El Método Psicoanalítico de Freud (Texto)
El Método Psicoanalítico de Freud (Texto)
El Método Psicoanalítico de Freud (Texto)
EL MÉTODO PSICOANALÍTICO
Psicoanálisis
3.1.- DEFINICIÓN DE PSICOANÁLISIS
Con esta intención, nada original por otra parte, queremos salir al
encuentro de las fuentes que han alimentado la vertiente terapéutica del
psicoanálisis. También por ese motivo, tratamos que los pasajes que citamos
sirvan de soporte y de justificación a nuestras opiniones en un proceso de
interacción argumentativa con el mismo Freud. Empleando citas y ejemplos
que determinen y demuestren cuáles han sido las líneas de desarrollo que nos
han conducido desde los orígenes del psicoanálisis hasta las actuales
estrategias de intervención, pretendemos lograr una descripción sistemática del
psicoanálisis orientada históricamente. ¿Por qué procedemos de esta manera?
Porque, sin duda, las divergencias y contradicciones que aparecen en la obra
de Freud, así como sus variaciones a lo largo de las décadas, testimonian la
apertura del psicoanálisis, el cual “tantea sin dejar el apoyo de la experiencia,
se considera siempre inacabado y siempre está dispuesto a rectificar o sustituir
sus teorías” (1922, O.C. p. 2674).
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problemas del psicoanálisis. Analicemos, pues, cada uno de los apartados de
esta definición:
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Así pues, definir el psicoanálisis como “la exploración del inconsciente” es
totalmente insuficiente. Como acertadamente señala Lagache (1969), una
definición del psicoanálisis no puede intentarse excluyéndolo del marco de
una psicología clínica de la conducta humana, cuyo carácter más específico
sería la atención que concede a la transferencia. Ahora bien, no cabe duda
de que entre los propios analistas existen discrepancias acerca del alcance y
el significado del término psicoanálisis, así como también existen
controversias respecto a los tipos de contrato y a los diferentes marcos y
ritmos de trabajo. Hay discrepancia, por ejemplo, acerca de los trastornos
accesibles al psicoanálisis. Algunos psicoanalistas contemporáneos se han
interesado por la extensión o aplicación del psicoanálisis fuera del campo de
las neurosis. Pero otros psicoanalistas ridiculizan su actuación, ya que están
convencidos de que aquellos que deciden adentrarse en el indescifrable
mundo de las psicosis, desgraciadamente, se han lanzado a una empresa
que cae fuera de la tarea analítica: “usar la técnica que Freud instituyó fuera
de la experiencia a la que se aplica, es remar cuando el barco está en la
arena” (J. Lacan, citado por Laplanche, 1974). De todos modos, y sin entrar
a discutir la legitimidad de estas posiciones, en nuestra opinión esto no es
así, como lo demuestra la abundante bibliografía actual sobre el tratamiento
de psicosis, perversiones, trastornos psicosomáticos, etc.
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Está claro, pues, que este método de investigación permite obtener una
gran cantidad de datos acerca de un sujeto. Posiblemente no haya otro
procedimiento en psicología que ni tan sólo se aproxime a la riqueza de
material obtenido de una sola persona por el psicoanalista. Sin embargo, el
analista, a diferencia de otros científicos, no realiza experimentos –el mismo
Freud así lo señaló-. Este es el gran obstáculo, la gran asignatura pendiente, a
la que ha de enfrentarse el psicoanálisis. Sin embargo, este gran hiato entre la
experimentalidad y el psicoanálisis se ha ido haciendo más estrecho en la
medida en que, en los últimos treinta años, algunos investigadores (Inkeles,
1963, Pervin 1979, Masling 1983, etc.) han dirigido su interés hacia el
psicoanálisis, y algunos analistas han intentado validar empíricamente ciertos
contenidos de la teoría (Kernberg 1973, Malan 1976, Rubinstein 1980, etc.).
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algo nuevo, ni se ganaba un esclarecimiento sin vivenciar su terapéutico efecto.
“Nuestro procedimiento analítico es el único en el cual permanece asegurada
esta preciosa conjunción. Únicamente si practicamos nuestra guía espiritual
analítica lograremos profundizar en nuestra incipiente concepción de la mente
humana” (1926, O.C. pp. 2957-2958).
Así pues, tal y como sugiere Horacio Etchegoyen (1986), se puede decir
que el psicoanálisis es sin duda una forma especial de psicoterapia, y la
psicoterapia comienza a ser considerada científica en la Francia del siglo XIX,
cuando se fundan y desarrollan las dos grandes escuelas sobre la sugestión
que ya hemos señalado en el capítulo anterior, una de ellas en Nancy, con
Liébeault y Bernheim, y la otra en la Salpêtrière, con Jean-Martin Charcot.
Precisamente, la rivalidad entre ambas escuelas –Charcot pensaba que la
hipnosis, lejos de ser un método para curar las enfermedades, era algo
relacionado con los histéricos, mientras que Liébeault sostenía que la hipnosis
era un fenómeno normal que podía ser inducido en la mayoría de las personas-
va a marcar la década de 1880 a 1890. Esta afirmación puede desde luego
discutirse, pero de lo que no hay duda es que el clima de investigaciones sobre
la histeria y sobre la hipnosis que se vivía en Francia en esta época influyó
enormemente en el joven Sigmund Freud.
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Por lo que acabamos de decir, y sin ánimo de reseñar de nuevo su historia,
se puede vincular el nacimiento de la psicoterapia a la Francia de mitades del
XIX. Cuando Auguste Ambroise Liébeault convierte su humilde consultorio rural
en el centro más importante de investigación del hipnotismo de todo el mundo,
esta antigua técnica, que veinte años antes había recibido de Braid nombre y
respaldo, comienza a aplicarse, al mismo tiempo, como instrumento de
investigación y como técnica terapéutica. Liébeault la utiliza para mostrar “la
influencia de la moral sobre el cuerpo” y para “curar a los enfermos”; y es tal la
importancia de sus trabajos, que gran número de autores no vacilan en ubicar en
Nancy el comienzo de la psicoterapia.
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mientras llegan al máximo desarrollo los métodos científicos de la psicoterapia
sugestiva e hipnótica, se inicia una nueva línea de investigación que ha de
operar un giro copernicano en la teoría y la práctica de la psicoterapia. Hacia
1880, Joseph Breuer (1842-1925), al aplicar la técnica hipnótica en una
paciente que en los anales de nuestra disciplina se llamó Anna O. (y cuyo
verdadero nombre era Bertha Pappenheim), se encontró practicando una forma
radicalmente distinta de psicoterapia.
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En Sobre psicoterapia (1905), una conferencia pronunciada en el colegio
médico de Viena el 12 de diciembre de 1904, Freud establece una convincente
diferencia entre el psicoanálisis (y el método catártico) y las otras formas de
psicoterapia que hasta ese momento existían. Para explicar esta diferencia,
recurre a ese modelo de Leonardo que diferencia las artes plásticas que operan
<<per via di porre y per via di levare>>. La pintura, dice Leonardo, opera per via
di porre, esto es, cubre de colores la tela vacía de la misma manera que la
sugestión, la persuasión y los otros métodos agregan algo para modificar la
imagen de la personalidad; en cambio el psicoanálisis, como la escultura, actúa
per via di levare, saca lo que está de más para que surja la estatua que dormía
en el mármol. Esta es la diferencia sustancial entre los métodos anteriores y
posteriores a Freud.
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3.2.2.- Las teorías del método catártico
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de partida en el procedimiento catártico, cuya descripción han detallado J.
Breuer y el mismo Freud en una obra publicada conjuntamente por ellos bajo el
título de Estudios sobre la histeria (1895). La terapia catártica era un
descubrimiento de Breuer, que había obtenido con ella, diez años antes, la
curación de una histérica, en cuyo tratamiento llegó además a vislumbrar la
patogénesis de los síntomas que la enferma presentaba. El procedimiento
catártico tenía como principal premisa que el paciente fuera hipnotizable y su
efectividad reposaba fundamentalmente en la ampliación del campo de la
conciencia que tenía lugar durante el trance hipnótico. Emergían en ese
momento en el hipnotizado recuerdos, ideas e impulsos ausentes hasta
entonces en su conciencia, y una vez que el sujeto comunicaba al médico,
entre intensas manifestaciones afectivas, tales procesos anímicos, quedaban
vencidos los síntomas y evitada su reaparición.
Así operó Freud con Miss Lucy y sobre todo con Elisabeth von R., y esta
nueva técnica, la coerción asociativa, lo enfrentó con nuevos hechos que
habrían de modificar otra vez sus teorías. La coerción asociativa confirmaba a
Freud que las cosas se olvidan cuando no se las quiere recordar, y no se las
quiere recordar porque son dolorosas, feas y desagradables, contrarias a la
ética y/o a la estética. De hecho, este proceso de represión, este olvido
selectivo, se reproducía ante sus ojos en el tratamiento, y entonces encontraba
que sus pacientes no querían recordar, que había una fuerza que se oponía al
recuerdo. Así hace Freud el descubrimiento de las resistencias, piedra angular
del psicoanálisis. Lo que en el momento del trauma condicionó el olvido es lo
que en este momento, en el tratamiento, condiciona la resistencia: hay un juego
de fuerzas, un conflicto entre el deseo de recordar y el de olvidar. Y si esto es
así, ya no se justifica ejercer la coerción, porque siempre se va a tropezar con la
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resistencia. Mejor será dejar que el paciente hable, que hable libremente. De
esta forma tan curiosa una nueva teoría, la teoría de la resistencia, lleva a una
nueva técnica: la Asociación Libre, propia del psicoanálisis, que se introduce
como un precepto técnico, como una regla fundamental.
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estudiar el amor de transferencia, que el análisis debe desarrollarse en
abstinencia, y esto sanciona el cambio sustancial de la técnica en la segunda
década del siglo. Si no existiera una teoría de la transferencia, no tendrían razón
de ser estos consejos, del todo innecesarios en el método catártico o en el
primitivo psicoanálisis de la coerción asociativa. Vemos aquí pues, nuevamente,
esta singular interacción entre teoría y técnica que señalamos como específica
del psicoanálisis.
Por otra parte, si hemos tratado aquí con cierto detalle la teoría de la
transferencia es porque ilustra claramente la tesis que estamos desarrollando.
A medida que Freud toma conciencia de la transferencia, de su intensidad, de
su complejidad y de su espontaneidad (aunque esto hoy en día todavía se
discute), se le impone un cambio radical en el encuadre. El laxo encuadre del
Hombre de las ratas, que incluía té, sandwiches y arenques, se hace más
riguroso en virtud de la teoría de la transferencia, hecho que permite a su vez
una mayor precisión en la apreciación del fenómeno transferencial en tanto y
en cuanto que un encuadre más estricto y estable evita las posibles
manipulaciones de los participantes y lo hace más nítido, más transparente.
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pudieran seguir construyendo, sino que cada autor ha comenzado de nuevo y
desde el origen el estudio de los mismos fenómenos.
Los pueblos de la antigüedad clásica, por ejemplo, admitían que los sueños
se hallaban en relación con el mundo de los seres sobrehumanos de su
mitología y traían consigo revelaciones divinas o demoníacas, poseyendo,
además, una determinada intención con respecto al sujeto: anunciarle el
porvenir. En los dos estudios que Aristóteles consagra a esta materia, por el
contrario, los sueños aparecen como una cuestión mucho más humana: no son
de naturaleza divina, sino demoníaca, pues la Naturaleza es demoníaca y no
divina. Por decirlo de otro modo, los sueños no corresponden a una revelación
sobrenatural, sino que obedecen a leyes de nuestro espíritu humano, aunque
luego este espíritu esté íntimamente relacionado con la divinidad. Los sueños
quedan así definidos como “la actividad anímica del durmiente durante el
estado de reposo” (O.C. p. 350).
1.- Relación del sueño con la vida despierta. Respecto a este enigma
onírico, y a la luz de la literatura que ha podido manejar, Freud plantea la
existencia de dos posiciones claramente enfrentadas. Por un lado, aquella
defendida por el viejo fisiólogo Burdach, al que debemos una concienzuda
descripción de los fenómenos oníricos, que plantea que “nunca se repite la vida
diurna, con sus trabajos y placeres, sus alegrías y dolores; por el contrario,
tiende el sueño a liberarnos de ella. Aun en aquellos momentos en los que toda
nuestra alma se halla saturada por un objeto, en que un profundo dolor
desgarra nuestra vida interior, o una labor acapara todas nuestras fuerzas
espirituales, nos da el sueño algo totalmente ajeno a nuestra situación; no toma
para sus combinaciones sino significantes fragmentos de la realidad, o se limita
a adquirir el tono de nuestro estado de ánimo y simboliza las circunstancias
reales” (O.C. p. 352). Por otro, aquella que recoge la extendida convicción de
que la mayoría de los sueños, a pesar de su aparente singularidad, nos
conducen de nuevo a la vida ordinaria en vez de liberarnos de ella. Al parecer,
afirma Jessen en su Psicología (1855), “en mayor o menor grado, el contenido
de los sueños queda siempre determinado por la personalidad individual, por la
edad, el sexo, la posición, el grado de cultura y el género de vida habitual del
sujeto, y por los sucesos y enseñanzas de su pasado individual“ (p. 530).
Freud, por su parte, se declara abiertamente partidario de esta segunda opción,
recurriendo a las teorías de F. W. Hildebrandt (1875) sobre el sueño para
justificar su posición:
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“Por singulares que sean sus formaciones no puede hacerse
independiente del mundo real, y todas sus creaciones, tanto las más
sublimes como las más ridículas, tienen siempre que tomar su tema
fundamental de aquello que en el mundo sensorial ha aparecido ante
nuestros ojos o ha encontrado en una forma cualquiera un lugar de
nuestro pensamiento despierto; esto es, de aquello que ya hemos
vivido antes exterior o interiormente”. (O.C. p. 354).
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órganos internos, que en estado de salud apenas nos dan noticia de su
existencia, pero que durante los estados de excitación o enfermedad llegan a
constituir una fuente de sensaciones, dolorosas en su mayoría, equivalentes a
los estímulos procedentes del exterior; y, finalmente, las fuentes de estímulo
puramente psíquicas, una fuente onírica nada despreciable que supone que los
intereses de la vida despierta (ocupaciones y preocupaciones cotidianas)
pasan al estado de reposo, justificando la presencia de algunos de los
contenidos del sueño.
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5.- Función del sueño. Basándose en sus extensos estudios sobre los
sueños, Freud pensó que el soñar cumple dos funciones básicas en la vida
psíquica: a) proteger el descanso del soñante convirtiendo el material y los
estímulos que potencialmente pudieran perturbar su reposo en imágenes y
contenidos propios del soñar; y b) satisfacer durante el reposo, aunque sea de
forma virtual, aquellos deseos que el soñante no ha podido satisfacer en el
estado de vigilia. Por decirlo con otras palabras, lejos de ser desatinados o
absurdos, los sueños para Freud son el guardián del dormir, al tiempo que
representan una curiosa y muy particular forma de satisfacer los deseos. Esta
teoría de Freud parece sostenida por el hecho de que las pequeñas
alteraciones que tienen lugar durante el reposo son incorporadas, a menudo,
en los sueños, evitando que nos despierten durante la noche. Un ruido intenso,
un cambio en la temperatura, punzadas de hambre o una fuerte presión en la
vejiga pueden incorporarse como material onírico en el sueño (directa o
simbólicamente), evitando que el soñante finalmente se despierte. Freud
también propone una segunda y más importante función del soñar: su famosa
teoría de la realización de deseos. Necesidades no satisfechas, anhelos
frustrados, deseos contrariados... son cumplidamente compensadas durante el
sueño, gracias a una misteriosa alquimia, en todos sus detalles, aunque, bien
es cierto, que de una forma totalmente virtual. Tanto es así que Incluso la
función de guardián del dormir puede ser considerada como una realización de
deseos, ya que, a fin de cuentas, soñamos porque deseamos permanecer
dormidos.
CONTENIDO MANIFIESTO
IDEAS LATENTES
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Así las cosas, habremos de preguntar ahora por qué es necesario realizar
esta diferenciación entre contenido latente y contenido manifiesto, cuáles son
las razones que justifican tal diferenciación y, por supuesto, por qué los
contenidos del sueño no son idénticos. Freud, al parecer, tiene muy clara cual
es la respuesta a estas tres cuestiones: la censura, ella es la responsable de
la deformación del sueño y, por tanto, de la diferenciación latente/manifiesto a
la que hemos hecho referencia. La censura onírica es definida por Freud como
aquella función que tiende a impedir a las ideas latentes el acceso a la
consciencia, es decir, la función que pone freno a la transformación de las
ideas latentes en contenidos manifiestos, una función que actúa suprimiendo o
fusionando elementos del sueño, cambiando su jerarquía, sustituyendo un
elemento por otro -o por un símbolo-, desplazando su centro de gravedad y/o
su importancia, etc. Una tarea que lleva a cabo contra aquellas deplorables
ideas en las que ni despiertos queremos pensar.
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manifiesto es conciso, pobre y lacónico en comparación con la amplitud y la
riqueza de las ideas latentes. Resumiendo, El proceso de condensación
hace que el relato del contenido manifiesto sea mucho más breve que la
descripción del contenido latente.
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menos intensa pero igualmente válida, de deformación onírica: la
transformación de las ideas en imágenes. Si, como parece, soñamos en
forma de imágenes sensorias, ha de existir un proceso psíquico que se
encargue de transformar las ideas latentes del sueño en imágenes de ese
tipo. El argumento es harto sencillo, si el contenido manifiesto del sueño se
compone casi siempre de situaciones visuales, las ideas latentes tienen,
ante todo, que adoptar una disposición que las haga aptas para esta
peculiar forma expositiva.
SUEÑOS
PERSPECTIVA CONSIDERACIÓN
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detallado de fenómenos de apariencia tan anodina, permiten a Freud
argumentar de forma fácilmente comprensible la endémica influencia del
material inconsciente sobre el conjunto de la vida consciente. Tanto es así que
Peter Gay, en su biografía de Freud (1988), llega a afirmar que el padre del
psicoanálisis eligió deliberadamente la interpretación de esos hechos menudos
de la vida cotidiana como punto de partida de su fructífera obra.
Freud, al parecer, tenía muy claro que la meta de este trabajo era atraer la
atención sobre cosas que todo el mundo sabe y experimenta, sobre hechos
corrientes de todos los días, someterlos a un riguroso examen científico y
demostrar, sin ningún género de dudas, lo acertado de sus propuestas sobre el
psiquismo inconsciente. Aún más, tenaz defensor de la tesis de un
determinismo psíquico absoluto que postula que todo acontecimiento físico,
incluyendo el pensamiento y las acciones humanas, está causalmente
determinado por la inquebrantable cadena causa-consecuencia-, Freud trata de
demostrar, como recuerda varias veces en el libro, que el campo de acción del
psicoanálisis no debe limitarse al dominio de la patología. Al contrario, a la
sabiduría adquirida gracias al concienzudo análisis de los diferentes casos
clínicos, hay que añadir la sabiduría que se deriva de las propias experiencias
de la vida cotidiana, a la que, según Freud, nunca habría que negarle un lugar
en las adquisiciones de la ciencia.
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Acto fallido:
Características:
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Experiencia vital importante Recuerdo encubridor Desplazamiento Progresivo
Recuerdo encubridor
Desplazamiento Simultáneo
Así las cosas, y convencido de que los actos fallidos “expresan algo que el
propio actor no sospecha“, algo que se “escapa a la intencionalidad
consciente“, Freud intenta explicar la presencia de tales actos en nuestra vida
cotidiana enunciando el siguiente principio: “Ciertas insuficiencias de nuestros
funcionamientos psíquicos y ciertos actos aparentemente inintencionados se
demuestran motivados y determinados por motivos desconocidos de la
conciencia cuando se los somete a la investigación psicoanalítica“ (O.C. p.
906). De este modo, los casos de olvido, los errores cometidos en la exposición
de materias que nos son perfectamente conocidas, las equivocaciones en la
lectura y la escritura, los actos de término erróneo y los llamados actos
casuales, fenómenos todos en los que lo principal es el extravío de la intención,
se convierten en material de análisis, pudiéndose referir a “un material psíquico
incompletamente reprimido, que es rechazado por la conciencia, pero al que no
se ha despojado de toda capacidad de exteriorizarse“ (O.C. p. 931).
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Finalmente, habremos de comentar que Psicopatología de la vida cotidiana
concluye con un ejemplificado capítulo dedicado a las cuestiones del
determinismo, las creencias y la superstición, tres originales y controvertidos
temas cuyo desarrollo obliga a Freud a confesar que, por desgracia,
“pertenezco a aquellos indignos individuos a cuyos ojos ocultan los espíritus su
actividad y de los cuales se aparta lo sobrenatural, de manera que jamás me
ha sucedido nada que haya hecho surgir en mi la fe en lo maravilloso. Como
todos los hombres, he tenido presentimientos y me han sucedido desgracias,
pero nunca han correspondido éstas a aquellos. Mis presentimientos no se han
realizado, y las desgracias han llegado a mi sin anunciarse... Tampoco ninguno
de los presentimientos que me han sido relatados por mis pacientes ha podido
nunca llegar a conseguir mi reconocimiento como fenómeno real“ (O.C. p. 920).
Sería, por tanto, acertado afirmar que el acto fallido es, en síntesis, una especie
de traición que nos hace nuestra psique al revelar un deseo o intención
inconsciente, una traición que encuentra su razón de ser en la evidencia de que
“en lo psíquico no existe nada arbitrario ni indeterminado“ (O.C. p. 908).
Antecedentes históricos
El término neurosis fue empleado por vez primera por el médico y químico
escocés William Cullen (1710-1790) en su Sinopsis nosologiae methodicae
(1769) para referirse a los trastornos sensoriales y motores causados por
enfermedades del sistema nervioso. En esta vetusta obra, Cullen nos describe
las neurosis como unas “afecciones preternaturales del sentido y del
movimiento en las que la pirexia -fiebre no sintomática- no constituye de ningún
modo parte de la enfermedad primitiva, y que no dependen de una afección
local de los órganos, sino de una afección más general del sistema nervioso y
de las potencias que regulan el sentido y el movimiento”, una descripción que
nos presenta las neurosis como auténticas dolencias nerviosas fisiológicas y
generales sin fiebre ni lesión.
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(1745-1826) a la cabeza -que considera las enfermedades mentales como un
desarreglo de las facultades cerebrales-; por otro, los partidarios de un enfoque
más funcionalista de la neurosis, con Juan Martin Charcot (1825-1893) al frente
-el cual sostiene la existencia de una supuesta lesión dinámica en las
manifestaciones neuróticas-. De alguna forma, sin embargo, ambas posturas
coinciden en la supuesta base biológica de las neurosis.
Etiología de la neurosis
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caracterizan los ya clásicos cuadros clínicos de las llamadas “enfermedades
nerviosas”. Pero, vayamos por partes. En el año 1889, Freud consideraba que
la histeria, sinónimo de neurosis en esa época, era el resultado de la fijación
del sujeto a una vivencia inespecífica intensamente emotiva, vivencia que
jugaba un papel primordial en la génesis de la enfermedad y a la que el padre
del psicoanálisis se refirió utilizando el vocablo trauma. Así pues, cualquier
acontecimiento de la vida del sujeto que desbordase su capacidad de control y
elaboración psíquica de la excitación emocional, debía ser considerado como
traumático, y, por tanto, tenía que ser interpretado como causa inmediata de la
neurosis (teoría del trauma).
Por otra parte, Freud se muestra convencido de que existe en las neurosis
un cierto trasfondo constitucional en el que los factores hereditarios juegan un
papel fundamental, lo que, sin duda, apunta a una cierta predisposición
congénita hacia tales dolencias. Sin embargo, y a pesar de esta firme
convicción, la experiencia clínica le demuestra, caso tras caso, que la etiología
de la neurosis obedece, preferentemente, a intensas vivencias emocionales
relacionadas con el proceso biográfico del individuo, especialmente con su
infancia. De hecho, en su Análisis fragmentario de una histeria (1901), Freud
asegura que si no queremos vernos forzados a abandonar definitivamente la
teoría traumática “habremos de retroceder hasta la infancia del sujeto para
buscar en ella influjos e impresiones que puedan haber ejercido acción análoga
a la de un trauma, retroceso tanto más obligado cuanto que incluso en la
investigación de casos cuyos primeros síntomas no habían surgido en época
infantil he hallado siempre algo que me ha impulsado a perseguir hasta dicha
época temprana la historia de los pacientes” (O. C. p. 946).
Neurosis
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Ahora bien, a medida que Freud fue profundizando en el estudio de los
casos clínicos tratados conforme a los principios técnicos del psicoanálisis,
pudo comprobar que, si bien la mayoría de los pacientes relataban sucesos
traumáticos de índole sexual acaecidos en su infancia, las investigaciones
llevadas a cabo entre los familiares y amigos del enfermo demostraban que
dichos sucesos no podían haber ocurrido nunca, y que, por tanto, debían ser
considerados como productos de la fantasía del sujeto. El propio Freud, en una
carta enviada a su amigo Fliess el 21 de septiembre de 1897, cree necesario
desvelar el gran secreto que se le ha revelado lentamente durante los últimos
meses: “ya no creo más en mi neurótica”, las escenas de seducción que relata
son, en ocasiones, fruto de su fantasía.
Por estos y otros motivos, Freud se ve forzado a reconocer sus errores: “mi
investigación analítica cayó primero en el error de sobreestimar la seducción o
iniciación sexual como fuente de las manifestaciones sexuales infantiles y
germen de la producción de síntomas neuróticos. La superación de este error
quedó lograda al descubrir el papel extraordinario que en la vida psíquica de
los neuróticos desempeñaba la fantasía, francamente más decisiva para la
neurosis que la realidad exterior” (O.C. p. 2667). De hecho, y aunque hasta el
final de su vida Freud no dejó de insistir en la existencia y el valor patógeno de
las escenas de seducción vividas por el sujeto en la infancia, a partir de 1897 el
alcance etiológico del trauma fue disminuyendo en favor de las fantasías y de
las fijaciones a las diversas fases libidinales.
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Puede decirse, pues, que el punto de vista traumático, aun cuando no
resulta abandonado por Freud, se integra en una concepción mucho más
amplia de la neurosis, una concepción que hace intervenir otros factores, como
son la constitución sexual y la historia infantil. Aún más, llama poderosamente
la atención que, en este esquema elaborado por Freud en las Lecciones de
introducción al psicoanálisis (1917), el término traumático no se utiliza para
hacer referencia a las experiencias infantiles que se hallan en el origen de las
fijaciones, sino que se recurre a él para designar un acontecimiento que
sobreviene al sujeto en un segundo tiempo de su historia biográfica. La
importancia y el alcance del trauma, por tanto, se restringe y se subordina a la
historia más tardía del sujeto (sucesos accidentales del adulto), pasando a
asimilarse en esta propuesta a lo que Freud, en formulaciones anteriores,
consideraba simplemente frustración.
Factor hereditario
Predisposición
+ Suceso desencadenante
No Sublimación
Mecanismos
Defensivos Regresión
Síntomas
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En este esquema explicativo, los factores hereditarios (junto con las
vivencias maternas -que actuarían sobre el feto- y las vivencias fetales -que
actuarían sobre la madre-) representan lo que en psicoanálisis se ha dado en
llamar el factor constitucional de la neurosis, un factor que, como hemos
señalado con anterioridad, apunta a una cierta predisposición congénita del
individuo hacia tales enfermedades.
Sin embargo, tampoco podemos olvidar que las vivencias infantiles, sobre
todo si han sido emocionalmente intensas, juegan un papel primordial en la
etiología de las neurosis. Primero, porque dejan una huella indeleble en la vida
de todo ser humano. Segundo, porque determinan los puntos de fijación
vinculados a la infancia a los que el mecanismo de regresión -proceso
psicodinámico que supone el retorno a estadios evolutivos arcaicos de la
organización libidinal- arrastra al sujeto cuando, tras haberse enfrentado a un
hecho traumático sobrevenido y haber fracasado en el intento, surge la
frustración y el desencanto.
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Mecanismos de defensa
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OBRA DEFINICIÓN
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Aislamiento.- Mecanismo de defensa, típico sobre todo en la neurosis
obsesiva, que consiste en aislar un pensamiento o un comportamiento de forma
que se rompan sus conexiones con otros pensamientos o con el resto de la
existencia del sujeto. Entre los procesos de aislamiento podemos citar las pausas
en el curso del pensamiento, fórmulas rituales y, en general, todas las medidas
que permiten establecer un hiato en la sucesión temporal de pensamientos o de
actos.
Vg.- Ingerir las cenizas de los muertos para asimilar sus virtudes.
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consecución de fines socialmente reconocidos. Tiene valores ideales y no
entraña en absoluto patología.
Vg.- El obsesivo que tras rezar una plegaria por su madre enferma -a la que no
quiere demasiado-, se golpea y tapa la boca al finalizar la oración.
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simbólicamente con la representación molesta. El acento, el interés y/o la
intensidad de la representación se desprende de ésta para pasar a impregnar
otras representaciones originalmente poco intensas, aunque ligadas a la primera
por una cadena asociativa.
Vg.- El miedo que se tiene al padre se traslada a los caballos (caso Hans).
Queremos decir con esto que, se mire por donde se mire, el conflicto
neurótico no es sino la dramática consecuencia del fracaso del yo al tratar de
llevar a cabo su labor de síntesis e integración en los tres distintos frentes en
los que ésta debe realizarse: el de los impulsos instintivos, el de las exigencias
morales y el de la realidad externa, un lamentable fracaso que da paso
preferente a los síntomas neuróticos.
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Consideración Denominación del trastorno Grado de regresión
psicoanalítica mental
Neurastenia No existe.
Neurosis actuales (Situaciones actuales)
Neurosis de angustia
Angustia = Fobia
Neurosis histérica Fase fálica
Conversión
Psiconeurosis
Neurosis obsesivo/compulsiva Fase anal
Neurastenia.- Afección descrita por el médico americano George Beard (1839-1883), cuyo
cuadro clínico gira en torno a una fatiga física de origen nervioso. Comprende síntomas de los
más diversos registros: cefaleas, parestesias espinales, dolores vagos, hastío, falta de interés y
empobrecimiento de la actividad sexual. Su origen, al parecer, apunta a una satisfacción
inadecuada de la pulsión sexual en el adulto, concretamente a la masturbación.
Neurosis histérica.- Afección psíquica de cuadros clínicos muy variados cuyas dos formas
sintomatológicas mejor aisladas son la histeria de conversión, en la cual el conflicto psíquico se
simboliza en los más diversos síntomas corporales (cianosis, urticarias, hemorragias, letargia,
etc.), paroxísticos (accesos de hipo, temblores, tics, crisis emocional con teatralidad, etc.) o
duraderos (anestesias, parálisis, sensación de <bolo> faríngeo, etc.), y la histeria de angustia,
en la cual la angustia se halla fijada de forma más o menos estable a un determinado objeto
exterior (fobias). Desde la perspectiva de la regresión de la libido es una patología ligada a la
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fase fálica de la evolución libidinal, ya que es correlativa del complejo de Castración e impone
el planteamiento y resolución del Complejo de Edipo.
Neurosis obsesivo-compulsiva.- Forma de neurosis aislada por Freud en los años 1894-1895
que constituye uno de los grandes cuadros de la clínica psicoanalítica. En su forma más típica,
el conflicto psíquico latente se expresa por los síntomas llamados compulsivos: a) ideas
parásitas de carácter obsesivo, que son reconocidas como propias a pesar de aceptarse su
absurdidad; b) compulsión a realizar actos indeseables; c) constante lucha para sustraerse a
estos pensamientos y tendencias; d) realización de ciertos ceremoniales tendentes a conjurar
las ideas obsesivas; y e) un tipo de pensamiento caracterizado por las dudas, los recelos y los
escrúpulos; síntomas que, inevitablemente, conducen a inhibiciones del pensamiento y de la
acción. En cuanto a la regresión de la libido, es una patología ligada a la fase sádico-anal (anal
secundaria) de la evolución libidinal, una fase en la que la triada orden, avaricia y obstinación
se nos presenta como paradigma del erotismo anal.
Psicosis maniaco-depresiva.- Término acuñado por Kraepelin para referirse a los trastornos
maníacos y depresivos recurrentes que, teniendo rasgos comunes -ambos son trastornos de la
afectividad-, se sucedían unos a otros -evolución cíclica- y tenían un pronóstico y evolución
muy similares -episodios periódicos-. En la fase maníaca -estado de alborozo y/o excitación
desproporcionado con las circunstancias que vive el sujeto-, los síntomas más frecuentes son:
la distraibilidad, la fuga de ideas, la alteración del juicio, la ira, la agresividad y las ideas de
grandeza. En la fase depresiva, el ánimo se muestra marcadamente deprimido por la tristeza e
infelicidad, con algún grado de ansiedad. La actividad está por lo general disminuida, pero
puede haber desasosiego y agitación. Asimismo, hay una marcada propensión a la recurrencia
que, en algunos casos, puede presentarse a intervalos regulares. En lo que a la regresión de la
libido se refiere, es una patología ligada a la etapa oral-sádica -segundo tiempo de la fase oral,
según una subdivisión introducida por K. Abraham en 1924, que coincide con la aparición de
los dientes y de la actividad de mordedura- de la evolución de la libido.
Psicosis esquizofrénica.- Término creado por E. Bleuler (1911) para designar un grupo de
psicosis, cuya afinidad ya había señalado Kraepelin agrupándolas bajo el epígrafe <<demencia
precoz>>, que en psiquiatría, con el paso del tiempo, se han vuelto clásicas: esquizofrenia
hebefrénica -el sujeto pierde progresivamente la capacidad de planificar y prever el futuro,
llevando una vida errante y sin finalidad alguna (se consideran grandes inventores y/o
benefactores de la humanidad)-; esquizofrenia catatónica -el sujeto cae en un alarmante estado
de estupor sin dar respuesta al entorno, estado que se entrelaza con brotes de excitación
insensata y de hiperactividad-; y esquizofrenia paranoide -el sujeto desarrolla un auténtico
sistema delirante en el que todo gira en torno a sí: primero, se siente observado, vigilado y
controlado por una o varias personas; después, llega al convencimiento de que le persiguen y
acosan para matarle o hacerle sufrir; por último, se repliega sobre sí y se aísla de la realidad
objetiva para vivir en un mundo de representaciones fantásticas-.
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Neurosis Psicosis
A la obediencia inicial, sigue una A la fuga inicial sigue una fase activa de
tentativa de fuga. transformación.
PSICOLOGÍA DINÁMICA
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