Citas Crack y La Generación Inexistente (Mesa)
Citas Crack y La Generación Inexistente (Mesa)
Citas Crack y La Generación Inexistente (Mesa)
“Argumentamos que, a casi veinte años de su propuesta, el Crack es sin duda un parte aguas
que ha permitido una eclosión de escritores, que al presente ocupan la amplia cartografía
literaria de México. Resaltamos de este grupo una peculiar forma de hacerse visibles y una
constante reflexión sobre el quehacer literario” (209).
“El Crack es un movimiento necesario para entender la pujanza de la literatura actual, aunque
no es el único.”
“Así, la preocupación no es solo escribir obras, sino también hacer ensayos sobre su quehacer
literario” (218).
“El Crack es un grupo dentro de esa generación de escritores a los que les corresponde
escribir en el siglo xxi, en la que hay un sentido de pertenencia a una tradición con dos
vertientes: la nacional y la continental” (218).
“De esta manera, el Crack se caracteriza por la intención de incidir en la literatura, presente
tanto en sus obras de ficción como en las obras ensayísticas. Con ello asume un sentido de
responsabilidad intelectual al reflexionar sobre el quehacer literario” (218).
“Hay una clara intención de revisar nuestra historia, de cuestionar esa esencia del ser
mexicano” (221).
“los escritores del Crack no han dejado de lado esas preocupaciones y las vierten en sus obras.
Es otra mirada, en la que se indaga sobre el cómo y el por qué. Se trata de situar a México en
un contexto más amplio, más global, como lo dejan ver ciertas temáticas que apuntan a un
cosmopolitismo que no implica una renuncia a la comprensión nacional” (221).
“los escritores del Crack han ensanchado las fronteras de la narrativa mexicana. Vale
preguntar, ante todo, por las coyunturas históricas y los centenarios que vuelven nuevamente
a cuestionar nuestro ser nacional. La suya es una narrativa enciclopédica que compendia
segmentos de la historia y en la cual se insertan las vidas personales” (223).
“Parecería que el mundo no basta para estos autores que echan mano de la imaginación y
edifican sus propios espacios, con el fin de poder contar sus historias basados en juegos del
lenguaje. Obligan a una ruptura con los esquemas tradicionales y ensanchan las fronteras
narrativas hacia espacios elaborados” (223) [Como si nunca nadie hubiera hecho antes eso,
como si parte de su “grandeza” fuera haberlo instaurado]
“Las temáticas del Crack superan, pues, el espacio nacional, pero no como para dejarlo fuera.
Nuevamente, se hace presente esa dualidad de lo local y lo global, de la memoria imaginada
y la memoria real, como dice Huyssen, en la que más que exclusión hay una
complementariedad. Las novelas del Crack exhiben las problemáticas de un país en tránsito,
donde la Ciudad de México, principal referente en años anteriores, es ahora una ciudad
decadente; de ahí, consideramos la apertura a otros espacios no como evasión, sino como
manifestación de problemáticas compartidas. También se muestra esta tensión como un
debate entre dos geografías, la del norte y la de sur. De esa manera, se exhibe una dualidad
manifiesta en los personajes que han de vivir dicha ambivalencia” (224).
“El otro aspecto en común de los escritores del Crack es el riesgo en la forma. Desde 1996,
ellos criticaron la falta de novelas que se arriesgaran en cuanto a su estructura. […] Este
riesgo de la forma lo reforzarán Chávez y Santajuliana con su propuesta, a la que llamaron
la estrella literaria. Según esta, hay cinco aspectos estéticos que deben cumplir las novelas:
relevancia anecdótica, caracterización, metaliteratura, solidez estilística y rareza” (224).
“En las obras del Crack podemos encontrar estos riesgos de trasgredir la forma” (225).
“Las novelas del Crack son también novelas que dialogan con distintas disciplinas y buscan
combinar lenguajes” (225).
“Otro aspecto para resaltar es la incursión en el género infantil, bien la infancia como eje
temático, bien obras que conjugan la imagen y el texto” (225).
“Es posible ver en sus obras ensayísticas la intención de incidir en el devenir de la literatura
y de generar una reflexión sobre el cambio de época y el quehacer literario. Queda claro que
hay un parricidio, un rechazo de la generación previa. Para soslayar su influencia, recurren a
los modelos de escritura de la década de los sesenta. Recuperan lo mejor de la narrativa
latinoamericana y de otros referentes, verbigracia, la literatura experimental de Italo Calvino.
Como escritores, buscan insertarse en una literatura latinoamericana y participan de manera
activa en el ejercicio reflexivo de replantear la esencia del continente” (226).
“Crack y McOndo se van instalando como términos de cambio, de los cuales se han
desprendido escritores que están trazando la narrativa actual” (227).
“De manera específica, la literatura de los escritores firmantes del manifiesto nos obliga a
tener otra mirada, otra comprensión de nuevos tiempos y viejos problemas. Como se pudo
apreciar, si bien en un primer momento tenemos obras que apuestan por una espacialidad
distinta a la nacional, muchas trascurren en diferentes coordenadas de nuestro país. El
ensanchamiento de las fronteras literarias permite insertar nuestra literatura en una dinámica
global, en la que se comparten las problemáticas y los acontecimientos extraterritoriales
inciden en las vidas individuales” (227).
“Esta es una literatura que experimenta y explora nuevas posibilidades. Tratándose de
temáticas, las obras van desde la apuesta por los acontecimientos históricos que marcan el
presente y para los que la memoria es fundamental hasta las historias intimistas de personajes
que viven su cotidianidad” (227).
“es una narrativa que, si se pretende ver en conjunto, tiene muchas aristas y sin duda nos
ofrece un cuadro completo y complejo de los tiempos que vivimos” (227).
“Sus obras interpelan al lector, en algunos casos, haciéndolo partícipe. Esto es posible por la
recurrencia a técnicas experimentales, en las que es imprescindible la complicidad de quien
lee. Además, desde aquí podemos darnos cuenta del diálogo que mantienen con obras de la
década de los sesenta, esas que Margo Glantz llama de escritura. Se comprende el efecto
boomerang, que implica una vuelta al pasado para regresar al presente. Queda claro que no
se trata simplemente de reproducir modelos, sino de adecuarlos a las problemáticas actuales.
En esto, la búsqueda de un nuevo lenguaje es fundamental, aspecto notorio en varias de estas
obras” (227).
“Queda claro que hay una narrativa del Crack, lo que no significa que estas sean obras en
serie o ajustadas a presupuestos estéticos rígidos. La diversidad es su distintivo, la pluralidad
es la que permite hablar de un grupo que desde su inicio nunca renunció a lo individual, y en
el que cada escritor ha ido encontrando sus propios derroteros” (228) [¿Qué sentido tiene
entonces de Generación o, más bien, de grupo? ¿Solamente que son amigos? ¿Y eso qué?]
“Y ante nosotros tenemos una serie de preocupaciones (literarias y sociales) que son a la vez
alientos:
1). La impostergable desaparición (una desaparición parcial, claro está) del libro como lo
conocemos ahora. 2). El nacimiento en medio de una edad oscura donde la literatura
mexicana no es otra cosa que una aparente repetición de intentos fallidos y donde no existe,
ni siquiera, una nueva La región más transparente (en el entendido de que ésta es una primera
novela y que su autor tenía 30 años y que apareció en 1958) que, acaso, alguien cerca del
2050 podrá repetir. 3). Además de la inquietante conciencia de ser antecedidos por una
generación postboom, la de los sesenta que acuñó para explicar su presencia términos —o
estrategias editoriales cuyos aportes estéticos son nulos— como McOndo, Crack, y
Generación Fría que luego devino en Generación de los Enterradores. 4). También, como
enigma (¿inútil? o ¿necesario?), la encrucijada de cien aristas que representa la noción de que
actualmente (los ríos temáticos que corren en sentido inverso al gran mar que significó el
Tema de la Revolución se están secando) no hay Tema Mexicano. 5). Y de la mano del
anterior punto, la incertidumbre de la utilidad de encontrar o buscar el Tema Mexicano, a
riesgo de que se confunda con un nuevo nacionalismo”.
“Tres, o más, podrían ser las posturas ante la catarata de propuestas de lo que los ‘jóvenes
escritores’ están haciendo o se vislumbra que harán. Las más representativas, quizá, son dos.
La de los escritores que tratan de descubrir cuál es el siguiente Gran Tema (mexicano o no).
Y la de los escritores que están en busca de una ‘obra honesta’, ramificación del
individualismo que es, como dice Geney Beltrán, ‘la única comunidad viable para el escritor
es la que él formará en torno de sus textos’”.
“Podría notarse que el asunto peculiar es que la tarea para definir el nuevo Gran Tema
Mexicano tiene, en principio, que esforzarse en desenraizar el término de sus connotaciones
nacionalistas, revolucionarias o folclóricas. El tema es la construcción del No Tema
Mexicano. Es decir, la falta o incapacidad para definir cabalmente la identidad que los
nacidos en los setenta tenemos frente al mundo global. Lo que se llama tradición, en nosotros
no es más que un espejo quebrado en el que ya no conseguimos vernos reflejados”.
“Esta imposibilidad, esta aparente pérdida de interés entre Nosotros, esta aparente inutilidad
de devanarnos los sesos pensando en este reduccionismo que ubica una literatura en un marco
geográfico, la necedad de hablar de una parte de la población mundial inmersa en un cierto
tiempo, es el Gran Tema Mexicano. La ausencia de Tema es el Gran Tema Mexicano. Y aquí
va lo difícil. Debido a la globalización, a la estandarización del conocimiento, al somos
ciudadanos del mundo, la búsqueda, preocupación y escritura del Gran Tema Mexicano es
absurda por sí misma, vista como piedra aislada en el ciclo de este país o de la Literatura
Mexicana. Sin embargo, entendiendo el tiempo que nos tocó vivir, el inicio de siglo, la
decadencia, el estancamiento, podemos suponerlo como un escalón necesario para que se
escriba, lo de veras importante, que podría ser la novela del Gran Tema Latinoamericano, o
la novela del Gran Tema Global. Y esto, muy a pesar de Nosotros, sucederá muchas décadas
hacia adelante”.
“La de hoy está formada por una generación que, en apariencia, no tiene nada con que
romper. Y esto, quizá, es su punto más importante. Para Nosotros, los escritores de los
setenta, el Boom latinoamericano no es un peso sobre nuestros hombros, como lo era para
Alberto Fuguet (1964) y Sergio Gómez (1962) cuando lanzaron su antología McOndo en
1996. O como lo era para el Crack”.
“A estas alturas del nuevo siglo, movimientos como el Crack comienzan a entenderse como
necesarios y poco a poco se despojan del aire de juego, de “broma literaria”, de truco
publicitario con el que nacieron”.
“Nuestro mejor aliciente es el inicio de siglo. Y esto incluye estar conscientes de la ausencia
del Tema Mexicano o los Temas Mexicanos, saber que el cine, las series de televisión y el
embrionario internet son, hoy, formas más eficaces de contar una historia. Nuestros nuevos
enemigos son ésos (no los autores del Boom; tampoco, por supuesto, los nacidos en los
sesenta), son la tala de árboles, el libro como artículo de lujo, las librerías como tumbas con
montones de títulos de los cuales la mayoría estaremos arrepentidos de haber comprado;
incluso, las casas editoriales como fortalezas inexpulgables que dejan de publicar a mil
autores nuevos por los 80 que están publicando; los editores y dictaminadores que lidian con
columnas interminables de manuscritos no solicitados de autores que tras varios intentos de
publicación se vuelven más viejos y han encontrado en internet (en los blogs e incluso en los
ofrecimientos de “publique usted su libro”) el sitio ideal para la exclusión de ese sitio al que
sólo unos privilegiados pueden llegar”.
“Los escritores, digamos, de los ochenta, aprendieron a escribir a caballo entre la publicación
en papel y on line. Con la conciencia de que el mismo archivo de la computadora sirve para
ambos estados de su obra. Nosotros no. Somos, pensando románticamente, el último eslabón
de la historia del libro conocido como tal que se embonará sin dificultades con el próximo
eslabón donde lo virtual sea moneda corriente”.
“Los escritores que nacimos en los setenta no peleamos contra nadie. No tenemos monstruos
persiguiéndonos y eso hace que nos sumerjamos de lleno en nosotros mismos. ¿Entonces,
sólo peleamos contra nosotros mismos?”.
“Eso también le da uno nuevo enfoque al “Otro” de nuestra generación que no es nuestro
enemigo sino nuestro contrincante. La mayoría de nosotros, los nacidos en los setenta, se
conoce, personalmente, o por sus libros; o mejor aún, a través del internet. Miramos sobre
nuestro hombro, sí, pero sólo para mantener las apariencias de que cualquiera de nosotros
puede conseguirlo algún día”.
“El desierto en el que se encuentra la literatura mexicana actual necesita muchos grandes
escritores. Lo importante, en este momento histórico, es que veinte lleguen a la meta. No hay
nada que sirva de cimiento a nuestras obras. Es la temporada del cimiento no de la cúspide”.
“Pero además, soberbios que somos, jugamos un doble juego. Enterados o no de que somos
los antecedentes para la construcción de la literatura, tenemos una conciencia de que somos
capaces de escribir una de esas obras fundamentales. Esa engañosa certeza nos la da la falta
de culpas, de batallas (necesarias pero infructuosas literariamente), de amargas victorias y
derrotas de los escritores de la generación anterior. Somos, de cierta forma, libres. Somos, de
cierta forma, “hermosos y malditos”. Somos los que un buen día podemos declarar que los
nacidos en los sesenta no valen la pena y que nos bastamos nosotros mismos (aunque no sea
del todo cierto, aunque sea una equivocación). Somos los que hablamos por Messenger a
través del país entre nosotros y los que seguimos confiando en nuestra juventud, en nuestra
percepción de habitantes del nuevo siglo de que lo podemos leer todo al mismo tiempo de
que se publica en donde sea. Somos los primeros de los cuales se ha dicho que su literatura,
sus temas, podrían haber sido escritos igual por un ucraniano que un senegalés que un
mexicano que un francés. Nos han dicho, por eso, escritores de traducción Anagrama”.
“¿Alguien habrá notado ya que estamos ensayando seriamente nuestras primeras obras en la
primera década del 2000? Me refiero a que, aunque autores de otras generaciones lo están
haciendo también, ellos asisten a la primera década con el cansancio de la lucha del siglo
pasado, luego de haber publicado sus primeras obras a finales del siglo XX, con varias obras
maestras de los de antes sobre ellos, y con el balance negativo de no haber, a pesar de tanto
grito, de tanto manifiesto, de tantas páginas escritas, desmoronado ni un poco el pasado. […]
Y en esas figuras, en esas derrotas, en esos cuerpos aparentemente sin gracia para nosotros,
se encuentra el frente de guerra al que hemos venido no a reemplazar sino a reforzar. De
ellos, no de otros, es de quienes realmente debemos aprender. Porque, además, hay una virtud
en la mayoría de ellos, una virtud que nuestra juventud aún ahoga: la generosidad. Porque,
paradójicamente, los nacidos en los sesenta, con sus espadas quebradas y sus trofeos de
guerra no nos ven como enemigos. A diferencia de nosotros, aún tuvieron como maestros de
carne y hueso a los escritores que han construido lo que tenemos por literatura. Conocieron
a los maestros y no les temen, por eso, a los iracundos y deschavetados aprendices”.
“La generación de los setenta es egoísta. Estamos ocupados pensando en nuestros temas
individuales, renegamos, sin el mayor asomo de ofuscación, de aliarnos como generación
porque, en la mayoría de los casos no tenemos una conciencia social fuerte, o sí, pero siempre
resulta algo superficial, dicho en entrevistas más bien porque “debe decirse” o porque
pensamos que por ahí está en Gran Tema”.
“Pero sobre todas las cosas, sobre todas las razones individuales, se puede decir que el
Nosotros al hablar de los nacidos en los setenta no existe, y en consecuencia, por fortuna,
escribimos por razones muy particulares y no para ver si destacamos del rebaño; ni nos
importa escribir ensayos que hablen sobre nuestra generación ni despreciamos ni queremos
superar a los que nos hicieron adorar este camino; porque sólo queremos escribir historias
“honestas”. Porque ese Nosotros es virtual. Ese nosotros soy yo; es quien esto escribe. Y para
quienes ésta es una carrera de 100 metros, para otros les basta recorrer el camino con sus
propios demonios. El Nosotros, en la generación de los setenta, es un Yo solitario”.
“¿Estamos deslumbrados con la angustiosa o alentadora realidad de que somos los primeros
escritores de este siglo y que a nosotros, con nuestras incertidumbres, incongruencias y
soberbia, nos toca inaugurarlo?”.
Creo que Edgar Omar Avilés se distingue porque no suele reflexionar ni académica ni
críticamente acerca de la literatura, de sus propósitos, de lo que hacen sus contemporáneos
ni ninguna de esas cosas que sí suelen hacer los de su generación.