Palabras

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Copyright © 2016 Lorena Franco

©Registro Propiedad Intelectual


Todos los derechos reservados.
©PALABRAS
ISBN-13: 978-1533429995
ISBN-10: 1533429995

También disponible en papel. Primera edición: Mayo 2016

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un


sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste
electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo
y por escrito del autor.
La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la
propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).
ÍNDICE

PRÓLOGO

PALABRAS

MELANCOLÍA

ÉPOCA

SOLEDAD

EFÍMERO
COMPASIÓN

OJALÁ

SERENDIPIA

OLVIDO

DESENLACE
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PRÓLOGO
Mi nombre es Emma. Y esta no es la típica historia en la que
chica conoce a chico, se enamoran y viven felices el resto de su vida.
No. Casi nadie habla de ese momento en el que el chico deja a la chica
o viceversa. Casi nadie habla del desamor. Es mucho más fácil hablar
de la felicidad, de los sueños cumplidos y de las historias de amor que
duran eternamente. Aunque luego nadie sepa lo que sucede entre los
dos protagonistas de la historia, cuando en la última página de la
novela aparece FIN. Porque nada es para siempre. Nada dura
eternamente. Esta, es la continuación de un cuento que no resultó ser
de hadas...

“ No te rindas
que la vida es eso,
continuar el viaje,
perseguir tus sueños,
destrabar el tiempo,
correr los escombros y
destapar el cielo”
(Mario Benedetti)

Desde pequeña, siempre creí en los príncipes azules. Siempre


soñé con el día de mi boda. Ese día en el que sería la novia más bella
del mundo. Vestirme de blanco, e ir del brazo de mi padre por el largo
pasillo de una iglesia abarrotada de gente y bonitas flores. De fondo,
la marcha nupcial acompañaría a mi espléndida sonrisa. Y unas
pequeñas niñas de rizos dorados, esparcirían pétalos de rosas rojas.
Estuve a punto. A dos meses de ver como mi sueño se hacía realidad... y
sí. Conocí a un príncipe azul. Se llamaba Diego. Pero lo que nadie me
había dicho cuando era pequeña, es que los príncipes azules también
pueden romperte el corazón en mil pedazos. Ahora, mi vestido de novia
sin usar, escondido en el fondo del armario, me recuerda lo que pudo
haber sido y no fue. Y también me recuerda que inevitablemente y sin
saber el motivo, duelen mucho más las cosas que no vives. Los besos
que no das. Los “ Te quiero” que no dices. Los abrazos rechazados.
Las promesas incumplidas.

Esta es una historia de palabras. Un inspirador juego que me


propuso mi psicóloga Silvia hace un tiempo... Nueve palabras, nueve
días. Al principio fue complicado y me pareció una táctica extraña para
vencer la tristeza causada por un desamor. Luego, se convirtió en una
adicción. Y finalmente el tiempo... hizo que abriera los ojos. Pero aún es
muy pronto para adelantar acontecimientos. Tendréis que esperar al
final de esta historia. Una breve historia de los que se van. Una breve
historia de los que tenemos que aprender a vivir con la ausencia de los
que deciden abandonarnos.

“ Las historias tristes


siempre empiezan con un...
TENEMOS QUE HABLAR”
PALABRAS
Diego me dejó en febrero. Dos días después de San Valentín.
Dos días después de haberme regalado un ramo de rosas como solía
hacer habitualmente a lo largo de nuestra relación y unos ricos
bombones. Irónico ¿verdad? Todo era perfecto. Yo vivía en un cuento
precioso y era feliz sin percibir en ningún momento, lo que sucedería.

La tristeza invadió mi vida inesperadamente. Durante tres


meses, no salí de casa. Apenas salí de la cama. Apenas comí. Le daba
vueltas a la cabeza sin parar y sin entender qué era lo que había
podido suceder. ¿Qué había hecho? ¿Había sido yo la culpable del fin
de una relación que parecía idílica? Parecía... solo parecía.
El tiempo lo cura todo. Eso dicen. Llegó mayo, el mes en el que
estaba prevista mi boda con Diego y decidí armarme de valor y salir a la
calle. Dejarme deslumbrar por los tímidos rayos del sol de un precioso
día primaveral. Dejar que la vida fluyera, aunque aún la mirara desde
la distancia... tímidamente. Escondida entre las sombras de mi
decepción y desconsuelo. Ya no me quedaban lágrimas, las había
derramado todas. Lo más duro de todo, además de aprender a volver a
vivir en soledad, fue tener que llamar a todos y cada uno de los
invitados a nuestro enlace, para decirles que ya no se celebraría.
Todos dijeron lo mismo...

-POBRECITA...

Me quería morir... Lo que menos necesitaba era que nadie se


compadeciera de mí. Conmigo misma, tenía suficiente.
“ Si tienes palabras más fuertes
que el silencio, habla.
Si no las tienes,
entonces guarda silencio”
(Eurípides)

Busqué una salida. Algo que hiciera que volviera a resurgir de


mis cenizas. Tan solo tenía treinta años y toda una vida por delante.
Una vida sin él. Pero vida al fin y al cabo.
Llamé a Sandra, una de mis mejores amigas. Se alegró al
escuchar mi voz después de tantos meses de silencio voluntario. Y a mí,
se me hizo extraño hablar con otra persona que no fuera conmigo
misma. Me había acostumbrado a la soledad. Sandra me habló de
Silvia, una psicóloga, que sería muy probablemente, la solución que en
esos momentos necesitaba. Tenía métodos muy distintos a otros
psicólogos que conocía, pero realmente funcionaban y Sandra lo sabía
por experiencia propia. Dejándome llevar por los consejos de mi
amiga, me puse en contacto con Silvia y concertamos una primera visita
para la tarde del día siguiente. Su despacho se encontraba situado en
la céntrica Avenida Diagonal de Barcelona, con lo que podía ir dando
un paseo desde mi apartamento. El barrio de Gracia –mi barrio-,
deslumbraba en primavera. Pero mi rostro no lo expresaba así... No
podía. No era capaz de ver la belleza en ningún rincón. La belleza, se
escondía de mí.

Silvia me dio muy buena impresión desde el principio.


Veintitantos años, probablemente de mi edad. Envidiablemente guapa,
alta y esbelta. Su cabello castaño corto de un color castaño oscuro,
resaltaba sus marcados pómulos. Nariz pequeña respingona y unos
profundos ojos azules. Seria pero agradable. Inspiraba confianza. Muy
al contrario de lo que pensaba, no me tumbé en un confortable diván.
Silvia tenía en su despacho, un sillón más típico de abuelo que de un
cliente en una consulta psicológica con necesidad de desahogarse. A
mi alrededor, estanterías con multitud de libros. Y al lado del escritorio
de la psicóloga, un gran ventanal con vistas a la ruidosa Avenida
Diagonal.

Nunca había acudido a un psicólogo, así que no sabía lo que


tenía que hacer. Me sentía fuera de lugar. Por otro lado, pensé en las
personas que viven día a día con problemas. Problemas de los de
verdad. Problemas importantes de salud, muertes de seres queridos,
desahucios, no tener dinero para alimentar a sus hijos, no tener un
lugar donde dormir... Y yo... quejándome y sufriendo porque un hombre
me había dejado. Y porque en tres meses, ese hombre que había
compartido seis años de su vida conmigo, no había dado señales.
Fue la primera vez a lo largo de esos meses, en los que me
sentí estúpida y egoísta. Una malcriada egocéntrica con problemas
banales. Así quise hacérselo saber a Silvia.

-¿Qué te ha traído hasta aquí, Emma? –me preguntó Silvia,


anotando algo en un cuadernito.
-El desamor... –sonreí tristemente. –Pero sé que hay problemas
más graves en esta vida. No sé, imagino que...
-Emma. –interrumpió la psicóloga. -Te duele ¿verdad?
-Mucho.
-Pues para eso estás aquí. Sabemos que en el mundo hay
muchísimos problemas. Cosas graves que les sucede a gente buena
todos los días. Nos sentimos mal y sin saber que hacer ante estas
desgracias ajenas, ¿cierto? –asentí obedientemente. –Pero lo que te
duele a ti, para lo que estás aquí... es el desamor. Y ese, también es un
problema importante si afecta a tu vida, a tu mente y a tu estado
anímico.

Me miró fijamente a los ojos, como queriendo adivinar mis


pensamientos. Logró intimidarme. Los ojos claros siempre me han
intimidado y Silvia, aunque era agradable, tenía una mirada dura.
Incluso podría decir que fría. Distante. Tal vez para no involucrarse
demasiado en los problemas de sus pacientes. Está claro que si un
psicólogo se llevase a casa todos y cada uno de los estados anímicos y
problemas de sus pacientes, acabaría chalado.
–Voy a proponerte algo. –dijo. -Nueve palabras. Nueve días.
Nueve sesiones. A lo largo de estos nueve días, quiero que escribas en
casa. Lo que te inspire cada palabra que yo te vaya dando y tenga
algo que ver con tu relación.
-¿Cómo? –pregunté perpleja. No me apetecía llevarme
deberes a casa.
-Desahógate. Las palabras ayudan, son fuente de inspiración
y leerlas en voz alta a alguien que no tenga nada que ver con tu vida
personal, también. A través de las palabras, me contarás tu historia.
Que te parece si empezamos por la palabra... ¿Melancolía?
-Así es como me siento... –respondí cabizbaja con una triste
sonrisa.
-Lo supongo, Emma. Por eso he decidido empezar por esta
palabra. –explicó misteriosamente. -Escribe. Escríbele a tu ex pareja,
como si él te escuchara o te leyera. Como si lo tuvieras delante y
pudieras decirle todo lo que sientes. Y cuando pasen estos nueve días,
te aseguro que volverás a ser la misma de antes. Volverás a ser feliz.

“No prometas nada que no puedas cumplir”, pensé. Pero Silvia


estaba muy segura de su método. De su éxito. Debía confiar... Confiar
en las palabras. Aprender a deshacerme de la melancolía que sentía
mi alma. Aprender a olvidar... O al menos, aprender a recordar sin
dolor... con eso me conformaba. Con eso me sentiría lista al fin, para
poder volver a VIVIR.

“ Las lágrimas más amargas


que se derramarán sobre nuestra tumba,
serán las de las palabras no dichas
y las de las obras inacabadas”
(Harriet Beecher Stowe)
MELANCOLÍA

Tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida


de causas físicas o morales, que hace que quien la padece
no encuentre gusto ni diversión en nada.

Y el día menos pensado, la MELANCOLÍA llega a tu vida


repentinamente. Me han ordenado, en este tipo de ejercicio para curar
mi alma y desprenderme del dolor, que debo hablarte a ti, Diego... Se
me hace raro hablarte a través de una hoja en blanco que voy
rellenando con estas palabras absurdas que sé que no leerás jamás.
Siempre se me dio bien escribir... al igual que dibujar. Por algo me
dediqué a la ilustración infantil. Porque me gusta y ahora mismo es un
alivio poder trabajar desde casa. No tengo que llevar mi MELANCOLÍA,
tristeza, decepción, amargura o como lo quieras llamar, a ningún lugar.
De esta forma, no contagio a nadie con mi negatividad.

Déjame que te cuente, que cuando te fuiste, todo se volvió


oscuro. Cerraste la puerta mirándome de reojo y aparentemente no te
importó lo que pudiera pensar de ti. Mírate... fuiste frío y calculador.
Nunca te vi así. Nunca pensé que fueras así. Eso me demuestra que
nunca llegamos a conocer del todo a una persona.

Me contaste que te habías enamorado de otra mujer de la


noche a la mañana y tiraste a la basura nuestros bonitos seis años de
relación. Allá donde estés... ¿Eres feliz? Así lo deseo. Tal vez es este
estado melancólico en el que me encuentro, que me hace desear
tonterías... pero no se le puede desear nada malo a alguien a quien
quisiste ¿verdad? Aunque te haya roto el corazón. Pero a ella sí... a
ella le deseo que se quede calva, coja y sorda. Que tengas que
hablarle muy alto para que te escuche. Que te desesperes y la
abandones. Aún sigo manteniendo la esperanza de que algún día,
volverás a entrar por la puerta como si nada hubiera sucedido. Me
pedirás perdón, nos besaremos fogosamente, haremos el amor como
en nuestros mejores tiempos y volveremos a estar juntos. Pero soy
realista. Tengo los pies en el suelo. Y es esta MELANCOLÍA la que
invade mi espacio, la que me dice...

-Olvídalo. No volverá. No lo esperes. Ya no es tuyo y de echo...


nunca lo fue.

Nada nos pertenece. Nada es para siempre. Pero aún así,


seguimos equivocándonos y aferrándonos a la idea de que nuestra
pareja es nuestra otra mitad. Esa idea es la que se desmorona por
completo y destruye nuestro mundo, cuando la que pensamos que es
nuestra otra mitad, encuentra a la que verdaderamente cree que es la
suya. Yo solo fui un pasatiempo. El amor de verdad existe en los brazos
de otra. Así es como me siento.

“ La melancolía es un recuerdo
que se ignora”
(Gustave Flaubert)

Diego, te voy a contar la primera vez que conocí a señora


MELANCOLÍA. He decido tratarla de señora, porque así es como me la
imagino. Una señorona que va una vez a la semana a la peluquería, le
gusta dar consejos y cree que ella es la mejor en todo. Señora
MELANCOLÍA me ciega, Diego. Y no me deja ver los colores
primaverales que inundan la ciudad de Barcelona. La MELANCOLÍA me
amarga y me presiona. Me duele. Me hace sentir triste... no me gusta. En
realidad, Diego... conocí a señora MELANCOLÍA dos días después de tu
marcha. No fue de inmediato, vino despacito... en silencio, poco a
poco... se tumbó conmigo en la cama e hizo que llorara. Lloré
muchísimo, como si eso pudiera hacer que me sintiera mejor. Como si
las lágrimas aliviaran mi dolor. No, que va. Las lágrimas lo único que
consiguen es dejarte los ojos hinchados y feos. Que te salgan mocos.
Las lágrimas son amigas de señora MELANCOLÍA y esta señora a su
vez, ha logrado cansarme. Sí, me ha agotado. Como me agotabas tú,
cada vez que te empeñabas en salir a hacer footing por las estrechas
calles de Gracia, un domingo a las ocho de la mañana. Me ha agotado
como lo hacías tú, cada vez que me obligabas a ver un partido de
futbol. Odio el futbol. Me ha agotado como lo hacías tú, cada vez que
empezabas una dieta y no me permitías comer una riquísima
hamburguesa para no caer en la tentación. Me ha agotado tanto como
lo hacías tú, cada vez que me decías que no querías ir a la playa
porque estaba abarrotada de gente y nos quedábamos en casa
aburridos, mirando cualquier película mala por televisión. Vaya, Diego...
señora MELANCOLÍA me está haciéndote ver un poquito peor a como te
recordaba. Puede que no sea tan mala... puede que señora
MELANCOLÍA también tenga su lado bueno.

¿Es eso lo que sucede? ¿Cuándo alguien desaparece de


nuestra vida lo idealizamos? ¿Solo recordamos las cosas buenas?
¿Los momentos bellos? MELANCOLÍA no recuerda ni un solo momento
bueno. MELANCOLÍA me recuerda que junto a ti, también pude sentirla.
Como por ejemplo, aquel nueve de noviembre en el que te olvidaste de
mi cumpleaños. Cumplía veintiséis y tú y yo, ya llevábamos dos años
saliendo, aunque aún no habíamos dado el paso de ir a vivir juntos. Te
olvidaste de mi cumpleaños. Me dejaste sola y te fuiste a cenar con tus
amigos. Cuando al día siguiente te lo comenté, entre triste y enfadada,
sonreíste pícaramente. Me pediste perdón. Y aunque señora
MELANCOLÍA se apoderó de mí un ratito, yo te perdoné. Aunque no lo
llegara a entender nunca. Al día siguiente volviste a conquistarme
regalándome unas flores... te sentías culpable.

Sí, contigo también tuve épocas en las que me sentí


melancólica. ¡Pero no pasaba nada! ¿Sabes porque? Porque al llegar
a casa después de una reunión que había salido mal, estabas tú
esperándome en casa. No pasaba nada, porque al verte después de
una discusión con mi madre, tú me abrazabas. Y entre tus brazos me
sentía bien. Segura. Nada malo podía pasarme.
Creo que estas palabras hablando sobre la señora
MELANCOLÍA, me advierten de algo. Aún no puedo despedirme de ti,
Diego. Pero sí de esta señora que me agobia, me cansa y me ciega.
Debo volver a ver el lado bueno de las cosas. Debo abandonarla como
tú me abandonaste a mí. Dime, Diego... ¿Fue difícil? Supongo que
abandonar a alguien a quien quieres es difícil. Abandonar a alguien a
quien no quieres, es tarea fácil cuando no tienes en cuenta los
sentimientos de esa persona. A mí siempre me ha costado
desprenderme de todo... aunque no me importara. Aún no he sido
capaz de deshacerme de la entrada de cine de la primera película que
fuimos a ver juntos. ¿Recuerdas cual era? Yo sí y ahora una risita
nerviosa se apodera de mí al recordar su título... “Los fantasmas de mis
ex novias”. Ojalá algún día te conviertas en un fantasma, Diego. Un
fantasma del pasado que no recuerde con MELANCOLÍA... solo con
gratitud por los buenos momentos vividos. Solo deseo eso, de verdad.

MELANCOLÍA vuelve... no quiero. Una lágrima vuelve a recorrer


mi mejilla. Me deshago de ella, como si fuera tarea fácil... aparecen más
y más y finalmente, van cayendo sobre el papel en el que estoy
escribiendo y las letras... las palabas, se diluyen. Estas palabras, que
son tan tuyas como mías. Que están dedicadas únicamente a ti y a todo
lo que sentí. Porque ahora veo, que fui yo la que amó más. Y aunque
no me arrepiento, he comprobado que el que ama más, es el que
pierde. ¿O tal vez no? Tal vez solo siente más dolor pero no pierde
nada, al contrario. El que ama más, tiene una recompensa aún mayor y
¿sabes cual es? Conocer la capacidad que tiene su alma de ofrecerlo
todo por nada.

“ No hay melancolía sin memoria


ni memoria sin melancolía”
(Will Rogers)

Sé que señora MELANCOLÍA, algún día se cansará también de


mí y se irá. Pero le ha cogido gustillo a acompañarme a todas partes. Se
cree importante cuando voy por la calle y veo a parejas de
enamorados besándose, madres e hijos jugando felices, adolescentes
descubriendo su primer amor escondidos en un rincón del parque...
Señora MELANCOLÍA se crece, mientras yo me hago más chiquitita.
Porque no volveré a vivir un inocente amor adolescente. Porque no
serás tú, Diego, quien bese mis labios apasionadamente como dos
enamorados, que no pueden esperar a llegar a casa para rendirse a
sus sentimientos. Porque no será NUESTRO hijo con el que yo juegue
por las calles barcelonesas. Porque tú, ya no estarás en mi presente y
tampoco en mi futuro.

Solías decirme que no imaginabas una vida sin mí. Ahora esas
palabras resuenan como ecos de ultratumba, en un lugar llamado
pasado que a menudo, MELANCOLÍA me recuerda, porque quiere
seguir presente en mí. Me ha cogido cariño... es lo que tiene dormir con
ella cada noche.

Señora MELANCOLÍA es maliciosa. No puedes imaginar


cuanto... Me dice que no me has llamado. Ni una sola vez. Ni un sólo
whatsapp para saludarme y saber si estaba bien. Me has eliminado de
todas las redes sociales y eso, te aseguro... sienta muy mal. Me has
borrado de tu vida. Señora MELANCOLÍA me ha dicho, que no piensas
ni un solo segundo del día en mí. Que tienes cosas más importantes
que hacer y una mujer mucho mejor que yo en la que pensar. Y yo la
creo. La creo, porque así me lo ha demostrado tu ausencia a lo largo
de estos insufribles tres meses.

“ La melancolía
es la dicha
de ser infeliz”
(Víctor Hugo)

MELANCOLÍA camina junto a mí... pasito a pasito. Es lenta y


paciente. Tiene carácter. Pero poco a poco sé, que voy a
desprenderme de ella. Quizá la mantenga a ratos. A lo mejor a señora
MELANCOLÍA se le antoja volver a visitarme en algunas épocas de mi
vida en las que yo, que siempre me ha gustado soñar despierta, la
necesite. MELANCOLÍA a menudo me inspira. Otras veces provoca en mí
un estado de tristeza indescriptible. Así me has dejado tú. Triste. Sola.
Sin nada que me divierta, sin nada que me entretenga... MELANCOLÍA
me vuelve apática.

Pero hoy, Diego... decido desprenderme de este estado


llamado MELANCOLÍA del que tantas palabras he escrito. Tal y como te
he dicho, me cansa, me agota... como a menudo lo hacías tú. No merece
la pena arrastrarla conmigo y llevarla a todas partes. Mañana también
saldrá el sol. Mañana, una pareja de enamorados me hará sonreír. No
les envidiaré, les desearé una relación estable y feliz, repleta de
inolvidables momentos. No me molestará observar como una madre
juega con su hijo porque entenderé que tú, no estabas destinado a ser
el padre del mío. Y ni mucho menos añoraré esos tiempos de
adolescencia al ver a dos jóvenes buscando el mejor rincón donde
aprender a amar, porque fue una época que yo también viví y disfruté.
Es pasado. Y esta MELANCOLÍA que ha invadido mi alma en forma de
señora protestona y negativa, se va de viaje. De viaje a ninguna parte,
para volver solo... cuando yo la llame.

Una última cosa quiero decirte, Diego... Voy a acercarme hasta


la floristería de la esquina y me regalaré un precioso ramo de flores. De
muchos colores. ¡Muchísimos! Dejaré de verlo todo en blanco y negro y
volveré a ponerle color a mi vida... al piso que compartimos durante tres
años. Esos colores espantarán a señora MELANCOLÍA, estoy
segurísima de eso...

“ Todos los cambios,


aún los más ansiados,
llevan consigo cierta melancolía”
(Anatole France)
Silvia sonrió cuando finalicé el relato de mi primera palabra. No
me había quedado tan mal y por la cara que puso, pude ver que
realmente estaba satisfecha con lo que había escuchado.

-Diego. Bonito nombre. –dijo. -¿Qué flores compraste?


-Margaritas... entre otras.
-Margaritas. ¡Vaya! Mis preferidas. ¿Ha desaparecido señora
MELANCOLÍA? ¿De verdad?
-Me siento más optimista.
-Eso es genial. Vamos avanzando... Es importante verlo todo
con claridad, no idealizar. Saber ver la realidad ayuda mucho y aunque
el recuerdo permanezca, que no sea triste. Y no temas al recuerdo,
forma parte de nosotros mismos, de nuestra vida. El sentimiento es algo
que poco a poco se irá desvaneciendo... Vamos a por la segunda
palabra, Emma. ÉPOCA.
-Vale... –respondí obediente, pensando en la palabra que me
había acabado de dar la psicóloga, con la seguridad que la
caracterizaba. Sentí curiosidad por ella. Por su vida personal. ¿Señora
MELANCOLÍA la había venido a visitar muchas veces? ¿A ella también la
abandonaron alguna vez?
-Nos vemos la semana que viene, Emma. Y sobre todo... que no
vuelva señora MELANCOLÍA. A mí tampoco me gusta. –opinó,
guiñándome un ojo divertida.
ÉPOCA

Un período de tiempo determinado en la


historia o en la vida de una persona.

Cuando hablo de ÉPOCAS, no solamente vienen a mi mente


recuerdos buenos. Hay un popurrí de todo, Diego... Pero hoy me
apetece recordar los mejores momentos. Lo bonito de nuestra historia...
aunque duela más que recordar lo malo. Ahora que no me invade la
MELANCOLÍA, puedo verlo todo con mayor claridad. Existen colores.
No todo es blanco o negro y las lágrimas poco a poco se van...
permanece el recuerdo de tiempos pasados que a veces, hace falta
recordar. No quiero recordarte con tristeza o ansiedad al no tenerte en
mi presente, Diego. No te he hablado aún de Silvia, mi psicóloga... pero
es algo que me dijo y creo que acertó de pleno, tras escuchar mi escrito
sobre señora MELANCOLÍA. Que no tenga miedo del recuerdo. El
recuerdo forma parte de la vida. Es algo natural, es algo hermoso... Es
necesario recordar, aunque sean ÉPOCAS mejores que esta que estoy
viviendo. Por eso mi psicóloga, ha decidido que la siguiente palabra
sea esta, ÉPOCA. Vida. Nuestra historia. Al menos desde mi punto de
vista... aunque también intentaré hablar de nuestra ÉPOCA juntos,
desde la perspectiva que creo que tuviste tú de lo nuestro.

“ Vuelve a empezar.
Aunque sientas el cansancio.
Aunque el triunfo te abandone.
Aunque un error te haga daño.
Aunque una traición te hiera.
Aunque una ilusión se apague.
Aunque el dolor queme tus ojos.
Aunque ignoren tus esfuerzos.
Aunque la ingratitud sea la paga.
Aunque la incomprensión corte tu risa.
Aunque todo parezca nada...
¡VUELVE A EMPEZAR!”

Me viene a la mente nuestro primer encuentro. No fue nada


original y ni si quiera fue bonito. De echo, todo empezó con una
discusión entre dos desconocidos, que llegan agobiados y cansados
al aeropuerto del Prat de Barcelona, y lo único que quieren es coger
rápidamente un taxi para llegar a casa.

-Le he llamado yo primero. –te dije altiva.


-¿Perdona? Lo siento, hoy no tengo el día caballeroso. He
tenido un vuelo largo y horroroso y quiero llegar ya. Taxista, aquí tiene
mis maletas. –dijiste malhumorado.

Me reí. Te miré mal. Fatal. Cogí mi maleta e indignada, te insulté.


No recuerdo que palabrota dije, pero seguramente hubiera sido algo
por lo que hubiera discutido con mi madre, que detestaba que su hija
fuera tan mal hablada.

-¡Oye! ¿Qué me has dicho? –gritaste enfadado.


-Idiota. –respondí. Sí... esa fue la palabra. Idiota. Me
escuchaste.

Te acercaste a mí. Alto, imponente y fuerte. Me miraste con esos


ojos verdes a los que tiempo después, no les pude negar nada. Te
reíste y poniendo los ojos en blanco, me propusiste compartir el taxi. El
taxista, cansado por nuestra tonta discusión, dejó tu maleta en el suelo
y se marchó con otro cliente más espabilado que nosotros.
Apesadumbrados, volvimos a ponernos en la cola para esperar el
siguiente taxi. Al principio no hablamos, pero luego, continuamos
riéndonos por nuestra mala suerte. Y te presentaste.

-Me llamo Diego.


-Emma. Aunque no puedo decir que bajo estas circunstancias,
sea un placer conocerte... –empezó a llover. Ninguno de los dos
llevábamos paraguas para resguardarnos de la lluvia.
-¿Compartimos taxi igualmente? ¿Por dónde vives?

Mi madre siempre me enseñó que no debía hablar con


desconocidos y mucho menos decirles donde vivía. Pero no parecías
alguien malvado con malas intenciones. Tu rostro así lo expresaba...

-Por Gracia. –te respondí.


-Yo también. Genial, entonces. –dijiste animado.

Cogimos un taxi juntos. Yo llegué primero y tú te ofreciste a


pagarlo con una condición... que te diera mi número de teléfono para
poder llamarme e invitarme a un café. No tardaste mucho. Esa misma
noche, me mandaste un mensaje y me propusiste quedar al día
siguiente a las seis de la tarde, en “Mama’s café”, en la calle de
Torrijos. ¿Se puede saber como supiste que era una de mis cafeterías
preferidas? Fue como una señal y no pude dejar de pensar en ti. En lo
guapo que me pareciste. No fue amor a primera vista como nos venden
las películas románticas de Hollywood, con una perfecta Cameron Díaz
y un irresistible Jude Law... lo sé... esas cosas ocurren pocas veces y
sinceramente, soy de las que creen que el físico es el primer impulso
que sientes para que te apetezca conocer a una persona como “ algo
más” . Nunca me he considerado una belleza... soy más bien normal,
pero si me miro en el espejo, veo a una mujer atractiva que con el
tiempo ha aprendido a aceptarse. Sin embargo tú, Diego... me hiciste
sentir desde el primer momento, la mujer más bella sobre la faz de la
tierra. Me puse un vestido azul para la ocasión. Resaltaba mis ojos
color miel y mi tez blanca. Recogí mi melena rubia por encima del
hombro en un moño, e incluso me maquillé un poco... Al llegar, ya me
estabas esperando con una taza de café.

-Siento el retraso. –te dije sonriendo. Pareció no importarte.


-Ha valido la pena esperar. –respondiste guiñándome un ojo.

“ ¿Cómo olvidar a alguien


que te dio tanto para recordar?”
Me contaste que eras arquitecto. Cuando nos conocimos,
llegabas de Perú, hasta donde habías viajado por motivos laborales
para la construcción de un hotel. Todo lo que me explicabas me
pareció muy interesante y ambos nos sentimos cómodos el uno con el
otro. ¡Teníamos tantas cosas de las que hablar! Una hora, dos horas...
el tiempo pasó volando. Fue un buen MOMENTO. Una gran ÉPOCA.
Vinieron más cafés. Comidas. Cenas. Ninguno de los dos dábamos el
paso y nos estábamos acercando peligrosamente a la zona “ amigos” .
No avanzábamos como “ algo más” . Pero seguíamos teniendo interés
por conocernos, por hablar, por desahogarnos... me hablaste incluso
de una ex novia tuya, una tal Carolina por la que sentí mucha envidia.
Ella sabía lo que era besar tus labios. Sentir tu piel. Yo aún no.
Pasaron los meses. Aún tenías el don de hacerme saltar del
sofá, de la cama o de donde estuviese, cada vez que me mandabas
algún mensaje. Ya no solo me atraías físicamente. Detrás de esa
fachada, había algo más. Un ser que creía que era extraordinario. Una
buena persona. Atento, generoso, alegre... un buen conversador.
Alguien fascinante. Y lo mejor de todo era... que siempre quería más.
Saber más de ti. El día en el que iniciamos nuestra ÉPOCA juntos,
parecía ser normal. Un café que tal vez se alargaría y se convertiría en
una agradable cena por el barrio de Gracia. Un mexicano quizá. Sí...
siempre nos apetecía ir a cenar a un mexicano. Pero en el café, te
mostraste distinto. Preocupado. Indeciso. Como si las palabras no
quisieran salir de tu boca, como si el miedo a proponerme una relación
se apoderara de las ganas que tenías de expresarlo con claridad.

-Emma. –comenzaste a decir sin soltar tu taza de café con


leche. –Hace tiempo que... bueno, llevamos tiempo conociéndonos. Me
caes genial y estoy muy a gusto contigo pero es que además... me
gustas. No, no me gustas, me encantas. Me encanta todo de ti. –dijiste
sonriendo.

Te imité. No podía evitarlo, la sonrisa me salía sola. Entonces,


me levanté de la silla, me acerqué a ti y me agaché hasta tenerte frente
a mí. Te miré fijamente y te di un beso. Acariciaste mi cara, y volviste a
acercarme a ti. Fuiste tú quien me dio el mejor beso que me habían
dado jamás. No lo olvidaré nunca, Diego. La camarera del café se
moría de envidia al ser testigo de nuestra escena. Parecíamos dos
almas unidas desde hacía tiempo... como si desde siempre nos
hubiéramos estado buscando. Nuestros labios, desesperados por
encontrarse, no podían frenar esos besos dulces, apasionados y
tentadores... muy tentadores. Casi como una adicción. Perdona mi vena
romántica... mi admiración por las películas ñoñas que tanto
detestabas... no lo puedo evitar.
Esa noche, no fuimos a cenar. Viniste a mi pequeño
apartamento e hicimos el amor por primera vez. Fue precioso sentirte
tan cerca... saber lo que era al fin tenerte dentro de mí. Conocer tus
caricias y tus abrazos. Y quedarme dormida sobre tu hombro...
deseando que el tiempo se detuviera para siempre.

Ahora te imagino con otra. No le pongo rostro, pero trato de


imaginarla fea... al menos más fea que yo, porque eso me hace sentir
mejor. Que tontería ¿verdad? Y me da rabia pensar que ahora vives
otra ÉPOCA, tal vez más feliz que conmigo, con otra mujer. Otra mujer
con la que también tuviste un inicio... mientras estabas conmigo.

“ Fuimos un cuento breve,


que leeré mil veces”

Nuestro primer año. La mejor ÉPOCA de toda mi vida. Y sé que


de la tuya también. Al menos déjame creerlo. Aunque no dimos el paso
de ir a vivir juntos hasta tres años después, dormíamos en la misma
cama casi cada noche. Aún así, queríamos seguir teniendo nuestro
espacio “ por si” ... Siempre había un “ por si” ...
Nuestro tiempo juntos era perfecto. Fue sin lugar a dudas...
nuestra ÉPOCA. El primer año dicen que es el mejor ¿verdad? Y lo fue,
Diego... Se te veía en la mirada. Nos complementábamos bien en todos
los sentidos. Nos mirábamos de una forma muy especial. Yo nunca
había mirado a nadie como te miraba a ti... ahora, empiezo a dudar que
yo fuera lo mejor que te había pasado en la vida tal y como me decías.

Nos encantaba ir al cine. Pasear por las calles de Barcelona en


verano y refrescarnos con un helado o una horchata. Beber
granizados de limón que nos provocaran dolor de cabeza y
carcajadas. Ir a tomar café. Perdernos por cualquier centro comercial y
comprar compulsivamente utensilios que realmente no necesitábamos.
Leer. Juntos, muy juntos. Reírnos de predecibles y ridículas películas
de terror. Llorar con cualquier drama. Pasear por la playa. Sentarnos
en la arena y contemplar un atardecer... abrazados. Besándonos.
Mirándonos. Aunque al tercer año, confesaste que odiabas pringarte
en la arena. Y cuando me dejaste, entendí que no te gustaba
contemplar el atardecer conmigo. Tal vez solo fuera uno de los pocos
sacrificios que hiciste por mí en nuestra relación.

Debería ir terminando ya. Entiendo que mi ÉPOCA contigo pasó.


Se esfumó. Tú te fuiste y yo me quedé con mi propia ÉPOCA. Una
ÉPOCA repleta de soledad y tristeza durante estos tres últimos meses.
Pero algo está cambiando en mí. Quizá esto de desahogarse
escribiéndote sobre nuestra historia en base a palabras, realmente
funcione. Espera... necesito dos minutos. Voy al baño a llorar un poco.
Ya sabes, los recuerdos a veces me martirizan y siento que me voy a
ahogar. Se me hace un nudo en la garganta que no soporto y se me
nubla la vista.

Ya estoy. ÉPOCAS... pasadas. Presentes. Futuras. Estoy


empezando a darme cuenta que la ÉPOCA importante es la presente y
que da igual como sea. Da igual que tú ya no estés aquí. Seguramente
me dirías...

-Esto también pasará.

Yo sonreiría y te diría que sí. Sí, Diego... esto también pasará.


La vida sigue. Gracias por todas las ÉPOCAS vividas. Por hacerme feliz.
Debo reconciliarme con ellas y su recuerdo, para vivir mis propias
ÉPOCAS con lo que el destino me tenga preparado.

“ Y casi te olvido.
Mañana volveré a intentarlo”
SOLEDAD

Un estado de aislamiento o
Reclusión a ratos perfecto.

SOLEDAD al igual que MELANCOLÍA, también es una señora.


Es fría como un témpano de hielo y no le gusta ir a la peluquería. Es
descuidada y su melena siempre está despeinada. A veces la
buscamos y nos aferramos a ella sea cual sea el motivo. En otras
ocasiones como en mi caso, nos la encontramos de frente sin haberla
llamado. La SOLEDAD desespera y es peligrosa en el sentido de que,
podemos ir en busca de “ cualquier” compañía solo por no sentirnos
SOLOS. Porque el simple echo de estar con alguien, aunque no nos
convenga, nos puede hacer sentir bien. No nos damos cuenta de
nada... cuando estamos cegados por la tristeza de la SOLEDAD. Solo el
tiempo es el que nos enseña a ser un poquito más pacientes... como lo
estoy siendo yo ahora. Si no, te aseguro, que a lo mejor me hubiera ido
con el guaperas que ha pasado hoy por mi lado y me ha guiñado un
ojo. O con el conductor del autobús que lleva un año tirándome los
trastos. A lo mejor hubiera llamado a Santi, un ex compañero del
colegio que siempre estuvo colado por mí. Señora SOLEDAD nos hace
cometer muchas tonterías que a veces, es mejor saber evitar... No
desesperarnos y aprender a convivir con ella... pero sin
acostumbrarnos demasiado.

En mi opinión, hay dos tipos de SOLEDAD. La buscada y


deseada y la impuesta. Cuando estaba contigo, Diego... nunca
necesité ir en busca de la SOLEDAD para encontrarme conmigo misma.
Tú me convertiste en la mejor versión de lo que yo podía ser. Por
ejemplo... me obligaste a hacer deporte y a comer saludablemente.
Dejé de fumar aunque estoy pensando seriamente en volver. Gracias a
ti, empecé a tener más paciencia. Sobre todo con mi madre, con quien
como ya sabes, no tengo buena relación. No es mala persona, pero
simplemente me desquicia. A lo largo de los seis años que estuve
contigo, discutí mucho menos con ella. Ella te adoraba... Eso lo sabes,
¿verdad? No es que me convirtieras en mejor persona ni nada por el
estilo. Pero contigo me sentía mejor conmigo misma... aunque
diciéndolo así, parece muy egoísta por mi parte. No me agobiabas casi
nunca. Me dabas ese espacio que toda persona necesita, sobre todo
cuando mi trabajo requería de mi concentración y SOLEDAD... Esa
SOLEDAD que ahora me mata poco a poco...

Estos últimos tres meses han sido muy solitarios. Señora


SOLEDAD me ha acompañado las veinticuatro horas del día, porque yo
lo decidí así. Y mi entorno lo ha respetado. Hay personas que tienen la
necesidad de desahogarse y contar sus penas a sus amigos, familiares
o incluso a simples desconocidos, como hago yo ahora en la consulta
de la psicóloga de la que ya te he hablado... seguro que ahora mismo
mientras leo, ella sonríe. Le hace gracia que la mencione en alguno de
estos textos que me obliga a escribir como terapia.
Yo nunca tuve la necesidad de contarle mi vida íntima a nadie.
Me bastaba con tumbarme en la cama, dejar que las lágrimas
invadieran mis mejillas y ver la luz del sol desde la ventana. Encerrada
en casa. Sueno tan dramática... Perdona Diego, seguramente te
parecerá una idiotez escuchar mis pensamientos...
Señora SOLEDAD siempre está triste. Y hace que yo también lo
esté. Así que voy a intentar recordar algún momento que me haga reír...
y que seguramente, si lo leyeras, también te haría reír a ti. O no...
carecías de sentido del humor, perdona que te lo diga.

“ La soledad no es aquello que


sucede cuando estás solo,
sino aquello que sientes
cuando no puedes estar
contigo mismo”
(OSHO)
Nuestro primer verano juntos. ¿Lo recuerdas? Hay gente torpe.
Y luego estás tú. Muy, muy torpe...

-Yo no soy torpe. –me decías cada vez que me reía de ti. O
contigo. Da igual.

Fuimos a la playa de Canet de Mar. Habían muchas olas pero


aún así, te adentraste en el mar con un bañador horroroso de
florecitas. Al querer salir, las olas pudieron contigo y lo que puede
parecer un drama, hizo reír a media playa.
Fui a ayudarte pero no hubo manera. Tampoco me esforcé
demasiado... lo reconozco. Las olas seguían arrastrándote más y más
hacia la orilla de la playa. Tú intentabas salir y siempre acababas
tirado en la arena. Parecías una croqueta. Después de unos fatigosos
minutos en los que imagino que no fue una fiesta para ti, la fuerza de
una ola hizo que el bañador se te saliera y acabaras completamente
desnudo. Al salir, suspiraste sin saber que no llevabas puesto el
bañador.

-¿De qué te ríes? ¡Casi me muero! –dijiste en tono dramático.


Los niños de al lado, escandalizados, reían sin poder parar.
-Es que... –traté de explicarte.

Pero no hizo falta. Miraste hacia abajo, y viste que tu querido


bañador de florecitas había desaparecido en las profundidades del
mar.

-¡Mierda!

Corriste hasta la toalla, la cogiste llena de arena y te la pusiste


alrededor. Estabas rojo como un tomate y el contacto de la arena con el
agua salada del mar, provocó un molesto picor en tus partes íntimas,
del que no pudiste deshacerte en dos días. Lo entiendo Diego...
entiendo que desde aquel suceso, odiaras ir a la playa. Y para más
inri, el sol quemó tu piel. Lo peor de todo es que te dormiste con la
mano sobre tu barriga y no hace falta que te recuerde lo que sucedió.
Sí, lo siento... sigo riéndome... no lo puedo evitar.
El resto del verano, decidimos ir a piscinas donde no tenías el
peligro de volver a ser arrastrado por las olas. Por supuesto, compraste
una crema solar Factor 100 y vigilabas mucho tu pose al dormir. La
piscina también tenía su parte negativa para ti, claro... Detestabas que
los niños se lanzasen en bomba y te salpicaran justo en el momento, en
el que entrabas despacito en la piscina por el lado de las escaleras.
Siempre has sido muy precavido y poco aventurero. ¡Oye! A lo mejor
señora SOLEDAD también está tratando de decirme algo...

-Necesitas a alguien a quien le emocione la aventura... alguien


que se ría de sus propias desgracias. Alguien que sea más especial
que Diego... –me susurra señora SOLEDAD bajito... muy bajito...

Y yo la escucho con una sonrisa en mis labios.

Volviendo al tema de la SOLEDAD... siempre he pensado que


realmente todos estamos SOLOS. Acabamos solos. Nadie nos va a
hacer compañía en nuestra tumba cuando hayamos muerto. Es por eso
quizá, que en vida, necesitemos a alguien a nuestro lado. El ser
humano no puede estar solo... aunque muchos digan que la SOLEDAD
puede convertirse en una adicción. Desde luego, no en mi caso... la
odio.

“ Solía pensar que la peor cosa


en la vida, era terminar solo.
No lo es.
Lo peor de la vida,
es terminar con alguien
que te hace sentir solo”
(Robin Williams)
Como ya te he dicho, Diego... contigo nunca supe lo que era la
SOLEDAD. Pero ahora, si echo la vista atrás... sé que los últimos meses
a tu lado sí fueron solitarios. Aunque no lo vi. ¿Cómo pude estar tan
ciega? He trabajado mucho en este último año. Varios encargos,
muchas prisas, agobio, reuniones... Sin tiempo para nada. Mientras
tanto, tú estabas conociendo a otra mujer. Y yo no me enteré de nada.
SOLEDAD vino a visitarme estando contigo y no me di cuenta. Ahora me
siento tan estúpida de nuevo, al darme cuenta de esto mientras escribo
sobre señora SOLEDAD... Dime, ¿ella saca lo mejor de ti? ¿Te ha
convertido en la mejor versión de ti mismo? Ahora mismo no estoy
segura de nada. Ni siquiera de que nuestros seis años de relación
fueran reales. Ni siquiera estoy segura, de que tú... en algún momento
de lo nuestro, desearas realmente casarte conmigo.

-Me asusté, Emma. Nunca creí que fueras el amor de mi vida,


pero insististe tanto en que nos casáramos... me sabía mal romperte la
ilusión. No pude seguir con la mentira. No pude seguir contigo porque
nunca consideré que estaríamos juntos para siempre.

Me hablas. A veces me hablas en sueños. Vienes a verme tan


guapo y alto como siempre. Y feliz, te veo feliz. Pero yo no sonrío
porque la realidad sigue doliéndome en el alma. Hubiera preferido
que me rompieras la ilusión antes que el corazón. Con el tiempo, es
mejor una verdad dolorosa que una mentira útil. Y no voy a culparme.
No voy a pensar que te enamoraste de otra mujer porque yo estuve
durante mucho tiempo ocupada por mi trabajo. No voy a pensar que a
lo mejor, yo te hice sentir SOLO a ti. No voy a comerme más la cabeza...
de verdad que no.

No sé que más decirte hoy, Diego. Me he reído un poco a pesar


de esta SOLEDAD que en el fondo, no veo tan mal. La veo necesaria.
Porque para amar, hay que emprender un trabajo interior que solo la
SOLEDAD hace posible. Y sé que volveré a amar. Y volveré a sentirme
amada entre otros brazos. En otra mirada. En otras caricias.
Sí, Diego... después de todo, creo que voy viendo una
pequeña salida... Aún es pequeñita... pero esta SOLEDAD me está
ayudando a ser más fuerte y a conocerme mejor a mí misma...

“ Siempre hay un poco de verdad


en cada <es broma>.
Una pequeña mentira en cada
<no me importa>.
Y un poco de dolor en cada
<estoy bien>”
EFÍMERO

Aquello que dura por un período


muy corto de tiempo.

EFÍMERO... Suena como muy bien ¿verdad? Y sin embargo es


una palabra triste. Su significado lo es. Cuando escucho la palabra
EFÍMERO pienso en algo bonito que se esfumó con el tiempo. En lo
rápido que pasa todo cuando estamos bien, a gusto, con la persona
que queremos... En lo EFÍMERO de la vida y de los momentos que
merecen la pena.

“ Saber proponer lo efímero,


se ha convertido en una de las mayores
virtudes de nuestro tiempo”
(Pierre Sansot)

EFÍMERO me recuerda a nuestros viajes, Diego. ¡Fueron


preciosos! E intensos, como dicen que todo lo EFÍMERO debe ser. Y
aunque seguías teniendo tus traumas con el mar, sus olas y la arena,
dijiste sí a un precioso viaje a Tailandia en el mes de septiembre. Solo
llevábamos saliendo unos meses juntos y fue nuestro primer viaje. El
mejor de mi vida. Y no porque estuviéramos en el paraíso... el motivo
por el que fuera el mejor, fue porque estaba contigo.

Yo seguía con mi afición. Contemplar todos los atardeceres


posibles. Y en Tailandia eran muy especiales. Aún no había llegado el
momento en el que reconocieras que te aburrían. Después de visitar
diversas playas tailandesas, tuve mi preferida. Fue la playa Mae Nam,
situada en la gran y desarrollada isla Koh Samui. Encontramos una
cabaña a buen precio y nos quedamos varios días... es por eso tal vez,
que le cogí cariño a esa playa. A ese mar. A ese cielo. Todo tan
EFÍMERO, como el juego de colores del cielo de nuestros atardeceres
compartidos. Vinieron más viajes... fines de semana, puentes...
intentábamos aprovecharlo todo y parecíamos compartir nuestra afición
por visitar otros lugares. Luego simplemente... nos acostumbramos a
una rutina aburrida en el sofá de casa. Nos hicimos más hogareños.
Mayores antes de tiempo. Con la excusa de ahorrar por un futuro
seguro y estable. Permíteme que me ría. Que suelte una carcajada. Si
algo sé desde que te fuiste, es que el futuro no existe y hay que vivir el
momento. Me alegra haberlo vivido, pero me arrepiento por no haber
sabido disfrutar TODOS los momentos. De principio a fin.

Con el tiempo vi diferencias entre ambos y ahora me doy


cuenta, que no estábamos “ tan” hechos el uno por el otro como quería
creer. Auto convenciéndome de que estabas destinado para mí. Tú
siempre has sido más de asfalto y edificios altos e imponentes. Yo de
mar y montaña. Tú de conversaciones serias. Yo de risas y bromas. Tú
de sofá y películas en versión original. Yo de paseos sobre la arena. Tú
de literatura histórica. Yo de literatura fantástica. Tú de pensar en el
futuro. Yo de vivir el momento. Tú de mirar hacia abajo. Yo de mirar
hacia arriba. Tú de ver el lado bueno de las cosas. Yo de ver el lado
bueno y pensar en lo peor para estar prevenida... Tú de soñar cuando
duermes. Yo de soñar cuando estoy despierta. Tú de hacer la cama. Yo
de dejarla sin hacer. Tú de escribir frente a un ordenador. Yo a mano,
aunque mi letra sea ininteligible. Tú de no creer en la magia. Yo de
creer que todo es posible.

“ La efímera felicidad
del instante, deja
sabores que perduran”

Y entre tantos TÚ y YO me pierdo, Diego... Espero que hayas


encontrado a alguien como tú. Más cerebral, más sensato... alguien a
quien le guste una conversación tranquila y seria sin tantas bromas o
carcajadas... alguien que sufra realmente por ti cuando estés a punto
de ahogarte “ cómicamente” a orillas del mar. No alguien que se ría y
no haga el más mínimo esfuerzo por ayudarte aunque lo intente
disimular... Alguien que ahorre por ese futuro en el que tú siempre
piensas. Alguien menos alocado y más sensato. Sin tantos dramas.
Menos romántico, más cerebral. Que no tenga pajaritos en la cabeza.
Yo sin embargo, seguiré sin dinero, pero viajando... aunque sea sola.
Seguiré siendo alocada y me seguiré riendo de todo y por todo. Y
jamás... jamás... volveré a ver una película india, dejándome la vista en
los subtítulos, solo porque creas que así, somos más intelectuales.
Diego, lo siento pero siempre fuiste un poco pedante.

EFÍMERA es una estrella fugaz. Me asomo al balcón del


apartamento donde hasta hace poco tú también vivías y entre tanta
contaminación, logro ver una. Como las muchas que vimos en
Tailandia. Pido un deseo. No lo voy a decir... que luego no se cumple.
Vuelvo a ser supersticiosa porque a ti te daba rabia que lo fuera. Ya da
igual, no estás. Y no estarás.
Voy a hacer de mi vida, una vida llena de preciosos momentos
EFÍMEROS. Voy a salir de esa cama en la que he estado recluida tres
meses y con el tiempo, voy a conocer a alguien. No será pedante. A lo
mejor no será tan guapo. Sí, un poquito torpe como tú para que pueda
reírme de vez en cuando. Será encantador. Le encantará viajar y
cometer locuras. Se enamorará de cada atardecer. Adorará el mar,
aunque acabe pringado de arena. Y pensará que soy la mujer con la
que quiere compartir el resto de su vida.

Silvia interrumpe mi lectura sobre la palabra EFÍMERO. En


realidad ya he acabado mi relato, pero ella aún no lo sabe. Me mira
sonriendo, parece contenta.
-Noto un cambio en ti, Emma. Le dices a Diego que es un
pedante. –ríe. –Y aunque sigue doliendo, estás viendo una salida. Te
estás mostrando positiva y esto, te traerá grandes satisfacciones. ¿Lo
ves? ¿Te estás dando cuenta? –asentí. –Vuelves a pensar en la
posibilidad de compartir tu vida con otra persona, pero antes, debes
aprender a estar sola.
-Creo que he aprendido a estar sola. –objeté, un poco molesta.
-Yo no lo veo así, Emma. –respondió Silvia con sinceridad. –A
simple vista, pareces una persona que necesita tener pareja para
sentirte completa. Pero hasta que no aprendas a vivir bien contigo
misma en soledad, no es conveniente que...
-Lo sé, lo sé... –la interrumpí. No me apetecía recibir un sermón.
-No estoy acostumbrada a estar sola, pero no me iré con el primero que
pase. Al contrario, me he vuelto exigente. Muy exigente.
-Quieres lo contrario de lo que era Diego.
-Puede ser... –dudé.
-Eso parece, por lo que has escrito. –dijo Silvia torciendo la
boca y apuntando algo en su inseparable libreta.
-Empiezo a darme cuenta de que Diego no era tan fantástico
como lo veía cuando estaba conmigo. –reconocí mirando por la
ventana, sin tener que enfrentarme a una mirada que parecía querer
leerme la mente.
-Eso está bien. No idealizar a la persona que te ha
abandonado. –y sin saber porque, escuchar ese “te ha abandonado”,
de los labios de la psicóloga, me fastidió enormemente.
-Exacto. Y a lo de exigente no me refiero encontrar a alguien
que no se parezca a Diego. Es decir... no tengo un prototipo ideal de
hombre. Creo en el destino. –Silvia asintió sonriendo. –Y quien tenga
que llegar, pues... llegará.
-Ya, ya... muy bien. Puedes seguir, por favor...
-En realidad, esto es todo... sobre EFÍMERO... –dije. Silvia rió.
-Ha sido efímero. Pero me ha gustado. Te voy a proponer la
quinta palabra... COMPASIÓN. Nos queda poco, Emma. Vamos por el
buen camino.
¿Íbamos por el buen camino? Cada palabra parecía alejarme
más de Diego y sin embargo, al escribirlas, me acercaba más. Y más. Y
más...

“ En este mundo efímero, también


los espantapájaros tienen ojos y nariz”
(Masaoka Shiki)
COMPASIÓN

Sentimiento de pena, de ternura y de


identificación ante los males de alguien.

COMPASIÓN... No sé ni por donde empezar. Nunca me ha


gustado que se compadecieran de mí. Imagino que el orgullo siempre
es más fuerte. Tiene más poder. La COMPASIÓN sin embargo, es una
bonita facultad del alma hacia personas que realmente la necesitan.
Hoy he ido en metro y me he compadecido de una mujer que pedía
algo de dinero para darle de comer a su hijo. Se lo he dado con mucho
gusto, porque veía en sus palabras verdad y en su mirada tristeza. La
COMPASIÓN es necesaria en el mundo y sin embargo, Diego... tú
siempre has carecido de ella. Para empezar, no mostraste ni un ápice
de COMPASIÓN por mí, el día que murió mi abuela.

-Es ley de vida. –me dijiste fríamente.

Pero yo estaba enamorada de ti y te di la razón tristemente.


Cuando te fuiste, no me diste explicaciones. No tuviste en
cuenta mis lágrimas. No tuviste corazón. Como si en tu memoria se
hubieran borrado los recuerdos que teníamos de una vida juntos.
Porque sí, seis años pueden ser una vida... fueron mi vida. No toda,
pero parte de ella sí. Y siento ser pesada con el momento de la
despedida... Tú quizá no pienses en ese momento. Yo sí, aún escucho
el portazo que le diste a la puerta. Ese momento me marcó. Aunque
para ti no tuviera importancia. Te imagino pensando...

-Lo superará. Y si no vuelve a saber nada de mí, mejor. La


puerta está cerrada.

Te imagino viéndome por la calle y cambiando de acera para


no saludarme. Pero podría verte perfectamente, porque siempre que
paso por lugares que tú solías frecuentar, estoy atenta. Nunca te veo.
He decidido no volver a intentarlo y seguir viviendo sin obsesionarme.
Pero ¿sabes? Por una parte me gustaría verte y aún deseo que me des
algún tipo de explicación. Nunca pasará ¿verdad? ¿Para qué? Eso es
lo que tú piensas... para que...

“ La compasión es la puerta que


nos lleva a comprender que
<el otro> no está separado de mí.
Todos somos parte
del mismo espíritu”

Los primeros tres meses desde que me dejaste, sentí


COMPASIÓN por mí misma.

-¡POBRE DE MÍ! Acabaré sola con seis gatos... o siete. Ocho...


Nueve, mi número preferido. ¡SOLA CON NUEVE GATOS!

Y lloraba... y escondía mi cabeza bajo la almohada. Y volvía a


llorar y... y pensaba en ti, Diego. De ti solo me quedaban los recuerdos
y en esos momentos, dolía. Ahora solo siento COMPASIÓN por personas
a las que podría ayudar. Personas que pasan por situaciones difíciles y
tristes de verdad. Tu abandono solamente ha sido una transición, una
piedra en el camino. Y algún día, con todas esas piedrecitas, construiré
mi propio castillo... Sí, lo siento, Diego. Sé que odias escuchar estas
“ cositas” fantasiosas... que sueñe despierta. Pues te voy a decir algo.
Voy a soñar despierta. ¡Mucho! Porque no vas a estar tú para decirme
que no puedo hacerlo.

“ Dicen que cada molécula de


nuestro cuerpo perteneció alguna vez
a una estrella.
Quizá no me esté yendo,
quizá esté volviendo a casa”
(Gattaca)
Soy humana. He cometido muchos errores pero al menos yo, sé
reconocerlos. Algo que a ti te costaba mucho... COMPASIÓN me ha
incitado a seguir nombrando tus defectos. Esos que antes no veía y
que ahora, cada vez, se hacen más patentes. Como si sirviera de algo...
Cuando nos fuimos a vivir juntos, recuerdo que sentí COMPASIÓN por
un perrito que estaba abandonado en la calle.

-¿Por qué no lo adoptamos? –te pregunté, mientras le daba


algo de comer.
-¿Qué dices? Ahora estamos con las mudanzas, sería un lio...
Pelos por todas partes, sacarlo a pasear por la mañana, por la tarde,
por la noche... no, no, no...
-Lo sacaré a pasear yo. –insistí.
-Te conozco y me tocará pasearlo a mí la mayoría de las veces.
He dicho que no. Además tendríamos que llevarlo al veterinario,
desparasitarlo, vacunarlo, ponerle el chip... una pasta. No. –yo sabía
que cuando decías NO, era NO. Y nada haría hacerte cambiar de
opinión... pero esos ojitos me estaban pidiendo ayuda.
-Por favor... te prometo que...
-NO.

Ese no rotundo, me hizo sentir muy mal. ¿Qué fue de aquel


perrito al que no quisiste ayudar? La COMPASIÓN que sentí por el
perro abandonado me hizo llorar, cuando en realidad era la época
más feliz de mi vida. Hoy lo hubiera llevado conmigo sin hacerte caso.
Sin pedirte opinión.
Teníamos planes, íbamos a compartir una vida en común...
luego llegaría la boda y los niños... ¡Los niños! Pero ahora pienso...
¿hubieras sido un buen padre? Perdóname pero... no, no lo creo. Eres
demasiado egoísta, Diego. Al principio no lo vi. Los primeros años de
relación fueron idílicos, de ensueño. Nuestras primeras citas, la manera
en la que te declaraste, la manera en la que me mirabas... todo era
perfecto. Pero luego todo cambió. Te mostraste tal y como eras y
aunque sí sentías cierta COMPASIÓN por sucesos dramáticos que
acontecían el mundo, no la tenías por las situaciones más cercanas. Y
de eso se trata, Diego.

A veces imagino que vuelves con un ramo de flores. A menudo


me regalabas flores y... ¿sabes lo que pienso ahora? Que cada flor era
señal de algo que debía perdonarte pero que jamás me dirías. Ahora
empiezo a pensar que fuiste infiel. Todas las veces que quisiste... hasta
que llegó alguien que logró conquistarte. Que consiguió gustarte más
que yo. Hasta que tuviste valor. Y me compadezco de ti. Siento
COMPASIÓN por todo lo que tuviste que callar. Por todos los secretos
que tuviste que guardar para no herirme.

“ No creo que existan reglas


sobre los asuntos del amor
y la cantidad de compasión
que conllevan”
(Arthur Miller)

Y sin embargo, yo seguía viviendo feliz. Organizando nuestra


boda en la que tú decías no meterte porque querías que fuera tal y
como yo soñaba.

-Es peligroso llevarle la contraria a una mujer. –me decías


riendo, mientras leías una de esas novelas históricas que tanto te
gustaban.
-Pero me gustaría que opinaras... no sé.
-Las ocho. Llego tarde, tengo que terminar unos planos con
Ignacio. –miraste el reloj. Te levantaste precipitadamente del sofá y te
pusiste la chaqueta. –No me esperes levantada, Emma.
-¿Cuándo va a acabar este proyecto? –te pregunté, pensando
en que tampoco me iba demasiado mal que trabajaras hasta las
tantas... yo también lo tenía que hacer y la noche me inspiraba para
que las ilustraciones infantiles en las que estaba trabajando,
resultaran mágicas.
-Un mes... dos meses. No lo sé, estamos hasta arriba de trabajo.
–respondiste como siempre, desde el umbral de la puerta sin darme un
beso de despedida.

No lo vi al principio. Cuando me dejaste. A lo largo de estos tres


meses tampoco lo vi claro... es ahora, con estas palabras, cuando me
doy cuenta de lo que realmente pasaba. Y sigo sintiendo COMPASIÓN
por ti. Nunca por mí. Al fin puedo decir...

-De menuda me libré.

Y ojalá pudiera decírselo a todo el mundo... que fuiste infiel.


Que mientras estabas conmigo, estabas con ELLA. Con la elegida. Y
vuelvo a sentir COMPASIÓN. Por ella.

“ Abrir los ojos duele...


pero es un dolor muy necesario”

Me estoy desviando del tema. De la palabra COMPASIÓN. Lo sé.


Pero esa noche la recuerdo bien porque cuando llegaste, yo estaba
despierta. Trabajando. El reloj marcaba las tres y media de la
madrugada y te aseguraste de abrocharte el último botón de la camisa.
Recuerdo aspirar un aroma diferente al tuyo pero inocente de mí...
pensaba que sería el perfume de Ignacio. “Muy femenino”, pensé...
pero siempre había creído que Ignacio no tenía unos gustos muy
masculinos, precisamente.

-Estoy muerto... me voy a dormir. –dijiste poniendo los ojos en


blanco.
-¿Ni siquiera me vas a dar un beso? –te pregunté.
-Me huele mal el aliento. –respondiste, encogiéndote de
hombros.

Fuiste al cuarto de baño, te lavaste los dientes, te pusiste el


pijama y te fuiste a la cama. Media hora más tarde fui yo y no pude
dormir en toda la noche. Supongo que algo intuía, pero te quería
demasiado y no lo quería ver. Sí, siento COMPASIÓN. Por mi “ yo” del
pasado. Si pudiera volver atrás y encontrarme conmigo misma, me
hubiera puesto en alerta. Por supuesto te habría dejado y la gente,
compasiva por naturaleza, diría...

-POBRECITO...

“ Una desilusión no es más


que una situación que te ayuda
a salir del lugar incorrecto”

-Me sorprende mucho hasta donde hemos llegado con esta


palabra, Emma. –comentó Silvia. -¿Por qué no has mencionado nada
antes sobre la infidelidad?
-Porque estaba ciega. Escribir está siendo una terapia muy
reveladora. Me ha hecho abrir los ojos de golpe y darme cuenta de
pequeños detalles que no tenía en cuenta. Que no veía... hasta que he
recordado lo que parecía invisible. –le expliqué apenada.
-Seguimos por el buen camino. Nos faltan cinco palabras. Esta
me gusta mucho...
-¿Cuál es? –pregunté ansiosa por descubrirla.
-OJALÁ. ¿Qué te inspira?
-Desgraciadamente, lo primero que me viene a la cabeza es un
OJALÁ lo vuelva a ver.
-Vaya. Un paso hacia atrás. –dijo Silvia, apartando un mechón
de su flequillo. –No pasa nada. A ver que sale. Nos vemos la semana
que viene.
-Sí, el miércoles a las seis.
-Cuídate, Emma. Y sigue abriendo los ojos, a ver que sale. A ver
como sigue la historia.

La historia... tan diferente a como la veía cuando la vivía...


OJALÁ

Denota vivo deseo de que


suceda algo.

OJALÁ... Es una palabra que me da miedo. Me da miedo escribir


sobre ella porque mi mente empieza a volar y a imaginar. Frente al
espejo, sigo hablándote, como si algún día pudiera tener la ocasión de
decirte todas estas palabras a la cara. Como si algún día esta
conversación se hiciera realidad. También bailo, como si me estuvieras
mirando. Y también canto. Canto nuestra canción. ¿Recuerdas cual
era? Seguramente no... pero ahora, la letra de “El primer día del resto
de mi vida” de “La Oreja de Van Gogh”, cobra más sentido que nunca.

“Te quise como a nada más, como al respirar,


te quise como el fuego al viento en una noche de San Juan.
Y ahora que me voy me das la luna sobre el mar,
ahora que no hay más destino que el camino en soledad.
Ya queda poco por decir, y poco para recordar,
que llora el río cuando pasa porque nunca volverá.

Las lágrimas que saben más amargas


son las que llevan dentro las palabras
que se quedaron en tu corazón.

La noche siempre trae algún consejo,


pero el silencio aviva los remordimientos.
Yo fui en tu vida un baile sin canción.

Y ahora que te digo "adiós", y se abren mis alas


me pides perdón”.

Como si fuera un presagio de lo que iba a suceder, de cómo


íbamos a acabar. ¿No podríamos haber tenido una canción con un final
feliz? ¿Qué canción tienes con ella? ¿La has encontrado ya? Nosotros
tardamos cuatro años en encontrarla, no le dabas mucha importancia a
ese “ insignificante” detalle. A lo mejor ella es tan madura como tú y
tampoco tiene en cuenta esos detalles... ese “ algo” bonito, que
significa tener una canción única y especial con tu pareja.

OJALÁ... Ojalá me toque la lotería. Ojalá pudiera comerme una


pizza entera sin que se me acumulara en los glúteos. Ojalá no me salga
nunca una cana... ni una arruga. Ojalá fuera rubia natural. Ojalá en la
vida todo fuera tan fácil como engordar... Ojalá te quedes calvo. Ojalá
ella se de cuenta que no eres tan perfecto como aparentas. Ojalá te
des cuenta algún día, que al perderme, también perdiste una parte de
ti mismo. Ojalá me eches de menos... y me escribas. Pronto o algún día.
Cuando aún te necesite.
Ojalá encuentre pronto a alguien. No pido que sea mejor que
tú. Ni diferente. Simplemente que sea alguien con principios. Alguien
que se muestre tal y como es. Que no mienta. Y que me mire a los ojos...
como lo hacías tú al principio de lo nuestro.

“ Ojalá coincidamos en otras vidas


ya no tan tercos. Ya no tan jóvenes.
Ya no tan ciegos ni tan testarudos,
ya sin razones sino pasiones,
ya sin orgullo ni pretensiones...
OJALÁ”

Hasta no hace mucho, tú estabas en este sofá donde ahora me


encuentro sola. Escribiéndote. Aquí leías, veías la televisión, hablabas
por teléfono, mirabas tu móvil... Antes hablábamos. Al principio.
Hablábamos hasta las tantas de la madrugada, ¿te acuerdas? Nos
sentábamos aquí, nos mirábamos fijamente a los ojos e iniciábamos
una conversación que podía llevarnos a temas de lo más insólitos.

-¿Imaginas que aquí, ahora, esté sucediendo a la vez otra cosa


distinta? –me preguntabas intrigado. Eran las cuatro de la mañana,
cualquier tontería podía surgir.
-No te pillo.
-La teoría de las cuerdas. Es muy interesante. Tú y yo estamos
hablando, pero podríamos haber elegido ver la tele, por ejemplo.
Entonces, otros “ tú y yo” , estarían viendo la tele, en vez de hablando,
que es la realidad que conocemos. O... voy más allá. Hace años, los
inquilinos de este apartamento. ¿Quién te dice a ti, que no siguen
viviendo en este lugar, en otro mundo paralelo que no vivimos ni
podemos ver? En ese mundo paralelo, decidieron quedarse y tú y yo
estaríamos en otro lugar. ¿Entiendes? –preguntaste emocionado por el
tema.
-Creo que me voy a dormir... –dije riéndome.

Puede ser que no me interesaran esos temas. Que no creyera


en ellos ni en ti. Puede ser que te aburrieras y buscaras en otra mujer,
esa inteligencia y afición por lo sobrenatural. Puede ser... y OJALÁ te
haya ido bien. Pienso sobre ese tema. Mundos paralelos... ¿qué es lo
que estaría haciendo mi otro YO, si no decidiera estar escribiéndote
sentada en el sofá? Cierro los ojos e imagino... también pienso qué
estarías haciendo tú en casa si no te hubieras ido. Pienso en ese otro
TÚ que se quedó y que seguramente estaría mirando qué fotografías
suben sus amigos a Instagram. ¿Sabes? Voy a levantarme del sofá y a
dejar de pensar en lo que estarían haciendo otros YO más animados y
alegres. Me encantan los atardeceres en la playa en primavera. Así
que te voy a llevar conmigo y nos vamos a sentar sobre la arena que te
pringa y tanto detestas... solo por fastidiarte un poquito. Y te voy a
escribir desde allí. Y me voy a reír al ver las olas... porque te voy a
recordar cayéndote una y otra vez, revolcándote por la orilla y
perdiendo tu ridículo bañador de florecitas.
“ Ojalá nunca me faltes.
Pero si me faltas, espero no extrañarte,
y si te extraño espero no buscarte.
Y si te busco, espero no encontrarte...
Y si te encuentro, nunca vuelvas a faltarme”

Las decisiones que tomamos, por muy pequeñas que sean, son
las que marcan y cambian el rumbo de nuestro destino. Mi otro YO, se
quedó escribiendo a Diego en el sofá. Y YO, volviendo a ser más YO
que nunca, decidí coger la libretita, el bolígrafo y respirar la brisa
marina a orillas del mar. Me senté sobre la arena, y sin prestar atención
a la libreta que llevaba conmigo, me dejé llevar por un nuevo
atardecer. ¿Cuántos me había perdido durante esos tres meses de
clausura? Muchos... había perdido demasiado. El viento acariciaba mi
cara y despeinaba mi cabello. Al fin sentía paz, calma... incluso
felicidad. Respiré hondo varias veces y en ningún momento deseé que
Diego estuviera a mi lado. No me hizo falta. Ni siquiera seguir
escribiendo sobre la palabra OJALÁ... Porque tenía todo lo que me
hacía falta. Aire en mis pulmones para respirar, una estupenda visión
para contemplar la belleza del paisaje y tacto en mi piel para acariciar
la arena sobre la que estaba sentada y sentir su rugosidad.

Y entonces, cuando más concentrada estaba en mí misma y mis


pensamientos, apareció ÉL.

-¿Escritora? –preguntó el desconocido, señalando mi libreta. -


¿Puedo? –se sentó a mi lado.
Lo miré desconcertada, como si la situación no fuera conmigo.
Como si el desconocido, no me estuviera hablando a mí. Pero sus ojos
color miel me interrogaban. Sus labios carnosos me sonreían. Se
apartó un mechón castaño de su frente y achinó los ojos, pensando
que probablemente, se había acercado a una estúpida que se limitaba
a mirarlo fijamente sin hablarle.

-Me encanta venir a la playa a contemplar el atardecer. –dijo,


apartando la vista de mí y mirando hacia el infinito.

Me pareció el hombre más guapo del universo, sobre todo


cuando el sol, a punto de despedirse de nosotros, adornó con sus
débiles rayos la mirada y el rostro del desconocido, de una forma
maravillosa y mágica. Mi otro YO, sentado en el sofá, estaría
maldiciendo su suerte.

-A mí también. –dije al fin. –Creo que es el mejor momento del


día... –suspiré.
-¿Cómo te llamas?
-Emma. –respondí sonriendo.
-Pablo. –¡el desconocido al fin tenía nombre!
-Y no soy escritora. Soy ilustradora infantil. –le expliqué
cogiendo la libreta.
-Que bueno. Yo también soy ilustrador.
-¿En serio? –pregunté, feliz por la casualidad.

Muy pocas eran las ocasiones en las que había coincidido con
alguien que se dedicara a lo mismo que yo. Y fue cuando vino a mi
mente el nombre del famoso ilustrador Pablo Durán, de quien nadie
conocía su rostro, pero sí sus populares y buenísimas ilustraciones que
habían recorrido mundo.

-Eres... ¿Pablo Durán? –me atreví a preguntar. Pablo rió


tímidamente y bajó la vista.
-Sí... –respondió en un murmullo.
-Admiro tu obra. Mucho. –le dije entusiasmada. –Pero no quiero
parecer una fan ni nada por el estilo. –rió aún más. Y yo con él.
-Gracias. Me encantará ver tus ilustraciones.
-Claro, cuando quieras. –para mí eso era algo extraordinario.
Como para un actor trabajar con su ídolo.

En silencio, contemplamos el atardecer y cuando el sol


desapareció y el cielo empezó a oscurecer, Pablo se levantó y me
ofreció su mano para que yo hiciera lo mismo. Tenía una mano fuerte y
áspera. Me pareció muy agradable. Protectora.

-¿Quieres ir a tomar una cerveza? –sugirió. Por supuesto, dije


que sí.

“ Eres la casualidad
más bonita que llegó
a mi vida”

Y aunque no lo parezca, voy a seguir hablándote a ti, Diego...


pero en esta ocasión, como si fueras un amigo. Un confidente. ¿Sabes?
OJALÁ me llame. OJALÁ le haya gustado tanto como a mí me ha gustado
él. Se llama Pablo y es un hombre increíble. Al contrario que a ti, le
encanta contemplar el atardecer en la playa y se nota que no lo ha
hecho para satisfacerme. Ha sido lo más maravilloso que me ha
sucedido desde aquel día de lluvia en el que nos conocimos en el
aeropuerto del Prat y discutimos por un taxi. Y debo reconocer que ha
sido una manera más bonita de conocer a alguien... Contemplando un
atardecer en la playa. Sin discusiones, lluvia, ni rostros malhumorados.

Nos hemos ido a tomar una cerveza a la Plaza Real. La gente


iba muy bien vestida, mientras que nosotros, llevábamos tejanos y unas
camisas un poco desgastadas. No esperábamos conocernos, supongo.
No salimos de casa pensando en que ese día, tendríamos una primera
cita con alguien a quien aún no conocíamos. Y aunque puedas pensar
lo contrario, porque siempre has sido muy desconfiado, no... no lo hace
con todas. No se ha acercado nunca a una mujer desconocida en la
playa o en la calle a hablarle. Y dirías...

-Sí, claro... ¿Qué te va a decir? No seas inocente...

No vi que tu me mentías. Pero sí he visto en él, que ha sido


sincero. Y no es de los que suelen hablar con alguien a quien ven
sentado en la arena. Simplemente, me ha visto triste y se ha sentido
identificado conmigo porque al igual que yo, a Pablo también lo han
abandonado recientemente. Su novia, con la que llevaba diez años, le
dijo de la noche a la mañana que ya no le quería y que había
encontrado a otro hombre. Así que Pablo y yo... dos ilustradores que
han sido abandonados, nos reímos de nuestra mala suerte. Y por
supuesto, de lo que os habéis perdido... Tú, Diego. Y Alejandra, la
novia de Pablo.

“ Ojalá podamos tener el coraje


de estar solos
y la valentía de arriesgarnos
a estar juntos”

(Eduardo Galeano)

Hemos hablado de trabajo, a ambos nos apasiona la


ilustración y te aseguro que él hace magia sobre el papel. ¡Creo que te
hablé de él en más de una ocasión! Estuvimos a punto de ir a una
exposición suya en el Raval pero para variar, decidiste que lo mejor
era quedarse en casa viendo una película... La verdad que me lo
imaginaba mayor... Nadie le pone cara a Pablo Durán, como a tantos
otros artistas que prefieren mantenerse en la seguridad del anonimato
para dar protagonismo a sus obras. En mi imaginación, era un hombre
de cincuenta y tantos, de cabello largo y blanco y ojos pequeñitos,
arrugados y... ¿azules? Sí, azules. Pablo es todo lo contrario a lo que mi
imaginación había creado. Y aunque dejé de creer en príncipes
cuando me abandonaste, puede que sí... que sí existan y haya tenido
la suerte de encontrarlo. OJALÁ... OJALÁ sea así. OJALÁ no me
equivoque esta vez.

Nos lo hemos pasado increíblemente bien. Sabe contar chistes.


Le encanta viajar. Reconoce que es muy desordenado y se duerme
con las películas subtituladas. ¡Punto a su favor! No le gusta la gente
que lleva gafas de pasta sin necesidad, se duerme con las novelas
históricas y nunca, nunca, rechazaría una invitación a una exposición,
al cine o a un partido de baloncesto.

Suena mi móvil. Hace unas horas hubiera pensado... OJALÁ


fueras tú, Diego... OJALÁ. Pero ahora pienso antes de mirarlo... OJALÁ
sea Pablo. Y mis deseos, se hacen realidad. ¿Te leo su whatsapp?
Total... no creo que te duela demasiado. Estarás con ella, viendo
cualquier película india subtitulada.

“Me ha encantado conocerte, Emma. Invítame a una


exposición y seré todo tuyo”.

No puedo evitar sonreír. En cuanto acabe de escribirte, voy a


mirar qué exposiciones hay interesantes por Barcelona. Y voy a ir con
él. Y... OJALÁ me bese en nuestra segunda cita. Que no espere. Porque
la vida pasa y si de algo me he dado cuenta en tu ausencia, es que no
debemos desperdiciar ni un segundo de nuestro preciado tiempo,
porque mañana... quien sabe mañana. Yo ya desperdicié muchos
momentos desde que me dejaste... y también cuando estaba contigo.
Ahora voy a VIVIR. Y a hacer lo que me venga en gana, cuando me
apetezca.

“ Ojalá nunca te falte un sueño


por el que luchar y un deseo
con el que soñar”

-Bueno, bueno... –empezó a decir Silvia. –No solo las palabras


están ayudando, Emma. Cuéntame más de Pablo... –sugirió curiosa.
-No te diré que es el hombre de mis sueños porque aún no lo
conozco lo suficiente... pero se aproxima mucho. Esta noche hemos
quedado. Iremos a la inauguración de una exposición de pintura de
Elia Galera en el centro.
-Muy cultural. Que bien.
-Sí...
-A ver que tal se da la noche. ¿Diego está olvidado? ¿Seguimos
con las palabras?
-Sí, por favor... me viene bien.
-Nos quedan cuatro. Que te parece... ¿SERENDIPIA?
-Que bonita. Vale.

Salí de la consulta de Silvia con la sensación de haberme


librado de una pesada carga. Mi mochila se iba aligerando y solo
quedaban unas pocas piedras de las que deshacerme... mientras iba
pensando en qué le escribiría a Diego sobre la palabra SERENDIPIA,
también iba pensando en lo que me pondría esa noche para ver a
Pablo. Y en las ganas que tenía de volverlo a ver, por supuesto. De
volver a hablar con él... del simple hecho de estar con él. Al pasar por
una de mis tiendas de ropa preferidas del barrio de Gracia, vi un
vestido precioso. Negro, de manga corta y un favorecedor escote de
pico que quedaría sensacional con mis zapatos negros de tacón. Sin
pensarlo dos veces, entré a probármelo y al verme reflejada en el
espejo del probador, parecía hecho para mí.

-Estás... –balbuceó Pablo al venirme a buscar a casa. –Vaya,


estás preciosa. –se le iluminaron sus ojos.
-Muchas gracias. Tú estás muy guapo. –reconocí, dándole un
beso en la mejilla.
-No me he afeitado...
-Esa barba de tres días es muy sexy. Y lo sabes. –reí.

Fuimos caminando hasta la exposición, a solo tres calles de


donde vivía. Pablo y yo nos perdimos entre los colores y las formas
abstractas de los cuadros de Elia, con quien tuvimos el placer de
hablar, ya que Pablo la conocía desde hacía tiempo. Me gustaba la
manera en la que Pablo trataba a la gente. Con amabilidad y respeto.
Sonreía a cada camarero que le ofrecía champagne o montaditos para
comer. Se notaba la pasión que sentía por el arte al observar cada
cuadro. Y sobre todo, sabía qué decir en cada ocasión. Elegante,
apuesto, refinado y con buen gusto. Pero también divertido. ¿Estaba yo
a su altura? Me empezaba a preguntar si realmente merecía a un
hombre como él... Algo en mi cerebro cambió de repente el chip. ¡Claro
que merecía a un hombre como él! ¡Merecía ser feliz! Y siguiendo con
ese OJALÁ... OJALÁ fuera feliz con él. Pero algo me preocupaba. Había
sido demasiado fácil. Demasiado previsible. ¿Algo así puede acabar
bien? Yo estaba preparada para iniciar una relación tres meses
después del abandono de Diego. Pero... ¿Lo estaba Pablo? ¿Él
también había necesitado terapia desde que Alejandra lo abandonó?

Salimos de la exposición y para mi sorpresa, Pablo cogió mi


mano. En silencio, sin mirarme... como si fuera algo instintivo, natural.
Como si nos conociéramos desde siempre. Lo miré de reojo algo
confusa, pero feliz por su iniciativa hasta que...
-Lo siento. –dijo deshaciéndose de mi mano precipitadamente.
-¿El qué?
-Te he dado la mano, ha sido... no sé, no me he dado cuenta.
-Que pena. Porque me había gustado.
-¿De verdad? ¿No te parece muy pronto?

Me detuve. Lo miré fijamente, pensando detenidamente mis


palabras para no cometer el error de decir lo primero que se me viniera
a la cabeza. Algo bastante común en mí que me había traído muchos
problemas...

-No, no me parece muy pronto. De echo, me da miedo que a ti te


lo parezca. Sé que es una locura, pero también lo fue que te acercaras
a una desconocida en la playa... –le hice reír. -¿Seguro que no lo
haces con todas? ¿O con cualquiera?
-Te prometo que no. Te vi a lo lejos y me causaste buena
impresión. Muy buena impresión. Algo me dijo que me acercara a ti...
-Y me alegra que lo hicieras. –le interrumpí. –Si algo he
aprendido, es a no desperdiciar el tiempo. Que si me das un beso
ahora, ese beso que habremos ganado y si no...

No me dejó continuar. Me besó. Y ese, sí fue el mejor beso de mi


vida. Las palabras sobraban y los sentimientos, aunque demasiado
pronto y precipitados, empezaban a aflorar. Sin miedo. Algo increíble
después de lo que nos había sucedido... lo normal tal vez, hubiera sido
temer. Desconfiar. Y no volver a abrir nuestros corazones tan de
repente hacia otra persona. Pero ambos teníamos algo en común...
sabíamos lo que era perder. Tener el corazón destrozado. Llorar.
Sentirnos solos y abandonados. Ambos sabíamos que nos debíamos
una segunda oportunidad a nosotros mismos. Y la mejor compañía era
sin duda, la de alguien que te entendiera y que hubiera pasado por lo
mismo. A veces la magia existe y se llama... SERENDIPIA.
SERENDIPIA
Hallazgo afortunado e inesperado
que se produce cuando se está buscando
otra cosa distinta.

Pocas son las palabras que me quedan para despedirme


totalmente de ti, Diego. De nuestra historia. De nuestro pasado.
Conocerte, fue un hallazgo inesperado y en su momento pensé que
afortunado, como sucede cuando sientes felicidad al estar al lado de
alguien. Me hiciste feliz. Pero estoy empezando a darme cuenta a lo
largo de estos días, que lo mejor que pudo pasarme es que me
abandonaras. Y salir de esa cama que me mantuvo prisionera de la
tristeza tres meses... Lo sé, lo sé... soy una dramática. Son muchas las
personas que habrán pasado por la misma situación que yo y tal vez se
lo hayan tomado de otra manera. Como lo estoy empezando a hacer yo
gracias al destino. SERENDIPIA. No sé lo que estaba buscando cuando
fui a contemplar el atardecer desde la playa aquel día. No te escribí
desde allí porque mi SERENDIPIA se acercó. Sí, vuelvo a hablar de
Pablo. Lo siento. No lo puedo evitar. Estas palabras deberían ir
dedicadas a ti, pero él está constantemente en mi mente... La otra
noche me besó. Luego fuimos a cenar, nos divertimos. Pero no subió al
apartamento que tú y yo compartimos durante tres años. Puedes estar
tranquilo. No me hizo el amor en “ nuestra” cama. Sigue vacía desde
que te fuiste pero algo debo advertirte... pronto la ocupará él. O al
menos... eso espero.

Algo me viene a la mente contigo y la palabra SERENDIPIA. Aún


viajábamos. Aún... Fuimos a pasar un fin de semana a Londres y
entramos en una magnífica tienda de antigüedades. SERENDIPIA hizo
una de las suyas, cuando viste un precioso reloj antiguo del que te
enamoraste. Te costó la friolera de mil doscientos euros pero no te
importó. Fuiste feliz con ese hallazgo y me hiciste feliz a mí. Aún nos
sentíamos felices el uno por el otro. Cuando te sucedía algo bueno, yo
me alegraba y viceversa. Con el tiempo, eso fue desapareciendo. Te
contaba algo bueno que me había sucedido en el trabajo, como por
ejemplo aquella oportunidad que tuve de ilustrar los cuentos infantiles
de Maya Hill, una de mis autoras preferidas. No le dabas importancia.
Te encogías de hombros y te limitabas a felicitarme, sin tan siquiera
dedicarme una franca sonrisa. Seguía sin darme cuenta de nada.
Seguía idealizando nuestra relación que cara a la galería era perfecta.
A ti te gustaba quedar bien con todo el mundo, incluso con tus padres.
Supongo que ellos tampoco me echan de menos. Sé que a tu madre
nunca le caí bien. Esperaba más para su hijo... una médico, una
abogada... o una psicóloga. Silvia le hubiera gustado. Tan fría, seria y
seca como ella. Me ha costado seis años abrir los ojos. Y solo seis
palabras para darme cuenta que no eras mi príncipe azul. Que al
besarte, te convertías en rana. Una rana guapísima pero... no,
realmente no era feliz. Realmente ese SERENDIPIA en el aeropuerto
del Prat no fue lo mejor de mi vida. Ni de la tuya. Tal vez algún día diga
lo mismo de Pablo pero por el momento... disfruto del presente. Del aquí
y ahora. Son cosas que se suelen decir y aconsejar pero que a
menudo, no ponemos en práctica. Y no sé porque. Solemos
machacarnos y ser nuestros peores críticos, cuando realmente todo
puede resultar más fácil si tratamos de pensar que irá bien. Que tiene
que ir bien. Siempre fuiste negativo y de eso sí me daba cuenta. Tan
ciega no estaba, ¿no?

Cuéntame Diego... ¿Cómo la conociste? A ella, me refiero.


¿También fue un día de lluvia en el aeropuerto? ¿Trató de “ robarte” el
taxi? ¿O estabas rebozándote como una croqueta en la arena de la
playa, le pareció sexy y se acercó a ti? Vale, vale... ya paro. Lo prometo.
Bueno, no. No voy a prometer nada. Tú me prometiste las estrellas y
mira ahora... no estás. El segundo año de nuestra relación, también fue
idílico y tú aún eras un poco ñoño conmigo. Fuimos a París. Te encanta
París aunque te avergonzaba ir conmigo, porque cantaba La vie en
Rose en el centro de la Plaza de la Concordia ante todas las curiosas y
descaradas miradas de turistas y parisinos. Sabes que nunca me dio
vergüenza hacer este tipo de cosas. Estar un poco loca, ya me
entiendes. El caso es que esa noche, en la terraza del hotel donde nos
alojamos, me prometiste las estrellas. Me abrazaste fuerte, muy fuerte...
yo te miraba locamente enamorada. Y me susurraste...

-¿Ves todas esas estrellas de ahí?


-Sí. –asentí despistada, perdiéndome en tu mirada.
-Son todas tuyas... aunque no tan bonitas como tú. –dijiste
acercándote más y más... y terminando con un “Te quiero” muy bajito
mientras rozabas mis labios.

Puede que esa noche esas estrellas fueran mías. Pero se


fueron cayendo una a una, a medida que el tiempo pasó. No volviste a
decirme cosas tan bonitas como en ese viaje a París. Quise volver
pero... ¡siempre estabas tan ocupado! Proyectos y más proyectos.
Ahora sé que muchos de esos proyectos eran otras mujeres. Estoy
convencida de ello, intuición femenina supongo. Y me da un poco de
miedo volver a tropezar o que me puedan hacer lo mismo... Pienso en
Pablo y de verdad que intento por todos los medios confiar. Confiar en
el SERENDIPIA que me lo ha presentado y pensar que él jamás haría lo
que me hiciste tú a escondidas.

“ La vida no es meramente
una serie de coincidencias
y accidentes sin sentido, no...
Sino más bien un tapiz de acontecimientos
que culminan con un plan
exquisito y sublime”
(Serendipity)

Hace tiempo vimos una película. SERENDIPITY. Mucho que ver


con la palabra de hoy... Tú te dormiste, así que ni siquiera la
recordarás. Pero se convirtió en mi película preferida. Dos personas
destinadas a encontrarse. Pasara lo que pasara... existieran los
impedimentos que existieran, eran dos almas que el destino había
decidido unir. Nunca conoceremos su FINAL real pero... esa historia
caló hondo en mí. Y ahora más que nunca la recuerdo.
“ Fue como si en ese momento,
el universo solo existiera
para que estuviéramos juntos”
(Serendipity)

Y sin embargo, no puedo evitar sentirme culpable al pensar en


Pablo y no en ti. En pensar que el universo efectivamente, solo existe
para que él y yo estemos juntos... dentro de mi momento y mi historia,
claro. Al resto del mundo le debe dar un poco igual, aunque muchos
puedan sentirse identificados con mis palabras. Estoy aprendiendo a
aceptar la SERENDIPIA, Diego. Así, poco a poco... estoy consiguiendo
alejarme de ti. Cada vez más... caminando en línea recta sin desviarme
por el camino, sabiendo que la vida sin ti también es posible. Y... mucho
mejor. Amargamente recuerdo nuestros momentos vividos y en vez de
instantes felices, ahora vienen a mi mente complicaciones, discusiones
y malas miradas. Hablo de los últimos años de nuestra historia. Aunque
un amor bonito nos unió, la mentira nos fue distanciando lentamente,
aunque yo no fuera consciente. Tú sí lo eras. Eres el único que lo sabía
todo y que posiblemente, pudiera dar respuestas.

-Sí, te fui infiel. No una, ni dos, ni tres veces... fueron muchas


más. Te mentí y no me siento orgulloso de ello. Los primeros años
fueron especiales. Te quise y te querré siempre, lo sé. Pero vivirás
mejor sin mí. Al final, después de tantos deslices, encontré a la mujer
de mi vida o al menos eso es lo que pienso... aunque no lo creas, yo
también tengo mi vena romántica. Aunque sea un hombre. Los
hombres también lloramos, Emma. Si te soy franco, me duele no haber
sentido compasión por ti al dejarte. No me arrepiento por cada una de
las veces que hice el amor con otra mujer mientras estaba contigo. No
me sentía culpable al volver a casa y verte. Esperándome. Sin
sospechar nada. Al contrario, me aliviaba saber que eras tan
ingenua... tan inocente. Creyendo siempre mis mentiras. Pero de
verdad... no quería hacerte daño. Solo quería vivir sin ti aunque viviera
contigo. Siempre me he contradicho, no lo entenderás nunca. Para ti el
compromiso y la sinceridad es primordial en una relación. Pero para
mí, lo que tú y yo teníamos dejó de ser una relación cuando me di
cuenta de que teníamos muy pocas cosas en común. Y sí, tu carácter
alegre, dicharachero y desvergonzado me causaba pudor. Necesito a
una mujer más seria y menos arriesgada. Como lo soy yo. Y la
encontré... Vive Emma, y déjate llevar por la magia del SERENDIPIA
aunque ya sabes que yo, nunca he creído en la magia. Puede que
Pablo sí. Que tengas suerte.

Como si se tratara de un monólogo que jamás me dirás, sé que


acierto si escribo pensando que lo haces tú. Estas serían más o menos
tus palabras. Espero que SERENDIPIA me trate mejor a partir de ahora y
no ponga a ningún mentiroso e infiel más en mi camino. Y sí, espero
que Pablo crea en la magia. Crea en mí. En que soy la mujer de su
vida... Y seguramente te vas a reír, pero vuelvo a imaginarme paseando
por la iglesia camino del altar del brazo de mi padre, como la novia más
bella sobre la faz de la tierra. No eres tú quien me espera al lado de un
cura sonriente. Pero tampoco lo es Pablo. Aún no tiene rostro pero
espero... que SERENDIPIA se porte bien y haya puesto en mi camino a
Pablo por algún motivo que no sea más aprendizaje sobre el
sufrimiento. Sobre eso no quiero aprender más, ya tuve bastante
contigo. Y sobre lo de ingenua... lo seguiré siendo. No perderé esa
inocencia que siempre me ha caracterizado. ¿Y sabes por qué?
Porque forma parte de mí. De mi esencia. De mi personalidad. No
dejaré de creer en las personas solo porque una destrozó mi corazón
sin que yo lo mereciera. Seis años de mentiras e infidelidades que no
supe ver. Tendré los ojos más abiertos... pero mi corazón seguirá
siendo el mismo de siempre.
Gracias. Gracias por tu sinceridad, aunque solo haya sido fruto
de esta imaginación.

“ Y de repente llegas tú.


Nunca había conocido a nadie
que de verdad pensara que yo valía la pena,
hasta que te conocí a ti.
Y tú lograste que yo también me lo creyera,
así que por desgracia te necesito...
y tú me necesitas a mí”
(Amor y otras drogas)

Cuando finalicé, Silvia me miró. Examinándome como siempre,


escuchándome con atención. Y escribiendo. Escribía mucho.

-Vaya... como ha cambiado Diego. Ha pasado de ser el hombre


encantador al que le costó decirte que le gustabas en la cafetería, a
ser todo un rompecorazones. –dijo seriamente.
-Pero no le guardo rencor.
-Mejor. El rencor es un sentimiento demasiado negativo y
destructivo. Muy doloroso. Interfiere en nuestro camino y no nos deja
seguir hacia delante. No lo necesitamos. ¿Has vuelto a quedar con
Pablo?
-Mañana por la tarde. Vamos a la playa a contemplar el
atardecer... –respondí feliz.
-Genial. Próxima y penúltima palabra. OLVIDO.

Miré al suelo. OLVIDO... Sonreí.

-Nunca prometas algo que no puedas cumplir. –le dije a Silvia


logrando confundirla. –Pero tú me prometiste que al finalizar mis
escritos sobre las nueve palabras que concretamos, volvería a ser la
de siempre. Lo estás consiguiendo.
-No solo es mérito mío. También del mágico SERENDIPIA. –
respondió Silvia guiñándome un ojo y sonriendo. –Hasta la semana
que viene, Emma.
OLVIDO
La acción, voluntaria o no,
de dejar de recordar.

Es cierto, Diego, que las PALABRAS me han ayudado. OLVIDO


es la penúltima. Y aunque ahora mismo no pueda olvidarte, quizá
porque estas palabras van dirigidas a ti, sé que pronto lo haré. En dos
horas he quedado con Pablo. Y solo existirá él. Tú te habrás esfumado.
Ya no desearé encontrarte en los lugares a los que sueles ir. Dejaré de
buscarte. No querré que me envíes un whatsapp o me vuelvas a añadir
como amiga en Facebook. Tampoco cotillearé tus fotos de Instagram en
las que por el momento, no has puesto ninguna con ELLA... Te has
limitado a enseñar a tus seguidores lo que has comido y supongo que
habrás engordado un poquito... OLVIDO la tristeza de estos últimos
meses. Vuelve mi sentido del humor. Mis locuras. Volveré a cantar bajo
la lluvia y por supuesto, volveré a París. Y seguiré cantando. O
bailando. Lo que se tercie. ¿Y sabes? Echarás de menos mis locuras.
Lo sé. Pero yo ya no te echaré de menos a ti porque ni siquiera lo hago
ahora.
Dame unas horas... quizá un día si mi cita con Pablo va bien.
Nos hemos visto durante algunos días. Hemos ido a tomar café, hemos
hablado, nos hemos conocido y nos hemos besado... nos hemos
besado mucho. Pero nada más. Y hoy me apetece MÁS. No para
olvidarte. No por rencor o venganza. Es porque...

SÍ, ME HE ENAMORADO. Y QUIERO SER CORRESPONDIDA. Y HOY SE


LO VOY A PREGUNTAR.

-¿Qué? ¡Estás loca! ¡Lo asustarás! –me dirías escandalizado.

Me da igual asustarlo. Si lo hago, no merecerá la pena. Y no


quiero perder el tiempo como lo hice contigo. Si me rechaza, al menos
habré arriesgado. Si en esta vida no arriesgamos, no ganamos. Y por
AMOR hay que arriesgar siempre. Me notas diferente ¿verdad? ¡SÍ!
Estoy ilusionada y feliz.

“ Yo no hablo de
venganzas ni perdones,
el olvido es la única
venganza y el único perdón”
(Borges)

He decidido que no te voy a OLVIDAR, Diego. Porque me diste


una gran lección de vida y me hiciste feliz. No quiero OLVIDAR mis
momentos contigo porque forman parte de mí. No sé lo que pensarás tú
al respecto, pero sé que probablemente, tampoco logres olvidarme.
Seis años no son una semana o dos meses... no fue una relación fugaz
de verano de la que con los años, olvidas incluso el nombre de la
persona con la que te ilusionaste. Y ahora si me disculpas, voy a salir.
Seguiré luego y te contaré que tal me ha ido...

Tarde primaveral calurosa. En unos días, llegará el ansiado


verano y Barcelona lucirá espléndida y soleada.
Veo a Pablo contemplar el mar en calma de la playa de la
Barceloneta donde hemos quedado. Me acerco a él y me siento a su
lado. Me recibe con una sonrisa, una caricia y un beso.
Me abraza. Y yo, estoy preparada para decirle lo que pienso.
Lo que siento. Aquí y ahora. YA. Estoy preparada para arriesgar.

-Pablo, sé que es todo muy precipitado. Que ni siquiera...


bueno, ya sabes... ni siquiera conoces mi apartamento. Pero...
-No, Emma... mejor no digas nada. –su tono serio me despista
completamente.
-Me da igual la respuesta. Quiero decirlo y punto. –respondo
cabezota. -Me he enamorado de ti.

Pablo se lleva las manos a la cabeza. Desde luego, parece


mucho más dramático que yo y eso es complicado de superar. Me mira.
Sigue serio, muy serio. Me da un beso rápido en los labios y se va. La
cita más corta de la historia. El desplante más feo que me han hecho
jamás. Me quedo con cara de tonta viendo como Pablo se aleja. Ni
siquiera me sale una lágrima.

-Tenías razón, Diego... –susurro.

Me encojo de hombros y decido contemplar el atardecer en


soledad. Vuelvo a pensar en los nueve gatos que vivirán conmigo en el
futuro. En lo idiota que he sido por abrir mi corazón demasiado rápido.
Por haber asustado a mi admirado ilustrador. A todo el mundo le gusta
escuchar esas cosas... “Me he enamorado de ti”. ¡Es algo bonito, por
favor! Sobre todo cuando ese alguien te gusta como supuestamente yo
le gusto a Pablo. A mí me hubiera gustado que él me lo hubiera dicho.
Pienso en hablarle de Silvia y que reserve una visita con ella. Para que
hiciera una terapia similar a la mía y olvidar a Alejandra. ¿Es ese el
problema? ¿No la ha olvidado? No hace falta OLVIDAR para seguir
hacia delante... no hace falta...

Aún así, contemplo un maravilloso atardecer. Y al menos eso, ha


merecido la pena.
Diego, vuelvo a estar contigo. Tenías razón. No debería
haberme precipitado. No debería haberme arriesgado... Sí, se ha
asustado. Y al igual que tú, se ha ido sin decirme nada. Pero él no está
obligado a darme explicaciones... sigo pensando que tú sí. Bah... es
igual, déjalo. En principio... Me he olvidado de quererte ¿no? De lo
contrario sería un paso hacia atrás enorme y no puedo permitírmelo.
Olvidarte en ese sentido, está siendo una de las cosas más difíciles a
las que me he enfrentado y por otro lado solo han pasado “ ocho
palabras” desde que empecé esta terapia. Y no me avergüenza
reconocer que quizá he quedado como una idiota con Pablo. Sigamos
hablando del OLVIDO.

“ Uno siempre recuerda


esos besos donde se olvidó de todo”

Siempre fuiste algo despistado. Y olvidadizo. Mucho. Aunque


fueras un maniático del orden, nunca sabías donde colocabas las
cosas. No lo recordabas. Imagino que tampoco te acordarás de mí.
Olvidabas mis cumpleaños cuando salíamos juntos, olvidabas que
habíamos quedado en algún restaurante después de trabajar...
cuantas veces esperé durante al menos dos horas... No hay nada más
triste y humillante, que sentarte en una mesa para dos en un
restaurante y esperar... y esperar... y ver como la gente te mira
compadeciéndose de ti y pensando que te han dado plantón. Y como
el camarero se acerca de vez en cuando para ver si decides rendirte y
dejar la mesa libre para otros clientes que SÍ han recordado su cita y
están esperando en recepción. Entonces tú pones los ojos en blanco,
sonríes con cara de circunstancias y te quieres morir. O desaparecer. Y
empiezas a hacer ruiditos... a tararear alguna canción o a mirar el móvil
con cara de pocos amigos para que nadie te vuelva a molestar.
Te mandaba cientos de whatsapps y cuando los leías, venías.
Siempre despeinado y agotado, culpando al gran volumen del trabajo
que te tenía tan ocupado. No sé que pensar, la verdad... Y con lo que
ha sucedido con Pablo, estoy empezando a imaginar cosas raras.
Como por ejemplo... que soy un ser extraño para este mundo. No
especial ni nada de eso. Simplemente, soy rara. Tú no me aguantabas,
tenías la necesidad de irte con otras hasta que me abandonaste del
todo. A Pablo lo he asustado porque ahora me ha dado por vivir al
límite, cada momento al máximo y decir todo lo que se me pase por la
cabeza cuando se me antoje. ¿Se puede ser así? ¿Se puede volver a
ser como un niño? O tal y como decía alguien que no recuerdo... ¿La
sinceridad está sobrevalorada? No, el mundo no está preparado para
ver a una loca cantar y desafinar La vie en Rose en el centro de la
Plaza de la Concordia. El mundo no está preparado para ver a una
mujer bailando bajo la lluvia o contando las estrellas en mitad de la
noche sentada sobre la arena. El mundo no está preparado para la
espontaneidad y la sinceridad. Para que la gente haga lo que le de la
gana cuando le de la gana. No sé si es el mundo o soy yo, pero
prefiero OLVIDAR las cosas malas. Prefiero OLVIDAR lo que me hace
daño. Prefiero seguir siendo así. Prefiero vivir con nueve gatos, a estar
con alguien que no aprecie mi manera de ser. Que no aprecie un “ Te
quiero” aunque sea demasiado pronto... Al fin y al cabo, debería
entender que Pablo es otra alma herida en este mundo que sigue con
sus batallas internas para superar la reciente ruptura con Alejandra.
Ojalá pudiera OLVIDAR aquella tarde en la que se me acercó
espontáneo y sincero en la playa... Ojalá pudiera OLVIDARLO pero no
quiero. ¡Diego! ¿Lo estás viendo? Tal vez debería escribirle ahora a
Pablo en vez de a ti... Gracioso el asunto.

“ Pero me fui acostumbrando a tu


ausencia, y ya no eras más el tema
exclusivo de mis versos.
Te fuiste convirtiendo en papeles
y cartas viejas
que se esfumaron junto con
tus promesas de amor eterno.
La última que recuerdo
haber visto,
la consumió lentamente el fuego,
asistido por mi mirada de libertad”
(Víctor de la Hoz)

Voy viendo la luz. Voy olvidando. Voy viéndote cada vez más
lejano, Diego. Porque esas palabras que nunca pronunciaste, fueron
las que siempre necesité escuchar. Así que sí, en cierta manera... no me
está costando olvidarte. Ahora debería solucionar otro asuntillo... ya
sabes cual es. Aunque quizá ni siquiera has escuchado nada de lo
que te he estado explicando, porque tenías la mala costumbre de
hablar y hablar y hablar... y no escuchar. Sí, eras de esos. ¿Has
cambiado a lo largo de estos meses? Las personas no cambian de un
día para otro ¿verdad? Y nadie puede forzar al otro a cambiar pero
espero por tú bien, que te conviertas en un ser mejor. Siempre mejor.
No decaigas, sé que tienes un buen fondo, lo vi en nuestra primera
cita. Encantador, alegre, pícaro y con una reluciente sonrisa que
espero que no pierdas nunca. Estoy deseando descubrir la última
palabra. Esa que hará que te OLVIDE definitivamente. Esa que cerrará
esta etapa que aunque sé que no OLVIDARÉ jamás, sí superaré.
Pronto... muy pronto. Venga Diego, estamos cada vez más cerca de
descubrir la verdad.

“ OLVIDARTE
sería una cobardía.
Yo quiero recordarte
sin que me duelas”
Sé que Silvia tenía ganas de reírse de mí. O conmigo, no lo sé.
Mejor reír que llorar ¿no?

-Te hubiera dicho lo mismo que Diego, Emma. Demasiado


pronto...
-La he cagado... –mi palabra mal sonante, hizo que Silvia no
pudiera reprimir más la risa.
-Lo siento. No debería reírme. Pero mejor tomárselo con humor
¿no crees? Habías perdido tu sentido del humor cuando Diego te dejó
y ¿ves? Lo estás recuperando. ¿Tiene sentido lo que hemos hecho? –
asentí.

Sí, sí lo tenía. Las palabras habían mitigado el dolor. Me habían


aliviado y me habían ayudado a comprender que efectivamente Diego,
no estaba hecho para mí. Casarme hubiera sido un tremendo error.
Para él y para mí. No hubiéramos sido felices.

-¿Qué crees que pasará? –me preguntó. -¿Piensas hacer algo


más? ¿Llamarlo?
-No...
-¿No decías que ibas a hacer lo que te diera la gana cuando te
diera la gana?
-Sí, pero ya lo hice. Y se fue. No tiene sentido seguir
incordiándolo. Si hubiera ido más despacio, si hubiera esperado...
-Y si yo ayer me hubiera hecho la manicura, hoy no tendría
estas uñas horrorosas. –replicó Silvia. –No pienses en el “ si
hubiera...” . No existe. Lo hiciste y punto, acéptalo. Cometemos errores
pero no pasa nada. Cuando decimos “ Tierra trágame” , en realidad
debemos aceptar que algo incómodo nos está sucediendo pero que
aprenderemos de eso. Y nos haremos más fuertes. Suena a tópico pero
es así. ¿Estás preparada?
-¿Para la última palabra? Claro... –respondí insegura.
-DESENLACE.
DESENLACE
La resolución de una historia.

“ Los científicos dicen que


estamos hechos de átomos, pero
a mí un pajarito me contó que
estamos hechos de historias”
(Eduardo Galeano)

¿Realmente después de nueve palabras, estoy preparada para


un final? Esa fue la pregunta que me hice a mí misma, cuando Silvia dijo
al fin, con que palabra terminaríamos nuestra terapia. Y sí, Diego. Estoy
preparada para un DESENLACE porque al fin te vi con ella. Al fin le
puse cara. Y cuerpo. E incluso personalidad... Y voz. Al verla, supe en
seguida que estaba hecha a tu medida. Que era la mujer con la que
siempre soñó tu madre para ti. Que la mirabas como solías mirarme a mí
cuando empezamos. Y tu sonrisa bobalicona, no necesitaba esforzarse
al estar con ella. Que ella era todo lo que siempre habías deseado en
secreto mientras estabas conmigo. Y ¿sabes? Sé que esto es un
DESENLACE en toda regla porque no me dolió.

“ Lo volví a ver,
con la misma sonrisa de la que
me había enamorado de él,
pero las mariposas ya no estaban”

Tras la octava sesión, salí del despacho de Silvia reflexionando


sobre la palabra DESENLACE y me senté en el bar de enfrente a tomar
un café. Siempre me ha gustado observar a la gente mientras me tomo
un delicioso capuchino, ya lo sabes. Para ti era una pérdida de tiempo.
¿Recuerdas que siempre me lo decías? Pero a mí siempre me ha
gustado jugar a imaginar... mirar con atención cada mirada o cada
gesto, e inventarme el tipo de vida que llevan esos desconocidos que
selecciono al azar. Aunque mi imaginación sea muy distinta a la vida
que llevan en realidad, claro... Qué tipo de decisiones han elegido.
Qué caminos han tomado para llevarles hasta donde están. ¿Qué
piensan del amor? ¿Del destino? ¿De los finales?...

Y mientras observaba, vi lo inesperado. Te vi a ti. Entrabas en el


edificio de donde yo había salido minutos antes. Media hora más tarde,
Silvia salía cogida de tu mano. Me quedé en shock. Medio traspuesta.
Con la mirada fija en vosotros, que caminabais sin saber que “ la ex” ,
estaba observando desde la otra acera.

-Esto sí que no me lo esperaba... –susurré.

Cruzasteis un semáforo y os perdí de vista. Silvia... mi psicóloga,


la persona que me había ayudado a superar lo nuestro, es la persona
con la que ahora compartes tu vida. Mientras escribo esto, pienso que
no voy a volver a su consulta. Que faltaré sin decir nada, a nuestra
última cita. Por supuesto no le cogeré el teléfono. Y nunca le leeré mi
escrito sobre la última PALABRA que me envió. Un DESENLACE en toda
regla. Nunca sabrá que soy la EX destrozada, que entró por primera
vez a su consulta, pidiendo ayuda a gritos porque señora MELANCOLÍA
y señora SOLEDAD la acechaban continuamente por lo EFÍMERO de
una ÉPOCA feliz, que SERENDIPIA había puesto en su camino, pero que
OJALÁ hubiera tenido algo más de COMPASIÓN por el DESENLACE de
esta historia que parecía haberse quedado en el OLVIDO.

“ Quizás no se trate del final feliz,


quizás se trate de la historia”

Quise pensar que Silvia no sabía quien era yo. Quise


pensarlo.... porque de no ser así, habría jugado conmigo y mis
sentimientos. Y no quería pensar que existiera en el mundo alguien tan
retorcido y malicioso. Recuerdo de repente la vez en la que dijo...

-Diego. Bonito nombre.


Ella, al igual que yo, también pensaba en ti. Prefiero quedarme
con la duda. Prefiero desconocer si Silvia sabía que yo era tu ex.
Prefiero pensar en lo bueno de todo esto y en lo mucho que me ha
ayudado su terapia que sin duda, seguiré. Pero sola. Sin necesidad de
sentarme en ninguna consulta a contarle mis historias, problemas o
tristezas a un especialista desconocido. No digo que sea algo malo,
pero soy de las que prefieren guardar secretos.

Bueno Diego... esto llega a su fin. Han sido nueve palabras


muy especiales que me han hecho ver lo malo y lo bueno de lo nuestro.
Pero sobre todo me ha hecho ver, que ya no te quiero tanto. Porque no
mereces que te quiera tanto. Y te deseo suerte. Con ella. No he llegado
a conocerla tanto como ella a mí, pero me parece una mujer
interesante... de esas que no se pondrían a cantar en medio de una
plaza. De esas que ahorran, que viajan lo justo y necesario y no son
alocadas o desvergonzadas. Sí, Silvia es de esas que mira películas
indias subtituladas... lee novelas históricas y seguramente, por lo
blanca que está, odia ir a la playa. Probablemente no presta
demasiada atención a un atardecer o al canto de un pajarito. No se
detiene a mirar los pequeños detalles. No le importan, porque prefiere
concentrarse en las grandes cosas de la vida... aunque algún día
pueda darse cuenta que lo más valioso, está en lo más insignificante
del día a día. ¿Ves? La mala costumbre de dejar volar mi imaginación...
quizá ella no sea tan distinta a mí. Quizá sí te avergüences de ella
porque también le gusta dejarse el paraguas en casa y bailar bajo la
lluvia.

Adiós Diego. Que tengas una vida larga y feliz. Ojalá sea junto
a ella. No le destroces el corazón como hiciste conmigo... ni ella ni
nadie merece algo así. Y gracias por los buenos momentos, porque son
los que siempre quedarán grabados en mi corazón, que poco a poco
se va recomponiendo al impacto. Tranquilo, esos cachitos rotos se van
uniendo como un puzle... y yo también lograré ser feliz por completo.
Algún día. Espero que pronto... Ojalá.
“ La casualidad es un desenlace,
pero no una explicación”
(Jacinto Benavente)

Aún con Diego y Silvia metidos en mi cabeza, me fui hasta la


playa de la Barceloneta con la esperanza de ver a Pablo sentado
sobre la arena, contemplando un atardecer. Solo deseaba verlo a él...
en realidad, mi despedida a Diego no había sido del todo difícil porque
mis sentimientos habían volado hacia otra persona. Eso le sucedió a
él... no le costó despedirse de mí porque ya no me quería. Quería a otra
mujer. Pero ni rastro del famoso ilustrador. Así que en soledad, disfruté
una vez más de un atardecer. Tranquilidad. Paz... sí, había encontrado
PAZ. Me había despedido, con la cabeza bien alta. Pudiendo dormir
bien por las noches porque no había sido yo quien le había provocado
dolor a nadie.

No sabía hacia donde me llevaría la vida. Pero el destino no es


tan importante como el viaje... Y ese viaje iba a disfrutarlo. De eso
estaba convencida. Mientras contemplaba el juego de colores del cielo
frente al mar, pensé en los diversos destinos desconocidos que me
esperaban con los brazos abiertos. Tenía un par de proyectos para
septiembre, pero para eso aún quedaban unos meses, así que... ¿Por
qué no? Bali podría ser un buen destino para acabar de encontrarme
a mí misma. Seguir conociendo otras culturas, otras gentes y sobre
todo... otros atardeceres. Muchos atardeceres.
“ No te conformes con <casi feliz>.
No termines libros malos.
Salte de la película si es aburrida.
Si no te gusta lo que hay en el menú,
sal del restaurante.
Si no estás en el camino correcto,
da la vuelta y toma otro.
El tiempo es el único que no vuelve”

Oigo unos pasos tras de mí, justo cuando el cielo termina de


regalarme sus fantasiosos y deslumbrantes colores. Se va a hacer de
noche. El cielo azul debe darle paso a las resplandecientes estrellas. Y
el deseo que le pedí a aquella estrella fugaz aquella noche desde el
balcón, se cumple...

-Hola... –saluda una voz.

Se sienta junto a mí. Me mira tristemente. Le sonrío.

-Cuanto tiempo, Pablo. Me alegra mucho verte. –dije


sinceramente.
-Fui un idiota, Emma. De verdad que sí.
-Aún no estás preparado para empezar algo nuevo.
-Sí. Sí lo estoy. Me gustó mucho lo que me dijiste. ¿A quién no le
gusta que le digan te quiero?
-Eso mismo pensé yo... –reí.
-Yo también estoy enamorado de ti, Emma.

Sinceridad. Brillo. Luz en su mirada. Un mágico momento que


guardaría en mi memoria eternamente. Pasara lo que pasara. Un
instante efímero. Los más bellos... Asentí. Pablo acarició mi cara. Mi
cabello. Se acercó a mí y me regaló un precioso beso. Aún con
nuestros rostros muy, muy juntos... quise volver a arriesgarme.
-Sé que es muy pronto y espero que no salgas corriendo pero...
¿Quieres venir conmigo a Bali? –le propuse.

Pablo rió. Asintió. Feliz. Volvimos a besarnos y así, iniciamos


nuestra historia. Prometimos sinceridad en nuestra relación. Olvidar el
mal sabor de boca que nos habían dejado las personas anteriores que
habían compartido su vida con nosotros, y empezar de cero en muchos
sentidos. Empezar de cero... Da miedo ¿eh? Pero a la vez es
emocionante.

Nunca sabréis como terminó nuestra historia después del FIN


que aparecerá irremediablemente en unos instantes. No es necesario.
A veces, es mejor guardar ciertas historias para nosotros mismos. A
veces, es necesario saber cuando las PALABRAS sobran y otras
muchas veces... dejar volar la imaginación. Soñar no solo cuando
dormimos, sino también cuando estamos despiertos. Y pensar que el
famoso SERENDIPIA nos destroza a veces, porque nos tiene
reservadas otras grandes sorpresas en nuestra vida.

“ Nos enamoramos una sola vez


en la vida. El resto de nuestros días,
los perdemos buscando a alguien
con quien volver a sentir lo mismo”

FIN

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