54629-Texto Del Artículo-105267-2-10-20161214 PDF
54629-Texto Del Artículo-105267-2-10-20161214 PDF
54629-Texto Del Artículo-105267-2-10-20161214 PDF
Francisco CABRILLO
Universidad Complutense de Madrid
Es bien sabido que existen dos tradiciones en el estudio de la historia del pensamiento económi-
co. La primera es la historia del análisis económico que, como explicó Schumpeter en la intro-
ducción de su gran obra, que lleva precisamente este título, consiste en el estudio de los esfuer-
zos intelectuales que han realizado los hombres con el objeto de entender los fenómenos
económicos o, lo que viene a ser lo mismo, la historia del análisis de los aspectos científicos del
pensamiento económico. La segunda, la historia de las doctrinas económicas, tiene un contenido
más amplio e intenta relacionar las aportaciones de cada uno de los autores estudiados tanto con
la situación económica del país y el momento en el que les tocó vivir como con las ideas socia-
les y políticas de la época. Cada libro de historia del pensamiento económico se aproxima, más
o menos, a uno de estos dos modelos; y, como muestra el ejemplo del propio Schumpeter, optar
formalmente por uno de los métodos al principio de la obra no implica necesariamente que
aquél se vaya a seguir en el desarrollo de ésta.
Los filósofos terrenales es un ejemplo evidente de la historia de las doctrinas económicas en
el sentido más amplio del término, como el mismo título indica y como pone de manifiesto, de
forma aún más clara, el subtítulo: “Vida, tiempo e ideas de los grandes pensadores de la eco-
nomía”. En el texto el lector encuentra referencias, sin duda, a las aportaciones que a la ciencia
económica hizo cada uno de los autores seleccionados. Pero estas aportaciones no son las prota-
gonistas del libro. Más importante es el mundo en el que estos hombres y vivieron y la forma en
la que lo interpretaron y, en muchos casos, trataron de transformarlo.
¿Quiénes fueron estos grandes pensadores? El período que se estudia abarca desde los años
centrales del siglo XVIII a mediados del siglo XX –la primera edición del libro se publicó en
1953–, si bien hay un capítulo introductorio dedicado al mundo anterior a Adam Smith y un
breve texto final en el que el autor reflexiona sobre la evolución de la economía en la segunda
mitad del siglo pasado, que se incorporó en ediciones posteriores del libro –la última revisada
por el autor se publicó en 1999–. La delimitación temporal del estudio puede ser criticada, cier-
tamente; pero es muy razonable. Muchas historias de la economía empiezan con la obra de
Smith y llegan hasta el momento en el que el autor termina su trabajo. Más discutible es, sin
embargo, la selección de los autores y, en especial, el peso que se atribuye a cada uno de ellos.
Para situar esta obra en su contexto es interesante señalar que Robert Heilbroner fue un eco-
nomista cuya carrera estuvo ligada estrechamente a la New School of Social Research. Este
centro había sido creado en Nueva York en el año 1919, como una institución “progresista”, en
el sentido que este término tuvo en las ciencias sociales norteamericanas en las décadas iniciales
del siglo XX. En los años treinta la escuela llegó a ser conocida como la “universidad del exi-
lio”, por el número significativo de profesores que se integraron en ella tras haber tenido que
abandonar Europa central, bien por sus orígenes judíos, bien por sus ideas izquierdistas. Heil-
broner, que había estudiado en Harvard inmediatamente antes de la Segunda Guerra Mundial,
entró en la escuela en los años cincuenta como investigador y se doctoró en el mismo centro.
Nombrado catedrático en 1971, permaneció en la escuela hasta su jubilación; y muchos de los
principios de la institución se reflejan claramente en su forma de entender la economía.
Los filósofos terrenales es una obra de juventud, publicada cuando su autor tenía treinta y
cuatro años y, que con el paso del tiempo, se convertiría en el segundo libro de economía más
exigía una importante intervención del Estado en la economía; y en su libro queda patente la
gran admiración que sintió por Keynes a lo largo de toda su vida. El mensaje es simple: Keynes
sabía mucha más economía que cualquier otra persona en su época y, además, tenía razón en sus
críticas a casi todo lo que se escribió con anterioridad a él. Y nada ha habido después superior a
su obra: “quienes han insistido en calificar a Keynes de irritante intruso en un sistema que fun-
cionaba bastante bien no han propuesto una teoría más meditada, un diagnóstico más profundo
ni un tratamiento más convincente que los suyos”. Y su filosofía terrenal, la que realmente
Heilbroner abraza, es una filosofía “pragmática”, que reconoce al capitalismo como “el único
sistema aplicable del que se dispone”, pero que no puede funcionar satisfactoriamente sin una
“fuerte presencia gubernamental”.
La conclusión a la que lleva la lectura de este libro es ambivalente. Si se me preguntara si yo
lo recomendaría a un estudiante de economía como una obra de introducción a la historia de su
disciplina, mi respuesta sería negativa; y no solamente por mi desacuerdo con algunas de las
ideas del autor. Más importante es que quien lee el libro sin conocimientos previos de la materia
–y éste es el público al que, claramente, la obra se dirige– no obtiene una visión clara y sistemá-
tica de la evolución de las ideas económicas a lo largo del tiempo. Adam Smith, por ejemplo, no
es considerado como uno de los grandes economistas de todos los tiempos sólo por la idea de
que la economía funciona de una manera más o menos armónica, inspirada por el principio de la
mano invisible, la tesis que en el libro se mantiene. So obra es además –al margen de su mayor
o menor originalidad– el primer gran tratado de economía de la historia. Y muchas de sus ideas
tienen validez universal y siguen siendo útiles en nuestros días, doscientos cuarenta años des-
pués de su publicación. Y comentarios similares podrían hacerse del tratamiento que en el libro
se da a la obra de otros grandes economistas del pasado, a los que se sitúa en el medio ambiente
histórico y cultural en el que se desenvolvieron, pero sin conseguir que el lector sepa muy bien
por qué estos economistas –y no otros– fueron importantes. Y los argumentos de por qué Hob-
son, George o Veblen ocupan un papel tan destacado en el libro, plantean serias dudas a cual-
quier experto en la materia.
Por otro lado, sin embargo, esta obra puede resultar de gran utilidad en unos momentos en los
que buena parte de los economistas tienen una ignorancia enciclopédica con respecto al origen
de sus propias ideas y de las teorías que aplican en su actividad profesional. Y una visión global
de lo que escribieron y pensaron los grandes economistas del pasado debería resultarles tan ne-
cesaria como interesante. El problema es que este libro no es, seguramente, la obra más adecua-
da para lograr este objetivo.