Sfseguridadciudadana Stamped
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Centros Históricos
From the SelectedWorks of Fernando Carrión Mena
June 1, 2002
Seguridad ciudadana,
¿espejismo o realidad?
OPS / OMS
© De la presente edición:
FLACSO, Sede Ecuador
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Coordinación editorial: Alicia Torres
Cuidado de la edición: Jesús Pérez de Ciriza
Diseño de portada y páginas interiores: Antonio Mena
Imprenta: RISPERGRAF
Quito, Ecuador, 2002
1ª. edición: junio, 2002
Índice
Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Fernando Carrión
Introducción
La violencia urbana se expande, cada vez con mayor fuerza, en las ciudades
de la Región. El incremento real de los actos delictivos y la nueva percep-
ción de la población, provocan cambios manifiestos en las urbes latinoame-
ricanas. Allí están las transformaciones en el urbanismo (amurallamiento de
la ciudad, nuevas formas de segregación residencial), en los comportamien-
tos de la población (angustia, desamparo), en la interacción social (reduc-
ción de la ciudadanía, nuevas formas de socialización) y en la militarización
de las ciudades; amén de la reducción de la calidad de vida de la población.
Según el Banco Mundial (1997), el fallecimiento por causas externas
(homicidios, accidentes y suicidios) representa el 20.5 % del total de años
perdidos por muerte y discapacidad en los hombres. Este dato, a escala
mundial, es del 15.3 %. La OMS estima que alrededor del 7 % de las de-
funciones se deben a estas causas y casi la tercera parte de las lesiones fue-
ron ocasionadas por accidentes y violencias. Durante 1985, los costos socia-
les y médicos superaron los 500.000 millones de dólares.
Según el BID (2001), la información sobre violencia en América Lati-
na arroja resultados francamente alarmantes: cada año cerca de 140.000 la-
tinoamericanos son asesinados; 54 familias son robadas por minuto, 28 mi-
llones al año. La destrucción y transferencia de recursos es aproximadamen-
te del 14.2 % del PIB latinoamericano. Estas cifras significan que “la vio-
lencia es, medida por cualquiera de estos indicadores, cinco veces más alta
14 Fernando Carrión
en esta Región que en el resto del mundo”. Por tanto, América Latina se ha
convertido en el continente más violento del mundo. Y, adicionalmente, se
señala que: “la violencia es en la actualidad —sin duda— la principal limi-
tante del desarrollo económico de América Latina”.
Según la OPS (1997), la tasa de homicidios para América Latina en
1994 fue de 29 y para el Caribe de 11.8 por cienmil. En 10 años, entre
1984 y 1994, la tasa de homicidios aumentó en más del 44 %.
Por el peso de estas cifras y sus conclusiones, se podría pensar que exis-
te un gran conocimiento sobre el tema y que, a su vez, existen políticas pa-
ra enfrentarlo. Desgraciadamente no es así; se conoce muy poco con respec-
to al origen de la violencia y de sus múltiples manifestaciones; situaciones
aparentemente sencillas, como por ejemplo tener el registro de las víctimas,
se han hecho prácticamente imposibles. Más grave aún, y como consecuen-
cia de lo anterior, es la ausencia de una política integral para enfrentar este
flagelo. Hasta ahora, de manera preferente, se han dedicado los esfuerzos ha-
cia la fase del control y represión de la violencia, mediante el incremento de
recursos económicos para las policías y la reforma de los códigos penales.
Como resultado, tenemos el incremento de la población carcelaria, la desle-
gitimación de las instituciones, el aumento de las víctimas y la pérdida de
recursos económicos.
Hoy se ve la necesidad de tener un mayor conocimiento de la proble-
mática y una nueva óptica para enfrentar el problema. Ya no es suficiente
actuar con el sentido común y con la transferencia de recursos hacia la re-
presión; se requiere tener verdaderos observatorios de la violencia, nuevos
conceptos y metodologías para entenderla y novedosas concepciones para
enfrentarla. Esto será posible solo si se incorporan a nuevos actores sociales
y no se convierte en un tema exclusivo de un sector del Estado.
En definitiva, se trata de un problema crucial de la sociedad latinoa-
mericana actual, porque en su enfrentamiento priman enfoques que tienden
a incrementarla en vez de mitigarla. De allí que nos encontremos en los al-
bores de un cambio en el escenario de la violencia (o de la guerra): del cam-
po y las naciones a la ciudad. Sin embargo, desgraciadamente, es aún un te-
ma poco conocido y poco explorado.
Con esta sección, se busca enfrentar y estimular un proceso de inter-
cambio y discusión entre personas e instituciones que trabajan sobre la vio-
lencia común urbana. Pero también, se intenta pasar revista al estado en
De la violencia urbana a la convivencia ciudadana 15
2 “La violencia no solo es ubicua y elusiva, sino que parece crecer y multiplicarse rápidamente en to-
do el planeta, amenazando en convertirse en uno de los problemas más intratables de la especie hu-
mana. Su veloz crecimiento, es probable que la convierta en ‘el problema más importante’ del ser
humano para el Siglo XXI” (Echeverri, 1994: 2).
3 “No existe ni una expresión uniforme ni unívoca de la violencia en su conjunto, sino que la misma
se caracteriza por la diversidad de sus formas y por sus ambigüedades” (Villavicencio, 1993: 3).
18 Fernando Carrión
Cuadro 1
Tasa de homicios en América Latina y el Caribe
(por cada 100.000 personas)
4 “La violencia es uno de los reflejos más dramáticos de los procesos de globalización mundial” (Castillo,
1993: 2).
5 “El fenómeno de la delincuencia urbana a finales de siglo tiene, en el caso del Área Metropolitana
de San Salvador, un contexto especial que le otorga características particulares: la delincuencia ur-
bana se desarrolla luego de más de una década de guerra y de un inédito acuerdo de pacificación
que, en un tiempo relativamente corto, desmoviliza y desarma completamente a las fuerzas guerri-
lleras de izquierda y reduce sustancialmente el tamaño y las atribuciones de las fuerzas armadas gu-
bernamentales” (Lungo y Baires, 1994: 1).
20 Fernando Carrión
6 América Latina tiene 2 ciudades de más de 15 millones de habitantes; 28 urbes que tienen más de
un millón y 35 que pasan los 600 mil habitantes. Esto significa que en la Región hay un universo
de 65 áreas metropolitanas.
7 En 1950 el 41% de la población vivía en ciudades, en 1990 subió al 72 % y al año 2000 se estima
que lo hará el 77 % (Lates 1989).
De la violencia urbana a la convivencia ciudadana 21
Cuadro 2
Tasa de homicidios en algunos países (*)
Departamento Nacional de Planeación
País Homicidios Población Tasa por
(millones) cien mil
Colombia (**) 25,030 32.3 77.5
Sri Lank 2,069 17.0 12.2
Singapur 71 2.6 2.7
Bangladesh 2,847 110.0 2.6
Malasia 386 17.0 2.3
Malawi 153 7.9 1.9
Jordania 66 4.0 1.7
Egipto 775 51.0 1.5
Corea del Sur 565 43.0 1.3
Hong Kong 71 5.7 1.2
Kuwait 20 1.9 1.4
China 11,510 1,105.0 1.0
Indonesia 1,369 175.0 0.8
Subtotal 19,902 1,504.1 1.3
Estados Unidos 18,600 245.0 8.0
Dinamarca 291 5.1 5.7
Francia 2,576 56.0 4.6
Italia 2,451 57.0 4.3
Alemania 2,318 61.0 3.8
Canadá 675 26.0 2.6
Suiza 163 6.5 2.5
Austria 182 7.5 2.4
Australia 282 16.0 1.8
Inglaterra 912 57.0 1.6
Suecia 125 8.3 1.5
Israel 66 4.4 1.5
Japón 1,830 122.0 1.5
Noruega 38 4.2 0.9
Subtotal 31,509 676.0 4.7
URSS 14,848 284.0 5.2
Bulgaria 313 9.0 3.5
Polonia 722 38.0 1.9
Checoslovaquia 176 6.0 1.1
Subtotal 16,059 347.0 4.6
Brasil 37,279 151.6 24.6
Panamá 573 2.5 22.9
México 17,804 86.3 20.6
Nicaragua 636 3.8 16.7
22 Fernando Carrión
8 Conforme el fenómeno delictual aumenta, es la población —como víctima colectiva— la que lo re-
conoce como uno de sus problemas centrales.
9 “En Medellín, además de los problemas físicos y de infraestructura, el factor que más ha deteriorado
la calidad de vida es la violencia —en la última década han muerto 40.000 personas asesinadas—.
Esta realidad refleja problemas de desintegración social y dificultades en la relación del Estado con la
sociedad, y limita el uso lúdico del espacio público y la integración de los grupos sociales; adicional-
mente, desanima la inversión económica” (Corporación Región-Medellín).
10 “Si caminar por las calles es una actividad altamente peligrosa, quedarse en casa también lo es. La
ciudad como cárcel: quien no está preso de las necesidades está preso del miedo” (Galeano 1991;
citado por García, J. 1996).
De la violencia urbana a la convivencia ciudadana 23
11 “Existe una mayor probabilidad de que una mujer sea agredida en su casa por su pareja, que en la
calle por un extraño; es más frecuente que un niño sea agredido sexualmente por un conocido en
su hogar, que por una persona ajena a la familia” (Larrain, S. 1996).
12 Quito, es considerada una ‘ciudad franciscana’ (y el Ecuador una ‘isla de paz’). Una encuesta de In-
forme Confidencial realizada en marzo de 1993, estableció que el 20.7% de la población de la ciu-
dad ve a la inseguridad como su principal problema. Luego con el 20.6% aparece el agua potable y
en tercer lugar, con el 16.9%, el costo de vida.
13 “En la ciudad de Santiago, a los problemas de tamaño excesivo, a la alta concentración de pobla-
ción, a los problemas económicos y ambientales, actualmente se suman los que tienen que ver con
su organización y la seguridad de sus habitantes. Dentro de éstos destaca la violencia delictual”
(Oviedo, 1992: 5).
24 Fernando Carrión
Cuadro 3
Defunciones registradas por accidentes de tránsito de vehículos de motor
y tasa por 100.000 vehículos, alrededor de 1980 y 1990
País Año Defunciones Vehículos por Tasa por Tasa por100,000
registradas 1,000 100,000 vehículos
habitantes vehículos (circ 1980)
Argentina 1989 3,103 179 54 1982 71
Bahamas 1987 47 295 66 1984 60
Barbados 1988 28 169 65 ... ...
Belice 1987 15 23 373 ... ...
Brasil 1987 27,638 88 218 1983 179
Canadá 1990 3,645 595 23 1985 29
Colombia 1990 4,382 41 331 1984 401
Costa Rica 1989 389 81 163 1984 201
Cuba 1992 1,934 41 436 1980 483
Chile 1989 941 76 98 1984 101
Ecuador 1990 2,049 35 555 1982 730
El Salvador 1984 713 23 474 ... ...
Estados Unidos 1989 46,586 757 25 1984 27
Jamaica 1983-1985 61 34 78 ... ...
México 1990 13,974 117 141 1983 223
Nicaragua 1990-1991 366 20 489 ... ...
Panamá 1989 320 68 199 1985 204
Paraguay 1987 225 38 151 1985 162
Perú 1989 809 29 132 1983 215
Puerto Rico 1990 548 436 36 1984 55
Suriname 1986-1989 41 114 91 1983-1984 52
Trinidad y Tobago 1985-1989 172 270 53 1980-1981 79
Uruguay 1990 376 139 87 1985 71
Venezuela 1988 4,296 117 199 1982 188
Fuente: Defunciones: OPS. Base de datos de mortalidad. Programa Análisis de la Situación de
Salud (HDA)
Vehículos (incluidos los vehículos de pasajeros y los comerciales) U.N.,
Statistical Yearbook, 38th issue, Nueva York, 1993.
14 Los efectos económicos son cada vez mayores. En Colombia, según información de Echeverri
(1995), el Ministerio de Salud estimó que en 1993 la violencia causó pérdidas por US 1.250 millo-
nes. En gastos de atención a heridos por violencia, el Ministerio gastó casi US 100 millones en ese
año, lo que podría asegurar la vacunación completa de los niños colombianos en los próximos 20
años.
26 Fernando Carrión
15 “El incremento de la violencia en los últimos años no parece estar asociado a la distribución del in-
greso, ni a la carencia de servicios básicos (patrimonio social). Agreguemos un dato, Medellín, la
ciudad más violenta de Colombia, quizás del mundo, tiene una cobertura de los servicios básicos
cercana al 100%. Quibdó, la ciudad menos violenta de Colombia, es la peor dotada de servicios”
(Gaitán, 1994: 14).
16 “La violencia social ha venido extendiéndose en las ciudades de América Latina a un ritmo que so-
brepasa su propio crecimiento” (De Roux, 1993: 3).
17 “En Colombia, ni el nivel ni la tasa de urbanización son una fuente de violencia” (Gaitán, 1994: 16).
De la violencia urbana a la convivencia ciudadana 27
18 La conflictividad no debe verse en términos morales de si es mala o buena, mucho menos si se cons-
tata que esta cualidad de la ciudad ha producido los mayores desarrollos sociales, económicos y tec-
nológicos de la historia de la humanidad.
19 Por buscar las causas de la violencia, se han perdido de vista los efectos que ésta produce en la eco-
nomía, la sociedad, la cultura y la ciudad.
28 Fernando Carrión
que la violencia sea “uno de los problemas que más deteriora la calidad de
vida de una nación” (Echeverri,1994: 14), y, por otro, porque tiende a ero-
sionar la instancia de lo público20 y la condición de ciudadanía21.
La restricción del origen y fuente de la ciudadanía, y la merma de las
condiciones de vida son, a su vez, causa y efecto de la violencia urbana. Por
ello, su incremento y —por esta vía— el crecimiento de la inseguridad ciu-
dadana y la reducción de la calidad de vida de la población22, que tienden a
afectar la esencia de la ciudad: sus posibilidades de socialización.
Si se parte del hecho de que la ciudad es el espacio principal para la
construcción social, para la constitución de la ciudadanía, para la formación
de una identidad colectiva, se ha de convenir que las violencias generan sen-
timientos contrarios a la convivencia social, tales como el individualismo, la
angustia, la inseguridad y la marginación.
Pero tampoco se deben dejar pasar por alto los efectos indirectos que
la violencia y su combate generan en la población. Se observa una erosión
de la ciudadanía y un deterioro de la convivencia social, porque los habitan-
tes, primeras víctimas del fenómeno, empiezan a asumir mecanismos de au-
todefensa que llevan a modificar su conducta cotidiana: cambios en los ho-
rarios habituales; transformación de los senderos y espacios transitados; res-
tricción de las relaciones sociales, porque todo desconocido es sospechoso;
reducción de la vulnerabilidad personal adquiriendo armas, perros, alarmas
—que ya son parte del paisaje urbano— o aprendiendo defensa personal.
Estas acciones de defensa de la población son causa y efecto de un nue-
vo comportamiento social: individualismo, angustia, inseguridad, margina-
ción, desamparo, aislamiento, desconfianza, agresividad. Y, por si fuera po-
co, la ciudad en construcción va perdiendo espacios públicos y cívicos, y ge-
neralizando la urbanización privada amurallada que segrega aún más lo so-
cial, espacial y temporal; con lo cual, a la par que la población pierde la con-
dición de ciudadanía, la urbe relega sus características socializadoras y su po-
sibilidad de civitas, polis, foro y tianguez (plaza, mercado).
La ciudad latinoamericana continúa fragmentándose, con lo cual se
crean nuevas formas de sociabilidad y se restringe su condición de ámbito
privilegiado de lo público.
Las violencias que se desarrollan en las ciudades tienen actores y móviles va-
riados y multicausales. Cada una de ellas se construye en escenarios sociales
particulares (escuela, familia, barrio, etc.), que dan lugar a expresiones que
tienen un rostro común característico. De la combinación de estos elemen-
tos se pueden encontrar violencias de distinto orden, así como también di-
ferentes propuestas de clasificación.
Factores desencadenantes
24 “En los Estados Unidos, al finalizar el bachillerato, un joven promedio habrá estado frente al tele-
visor el doble de horas que en el salón de clases y habrá presenciado alrededor de 16.000 homici-
dios e infinidad de agresiones en sus expresiones más horripilantes. Tres estudios nacionales en los
Estados Unidos, realizados por diferentes instituciones, llegaron a la misma conclusión: ver violen-
cia en la televisión estimula el desarrollo de comportamientos agresivos, incrementa la violencia e
insensibiliza hacia ella” (De Roux, 1993: 10).
32 Fernando Carrión
De la institución al escenario
26 Quizás a eso se deba que las parroquias urbanas más dinámicas, en la acción de la Iglesia Católica,
sean aquellas administradas por sacerdotes extranjeros, que tienen mayor experiencia urbana previa
que los de origen quiteño. En cambio, los curas ecuatorianos tienen mayor conocimiento y resulta-
dos en el campo.
27 “En los grupos de jóvenes, la violencia se ha convertido en un medio para lograr una figuración so-
cial. Tras el pandillero se encuentra una generación que no ha encontrado los espacios de participa-
ción y reconocimiento social que lo afiancen como sujeto y proyección” (Corporación Región-Me-
dellín 1993).
36 Fernando Carrión
28 En los Estados Unidos, al finalizar la escuela primaria un joven habrá visto un promedio de 8.000
asesinatos y 100 mil actos violentos. Al salir del bachillerato habrá presenciado alrededor de 16.000
homicidios. Los programas infantiles de fin de semana muestran un promedio de 18 actos violen-
tos por hora (De Roux, 1993).
De la violencia urbana a la convivencia ciudadana 37
31 “La matanza de niños y jóvenes, que se está convirtiendo en endémica en varias ciudades del sur de
Brasil, se puede explicar por la percepción de estos niños y jóvenes como criminales en potencia que
deben ser eliminados a cualquier costo. Los escuadrones de la muerte que en la década del 70 per-
siguieron a los disidentes políticos están haciendo que estos niños pobres, sean criminales o no, sean
su blanco favorito” (Pinheiro 1993: 3).
32 Cuando en muchos casos, las pandillas se presentan como estrategias de defensa y seguridad de los
jóvenes.
De la violencia urbana a la convivencia ciudadana 39
Economía de la violencia
El rostro de la violencia
33 “Los individuos condenados por acciones delictuales provienen mayoritariamente de las comunas
que reúnen población de menores ingresos y que presentan mayores problemas ambientales” (Ovie-
do, 1992:17).
34 Indudablemente, esta situación añade factores de dificultad a la construcción de una base estadísti-
ca o de información confiable, porque institucionalmente la responsabilidad queda repartida —in-
cluso— por los diversos lugares donde ocurre el proceso del delito.
42 Fernando Carrión
35 “De acuerdo a los resultados de la encuesta, las áreas centrales son consideradas, en relación a las ba-
rriadas, como las más peligrosas de la ciudad; y, entre las barriadas, las más antiguas en relación a las
recientes y las más cercanas si las comparamos con las periféricas. Los tugurios, por supuesto, son
considerados mucho más peligrosos que las edificaciones barriales” (Del Mastro, M. et al.: 1994: 20).
36 “En Medellín en 1980, aproximadamente el 60% de los homicidios se cometían con arma de fue-
go, y en 1990 la cifra se incrementó al 90%” (Corporación Región-Medellín, 1993: 42).
De la violencia urbana a la convivencia ciudadana 43
Somalia; del segundo, Medellín con una tasa de 450 homicidios por 100
mil habitantes o Río de Janeiro, donde en un fin de semana la policía ase-
sina más de 100 personas; pero también lo acontecido en el metro y en las
zonas de concentración masiva en Tokio.
Las características de esta confrontación actual son más difusas, gene-
ralizadas y sin una clara motivación política de disputa de una hegemonía.
El caso más significativo es el del narcotráfico, que llega al poder pero no
para transformarlo. Así tenemos que la conflictividad y las violencias urba-
nas se incrementan en aquellas ciudades cosmopolitas como Tokio, París,
Madrid, México, Buenos Aires, etc. No se escapan tampoco las de tamaño
menor como Medellín, Guadalajara, Quito o San Salvador.
Si en la guerra entre Estados los contendores son claramente recono-
cidos, en esta nueva expresión del conflicto ni las víctimas y peor los victi-
marios son identificados. En la guerra convencional, el cese de los comba-
tes es el inicio de la paz; en las conflagraciones actuales la pacificación solo
provendrá de políticas de desarrollo, de fortalecimiento ciudadano y del res-
peto al derecho ajeno.
De allí que el tema de la seguridad ciudadana y las ciudades sea cada vez
más recurrente en la mejora de la calidad de vida de la población mundial.
37 “El Estado no tiene legitimidad porque ha dado un trato represivo a conflictos y porque sus agen-
tes han incorporado la lógica privada (‘limpieza social’, violación de derechos humanos, corrupción)
a la función pública más esencial a la sociedad: la seguridad ciudadana y la justicia. Esta realidad da
lugar a que se multipliquen diversas formas de ‘justicia privada’ y a que se generalice una mentali-
dad autodefensiva de la población” (Corporación Región-Medellín).
De la violencia urbana a la convivencia ciudadana 45
Para hacer frente a la violencia delictual urbana, las autoridades han plan-
teado dos salidas: la represión y la privatización.
En general, estas políticas asumen el control de la violencia desde una
óptica inscrita en los marcos de la seguridad nacional y del Estado, con lo
cual no hay una diferenciación, por ejemplo, entre el acto de violencia po-
lítica con el de violencia común o de narcotráfico porque —según sus pre-
ceptos— todas las violencias socavan las bases de la convivencia de la socie-
dad y del Estado, en tanto afectan la propiedad privada, rompen las reglas
del mercado y deslegitiman la acción estatal.
En una constatación, todavía por medirse estadísticamente, se puede
señalar que la mayoría de las violencias se dirigen hacia la población y una
minoría de ellas hacia el Estado. Pero el caso es que la acción del Estado es
más bien inversamente proporcional, a pesar de que en la actualidad las vio-
lencias afectan más a los ciudadanos y a sus instituciones, que al Estado y
sus órganos. En general, los estados latinoamericanos prestan mayor aten-
ción a las violencias —llamadas macro— relacionadas con el narcotráfico y
la guerrilla, que a las comunes, siendo paradójicamente que la mayor canti-
dad de víctimas proviene de esta última.
El Estado se convierte en el depositario de la seguridad demandada por
las clases propietarias contra las peligrosas. Estos sectores conciben al Esta-
do (policía, ejército, justicia) como el garante de la protección colectiva de
la población y exigen mano dura a la fuerza pública y al conjunto de los apa-
ratos estatales para que se protejan sus bienes y vidas.
En este caso las acciones fundamentales se dirigen hacia el control de la
violencia bajo una óptica represiva, que se caracteriza entre otras cosas por:
46 Fernando Carrión
38 En todas nuestras sociedades se crean los mitos del ‘delincuente del siglo’ o del ‘delincuente más bus-
cado’, con el fin de crear a su vez, el éxito más importante para la Policía.
De la violencia urbana a la convivencia ciudadana 47
La gobernabilidad de la violencia
El caso colombiano
40 Como lo señala el ex alcalde de Cali, Dr. Rodrigo Guerrero, la cacería de tigres sólo es posible rea-
lizarla donde hay tigres.
41 Se recomienda revisar el trabajo de Álvaro Camacho: ¿Seguridad para la gente, o seguridad para el Es-
tado?, Universidad Nacional de Colombia, 1994.
50 Fernando Carrión
42 Se han creado, entre otros, los siguientes organismos: Consejerías Presidenciales, Centros de Con-
ciliación Ciudadana, Conciliadores en Equidad, Comisiones Especiales de Quejas, Casas de la Ju-
ventud, Centros locales de Amor y Buenaventura, Juntas de Participación, Comisarías de Familia,
Consejos de Seguridad, Comisión de Paz, Oficinas de Derechos Humanos, Núcleos de Vida Ciu-
dadana. A estos deben sumarse los organismos tradicionales de la policía, justicia, municipios, go-
bierno nacional, etc.
43 Es una reunión semanal presidida por el Alcalde y con la participación de representantes de la po-
licía, fiscal seccional, funcionarios municipales, tránsito, etc. con el fin de analizar y tomar decisio-
nes respecto del problema.
44 Son reuniones semanales que sostiene el Alcalde y su equipo de gobierno, en cada una de las comu-
nas, con las Juntas Administradoras Locales (JAL), con el fin de definir las necesidades comunales,
el cumplimiento de las obras y el seguimiento presupuestario.
De la violencia urbana a la convivencia ciudadana 51
Casos relevantes
Conclusiones
45 “¿Cómo se puede pedir a las autoridades efectividad en la lucha contra la delincuencia si los ciuda-
danos no están dispuestos a ayudar a ser protegidos?” (Castillo, 1993:8).
46 “La seguridad ciudadana, más allá de su carácter de tema ‘ideologizado’, es ante todo un derecho al
que le corresponde un deber” (Camacho, A. 1995).
54 Fernando Carrión
de una institucionalidad que procese los conflictos, sobre la base de una pe-
dagogía de la convivencia ciudadana inscrita en una estrategia de orden pú-
blico democrático.
Como la violencia recrudece cuando la sociedad no logra instituciona-
lizar mecanismos no violentos de resolución de conflictos, es hora de moder-
nizar y descentralizar el sistema judicial en su conjunto, para hacerlo menos
politizado y más eficiente. Y por otro lado, hay que reducir la conflictividad
judicial, por ejemplo, con la introducción de la justicia comunitaria, la con-
ciliación y el arbitraje para descongestionar el sistema judicial, y con la pues-
ta en práctica de agencias comunitarias, comisarías de familia o de género.
En otras palabras, es el momento para introducir mecanismos alterna-
tivos de solución de conflictos, que respeten la diversidad y que pongan a
prueba aspectos de la justicia consuetudinaria (derecho nacido de la cos-
tumbre).
Es singular la importancia de la investigación, articulada al diseño de
políticas y programas públicos, tal como se evidencia en Cali, donde la Al-
caldía y la Universidad del Valle mantienen estrechos lazos de colaboración.
Pero debe ser una investigación que combine aspectos teóricos-analíticos y
descriptivos. Este es un campo que requiere por igual un desarrollo teórico
y una producción de información confiable. La dispersión de fuentes, la dis-
paridad de datos, la dificultad de definir y clasificar la violencia, los proble-
mas culturales de los denunciantes, las características del hecho delictivo,
etc., hacen del tema de la información un aspecto medular.
Al respecto se pueden señalar dos experiencias interesantes: la del Dis-
trito Federal de México, donde se ha conformado una red de información
en materia de prevención del delito y justicia penal y, el de Cali, que busca
unificar los registros de información mediante el establecimiento de un
Consejo de Seguridad coordinado por la Alcaldía, para permitir, entre otros
aspectos, afinar la obtención, procesamiento y análisis de la información.
Es necesario repensar, redefinir y fortalecer los espacios de socializa-
ción fundamentales de la sociedad urbana latinoamericana: la familia, la es-
cuela, los medios de comunicación, la ciudad, etc., así como la creación de
nuevos ‘lugares’ y mecanismos institucionales que solucionen los conflictos,
de pedagogía para la convivencia, la comunicación y la expresión de senti-
mientos.
De la violencia urbana a la convivencia ciudadana 55
Bibliografía
Alcaldía de Cali, DESEPAZ
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La violencia en América Latina y el Caribe
Mayra Buvinic*
Andrew Morrison*
Michael Shifter*
Basta con leer los titulares de los periódicos y escuchar las conversaciones
que tienen lugar a diario en América Latina y el Caribe, para darse cuenta
de que el tema de la violencia es la principal preocupación para la mayoría
de los ciudadanos. Poca gente en la Región ha escapado a los efectos de lo
que se reconoce como un problema multidimensional y multifacético; casi
todos tienen una historia que contar, muchas veces de manera bastante grá-
fica. Los resultados de encuesta tras encuesta resaltan la gravedad y la fre-
cuencia de este problema.
Estas percepciones públicas han sido confirmadas por datos estadísti-
cos que, a pesar de ser fragmentarios y parciales, indican que la Región está
entre las más violentas del mundo (Banco Mundial 1997). Según los datos
comparativos más recientes de homicidios (1990) para las diversas regiones
del mundo, América Latina y el Caribe tenían una tasa de homicidios de
más del doble del promedio: 22.9 por 100.000 habitantes, el promedio
mundial es de 10.7 (Murray y López 1996a y 1996b). Sólo los países afri-
canos al sur del desierto del Sahara tenían una tasa mayor (40.1); ninguna
otra región del mundo tenía una tasa de homicidios superior a 9 por cada
100.000. Estimaciones aún más recientes para América Latina y el Caribe
1 Los datos de América Latina y el Caribe fueron provistos por el Programa de Análisis de la Situación de Salud de
la División de Salud y Desarrollo Humano, Organización Panamericana de la Salud. Las cifras están basadas en
la mortalidad según la causa de muerte y fueron otorgadas por los países miembros de la OPS. Estos datos se al-
macenan en las bases de datos del Sistema de Información Técnica de la OPS. La tasa de homicidios para Amé-
rica Latina en 1994 fue de 29.0, mientras que para el Caribe fue de 11.8 por cada 100.000 habitantes.
2 La fuente para los datos es la misma que la del primer pie de página.
La violencia en América Latina y el Caribe 61
3 La Comisión Interamericana de Mujeres de la Organización de Estados Americanos (OEA) ha sido útil en resal-
tar la dimensión de derechos humanos de la violencia doméstica. La Convención de Belem do Pará, que compro-
mete a los gobiernos firmantes a trabajar por la eliminación de la violencia doméstica, surgió gracias a los esfuer-
zos de la OEA y de diversas activistas en la Región.
62 Mayra Buvinic, Andrew Morrison, Michael Shifter
Cuadro 1
Crimen vs. violencia: ejemplos
Definición legal
Violencia criminal Violencia no criminal
Robo a mano armada. Violencia doméstica.*
Violenta Asalto. Violación marital.*
Conducta
Tipos de violencia
puede categorizar según distintas variables: los individuos que sufren la vio-
lencia (mujeres, niños, hombres jóvenes, ancianos, incapacitados), los agen-
tes de violencia (pandillas, narcotraficantes, jóvenes, muchedumbres), la na-
turaleza de la agresión (psicológica, física o sexual), el motivo (político, ra-
cial, económico, instrumental, emocional, etc.) y la relación entre la perso-
na que sufre la violencia y la persona que la comete (parientes, amigos, co-
nocidos o desconocidos). En este artículo, por razones conceptuales y de
implicaciones para-políticas, se usa esta última categorización para clasificar
todos los actos violentos en dos grupos generales y se habla sobre la violen-
cia entre personas que tienen una relación consanguínea, de matrimonio
formal o de tipo consensual4 denominada ‘violencia doméstica’ y la violen-
cia que ocurre entre individuos que no están relacionados de esta manera,
denominada ‘violencia social’. La primera, generalmente ocurre dentro de
los confines del hogar, mientras que la última usualmente ocurre en la calle
o lugares públicos y es, en consecuencia, más visible5.
Las clasificaciones más comunes de la violencia doméstica se han he-
cho según el tipo de violencia y la identidad de su víctima o víctimas. La
violencia doméstica puede ser física, psicológica o sexual. La ‘violencia físi-
ca’, el tipo más obvio de violencia doméstica, incluye el hecho de abofetear,
empujar, estrangular, patear, golpear, doblar el brazo, causar quemaduras in-
tencionalmente, retener a alguien contra su voluntad o herir a esa persona
con un cuchillo u otro objeto. En el contexto de violencia doméstica con-
tra mujeres, la ‘violencia psicológica’ es más común que la violencia física,
ocurre cuando un individuo es víctima de insultos frecuentes, es amenaza-
do, sus posesiones personales son destruidas o es sujeto de amenazas o gri-
tos, como un medio predominante para lograr someterlo o como una ma-
nera de resolver conflictos6. En el caso de los niños, parece suceder lo con-
trario, ellos son víctimas de abuso físico mucho más a menudo que de abu-
4 La violencia entre individuos que anteriormente hayan pertenecido al mismo hogar (especialmente entre ex espo-
sos o ex cohabitantes) también se clasifica como violencia doméstica.
5 Este esquema de clasificación se centra en la violencia interpersonal. Este artículo trata el vandalismo y otras for-
mas de violencia contra la propiedad sólo indirectamente, desde el punto de vista de que éstos pueden incentivar
la violencia interpersonal; sin embargo, es importante notar que algunas políticas de intervención diseñadas para
reducir la violencia interpersonal también pueden llevar a reducir la violencia contra la propiedad.
6 Nótese que esta categorización incluye implícitamente lo que algunos investigadores llaman ‘violencia económi-
ca’ (el control o negación de acceso a recursos) bajo el encabezado de violencia sicológica. Los ancianos, los inca-
pacitados y las mujeres son especialmente vulnerables a este tipo de violencia.
64 Mayra Buvinic, Andrew Morrison, Michael Shifter
7 A pesar de que el abuso sexual de mujeres y niños es ciertamente la manifestación más común de abuso sexual
en la Región, también hay perpetradores femeninos, víctimas masculinas e incidentes dentro del mismo sexo.
La violencia en América Latina y el Caribe 65
8 Al mismo tiempo, el uso sostenido de la violencia instumental puede llevar a mayor violencia emocional, a medi-
da que los individuos se acostumbren a resolver los problemas violentamente.
66 Mayra Buvinic, Andrew Morrison, Michael Shifter
Cuadro 2
Los costos socioeconómicos de la violencia: tipología
- Mayor ausentismo.
- Impactos de la productividad intergeneracional mediante repetición
de cursos y el menor desempeño educativo de los niños.
- Menores inversiones y capacidad de ahorro.
- Fuga de capital.
* Algunos de éstos se verán parcialmente reflejados en los costos médicos. Sin embargo, en casos don-
de los individuos no buscan tratamiento médico, los impactos sobre la salud deben considerarse como
parte de los costos monetarios.
10 Un porcentaje muy reducido del gasto nacional para el aparato de seguridad está destinado a proveer servicios po-
liciales y judiciales para casos de violencia doméstica. Ya que este porcentaje es extremadamente bajo en todos los
países de la Región, tratamos los gastos policiales y judiciales como si pertenecieran exclusivamente al tema de vio-
lencia social.
11 Si se consideran todos los gastos para los sistemas encargados de la ejecución de la ley y de la justicia criminal co-
mo ‘costos directos de violencia’, esto va a exagerar los verdaderos costos directos, debido a que algunos de estos
gastos existirían incluso si no existiera violencia. Además, la propia existencia de la aplicación de la ley y de la jus-
ticia criminal podría prevenir algo de la violencia (instrumental).
La violencia en América Latina y el Caribe 71
12 Hay que ser cuidadoso para evitar una doble contabilidad. Si un episodio de rnorbilidad genera una demanda pa-
ra servicios médicos, no se considera como ‘costo no monetario’ y debe ser incluido dentro de la categoría ‘costos
directos’.
13 AVISA no sólo incluye los años perdidos por mortalidad prematura, sino que también los años que la persona ha
estado afectada por incapacidad o enfermedad.
72 Mayra Buvinic, Andrew Morrison, Michael Shifter
el 94 por ciento de las mujeres abusadas perdieron, por lo menos, un día há-
bil de trabajo al año como resultado del abuso sufrido y el 50 % de las mu-
jeres abusadas se ausentaron del trabajo hasta tres días al mes (Stanley
1992). En Canadá, el 34 por ciento de las mujeres maltratadas y el 11 por
ciento de las víctimas de asalto sexual, indicaron que no podían trabajar el
día después del asalto, generando pérdidas de 7 millones de dólares cana-
dienses por año (Greaves 1995). Desafortunadamente, no hay evidencia so-
bre la pérdida de trabajo y ausentismo para países de América Latina y el
Caribe.
Con respecto al impacto de la violencia doméstica en la capacidad de
la mujer para obtener ingresos, existe evidencia clara derivada de un estudio
realizado por Morrison y Orlando (próximo a publicarse) de que las dife-
rencias entre las remuneraciones laborales de las mujeres afectadas por vio-
lencia física severa y las que no han experimentado este tipo de violencia son
muy grandes. En Managua, Nicaragua, las mujeres que sufren severa violen-
cia física ganan sólo un 57 por ciento de lo que ganan sus compañeras que
no sufren abuso. En Santiago, Chile, este porcentaje es de 39 por ciento. En
Chile, las pérdidas de ingresos para todas las mujeres representan más del
2% del PIB chileno de 1996. En Nicaragua, las pérdidas constituyen apro-
ximadamente un 1.6% del PIB de 1996. Vale la pena recalcar que estas pér-
didas incluyen solamente el impacto sobre el ingreso de la mujer y no cap-
tan el impacto sobre la participación laboral en sí, ni tampoco el impacto
sobre el ausentismo.
El último tipo de efecto multiplicador económico de la violencia do-
méstica es el impacto intergeneracional que ésta tiene en el futuro económi-
co de los niños. Los niños que sufren o que son testigos de abuso domésti-
co tienen más probabilidades de tener problemas disciplinarios en el cole-
gio y podrían tener más probabilidades de repetir cursos (Morrison y Or-
lando, próximo a salir). En Chile, a los niños que indicaron haber sufrido
abuso serio, les fue considerablemente peor en el colegio que a los niños que
informaron no haber sido víctimas de abuso físico (Larrain et al. 1997). Es-
tos efectos sugieren el impacto directo que ejerce la violencia doméstica so-
bre el capital humano de estos niños y su habilidad futura para obtener un
empleo adecuado con un salario decente.
La violencia social también tiene importantes efectos multiplicadores
económicos. El BID auspició estudios acerca del impacto económico de la
74 Mayra Buvinic, Andrew Morrison, Michael Shifter
Cuadro 3
Costos económicos de la violencia social en seis países latinoamericanos
(expresados como porcentaje del PIB de 1997)
Fuente: Juan Luis Londoño (1998). Epidemiología económica de la violencia urbana. Mimeo.
14 En Colombia se encuestó a jóvenes de entre 18 y 24 años y se les preguntó: “¿A quién cree Ud. que le va bien en
Colombia? (What grotips do you think are doing well in Colombia?). Las respuestas (que no son mutuamente ex-
cluyentes) fueron: políticos (41%), gente rica (25 %), oportunistas/‘vivos’ (18%), gente deshonesta (17%), gente
con contactos (15%), individuos con suerte (14%); los que trabajan, ocupando los últimos lugares en la lista, no
es de sorprenderse que la juventud colombiana a menudo recurra a la violencia para obtener sus metas. Véase Cue-
llar de Martínez (1997) para tener los resultados de esta encuesta en su totalidad.
La violencia en América Latina y el Caribe 77
La violencia social constituye cada vez más la mayor amenaza para las
libertades fundamentales, el acatamiento de la ley y la consolidación demo-
crática (Fruhling 1995, Instituto de Defensa Legal 1996, Gregori 1997). La
violencia estructural, donde las fuerzas policiales y/o grupos paramilitares se
transforman en agentes de violencia perpetrada a ciertos grupos, especial-
mente a niños de la calle, menoscaba la democracia y genera más violencia.
Además, las instituciones democráticas enfrentan nuevas demandas y desa-
fíos creados por la inseguridad colectiva, que no sólo afecta el desarrollo eco-
nómico sino que también deja serias dudas respecto a su habilidad para tra-
tar efectivamente el crimen. Como resultado, es muy grande el impacto po-
lítico de la violencia social dentro de un contexto regional caracterizado por
una cultura democrática débil (Fruhling 1995).
Cuadro 4
Factores de riesgo para la violencia
Individual Hogar
Género. Tamaño/densidad del hogar.
Edad. Historia de violencia familiar.
Antecedentes biológicos. Dinámicas y normas del hogar.
Nivel educacional. Nivel de pobreza del hogar.
78 Mayra Buvinic, Andrew Morrison, Michael Shifter
Nivel socioeconómico.
Situación laboral.
Abuso de drogas y alcohol.
Exposición temprana a la violencia.
Comunidad/Sociedad
Desigualdad social.
Historia de violencia social (guerras).
Efectividad de instituciones de control social.*
Disponibilidad de armas y drogas.
Violencia en los medios de comunicación.
Normas culturales.
Nivel de pobreza del vecindario.
Tasa de crimen del vecindario.
Características ambientales del vecindario (cantidad de casas, alumbrado públi-
co en las calles, etc.).
* Éstas incluyen el poder judicial y la policía, así como importantes organizaciones de la sociedad ci-
vil, tales como la iglesia y los grupos de la comunidad.
Factores individuales
La evidencia sugiere que un conjunto de factores individuales inciden de
gran manera en los patrones de violencia doméstica y social. Estos factores
son: género, edad, características biológicas o fisiológicas, nivel educacional,
nivel socioeconómico, situación laboral, uso de drogas o alcohol y el hecho
de haber sufrido o presenciado abuso físico en la niñez. Cada factor de ries-
go tiene su propio impacto marginal en la probabilidad de que un indivi-
duo se comporte violentamente.
Los hombres son más agresivos que las mujeres en todas las sociedades
humanas donde se dispone de información y ésta es la única diferencia en
el comportamiento de los sexos que sale a relucir antes de la edad de dos
años, lo que indica que hay raíces biológicas para la agresión masculina
(Maccoby y Jadelin 1974). El riesgo de conducta violenta es mayor aún si
una persona sufre de anormalidades cerebrales o tiene anomalías neurológi-
cas, lo que aumenta la posibilidad de actuar en forma violenta. Otras dis-
La violencia en América Latina y el Caribe 79
tro hijos o más resultaron ser tres veces más violentos con sus hijos que los
padres con un solo hijo (Larrain et al. 1997). Una posible explicación para
este hecho es que la mayor densidad o hacinamiento de las familias más
grandes conlleva frustración y propicia conductas violentas. En el mismo es-
tudio, niños con padres que son violentos entre ellos también sufrieron mu-
cho más abuso físico que los niños cuyos padres no son violentos. Las fami-
lias violentas tienden a perpetuarse. También hay otros comportamientos
disfuncionales en la dinámica de las familias y de los hogares, como la inca-
pacidad para desempeñar el rol de padres —incluyendo falta de control y
supervisión de los niños—, que están vinculados con comportamiento an-
tisocial, agresivo y criminal (Dahlberg 1998, Farrington 1991). Un estudio
transcultural realizado en 90 sociedades mostró que aquéllas con altos nive-
les de violencia eran también las que tenían normas autoritarias en el hogar,
donde el hombre era dominante y existía una aceptación social de la violen-
cia física (Levinson 1989). Escritoras y activistas feministas han resaltado
que las relaciones desiguales entre los géneros son un factor central cuando
se trata de explicar la violencia doméstica contra las mujeres. En los Estados
Unidos, por ejemplo, una encuesta sobre violencia familiar realizada a nivel
nacional en 1975, mostró que la violencia contra las esposas tenía mayores
probabilidades de ocurrir cuando dependían económica y psicológicamen-
te de maridos dominantes (Berkowitz 1993).
González y Gavilano (por publicarse), en un estudio de violencia do-
méstica contra mujeres en Lima, Perú, descubrieron que la pobreza en los
hogares aumenta la probabilidad de violencia psicológica y general, pero
no la violencia física, ni sexual. El hallazgo (manteniendo otros factores
constantes) de que la violencia contra la mujer tenga mayores probabilida-
des de darse en hogares más pobres puede tener dos explicaciones. La pri-
mera es que la pobreza en sí causa mayor violencia. La segunda es que la
pobreza (o bajo nivel socioeconómico) no es en sí la causa directa de la
conducta violenta, más bien, la pobreza está asociada con el estrés adicio-
nal que causa la incertidumbre, las precarias condiciones económicas y el
hacinamiento. En general, las personas que tienen una predisposición a
comportarse agresivamente (ya sea por naturaleza o por formación) de-
muestran esta actitud con más frecuencia en situaciones de estrés. En otras
palabras, la frustración y el estrés son un detonador situacional de la vio-
lencia (Berkowitz 1993).
La violencia en América Latina y el Caribe 81
Los políticos y funcionarios públicos que están conscientes, tanto de los cos-
tos socioeconómicos generados por la violencia y el incremento de la vio-
lencia doméstica y social, como del incremento de la violencia a través del
tiempo, quieren actuar de inmediato para reducir los niveles de violencia.
Las acciones deberán estar orientadas a los diversos factores que contribu-
84 Mayra Buvinic, Andrew Morrison, Michael Shifter
Aprendizaje de la violencia
vadores en los Estados Unidos y Canadá que enseñan a los niños habilidades
para resolver conflictos de manera pacífica (véase Jaffe, Sundermnann y
Schiek, por publicarse), han generado resultados positivos. Las escuelas son
también un vehículo ideal para identificar niños y familias con ‘alto riesgo’
de violencia, que se pueden beneficiar con los servicios disponibles. Las in-
versiones complementarias incluyen buenos programas de enseñanza para
que los padres puedan reforzar en la casa las lecciones aprendidas en las es-
cuelas y programas para las etapas tempranas de desarrollo del niño, que pro-
vean atención médica y apoyo adecuados para las madres y les den a los ni-
ños la crianza y los modelos a seguir necesarios para un desarrollo saludable.
También son apropiadas las actividades educativas informales de la co-
munidad, donde se enseña a los ciudadanos sobre las sanciones legales con-
tra la violencia, las estrategias efectivas de prevención con base en la comu-
nidad y los servicios sociales disponibles para las víctimas de la violencia. Es
importante que las organizaciones no gubernamentales, así como las distin-
tas asociaciones comunitarias, emprendan estos esfuerzos. Los grupos que
abogan por los derechos de la mujer pueden ser muy instrumentales en la
implementación de actividades educativas informales que combatan la vio-
lencia doméstica. Además, se pueden dirigir actividades similares a la au-
diencia masculina, ya que son los hombres los agresores más probables, co-
mo se está realizando en Argentina, Chile, Costa Rica, Jamaica, Trinidad y
Tobago y México. Estos programas tienen un componente remediador, que
enseña a los hombres violentos a controlar su comportamiento y un com-
ponente preventivo, en el que se ayuda a desvincular las nociones de mas-
culinidad y violencia.
Las campañas educacionales de los medios de comunicación masivos
son una respuesta potencialmente efectiva, ya que proporcionan modelos de
comportamiento pacífico y refuerzan las respuestas pacíficas. El Banco In-
teramericano de Desarrollo, en colaboración con varios gobiernos y grupos
que abogan por los derechos de la mujer en Latinoamérica y el Caribe, de-
sarrolló y distribuyó un video educativo que busca aumentar la toma de
conciencia respecto al problema de la violencia doméstica. Los efectos edu-
cativos pueden involucrar los medios de comunicación comerciales, incen-
tivándolos a producir y difundir imágenes más positivas de interacciones in-
terpersonales (hombre-mujer, adulto-niño). Puede ser muy positivo mostrar
ejemplos de soluciones pacíficas a los conflictos, especialmente en los pro-
88 Mayra Buvinic, Andrew Morrison, Michael Shifter
Abuso de sustancias
Pobreza y desigualdad
Disponibilidad de armas
Se sabe a ciencia cierta que uno de los mayores factores de riesgo, particu-
larmente en la violencia social, es la disponibilidad de armas. Las armas in-
92 Mayra Buvinic, Andrew Morrison, Michael Shifter
Próximos pasos
Cuadro 5
Acciones para prevenir la violencia, clasificadas por sector
Sector
- Programas educacionales que enseñan destrezas
para resolver conflictos.
Educación - Programas de estudio y textos escolares no sexistas.
- Intervenciones a nivel cognitivo (control de la ira, autocon-
trol cognitivo, razonamiento moral y desarrollo de empatía
social).
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Seguridad ciudadana
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Introducción
En las ciencias sociales existen dos teorías básicas para el estudio de la vio-
lencia y de la conducta delictiva, que se presentan en diversas combinacio-
nes: la teoría de las formas de socialización y la teoría de la ruptura o de la
anomia. En el primer caso, el énfasis se coloca en la socialización, es decir la
violencia comprendería dimensiones organizativas, institucionales y cultu-
rales que pueden conducir a la selección de estrategias violentas por parte de
ciertos actores sociales. En esa línea, la teoría de Sutherland afirma que las
causas primarias del delito se derivarían de la existencia de grupos ‘subcul-
turales’ de delincuentes (grupo de amigos, familia, cárcel), que traspasan los
conocimientos delictuales (ILPES 1997).
En el segundo caso, privilegiando como factores explicativos las di-
mensiones estructurales y sociales, la violencia surgiría de la ruptura o desa-
juste del orden social, es decir, de cambios sociales acelerados como efecto
de la industrialización o la urbanización, por ejemplo, que disuelven los me-
canismos tradicionales de control social y generan una brecha entre aspira-
ciones y los medios social y culturalmente aceptados para hacer realidad esas
aspiraciones (Martínez 1990). En esa línea, la teoría de Maltón sostiene que
la conducta delictiva depende de la capacidad de los individuos para alcan-
zar las metas-éxitos de acuerdo a su entorno social y a la importancia asig-
nada al éxito económico (ILPES 1997). Por tanto, desde esta perspectiva,
existiría una correlación importante entre pobreza y delincuencia.
En este contexto de aceleradas modificaciones en el ámbito económi-
co y desarrollo de nuevas necesidades económicas, deterioro en la calidad
de vida de grandes sectores de la población y la falta de solución a proble-
mas de larga data (guerras civiles, desigualdad de la distribución del ingre-
so y el acceso a la tierra), la delincuencia aparecería como un camino de au-
todefensa de los desplazados sin fortuna (delincuencia tradicional: robos,
hurtos, asaltos) o como la nueva forma de hacer dinero fácil por la vía de
la corrupción (delincuencia económica) o por medio de nuevas modalida-
Seguridad ciudadana y violencia en América Latina 111
Cuadro 1
América Latina 1997: Presencia de factores de riesgo de violencia urbana
Factores de riesgo Países con alta Países con presencia Países con baja
presencia media presencia
2. Pobreza de los 40% y más de los 20% y 39% de los Menos de 20% de
hogares urbanos. hogares hogares los hogares
Bolivia, Ecuador, Brasil, Colombia, Argentina, Chile,
Guatemala, Haití, El Salvador, México, Costa Rica y
Honduras, Nicaragua, Panamá, Perú y República Uruguay.
Paraguay y Venezuela. Dominicana.
Recuadro 1
México. Las tasas más altas registradas son las del área andina, y los mayo-
res aumentos se verifican especialmente en Colombia, donde la violencia es
la principal causa de muerte. Las tasas más bajas se encuentran en el Cono
Sur y en el Caribe inglés. Además, se mantiene la tendencia a que las más
altas tasas de homicidios se encuentren con mucha mayor frecuencia entre
los hombres que entre las mujeres (Arriagada y Godoy 1999).
Junto con el aumento en las tasas, existe gran heterogeneidad entre su-
bregiones, países y ciudades de un mismo país. El Salvador, con la tasa de
homicidios más alta, de 117 por cien mil habitantes, contrasta fuertemente
con Chile, que tiene una tasa de 1.8 homicidios por cien mil habitantes al-
rededor de 19953 (véase cuadro 2). La situación de El Salvador llama la
atención por su gravedad, aunque las cifras deben examinarse con cierto
cuidado puesto que en ese país no existe una institución gubernamental o
no gubernamental que sistematice la información sobre violencia. Los datos
obtenidos provienen de la Fiscalía General de la República (FGR) y son los
de mayor cobertura, aunque no concuerdan con los proporcionados por
otras fuentes.
La evolución en Colombia muestra un descenso en relación con 1990,
sin embargo, la magnitud total de delitos se ha mantenido constante y la
percepción de la sociedad sobre la inseguridad en la que viven ha sido cre-
ciente (Trujillo y Badel 1998). La violencia homicida en Colombia ha sido
definida como una violencia rutinaria y generalizada entre los ciudadanos,
la que reflejaría un país en guerra, puesto que ninguna sociedad presenta en
tiempos de paz niveles semejantes de violencia (Rubio 1998b).
A pesar de las diferencias entre países y regiones al interior de un país4,
la mayoría presenta un incremento de los homicidios. Durante el período
de 1980 a 1990, de un total de 12 países, en 9 aumentó la tasa de homici-
dios y en tres de ellos han aumentado de cuatro a seis veces (Panamá, Perú
y Colombia). Entre 1990 y mediados de la década, las tasas de homicidio
3 En Chile, las cifras para 1990 de 3.0 y para 1996 de 1.8 por cien mil corresponden a las denuncias
por homicidios a Carabineros, en 1990 los casos de homicidio ingresados a los tribunales de justi-
cia alcanzaban a 9.1 y en 1996 a 8.2 por cada cien mil habitantes, en tanto los aprehendidos alcan-
zaban a 6.7 en 1990 y a 4.9 por cien mil habitantes en 1996 (Paz Ciudadana 1998a). Consideran-
do cualquiera de estos indicadores, entre 1990 y 1996 las tasas habían disminuido.
4 En Colombia, en 1996 las tasas alcanzaban a 208 en Medellín, 108 en Cali, 60 en Bogotá y 35 en
Cartagena de Indias (CRNV, Colombia 1996).
Seguridad ciudadana y violencia en América Latina 119
Cuadro 2
América Latina (13 países) 1980, 1990 y 1995: Tasas de
homicidio por cada 100 mil habitantes
Fuentes: Ayres (1998), OPS (1998), Perú Instituto INEI (1998), Paz Ciudadana (1998a), BID (1998),
Costa Rica INEC (1999) .
5 El último informe de la Fundación Paz Ciudadana indica que entre 1995 y 1998 la participación
de los jóvenes entre 14 y 18 años en robos con violencia ha aumentado en un 207% (La Tercera
10/7/1999).
Seguridad ciudadana y violencia en América Latina 123
los aprehendidos por delitos, los que son hombres jóvenes, solteros, de es-
tratos socioeconómicos bajos.
Un estudio sobre estadísticas criminales de delitos por drogas entre
1985 y 1994, concluye que los jóvenes están sobre-representados en las de-
tenciones y sub-representados en las cárceles para todos los delitos graves
(homicidio, violación, robo, hurto y drogas). Entre 1986 y 1993, para el
conjunto de delitos mencionados, un 35% del total de detenidos eran me-
nores de diecinueve años, y de los ingresados a la cárcel, el 12% eran jóve-
nes. Este hecho muestra “la alta vulnerabilidad de los jóvenes por el sólo he-
cho de serlo y la predisposición para incriminarles de los funcionarios poli-
ciales” (De Rementería 1998: 114).
Junto con esta mayor participación de jóvenes, se han observado ade-
más cambios en el perfil de los delincuentes y en las formas de ejecutar sus
delitos. Autoridades policiales en Chile indican que en los últimos años se
aprecia un mayor porcentaje de delincuentes armados (cerca de un 99%), y
una extensión del consumo de drogas entre ellos (un 70% de los jóvenes que
delinquen)6. Algunos estudios han señalado que las pautas de conducta de
los condenados se han modificado, ya que la mayoría de ellos son adictos al
consumo de alcohol y a las drogas siendo más propensos, por tanto, a acti-
tudes violentas que en el pasado (Cooper 1994).
Cuadro 3
América Latina. prevalencia de violencia doméstica en la década del noventa
8 Un estudio reciente ejecutado por la Universidad de Chile a petición del SERNAM revela que en
Santiago (región metropolitana) el 50.3% de las mujeres ha sufrido violencia física, sexual o psico-
lógica de parte de sus parejas. De ese total, el 34% ha sufrido violencia física y/o sexual y el 16.3%
violencia psicológica exclusivamente. Esta violencia ocurre entre el 38% de mujeres de estratos me-
dio-altos, entre el 44.8% de estratos medios y entre el 59.4% de estratos bajos (Universidad de Chi-
le 2001).
126 Irma Arriagada
9 Nivel de vigilancia equivalente: es la oferta de los servicios de vigilancia por comunas (Silva 1999).
10 Véase capítulo Agenda Social del Panorama Social de América Latina, edición 1996.
Seguridad ciudadana y violencia en América Latina 129
Algunas conclusiones
efectiva las acciones a emprender por las autoridades públicas, el sector pri-
vado y la población.
Recogiendo esta carencia, este artículo ha querido aportar al conoci-
miento de la situación de inseguridad ciudadana que afecta a la Región, des-
de una perspectiva comparada, en función de la limitada y no siempre con-
fiable información disponible y desde distintas perspectivas tanto sociales
como económicas.
El análisis se ha centrado en algunas manifestaciones de la violencia
delictiva, principalmente en las ciudades durante la década del noventa, ha-
ciendo una revisión de las teorías más importantes para el estudio de la vio-
lencia, el perfil de las víctimas y de los agresores, las formas tradicionales y
emergentes de la delincuencia, la frecuente relación entre violencia y desem-
pleo. Asimismo, se ha recogido la información relativa al costo económico
de la violencia y la delincuencia y las distintas políticas emprendidas para
enfrentar el fenómeno.
Dicho análisis ha puesto en relieve la necesidad de abordar la violen-
cia delictiva desde una perspectiva epidemiológica que apunta a la multi-
dimensionalidad del fenómeno, y hace un esfuerzo por identificar aque-
llos factores que favorecen en mayor medida la violencia en los países en
la Región.
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La violencia por países
Seguridad pública y percepción ciudadana
Estudio de caso en quince colonias
del Distrito Federal
Introducción
1 De los aproximadamente 6.100 millones de habitantes del planeta en el año 2000, se calcula que el
50% viven en las ciudades. Se estima que en el año 2025, las ciudades con más de un millón de ha-
bitantes serán 639 (hoy existen 408), de las cuales 486 estarán en países de menor grado de desa-
rrollo y 153 en países desarrollados.
2 Evaluación de la Gestión del Gobierno del Distrito Federal 1997 –2000. Encuesta aplicada por el
Área de Sondeos y Estudios de Opinión (CIECAS).
3 Evidentemente, la pregunta se refiere al Gobierno que sería electo seis meses después, en julio del
año 2000.
Seguridad pública y percepción ciudadana 143
4 Ver, por ejemplo: GDF, Objetivos y Estrategias Programa de Trabajo 1998-2000 y Programa Inte-
gral de Seguridad Pública y Procuración de Justicia del Distrito Federal 2001-2006.
144 Benjamín Méndez, Juan Hernández, Georgina Isunza
Gráfico 1
Promedio diario denuncias en el DF 1993-2001
800
700
600
500
400
300
200
100
0
1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001
Total principales denuncias Total denuncias
146 Benjamín Méndez, Juan Hernández, Georgina Isunza
Gráfico 2
Presupuesto ejercido por ámbito de acción
Distrito Federal, 1995-1998
30
Justicia
y Seguridad P.
25
Medio Ambiente
20 Bienestar Social
% Transporte
15
Infraestructura
Urbana
10
Desarrollo
Económico
5 Gobierno y
Administración
0
1995 1996 1997 1998
Fuente: Elaboración propia a partir de la Cuenta Pública del D. F.
6 En otro trabajo se analizará el comportamiento del gasto en materia de seguridad pública, así como
su relación con otros programas de gobierno.
Seguridad pública y percepción ciudadana 147
Gráfico 3
Costo por detenido, DF 1995-1998
600
500
400
300
200
100
-
1995 1996 1997 1998
Consideraciones metodológicas
7 Coordinó este sondeo el mismo equipo de investigadores y estudiantes del Programa Institucional
de Formación de Investigadores: Ruperto Nolasco Hernández, Oscar Martínez López, Alejandro
Balan Jiménez, Leticia Cruz Montalvo, Guillermo Hernández Hernández, Luis Montoya Jiménez,
José Luis Carmona Rocha.
150 Benjamín Méndez, Juan Hernández, Georgina Isunza
Mapa 2
Universo de estudio
Colonias Criminogenas
1. Agrícola Oriental
2. Centro
3. Guerrero
4. Santa María La Ribera
5. Juárez
6. Roma
7. Doctores
8. Del Valle
9. Narvarte
10. Portales
En el mapa No. 2, se puede observar que las colonias seleccionadas para aplicar la
Encuesta suelen colindar entre sí, además de tener proximidad con amplias zonas
de colonias en las que también se ha detectado un alto nivel de inseguridad.
Estas colonias se localizan al centro y al noroeste del Distrito Federal.
Es importante destacar que estas colonias representan distintas situaciones
habitacionales respecto a la conformación de la población que las habita. De
ellas, ocho pueden considerarse como colonias populares, esto es un 53%.
Por su parte, las colonias que se definen como de tipo residencial son seis,
que representan el 40%.
Las primeras diez colonias que se muestran en el mapa 2, han sido se-
leccionadas en virtud de que el Gobierno del Distrito Federal las considera
como las de mayor índice delictivo, de acuerdo con el número de denuncias
que se registran en la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal (GDF
2001), y en donde desde diciembre de 2000 se ha efectuado un operativo
policial permanente para disminuir los índices delictivos. Las colonias nu-
meradas de la A a la E, se incluyeron bajo el criterio de que también son zo-
nas con altos índices delictivos, pero que por su ubicación fuera del área
centro de la ciudad, podían ser comparadas con aquéllas.
Seguridad pública y percepción ciudadana 151
ciones de su domicilio.
Al solicitar mayores deta- 10
ga
cia
cia
vio a
cia
no
sin nci
a p a co lism
ro
len
len
len
/o veci
ib
na iole
ed
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y/
n
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dó mp go
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N e de ant
Pé Co esali
a r fian
iem
a d ci
be a i lar
id up
n
r
p
sa er tes
N o n ámi
o
o
8 Hasta el gobierno de Cárdenas y Robles, que inicia un sistema de monitoreo de los delitos denun-
ciados en las páginas de Internet y los reportes correspondientes en las agencias autorizadas. Sin em-
bargo, los datos no se difunden masivamente.
154 Benjamín Méndez, Juan Hernández, Georgina Isunza
9 Se calculó restando al total de residentes que habían sido víctimas de algún delito, fuera o dentro
de su colonia (205 residentes), las denuncias y los que continuaron el proceso judicial ante el Mi-
nisterio Público. Este dato podría ser aún mayor como consecuencia de los procesos que no culmi-
nan en sentencia condenatoria; se ignora el dato sobre la culminación del juicio y la sentencia co-
rrespondiente, pues éste no fue captado por la encuesta.
Seguridad pública y percepción ciudadana 155
Gráfico 8 Gráfico 9
Comportamiento de la presencia ¿Es más segura su colonia?
policial en la colonia
50.0 120
40.0 100
30.0 80
60
20.0
40
10.0
20
0.0
0
ta
tó
al
ó
No contestó
uy
Si No
es
gu
en
nt
in
ei
m
co
ism
Au
gu
o
Si
D
Otro aspecto que la encuesta procuró investigar fueron las razones que, a
juicio de los residentes en las colonias con mayor incidencia delictiva en el
Distrito Federal, han motivado esta situación. En este aspecto, se procedió
solicitando a cada entrevistado que seleccionara los tres problemas que en
su opinión contribuyen en mayor medida al aumento de la delincuencia.
Problematizando las tres respuestas obtenidas en cada cuestionario se reu-
nieron las opciones en tres grupos: los fenómenos de naturaleza económica
(empleo y pobreza), los de índole social (desintegración familiar, falta de
educación, pérdida de valores morales y consumo de drogas o alcohol) y los
de tipo institucional (impunidad, venta de armas, falta de vigilancia, y co-
rrupción de autoridades). El resultado se muestra en el cuadro 4, de él se
desprende una interpretación que ubica a los factores de índole económica
(principalmente la falta de empleo) como la indiscutible primera causa
(57.3%), seguidos de los factores de tipo social (42%) y de los de origen ins-
titucional (34.2%).
Seguridad pública y percepción ciudadana 159
Cuadro 4
Causas de incidencia del delito (porcentajes)
Problema Primera causa Segunda causa Tercer causa
Falta de empleo 49.2 12.2 5.2
Pobreza 8.1 15.3 6.8
Económicas 57.3 27.5 12.0
Desintegración familiar 4.8 8.7 9.2
Consumo droga o alcohol 11.3 13.9 13.7
Pérdida de valores morales 3.3 6.8 10.7
Falta de educación 5.2 12.6 14.2
Sociales 24.6 42.0 47.7
Falta de vigilancia 3.9 5.4 12.2
Venta de armas 0.4 1.5 2.6
Impunidad 2.2 1.7 6.1
Corrupción de autoridades 11.1 19.8 13.3
Institucionales 17.6 28.5 34.2
No contestó 0.4 2.0 6.1
Total 100.0 100.0 100.0
Fuente: CIECAS, Encuesta de victimización y opinión sobre la seguridad pública, 2001.
Como se indicó al inicio de este trabajo, uno de los ejes estratégicos en se-
guridad pública que plantea el actual Gobierno del Distrito Federal ha sido
la participación ciudadana en el marco de la formulación de una política
preventiva. Sin embargo, como reconoce el propio GDF: “se ha carecido de
una estrategia de acciones preventivas para contrarrestar la incidencia delic-
tiva, independientemente de la instalación de Comités de Participación
Ciudadana en la Prevención del Delito” (GDF 2001: 9). En este sentido, se
afirma que la estrategia gubernamental “buscará la confianza de los habitan-
tes de la Ciudad de México para lograr una visión compartida entre autori-
dades y habitantes, y con ello rescatar la ciudad del crimen y juntos mejo-
rar las condiciones de vida de todas las personas que viven en esta ciudad,
trabajando estrechamente con los comités vecinales” (ídem: 17).
160 Benjamín Méndez, Juan Hernández, Georgina Isunza
Participación y representatividad
12 Para esta finalidad se tomó el mismo tamaño de muestra que en la encuesta levantada en febrero.
Seguridad pública y percepción ciudadana 161
Reflexiones finales
El estudio de caso realizado en las quince colonias más conflictivas del Dis-
trito Federal revela que no coincide el discurso gubernamental con la per-
cepción ciudadana, porque prevalece la impunidad y la desconfianza. Si bien
Seguridad pública y percepción ciudadana 163
13 Situaciones especialmente conflictivas en el sur del Distrito Federal, en áreas semi-rurales, como el
caso de Magdalena Petlacalco y Tulyehualco.
164 Benjamín Méndez, Juan Hernández, Georgina Isunza
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un elemento central de la doctrina de la seguridad nacional y de las políticas de contra inseguridad
que a nivel centroamericano promovieron los Estados Unidos. Ver: Isacson, Adam (1997).
3 Algunos autores han elaborado propuestas metodológicas para el abordaje de la nueva agenda de se-
guridad en Centroamérica desde una ‘perspectiva multidimensional’, partiendo del reconocimien-
to de que lo militar no constituye más el factor explicativo por excelencia. Ver: Sojo, Carlos (1998).
4 La participación de Costa Rica se dio en calidad de observador. Además, durante el conflicto arma-
do entre Honduras y El Salvador, en 1969, CONDECA perdió credibilidad, terminando de debi-
litarse, a partir de la Revolución Sandinista de 1979.
5 Así por ejemplo, México y Belice se adhirieron al Acuerdo de Cooperación Regional para la Erra-
dicación del Tránsito Ilegal de Drogas, y dentro del Convenio Constitutivo del ICESPO, se estipu-
la en su artículo 17 que: “el mismo queda abierto a la adhesión de Belice”, país que participó de las
actividades de discusión y preparación de dicho convenio.
Estabilidad social y seguridad ciudadana en Centroamérica 169
6 Se trata de una presencia notoria por los montos canalizados mediante cooperación técnica no
reembolsable, particularmente de España y Suecia.
7 En materia de narcotráfico, la agenda norteamericana en la Región incluye de manera preferente la
homologación de leyes en materia penal, el fortalecimiento de los mecanismos legales e institucio-
nales para el combate al lavado de activos, la introducción de reformas constitucionales y legales pa-
ra la extradición de nacionales, y el mejoramiento de las estrategias de interdicción terrestre, marí-
tima y aérea. Según se definiera en la Conferencia Ministerial Centroamérica-Estados Unidos sobre
seguridad Pública y Drogas, Washington D.C., 14 y 15 de agosto de 1997.
170 Laura Chinchilla M.
8 Para un detallado análisis sobre el trasfondo político y los contenidos del acuerdo de Esquipulas II,
ver: Rojas, A. Francisco y Luis Gmo. Solís (1988).
Estabilidad social y seguridad ciudadana en Centroamérica 171
Cuadro 1
Instrumentos regionales en materia de seguridad
Instrumento Fecha de Estatus
suscripción
Declaración Conjunta Constitutiva Julio de 1992 Indagar si se ha integrado
de la Asociación de Jefes de Policía al Tratado
de Centroamérica
14 Ibídem.
15 Ibíd., art. 1.
16 Ibíd., art. 26 c).
Estabilidad social y seguridad ciudadana en Centroamérica 175
Ésta fue una de las primeras instancias que logró agrupar a un conjunto de
representantes de la seguridad pública de los países centroamericanos en tor-
no a una agenda común. Antes de los esfuerzos que condujeron a la integra-
ción de la asociación, los contactos entre policías centroamericanas eran
prácticamente inexistentes, limitándose a colaboraciones esporádicas y de
naturaleza bilateral21; o bien, eran inducidos por terceros países, como los
ejercicios financiados y organizados por los Estados Unidos en materia de
drogas.
El primer encuentro entre jerarcas policiales de la Región tuvo lugar
en diciembre de 1991 contándose con la participación de Guatemala, El
Salvador, Honduras, Nicaragua y Panamá. En éste se planteó la necesidad
de fortalecer la cooperación policial en la Región y se expresó especial preo-
cupación por el combate del narcotráfico, el robo de vehículos, el tráfico de
menores y el contrabando22. En julio de 1992 se celebró el segundo encuen-
tro de esta naturaleza y en éste se suscribió el Acta constitutiva de la Asocia-
ción de jefes de policía de Centro América.
Tal y como se deriva del acta constitutiva, la asociación tiene como
preocupación fundamental el mejorar la capacidad técnica-operativa de los
cuerpos policiales mediante “el fortalecimiento de las relaciones entre los di-
ferentes organismos de seguridad pública del istmo centroamericano” a
efectos de “prevenir, reprimir y neutralizar la delincuencia, principalmente
el narcotráfico, robo de vehículos, falsificación de moneda, trata de blancas,
venta ilegal y trasiego de armas, contrabando de ganado, y otras, que por su
naturaleza afecten a la sociedad de la Región”23.
La asociación ha venido reuniéndose de manera regular desde su crea-
ción a la fecha, siendo la instancia regional en materia de seguridad que más
contactos promueve entre sus miembros.
21 Así por ejemplo, se conoce que después del triunfo de la revolución sandinista, efectivos de la poli-
cía de Panamá brindaron asistencia técnica a las entonces policías sandinistas; de la misma manera,
existió intercambio académico entre policías de Honduras y El Salvador. Ver: Fernández, Oswaldo
(1997).
22 Ibídem.
23 Declaración conjunta constitutiva de la Asociación de Jefes de Policía de Centroamérica, Cap. II.
180 Laura Chinchilla M.
25 Ibid art. 2, 2.
182 Laura Chinchilla M.
Bibliografía
Aguilera, Gabriel
1993 Reconversión militar en América Central. En: José Alain et
all., Recoversión militar elementos para su compresión,
Debate No. 19, FLACSO-Fundación Fredderick Ebert,.
Chinchilla, Laura
1997 Seguridad ciudadana y reforma policial en Centroamérica.
Estabilidad social y seguridad ciudadana en Centroamérica 187
Introducción
* Socióloga
190 Elvira Cuadra Lira
1 Un análisis completo del proceso experimentado por la institución policial se encuentra en Cuadra,
Elvira (1995).
Nuevas dimensiones de la seguridad ciudadana en Nicaragua 191
Los llamados delitos comunes son agrupados por los registros policiales en
cinco grandes familias: contra las personas, contra la propiedad, contra la
economía, delitos de drogas y delitos militares. Los más numerosos son los
delitos contra las personas y contra la propiedad, además son las dos fami-
lias que presentan un incremento sostenido a partir de 1990; sin embargo,
es importante llamar la atención sobre los delitos relacionados con drogas,
que a lo largo de la última década han experimentado el crecimiento relati-
vo más alto.
les que trabajan sobre estos temas. El problema es mucho más grave en el
caso de violencia contra la niñez, pues los procedimientos policiales y las
restricciones sociales que imperan limitan la posibilidad de que los niños
puedan denunciar sus propios casos. Por otra parte, vale decir que los llama-
dos ‘delitos sexuales’ se incluyen, en los registros policiales, en la familia de
los delitos contra las personas. La policía, en conjunto con otras institucio-
nes de gobierno, ha implementado las Comisarías de la Mujer, como una
respuesta institucional frente a los casos de violencia intrafamiliar; vale de-
cir que la experiencia ha sido muy satisfactoria, aunque evidentemente in-
suficiente, sobre todo, por la escasez de recursos y por los prejuicios que pre-
valecen en la sociedad.
De acuerdo a la policía, durante 1997, el 30% de las víctimas de deli-
tos fueron mujeres, un 20% fueron amas de casa y un 12% fueron meno-
res de 17 años. Las estadísticas del año 98 son similares: 41% de las vícti-
mas fueron mujeres, el 21 % eran amas de casa y el 12% eran menores de
18 años. Eso quiere decir que además son víctimas de la violencia y de los
delitos en general.
Existen, sin embargo, algunos aspectos o temas en los cuales hace falta rea-
lizar mayores avances:
3 Para citar un ejemplo, entre 1992 y 1998 el presupuesto policial anual se ha reducido de 18.7 a 16.6
millones de dólares.
Nuevas dimensiones de la seguridad ciudadana en Nicaragua 199
La administración de la justicia
4 Cuatro de los siete códigos sustantivos fueron elaborados y promulgado a principios y mediados del
siglo XX (Saldomando, Ángel 1999: 131).
Nuevas dimensiones de la seguridad ciudadana en Nicaragua 201
5 Estos incluyen malversación, fraude, peculado y otros. Además, generalmente son atribuidos a fun-
cionarios estatales de nivel intermedio y menor.
202 Elvira Cuadra Lira
tas al camino de hacer justicia por la propia mano o a obtener seguridad por
medios privados. Durante los últimos años, han proliferado en todo el país
pequeñas empresas de vigilancia y seguridad que ofrecen sus servicios con un
mínimo de control por parte de la policía y sin ningún tipo de reglamenta-
ción; estas empresas han venido ‘sustituyendo’ a la institución policial en su
función de velar por la seguridad ciudadana. Pero más peligroso aún es el he-
cho de que, en corto plazo, la seguridad ciudadana será un privilegio de
aquellos grupos que puedan pagar los costos de su privatización.
Esta apretada síntesis de la (in)seguridad ciudadana en Nicaragua no
agota de ninguna forma la riqueza del tema, hace falta sistematizar lo que se
ha hecho y desarrollar nuevas líneas de investigación y trabajo. Algunos de
los aspectos que deberían considerarse son:
Bibliografía
Resumen
1 Esta investigación recibió el apoyo financiero del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas
y Tecnológicas (Conicit) a través de su agenda de violencia urbana, y forma parte de una investi-
gación multicéntrica sobre Normas y Actitudes hacia la Violencia, Proyecto Activa, realizada en
ocho ciudades de América Latina y España, promovida y organizada por Ia Organizaciónn Pana-
mericana de la Salud.
2 Artículo tomado de Fermentum, Revista venezolana de Sociología y Antropología; Universidad de
Los Andes. Año 9, No. 26, septiembre-diciembre, 1999.
* Investigadores del Laboratorio de Ciencias Sociales LACSO, Apartado. 47 795, Caracas 1041-A.
Email: lacso@reacciun.ve
206 Roberto Briceño-León, Alberto Camardiel y Olga Ávila
Introducción
1994, cuando alcanza los 22 homicidios por cada 100 mil habitantes.
Cuando uno observa en detalle la cifras por años, encuentra que la tasa de
homicidios dio un salto importante en 1989. Es posible interpretar que es-
te aumento se debió a las muertes ocurridas en la revuelta popular de febre-
ro de 1989, conocida como el “Caracazo”, los cuales sumaron más de qui-
nientos en pocos días y que fueron hombres, jóvenes y venezolanos los que
perecieron (Briceño-León, 1990b). Pero, lo singular del proceso es que si
bien la tasa descendió en el año siguiente, luego vuelve a aumentar y así se
mantiene, con ligeros cambios, hasta el presente.
La violencia es urbana
27,8%. Ello indica, en líneas generales, que son los jóvenes los más afecta-
dos por la violencia en la ciudad, considerando que el 84% del total de ho-
micidios ocurridos en Caracas entre 1992 y 1996 fueron contra personas
menores de 35 años (Sanjuán, 1996).
Si se comparan los grupos de edad de menos de 29 años y los de ma-
yores de 29 años encontramos que el primer grupo tiene 2,7 más probabi-
lidad de ser víctima de un homicidio que los segundos. La tasa de homici-
dios en los jóvenes de Caracas supera entre dos y tres veces a la de la ciudad
en su conjunto, y entre seis y siete veces a la del país. Esto, a pesar de que la
tasa de homicidios por cada 100 mil habitantes ha descendido levemente en
1996 y 1997 para colocarse en un promedio similar a los de los inicios de
la década de los noventa. El valor más alto se alcanzó en 1994, con una ta-
sa de 469 homicidios por cada 100000 habitantes en el grupo entre 15 y 24
años de edad (Briceño-León, 1998).
año 1997 casi la mitad de la violencia ocurre en los barrios pobres del oes-
te de la ciudad, y casi la otra mitad en los barrios pobres del este. Asimis-
mo, se encontró que más del 95% de los homicidios en Caracas ocurre en
las zonas pobres de la ciudad. No obstante, que el “parte de guerra” que re-
porta los muertos de los fines de semana puede referirse a personas de ba-
rrios pobres, o de las urbanizaciones o zonas residenciales de la clase media
y alta, el grueso de las víctimas son pobres.
La idea de que era una violencia de pobres contra ricos que por un mo-
mento dieron los medios de comunicación, por su manera desigual de ma-
nejar la noticia de acuerdo al estrato social de la víctima (Cisneros y Zubi-
llaga, 1997:71-97), resultó ser completamente errónea; es fundamental-
mente una violencia de pobres contra pobres. Los pobres son las principa-
les víctimas de la violencia de Caracas.
Metodología
Diseño, población y muestra
no. Este marco quedó formado por 6.529 segmentos a nivel nacional. La se-
lección de segmentos para la muestra maestra se realizó de manera sistemá-
tica con Probabilidad Proporcional al Tamaño de los segmentos. El marco
de muestreo empleado contenía la ubicación geográfica de cada segmento.
De los 160 segmentos seleccionados para la muestra del proyecto, 130 fue-
ron actualizados entre junio y julio de 1996 para los propósitos de esta in-
vestigación y los 30 segmentos restantes habían sido actualizados en 1994.
Para lograr acceso a esta población se diseñó una muestra de 1.560 ho-
gares que contempló un margen de no respuesta y no cobertura del 30%.
El tamaño efectivo que se deseaba obtener era de 1.200 hogares, con el cual
se aseguraba la capacidad de obtener intervalos confidenciales para estimar
proporciones poblacionales con error máximo admisible del 5% y nivel de
confianza del 95%. Este cálculo tomó en cuenta un efecto de diseño global
que para muestras por conglomerados es mayor que 1. El comportamiento
de los efectos de diseño es muy diverso y depende de los estadísticos y de las
variables para los que se calculan, de si se consideran comparaciones y de si
éstas se calculan para dominios o subclases. Verma y Lê (1996) reportan re-
sultados de un extenso análisis de errores de muestreo en encuestas demo-
gráficas y de salud llevadas a cabo en 48 países. En promedio el efecto de di-
seño para encuestas resultó igual a 1,49 con un coeficiente de variación de
0,17. Consideramos estos valores como una referencia para la justificación
del tamaño de la muestra adoptado con un efecto de diseño igual a 3 que
resulta mayor que (1,49+0,17)2.
El muestreo utilizado fue probabilístico, del tipo bifásico y tetraetápi-
co, estratificado y por conglomerados en la segunda fase. En la primera fa-
se, se seleccionaron segmentos con Probabilidad Proporcional al Número de
Viviendas (PPS-\J) en el censo. En la segunda fase, se seleccionaron de nue-
vo en una primera etapa, segmentos con PPS-V. En una segunda etapa,
áreas de aproximadamente 50 viviendas con PPS-V, en la tercera etapa, vi-
viendas dentro de cada área con probabilidad igual y, finalmente, se escogió
un informante calificado en cada hogar, seleccionado también con probabi-
lidad igual dentro del hogar.
El procedimiento empleado para la selección aleatoria del informante
dentro de cada hogar fue el Método Politz (Carmines y Zeller, 1979). Si-
guiendo las pautas del método se imprimió en cada cuestionario un patrón
de marcas preparado en oficina que prescribía cual miembro del hogar que-
Violencia y actitudes de apoyo a la violencia en Caracas 213
daría seleccionado entre los integrantes calificados del mismo. A tal efecto
una vez que el encuestador lograba acceso al hogar, se procedía a listar pri-
mero las mujeres y luego los hombres en orden ascendente de edad (sólo
aquellos entre 18 y 70 años). La confrontación del patrón de marcas impre-
so en cada cuestionario con el listado de personas elaborado por el entrevis-
tador permitía la selección del miembro cuyo nombre coincidiera con la
marca más próxima al final de la lista. Este esquema de selección permitió
la selección de un informante con probabilidad 1/r para cada persona en un
hogar con r integrantes. Las entrevistas eran realizadas personalmente en el
hogar a los individuos seleccionados; en el caso de personas con dificultades
de ubicación en los hogares, fueron localizados y entrevistados en sus sitios
de trabajo. Se estableció la obligación de realizar, si fuera necesario, hasta
tres visitas por vivienda, incluyendo días de semana y fines de semana, an-
tes de considerarla como entrevista perdida. El porcentaje de no respuesta
global fue de 18%.
La muestra quedó conformada finalmente por 1.297 hogares. Su dis-
tribución por edad y sexo se presenta en el cuadro 1. Esta distribución di-
fiere de la correspondiente para el AMC y en consecuencia se ajustaron los
datos mediante postestratificación, para conformar el comportamiento de
la muestra con el de la distribución de la población por edad y sexo del
AMC para el 15 de agosto de 1996. Adicionalmente se emplearon tanto
pesos que tomaron en cuenta las distintas probabilidades de selección en
cada una de las fases y de las etapas consideradas, como pesos para ajustar
la no respuesta.
Cuadro 1
Distribución de la muestra y de la población del Área Metropolitana de Caracas al 15-09-96
tados le dan a cada una de las cuatro policías que actúan en Caracas - esto
es, Policía Metropolitana, Policía Técnica Judicial, Disip y Policía Munici-
pal -, la Guardia Nacional y las tres instancias del sistema judicial: los Juz-
gados (jueces), el Sistema Penitenciario (prisiones) y la Fiscalía. La confiabi-
lidad de esta escala medida por el de Cronbach resultó en 0,78 (Deming,
1960). El menor valor observado fue de 1 punto y el mayor, de 36 puntos.
Esta variable se categorizó en cinco grupos para evaluar el comportamiento
de la escala de actitudes de apoyo a la violencia. El primer grupo se constru-
yó considerando los valores menores que 12; el segundo grupo, los valores
comprendidos entre 13 y 20 puntos; el tercer grupo, valores entre 21 y 28
puntos; el cuarto grupo, valores entre 29 y 36 y finalmente el quinto grupo
reunió todos los valores mayores o iguales a 37 puntos. Los distintos grupos
se identificaron en términos de una evaluación muy mala, mala, regular,
buena y muy buena, respectivamente.
Temor: Los apartados considerados para la elaboración de la escala su-
mativa correspondiente a esta variable fueron: temor de ser atacado en la ca-
sa; en las calles de la comunidad; de noche solo en la comunidad; de noche
con otra gente en la comunida; en otras partes de la ciudad; en el lugar de
trabajo; en el lugar de estudio; en los medios de transporte y grado de te-
mor de ser víctima de un acto violento. Aunque la escala podía tomar valo-
res entre 2 y 36, los valores observados variaron entre 9 y 36. La estimación
de la confiabilidad de la escala medida por el estadístico de Cronbach fue de
0,88. Para el manejo de esta variable en ciertos análisis estadísticos, se cate-
gorizó en tres grupos, a saber: ningún o poco temor (valores de 2 a 22), al-
go de temor (valores de 23 a 31) y mucho temor (valor 32 a 36).
Actitudes que apoyan la violencia: Esta variable se construyó a partir
de los apartados de la sección de actitudes que medían si las personas apro-
barían, no aprobarían pero entenderían, o no aprobarían ni entenderían si-
tuaciones en las cuales: una persona hiera seriamente a otra persona que le
quitó la pareja; mate a alguien que le ha violado una hija; mate a alguien
que mantiene en zozobra a la comunidad; o cuando una comunidad hace
limpieza social (mata a gente indeseable), o lincha a a1guien que la ha man-
tenido aterrorizada. 0 si está de acuerdo o en desacuerdo con afirmaciones
como: una persona tiene derecho a matar para defender a su familia; para
defender su casa o propiedad; tener una arma en la casa, hace que sea más
segura; portar un arma hace que una persona esté más segura. La escala su-
Violencia y actitudes de apoyo a la violencia en Caracas 217
timó la prevalencia para los distintos apartados que integraron los construc-
tos de creencia en las instituciones de seguridad, temor y actitudes hacia la
violencia. Los cálculos se llevaron a cabo con los datos de la muestra expan-
didos con los sistemas de pesos descritos en párrafos anteriores.
Para caracterizar la victimización en términos de las variables sociode-
mográficas sexo, edad, nivel educativo y condición socioeconómica, se ela-
boraron tablas de doble entrada que se estudiaron mediante un análisis ba-
sado en la prueba de asociación para dos variables Chi-cuadrado (Everitt,
1960). Para la identificación de las categorías responsables de la significa-
ción estadística, en algunos casos se calcularon razones de ventaja (Odds
Ratios) y se tomaron en cuenta los residuos estandarizados que compara-
ban las frecuencias observadas con las frecuencias esperadas bajo la hipóte-
sis de independencia. En este análisis se emplearon los datos de la muestra
sin expansión. El estudio de relaciones de asociación con el empleo de la
décima Chi-cuadrado busca establecer si la victimización presenciada y la
victimización reportada se presentan con independencia del sexo, edad, ni-
vel educativo y estrato socioeconómico. En principio se espera el rechazo de
la hipótesis nula de independencia para a1gunas de las variables sociodemo-
gráficas.
La exploración de relaciones entre las actitudes de apoyo hacia la vio-
lencia con la victimización reportada, la victimización presenciada, el temor
y la creencia en las instituciones, se cumplió con el uso de técnicas de corre-
lación parcial (Snedecov y Cochan, 1980), para establecer un modelo que
pudiera lograr soporte empírico empleando también los datos sin expandir.
A tal fin se consideró la variable actitudes de apoyo a la violencia como va-
riable respuesta o dependiente, las variables victimización reportada y victi-
mización presenciada como variables explicativas o independientes y las va-
riables temor y creencia en las instituciones como variables respuesta para la
victimización reportada y la presenciada y como variables explicativas para
la variable actitudes de apoyo a la violencia. Posteriormente se llevaron a ca-
bo análisis de la varianza de una vía (Miller, 1966) y de la prueba de infe-
rencia simultánea de Duncan para la discriminación entre los distintos gru-
pos responsables de significación estadística en el análisis de la varianza (Cox
y Wermuth, 1996).
Violencia y actitudes de apoyo a la violencia en Caracas 219
Cuadro 2
Prevalencia de la victimización reportada por los residentes del AMC
según variables sociodemográficas para la muestra ajustada e intervalos
confidenciales del 95% para las prevalencias sin ajustar (en porcentajes)
n Total de victimización Leve Moderada Intensa
(28,90) (13,20) (11,70) (4,00)
Todas 1297 30,10 ± 2,53 16.10 ± 2,04 12,10 ± 1,81 1,90 ± 0.78
Sexo (41,20) (14,40) (18.20) (8,60)
Masculino 506 40,30 ± 4,37 17.40 ± 3,40 18,20 ± 3,46 4,70 ± 1.94
(18,50) (12,30) (6,20) (0,00)
Femenino 791 23.60 ± 3.02 15,30 ± 2.57 8.20 ± 1,98 0.10 ± 0.28
Edad
(34,30) (19,70) (9.90) (4,70)
18-24 Años 281 40.0 ± 5,91 20.60 ± 4.91 16.40 ± 4.5 1 3.20 ± 2,24
(28,00) (9,50) (16,80) (1,70)
25-34 Años 322 32.60 ± 5,28 14.60 ± 4,01 15.80 ± 4,14 2.20 ± 1,76
(31,60) (8,90) (18,20) (4.50)
35-44 Años 320 28.50 ± 5,10 15.30 ± 4,10 11.30 ± 3,63 1,90 ± 1,65
(31,30) (18,60) (3,70) (9100)
45-54 Años 189 24,90±6.43 15,90 ± 5,48 7,90 ± 4,11 1,10 ± 1,75
(11,40) (9,20) (2,00) (0,20)
55 Y Más 185 18,90 ± 5.85 13,50 ±5,19 4.90 ± 3,38 0.50 ± 1,29
Nivel Educativo
Ninguna o Primaria (25,20) (5.70) (19,40) (0. 10)
Incompleta 92 21,80 ± 8.98 10,90 ±6,91 9,80± 6.62 1,10 ± 2.67
(29.70) (11,60) (11,00) (7,10)
Primaria completa o 399 26.80 ± 4,47 14.00 ± 3.53 11.00 ± 3.20 i,80 ±1,43
secundaria incompleta
(32,10) (15,60) (12,30) (4,20)
Secundaria Completa 433 32.30 ± 4,52 1 6.90 ± 3.65 12.90 ± 3.54 2,50 ± 1.59
o Técnica
(26,30) (16,20) (9,20) (0-90)
Universitaria 373 33,30 ± 4,92 18,80 ± 4,10 112.90 ± 3,54 1.60 ± 1,41
Condición Socioeconómica
(30,90) (12,70) (13,20) (5,00)
Bajo 953 23.40 ± 2,74 16,70 ± 2.42 6,70 ± 1.64 0,00 ± 0,05
(21,80) (14.50) (6.90) (0,40)
Medio 314 24.50 ± 4,92 14,00 ± 4.00 9,90 ± 3,46 0.60 ± 1,01
(30,40) (26,40) (4.00) (0,00)
Alto 30 32.20 ± 18,39 16,80 ±15,05 13,00 ± 13.70 2,40 ± 7.14
Violencia y actitudes de apoyo a la violencia en Caracas 221
La victimización presenciada
Los resultados revelan que el 49% de la población del AMC había presen-
ciado algún tipo de acto violento en los últimos doce meses. De este por-
centaje el 48% de los sujetos presenció actos de victimización leve (24% del
total), el 47% había sido testigo de la violencia que hemos denominado mo-
derada (23% del total), y por ú1timo un 5% que ha sufrido la violencia in-
tensa (2,5% del total), expresada en la pérdida de por lo menos un parien-
te cercano por homicidio (cuadro 3).
Sexo: Los datos indican que existe una asociación estadística entre el
sexo y la visión de actos de victimización ((2 =1 5,45; P<0,0002). Podemos
afirmar que las mujeres son menos afectadas por la violencia presenciada
que los hombres. En particular el 45% de ellas había presenciado actos de
victimización, a diferencia del 54% de los hombres (ver cuadro 3). Esta di-
ferencia se incrementa a medida que aumenta el tenor de la violencia pre-
senciada a excepción de la categoría intensa. A este respecto es importante
señalar que en las celdas correspondientes a las categorías leve y moderada,
los residuos estandarizados son los que más activamente participan para el
rechazo de la hipótesis nula. Estos resultados podrían explicarse en parte
considerando que los más victimizados son los hombres y en consecuencia
las mujeres tienden a padecer la pérdida de sus familiares.
Cuadro 3
Prevalencia de la victimización reportada por los residentes del AMC
según variables sociodemográficas para la muestra ajustada e intervalos
confidenciales del 95% para las prevalencias sin ajustar (en porcentajes)
Temor
Sentimiento de temor
tio que aparentemente inspira menos temor es el lugar de trabajo, dado que
el 45% expresó no sentir temor. Al ser interrogados directamente, el 43%
de la población de Caracas manifestó que siente mucho temor de ser vícti-
ma de un acto violento, el 47% siente algo de temor y el 8% ningún temor.
Con relación a las actitudes que muestran violencia se les ofreció a los en-
trevistados que dijeran si aprobarían tal comportamiento, si no lo aproba-
rían, pero lo entenderían - es decir, una suerte de perdón por comprender
los orígenes de tal acción -, o, finalmente, si no lo aprobaría ni tampoco lo
entendería - es decir, un rechazo a esta respuesta violenta. En Caracas, el 4%
aprobaría que a1guien hiera a quien le ha quitado la esposa y un 58% no lo
aprobaría pero si lo entendería. Estos porcentajes son inferiores a los encon-
trados en Bahía, donde fue tres veces superior (12,7%) y de Río de Janeiro
(7%) y Santiago de Chile (7%).
Cuando se trata de matar a a1guien que le ha violado la hija a una per-
sona, la mitad de la población (48%) lo aprobaría, y el 42% no lo aproba-
ría pero lo entendería. Este porcentaje es inferior al de Bahía (58%) y de
Santiago de Chile (54%), pero las diferencias son menores al caso anterior.
Los datos indican que el 26% de los habitantes del AMC están muy y algo
en acuerdo con el hecho de que tener un arma en casa la hace más segura,
y un 23% piensa que una persona está más segura por portar un arma. Es
interesante destacar que estos porcentajes de aprobación en Caracas son in-
feriores a los que se encontraron en San José de Costa Rica y en Santiago de
Chile, ciudades donde hay menos violencia. En cambio los porcentajes de
Caracas son superiores a los de Cali, ciudad que ha vivido una violencia ma-
yor a la de Caracas.
Para poder probar nuestra hipótesis de trabajo –que las actitudes violentas
que muestra la población de Caracas se relacionan con la victimización su-
frida por la población, los temores que se han desarrollado como producto
de la victimización vivida o presenciada y la poca creencia en la eficacia de
las instituciones de policía y justicia–, llevamos a cabo un análisis de corre-
lación parcial entre las variables y posteriormente utilizamos el análisis de la
varianza y la décima de Duncan, cuyos resultados se reportan bajo el título
de asociaciones estudiadas.
Violencia y actitudes de apoyo a la violencia en Caracas 227
Los resultados muestran que el temor que tiene la población varia de acuer-
do a las experiencias de victimización que la persona ha tenido. La prueba de
Duncan nos muestra la existencia de dos grupos claramente diferenciados: en
el primer grupo están quienes muestran menos temor y son quienes nunca
han tenido una experiencia de violencia; por otro lado están quienes tienen
un mayor temor y se corresponden con quienes reportaron haber sido victi-
mizados (ver cuadro 4), aun cuando entre los victimizados se presentan algu-
228 Roberto Briceño-León, Alberto Camardiel y Olga Ávila
Cuadro 4
Resultados del análisis de la varianza y del procedimiento de inferencia
simultánea de Duncan para las variables dependientes: Temor, Creencia
en las Instituciones y Apoyo a las Acciones Violentas
= 0.122
rAP.TCR
En este caso también se presentan dos lecturas posibles de los resultados. Por
un lado los cuatro grupos de victimización presenciada no se diferencian en-
tre sí en cuanto a creencia en las instituciones. Por otro lado se conforman
Violencia y actitudes de apoyo a la violencia en Caracas 231
dos grupos: uno de ellos integrado por los individuos que han presenciado
por lo menos algún nivel de victimización y que presentan el promedio más
bajo de creencia en las instituciones, y el otro grupo conformado por aque-
llos que nunca presenciaron victimización, con un promedio más elevado
de creencia en las instituciones.
Discusión y conclusiones
Introducción
Parecería que la búsqueda del desarrollo por parte de los países latinoameri-
canos es una aventura que, en cierta forma, reproduce el conocido Mito de
1 El presente artículo constituye una versión resumida del análisis de las defunciones por homicidio,
suicidio y accidentes de transporte, que forma parte del Diagnóstico Nacional sobre Seguridad Ciu-
dadana en el Ecuador, que fue llevado a cabo por un equipo técnico de FLACSO – Sede Ecuador,
conformado por Fernando Carrión, Carlos Arcos, Édison Palomeque y Alexander Terán, con el aus-
picio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Para realizar este estudio, de carácter empíri-
co, se utilizó información secundaria proporcionada por el Instituto Nacional de Estadísticas y Cen-
sos (INEC), Policía Judicial (PJ), Dirección Nacional de Antinarcóticos, Dirección Nacional de Co-
misarías de la Mujer y la Familia, Sistema Integrado de Indicadores Socioeconómicos (SIISE) y el
Instituto de Investigaciones Económicas de la Pontificia Universidad Católica (PUCE). La revisión
y corrección de los artículos presentados por los distintos miembros del equipo de investigación es-
tuvo a cargo de Edison Palomeque.
236 Edison Palomeque Vallejo
Marco conceptual
91
92
93
94
95
96
97
98
99
19
19
19
19
19
19
19
19
19
19
De acuerdo con los datos del INEC, en 1999, 21 personas fallecieron dia-
riamente en el país por causas externas. De ellas, 17 eran hombres y 4 mu-
jeres. En el mismo año, se presentaron 12 defunciones por homicidio, sui-
240 Edison Palomeque Vallejo
2 Las causas externas de defunción comprenden los fallecimientos por homicidio, suicidio, acciden-
tes de transporte, envenenamiento accidental, caídas accidentales, accidentes causados por el fuego,
otros accidentes, efectos de drogas y medicamentos y otras violencias.
3 Salvo que se indique en forma expresa, todas las tasas están calculadas por 100.000 habitantes.
Diagnóstico sobre seguridad ciudadana en el Ecuador 241
suicidio entre 1990 y 1999. Tales incrementos son 10 veces superiores al ob-
servado a nivel del país.
4 Los accidentes de tránsito están incluidos dentro de los accidentes de transporte y constituyen el
componente principal de éstos.
Diagnóstico sobre seguridad ciudadana en el Ecuador 243
Fuente: INEC
Elaboración: FLACSO, Sede Ecuador
244 Edison Palomeque Vallejo
Tipo 1
Tipo 2
Tipo 3
Todas las tasas medias de defunciones por las causas consideradas son más
bajas que las nacionales. Reúne a las provincias de El Oro, Loja, Manabí,
Napo, Pastaza, Zamora y Galápagos, con el 20.7% de la población. En cier-
to sentido, se podría decir que éstas son las ‘provincias tranquilas’ del país,
aunque la tasa de homicidios es superior a las del Tipo 4.
Tipo 4
De acuerdo con el total de defunciones por causas externas, las tres cuartas
partes de ellas se producen en el área urbana (75.7%), le siguen a continua-
ción las que se producen en la zona rural (18.1), y finalmente las que ocu-
rren en la periferia (6.2%). Dentro de las áreas urbana y periférica, los ma-
yores porcentajes corresponden a los homicidios y accidentes de transporte,
mientras que en el sector rural también se observan estas mismas causas pe-
ro en orden inverso.
Las personas solteras son las que presentan mayor riesgo, seguidas de las de
estado civil casado. Las defunciones masculinas son más elevadas dentro de
los solteros y casados, mientras que las femeninas lo son dentro de las viudas.
Las defunciones por homicidio, y dentro de ellos los homicidios con
arma de fuego, son la principal causa externa de muerte entre las personas
que vivían en unión libre, solteros y divorciados. Dentro de los casados y
viudos, la primera causa de muerte se debe a los accidentes de transporte, la
segunda son los homicidios.
Entre las defunciones femeninas se presenta un panorama diferente,
pues los accidentes de transporte son la principal causa de muerte para las
casadas, solteras, y viudas. Mientras que para las divorciadas y las de unión
libre, el porcentaje más elevado se debe a los suicidios, seguido por los ho-
micidios. Los suicidios son también significativos para las solteras.
Diagnóstico sobre seguridad ciudadana en el Ecuador 247
Del total de las defunciones por causas externas, según el estado ocupacio-
nal, el 82.6% corresponde a hombres. De los cuales, el 80.9% eran trabaja-
dores en activo al momento del fallecimiento, y el 19.1% fueron calificados
como no trabajadores. Por otro lado, el 17.4% de las defunciones es de per-
sonas del sexo femenino. De ellas, el 21.9% fueron calificadas como traba-
jadoras, mientras que el 78.1% se consideraron como no trabajadoras5.
Según la categoría ocupacional, definitivamente, ser trabajador por
cuenta propia o empleado u obrero es un factor de riesgo para fallecer por
alguna causa externa. Esto es independiente del sexo de la persona, pues la
diferencia de valores que se observa es mínima.
Tipo 1
Tiene la más alta tasa de defunciones por homicidio del país: el 50.2 frente
a 13.7. La incidencia de pobreza es la segunda más alta: 83.5, frente a 60.6
de la nacional. Representa el 2% de la población nacional y el 7.3% de los
homicidios ocurridos entre 1997 y 1998. Cinco cantones se encuentran en
esta categoría, siendo Quinindé y Vinces las poblaciones más importantes.
Tipo 2
Tipo 3
Tiene una tasa de defunciones por homicidio menor que la de los tipos an-
teriores; sin embargo, es aún más alta que la nacional (20.2). La incidencia
250 Edison Palomeque Vallejo
Fuentes: Sistema Integrado de Indicadores Sociales del Ecuador, SIISE. e INEC, Estadísticas Vitales, 1997 y
1998. Los datos de pobreza e indigencia fueron ajustados sobre la base de los efectos del Fenómeno del Niño
Elaboración: FLACSO, Sede Ecuador.
Tipo 3
Tiene una tasa de defunciones por homicidio menor que la de los tipos an-
teriores, sin embargo, es aún más alta que la nacional (20.2). La incidencia
de pobreza, indigencia y el índice de vulnerabilidad presenta niveles inferio-
res a la media nacional. En los quince cantones que lo conforman vive el
11.3% de la población, y se registra el 16.7% de las defunciones por homi-
cidio. Tres capitales provinciales clasifican bajo este tipo: Esmeraldas, Baba-
hoyo y Portoviejo, así como las ciudades de Quevedo y Santo Domingo de
los Colorados.
252 Edison Palomeque Vallejo
Tipo 4
Tipo 5
Al igual que el anterior, tiene una tasa de defunciones por homicidio simi-
lar a la nacional. La diferencia radica en los valores, significativamente más
altos, de los indicadores de pobreza, indigencia y del índice de vulnerabili-
dad social. Tulcán e Ibarra son las capitales de provincia que se encuentran
en este tipo que agrupa a 35 cantones, en los que se halla el 9.3% de la po-
blación y el 9% de las defunciones por homicidio.
Tipo 6
Tipo 7
Tiene una tasa promedio de defunciones por homicidio de 6.5, que es simi-
lar a la del tipo anterior. Los indicadores de situación social son significati-
vamente más altos que el promedio nacional. Tiene el 6.9% de la población,
y registra el 3.3% de las defunciones por homicidio.
Diagnóstico sobre seguridad ciudadana en el Ecuador 253
Tipo 8
Tiene la tasa más baja de defunciones por homicidio (5.3). Los valores de los
indicadores de situación social son más bajos que en el tipo anterior, pero
más altos que el promedio nacional. El 11.8% de la población nacional se
encuentra en este tipo y registra el 4.6% de las defunciones por homicidio.
Fuente: INEC
Elaboración: FLACSO, Sede Ecuador
Conclusiones
quiere ser incluido prioritariamente como parte del campo de las po-
líticas públicas que se diseñen en el futuro.
• La violencia social reduce los espacios y los tiempos de convivencia so-
cial, afectando de manera directa el sentido de ciudadanía, lo cual es
un serio limitante para sociedades como la ecuatoriana que, de por sí,
presenta serias carencias en este campo. Pero, además, se debe conside-
rar que la violencia social no solo que limita los derechos de las perso-
nas, sino que, inclusive, llega a eliminarlos. Sin embargo, su preven-
ción no siempre es parte de las agendas para promover la vigencia ple-
na de dichos derechos para el conjunto de los ciudadanos y ciudada-
nas, sobre la base de su diferenciación por edad, género, etnia, etc. El
tema de los derechos, generalmente ha sido planteado más como par-
te de la relación Estado y sociedad, y en menor medida al interior de
ésta. En este sentido, hay que reconocer los esfuerzos que se han reali-
zado en contra de la violencia hacia la mujer y el maltrato infantil.
• Las defunciones por homicidio se han convertido en la principal cau-
sa externa de muerte en el Ecuador, superando ligeramente a los acci-
dentes de transporte. Ser de sexo masculino, soltero y estar compren-
dido entre los 15 y los 49 son los principales factores de riesgo para fa-
llecer por homicidio. Sin embargo, durante la última década, el mayor
incremento porcentual de la tasa ocurre en el grupo de menores de 4
años. Las provincias situadas en la frontera norte del Ecuador son las
que presentan las tasas más elevadas de homicidios.
• A pesar de la reducción de sus tasas, los fallecimientos por accidentes
de transporte son la segunda causa externa de muerte en el país. Las
mayores tasas se observan en el grupo de mayores de 50 años. Si bien,
las tasas más elevadas se presentan en el área urbana, existe un decre-
cimiento más reducido en el ámbito rural. Afectan sobretodo a las pro-
vincias serranas cruzadas por la carretera Panamericana, en el eje com-
prendido entre Carchi y Azuay. Pero, los mayores incrementos porcen-
tuales ocurren en tres provincias de la Amazonía: Pastaza, Morona y
Zamora. Esto podría estar vinculado con la carencia de vías de primer
orden, así como con una mayor vinculación de esta última región a los
mercados nacionales, lo cual implica el aumento del flujo de personas,
vehículos y productos.
Diagnóstico sobre seguridad ciudadana en el Ecuador 257
Bibliografía
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Universidad de Buenos Aires.
Santiago, violencia y seguridad ciudadana
Enrique Oviedo*
Antecedentes
Violencia en Chile
Contexto social
2 En Chile se supera la pobreza, pero la desigualdad se mantiene. Los hogares del decil más pobre, que en 1992 par-
ticipaban del 1,9% del ingreso total, en 1994 lo hacen en un 1,7%. Por otra parte, los hogares pertenecientes al
decil de más altos ingresos concentraron el 40,6% de los ingresos totales en 1992 y el 40,8% en 1994. Situación
muy similar se aprecia en las cifras de la última CASEN de 1996.
El último informe de la CEPAL —en el marco del seguimiento de la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social—
indica que en Chile la pobreza tiende a ser menor. Sin embargo, establece que Chile es uno de los países más in-
justos para distribuir su riqueza: mientras el 10 por ciento más rico de la población se lleva el 41 por ciento del
ingreso del país, el cuarenta y tanto debe repartirse un 12 por ciento de éste.
3 La crisis económica ha incidido sobre el incremento de la cesantía. Entre febrero y abril de 1999, un 8,7% de la
fuerza de trabajo del país estaba desempleada, es decir 505.170 personas sobre un total nacional de aproximada-
mente 13.500.000 habitantes. La tasa de desempleo es la más alta desde octubre de 1991, año en que ésta llegó a
un 8,8%. En Santiago, el desempleo es mayor que en el promedio del país. En esta ciudad el desempleo habría
alcanzado al 9% según estadísticas del INE y a un 13% de acuerdo al estudio de la Universidad de Chile. El pro-
blema es mayor en el segmento de los jóvenes. Entre los 15 y 19 años la tasa de desempleo alcanzó al 20,2%,
mientras que en el tramo de 20 a 24 años ésta fue de 18,6%. En otras palabras, los niveles de cesantía juvenil es-
tuvieron por encima de duplicar la media nacional.
262 Enrique Oviedo
La violencia
4 En Chile por su centralismo se trata de Santiago. Hoy algunas regiones del país alientan ideas federalistas llaman-
do, entre otras muchas medidas, a rechazar los candidatos santiaguinos en las provincias y regiones (Valenzuela,
Esteban 1999: 140).
5 Muchos intelectuales hablan de la falta de memoria colectiva de los chilenos, de una sociedad que padece de Alz-
heimer, especialmente cuando se alude a momentos traumáticos de nuestra historia (Tomás Moulian 1997; An-
tonio de La Parra 1997). Para no recordar momentos duros de nuestra vida comunitaria, preferimos olvidar a de-
batir (Antonio de La Parra 1997).
Santiago, violencia y seguridad ciudadana 263
6 Santiago tiene una particular sensibilidad frente a las imágenes de violencia social por su historia política recien-
te —diecisiete años de gobierno autoritario y un período posterior de cuidadoso reaprendizaje de valores demo-
cráticos—, que se suma a una historia donde pocas veces ha estado ausente la violencia. Sólo a modo de ejemplo,
en 1907 la matanza de los trabajadores y sus familias en la Escuela Santa María, en Iquique; los golpes de Estado
de 1924, 1927 y 1932; la matanza de jóvenes nazis en el Edificio del Seguro Obrero en Santiago, en 1938; la ma-
sacre de partidarios comunistas en la Plaza Bulnes de Santiago en 1946, o los pobladores muertos en 1964 en la
Población José María Caro; además de los intentos de golpe en 1939 y 1969 (Oviedo y Rodríguez 1999).
264 Enrique Oviedo
Inseguridad y miedo
La política pública ordena los límites que estructuran la vida social, y, por
ende, tiene como fin último alcanzar la paz social. No cabe duda de la im-
portancia de la participación del Estado en estas materias. La seguridad, más
que ser una cuestión de Gobierno se trata de una tarea de Estado, ya que
por su condición e impacto trasciende la labor propia de un período de Go-
bierno.
61% de la población de las ciudades del mundo dice haber sido víctima al menos una vez en los últimos cinco
años. Source: UNICRI (United Nations International Crime and Justice Research Institute) (1995), Criminal vic-
timisation of the developing word, Rome, drawing from UNICRI and Ministry of Justice of the Netherlands, in-
ternational survey of victims of crime (1988-1994), based on a sample of 74,000 persons in 39 countries.
266 Enrique Oviedo
9 La percepción, en su sentido más simple, consiste en el acto intelectivo de conocer una cosa. En la percepción se
encuentran una serie de “factores orgánicos denominados órganos sensoriales o sentidos; elementos cognoscitivos
—que hacen posible captar y conocer situaciones, objetos o cosas—; reacciones afectivas que impregnan de agra-
do o desagrado, satisfacción o molestia el esfuerzo mental de percibir; acciones y movimientos de tipo psicomo-
triz que inducen a intervenir en las situaciones que se captan; influencias interpersonales que recaen en las perso-
nas que perciben, entre otras...”. La percepción incide en la generación de las actitudes y conductas de las perso-
nas.
Santiago, violencia y seguridad ciudadana 267
Crecimiento de la violencia
Resultados
10 Propuesta de formación del Grupo de Trabajo de CLACSO Violencia y Sociedad. Programa de Actividades para
1999.
Santiago, violencia y seguridad ciudadana 269
dos (diez homicidios por cada cien mil habitantes). Hacia fines de la déca-
da del ochenta y comienzos de la del noventa, nuestros países habrían expe-
rimentado un crecimiento de las tasas de homicidios.
Como se puede apreciar en el cuadro Nº1, la tasa de homicidios varía
significativamente en los distintos países y ciudades de la región de las Amé-
ricas. Mientras determinados países, como El Salvador y Guatemala, pre-
sentan tasas de 150 homicidios por cada 100.000 habitantes, en Chile se re-
gistra una tasa de 3.0 homicidios. En las estadísticas de ciudades se observa
una situación parecida, mientras Nueva Inglaterra presenta una tasa de 1,7
homicidios por cada 100.000 habitantes, y Santiago de 2 por cada 100.000
habitantes, en la ciudad de Medellín la tasa es de 435,1 homicidios por ca-
da 100.000 habitantes.
Cuadro 1
Tasas de homicidios en algunas ciudades de América
Países Tasas/100.000
(a) Media Mundial 10,7
(a) Región de América 22,0
(a) Chile 3,0
(a) Paraguay 4,0
(a) Uruguay 4,4
(a) Argentina 4,8
(a) Costa Rica 5,6
(a) Honduras 9,4
(a) Ecuador 10,3
(a) Panamá 10,9
(a) Perú 11,5
(a) República Dominicana 11,9
(a) Venezuela 15,2
(a) México 17,8
(a) Nicaragua 18,3
(a) Brasil 19,7
(a) Jamaica 35,0
(a) Colombia 89,5
(a) Guatemala 150,0
(a) El Salvador 150,0
270 Enrique Oviedo
Ciudades
(b) Estados Unidos, determinadas ciudades de
Nueva Inglaterra, raza blanca. 1,7
(c) Santiago de Chile 2,0
(b) Estados Unidos, determinadas ciudades del sur,
de raza blanca. 4,8
(b) Cartagena, Colombia. 17,6
(b) Estados Unidos, hispanos en Dallas. 31,5
(c) Sao Paulo 35,0
(c) Río de Janeiro 60,0
(b) Bogotá, Colombia. 62,0
(c) Estados Unidos, afroestadounidenses en Dallas. 68,4
(c) Washington DC 70,0
(b) Cali, Colombia. 90,9
(b) Medellín, Colombia. 435,1
Fuentes: (a) Banco Mundial, 1997. Datos de fines de la década del 80 y principios de la del 90. En: Cla-
rín, domingo 4 de julio de 1999, Argentina; (b) Proyecto ACTIVA-OPS, basado en Estadísticas de Sa-
lud de las Américas, 1991, 1994; 1989 World Health Satatstics Annual; Nisbett 1993; Gaitán y Díaz
1994; McAlister y Dozier 1995; (c) United Nations Centre for Human Settlements (HABITAT). Glo-
bal Report on Human Settlements 1996 pp.: 123-125.
te, a pesar de estas cifras el país estaría igualmente ubicado entre aquellos
con menores problemas respecto de esta materia.
Violencia en Santiago
11 Los delitos de drogas abordan la elaboración, fabricación, transformación, tráfico y consumo de drogas. Se entien-
de por ‘violación’ el yacer con mujer cuando se usa fuerza e intimidación, cuando la mujer se halla privada de ra-
zón o de sentido, cuando es menor de 12 años cumplidos; ‘parricidio’ es la acción de matar a padre, madre o hi-
jo, sean legítimos o ilegítimos, cualquier otro de sus ascendientes o descendientes legítimos o a su cónyuge. Es ho-
micida quien mata a otro a quien no lo une ninguno de los lazos anteriormente citados; por último, cometen ‘in-
fanticidio’ el padre, madre o los demás ascendientes legítimos o ilegítimos que dentro de 48 horas después del par-
to, matan al hijo o descendiente.
12 La actitud es la antesala de la conducta y puede ser entendida a través de tres componentes: cognitivo —de cono-
cimiento—; afectivo —positivo o negativo—; y volitivo —tendencia hacia la acción—. Por conducta se entien-
de el comportamiento, la acción concreta ante determinados estímulos.
272 Enrique Oviedo
Cuadro 2
Aprobación de violencia por medio de instituciones del Estado (Policía y Justicia)
Actitudes Porcentajes
Si las autoridades fallan, la gente tiene el derecho a tomar la
justicia por la propia mano. 25,9
La policía tiene el derecho a invadir las casas sin orden para
perseguir a criminales. 16,7
La policía tiene el derecho a detener jóvenes bajo sospecha. 14,9
En algunos casos se justifica que la policía torture a sospechosos. 8,5
Pena de muerte. 48,9
Encuesta aplicada a una muestra representativa de 1.212 personas entre 18 y 70 años.
Fuente: Estudio Multicéntrico sobre Actitudes y Normas Culturales sobre la Violencia (proyecto ACTI-
VA). SUR, Centro de Estudios Sociales y Educación 1997.
Inseguridad y miedo
En el Gran Santiago, aunque las tasas por violencia criminal son relativa-
mente bajas cuando se las compara con otras ciudades latinoamericanas, la
percepción de violencia e inseguridad es muy alta. Más de la mitad de la po-
blación se siente insegura en los medios de transporte público y en el cen-
tro de la ciudad y cerca de un 20 por ciento desearía tener una arma de fue-
go en su casa (OPS 1999).
274 Enrique Oviedo
Cuadro 3
Porcentaje de victimización por distintas causas según ciudad
Causas Ciudades
victimi-
zación
Bahía Cali Caracas Madrid Río de San José San Santiago
Janeiro Salvador
Robos 22.1 16.1 18.4 5.4 8.4 8.6 20 6.9
Amenazas 5.2 8.4 15.8 9.2 6.8 6.5 23.6 3.5
Agresión 6.9 7.2 3.8 2.6 5.7 3.1 3.9 1.3
Heridas 2.2 3.6 0.8 0.4 1.1 0.5 1.2 0.6
Global 29 27.4 30.6 13.7 17 15 38.5 10.6
Fuente: José Miguel Cruz (1999).
Cuadro 4
Porcentaje de personas que evalúan negativamente las instituciones sociales según ciudad
La violencia intrafamiliar
Un estudio reciente de Larraín, Vega y Delgado (1997), que tuvo como pro-
pósito establecer la prevalencia, las características del maltrato infantil y los
factores de riesgo en Chile, señala que un 63% de los menores es víctima de
algún tipo de violencia física por parte de sus padres, un 34% violencia fí-
sica definida como grave, y un 15% de violencia psicológica. La violencia se
da en todos los niveles socioeconómicos con leves diferencias. La violencia
física leve y la psicológica se dan más en los estratos altos; la violencia física
grave es más propia de los estratos bajos. Un 18% de los niños afirman que
sus padres se golpean. Los niños cuyos padres se golpean con frecuencia son
víctimas de violencia (78%).
Otro estudio de Larraín, en un cuestionario aplicado a 1.000 mujeres
de Santiago, de entre 22 y 55 años, expresa que en uno de cada cuatro ho-
gares la mujer es golpeada por su pareja y en uno de cada tres la mujer es
agredida psicológicamente. Sólo en un 40% de los hogares de la ciudad, no
se vive la violencia entre la pareja. Las conductas de violencia física más fre-
cuentes son las agresiones leves (golpes de mano, empujones). Éstas se aso-
cian con las conductas de agresión psicológica, las que son consideradas por
la población como ‘legítimas’ o no violentas.
Según los resultados de la encuesta de la Organización Panamericana
de la Salud, en Santiago más de la mitad de la población manifiesta haber
recibido golpes cuando era niño. Cerca de un 6 por ciento expresa que la
agresión física se daba, al menos, una vez por semana y un 30 por ciento que
los golpes recibidos eran dados con algo más que las manos; es decir, fajas,
correas, zapatos u otros objetos.
Un 59% de quienes cuidan niños declara haberlos castigado en el úl-
timo mes gritándoles con rabia, un 21% dándoles golpes en las nalgas y un
3% pegándoles en otras partes del cuerpo con algún objeto duro como una
correa o un palo. Las mujeres declaran usar el castigo físico con mayor fre-
cuencia que los hombres.
En las relaciones de pareja, hombres y mujeres expresan sus conflictos
mayoritariamente a través de gritos con rabia. Un 11% de las mujeres que
tienen pareja declaran haber sido golpeadas por sus compañeros por lo me-
nos una vez en los últimos 12 meses y en igual proporción declaran haber
agredido físicamente a sus compañeros hombres en el mismo período.
276 Enrique Oviedo
Cuadro 5
Porcentajes de víctimas y testigos de violencia criminal en los últimos 12 meses
Conductas de quienes tienen parejas en el último año. Hombres Mujeres
Gritó con rabia a su pareja. 62,6 65,6
Le gritaron con rabia a usted. 57,4 56,6
Le dio una bofetada a su pareja. 3,6 7,7
Le dieron una bofetada a usted 3,6 8,9
Le pegó a su pareja con un objeto duro. 0,3 3,4
Su pareja le pegó a usted con un objeto duro. 1,4 2,4
Encuesta aplicada a una muestra representativa de 1.212 personas entre 18 y 70 años
Fuente: Estudio Multicéntrico sobre Actitudes y Normas Culturales sobre la Violencia
(proyecto ACTIVA). SUR, Centro de Estudios Sociales y Educación, 1997.
Conclusiones
Violencia y ciudad
13 Estrategia Nacional de Seguridad Ciudadana. Ministerios de Gobierno y Medio Ambiente. Proyecto PATRA-CA-
VIP. PNUD. Fernando Carrión (coord.), Fredy Rivera Vélez, FLACSO-Sede Ecuador. Lourdes Rodríguez, ECH-
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278 Enrique Oviedo
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La inseguridad urbana en Argentina
Diagnóstico y perspectivas
Lucía Dammert1
Introducción
2 La información estadística que sirvió de base para el presente documento tiene dos fuentes princi-
pales: La Dirección Nacional de Política Criminal: http://sntweb.jus.gov.ar/polcrim/snic.htm (02
de julio de 2000) y el Registro Nacional de Reincidencia y Estadística Criminal: http://www.jus.go-
v.ar/minjus/ssjyal/Reincidencia (05 de julio de 2000).
3 Se calcula que en Argentina sólo 3 de cada 10 delitos son denunciados (DNPC 2000).
286 Lucía Dammert
El delito
Gráfico 1
Tasa de criminalidad en Argentina, 1990-1999
350
300
250
200
150
100
50
0
1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999
4 La Organización Panamericana de la Salud (OPS) estimó una tasa de homicidios de 29,0 para Amé-
rica Latina y de 11,8 para El Caribe. Información relevada del sistema de información técnica de OPS.
La inseguridad urbana en Argentina 287
De esta manera, sólo durante la década del 90, se evidenció una duplicación
de la cantidad de hechos delictuosos denunciados, y la tendencia de creci-
miento parece establecida cuando se nota que el periodo anual que presen-
tó mayor incremento fue 1998-1999. La estructura de los delitos denuncia-
dos ha presentado pequeños cambios durante la década pasada, que se ca-
racterizan por una ligera baja de los delitos contra la propiedad del 72% al
68% y un aumento de los delitos contra las personas del 14% al 17% en
1990 y 1999 respectivamente (DNPC 2000). Por otro lado, el aumento de
los delitos contra la libertad fue en un 500%, representando un 7,3% en
1999, este crecimiento muestra uno de los rasgos más alarmantes de la es-
piral de violencia que se vive en la actualidad.
A pesar de esta tendencia general de incremento de los delitos denun-
ciados, se presentan particularidades provinciales marcadas por un extremo
de incremento en la última década en la Ciudad de Buenos Aires5 (306%),
la Provincia de Buenos Aires (261%) y Mendoza (259%). Como es de es-
perar, las provincias donde están ubicados los principales conglomerados ur-
banos del país concentran el mayor número de delitos. En la última déca-
da, cuatro provincias y la Ciudad Autónoma (Provincia de Buenos Aires,
Ciudad de Buenos Aires, Córdoba, Mendoza y Santa Fe) concentraron más
del 70% de los delitos denunciados. Sin embargo, la posibilidad de compa-
ración requiere de instrumentos de medición que expliquen estos cambios
en relación con la cantidad poblacional6.
Paradójicamente, sólo dos de las provincias con mayor número de de-
litos denunciados se ubicaron entre las cinco con mayor tasa de criminali-
dad en 1999, Ciudad de Buenos Aires (630) y Mendoza (566), seguidas por
las provincias de Neuquén (452), San Juan (370) y Chaco (356), cuyas ta-
sas superaron los 355 delitos por cada 10 mil habitantes. Esta variación de-
muestra que el aumento de la criminalidad ha impactado aun en aquellas
provincias con menor peso poblacional.
La representación de los delitos contra la propiedad en la estructura
general argentina superó el 63% en toda la década, y en 1999 explicó un
5 Este crecimiento muestra una problemática específica de la ciudad y su carácter de ‘lugar de traba-
jo’ que recibe diariamente a más de tres millones de personas.
6 En este documento se usa la ‘tasa de criminalidad’ entendida como la cantidad de delitos denuncia-
dos por cada 10 mil habitantes.
288 Lucía Dammert
68% del total. De esta forma, el robo se ha convertido en el delito típico ex-
plicando un 47% del total de delitos contra la propiedad (incluyendo la ten-
tativa) y un 27% del total nacional. Este es un indicador significativo, ya
que el robo hace referencia a la utilización de violencia en el momento del
hecho. La distribución espacial de los delitos contra la propiedad muestran,
al igual que los delitos contra las personas, que no siempre las provincias que
tienen un mayor nivel de robo son aquellas en las que existe un mayor ries-
go efectivo de victimización (DNPC 2000).
En síntesis, la información de hechos presuntamente delictuosos exis-
tente en Argentina, muestra la necesidad de un conocimiento más profun-
do de la situación provincial y local. Esto último, debido a la heterogenei-
dad de los espacios locales y de los actores vinculados con la problemática
que deberán formular y luego implementar políticas públicas de seguridad.
Las condenas
bles cuyo estudio escapa al objetivo del presente artículo (como la propen-
sión de los ciudadanos a denunciar la eficacia de las instituciones de control
y la confianza ciudadana en dichas instituciones, entre otras).
En Argentina, la criminalidad se ha convertido en un problema cen-
tralmente urbano, principalmente porque la mayoría de la población está
urbanizada10. Debido a factores tan diversos como la composición etárea de
la población y el énfasis que ponen los medios de comunicación masiva al
presentar casos emblemáticos que ocurren en las principales ciudades del
país, se ha establecido una inmediata e inconsciente relación entre ciudad,
espacio público y criminalidad. Esta relación constante ha llevado a un
abandono gradual de los espacios públicos y a una búsqueda de seguridad
en nuevos tipos de urbanización. Paradójicamente, estas nuevas modalida-
des de desarrollo urbano, que se explican en mayor profundidad en el si-
guiente apartado, no han servido para disminuir las tasas de delitos denun-
ciados sino para agudizar las diferencias entre territorios11 gobernados por el
miedo a la criminalidad, abandonados por las instituciones públicas de con-
trol, donde el abandono de los espacios públicos es prácticamente total y las
redes de confianza entre vecinos se han resquebrajado. Estos territorios del
miedo se presentan en las villas de emergencia, los centros históricos de las
ciudades y los barrios de residencia de la clase media Argentina. Por otro la-
do, territorios también gobernados por el miedo, donde sus habitantes re-
curren al establecimiento de seguridad privada, muros, vigilancia y desarro-
llo de nuevos espacios públicos en barrios cerrados.
Diversas encuestas de victimización rectifican los niveles de victimiza-
ción en los principales conglomerados urbanos de la Argentina. En este sen-
tido, información oficial mostró que el 50,7% de la población de las ciuda-
des de Rosario y Mendoza, el 41% del Gran Buenos Aires, el 37% de la ciu-
dad de Buenos Aires y el 34% de la Ciudad de Córdoba fueron víctimas du-
rante el año 1999. Por otro lado, un 52% de la población de los principa-
les conglomerados urbanos consideró que la policía hace un mal trabajo al
10 La alta tasa de urbanización en Argentina imprime una importancia central de los delitos urbanos,
sin embargo es notable cómo la tendencia de crecimiento de la criminalidad se evidencia también
en áreas rurales.
11 El territorio es un espacio socialmente construido donde un individuo o un grupo intenta afectar,
influenciar o controlar personas, fenómenos y relaciones a través de la delimitación y el estableci-
miento de un control sobre un área geográfica (Sack 1986).
La inseguridad urbana en Argentina 293
Gráfico 2
Victimización y sensación de inseguridad en Argentina, 1999 (en %)
100
75
50
25
0
Capital GBA Rosario Córdoba Mendoza
Gráfico 3
Sensación de inseguridad por nivel económico, Argentina 1999 (en %)
75
60
45
30
15
0
Bajo Medio Alto
Sensación de Inseguridad Es correcto poseer armas No denunció
Gráfico 4
Sensación de inseguridad, Argentina 1999
100
80
60
40
20
0
Capital GBA Rosario Córdova Mendoza
Gráfico 5
Niveles de inseguridad en conglomerados urbanos de diverso tamaño
Argentina, 1997
0.7
ins_barr
0.6
0.5
0.4
insl_barr
0.3
0.2
0.1
Más 300 mil hbts Más de 90 mil hbts Menos de 10 mil hbts
Gráfico 6
Niveles de inseguridad en conglomerados urbanos de diverso tamaño
Argentina, 1997
0.7
0.6
0.5
0.4
0.3
0.2
0.1
0
Más de 1 Entre 300mil Entre 100 mil Entre 50 mil Entre 11 y Menos de 10
millón hbts y 1 millón y 299 mil y 99 mil 49999 hbts mil hbts
hbts hbts hbts
ins_barr insl_bar
En cada vivienda seleccionada, se identificaron los hogares que la ocupaban y se recabaron datos de
la vivienda, de los hogares y de sus miembros. Los datos relevados, a través de ocho cuestionarios,
resultaron de la integración de las propuestas e intereses de distintos sectores y equipos técnicos vin-
culados a diversos programas sociales de la ex-Secretaría de Desarrollo Social, así como de otras de-
pendencias del Estado. El universo de la muestra abarca a la población residente en localidades de
5.000 o más habitantes, que representa el 96 % de la población urbana del país y el 83,4% de la
población total (SIEMPRO 2000).
298 Lucía Dammert
13 Argentina ejemplifica la tendencia de América Latina, que en el año 2000 tenía 52 ciudades de más
de un millón de habitantes (CEPAL 2000).
La inseguridad urbana en Argentina 299
14 Un ejemplo de este crecimiento de la gravedad de los hechos ocurridos son las tomas de rehenes que
ocurren constantemente en las principales ciudades argentinas.
300 Lucía Dammert
15 El término ‘capital social’ es entendido como las normas y redes sociales que facilitan las acciones
sociales y por ende tienden a mejorar la eficiencia del funcionamiento social (Putnam 1993).
La inseguridad urbana en Argentina 305
A modo de conclusión
Anexo
Tabla 1
Lugar donde se produjeron los homicidios, Argentina 1999
(en porcentajes)
Tabla 2
Indicadores de victimización y sensación de inseguridad, Argentina 1999
Tabla 3
Victimización por sexo, edad y lugar, Argentina 1999
Tabla 4
Victimización por estrato socioeconómico, Argentina 1999
Tabla 5
Indicadores sociales de los principales aglomerados urbanos, Argentina, 1997
Total (a) Gran Ciudad 19 Partidos Gran Gran Gran Gran Gran
de Buenos de Buenos Buenos La Plata Córdoba Mendoza Rosario
Aires Aires Aires
Desocupación total 13.7 14.3 11.1 15.6 14.7 16.1 6.1 13.1
Desocupación jefes
de hogar 9.2 10.3 8.0 11.3 9.0 10.5 4.2 8.9
Desocupación
15-19 años 35.7 19.2 19.7 12.4 28.8 23.4 10.0 21.5
Desocupación
20-24 años 20.4 36.8 9.4 19.0 42.2 34.8 18.5 34.9
Desocupación sin
educación primaria 15.7 17.9 10.1 18.4 11.0 15.0 6.4 13.8
Jóvenes 15 y 24 años
sin estudio o trabajo 13.8 14.3 7.1 16.4 11.1 13.0 10.5 14.9
Fuente: Siempro, 1998.
(a) Principales aglomerados urbanos consolidado de Argentina, 1997.
Lucía Dammert
La inseguridad urbana en Argentina 311
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Exclusão Territorial e Violência
O Caso do Estado de São Paulo
Raquel Rolnik1
6 Trabalhamos principalmente com a taxa de homicídios per capita, porque este é o indicador mais
confiável para medir a violência, registrado por autoridades de saúde pública, que possuem um
sistema muito consolidado de registro de mortes por causa no Estado de São Paulo.
7 Woodrow Wilson International Center for Scholars – Comparative Urban Studies Project on
Urbanization, Population, Security, and the Environment. Grupo de estudos sobre população,
ambiente, urbanização e segurança, Washington, 1998/99.
322 Raquel Rolnik
Mapa 1
Taxas liquidas de migraçao. Regiões administrativas
do Estado de São Paulo. 1970-1999
1970-80
1980-91
RA de Franca
RA de
Barretos
RA de São
José do Rio Preto RA de
Riberão
Preto
RA de Araçatuba
RA de Presidente
Prudente RA Central
RA de Bauru
RA de Manlia
RA de Campinas
RMSP
RA do
Santos
RA de Registro
Tabela 1
Preços relativos de terra /1998
Preço Diadema Guarujá Jaboticabal
8 A região mais pobre do Estado é o Vale do Ribeira, a Sudeste do Estado, que compreende 14
municípios e 226,413 habitantes, 45,17% deles considerados indigentes. As periferias da capital, ou
38 municípios, possuem 6 milhões de habitantes, 5% dos quais considerados indigentes.
324 Raquel Rolnik
9 Do total de 380 loteamentos registrados no município atualmente, 290 são irregulares – a maioria
tendo sido aberta nos anos 70 (118). (Diadema, 1995).
10 Diadema, 1995.
11 Alguns terminais de containers privados, como os da Dow Chemical, Cargill e Cutrale, instalaram-
se no Guarujá nos anos 70, definindo assim um retroporto.
12 A primeira ocupação da ilha ocorrera quando a Companhia Balneária da Ilha de Santo Amaro
estabelece um hotel, um cassino e 50 chalés para a elite paulistana na ültima década do Século XIX.
13 O crescimento populacional de Guarujá nos anos 70 foi de 5,26% anuais.
326 Raquel Rolnik
14 Considerando a legislação aprovada até o final dos anos 80, já que esta informação foi cruzada com
os dados do censo de 1991.
Exclusão Territorial e Violência 327
15 A atuação do Fórum Nacional da Reforma Urbana foi importante nesse sentido. A partir de
organizações populares, comunidades eclesiais de base e setores técnicos comprometidos com
democratização do acesso à terra e infra-estrutura urbana, formou-se a partir da redemocratizaçào
uma rede de agentes cuja identidade era a de questionar os compromissos e efeitos da política
urbana tradicionalmente praticada no país. A partir desse movimento – que culmina com a
introdução de uma pauta popular e democrática no capítulo de política urbana da nova
Constituição de 1988 – pautas como a exclusão praticada pela própria legislação são incluídas na
discussão sobre política urbana.
16 De acordo com a tabela 1, os melhores indicadores correspondem aos municípios de Batatais(74%);
Cerquilho (71,61%); Descalvado (71,58%) e São José do Rio Preto (70,72%).
17 Fonte: IBGE, Censos Demográficos.
18 Idem
328 Raquel Rolnik
20 Nas estatísticas de saúde pública, o grupo abrange todo os acidentes, incluindo de trânsito,
suicídios, homicídios e outras causas violentas, segundo os códigos E800 a E999 do capítulo XVII
do CID (Classificação Internacional de Doenças) – (Souza, 1994).
21 Fonte – Ministério da Saúde/CENEPI – Centro Nacional de Epidemiologia, 1988 ( Souza, 1994).
22 Dados disponíveis do Estado de São Paulo no período 1991/1994 (SEADE). Entretanto, não são
disponíveis para todos os estados. Entretanto, dados comparativos das regiões metropolitanas e suas
capitais confirmam a posição de São Paulo. Mesmo tendo havido um aumento das taxas em todas
as regiões metropolitanas, a taxa de homicídios de São Paulo foi de 38,9, a maior, seguida por Recife
(37,8). Souza (1994) aponta uma distorção nos números do Rio de Janeiro: se levarmos em conta
o número de homicídios mais as mortes causadas por armas de fogo, cuja intencionalidade ou
acidentalidade era ignorada, a taxa de homicídios no Rio de Janeiro em 1988 sobe a 50,3.
330 Raquel Rolnik
Tabela 2
Cidades com os maiores índices de exclusão territorial e taxa de
homicídios/100,000 habitantes – 1991 e 1994
Menos Adequados % taxa de Ranking taxa de Ranking
Adequação homicídios violência homicídios violência
(1991) (1994)
1. Embu-Guacu 1.3 44.95 9 25.04 29
2. Aruja 6.26 18.85 36 33.49 19
3. Juquitiba 6.45 50.68 6 36.36 16
4. Francisco Morato 7.46 58.34 3 76.36 3
5. Cubatao 10.07 37.42 16 31.24 20
6. Rio Grande da Serra 16.94 30.33 19 49.35 7
7. Praia Grande 18.14 44.95 10 14.64 48
8. Cotia 20.64 36.89 17 20.79 34
9. Embu 23.06 78.84 2 76.43 2
10. Santana do Parnaiba 25.92 10.86 64 26.68 27
11. Sao Vicente 26 20.19 31 26.68 26
12. Caraguatatuba 26.88 45.61 8 25.65 28
13. Sao Sebastiao 28.36 50.68 5 54.3 5
14. Franco da Rocha 28.89 25.91 24 60.28 4
15. Cajamar 30.12 44.78 12 29.87 25
16. Monguagua 30.17 26.62 21 9.08 75
17. Monte Mor 31.14 15.82 44 40.8 10
18. Suzano 31.44 25.94 23 40.6 11
19. Diadema 31.8 85.58 1 76.89 1
20. Varzea Paulista 33.38 19.1 34 20.83 33
21. Guaruja 34.11 26.34 22 35.14 18
22. Iguape 34.34 14.38 49 11.33 58
23. Guarulhos 34.46 44.12 13 53.89 6
24. Atibaia 36.38 15.17 47 18.01 41
25. Campos de Jordao 36.65 21.69 29 22.42 30
26. Maua 37.03 58 4 38.94 14
27. Santa Isabel 37.17 15.87 43 37.15 15
28. Poa 37.34 39.52 15 20.62 36
Exclusão Territorial e Violência 331
23 O número crescente de homicídios entre jovens do sexo masculino é uma tendência internacional.
Nos Estados Unidos, em 1987, no auge da epidemia de consumo de crack, 4223 jovens homens
entre 15 e 24 anos de idade foram assassinados. No mesmo ano, apenas no Estado de São Paulo,
3171 homens jovens foram mortos(Cardia, 1998)
Exclusão Territorial e Violência 333
Tabela 3
Municípios com os maiores níveis de adequação e taxa de homicídios/100.000
habitantes
Mais Adequadas % taxa de taxa de
Adequação homicídios homicídios
(1991) (1994)
1. Batatais 74 2.28 2.2
2. Barra Bonita 73.39 6.53 **
3. Cerquilho 71.61 5.02 **
4. Descalvado 71.58 * 3.7
5. Sao Jose do Rio Preto 70.72 6.75 8,71
6. Lins 70.13 * 4.93
7. Itapolis 69.87 3.04 5.76
8. Penapolis 69.5 6.25 6.17
9. Araras 68.84 9.2 15.08
10. Santa Rita do Passa Quatro 68.14 4.15 4.04
11. Vargem Grande do Sul 67.7 13.01 8.83
12. Socorro 67.62 9.8 6.17
13. Ribeirao Preto 67.61 15.89 18.08
14. Jaboticabal 67.51 6.79 11.33
15. Rio Claro 67.5 24.81 10.44
16. Sao Carlos 67.14 7.62 10.11
17. Amparo 66.51 3.96 1.9
18. Catanduva 66.46 8.6 6.28
19. Araraquara 65.71 8.43 13.98
20. Bebedouro 65.58 * 1.35
21. Mogi Guacu 65.43 6.55 4.57
* dados de 1991 não disponíveis **dados de 1994 não disponíveis
24 Entre os instrumentos utilizados em Diadema, foram criadas as Zonas de Especial Interesse Social
(ZEIS), em terrenos anteriormente destinados a usos industriais, tendo sido feitos créditos para que
cooperativas de moradia pudessem comprar as terras e construir suas casas.
Exclusão Territorial e Violência 335
Tabela 4
Agrupamento dos Municípios por percentual de adequações
Grupo Município % Adequ Grupo Município % Adequ
Batatais 74,00 Santa Cruz do Rio Pardo 61,08
Barra Bonita 73,39 Cruzeiro 61,03
Cerquilho 71,61 Cachoeira Paulista 60,95
Descalvado 71,58 Matão 60,80
São José do Rio Preto 70,72 Leme 60,34
Lins 70,13 Paraguaçu Paulista 59,93
Itápolis 69,87 Itatiba 59,50
Penápolis 69,50 Santa Cruz da Palmeiras 58,95
Araras 68,84 Américo Brasiliense 58,88
Santa Rita do Passa Quatro 68,14 Presidente Prudente 58,62
Vargem Grande do Sul 67,70 Igaraçu do Tietê 57,93
Socorro 67,62 Rancharia 57,41
Ribeirão Preto 67,61 2 Valinhos 57,11
Jaboticabal 67,51 Santo Anastácio 56,83
Rio Claro 67,50 Jundiaí 56,66
São Carlos 67,14 Porto Feliz 56,42
Amparo 66,51 Vinhedo 56,19
Catanduva 66,46 Morro Agudo 55,99
Araraquara 65,71 Itu 55,88
Bebedouro 65,58 São José dos Campos 55,87
Mogi Guaçu 65,43 Sorocaba 55,76
Bauru 65,22 Taubaté 55,60
Santos 65,12 Lorena 55,52
Santa Rosa do Viterb 64,61 Indaiatuba 55,31
1 Assis 64,42 Santa Barbara d'oest 55,14
Pereira Barreto 64,32 Santo André 54,88
Marilia 64,28 Caçapava 54,11
Botucatu 64,08 Votuporanga 54,11
Barretos 63,96 2 São Paulo 53,75
Osvaldo Cruz 63,87 São Bernardo do Campo 53,51
São Joaquim da Barra 63,64 Bragança Paulista 53,40
Limeira 63,12 Conchal 52,57
Campinas 62,67 Taquarituba 52,22
Fernadópolis 62,07 Pindamonhangaba 52,06
Garça 62,06 Salto 50,18
Americana 62,02 Andradina 49,90
Rio das Pedras 61,60 Santa Branca 48,46
Guaíra 61,56 Jacareí 47,41
Franca 61,40 Votorantim 47,11
Jales 61,30 Mogi das Cruzes 46,56
Piracicaba 61,30 São Roque 45,90
Exclusão Territorial e Violência 337
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Violencia homicida
y estructuras criminales en Bogotá
Introducción
* Investigadores Programa de Estudios PAZ PÚBLICA - Centro de Estudios sobre Desarrollo (CEDE)
– Universidad de Los Andes, Bogotá-Colombia. E-mail: pazpubl@uniandes.edu.co
Este artículo se desprende en parte de una investigación financiada por la Secretaría de Gobierno de
la Alcaldía Mayor de Bogotá. Las interpretaciones y opiniones, así como el contenido de este artícu-
lo son responsabilidad exclusiva de los autores y no comprometen a la Alcaldía Mayor de Bogotá.
1 Esta cifra sólo la sobrepasa Medellín, donde en la última década se presentaron el 16% del total de
homicidios del país. Cali por su parte aportó el 7% del total de homicidios de la Nación. En su con-
junto, las tres grandes ciudades (Bogotá, Cali y Medellín) han concentrado alrededor de una terce-
ra parte de los homicidios del país ocurridos en la década del noventa.
2 Definida como el número anual de homicidios por cada cien mil habitantes.
344 M.V. Llorente, R. Escobedo, C. Echandía y M. Rubio
Gráfico 1
Tasa de homicidios Colombia y Bogotá, 1980-2000
90
80
70
60
50
40
30
20
10
0
19
19
19
19
19
19
19
19
19
19
19
19
19
19
19
19
19
19
19
19
20
80
81
82
83
84
85
86
87
88
89
90
91
92
93
94
95
96
97
98
99
00
Bogotá Colombia
Gráfico 2
Tasa de homicidios principales centros urbanos, Colombia, 1995-2000
250
200
150
100
50
0
1995 1996 1997 1998 1999 2000
4 Resulta particularmente interesante el estudio de Sánchez y Núñez (2000), que mediante una in-
novadora metodología para medir la magnitud del narcotráfico en varias ciudades del país, deduce
que en el caso de Medellín, por ejemplo, cerca de un 80% del incremento en la tasa de homicidios
en la década del ochenta puede ser atribuido al incremento de la actividad del narcotráfico. Este ti-
po de asociación, por lo demás, está ampliamente documentada en literatura internacional.
5 Entre los pocos estudios sobre Bogotá se destacan los de Duque y Klevens (1997 y 2000), que apli-
cando el enfoque epidemiológico, pretenden establecer los factores individuales y familiares asocia-
dos a los comportamientos violentos de los bogotanos; así como el de Jimeno y Roldán (1996) que,
desde la visión antropológica y psicológica, explora las percepciones que los pobladores de sectores
populares de Bogotá tienen sobre la violencia en el hogar y fuera de él. También se encuentran apro-
ximaciones al fenómeno del sentimiento de inseguridad de los bogotanos, que buscan identificar las
zonas que mayor temor generan y los factores que según los ciudadanos hacen que esos sitios sean
particularmente temidos (Niño et al. 1998).
6 Entre estas actividades se destacan: atraco callejero, asalto bancario, robo y halado de vehículos, hur-
to a residencias y a establecimientos comerciales, asaltos a vehículos repartidores, prostitución, com-
pra-ventas, reducidores, extorsión y secuestro, venta de drogas ilícitas, tráfico de armas de fuego y
sicariato. Para una caracterización de estas estructuras al nivel local y barrial ver Paz Pública (2000
y 2000a)
Violencia homicida y estructuras criminales en Bogotá 347
10 La distinción entre estos dos tipos de violencia, impulsiva e instrumental, resulta especialmente per-
tinente dentro del contexto del debate público colombiano. Parte del problema de la definición del
diagnóstico y de las políticas de prevención del crimen para el caso colombiano, se origina precisa-
mente en la tendencia a equiparar modalidades de homicidio disímiles en términos de naturaleza y
actores involucrados, bajo un concepto genérico de violencia. Así, por ejemplo, se considera que un
homicidio ocasionado al calor de unos tragos en una taberna es equivalente al ocurrido en el curso
de un atraco o de un ajuste de cuentas entre bandas. Esta distorsión se traduce en políticas que pre-
tenden confrontar situaciones verdaderamente distintas en términos de su naturaleza y del tipo de
actores que involucran. Para un análisis sobre las imprecisiones presentes en el debate nacional so-
bre la violencia ver Rubio (1999). Para hacer esta distinción tomamos la tipología sobre violencia
impulsiva e instrumental de Spierenburg (1996), desarrollada a partir del análisis de la evolución
del crimen en Holanda desde la Edad Media hasta el siglo veinte.
11 Según Buvinic y Morrison (1999) los índices de violencia doméstica colombianos son bastante si-
milares a los de Chile y Costa Rica e inferiores a los de Perú, Nicaragua o México.
12 Sobre estos ejemplos ver Daly y Wilson (1988) y Lane (1979).
350 M.V. Llorente, R. Escobedo, C. Echandía y M. Rubio
13 Para el caso de Bogotá ver Rubio y Llorente (2000). Vale la pena señalar, además, que el porcenta-
je de homicidios que se juzgan en Colombia es sólo una pequeña fracción de los que realmente ocu-
rren.
14 Este enfoque ha empezado a plantearse con fuerza para el conjunto de América Latina en trabajos
que pretenden orientar las políticas de prevención del crimen en la Región, como los de Guerrero
(1997), Arriagada y Godoy (1999), Buvinic y Morrison (1999), Buvinic et al. (1999), Londoño y
Guerrero (1999).
15 Para Colombia se han hecho unas pocas aproximaciones preliminares en Duque y Klevens (1997),
Klevens y Roca (1999) y Klevens et al. (1999).
Violencia homicida y estructuras criminales en Bogotá 351
16 En Colombia el trabajo que desarrolló inicialmente esta tesis y que mayor influencia ha tenido so-
bre el debate público ha sido el de la Comisión de Estudios sobre la Violencia (1987).
352 M.V. Llorente, R. Escobedo, C. Echandía y M. Rubio
17 Según los datos de Medicina Legal se registró un posible móvil en cerca de la mitad de los homici-
dios ocurridos en Bogotá entre 1997 y 1999.
Violencia homicida y estructuras criminales en Bogotá 353
18 Al respecto, la definición de una ‘lesión por riña’ en una minuciosa encuesta sobre lesiones no fata-
les aplicada en Cali es reveladora: “cuando las personas involucradas se han enfrentado entre sí por
causas no determinadas” Concha y Espinosa (1997)
Violencia homicida y estructuras criminales en Bogotá 355
Mapa 1
Tasa de homicidios Bogotá según localidades
Promedio 1997 - 1999
Mapa 2
Tasa de homicidios Bogotá según sectores censales
Promedio 1997 - 1999
Concentración geográfica
Entre 1997 y 1999 la concentración geográfica de las tasas de homicidio
más altas de la ciudad se observa en tres focos compuestos por localidades
contiguas en el centro, el suroriente y el suroccidente de Bogotá (mapa 1).
Las zonas más violentas de la ciudad presentan un patrón, según el
cual: (mapas 3 a 5)
Mapa 3
Concentración de 20% de los homicidios en 21 sectores censales,
donde reside el 5% de los habitantes de Bogotá
Promedio 1997-1999
Mapa 4
Concentración de 50% de los homicidios en 84 sectores censales,
donde reside el 25% de los habitantes de Bogotá
Promedio 1997-1999
Mapa 5
Concentración de 80% de los homicidios en 230 sectores censales,
donde reside el 60% de los habitantes de Bogotá
Promedio 1997-1999
Persistencia de la violencia
Gráfico 6
Persistencia de un año a otro por tipo de violencia
100 100
10 10
1 1
0 2 4 6 0 2 4 6 8
1997 1998
Violencia instrumental
1998 1999
1000 1000
r = 0.44
r = 0.46
100 100
10 10
1 1
1 10 100 1000 1 10 100 1000
1997 1998
100 100
10 10
1 1
0 50 100 150 0 50 100
1997 1998
21 Para realizar esta observación, se construyó un indicador basado en el establecimiento de una cali-
ficación sobre presencia barrial de estas estructuras y de esta actividad, a partir de la base de datos
producto del trabajo de campo. Posteriormente, se calculó un promedio simple de esta calificación
para el indicador al nivel del sector censal.
22 Este porcentaje, calculado a partir de la revisión de una muestra de protocolos de necropsia en Bo-
gotá de los años 1997 y 1998 (Llorente 2000), contrasta con la cifra encontrada en un estudio de
Wellford y Cronin (1999) sobre homicidios en cuatro ciudades de los Estados Unidos, según el cual
el 48% de las víctimas tenían algún tipo de antecedente criminal. Esta diferencia puede explicarse
por las marcadas desigualdades en cuanto al esclarecimiento de los hechos delictivos. Mientras que
en las cuatro ciudades norteamericanas del estudio mencionado las autoridades resuelven en pro-
medio el 74% de los casos, para Bogotá esa proporción no superaría, en el mejor de los casos, el
20% de los homicidios. Esta anotación sugiere que la proporción de víctimas con antecedentes en
Bogotá sin duda sería bastante superior a la enunciada.
23 El trabajo cartográfico se realizó a partir de la base de datos por barrios producto del trabajo de cam-
po. Esta información se agrupó en sectores censales, lo que permitió obtener un promedio para ca-
da sector de los datos sobre estructuras criminales, actividades ilegales y lugares conflictivos, Prome-
dio Sector Censal (indicador de presencia o intensidad / número de barrios afectados). Mediante
una comparación con el promedio de Bogotá, se identificaron los sectores donde las estructuras cri-
minales tienen mayor incidencia, las actividades ilícitas son más recurrentes y los lugares conflicti-
vos tienden a proliferar. Ver Echandía (2000).
Violencia homicida y estructuras criminales en Bogotá 365
Mapa 6
Presencia de estructuras criminales en Bogotá,
según sectores censales, 1999 - 2000
24 Entre estos sitios se encuentran bares, tabernas, prostíbulos, moteles, lugares de apuestas, billares.
25 Una anotación que serviría de apoyo a esta conjetura es la hecha por Klevens (1998: 15) a partir de
una revisión extensa de estudios internacionales, según la cual: “es posible que el alcohol simple-
mente se asocie con situaciones, ambientes o actividades específicas que incrementan el riesgo de
exposición sin ser necesariamente un factor causal. Parece que el alcohol precipita reacciones vio-
lentas, pero sólo en personas con antecedentes de comportamiento agresivo o violento”.
366 M.V. Llorente, R. Escobedo, C. Echandía y M. Rubio
Conclusiones
27 En Bogotá, desde 1995 se han adoptado medidas de esta índole como la llamada Ley Zanahoria,
que restringe el horario para la venta y consumo de alcohol, y como el denominado Plan Desarme,
con el cual se restringe el porte de armas de fuego los fines de semana y festivos y se hacen campa-
ñas invitando a la población a entregar sus armas.
28 Evaluaciones preliminares sobre las medidas de restricción al consumo de alcohol y al porte de ar-
mas de fuego en Bogotá, indican que estos controles han tenido un impacto bastante moderado so-
bre la tendencia de homicidios de la ciudad, contrariamente a lo que ha sostenido públicamente la
Administración Distrital (Llorente et al. 2000).
368 M.V. Llorente, R. Escobedo, C. Echandía y M. Rubio
29 Incluso la definición adoptada por analistas de la violencia en Colombia: “El conjunto de normas,
actitudes, valores y creencias transmitidos, aprendidos y compartidos por un grupo social que le da
coherencia a la manera como sus miembros, o un subgrupo de ellos, actúan, interpretan y respon-
den a las circunstancias” (Duque y Klevens 2000: 190).
Violencia homicida y estructuras criminales en Bogotá 369
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Violencia por actores
Violencia en la familia y transmisión
de pautas de comportamiento social
Soledad Larrain H.
Introducción1
* Psicóloga
1 Este artículo está basado en la presentación realizada en el seminario: “Hacia un enfoque integrado
de desarrollo: ética, violencia y seguridad ciudadana”, Banco Interamericano de Desarrollo, realiza-
do el 16 y 17 de Febrero de 1996 en Washington, D.C.
380 Soledad Larrain H.
Concepto de violencia
El grupo de trabajo reunido el año 1981 en La Haya para analizar las con-
secuencias psicosociales de la violencia, la definió como: “Violencia es la im-
posición interhumana de un grado significativo de dolor y sufrimiento evi-
table”. Esta definición establece dos aspectos esenciales: la violencia es un
producto de acciones realizadas por humanos y que incide sobre otros seres
humanos. Pero también nos señala que esa violencia puede ser evitable. La
violencia no es parte de la esencia del ser humano, ésta surge asociada a con-
diciones psicológicas, sociales y, principalmente, culturales que pueden ser
modificadas.
Diversos documentos de Naciones Unidas se refieren al concepto de
violencia contra la mujer, distinguiendo diferentes tipos de violencia de
acuerdo a los ámbitos donde ésta se manifiesta. En la actualidad, en nume-
rosas publicaciones comienza a legitimarse el concepto de ‘violencia de gé-
nero’, haciendo referencia a la violencia que sufre la mujer en diferentes ám-
bitos de la sociedad por su condición de género.
El objetivo del presente trabajo no es profundizar en las distintas acep-
ciones que posee el término; sin embargo, es necesario señalar que la violen-
cia doméstica es la más expandida y que afecta, cotidianamente, a una ma-
yor cantidad de mujeres, sin distinción de edad, educación ni condición so-
cioeconómica. La violencia doméstica implica acciones que van desde el ho-
micidio hasta distintos tipos de agresiones físicas, agresiones sexuales, ame-
nazas y agresiones psicológicas; se da en una relación de poder y jerarquía,
ésta es considerada como una forma de ejercer poder sobre alguien situado
en una posición de subordinación.
“En los países de América Latina y el Caribe, la mujer tiene una situación
de vulnerabilidad, independientemente de su clase social o inserción labo-
ral. Uno de los aspectos que hace iguales a las mujeres es la posibilidad con-
Violencia en la familia 383
4 Se consideraron víctimas de violencia psicológica todas aquellas mujeres que reconocieron haber vi-
vido más de una vez por parte de su pareja las siguientes situaciones: a) insulto o que le haya hecho
sentir mal con ella misma, b) menosprecio o humillación frente a otras personas; c) que le haya he-
cho cosas a propósito para asustarla o intimidarla y d) amenazas con herirla a ella o a otra persona
importante para ella.
Se considera violencia física leve la de las siguientes conductas: a) abofetear o tirar cosas, b)empu-
jar, arrinconar o tirar del pelo. Se considera violencia física grave la de las conductas que incluyen:
a) golpear con puño, b) patear, arrastrar o dar una golpiza, c) intento de estrangulamiento, d) in-
tento de quemar o haber quemado, e) amenaza con usar o haber usado armas.
Se consideraron víctimas de violencia sexual a aquellas mujeres que reconocieron que sus parejas les
habían: a) forzado a tener relaciones sexuales cuando no deseaban, b) hecho tener relaciones sexua-
les por temor y c) forzado a algún acto sexual que ella encontró humillante o degradante.
386 Soledad Larrain H.
constituyen las mujeres que por diversos factores, entre otros, los procesos
migratorios del campo a la ciudad o las migraciones de otros países, tienen
una precaria o inexistente red de apoyo.
En la Región de la Araucanía, la violencia física y/o sexual es mayor en
las zonas rurales que en las urbanas, y en las mujeres mapuches que en las
no mapuches. Éste es el primer estudio en nuestro país que nos permite te-
ner datos comparativos del sector urbano y rural, el estudio anterior se rea-
lizó solamente en la Región Metropolitana. De igual forma, es la primera
vez que se puede comparar por pertenencia o no a una etnia. Los resultados
generan múltiples preguntas que es necesario ir respondiendo en futuros es-
tudios.
Sobre las características de los hombres que ejercen violencia física y/o
sexual en contra de sus parejas, éstos tienen menor escolaridad, mayor ines-
tabilidad laboral, más desempleo y ocupaciones de menor calificación que
los hombres que no la ejercen.
Los hombres que ejercen violencia física y/o sexual tienen un mayor
consumo de alcohol y drogas que los hombres que no la ejercen. Además,
en mayor proporción, tienden a participar en peleas físicas con otros hom-
bres. Esto indica que una parte importante de los hombres que ejercen vio-
lencia en contra de su pareja utilizan también esta forma de relación y de re-
solución de conflictos en otros contextos interpersonales.
Con relación al impacto de la violencia, los datos son concluyentes en
la comprobación de que se produce un deterioro en la salud general y men-
tal de la mujer, lo que es especialmente manifiesto en aquellas que viven vio-
lencia física y/o sexual.
Lo más significativo del impacto psicológico está en el ámbito de los
síntomas depresivos, las mujeres con violencia física y/o sexual han pensado
en suicidarse y lo han intentado en mucha mayor proporción que las muje-
res con violencia psicológica y éstas en mayor proporción que las mujeres
sin violencia.
La violencia también tiene un impacto en la salud sexual y reproduc-
tiva, y en los hijos. Existe una mayor proporción de embarazos no deseados,
por parte de la mujer y de su pareja, en las mujeres con violencia física y/o
sexual que en las mujeres con violencia psicológica, y mayor proporción en-
tre éstas —las que sufren violencia psicológica— que en las mujeres que no
sufren ningún tipo de violencia
388 Soledad Larrain H.
Factores culturales
En resumen, los niños víctimas de maltrato por parte de sus padres tie-
nen problemas en las relaciones interpersonales, teniendo dificultad para
implicarse afectivamente con sus pares o iguales, dificultad en su adaptación
al entorno social, conductas antisociales y autodestructivas y una baja au-
toestima.
Ha sido difícil que, como sociedad, podamos mirar la relación entre violen-
cia en el hogar y violencia social. Frecuentemente, se busca como ‘causa’ de
los niveles de violencia los medios de comunicación, especialmente la tele-
visión, la sociedad en su conjunto, la liberalización y menor control hacia
los hijos, etc. Sin embargo, hay muy poca reflexión sobre las relaciones en-
tre la violencia en el hogar y los comportamientos sociales agresivos.
La falta de una relación de apego, la actitud de maltrato de uno o am-
bos padres, el abandono o evitación de los padres, es determinante no solo
para el desarrollo de conductas antisociales o de agresividad, sino que limi-
ta la posibilidad del niño o niña de interiorizar pautas de control y autocon-
trol, lo que se traduce en la incapacidad de manejar los sentimientos agresi-
vos.
Otra condición que contribuye a una socialización deficiente y al de-
sarrollo de conductas agresivas es la inconsistencia en las prácticas de crian-
za. Los jóvenes con problemas conductuales, frecuentemente, fueron some-
tidos a prácticas de crianza que oscilaban entre ser muy punitivas, o falta de
control y pautas claramente definidas.
En resumen, las investigaciones realizadas en este tema concluyen que
la mala relación entre padres e hijos, las demandas poco consistentes o esca-
sas, la disciplina punitiva y la agresión entre los padres son factores familia-
res que inciden en el desarrollo de conductas llamadas antisociales.
Frecuentemente, las familias de los niños con problemas con la justi-
cia suelen ser familias monoparentales, con un padre ausente total o parcial-
mente; en algunos casos, con un padrastro que no constituye figura de iden-
tificación y suele ser un factor de aumento de violencia hacia el niño o ni-
ña y expulsión del hogar. En este contexto, la identificación del niño con la
figura paterna se dificulta cuando el padre está ausente, o presenta conduc-
394 Soledad Larrain H.
tas erráticas, esto facilita la identificación con otras figuras adultas en el me-
dio extrafamiliar.
Es frecuente que los niños con conductas agresivas o ‘antisociales’ ha-
yan desertado o hayan sido expulsados de la escuela, no participen en ins-
tancias comunitarias y mantengan contacto con otros jóvenes con conduc-
tas semejantes que les sirven de modelo y de espacio afectivo y que reempla-
cen las agencias de socialización.
Frente a la precariedad de vida de las familias en condición de pobre-
za, a las dificultades de las figuras de autoridad de desarrollar sus roles pa-
rentales, la respuesta desde la sociedad suele ser también de violencia hacia
el niño o niña, favoreciendo la respuesta ‘judicial’, que frecuentemente ter-
mina en ‘institucionalizar’ al niño menor de edad.
En resumen, frente a las limitaciones familiares y sociales de responder
a los requisitos mínimos para asegurar el desarrollo integral de los niños, la
respuesta del Estado es la internación de los niños en hogares de protección;
esto significa una socialización en donde la imposibilidad de interacción
con el mundo exterior da por resultado limitaciones de la convivencia so-
cial, falta de autonomía, deterioro en su autoestima y mecanismos defensi-
vos frente al dolor del abandono que se presentan por lo general en dos ti-
pos de comportamientos extremos: por una parte, rechazo al contacto con
adultos, volviéndose irritable, agresivo e indiferente, y, por otra parte, expe-
rimenta lo que se ha llamado adherencia afectiva, traduciéndose en excesiva
necesidad de contacto de quien demuestra afecto.
5 El estudio “Estimación de los costos asociados al maltrato infantil” (BID), revela que un 7.1% de
los recursos se destinan a prevención y un 52.6% a protección, que significa fundamentalmente ins-
titucionalización.
Violencia en la familia 395
bros del grupo familiar. Implica estimular las formas pacíficas de resolver los
conflictos desde la infancia, formas de tolerancia, respeto a la diversidad y a
la libertad de todos los seres humanos.
Los medios de comunicación juegan un rol fundamental en el mante-
nimiento y reproducción de la violencia, sus mensajes refuerzan un estereo-
tipo de familia jerárquica, con roles rígidos e inamovibles, en donde la mu-
jer tiene un rol subordinado y los niños no son sujetos de derecho, estos
mensajes están en la base de una conducta violenta.
El análisis del tema de la violencia y seguridad ciudadana debe, nece-
sariamente, hacernos reflexionar sobre las instancias primarias de socializa-
ción y la expresión de violencia en dichos espacios. El ejercicio de la demo-
cracia debe pasar a formar parte de nuestra convivencia diaria. La democra-
cia ha traído de la mano la posibilidad de paz, diálogo, consensos, éstos no
solo deben darse a niveles de las estructuras políticas, sino también deben
considerar el ámbito familiar y cotidiano.
Bibliografía
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1994 Violencia puertas adentro. Santiago de Chile: Ed. Universi-
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Larrain, S. y col.
1997 Relaciones familiares y maltrato infantil. UNICEF. Editorial
Calycanto.
Imágenes e imaginarios de la conflictividad
juvenil y las organizaciones pandilleras
Mauro Cerbino*
Bertolt Brecht
“…Demos una breve definición de los alarmes, necesaria en parte porque el término es
un ejemplo de aquella fastidiosa clase de palabras que en el uso común indican tanto lo
que causa una condición del sujeto que la percibe, como la condición misma”.
Erving Goffman
2 Acerca de la definición de ‘nación’ existen muchas versiones discordantes: hay quienes la conside-
ran una especie de confraternidad dedicada a ciertas actividades culturales como la música o el gra-
fito fundamentalmente pacíficos, y otros como una organización de mayor estructuración jerárqui-
ca más numerosa que una pandilla (siendo que ésta no llega al centenar de miembros mientras que
la ‘nación’ es de varios centenares) y dedicada a actividades ilícitas. En todo caso, las ‘naciones’ tie-
nen conexión con otros países latinoamericanos, e incluso con los Estados Unidos.
Imágenes e imaginarios de la conflictividad juvenil 401
3 Obviamente no se trata aquí de establecer atenuantes a la manera de un tribunal, sino más bien de
emprender la comprensión de los múltiples factores que influyen en una determinada conducta
considerada violenta.
402 Mauro Cerbino
4 Usamos aquí ‘complejo’ en el sentido que da Edgar Morin, de “lo que está tejido junto” y que, co-
mo tal, entonces no puede ser tratado por separado, que es precisamente lo que hace una perspec-
tiva instrumental.
5 La mayoría de las intervenciones de las autoridades se enmarcan en esta lógica. “Las reacciones que
provocan las violencias son uniformes e indiscriminadas… como las violencias mismas”, afirma
Rossana Reguillo (Revista JOVENes 1999).
Imágenes e imaginarios de la conflictividad juvenil 403
A estas dos características hay que agregar una tercera, que es la que
impide observar lo que afirmaba Pascal de que todas las cosas son causadas
y causantes, ayudadas y ayudantes, mediatas e inmediatas y que, entonces,
en el caso específico que nos interesa aquí, la familia en crisis es probable-
mente, más que una causa, uno de los efectos de mayores y más profundas
condiciones críticas y problemáticas, históricas o estructurales. Del mismo
modo, hay que reflexionar sobre la violencia (o las violencias) partiendo de
la constatación de que existen diferentes expresiones y contextos violentos
que vuelven impracticable y desviador el poder reconocer y distinguir clara-
mente entre víctimas y victimarios.
Es necesario abandonar esta ‘visión estereotómica’6 si queremos com-
prender a fondo las razones que sustentan las violencias y los conflictos.
Como señala Georges Balandier (1997: 190): “la violencia (…) es vista co-
mo inherente a toda existencia colectiva, es el resultado del movimiento de
las fuerzas por las cuales dicha existencia se compone y que ella engendra”,
depende de la dinámica de lo vivo, por la cual orden y desorden son inse-
parables.
A esta dimensión permanente de condiciones existenciales que engen-
dran violencias, se añade en la modernidad tardía un conjunto de situacio-
nes problemáticas particulares, que tiende a complicar y radicalizar el pano-
rama y los escenarios de la violencia.
Una vez más, Balandier (1997: 192) señala que: “…en las sociedades
de la modernidad actual, las situaciones potencialmente generadoras de vio-
lencia son permanentes y no solo coyunturales: efectos de número (con el
apilamiento urbano), de masa (con la indiferencia), de multitud (con las
reuniones ocasionales cargadas de un poder difícil de controlar), de imita-
ción (afecta a la fragilidad de los valores y de los modelos de identidad, pro-
picia al desamparo individual)”.
Asistimos a manifestaciones de violencia en distintos contextos: desde
las estructuras institucionales —como son la escuela, la familia, las autori-
10 Rossana Reguillo (2000) reflexionando sobre la ‘biopolítica’ desde los consumos culturales y toman-
do de Foucault la idea de que “a todo poder se oponen otros poderes en sentido contrario”, escri-
be: “Si algo caracteriza los colectivos juveniles insertos en procesos de exclusión y de marginación
es su capacidad para transformar el estigma en emblema, es decir, hacer operar con signo contrario
las calificaciones negativas que les son imputadas”. Sobre la noción de ‘biopolítica’, ver también
Hart M. y Negri A. El Imperio (fotocopiado).
11 Rossana Reguillo, en: Revista JOVENes 1999.
406 Mauro Cerbino
12 Tal es el caso demostrado de aquel joven que, apresado por el toque de queda en Guayaquil, testi-
monia que en las denominadas charlas para ‘reorientar’ y ‘reeducar’ a los jóvenes en situaciones de
riesgo (un pilar del plan antipandillas puesto en acción en esta ciudad), lo que le habrían manifes-
tado con énfasis es: ¿Cómo es posible que tus padres te dejen ir por la calle con “ese corte (del ca-
bello) rapero”?
13 Para profundizar en las implicaciones de esta dimensión, se puede estudiar la aportación de la teo-
ría psicoanalítica lacaniana del deseo que es deseo del otro y que plantea siempre el enigma de la
pregunta ¿“che vuoi”?, o ¿qué quiere la sociedad de mí? Ver Zizek Slavoj (2001).
14 Por su parte Stuart Hall argumenta: “…las ‘víctimas’ (en este caso el autor se refiere a los negros)
pueden verse atrapadas por el estereotipo, confirmándolo inconscientemente a través de los mismos
términos en los que han tratado de oponerse y resistirse a él”. Creo que algo similar puede ser pen-
sado para los estereotipos creados en torno a los jóvenes o a los pandilleros, aunque obviamente no
de forma mecánica y directa. Es lo que parece interpretar Jacinto cuando afirma: “…violencia so-
cial, todo te destruye. Tienes estereotipos por ejemplo que vas cogiendo de todo lo más violento que
puedas”.
Imágenes e imaginarios de la conflictividad juvenil 407
Frente al papel que juegan los medios de comunicación con relación a los
jóvenes o a las pandillas juveniles existe un carácter que podríamos definir
como ‘esquizoide’.
15 Existe una larga lista de verbos con el prefijo ‘re-’: reeducar, reorientar, reformar, rehabilitar, etc. To-
dos estos han adquirido la característica innegable del lugar común, dado que, en el momento de
la profundización de perspectivas, ninguna institución que los emplea sabe no solo ‘cómo’, sino so-
bre todo desde ‘dónde’, es decir desde qué referentes, valores, contenidos nuevos y de alguna mane-
ra claros, utilizarlos.
408 Mauro Cerbino
16 Ver M. Cerbino, C. Chiriboga, C. Tutiven (2000). Ahí se hace hincapié en la doble actitud reduc-
cionista de los medios frente a los jóvenes, que hemos llamado idealizadora, cuando se los ve exclu-
sivamente como ‘futuro de la patria’, y estigmatizadora cuando son proyectados como potenciales
delincuentes.
Imágenes e imaginarios de la conflictividad juvenil 409
“En las calles, les gritan «pandilleros», «Latin King», o «tú lo mataste»;
casi nadie responde a las burlas o acusaciones. Por unos, pagamos to-
dos. La gente piensa que la mayoría somos así y no saben que los res-
ponsables fueron infiltrados y ex estudiantes. De broma en broma nos
ofenden”, comentó José Franco, alumno de sexto curso” (El Universo,
19 de febrero de 2002).
410 Mauro Cerbino
Lo imaginario de la conflictividad:
Rostros y miradas de la violencia
17 Usamos aquí la noción de persona en el sentido latino de ‘máscara’, del papel jugado y la posición
asumida en el concierto de las relaciones sociales. A este mismo sentido haremos referencia más ade-
lante cuando hablemos de ‘persona’.
18 Ver sobre este tema Marc Augé (1998).
Imágenes e imaginarios de la conflictividad juvenil 411
Todo lo que tiene que ver con la estructura ‘yoica’ y narcisista es ima-
ginario. Las relaciones sociales, los vínculos, las construcciones de alterida-
des, es decir los procesos de identificación y reconocimiento de ‘los otros’ se
enmarcan en el registro imaginario. Nuestra tesis aquí es que, en los mo-
mentos actuales, en parte debido a lo que ya hemos señalado como la ‘es-
pectacularización’ y la ‘pornograficación’ de la cultura audiovisual y el défi-
cit simbólico19, las relaciones sociales quedan atrapadas, de manera formida-
ble, en un abultamiento ‘imaginarizado’. De esta condición, obviamente,
no escapan los mundos juveniles y tampoco las pandillas. Es más, estos
mundos se caracterizan por la articulación de conjuntos estéticos que defi-
nen las distintas posiciones frente a la vida, las maneras de agruparse, de sen-
tirse, de ser visibles y de ocupar el espacio público.
Hoy, los jóvenes operan y actúan con complejos ámbitos imaginarios
sostenidos a partir de la apropiación de bienes simbólicos, que circulan so-
bre todo en los medios y que son la materia prima para las adscripciones
identitarias, la afirmación y la diferenciación social. Es posible, además, que
con la incorporación de fragmentos generados por las industrias culturales,
éstos sean ‘disueltos’ y neutralizados en su poder de manipulación, median-
te la capacidad de descontextualizarlos. Duplicar o seriar ciertos iconos me-
diáticos puede significar la ‘rendición’ de estos iconos20. “El vestuario, el
conjunto de accesorios que se utilizan, los tatuajes y los modos de llevar el
pelo, se han convertido en un emblema que opera como identificación en-
tre los iguales y como diferenciación frente a los otros”21.
Todos los procesos de reconocimiento o desconocimiento son imagi-
narios. En el caso de las pandillas las insignias plasmadas en los collares, ani-
llos y pulseras, así como el nombre y los apodos de sus integrantes, repre-
19 A propósito de esta definición de déficit simbólico, quiero señalar lo que afirma Italo Calvino
(1988: 58) en sus últimos escritos que se titulan Seis propuestas para el próximo milenio: “A veces me
parece que una epidemia pestilencial haya contagiado a la humanidad en la facultad que más la ca-
racteriza, es decir el uso de la palabra, una peste del lenguaje que se manifiesta como pérdida de
fuerza cognoscitiva… que tiende… a apagar toda chispa que brote en la confrontación de las pala-
bras con nuevas circunstancias”.
20 Creemos (tomamos la idea de Massimo Canevacci 1999) que éste es el caso, por ejemplo, de los jó-
venes que se tatúan el código de barras en alguna parte de su cuerpo, cuerpo que juega a hacerse
mercadería para disolver su poder fetichista.
21 Rossana Reguillo (2000) op. cit. La investigadora sugiere el término de ‘socioestética’ como un ele-
mento característico de las culturas juveniles.
412 Mauro Cerbino
“...Se trataba de vestirse bien, con zapatos de marca… tenías que tener
las reebok, las nike, las adidas y ya más o menos estabas bien vestido”.
“El robo... o sea, yo lo que quería es ropa de marca porque veía que la
juventud se ponía más ropa de marca que la que nosotros usábamos”.
Imágenes e imaginarios de la conflictividad juvenil 413
La envidia puede ser la dimensión imaginaria en la que los signos del otro,
los ‘signos prueba’ (Jean Baudrillard) pueden llevar al sujeto juvenil a bus-
car la pelea. Con ‘signos prueba’, nos referimos a aquellos que permiten
mostrarse y que otorgan algún estatus; se expresan, por ejemplo, en frases
como: “…si bailas bien ya te quedan viendo mal”, “…nos tiran charadas y
se burlan”, o también:
“En los bailes… este man baila bien y es del otro grupo, y es una cues-
tión de competencia, entonces todos tratan de tener cierta hegemonía
en base a la violencia, y en base a ella (no dejar que el resto de grupos
tenga ciertos detalles o ciertas maneras) en las que se les pueda supe-
rar… yo por la violencia te gano lo que sea”.
La pinta de uno y la pinta del otro: la ropa, el baile, la marca y los zapatos
son muestra de estar a la moda, de ‘estar en onda’. Muchos de estos imagi-
narios, además, son condición necesaria para la visibilidad de los chicos
frente a las chicas, así nos dice Fernando:
22 Las preguntas que se puede hacer un sujeto frente a ciertas miradas son muchas, pero todas apun-
tan probablemente a un cuestionamiento que produce incomodidad, por ejemplo: ¿qué tengo yo
de raro para que se me mire de esta forma?, ¿qué es lo que no le gusta al otro?
Imágenes e imaginarios de la conflictividad juvenil 415
tablece una conexión imaginaria compleja23 con ‘esa otra mirada’ que cons-
tantemente la sociedad dirige hacia ciertos sujetos y entre ellos a los juveni-
les: la mirada del ‘gran otro’, que juzga, desaprueba, estigmatiza y hace sen-
tir inferior. Una mirada que parece plantearse como sancionadora de posi-
ciones sociales frente a las cuales, a veces, no se puede responder o se res-
ponde transgresivamente o violentamente24.
La mirada del discurso dominante, las miradas inquisidoras, las mira-
das de los ‘normales’, la mirada del ‘otro’ y la del igual a mí es lo que pro-
voca al joven o a la joven para que reproduzca ese juego de miradas, un jue-
go que vuelve impotente simbólicamente y que genera conflictos que, aun-
que expresados a veces a través de fórmulas lingüísticas o palabras rituales,
no logran cumplir con la ‘ritualización’ de la violencia y apuntan directa-
mente a la agresión física.
Ante este juego de miradas ‘cuestionadoras’ e ‘increpantes’, la reacción
de la palabra es ritual: “¿Qué me ves?”, “¿qué te debo?” (con la idea de ‘no
deber nada a nadie’), “¿qué quieres?” (que yo te pueda dar), “¿qué, estás muy
bacán?” (es decir, más que yo), o “¿qué chucha quieres?” (tratando de decir,
en el caso de los hombres especialmente: ¿qué chucha?, si yo no la tengo),
fórmulas rituales que se producen en respuestas a una mirada que interroga
y cuestiona.
Las veces que se responde a la mirada con una formulación lingüística
ritualizada ‘insuficiente’ es cuando ‘se arma la bronca’.
El juego de ‘mirar o no’ sanciona además la pertenencia a un grupo o
el reconocimiento obtenido en él. Se mira, precisamente, a los que hay que
desafiar o que merecen ‘ser vistos’ porque son considerados inferiores, o ‘in-
feriorizables’.
“...por ejemplo entras a una fiesta donde hay diferentes grupos pero si
ya te conocen que eres arrecho, si eres bien parado, así, ni te regresan a
ver, vuelta si eres guambra carcoso, te pueden humillar así” David.
23 Cada mirada concreta desata una especie de ‘metaforización’ de esa otra gran mirada, y en este sen-
tido contiene también algo de inscripción simbólica.
24 “...una ve la mirada de la gente, cuando una se está pasando le quedan viendo a una, y dicen esa pe-
lada es una ladrona, esa ñera es una drogadicta, eso dice la gente, porque ellos no saben lo que es
vivir la vida en la calle...” Jimena.
416 Mauro Cerbino
“Muchas de ellas (las broncas)… se dan por celos; por ejemplo, tienes
tu pelada y todos los muchachos están que joden, o sea tú entiendes,
que morbosean y todas esas cosas, tú ves que le joden a tu pelada y di-
ces: cómo va a ser que esta puta venga hecha la buena a robarse la mi-
rada de todos”.
25 ‘Chapetear’ es escribir los nombres y los apodos en los lugares por donde transitan los jóvenes.
“Nuestro territorio es por donde andamos (...) con grafos, dibujos, con nuestros colores, el nombre
de nuestra banda y por eso nos quedamos tranquilos de que ya sabe otra pandilla que ese es nues-
tro territorio y nadie puede marcar allí” (miembros de una pandilla de Guayaquil).
26 ‘Anotar’ en el doble sentido de poner nota y de hacerse notar (Cerbino 2000).
27 Estos atributos estéticos se traducen en operaciones ritualizadas como indica esta historia que nos
contó una chica de una ‘nación’: “una pelea entre ella y otra chica era una prueba puesta por la or-
ganización para demostrar su capacidad de enfrentamiento y de bronca a partir de la cual recibiría
un collar como reconocimiento para empezar a formar parte de la nación”. La estructuración jerár-
quica al interior de la nación viene simbolizada a través de una tipología de colores y la calidad de
los collares.
Imágenes e imaginarios de la conflictividad juvenil 417
28 Más allá de otras consideraciones que habría que tomar en cuenta, es interesante que entre las ‘de-
mandas’ presentadas a las autoridades de gobierno del Guayas por parte de representantes pandille-
ros y de naciones de esta provincia constan algunas de carácter cultural tendientes a afirmar la liber-
tad de expresión: paredes para ‘grafitear’, el consumo de música y espacios para los ‘hip hoperos’.
29 “El orden simbólico se asienta sobre la imposición, al conjunto de los agentes, de estructuras cog-
nitivas que deben una parte de su consistencia y de su resistencia al hecho de ser, por lo menos en
apariencia, coherentes y sistemáticas y de estar objetivamente en consonancia con las estructuras ob-
jetivas del mundo social” Pierre Bourdieu (1994).
418 Mauro Cerbino
30 Esta afirmación lo que quiere decir es que el ‘gil’, que es aquel considerado débil o tonto, es el
que permite la ‘parada’, esto es, el exhibirse del ‘vivo’. En otras palabras, el vivo necesita del gil
para ser tal.
31 Podríamos decir que esta noción tiene relación directa con un ‘ideal del yo’ en términos psicoana-
líticos.
32 Es emblemática, en este sentido, una publicidad de una marca de leche en la cual se hace notar la
diferencia valorativa entre un niño grande, alto, que entra a una habitación llena de niños (podría
ser el aula de un colegio) con un paso firme que infunde temor y respeto y otro, en cambio peque-
ño y tímido, que recibe la burla de los otros compañeros. Ejemplos como éste se repiten en todos
los ámbitos que hemos señalado, piénsese por ejemplo en las acusaciones de ser ‘maricón’ que se di-
rigen constantemente los políticos, o casos paradigmáticos: el ‘esperma aguado’ materia de contien-
da entre dos candidatos a la presidencia o la afirmación del ex presidente de la República dirigién-
dose a la multitud: “ ¡Ustedes saben que yo no me ahuevo!”. Ver, sobre estos temas, Xavier Andra-
de (2001).
Imágenes e imaginarios de la conflictividad juvenil 419
Asimismo, los ritos de iniciación y las pruebas que definen apuntan también
hacia la demostración de valentía, de aptitud varonil para el combate, para
tener capacidad de desafiar o de saber aceptar el desafío. Aquí es evidente el
paralelismo que existe con la formación militar de los miembros de las Fuer-
zas Armadas con la práctica de los conocidos ‘bautizos’. Métodos de castigo
u hostigamiento similares a los que se dan al interior de las pandillas.
También muchas intervenciones de la policía hacia los jóvenes se tra-
ducen en la aplicación de modelos masculinos de sanción: flexiones de pe-
cho y corte del pelo largo para los ‘sospechosos rockeros’, son algunos ejem-
plos. Se trata, en definitiva, de sanciones que reafirman los valores de la
fuerza y el autoritarismo, de la ‘inferiorización’, del desprecio y de la humi-
llación.
El horizonte simbólico de la masculinidad hegemónica cortocircuita
con el culto a la imagen, en el que la hombría tiene que ser conducida y sos-
tenida por el look de ciertos zapatos, la ropa de marca y los otros atributos
estéticos. El caso de los zapatos es, tal vez, paradigmático, es un signo de po-
der y distinción, y reafirma el andar por la calle como ‘hombre de respeto’.
Es significativo, en este sentido, el relato de José un ex pandillero de una
pandilla-secta en el que afirmaba que hasta dormía con las botas de ‘rocke-
ro’ puestas.
Además de la demostración fáctica y real de la virilidad, existen ex-
presiones lingüísticas que apuntan a definir una hombría hablada, el saber
de la labia. La mayoría de estas expresiones contienen una referencia a la
mirada33. Es necesario recalcar que su empleo no es prerrogativa exclusiva
33 Son expresiones utilizadas todo el tiempo en las conversaciones de los y las jóvenes, algunas de ellas
son: ‘ver las huevas’ o ‘¿qué chucha me ves?’. Ver las huevas es humillar, burlarse de una persona, y
entonces no dejárselas ver es el sustento simbólico de la masculinidad; Boris relata: “la mayoría de
Imágenes e imaginarios de la conflictividad juvenil 421
“...no debes tener miedo, si lo tienes ahí estás frito, un man en un plei-
to debe ser valiente, tirárselo a macho, decidido (...) mira soy tranqui-
lo, pero si me buscan debo ser arrecho, macho, valiente...”.
Y Camilo por su parte afirma: “si te muestras ahuevado, se te cargan”.
jóvenes se reúne y si te dicen por ejemplo: a mí lo que me gusta de vos es que no te dejas ver las
huevas; ponte, dejarse ver las huevas tiene que ver con que a mi nadie me hace bromas y si me ha-
ces una broma te caigo a puñetes y ya no me viste las huevas...”.
422 Mauro Cerbino
34 “...claro que también sirve para hacerse valiente, más bravito que otro, la mayoría lo consumen por
eso…”; “…cuando tú usas drogas eres más sabido que otro, y no sientes huevadas, ni cosas cuando
robas...”; “Te pone listecito para poder robar, hacer más relajo...”; “…para hacer más divertidas las
cosas que hacíamos, y nos estimulábamos con eso, nos creíamos valientes, más que los otros”;
“…nos drogamos a veces, para ser sincero, para sacarme mis inquietudes, mis penas para hacer las
cosas que no haces sobrio, no sientes con la droga miedo de nada, temor de nada, tú sabes que pue-
des hacer lo que quiera, si es de matar, matas, no tienes miedo a nada ni nadie, tú con las drogas no
miras si es rico o pobre, tú vas a darle por darle”.
Imágenes e imaginarios de la conflictividad juvenil 423
“El líder tiene que ser el más parado el más arrecho de todos, el más an-
tiguo antes que nada”.
“Le hacemos caso al líder, él toma las decisiones y hay que acatarlas pa-
ra no tener problemas”.
“Nuestro jefe, no es un batracio, es alguien preparado, que se metió en
esto por circunstancias de la vida”.
“Al jefe le decimos el propio, el propio para todos”.
35 Se trata de algo parecido a la asunción de una posición hegemónica que en el sentido ‘gramsciano’
se basa en el consenso y no en la imposición. En este sentido, las pandillas o las naciones difieren
de las formaciones militares en las que la autoridad está dada por la carrera, por el ascenso automá-
tico.
Imágenes e imaginarios de la conflictividad juvenil 425
“Entonces él me dijo: oye loco tú eres de los nuestros, yo dije: ¿por?, ¿quie-
res que te presente a alguien, quieres que te presente a tu familia?” Pedro.
La mayoría de nuestros informantes apuntan a definir a la pandilla, la
‘nación’, la jorga o la ‘pata’ como una familia, o como afirma el Loco: “…yo
les digo que la pandilla, es como mi segunda familia”. María, al ser pregun-
tada por su pandilla responde: “somos como hermanos, una gran herman-
dad (…) nos decimos hermanitos porque somos como una familia”.
“Si bien es cierto que los problemas familiares pueden tener cierta in-
fluencia, los jóvenes que ingresan a la pandilla lo hacen sobre todo por el
atractivo que ésta despierta en ellos, ya sea por los beneficios materiales o por
los emocionales que obtienen. Además, los que deciden ingresar no lo hacen
Imágenes e imaginarios de la conflictividad juvenil 427
con el objetivo de iniciar una ‘carrera delictiva’, a pesar de que con frecuen-
cia se ven envueltos en ella, sino porque buscan —en principio— otro tipo
de vivencia” (Cruz y Portillo 1998, citado en Santacruz y Eastman 2001).
Sería un error pensar que la ‘familia’ de la calle sustituya a la familia
biológica; como aclara Genio: “¿hablas de mi familia de la casa o de la ca-
lle?” Esta ‘otra’ familia, la de la calle, es una comunidad emocional y ‘fami-
lia’ adquiere un valor metafórico: imaginarse lo que podría ser una familia36,
como en el caso de María cuando afirma que lo que los junta: “no es una
regla, es algo que a una le nace, porque cuando estamos unidos somos una
familia (…) somos una familia unida”.
La pandilla, como comunidad emocional que ampara, apoya y da pro-
tección, al mismo tiempo brinda la posibilidad de ‘tener un norte’ un sen-
tido de la vida; característica que muchas veces en la familia biológica está
ausente, sobre todo, porque en esa familia el sujeto juvenil no adquiere un
sentido de ‘persona’37.
Persona es aquella que juega un papel en el escenario de la socializa-
ción, papel que en la familia no puede darse porque son necesarias otras
condiciones de la vida social (entre pares) que se pueden encontrar en la ca-
lle, en particular para aquellos jóvenes que viven en los barrios marginales
de las ciudades38. El testimonio de Esteban nos lo confirma:
“Es que se ve en las calles la vida que es mejor antes que estar en la ca-
sa; o sea, en las calles conoces cosas buenas, cosas malas que en la casa
no, nunca vas a conocer nada de eso”.
Pedro, cuenta que su vinculación a una pandilla empezó cuando “tenía pro-
blemas familiares, no salía y me creían niño, y otra porque quería hacer más
36 Bourdieu (1997: 128) argumenta que: “Si bien es cierto que la familia no es más que una palabra,
también es cierto que se trata de una consigna o, mejor dicho, de una categoría, de un principio,
de una realidad colectiva”.
37 El testimonio de Pablo va en esta dirección: “…es que yo en mi casa no me sentía persona, no me
sentía nadie, era nadie”.
38 Vale la pena subrayar, aunque solo de paso, que la pandilla no es un fenómeno exclusivo de los
jóvenes de sectores socio-económicos deprimidos: existen pandillas conformadas por chicos y chi-
cas de sectores pudientes. Este hecho abona nuestra interpretación de que las pandillas no solo se
dedican a actividades ilícitas sino que constituyen comunidades emocionales y de sentido de la vi-
da social.
428 Mauro Cerbino
39 “En sus calles, cerca de sus viviendas, en sus barrios encuentran el ambiente apropiado para adqui-
rir los ‘conocimientos’ que les llevarán, más tarde, a ingresar a las pandillas. El espacio fuera del ho-
gar se convierte en un ‘refugio’ alterno al familiar y en ese ambiente social viven emociones inme-
diatas, que su espíritu juvenil les reclama. Allí viven intensamente, se identifican con sus pares,
crean círculos sociales y aprenden sus propias formas de relacionarse con la sociedad” (Concha-East-
man 2001).
40 “Tu grupo es como tu familia porque tú te vas a la casa y le cuentas cosas a tu papá, y te dicen co-
sas como que no tienes edad para tener enamorada o como para qué andas con guambras locas, en-
tonces no estás muy identificado con tu familia porque no encuentras un espacio, vuelta los ami-
gos sí te dan ese espacio” Sebastián.
Imágenes e imaginarios de la conflictividad juvenil 429
Obviamente, existen otros elementos que llevan a los y las jóvenes a formar
parte de una pandilla. Muchos de ellos, tal vez, tienen que ver con la per-
cepción del riesgo. Parece ser que los jóvenes son los que mejor saben repre-
sentar y aprovechar un signo evidente de estos tiempos de ultra moderni-
dad: la angustia provocada por la incertidumbre. Su capacidad de vivir el
momento, los instantes de un presente infinito, significa transformar esa an-
gustia en actitudes positivas frente a la vida.
En este contexto, muchos de los riesgos, considerados como tales por
la sociedad adulta, se traducen en la oportunidad de vivir el vértigo y una
‘descarga adrenalínica’. A través del uso y abuso de ‘pruebas’ corporales co-
mo son, por ejemplo, los saltos mortales de los ‘raperos’ o el ‘mosh’ de los
‘rockeros’, muchos jóvenes imprimen un sentido a la vida social. Algunas
de las actividades que desarrolla una pandilla van en esta dirección, que es
convivir con el riesgo para obtener oportunidades de afirmación y recono-
cimiento. Entonces existen riesgos que atraen, que permiten a los jóvenes
medirse y encontrar satisfacción e incluso diversión. Aquí el testimonio de
Jorge:
“...porque armarse bronca con los choros (ladrones) era más emocio-
nante porque estabas arriesgando tu vida, porque sientes la adrenalina
en tu cuerpo de verdad, porque ellos sí te meten el cuchillo sin pensar-
lo dos veces”.
430 Mauro Cerbino
Conclusiones
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Miriam Ernst*
* Socióloga
1 La Ley contra la violencia a la Mujer y la Familia define a la violencia intrafamiliar como “toda ac-
ción u omisión que consiste en maltrato físico, psicológico o sexual, ejecutado por un miembro de
la familia en contra de las mujeres o demás integrantes del núcleo familiar”.
2 Toda acción u omisión que consiste en maltrato físico, psicológico o sexual, ejecutado por una per-
sona hacia una mujer, por el hecho de ser mujer. El factor de riesgo, por tanto, es ser mujer.
436 Miriam Ernst
La violencia contra las mujeres es, por tanto, producto de relaciones de po-
der desiguales en las que existen factores que la inhiben o que la facilitan, a
nivel macro: el desempleo, la violencia social, el alcoholismo, la drogadic-
ción son factores impulsores. A nivel micro: el aislamiento, es decir el no te-
ner apoyo familiar o de amigas o vecinas/os, el no contar con ingresos pro-
pios que pueda manejar autónomamente, el que solamente se ocupe de las
tareas del hogar, la falta de conocimientos de sus derechos, un bajo nivel de
conocimiento de instancias y organizaciones que apoyen a la solución de es-
ta problemática, un bajo nivel de escolaridad, y haber vivido en familias vio-
lentas y tradicionales que generan personalidades con una baja autoestima y
que reproducen comportamientos y roles tradicionales. El motivo de la
agresión puede ser cualquiera: el incumplimiento de las tareas domésticas,
la infidelidad conyugal, los celos, la falta de dinero, el desempleo masculi-
no, el que no haya estado atenta a lo que le dice su pareja o, como sucede
con frecuencia, el que él haya estado ebrio. Muchas veces, el estado de ebrie-
dad representa una ‘excusa’ para los hombres, al decir que no se acuerdan de
lo realizado. Muchas mujeres disculpan esta actitud por la misma razón.
Por el contrario, los factores que la inhiben se presentan en sociedades
en las que la convivencia social es más armónica, en los casos en que las mu-
jeres trabajan y tienen mayor autonomía económica o tienen una mayor ca-
pacitación; cuando existe un control social (familiar o comunitario) que re-
chaza la violencia como comportamiento cotidiano, cuando las mujeres tie-
nen un mayor conocimiento de sus derechos, y cuando tienen mayor auto-
nomía e independencia en sus relaciones, en su movilidad espacial y en la
toma de decisiones.
Hasta hace aproximadamente tres décadas, este problema era invisible
y se circunscribía a las cuatro paredes del hogar. Hoy, los datos son irrefuta-
bles. Seis de cada diez mujeres en el Ecuador sufren de algún tipo de violen-
cia física, psicológica, sexual; sin discriminar edad, condición económica, ni
procedencia étnico cultural.
4 Facultad Latinoamericana de Ciencias Social (sede Ecuador): El equipo investigador estuvo confor-
mado por Fernando Carrión, coordinador, y los investigadores Édison Palomeque, Carlos Arcos y
Álex Terán.
Ser mujer, un factor de riesgo 441
Cuadro 1
Tipología de mujeres denunciantes con base en nivel educativo y situación laboral
Frecuencia % % válido
Amas de casa, con estudios secundarios
y eventualmente superiores que no trabajan. 933 27.8 28.7
Amas de casa, con estudios de
primaria o menos, que no trabajan. 1198 35.7 36.9
Trabajadoras, con estudios de
secundaria incompleta o menos. 691 20.6 21.3
Trabajadoras en varios tipos de ocupación,
con educación secundaria completa y más. 429 12.8 13.2
Total: 3251 96.8 100.0
Perdidos del sistema. 107 3.2
Total: 3358 100.0
Fuente: Formularios de denuncia.
Elaboración: FLACSO, Sede Ecuador.
Cuadro 2
Frecuencia de agresión por tipo de denunciante (1999)
Cuadro 3
Coeficientes de asociación entre frecuencia de agresión y grupo socio ocupacio-
nal de la mujer denunciante
Valor Significación aproximada
Lambda Simétrica 0.01 0.40
Tipología socio ocupacional
de denunciantes dependiente 0.01 0.40
Número de agresiones
dependiente 0.00 .
Tau de Goodman
y Kruskal Tipología socio ocupacional
de denunciantes dependiente 0.01 0.00
Número de agresiones
dependiente 0.01 0.00
444 Miriam Ernst
Cuadro 4
Situación ocupacional de las parejas
Cuadro 5
Situación ocupacional de las parejas y frecuencia de agresiones
Situación ocupacional de las parejas Total
Hombre Hombre y Hombre y Mujer
trabaja/ mujer mujer sin trabaja/
mujer no trabajan trabajo hombre no
trabaja trabaja
Número de
agresiones. % col. % col. % col. % col. % col.
A menudo/
a diario. 54.1 58.3 58.5 62.7 56.5
Esporádicamente. 33.8 31.0 28.5 26.0 31.9
Primera vez. 7.5 6.8 9.6 6.2 7.4
Sin información. 4.6 4.0 3.3 5.1 4.3
Total: 100.0 100.0 100.0 100.0 100.0
Fuente: Comisarías de la Mujer, 1999.
Elaboración: FLACSO, Sede Ecuador, 2000.
Cuadro 6
Porcentaje de denuncias según situación ocupacional de las parejas y estado del
agresor al momento de la agresión (Agresión diaria o a menudo)
Conclusiones
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Estrategias de
seguridad ciudadana
Seguridad y convivencia en Bogotá:
logros y retos 1995-20011
Hugo Acero
Presentación
Contexto
Cuadro Nº 1
Homicidio común Colombia 1960 - 2000
30.000
25.000
No. de homicidios
20.000
15.000
10.000
5.000
0
1960 1965 1970 1975 1980 1985 1990 1995 1996 1997 1998 1999 2000
Cantidad 3.960 3.766 4.338 5.823 8.565 12.19 28.51 25.39 26.64 25.37 23.09 23.20 25.50
Cuadro Nº 2
Muertes por homicidio común
Capitales de departamento 1999
* Población ** Homicidio Tasa x 100000 hbts.
126.680 263 207,6
Arauca 74.647 174,2
Medellín 1.957.928 3311 169,1
Pereira 456.816 647 141,6
Yopal 75.225 105 139,6
Cucuta 624.215 747 119,7
Mocoa 31.719 33 104,0
Cali 2.110.571 102,9
Manizales 361.965 357 98,6
Popayán 221.413 190 85,8
Riohacha 95.734 74 77,3
Bucaramanga 520.874 375 72,0
Santa Marta 374.933 226 60,3
Armenia 288.977 173 59,9
Villavicencio 314.213 187 59,5
Barranquilla 1.226.292 691 56,3
Valledupar 328.740 170 51,7
Monteria 321.249 165 51,4
Pasto 378.606 172 45,4
Bogotá 6.276.428 2477 39,5
Ibague 421.195 165 39,2
Tunja 118.855 46 38,7
Quibdo 114.318 42 36,7
Puerto Carreño 14.850 5 33,7
Sincelejo 228.609 73 31,9
Cartagena 877.238 263 30,0
Neiva 322.076 94 29,2
Leticia 36.528 4 11,0
San Andrés 66.046 5 7,6
* Fuente: DANE **Fuente: Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses
Seguridad y convivencia en Bogotá 455
1400
1387
1284 1341 1301
1300
1260
1200
cifras
1100
1039
1000
931 914
900
878
821
800
1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000
en accidentes de tránsito
456 Hugo Acero
150
150
95 89
100
70
56
38 36 35
50
28 27 24 20
11 9 5 2
0
ín
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o
M
n
o
ad
ud
Sa
Ci
25000
20000
15000
10000
5000
0
1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000
Delitos 6696 8566 12750 16151 19269 21581 23891 25121 24399 19927 18050
8 Se refiere a los siguientes delitos: robo de vehículos y motos, atraco callejero, hurto de residencias,
asaltos bancarios y hurto a establecimientos comerciales.
458 Hugo Acero
Son varias las versiones que han surgido desde la academia y las institucio-
nes con el ánimo de explicar estas reducciones. ¿Cómo se puede explicar la
constante reducción del número de los delitos registrados en Bogotá desde
hace varios años? Algunas de las más frecuentes líneas interpretativas se pre-
sentan a continuación, en particular en lo que hace referencia a la reducción
de las muertes violentas.
9 Al respecto, según datos de Medicina Legal, entre 1993 y 2000 el porcentaje de participación de los
homicidios de la ciudad con relación al total nacional disminuyó del 15,8 al 9,6, es decir se redujo
en un 40% aproximadamente, por lo tanto esta afirmación pierde consistencia.
Seguridad y convivencia en Bogotá 459
10 Hay que anotar que una característica importante, que ha incidido en la reducción de los homici-
dios en estas ciudades, ha sido la elaboración y ejecución desde hace algunos años de políticas pú-
blicas de seguridad y convivencia, en el caso de Cali Desepaz, en Medellín el Programa de Convi-
vencia y en Bogotá la Consejería de Seguridad y en la actualidad la Subsecretería de Seguridad y
Convivencia. En términos generales la reducción de la violencia en estas ciudades corresponde a la
definición, aplicación y consolidación de una política pública en materia de seguridad y conviven-
cia, situación que no se ve en los últimos años en las demás ciudades o departamentos del país, don-
de el índice de homicidios ha aumentado.
11 Fuente: Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses.
460 Hugo Acero
Causas objetivas
13 No obstante, la relación violencia - condiciones sociales ha sido fuertemente discutida (Alcaldía Ma-
yor de Bogotá: Secretaría de Gobierno. Universidad de Los Andes 2000) (Beltrán et al. 2000).
462 Hugo Acero
mación sobre los modus operandi de la delincuencia, de tal forma que, a par-
tir de este conocimiento, puedan diseñar estrategias, que con apoyo de la es-
tación de policía de la localidad, les permita ofrecer respuesta a sus necesi-
dades de seguridad de manera coordinada, sistemática y orgánica. A través
de este mecanismo, hoy día la ciudad cuenta con más de 4.000 líderes for-
mados en estos aspectos.
Así mismo, y en concordancia con lo anterior, impulsó en 1995 la
creación de los Frentes Locales de Seguridad, que son organizaciones de ca-
rácter comunitario, que integran los vecinos por cuadras, sectores, barrios,
conjuntos cerrados y edificios, con los cuales se busca combatir el miedo, la
apatía, la indiferencia y la falta de solidaridad frente a la acción del delin-
cuente. Existen en la actualidad 4.493 frentes.
Otras estrategias policiales que pueden mencionarse a partir de 1998
son: ‘Bogotá Solidaria’ y ‘Zonas Seguras’, que consistieron en la estructura-
ción de programas con los cuales se cubre con patrullas mixtas (automóvi-
les y motos) los 100 puntos más críticos de la ciudad, con una doble fun-
cionalidad: el contrarrestar los delitos de mayor impacto en ellos y, dada su
movilidad, el posibilitar la aplicación de planes masivos de corta duración,
pero de máximo impacto.
Una nueva modalidad del servicio que se impulsó en 1999 fue la im-
plementación de la Policía Comunitaria (policía de cercanía), cuyo objetivo
es acercar al policía a la comunidad y propiciar una cultura de seguridad
ciudadana en el barrio o sector asignado, a través de la integración de la ad-
ministración local, la policía y la comunidad en procura del mejoramiento
de la calidad de vida.
La más reciente estrategia (año 2001) ha sido maximizar el número de
policías en las calles, lo cual se logró con la disminución de éstos en cargos
administrativos y su asignación a la vigilancia en calle.
En lo que hace a la conformación de grupos especiales para combatir
delitos como: hurto a entidades financieras, de automotores, atraco calleje-
ro y muchos más que, por obvias razones, no han sido de conocimiento pú-
blico, desde 1995 la policía ha creado y fortalecido varios de estos grupos.
Finalmente, hay que resaltar la asignación a la Policía Metropolitana
del manejo del tránsito en 1995, que no solo ha contribuido a la disminu-
ción de las muertes en accidentes de tránsito, que pasaron de 1.352 en 1995
a 821 en 2000, sino que ha conllevado al mejoramiento de la seguridad en
466 Hugo Acero
‘Hora zanahoria’
Desarme
Al igual que la ‘hora zanahoria’, esta medida por sí sola no puede explicar la
reducción importante que se ha reportado en el caso de los homicidios y le-
siones comunes. El estudio de la Universidad de los Andes, anteriormente
mencionado, identificó que esta medida había contribuido a la reducción
de un 14% en los homicidios comunes ocurridos los tres últimos años. De
este programa también hay que destacar las acciones de entrega voluntaria
de armas, el desarme de los colegios y la incautación y decomiso de armas
legales e ilegales, que han propiciado en la ciudadanía espacios de reflexión
sobre el uso de las armas a la hora de resolver los conflictos.
470 Hugo Acero
Bibliografía
La seguridad, como expresión de una necesidad vital del ser humano, ha si-
do y es una de las preocupaciones centrales de nuestra sociedad y de los go-
biernos desde la década pasada. Como construcción social y cultural, la se-
guridad constituye uno de los iconos de la crisis de la modernización y el
desarrollo social, por cuanto —en esencia— implica certeza y ausencia de
riesgo o amenaza (Tudela 2001: 51-64).
No obstante, más allá de su naturaleza, la seguridad debe ser entendi-
da como un bien público, vinculando este concepto al moderno Estado de
Derecho, enfoque —a nuestro parecer— esencial para establecer criterios y
la construcción de políticas en esta materia.
No debe ser entendida como un fin en sí mismo, sino como una ga-
rantía para el ejercicio de los derechos y el logro del bien común. De allí sur-
ge el concepto de ‘seguridad ciudadana’ —en oposición a la visión discrimi-
natoria de seguridad nacional— que los gobiernos de la Concertación en
Chile se han preocupado de resguardar, asegurando y garantizando que las
3 Solo recientemente, los Ministros de Justicia e Interior de los gobiernos de Argentina, Brasil, Uru-
guay, Paraguay, Bolivia y Chile firmaron un protocolo de acuerdo sobre cooperación en seguridad
ciudadana, ampliando la visión tradicional que asocia seguridad y delincuencia especializada (Tu-
dela 2001b: 39-48).
Seguridad ciudadana en Chile 477
Gráfico 1
Evolución de la percepción de los tres problemas a los que el gobierno debería
dedicar mayores esfuerzos. Encuesta Nacional CEP-Chile 1989-2001
75
55
Porcentajes
35
15
1989 1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001
Gráfico 2
Evolución del porcentaje temor “alto”: Encuesta telefónica
en principales centros urbanos: FPC Serie 1999-2001
20
18
16
14
12
10
Gráfico 3
Evolución de las tasas de denuncia según categorías de delito 1997-2001: Chile
2000
1.702,00
Tasa cada 100 mil habitantes
1.427,40
1400 1.298,40
1.132,10 1.156,10
1045
913,7
877,2
778,8 766,8
800
657,1
513,6
389,3 421,2
353,3
200
1997 1998 1999 2000 2001
Tabla 2
Chile: Tasa de denuncia cada 100 mil habitantes 1997-2001
Ello se debe, básicamente, a tres factores: por un lado, una situación de ano-
mia social, de desregulación del comportamiento de los individuos en socie-
dad, de confusión y de ausencia de valores, y de incongruencia entre objeti-
vos validados socialmente e instituciones de acceso a esos objetivos, derivado
todo de un inadecuado proceso de socialización. Por otro lado, una alta y de-
senfrenada tasa de expectativas que acaban por provocar una —igualmente
alta y descontrolada— tasa de frustraciones, que desencadena un proceso de
acciones violentas. El crecimiento económico no ha cubierto las necesidades
y expectativas asociadas. Las extremas desigualdades económicas y sociales,
disparidades agudas entre ricos y pobres, que generan graves situaciones de
exclusión social, privación y alineación (Tudela 1998: 363-373).
En el informe de 2000 sobre desarrollo humano en Chile, el PNUD
destaca, entre los anhelos y las aspiraciones más sentidas, una sociedad más
igualitaria, la reapropiación del espacio público (la preocupación por un ba-
rrio seguro y el fortalecimiento del vecindario), así como la valorización de
la diversidad social.
La victimización, resultante de la criminalidad y la violencia, se asocia
a los principales centros urbanos del país, así lo reflejan las encuestas de vic-
timización4 (Tabla N° 3).
Tabla 3
Victimización según tipología de delito para el Gran Santiago - Chile
Período 1999-2000
Tipo de delito 1999% 2000% Diferencia
1999-2000
Robo o hurto de vehículo. 0.5 1.3 0.8
Robo o hurto de objetos desde vehículo. 8.2 10.4 2.2
Robo con fuerza en las cosas. 5.4 8.9 3.5
Tentativa de robo con fuerza en las cosas. 9.1 8.1 -1.0
Robo con violencia en las personas 5.5 6.2 0.7
Robo o hurto de objetos personales. 7.7 10.1 2.4
Delitos sexuales. 1.4 0.8 -0.6
% Victimización general. 28.4 32.4 4.0
Fuente: Ministerio del Interior- Chile.
4 El estudio de 1999 considera una submuestra de 1.327 personas de 18 años y más. El estudio de
2000 considera una submuestra de 2.135 casos para el Gran Santiago.
482 Jorge Burgos y Patricio Tudela
Pero, más allá de lo señalado, la seguridad de las personas también tiene que
ver con variables psicosociales, asociadas a la construcción de ‘realidades so-
ciales’ y ‘realidades virtuales’; es necesario analizar lo que las personas pien-
san, creen y discuten. Por ejemplo, un 80% de los habitantes de Santiago
siente inseguridad en alguna parte de la ciudad; un 72% de los habitantes
que se sienten inseguros nunca ha sido víctima directa o indirecta de algu-
na acción violenta (Oviedo y Rodríguez 1999: 4). En efecto, la dimensión
comunicacional asociada a la inseguridad generalizada es un factor clave pa-
ra comprender la insatisfacción, el temor y las expectativas. La inseguridad
ciudadana tiene un componente subjetivo, basado en percepciones y repre-
sentaciones sociales sobre los autores, sus causas y sus efectos, así como del
papel de los actores e instituciones responsables de preservar o mejorar las
condiciones de seguridad de las personas, la convivencia y la tranquilidad
ciudadana.
Sin duda, el rol educativo y de transmisión de valores de los medios de
comunicación, especialmente de la televisión, es preponderante en este con-
texto. Más aún cuando estos son formadores de opinión. Su penetración
ocupa cada vez más horas de los espectadores, debilitando la comunicación
interpersonal, provocando el decaimiento de la vida familiar y disminuyen-
do la atención que debe prestarse a los niños, por ejemplo. Los medios de
comunicación social tienen responsabilidad en la difusión de conductas vio-
lentas y socialmente repudiables. Ciertos contenidos de la prensa, el cine y
series televisivas legitiman la violencia como parte de la cotidianidad. Para-
lelamente, también legitiman y promueven el éxito a partir del consumo,
haciendo más evidentes las desigualdades sociales y la frustración de quie-
nes no pueden acceder a él.
Resultado de este proceso, es el surgimiento de nuevas generaciones de
individuos alienados, sin defensas intelectuales y fácilmente manipulables.
Otro resultado, indeseable desde el punto de vista del clima social, es el gra-
do de aumento de la anomia social, con todos sus efectos de agudización de
la desorientación en el comportamiento de los individuos en la sociedad.
Más allá del derecho a informar, actividad —por cierto— fundamental en
una democracia, también es necesario poner énfasis en la responsabilidad de
los medios como promotores de desarrollo social.
Seguridad ciudadana en Chile 483
Por otra parte, y que duda cabe, la inseguridad también tiene su ori-
gen tanto en la calificación del entorno físico y social5, como en el papel de
las instituciones especializadas, que se manifiesta en la falta de confianza en
las instituciones policiales y los tribunales (Torres y de la Puente 2001: 10).
Pero, desde una perspectiva más ‘objetiva’ y técnica, también se debe a
la obsolescencia de los sistemas de protección de las personas; y, en algunos
casos, de las normas sustantivas y procesales; se explica por la falta de equi-
pamiento, pero también por la ineficacia de la policía; por la falta de recur-
sos y la lentitud de los tribunales; y por regímenes carcelarios deficientes que
no contribuyen a la readaptación social de los reclusos. La falta de respues-
ta eficaz del Estado y sus órganos, es uno de los principales factores y que
—en parte— se debe a un proceso de modernización inconcluso.
La falta de seguridad y de justicia devela una distribución poco equi-
tativa de un ‘bien público’ que debe ser común. Cualquier ciudadano debe
tener la certeza de que accede a ella independientemente de su condición.
Al no cumplirse esta premisa esencial de todo Estado democrático, se en-
frenta entonces un problema mayor, por cuanto la falta de acceso a la justi-
cia y la seguridad generan un estado permanente de marginalidad inheren-
te a la desigualdad.
En consecuencia, más allá de asociar seguridad con democracia, tam-
bién hay que poner énfasis en el binomio seguridad y justicia; lo que en la
práctica significa intervenir mejorando la prevención y el control de la delin-
cuencia, pero —a su vez— mejorando tanto el acceso como la eficiencia del
sistema de administración de justicia. Esta trilogía —democracia, seguridad
y justicia— constituye hoy una demanda básica para el desarrollo de una so-
ciedad moderna y justa. El no satisfacer esta demanda, afecta la percepción
de la eficacia de la democracia y su legitimidad (Tudela 1998b: 87-111).
5 Resultados de una encuesta a 1.200 personas entre 18 y 70 años. “Los resultados indican que San-
tiago es una ciudad de habitantes con temor y que el aumento de la percepción de inseguridad de
sus habitantes contrasta con que las tasas de victimización se hayan mantenido más o menos cons-
tantes en los años que precedieron a la encuesta (1997). El temor se relaciona con el abandono del
espacio público físico y sociopolítico, así como con el refugio en los espacios privados. La actitud
de resolver los conflictos por medios no pacíficos es alta y se asocia, en mayor medida, con la inse-
guridad, la actitud negativa hacia la democracia y la falta de expectativas sobre el futuro del país.
Los resultados de este estudio respaldan la idea de que, para superar el temor, la gente tiende a adop-
tar posturas conformistas, homogeneizando las creencias y los comportamientos, sobreestimando la
fuerza como medio para resolver las diferencias” (Oviedo y Rodríguez 1999).
484 Jorge Burgos y Patricio Tudela
6 La aplicación de ciertos modelos de prevención puede generar a veces efectos no previstos o desea-
dos (por ejemplo, informar a delincuentes potenciales sobre la vulnerabilidad de una zona o las téc-
nicas de comisión de los delitos, incrementar el número de denuncias ante la policía, etc.).
Seguridad ciudadana en Chile 485
En Chile, desde fines de la década del noventa, se han asumido dos desafíos
y líneas de acción estratégicas, con el propósito de reducir las tasas de crimi-
nalidad, violencia e inseguridad en nuestra sociedad; tomando en cuenta los
orígenes, manifestaciones y efectos para la sociedad y sus miembros: por un
lado, la generación de una alianza entre la sociedad, el Estado y el Gobier-
no; y, por el otro, el desarrollo de una plataforma orgánica-funcional ade-
cuada entre los diferentes agentes del Estado, encabezada por el Ministerio
del Interior e Intendencias, para implementar acciones intersectoriales rela-
cionadas con la seguridad ciudadana.
Este marco de acción está definido por las siguientes consideraciones:
En primer lugar, la criminalidad y la violencia deben asumirse como
problemas permanentes que demandan tanto una política clara y específica,
como —a su vez— una respuesta y reacción de los órganos del Estado sóli-
das, estables en el tiempo y eficaces, privilegiando la efectividad de las fun-
ciones institucionales propias en el área de la prevención delictual y social,
el control y sanción, así como la reclusión y la rehabilitación-inserción; pe-
ro también, atendiendo a las características y naturaleza de cada una de esas
manifestaciones que preocupan a la sociedad.
Una segunda consideración, es que la seguridad y la intervención so-
bre los factores de riesgo para las personas y la propia sociedad no pueden
ser un asunto reservado al Estado, la policía y la justicia; la seguridad es un
asunto de todos.
Una tercera consideración, es asumir la existencia del delito y la inse-
guridad como realidades sociales, y que esto obliga a llevar a cabo diagnós-
ticos y estudios, a fin de asegurar y garantizar una mejor valoración del pro-
blema, tanto desde una óptica de la ciudadanía (desde los miembros de la
comunidad hacia quien decide políticamente), como también de identificar,
conocer y comprender sus orígenes y los factores que intervienen, sociales,
culturales, económicos, estructurales y circunstanciales.
En cuarto lugar, sin desconocer la necesidad de asegurar mecanismos
adecuados de control y sanción de la conducta delictiva, se debe poner én-
486 Jorge Burgos y Patricio Tudela
7 Por cierto, una mayor represión no conduce necesariamente a una disminución de la delincuencia,
eventualmente la desplaza o la reduce parcialmente, pero no la elimina. La evidencia empírica de
numerosas investigaciones demuestra que no existe correspondencia entre los distintos grados de re-
presión de los sistemas penales y las tasas de criminalidad (Sherman et al. 1997). Por ello, el siste-
ma penal y penitenciario requiere de una pronta modernización, lo que implica profundizar los pro-
gramas de rehabilitación y buscar medidas alternativas a la privación de libertad.
Seguridad ciudadana en Chile 487
llar una visión integral, que obliga al diseño de una estrategia y acciones
intersectoriales para enfrentar el problema en todas sus expresiones.
2. Gestión moderna. Las acciones derivadas de una política preventiva
serán eficaces en la medida en que cuenten con los atributos de una
gestión eficiente: a) coherencia, puesto que las medidas deben ser con-
sistentes con las necesidades y prioridades; b) se adecuen a la exigen-
cia de administrar los recursos públicos con un énfasis en la medición
de los resultados y las metas alcanzadas; c) sistematización, que exige
que las acciones sean planificadas, dotadas de recursos suficientes y
permanentes; d) concentración de esfuerzos y reducción de la duplici-
dad; y, e) sean sujetas a examen, seguimiento y evaluación constantes.
3. Focalización. Dado que la existencia de factores socio-ambientales, co-
mo la pobreza, la cesantía, la marginalidad, la desigual cobertura de
servicios de justicia y prevención policial, entre otros, pueden contri-
buir a la aparición de conductas criminales y violentas, y de la victimi-
zación, se debe procurar la intervención y concentración de los esfuer-
zos preventivos, atendiendo a variables: a) socio-espaciales, b) en el
plano local (barrios y municipios), c) con énfasis en los centros urba-
nos de población, y d) segmentos en mayor riesgo, por ejemplo, en
sectores sociales con un menor acceso a la justicia, o más vulnerables a
la acción criminal e inseguridad, como ocurre en el caso de las muje-
res, las personas de más edad, los jóvenes, entre otros.
4. Participación social y convocatoria. Atendido al hecho de que los fac-
tores que favorecen la criminalidad, violencia e inseguridad son múl-
tiples y variados, por ello las medidas a ejecutar deben involucrar a di-
versos sectores de la sociedad. Las acciones deben responder a roles
compartidos, pues las posibilidades de éxito serán mayores en la medi-
da en que el conjunto de la comunidad nacional se involucre en él, ha-
ciéndose parte de una acción concertada, integral y permanente, asu-
miendo un criterio y enfoque clave, como que los sujetos y actores pa-
ra la seguridad ciudadana son varios: desde los centros privados y las
ONG, pasando por las propias víctimas y la acción de la comunidad,
hasta la acción gubernamental y estatal.
5. Énfasis socio-preventivo. La preservación y mejoramiento de la segu-
ridad y factores de protección no se circunscriben únicamente a medi-
das de control, juzgamiento y cumplimiento de las penas. Un compo-
488 Jorge Burgos y Patricio Tudela
8 Ante las dificultades encontradas para coordinar los esfuerzos de las numerosas y diversas institucio-
nes involucradas en el campo de la prevención del delito y la necesidad de incorporar a la comuni-
dad en tareas preventivas, siguiendo los modelos anglosajón y canadiense, se ha planteado la opor-
tunidad de crear un organismo abocado al diseño, coordinación y tratamiento técnico de los planes
y acciones de prevención social (Stansfacon y Brandon 1999). Ver también Naciones Unidas 1999.
492 Jorge Burgos y Patricio Tudela
9 Las comunas de la Primera Fase son: Copiapó (III Región), Ovalle (IV Región), Valparaíso (V Re-
gión), San Bernardo, Renca, La Espejo, La Pintana, El Bosque, Santiago (región Metropolitana-
Gran Santiago), Coronel y San Pedro de la Paz (VIII Región) y Valdivia (IX Región).
10 Las comunas de la Segunda Fase son: Calama (II Región), San Antonio (V Región), Talca y Lina-
res (VII Región), Talcahuano (VIII Región), San Ramón, San Miguel, Cerro Navia, Estación Cen-
tral, Pudahuel, Macul y Melipilla (Región Metropolitana-Gran Santiago).
Seguridad ciudadana en Chile 493
11 Básicamente implica movilizar a los individuos y grupos para actuar sobre factores que impidan la
participación de las personas en el desarrollo social y promover el desarrollo de comunidades ‘sanas’.
En otras palabras, se trata de una estrategia preventiva que involucra el diseño integrado de políti-
cas sociales y programas de desarrollo que puedan ser incorporados en iniciativas multisectoriales de
interés para la comunidad en general, atendiendo la presencia de factores de riesgo (Chinchilla y Ri-
co 1997).
494 Jorge Burgos y Patricio Tudela
Para hacer frente a las deficiencias detectadas, nos parece fundamental mo-
dernizar la acción incorporando un concepto de la gestión integral. La ges-
tión integral en seguridad ciudadana es un proceso que va desde la construc-
ción de un marco ético-político hasta la ejecución de acciones de interven-
ción pública destinadas a producir cambios de las condiciones objetivas y
subjetivas que afectan a la población. Entre las líneas de trabajo que deben
fortalecerse se encuentran la investigación, la planificación y la aplicación de
herramientas de apoyo a la gestión, como el monitoreo y la evaluación.
En materia de investigación, es posible y necesario promover la pro-
ducción de conocimientos y propuestas haciendo alianzas con otras institu-
ciones públicas y privadas, incentivando el debate de las ideas y apoyando,
desde el gobierno central, líneas de investigaciones que se complementen en
función de un análisis acabado del problema.
Respecto a la planificación, los problemas de delincuencia, violencia e
inseguridad ciudadana abren un amplio espacio de intervención pública que
necesita de estrategias pertinentes, coherentes, eficientes, eficaces y sosteni-
bles. Una especial preocupación en esta materia, es el diseño de intervencio-
nes intersectoriales para un problema que es multicausal.
Desde el punto de vista de las herramientas de apoyo a la gestión es
fundamental favorecer la evaluación ex post destinada a conocer los efectos
de las políticas en seguridad ciudadana y de informar las decisiones que
afectan su continuidad, rediseño y asignación de recursos. En esta misma lí-
nea, es imprescindible trabajar en la instalación de un sistema de monitoreo
que permita conocer los estados de avance de las acciones que lo conforman,
centrando su observación en la cobertura, ejecución financiera, productos e
impactos. Simultáneamente, los indicadores para el monitoreo y la evalua-
ción ex post facilitarán la rendición de cuentas y la comunicación con la ciu-
dadanía.
Los esfuerzos modernizadores de la gestión pública en seguridad ciuda-
dana deberían llevarnos, en el mediano plazo, a logros como los siguientes:
• Diseño de nuevas estrategias de intervención intersectorial y multidis-
ciplinarias.
• Mejorar la calidad de los diseños de intervención.
• Aumentar la efectividad de la acción en seguridad ciudadana.
• Conocer los cambios producidos por las acciones en las variables-pro-
blema que le dieron origen.
496 Jorge Burgos y Patricio Tudela
12 Las funciones del Comité Interministerial de Seguridad Ciudadana son: a) apoyar las actividades
del Ministerio del Interior en materia de seguridad ciudadana; b) implementar acciones, mecanis-
mos y procedimientos, para promover y asegurar la participación, la coordinación y la colaboración
de los diversos organismos involucrados; c) tomar conocimiento y evacuar informes sobre las tareas
desarrolladas y el estado de implementación de las acciones en el Plan Integral de Seguridad Ciu-
dadana.
13 Las funciones del Comité Regional de Seguridad Ciudadana son: a) apoyar la aplicación de políti-
cas y programas del Gobierno en materias de seguridad pública y ciudadana; b) planificar, coordi-
nar, implementar y supervisar programas para la prevención del delito; c) seguimiento, monitoreo
y evaluación de la situación de la seguridad ciudadana regional; d) proponer, promover, establecer
criterios y dirigir estrategias y acciones de cooperación entre la ciudadanía y organismos guberna-
mentales en materia de prevención; e) informar periódicamente al Ministerio del Interior sobre el
conjunto de las actividades realizadas por el CRSC y cada una de las instituciones que lo integran,
en el ámbito de la prevención y la seguridad pública y ciudadana; f ) coordinar y armonizar entre
los distintos organismos en la Región las materias relativas a presupuesto y prioridades en materias
de seguridad pública y ciudadana.
14 En el año 2000, el gobierno constituyó una interesante oferta pública en materia de seguridad ciu-
dadana, conformada por iniciativas de fortalecimiento institucional, control de la delincuencia y ac-
Seguridad ciudadana en Chile 497
ciones de intervención social dirigidas a menores, jóvenes, comunidad y familia. El 36% de estas ac-
ciones se concentraron en el ámbito preventivo, el 31% en el policial, un 29% en el ámbito del sis-
tema de administración de justicia y un 4% en el de sistemas de información. Las acciones ejecuta-
das durante el 2001 se concentran en un 42% en el ámbito preventivo, un 31% en el ámbito del sis-
tema de administración de justicia, un 22% en el policial y un 5% en el ámbito Sistema Nacional de
Información. La mayor concentración en acciones de carácter preventivo resulta coherente con la
prioridad que asigna el gobierno a las acciones destinadas a impedir que el delito se produzca, sin per-
juicio de adoptar todas las medidas conducentes a esclarecerlo una vez que ha tenido lugar.
15 El porcentaje del presupuesto nacional asignado a ambas instituciones policiales ha variado de ma-
nera importante en la última década. El porte fiscal por cada carabinero era en 1990 de M$ 1.263,9,
mientras que en 2000 éste aumentó a M$ 5.610,7 lo que representa un crecimiento de un 343,9%.
En el caso de la Policía de Investigaciones, en 1990 la relación funcionario/aporte fiscal era de M$
2.133,6, luego, en 2000 llegó a M$ 10.320,9, que equivale a un 383,7% más. El presupuesto de
Carabineros se ha visto incrementado en un 475,1%, variando de M$ 38.346.537 en 1990, a M$
220.541.440 en 2001. De igual manera que el presupuesto, su dotación ha crecido de 30.341 fun-
cionarios en 1990 a un poco más de 36.200 en el año 2000, es decir, un aumento de 19,5%, lo que
corresponde a casi 6.000 carabineros más. En el caso de la Policía de Investigaciones, la dotación de
funcionarios también ha aumentado, de 4.700 en 1990 a 5.840 en 2000. Es decir, un aumento de
24,3% que corresponde a 1.140 funcionarios de Investigaciones más. En 1998 Carabineros conta-
ba con 4.325 vehículos de los cuales el 32,7% se concentraba en la Jefatura de Zona Metropolita-
na. El aporte fiscal especial para la dotación de vehículos de Carabineros desde 1999 al 2000 ha per-
mitido un aumento de 812 vehículos asignados en el marco del Plan Cuadrante para la RM. Con
este aporte especial, la dotación de vehículos en la Jefatura de Zona Metropolitana aumenta de
1.400 a 2.200 el 2001, lo que equivale a un crecimiento de más de un 50% en la cobertura poli-
cial. Ello implica que la respuesta y reacción ante la demanda de auxilio deben ser más breves, que
la capacidad de perfilar una policía de proximidad —cercana al ciudadano común— hoy es mejor
que nunca antes.
16 La reforma procesal penal derogó el procedimiento existente en el país desde 1906, e instauró un
proceso marcadamente acusatorio, instalando el juicio oral como etapa central del proceso y hacien-
do el procedimiento penal funcional a las principales garantías del debido proceso. El nuevo proce-
dimiento tiene tres etapas principales investigación, preparación del juicio oral y juicio oral. La re-
forma divide las distintas funciones dentro del sistema en órganos diferentes: a) Ministerio Públi-
co, que debe dirigir la investigación, ejercer la acción penal pública y sustentar dicha acusación en
el juicio oral; b)dos tipos de tribunales: 1) los jueces de garantía a cargo de velar por el correcto de-
sarrollo de las etapas de investigación e intermedia y 2) el tribunal oral en lo penal, a cargo de re-
solver, en un juicio oral y público, los procesos que hayan llegado a esta última etapa.; c) la defen-
sa está a cargo de la Defensoría Penal Pública, la que debe dar asistencia gratuita a todos aquellos
que no tengan recursos para solventarla.
498 Jorge Burgos y Patricio Tudela
En lo policial:
La reforma entró en vigencia en forma gradual (2000), y está fijada en cinco fechas: 16 de octubre
de 2000 para la IX y IV región; 16 de octubre de 2001 para la II, III y VII; 16 de octubre de 2002
le corresponderá a las regiones I, XI, y XII; el 16 de octubre de 2003 a las regiones V, VI, VIII y X,
y, por último, en octubre de 2004 la región metropolitana. Este esfuerzo implica un costo total ac-
tualizado de aproximadamente 341 mil millones de pesos (cerca de US$ 507 millones), de ellos 199
mil millones de pesos son destinados a inversión (58%), mientras que 142 mil millones de pesos se
destinan al funcionamiento en régimen del nuevo sistema (operación) (42%). A partir del año 2005
el estado destinará 142 mil millones de pesos anuales para el funcionamiento en todo el país del
nuevo sistema de enjuiciamiento criminal.
Seguridad ciudadana en Chile 499
Que, por otro lado, ponga énfasis tanto sobre la prevención como en
el control de la delincuencia.
Que asegure, además, mayor acceso a la justicia y reparación para las
víctimas, por vía de una mejora de la eficacia del sistema de administración
de justicia criminal.
Que promueva la modernización y mejoramiento de la gestión de las
instituciones de prevención, control y rehabilitación.
Que considere una amplia gama de tareas y acciones en ámbitos com-
plementarios, como son: las informaciones, estudios y análisis sobre la cri-
minalidad, violencia e inseguridad ciudadana; el desarrollo de las institucio-
nes policiales a través de modelos de actuación y gestión eficientes en el
marco de sociedades democráticas; el desarrollo legislativo y la moderniza-
ción judicial-penitenciaria; el fortalecimiento de la prevención social, la par-
ticipación comunitaria y la educación preventiva; y, finalmente, la coordi-
nación intersectorial pública y privada.
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Salud, violencia e inseguridad
El contexto
te en los centros urbanos; la policía y el Estado que viola los derechos hu-
manos; el funcionario público que atenta contra los derechos del ciudada-
no que se acerca a solicitar sus servicios, y en casos extremos y dolorosos, co-
mo en mi país, donde la guerrilla y los paramilitares se confunden ante los
ojos del campesino indefenso, que opta obligadamente por desplazarse a
una ciudad extraña.
El tema no solo preocupa y es competencia de las instituciones nacio-
nales que tienen responsabilidad formal de la prevención, control o castigo
de la violencia e inseguridad, lo es también del ciudadano que de una ma-
nera u otra, es una víctima, o teme serlo, de un hecho que le arrebate su
tranquilidad o le haga daño a su persona. Interesa igualmente a los organis-
mos no gubernamentales y a las agencias internacionales.
La exposición a la violencia es traumática, no solo por los daños inme-
diatos sino que también contribuye a empeorar la salud, reduce la capaci-
dad de movilización (en particular en situaciones de mayor riesgo), genera
inestabilidad emocional y limita la convivencia. Los servicios de salud pue-
den ser afectados por guerras o conflictos internos (así se vivió en El Salva-
dor, Guatemala y Nicaragua durante las guerras civiles de estos países en la
década del 80), y ocurre actualmente en las zonas rurales de Colombia. Co-
mo caso extremo, pero no inusual en tiempos de conflicto armado, en este
país, en febrero de 2002, una madre que era conducida en una ambulancia
hacia un hospital para ser atendida de parto murió con su bebé y el chofer
del vehículo, al caer a un río cuyo puente había sido destruido por la gue-
rrilla horas antes.
Los pobladores de las zonas de conflicto armado, o donde la violencia
social es alta, tienen mayor riesgo de enfermar por causa de los desplaza-
mientos involuntarios con el consecuente aumento de personas en zonas ur-
banas, mayor destrucción ambiental incluyendo fuentes de agua. Además,
las personas que están bajo tratamientos prolongados tienen menor acceso
a los servicios, a los medicamentos y en consecuencia la adherencia a los tra-
tamientos se disminuye sensiblemente, todo esto con efectos de corto o lar-
go lazo. La población es una víctima colectiva, así lo reconoce, siente y lo
vive y, en esa medida, exige soluciones, con o sin su participación.
508 Alberto Concha Eastman
Determinantes de Salud
Educación
Educación Trabajo
Educación
Agricultura-Alimentos
Agricultura-Alimentos Medio Ambiente
Agricultura-Alimentos
Agua
Agua Potable/Alcantarillado
Potable/Alcantarillado Empleo
Agua Potable/Alcantarillado
Vivienda
Vivienda Vivienda
Desarrollo
Educación social
Violencia
Educacióny seguridad
yAgricultura-Alimentos
económico
ciudadana
Agricultura-Alimentos
Bienestar y Salud
Educación
Narcóticos (adicción y
Agua Potable/Alcantarillado
tráfico)
Vivienda
Atención
Educaciónde Salud
1. Recursos
Agricultura-Alimentos
2. Administración
Agua y gerencia
Potable/Alcantarillado
3. Oportunidad
Vivienda Edad
Educación Redes Social
Educación
Acceso Género
Agricultura- Condiciones de vida
Agricultura-Alimentos
Calidad Genética
Alimentos Tamaño de familia
Agua Potable/Alcantarillado
Percepción de los usuarios Estilo
Agua de vida Vivienda
Modelo
ese modelo a los nuevos retos hemos anexado los componentes de Violen-
cia, Seguridad, Adicción y Tráfico de Narcóticos que facilitan la identifica-
ción de las relaciones e interfaces salud-seguridad-violencia.
Desde la perspectiva de salud pública, la violencia y la inseguridad son
un problema porque: 1) Producen una alta carga de mortalidad y morbili-
dad evitable, que afecta especialmente a los niños, las niñas, las mujeres y
los jóvenes; 2) Requieren un elevado valor en la atención médica y, en oca-
siones, distorsionan la atención de otros pacientes por la urgencia que de-
mandan las víctimas de la violencia; 3) Afectan, no solo a la víctima sino
también a la familia y su entorno, con efectos negativos inmediatos en lo
económico, social y psicológico y también con impactos de mediano y lar-
go plazo; y 4) Afectan de manera negativa al desarrollo social y económico
de comunidades y países.
Preguntarse si el derecho a la seguridad y la no-violencia se aplica por
igual a todos los habitantes de la ciudad o del campo, es también pregun-
tarse si a esos habitantes se les han dado las oportunidades sociales de edu-
cación, trabajo, recreación, techo y seguridad social que otros tenemos.
¿Son equitativas las garantías del Estado para brindar protección a los ciu-
dadanos? El Foro Europeo para la Seguridad Urbana enfatiza en el concep-
to de ‘Seguridad Urbana’ como la “coproducción de las buenas cosas públi-
cas” (Catherine, V. y M. Michael 1994), y el favorecer y crear espacios pú-
blicos que le permitan al ciudadano disfrutar de las ventajas del desarrollo.
Es decir, democracia y seguridad son conceptos íntimamente ligados. Un
filósofo colombiano decía con precisión que: “la mejor vacuna contra la
violencia y la inseguridad es el pleno ejercicio de la democracia”, o sea de
los derechos sociales, políticos e individuales hacia un mundo más justo y
equitativo.
En un interesante análisis sobre las causas de la violencia en Chile, Ga-
briel Salazar (2001: 91-110) pone de manifiesto los contextos históricos en
que la sociedad chilena, considerada como una de las menos violentas e in-
seguras de América Latina, ha pasado de una sociedad amable —con fuer-
tes lazos de convivencia, solidaridad y unión (‘tejido social’), no solo entre
miembros de familias sino entre comunidades que mancomunadamente
construyeron sus viviendas, espacios de recreación y se apoyaron en la crea-
ción de fuerzas de trabajo— a una sociedad insegura, donde se viven rivali-
dades generacionales, en la que los jóvenes (‘cabros jóvenes’) son casi enemi-
510 Alberto Concha Eastman
gos dentro del propio seno familiar y por supuesto en la vecindad. La falta
de trabajo, la adicción a drogas y alcohol, los embarazos a temprana edad de
las adolescentes y la actitud ante la vida en general, hace que los jóvenes sean
vistos de manera diferente a como lo fueron sus padres por sus abuelos y ve-
cinos. ¿Qué ha cambiado entonces en la sociedad chilena y, en el mismo
sentido, en otras latitudes de América Latina para hacer de esta situación un
lugar común a varios países?
Con base en un análisis de la formación del estado chileno en lo eco-
nómico y social, desde inicios del siglo XIX, Salazar sustenta su plantea-
miento así: “Es evidente que, tras imponerse avasalladoramente el modelo
neoliberal y la llamada ‘flexibilización de las relaciones laborales’, el conflic-
to social, de ser abierto, objetivo, público y estructural durante la democra-
cia anterior al golpe de estado de 1973, se ha tornado ahora hermético, sub-
jetivo, privado y vecinal. La violencia, en esta coyuntura, tienden a practi-
carla los afectados dirigiéndola contra sí mismos o contra los suyos” (Sala-
zar 2001: 98). Su hipótesis, para el caso chileno, incorpora el análisis de lo
económico y lo político de fin del siglo XX en Chile con las formas nuevas
de violencia e inseguridad que practican, en particular, los ‘cabros jóvenes’
sin esperanzas de un futuro claro.
Partir de reconocer que la violencia y la inseguridad tienen causas múl-
tiples, bien sean macro estructurales o a nivel del ambiente familiar, nos
abre la puerta al análisis de la realidad de América Latina. Nuestra historia
como naciones y la búsqueda de la identidad de los pueblos con su pasado
y de la construcción de una sociedad más amable y habitable.
El incremento de los hechos violentos, la aparición de formas moder-
nas y tecnificadas de hacer violencia y el cambio en la percepción de la po-
blación, provocan efectos sociales y para el desarrollo, tales como:
Para reconstruir el tejido social; o sea, los lazos de solidaridad y apoyo mu-
tuo que las comunidades o las familias tienen y utilizan para reforzar sus
sentimientos como seres sociales que somos, y que cierra las puertas del ais-
lamiento, las comunidades afectadas por la inseguridad requieren recuperar
la confianza en las instituciones que deben velar por sus derechos, así como
la confianza en sus vecinos y conciudadanos en general. En la medida en
que los ciudadanos perciban o sufran la ausencia del Estado, su vulnerabili-
dad social se encuentra en mayor riesgo y, como consecuencia de ello, los
efectos sociales y en su salud serán mayores. Las redes de apoyo social son
fundamentales para superar esta situación. Pero si el Estado, es decir la red
de soporte (teórico) más grande, no protege a los individuos, la sensación
de vulnerabilidad se aumenta, haciendo más vulnerables a las personas. Re-
construir el tejido social, o capital social, y disponer de medios de control
social para mejorar los lazos de solidaridad, fraternidad y confianza mutua
en nuestras comunidades, son entonces fundamentales.
El caso de Bogotá demuestra que sí es posible bajar los índices de violen-
cia e inseguridad si se mantiene una política integral preventiva y de control.
Para prevenir la inseguridad, los gobiernos deben garantizar a los habitantes
justicia, desarrollo y paz, tres pilares básicos para construir sociedades equita-
tivas y amables, bajo la sombra protectora de democracias participativas.
cimientos éticos y los valores culturales, rompe el tejido social y los la-
zos de solidaridad. Es necesario no solo estudiar este fenómeno sino
también crear proyectos y compromiso de la sociedad para enfrentar-
lo. Un interesante ejemplo de cómo abordar este problema ha sido de-
sarrollado en Guatemala (Moser y McIlwaine 2000).
por el beneficio que les producen (como ha ocurrido con los dineros del
narcotráfico que reciben complacidos políticos, profesionales y algunos sec-
tores financieros, o la iglesia misma como limosnas), viene la inevitable rup-
tura de esas formas de control y ética social. En algunos países latinoameri-
canos, este tipo de comportamiento ha afectado la ética social. De una ma-
nera u otra, sectores de la población han interpretado erróneamente que ese
ejemplo debe seguirse.
La inseguridad y la violencia se pueden prevenir y, cuanto más pronto
se empiece, se obtendrán resultados de mayor costo beneficio. No estamos
condenados a vivir y convivir y, eventualmente, morir soportando la inse-
guridad y la violencia. Estos son problemas sociales que pueden y deben ser
abordados con carácter prioritario y con proyectos sostenidos.
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Este Libro se terminó de
imprimir en junio de 2002 en
la imprenta Rispergraf.
Quito, Ecuador