José María Arguedas
José María Arguedas
José María Arguedas
UNIDAD DE POSGRADO
PRESENTADO POR:
Arequipa – Perú
2018
INTRODUCCIÓN
los peruanos que tienen muchos obstáculos, vicisitudes, vacíos afectivos y que a él le
produjeron durante toda su vida una crisis psicológica y existencial. Por el contrario, logró
superarse y llenar esos vacíos utilizando sus habilidades intelectuales y artísticas con
cultura.
escritor dejó libros de temas indígenas que son leídos por todo el mundo. Como folklorista
le dio el carácter auténtico y le devolvió el lugar en las esferas sociales a toda expresión
artística indígena que estuvo reprimida por siglos. Como educador e intelectual enseñó en
colegios nacionales en la parte sur de la sierra. Pero lo más importante es que visibiliza al
campesino proponiendo un cambio en el Diseño Curricular Nacional que vaya acorde con
intercultural y justa. Por ello, nos parece un merecido homenaje a su labor hablar de sus
enriquecidos e informados sobre las vivencias que pasó durante los años de vida podremos
relevantes como su personalidad, actitud, pasión por el arte y las razones que lo llevaron a
También le daremos un acápite aparte al tema del “contexto histórico” en que nació,
porque nos parece muy valioso conocer la época influida por los acontecimientos sociales,
políticos y culturales que sucedieron durante las primeras etapas de vida en que Arguedas
pensamiento, las pasiones, valores, etc., que lo hacen diferente, único y querido por todos
las ideas más sobresalientes que le den el justo y merecido valor como escritor, educador,
antropólogo y peruano.
CAPÍTULO I
HISTORIA DE VIDA
I. CONTEXTO HISTÓRICO
El Perú, igualmente, recibe los efectos de los acontecimientos sociales, bélicos, artísticos
que estaban cambiando profundamente al mundo. En el plano social el Perú estaba
conformado por criollos, gamonales, mestizos indígenas. Más del 50 por ciento de la
población nacional era indígena y la mayoría de ellos eran pobres, analfabetos, otros eran
sirvientes o esclavos en las grandes haciendas de los gamonales. Y en muchos de los
pequeños pueblos andinos no se conocía ni siquiera el nombre de la palabra Perú. La
educación era exclusiva, clasista y tradicional. En la costa la economía cambia de un
sistema de arriendos a un naciente método tributario. Además, Lima vivía a espaldas de las
demás ciudades de la sierra y selva. Por otro lado es un siglo donde suceden prematuras
muertes de mentes brillantes que no llegaron a ver el proceso de materialización de sus
proyectos.
“…Pedro era hijo de su padre y de la hermana mayor de su madre... Las Uniones fuera
del matrimonio eran permitidas, pero eran sancionadas, incluso los hijos nacidos fuera del
matrimonio eran llevados a la familia principal y educadas dentro de ellas…esto ocurría
con mucha frecuencia”.
“Cuando íbamos de paseo al campo. Le tenía horror al piar de los pajaritos, yo le decía
por qué te pones así, te desconozco y él me dijo; “Es que me hace recordar el día que
enterraron a mi madre”. Parece que le carcomieron los sesos y no puedo olvidar de mi
mente…
En 1916 nace Carlos Arguedas Altamirano, el segundo medio hermano de José María,
propio hermano de Félix; también hijo de Víctor Manuel, padre de José María, y de
Eudocia Altamirano. El testimonio de la sobrina de José María, hija de Arístides Arguedas,
señala que en una oportunidad su padre le confió que él hubiese anhelado que Víctor
Manuel desposara a su tía Eudocia, pues de esa manera hubiesen tenido, él y José María, la
madre que perdieron prematuramente. Este anhelo no pudo realizarse porque, según la
misma fuente, el párroco del pueblo se opuso tajantemente a dicha unión, considerándola
incestuosa.
“…No solamente es dueña de casas de Puquio sino que tiene tierras y ganados en San
Juan de Lucanas de las principales familias de San Juan de Lucanas”.
Víctor Manuel Arguedas, termina enamorándose de esta señora. Poco después se casó con
esta rica hacendada del distrito de San Juan (Lucanas) en 1917. Apenas se sintió
nuevamente establecido, Víctor Manuel reunió de nuevo a sus hijos excepto Pedro, que se
quedó para siempre con su hermana y su esposo, Manuel Guillen, en Cusco. La familia se
instaló en Puquio, capital de la provincia de Lucanas del departamento de Ayacucho. José
María y su hermano Arístides, dos años mayor que él, fueron matriculados en una escuela
particular. Al año siguiente, 1918, los dos hermanos continuaron sus estudios en San Juan
de Lucanas, a 10 km de Puquio, viviendo en la casa de la madrastra.
Rodrigo Montoya sostiene que la escena política de Puquio entre 1890 y 1950 estuvo
marcada por una enconada lucha entre dos grupos de vecinos principales cuya ocupación
era al mismo tiempo la de “ganaderos propietarios”, grupos que constituían uno de los
puntos del eje de penetración del capitalismo en la sierra. Este eje relacionaba a
Andahuaylas, Puquio, Nazca y Lima. Nos dice Montoya que los dos grupos mencionados y
sus respectivas clientelas se enfrentaban hasta los tiros. A su alrededor se alineaban 30
familias de la provincia; ellas monopolizaron el poder político local y regional. Elegían el
personal encargado de la municipalidad provincial, de la subprefectura, judicatura,
incluso del telégrafo). De ello dependía la protección de sus intereses económicos.
Nos dice Rodrigo Montoya que tal era el grado de poder de estos dos grupos que
frecuentemente usurpaban las facultades de los jueces , pues podían hacer apresar – y
hasta matar-a los ”amigos” de sus adversarios o a los adversarios mismos en nombre de
la ley y de la autoridad. Nos dice también que para ambos bloques, el Estado era
considerado como de su propiedad y trataban de obtener el máximo provecho durante el
lapso en el que estuvieran en el poder.
Esta etapa de la vida del niño José María estuvo marcada por la difícil relación que sostuvo
con su madrastra y con su hermanastro Pablo Pacheco. Aquella sentía por su hijastro un
evidente desprecio, y constantemente lo mandaba a convivir con los criados indígenas de la
hacienda, de la cual solo lo recogía a la llegada de su padre, tal como lo ha relatado
Arguedas en el primer encuentro de narradores realizado en Arequipa en 1965. Por su parte
el hermanastro lo maltrataba física y psicológicamente e incluso en una ocasión le obligó a
presenciar la violación de una de sus tías, que era a la vez la mamá de uno de sus
compañeritos de escuela (los «escoleros» mencionados en varios de sus cuentos). Al
parecer, esa fue solo una de las tantas escenas sexuales que fue obligado a presenciar, ya
que el hermanastro tenía muchas amantes en el pueblo. La figura de este hermanastro
habría de perdurar en su obra literaria personificando al gamonal abusivo, cruel y lujurioso.
Algunos, sin embargo, consideran que el supuesto maltrato de la madrastra fue una ficción;
entre ellos el mismo Arístides.
Los hermanos Arguedas eran pocos queridos por su madrastra también eran odiados por
su hermanastro Pablo Pacheco, el famoso hermanastro de los cuentos del que tanto dolor le
va a causar. José María se refugia en el mundo de los sirvientes indios, de hecho era
enviado a convivir con ellos cuando el padre estaba ausente y volvía a la mesa familiar los
fines de semana:
Tras la ascensión al poder de Augusto B. Leguía, el padre de José María ―que era del
partido contrario (pardista)― fue removido de su cargo de juez y tuvo que retornar a su
profesión de abogado litigante y viajero, trajinar que solo le permitía hacer visitas
esporádicas a su familia.
A mediados de julio de 1921 José María se escapó de la casa de la madrastra junto con su
hermano Arístides que había retornado de Lima. Ambos fueron a la hacienda Viseca,
propiedad de su tía Zoila Rosa Peñafiel y su esposo José Manuel Perea Arellano (medio
hermano de su padre), a quien le tenía un gran cariño, situada a 8 km de San Juan de
Lucanas. Allí vivió durante dos años, en ausencia del padre, conviviendo con los
campesinos indios a quienes les tomó cariño y con quienes participaba por diversión de las
faenas agrícolas. De dos campesinos guardaría un especial recuerdo: don Felipe Maywa y
don Víctor Pusa. Para José María fueron los años más felices de su vida.
VISECA Y LOS AÑOS MÁS HERMOSOS DE SU INFANCIA
La casa hacienda de José María Arguedas Altamirano está ubicado en el Distrito de San
Juan, a orillas del río Viseca, anexo de Viseca, Comunidad de Utec, a una altitud de 3.282
m.s.n.m. Ambos distritos pertenecientes a la Provincia de Lucanas, en la región de
Ayacucho. Cuando en 1917 llega José María Arguedas, Viseca fue una hacienda que
desarrolló la minería, la agricultura y la ganadería, convirtiéndose en la principal de la
región para su época y llegando a fabricar sus propias monedas de oro.
Casa hacienda Viseca y río Viseca Entrada principal a la casa hacienda Viseca
La casa hacienda donde pasó su niñez el novelista José María Arguedas se encuentra en el
fondo de la quebrada de Viseca, a donde se llega a un duro camino de descenso de dos
horas desde el pueblo minero de Utec. Esta casa pertenecía a los padres de su amigo de
infancia Julio Peñafiel, un eximio charanguista y personaje nombrado en la novela “Agua”.
Arguedas fue adoptado por la familia Peñafiel, debido a los maltratos que recibía en la casa
de su madrastra.
Don Isaac Peñafiel hijo de su amigo íntimo, Don Julio Peñafiel, nos cuenta:
“Mi padre tenía 8 años y José María Arguedas tendría 7 años… eran muy amigos como la
uña y carne. Mi padre (Don julio peñafiel) nació en 1910 y el amauta nació en 1911 sí
pues, eran contemporáneos…Él se escapaba de su madrastra y se quedaba en la casa de
mi padre, y su tio de José María Arguedas venia y les enseñaba las primeras letras en un
cajón de arena en que se escribía con una cañita”. (Visita Casa Hacienda de José María
Arguedas Viseca - Lucanas)
UN POCO DE HISTORIA Y DESCRIPCIÓN DE LA CASA HACIENDA VISECA
Construida en 1896, más conocida como hacienda Viseca. Las calaminas hundidas y
picadas; ahora está lozana, con techo nuevo. La parte inferior de las paredes casi no se
reconocía por el estiércol de los animales de la comunidad, que se tuvo que retirar. Falta,
dicen, recuperar parte de la belleza de los dibujos de las paredes. Todo producto de cerca
de 30 años de abandono. En lo que era el área de estancia de la sala, se ha creado un
pequeño museo con fotos de la familia
Peñafiel y una gigantografía de las
obras de Arguedas. Hay imágenes de
Dolores Morales, cocinera que conoció
Arguedas; de Pablo Pacheco, el
hermanastro; de Hilda Peñafiel, quien
inspiró, dicen, el Warma kuyay y del
charanguero Julio Peñafiel, amigo de
José María. El ingeniero Ricardo
Rivera, de la Universidad Agraria La
Molina, es uno de los que promovieron que en 1999 se declarase Patrimonio Histórico y
Cultural de la Nación a la casa hacienda Viseca y la casa de San Juan. Dice que lo del
avance de las obras es bueno para el pueblo de San Juan y para el país. “Arguedas
representa un valor muy grande en la cultura nacional.”(Recuerdos de Lucanas)
José María y Arístides son acogidos en Viseca y pasan ahí dos años. El padre acepta esta
nueva situación. Dejan de estudiar. Según José María, fue la época más feliz de su infancia.
Conoce a los indios comuneros (propietarios, libres) de zonas aledañas y en base a ellos
construye un modelo de sociedad ideal que luego plasma en su literatura e inspira su
antropología. Por entonces lee y memoriza el poema “Amor” de González Prada que
apareció en un Almanaque Bristol. Esta primera lectura habría determinado su predilección
por el romanticismo, corriente afín a su temperamento.
ADOLESCENCIA Y JUVENTUD
Justo cuando José María tiene 12 años (en 1923), y cuando han pasado 6 años del abandono
que sufrió luego de morir su madre, el padre recoge a sus dos hijos de Viseca y los lleva a
San Juan. En setiembre de este año se dirigen a Ayacucho y luego regresan a Puquio.
En abril de 1924 parte nuevamente Víctor Manuel con sus dos hijos a Nazca, Ica y Lima.
Regresan a Puquio y salen enseguida hacia el Cusco.
El viaje resulta aciago pues a Víctor Manuel le roban todo el dinero que había cobrado por
sus devengados y se ven obligados a vender objetos y ropa para poder comer. En un punto
llegan a vender el burro que trasladaba a José María y deben dejar al niño encargado a unos
parientes, repitiéndose en el pequeño la experiencia de separación y abandono. Envían por
él luego de un mes. En el Cusco los dos hermanos visitan a Pedro, el hermano menor que
fuera entregado en adopción y que vive interno en el colegio La Salle. Realizan esta visita a
escondidas del padre. Pedro les ruega que lo lleven con ellos y con el padre, pero no pueden
acceder a tal pedido. Este recuerdo también habría ahondado el sentimiento de inseguridad
en José María: existe un hermano suyo abandonado que bien pudo haber sido él. Tener un
padre no garantiza nada. Parten del Cusco el padre y sus dos hijos después de haber
recorrido Nazca, Arequipa, Cuzco y Cangallo. Éste ha decidido matricularlos en el mejor
colegio del Departamento, el Miguel Grau de Abancay, regentado por religiosos
mercedarios, y donde un primo suyo: Humberto Acurio Arguedas integra la plana docente.
Víctor Manuel se propone afincarse en este pueblo, abre un despacho de asuntos legales y,
además, es aceptado como profesor en el mismo colegio de sus hijos, teniendo a su cargo
los cursos de Constitución y de Historia del Perú. Luego de dos meses se cansa del puesto y
del pueblo. Parte hacia Challhuanca y deja internos a sus dos hijos en el colegio Miguel
Grau de los Padres Mercedarios, cursando el quinto y sexto grado de primaria, entre 1924 y
1925, mientras su padre continuaba su vida itinerante y su hermano Arístides seguía su
educación en Lima. Esta etapa de su vida quedó conmovedoramente plasmada en su obra
maestra: Los ríos profundos.
“Mi padre no pudo encontrar nunca dónde fijar su residencia; fue un abogado de
provincias, inestable y errante. Con él conocí más de doscientos pueblos. (...) Pero mi
padre decidía irse de un pueblo a otro cuando las montañas, los caminos, los campos de
juego, el lugar donde duermen los pájaros, cuando los detalles del pueblo empezaban a
formar parte de la memoria. (...) Hasta un día en que mi padre me confesó, con ademán
aparentemente más enérgico que otras veces, que nuestro peregrinaje terminaría en
Abancay. (...) Cruzábamos el Apurímac, y en los ojos azules e inocentes de mi padre vi la
expresión característica que tenían cuando el desaliento le hacía concebir la decisión de
nuevos viajes. (...) Yo estaba matriculado en el Colegio y dormía en el internado.
Comprendí que mi padre se marcharía. Después de varios años de haber viajado juntos, yo
debía quedarme; y él se iría solo. (Los ríos profundos)
En 1926, junto con su hermano Arístides empezó sus estudios secundarios en el colegio
San Luis Gonzaga de Ica, en la desértica costa peruana, hecho que marcó su alejamiento del
ambiente serrano que había moldeado hasta entonces su infancia, pues hasta entonces había
visitado la costa solo de manera esporádica. Cursó allí hasta el segundo año de secundaria y
sufrió en carne propia el desprecio de los costeños hacia los serranos, tanto de parte de sus
profesores como de los mismos alumnos. Se enamoró intensamente de una muchacha
iqueña llamada Pompeya, a quien le dedicó unos acrósticos, pero ella lo rechazó diciéndole
que no quería tener amores con serranos. Él se vengó llegando a ser el primero de la clase
en todos los cursos, derrumbando así la creencia de la incapacidad intelectual del hombre
andino.
Ingresé y nunca fui tratado como serrano en San Marcos. En donde sí me trataron
como serrano y con mano dura fue en el Colegio "San Luis Gonzaga" de Ica, pero yo
también los traté con mano dura. El secretario del Colegio, que se apellidaba Bolívar, me
dijo cuando vio mi libreta con veintes: "¡estos serranitos!, siempre les ponen veintes en las
libretas porque recitan un versito cualquiera: aquí lo voy a ver sacar veintes". Me vio y
batí el récord de los veintes en toda la historia de "San Luis Gonzaga", porque era una
responsabilidad del serrano hacerlo y lo hice. (Confesiones de Arguedas: La Mula)
En 1928 reanudó su vida trashumante otra vez en la sierra, siempre junto a su padre. Vivió
entre Pampas y Huancayo; en esta última ciudad cursó el tercero de secundaria, en el
colegio Santa Isabel. Fue allí donde se inició formalmente como escritor al colaborar en la
revista estudiantil Antorcha; se dice también que por entonces escribió una novela de
600 páginas, que tiempo después le arrebataría la policía, pero de la que no ha quedado
huella alguna.
En 1937 fue apresado por participar en las protestas estudiantiles contra la visita del general
italiano Camarotta, jefe de una misión policial de la Italia fascista. Eran los días de la
dictadura de Óscar R. Benavides. Fue trasladado al penal «El Sexto» de Lima, donde
permaneció 8 meses en prisión, episodio que tiempo después evocó en la novela del mismo
nombre. Pero a pesar de simpatizar con el ideario comunista, nunca participó activamente
en la política militante. Estando en prisión, se dio tiempo para traducir muchas canciones
quechuas que aparecieron en su segundo libro publicado “Canto kechwa” en (1938).
En 1941 publicó “Yawar Fiesta”, su tercer libro y primera novela a la vez. Entre octubre de
1941 y noviembre de 1942 fue agregado al Ministerio de Educación para colaborar en la
reforma de los planes de estudios secundarios. Tras representar al profesorado peruano en
el Primer Congreso Indigenista Interamericano de Pátzcuaro (1942), reasumió su labor de
profesor de castellano en los colegios nacionales “Alfonso Ugarte”, “Nuestra Señora de
Guadalupe” y “Mariano Melgar” de Lima. En esos años publicó también en la prensa
muchos artículos de divulgación folclórica y etnográfica sobre el mundo andino.
En 1944 presentó un episodio depresivo caracterizado por decaimiento, fatiga, insomnio,
ansiedad y probablemente crisis de angustia, por lo cual pidió licencia repetidas veces en su
centro de labor docente, hasta 1945. Este episodio lo describió en sus cartas a su hermano
Arístides y brevemente en sus diarios insertados en su novela póstuma “El zorro de arriba y
el zorro de abajo”; en una de esas cartas (con fecha 23 de julio de 1945) dijo:
“Yo sigo mal. Van tres años que mi vida es una alternativa de relativo alivio y de días y
noches en que parece que ya voy a terminar. No leo, apenas escribo; cualquier
preocupación intensa me abate totalmente. Sólo con un descanso prolongado, en
condiciones especiales, podría quizá, según los médicos, curar hasta recuperar mucho mi
salud. Pero eso es imposible.”
Se recuperó, pero tendría otras recaídas posteriores. Según atestigua César Lévano, en esta
época Arguedas estuvo muy cerca de los comunistas, a quienes apoyó en diversas labores,
como en la de capacitación a círculos obreros. Los apristas lo acusaron de ser un «conocido
militante comunista», acusación que sin duda tuvo mucho eco pues a fines de 1948 la
recién instalada dictadura de Manuel A. Odría declaró a Arguedas «excedente», cesándolo
de su puesto de profesor en el colegio Mariano Melgar. Al año siguiente se inscribió en el
Instituto de Etnología de San Marcos y reanudó su labor intelectual. Ese mismo año
publicó “Canciones y cuentos del pueblo quechua”. En los años siguientes continuó
ejerciendo diversos cargos en instituciones oficiales encargadas de conservar y promover la
cultura.
NARRATIVA CUMBRE
En 1958 publicó Los ríos profundos, novela autobiográfica, por la cual recibió en 1959 el
Premio Nacional de Fomento a la Cultura «Ricardo Palma». Esta novela ha sido
considerada como su obra maestra. Por entonces empezó a ejercer como catedrático de
Etnología en la Universidad de San Marcos (de 1958 a 1968). De la misma disciplina fue
también profesor en la Universidad Nacional Agraria La Molina (de 1962 a 1969).
En 1961 publicó su novela El Sexto, por la cual se le concedió, por segunda vez, el Premio
Nacional de Fomento a la Cultura «Ricardo Palma» (1962). Dicha obra es un relato
novelado de su experiencia carcelaria en el famoso penal situado en el centro de Lima, que
sería clausurado en 1986.
En 1962 editó su cuento La agonía de Rasu Ñiti. Viajó en ese mismo año a Berlín
Occidental (Alemania), donde se llevó a cabo el primer coloquio de escritores
iberoamericanos, organizado por la revista Humboldt.
En 1963 fue nombrado Director de la Casa de la Cultura del Perú, donde llevó a cabo una
importante labor profesional; sin embargo, renunció al año siguiente, como gesto de
solidaridad para con el presidente de la Comisión Nacional de Cultura.
En 1964 publicó su obra más ambiciosa: Todas las sangres, novela de gran consistencia
narrativa, en la que el escritor quiso mostrar toda la variedad de tipos humanos que
conforman el Perú y a la vez los conflictos determinados por los cambios que origina en las
poblaciones andinas el progreso contemporáneo. Sin embargo, esta novela fue criticada
severamente durante una mesa redonda organizada por el Instituto de Estudios Peruanos el
día 23 de junio de 1965, aduciéndose que era una versión distorsionada de la sociedad
peruana. Estas críticas fueron devastadoras para Arguedas, quien aquella misma noche
escribió estas líneas desgarradoras:
… casi demostrado por dos sabios sociólogos y un economista, […], que mi libro Todas las
sangres es negativo para el país, no tengo nada que hacer ya en este mundo. Mis fuerzas
han declinado creo que irremediablemente.
Uno de los críticos desaforados de la obra arguediana era el escritor Sebastián Salazar
Bondy. Según la interpretación de algunos, esas críticas fueron uno de los tantos eslabones
que se sumaron a alimentar la depresión de Arguedas, que lo llevaría a su primer intento de
suicidio al año siguiente.
No obstante, su labor intelectual siguió recibiendo reconocimientos oficiales. En ese mismo
año de 1964 su labor de docente mereció el otorgamiento de las «Palmas Magisteriales» en
grado de Comendador y una Resolución Suprema firmada por el presidente Fernando
Belaúnde Terry dándole las «gracias por los servicios prestados a favor de la Cultura
Nacional». Fue nombrado también Director del Museo Nacional de Historia, cargo que
ejerció hasta 1966.
En 1965 Arguedas inició su divorcio de Celia a la vez que entablaba una nueva relación con
una dama chilena, Sybila Arredondo, con quien se casó en 1967. Una vez fallada la
sentencia de divorcio Sybila lo acompañó hasta el final de su vida. Décadas después estuvo
presa en el Perú acusada de tener vínculos con el grupo terrorista Sendero Luminoso y tras
ser liberada volvió a su país en el 2002.
Ese mismo año de 1965 Arguedas hizo numerosos viajes al extranjero y al interior del Perú.
En enero estuvo en Génova, en un congreso de escritores, y en abril y mayo pasó dos
meses, invitado por el Departamento de Estado, recurriendo universidades norteamericanas
(en Washington D.C., California e Indiana). De regresó a Perú, visitó Panamá. En junio
asistió al primer Encuentro de Narradores Peruanos, realizado en Arequipa, donde sostuvo
una polémica con Sebastián Salazar Bondy quien días después falleció víctima de
una cirrosis hepática congénita. En septiembre y octubre estuvo en Francia. Pero se dio
tiempo para publicar, en edición bilingüe, su cuento El sueño del pongo.
En 1966 hizo tres viajes a Chile (en enero, por diez días, en julio, por cuatro y en
septiembre por dos) y asistió, en Argentina, a un congreso de interamericanistas, luego del
cual visitó Uruguay por dos semanas. Ese mismo año publicó su traducción al español de la
crónica Dioses y hombres de Huarochirí del doctrinero hispanoperuano Francisco de Ávila.
Conocer esta realidad le permitió dictar cursos en el Instituto Pedagógico La Cantuta sobre
la “Problemas fundamentales de la educación”. Luego obtener el nombramiento como
catedrático en San Marcos en el departamento de Etnología y en la Universidad Nacional
Agraria La Molina, donde desarrolló su vocación de maestro. Allí pudo formar a nuevos
investigadores y docentes con una mentalidad peruanista renovadora. Así, cumplió una
tarea fundamental hasta agotar sus fuerzas.
Días antes de tomar la fatal determinación, escribió una conmovedora carta dirigida al
rector y a los alumnos de La Molina en referencia al significado de la educación y a la
Universidad, anotó: “Profesores y estudiantes tenemos un vínculo común que no puede ser
invalidado por negación unilateral de ninguno de nosotros. Este vínculo existe, incluso
cuando se le niega: somos miembros de una corporación creada para la enseñanza
superior y la investigación… Mi Casa de todas las edades es ésta: la Universidad. Todo
cuanto he hecho mientras tuve energías pertenece al campo ilimitado de la Universidad y,
sobre todo, el desinterés, la devoción por el Perú y el ser humano que me impulsaron a
trabajar. Nombro por única vez este argumento. Lo hago para que me dispensen y me
acompañen sin congoja ninguna sino con la mayor fe en nuestro país y su gente, en la
Universidad que estoy seguro anima nuestras pasiones, pero sobre todo nuestra decisión
de trabajar por la liberación de las limitaciones artificiales que impiden aún el libre vuelo
de la capacidad humana, especialmente la del hombre peruano”
Es por ello que debido a Arguedas, la educación peruana recibió y se alimentó con un
nuevo mensaje: la cultura viva como ejemplo de vida y esperanza. Su amor por el Perú
convirtió a la memoria social, a la literatura oral y a la personalidad colectiva, en una fuente
de referencia inagotable. En ese sentido, Arguedas ha cumplido un rol invalorable. Nos ha
enseñado a educar con los signos mayores de la cultura peruana, vía imprescindible para ser
esencialmente peruanos y, al mismo tiempo, latinoamericanos y singularmente universales.
Nos ha invitado a defender el patrimonio cultural, como bien lo expresa en su libro El
cuento folklórico, como fuente para el estudio de la cultura “En un país tan complejo
como el nuestro -tan lleno de contradicciones culturales, de creencias distintas- la misión
del maestro es realmente aquí, una misión muy difícil; porque en el Perú la educación no
se resuelve mediante el método sino mediante el conocimiento de la cultura, de las
costumbres de cada pueblo, porque somos un país muy mezclado, un país mestizo en
cuanto a concepciones morales, políticas; en fin, somos un país que constituye una mezcla
que todavía no ha acabado de definirse. Nosotros los maestros somos los que debemos
impulsar esta definición y a esta integración de las creencias. Cuando todo el Perú tenga
más o menos una sola creencia, por lo menos una de la cual todos compartamos, seremos
patriotas; cuando haya una fe que nos una a todos; pero ahora tenemos veinte mil tipos de
fe distintas y por eso no somos patriotas, porque no tenemos elementos ideales de los
cuales todos participen”. El por ello que una de las funciones de la educación es velar por
la cultura, por la continuidad genérica de los saberes y costumbres, lo que incentiva a decir
que la invitación de Arguedas es absolutamente educativa, sin cultura no hay educación.
Hasta ahora indudablemente, presente a pesar de todo, mostrando que la cultura indígena
viviente representada también en nuestros campesinos y en nosotros mismos como
mestizos no es una cultura débil, debido a que maneja una estructura de valores
fundamentados en la unión de su pueblo y en la adaptación de costumbres extranjeras,
adaptadas a la esencia de los valores propios, comprobando así su valor. Arguedas no
afirma que se deba dar la espalda a la cultura occidental, si no que ambas culturas pueden
aportar a la conformación de la otra cultura sin necesidad de ningún mecanismo de
imposición y de manipulación.
La vida de Arguedas es un ejemplo a ir más allá de uno mismo, a entender la vida como un
compromiso social, y a la educación como un servicio social, Arguedas mira que antes de
ser profesores y estudiantes, se es persona de un misma familia, de un mismo consenso
social, de una misma cultura.
DEPRESIÓN Y SUICIDIO
“Yo estoy sumamente preocupado con mi pobre salud. (...) He vuelto fatigadísimo, sin
poder dormir y angustiado. Tengo que ir a donde el médico nuevamente; aunque estos
caballeros nunca llegan a entender bien lo que uno sufre ni las causas. Lo malo es que esto
me viene desde mi infancia” (carta a John Murra, 28 de abril de 1961).
“Un poco por miedo otro poco porque se me necesitaba o creo que se me necesitaba he
sobrevivido hasta hoy y será hasta el lunes o martes. Temo que el Seconal no me haga el
efecto deseado. Pero creo que ya nada puedo hacer. Hoy me siento más aniquilado y
quienes viven junto a mí no lo creen o acaso sea más psíquico que orgánico. Da lo mismo.
(...) Tengo 55 años. He vivido bastante más de lo que creí” (carta a Arístides Arguedas, 10
de abril de 1966).
A partir del intento de suicidio, su vida ya no volvió a ser la misma. Se aisló de sus amigos
y renunció a todos los cargos públicos que ejercía en el Ministerio de Educación, con el
propósito de dedicarse solamente a sus cátedras en la Universidad Agraria y en la de San
Marcos. Para tratar su mal se puso en contacto con la psiquiatra chilena Lola Hoffmann,
quien le recomendó, a manera de tratamiento, que continuara escribiendo. De este modo
publicó otro libro de cuentos: Amor mundo (en ediciones simultáneas en Montevideo y en
Lima, en 1967), y trabajó en la que sería su obra póstuma: El zorro de arriba y el zorro de
abajo.
En 1968 le fue otorgado el premio «Inca Garcilaso de la Vega», por haber sido considerada
su obra como una contribución al arte y a las letras del Perú. En esa ocasión pronunció su
famoso discurso: «No soy un aculturado». Del 14 de enero al 22 de febrero de ese año
estuvo en Cuba, con Sybila, como jurado del Premio Casa de las Américas. Ese mismo año
y el siguiente tuvo su amarga polémica con el escritor argentino Julio Cortázar, y viajó
varias veces a Chimbote, a fin de documentar su última novela.
A principios de 1969 hizo su último viaje a Chimbote. Ese mismo año hizo tres viajes a
Chile, el último de los ellos por cerca de cinco meses, de abril a octubre. Por entonces se
agudizaron nuevamente sus dolencias psíquicas y renació la idea del suicidio, tal como lo
atestiguan sus diarios insertos en su novela póstuma:
Yo no voy a sobrevivir al libro. Como estoy seguro que mis facultades y armas de creador,
profesor, estudioso e incitador, se han debilitado hasta quedar casi nulas y sólo me quedan
las que me relegarían a la condición de espectador pasivo e impotente de la formidable
lucha que la humanidad está librando en el Perú y en todas partes, no me sería posible
tolerar ese destino. O actor, como he sido desde que ingresé a la escuela secundaria, hace
cuarenta y tres años, o nada. (Epílogo, 29 de agosto de 1969)
¡Perdóname! Desde 1943 me han visto muchos médicos peruanos, y desde el 62, Lola, de
Santiago. Y antes también padecí mucho con los insomnios y decaimientos. Pero ahora, en
estos meses últimos, tú lo sabes, ya casi no puedo leer; no me es posible escribir sino a
saltos, con temor. No puedo dictar clases porque me fatigo. No puedo subir a la Sierra
porque me causa trastornos. Y sabes que luchar y contribuir es para mí la vida. No hacer
nada es peor que la muerte, y tú has de comprender y, finalmente, aprobar lo que hago.
Ese mismo día (28 de noviembre de 1969) se encerró en uno de los baños de la universidad
y se disparó un tiro en la cabeza. Pasó cinco días de agonía y falleció el 2 de diciembre de
1969.
Sus restos fueron enterrados en el cementerio El Ángel. En junio del 2004 fue exhumado y
trasladado a Andahuaylas, el lugar donde nació.
En 1969 ―el mismo año en que suicidó― Arguedas concedió una entrevista a Ariel
Dorfman para la revista Trilce:
2.1. ETOPEYA
La niñez es muy importante para todo ser humano porque es la etapa en que los padres dan
más protección a sus hijos por la edad e inocencia; sin embargo, para mala suerte de
muchos que pierden a su madre a temprana edad, su principal sostén se viene abajo. Ese
golpe tan duro para muchos es una obligación de cambio ya sea para mejorar o para
empeorar el comportamiento.
PERSONALIDAD:
“Arguedas tiene una infelicidad de base. A nuestro criterio es por la ausencia del padre, ya
que habiendo sido juez de la zona o juez importante, pierde el trabajo por razones políticas
y termina siendo un abogado que debe buscar trabajo. Eso implica la necesidad de
movilizarse a diferentes lugares y, muchas veces, sin poder llevarse a sus hijos.”
“Yo no soy un aculturado; yo soy un peruano que orgullosamente, como un demonio feliz
habla en cristiano y en indio, en español y en quechua” (Arguedas, 1968)
Estas citas nos permiten apreciar que él es un mestizo; que su ser y personalidad son fruto
de la unión de las dos culturas, del conquistador y del conquistado y como tal considera que
nuestro ser nacional debe consistir en la unión armoniosa de ambas raíces.
“José María era totalmente sensible. Tenía una personalidad tan diferente. Él estaba
conversando bien con una persona, con la familia, y llegaba otra persona, entonces,
automáticamente cambiaba su personalidad, yo no sé por qué.”
“Arístides es muy frío, muy cortante, muy duro, en cambio José María era una pluma.
Siempre que venía Arístides, estaba toda la vida celoso, pues creía que yo quería más a
José María que a él.”
“José María era bastante exagerado. Un día estaban en la mesa y le dice: imagínate que
un día me agarro a las trompadas con el Julio Peñafiel. El pulguiento, que le dice en su
cuento.
Los escoleros
¿No menciona a Julio el Charanguero? Y dice que le dio una trompada, que se le quedaron
colgando los ojos fuera de sus órbitas. Entonces, él, rápido sacó su pañuelo y los metió con
el pañuelo. Y te juro que sonó ´plop´, sonaron los ojos. Ahí le soltó un par de lisuras
Arístides a él ¿no? Y yo le digo: pero déjalo, es su manera de ser. Tú no puedes cambiar tu
manera de ser con la de él. Tú piensas y actúas de acuerdo a tu carácter, a tu manera de
ser. Tú en una copita de agua haces una tempestad, en cambio él viene de la lluvia
torrencial y dice que está garuando n poquito. Tú no puedes exigirle que sea igual que ti
pues”
(Nelly Arguedas)
Las efigies tristísimas persiguen como un adagio tanto a Arguedas como a Vallejo. Para el
estudioso Rodrigo Montoya, el novelista tenía una “tristeza estructural” pero, a la vez, era
el hombre que contaba chistes de todo calibre, que cantaba (está el registro de su voz aguda
y canto quechua), bailaba y tenía amigos.
“José rasgueando su charango en el ocio de una tarde feliz, cantando suavemente huainos
que me eran familiares; o sino también el estentóreo Wifalaaaaaaaa! Wifalaaaaaaaa!. De
vez en cuando se lanzaba a bailar. José era como un niño más en la casa”, lo recuerda la
poeta y periodista Cecilia Bustamante, sobrina de su primera mujer.
El charanguista Jaime Guardia, quien tocó temas alegres el día de su entierro a pedido del
escritor, ha recordado que Arguedas estuvo jovial y los visitó en la Casa de la Cultura, en el
Centro de Lima, un día antes de quitarse la vida.
ENTUSIASTA Y ALEGRE
Uno de los amigos de José María Arguedas es el charanguista ayacuchano Jaime Guardia
que lo recuerda así:
“Bajaba del escenario, en el año 51, después de mi actuación se me acerca un hombre alto
de bigote, todo entusiasmado, contento me abrazó me felicitó y me dijo: ¡Qué maravilla es
esto! Esto es nuestro folclor”
APASIONADO
El poeta y amigo, Hildebrando Pérez, cuenta que cuando era alumno de José María
Arguedas en su curso de Introducción a la Antropología cuando enseñaba en la UNMSM en
1963:
Era un profesor que disfrutaba y gozaba mucho sus clases… porque describía las conductas
sociales. La diversidad cultural, los ritos sociales, las gormas culturales de los pueblos
antiguos.
El poeta Arturo Corcuera que lo conoció cuando estaba en la etapa escolar, y años más
tarde, fue compañero de trabajo en el gobierno de Fernando Belaúnde, periodo en que el
Ministro Francisco Miró Quezada Cantuarias y éste nombró Director de la Casa de la
Cultura. Esto dice sobre María Arguedas:
“Era un hombre sencillo, tierno, bondadoso. Yo sentía una gran bondad en él… advertía
que él era un poco tímido, pero que en los momentos necesarios podía contestar con
furia…”
IDEOLOGÍA Y SOCIALISMO
“Fue leyendo a Mariátegui y después a Lenin que encontré un orden permanente en las
cosas; la teoría socialista no solo dio un cauce a todo el porvenir sino a lo que había en mí
de energía, le dio un destino y lo cargó aún más de fuerza por el mismo hecho de
encausarlo” (Arguedas. J.M.100)
No pretendí jamás ser un político ni me creí con aptitudes para practicar la disciplina de un
partido, pero fue la ideología socialista y el estar cerca de los movimientos socialistas lo
que dio dirección y permanencia, un claro destino a la energía que sentí desencadenarse
duramente la juventud.
De la cita, podemos inferir que para José María Arguedas, la ideología no era algo que se
aprende de memoria y se repite como la enseñanza de un catecismo tradicional, sino, un
sistema de ideas que penetran hasta lo más profundo del ser, le confieren contenido de vida,
lo fortalecían, le llenaban de energía y daban sentido y orientación a su existencia; ello le
permitía mostrar la situación real del indio y buscar la conciliación del mundo opresor y del
oprimido en una sola nación.
La ideología socialista dio a José María Arguedas el sentido de existencia, lo cual afloraría
en todo su existir y su praxis de investigador y difusor de la concepción del mundo, cuyo
derrotero no sería sino la unión de todas las sangres.
Para el efecto examino dos documentos correspondientes a la etapa final de su vida. Uno es
el breve discurso que pronunció en octubre de 1968, al recibir el Premio Nacional de
Cultura Inca Garcilaso de la Vega, verdadero manifiesto y programa político para la acción
socialista, cuya validez trasciende la anécdota del premio y, tal como se ha visto en el año
del Centenario de su nacimiento, los pueblos y los jóvenes los hacen suyo. El otro
documento es el “¿Último diario?” Con el que cierra la novela “El zorro de arriba y el zorro
de abajo” (1971), redactado en Santiago de Chile el 20 de agosto de 1969. Este fue objeto
de selección y corrección de párrafos en Lima el 28 de octubre, un mes antes del 29 de
noviembre en que decidió morir. En la segunda parte que dio al aceptar el premio, el
escritor declara que fue por “dos principios que alentaron mi trabajo desde el comienzo”
(Arguedas, 1983) que el ideal que se propuso realizar en su vida pudo ser alcanzado.
Cuenta a su auditorio que en su primera juventud estuvo cargada de una gran rebeldía y de
una gran impaciencia por luchar, por hacer algo. Las dos naciones de las que provenía
estaban en conflicto: el universo se le mostraba encrespado de confusión, promesas y
belleza; más que deslumbrante exigente ¿Cómo encausó y dio sentido a esa rebeldía? Fue
leyendo a Mariátegui y después Lenin que encontró el orden permanente de las cosas: la
teoría socialista no solo le dio cauce a un porvenir, sino a lo que había en él de energía: “Le
dio un destino y le cargó aún más de fuerza por el mismo hecho de encauzarlo”. Y después
de informarnos que no pretendió ser jamás un político ni se creyó con aptitudes para
practicar la disciplina de un partido explica que fue la ideología socialista y el estar cerca de
los movimientos socialistas lo que le dio dirección y permanencia: “un claro destino a la
energía que sentí desencadenarse durante la juventud”. Aún está dependiente la tarea de
documentar esta filiación en el conjunto de sus trabajos literarios y antropológicos. Ahora
prestemos atención a la labor más ardua. (Urrello, A)
Arguedas estaba al tanto de los debates entre las corrientes de los grupos socialistas. Y de
las formas de ese debate. La idea que guía este plan de trabajo es la siguiente: él pensaba,
sentía e imaginaba –como antes Encinas, Vallejo, Mariátegui, Castro Pozo, Churata,
Urviola-, que la matriz de los pueblos indígenas sería el tronco en el cual incorporar
redefinir los aportes de la civilización occidental. Difería, por eso, de las experiencias en
construcción en el mundo que proponían en el Perú los partidos existentes es su tiempo.
(Murrugarra, E)
Para Arguedas, el problema de fondo por resolver las sociedades andinas no se reducía a la
liberación de una clase social, el proletariado, de la opresión y explotación capitalista, como
proponía el socialismo eurocéntrico. Era un aspecto pero no se reducía a un tema de justicia
social acabar con la explotación del sistema capitalista en el marco de la otra civilización
para él., la tarea era la liberación y se había convertido en una nación acorralada, aislada;
para ser mejor y más fácilmente administrada y sobre la cual solo los acorraladores
hablaban mirándola a distancia y con repugnancia o curiosidad.
Esa nación a juicio de Arguedas tiene energías suficientes para liberarse, a pesar de los
muros de acorralamiento que no apagan la “luz de la razón humana y mucho menos si ella
ha tenido siglos de ejercicio; apagan; ni apagan por tanto la fuentes del amor de donde brota
el arte”. La superación dice la explotación económica se realiza en el curso de construcción
de otra civilización basada en la matriz andina, cuyas fuentes de amor no solo es entre seres
humanos sino entre todos los seres del cosmos infinito. Dan vida al florecimiento, a las
expresiones artísticas igualmente infinitas en que hablan los lenguajes rituales.
José María Arguedas promueve la defensa de una identidad andina y estabilizada como
expresión de lo genuino que está esperando su hora. El mundo andino va evolucionando en
muchos aspectos y en otros campos no lo ha hecho porque ha habido en el Perú unas
políticas y unos gobiernos que lo han impedido a través de la explotación de los indígenas
desde los inicios de la vida en el Perú hasta nuestros días. Todo eso ha hecho imposible que
los hombres andinos se convirtieran en hombres de nuestro tiempo. Algo preocupante es
que el hombre andino no se despega de su imagen pintoresca y exótica ante los demás, eso
lo ha llevado a optar por una aspiración a lo moderno y liberal. El gran aporte de Arguedas
obedece a su condición de –parafraseando a Vargas Llosa- “haber tenido un pie en el
mundo indígena y otro en el moderno”. Fue criado y educado en regiones andinas, aprendió
quechua y más tarde vivió en el Perú occidentalizado y de habla española. Tuvo una gran
influencia de dos realidades, escritor vital y sensible, así como un hombre impenetrable que
terminó suicidándose en 1969 tras dejar publicadas novelas como Los ríos profundos o
Ensayos de antropología y folclor sobre los indígenas, siempre tratando de rescatar la
tradición andina. Muchos escritores intentan interpretar las obras y la intención de
Arguedas con respecto a los indígenas, lo han situado dentro de la clasificación tradicional;
como un expresionista de la cultura indígena, su herencia, sus valores quechuas; como un
transmisor del mundo mágico andino y el sentir del indígena desde su propio mundo; como
un neoindigenista por su obra Los ríos profundos; como un defensor de lo indígena por los
atropellos e injusticias que sufre; como un ser paternalista; como la voz de los explotados
porque en sus obras hay una afirmación constante de expresión cultural de los campesinos
quechuas., entre otros calificativos. Sin embargo, no debemos dejar de lado su verdadero
aporte a la construcción de la identidad. Pone sobre la mesa temas históricamente
pendientes, desde lo más profundo del Perú hasta lo más moderno como lo sostiene Vargas
Llosa. Plantea la integración de la diversidad cultural en la agenda más importante de
nuestro país como lo es la educación. Promueve relaciones de interculturalidad y
correspondencia; así como el respeto por el campesino, haciéndolo presente en los temas
para el desarrollo e integración de nuestro país.
WEBGRAFÍA