La Presencia

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AVALOKITESHVARA CONOCIÓ A MANJUSHRI

03/06/2019, 8:55 am
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En cierta ocasión la emanación de Avalokiteshvara conoció a la de Majushri.

No se encontraron de una forma convencional, claro. Avalokiteshvara vivia en la


costa del mar del Sur y Manjushri en las montañas del Norte. Su contacto ocurrió en
la esfera de profunda meditación, en los campos búdicos, donde dicen que existe el
cielo de Tusita y la Tierra Pura.

La emanación de la compasión, Avalokiteshvara quedó encantada con el encuentro


casual, pues reconoció a Manjushri: “Oh, el bodhisattva de la sabiduría”, dijo,
“quizá pueda enseñarme toda la sabiduría búdica”.

– Excelso Manjushri, mi progreso está estancado, mi amor por todos los seres es
infinito, pero mi sufrimiento no acaba, por favor, hazme sabio. Pues es obvio que
el amor no es suficiente.

Manjushri, aún sin reconocerlo como quién era, aceptó enseñarle todo lo que sabía.

Así Manjushri enseñó a Avalotikteshvara durante eones pues el tiempo no transcurre


apenas en el cielo de Tusita.

Cada día Avalokiteshvara se presentaba con una flor para Manjushri, se postraba, la
depositaba suavemente en el suelo, ante él, sin tocarlo, como forma de respeto y
pasaba a escuchar sus enseñanzas con absoluta concentración.

Siempre que se dirigía a él lo trataba como su maestro, con delicadeza, amor y gran
reverencia. Y nunca marchaba sin agradecer profundamente su infinita generosidad.
Eso a pesar de que realmente ambos eran Mahasattvas de la más alta virtud.

Manjushri comenzó sus enseñanzas como siempre había hecho con otros pues había
instruido a millones y millones, pero eon a eon, algo que no había sentido nunca
parecía filtrarse hacia él y se preguntaba quién debía ser aquel encantador
bodhisattva del Sur. Poco a poco empezó a cogerle cariño.

Un día, cuando Avalokiteshvara ya casi había aprendido todo lo que puede ser
aprendido, no apareció a su cita diaria.

Extrañado Manjushri decidió ir a verle, pues en su omnisciencia sabía perfectamente


cómo encontrarlo.

Y lo encontró en un campo de amapolas, tumbado mirando al cielo con lágrimas en los


ojos.

Manjushri dijo que le había venido a buscar para completar las enseñanzas.

Avalokiteshvara respondió: Excelso Manjushri, no recibiré más enseñanzas, mi


sufrimiento casi ha muerto, la sabiduría ha cumplido su función, ahora ya no me
hace sufrir el dolor de los otros seres sintientes, Pero siento que he perdido
algo, mi compasión flaquea. así que no adquiriré más sabiduría pues me arriesgo a
dejar de compadecerme de ellos.

Manjushri respondió: Mejor así, pues tu continuado amor estaba despertando en mi


algo que perturbaba mi perfecta sabiduría y ahora al oir que no volverías, he
empezado a sentir un ardor interior, en el corazón, que parece recordarme al
sufrimiento. Es mejor que no vuelvas. Quizá es mejor que ambos sigamos nuestros
respectivos caminos.
Antes de despedirse Avalokiteshvara quiso ofrecer, como muestra de agradecimiento,
una última amapola a Manjushri y se la acercó, pero al hacerlo esta vez se tocaron,
cosa que ocurría por primera vez.

En un instante, Avalokiteshvara entendió que la transferencia de sabiduría había


sido completada con ese contacto. Y en Manjushri, la amapola de Avalokiteshvara y
su corazón se unieron de forma dolorosa y permanente.

Ambos quedaron absortos en un samadhi profundo, fundidas ambas mentes en una,


sentados en el campo de amapolas, con lágrimas en los ojos mirando el vacío
silenciosamente.

Justo entonces, en la mente apareció El Bendito.

Y se inclinó ante el recién llegado Budhha.

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