La Neurociencia
La Neurociencia
La Neurociencia
Los datos que especifican la naturaleza constitutiva del cerebro humano son todos muy
sorprendentes, aparentemente increíbles y casi imposibles de imaginar. Veamos sólo algunos
de ellos:
- El cerebro tiene sólo el 2% del peso del cuerpo, pero consume el 20% de su energía.
- Está compuesto por unos 10 a 15 mil millones de neuronas, cada una de las cuales se
interconecta con otras por un número de sinapsis que va de varios centenares a más de
20.000, formando una red estructural que es unas 100 veces más compleja que la red
telefónica mundial.
- Sin embargo, el tiempo de activación entre dos sinapsis es inferior a un milisegundo (Eccles,
1973).
- Una estimación modesta de la frecuencia de impulsos entre los dos hemisferios supera los
4000 millones por segundo, 4000 Megahertz (MHz), (Eccles,1980, p. 366), cuando las
computadoras más sofisticadas se acercan ahora a los 80 ó 100 MHz.
- Parece ser que el cerebro, al igual que algunos sentidos como la vista y el oído, utilizan los
principios holográficos para almacenamiento de información, de modo que, registrando
únicamente la pauta de difracción de un evento, conserva la información de la totalidad y el
aprendizaje se reduce a la organización jerárquica de estructuras de estructuras. Esto indicaría
que el cerebro sigue el sabio concepto de no poner en la cabeza nada que pueda ubicarse en
una estantería.
- Igualmente, la vastedad y los recursos de la mente son tan grandes que el hombre puede
elegir, en un instante dado, cada una de las 1040 sentencias diferentes de que dispone una
lengua culta (Polanyi, 1969, p. 151).
Estos y otros datos similares nos llevan a concluir que el cerebro humano es la realidad más
compleja del universo que habitamos.
Siguiendo el principio de economía antes citado, nos podemos preguntar qué sentido o
significado tiene, o qué función desempeña, esta asombrosa capacidad del cerebro humano
que reside en su ilimitada posibilidad de memoria y en su inimaginable velocidad de procesar
información. Nuestra respuesta es que esa dotación gigantesca está ahí, esperando que se den
las condiciones apropiadas para entrar en acción.
Penfield (1966) llama áreas comprometidas a aquellas áreas del córtex que desempeñan
funciones específicas; así, las áreas sensoriales y motoras están comprometidas desde el
nacimiento con esas funciones, mientras que las áreas dedicadas a los procesos mentales
superiores son áreas no comprometidas, en el sentido de que no tienen localización espacial
concreta, y su función no está determinada genéticamente. Penfield hace ver que mientras la
mayor parte de la corteza cerebral de los animales está comprometida con las funciones
sensoriales y motoras, en el hombre sucede lo contrario: la mayor parte de su cerebro no está
comprometida, sino que está disponible para la realización de un futuro no programado.
Entre las muchas realidades importantes en el funcionamiento del cerebro, hay un hecho
sumamente relevante que conviene subrayar: las vías de los órganos receptores que van al
cerebro nunca son directas, sino que siempre hay conexiones sinápticas de una neurona a otra
en las estaciones de relé. Una neurona sólo lleva el "mensaje" de un extremo al otro de su
axón. Por lo tanto, cada uno de estos estadios da cierta oportunidad de modificar la
codificación del "mensaje" procedente de los receptores sensoriales. Esta situación llevó a
Mountcastle (1975) a afirmar:
"Todos creemos vivir directamente inmersos en el mundo que nos rodea, sentir sus objetos y
acontecimientos con precision y vivir en el mundo real y ordinario. Afirmo que todo eso no es
más que una ilusión perceptiva, dado que todos nosotros nos enfrentamos al mundo desde un
cerebro que se halla conectado con lo que está 'ahí fuera' a través de unos cuantos millones de
frágiles fibras nerviosas sensoriales. Esos son nuestros únicos canales de información, nuestras
líneas vitales con la realidad. Estas fibras nerviosas sensoriales no son registradores de alta
fidelidad, dado que acentúan ciertas características del estímulo, mientras que desprecian
otras. La neurona central es un contador de historias, por lo que respecta a las fibras nerviosas
aferentes, y nunca resulta completamente fiable, permitiendo distorsiones de cualidad y de
medida en una relación espacial forzada aunque isomórfica entre 'fuera' y 'dentro'. La
sensación es una abstracción, no una réplica, del mundo real".
En 1981 le fue otorgado a Roger Sperry, del Instituto Tecnológico de California, el Premio
Nóbel por sus investigaciones y hallazgos en el campo de la neurociencia. Sperry, entre otras
cosas, ha dicho: "Cada uno de los dos hemisferios cerebrales parece tener sus propias
sensaciones, percepciones, pensamientos, sensibilidad y memoria". Y, al especificar las
funciones propias de cada uno, viene a precisar, integrar y, en ciertos aspectos, a completar
hallazgos de muchos otros investigadores, de extraordinarias implicaciones para la
comprensión del proceso creador.
El hemisferio izquierdo, que es consciente, realiza todas las funciones que requieren un
pensamiento analítico, elementalista y atomista; su modo de operar es lineal, sucesivo y
secuencial en el tiempo, en el sentido de que va paso a paso; recibe la información dato a
dato, la procesa en forma lógica, discursiva, causal y sistemática y razona verbal y
matemáticamente, al estilo de una computadora donde toda "decisión" depende de la
anterior; su modo de pensar le permite conocer una parte a la vez, no todas ni el todo; es
predominantemente simbólico, abstracto y proposicional en su función, poseyendo una
especialización y control casi completo de la expresión del habla, la escritura, la aritmética y el
cálculo, con las capacidades verbales e ideativas, semánticas, sintácticas, lógicas y numéricas
(Martínez, 1987).
El hemisferio derecho, en cambio, que es siempre inconsciente, desarrolla todas las funciones
que requieren un pensamiento o una visión intelectual sintética y simultánea de muchas cosas
a la vez. Por ello, este hemisferio está dotado de un pensamiento intuitivo que es capaz de
percepciones estructurales, sincréticas, geométricas, configuracionales o gestálticas, y puede
comparar esquemas en forma no verbal, analógica, metafórica, alegórica e integral. Su manera
de operar se debe, por consiguiente, a su capacidad de aprenhensión estereognósica del todo,
a su estilo de proceder en forma holista, compleja, no lineal, tácita, simultánea y acausal. Esto
le permite orientarse en el espacio y lo habilita para el pensamiento y apreciación de formas
espaciales, el reconocimiento de rostros, formas visuales e imágenes táctiles, la comprensión
pictórica, la de estructuras musicales y, en general, de todo lo que requiere un pensamiento
visual, imaginación o está ligado a la apreciación artística (ibídem).
John Eccles (1980), Premio Nóbel por sus descubrimientos sobre transmisión neurológica,
estima que el cuerpo calloso está compuesto por unos 200 millones de fibras nerviosas que
cruzan por él de un hemisferio a otro, conectando casi todas las áreas corticales de un
hemisferio con las áreas simétricas del otro, y que, teniendo una frecuencia de unos 20 ciclos
cada una, transportan una cantidad tan fantástica de tráfico de impulsos en ambas direcciones
que supera los 4000 millones por segundo, 4000 Megahertz. Este tráfico inmenso, que
conserva los dos hemisferios trabajando juntos, sugiere por sí mismo que su integración es una
función compleja y de gran trascendencia en el desempeño del cerebro. La sutileza y la
inmensa complejidad de los engramas espaciotemporales que así se forman, constituyen lo
que Sherrington llamaba "la trama encantada" y -según Eccles (1975)- se hallan muy por
encima de los niveles de investigación logrados por la física y la fisiología de nuestros días.
Este hecho tiene, como veremos más adelante, incalculables implicaciones para el fomento y
programación de actividades creadoras y para la promoción del autoaprendizaje.
En cierta ocasión, Einstein afirmó que los científicos son como los detectives que se afanan por
seguir la pista de un misterio, pero que los científicos creativos deben cometer su propio
"delito" y también llevar a cabo la investigación. Einstein, como otros científicos eminentes,
sabía esto por experiencia propia. Ellos, ante todo, habían cometido el "delito" de pensar y
creer en algo que iba en contra del pensamiento "normal" y corriente de los intelectuales y de
lo aceptado por la comunidad científica; algo que desafiaba las normas de un proceder
"racional" e, incluso, de la misma lógica consagrada por el uso de siglos; algo que solamente se
apoyaba en su intuición. La osadía intelectual siempre ha sido un rasgo distintivo de las
personas creadoras; incluso más que el mismo C.I. Es perfectamente posible -señala Popper-
que un gigante intelectual como Einstein, posea un C.I. comparativamente bajo, y que, entre
las personas con un C.I. excepcionalmente alto, sean raros los talentos creativos (1980, p. 139).