Novo Millennio Ineunte - Juan Pablo II

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Novo Millennio Ineunte

Carta apostólica de su Santidad Juan Pablo II


al concluir el Gran Jubileo del Año 2000

6 de enero del 2001, Solemnidad de la Epifanía del Señor


A los Obispos,
a los sacerdotes y diáconos,
a los religiosos y religiosas y
a todos los fieles laicos.

Padre que, en Cristo, se nos ha revelado y dado


1. Al comienzo del nuevo milenio, mientras se
otra vez. Al final de este año podemos repetir, con
cierra el Gran Jubileo en el que hemos celebrado
renovado regocijo, la antigua palabra de gratitud:
los dos mil años del nacimiento de Jesús y se abre
«Canten al Señor porque es bueno, porque es
para la Iglesia una nueva etapa de su camino, re-
eterna su misericordia» (Sal 118,1).
suenan en nuestro corazón las palabras con las que
un día Jesús, después de haber hablado a la mu- 2. Por eso, siento el deber de dirigirme a todos us-
chedumbre desde la barca de Simón, invitó al tedes para compartir el canto de alabanza. Había
Apóstol a «navegar mar adentro» para pescar: pensado en este Año Santo del 2000 como un
«Duc in altum» (Lc 5,4). Pedro y los primeros momento importante desde el inicio de mi Ponti-
compañeros confiaron en la Palabra de Cristo y ficado. Pensé en esta celebración como una con-
echaron las redes. «Así lo hicieron, y sacaron tal vocatoria providencial en la cual la Iglesia, treinta
cantidad de peces, que las redes estaban a punto y cinco años después del Concilio Ecuménico Va-
de romperse» (Lc 5,6). ticano II, habría sido invitada a interrogarse sobre
su renovación para asumir con nuevo ímpetu su
¡Duc in altum! Esta palabra resuena también hoy
misión evangelizadora.
para nosotros y nos invita a recordar con gratitud
el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrir- ¿Lo ha logrado el Jubileo? Nuestro compromiso,
nos con confianza al futuro: «Jesucristo es el con sus generosos esfuerzos y las inevitables fra-
mismo ayer y hoy, y lo será para siempre» (Heb gilidades, está ante la mirada de Dios. Pero no po-
13,8). demos olvidar el deber de gratitud por las «mara-
villas» que Dios ha realizado por nosotros. «Mise-
La alegría de la Iglesia, que se ha dedicado a con-
ricordias Domini in aeternum cantabo» (Sal 89,
templar el rostro de su Esposo y Señor, ha sido
2).
grande este año. Se ha convertido, más que nunca,
en Pueblo peregrino, guiado por Aquél que es «el Al mismo tiempo, lo ocurrido ante nosotros exige
gran Pastor de las ovejas» (Heb 13,20). Con un ser considerado y, en cierto sentido, interpretado,
extraordinario dinamismo, que ha implicado a to- para escuchar lo que el Espíritu, a lo largo de este
dos sus miembros, el Pueblo de Dios, aquí en año tan intenso, ha dicho a la Iglesia (cf. Ap 2,7.
Roma, así como en Jerusalén y en todas las Igle- 11.17 etc).
sias locales, ha pasado a través de la «Puerta San-
3. Sobre todo, queridos hermanos y hermanas, es
ta» que es Cristo. A Él, meta de la historia y único
necesario pensar en el futuro que nos espera. Tan-
Salvador del mundo, la Iglesia y el Espíritu Santo
tas veces, durante estos meses, hemos mirado
han elevado su voz: «Marana tha – ¡Ven, Señor
hacia el nuevo milenio que se abre, viviendo el
Jesús!» (cf. Ap 22,17.20; 1ªCor 16,22).
Jubileo no sólo como memoria del pasado, sino
Es imposible medir la efusión de gracia que, a lo como profecía del futuro. Es preciso ahora apro-
largo del año, ha tocado las conciencias. Pero cier- vechar el tesoro de gracia recibida, traduciéndola
tamente, un «río de agua viva», aquel que conti- en fervientes propósitos y en líneas de acción con-
nuamente brota «del trono de Dios y del Cordero» cretas. Es una tarea a la cual deseo invitar a todas
(cf. Ap 22,1), se ha derramado sobre la Iglesia. Es las Iglesias locales. En cada una de ellas, congre-
el agua del Espíritu Santo que apaga la sed y re- gada en torno al propio Obispo, en la escucha de
nueva (cf. Jn 4,14). Es el amor misericordioso del la Palabra, en la comunión fraterna y en la «frac-
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ción del pan» (cf. Hch 2,42), está «verdaderamen- que cada Iglesia, reflexionando sobre lo que el
te presente y actúa la Iglesia de Cristo, una, san- Espíritu ha dicho al Pueblo de Dios en este espe-
ta, católica y apostólica» (Conc. Ecum. Vat. II, cial año de gracia, más aún, en el período más
Decr. Christus Dominus sobre la función pastoral amplio de tiempo que va desde el Concilio Vati-
de los Obispos, 11). Es especialmente en la reali- cano II al Gran Jubileo, analice su fervor y recu-
dad concreta de cada Iglesia donde el misterio del pere un nuevo impulso para su compromiso
único Pueblo de Dios asume aquella especial con- espiritual y pastoral. Con este objetivo, deseo
figuración que lo hace adecuado a todos los con- ofrecer en esta Carta, al concluir el Año Jubilar, la
textos y culturas. contribución de mi ministerio petrino, para que la
Iglesia brille cada vez más en la variedad de sus
Este encarnarse de la Iglesia en el tiempo y en el
dones y en la unidad de su camino.
espacio refleja, en definitiva, el movimiento mis-
mo de la Encarnación. Es, pues, el momento de

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