Antología Olds
Antología Olds
Antología Olds
Innombrable
Los curanderos
Su quietud
El doctor le dijo a mi padre, “Usted me pidió
que le diga cuando ya no se pueda hacer más nada.
Se lo digo ahora.” Mi padre
estaba sentado, bastante tranquilo, como siempre,
con ese gesto suyo de no mover los ojos. Yo había imaginado
que iba a volverse loco cuando entendiera que iba a morirse,
que agitaría los brazos y gritaría. Se enderezó,
flaco, y limpio, en su bata limpia,
como un santo. El doctor dijo,
“Podemos hacer algunas cosas que tal vez le den más tiempo,
pero no podemos curarlo.” Mi padre dijo,
“Gracias”. Y se quedó sentado, inmóvil, solo,
con la dignidad de un estadista.
Me senté a su lado. Ese era mi padre.
Siempre supo que era mortal. Y yo había temido que tuvieran
que atarlo. No me acordaba
que siempre había permanecido
quieto y silencioso para soportar las cosas,
el licor una forma de quedarse quieto. No lo había
conocido realmente. Mi padre tenía dignidad.
Al final de su vida, su vida comenzó
a despertar en mí.
La mirada
Cuando mi padre empezó a atragantarse de nuevo
gritó ¡Masaje en la espalda! en tono monocorde,
como haciendo un anuncio,
este hombre que nunca me había pedido nada.
Estaba muy débil para inclinarse hacia adelante,
entonces deslicé mi mano entre su espalda
caliente y la sábana caliente y él se quedó ahí
con sus ojos abombados, esos ojos
de borratinta usado que nunca me habían
mirado realmente. Me sorprendió su piel
delicada como un seno, voluptuosa
como la piel de un bebé, pero seca, y mi mano
también estaba seca, entonces froté sin esfuerzo, en círculos,
él se quedó mirando jo y ya no se ahogaba, yo cerré
los ojos y lo froté, como si su cuerpo fuera su alma.
Pude sentir su columna vertebral bien adentro, lo pude
sentir dominado por el ahogo,
toda mi vida había presentido que él estaba dominado por algo.
Se hizo gárgaras, preparé el vaso,
no detuve el masaje, él escupió,
lo felicité, dejé que el inmenso placer
de acariciar a mi padre despertara en mi cuerpo,
y entonces pude tocarlo desde lo hondo de mi corazón,
él cambió de posición, se recostó, sus ojos
saltaron y se oscurecieron, la ema subió,
yo acerqué el vaso hacia sus labios y dejó salir
la cosa y se sentó de nuevo, cierto rubor volvió
a su piel, y levantó su cabeza con timidez pero
sin resistencia y me miró
directamente, sólo por un momento, con una cara
oscura y oscuros ojos brillantes y confiados.
La ausente
(Para Muriel Rukeyser)
Para mi hija
Esa noche va a llegar. En algún lugar alguien va a
penetrarte, su cuerpo cabalgando
bajo tu cuerpo blanco, separando
tu sangre de tu piel, tus oscuros, líquidos
ojos abiertos o cerrados, el sedoso
aterciopelado pelo de tu cabeza no
como el agua derramada de noche, los delicados
hilos entre tus piernas rizados
como puntadas desprolijas. El centro de tu cuerpo
se va a abrir, como una mujer que rompe la costura
de su pollera para poder correr. Va a pasar,
y cuando pase yo voy a estar exactamente acá
en la cama con tu padre, así como cuando vos aprendiste a leer
ibas y leías en tu habitación
mientras yo leía en la mía, versiones de la misma historia
que varían en la narración, la historia del río.
Satán dice
Estoy encerrada en una pequeña caja de cedro
que tiene una imagen de pastores en el frente,
y un tallado a ambos lados.
La caja se sostiene sobre patas curvas.
Tiene un cerrojo de oro, en forma de corazón
y sin llave. Intento escribir para encontrar
la salida de la caja cerrada
que huele a cedro. Satán
viene hasta mí, a la caja cerrada
y dice, Voy a sacarte de acá. Decí
mi padre es una mierda. Digo
mi padre es una mierda y Satán
se ríe y dice, Se está abriendo.
Decí que tu madre es una puta.
Mi madre es una puta. Algo
se abre y se quiebra cuando lo digo.
Mi espalda se endereza en la caja de cedro
como la espalda rosa de la bailarina del prendedor
con un ojo de rubí, que descansa a mi lado
en el terciopelo de la caja de cedro.
Decí mierda, decí muerte, decí a la mierda el padre,
me dice Satán, al oído.
El dolor del pasado encerrado zumba
en la caja de la infancia en su escritorio, bajo
el terrible ojo esférico del estanque
con grabados de rosas a su alrededor, donde
el odio a ella misma se contemplaba en su pena.
Mierda. Muerte. A la mierda el padre.
Algo se abre. Satán dice
¿No te sentís mucho mejor?
La luz parece quebrarse sobre el delicado
prendedor edelweiss, tallado en dos
tipos de madera. También lo amo,
sabés, le digo a Satán desde lo oscuro
de la caja cerrada. Los amo pero
estoy tratando de contar lo que ocurrió
en nuestro pasado perdido. Por supuesto, dice él
y sonríe, por supuesto. Ahora decí: tortura.
Veo, a través de la oscuridad impregnada de cedro,
el borde de una gran bisagra que se abre.
Decí: la pija del padre, la concha
de la madre, dice Satán, Voy a sacarte.
El ángulo de la bisagra se ensancha
hasta que veo el contorno del tiempo
antes de que yo existiera, cuando ellos estaban
encerrados en la cama. Cuando digo
las palabras mágicas, Pija, Concha,
amablemente Satán dice, Salí.
Pero el aire de afuera
es pesado y denso como humo caliente.
Vení, dice, y siento su voz
respirando desde afuera.
La salida es a través de la boca de Satán.
Entrá en mi boca, dice, ya estás ahí,
y la enorme bisagra
empieza a cerrarse. Ah no, también
los amaba, resguardo
mi cuerpo tenso
en la casa de cedro.
Satán se esfuma por el ojo de la cerradura.
Me quedo encerrada en la caja, él sella
el cerrojo en forma de corazón con la cera de su lengua.
Ahora es tu tumba, dice Satán.
Apenas escucho;
caliento mis manos
frías en el ojo de rubí
de la bailarina –el fuego,
el súbito descubrimiento de lo que es el amor.