Este documento resume la historia bíblica del paralítico que Jesús sanó. Describe cómo el paralítico representa la condición humana de estar quebrantados por el pecado. Insta a los lectores a acercarse a Jesús tal como son, reconociendo su sufrimiento y necesidad en lugar de ocultarlos. Jesús quiere revelar lo malo en nosotros para sanarnos, como hizo con el paralítico al perdonarle los pecados y curarle físicamente.
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Este documento resume la historia bíblica del paralítico que Jesús sanó. Describe cómo el paralítico representa la condición humana de estar quebrantados por el pecado. Insta a los lectores a acercarse a Jesús tal como son, reconociendo su sufrimiento y necesidad en lugar de ocultarlos. Jesús quiere revelar lo malo en nosotros para sanarnos, como hizo con el paralítico al perdonarle los pecados y curarle físicamente.
Este documento resume la historia bíblica del paralítico que Jesús sanó. Describe cómo el paralítico representa la condición humana de estar quebrantados por el pecado. Insta a los lectores a acercarse a Jesús tal como son, reconociendo su sufrimiento y necesidad en lugar de ocultarlos. Jesús quiere revelar lo malo en nosotros para sanarnos, como hizo con el paralítico al perdonarle los pecados y curarle físicamente.
Este documento resume la historia bíblica del paralítico que Jesús sanó. Describe cómo el paralítico representa la condición humana de estar quebrantados por el pecado. Insta a los lectores a acercarse a Jesús tal como son, reconociendo su sufrimiento y necesidad en lugar de ocultarlos. Jesús quiere revelar lo malo en nosotros para sanarnos, como hizo con el paralítico al perdonarle los pecados y curarle físicamente.
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CHRISTOPH FRIEDRICH
BLUMHARDT
Acércate tal como eres
ACÉRCATE TAL COMO ERES Christoph Friedrich Blumhardt
Subió Jesús a una barca, cruzó al otro lado y llegó a su
propio pueblo. Unos hombres le llevaron un paralítico, acostado en una camilla. Al ver Jesús la fe de ellos, le dijo al paralítico:
—¡Ánimo, hijo; tus pecados quedan perdonados!
Algunos de los maestros de la ley murmuraron entre ellos:
«¡Este hombre blasfema!»
Como Jesús conocía sus pensamientos, les dijo:
—¿Por qué dan lugar a tan malos pensamientos? ¿Qué es
más fácil, decir: “Tus pecados quedan perdonados”, o decir: “Levántate y anda”? Pues para que sepan que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados —se dirigió entonces al paralítico—: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.
Y el hombre se levantó y se fue a su casa. Al ver esto, la
multitud se llenó de temor, y glorificó a Dios por haber dado tal autoridad a los mortales. Mateo 9:1-8
La historia del paralítico debe recordarnos nuestra propia
condición, porque todos somos personas quebrantadas. Aun cuando no estemos lisiados físicamente, todo nuestro ser está quebrantado por el pecado. Los poderes corruptos de la descomposición carcomen nuestras almas y consumen poco a poco nuestros cuerpos, sea abiertamente o en secreto, nos demos cuenta o no. Nuestros espíritus son arrastrados al cautiverio de las actividades carnales. Muchos de nosotros apenas podemos mantener a flote nuestras cabezas. Hemos desperdiciado nuestras vidas o nos hemos insensibilizado a todo lo de naturaleza superior. Las cosas divinas nos evaden, y las cosas de valor eterno escapan de nosotros.
Nos conviene no esperar hasta que el poder de la muerte y la
corrupción tengan un impacto en nosotros, como fue el caso del hombre paralítico. Jesús vino para hacer posible que cada uno de nosotros reconozca nuestra condición miserable, de modo que al reconocerlo podamos ser sanados. Pero no debemos ocultar el hecho de que estamos sufriendo de una manera o de otra. Que todos estamos sufriendo resulta evidente en el hecho de que acudimos corriendo cuando llega la ayuda real, o incluso la ayuda imaginaria, o aun cuando cualquier tipo de ayuda parece estar en camino. En cualquier lugar, tan pronto como se construye un centro para enfermos o discapacitados la gente llega en multitudes. Pero toda esta ayuda humana palidece en comparación al poder que tenía Jesús. Cuando tocaba a las personas, se derramaban poderes vivificadores.
Y ahora, mis amados, dejen que Jesús obre. Permítanle usar
su aflicción para guiarlos hacia la luz. No ocultes lo que te aflige. Por cierto, a través de Jesús podemos buscar más a fondo y preguntarnos qué es lo que nos aflige realmente en lo más íntimo de nuestro ser. Por medio de Cristo, podemos volvernos a la luz como seres humanos pobres, débiles y quebrantados, lisiados una y otra vez, interna y externamente.
No trates de ocultar tu necesidad, ni la ignores con buena
cara. Aun cuando sea toda una hazaña, no te ayudará ni traerá alabanza a Dios. Más bien debemos ser como el hombre paralítico y mostrarnos como somos realmente. No finjamos que somos fuertes, sino más bien reconozcamos nuestro sufrimiento y pongámoslo al descubierto delante de Dios. El Salvador quiere revelar todo lo malo en nosotros, para que podamos ser sanados. Solo entonces los que nos rodean podrán, como los que rodeaban al paralítico, ser llenos de asombro y alabanza a Dios.
El hombre paralítico llegó ante la presencia de Cristo.
Nosotros podemos hacer lo mismo, ya sea que lleguemos por nuestros propios pies, arrastrándonos hacia él y acercándonos hasta él, o que otros nos hagan este servicio de amor y nos lleven ante él, quizá sin que realmente lo queramos. Cientos de poderes están en operación cuando aparece el Salvador. Lo que está mal se pone al descubierto y se revela ante los ojos de Dios.
Que bendición es estar ante la mirada de Cristo, incluso ante
la mirada de su juicio. Así fue como el paralítico estuvo delante del Señor. Temblaba y se sacudía, pero su temblor y sacudimiento fue más genuino que si él se hubiera quedado postrado en cama con orgullo, dejando que le cuidaran y engañando a todos sus amigos con su enfermedad, como si fuera el único que mereciera lástima y no tuviera nada que confesar.
Cuando Jesús entra en escena, la verdad debe salir. No
debemos demandar la compasión humana todo el tiempo. Además, al final, no podemos ocultar nada; la mirada de Cristo ve a través de nosotros y discierne nuestro ser más profundo, todo lo que todavía es oscuro y pecaminoso.
Jesús nunca es blando con el pecado. No, todo lo contrario.
Habla con palabras severas y corta de tajo su raíz. Separa el trigo de la paja, juzgando los sentimientos y pensamientos del corazón. Su gracia destroza nuestra naturaleza carnal, donde no se permite ocultar nuestra vergüenza debajo de la capa. Dios revela su amor, pero solamente cuando venimos bajo el fuego ardiente del Salvador. No debemos temer esto, porque la justicia de Dios es una justicia que todo lo hace bien.
Incluso si sentimos que somos pobres y miserables, no todo
está perdido. Si somos honestos, no hay nada a quien podamos aferrarnos. Aun si esto o aquello fue bueno y justo, admitamos que todavía no era puro. Lo que más necesitamos es comenzar completamente de nuevo y venir, quebrantados y necesitados, ante la presencia de Jesús como juez. No tenemos nada de qué presumir hasta que él pueda vivir por completo en nosotros. Solo entonces podemos ser sanados. Sobre el autor
Christoph Friedrich Blumhardt
nació en Möttlingen, Alemania en 1842. Siguiendo los pasos de su padre, emprendió estudios en la universidad con el fin de un puesto pastoral en la Iglesia Reformada. Sin embargo, se desilusionó con la iglesia y la teología en general, y decidió volver a Bad Boll para ayudar con la obra de su padre. Cuando falleció el Blumhardt mayor, Christoph Friedrich se encargó de la responsabilidad de ‘padre de la casa’.
Con el paso del tiempo, el
Blumhardt menor llegó a ser bien conocido como evangelista de masas y curandero por fe. No obstante, después de una ‘cruzada’ especialmente exitosa en Berlín en 1888, él acortó radicalmente las dos actividades diciendo, “No quiero sugerir que sea poca importante que Dios sana a los enfermos; al contrario, eso está pasando a escondidas aún más que antes. Pero no se debe promover los milagros como si el reino de Dios consistiera en la curación de enfermos. Es mucho más importante ser limpiado que ser curado. Es más importante tener un corazón que arde por la causa de Dios; más importante no encadenarse al mundo sino quedar libre para poder actuar para el reino de Dios.”
Los intereses de Blumhardt giraron paulatinamente “hacia el
mundo,” o sea, se enfocaron más y más en los grandes asuntos socioeconómicos de su día. Impelido por esta preocupación él escogió—de manera pública y visible-- echar su suerte con el Socialismo Democrático, el difamado movimiento laboral que luchaba con uñas y dientes por los derechos de los trabajadores. Aunque le ganó la ira de tanto la base civil como la eclesiástica, se dirigía a mítines de protesta, se postuló como candidato del partido y fue elegido para un término de seis años en la legisladora de Württemberg. Tuvo que renunciar su carga ministerial en la iglesia. Blumhardt empezó su término como un legislador muy enérgico y activo, pero con el paso del tiempo él acortó la mayoría de estas actividades y se rehusó incondicionalmente de postularse para un segundo término. Es evidente que siguió el patrón de su pasado retiro de evangelismo de masas y curación por fe.
La desilusión de Blumhardt con el Socialismo Democrático—
en específico con la política, no las metas e ideales del movimiento—y la desilusión aún más profunda que llegó al final de su vida en los años terribles de la Primera Guerra Mundial—le llevaron a una posición final expresada en el lema dialéctica “Espera y Apura.” Creyó que la llamada de un cristiano es entregarse completamente a la causa del reino de Dios y hacer todo en su poder para ayudar al mundo hacia esa meta. No obstante, al mismo tiempo un cristiano debe permanecer tranquilo y paciente, impávido aun si sus esfuerzos no parezcan resultar en frutos, dispuesto a esperar para que el Señor establezca su reino en su propio tiempo y de su propia manera. Y, según Blumhardt, este tipo de espera no es la inactividad, sino mejor un apresuramiento del reino muy poderoso y creativo.
Blumhardt sufrió un derrame cerebral en 1917 y se murió el