El Evolucionismo (PG 86 96)
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Capítulo V
La evolución del evolucionismo
circunstancias ambientales y los demás desaparecen sin dejar rastro. Esto sería
suficiente para explicar la apariencia de orden y finalidad. En realidad no hay fi-
nalidad. Lo que sucede es que, como sólo sobreviven los organismos mejor adap-
tados, se produce la ilusión de que existe una tendencia hacia una perfección. En
palabras de Aristóteles: «Así se preguntan: ¿qué impide que la naturaleza actúe
sin ningún fin ni para lo mejor, que sea como la lluvia de Zeus, que no cae para
que crezca el trigo sino por necesidad?... ¿Y qué impide que las partes de la natu-
raleza lleguen a ser también por necesidad, por ejemplo, que los dientes incisivos
lleguen a ser por necesidad afilados y aptos para cortar, y los molares planos y
útiles para masticar el alimento, puesto que no surgieron así por un fin, sino que
fue una coincidencia? La misma pregunta se puede hacer también sobre las otras
partes en las que parece haber un fin. Así, cuando tales partes resultaron como si
hubiesen llegado a ser por un fin, sólo sobrevivieron las que «por casualidad» es-
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1. ARISTÓTELES, Física, libro II, capítulo 8: edición de G.R. de Echandía (Madrid: Gredos
1995), pp. 162-163.
2. Puede verse: M. RUSE, El misterio de los misterios. ¿Es la evolución una construcción so-
cial? (Barcelona: Tusquets 2001), capítulo 2: «Erasmus Darwin. Del pez al filósofo», pp. 53-69.
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88 LAS FRONTERAS DEL EVOLUCIONISMO
llegar a una o pocas formas primitivas de vida. Y propone un mecanismo para ex-
plicar esa evolución: la selección natural.
Influido por las ideas de Malthus, Darwin sostiene que los vivientes produ-
cen mucha más descendencia de la que puede sobrevivir a largo plazo, de donde
resulta la «lucha por la vida», que tiene como resultado la «supervivencia de los
mejor adaptados» a las circunstancias. Postula la existencia de variaciones gené-
ticas heredables, y el éxito de los organismos que poseen las variaciones mejores
para su supervivencia. A la larga se dará una «selección natural» análoga a la «se-
lección artificial» que desde siglos atrás se practicaba con plantas y animales,
cruzando las variedades para obtener nuevos ejemplares cada vez mejores. Lo
que el ser humano produce manipulando la naturaleza artificialmente, la natura-
leza lo puede producir de modo natural, mediante la combinación de variaciones
genéticas y selección natural, produciendo, a la larga, variaciones cada vez más
adaptadas a las circunstancias, y de ahí se llegaría a nuevas especies. La evolu-
ción de una especie a otra («macroevolución») sería el resultado de la acumula-
ción gradual de muchas variaciones pequeñas («microevolución»): el gradualis-
mo es un aspecto importante del darwinismo.
El darwinismo debió afrontar, desde el principio, serias objeciones científi-
cas, a las que Darwin respondió introduciendo nuevas reflexiones, e incluso un
capítulo nuevo (el capítulo 7, dedicado a examinar objeciones a la selección na-
tural), en sucesivas ediciones de su libro. Tal como la proponía, la evolución dar-
winista necesitaba de mucho tiempo, muchos millones de años, y en aquella épo-
ca todavía no existían las teorías actuales sobre el origen del universo, de la
Tierra y de la vida, que efectivamente remontan esos orígenes a miles de millo-
nes de años. No se sabía prácticamente nada sobre las variaciones genéticas que
constituían la «materia prima» de la evolución, porque la ciencia de la genética
estaba naciendo entonces. No se podían realizar experimentos que mostraran
cambios de una especie en otra; sólo se podían indicar cambios dentro de las es-
pecies: por tanto, no se podía demostrar que una suma de muchas «microevolu-
ciones» tuviera como resultado una «macroevolución». Se conocían fósiles de
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vivientes arcaicos, pero el registro fósil era muy incompleto, y no servía para de-
mostrar el cambio gradual postulado por la teoría de Darwin.
A las dificultades científicas había que añadir las dificultades filosóficas, ya
que no era fácil compaginar el evolucionismo con las ideas filosóficas tradiciona-
les; y las dificultades teológicas, que surgían cuando se interpretaba literalmente,
como se solía hacer en la época, las narraciones de la creación que se encuentran
en la Biblia, en los primeros capítulos del libro del Génesis. Aunque algunos afir-
maron desde el principio que el evolucionismo era compatible con la acción divi-
na y la existencia de un plan divino, también debían afrontar las peculiares dificul-
tades asociadas al posible origen evolucionista del ser humano, al que Darwin
dedicó su obra El origen del hombre, publicada en 1871. Allí afirmaba que las di-
ferencias entre las cualidades humanas y las de los animales superiores son sólo de
grado, lo cual chocaba también con las ideas filosóficas y teológicas tradicionales.
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Aunque el evolucionismo fue ganando adeptos por todo el mundo, las difi-
cultades recién señaladas no eran fáciles de resolver. El registro fósil seguía sien-
do incompleto. Gregor Mendel (1822-1884) publicó en 1866 las primeras leyes
de la genética, pero no se reconoció del todo su importancia hasta su «redescubri-
miento» en 1900. Entonces se desarrolló seriamente la genética, pero en los co-
mienzos no se veía cómo se podía compaginar la genética con el darwinismo.
Una primera síntesis del darwinismo con la genética mendeliana fue realiza-
da por los científicos británicos Ronald A. Fisher (1890-1962), biólogo matemá-
tico cuyos trabajos en estadística fueron aplicados con éxito a la genética; John
B.S. Haldane (1892-1964), quien realizó importantes avances en genética; y Se-
wall Wright (1889-1988). Los tres son considerados como fundadores de la «ge-
nética de poblaciones», que estudia con métodos matemáticos los fenómenos de
la herencia en poblaciones enteras. Así comienzó la colaboración entre el evolu-
cionismo darwinista y la genética mendeliana. En esa combinación se acentúa la
importancia de las variaciones genéticas no sólo a nivel individual, sino a nivel
de poblaciones.
En esa línea, en torno a 1940 se llegó a formular lo que se denomina teoría
sintética de la evolución, o también neo-darwinismo (aunque no todos están de
acuerdo en identificar los dos nombres), en la que se funden el darwinismo, la
genética y la ciencia del desarrollo o embriología. Se pueden mencionar tres au-
tores especialmente influyentes en esa síntesis: Theodosius Dobzhansky (1900-
1975), genético ruso que emigró a los Estados Unidos, realizó importantes estu-
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dios sobre la Drosófila o mosca del vinagre (muy utilizada en los experimentos
de genética), y publicó un libro muy influyente para consolidar la nueva síntesis,
con el título La genética y el origen de las especies (1937); George Gaylord
Simpson (1902-1984), paleontólogo estadounidense, quien estudió la evolución
de los mamíferos aplicando la genética de poblaciones y publicó, entre otras
obras, El tiempo y modo en evolución (1944); y Ernst Mayr (nacido en 1904), de
origen alemán pero afincado en Estados Unidos, quien insistió en la importancia
del aislamiento geográfico para la evolución, y publicó su libro La sistemática y
el origen de las especies en 1942. Los autores de la teoría sintética tuvieron dis-
cípulos influyentes; por ejemplo, Francisco J. Ayala, español afincado en Estados
Unidos, que es un defensor del neodarwinismo ortodoxo.
El neodarwinismo sigue considerando la selección natural como factor cla-
ve de la evolución, dando a veces la impresión de que prácticamente es el factor
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no sólo principal sino casi único. También acepta el gradualismo, explicando los
grandes cambios evolutivos (macroevolución) como el resultado de la acumula-
ción gradual de pequeños cambios (microevolución). Pero al mismo tiempo ha
introducido muchos conceptos que no se encontraban en la teoría original de
Darwin: en concreto, los relacionados con la genética, especialmente los conoci-
mientos sobre las mutaciones en los individuos y la variabilidad genética en las
poblaciones, y en época más reciente, los conceptos relacionados con la genética
del desarrollo, por ejemplo la interacción entre diferentes tipos de genes, de los
cuales algunos son «reguladores», porque controlan la expresión de otros genes.
Se puede decir que, de algún modo, el «neodarwinismo» se ha convertido
en la versión «oficial» del evolucionismo. Lo cual no significa que ostente pací-
ficamente el monopolio de las interpretaciones de la evolución. Por el contrario,
existen serias críticas al neodarwinismo por parte de biólogos evolucionistas que,
aceptando el hecho de la evolución, no ven claro que el darwinismo esté en con-
diciones de explicar todo en la evolución, y proponen variantes o alternativas.
Los neodarwinistas tienden a rebajar el tono de esas críticas y suelen interpretar-
las como variantes que tienen cabida dentro del darwinismo 3.
La teoría sintética sigue viva e influyente, y uno de sus creadores, Ernst
Mayr, publicó en 2001, a los 97 años, un libro divulgativo en el que, de modo
ágil, presentaba su versión del darwinismo ortodoxo. Mayr integra dentro del
neodarwinismo algunas teorías evolucionistas que aparentemente no son darwi-
nistas (como el «equilibrio puntuado» de Gould y Eldredge), y refuta las críticas
que se suelen dirigir contra el darwinismo.
3. Esto se puede ver en: G.L. STEBBINS y F.J. AYALA, «La evolución del darwinismo», en Inves-
tigación y ciencia, n.º 108, septiembre de 1985, pp. 42-53.
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4. Gould comenta esos datos en una página de Internet dedicada al cáncer: http://www. cancer-
guide.org.
5. S.J. GOULD, The Structure of Evolutionary Theory (Cambridge, Mass.: Harvard University
Press 2002).
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Los tres pilares del darwinismo están relacionados con la «selección natu-
ral», que es, según Darwin, la causa principal de la evolución biológica. Gould
sostiene que si cualquiera de los tres pilares del darwinismo tuviera que ser aban-
donado, eso significaría el abandono del programa darwinista. Pero dice que no
es ése el caso. Los tres pilares han debido soportar fuertes críticas, pero han so-
brevivido a ellas. En primer lugar, gracias a la «síntesis moderna» o «teoría sin-
tética de la evolución» («neodarwinismo»), formulada en torno a 1940, que com-
binó el darwinismo con la genética, especialmente la genética de poblaciones. Y
ahora, gracias a una nueva nueva síntesis, que incorpora nuevos datos y concep-
tos, pero sigue manteniendo lo esencial del darwinismo.
Según Gould, el neodarwinismo se ha convertido en una teoría demasiado
rígida, pero es posible incorporar los nuevos datos y formulaciones sin abando-
nar ninguno de los tres pilares del darwinismo. La selección natural sigue siendo
factor central. Pero hay que añadir los nuevos desarrollos, llegando a una nueva
síntesis, que sigue siendo darwinista, pero incorpora importantes novedades.
Un ejemplo importante de las novedades que hay que incorporar es el
«equilibrio puntuado» formulado por el propio Gould, en el cual la especie se
convierte en auténtica unidad o sujeto de la selección natural, y se da una macro-
evolución que no es el resultado de la acumulación gradual de microevoluciones.
Otro ejemplo es el descubrimientos de genes que afectan al plan del organis-
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mo: los llamados genes hox, o «genes homeóticos». Esos genes controlan el plan
general del desarrollo del organismo, de modo que, a partir del cigoto, las nuevas
células vayan formando, por ejemplo, la cabeza, el tronco y las extremidades, de
acuerdo con el plan de cada tipo de organismo. Se trata de un mecanismo común
a muchas especies diferentes: se ha descubierto que algunos de ellos son comunes
a líneas genealógicas separadas por más de 500 millones de años. Se trata de «ca-
nales» que se encuentran en organismos y especies muy diversos, e imponen una
cierta direccionalidad a la evolución. Este tipo de genes permite comprender, al
menos en principio, cómo pueden surgir nuevas especies, con tal de que un cam-
bio en esos genes dé lugar a un nuevo tipo de viviente que resulte viable.
La genética está todavía en sus comienzos, pero se puede adivinar que qui-
zá nos depara muchas sorpresas, permitiendo comprender aspectos de la evolu-
ción que hasta ahora resultaban misteriosos.
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