspicacias en una época en que el discurso oficial
mexicano había abandonado la retórica cardenista y veía al bloque comunista como una
amenaza para la seguridad nacional. Por el contrario, las crónicas de viaje, por su
escritura más literaria y por tratar temas menos comprometidos con el presente,
resistieron mejor el paso del tiempo. Al hacer la elección de su propio material, sin
convencimiento de que muchas páginas del primero están destinadas a ser leídas solo
cuando fueron escritas, mientras que la segunda está menos comprometida con la
actualidad.
A pesar de haber sido escritas durante los años más productivos de Guzmán, las
páginas de Crónicas de mi destierro están muy lejos de alcanzar el nivel literario de las
dos novelas que datan de la misma época. De hecho, si se leen hoy en día es como un
complemento de su obra novelística. Este hecho no deja de ser curioso, puesto que si
históricos ee los cuales él jugó el papel de testigo representaron una inmensa novedad
orillas del Hudson, como “Poema invernal”, no aportan elementos nuevos y, lejos de
usted, señor, y si, efectivamente, en algo fallamos a esa hora, lo lamentamos sin la menor reserva y esto
hace que nuestra felicitación resulte aún mayor”, para después agregar que el movimiento estudiantil era
“avieso, turbio, mendaz, subversivo, enfocado hacia la guerrilla y el terror” (Scherer García, 1988: 47).
219
siempre sucede así, como a menudo ocurre en este tipo de recopilaciones, pues hay textos
crónicas, sin embargo, está presente desde la escritura de los textos, tal como se explicita
Esta tarde de abril es muy hermosa: tibio el aire, confortante el sol. ¿Permanecerá
encerrado en su casa el cronista leyendo y comentando algún buen libro? ¿Irá a
meterse en algún teatro o museo para contar después sus impresiones? No. Saldrá
al campo; tomará uno de esos barquitos que hacen el servicio del Sena y bajará
hasta Suresnes (2010: 924).
La preocupación por captar el interés los lectores también aparece repetidas veces a lo
largo del libro. Esto pone de relieve una característica definitoria de las condiciones de
producción de la crónica, que es la de escribir sobre temas que puedan resultar de interés
debe tratar temas de actualidad o, en caso de alejarse de ellos, tratarlos de forma tal que
la lectura resulte agradable. Podría establecerse una relación según la cual cuanto menos
recurrir a las herramientas que aporta la literatura. En “Camino a la Sierra”, uno de los
textos más interesantes del conjunto, Guzmán se cuestiona: “’¿A la sierra?’, me pregunto
yo pensando en mis lectores. ‘Qué les podría interesar a los compatriotas míos que me
leen en México y en Texas lo que pudiera yo contarles de los riscos, los valles, gargantas
Los temas que tratan las crónicas son muchos, y abarcan desde la descripción de
220
Una cuestión que aparece a menudo es la estrecha relación existente entre España y la
entonces, que se sienta agradecido con el país que lo acoge, y que las similitudes con
proclive a la creencia de que existía un espíritu de los pueblos y de las razas diferenciado
España necesita seguir siendo la Madre Patria (así, con mayúsculas) a los ojos de
la América Española: la Madre Patria no sólo en la historia, no sólo en el afecto, no
sólo en la veneración filial, sino la Madre Patria en el ejemplo de cada día y en la
irradación constante, hacia los territorios que fueron sus colonias, de formas cada
vez mejores del modo de ser hispánico, de ese modo de ser que todas las naciones
de origen español –en conjunto e individualmente- deben empeñarse en elevar
como si tal fuera su misión única” (2010: 800).
ámbitos, a grado tal que cuando habla de España siempre aparece la sombra de México:
“Un libro que verse sobre las escuelas en España, será siempre un libro que pueda
Con todo, al lector le queda la impresión de que lo que estas crónicas cuentan es
solo una parte de lo que Guzmán vivió y escribió sobre su estancia española. Algunos
temas, en especial los políticos, solo aparecen esbozados; en otras ocasiones se mantiene
una distancia frente a ciertas personalidades de las que fue muy cercano, en especial de
221
Manuel Azaña, que en el libro solo se le menciona como biógrafo de Juan Valera. Como
estar preparando sus memorias españolas, que nunca publicó. Existe la posibilidad de que
fecha en que deben hacerse públicas–, que estén perdidas en el archivo del escritor, o
bien, que nunca hayan existido más que como proyecto. En la actualidad, el documento
más valioso con que se cuenta sobre la estancia de Guzmán en España sigue siendo
el genio literario del autor de La sombra del caudillo. Un ejemplo de ello sería
monte, y que recuerda las magníficas palabras dedicadas a la luz en sus novelas más
famosas y que también podría servir para calificar su libro de crónicas: “El sol, que da de
soslayo, se rompe entre las piedras descomponiéndose en sombra y luz” (2010: 832).
222
4.1.4. Europa Central en 1922 y Madrid de los años veinte de Francisco Urquizo
(1891-1969).
por Francia, Bélgica, Alemania, Checoslovaquia, Austria e Italia (1923), fue publicado
tan solo un año después de haber realizado el periplo. En él encontramos una escritura
cercana al diario de viajes, con anotaciones precisas que nos indican la fecha exacta en
que visitó cada lugar. Por el contrario, Madrid de los años veinte (1961) fue escrito
cuarenta años después de los acontecimientos que refiere, como una evocación en la que
Urquizo recuerda con más nostalgia que rencor sus años de exilio. Pero esa no es la única
En Madrid de los años veinte, el de mayor valor literario, el autor de Tropa vieja
rememora los “tres largos años de forzoso exilio” que pasó en la capital española y en los
que coincidió con otros exiliados mexicanos, quizás con Martín Luis Guzmán, a quien
abandonado Madrid cuando llegó el segundo. Urquizo se vio obligado a exiliarse tras la
México pasó una corta temporada en prisión. De todos estos hechos, que Urquizo relata
informa al lector de que su condición en Madrid era la de exiliado, pero nunca aclara en
78
De acuerdo al Diccionario de Escritores Mexicanos existiría un tercer libro de viajes de Urquizo, Cosas
de la Argentina (1923). Desgraciadamente, no he logrado encontrar ningún ejemplar.
223
Al igual que en el caso de Martín Luis Guzmán, sorprende la ausencia de
a causas similares a la vez que opuestas. De la misma forma que por intereses políticos
Guzmán no quiso sacar a la luz su simpatía por la República Española en pleno gobierno
de Gustavo Díaz Ordás, es probable que Urquizo haya querido pasar por alto la ideología
que defendía durante sus años europeos ya de regreso en México, de la mano del general
Lázaro Cárdenas, quien hizo de la defensa de la República Española una causa de estado.
Pero no es en este libro en el que Urquizo desliza sus simpatías políticas, tema que, como
se anuncia desde el “Preámbulo”, en el que un pintor español que visitará su tierra ofrece
al escritor cumplirle algún encargo. Urquizo le pide que visite una casa en el barrio de
madrileña con la que cultivé amistad [...]. Era madre de dos muchachas bailarinas de
flamenco, quizás lo más seguro será que ella ya no exista; pero las hijas o algún pariente
pudieran aún sobrevivir. Me agradaría saber algo de allí” (1024). A su regreso, el pintor
refiere a Urquizo que, en efecto, su amiga ya ha muerto, pero que encontró a una de las
trataba de una muchacha de cabellos rubios, a lo que el pintor responde que “es posible
que haya sido rubia; ahora su pelo es blanco” (1024). Esta evidencia del paso del tiempo
A pesar de evocar un pasado ya lejano en la vida del autor, el relato está escrito
en primera persona y alterna el tiempo pasado con el presente, lo que le aporta cercanía y
224
una sensación de constante descubrimiento. El relato se abre con la sorpresa del viajero
de llegar a su destino, y el tono, en lugar del lastimoso o enfadado que uno podría esperar
¡Madrid! ¡Por fin lo voy a conocer! Más claro: voy a cerciorarme de que existe,
pues lo conozco desde hace años, por tantísimos libros que he leído referentes a la
capital de España; por las novelas que los autores contemporáneos españoles cuyas
escenas se desarrollan todas en Madrid; por los antiguos sainetes y zarzuelas del
género chico, de ambiente madrileño; por las piezas musicales, chotises y
habaneras; por lo que me han contado los amigos que han tenido la dicha de
conocerla. (2005: 1025).
Desde un principio, al relacionar su viaje con los libros leídos que transcurren en Madrid,
Urquizo ya insinúa que su relato será también literario, más preocupado por transmitir su
visión personal de la ciudad que por resultar objetivo. Pero, para dejar las cosas más
claras aún, especifica que busca huir de las meras descripciones, más propias de otros
Tras este paseo inicial por el centro de la ciudad, Urquizo se detiene en las descripciones
de los ámbitos que más le llaman la atención, siempre recreados con un aura de nostalgia
pero también de alegría. El narrador, así, acude a las terrazas y los cafés madrileños, las
225
verbenas, una velada de flamenco, algún teatro nocturno y a diversos restaurantes, desde
los más selectos hasta algunos locales de dos o tres mesas que ni siquiera están
anunciados. A Urquizo le gusta presentarse como una persona abierta, curiosa, que se
mueve bien tanto en los sitios elegantes como en los populares. Los lugares, sin embargo,
entrañables y reales, gracias en gran parte a la voz que se les otorga, siempre cuidando su
particular forma de habla. Desfilan por el libro un mexicano perdido en la ciudad, una
maestra de tango castiza con la que se insinúa algún coqueteo, un viajero argentino al que
viajes Ciro Bayo, quien a su vez sirve a Urquizo de guía por la ciudad y lo lleva sobre
todo a bares bohemios y a fondas escondidas a comer cocido. Ya casi al final aparece la
señá Gabriela, cuya figura sirvió como pretexto a la escritura, y de quien se nos dice que
graciosa charla, tenía dos pimpollos de buen palmito, agraciadas y atrayentes; gatas
entra en detalles y se guarda para sí estas historias, al igual que sus relaciones políticas y
En las últimas páginas del libro Urquizo da salida a cierta sentimentalidad, y por
primera vez se queja de su condición de exiliado, sin mencionarla, al afirmar que “salgo
tan solo y tan triste como he llegado” (2005: 1097). Tras alabar las delicias de Madrid, en
lo que es sin duda uno de los pasajes más felices del libro, Urquizo muestra su
agradecimiento y deja constancia de que, al igual que Guzmán, en España se sintió casi
como en casa, actitud que no deja de contrastar con el antihispanismo de muchos viajeros
226
Aquí es donde menos extranjero me sentí que en otras partes; aquí eché raíces, que
al arrancarlas salen sangrantes, dejando allá en lo hondo algo que no saldrá, que no
puede salir porque está en el corazón y forma parte de él.
Aquí fui menos extranjero. Tú no sabes la amargura que encuentra esa
palabra: extranjero. […]
Nunca salgas de tu tierra; es muy triste ser extranjero79. Yo aquí he sido
menos quizás y por eso mi afecto es muy grande para esta bella y hospitalaria tierra
(2005: 1099).
No es descabellado pensar que Madrid de los años veinte fue escrito tomando como
antimodelo Europa Central en 1922 ya que ambos libros difieren en casi todo. Además
de las diferencias más evidentes ya señaladas (el lapso que media entre viaje y escritura,
singular rigor las costumbres que estos tenían en la década de los veinte. De esta forma
propio de los viajeros literarios que ya han quedado atrás: “Terminado el visado de
pasaportes, la Casa de Cook nos hace un presupuesto, que aceptamos, y que comprende
79
Para Urquizo, acostumbrado a la camaradería del ejército, la soledad del exilio debe de haber sido
especialmente pesada. Castañón (2010) afirma sobre Tropa vieja que la “principal lección de la novela es la
conciencia que tiene el narrador de pertenecer a una comunidad, a un continuo social donde cada detalle es
significativo, cada gesto y cada persona se encuentran inscritos en una perspectiva solidaria que los realza y
llena de sentido”.
227
nuestro viaje en primera clase, hoteles, intérpretes, guías y automóviles” (1923: 11),
relata Urquizo, con el tono casi burocrático que primará en el libro. La antinomia
personaje, siempre partiendo de la realidad, pero también haciendo uso de los esquemas
que Urquizo se muestra como turista porque era un turista, pero no deja de resultar
bohemio, como sus predecesores modernistas, sino obligado en su papel de turista para
quien París dejó de ser un destino mítico para convertirse en un simple conjunto de
atracciones: “Los cabarets de Montmartre son una atracción como el Louvre” (1923: 36).
Eso sí, cumplirá con las exigencias nocturnas cabalmente y acudirá a varietés, dancings,
trabajo relacionar a Urquizo con el perfil del viajero que narra. El “escritor soldado” que
hace todavía pocos años que luchó en la Revolución se queja de las incomodidades del
viaje, de lo cansado de los trayectos (“Se nos hace fastidioso el viaje [París-Colonia].
efectuarse” (1923: 19)), de las dificultades idiomáticas cuando no cuenta con intérprete
(“Le agradecemos sus indicaciones, tanto más cuanto que aquí no contamos con guía-
80
Francisco L. Urquizo fue el único escritor de la revolución que participó en esta como soldado. Primero
se unió a las tropas de Francisco I. Madero y posteriormente al ejército constitucionalista de Venustiano
Carranza. Alcanzó durante la contienda el grado de General de Brigada y más tarde, de regreso de su exilio,
fungió como Secretario de la Defensa Nacional.
228
intérprete, ni tan siquiera hemos podido conseguir un Baedecker, esos utilísimos libros
para turistas” (1923: 91)), de los supuestos peligros que lo acechan en las ciudades
porque así lo advierte la guía (“No se olvide que es peligroso aventurarse fuera del centro
de la ciudad [de Nápoles] después de las seis de la tarde” (1923: 182)), de los olores
todos le parecen iguales. Solo muestra cierto entusiasmo frente a las cuestiones militares
y los zoológicos. A pesar de ser testigo de un periodo crucial de la historia, gracias a que
las sociedades de estos países. Cuando describe alguna escena relevante no profundiza en
ejemplo de esta situación es cuando su guía alemán le comenta su impresión sobre el fin
surgimiento de nuevos conflictos: “[…] y para que sea mayor el sarcasmo, la Francia
semisalvajes. ¿Creen ustedes justo –termina diciendo– que un pueblo europeo, un pueblo
civilizado como nosotros, sea menospreciado por negros del Senegal” (1923: 32).
incluso con su acompañante, de quien no sabemos nada salvo que también es mexicano.
Las descripciones de sitios históricos y atracciones turísticas ocupan la mayor parte del
229
texto, pero Urquizo no se esmera en ellas. Muchas parecen copiadas de su guía, y algunas
veces la cita abiertamente, con la excusa de que él no será más claro que esta. La
madrileño, y sobre todo en Tropa vieja y en Fui soldado de levita de esos de caballería
nunca aparecen en este. La parte más interesante, sin embargo, está reservada para el
importancia y se permite opinar abiertamente sobre él. Aquí de nueva cuenta cuesta
párrafos, aunados al escaso valor literario del libro, explican que no se haya reeditado y
que su autor no haya hecho nada por rescatarlo. Me permito trasladar la siguiente cita
extensa por el interés que reviste y por la extrema dificultad de su accesibilidad, puesto
que el volumen se encuentra tan solo en unas cuantas bibliotecas. En Roma, tras visitar al
papa y besar su anillo, Urquizo se topa con una escena que le llamará profundamente la
atención:
230
siguen, igualmente, la remembranza romana, y se designan con los nombres de
cónsules y centuriones.
Estos fascistas que vemos forman un batallón o cohorte, que marcha a
Venecia a disolver una huelga de obreros comunistas. Es una verdadera y nueva
milicia, que se moviliza, marcha en sus trenes, ocupa sus cuarteles y combate a
estacazos y a tiros con sus enemigos, y los arrolla y ocupa las fábricas y los talleres
abandonados, y sigue luchando en ellos con el trabajo, para hacer producir al telar
paralizado y a la máquina callada. Es un ejército que vence por la fuerza de sus
brazos, que reparten palos y hacen funcionar máquinas, triunfan en lo material y
conquista rápidamente en lo moral; es una fuerza arrolladora que se apodera de
Italia, y aun quizás del mundo entero. El provenir de Italia está en sus manos; en
ellos está que siga siendo grande o que se precipite al abismo de la anarquía.
Nuestro tren parte cuando comienzan a caer gruesas gotas del cielo. Allá
queda el nuevo ejército, la juventud de Mussolini, que entona, entusiasta, un himno
guerrero en la sublime lengua de Dante (1923: 190 y 191).
231
4.2. El relato de viaje vanguardista
Resulta difícil afirmar que existe un relato de viaje vanguardista latinoamericano. Tras el
auge que el género experimentó durante el modernismo, poco a poco fue perdiendo
que nunca ha llegado ha llegado a igualarse, a nivel estilístico los libros de viaje también
sino que ahora mostraba una curiosidad más cercana a la del periodismo y los mundos
más reales, menos literarizados. Más que transmitir una sensación o escribir una pequeña
obra de arte, los nuevos narradores de viaje plasmaron sus experiencias como un
pasatiempo, como un medio estrictamente utilitario para ganar algún dinero o como
testimonio documental.
Los poetas de los años veinte del siglo pasado estuvieron muy lejos de ser leídos
César Vallejo en París, al que acudieron unas pocas personas. No obstante, al finalizar el
232
ultraísmo español, el dadaísmo de Tristan Tzara y el surrealismo de Louis Aragon y
André Breton, pero también como una continuación de la exploración iniciada por Rubén
Darío y sus compañeros. Ramón López Velarde en México, Jorge Luis Borges y Oliverio
nuevos, caracterizados sobre todo por la quiebra del lenguaje poético hasta entonces
vigente y por la creación de imágenes que delataban una nueva sensibilidad, acorde con
los nuevos tiempos, con las innovaciones tecnológicas y con las nuevas corrientes
políticas.
otras literaturas –el ejemplo paradigmático sería el Ulises de Joyce (1922)–, sentó las
de Mariano Azuela (1915), La vorágine de José Eustasio Rivera (1924), Don Segundo
sombra del caudillo de Martín Luis Guzmán (1929) rápidamente adquirieron prestigio
hermano menor de la novela, el cuento también sentó sus bases modernas gracias a
muerte (1917).
233
se encuentran varios libros que podrían considerarse relatos de viajes 81, como la Prosa
(1939) y La muerte en Madrid (1939), en los que César Vallejo y Raúl González Tuñón
Civil. Sin cumplir el pacto autobiográfico que es consustancial del género, Altazor
(1931), de Vicente Huidobro, podría leerse como un gran viaje imaginario o alegórico, en
los universos simbólicos quizás explique en parte la pérdida de importancia del relato de
viajes, cuyo estricto apego a la realidad dejó de atraer a los nuevos escritores, más
de América Latina, o bien, por explorar la esencia del lenguaje hasta asistir a su pérdida
de sentido para dotarlo de uno nuevo. Uno de los versos del “Arte poética” de Huidobro
resume la nueva poética por la que se guiarán tanto la poesía como la novela y en la que
no encuentran cabida los libros de viajes: “Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra”
sitúan su auge en la década de 1920, y especifican que sus inicios se remontan a varios
81
La inclusión de ciertos poemarios contemporáneos en la categoría de relato de viajes es una cuestión
pendiente, aunque ya hay artículos que lo dan por hecho, por ejemplo “Estampas de ultramar de Aníbal
Núñez: la reescritura de viajes leídos como instrumento de crítica cultural”, de Pardellas Velay (2004).
82
Schwartz (2002: 36), en el prólogo a su antología crítica de textos programáticos de la vanguardia,
apunta que “A pesar de que es común encuadrar a las vanguardias latinoamericanas en el periodo de los
años veinte, decenio en el cual los movimientos alcanzan su mayor auge, no me atuve a ese límite
cronológico”. Él mismo recuerda que otros estudiosos delimitan periodos más amplios, como Hugo Verani,
234
años antes y su práctica se extiende hasta al menos la década posterior. En estos años,
exceptuando el Diario de una caraqueña por el Lejano Oriente (1924), el breve libro de
las reglas del género, como sí sucede en la poesía y en la novela. La subversión del relato
de viajes latinoamericano tendría que esperar varias décadas más, y en caso de que
resulte pertinente hablar de una vanguardia del género, esta se situaría a finales del siglo
XX y principios del XXI, en la obra de escritores como Julio Cortázar, Sergio Pitol o
histórica, en particular César Vallejo, Jorge Carrera Andrade y Manuel Maples Arce, sí
transgresora presente en su poesía. El interés que tienen estos relatos es más bien
documental, no solo por la importancia de sus autores y porque aportan información muy
valiosa sobre su biografía, sino porque son también un testimonio importante de la época
que describen.
4.2.1. Diario de una caraqueña por el Lejano Oriente de Teresa de la Parra (1889-
1936)
vanguardia la “tradición de la ruptura”, como la define Octavio Paz, y que se sitúe dentro
del periodo histórico de las vanguardias, es sin duda el Diario de una caraqueña por el
que la sitúa entre 1916 y 1935, o Federico Schopf, entre 1916 y 1939 “en sentido amplio”, y 1922 y 1935
“en sentido más restringido”.
235
Como sucede con otras obras rupturistas de la época, como los cadáveres
hay forma de probar que lo que se está contando en el relato haya sucedido en la realidad.
fotografías de los lugares visitados, de los personajes descritos y del autor, que de esta
encontramos estos elementos, salvo las fechas correspondientes a cada entrada del diario.
Si bien en el texto nunca se afirma que lo que se relata es veraz y que constituye
una experiencia vivida por la autora, esto se toma como un hecho, más todavía si se
Rómulo Gallegos, y que “entronca con la literatura de viaje francesa tan en auge a
principios del siglo XX (Cendrars, Morand…)”, como señala Patout (1994: 67), y que
respeta al pie de la letra la poética del género en general y del pacto autobiográfico en
particular.
factualidad presente en todo relato de viajes. A la hora de revisar la tradición de los libros
236
no son ficción pero sí están dentro de lo literario, del lado de la literatura, aunque
en los márgenes de la ficción.
Desde un principio pide ser leído como una narración verídica, en la que la protagonista
y narradora coinciden con la figura de la autora, lo que queda patente desde el título al
especificar que las páginas fueron escritas por una “caraqueña” 83. Además, por su
que el de antes y el de después ahí donde se leen este tipo de libros, sabía discernir el
modo –ficcional o factual– en que debía leer los libros de viaje. Por ejemplo, al tomar un
libro de Cendrars, sabía de inmediato que El ron era una novela y por lo tanto lo que se
contaba en ella era ficción, mientras que A bordo del Normandía relataba una travesía
real.
exigirían leer el texto como un relato factual, en realidad se trata de una obra de carácter
ficcional. Quien en verdad realizó el viaje a Extremo Oriente fue María, la hermana de
Teresa de la Parra, quien consignó los detalles de su travesía mediante cartas que enviaba
particular proceso de producción, tiene una base verídica que fue transformada durante el
83
El gentilicio “caraqueña” también puede leerse como otro juego de la autora. Teresa de la Parra siempre
reivindicó su esencia venezolana, si bien nació en París, por circunstancias fortuitas. Llegó a Venezuela a
las dos años de edad pero su familia no se instaló en Caracas, sino en la hacienda cañera El Tazón, cercana
a la capital. El “caraqueña” del título es un elemento que aporta verosimilitud al relato, pero que
estrictamente es ficción, resumiendo en buena medida el carácter del texto.
237
ahí a que sea imposible renunciar a cierta dosis de ficcionalidad, pero en este caso, al
entretenido, pero que no estaba bien escrito ni estructurado, de ahí que haya decidido
ecos. Alburquerque (2011a: 32) no es ajeno a este asunto y advierte que “Una vez más, al
Quizás no sea una casualidad que uno de los relatos de viaje más interesantes del periodo
vanguardista sea también una defensa artística del género, pues implícitamente arguye
que no debe tratarse de un simple testimonio, sino que debe seguir ciertas pautas poéticas
ramplón por medio de la introducción de voces extranjeras que resultan un tanto ridículas
y pretenciosas como babys, shoking, clou, sister ships, champagne, comme il faut, etc.
238
por la técnica y la modernidad, en la que la venezolana no ve sino la extensión por otros
De las islas Hawái tenía formada una idea llena de sentimentalismo y poesía.
Recordaba aquella música coral tan dulcemente sugestiva, medio religiosa y medio
salvaje, que tantas veces había oído en nuestro gramófono de casa. Me decía que
muy lindo debía ser el país que a sus naturales inspiraba aquellos cantos ( 2011:
36).
desdén, donde viene a resumirse toda su psicología extraña. Los japoneses nos miran y
nos odian a nosotros, la raza blanca, y saben contener su odio y superarnos las más de las
señalado, también es posible leer el tono paródico y burlón que primará en el relato. La
niñez de la escritora transcurrió en provincia y la recordaría como una edad dorada. Así,
el “caraqueña” del título en lugar del más verídico “venezolana” se explica por los gestos
(1924) puede leerse como la novela de Caracas frente a las Memorias de Mamá Blanca
239
viajes también puede ser visto como el campo de prácticas que daría lugar a Ifigenia,
cuyo subtítulo es Diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba. Aunque de
cuando lo hicieron ellos mismos sufragaron los gastos gracias a su elevada posición
sus respectivos países, como Jorge Carrera Andrade o Manuel Maples Arce, el creador
del estridentismo. Los tiempos en que la crónica de viajes gozaba de tanto prestigio que
los escritores podían recorrer el globo gracias a sus colaboraciones en diarios y revistas
1921, cuando Maples Arce pegó carteles en los muros de la ciudad de México
anunciando sus postulados estéticos, en primera persona y con una fotografía suya
ocupando la mayor parte del cartel85. Los estridentistas proponían una revolución estética
que debía trasladar a las artes los cambios y la energía que la Revolución mexicana había
84
Algunas excepciones desmienten esta afirmación, como la de César Vallejo, cuya estancia en París se
encontraba en las antípodas de los lujos de un millonario como Huidobro o de los diplomáticos. Vallejo,
además, sí vivió en buena medida gracias a sus crónicas, e incluso realizó algunos viajes financiado por su
pluma, como sus célebres viajes a la Unión Soviética (ver página 266).
85
Los textos completos de los manifiestos estridentistas pueden consultarse en Schneider (1997).
240
establecieron en la ciudad de Xalapa, en el estado de Veracruz, donde el gobernador
Heriberto Jara les ofreció apoyo institucional, con lo que el estridentismo se convirtió en
los poetas planeaban fundar la ciudad de Estridentopolis, pero el general Jara fue
que por entonces compaginaba su creación poética con el trabajo político –fue secretario
general de gobierno y diputado–, partió del país como diplomático, labor a la que se
dedicaría durante las siguientes décadas. Fruto de sus continuadas estancias por todas las
regiones del globo es Mi vida por el mundo (1983), el tercer tomo de sus Memorias.
sea indiscutible, y en su tiempo algunas de sus creaciones fueron muy apreciadas 86, sus
obras parecen haber perdido vigencia. Algunos estudiosos, como Schwartz (2002: 189),
matizan su importancia: “El estridentismo dejó una singular herencia, resultante mucho
de alguna obra”. Otros, como Ollé-Laprune (2011: 60), son más severos en su juicio:
Los estridentistas (grupo de autores de una –tal vez la única– vanguardia mexicana
cercana al espíritu de los primeros futuristas italianos) sí buscaron la agresión pero
sin muchos daños. El tiempo ha permitido ver que si los primeros [los
contemporáneos] estaban dotados de dones literarios, los segundos [los
estridentistas] estaban cruelmente desprovistos de ellos.
86
Para dar una idea de la difusión que tuvieron algunas obras estridentistas, baste recordar que Andamios
interiores (1922), el debut de Maples Arce, recibió una reseña muy elogiosa de un joven Jorge Luis Borges,
y que Vurbe (1924), su segundo libro, fue el primer poemario mexicano traducido al inglés, de la mano,
además, de John Dos Passos.
241
En Mi vida por el mundo no se encuentra el menor rastro vanguardista, aunque cabría
aclarar que fue escrito87 cuando Maples Arce ya había renunciado al estridentismo y se
había decantado, según sus propios términos, hacia un “nuevo humanismo” (1983: 107).
tomo de las Memorias. El segundo tomo, que relata la aventura estridentista, posee aún
rastros de su ímpetu transgresor, mientras que el tercero, el que nos ocupa, es un texto de
todos los rincones del globo, residiendo en algunos durante largas temporadas 88, y
conoció a muchas de las personalidades intelectuales y políticas más destacadas del siglo.
Sin embargo, en lugar de ofrecer una visión literaria de los lugares que llegó a conocer
tan bien y un retrato de los escritores y políticos a quienes frecuentó, su libro parece
haber sido escrito más por un diplomático que por un poeta. En las primeras páginas
habla de la experiencia viajera en términos sugerentes, lo que también puede leerse como
Mientras volaba el tren por las llanuras heladas de la Europa oriental sentía que un
viaje tiene la virtud de intensificar nuestra vida interior porque, además de que
repasamos las cosas vistas, éstas mismas nos fuerzan a observar, deliberar y
depurar nuestros juicios, y en ocasiones a sentir más intensamente aún. Ver nuevos
países, de cultura diferente, despertaba en mí animosos designios (1983: 41).
87
La publicación del tercer tomo de sus Memorias, el que nos ocupa, fue póstuma, y en el último capítulo
del libro se aclara que fue redactado con su autor ya entrado en la vejez.
88
Maples Arce residió en calidad de embajador en Bélgica, Italia, Inglaterra, Portugal, Panamá, Chile,
Colombia, Japón, Canadá, Noruega y Líbano.
242
Esta exaltación del viaje contrasta con el contenido del libro, en el que más que
“animosos designios” abundan las páginas en que se transcriben discursos del ámbito
(205), y se describen con minuciosidad los informes (19) que Maples Arce enviaba a la
Secretaría de Relaciones Exteriores en México, a los cuales muchas veces se les concede
También ocupan un lugar destacado, tanto por el número de menciones como por
su extensión, los distintos homenajes que el escritor recibió a lo largo del mundo: “Con
Gracias a su figura como poeta y a sus labores diplomáticas, Maples Arce conoció a
latinoamericanos y españoles del relieve de Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, Miguel
Ángel Asturias, José Ortega y Gasset, Gerardo Diego, Julián Marías y Jorge Carrera
Andrade; y a escritores mexicanos como Agustín Yáñez, Martín Luis Guzmán, José
Vasconcelos, Octavio Paz, Carlos Pellicer y José Gorostiza. Las personalidades de otros
ámbitos también desfilan por el libro, y van desde el general Eisenhower y la familia
imperial japonesa al general Lázaro Cárdenas. Sin embargo, rara vez se describe o se
especificar cuál era su opinión de la obra del estridentista. De Octavio Paz y José
Gorostiza, quizás los dos poetas más importantes del siglo XX mexicano, se dice
simplemente que eran los secretarios a su mando en las embajadas de México en Italia y
243
en Japón, respectivamente. De Borges, con quien se reencuentra en los años ochenta tras
reír. Borges fue el primer escritor extranjero que se ocupó de mi libro Andamios
interiores” (283). Lo mismo sucede con otros nombres, por ejemplo: “Particularmente
recuerdo a don José Ortega y Gasset, quien había acogido con simpatía mis Poemas
Más que las personas o los lugares, diríase que a Maples Arce le interesan más las
culturas de cada país que recorre. Las descripciones de las ciudades, sobre todo de los
menciones cuidadas a los monumentos y atracciones de cada lugar, así como a las
manifestaciones culturales más importantes de cada pueblo. Sin embargo, rara vez se
aporta una impresión personal y se recurre más bien a las listas y simples enumeraciones,
como si se tratara de otro informe burocrático más que de apuntes de carácter personal.
Como el mismo escritor lo afirma, a veces pareciera que este interés, sin duda auténtico,
es más bien otra de las obligaciones de la diplomacia: “Al lado del trabajo burocrático de
la misión, de las obligaciones protocolarias cerca del gobierno japonés, del cuerpo
la cultura, arte, costumbres y realidad nacional” (144). Esta podría ser una explicación al
“De vez en cuando una visita de viajeros mexicanos era motivo de satisfacción.
Una de las más gratas fue la de la señora López Mateos y su hija. Mi esposa y yo
las llevamos al Museo Folclórico, a la Galería Nacional, al Frognerparken,
asombroso por las cantidad de estatuas que labró el infatigable Vigeland. También
244
las invitamos a cenar en la embajada, cuya sede les encantó incluso por el jardín,
con su árboles y arbustos cuajados de flores en esos días” (213).
rupturista, Maples Arce suele evadir cualquier cuestión política, con todo y que vivió en
la Italia de Mussolini, viajó por Austria y Checoslovaquia cuando las sombras del
Guerra de los Seis Días y tuvo que soportar el ataque de una turba enfurecida a la sede de
la embajada. Al igual que con la literatura del siglo pasado, Maples Arce fue un
páginas de sus memorias viajeras. Una excepción rescatable es el relato que se ofrece de
Londres durante algunos de los días más angustiosos de la Segunda Guerra Mundial. El
poeta y su familia, al igual que los londinenses, padecen a diario los bombardeos nazis, y
sin embargo se empeñan en llevar una vida relativamente normal. Esto se nota en
algunos episodios conmovedores, como una ocasión en que Maples Arce asiste a una
representación de Shakespeare, la cual se tiene que suspender por los bombardeos, que
acabaron con la vida de varios espectadores. Algunas veces la historia parece tener
constante a lo largo del libro. En la Italia fascista, por ejemplo, los únicos retratos en que
mientras que uno de los efectos más lamentados en el Londres de los bombardeos nazis
es la ausencia de servicio, pues todas las mujeres trabajan en las fábricas de armas (1983:
101).
245
El que hubiera podido ser, por las vivencias del autor y su filiación literaria, uno
de los relatos de viaje más sugerentes de la literatura latinoamericana, se contenta con ser
4.2.3. Rostros y climas y Viajes por países y libros de Jorge Carrera Andrade (1903-
1978)
El poeta ecuatoriano Jorge Carrera Andrade fue una figura central en la vanguardia
similares al haikú, pero sin la solemnidad de éste. Como la mayoría de los poetas
vanguardistas, viajó a Europa, en donde conoció a las figuras más destacadas de los
diplomático de su país, en el que desempeñó una exitosa carrera que culminó al ser
países de Europa, América y Asia, y reunió sus recuerdos viajeros en dos libros: Rostros
y climas (1948), publicado en París, y Viajes por países y libros (1961), impreso en
Ecuador.
sobre la obra de diferentes poetas, aunque son estos últimos textos los que suelen
246
combinación sugerente y amena de la descripción de paisaje con la alusión a
lecturas útiles o deleitosas. Como la naturaleza y los libros han sido la gran pasión
de mi vida, me he inclinado lógicamente a ese género que, sin pretender una
elevada categoría artística, alcanza a fijar las impresiones del mundo exterior y de
la obra literaria, con una apropiada dimensión crítica. […] El paseo literario, o sea
el breve ensayo que tiene algo de apunte de viaje y de nota bibliográfica […] (1961
IX y X).
En una primera impresión los dos libros resultan bastante similares, incluso en la
geografía viajera y literaria que recorren. Llama la atención que, tanto en los “apuntes de
viaje” como en las notas bibliográficas, la presencia del “yo” es mínima. El poeta
ecuatoriano utiliza casi siempre la tercera persona y elude en todo momento las
anécdotas personales. Se concentra en hablar del lugar que está describiendo o del autor
que estudia, y jamás intercala episodios autobiográficos. El lector lee las impresiones de
Carrera Andrade sobre Japón o Estados Unidos, pero no sabe por qué eligió esos
destinos, en calidad de qué los recorrió, por quién iba acompañado, qué amistades hizo,
qué escribió durante su estancia. Esta característica, que puede ser vista como pudor o
como una búsqueda de objetividad, provoca que algunos textos se acerquen al poema en
de narración.
Con todo, existen diferencias entre ambos libros, cuya publicación dista trece
“Imagen real del Japón”, el poeta toma distancia de sus precedentes literarios:
247
Antes de conocer el Extremo Oriente, el Japón era para mí la tierra de las
porcelanas y de los kimonos maravillosos. Una especie de patria de las flores y del
hakai […] No vi por ninguna parte las fastuosas escenas callejeras descritas por
Pierre Loti, Gómez Carrillo y Blasco Ibáñez. Todo estaba lleno de bicicletas, niños,
mercaderías y garabatos (1948: 11).
Aunque no se indica en ninguno de los textos, estos parecen ser una recopilación de
ninguna fecha, aunque ciertas alusiones dentro de algunos textos permiten inferir sus
coordenadas temporales. Por ejemplo, se comenta que “hasta 1941, la figura más popular
del Japón era Deana Durbin”. Que el libro retrata el Japón en plena contienda bélica se
confirma cuando Carrera Andrade habla de las noticias que llegan del frente de guerra y
del apoyo unánime de que esta goza en la población japonesa. Sobre esta, no tiene
248
En algunas ocasiones, la crítica adquiere rasgos sarcásticos, como cuando diserta sobre
ciertos clásicos literarios japoneses, en especial sobre la Historia de Genji. Este tono
adquiere su máximo esplendor cuando se describe la ceremonia del té; vale la pena
incluir la cita completa puesto que el texto se retoma, en términos muy diferentes (ver
249
exaltado a la categoría divina. Mientras los estudiantes occidentales se desvelan
aprendiendo la Historia del descubrimiento de América, los japoneses se ocupan de
grabar en su memoria la extensa Historia del té (1948: 29 y 30).
El tono sarcástico continúa en algunas partes del libro, por ejemplo, cuando en “De New-
obstante, los viajes se interrumpen de tajo para dar paso a los comentarios literarios, en
los que desaparece cualquier resabio de ironía para ajustarse al formato y tono tradicional
de la reseña y la crítica literaria. Sorprende el buen juicio del Carrera Andrade crítico,
tanto en lo referente a los poetas antiguos como a sus contemporáneos, y sus breves
ensayos se leen aún con interés, tanto por lo que indican sobre la poesía que se leía en la
época como por los análisis de las obras. Su criterio, además, se mueve con igual
actualizado, pues reflexiona en torno a la obra de los poetas por entonces modernos de
Viaje por países y libros también se abre con pequeños relatos de viajes, que en
un punto se sustituyen por la crítica poética, del mismo tenor que la del libro anterior.
Ahora sí se especifica, aunque sin detallar las fechas originales de publicación, que los
latinoamericanos. Los primeros tres textos (“Nubes”, “La nube barroca”, “La nube en
Nueva York”) son auténticos poemas en prosa en los que no hay narrador ni un yo
poético explícito. Sin embargo, los relatos de viaje que les siguen a estos hermosos
poemas son muy distintos a los del primer libro. Al igual que Manuel Maples Arce, su
vanguardia y a cualquier gesto transgresor o crítica que vaya aparejada a esta. La visión
personal de los países y culturas presente en el primer libro se esfuma, junto con las
250
descripciones peyorativas y la burla franca. Nada mejor para ejemplificar esta
transformación que comparar algunos párrafos de “Filosofía del té” con el texto que
sobre el mismo motivo se había publicado trece años atrás, en los que el (ver página
249), el ecuatoriano reformula por completo, por más que conserve algunas frases
literales:
Durante mis andanzas por las tierras del Japón, el té fue mi mejor compañero de
viaje. El té verde, servido en la tradicional escudilla de porcelana y gustado
lentamente, sobre las frescas y nítidas esteras, suele dar una lección de filosofía y
de lucidez.
Hay una serie de ritos para la ceremonia del té, en la cual cada movimiento
y cada objeto tienen una significación particular. Mientras en un hornillo hierve el
agua límpida, se sirve un bol de arroz cocido al vapor y unos bocadillos que tienen
un sabor extraño para el paladar occidental pero que se denominan con poéticos
nombres como “luna de invierno” o “tempestad de nieve”. Luego viene la infusión
aromática –chano-yu– o sea “el honorable té” que se toma sin azúcar, por pequeños
sorbos, llevando la escudilla a los labios, entre las palmas de las manos, en actitud
de ofrenda o de rito religioso.
Tomar el té “es un acto delicado –dice Yamaguchi– que nos enseña
precisión en nuestros movimientos, armonía, tranquilidad de ánimo, cortesía,
sinceridad y respeto hacia nuestros semejantes”. Y no se refiere únicamente al té
cortesano y aristocrático sino al té de todas las clases sociales. Porque aun los
campesinos y los pescadores beben esta ilustre infusión con la clásica compostura y
los mismos sorbos rituales establecidos en los viejos tratados budistas (1949: 89).
El cambio entre ambos textos bien puede resumirse en la calificación del sabor de los
251
Aunque hay innumerables ejemplos que imposibilitan cualquier clase de
literatura, que en sus primeras obras siempre fue de la mano del ánimo transgresor, quedó
sepultada por las labores propias de la diplomacia, a la que las relaciones y las buenas
intenciones son consustanciales, pero que se revelan inútiles para hacer literatura.
Viejo Mundo de sus rentas o de sus cargos, los ingresos de Vallejo provenían
Francia, España y varios países de América Latina. El título de su columna, cuando tenía
una fija, demuestra que Vallejo se concebía a sí mismo como un cronista de viajes, al
igual que su admirado Darío. Sus crónicas en El Norte aparecían precedidas por el
textos que Vallejo publicó en Europa, los del diario El Norte, que constituyen uno de los
252
corpus más numerosos e interesantes. El mismo Puccinelli distingue dos etapas en las
crónicas de Vallejo: “Una primera en que todavía se perciben los signos de su juvenil
término exquisito y refinado, le mot rare; por ciertos toques impresionistas; por una nota
curiosamente, la crónica mirándose de así misma” (XXXII). Y una segunda en la que “su
juvenil preocupación por encontrar le mot rare es reemplazada por la búsqueda de le mot
juste89, impactado por sus lecturas de Joseph Conrad, que cultivó amorosamente desde su
facilidad con que se salta de un tema a otro, como si se buscara capturar en una sola
crónica la realidad de una ciudad durante un instante. Estos elementos perdurarán en toda
las crónicas de Vallejo, aunque en la segunda etapa que señala Puccinelli también se dará
cabida a pequeños ensayos sobre arte y política que resultan esenciales para entender el
pensamiento de Vallejo.
89
Le mot juste se refiere a una cita de Conrad, tomada de Remember, que impactó a Vallejo y la repetería en
diversas ocasiones: “Dadme la palabra justa y el acento justo, y moveré el mundo”.
253
Algunas veces la exactitud de sus juicios es exacta, y no solo en lo referente a la
poesía. Por brindar un ejemplo, Vallejo no duda al afirmar en “La dicha en libertad”
(1927) que las dos mejores películas del año fueron Ben-hur y Metrópolis. Otras veces,
en “El verano en París” (1925) comenta que “si el jazz es demasiado libre, la nueva
exigírselo en esa época resulta absurdo–, sí vislumbró la amenaza del fascismo, muy
probablemente antes que ningún otro latinoamericano90. En “Las fieras y las aves raras
minoritarios, pero en los que alcanzó a ver una amenaza que se haría realidad.
(1924), además de un caligrama, gesto vanguardista donde los haya, encontramos frases
como “toda su humanidad está colgada de sus grandes ojos badulaques, […] Gómez
Carrillo está viejo para siempre” (2002: 55), que recuerdan al cadáver que “siguió
“en todas las democracias, desde 1789 hasta hoy, los partidos políticos llamados liberales
son dentaduras de enfermos que sonríen” (105), de reconocible tono vallejiano por la
90
Recuérdese que otros testigos latinoamericanos del fascismo europeo vieron en él un movimiento
esperanzador, como el revolucionario mexicano Francisco Urquizo (ver página 232).
254
mezcla de temas políticos con un vocabulario propio del cuerpo humano. Este último
aparece en toda su crudeza en “El aniversario de Baudelaire” (1928), en el que se lee que
el acto de recuerdo del gran poeta simbolista “ha sido una escena de pura riñonada
manifiesto sentido del humor, lo que podría resultar extraño a primera vista. Sin
embargo, esta dialéctica entre humor y un tono más bien sombrío también está presente
muchas veces víctima de sus burlas más sarcásticas, pero el sentido del humor también
aparece en temas más superficiales, por ejemplo, la moda, como en el siguiente extracto
Pero he aquí que Nueva York se propone ahora legislar en materia de moda
femenina, para el mundo entero, y ha lanzado la falda larga, contra la falda corta,
sostenida por París. La lucha es terrible. Y Atenas, tan armoniosa siempre, ha
lanzado, para aplacar esa lucha, una tercera moda en discordia: la falda que es larga
y corta al mismo tiempo, o lo que es igual, la falda que sube y baja. El hecho es que
habiendo prohibido el general Pangalos la falda corta, las lindas griegas, amantes
siempre del ritmo y del desnudo, han inventado una extraña falda subidiza y
arrojadiza. Las atenienses, de esta manera, recorren las calles en traje corto, y en el
momento en que se encuentran con un guardia ¡zás! Por un delicado juego de
telones y primales invisibles hacan bajar la falda; cuando ha pasado el guardia,
¡zás! Otra vez valiéndose de la misma maniobra, hacen subir la falda.
Esa es manera de zanjar discordias (199).
En cuanto al contenido de las crónicas también es posible advertir una evolución. En las
primeras se encuentra un Vallejo más ingenuo, contento con su llegada a Europa, que de
91
Lo vegetal como metáfora de la sencillez es una constante en la poesía de Vallejo, p.e., el poema LX de
Trilce empieza con los siguientes versos: “Es de madera mi paciencia,/ sorda, vegetal”.
92
Para indagar en el humor de la poesía de Vallejo, cf. Ángeles, 1999.
255
hecho recuerda el entusiasmo con el que desembarcaban los viajeros modernistas. Sin
embargo, este animo va aparejado con la sospecha de que la Europa a la que llega ya no
destruida por la Primera Guerra Mundial, amenazada por el fascismo y cuya cultura
primeras cosas que Vallejo haga en París sea dirigirse al mítico barrio de Montmartre, en
busca de la sombra de los simbolistas. Este impulso responde, por supuesto, a un interés
personal, pero también al objetivo de escribir una crónica del hecho, pues Vallejo cree
que Montmarte, ya pasado de moda, sigue siendo del interés de sus lectores peruanos.
Una de sus primeras crónicas parisinas se titula precisamente “En Montmartre” (1923), y
en ella Vallejo narra el encuentro con un español y la visita que hacen al barrio parisino.
El español pronto le pregunta, con cierta burla: “¿Por qué admiran ustedes, los
verdoso. Aquí todo ha terminado…” (25). Vallejo, entonces, no se define como un poeta
o artista, como habrían hecho los modernistas, sino que “le digo que soy un obrero del
Perú; que vengo por conocer el viejo continente, pero que, naturalmente, quisiera
Una que otra figura romanesca, entre la multitud que veo aquí, me dice, por la
brava melena, la corbata a grandes lazos negros, la indolente línea del pantalón o la
profesional inclinación de la frente, que estoy en el barrio legendario de Murger.
Mas ya Montmartre va muriendo. La bohemia parisiense va emigrando a
Montparnasse, y del ilustre tinglado de Verlaine empieza a quedar apenas un écran
colorado, donde la griseta y la demi-monde representan sus farsas finiseculares, al
son de estridivarios amarillos (26).
256
Entonces Vallejo se dirige a Montparnasse, que promete ser a la vanguardia lo que
café observa, por un lado, la ruina de los literatos simbolistas envejecidos y, por el otro,
A partir de este momento Vallejo mostrará una típica actitud vanguardista consistente en
Este comportamiento no puede ser más claro que cuando acude a una sesión de la
Academia francesa, la cual describe con una enorme ironía en una crónica titulada “En la
Academia francesa” (1924), en la cual también queda patente que el idilio con la Francia
mítica duró unos cuantos días, transcurridos los cuales el país galo será objeto de un
Todos sabemos que los Inmortales de Francia son, en sillones, cuarenta, número
quizás excesivo para tales unidades de infinito. Cuarenta inmortales en efecto
constituyen grey, y la grey supone idea de domesticidad y limitación en tiempo y
en espacio. No sin lógico se imagina el símbolo por excelencia de la Eternidad,
Dios, como uno solo y nada más que uno. Pero, se dirá, en razón, que no vivimos
257
en las calvas zonas sin linderos, sino nada menos que en Francia, en este luzorama
de Alsacias y Lorenas, de ententes y reparaciones. Entonces estamos de acuerdo.
Cuarenta inmortales (35).
nuevo, muchas veces más por lo que tiene de nuevo que por lo que tiene de arte. Cuando
Vallejo escribe sobre pintura o escultura en términos elogiosos es posible advertir cierta
afinidad con lo que le gustaría que fuera su poesía; por ejemplo, en “Salón de otoño”
(1924), describe con admiración las esculturas de Leyritz, en lo que puede leerse como
Retumba en las bravías formas de Leyritz una simplicidad tosca, una torpeza
ancha y natural, de labor verdaderamente terráquea; se palpa ahí el movimiento de
un pulso silvestre y en bruto; se nota ahí el soterrado y vivo hervor de horizontes en
pañales, de revelación en preludio. Por sus anatomías humanas anda, piel adentro,
un rumor de esperezo, un ruido de despertar. Fobia al trazo definido y zenital; fobia
a la sugestión cuidada y minuciosa, a la meticulosa férula que poda y corrige todo
salto y todo abismo. Fuera la pulidez rotunda, el contorno expreso y académico a lo
Miguel Ángel; fuera de una vez por todas el volumen renacentista. Fuera. Esta otra
lucha con el bloque tiende a la nota crepuscular; el espíritu de esta escultura es el
movimiento, su tic tac es aviónico, es decir, vital, en el rango más heroico del
adjetivo (44 y 45).
apreciar desde sus estrenos las a mencionadas Metrópolis y Ben hur, al igual que las
interesante conocer su postura al respecto, así como leer de primera mano los debates que
258
levantaban cuestiones técnicas y artísticas hoy por completo rebasadas. En “Contribución
al estudio del cinema” (1927), el peruano asiste al cine pero se sale de la función,
molesto, a causa de
sociológicas. Vallejo siempre fue un marxista convencido, lo que le valió una estancia en
prisión en el Perú y ser expulsado de Francia, sin embargo, en lo que respecta a algunos
muestra sus serias dudas. En “Las mujeres de París” (1924) señala su extrañeza al ver
pocos niños en la ciudad, en comparación con su Perú natal. Aún no llegaban de lleno los
del Frente Popular, estaba muy lejos de ser el París de Simone de Beauvoir, pero incluso
París, desde este respecto [la ausencia de niños], es árido y desolado. La mujer,
por lo general, en medio de su jolgorio de boulevard, da una extraña impresión de
esterilidad. Si sonríe, lo hará mostrando un rictus negativo, del cual acaso ha
desaparecido toda señal humana de mujer. Ella parece haber violentado el ritmo
espiritual de su sexo, hacia un rol desconocido en la vida del hogar. Trabaja al lado
259
del hombre, en el burueau, en el taller, en la fábrica, en la campaña, y, de esta
manera, vive las mismas preocupaciones y luchas por la existencia que él, en las
que para anda entra el instinto angular frente a la especie, el regazo gentilicio, el
pectoral arranque matriz. Se supera o se rebaja, no se sabe; pero se desnaturaliza
(63).
Conforme pasan los años y París deja de ser novedad, los escritos sobre literatura y
política se multiplican, mientras que los que asuntos cotidianos van perdiendo
Vallejo es cada vez más crítico con ella. Lo mismo sucede con los movimientos
vanguardistas, de los que siempre se consideró parte pero con los que a la vez mantuvo
exhibicionismo de los dadaístas, Vallejo ahora critica algunos de los puntos nodales de la
nueva estética. En “El hombre moderno” (1925), por ejemplo, duda del endiosamiento de
la velocidad sobre todas las cosas93, él, que solo un año antes usaba el neologismo
“aviónico” (ver página 259) como sinónimo de belleza: “La velocidad, pues, signo es de
nuestro tiempo. No soy yo quien lo dice; yo sólo gloso un concepto general. […] No hay
banalidad. Esto es muy importante” (174). Vallejo remata burlándose del afán por
culto a la velocidad: “Dos personas contemplan un gran lienzo; la que más pronto se
93
En la poesía también se encuentra una crítica a las loas más simplistas de la vanguardia, que algunas
veces, por el deseo de ser tan moderna, perdió contenido humano. En “Los nueve monstruos” Vallejo
afirma: “Crece, hermanos hombres/ la desdicha más pronto que la máquina […]”.
260
Esta relativa decepción de la vanguardia, o al menos de sus gestos más
Europa Vallejo no publicó ningún libro de poesía, salvo la reedición de Trilce, en los
poemarios publicados en 1939 de manera póstuma por Georgette Vallejo, su viuda, que
agrupan toda su labor poética europea, es patente que su vanguardismo es menos radical
y el sentido más inteligible, lo que da lugar a una poesía aún innovadora pero a la vez
más personal y transparente. Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz reflejan
“Influencia del Vesubio en Mussolini” (1926), Vallejo critica con ironía la certeza
espiritual a España, a donde viaja en 1925 y donde reconoce parte de sus raíces94.
Apenas entró en el país, como dejó constancia en “Entre Francia y España” (1925),
94
Vallejo siempre estuvo interesado en España y en su literatura; prueba de ello es que su tesis de
licenciatura versó sobre el romanticismo español. Este interés se hizo más profundo cuando fue expulsado
de Francia y se trasladó a Madrid, donde se involucró apasionadamente en la defensa de la República.
261
Desde la costa cantábrica, donde escribo estas palabras, vislumbro los horizontes
españoles, poseído de no sé qué emoción inédita y entrañable. Voy a mi tierra, sin
duda. Vuelvo a mi América Hispana, reencarnada, por el amor del verbo que salva
las distancias, en el suelo castellano, siete veces clavado por los clavos de todas las
aventuras colónidas (180).
inesperado si se toma en cuenta que es por esos años cuando se escribieron los que muy
(1921) de Alberto Hidaglo. Vallejo encuentra en España un refugio a la peor cara de los
tiempos modernos, sin que esto signifique una exaltación al supuesto atraso español; por
el contrario, para el peruano, el progreso penetró en España de manera más natural, sin
romper con el fluir de la vida. En “Wilson y la vida ideal en la ciudad” (1925) escribe:
“En Madrid se tiene la impresión de que los elementos del progreso no son ya nuestros
amos y nuestros verdugos, mecanizándonos bajo una ley advenediza, fatal y ciega, o
matándonos fatal y ciegamente, sino que, antes bien, ellos contribuyen a libertarnos y a
incrementar nuestra vida” (185). En “El secreto de Toledo” (1926) deja claro que su
del atraso, como les sucedía a los viajeros románticos franceses, ingleses y alemanes:
“Pero se ama a Toledo no por su historia ni por su pasado, sino por su actualidad” (233).
se matiza, y no solo en los referente a aspectos económicos o políticos, sino sobre todo
en el plano cultural. Vallejo no puede dejar de lamentar, en “París renuncia a ser el centro
del mundo” (1925), que Francia misma se rinda frente a la avalancha cultural
262
estadounidense: “La situación de Francia se hace, pues, cada día más embarazosa.
Porque es París mismo que, sin darse cuenta o sin poderlo evitar, está haciendo de New
supuesto, también va implícito el desdén con que fue recibida su obra, pues el autor de
Trilce no corrió mejor suerte que sus predecesores modernistas. La historia parece
literatura latinoamericana más auténtica, menos supeditada a los cánones europeos, una
literatura que no se contente con incluir elementos inherentes a América Latina, sino que
Paradójicamente, la literatura nueva que promueve Vallejo tiene gran influencia europea,
nuevas y más variadas influencias abrirá la puerta a una literatura diferenciada, como
263
La influencia directriz de la literatura española y de Rubén Darío cede a la más
amplia de las literaturas europeas, siendo señaladamente los rusos de todos los
tiempos –desde Gogol hasta Averchenko- los de más honda acción orientadora;
mas, en esta generación, como acaso en ninguna otra anterior, se afirma y
predomina el espíritu de la raza, en obras genuinamente sudamericanas y
sustantivas (50).
Ya en los años treinta, en parte debido a sus tres viajes a Rusia, el carácter político de las
crónicas de Vallejo estará cada vez más acentuado. Esta etapa política encontraría su
máxima expresión en el libro Rusia en 1931. Reflexiones al pie del Kremlin (1931), fruto
del segundo viaje del peruano a la Unión Soviética. Este reportaje fue el mayor éxito
editorial en vida de Vallejo y aunque se encuentra olvidado, en parte por su alabanza algo
inocente de la Unión Soviética de Stalin, bien puede verse en él el inicio de toda una
preocupación central.
264
4.2.5. Return Ticket, Jalisco-Michoacán, Continente vacío (Viaje a Sudamérica) y Este
durante medio siglo, hoy resulta esquiva, quizás por la dispersión de su obra, inabarcable,
sobre todo por sus obsesivas colaboraciones en prensa escritas a lo largo de varias
décadas. Aunque algunos de sus artículos y crónicas han sido agrupados en libros, gran
ediciones para ser rescatados. A esta situación hay que sumar el que Novo perteneciera al
grupo de Contemporáneos, conocido en especial por su labor lírica. A pesar de que Novo
publicó once poemarios, y algunos de ellos, como Nuevo amor o Seamen Rymes,
sus compañeros de grupo, quienes constituyen algunas de las cimas más altas de la
poesía mexicana del siglo XX, en especial José Gorostiza y Xavier Villaurrutia, pero
estado impulsada más por ciertas novelas latinoamericanas de gran éxito95 que por la
crítica especializada. Pero si bien Novo es un poeta apreciable, él mismo es mucho más
que su obra lírica, que le queda chica a su propio autor. Así como Jorge Cuesta, poeta
afirmarse que a Novo le tocó el papel del articulista y cronista del grupo. Es una verdad a
medias, pues en realidad la mayor obra de Salvador Novo, lector asiduo de Oscar Wilde,
fue él mismo, como lo señala Carlos Monsiváis, otro escritor inabarcable e incasillable,
95
La primera de ellas fue Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, en la que Owen es mencionado varias
veces, si bien es cierto que junto a decenas de otros poetas. En obras posteriores, Bolaño insistirá en su
gusto por Owen. Por el contrario, Owen es uno de los protagonistas indiscutibles de Los ingrávidos (2011),
de Valeria Luiselli.
265
en la crónica biográfica que le dedicó: “Novo es el primer escritor mexicano enteramente
extralibrescos de los que era estrella constante, del cóctel literario a la televisión, en la
que hasta que leía un soneto dedicado al año que se iba el país no lo daba por acabado, es
Esto queda de relieve en lo que atañe a este estudio, las crónicas de viaje, en las
que la descripción de los lugares vistos pasa a un segunda plano y donde lo que
predomina ante todo es quien observa: Salvador Novo. Si siquiera puede hablarse de que
se privilegie la acción, pues el mexicano no era muy dado a las aventura y en sus viajes
no pasa gran cosa; es más, casi todos ellos fueron en realidad giras protocolarias o
campañas oficiales, pocos dadas para la épica, pero fuente idónea para el ejercicio de la
ironía.
No es breve la obra viajera de Novo, sobre todo para un hombre de raíz tan
militante, no le gustaba salir de su ciudad, de la que, no podía ser de otra forma, fue
nombrado cronista oficial. Sus cuatro libros de viaje, Return Ticket (1928), Jalisco-
Michoacán (1933), Continente vacío (Viaje a Sudamérica) (1935) y Este y otros viajes
(1948) están conformados por crónicas que publicó previamente en diarios y revistas.
El que tiene mayor unidad es el primero, en el que cuenta el viaje que emprendió
a Hawai a una asamblea de carácter educativo. Es la primera vez que el escritor saldrá de
México y que conocerá el mar. Este viaje, oficial e iniciático, está permeado por un aura
96
En este sentido tiene un lugar privilegiado su novela autobiográfica, La estatua de sal, en la que cuenta
sin ninguna clase de autocensura la construcción de su personalidad homosexual. No obstante, este texto, a
pesar de haber sido escrito en 1945, no tuvo ninguna repercusión en la época pues no fue publicado hasta
1998, debido a que su contenido, entonces escandaloso, era simplemente impublicable.
266
primerizo, más proclive a la emoción y la aventura. Ya desde las primeras líneas se
marca este tono: “Tengo 23 años y no conozco el mar. He pasado toda mi vida en tres o
cuatro ciudades sin importancia, llevado y traído por mis padres hasta que él, a quien no
vi morir, me dejó aquí, en México, en donde yo debía estudiar para médico” (615).
Queda claro que, de niño y de adulto, si Novo se desplaza es por voluntad ajena. Y si no
queda más remedio, él se mostrará más receloso que seguro: “¿Qué voy a hacer, pues?
Habrá barcos, trenes diversos, hoteles. ¿En cuántas camas extrañas dormiré? Las gentes a
castellana” (616).
Todo en el viaje, hasta los detalles más nimios, resulta iniciático. Viaja por
primera vez en tren y en barco, conoce los Estados Unidos (se embarca en San Francisco)
y, más allá de las experiencias más evidentes, descubre una nueva intimidad: “Ésta es la
primera vez en mi vida que estoy solo, en un cuarto de hotel” (630). El pasaje más
emotivo del libro, y uno de los mas cursis de la obra de Novo, alérgica al
sentimentalismo, es en el que cuenta su encuentro con el mar. Pero incluso en este Novo
viaje oficial el mar adquiere un carácter protocolario, y al igual que las delegaciones
diplomáticas:
97
Otra herencia de las vanguardias visible en la prosa de Novo, y que la dota de un aura de modernidad, es
la rapidez con que se pasa de una acción y de un escenario a otro, como en el cine: “La crónica de viaje fue
para Salvador Novo un espacio cinematográfico, recurso que empleó para llevar a sus lectores a la escena
de los hechos y la acción” (Saborit, 1996: 606).
267
Océano, no retiro una sola de las palabras que te he dicho. Te las mereces todas y
estoy seguro de que agradeces y lees a menudo mi poema. Me ha conmovido tu
prisa por fregar los escalones de tu casa cuando supiste que venía y la infantil
manera con que te adelantaste a saludarme, sin tiempo para secarte las manos.
Todas tus olas ínfimas se pusieron a comentarte en secreto y te aseguro que he
sonreído a todos los grupos de aquellas que educaste tan bien para que me
recibieran hoy alineadas, en un perfecto desfile majestuoso y lento. A mi pies, tus
olas oficiales me dijeron discursos elocuentes, moviendo los brazos. Y me
mostraste todo lo que tenías. ¡Ya pronto, pronto! ¡No te empeñes en alisar para mí
tu antiguo tapete! Así está bien. El cielo deberá seguir tu ejemplo. Pero a él le gusta
el bluff y la omnipresencia y tolera las nubes fofas y no se ha arrugado, porque no
es grande ni ha vivido como tú y yo, que sólo permitimos continentes a nuestro
lado (631).
realidad. Novo acompaña al licenciado Bassols a una gira oficial por los estados de
posibles. En principio, nada más lejos de la aventura que una gira con un político priísta,
apartado de algunas escuelas hicieron de esta breve campaña el que a la postre quizás
fuera su periplo más fatigoso, quien acaba confesando que viajó en calidad de “fardo
animado” (667).
celebrado en Uruguay. La mayor novedad del viaje es que ahora si se encontrará con
personas interesadas en la literatura en español, y lo que era una mera visita protocolaria
sudamericanos con los que había mantenido contacto epistolar y cuya obra frecuentaba,
como Pablo Neruda, Norah Lange, Oliverio Girondo o Enrique Molina. Sin embargo, el
268
encuentro más importante, tanto a nivel literario como personal, es el que establece con
Federico García Lorca. De sus cuatro libros viajeros, éste es en el que la ironía ocupa
menos espacio y donde el escritor se muestra más satisfecho por el viaje, más abierto a
conocer personas y lugares, sorprendido por las similitudes y las diferencias que México
guarda con respecto a otros países latinoamericanos. También es en el que aporta más
“un cuaderno de apuntes, premeditación del libro” (706), lo que, hasta cierto punto,
desmiente la idea de que nunca corregía sus textos y de que en esa espontaneidad residía
parte de su encanto. La motivación de la escritura es, cosa rara en él, la nostalgia por el
viaje, y la escritura se revela como una forma de revivirlo: “Más he aquí que esa misma
voz melancólica me hace sentir ahora, en la soledad, la ausencia del viaje y me impulsa a
revivir hora por hora, en la confidencia de una máquina silenciosa, una libertad de 90
días” (701). Para acabar de desmentir el mito de que no corregía lo que escribía, al menos
cuando juzgaba que estaba escribiendo literatura y no una simple nota periodística,
agrega:
Por último, en Este y otros viajes se publican algunas de las crónica viajeras que Novo
“impresiones rápidas y directas de mis viajes por la república” (804). Al fin aparecen
aquí excursiones que el viajero decidió emprender por propia voluntad, aunque, en
269
muchos casos, no se aventurara a territorios excesivamente lejanos u hostiles; de todos
los textos, destaca la serie dedicada a Tequisquiapan, pueblo situado a poco más de 100
km de la ciudad de México.
unidad y en todos ellos es posible reconocer el estilo particular de su autor, como si este
no fuera el resultado de un periodo extenso de escritura sino que siempre hubiera estado
ahí, desde el primer párrafo de una obra extensa. Carlos Monsiváis (2010: 120) lo definió
modernistas:
Unidad estilística pero también, más allá de los tópicos que trata todo libro de viajes,
temática, pues en los cuatro libros encontramos una fecunda tensión entre la falsa
que en buena medida, del lado del cosmopolitismo, acabó definiendo a los
270
general y la obra de Novo en particular. Si hasta entonces la mayor parte de viajeros
estadounidenses, y así se seguiría haciendo hasta ahora, Novo es uno de los primeros en
leer a viajeros hispánicos, de ambos lados del Atlántico. Antes de embarcarse para cruzar
descripción de Blasco Ibáñez en su viaje alrededor del mundo” (RT, 616). Para su periplo
Nueva York, lee las páginas norteamericanas de Guillermo Prieto y las sudamericanas de
asentamiento del Partido Nacional Revolucionario en el poder, no era muy afín a ellas:
“Nadie notó, excepto acaso mis alumnos, que yo supiera literatura castellana. Mis
lecturas inglesas me dieron, en cambio, una rápida reputación local de escritor moderno
En Continente vacío (Viaje a Sudamérica) y sin que venga mucho a cuento, fuera
erudición al hacer una breve antología y estudio sobre la poesía dedicada al mar. Las
lecturas son amplísimas, y las citas, muchas de ellas dictadas por la memoria, exquisitas
y pertinentes. Predominan los poetas ingleses y los hispánicos, y uno tiene la impresión
de que frente al espectáculo marino el poeta deseaba fundir sus dos grandes pasiones
sudamericana y podrían constituir un texto independiente, pero por algo Novo decidió
271
incluirlas. El motivo, quizás, era confesar sus inclinaciones literarias en los hechos, en
mexicanas, tampoco hizo nada por ocultar el repudio que experimentaba por ciertas
leídas ahora, resultan odiosas por su racismo levemente enmascarado y por su elitismo
“Tampoco me extrañarás con tus mujeres si todas ellas son como tus postales lo dicen:
exactos duplicados de las sufridas criadas de mi casa y de las oaxaqueñas que tan en boga
forma inesperada en Uruguay: “con todas las proporciones guardadas, confieso que sentí
(762).
travesía. Obviamente las descripciones distan de ser explícitas, no por el presunto pudor
de quien las escribe, sino porque, de haberlo sido, el material hubiera sido simplemente
viajero se ve cortejado por una australiana que cuenta, por si fuera poco, con el apoyo
decidido de su madre, una señora desesperada por conseguirle pretendiente. Novo huye
como puede pero las australianas lo encuentran y persisten, mientras que los pasajeros
del barco miran divertidos el espectáculo y comentan que es una lástima que el amorío
resulte imposible.
272
En Continente vacío (Viaje a Sudamérica), se describe más abiertamente la
marinero, fiel a su leyenda, parte a la mar y es entonces cuando Novo conoce a Lorca,
encuentro del que deja un testimonio curioso, digno de la fama estrafalaria del andaluz.
Lorca, escuchando su conversación desde el baño, en donde se aseaba pero no por eso
dejaba de hablar:
La mayor novedad que aporta Novo, sin embargo, no es de índole temática, sino
estilística y pragmática: la ironía. Monsiváis, su heredero más claro, por el estilo y por el
gusto de publicar prolíficamente en diarios y revistas antes que en libros, repara en que
su modelo aglutina distintos recursos e influencias en sus crónicas, y aclara que “el
centro del ars combinatoria es la ironía, que solicita al lector su aporte de mala fe, entre
poderes aforísticos nutridos en los clásicos Wilde y Bernard Shaw” (2010: 120).
Prodigiosamente, los viajes oficiales de Novo, en donde abundaban más las conferencias
y las recepciones que las aventuras y las gestas, se prestan de maravilla al ejercicio cruel
e imaginativo de la ironía. A esto hay que sumar la personalidad del mexicano, que no
273
duda en calificarse como “un mal viajero derrotado” (715). Sujeto y espacio se dan la
mano para el surgimiento de la ironía, que tiene todo para explayarse: una visión
burocratizada forman una pareja que da por resultado un texto humorístico; por ejemplo,
cuando se me interrogó sobre ellos, en relación con el Kilauea y con las grutas que no
Pero no solo los ámbitos oficiales serán blanco de su mirada, sino que ésta abarca
todos los elementos de la isla; al hablar sobre una especie de ave que puebla los cielos de
tradicional del viajero que se muestra fascinado por el paisaje que se le ofrece e
interesado por la historia del lugar que visita, con excepción de quienes viven grandes
Ahora, en cambio, pululan unos chocantísimos pájaros por toda la isla. Se llaman
myna birds. El gobierno americano los trajo para exterminar cierta plaga, y aquí,
cumplida su misión, se han quedado, creyéndose tan dueños de la isla como el
propio gobierno americano. Son del tamaño de una paloma, pero con colores de
pato y una nariz repulsiva. Todos hablan inglés. Y aunque vuelan muy bien,
prefieren caminar pedantemente, e insultar a los automóviles que los atropellan. Se
especializan en despertarle a uno temprano. Sin más explicaciones, se ponen a
gritar en las ventanas, a la hora que les parece higiénica. Son abominables (656).
espectáculo de la playa, sin importar que sea su primera experiencia marítima, saciado
274
elevador. No volveré a bajar en estas fachas a la playa. A las cinco, cuando mire desde la
ventana que ya están andando las gentes, me pondré en traje de baño, llenaré la tina y,
cerrando, los ojos, agitaré en ella los brazos. Siempre he preferido la imaginación a la
realidad” (662).
cercano a la ciudad de México: “En Tequispiapan, Querétaro, hay una sola iglesia,
grande, limpia y sencilla. Si es joya colonial, no lo parece. Pero cumple bastante bien su
función. Orienta hacia el pueblo con su cúpula gorda, en la punta de la cual hay un foco,
y da las horas con su reloj y con su campana. Dispone además de una veleta que marca,
sin que a nadie le importe, hacia qué rumbo sopla el viento” (811).
marque una influencia clara en sus descendientes. Normalmente, los relatos de viajes,
más que establecer un diálogo entre sí mismos, con sus contemporáneos y con la
tradición, están supeditados a los dictados estéticos del momento que permean a todos
los géneros literarios. Salvo en el modernismo, los relatos de viajes constituyen más bien
publicaciones aisladas que, por meritorias que sean, no acaban de establecer un canal de
comunicación con su propio entorno literario o con el futuro. Novo en esto también es
una excepción. Al menos en lo que respecta a la literatura mexicana, cuenta con dos
y Juan Villoro. Ambos rescatan su uso reiterado de la ironía como herramienta para
las fronteras mexicanas. Ibargüengoitia, en lo que es un claro homenaje, tituló una de sus
275
crónicas Sálvese quien pueda, que es el título de una de las secciones de Este y otros
viajes.
tarea que, al concretarse, seguramente confirmarán a Novo como un gran renovador del
hispanoamericano.
276
5. Los años de la novela (1950-1980)
un relativo declive del relato de viajes. Más que a factores exclusivamente literarios,
quizás esto responda a la paulatina desaparición de los enviados especiales de los diarios,
del trascurrir cotidiano de una determinada ciudad o país. Los tiempos en que un Darío o
escritores haya sido Manuel Mujica Láinez, autor de una dilatada obra viajera que
crónicas se palpa uno de los motores de su obra: la querencia por lo decadente. Él mismo,
en ubicar sus novelas en sitios ruinosos y en adjetivarlas con calificativos arcaicos y algo
artificiales.
Viajar a Europa o a los Estados Unidos ya no significaba una travesía marítima de varias
semanas y, por ende, un viaje de meses, sino que gracias al auge de la aviación civil,
ahora, al menos para ciertas capas acomodadas, podía completarse el trayecto en cuestión
de horas. La función de los relatos de viaje, que hasta hace no mucho era
277
primordialmente informativa, se transformó profundamente. Es verdad que la mirada de
implica la escritura de toda crónica, sino que exigían la inmediatez de los cables de
era de Internet. El relato de viajes perdió parte de su objetivo pero, a la vez, se liberó de
relato de viajes se lee mayoritariamente por los mismo motivos por los que se lee una
novela: por goce estético o por mero entretenimiento. Hasta hoy perdura otro detonante
los relatos de viajes sustituyeron a los mismos viajes, pero a partir de mediados del siglo
pasado, no poco turistas y viajeros preparan sus expediciones con la lectura previa de
viajeros célebres que los antecedieron en el recorrido de los sitios que se disponen a
conocer. Esta práctica no es novedosa; basta pensar en que una de las características del
género consiste en enumerar e incluso hacer un breve comentario de las obras más
Si en una época reciente que de pronto, tras la segunda Guerra Mundial, parecía
escritores, incluso los poetas, escribían crónicas de viaje, el género perdió lustre a la par
que perdía espacio en los diarios que durante décadas lo habían apoyado, como La
contando sus viajes fueron en buena medida viajeros vocacionales, más que
medio para ganarse la vida. El género se siguió practicando, y a veces con inmenso
278
talento, pero es verdad que en este periodo no hay un solo escritor latinoamericano cuya
así en otras latitudes, incluso en el mismo universo hispánico. En España Camilo José
Cela, Miguel Delibes o Juan Goytisolo escribieron relatos de viajes a los que cada vez se
mundo francófono, escritores como Nicolas Bouvier hicieron de los viajes el centro de su
más se ha preocupado por dejar testimonio de sus recorridos por el globo, autores como
Bruce Chatwin, Paul Bowles o Paul Theroux escribieron una obra amplia y de enorme
calidad, mostrando que la modernidad no tiene por qué implicar el fin de los viajes
colonialista.
que en las décadas precedentes se había asomado al mundo sin complejos y con la
externas, si bien pertinentes, no brindan respuesta cabal a esta situación, puesto que se
trata de fenómenos que también afectaron al resto del mundo, sin que por ello su
continente, en caso de que este fenómeno no se explique simplemente por una cuota de
azar. Es probable que los escritores latinoamericanos hayan viajado menos que sus
antecesores, aunque tampoco fueron muy dados al sedentarismo. Todos los exponentes
muchos incluso fijaron ahí su residencia: Gabriel García Márquez vivió en España y se
279
asentó en México; Julio Cortázar hizo de Francia su segunda patria; Guillermo Cabrera
Infante se exilió en Londres, ciudad en la que residió durante décadas; Carlos Fuentes
vivió en París y en otras ciudades europeas; Vargas Llosa vivió varios años en París antes
novelas en México y en España. Encima, el final de este periodo coincide con el punto
más salvaje que alcanzaron las dictaduras militares, lo que llevó al exilio a numerosos
escritores, como a Juan Carlos Onetti, Antonio di Benedetto, Poli Délano o el mismo
viajes?
Aparte de las pistas ofrecidas, es probable que la simple elección artística de cada
periodo, con los antecedentes de Rulfo, Onetti, Carpentier y Asturias, cuando la novela
de extrañar que la mayor parte de los prosistas se hayan decantado por la ficción a la hora
de escribir. Por otra parte, en estos tiempos tan convulsos, en los que la literatura era un
campo de batalla más de la política, es posible que los escritores no se sintieran cómodos
no había perdido aún su prestigio y conveniencia, pero se hacía más difícil escribir sobre
sucede con Estados Unidos, a los que resultaba imposible viajar con la apertura y el
viajar para denostarlos, convirtiendo al viaje en expresión del resentimiento. Los países
del bloque socialista planteaban problemas que resultaron irresolubles: por una parte, el
acceso y la libre circulación por ellos no eran sencillos y, por otro, dado que la mayoría
280
de los escritores del periodo tenían simpatías abiertas con la izquierda, les hubiera sido
innegable espíritu de impostura. El tercer mundo, por su parte, ya no podía ser tratado
exóticamente como lo hicieron Tablada y Gómez Carrillo, pues hubiera implicado calcar
hicieron con el claro y legítimo propósito de conocerlos mejor, tal como atestigua
literatura y de una cultura. Queda, por último, el viaje interior, el que tan poco se ha
practicado en América Latina. Resulta explicable que algunos de los textos más
interesantes del periodo describan viajes a Cuba, país que fue el centro de atención, de
capítulo se analizan dos textos que describen realidades disonantes de un mismo lugar: el
Diario de campaña que el escritor mexicano José Agustín llevó durante el tiempo que
Cuba98.
directora de la revista Sur, es autora de una interesante obra viajera en la que se aportan
98
Los diarios de Ernesto “Che” Guevara serían paradigmáticos sobre la cuestión cubana y el espíritu
revolucionario de la época. Podrían acercarse al relato de viajes, sobre todo en su variante de diario de
campaña o de guerra, pero el guerrillero argentino prefiere escribir sobre la situación de la guerrilla o sobre
política que sobre sí mismo, como ha reparado Mesa Gonceda (2013: 12): “A diferencia de los diarios de
viaje, en los diarios de guerra del Che la información personal no abunda (y en general está relacionada con
sus ataques de asma)”.
281
las claves de su formación intelectual, que culminaría con la edición de una revista
literaria. Sur, que nunca ocultó su afán cosmopolita y que hizo dialogar la literatura del
Río de la Plata con la del resto del mundo, sería inconcebible sin los viajes de marcado
familiares, Adolfo Bioy Casares escribió En viaje para contar a Silvina Ocampo, su
esposa y hermana de Victoria, y a su hija Marta, sus andanzas por Europa. El libro
muestra similitudes con su obra ficcional, y por ello se ha querido hacer un estudio en el
que el vínculo que guardan quede manifiesto, con el fin de mostrar que el relato de viajes
Si bien casi todos los integrantes del boom escribieron libros relacionados con los
viajes, son pocos los que pueden colocarse a la misma altura que sus obras ficcionales.
Extrañamente, hay varios ejemplos en los que prima la intención periodística, meramente
informativa, sobre la literatura. Tal es el caso, por ejemplo, de Viaje a los países del Este,
misma búsqueda de actualidad es la que lleva a Vargas Llosa a países de Oriente Medio
en medio de conflictos bélicos, de los que cuenta su versión basada en sus propias
vivencias. Fruto de estos viajes son Diario de Irak (2003) e Israel/Palestina: Paz o
guerra santa (2005). Carlos Fuentes, por su parte, capta el espíritu de una época en su
relato de viajes. Diferente es el caso de Cabrera Infante, quien recopiló las crónicas sobre
diversos viajes publicadas en varios diarios en El libro de las ciudades (2002). De todo
este conjunto destaca Los autonautas de la cosmopista de Julio Cortázar, último libro
282
publicado en vida por el argentino, en el que inaugura el relato de viaje posmoderno en
América Latina, por lo que su análisis se lleva a cabo en el último capítulo de este trabajo
Aunque lejos del esplendor literario que cabría esperar, dada la notoriedad
dejó, no obstante, testimonio de una época vibrante y trágica en términos políticos, en los
que la literatura de los países de la región normalizaron en buena medida su relación con
283
5.1. El arte de viajar de Manuel Mujica Láinez (1910-1984)
periodos cruciales y dramáticos de su historia como Manuel Mujica Láinez. Este hecho
no deja de resultar algo irónico, pues en un siglo en el que las pasiones políticas fueron
actualidad, al igual que su compatriota y amigo Jorge Luis Borges. Sus verdaderos
ellas, por más que, a veces, ya que estaba recorriendo la Alemania nazi o la Alemania
destrozada recién salida de la guerra, no le quedara más remedio que hablar del
cronológico que va de 1935 a 1977, es también leer, a su pesar, medio siglo de la historia
del mundo. Testigo privilegiado de la historia que le tocó vivir algo abúlicamente,
recorrió, siempre como enviado de La Nación de Buenos Aires –el diario que, sin
arruinadas, la Bolivia de la Guerra del Chaco, Rumania en plena Guerra fría, el Japón en
plena Segunda Guerra Mundial, Manchuria y Corea ocupadas por el ejército nipón. Ya
importante, conoció también buena parte del globo, y dejó constancia de ello en cientos
el espectro temporal y espacial que abarca su escritura, como por la calidad de la misma,
284
Él mismo se encargó de recopilar sus crónicas en una selección cuyo primer tomo
publicó en vida, en 1983, con el título de Placeres y fatigas de los viajes, y cuyo segundo
dicha recopilación, enriquecidos con crónicas nunca antes publicadas en libro, se publicó
La primera y última crónica del volumen muestran hasta qué punto Mujica Láinez
narra el viaje en zeppelín que lo llevó de Río de Janeiro a Alemania. En la última, “El
Pompidou”, cuenta sus impresiones sobre el recién inaugurado museo francés, el cual,
que ya no existe, en el que los inventos que impresionaron alguna vez a los hombres se
convirtieron en chatarra y anécdota de la historia. En todo caso, durante medio siglo, ahí
escandalizándose por los vertiginosos cambios, y buscando las huellas y los vestigios de
un pasado que siempre le resultó más sugerente que el despótico presente. Como señala
Laera (2007), “hay, en ese sentido, un impulso modernizador en Mujica Láinez que se
deja ver con claridad en las crónicas de posguerra, en las que el interés por la ruina (lo
arruinado o los restos) se combina con el interés por la novedad (lo artístico o los
científico tecnológico)” (22). Sin embargo, la novedad lo atraerá cuando vea en ella el
resultado último de la tradición, y cuando no sea así, la juzgará como meros fuegos de
artificio. Luchando contra su propia naturaleza, el cronista pondrá todo de su parte para
mostrar interés por lo último, ya sea la pintura abstracta o la literatura vanguardista, pero
285
siempre acabará prefiriendo lo viejo, lo antiguo, más aún si perdura en el mundo en
moderno, que lejos de ignorar se preocupaba por entender, se añaden sus posturas
círculos literarios era justamente lo contrario. Su estilo algo arcaico y decadente, con
tardíos dejos modernistas, lo acabó por hermanar con sus personajes, alguno de ellos
eterno, como el conde Bomarzo, pero perteneciente por fatalidad a un mundo que no lo
acompañó en su vida permanente. Tal como sucede con Bioy Casares (ver página 312),
con quien tiene tanto en común, Mujica Láinez también se sirvió de sus viajes para dar
algunos de sus libros más populares, como Toledo para El laberinto, Madrid para El
un ejemplo del modo en que percibía los lugares, afirma que “Granada es el agua,
convirtiendo en una ficción real acorde con el resto de su obra. Son muchos los pasajes
de las crónicas que hubieran podido formar parte de sus novelas o que parecen extraídos
de éstas. Quizás el rasgo más visible sea el famoso gusto del argentino por la ruina; así,
en “Goethe y Schiller tienen severas tumbas en Weimar” (1935), en donde narra su visita
286
al cementerio de Weimar, en donde yacen, entre otros restos fúnebres célebres, las
En la penumbra, distinguimos altas placas que llevan los títulos de los soberanos
allí enterrados. Son series interminables de nombres y de fechas. Hay allí pequeñas
duquesas, muertas a los cuatro años, en la edad de cazar mariposas en el delicioso
castillo de Belvedere, lleno de porcelanas, y duques setentones, vencidos por las
cacerías y los reumatismos” (60 y 61).
inicio de cursos, los alumnos mayores llevan a los novatos frente a la estatua de Juan-
Federico el Magnánimo, donde les sirven una copa de vino de la que toman la mitad y
arrojan la otra mitad a la estatua, para que brinde por ellos. Con este brindis queda
actualidad más inmediata, incluso cuando esta haya sido la Segunda Guerra Mundial.
Aun así, dada la magnitud del acontecimiento y la catástrofe, y ante el hecho de que era
287
un testigo privilegiado, contratado justamente para narrar lo que veía, resulta algo
cultura y las corrientes estéticas también los obsesionaban, pero ello no impidió que
abordaran toda clase de temas en sus textos. No es el caso de Mujica Láinez, dueño de un
universo muy personal, amplísimo, pero en donde no tenía cabida las noticias que
momento delicado que le está tocando presenciar. Aun así, por ejemplo, en “Todos los
cielos del mundo desfilan ante el fantástico planetario de Jena” (1935), en donde narra la
decirse, sin exageración, que en el momento actual, en que tan contradictorios rumores
corren sobre las posibilidades de una guerra próxima, los ojos de Europa entera están
fijos en Jena” (63). En otro momento del mismo viaje, las autoridades germanas lo
nazi, lo que cuenta en “La Casa Parda de Munich es la cuna del nacional-socialismo de
observa “mucha águila solemne y mucha svástica estilizada” (75), y sí, es verdad que
lanza una crítica, pero de carácter estético, como si Hitler fuera una amenaza que
acuerdo con el gusto del Führer, de lo que se muestran orgulloso su guía, comenta: “La
288
miramos con más atención y nos felicitamos de que el constructor de la nueva Alemania
Unos pocos años después, su diario lo envía a otra de las capitales del Eje, a
Tokio, en plena contienda bélica. El viajero se muestra tan fascinado por Oriente que se
olvida que se encuentra en uno de los centros bélicos más importantes del mundo
mientras sucede la guerra más sangrienta de la historia de la humanidad. Para él, Japón
no es uno de los miembros del Eje que libran la guerra contra los aliados, sino el país
mítico de Pierre Loti y de Gómez Carrillo, y en “Visita a Nikko” (1940) escribe: “Al
volver a Tokio, una luna bermeja me acompañó. La luna de los poetas de Occidente que
escriben sobre el Japón, recreándolo, esa luna que es como una farola redonda de papel,
Las raras ocasiones en que Mujica Láinez se atreve a hacer un comentario sobre la
posteriori, que la Argentina mostraba abiertas simpatías por las potencias del Eje y que el
escritor viajaba como miembro de una comitiva nipona en que se le enseñaba la realidad
que más convenía a sus huéspedes. De todas formas, la rotundidad de sus afirmaciones
289
hacen que el lector festeje el desdén de Mujica Láinez por la actualidad y que agradezca
su interés minucioso y auténtico por las culturas y sus manifestaciones artísticas, tema en
el que su pluma se muestra certera y virtuosa. En “Perfil del Último Hijo del Cielo”
cometieron algunas de las tropelías más condenables de toda la guerra, concluye que “los
japoneses han querido construir ‘en grande’, para el futuro, y lo han conseguido. Dentro
una de las ciudades más hermosas y más prósperas del mundo” (114). En “Tren de
civilatoria” del Imperio del Sol, sin hacer mención alguna, por supuesto, a los hechos
sanguinarios cometidos por los ocupantes ni a la cruel dominación bajo la que vivía el
pueblo coreano:
Concluida la guerra, el cronista viaja de nueva cuenta a Europa, ahora para ser testigo de
los resultados del conflicto a unos meses de concluido, aún en 1945. Visita Francia,
Inglaterra y Alemania, y, como no podía ser de otra manera, se lamenta del desastre que
contempla, pero rápidamente cambia de tema para regresar a sus amadas observaciones
290
características definitorias, lo que lo vuelve a la vez algo repelente pero también
entrañable, pues al lector no le queda más remedio que rendirse ante tan incorregible
naturaleza.
al lector argentino datos que lo puedan hacer entender la difícil situación que atravesaba
la población civil de los países que visita; para tal fin ofrece obsesivamente los precios de
la comida y de la ropa, los cuales eran escandalosos por lo elevado, así como los artículos
que podían adquirirse con las libretas de racionamiento, que resultaban igualmente
escandalosos, por lo limitado. Sin embargo, es al menos llamativo la facilidad con la que
apocalíptico y, al siguiente, se informa de las últimas tendencias de la moda, por más que
en más de una ocasión él mismo haga notar el violento cambio. No puede acusársele
construir los cimientos sobre los que habría que levantarse, se lamentaba de las inmensas
pérdidas recientes y, a la vez, quizás como una prueba de que se había reconquistado la
normalidad, se preocupaba por cuestiones ridículas, como las leyes de la etiqueta. En “El
uso de la ropa de etiqueta en los grandes hoteles. Este asunto se discute en los diarios, y
la mayoría de las opiniones se inclinan hacia el restablecimiento del frac, hace cinco años
olvidado” (140).
291
Cuando ahora se piensa en la época de posguerra, se tiene la imagen de que todo
restablecía, lo cual, por cierto, también atañó al propio Churchill, quien, triunfador de la
guerra, perdió las elecciones frente a los laboristas, hecho del cual se lamenta
constantemente Mujica Láinez. Pero entre el lamento por la destrucción bélica y por el
a ella, se cuelan con facilidad. En “El renacimiento cultural londinense” (1945), una vez
El lector tendrá que perdonar lo que esta crónica encierra de abrupto, pero la vida
es así, abrupta, y de vida estamos hablando. Me refiero a que en este momento
excepcional –quizá cambie dentro de algún tiempo, pero por lo menos es así
actualmente–, la plata antigua puede adquirirse en Gran Bretaña a un precio
infinitamente inferior a la moderna. La razón finca en que la primera no paga
impuestos, mientras la segunda tiene un ciento por ciento de recargo. Por eso es
más fácil ver, en las grandes mesas, cubiertos de la época victoriana con escudos
ilustres que la nueva platería. Y no se crea que los cubiertos en cuestión han sido
adquiridos por los antepasados” (141).
En caso de que ocurriera, no confiesa la compra de plata, pero con los libros se olvida del
pudor y de las apariencias, y presume sus adquisiciones, unas por baratas y otras por
caras y, de paso, se muestra como un auténtico bibliófilo inglés, gesto en el que quizás no
292
haya que ver impostura o soberbia alguna, pues Manucho –como lo conocían sus
allegados en el mundo de las letras– era así sin afán de fingir nada:
Igual observación se aplica a los libros. He pagado una guinea –más o menos
diecisiete pesos– por la interesante biografía de Dickens, por Pope Hennessy, que
acaba de aparecer impresa sobre mal papel y en caracteres pequeños, para cumplir
con los reglamentos de economía que al respecto rigen, y he pagado sólo la mitad
por la primera edición de Bleak House (1853), del mismo Dickens, con las
encantadoras ilustraciones de Browne (141).
Uno de los encuentros que más lo conmueve es el de un diplomático de alto nivel que se
ve obligado a limpiar su propio cuarto. El mayor gesto épico que encuentra en el pueblo
comenta que se encuentra con otros viajeros argentinos, y que todos coinciden en
quejarse “por la ausencia casi total de carne y el exceso de pescado, por el tedio que
provoca la constante presencia de papas en los menús o por la desaparición del arroz, que
es en este momento el caviar de los británicos. Pero hay en estos hoteles pollos muy
de la guerra en Gran Bretaña” (1945), tras describir visiones desoladores, pone énfasis en
aprovecha para contar que presenció una magnífica carrera y que charló con los
293
anterior destino, y el Jockey Club –la institución más exclusiva de Inglaterra, con
sus cuarenta socios aristocráticos– perdió parte de su edificio, decorado con nobles
retratos ducales, a causa de una bomba antideportiva. Pero la otra hermosa pista
funciona normalmente y los espléndidos haras que la circundan son un remanso
verde. En el de Lord Derby he visto esta tarde a Hyperion, el célebre pardillo, y los
entrenadores, calada la gorra “compadre” sobre la oreja, me han hablado de los
triunfos del turf argentino con una sabiduría que hubiera asombrado aun a alguien
más docto en ciencia hípica” (151).
La visión ligera también lo acompaña por Francia y por Alemania, países, sobre todo este
último, donde las huellas de la guerra eran aun más crueles. En “Tanto Rouen como El
Havre presentan profundas huellas del terrible drama”, a pesar del dramático título,
introduce anécdotas chuscas, las cuales dejan entrever que él no era el único que trataba a
reemplazan con los mapas que dejó atrás el ejército alemán en su precipitada fuga. A mí
una gira de periodistas promovida por las fuerzas armadas inglesas. El tono es un poco
más serio y los detalles de la vida cotidiana, lejana de cualquier épica, son menos
numerosos. Ello no quita que comente la brusquedad del chofer de su vehículo, hecho
amenazadora o conmovedora, sino grotesca, como si todo no hubiera sido más que una
fiesta de carnaval con consecuencias más graves de las previsibles. En “Los británicos en
294
y, otra vez, el lector sospecha que alguna de las colecciones del escritor fue enriquecida
con los souvenirs de viaje: “Un colosal ropero, que he tratado en vano de mover,
disimula la que, sin duda, fue cocina en días más alegres. Al abrirlo he encontrado en uno
de los estantes una careta para gases, impresionante en esta soledad como una máscara de
brujo africano. C’est la guerre, y la guerra ha sido también cosa de brujería” (160).
Las palabras más graves de su gira alemana, como era previsible, no están
monopoliza los sentimientos más agudos del argentino. En “Los británicos en Alemania
(II)” (1945), tras recorrer, como él mismo aclara, kilómetros de avenidas y calles en los
que ningún edificio yace en pie, se tranquiliza y da gracias a Dios al constatar que la
catedral de Colonia sobrevivió. Aquí no quedan huellas de la ironía ni hay cabida a las
auténtico:
295
maravilloso templo en su nevada juventud medioeval. Pero, con todo –y loado sea
Dios por ello– la joya del Rin se ha salvado” (169).
Ni siquiera en su excursión por la Europa de la posguerra, que pudo haber dado por
resultado un documento clásico como El daño oculto del irlandés James Stern, en el que
brinda sus impresiones de viaje sobre la Alemania rendida unos meses atrás, se priva el
argentino de realizar alguna visita artística, aunque implique una desviación de la ruta del
horror, o justamente por ello. En “Caen, Bayeux, Lisieux, Chartres” (1945) cuenta que
“de retorno a Caen pasé por Bayeux. Quería ver el ilustre tapiz de la reina Matilde, para
trata de un escritor que, como pocos, se ha dejado conmover por las creaciones del
todo caso, habría que cuestionar la pertinencia por parte de La Nación de haberlo elegido
como corresponsal para esta clase de viaje. Sin embargo, dada su continuidad en el
diario, es de suponer que directores y lectores estaban más que satisfechos con su trabajo.
noticia sea la Segunda Guerra Mundial, también se aprecia en el viaje que emprendió a
Bolivia para cubrir la guerra del Chaco. La mecánica es la misma que en Europa: se deja
seducir por sus huéspedes, en este caso el presidente boliviano, a quien pinta casi como
un héroe mitológico, y se acaba olvidando del conflicto que lo llevó hasta esas tierras
para abandonarse por la cultura. Mujica Láinez lee buena parte de la literatura boliviana,
poesía de Freyre, mucho más cercana a su estilo. Es poco probable que algún
296
boliviana, y haya reconocido en el país andino un parentesco, la pertenencia a una misma
genealogía en la que “nosotros, los argentinos, somos el nieto rico y joven –el nieto que
labró la fortuna vendiendo cereales y vacunos y que luego viajó a Europa–, Bolivia es el
como la Alemania nazi. Además, el escritor, ya maduro, aprovecha también para criticar
a los gobiernos peronistas, que, según sus palabras, dejaron a la Argentina en la ruina. En
un principio duda aceptar la invitación a Rumania, pues le angustia que la aceptación del
viaje lo haga pasar como un escritor comunista. Acaba aceptando, sin embargo, para
conocer de primera mano la realidad que imperaba en el bloque del este y fundamentar
obligación de interesarse por las últimas noticias y disfrutando del arte y del pasado sin
remordimientos, aunque, a decir verdad, nunca dio señal de tenerlos. En todas las
ciudades que visita, camina por las calles buscando los pasos de otro tiempo; para él,
“Madrid, de los visigodos a los abstractos” (1958) se muestra fascinado por la capital
297
En Madrid la Historia lo acecha a uno por todas partes. Se levanta de las casas, de
las estatuas. Sorprende en cualquier recodo al torcer una calleja. Salimos de comer
con amigos y, en la oscuridad nocturna que salpican los arcaicos faroles, alguien
nos dice, mientras atravesamos una placita: ‘Allí, en esa torre, estuvo prisionero
Francisco I de Francia”. O si no: “Allí vivió Lope de Vega”. O: “En aquel solar
murió Cervantes” (225).
Las personalidades que conoce le suscitan la misma indiferencia que los acontecimientos
que observa. Como escritor respetado e institucional que era, Mujica Láinez mantuvo
contacto con varios de los grandes personajes culturales de su tiempo, pero rara vez los
a Wenceslao Fernández Flores pero no comenta nada sobre ellos. Asiste a una sesión de
tomar a las siete en punto una copita de jerez, debido a que Gerardo Diego seguía ese
hábito desde antes de ser nombrado académico, y no estaba dispuesto a renunciar a él. En
Roma lo invitan a una tertulia con la crema y nata del mundo cultural italiano, y lo que
más llama su atención, según afirma en “Un salón en un garaj” (1958), es que se celebra
en un garaje, escenario opuesto a los elegantes salones de antes. Cuenta que intercambió
opiniones con Moravia, pero sólo porque ambos coinciden en que Córdoba es su ciudad
preferida de Andalucía.
moderno. Una de sus grandes virtudes es la curiosidad, y el argentino ve, lee, escucha,
crónica italiana cuenta que los escritores italianos estaban impresionados por una muestra
de Kandinski que el argentino ya había visitado, y de la cual concluye que “la muestra
298
me interesó más como expresión de una aventura plática estupenda –como ‘idea’– que en
riquísimo de la abstracción, no consigue desanudar los lazos que la atan a la época que la
vio nacer, y resulta así contaminada por el irreductible mal gusto del art nouveau” (282).
Pero el pasado no es grandioso por ser simplemente pasado, sino por proyectarse
de maneras misteriosas, casi mágicas, y estéticas, en el presente. Mujica Láinez vive los
lugares pero no se conforma con su inmediatez, sino que bebe de las fuentes y capta la
Su arte de viajar consiste en trasladarse a otro tiempo, o más bien, en ver en su realidad la
conjunción de todos los tiempos pasados por los que un determinado lugar ha transitado.
podría tomarse como su poética de viaje, en la que los sentidos deben multiplicarse, la
erudición convertirse en guía y el viajero vivir simultáneamente todos los tiempos que le
El andariego desearía poseer mi ojos, como Argos, para mirar y que nada se le
perdiera. Y desde las murallas de los emperadores de Bizancio, los Commenos, los
Paleólogos o los Cantacuzenos hasta los bares donde se cantan canciones
estridentes, en Pera, cerca del puente de Gálata; y a las playas del Mar Negro, y a
los sitios donde los hombres semidormidos aguardan, bajo una enredadera o una
viña, ante una polvorienta máquina de escribir, que alguien se acerque a dictarles
una carta, y al barquito donde un marinero barbudo muestra, por unas monedad,
sus amaestradas focas combatientes, y a los museos donde reposa, en su estática
grandiosidad, la gloria de Grecia, de Roma, de las cruzadas y de los triunfos
mahometanos, el andariego va cosechando imágenes, aprendiendo prodigios,
299
soñando que él es, en cierto modo, como los visires de los cuentos, incógnitos y
hurgadores, que recorrían embozados los bazares y a quienes Estambul entregaba,
como flores misteriosas, sus secretos. (315-316).
300
5.2. La viajera y sus sombras de Victoria Ocampo (1890-1979)
No por su obra escrita, sino por sus empresas culturales e incluso por su biografía,
además, una faceta de la cultura argentina, aristocrática y cultísima, que creyó que su
país era una prolongación de Europa, más cercano de París que de sus vecinos
geográficos. El centro de esta superstición, y de su vida, fue la revista Sur, que surgió con
tiempo que se brindaba una plataforma de difusión a los nuevos escritores patrios. Como
ella misma lo afirmó en más de una ocasión, su biografía se acaba confundiendo con la
la inevitable decadencia, en este caso de una revista y de una vida, pero también de una
pretender publicar la mejor literatura europea de su tiempo, pero también por la literatura
argentina que publicaba, una literatura fuertemente influida por Europa, sin ninguna clase
Borges “El escritor argentino y la tradición” (Borges, 1994). Este cosmopolitismo nació
de las lecturas y de los viajes de Ocampo, que pasó largas temporadas de su vida en el
extranjero. Según cuenta ella misma, aprendió el francés al mismo tiempo o incluso antes
que el español, y París llegó a representar para ella la noción de hogar, en diferentes
99
Se considera que la edad dorada de la revista se extendió desde su fundación en 1931 hasta 1966; a partir
de entonces la publicación de los nuevos números sería cada vez más espaciada, hasta que el último
apareció en 1979.
301
Su obra literaria no es extensa y se encuentra desperdigada en algunos libros y
la cual los libros y los viajes se confunden con su propia vida. Gracias a Sylvia Molloy,
viajera y sus sombras, Crónica de un aprendizaje (2010), publicado por la sucursal del
leer los títulos de procedencia de los textos queda de manifiesto, otra vez, la estrecha
relación que existe entre relato de viajes y autobiografía, la cual es aún más intensa en
Podría decirse que el viaje toca todo lo que escribe, que su obra como bien lo ve
Beatriz Sarlo, es toda ella una traslación y que, al narrar un viaje, Ocampo se está
narrando, por sobre todo, a ella misma. El uso de la primera persona, tan necesario,
como se ha dicho, para lograr la adhesión del lector en los relatos de viaje, es aquí
múltiplemente fecundo: narro este viaje en primera persona para convocar a un tú
lector que me acompaña y ve conmigo, pero también narro en primera persona
porque el viaje es parte integral de mi persona, es ejercicio de autofiguración y
autoconocimiento. Ya testimonio, ya relato de vida, ya correspondencia, el viaje
me permite ser.
unidad del conjunto, estructurada por una cronología en la que no se resienten mayores
302
cambios estilísticos, y por una mirada que se mantiene inalterable casi por tres cuartos de
unifica el conjunto es el apego por el lugar donde se está, pues Victoria Ocampo, más
que una viajera que recorre los cinco continentes, fue una habitante del mundo, resumido
en cuatro ciudades: Buenos Aires, París, Londres y Nueva York. Trasladarse, dejar uno
de estos cuatro hogares, por más que añorara al que se dirigiera, siempre fue para ella
Champeau (2004), de relatos de estancia, llegando a tal extremo que, en la época en que
las excursiones turísticas ya eran moneda habitual, Ocampo comenta en “USA 1942”:
“Escribir las impresiones de un viaje que sólo ha durado cinco meses por un país
Desde los primeros viajes, aquellos que la hicieron abandonar Argentina para
partir hacia Francia, cuyo idioma y cultura haría propios, expresa, en “Cartas a Delfina”
(1951) esa nostalgia por lo que deja atrás: “¡Viajar! Ha de ser triste. Me encariño
demasiado con lo que me rodea. Viajar será para mí sembrar mi alma a los cuatro
vientos. Me cuesta dejar un cuarto, una casa, un jardín, una ciudad, un paisaje, animales,
gentes. Me duelen los cambios, como a los viejos los huesos con el variar brusco de la
Las descripciones físicas de los lugares son pocas. Victoria Ocampo prefiere
Su memoria, según ella misma afirma, está plagada de “olvidos lamentables y absurdas
precisiones”, y se abandona a sus caprichos. Es la memoria el único recurso que usa para
notas. En un punto dado afirma que “todos mis recuerdos de viaje son por el estilo:
303
(125). Esta preponderancia de la mirada propia sobre el testimonio pretendidamente
objetivo es lo que permite que sus relatos de viajes sean literatura y no un simple
concierne a los textos viajeros, Ocampo comenta que le resulta imposible escribir sus
lo toma de los vaivenes de la memoria y no del material más o menos organizado de las
notas, radica parte del encanto de sus escritos, sorprendentemente espontáneos, amenos e
las que se halla un catálogo de riqueza consistente en cubiertos de plata, ropa de marca y
departamento amplísimos en las capitales del mundo, no caen en lo pedante, pues este
mundo aristocrático, hoy desaparecido al menos en esta forma, era natural para ella, y
hablaba de él con la misma naturalidad con la que cuenta una comida con Cocteau, un
encuentro con Lacan, una charla con Malraux o un recuerdo de Stravinsky. Cuando
como en el extracto en el que retrata a los escritores como obsesivos tomadores de notas,
y se distancia de ellos con sorna pero también con un ligero lamento, pues en el fondo
Las personas que sacan de su bolsillo o de su cartera (depende del sexo) una
libreta para garabatear en ella, a toda velocidad, una información preciosa, una
304
observación aguda y volatizable (cifra o pensamiento), me han deslumbrado
siempre. Frecuentando, por elección, esa raza de hombres (y de mujeres, pues cada
vez son más numerosas) que llaman de letras, he tenido oportunidad de observarlos
muy de cerca. Casi sin excepción, creo, los miembros de este gremio toman notas.
Las toman en conferencias, trenes, teatros, barcos, conciertos, cines, taxis,
restaurantes, jardines, aviones, playas… Hasta en mi casa, en mi propio comedor,
los he visto dedicarse a esas faenas y he podido seguir a mis anchas –con ojeadas
codiciosas– sus gestos y ademanes (otros miran así, en el golf, el drive de los
campeones). ¡Qué fácil parece! Llega uno a figurarse que podrá imitarlos.
Convencida de lo indispensable que es seguir el ejemplo de Pulgarcito (a su modo,
también tomaba notas) para volver a dar con el camino recorrido, he comprado un
sinfín de libretas a lo largo de mi vida; desde las ordinarias, esas con tapas de hule
negro que usan los cocineros, hasta las de Hermès, de cuero de chancho.
Pero una fatalidad parece perseguirme. Jamás he apuntado en ellas nada utilizable
o interesante. En cuanto no me dirijo a alguien (como en las cartas), en cuanto no
tengo mentalmente un interlocutor para contarle lo que veo, siento, observo,
pienso, las palabras se me marchitan; pierden su color, ya casi no las distingo unas
de otras (113).
La única vez que intentó con éxito tomar notas fue en un museo de armas en Nueva York
al que llegó por casualidad. Pronto fue detenida e interrogada por la policía, que, en plena
Segunda Guerra Mundial, temió que se tratara de una espía apuntando información sobre
305
Ocampo le responde que ella no edita la revista por negocio, lo cual consideraría una
que se adaptaba a los nuevos tiempos, y quizás era verdad, por más que al lector
(1941), en una de sus estancias parisinas, cuenta que amuebla su departamento con
piezas compradas de los grands magasins, lo que se consideraba poco elegante por la
hecho tan escandaloso. Ocampo es consciente del cambio de época, el cual queda patente
en su comedor, en el que la mesa es de pino blanco y está comprada en una tienda que
vende artículos en serie, pero sobre el que reposa la cubertería de plata, símbolo del
esplendor pasado, y que también puede apreciarse en las nuevas colecciones de Chanel,
que incorpora a su catálogo vestimentas que años antes eran consideradas poco elegantes,
como el sweater:
306
A diferencia de muchos europeos, de la misma forma en que se dio cuenta de que una
época terminaba para dar pie a otra, Ocampo entendió rápidamente los Estados Unidos, y
aceptó que los días en que Europa era el centro del mundo habían terminado. Sabiamente
eludió las comparaciones, consciente de que, para temperamentos como el suyo, el ayer
seducir por la nueva civilización: “Pero Nueva York no me deslumbró realmente sino
cuando volví, en 1943. En 1930, París, Londres se interponían entre Nueva York y yo,
sin que me diera cuenta plenamente. Comparaba todo. Y no hay nada que comparar. Se
trata de OTRA COSA. Y a otra escala” (91). En Europa gusta visitar galería y museos,
que también encuentra en Nueva York, por ejemplo, en la colección Frick, que le hace
añorar el encanto del Viejo Mundo. Pero sin que esto signifique que perdiera el aprecio
por lo pasado, ni que mejorara su opinión respecto a las vanguardias literarias más
osadas, aprende a disfrutar la belleza nueva, simbolizada por los enormes puentes de
Estados Unidos, paisaje novedoso, impensable entonces en Europa. “¿Para qué hacer el
puente de los Suspiros y el Washington Bridge? La belleza del pez no es la del pájaro”
Saber adaptarse a los nuevos tiempos no significó para ella abrazar causas
progresistas, por más que fuera amiga de Camus, de Malraux –quien le contó en persona
sus experiencias de viaje en la Unión Soviética, que significó su ruptura con la izquierda
tiempo que se espantaba del avance del fascismo y del nazismo, estrechaba su lazo con
Drieu La Rochelle, de cuya amistad nunca renegó. Como tantos hijos de su tiempo,
cuando quería mostrarse a la avanzada, no lograba sino mostrar los prejuicios enraizados
307
en toda una sociedad, que ni siquiera era consciente de ellos. Esta situación se hace
estadounidenses –blancos, claro– sobre la población negra, y a veces los logra esquivar,
sabe con qué tanto convencimiento, los denigra: “Son los negros quienes han creado en
Más original es su actitud frente a América Latina. Ella, que representa en buena
Estados Unidos, en una escala en Panamá, afirma, al escuchar hablar español, sentirse ya
en casa. Su otra casa, sin duda, era la literatura, y a ambas, renunciando en buena medida
lejos de las palabras que la hacían sentir en casa, cuando empieza a barruntar el proyecto
momentos en que la publicación empezaba a cobrar forma en su cabeza, así como los
principales problemas que preveía, entre los cuales, está más decirlo, no se contaban los
Ocampo planeó una de las mayores empresas culturales del siglo pasado
latinoamericano, con el apoyo tan solo del consejo de sus amigos, de su pasión por la
308
Uno no se cura nunca de la infancia. De nuevo iba a ser tentada por la idea de
jugar a hacer una revista. Pero esta vez me daba cuenta de las dificultades de ese
juego y de mis lagunas. Mi pasión por las Letras jamás ha sido desmentida; sin
embargo, esa pasión no era suficiente para garantizar el éxito de la empresa que se
me proponía. Le dije a Waldo: “El proyecto de la revista que me propones me
parece magnífico, pero no sé por dónde empezar. La ejecución del programa de
que me hablas, está para mí, en una nebulosa. Primero, ¿con quién voy a hacer esa
revista? ¿Dónde se esconden esos jóvenes argentinos que tienen necesidad de una
revista para agruparse y publicar sus escritos? Estoy dispuesta a resolver el
problema económico, sola, para comenzar. Pero, ¿quién me ayudará a resolver el
otro problema, el de mis colaboradores? (82)
Paradójicamente, Ocampo, que vivía aislada del los devenires del mundo, refugiada en la
literatura, fue testigo de alguno de los acontecimientos históricos cruciales del siglo XX.
seducir por los dos grandes totalitarismos, ella fue inmune a ellos. Es verdad que su
posición social la hacía poco proclive al comunismo, pero su rechazo al fascismo, al que
conoció más de cerca, fue incluso más tajante. Quizás tenía que ver su oposición a ciertos
Bien puede decirse que Ocampo fue amiga de la mitad de las personalidades de
su tiempo, y que conoció a la otra. En este grupo destaca Benito Mussolini, quien recibió
309
agrega– que Julio César, Napoleón, Bismarck hayan tenido necesidad de
colaboración?” Y luego, ante mi silencio, que interpreta perfectamente: “¿Cree
usted que Dante haya escrito la Comedia a causa de Beatriz? Lo que ha inspirado a
Dante es el odio a Florencia” (100).
Es el año de 1936 y todo hace parecer que el mundo se decantará por alguno de los dos
que, según las noticias que recibe, la posición de la mujer en la Unión Soviética era más
benigna que en el fascismo, sistema del que tras su visita a Roma queda completamente
decepcionada. “El hecho es que cuando se sueña con un mundo mejor, el lugar concedido
Al igual que su compatriota Mujica Láinez (ver página 288), Ocampo recorrió
presenció los juicios, y una de las primeras, si no la primera, que conoció de primera
hecho y concluye que hace falta una policía internacional que impida que estos hechos se
repitan.
cita es larga, pero su importancia la justifica. Muestra, por una parte, una de las primeras
310
reacciones latinoamericanas frente al Holocausto y, por otro, completa el perfil de una
intelectual a la que se debe una de las empresas culturales más destacadas de la historia
Biddle, a quien vi en su oficina, hizo pasar para mí, al día siguiente, fecha de mi
partida, los films de los campos de concentración; más de una hora de ignominias.
El verlos en el Palacio de Justicia de Nuremberg, en una sala desierta, los aproxima
al espectador. Si fuesen sonoros, y los quejidos se agregaran a lo que en ellos
vemos, sería imposible aguantarlos sin un violento malestar físico. Visité también
la sala de los exhibits. La piel humana, con una bailarina tatuada encima, destinada
a convertirse en pantalla, es objeto de un mal gusto muy alemán. Y parece extraña
locura que a gente civilizada se le antoje fabricar y conservar, como recuerdos,
cabezas reducidas semejantes a las de los indios del Amazonas. Me propusieron
oler el jabón fabricado con grasa humana. Mi nariz rehusó acompañar a mis ojos en
esa aventura. Comprobé que algunos álbumes de fotografías son más espantosos
que los films y las pieles humanas, color habano claro, apiladas en un rincón.
Cuando subí al Dakota que debía conducirme nuevamente a Croydon no
tenía posibilidad de tragar un bocado. Mi estómago, cargado de imágenes, no
hubiese tolerado nada. Mi corazón no estaba casi emocionado; como si hubiese
dejado de comprender. Pero mi estómago se apresuraba solícitamente a
reemplazarlo. Había medido el alcance y entendido el lenguaje de todas esas
abominaciones. Una especie de silencio atómico llenaba mi corazón. Sólo el
estómago hablaba con rapidez, a su manera (236).
311
5.3. En viaje de Adolfo Bioy Casares (1914-1999)
A pesar de no tratarse de uno de los libros más celebrados de Adolfo Bioy Casares, En
viaje (1987), por no ser una novela o un cuento, los géneros más felizmente practicados
por el escritor argentino, permite una cercamiento diferente a su obra. Resulta curioso que
acercamiento crítico que hace no tantos años hubiera sido difícil de sostener
incluiría, por las características enumeradas en el primer capítulo de este trabajo, entre
Genette mismo abre las puertas para el estudio narratológico de los relatos
factuales, tanto en su vertiente remática como en la temática, e incluso afirma que “en el
plano narratológico como en el plano temático, las actitudes gradualistas o, como dice
Thomas Pavel, ‘integracionistas’, me parecen más realistas que todas las formas de
segregación” (1993: 76). Esta reflexión, así como la constatación del crítico francés de
que una novela clásica estaría más alejada narratológicamente de una novela moderna de
lo que esta se situaría frente a un reportaje un poco atrevido, permite la comparación del
100
Genette (1993: 53) cita como ejemplos de relatos factuales “la historia, la biografía, el diario íntimo, el
relato de prensa, el informe de policía, la narratio judicial, el cotilleo cotidiano y otras formas que Mallarmé
llamaba ‘el gran reportaje universal”.
312
relato factual –es decir, del relato de viajes– con los relatos ficcionales –los cuentos y las
novelas.
De esta forma, este trabajo también pretende demostrar que las diferentes obras
de un escritor, muchas veces sin importar el género literario o el tipo de relato en que se
les agrupe (aunque mantengan las marcas discursivas y temáticas distintivas), dialogan
relatos ficcionales, como empíricamente se daba por hecho hace ya muchos años.
Resulta pertinente aclarar que En viaje está compuesto por una serie de cartas que
el escritor argentino envió a su esposa –la también escritora Silvina Ocampo– y a su hija
Marta a Buenos Aires, durante un viaje por Europa que llevó a cabo en el año de 1967 y
que fueron publicadas treinta años después. Esto significa que el texto no fue concebido
como relato de viaje. No obstante, debido a que muestra todas las características
distintivas del género, y se ajusta a uno de sus submodelos (ver página 424) es posible
mentor de la obra de Bioy Casares, lo relaciona con una obra canónica del género 101: el
Por último, vale la pena mencionar que la obra de Bioy Casares es rica en relatos
factuales. Tal es el caso, por ejemplo, de sus memorias, y sobre todo de sus diarios, de
los cuales se publicaron en 2006 todas las entradas relativas a su amigo Jorge Luis
Borges. La recopilación suma un total de mil quinientas páginas y sin lugar a dudas
101
En realidad Martino habla de un subgénero al que denomina “diarios de viaje epistolares”.
313
5.3.1. En viaje y la obra ficcional de Adolfo Bioy Casares
Son muchos los textos de Adolfo Bioy Casares, más allá de las relaciones biográficas102,
que se pueden emparentar con En viaje. En un repaso general, un inicio posible agruparía
los que se ubican en la misma geografía y son protagonizados por el mismo tipo de
personaje; es decir, un argentino que vive sus aventuras, o muchas desventuras, durante
Bioy durante su viaje y las peripecias experimentadas por sus personajes de ficción.
lobo” (1999b) y “Ovidio” (1997c). El protagonista de “Todas las mujeres son iguales”
una carta fechada ocho años después de la publicación del cuento: “Yo he descubierto
que es muy peligroso aplicar a la conducta ideas literarias” (2004b: 73) dice el narrador
del cuento, mientras que Bioy comenta: “Aquí estoy en homenaje a Wells (véase The
Croquet Placer). No hay que confundir vida y literatura. Uno comete errores” (1997a:
28).
102
Sería interesante analizar la forma en que algunos episodios biográficos narrados en En viaje motivaron
la escritura de textos de ficción (por ejemplo, los cuentos ubicados en los mismos escenarios, como las
ciudades de Venecia o de Lausana); dicho interés radicaría sobre todo en la confirmación de que la escritura
del relato de viajes está más cerca de la autobiografía que de la ficción, lo que predispone un tipo especial
de lectura (el famoso “pacto autobiográfico”, ver página 14).
103 En este apartado, por la cantidad de libros citados de Bioy Casares, se decidió incluir el año de la edición
314
En “Historia romana” se utiliza un recurso narrativo característico del relato viaje:
el del personaje que cuenta una historia al narrador (Alburquerque, 2004). En viaje es
Ayer, cuando fui en taxi a los lagos próximos, maldije la ocurrencia: en curvas, en
descenso, el chauffer llevaba su voluminoso Mercedes a más de 120. Empecé a
hablarle como loro y conseguí interesarlo en explicaciones (que él me daba) y
distraerlo del acelerador. Volvimos departiendo amistosamente sobre historia y
política, a cuarenta kilómetros por hora. Me enteré así de que durante siglos
Salzburgo fue gobernada por obispos o arzobispos. Cuando el pueblo y los paisano se
rebelaban, los obispos subían a un castillo inexpugnable. Una vez trataron los de
debajo de vencerlos por hambre. La frase “pintar el novillo” se origina en el episodio,
me aseguró el chofer. En el castillo quedaba un solo animal; para desanimar a los
sitiadores, los obispos lo pintaban diariamente de diversos pelajes y hacían creer que
disponían de una hacienda numerosa (1997a: 96).
Para terminar con los paralelismos entre este grupo de cuentos y el relato de viaje hay
del primer cuento comenta: “Estaban en un buen día de modo que sin mayor sorpresa
hubiera oído Monique, Denise, Odette, Ivette, Chantal o cualquiera de esos nombres
típicos, tan adecuados para esgrimir, de vuelta a la patria, ante la muchachada” (1999b:
70). Por su parte, Lasarte, en “Ovidio”, enfrentado a uno de los muchos tropiezos de su
para contar en Buenos Aires” (1997c: 23). Por último, Bioy afirma: “Si pasara un
315
Al hablar de las reflexiones que se hacen de los personajes de Bioy y del propio
tan importante en la obra del autor argentino. El inicio de “El don supremo” (1999b: 117)
hace una mención similar a la que se realiza en el primer párrafo de “Ovidio” (1997b:11)
y en una de las cartas de En viaje (66): “Si dentro de algunos años quiero imaginar a
los rizos de oro, la piel rosada y blanca, los ojos misteriosamente iluminados”. Con
menos nostalgia, quizás porque habla de una historia y no de una mujer, el narrador
comenta en “Ovidio”: “Antes que los inevitables olvidos la desdibujen, la pondré por
escrito, sin más cambios que el de cuatro o cinco nombres”. La misma situación, referida
ahora a un simple dulce, se lee en las cartas de viaje: “A la vasca española que me sirvió
el té tibio, pero mejorado por unas tostadas con un dulce con un ligero sabor a azúcar
quemada, que nunca olvidaré, ni precisaré tampoco en la memoria, le dije: ‘es lindo
utilizados, resalta el gusto por las intrigas inexplicables, ya sea real o ficticio. Gran parte
protagoniza, o más bien atestigua, en “Un viaje o el mago inmortal” (1995c). Lo mismo
sucede en En viaje, donde las descripciones de los hoteles abundan y no pocas veces
también con tono burlón: “A las siete de la mañana, una muchacha bastante linda,
inclinada sobre mi cama, me despierta. Me entrega el Times y se va. En este hotel North
British, no han descubierto la posibilidad de pasar el diario bajo la puerta” (1997a: 105).
de este hotel, tan seguro de sí en su disparate” (1997a: 106). Como es común en Bioy, en
316
cualquier momento la burla adquiere un tono nostálgico y decadente: “El Hermitage es
un enorme hotel de verano. Está casi vacío, de modo que conviven el lujo y la
del amor desgraciado o imposible, es el eje de más de uno de sus cuentos, como
las sierras”: las desgracias me dejan recuerdos preciosos” (2004b: 204). Dicha sentencia
no dista mucho de la que el propio escritor escribe en una de sus primeras cartas: “Ahora
fatigosamente; desde ayer me aburro con placidez. No busco otra cosa” (1997a: 25).
Los personajes de Bioy se ven con frecuencia inmersos en viajes que acaban por
resultar iniciáticos105. La razón de que los viajes sean una experiencia reveladora es que
vivencias únicas, además de que encuentran un nuevo hogar que muchas veces es más
apto para su naturaleza; tal es el caso del protagonista de De un mundo a otro y de los de
muchas otras obras: un personaje de Dormir al sol comenta: “Es curioso cómo cualquier
que hoy es el Picardie” (1997ª: 73). Pero antes de encontrar una nueva patria se tiene por
fuerza que pasar por un periodo de soledad, que cumple la función de una etapa de
preparación, tal como el dice el propio Bioy: “cuando queda nuestro cuerpo durmiendo,
104
Recuérdese que gran parte de sus novelas podrían agruparse dentro de ese inmenso conjunto
denominado “literatura de viaje”; tal es el caso de La invención de Morel, El sueño de los héroes, Las
aventuras de un fotógrafo en la Plata o De un mundo a otro.
105
Para profundizar sobre este aspecto es conveniente revisar, entre otros textos, los siguientes: Los ritos de
paso de Arnold von Gennep y El héroe de las mil caras de Joseph Campbell.
317
en un cuarto de hotel, en una ciudad desconocida, tocamos el fondo de la soledad”
(2004b: 44). Posteriormente parece completar este pensamiento durante su propio viaje:
“La soledad, en el primer momento, es un poco áspera. Después llega a ser maravillosa”
(1997a: 81). Pero a final de cuentas, el viaje siempre constituirá una experiencia decisiva
y positiva: “los viajes, porque nos enriquecen de recuerdos, agrandan la vida” (1999b:
118).
A pesar de que es difícil afirmar que el viaje del propio Bioy es iniciático, lo que
es un hecho es que el personaje que parte y el que regresa es otro: “No puedo decirles
cuánto mejor me siento físicamente. La verdad es que, por viejo y fiero que esté para los
siento tan impecablemente libre de achaques que día a día, por olvido y falta de ganas,
postergo la ocasión de tragarme estas pastillitas” (1997ª: 116). De esta forma, el viaje
sirve para recuperar la salud perdida y para retomar nuevos bríos Gracias al periodo de
fuerza de la juventud, lo que no deja de sorprender al mismo narrador: “Estoy sano, sin
dolor en ninguna parte, lo que ya me parece natural, y sin cansancio, lo que todavía me
Por otro lado, el amor, en Bioy, puede considerarse como uno de sus temas
predilectos pues aparece tratado, de una u otra forma, en prácticamente todos sus textos.
A pesar de las variedad con que se presenta es posible hallar algunas constantes, como,
relato está constituido a base de cartas que el narrador envía desde Europa a su esposa y a
que Buenos Aires se establece como el territorio del amor. Esta idea de mundos paralelos
318
e irreconciliables se expresa en otros textos como en “De los dos lados”, cuentos cuyo
dimensionales. Otos ejemplos donde hay mundos claramente separados son “El perjurio
En Guirnalda con amores, Bioy afirma: “El mundo es inacabable, está hecho de
hospital recordemos que afuera hay otros mundos” (2004b: 41). Esta idea está presente
en En viaje: “Cuídense, ustedes dos son mi mundo” (1997ª: 24) les dice a su esposa y a
su hija, en una frase que, a la luz del resto de la obra del escritor viajero, adquiere un
Otro cuento donde se explora esta concepción, la cual puede percibirse desde el
título, es “El lado de la sombra”. Toda la historia transcurre en espacios simbólicos que
dividen los lugares del amor y los de la indiferencia y el olvido, ya sea dos distintas alas
que consideraba su favorito (Ribera y Russo, 1996: 7), lleva al extremo la concepción de
en su relato de viaje, en el que afirma, refiriéndose a su esposa e hija: “Sin ustedes, todo
(1997ª: 236).
pesar de que en ningún momento se refiere al relato de viaje, aunque sus conclusiones
319
Pero en La invención de Morel hay dos convicciones que jamás abandonó. La
primera es la intuición de que el mundo es un conjunto de mundos diversos. La
segunda, tal vez derivada, nos dice que la mujer es inalcanzable, que es un continuo
acertijo, una multiplicada de datos que no sabemos o no podemos ordenar (Rossi:
1999: 41).
mujer e hija: “La moraleja es que debemos estar siempre juntos” (1997a: 179).
Casares
Hasta ahora se han mostrado algunos de los múltiples paralelismos que se pueden
estableces entre En viaje y algunos otros textos de Bioy Casares. Por su temática, tono,
atmósfera, ubicación, tipo de narrador, sentido del humor y estilo, En viaje es un relato
diferentes periodos de su obra. Al aceptar este hecho, es posible afirmar que, al menos en
este caso, el relato de viajes está plenamente relacionado con la obra ficcional del autor y
que bien puede verse como un resumen de esta. Pero para demostrar tal afirmación
resulta necesario llevar a cabo el análisis de En viaje con base en las principales
mismo.
A pesar de que los estudiosos han señalado al menos dos etapas en su obra, es
posible apuntar constantes presentes a lo largo de toda su trayectoria, las cuales, como se
106
Rossi, Hermes Villordo, Pichon Rivière, entre otros.
320
ha repetido a lo largo de este trabajo, se encuentran en En viaje. De este se pueden
tratamiento de ciertos temas como el amor y el exilio. Algunas de estas, sin duda alguna,
como el rigor argumental en el caso del cuento, están subordinadas a imposiciones que
establece el mismo género al que se adscriben. Por el contrario, las tres características
El humor
Uno de los rasgos distintivos de la obra de Bioy Casares es la presencia del humor. Sin
lugar a dudas, este elemento podría ser sujeto de un análisis profundo, ya que Bioy lo
hacer reír fuera solo una manera de hacer la vida más llevadera, y también de
comprenderla un poco mejor. Los personajes de sus ficciones muchas veces se ven
envueltos en situaciones absurdas y risibles, no por otro motivos, sino porque así se
revela la vida en la concepción del escritor. Pareciera que se burla de sus personajes,
107
Bioy Casares no consideraba que el cuento y la novela fueran esencialmente distintos; de hecho, definía
a las novelas como “cuentos largos” (Braceli, 1997: 57).
321
existencia. El humor y la burla, en Bioy, son una forma de agradecimiento hacia la vida.
Jorge Luis Borges, en una entrevista, declaró al respecto de Bioy: “Admiré siemrpe su
desdén por el barroquismo y sobre todo su capacidad para burlarse con cortesía. Bioy
1997: 51).
historias sea triste. Esta tristeza es llevadera e, incluso, muchas veces se disimula,
mediante el humor. Los personajes de Bioy suelen fracasar; las mujeres los abandonan, el
vida, es consciente de que esta se encuentra poblada por derrotas y desastres constantes y
cotidianos. Para él, así merece la pena vivirla. De hecho, encuentra cierta dignidad en el
fracaso y cierta petulancia en el éxito: “No me negarás que en todo triunfo hay algo
(siempre mirando desde ese lugar dudoso donde se aloja “el sentido común”) aderezan
un plato, predilecto desde hace años por el autor, que es el desencanto” (Saavedra, 1986:
y el desencanto van de la mano del humor en las historias que a Bioy le gusta escribir.
permite una lectura entretenida de las andanzas del viajero, las que, en realidad, tienen
gracias al tono humorístico con que Bioy dota la narración. No obstante, el humor no
llega a tal grado que pueda calificarse al relato de humorístico. Él era consciente de que
322
su literatura, sobre todo en novelas como Dormir al sol o De un mundo a otro, rozaba
con el humorismo franco y descarado; sin embargo, se cuidó de no caer de lleno en él, no
porque sea necesariamente censurable, sino porque no era el tipo de literatura que
dotan de un tono ameno y amable, pero si estos recursos se usaran en exceso, según él
mismo, se desembocaría en un texto pesado y pedante: “El que se hace el gracioso todo
objetivo de que esté presente a lo largo de toda esta, lo que resulta esencial en la
Bioy no pretende provocar una carcajada estridente en el lector; lo que sí desea es que se
lea el relato, de principio a fin, con una leve sonrisa de complicidad: “Esa sonrisa
inconfundible que brota de la prosa de Bioy viene de una diferencia de estatura: la que
cada uno de los que la padecemos somos minúsculos, triviales, fatuos, transitorios”
Desde el principio del relato se percibe un tono irónico, pues lo primero que el
escritor comenta al llegar a su hotel de París, primera etapa de su viaje, es: “Aquí me
recibieron como a un viejo amigo; mejor dicho, como a un viejo cliente: para serlo basta
Los hoteles y los restaurantes serán frecuentes blancos de las burlas del viajero: “
A la noche comí en Saint-Jean-de-Luz: como se hizo tarde, en una taberna vasca. Codo
con codo con los vecinos, en baño maría en el olor a cebolla, ajo y sopa de pescados, con
patilludos españoles que entraban a cantar con guitarra y mandolín, pasaban el plato y se
323
iban. En definitiva, uno de esos lugares pintorescos y divertidos, que me desagradan”
(1997ª: 66). Parece ser que los lugares abarrotados no eran de la predilección del viajero,
pues páginas adelante repite la misma queja, ahora dirigida contra un local nocturno
francés: “Después de comer fui al Crazy Horse Saloon: un sótano en tinieblas, con una
multitud apretujada, que fuma, bebe en copas que no tienen donde apoyar (o en el mejor
de los casos, en mesitas minúsculas, compartidas por varios parroquianos que por un
Las descripciones de las comidas que el viajero consume durante su recorrido son
popularidad de este restaurante es una prueba del infalible talento para equivocarse que
tiene el mundo. Los franceses, que ni queriendo pueden comer en malos restaurantes,
Bioy aprovecha su viaje para asistir varias veces al teatro y al cine y, como es de
suponerse, cuando la obra o la película que ve no les gustan, las críticas mordaces no se
hacen esperar, como se lee en una de las primeras cartas, fechada en París, refiriéndose a
segundo acto, la incertidumbre se convirtió en resignación” (1997a: 33). Una obra que ve
en Londres no corre mejor suerte, pues Bioy comenta que se vio obligado a abandonar su
butaca para ir al baño, y que al regresar “la parte perdida se remendó enseguida; creo que
igualmente” (1997a: 89). Por último, en París, acude a ver una película sobre un festival
de rock, lo que ya hacía prever que no sería de su predilección, tan y como sucedió: “En
324
En los relatos de viaje se encuentran a menudo caracterizaciones nacionales
Pienso que los turistas americanos siembran eficazmente el odio por su admirable
país. Lo que no saben es portentoso: en otra mesa, otro italiano explicaba a otros
norteamericanos escépticos que Florencia merecía una visita; esta noche dos
norteamericanos le pidieron al maître de’hotel que les daba lecciones de italiano que
no les enseñara tantas frases juntas porque no podrían recordarlas (tante grazie, per
piacere, scusi, Prego) (1997a: 188).
Estas caracterizaciones humorísticas no siempre van emparejadas con una crítica, sino
paciencia de los ingleses en los caminos, las interminables filas que durante una hora
comprendí por qué aguantaron los bombardeos y ganaron la guerra (1997a: 117).
El propio viajero se burla de esta propensión de las personas a juzgar a los otros
según estereotipos nacionales: “Nada como el conocimiento de los pueblos vecinos para
fomentar el odio. Los venecianos llaman barbari a los austriacos; los austriacos
estilo humorístico, la cual, por lo visto, de vez en cuando genera molestias en una de las
destinatarias de las cartas, su esposa Silvina Ocampo: “Me desespera que tan
sensiblemente reacciones a mis comentarios espontáneos sobre lo que voy sintiendo cada
día. Vos me conocés; reflexiono satíricamente sobre lo que me pasa, sobre lo que veo.
Esta tendencia es natural en mí, un poco inevitable. Agrega a eso el brusco paso de la
325
La aparición de lo fantástico
Bioy Casares, a pesar de contar con textos puramente realistas 108, ha sido catalogado en
dicha clasificación, pues en sentido estricto consideraba toda la literatura como fantástica
o, en todo caso, a esta rama como la más puramente literaria: “[los cuentos fantásticos]
probablemente sean los que menos necesiten un adjetivo calificativo. No creo que la
palabra cuento sugiera un cuento costumbrista o realista, o policial; creo que sugiere, tal
vez, un cuento de amor y, sobre todo, un cuento fantástico” (Bioy Casares, 1993ª: 147).
una moda literaria que aburrirá a los lectores. Enseguida recapacito y me digo que es
difícil que esto ocurra, porque toda la literatura es fantástica” (1997: 8).
En otra ocasión, escribió: “En Italia solían preguntarme qué es lo fantástico. Para
salir del paso, les dije que era el material con el que yo trabajaba, como los ladrillos para
Todas estas nociones sobre literatura fantástica son interesantes y sugerentes, pero
no muy creíbles. Al decir que toda la literatura es fantástica o que su materia de trabajo
es la fantasía, Bioy sabía que en cierta forma afirmaba la verdad pero no podía ignorar
que él, como todos, conocía o sustentaba una clara división entre lo fantástico y lo real.
Borges y Silvina Ocampo, en la que se recogen textos de muy diversos orígenes, pero
que tienen en común esos elementos que por convención todos conocemos o
108
Por ejemplo, los agrupados en Historias de amor.
326
En la obra de Bioy Casares se encuentran elementos fantásticos de muy diversa
rupturas temporales y espaciales y, lo que más nos interesa en este caso, elementos
misma realidad. Al respecto, Suárez Coalla (1994: 271 y 272) nos recuerda que:
Bioy sabía que las historias fantásticas eran las que exigían mayor cuidado en su
El autor de literatura fantástica tiene que volver creíbles cosas muy extrañas. Para
eso, debe poner orden en la exposición y tener una sabiduría capaz de orientar al
lector, después desorientarlos y por fin llevarlo a la revelación final. Es la misma
inverosimilitud de la literatura fantástica lo que exige ser muy racionales y astutos
para usar argumentos que van a hacer pasar los sofismas por verdades (Martino:
1989: 67).
Lo fantástico de En viaje, con las reservas naturales del caso, estriba en que las
complicaciones son tantas, tan inesperadas, ilógicas, absurdas o inauditas, que se alejan
327
cartas que conforman un relato de viaje, no pueden existir hechos incuestionablemente
Bioy trata ciertos episodios, bien puede afirmarse que adquieren, al menos, un toque de
irrealidad. Este tipo de fantasía está presente en otras obras del autor, como en la novela
Diario de la guerra del cerdo, en que la situación descrita (la eliminación de los viejos
cambio de horario y que inevitablemente recuerda esas máquinas y sistemas creados por
Bioy en novelas como La invención de Morel, La trama celeste y Plan de evasión: “Por
una patética fidelidad a los nuestro, hasta la noche de aquí no cambié la hora argentina
que traía en mi reloj. De ese modo comprobé que después de prmitirnos dos horas d
esueño, en el avión nos dieron los buenos días y nos desearon respectivamente una noche
Dormir al sol o en “El perjurio de la nieve”: Julia, cuando estaba sola en Francia,
mandaba recortes de los diarios, que no leíamos. Yo la consideraba un poco loca. Ahora
estoy solo aquí y siento el impulso de mandar recortes. Toda persona sola está un poco
viajero. Para cada viajero hay, eso sí, una sola personalidad de viajero. Yo me había
olvidado de la mía. Ahora la reconozco. Es la del 49, 51, 54, 56” (1997a: 95). Lejos de
rehuir esta situación, el viajero se regodea en ella: “Creo que esta noche veré unos
109
Para una distinción entre diferentes categorías de los fantástico, ver Todorov (2006).
328
partidos importantes de gran chistera; lo que hace uno cuando deja de ser el de siempre,
los textos ya citados, los cuentos “Máscaras venecianas” y muchos de los que se incluyen
en su última colección de cuentos, Una magia modesta, como “Otro punto de vista” y
abundancia de este tópico en la obra ficcional de Bioy, que también puede ser válida para
el relato de viaje: “La explicación de la elección del doble como motivo recurrente en la
obra de Bioy Casares puede ser múltiple: reflejo de los horrores de la sociedad como, por
Otras variantes del tema del otro o del doble que se encuentran en En viaje es el
de las otras vidas que una misma persona podría vivir, el comportamiento diferente que
coincide con su realidad. Por ejemplo, Bioy, ante un aeropuerto, medita sobre su
Ayer fui a Boulogne, y recordé viajes anteriores, en que íbamos lleganos a Boulogne
con el corazón roto, porque allí nos embarcaríamos y dejaríamos Francia. Estos
recuerdos daban algún encanto a mi paseo y me hacían pensar con extrañeza en
aquella angustia. Acaso no la imagino porque estoy a punto de partir. En cualquier
situación resulta difícil imaginarse en otra. No sabemos lo que sentimos hasta llegar a
la situación. Algo parecido sentí anoche mientras comías en el restaurante L’Escale,
del aeropuerto de Le Touquet. Mi indiferencia por partidas y llegadas de aviones me
divertía; como si pensara: por una vez el viejo sentimental no participa (1997a: 42).
329
Los juegos con la memoria, como “En memoria de Paulina”, también se encuentran en el
relato de viaje: “Pensé que haber estudiado ahí –qué raro: ya sé que estudiar ahí no me
corresponde– debe de ser uno de los mejores recuerdos que puede recoger a lo largo de la
vida una persona con propensión a la belleza y la paz” (1997a: 96). Y, al igual que “En el
lado de lado de la sombra”, alguna señal puede cuestionar la, al menos en apariencia,
infalible memoria: “No podía precisar si antes estuve aquí con mis padres, pero en la
plaza de San Marcos recordé una fotografía en que aparecemos cubiertos de palomas”
(1997a: 180).
En todo caso, si, por resultar un poco forzada, no se admite una lectura fantástica
dichos paisajes y algunos textos ficcionales del autor, esos sí aceptados unánimemente
como fantásticos. Lo que queda claro es que, ya sea por el carácter fantástico de algunos
pasajes del relato de viaje o por el estrecho vínculo que existen entre estos y los textos
ficcionales y factuales, En viaje es una obra que, no por pertenecer a un género literario
factual, deja de dialogar con el resto de la obra del escritor argentino. Además, la
intromisión de episodios hasta cierto punto fantásticos en el mundo de todos los días no
es nada descabellada en los moldes literarios de Bioy, pues como él mismo confiesa en
una entrevista llevada a cabo ocho años después de la escritura de las cartas: “Para
330
El estilo de Adolfo Bioy Casares siempre fue sencillo, pues explícitamente este huía de
hecho, su estilo se basa en la premisa de que, ante todo, el escritor tiene la obligación de
agradar. Pero aún así es posible percibir que esta predilección por la sencillez se fue
afianzando con el tiempo, sin llegar nunca a la simplicidad; esta mutación parcial del
De hecho, Bioy considera La invención de Morel su primer libro, ignorando los seis
yo quería: cometer la menor cantidad posible de errores. Y por eso las frases son tan
cortas, porque así dan menos ocasión al error” (Sorrentino, 2001: 63). Además, este fue
el primer libro que Bioy escribió pensando en los lectores y no en los críticos, lo cual
implicaba una simplificación del lenguaje utilizado y también una libre intromisión del
las que se infiere la predilección por el uso de su propia variante dialectal: “Después de
un mal almuerzo –con los españoles todo nos une salvo el idioma: ‘pollo asado’ es ‘pollo
a la cacerola’, los espaguetis a la inglesa llevan salsa de tomate, los ‘entremeses’ son los
110
Esta voluntad estilística, compartida hasta cierto punto con Borges, contrasta radicalmente con gran
parte de la narrativa hispanoamericana que se tenía en más alta estima en esos años, como por ejemplo la
practicada por Alejo Carpentier, José Lezama Lima o Miguel Ángel Asturias.
331
Otros académicos que se han preocupado por estudiar su obra también coinciden,
al igual que Rossi, en que esta se divide en varias etapas. Los criterios y las opiniones
En viaje parece escapar a las etapas señaladas por Hermes Villordo, pues no tiene ningún
realista (aunque hay que tomar este calificativo con cautela, debido a lo que se ha
otra opción. No obstante, esta aparente heterodoxia de En viaje se debe, más que a la
diferencia tipológica, a que constituye una mezcla de las etapas estilísticas antes
mencionadas.
lapso en que la prosa de Bioy experimentaba una mutación. ¿Hasta qué punto su relato de
viaje es producto de dicha transformación o, por el contrario, su misma escritura fue una
de sus causantes? Sin duda, responder a dicha pregunta requeriría de un estudio estilístico
332
profundo pero, a juzgar solo por la fecha de publicación de los libros, cabe suponer que
la escritura de las cartas que terminaron por conformar un relato de viaje tuvo una
importancia relevante en la dirección que tomaría su estilo. El año en que Bioy lleva a
cabo su viaje coincide con el de la publicación de El gran Serafín, un cuentario que bien
puede calificarse como de transición en la obra cuentística del autor, aunque la prosa del
relato de viaje es aún más relejada. El motivo de esto, en un principio, puede deberse a
que una de las dos destinatarias de las cartas era su hija Marta, quien era todavía una
niña, lo que exigía una escritura simple y amable. No es descabellado pensar que Bioy se
sintiera tan cómodo en este nuevo estilo que decidiera practicarlo en su obra posterior,
Otro crítico, Pichon Riviére (1991:15), divide la obra de Bioy en tres etapas:
madurez, por el narrador; en su vejez, por el escritor satírico. De ser cierta esta
relato de viaje, es difícil localizar una trama o un hilo argumental más allá del viaje
tramas, está consciente de que a final de cuentas debe existir y existe un hilo conductor
en sus cartas, que es el propio viaje, convertido en narración; no es casualidad que inicie
una de sus cartas con la siguiente frase: “Retomo el cuento del viaje…” (1997a: 78).
incluso lo obsesionó. En sus diarios es frecuente encontrar entradas en las que anotaba y
analizaba expresiones cotidianas, lo que refleja una preocupación por el habla popular y
la búsqueda de una posible fuente para el lenguaje de sus libros. Incluso publicó uno, a
modo del Diccionario de ideas recibidas de Flaubert, en que compila y se burla de las
333
Dicha costumbre también está presente en su relato de viaje, en el que encontramos citas
tomadas de la calle aunque sean en otra lengua: “Un niños de siete años: ‘Que la mer est
belle’. ¿Una frase demasiado literaria para un chico de esa edad? ¿O la frase no tiene
Una de sus citas más célebres resume esta preocupación constante a veces incluso
obsesiva por el estilo y el lenguaje: “Cada frase es un problema que la próxima frase
plantea nuevamente” (2004b). Sin duda, esta preocupación estilística está presente en En
viaje.
334
5.4. Diario de un brigadista de José Agustín (1944)
más, fue la Revolución cubana que derrocó al dictador Fulgencio Batista y que llevó al
acabó siendo un hecho aislado se consideraba, en ciertos círculos intelectuales, que sería
la primera pieza de un dominó en el que país tras país iría derrumbando sus respectivos
mayoría de los casos, fueron aplastados por la reacción gubernamental que, en medio de
campo cultural los efectos fueron menos trágicos pero igual de pasionales, y Cuba se
medida, a través de instituciones como la Casa de las Américas, otorgaba prestigio o, por
nacionales.
social era mucho más notoria que en la actualidad– que no expresaron su entusiasmo o
Padilla, que se vio obligado a hacer un acto público de contrición por supuestamente
un lado quienes seguían apoyando sin condiciones al gobierno cubano, y del otro,
quienes lo criticaron, cada vez más hostilmente. Estas posturas no dejaban espacio a
medias tintas, y movimientos y amistades que se habían cultivado desde hacía décadas
335
terminaron en poco tiempo, siendo la ruptura más evidente la que efectuaron Mario
Vargas Llosa y Octavio Paz, quienes se distanciaron por completo de escritores hasta
entonces amigos, como Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes, que, si bien
pasiones que levantaron, son pocos los testimonios de viajeros latinoamericanos que se
tienen de aquellos años de visitantes ilustres. Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir
que se suicidó en los primeros años revolucionarios– y Graham Greene; viajes que han
sido analizados con tino por el escritor cubano Iván de la Nuez en Fantasía roja y que ha
utilizado Antonio José Ponte en La fiesta vigilada (ver página 409). A estos nombres
habría que agregar el de Jorge Ibargüengoitia, que brindó una visión ironizada y
de que comenzaran las purgas dentro de la isla y las deserciones fuera de ella, y cuando
el apoyo a Castro era prácticamente unánime en los círculos intelectuales. Fueron pocos
periodo similar de ilusión colectiva y solidaridad interna y externa en ningún otro punto
de América Latina. La historia ponía todo de su parte para que el viaje de José Agustín
fuera una experiencia única, y la juventud extrema y la condición en que el joven escritor
llegó a la isla completaban las circunstancias para crear el periplo más utópico de la
336
segunda mitad del siglo XX latinoamericano, solo comparable a las andanzas de Ernesto
Con tan solo dieciséis años de edad y acompañado de su esposa, el joven escritor,
forzosamente inédito a pesar de su precocidad para publicar, llegó a la isla para ser
testigo del afianzamiento de la Revolución y cooperar con ella en lo que le fuera posible.
A los pocos días, sin ninguna actividad fija y sin que las autoridades cubanas supieran
mucho qué hacer con el solidario matrimonio, se sumaron a la campaña nacional lanzada
por el gobierno para erradicar el analfabetismo. Marido y mujer, tras tomar un curso, se
Habana, para ayudar a cumplir las promesas educativas de Castro. Según explica en el
prólogo, uno de los instructores sugirió al aspirante de escritor llevar un diario en donde
apuntara su día a día, pues las experiencia que iba a vivir serían únicas. Así lo haría,
México en 2010.
Por desgracia, las expectativas del diario no se cumplen del todo, quizás por la
juventud del escritor, y desde el punto de vista literario debe verse como un borrador en
el que ensayaba su estilo. Sin embargo, los aspectos políticos y sociales también
111
El guerrillero argentino escribió dos textos que pueden considerarse relatos de viajes: Notas de viaje
(Diario de motocicleta) (1954) y el Diario de Bolivia (1967).
337
decepcionan, y el lector se queda con la impresión de que se le pudo haber contado
Aunque también se hubiera podido explotar con mayor riqueza, una de las
virtudes del diario es la transmisión que hace del entusiasmo político que envolvía a
todos los brigadistas. José Agustín fue un testigo privilegiado, ya que viajó por la Habana
y por las provincias más recónditas, y en ningún momento menciona que se cruzara con
quien por casualidad realiza un vuelo comercial a Cuba. Su viaje estuvo muy lejos de ser
una de esas excursiones oficiales en las que las autoridades de un país quieren mostrarle
Mujica Laínez en Japón y Manchuria (ver página 290) o a Vallejo en la Unión Soviética
(ver página 265). José Agustín siempre gozó de completa libertad de movimientos y
entabló contacto con quien quiso, rehuyendo, en general, a los círculos intelectuales y
cantar el Himno del 26 de Julio a ritmo de rumba y al poco rato todos los chavos le daban
duro al guapachá, qué escandalera más buena” (14). En un momento dado pierde la boina
del uniforme, lo cual lamenta profundamente, ya que le fascinaba porque lo hacía sentir
muy “cheguevara” (16). Cuando no está alfabetizando en el campo, se las ingenia para ir
al cine, al que acude al menos una vez al mes, a ver eso sí, documentales sobre la Unión
una librería que se venden novelas de Hemingway, pero no tiene dinero para comprarlas;
Fundamentos de economía marxista, tomos con los que ameniza sus veladas. Conoce a
338
todo tipo de personas, que son siempre amables, aunque alguna vez se queja de que los
miembros de una familia habanera, por los que siente simpatía, “son unos gusanos,
transmitidos por radio y los mítines políticos planeados o improvisados siempre son bien
Miami: “Pero más bien nos la pasamos muertos de risa al oír la propaganda de los
gringos; qué pendejos son, de veras creen que aquí en Cuba la gente está desesperada y
Varias veces consigna que, además del diario que leemos, tiene varios proyectos en
marcha: obras de teatro que planea representar y alguna de encargo de carácter político y,
sobre todo, una novela, titulada La tumba. Esta última sería publicada tres años más
tarde, dando inició a la Onda, movimiento que también englobó a Gustavo Sainz y
Parménides García Saldaña, y que llevó la literatura mexicana a las ciudades y la llenó de
drogas, rock and roll y humor en lo que supuso un cambio drástico con respecto a la
novela hasta entonces vigente. Algunas palabras, entonces tan novedosas y hasta
transgresoras al incluirse en una obra literaria, ahora suenan viejas y un tanto ridículas:
alcohol), etcétera.
El diario se prodiga en contar la rutina diaria del alfabetizador. El lector lee cómo
José Agustín madruga, camina, monta caballos, recorre caminos rurales, come y no come
339
(las provisiones no eran muy generosas) o coopera en actividades campesinas. Se echa de
menos, no obstante, una visión más personal de la revolución de la que era testigo,
mayores descripciones de los cambios que estaban teniendo lugar, una mayor
caracterización de los personajes con los que se cruza (incluyendo a Fidel Castro y al
Che Guevara), más reflexiones de carácter político en lo que desde luego era un viaje
evidentemente político, y más comparaciones con la realidad mexicana y con la vida que
había dejado atrás. Salvo en contadas ocasiones, el brigadista no reflexiona sobre sus
propias contradicciones, y solo alguna vez, de paso, comenta que “y yo, allá en los
Cuba pero, como era menor de edad, requería el permiso de sus padres quienes se
negaban a dárselo. Ella ya contaba con contactos en la Casa de las Américas, quienes la
ayudarían a encontrarle una actividad en la isla. Una posibilidad que tenía era la de
“matrimonio por conveniencia” huye del Distrito Federal y, tras mil penurias –como
hecho de que los brigadistas eran separados en grupos por sexo. El “matribodrio” acabará
112
Margarita Daltón era hermana del poeta salvadoreño Roque Daltón, asesinado por sus propios
compañeros guerrilleros en la guerra civil de su país. Uno de los propósitos de Margarita era reunirse con
Roque, quien entonces residía en Cuba. El encuentro se produjo, y José Agustín conoció al afamado poeta,
pero, por desgracia, es una de las muchas cosas que no se cuentan en el diario y que solamente se aclaran en
la entrevista incluida como epílogo.
340
separándose, y él regresa a México mientras ella, quien hace pocos meses era una
alternancia entre los episodios políticos y los sinsabores matrimoniales son amenos: “Allí
estaba la Daltón. La observé: nuestro matrimonio duró exactamente tres meses y un día.
El lechón era una delicia y todos nos pusimos muy contentos. Nos avisaron que Fidel
estaba echándose otro discurso y corrimos al receptor. Una vez el gran camarada salvó el
día” (81).
Muchos de estos detalles los conocemos gracias a una interesante entrevista que
el escritor Enrique Serna hace a José Agustín sobre los pormenores del viaje, y que se
incluye como anexo. Este material aclara muchos cabos sueltos del diario, con lo que lo
enriquece, pero también evidencia sus carencias y deja en claro que pudo haber sido un
341
5.5. Viajes a la América ignota, La casa de usted y otros viajes, Ideas en venta y
Jorge Ibargüengoitia empezó su carrera literaria como dramaturgo, pero la dificultad para
montar sus obras y la insatisfacción que le producía verlas en escena, pues como él
mismo afirmó, “tengo facilidad para el diálogo, pero incapacidad para establecerlo con
agosto (1965), es una sátira de la Revolución mexicana, en la que tanto los generales
cínicamente el beneficio personal y usan sus supuestos ideales como mera herramienta
para acceder al poder y la riqueza. Después siguieron más novelas que, ya fueran
históricas (Maten al león, Los pasos de López), policiacas (Las muertas) o costumbristas
(Estas ruinas que ves, Dos crímenes), conservan el tono irónico y satírico, y la mirada
corrosivamente crítica.
periódico muy crítico con los gobiernos priistas, tuvo la intuición de que la particular
mirada que Ibargüengoitia tenía de la realidad era idónea para escribir artículos de
opinión y crónicas. De esta forma, le ofreció al escritor un espacio en el diario para que
escribiera sobre lo que quisiera. Este aceptó encantado, y así colaboró en Excelsior de
1968 a 1976, hasta que el presidente Luis Echevarría organizó un golpe contra el diario,
Vuelta, dirigida por Octavio Paz, también expulsado de Excelsior. Con menor frecuencia
342
pero con mayor extensión, las crónicas de Ibargüengoitia siguieron apareciendo hasta su
Casi por casualidad, Ibargüengoitia empezó a escribir artículos que muy pronto se
convirtieron en crónicas sobre la vida cotidiana del México de entonces. Como bien
intuyó Scherer, estas fueron siempre encantadoramente críticas, como si los mexicanos
que pueblan el imaginario estado de Plan de abajo, donde transcurren algunas de sus
accidentes cotidianos y, en general, sobre las grandezas y pequeñeces –más las segundas
Otra fuente de sus crónicas eran sus recuerdos personales: la infancia, sus
excursiones de boy scout, los años universitarios en que estudiaba para ingeniero, la
época que pasó en una hacienda con el fin de sacarla de la ruina, empresa que, por
supuesto, estaba destinada al fracaso. Todo este material trascendía la mera experiencia
ámbitos del país. Al principio los paisajes preferidos eran los de recuerdo y los de la
ciudad de México, o más bien, los de su ciudad de México; resultan de especial interés la
Joy Laville. El tema del viaje, tímidamente, se fue colando en las crónicas cuando la
pareja emprendía una excursión, de un día, de fin de semana, o más rara vez, de mayor
alcance. Aun en estos casos, como si al cronista le costara abandonar la ciudad también
343
en el texto, se extiende en la descripción de sus afueras y de los barrios periféricos, como
si éstos fueran el auténtico destino. Rara vez viaja al extranjero, pero cuando lo hace,
Habana a recibir el premio Casa de las Américas por Los relámpagos de agosto o cuando
asiste a Washington a una serie de conferencias como intérprete y traductor. Años más
tarde, la pareja decide gastarse todos sus ahorros en un gran viaje por Europa, de al
su espacio en los textos del escritor que había hecho de lo estrictamente local su tema
sujetos preferidos de sus burlas son los mexicanos que se topa en el extranjero, quienes
no solo pierden sus vicios nacionales, sino que los enriquecen con un nuevo despliegue
de excentricidades. Pero era inevitable que a sus connacionales se sumaran los nativos,
caricaturizados sin piedad pero también con cariño, basándose en las ideas preconcebidas
asombrosa para inmiscuirse en situaciones insólitas, convertir una simple transacción sin
las veces, por la grave osadía de querer evitarlos. Las peripecias que vive no son de
índole tan distinta que las de los protagonistas de Dos crímenes o de Estas ruinas que
344
ves, en donde no es muy difícil ver un trasunto del autor, de la misma forma en que el
publicó un tomo en vida, Viajes a la América ignota (1972), con una selección llevada a
Sheridan, fueron publicadas otras ocho recopilaciones, de las cuales tres, sumadas a la ya
mencionada, incluyen crónicas de viaje: La casa de usted y otros viajes (1991), Ideas en
limitó al ámbito académico, sino que gozaron y siguen gozando de amplia difusión
diferencia de otros novelistas, en que las crónicas y el periodismo, sin importar la calidad
representa una parte medular de su obra. Aparte de su indudable popularidad, sus escritos
mexicanos, y nombres como el del propio Guillermo Sheridan, Fabricio Mejía Madrid o
crónicas elaborada por él mismo para una edición española113, rememora la única vez
que vio a su modelo y ofrece un retrato al tiempo que reconoce la deuda que guarda hacia
él:
113
Revolución en el jardín, publicada en el sello Reino de Redonda, propiedad del novelista español Javier
Marías, en 2010.
345
intelectual. No saludó a la secretaria. Sin reparar en mi presencia, abrió las puertas
batientes, de cantina del far west, que llevaban al despacho del director de la
editorial, Joaquín Díaz-Canedo. Aquel hombre hosco, impaciente, de modales
bruscos, era el mejor escritor irónico de México. Me pareció venturoso que pasara
antes que yo, una señal de que debía seguirlo (Villoro, 2008: 24).
Aunque no se trata de un autor muy dado a explorar su propia poética o a teorizar sobre
literatura, existe una crónica muy útil para tener una idea de cómo veía su oficio, en
especial cuando asumía con plena conciencia el papel de escritor de viajes. En “Tierras
tenebrosas” (IV)114, cuenta que atesora varios libros de viajes antiguos en una sección
especial de su librero, los cuales de vez en cuando hojea, admirando las ilustraciones, que
correspondiente. Los textos, juzga, “son por lo general soporíferos, especialmente los
escritos por el viajero en persona, que tiene la tendencia a narrar, con la misma
(Epigmenia arborica), que puesto al sol tiene la virtud de atraer moscas” (88).
en el que el viajero se contenta con ejercer la función de testigo sin llegar a ser
protagonista de su propio relato, a la manera de los libros de viajes científicos del siglo
de XVIII. Él mismo completa su idea al afirmar que “la aridez de esta literatura se debe a
que, como ya dije, el autor debería ser el asunto” (89). Él entiende la existencia de esta
clase de literatura en una época en que los relatos de viaje eran la única manera que tenía
lejanos. No obstante, pasa por alto que en todos los tiempos han existido relatos que
114
Para indicar la procedencia de las crónicas de utilizarán las siguientes siglas: Ideas en venta (IV), La
casa de usted y otros viajes (LCUOV), Viajes a la América ignota (VAI) y ¿Olvida usted su equipaje?
(OUE).
346
trascienden la mera descripción y la hacen convivir con las aventuras y reflexiones del
autor.
Pero no importa, porque lo que a él le preocupa es dar con la clave para que las
mirada, por más que no emprenda grandes gestas ni haga descubrimientos históricos.
Además, también detecta el tono que practica, humorístico, basado en la queja continua y
abnegada, típica de aquel que concibe el mundo como un lugar llamativo, pero pleno de
incomodidades y contratiempos:
Esta clase de libros, escrita hace poco más de un siglo, corresponde a una época de
inconsciencia en la que había quien pensaba que era posible meter el África, o las
selvas del Amazonas, por ejemplo, en un libro. Había quien pensaba, también, que
bastaba con leer otro libro para enterarse de las “costumbres del Lejano Oriente”.
Estas ideas, para bien o para mal, ya no nos tocaron. Las fuentes del Nilo dejaron
de ser interesantes en el momento de ser descubiertas. A este cambio de
pensamientos se debe que los libros de viajes, que fueron escritos con pretensiones
científicas, se hayan convertido para nosotros en relatos de sufrimientos, en
constancia de errores trigonométricos, de defectos de observación y de ideas fijas.
Los antiguos buscaban en los libros de viajes, maravillas, nosotros, para
interesarnos, queremos encontrar en ellos desastres.
Esto, como lectores, pero como autores, ¿qué nos queda? Como viajeros,
¿de qué escribimos? O, peor todavía, ¿a dónde vamos que al llegar seamos los
primeros? A primera vista, la profesión de escritor viajero parece perdida sin
remedio. Pero al reflexionar comprenderemos que todavía hay esperanzas. Si de lo
que se trata es de describir tierras tenebrosas, no hay razón para que un libro
intitulado A través del África Negra tenga ninguna ventaja sobre otro que se llame
Un día en Xochimilco (90 IV).
347
La cita es clara: Ibargüengoitia basa la escritura de sus viajes en lo que podría
emprender una excursión con el deseo secreto de que todo salga mal para tener algo que
contar. El estadounidense Paul Theroux es famoso por el mal humor con el que recorre el
mundo, y lo mismo puede decirse de su antiguo amigo V.S. Naipaul, aunque este prefiera
los resortes salidos del colchón, sino en la historia, la religión y la cultura del lugar sobre
Ibargüengoitia cuenta con un claro antecedente, Salvador Novo. Quizás el horror a los
viajes de Novo fuera, a diferencia de su sucesor, más auténtico y menos retórico, pues
solamente salió de su adoptada ciudad de México cuando no le quedó otro remedio. Esa
no es la única diferencia entre ambos. Novo centra sus burlas en los sinsentidos de la
víctima de lo que cuenta. Por ejemplo, en “Incidentes de viaje” (VAI), una excursión al
Nevado de Toluca, que empieza prometedoramente, se frustra cien kilómetros antes del
preparar unos huevos y unas tortas para la comida, hipotéticamente bucólica, en la cima
del volcán. El clima se descompone y obliga a los viajeros a cambiar de destino. Ahora
resultado es, cómo no, desalentador: “No voy a contar las emociones que tuve al ver el
estábamos allí nos dio hambre otra vez, abrimos la bolsa de las tortas y quisimos
348
comérnoslas, pero no pudimos, porque con elementos relativamente sencillos, como es la
crema y el chorizo, el que las hizo había logrado producir algo nauseabundo” (180).
Otras veces el peligro que acecha es más amenazante que unas tortas de chorizo
En “Viaje a los Tres Camotes” (LCUOV), que en realidad se refiere a Tres zapotes, la
utiliza la frase hecha y parodia las dotes de observación de las que hacen gala los
camino que va a Tierra Blanca que está lleno de hoyos y de camiones. De todos los que
pasan corriendo decidimos que los choferes más peligrosos son los que manejan
camiones de pasajeros. Han de soñar con encabezados que dicen ‘catorce muertos’ y más
abajo, para cerrar el primer párrafo, ‘el chofer se dio a la fuga” (28).
ecuánime. En “¿Paraíso perdido?” (LCUOV), una de las crónicas que escribió sobre
Acapulco, donde vivió algunos años, se burla de los tópicos que arrastra el balneario
preferido de los chilangos, algunas veces ponderado como paraíso, y otras catalogado
como infierno:
349
Algunas veces también los contratiempos sirven para poner a prueba al héroe. Siguiendo,
Ibargüengoitia parte, vive aventuras y regresa al hogar con el elixir. Por supuesto, pasa
por todo el proceso sin acercarse ni por error a la épica, no solo por una cuestión de
época, sino, sobre todo, de temperamento. En “Las travesías yucatecas” (OUE) cuenta un
viaje de joven a Isla Mujeres y Cozumel que, visto desde su perspectiva adulta, resulta
legendario. En ese entonces para llegar a Cozumel era necesario embarcarse en Progreso,
cerca de Mérida, y el trayecto, que hoy toma desde Playa del Carmen unos quince
minutos, entonces duraba treinta y seis horas. Si esto ya implicaba una aventura
demoró su llegada varias horas más. El cronista concluye a su manera el relato, orgulloso
fue como hice una de mis proezas más notables. Pasé la noche debajo de un costal de
error, está ante un paisaje bonito o pasando por un momento agradable, Ibargüengoitia
encuentra la forma de encontrarle el lado ridículo al asunto. No miente, describe las cosas
con exactitud, pero su mirada corrosiva encuentra el punto flaco de lo alabado. Pocos
350
accidente que en Guatemala, a donde se dirigía originalmente, acababa de haber un
terremoto devastador. El paseo por Yucatán resulta agradable, y recuerda con cariño el
periplo que hizo por esas mismas tierras de joven. Tras visitar las zonas arqueológicas y
las haciendas henequeneras acepta que son monumentos estéticos que vale la pena
idiosincrasia del pueblo yucateco y mexicano: “Yo creo que ningún pueblo ha tenido
tanto talento para construir cosas que cuando se arruinen se ven bien. Por ejemplo, las
haciendas henequeneras, cuesta trabajo pensar que cuando florecieron eran más elegantes
Leídas ahora, con una sensibilidad tan distinta a la de los años setenta, algunas
cuesta trabajo pensar que un columnista se atreviera hoy día a escribir algunas de las
ocurrencias de Ibargüengoitia, quien, desde un punto de vista radical, podría ser tachado
apresuradas es mucho mayor, y aunque no tenga nada que ver con la calidad de su
escritura, su calidad moral está fuera de toda duda, como lo demuestra su renuncia a
izquierda intelectual, se había atrevido a hacerlo. Esto no quita que la lectura de algunos
párrafos resulten molestos, y no por ello menos interesantes, pues muestra algunas aristas
ejemplo, destaca un párrafo en el que se denota al indígena con un término común pero
peyorativo, y se expone una idea reaccionaria sin más fundamento que el desplante ante
una carne asada mal hecha: “Llegamos a la conclusión de que, contra lo que
351
hacha y tumba un bosque para que su mujer eche las tortillas; una criada analfabeta
compra un radio y da a los vecinos más lata que todas las dependencias del Gobierno
Federal” (31).
Hasta ahora, todas las citas se corresponden a viajes nacionales, y las crónicas de
las que están tomadas guardan gran parecido con las que dedica a su vida diaria y a la
ciudad de México, lo cual es muy lógico, tomando en cuenta, tal como él lo advierte, que
el tema del que siempre acaba hablando es él mismo. Habría que agregar, sin embargo,
mexicanidad de la que tanto se ríe, gracias a la facilidad con la que pasa, incluso en la
Las cosas tampoco cambian mucho cuando cruza la frontera y escribe sobre el
extranjero. En ese grupo de textos suele hacer referencias constantes a su país y a sus
habitantes, tomándolo como punto de referencia; de hecho, una constante sobre la que
expone en “El fin de un viaje” (LCUOV), en donde cuenta que siempre viajó con México
en la cabeza; primero, porque escribía cartas con sus novedades a dos tías solteronas y,
después, por su labor de cronista en Excelsior. Pero cuando las tías estaban muertas y él
había renunciado a Excelsior, pudo tomarse la libertad de viajar sin estar pensando todo
el tiempo en su país o, lo que es más incómodo, en estar pensando todo el tiempo qué
cosas de las que observa y le pasan le pueden ser útiles para sus textos. Resulta
paradójico que estas reflexiones las haga por escrito, ahora en Vuelta, en lo que puede
verse como una condena de Sísifo del escritor viajero, quien, perdida toda inocencia, está
352
que se toma con su supuesto lector, que no queda muy bien parado y, en cierta forma, se
Mi trabajo consistía en llenar un pedazo de plana dos veces por semana, que yo
usaba para tratar de describir –a mexicanos imaginarios que supuestamente me
estaban leyendo– un hotel rascuache de Londres, un paseo por la playa, varias
escenas del terrorismo irlandés.
Era una labor que cuando la hice me pareció muy sencilla y que ahora me parece
grotesca. Su mayor defecto era que no podía yo ver algo interesante sin que
automáticamente parte de mi mente empezara a tratar de explicárselo a un lector
mexicano –abstracto, pero no muy listo–. Había que recurrir a términos de
comparación desconocidos: algo es más ancho que la avenida Juárez. Había que
tener en cuenta prejuicios: los miembros provisionales del ERI, a pesar de ser
católicos, son unas bestias” (314).
Diga lo que diga, aunque no mantenga ninguna atadura concreta, no puede desprenderse
enuncia en la cita anterior, afirma que “yo paso los días en París y las noches en México.
Si los sueños tuvieron acotaciones como obra de teatro, los míos dirían ‘la acción se
Pasa los días en París pero sus pensamientos son mexicanos, y mexicanos son sus puntos
con motivo de la recepción del premio Casa de las Américas por su novela Los
también critica sin piedad, aunque esta vez con más ironía que parodia, la joven
353
revolución cubana. En una época en que el apoyo a la Cuba de Castro era prácticamente
vendría con motivo del juicio al poeta Heberto Padilla), el texto de Ibargüengoitia
representó un gesto de valentía. Los reproches que le hace a la Revolución provienen del
sentido práctico y de sus observaciones como viajero más que de una posición
ideológica. Una tarde, recién aterrizado, el laureado escritor busca algo que comer pero
no encuentra ningún local abierto y, en los que logra entrar, no se vende nada porque no
hay nada. Encima, no tiene dinero por culpa de la mala organización de las autoridades
culturales. Más que crítica, la situación es chusca por lo absurdo, y no tarda en surgir la
referencia mexicana: “Entre la gente vi a varios hombres que vendían algo que estaba en
un bote humeante que tenían enfrente, como sucede en México con los tamales, pero no
me atrevía a acercarme por temor de que fuera algo nauseabundo, venenoso o demasiado
mismo nivel que los pedazos de su país presentes en otras naciones, es decir, los
detectar compatriotas en el extranjero; se trata de una habilidad que solo puede tener un
mexicano, quien, con toda justicia, está ahí para a su vez ser detectado. En “Mexicanos
en el extranjero” (VAI) describe a un personaje que bien podría actuar en una película
354
no daba ninguna pista. Los bigotes finos y bien recortados lo hacían sospechoso,
pero lo que precipitó mi conclusión fue que del abrigo negro salían unos pantalones
de gabardina azul pavo y, de ellos, unos zapatos amarillos, que es una combinación
que sólo se encuentra entre las personas nacidas en los alrededores de Moroleón,
estado de Guanajuato” (95).
de burla. Donde antes solo tenían cabida sus compatriotas, se integran paulatinamente los
exclusivo por derecho propio. La crítica no se limita a la nacionalidad, sino que muestra
compuesta en buena medida por diplomáticos e intérpretes, que tienen en común el vivir
ahí por obligación, no por decisión propia. Esta circunstancia ocasiona que se quejen
su patria:
355
El absurdo, que pensaba tan mexicano, deja de ser rasgo nacional para convertirse en
en los países que Ibargüengoitia recorre. Lejos de quejarse, las ocasiones en que debe
enfrentarse a ella funcionan como recordatorios de que quizás pueda escapar de México,
pero no de las actitudes humanas más molestas y chuscas. En “Quedar siempre como un
Barcelona, y que también refleja la proclividad de la gente a brindar, con total seguridad,
Una cosa de por aquí que me recuerda a mi patria en cambio, es la voluntad con
que la gente da información de cualquier índole. Entro en una oficina que parece
banco y en cuya puerta hay un letrero que dice: “Cambio, Change, Exchange,
Wechsel”. Me acerco al mostrador donde dice “cambio de moneda” y le digo al
empleado que quiero cambiar un cheque de viajero.
-Eso no será posible. No estamos autorizados para cambiar esa clase de
documentos. Tiene usted que ir a la Plaza de Cataluña que es donde quedan las
casas matrices de la mayoría de los bancos.
Esto quiere decir una caminata de cinco kilómetros.
Salgo del banco. A las cinco puertas, hay otro letrero que dice “Cambio”, etc.
Entro y cambio el cheque de viajero sin ninguna dificultad.
La experiencia me reconforta, porque yo creía que esta clase de cosas sólo pasaba
en México” (207).
A veces, sin embargo, Ibargüengoitia no critica una actitud sino que crea caricaturas a
recurso es fácil, no cabe duda, y resulta efectivo. Conforme viaja, va tomando confianza
con los tipos extranjeros y llega a escribir sobre ellos con el mismo desprecio o burla con
356
que a veces se refiere a sus connacionales. En “Fantasma en la vía ancha” (LCUOV),
Entrar en Francia, para mí, es como entrar en la casa de alguien que acaba de
heredar la mitad de lo que esperaba. Voltea uno alrededor y no ve más que
opulencia y malos humores. Si están tan ricos, pienso yo, ¿por qué están enojados?
Y si son algunos de ellos tan simpáticos en lo individual, ¿por qué en conjunto son
detestables? Para gente que gruñe, que resopla, que se mete palillos de dientes por
las orejas y que sorbe la sopa: Francia (213).
No son solo los caracteres nacionales los que Ibargüengoitia toma para burlarse;
entre excéntricos y ridículos, es carne de cañón para su escritura. Uno de sus blancos
preferidos, por supuesto, lo constituyen los intelectuales, a veces como un todo, y a veces
con ellos, y no evade el hecho de ser él mismo parte de ese grupo, pero eso no obsta para
que lo muestre terrenal, lejano a sus altas preocupaciones poéticas y políticas: “Cerca de
la humanidad, tratando de decidir a qué cabaret iban, o esperando a una señora que había
No solo, por supuesto, el escritor satírico recurre a tipos y estereotipos, sino que
literarias. De la misma forma en que generaliza, también se ocupa de los detalles, y una
del rasgo nacional o incluso humano a la miniatura, que, a su manera, también encierra
357
un misterio ligado a la condición humana, casi siempre en una vertiente absurda y
(LCUOV), cuando relata una de sus experiencias con los baños de los hoteles:
testimonios importantes o descripciones objetivas, pues, como sucede muchas veces con
los grandes escritores viajeros, los lugares son una mera excusa para desplegar la mirada
y trabajar el estilo. Cualquier lugar que describe, ya sea una calle de la ciudad de México
o una capital europea, queda marcada por su espíritu. Y ese espíritu que poseen los
gracias también a la amplitud de su obra factual, en uno de los más importantes escritores
latinoamericanos de viajes.
358
5.6. El libro de las ciudades de Guillermo Cabrera Infante (1929-2005)
Las crónicas de viaje y sobre todo las “crónicas de estancia” del cubano Guillermo
en una única urbe, Londres, donde finalmente recaló tras abandonar Cuba como exiliado,
y donde vivió cerca de cuarenta años y murió en 2005. Sin embargo, la larga estancia
transcurren sus ficciones más celebradas, en especial Tres tristes tigres, novela, de hecho,
novela se publicó en 1968, recién llegado a Londres, y si bien no toda, al menos gran
parte de ella fue escrita ya fuera de Cuba, primero en Bruselas, donde Cabrera Infante
trabajó como agregado cultural, después en Madrid, ciudad en la que vivió un año, ya
Londres y la Habana son las dos ciudades que vertebran su obra literaria; la
duda alguna. Cabrera Infante nunca regresó a Cuba tras abandonarla en 1965, pero su
cuentística, al lado de la que la factual, con Londres a mano, representa solo una parte
complementaria. A las crónicas de viaje habría que agregar los artículos y ensayos
políticos, como los de Mea Cuba, y, sobre todo, los textos dedicados al cine, que van
desde las críticas en las que se estrenó su pluma, recopiladas en Un oficio del siglo XX y
en Cine o sardina, hasta el desenfadado y más personal Puro humo, escrito originalmente
personalísimo del escritor cubano, caracterizado por el ingenio verbal, las referencias
359
cultas y populares (en especial al cine de Hollywood y la música latinoamericana), el
“Elogio de la ciudad”, advierte que “es así que he buscado en otras ciudades el esplendor
que fue La Habana”. (1999, 14). A juzgar por la ausencia de la Habana en sus crónicas
uno supone que no lo encontró, que se tuvo que conformar con evocarla en sus novelas,
pues la realidad, frente a la luminosidad de los recuerdos, palidecía, y nada de lo que vio
en el mundo, ninguna otra ciudad, se parecía a su Habana. La rara vez que aparece
mencionada lo hace con el dolor de lo que ya no está o con el juramento, roto a medias,
de fidelidad, amor por siempre y una vida juntos. En “Metrópolis revisitada. Prosista en
Nueva York”, comenta que visitó muchas veces Nueva York, tanto “en la visión como en
la imaginación”, y que “era mi metrópolis, mi meta. No para vivir sino para visitar, ver y
volver”, pues “Nunca se me ocurrió que había otra ciudad donde vivir que no fuera la
Habana: ésa era mi ciudad, mucho más propia que para los que habían nacido en ella: yo
realidad. Las unen un abandono y una adopción, la pregunta de por qué partió de una y
115 Un elenco exhaustivo de estas y otras figuras retóricas puede verse en el libro de García Barrientos
(1998) Las figuras retóricos. El lenguaje literario 2, págs. 12-21.
116
En la edición utilizada en este estudio, y hasta donde tengo noticia la única publicada, se echa de menos
mayor información sobre la procedencia de los textos. En la mayoría de las crónicas se indica el año de
publicación (¿o el de composición?) y el idioma en que fueron escritas (tres de las 24 fueron escritas en
inglés, por lo que no fueron consideradas en este trabajo), pero no se especifica el medio en que aparecieron
o si son inéditas.
117
Aunque quizás sea el escritor más habanero de la literatura cubana, Cabrera Infante nació en la localidad
de Gibara, localizada en la provincia de Holguín, al oriente de la isla.
360
Hay dos preguntas contiguas que se hacen continuas. ¿Por qué escogió Londres?
¿Por qué abandonó Cuba? Para la primera pregunta boba hay una respuesta beoda:
yo no escogí Londres, Londres me escogió a mí. Para la segunda pregunta hay una
respuesta que hace agua. Cuando la encuesta judicial que siguió al desastre del
Titanic, para establecer culpas por el naufragio del buque que no se podía hundir, el
juez interrogó en Londres al único miembro de la tripulación que se salvó de
ahogarse. “Teniente Lightoller”, inquirió adusto el juez, “por qué abadonó usted el
buque?”. Lightoller, en cuyo nombre brillaba la luz de la verdad, declaró la verdad,
toda la verdad y nada más que la verdad. “Señoría, yo no abandoné mi barco. Mi
barco me abandonó a mí.” Ésta es la única respuesta posible a cómo dejé yo una
isla que se hundía: la isla me dejó a mí. Londres entonces era ese puerto de escala
en el que el náufrago se queda para toda la vida o para siempre. Lo que venga
primero”. (131).
Londres, a pesar de ser la ciudad de todo los días, la de las crónicas y no la de las
novelas, también está permeada de fantasía. Es la ciudad en la que el escritor vive, pero
también es una construcción ficcional formada por siglos de literatura. Para un anglófilo
como Cabrera Infante, quien llegó a escribir guiones en Hollywood y a escribir alguno de
sus libros en inglés, pasear por su calles significa irremediablemente leer la ciudad 118. La
pasado, no pidió más que dos cosas: ir a orar (es un decir) ante la tumba de Karl Marx y
conocer la casa en que vivió Sherlock Holmes” (67). El imaginario Sherock Holmes
adquiere mayor naturalidad, presencia y vigencia que el difunto Marx. Pero este
mecanismo no se limita a las visitas turísticas, sino que forma parte de su cotidianidad.
118
La misma mezcla de realidad y ficción se entabla en otras ciudades, aunque de forma más esporádica y
menos obsesiva que en Londres. En “París lue par” (1989), por ejemplo, Cabrera Infante afirma: “Porque
nunca, ni en la realidad de los libros ni en la irrealidad de la vida volvería a ver París como me la había
mostrado este libro que es para mí la única guía de París, que es para mí París, que es todavía París casi
medio siglo después. La ciudad es en efecto la creación de Guy de Maupassant” (157).
361
En una crónica, “Un paseo al pasado” (1986), que sigue al pie de la letra –nunca mejor
dicho– las marcas de itinerario que Alburquerque señala como característica primordial
del relato de viaje, el cubano sale con su esposa a dar una caminata por su barrio, lo que
y en datos curiosos, y escrito en el lenguaje lúdico del cubano. Todas las callen se
literaria:
Si salgo a High Street Kensington y luego doy la vuelta por Young Street rumbo a
Kensington Square me encuentro con la curiosa casa en que vivió William M.
Tackeray y donde escribió Vanity Fair. Un poco más arriba hay una pequeña calle
con su nombre. En esta casa fue donde Thackeray, hombre enorme, invitó a la
diminuta Charlotte Brontë a una velada literaria. La Brönte tenía a menos a
Thackeray, quien por su parte sentía curiosidad por la autora de Jane Eyre. La
Brontë declaró muchas veces ser una mujer muy tímida, pero nunca dijo lo tediosa
que podía ser. Thackeray, echando humo por uno de sus puros y por los poros, dejó
la velada aburrido y se fue a su club a fumar” (59).
Propicio a adoptar ciudades, como le pasó con la Habana, Cabrera Infante se vuelve más
londinense que los mismos londinenses, y conoce más a fondo su pasado. Durante el
mismo paseo, cuenta que “Bram Stocker vivió muy cerca, en el número cuatro de
Durham Place. Buscando su casa tropecé con un ama de casa. “Usted sabe dónde vivió
Bram Stocker?”. “¿Quién es ése?” “El hombre que escribió Drácula”. “Ésta es una
barriada decente”, fue todo lo que dijo la señora de uno de los autores más populares de
Inglaterra” (65).
largo de unas cuantas calles, pero con distinto pretexto, se lleva a cabo en “Miriam
362
acercan la crónica a la parodia de una guía o de un relato de viaje, más aun si se toma en
sino su esposa. Esta traslación del viajero choca con lo pormenorizado de la crónica, en
que se especifica qué artículo se debe comprar en qué tienda con un conocimiento
enriquecerlo con sus pasiones de siempre, la literatura y el cine, a los que habría que
agregar los también siempre presentes juegos verbales y el sentido del humor. Comenta,
por citar un ejemplo, que “en el pasado se podía ver a Grace Kelly comprando en público
su ropa más privada. Hay también una escritora española que compra bragas por docena
en Marks & Spencer. Una parodia de esta tienda tan popular, en el Kensington Market se
especializa, y no es broma, en ropa interior rusa. Algunas bragas son todavía rojas” (90).
O bien: “El famoso Chelsea Design Center está en Fulham Road (otra calle a visitar) y
tiene la ropa más lujosa para mujeres como para niñas. (En un estado intermedio, Lolita
ellas, y las más vivas, son las dedicadas a Londres. La otra mitad, compuesta por
crónicas más cortas y menos entusiastas, van desde ciudades estadounidenses como Las
Vegas, Nueva York y Miami –ciudad que incrementa la nostalgia habanera por la
de brasileñas –Río de Janeiro y Salvador de Bahía. Concebidas para ser leídas de forma
ideas o chistes repetidos que pierden su gracia. Los humoristas suelen tener un repertorio
de bromas que repiten ante distintas audiencias, pero cuando el público es el mismo y el
chiste no varía, no solo deja de tener gracia, sino que el humorista pierde todo rasgo
363
espontáneo, esencial para su oficio. Así, en El libro de las ciudades se leen en repetidas
ocasiones motivos (como japoneses que toman fotos obsesivamente), citas (Wilde
diciendo que “no hubo niebla en Londres antes de que la pintara Whistler”), ocurrencias
(llamar “una perversión inglesa más” al hecho de que “el té de las cinco se tome a las
cuatro”) o metáforas (“Madrid era el patio de un convento con las monjas calentándose al
sol”).
todos los textos. Su estilo, barroco, es avasallador, y quizás alguna vez suceda en sus
crónicas lo que él mismo escribe sobre Las Vegas, en donde “de tantas luces que hay, no
se puede ver la ciudad” (228). Sin embargo, la incuestionable literariedad del conjunto, la
lugares que describe y su estilo inconfundible y único, hacen que estas crónicas, a pesar
364
6. El relato de viajes híbrido
Los orígenes del relato de viaje son difusos. En español se encuentran en la crónica
medieval, ampliamente estudiada por Pérez Priego y Carrizo Rueda. En ella la ficción y la
que le resulta inaccesible. Desde entonces, por supuesto, la experiencia viajera ha sufrido
A finales del siglo XX y principios de XXI, el relato de viajes latinoamericano, a la par que
toda épica–, como en el destino –cada vez más similar al lugar de partida y en el que el
Atrás quedaron los tiempos en que uno de los objetivos primordiales del relato de viajes,
si no el principal, era informar a los lectores, que compartían el mismo horizonte cultural
que el escritor, las particularidades, la misma existencia, de lugares lejanos. Así surgió la
naturalistas del XVIII, en los viajes a Oriente del XIX y en las crónicas del XX. Sin
embargo, esta función fue perdiendo importancia debido a que el viaje dejó de ser una
del mundo. De pronto, el relato de viajes se topó con una nueva realidad en la que su
función documental, al menos tal y como se había mantenido a lo largo de los siglos,
parecía superflua.
365
Como nunca en su larga historia, el relato de viajes estaba obligado a reinventarse, y lo
hizo radicalizando algunos de los aspectos que siempre lo habían definido. El uso
del que no había gozado desde la crónica medieval. Pero es en el ensayo donde el relato
de viaje encontrará su interlocutor más natural, ya que este último, más que una simple
La descripción tiende a desaparecer pues, en general, los escritores dan por descontado
que sus lectores ya han leído y visto varios textos e imágenes sobre los lugares que
visitan, en caso de que ellos mismos no los hayan recorrido. Y aunque aún queden lugares
Martín Caparrós o la Antártida de Juan Pablo Meneses, el sitio elegido para el viaje,
suponiendo que responda a una libre elección y que no sea el destino quien se imponga a
su abnegado cronista, tiende cada vez menos a lo espectacular. Incluso puede estar
localizado en el entorno cercano del escritor, como sucede, por ejemplo, en Palmeras de
Manuel Ponte, en la que el escritor cubano relata sus paseos y disquisiciones sobre la
Habana, su ciudad, con la que mantiene una distancia crítica e irónica que lo convierten
366
Junto con la pérdida de la épica del viaje, la narración también tiende a diluirse; quedan
pocas anécdotas y peripecias que contar en la época del turismo. Los trayectos, en un
mundo cada vez más conectado, tienden a omitirse, pues si antes se escribían libros de
viaje que eran ante todo una narración del desplazamiento (Pigafeta, Colón,
aeropuortario119. Además, proliferan los libros que saltan de un lugar a otro con
comodidad, como Nueve lunas de Martín Caparrós o El arte de la fuga de Sergio Pitol, lo
nueva cuenta espacio en el género. Los recuerdos, las reflexiones y los sueños del viajero
se mezclan de forma tal que muchas veces dan cabida a una nueva realidad subjetiva, no
aventuras en los viajes, pero ciertos escritores los han convertido en un espacio de
señalado por académicos que han centrado su atención en este tipo de libros, como señala
María Rubio (2011:79), quien afirma que “Muchos libros de viajes en la actualidad han
119
Existen excepciones remarcables, como la del escritor estadounidense Paul Theroux, que narra enormes
recorridos en ferrocarril en libros como En el gallo de hierro, El viejo expreso de la Patagonia o El gran
bazar del ferrocarril. En el ámbito hispanoamericano Los autonautas de la cosmopista (ver página 372) de
Julio Cortázar constituye un ejemplo muy interesante, pues se trata de un libro que narra exclusivamente un
trayecto (el de la autopista París-Marsella), para constatar la imposibilidad de este tipo de libros en nuestro
tiempo.
367
ocasión perfecta para releer desde un ángulo distinto su tradición literaria, como hace
pueden encontrarse transgresiones equivalentes. Uno de los elementos que marcaba con
mayor claridad la diferencia entre ambos géneros era la ficcionalidad /factualidad. Sin
embargo, mientras que en el relato de viajes la intromisión de la ficción es cada vez más
un “relato real”, como la llama el escritor español Javier Cercas. Además, en los últimos
más estrecha y que exigen ser leídas estableciendo el pacto de verosimilitud, al igual que
en el relato de viajes. Para dar una idea de esta tendencia, basta pensar en la cantidad de
escritores como Roberto Bolaño, Jaime Bayley, Alejandro Zambra, Julián Herbert o
Fabián Casas120. Paralelamente a esta tendencia existe otra que opta por la reflexión,
índole, ya sean literarias, como en el caso del argentino Ricardo Piglia; políticas, como la
César Aira.
dificulta la categorización de las obras que siguen esta poética, a grado tal que resulta
imposible definir si ciertos textos son ensayos, novelas o relatos de viajes. En general,
quizás por cuestiones comerciales, estos textos suelen ser presentados como novelas;
algunas veces el editor no se atreve a definirlos como tal, aunque los publica en
120
La relación entre autoficción y relato de viajes es estrecha, e incluso cuando la primera narra un
desplazamiento puede llegar a confundirse con el segundo. Para profundizar en la noción de autoficción ver
Casas (2012).
368
colecciones de narrativa ficcional como ha sucedido con las obras de Sergio Pitol, de
Esta nueva tendencia del relato de viajes, o de la narrativa en general, tuvo sus pioneros
Además de sus innovaciones formales, se trata de tres escritores intelectuales cuyos libros
intelectual, en el que más que a un lugar se viaja a una cultura, también se encuentra en
Todos estos cambios exigen acercarse al género de una nueva forma. María Rubio ha
señalado que:
Algunas de sus obras más recientes [Sergio Pitol, Vila-Matas, Andrés Neuman,
Antonio Colinas, César Antonio Molina, Mauricio Wiesenthal o Rafael Argullol]
han sido objeto de una calurosa acogida y ninguna ha escapado de elucubraciones
en torno a la cuestión del género. Todas ellas presentan signos visibles de cierto
distanciamiento o ruptura respecto a los rasgos canónicos del género. Son libros
que destacan por su poder de seducción gracias a las redes asociativas que trazan,
por su escritura inteligente y novedosa. Pero también son libros rigurosos, que
manejan una vasta enciclopedia. Por todo ello, y a pesar de ser ya muy
numerosas y variadas las clasificaciones de los libros de viajes, se hace casi
necesario, a la luz de estas obras, profundizar en nuevas categorías que den
cabida a estos textos muchas veces inclasificables que la crítica de una forma u
otra vincula con el género (Rubio, 2011: 71).
La misma Rubio propone varias clasificaciones para estos textos: “periplos urbanos”,
369
caso latinoamericano (de hecho, para elaborarla, Rubio se basa, entre otros autores, en
Además de resultar de gran interés para los estudiosos del género, estos nuevos textos de
carácter híbrido demuestran que el viaje sigue siendo una experiencia estimulante y
desconocidos, sino más bien hacer literatura. No es cierto que el relato de viaje híbrido, el
menos puro por definición, sea, desde cierto punto de vista, el más literario de todos
escritura. Pero ya en los relatos de viajes factuales anteriores la escritura misma había
370
6.1. Los autonautas de la cosmopista de Julio Cortázar (1914-1984)
Resulta curioso que, a pesar de que el relato de viajes es un género literario escurridizo y
Los autonautas de la cosmopista (1982), el cual fue escrito a cuatro manos junto a su
esposa, Carol Dunlop, a partir de un viaje efectuado a lo largo de la Autopista del Sol,
Al contrario de lo que sucede con los trabajos dedicados a la tipología del relato
de viajes, los acercamientos críticos a la parodia son numerosos. Esto no significa que
hecho, no pocas veces se le confunde con otros conceptos cercanos, como el de sátira121.
concepto, los críticos que lo han estudiado, al hacerlo desde una escuela o corriente
afirma otra vez la crítica estadounidense, la noción misma de parodia, por ser tan antigua
variado a lo largo del tiempo según las particularidades de cada época; así, por ejemplo,
relevantes.
121
Según Linda Hutcheon (1986), la diferencia estriba en que la sátira ironiza las costumbres, el
comportamiento y la moral de una sociedad o de un componente de esta, mientras que la parodia se dirige a
un texto o conjunto de textos
371
No es del interés de este apartado profundizar en el concepto de parodia y en los
rasgos distintivos con que se le puede encontrar en distintas época. No obstante, resulta
fundamental elegir una noción clara del concepto pues es a partir de esta con la que se
concibe a la parodia como una “repetición o imitación con una diferencia o agregado”,
además de estar sólidamente fundamentada, resulta idónea para analizar Los autonautas
pensada concretamente para el arte del siglo XX y la relaciona con conceptos, como el de
posmodernidad, que sin duda influenciaron el texto de Cortázar y Dunlop y estaban muy
En resumen, Hutcheon afirma que la parodia es una clase de texto que se basa en
otro texto o grupo de textos122 precedentes a los que imita de manera generalmente
irónica y a los que añade un rasgo o una dimensión novedosa gracias a la cual se
de su modelo, motivado en gran medida por la ironía, pero sería a la vez un homenaje
34), según el cual la principal diferencia entre parodia y pastiche consistiría en la manera
en que se relacionan con otros textos; la parodia, en términos del teórico francés, se
de manera imitativa.
estudio de este relato de viajes porque, como se verá más adelante, el texto de Cortázar y
122
Hutcheon rechaza la idea formulada por otro críticos como Daniel Bilous, según los cuales la diferencia
entre parodia y pastiche estribaría en que la primera imita a un texto en particular mientras que el segundo a
todo un género literario o conjunto de textos.
372
Dunlop, gracias a los mismos mecanismos de la parodia, va más allá de la mera burla del
género y de los efectos humorísticos que pudiera generar para ofrecer ciertas propuestas
Un rasgo de este libro que no puede dejarse pasar por alto, a pesar de no ser el
solo por tratarse de una modalidad muy particular de escritura, sino porque los autores la
utilizan con diversos fines, entre ellos, el de dotar a todo el relato de un tono paródico. Se
trata, por otra parte, del único texto de Julio Cortázar escrito en colaboración con alguien
más, y sin duda existen algunas razones que explican este hecho excepcional.
miembros. El libro es una respuesta explícita a estas amenazas tan concretas y también la
prueba de que la salud se ha recuperado; pero más allá de estas explicaciones de carácter
banalización de la vida, tal y como lo muestra el firme propósito con que ambos autores
se lanzaron a su aventura:
Ningún viaje, sea el que fuere, ningún trabajo, nada nos impediría hacerlo. De
alguna manera, probar que podíamos llevar a cabo ese viaje era probarnos que
teníamos armas contra lo tenebroso, no sólo en sus grandes manifestaciones como
la que acababa de dejarnos tan frágiles, sino también en sus expresiones más
solapadas, la banalidad de las obligaciones cotidianas, esos compromisos que no
significan nada en sí mismos pero que en conjunto alejan cada vez más de ese
centro donde cada uno espera vivir su vida. Recibimos la enfermedad de Julio
como una advertencia. No vivir su vida en lo que tiene de más real es un crimen,
no sólo con respecto a uno mismo, sino a los otros (Cortázar y Dunlop, 1996: 43).
373
El viaje, como se lee en el subtítulo del libro y en las páginas finales del relato, va
muchos más allá de la ciudad de Marsella y pretende llegar a una nueva realidad,
También, como se aclara en el final del libro, tanto este como su viaje inspirador
fueron ante todo un “avance en la felicidad y en el amor del que salimos tan colmados
que nada, después, incluso viajes admirables y horas de perfecta armonía, pudo superar
ese mes fuera del tiempo, ese mes interior donde supimos por primera y última vez lo
sorprender que la escritura del texto haya sido a cuatro manos. No podía ser de otra
manera. Carol Dunlop, aunque nunca gozó de la notoriedad de su esposo, también era
que reflejar la unión que motivó y que el mismo viaje supuso, y la manera más evidente
de hacerlo era que él mismo, no solo en su contenido sino en su escritura misma, así lo
expresara.
ser que, en principio, los autores planeaban que cada uno escribiera sus textos
124
El viaje fue a la postre un periodo enmarcado entre dos periodos de enfermedad, pues Carol Dunlop
murió cinco meses y Cortázar catorce meses después de que lo efectuaron.
125
Como las crónicas de Bustos Domecq, escritas por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, o los
Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce de Roberto Bolaño y A. G. Porta.
374
correspondientes en su propio idioma y que después uno tradujera el del otro, de forma
que el resultado final sería un texto bilingüe126. Dicho procedimiento, además de acentuar
el carácter lúdico del libro y de ser un experimento textual de los que tanto gustaban a
Cortázar, estrecharía aún más la coautoría gracias al proceso de traducción 127. Por
desgracia, el plan inicial se vio frustrado por la rápida muerte de Dunlop, quien, al igual
que Cortázar, no pudo ver el libro publicado, cuya totalidad aparece en español pues
Cortázar sí tradujo los textos de la francesa. Así pues, el proyecto inicial indicaría que
existen algunos capítulos redactados en su totalidad por Cortázar y otros por Dunlop. De
Sin embargo, otras partes del libro hacen dudar de que hayan sido escritas por uno
solo de los autores o, lo que resulta aún más llamativo, pareciera que pudieron haber sido
escritas de forma indistinta por cualquiera de ellos. Tal es el caso de todo el “Diario de
ruta”, que sirve como hilo conductor al relato, y cuya escritura deliberadamente objetiva
No obstante, existen algunas pautas que nos indican que dicho diario a veces era
escrito por Cortázar, a veces por Dunlop y a veces por ambos. Por ejemplo, en la entrada
Comimos en el restaurante del hotel” (355), lo que lleva a hacernos pensar que Dunlop
anotar el menú”, lo que nos indica que, de hecho, no existía ninguna regla que estipulara
126
Así lo aclara el mismo Cortázar en una entrevista realizada por Osvaldo Soriano: “El libro fue escrito en
francés por Carol y en español por mí y nuestro plan era traducirnos mutuamente. Yo pude hacer la
traducción de ella pero ella no pudo hacer la mía” (Soriano, 1983: 167).
127
Cortázar, traductor profesional, consideraba que la traducción literaria se situaba muy cercana a la
autoría; de hecho, él prefería nombrarla “reescritura”.
128
Tal sería el caso, por ejemplo, del capítulo titulado “-¿Usted sabe cómo se hace pipí, señora?” (144),
escrito por Dunlop o del titulado “Osita durmiendo” (341), escrito por Cortázar.
375
quién era el encargado de escribir qué, al menos en lo relativo al “Diario de ruta”. Ambas
entradas contrastan con el tono objetivo y científico con que se dota a dichos fragmentos,
Uno de los rasgos de la escritura a cuatro manos que se encuentra a lo largo del
primera persona del plural, lo que recuerda siempre que tanto el viaje como la sucesiva
escritura de su crónica fueron llevados a cabo por dos personas, pero que de ninguna
forma significa que ese pasaje en particular haya sido efectivamente escrito a cuatro
manos, como lo evidencian las irrupciones de la primera persona: “Hace algunos años
conocimos… Pero el dragón ha madurado después de eso, y pienso que las puertas no
Tal vez la modalidad de escritura a cuatro manos más interesante de las presentes
sea cuando los autores (¿el autor?) hablan de ellos mismos en tercera persona, lo que
largo de todo el libro, tanto en el “Diario de ruta” como en los capítulos narrativos, por
almuerzo del sábado 5 de junio, leemos: “Almuerzo (en el ‘bristrot’ del paradero: sopa
región” (177)129.
129
La escritura en tercera persona no es infrecuente en los relatos de viaje; se le puede hallar, por ejemplo,
en Viaje a la Alcarria de Camilo José Cela y en Viaje a Portugal de José Saramago.
130
Estos experimentos ya habían sido practicados por otros escritores de la novela del boom
hispanoamericana, particularmente por Vargas Llosa en Los cachorros.
376
acentúa el propósito de la escritura a cuatro manos como metáfora de la unión amorosa
de los autores: “bien sabían en el fondo que ya era tarde para devolvernos al buen
camino, camino que de todas maneras nunca hemos seguido ni el uno ni la otra, creo”
(128). Ejercicios estilísticos de esta índole nos remiten a algunos cuentos célebres del
escritor argentino en los que el narrador cambia a lo largo del texto, algunas veces
Otro posible motivo que explica la escritura a cuatro manos es el hecho de que el
viaje fue efectuado por dos personas y, por tanto, el texto que se desprende de él también
debe efectuarse por las mismas dos personas. Si el viaje es un hecho colectivo, la
escritura del viaje también debe aspirar a dicho carácter. Esta problemática subyacente en
una rama de esta en el conjunto de crónicas o de relatos personales que resumen un viaje
o una expedición colectiva. Tal sería el caso, por mencionar dos ejemplos canónicos, de
España relata no solo su propia experiencia, sino la de toda la expedición liderada por
Cortés a través del recorrido que realizaron desde Santiago de Cuba hasta Tenochtitlán, y
de Pigafetta, que narra el primer viaje alrededor del globo que un grupo de hombres,
entre los que se encontraba él mismo, llevaron a cabo con la guía de Fernando
Magallanes.
desorden enunciador, en realidad está efectuando una parodia del narrador tradicional del
relato de viajes. De esta forma, la escritura a cuatro manos, que refleja el carácter
377
colectivo del viaje, se constituye como el primer añadido o transformación a las pautas
seguramente debido a la confusión que existía hasta hace pocos años sobre el relato de
viajes. Algunos críticos señalaron desde un principio que se trataba de un libro de viajes;
tal es el caso, por ejemplo de Pellicer (2004: 37) y de Arias Carega (1996: 257), quien los
sostener y en semejanzas del libro con el resto de la obra de Cortázar, otros, como
Andrejo, lo consideraron una novela, argumentando que se trata de tal debido a los
pasajes de ficción que están incluidos. Por último, hubo quienes, como Alazraqui,
multigenérico:
Hoy en día, gracias a los trabajos realizados sobre la delimitación del género, es posible
afirmar con toda seguridad que el libro de Cortázar y Dunlop es, a pesar de todas las
378
singularidades que presenta y del desconcierto inicial que puede suscitar, un relato de
viaje131.
Parece ser que, al contrario que algunos estudiosos y quizás de manera intuitiva,
el escritor argentino tenía bastante en claro la existencia del género relato de viajes y
sabía que su texto se inscribía en este; al menos así lo podemos inferir a partir de ciertas
declaraciones, en las que, además, también confía a Omar Priego sus intenciones
paródicas: “Aquí entra en juego –dice Cortázar– el hecho de que a mí me pareció que
para que el libro fuese divertido tenía que se un poco una parodia –pero no exasperada–
de las expediciones de verdad, de las grandes expediciones al Polo o del viaje de Colón,
cosas así “ (Prego, 1985: 141 y 142). En una entrevista posterior, Cortázar confirma la
clase de textos que tomó como base para el libro pero, extrañamente, niega su evidente
carácter paródico: “Yo soy un gran lector de libros de viajes, de Julio Verne a los
exploradores polares y africanos, y quisimos hacer un libro que fuera no una parodia pero
un poco como una imitación de esas grandes exploraciones científicas. Hasta llevamos
El autor argentino niega que el libro sea una parodia, sin embargo acepta que se
trata de una imitación, lo que necesariamente, de acuerdo otra vez con Hutcheon, lo
el plagio, la cita, etcétera. Ya dentro del texto, los autores también mantienen la
convicción de que el suyo es un relato de viajes, al que llaman de diversas formas, todas
ellas aludiendo a textos clásicos pero, dadas las diferencias evidentes entre los viajes que
131
Los autonautas de la cosmopista contiene todas las marcas tipológicas establecidas por Alburquerque;
por ejemplo, el relato se modula con motivo de un viaje con sus correspondientes marcas de itinerario y la
intención narrativa queda subordinada a la descriptiva.
379
Estas referencias tipológicas y paródicas aparecen desde el título y subtítulo de la
de los viajeros, que no puede ser más convencional, adquiere dimensiones mucho más
amplias gracias al juego de palabras del título132: la autopista del Sur (la “cosmopista”) se
exploraciones y de sus sucesivas crónicas del pasado, sino incluso más allá, fuera de la
órbita terrestre, a la manera de los viajes espaciales que entonces, y aún hoy, se
encuentran a medio camino entre la realidad y la ciencia ficción. Los viajeros (los
El subtítulo recuerda a múltiples relatos de viaje canónicos, como, por citar solo
algunos, el Viaje a través del Islam de Ibn Battuta, Viaje a las regiones equinocciales del
si bien copia a los anteriores, agrega un nuevo elemento que, en este caso, sería el del
132
Los juegos de palabras, presentes en gran parte de la obra cortazariana, suelen aparecer también en los
títulos: La vuelta al día en ochenta mundos, Viaje alrededor de mi mesa, Historia de cronopios y de famas,
Silvalandia, por mencionar algunos.
380
Además de reflejar fielmente el carácter paródico del libro, el título y subtítulo
también nos indican la intención de este, tal y como se leerá en las páginas finales:
convertir los lugares más cotidianos y anodinos, aquellos que por su función de tránsito y
su aparente falta de personalidad han sido calificados como “no-lugares” (Augé, 1993),
fragmentos que bien podrían considerarse paratextos. Tal es el caso de la dedicatoria, que
“Dedicamos esta expedición y su crónica a todos los piantados del mundo y en especial
anabaptistas”. Desde este punto, incluso anterior al texto en sí, los autores nos notifican
que nos encontramos ante una crónica que cuenta la expedición que llevaron a cabo.
Dichos términos nos remiten a las crónicas de Indias, a las que se volverá varias veces en
las páginas posteriores. Además explicitan un acuerdo tácito presente en todos los relatos
de viaje, y que se refiere a que la escritura debe sucederse por fuerza a la realización de
un viaje. Por otro lado, al dedicar el libro a los piantados del mundo y al caballero inglés,
el tono paródico.
insisten en esta denominación a la hora de anotar las treinta y tres entradas del “Diario de
parodiar las obras del género, en el largo prólogo que antecede la obra y donde se
381
explican las reglas del libro (37), o del juego, como le gustaba llamarlo a Cortázar,
–Sí –dijo Loco-, pero habría que hacer las cosas de manera muy científica.
–Un libro de viaje. Como los antiguos exploradores.
–¿Te das cuenta? Describir cada paradero, sus aventuras, las gentes que pasan.
novela, que en los relatos de viajes se encuentren reflexiones sobre la propia escritura, lo
que en algunas ocasiones puede utilizarse como mecanismo paródico. De todos los
pasajes que se cuestionan las reglas del género, destaca uno en que se advierte sobre la
distancia que debe mediar entre el viaje y su plasmación literaria, característica que
Alburquerque considera esencial pues deja ver la voluntad de estilo por parte del autor, lo
que le confiere categoría literaria al género: “Escribir. Pero tal vez no directamente: los
cohesión” (61).
Incluso en la redacción de las reglas finales que regularán todo el viaje aparece un
“4. Inspirándonos en los relatos de viajes de los grandes exploradores del pasado, escribir
Si el estilo con que se expresa el deseo de escribir el libro de viajes ya tiene tintes
paródicos, estos se refuerzan al tomar en cuenta la travesía que los autores desean
explorar la autopista, lugar sin interés y cuya única finalidad es conducir a otros sitios.
382
Por otra aprte, no puede existir un viaje menos proclive a la aventura, pero el narrador
ignora este hecho y siempre está alerta de las novedades que pueda presenciar y de los
explica sucintamente la travesía que se llevó a cabo, Cortázar brinda las reglas 133 que la
Este pasaje resume a la perfección tanto el tono como la estructura del libro; por un lado,
se convertirá en una parodia, y por el otro, ordenarán su relato con base en dos tipos de
discurso bien diferenciados entre sí: el “Diario de ruta” y los capítulos que lo acompañan
a cada entrada. El primero se anota disciplinadamente todos los días que dura la travesía
acontecimientos más importantes de la jornada. Su estilo es tan sucinto que se acerca más
bien a una bitácora de viaje. Los capítulos que lo acompañan, en cambio, comentan más
133
Todo juego implica la elaboración y aceptación de ciertas reglas; en algunas novelas de Cortázar,
concretamente en Rayuela, también aparecen reglas que guían la lectura y a las que se les brinda el nombre
de “instrucciones.
383
extienden en las descripciones de la autopista y de los paraderos en un estilo personal,
cuentas pormenores de la jornada e, incluso, algunas veces dan cabida a otros tipo de
textos, siempre relacionados con la autopista, como cuentos, cartas apócrifas o diálogos
con personajes imaginarios presentes en otras obras de Cortázar. En este sentido, incluso
tal y como lo mostró el teórico ruso en su estudio sobre la novela de Dostoievsky (Bajtin,
1993).
El carácter del “Diario de ruta” y de los capítulos narrativos es tan distinto que
máquina d escribir, lo que da a entender que se trata de las anotaciones de los viajeros tal
con una tipografía normal, lo que supone que se trata de un ejercicio de escritura
objetivos, mientras que los capítulos que lo comentan están compuestos de un discurso
totalmente subjetivo. Este contraste entre objetividad y subjetividad provoca una tensión
que está presente en todos los relatos de viaje. Llevar cada uno de estos discursos al
extremo135 supone una parodia a lo que normalmente se mantiene bajos ciertos límites
134
LAC, tanto por su polifonía como por su carácter paródico, es una excepción en la escritura del género.
En un muy interesante artículo que estudia la poética del género, Champeau sostiene una generalización a la
que escapa el libro de Cortázar y Dunlop: “El relato de viaje no alcanza, sin embargo, el alto grado de
dialogismo de la novela al conceder menos importancia a la voz de los personajes, y al recurrir mucho
menos al pastiche y a la parodia” (Champeau, 2004). Aunque refiriéndose a los artículos de viajes en
revistas, Lippard también repara en lo poco propicio que este género resulta para la sátira: “Me he hundido
entre montones de revistas de viajes deseando acabar cuanto antes. Las manipulaciones y los tópicos son
tan obvios que difícilmente se presentan a la sátira o el análisis” (Lippard, 2012: 109).
135
En lo que toca a la objetividad del “Diario de ruta”, los autores consignan datos concretos y
comprobables pero por completo inútiles, como la orientación en que estacionan su vehículo, la cual
aparece en todas las entradas. En cambio, la subjetividad de los capítulos narrativos llega a tal nivel que se
384
Sin embargo, si el viaje mismo supone una transgresión a los viajes tradicionales
(tanto a los de los exploradores del pasado como a los de los turistas de hoy en día) y a
los relatos de viaje, era de extrañar que las reglas se siguieran al pie de la letra. En dos
ocasiones los viajeros confiesan haberlas roto, obligados por las circunstancias. Además,
como ellos mismos lo afirman, estipular ciertas reglas era también “una manera de
obligar a hacer trampas” (67). De hecho, alguna vez aluden a lo que pudo haber sido el
tomar en serio porque las evidencias de su realización sobran y los mismos autores se
preocuparon por ofrecerlas (en especial las múltiples fotografías que ilustran el texto).
Sin embargo, para enriquecer el juego, ellos mismos aventuran dicha posibilidad:
“Leyendo estas páginas, ¿no te ha ocurrido por lo menos una vez, oh pálido lector
paraderos que a la autopista misma. Una académica española ve en este hecho la clave de
la parodia: “Así pues, el libro se presenta como una parodia de los libros de viajes, reales
e imaginarios. Si los exploradores no ven la autopista, sino lo que está al lado de ella –los
paraderos- nada más lógico que la escritura se realice también “al lado” (para) del género
historia con quienes, en lo que constituye otro mecanismo paródico, se comparan como si
abandona con toda intención el relato factual y se introducen pasajes ficcionales, como cuentos y cartas
apócrifas en las que personajes imaginarios comentan sus impresiones sobre los viajeros.
385
sus viajes fueran de la misma índole e implicara los mismos peligros. Llama la atención
la tierra es redonda que al resultado del viaje que ellos emprenden y que consiste
sorpresas y que incluso ese paisaje en principio hostil y deshumanizado deja lugar para
los encuentros y las sorpresas. Antes de partir, cansados de esperar y de cumplir todos los
preparativos que el viaje requería, los autores se consuelan con la siguiente reflexión:
“¿Cuánto tardó Colón en zarpar? ¿Y Magallanes? Pero piense el lector en los resultados
finales de sus viajes: un nuevo continente en vez de las Indias, y una inmensa bola en vez
nivel que los de los grandes exploradores: “Como sin duda dijo alguna vez Vasco de
Gama, toda expedición que se precie de serla debe dar clara cuenta de su objetivo, pues
solo así alcanzará una categoría científica innegable, como es el caso de la presente […]
Marsella” (285 y 286). Que el objetivo del viaje resulte un poco absurdo ni siquiera
garantiza que el resultado no lo sea aún más, pues como todos los viajeros después de
Colón bien lo saben, uno de puede topar con todo menos con lo que imaginaba: “El
Almirante buscaba las Indias y nosotros Marsella; él encontró las Antillas y nosotros
Parkinglandia” (133).
386
evitar dejarse llevar por la idea de que sus célebres antecesores lo que en realidad
Toda expedición supone que de alguna manera Marco Polo, Colón o Shakleton no
habían perdido del todo el niño que llevaban dentro. El mío, en todo caso, está
sumamente avispado y despierto a la hora en que cada parking le abre su cola de
pavorreal (a veces un poco desplumada, a veces irisada y suntuosa) para llenarlo de
maravilla, gusanos, hormigas y camiones con leyendas llenas de encanto, como por
ejemplo el de la SOPA SPEEDY que acabo de ver pasar mientras termino esta frase
(40)136.
Pero las referencias a los grandes viajes no se podían circunscribir a la época de los
grandes descubrimientos, sino que también abarca la era espacial, presente desde el título
nivel que la de las naves espaciales. Aunque claro, los pasajeros de la primera se la pasan
bastante mejor que los de la segunda, como se lee en el siguiente pasaje en el que unos
amigos de la pareja la alcanzan para dotarla de provisiones que acaban por formar un
banquete inusual tanto para los genuinos cosmonautas como para los visitantes habituales
de los paraderos:
136
Llama la atención en este fragmento la intención del autor de presentar su escritura como simultánea al
viaje, lo que contrasta con otros fragmentos en los que se explicita la necesidad de dejar pasar un tiempo
entre el viaje y su plasmación literaria. Esta oscilación en los tiempos de la escritura se encuentra a lo largo
de todo el texto y contribuye a dotarlo de un espíritu lúdico.
387
fresco, que adorna nuestra mesa y la hacen temblar de emoción bajo su peso
inhabitual (143).
Ya que toda parodia también es una particular especie de homenaje, Cortázar no deja de
ver buenos augurios en los símbolos extraídos de los libros que tomó como modelo en la
redacción del suyo, como constata en la siguiente entrada del “Diario de ruta”: “10:10 h.
Un siglo cuya importancia comprendían bien los antiguos exploradores como Cristóbal
Colón: una gaviota nos sobrevuela, se posa a algunos metros de nosotros, y reanuda su
Cortázar, en realidad, no significa nada más que un lazo con la tradición en la que se
sitúa. El referente del símbolo pierde todo su sentido para convertirse en mera imitación
Para que la parodia se haga patente no basta con mencionar en un tono irónico a
libro como los suyos. La relación de semejanza debe ir mucho más allá y el discurso del
texto tiene que imitar por fuerza al del modelo. Dicha imitación se halla desde los títulos
del extenso prólogo137, que remiten tanto a las novelas del Siglo de oro, en especial al
la Nueva España. Por mencionar tres ejemplos, casi tomados al azar, se pueden citar los
De cómo escribimos una carta que no por insólita dejaba de merecer respuesta,
cosa que no aconteció, y de cómo en vista de ello los expedicionarios decidieron
137
La inclusión de un prólogo ya es, de hecho, un acto imitativo de los relatos de viaje, los cuales suelen
contar con uno. En general, el prólogo responde a la necesidad de dar forma al pacto autobiográfico entre el
autor y el lector, lo que supone una de las características distintivas del género. La extensión del prólogo de
LAC, que cumple la misma función, puede verse como un elemento paródico.
388
ignorar tan incalificable conducta y llevar a buen término lo que en ella se
explicaba de la manera más galana y detallada.
entienden entre ellos sin necesidad de conocerse mayormente” (319). Esta intromisión
del universo literario del autor revela el vínculo que existe entre su relato de viajes y su
literatura, sino que no respetan ninguna restricción temporal. Así, es posible encontrar
rasgos literarios propios de la prosa de siglos anteriores, como las continuas invocaciones
al lector (“amable lector”, “amigo lector”), al igual que términos que han acabado por
formar parte del léxico estereotipado del periodismo de nuestra época (“colaboración
cree ver todo el tiempo criaturas fantásticas. El tono paródico de las descripciones de
389
estas criaturas es evidente, pues, si aceptamos que existe un pacto entre lector y autor en
que el segundo se compromete a que todo lo que va a contar es verídico, resulta difícil
imaginar que tales animales habiten en la orilla de una autopista francesa. El narrador nos
habla de una “perra-cocodrilo”, de una “liebre grande como un perro pequeño, color de
gallina, que saltaba como si quisiera imitar el vuelo de una mariposa” (53) y de una
“cantidad anormal de urracas que dan la impresión de querer disfrazarse de cebras” (59).
observábamos atentamente y por primera vez la ceremonia de los hombres vestidos con
monos amarillo-naranja y su complicada técnica para vaciar las bolsas de basura” (36).
Hay ocasiones en que la realidad que se consigna es tan extraña que no hace falta
El texto establece vínculos no solo con los relatos de viajes del pasado, sino con
cualquier libro que trate sobre travesías y aventuras, como el Quijote y las novelas de
caballerías. En una entrada del “Diario de ruta”, el narrador se sitúa precisamente entre
ambos, pues la relación que los une es la misma que él mantiene con los relatos de viaje:
descubrimientos es la mención que se hace de los peligros del escorbuto. Esta es tan
reiterada que incluso sirve para mantener cierta unidad en la narración. Los viajeros
dicen estar aterrorizados ante esta amenaza y no es para menos, pues su viaje entraña los
Por último, pues sería demasiado extenso enumerar todas las referencias a los
relatos de viajes que se establecen en el texto, se puede mencionar las veces que los
390
viajeros sufren ataques de enemigos inesperados. Sin duda, estos episodios constituyeron
durante siglos, y en especial en las crónicas de Indias, uno de los focos narrativos más
frecuentes. Cortázar y Dunlop también se enfrentan a feroces enemigos, pero esta vez no
son grupos de caníbales o de bandidos, sino hormigas voraces o multitud de turistas, tal
como lo consignaron en una de las entradas del “Diario de ruta”: “Fuga ante la invasión
Dos de las características definitorias del género relato de viajes son el pacto
autobiográfico que se establece entre autor y lector, y las marcas de itinerario, que sirven
de hilo conductor al relato. Los autores estaban conscientes de este hecho pues se
exagerada, en su obra.
Los autores suelen dialogar entre ellos o aludirse recíprocamente a lo largo de este
diario de viaje. Como es natural se llaman por sus nombres de pila pero también,
como es todavía más natural, se valen con frecuencia de sus nombres más íntimos,
que confían ahora al lector dado que les parece justo confiarle todo lo que se refiere a
la expedición y a la vida personal que la sustenta (22).
del viaje, aquí se lleva hasta el extremo ya que se considera necesario confesarle al lector
todos los aspectos de la vida personal de los viajeros, pues esta sustenta el viaje. Aunque
esta intención no pasa de ser una declaración, sí se brindan datos que rebasan la esfera de
391
intimidad acostumbrada de los narradores en esta clase de relatos. Tal es el caso, por
ejemplo, de los apodos con que en repetidas ocasiones se menciona a los protagonistas:
el lobo y la osita. Dicha manera de referirse a ellos mismos, por su carácter íntimo y
hasta ridículo, no deja de recordarle al lector que se halla ante un libro personal (como
todo relato de viajes) pero también ante una obra lúdica, que no duda en hacer uso de la
Existen muchos otros ejemplos de la forma en que los autores parodian el carácter
autobiográfico y verídico del género, por ejemplo, al anotar obsesivamente, durante todos
los días de la expedición, los alimentos que comieron durante el desayuno, el almuerzo y
la cena.
Las marcas de itinerario que aparecen en todo relato de viajes también son objeto
de una imitación excesiva mediante la cual se obtiene la parodia. De hecho, estas marcas
describir detalladamente el itinerario que planean tomar por la ciudad de París para
acceder a la autopista: “Con lo cual queríamos decir que, saliendo de la rue Martel,
distancia hasta la Porte d’ Italie nos introduciríamos con la decisión que nos caracteriza
en la autopista del Sur y haríamos nuestra primera etapa a la altura de Corbeil” (19).
que los exploradores llegaron a cada uno de los paraderos de la autopista. Este diario es
como elemento de cohesión, todos los demás capítulos son su comentario. También, a
una u otra forma el libro se limita a describir con mayor detalles o a desarrollar alguna
392
idea o incluso algún episodio narrativo de carácter ficcional a partir de la información
consignada en él.
rigurosa y metódica.
Los escritores no solo tenían como modelo a los exploradores de la época de los
grandes descubrimientos, sino también a los viajeros científicos que, como Humboldt y
podían quedar atrás y envuelven el viaje en una atmósfera científica, apoyados por
esencial era vivir por lo menos algunas horas en cada uno de estos setenta paraderos a fin
explícito a seguir son los relatos de los grandes viajeros: “Decidido a darle a la
eminentes libros de viajes a fin de equiparar a Fafner con las provisiones adecuadas. El
diario del capitán Cook –cuyo apellido era ya toda una promesa– le proporcionó las
determinación se hace ver rápidamente, pues cuando los viajeros leen los alimentos que
aconseja el capitán Cook para llevar en una larga travesía marítima, deciden tirar a la
393
borda el modelo y marchar al supermercado a comprar los productos modernos de todos
los días.
El Cortázar viajero siempre tiene el ojo alerta para cualquier cosa que llame su
encuentra ante una parvada de aves. Debido a sus limitados conocimientos de ornitología
decide que se trata de alondras, con el argumento muy poco científico de que son las aves
que aparecen con mayor frecuencia en Shakespeare. Más adelante, escribe todo un
reporte que titula “Ositas durmiendo” en el que no hace sino describir con un tono entre
Dentro de los elementos científicos del libro llaman la atención todos los
ambos es el que suelen tener en todos los relatos de viaje, que no es otro que ilustrar el
texto y dotar de verosimilitud al relato; los paratextos serían una clase de evidencia de
que el viaje efectivamente se realizó (el caso de las fotografías) y que se corresponde con
viajes es tan característica que incluso ha sido materia de un estudio, cuyo autor concluye
que “Textos e imágenes actúan del mismo modo, como dos sistemas particulares que se
quince años, elabora los mapas que ilustran el recorrido, y las fotografías muestran
aspectos poco científicos o artísticos, como por ejemplo una mesa llena de víveres que
los viajeros están a punto de comer. Algunas veces su carácter paródico se acentúa por
394
los pies de foto; por ejemplo, vemos una fotografía de un inmenso montón de tierra, cuyo
Hasta aquí se ha mostrado la forma en que el libro imita y parodia el género relato de
viajes. Sin embargo, la parodia no sirve únicamente para conseguir un texto humorístico
Desde las primeras jornadas los viajeros se dan cuenta de que han entrado en un
ritmo diferente al de su vida acostumbrada y sobre todo al del resto de los automovilistas
que recorren la carretera. No es una constatación extraña, pues dedicarán treinta y seis
mismos las consecuencias que este nuevo ritmo les podrá acarrear: “¿Qué vamos a
tren?” (56). Lo que en un principio solo suponía un cambio espacial, acaba por adquirir
sino también otro tiempo” (56). Lo extravagante del viaje no sólo consiste en el destino
descansada.
accede en una nueva dimensión: “cuando llegué a lo lato del sendero, el perfume de un
arbusto lleno de flores blancas fue como una voz diciéndome: “Ves, esto ya no es el olor
de la autopista, aquí se entra en otro mundo” (65). Poco a poco los viajeros se van
395
Incluso construyen en su imaginación una nueva autopista dejando al lado “La autopista
de los otros” (73). A pesar del vacío aparente, los viajeros, a diferencia de los “otros”,
gracias a que saben producirlo: “Entiendo un poco por qué tanta gente tendría casi miedo
de hacer este viaje. Es porque los parkings no son otra cosa que el vacío decorado. Hay
absurdo que una cinta de asfalto o cemento que representa la tecnología más
284). Él mismo relaciona esta transformación con el resto de la obra cortazariana, cuyo
tema principal sería “la búsqueda de una segunda realidad que la primera enmascara y la
sospecha de que por debajo de esa realidad prefabricada hay otra esperando ser
descubierta y en la que habitan los sueños y lo que la vida tiene de maravilla” (Alazraki,
1994: 288).
“¿Cuántas veces, bajo el influjo de la sorpresa, se pierde la verdadera sorpresa que ésta
autopista fue un tanto arbitraria pero el resultado fue tan benigno que los viajeros
estaremos atentos a lo que ocurre en la atmósfera bien conocida de nuestra casa; si los
sueños se nos vienen abajo, como tememos, habrá que pensar en nuevas y variadas
expediciones” (113).
396
En el fondo, lo que los viajeros encuentran no es más que lo que habían perdido:
la salud, el vigor, el gusto de vivir. Por este motivo, el viaje los lleva mucho más allá de
(132) afirman en algún momento. Esta nueva dimensión o destino, por utilizar una
palabra relacionada con el viaje, rebasa los límites tradicionales del relato de viajes y se
397
6.2. El viaje de Sergio Pitol (1933)
sentirá desconcertado. El libro se anuncia, y de hecho lo es, como el diario de viaje que el
escritor llevó durante su recorrido por algunas ciudades de la antigua Unión Soviética,
como Moscú, San Petersburgo (entonces Leningrado) y Tbilisi, la capital de Georgia. Sin
embargo, se trata de un relato de viajes atípico y esto salta a la vista desde las primeras
páginas.
Por principio de cuentas, las referencias a la literatura y a la cultura rusa son muy
numerosas, lo que puede parecer fuera de lugar en un diario de viaje. Incluso hay páginas
enteras que más bien parecen semblanzas sobre algún escritor, como las dedicadas a
Gógol o a Tsvietáieva. Pero sobre todo, lo que llama la atención es la cantidad presente de
digresiones. El hilo conductor parece ser muy tenue, por momentos casi inexistente. Sin
embargo, los diversos pasajes que componen el diario están relacionados unos con otros
de una forma sutil pero que, a final de cuentas, brinda unidad a la lectura.
anteriores, El arte de la fuga, en que lleva hasta el límite la mezcla de géneros como la
escritor de viajes en el sentido clásico de la palabra (1996: 57). No se puede sino estar de
y a las digresiones que se disparan una y otra vez bajo cualquier pretexto. El estilo se
mantiene, sin embargo, y los saltos entre un tema y otro son tan abruptos que es fácil
olvidarse del hilo conductor y dejarse llevar por la amenidad de la lectura. No es extraño
que se cambie radicalmente de tema, siempre bajo algún pretexto, que en general es un
398
suceso o visión del mismo viaje. Pero esto no significa que exista ni siquiera un cambio
Por ejemplo, en la entrada del 21 de mayo, entre otros sucesos, Pitol rememora
una visita que hizo al escritor ruso Víktor Shlovski, recuerda una clase que él impartió
sobre Tolstói, narra sus actividades de la jornada y explica la situación en que por
[…] La visita de Shklovski es uno de los momentos más intensos, más líricos,
más emocionantes que pueda recordar. Mucho tiempo después, en dos ocasiones,
al hablar de Tolstói ante mis alumnos, empecé a repetir las palabras de
Shklovski, pero no pude terminarlas. Se me nublaron los ojos, se me rompió la
voz y tuve que sacar el pañuelo y fingir que me sonaba, carraspear, echándole la
culpa a un resfrío, a una alergia, porque me parecía grotesco anunciarles que
había muerto el escritor ruso y ponerme a llorar. A la una y media llegaron por
mí. Desde hace años la Asocaición ha estado dirigida por un puñado de
estalinistas, cínicos, obtusos y rapaces […] (2001:48).
La estructura del libro explica este hecho, pues está formado de inmensos párrafos que
suelen abarcar varias páginas. Incluso hay entradas completas del diario que, a pesar de
ser relativamente extensas, cuentan con un solo párrafo. Este tipo de escritura, que podría
desea explotar las posibilidades expresivas que tienen cabida en un párrafo imitando,
según él mismo nos confiesa, a ciertos autores de la literatura rusa. No es una casualidad
–en su escritura, a pesar de las apariencias, nada lo es– que después de introducir un
extenso párrafo de Chéjov, comente: “¡En un solo párrafo ha invocado tres veces la
399
Cualquier visión desata algún recuerdo que se convierte en un pasaje
autobiográfico, una reflexión o incluso una cita que puede extenderse por varias páginas.
Esto sucede a lo largo de todo el libro; por ejemplo, en la entrada del 31 de mayo, a partir
de un paseo por Tbilisi, la capital de Georgia, entre otros temas, describe una iglesia
literatura rusa.
Son muy pocas las entradas que mantienen un solo tema sin admitir ninguna
incluye una breve cita de Elias Canetti, que el escritor veracruzano acaba relacionando
con su propia vida y plasmando así, de nueva cuenta aunque con mayor discreción, la
conversa. El tono culto contrasta radicalmente con los pasajes escatológicos que también
recorren el texto y que tampoco respetan ningún orden, pues saltan de Moscú a la selva de
escritor, Pitol ha sido traductor literario de diversas lenguas como el ruso, el polaco, el
encuentran Henry James, Franz Kafka, Boris Pilniak, Jane Austen, Wiltold Gombrowicz,
400
Esta escritura que oscila entre la dispersión y la unidad está presente en muchas de
sus obras, incluso en algunas de claro estatus ficcional. Masoliver Ródenas (1998:66), al
comentar un relato aparecido en Juegos florales, hace una constatación que se puede
aplicar perfectamente a El viaje: “El relato de Billie Upward se titula ‘Cercanía y fuga’,
No cabe duda de que tanto el libro en su conjunto como cada uno de sus extensos
máxima “Todo está en toda las cosas” (Pitol, 1996: 157). La literatura, el arte y la vida
capítulo titulado “Peces rojos”, que puede leerse prácticamente como una parábola de la
postura estética de Pitol. En él cuenta sucintamente que de niño encontró por azar una
imagen que lo marcaría durante años; se trataba del cuadro Peces rojos de Matisse. Años,
décadas después, creyendo haber olvidado el cuadro, se topa con él, casi por accidente, en
el Museo Pushkin de Moscú. El instante en que reconoce el cuadro es casi una epifanía,
ya que en ese preciso momento varios personajes de su vida, lecturas y viajes parecen
conjugarse y adquirir sentido. Así, vida, arte, literatura y viajes se convierten en una sola
No es la primera vez que Pitol explicita esta especie de panteísmo personal: “Uno,
me aventuro, es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y
olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos
401
El relato de viajes de Sergio Pitol parece ir contra la corriente. Champeau (2004: 22), al
estudiar la práctica del género en España, comenta: “Otra evolución en la historia del
Champeau pues, como se ha mencionado, los puntos narrativos sirven básicamente para
francesa (2004: 23) continúa páginas más adelante: “[el relato de viajes] puede privilegiar
la impresión puntual como el cuaderno de viaje (J. Llamazares, Cuaderno del Duero) o la
fragmentación temporal del paso a paso como en la carta (Joaquín Dicenta, Espumas y
sino que sirven como detonantes para abordar otros temas, como la obra de un escritor, el
Pitol como una excentricidad no siempre fueron tal. La misma Champeau afirma,
basándose en la lectura de Ciro Bayo, que el relato de viajes español de la primera mitad
del siglo pasado era menos narrativo que el de hoy en día y permitía con mayor facilidad
las digresiones e incluso injertos de otros textos, como canciones o poemas que el viajero
402
Por otro lado, en su estudio sobre la poética del género, Carrizo Rueda (1997:33)
afirma que el relato de viajes medieval presenta “una densa red de interpolaciones que
summa que ostentaban muchos de ellos”. En este sentido, el diario de Pitol se acercaría
más a las crónicas medievales que a los relatos de viajes españoles contemporáneos.
arte de la fuga en 1996, libro que se ha calificado como novela pero que tiene mucho de
autobiografía, de ensayo, de relato de viajes. Pero desde sus libros anteriores, aunque se
atención de la crítica, tanto a la hora de analizar sus novelas como sus ensayos: “’Todo se
entre 1977 y 1988, procede como novelista. Le gusta narrar, ejemplificar, amplificar” (D’
Esta deliberada desconfianza ante la rigidez de los géneros literarios nos podría
llevar a cuestionarnos sobre la tipología de El viaje. Sin embargo, es claro que el discurso
se modula con motivo de un viaje, lo que es –junto con la conjunción entre autor,
narrador y personaje– la característica definitoria del relato de viajes, tal como lo afirma
Champeau (2004: 20): “El parámetro temático es el lazo de unión más evidente. No
puede haber relato de viajes sin narración de un viaje –por tenue que sea–, personaje de
403
viajero –aunque no ocupe el primer plano–, sin relación más o menos detallada de un
periplo”.
Champeau (2004: 31) hace esta aclaración porque está consciente de que “el relato
de viaje es un género de la frontera que juega con ella y la cuestiona”. En casi cualquier
relato de viaje, si se lee con detenimiento, se podrán identificar sin mucha dificultad
pasajes que podrían pertenecer a distintas tipologías e incluso existen relatos más
encuentra distintas modalidades, unas más cercanas a otros géneros que otras:
divisiones planteadas por la estudiosa del género, pues no se puede afirmar que alguna de
predomine por encima de las otras. Además, las tres están muy relacionadas entre sí y
más de una vez aparecen de manera de manera, de nueva cuenta, poco convencional.
viaje. De hecho, Carrizo Rueda (1997) se basó en las tensiones existentes entre narración
404
y descripción para elaborar su poética del género. Champeau recalca el hecho de que en el
relato de viajes contemporáneo cada vez se privilegia más a dicha modalidad, lo que la
pasajes que sin duda corresponden a la modalidad narrativo-descriptiva. Tal sería el caso,
georgiano, con todo y la visita a los baños, al que el escritor asiste. Dicho banquete
funciona como una especie de clímax pues es el punto culminante del viaje a Georgia,
que se había manejado incluso con cierto suspenso dadas las dificultades que Pitol
encuentra para llegar a la meca final de su viaje. Además, es el suceso más dramático del
viaje y su efecto en el narrador es muy fuerte: “El pudor colectivo era inexistente. Se oían
carcajadas al mismo tiempo que ruidos de vientre. La pestilencia del antro era intolerable.
Lo interesante de este pasaje es que el escritor decide que dará pie a una novela:
“[…] y supe entonces que estoy a punto de escribir una novela que recogerá todo esto
cuando llegue a Praga” (2001: 136). Por la fecha de publicación del libro (2001) sabemos
que cumplió su intención, pues la novela Domar a la divina garza (1988) responde al
la obra de Pitol y dado que el escritor revisó los diarios del viaje efectuado en 1986 para
Otra posibilidad dentro del mismo libro es que Pitol haya inventado o adecuado el
suceso de los baños georgianos a la lectura que por entonces llevaba a cabo del libro de
Bajtin “sobre el carnaval y las funciones del bajo vientre en la cultura popular a finales de
la Edad Media y principios del Renacimiento” (2002: 136). El lector de la obra de Pitol
405
puede leer el pasaje del banquete como prefiera: como un hecho real que inspiró una
novela, como un hecho inventado para justificar la lectura de Bajtin o para continuar con
La modalidad argumental, sin duda alguna, está muy presente en todo el relato.
Esta se lleva a tal extremo que incluso se introducen capítulos enteros que en apariencia
no tienen nada que ver con el viaje y que serían más bien semblanzas de escritores rusos.
Tal sería el caso de los dos capítulos dedicados a la poeta Tsvietáieva, “Retrato de familia
La forma en que esto sucede se muestra de manera clara en el caso de “La carta de
carta en que el director de teatro se dirige a un funcionario del partido para pedirle su
liberación y denunciar las torturas y vejaciones a las que ha sido sometido. Al leerlo de
forma aislada sería difícil encontrar su lugar en un relato de viajes, sin embargo, la clave
comportamiento, el escritor prefiere hacer un paralelismo entre los verdugos del director
pasajes de obras literarias que Pitol introduce. Estos van, por su extensión, mucho más
allá de la mera cita, y el autor nunca nos explica el motivo de su inserción. Algunos,
como el texto de Pilniak tomado de Caoba, forman capítulos enteros, en este caso el
406
comportamiento propias de los rusos que son extrañas a otras culturas y reforzar el tono
del libro. De hecho, hablando justamente del tono, se podría afirmar que va de lo
del género, lo que supone que se encuentra en todo relato de viajes, y El viaje no solo no
es la excepción, sino que la referencia a la vida del autor rebasa los límites del recorrido y
Al igual que las dos modalidades anteriores, esta predomina en algunos capítulos a
grado tal que desaparece cualquier referencia al viaje. Esto no significa, otra vez, que no
guarden ningún tipo de relación con él. El mejor ejemplo de esta situación lo constituye el
último capítulo del libro, “Iván, niño ruso”. En este, Pitol cuenta que de niño, cuando un
chico recién llegado a su pueblo le preguntó quién era, respondió “Iván, niño ruso”
haciendo alusión a un libro infantil en que se mostraban con ilustraciones las distintas
nacionalidades. Que este episodio en apariencia ajeno al periplo de Pitol por la Unión
importancia. No solo no es extraño al relato, sino que lo explica en su totalidad. Pitol dice
que durante su infancia y juventud era un verdadero mitómano, y que de todas las
mentiras que dijo quizás “la única excepción fue la de mi identificación con Iván, niño
ruso, que aún a veces me parece ser auténtica verdad” (2001: 166).
Pero si lo que se nos cuenta como una mentira puede resultar verdad, también lo
que se nos cuenta como verdad puede resultar mentira. El mismo escritor es quien nos
pregunta por qué en la realidad el sueño fue divertido y en la escritura resulta angustiante:
“Lo que no puedo entender es por qué, entonces, desperté tan alegre y escribí con
407
regocijo en la madrugada el primer bosquejo del sueño. ¿Por qué entonces, horas después,
ya por entero despierto, seguía pensando que había tenido un sueño muy divertido, y
fantasía.
En la escritura de un autor como Sergio Pitol, en que nada es lo que parece y todos
los elementos del texto están en permanente diálogo con el propio texto, con el resto de la
obra y con la vida del autor, no sorprende que el género relato de viaje aparezca como un
408
6.3. La fiesta vigilada de Antonio José Ponte (1964), También Berlín se olvida de
Dentro del relato de viaje híbrido destaca La fiesta vigilada, del cubano Antonio José
Ponte. El libro se enmarca en las pautas estéticas que este submodelo del género ha ido
estableciendo en el últimos veinte años. Sin embargo, Ponte introduce una variante tan
radical que catalogar el texto como relato de viajes resulta un tanto atrevido, pues en
esencia este trata sobre La Habana, la ciudad del escritor. Más exacto sería afirmar que
Ponte utiliza las nuevas herramientas aportadas por los renovadores del género (Pitol,
Sebald, Magris) para describir, narrar y analizar su ciudad desde un punto de vista
novedoso, interno y a la vez externo, íntimo y distante como la relación que los escritores
Desde el arranque del libro, Ponte juega con la idea de convertirse en una especie
último habitante de la Habana”. En todo caso, los rasgos que el viajero prototípico y
sentirse y escribir con el extrañamiento propio de los extranjeros, sin importar el lugar
visible en algunos escritores, como Enrique Vila-Matas (2005), quien sin ambages
declara: “Hay que ir hacia una literatura acorde con el espíritu del tiempo, una literatura
mixta, mestiza, donde los límites se confundan y la realidad pueda bailar en la frontera
con lo ficticio, y el ritmo borre esa frontera. De un tiempo a esta parte, yo quiero ser
que mantienen esta actitud frente a la literatura, y menciona figuras tan aparentemente
409
dispares como Elia Canetti y Franz Kafka, Emily Dickinson y Juan Rodolfo Wilcock o
como Sergio Chejfeq. Antonio José Ponte, quizás sin pretenderlo, podría adscribirse a
esta corriente, no solo por el extrañamiento de su mirada y la frialdad con la que pretende
acercarse a la Cuba que le tocó vivir, sino también, y sobre todo, por la mezcla pitoliana
que hace entre realidad y ficción, tanto en lo que se refiere a la isla como a sí mismo.
cubano. Por la distancia que interpone al lugar que escribe y desde el que escribe se
adscribe al viajero “exota”, de acuerdo que la taxonomía elaborada por Todorov (2007:
391). Según él, este viajero que oscila en “un equilibrio inestable entre la sorpresa y la
estas características, no por la forma de aplicarlas, sino por el sujeto en que las lleva a
nación para partir en busca del otro y, eventualmente, escribe para participar sus
en particular (las cartas), por un público que espera esas noticias (la crónica) o incluso por
él mismo (el diario). Sin embargo, en un contexto como el de la Cuba castrista, en la que
una parte considerable de la población partió al exilio, y que en ciertos círculos, como en
el intelectual, el éxodo fue incluso mayor, las circunstancias se invierten. Así, en las
primeras páginas del libro, Ponte reproduce y comenta una carta que recibe de un amigo
habían dedicado a imaginar mis días en La Habana” (2007: 11). A partir de este momento
la comunidad para la que escribe Ponte, la que espera noticias del mundo desconocido en
410
que se encuentra, se sitúa fuera de Cuba138. El lugar de origen se convierte en el territorio
Para rematar la excepcionalidad de Ponte, M., quien es un escritor de relativo éxito que ha
“’Tendrías que viajar’, fue su dictamen al terminar de leerse mi libro (21)”. La escritura
Como si estudiara un lugar que se dispone a recorrer, como suelen hacer los
escritores viajeros, que se mueven sobre territorios previamente escritos, Ponte lee ciertas
obras de autores extranjeros sobre la Habana y las coteja con la actualidad de la ciudad y
con su propia vida. Se burla de la visión cándida de Sartre sobre la Cuba revolucionaria –
escrita desde una suite del Hotel Nacional más espaciosa que su departamento parisino–,
Social Club –que filma el reencuentro de un grupo de son que en la realidad nunca
138
Tras la publicación de La fiesta vigilada, Ponte finalmente se exilió en España. No obstante, la ruptura
con el regimen ya es visible en el libro que nos ocupa, con el autor aún en Cuba, lo que lo coloca en medio
de las dos tendencias descritas por la crítica: “La búsqueda de la identidad nacional de los escritores
cubanos exiliados se refleja también en una reinterpretación de la historia que en su isla ha sido
constantemente manipulada y, en algunos casos, negada. Aquí la oposición entre los escritores que se
mueven en la órbita oficialista y los críticos con el régimen es radical, pues revela no sólo dos posturas ante
la revolución, sino también ante la vida, ante el mundo y, por supuesto, ante la historia” (San Martín
Moreno y Muñóz de Baena Simón, 2005: 220).
411
Nuestro hombre en la Habana, de Graham Greene. Esta identificación tiene dos bases:
por una parte, la intelectualidad oficial lo acusa de ser “el hombre en la Habana” de una
ciudad llegó hace tiempo: “En Our Man in Havana Graham Greene había escrito la
siguiente precaución para su protagonista: ‘Era hora, pensó Wormold, de hacer las
maletas, y de irse, de abandonar las ruinas de La Habana” (17). Este mecanismo de verse
fortaleciendo el papel de protagonista que tiene todo escritor de viajes, junto con el de
narrador y autor.
permanecer en la isla, como, según él mismo afirma, el familiar que cuida de los
enfermos que están prontos a morir. Con el correr de los días su situación empeora. Un
funcionario le informa que sus obras serán retiradas de circulación y que ya no podrá
fiesta alguna vez auténtica, como en su misma materialidad. Los edificios, antes
la ciudad, hasta llegar al punto de que “el derrumbe del hotel Pasaje debió pesar en mi
decisión de hacerme ruinólogo, que es tal como me confiero” (161), y reconoce que “yo
era el primero en reconocer que había vuelto a La Habana con el fin de arruinarme”
139
Resulta significativo que la editorial barcelonesa Anagrama publicara La fiesta vigilada en Narrativas
hispánicas, su colección de ficción, y no en las centradas en la crónica o el ensayo. Lo mismo sucede que
todas las obras publicadas de Sergio Pitol publicadas por la editorial barcelonesa.
412
hacen más asiduos y profundos. Pero, de nueva cuenta, el paseador reflexiona y concluye
que solo a un extranjero le puede atraer tanta decadencia. En una de sus caminatas, Ponte
descubre una casa en ruinas que supone deshabitada. Decide entrar a husmear y se topa
con que está habitada; uno de los moradores le pregunta si es extranjero. Le responde que
no, “y, al esfumarse la posibilidad de ganar unos dólares, me echó a la calle acusándome
de pasar por turista con el fin de meterse en las casas. (Sólo alguien venido de fuera del
país era capaz de interesarse con aquella decadencia.)” (167). De la misma forma en que
Ponte adquiere la mirada del extranjero, la ciudad se convierte en una escenografía para el
goce de estos.
Semanas después recibe una carta del fotógrafo en la que le cuenta “su sensación, aquella
tarde, de estar ante el único habitante de una ciudad de la que todos se habían largado”
destino, acepta con cierta melancolía y estoicismo su nueva condición. Pero también
encuentra cierto gozo en ella, que no dista mucho del placer romántico de contemplar
ruinas, de Keats a Cernuda, y escribe: “Ser el único habitante de una ciudad no lleva
aparejadas ínfulas de fundador. Por otra parte, uno tendría que contar con muy poco amor
propio para erigirse en paridor de ruinas. Lo cual no niega que ciertos derrumbes han
breve narración de dos viajes que el autor emprende por Oporto y Berlín. Sin embargo,
otra vez los componentes tradicionales del relato de viajes se presentan a la inversa, y
estas fugas parecen cumplir la función que en los libros de viajes tradicionales recae sobre
las alusiones al lugar de origen. Su viaje berlinés, tras narrar las aventuras del espía
413
Gordon Ash en la ciudad y construir una atmósfera de expedientes y procesos secretos,
lleva de nueva cuenta a la Habana, en donde entra a visitar el Museo del Interior con la
estado policial– en alguna vitrina. Si antes el viajero buscaba captar el alma de una
ciudad, en La fiesta vigilada esta es la que es capaz de revelar el alma del viajero. Por
heterodoxo que parezca el libro del cubano, siempre oscilando entre el paseo (escribir
se adecua a una de las clasificaciones propuestas por Rubio para, precisamente, abordar el
estudio del nuevo relato de viajes. Se trata de la que Rubio denomina “libro de travesía”,
muestra También Berlín se olvida, del mexicano Fabio Morábito (1955), en donde las
140
Los personajes se designan solo con una letra en mayúscula, que suponemos su inicial. Este rasgo remite
al célebre K de Kafka, y los sitúa en un punto intermedio entre la realidad y la ficción.
414
entorno extraño, la indagación de una cultura ajena y la observación de lo pequeño o
El planteamiento del que parte el mexicano es más tradicional pues su libro está
conformado por distintos textos que conforman un todo, concebido desde un principio
como unidad, inspirados por la estancia de un año que pasó en Berlín, una ciudad
Antes de entrar en el libro cabe recordar que las circunstancias del autor son bastante
Milán y llegó a la ciudad de México a los quince años, sin hablar la lengua. Desde
entonces reside en México y ha escrito toda su obra, conformada por cuentos, poemarios,
ensayos, una novela y el libro de viajes que aquí nos ocupa, en español. Es uno de los
escritores que, a la manera de Conrad, Beckett y Navokov, eligió una lengua adoptiva
para crear su obra y uno de los pocos casos en los que esa lengua es el español.
escritor lingüísticamente “sin casa” resulta extraña, “la idea de un poeta, un novelista o
dramaturgo que se sienta como en casa ajena al manejar la lengua en la que escribe, que
traslocación, ejemplificada por Beckett y Navokov, halla una de las claves de la literatura
trasladan a su escritura sobre la capital alemana, en la que rara vez se atreve a afirmar
Las primeras líneas del libro dejan claro cuál será el tono del conjunto, incierto,
415
S-Bahn, en autobús y en tranvía, todavía no puedo decir si esta ciudad tiene un río o no”
(Morábito, 2004: 9). Esta interrogación sobre la existencia de un río berlinés servirá para
hilar los diferentes textos y también para conservar su carácter especulativo. Sin embargo,
ya sea para dar una opinión, para brindar cierta información sobre el narrador o para
convertirlo en personaje de algunos textos que sin ningún problema se pueden leer como
cuentos, como “Un sátiro en Frumme Lanke”, “Choque en Berlín” o “El hombre del
croissant”.
Amante del detalle, Morábito elude cualquier mención a los símbolos más
a partir de los cuales se disparan las disquisiciones y las variaciones. Por ejemplo, a
de campo, Morábito afirma que “el mal gusto pequeñoburgués se observa en el afán de
reproducir en una espacio minúsculo el universo de una morada completa” (21), pero
también que
Renuente a encontrar la identidad de una ciudad que no la tiene, fija sus símbolos más
416
fue derrumbado por sus propios habitantes y apenas quedan vestigios: “En este sentido la
proliferación de grúas que llegó a ser en algún momento su paisaje más característico, el
tono más constante de sus cielo, esa multitud de grúas como el coro de una tragedia
griega, que sugería una ciudad en permanente avería, retrató su temple como ningún
como las variaciones de “El Muro”, en que, en un plano abiertamente ficcional, cercano a
Las ciudades invisibles de Italo Calvino, Morábito imagina distintos Muros de Berlín, con
Quizás el texto que mejor resume el carácter del libro, extrañado y nostálgico –no
por nada Felisberto Hernández y Juan Carlos Onetti son los únicos escritores
mencionados– sea “La ciudad rusa”. En él un amigo le propone al narrador hacer una
excursión de fin de semana para visitar “la ciudad rusa”. Este acepta encantado y, junto
con su esposa e hijo, empieza a hacer todos los preparativos. Sin embargo, antes del
esperado fin de semana se entera que la excursión solo tomará la mañana del domingo,
pues la ciudad rusa queda a tan solo una hora en tren. Cuando llegan, la familia se topa
con que la ciudad rusa está conformada por solo cuatro casas deshabitadas y no puede
evitar sentirse decepcionado. Se echan a andar, ahora para conocer la iglesia rusa, que
lo que había ahí era notable, tal vez por eso el lugar me conmovió; pequeño y silencioso,
417
era como estar adentro de un estuche o de una caja perfumada. La mujer no dejaba de
visión del viajero Morábito en una ciudad que como pocas otras se presta para la
ternura que lo recorre y que se traduce en una meditación sobre el detalle141 que encuentra
Pero la clase de libro, y de viaje, que identifica Rubio no tiene necesariamente que
circunscribirse al espacio de la ciudad, como lo muestra Mis dos mundos, del argentino
Sergio Chejfeq. En este se cuenta un paseo que el narrador emprende por un parque de
una ciudad del sur de Brasil. Nunca se especifica el nombre del parque, de la ciudad ni
del narrador, lo que brinda un matiz abstracto a la narración, como si la caminata fuera
más bien un paseo mental cercano al flujo de conciencia de escritores como James Joyce,
tiempo presente y a que las acciones que ocurren, más bien insignificantes, aparentan ser
casuales, lo cual no impide que desaten un cúmulo de reflexiones. Estas acciones son tan
intrascendentes como la aparición de otros paseantes, una mujer que pregunta el horario
de apertura del aviario o la visión de unas lanchas en forma de cisne, que representan el
precisamente esta aparente nimiedad la que convierte Mis dos mundos en un relato de
141
Esta poética es notoria también en otros libros de Fabio Morábito, particularmente en Caja de
herramientas, en donde los utensilios dan pie a poemas en prosa y divagaciones parecidas a las que le
inspira la ciudad de Berlín.
418
viajes radicalmente realista, pues en un paseo por un parque no suelen suceder aventuras
Chejfec busca el parque deliberadamente, pues sabe que en esa clase de lugares,
reflexiones hasta perder él también concreción. Pero no puede tratarse de cualquier clase
de parque, sino tiene que ser uno extenso y un poco olvidado, y la visita debe hacerse en
horarios en que se encuentre casi vacío para convertirse en “el sitio arrumbado, indistinto,
o mejor todavía, el sitio donde la persona, movida quién sabe por qué tipo de
(2008: 6). Pero antes de que esta anulación ocurra, el paseo provoca en el peatón que
incómoda, del pasado del narrador es una constante en los libros de viaje híbridos, a tal
pasa por alto, pero paradójicamente la rememoración de su propia vida será el camino
El libro se presenta como una novela, pero hay argumentos para leerlo como un
embargo, el libro brinda, sutilmente, haciendo un juego con los paratextos (otra de las
características del relato de viajes) una pista para abordarlo como un escrito
autobiográfico. En un momento dado el narrador comenta que conserva una foto en la que
aparecen las lanchas en forma de cisne que descansan en el lago, y que lo impresionan
419
fuertemente debido a su “silencio y disposición” (90). Esta foto es la portada del libro, y
su autor, según los créditos, es precisamente el escritor, que así se reafirma como
Los dos mundos a los que alude el título podrían interpretarse claramente como la
pequeña parte del mundo que se recorre, en este caso el parque y el mundo interior
inseparable, y de hecho el texto está constituido por un solo recorrido, sin separaciones en
capítulos o apartados. Al comentar la obra del argentino, Vila-Matas (2011) va más allá:
“Ahí están los dos mundos de Chejfec, que no son sólo –como tanto se ha dicho- el
mundo interior y el exterior, sino también el mundo de esa realidad muda e inenarrable
que hoy en día tan disociada está ya de la actividad de la escritura. Y también el mundo
420
Conclusiones
obras, ignoradas durante años como engranajes con una genealogía propia, recientemente
han suscitado interés entre los especialistas (Alburquerque 2006a, Carrizo Rueda 1997),
en gran medida gracias a los aportes teóricos que han hecho posible ubicarlas,
En estas páginas, en primer lugar, fue necesario definir con exactitud el género
relato de viajes para luego proceder al rescate de las obras. Una vez delimitado el corpus,
existencia de un relato de viajes latinoamericano. Los textos estaban ahí, pero era
los distinguieran de los relatos de viajes producidos en otras geografías, y que han
formato elegido por cada autor, ya sea por decisión personal o por adecuarse a las
mismo molde, lo que nos permite afirmar que nos encontramos ante un género literario
que cuenta con gran libertad. Haciendo un rápido repaso por las obras mencionadas,
resulta posible distinguir al menos seis formatos o submodelos bien diferenciados, que
421
sin embargo se adecuan a la perfección a la definición de relato de viajes ofrecida en el
primer capítulo, y que, por supuesto, siguen las pautas establecidas por otras literaturas:
vigente hasta nuestros días. Esta clase de textos puede vincularse con el relato de viajes
de tres maneras: mediante la mezcla total entre ambos, al grado de confundirse, como
narración de toda una vida, de uno o varios fragmentos dotados de unidad y destinados a
contar las peripecias del viaje, como hace Manuel Maples Arce en el tercer tomo de su
autobiografía.
y de mayor apego a la verdad, puesto que las entradas de un diario no se consignan como
una evocación lejana, sino inmediatamente después de los hechos narrados. Otro rasgo de
de las independencias, con los diarios de viaje de Francisco de Miranda, este subgénero
París, en el que el por entonces poeta cuenta su desastroso viaje a París en busca de la
Parra, que, debido a las tensiones que contiene entre ficcionalidad y factualidad,
422
constituye un extraño experimento literario y cuestiona los pilares de verosimilitud en
José Agustín consigna sus vivencias como alfabetizador en los albores de la Revolución
cubana.
3. Más frecuentes son las cartas de viaje, que constituyen el tercer submodelo.
son los Viajes de Domingo Faustino Sarmiento, estructurados mediante las misivas que
el argentino escribió a distintos destinatarios, con una notable unidad de estilo, durante su
escribió Una excursión a los indios ranqueles mediante cartas, aunque en su caso se trate
más de un artificio literario que de auténtica literatura epistolar, pues las misivas, en
coronel Mansilla realizaba su misión. Un viajero singular, menos apasionado que los
su hija durante un viaje turístico por Europa, que fueron publicadas treinta años después
de su escritura en En viaje. Aunque se trate de una obra secundaria del autor, reviste
interés por la estrecha relación que guarda con su obra ficcional, de forma que puede ser
edad dorada del relato de viaje hispanoamericano, la crónica ha estado vinculada con el
tema del viaje. Casi todos los mayores exponentes del modernismo escribieron crónicas,
423
desde los precursores José Martí y Manuel Gutiérrez Nájera; los más celebrados, como
Rubén Darío, Enrique Gómez Carrillo y Amado Nervo, hasta los últimos modernistas
como José Enrique Rodó y José Juan Tablada. Este auge se explica por la biografía de
los autores, pero también por algunas de las características del movimiento, como el
capitales como Buenos Aires, México y Santiago. Tras el modernismo, la crónica se vio
opacada por la popularidad del cuento y la novela, pero son muchos los autores que la
han cultivado. Haciendo un rápido recuento podría mencionarse a Alfonso Reyes, César
Vallejo, Manuel Mujica Láinez, Salvador Novo, Jorge Ibargüengoitia, Guillermo Cabrera
5. Más extenso que la crónica, a grado tal que puede estar conformado por un
conjunto de crónicas siempre y cuando estas se ciñan a un solo viaje contado de inicio a
fin, es “el relato de viajes propiamente dicho”, como lo denomina Carrizo Rueda (2008).
como fotografías y mapas. Ejemplos de este submodelo, que se confunde con el de las
memorias cuando estas se restringen a narrar un viaje, son las Memorias de un viajero
peruano, de Pedro Paz Soldán, en que el peruano narra sus andanzas por medio mundo
durante media vida; el Viaje a los Estados Unidos de Guillermo Prieto, en el que se
incluye de manera casi obsesiva toda clase de textos propios y ajenos; El éxodo y las
flores del camino de Amado Nervo, libro que admiraba Darío; y, ya de finales del siglo
424
que constituye el primer relato de viaje posmoderno de la literatura hispanoamericana,
sucesiva escritura sigue existiendo, sin importar que los lugares desconocidos hayan
6. En los últimos años ha surgido una clase de libros que aprovechan la capacidad
recorre buena parte de la obra de Sergio Pitol, concretamente los tres volúmenes de la
rusa en el diario que cuenta el viaje que Pitol emprendió a Moscú y Georgia. Otros
ejemplos son La Fiesta vigilada de Antonio José Ponte, que mezcla reflexiones sobre el
exilio, una Habana en ruinas y algunos viajes al extranjero, y Mis dos mundos de Sergio
Chejfeq, en donde las fronteras entre novela, ensayo y relato de viajes quedan totalmente
diluidas.
Poco tiene que ver literariamente un libro de memorias o de cartas del siglo XIX con un
relato posmoderno, y sin embargo es posible trazar paralelismos. Los relatos más
recientes tienen algo de palimpsesto, tanto en las rutas que configuran un mapa
imaginario, como en los textos, pues quien habla y viaja sigue siendo un sujeto marginal,
más seguro aunque a veces con menos bríos que sus antecesores. Desde un punto de vista
425
En el viaje latinoamericano predomina el desplazamiento hacia Europa, quizás
seguido, lejanamente, por el de los Estados Unidos. Es clara la preferencia por los
destinos modélicos, que los políticos y pensadores como Miranda y Sarmiento aspiran a
predominio de Europa muestra que, por encima del espectáculo del desarrollo
origen mítico para certificar que, en efecto, es diferente al europeo y que, a la vez,
proviene de él. Esta búsqueda queda patente también en los países europeos que más
En la elección del destino no solo intervienen las afinidades culturales, sino que
muchas veces aquel viene determinado por el afán de desplazarse al centro con el fin de
obtener prestigio. Sarmiento hizo traducir un fragmento del Facundo para mostrarlo en
en España y no dudó en repetir la fórmula que le había funcionado, los novelistas del
viajeros posmodernos comparten sello editorial barcelonés con algunos de sus modelos
ha querido establecer un diálogo con Europa, que rara vez ha encontrado interlocutor. A
pesar del rechazo inicial de varios viajeros, la única conversación que se ha logrado
literarias de las que nutrirse, las cuales, en los ejemplos más logrados, se han
426
transformado en un arte nuevo, único en su plasmación y múltiple en sus influencias,
medida, Europa ha sido también una tierra exótica, en la que el viajero certifica que lo
que cuentan los libros existe de verdad o se aventura a emprender sus propios
observa con una mirada distinta; esa Europa es la de los viajeros latinoamericanos y en
Vistos como amenaza y vaga promesa de riqueza, con los Estados Unidos el
contacto ha sido mucho menor. Son pocos los escritores latinoamericanos que han dejado
testimonio de su paso por ese país, y quienes lo han hecho han oscilado entre la
que prima es la sensación de que, a pesar de estar a un río y no a un mar de distancia, son
algo ajeno, tanto por su origen como por su desarrollo. Por el contrario, los viajeros
estadounidenses que han escrito sobre lo que vieron al sur del río Bravo son muchísimos,
pues América Latina les ha servido como espejo deformado en el que han encontrado una
Pero si sorprenden las pocas páginas dedicadas al vecino del norte, resulta aún
más llamativa la escasez de relatos producidos por un latinoamericano sobre los países
limítrofes al suyo. Los ejemplos se cuentan con los dedos de una mano y muchas veces
son circunstanciales, como cuando Sarmiento escribe sobre Río de Janeiro o Montevideo,
simplemente por ser escalas de su itinerario rumbo a Francia. Son menos extraños, por
increíble que parezca, los viajes a Medio y a Lejano Oriente, aunque casi siempre se
hayan emprendido emulando a intrépidos viajeros europeos como Pierre Loti. Mucho
más numerosos son los viajes realizados dentro de las fronteras nacionales, ya sea para
internarse en territorio tan desconocido que parece en realidad lejanísimo, como Mansilla
427
con los indios ranqueles, o para reconocerse en los gestos y manías de los connacionales,
cosmopolita de América Latina, y no es extraño que haya sido la que más haya querido
salir al mundo, sobre todo a Europa, para después traerlo de vuelta, actitud resumida en
periodos han mantenido las clases intelectuales con el gobierno. De Alfonso Reyes a
Sergio Pitol, son muchos los escritores mexicanos que se han desempeñado como
diplomáticos. Tanto Argentina como México, además, contaron desde mediados del siglo
XIX con periódicos de amplia difusión dispuestos a publicar relatos de viajes e incluso a
financiarlos. Tras estos dos países, los escritores de viajes latinoamericanos proceden de
muchos puntos. Algunos de los más importantes, como Rubén Darío y Enrique Gómez
Chile y Colombia. En lo que se refiere a este último país, su escasez de viajeros extraña,
tomando en cuenta que se trata de un territorio muy poblado, abierto a dos océanos, y que
literatura es ya pequeña, en el caso del relato de viajes la situación se vuelve aún más
428
dramática. A las dificultades históricas que la mujer ha padecido a la hora de escribir,
publicar y ser tenida en consideración por la crítica y los medios culturales, hay que
añadir el hecho de que el viaje, al menos hasta hace medio siglo, era una actividad
vedados a las mujeres, como los relacionados con la guerra, el clero y el comercio. Por si
fuera poco, muchos de los escritores que emprendían viajes sin otro fin más que el del
viaje mismo, solían hacerlo solos, aunque estuvieran casados. Existen excepciones,
aunque incluso en ellas se revela una situación anómala que muestra el machismo
inherente a la sociedad. Por ejemplo, el viaje oriental de Teresa de la Parra no deja de ser
imaginario, por más que se base en las cartas de su hermana, que viajó acompañando a su
marido. Una de las pocas viajeras independientes fue Victoria Ocampo, para quien,
proveniente de la alta aristocracia porteña, el viaje, sobre todo entendido como una larga
estancia en París o en Londres, era algo natural. Al contrario que en otros géneros
nombres femeninos.
personalidades del lugar que visita y centra su interés en observar asuntos prácticos que
mezclan, y, así, el viajero político se confunde con otra categoría, la del viajero
estas dos clases de viajero, con fines culturales y cargos destacados en su país.
429
Posteriormente, con menos relevancia gubernamental, estos viajeros encontrarían su
2. Los intereses del intelectual se centran en la cultura del país que recorre, cuya
él, prefiere visitar la biblioteca a la taberna (aunque más de un viajero ha mostrado que
propia cultura con la que enfrenta en el viaje. Esta categoría es una de las que define a
mayor número de viajeros, lo que sin duda contrasta con las preocupaciones de los
en este grupo a los viajeros argentinos de la generación del 80, a José Enrique Rodó,
Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Salvador Novo, José Carlos Mariátegui, Jorge
Carrera Andrade, Manuel Maples Arce, Manuel Mujica Láinez, Victoria Ocampo y
Sergio Pitol.
3. Fray Servando inaugura una tradición más dramática, que por desgracia no ha
conocido descanso a lo largo de dos siglos: la del viajero exiliado. Entre los muy
numerosos exiliados latinoamericanos que han escrito relatos de viajes durante sus años
de destierro se puede mencionar a José Martí, Alfonso Reyes, Martín Luis Guzmán,
Francisco Urquizo, César Vallejo y, en fechas más recientes, a Antonio José Ponte.
Naturalmente, lo que emparenta a sus relatos es la nostalgia por la tierra que debieron
abandonar por la fuerza, el interés por la política de su país de origen pero también por la
del puerto de llegada y la falta de certeza sobre la duración del viaje e incluso sobre los
430
creatividad y encontrar reconocimiento. Esta clase de viaje estuvo más en boga durante el
modernismo, en el que la indiscutible meca del aspirante a escritor era París. Aunque
puede confundirse con la figura del viajero intelectual, el artístico gusta más de la
bohemia, su financiación suele ser menos clara y su fin prioritario, por encima de
cualquier curiosidad cultural, es triunfar. Darío resume esta categoría como ningún otro
prosecución de sus fines, como Gómez Carrillo, y otros que obtuvieron un fracaso
estrepitoso, como Julián del Casal u Horacio Quiroga. César Vallejo prolongaría esta
figura durante las vanguardias, aunque su segunda época de apogeo, sin relatos de viajes
del turista. Todo viaje voluntario tiene algo de turístico, pero existen casos en que el
que se acepta que la época del turismo acabó por sepultar a la de los grandes viajes.
Adolfo Bioy Casares y Jorge Ibargüengoitia no solo son meros turistas, sino que se
muestran encantados de serlo ya que hacen de esta afición, con sus espacios y sus
personajes particulares, uno de los ejes de su relato. Julio Cortázar, de manera magistral,
renovó el género con la conciencia de que las grandes expediciones ya no son viables,
pero sí los viajes en que se hacen grandes descubrimientos, aunque estos se limiten al
guarda con otros géneros (basta recordar que la revolución modernista se inició en la
crónica de viajes), el relato de viajes latinoamericano muestra gran unidad en cada época,
431
para la confirmación de la identidad nacional; los modernistas compartieron en buena
después decantarse por un viaje más reflexivo y un estilo más sobrio; los exiliados
fértil para el cultivo de la escritura y las amistades; los novelistas del boom hicieron de la
latinoamericano, no solo por la mera procedencia de los textos, sino sobre todo por la
en los aspectos más destacados de cada periodo y de cada relato. La cuestión se aborda
estilística, cultural y temática, que no elude la variedad, el relato de viajes emerge como
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Anexo