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UNIVERSIDAD CENTRAL DE VENEZUELA

FACULTAD DE CIENCIAS JURIDICAS Y POLITICAS


CENTRO DE ESTUDIOS DE POSTGRADO

Res medica y Ars medica en Venezuela,


1830-1936.
Discurso científico e institucionalidad sanitaria en
el primer siglo de la República

Trabajo que se presenta a la consideración de las autoridades académicas


de la Ilustre Universidad Central de Venezuela como requisito para optar al título
de Doctor en Ciencias, Mención Ciencias Políticas.

Autor: MgS. Gustavo J. Villasmil-Prieto


Tutor: Profesor Dr. Fernando Falcón Veloz

Caracas, Mayo 2012


“Tú, abuelo, me habías ordenado elegir y yo había elegido. Y ahora el crepúsculo
humea sobre las colinas, las sombras se han alargado, el aire se ha llenado de muertos.
La batalla cesa. ¿He triunfado? ¿Estoy vencido? Sólo sé una cosa: estoy cubierto de
heridas y me sostengo de pie.
Estoy cubierto de heridas, todas recibidas de frente. Hice lo que pude, abuelo, y como
me lo habías ordenado, más de lo que pude, para no deshonrarte. Ahora que la batalla
ha terminado, vengo a tu lado a fin de que esperemos juntos el Juicio Final”

Nikos Kazantzakis. Carta al Greco

A la memoria del profesor doctor Humberto E. Villasmil Faría (1929-2011).


Médico, académico, hombre de la sanidad pública, padre, abuelo.
Un venezolano de bien cuyo espíritu aguarda, en sereno descanso,
el Juicio de los Justos.

ii
iii
INDICE

Introducción…….……………………………………………………………………1

Capitulo I
El problema de investigación: pertinencia historiográfica y metodología
para su abordaje…………………………………………………………….………14

Capítulo II
El lenguaje de los médicos…………………………………………………….....44

Capítulo III
¿Qué se ha hecho hoy por mis vasallos? La Medicina venezolana del
dieciocho……………………………………………………………………………..67

Capitulo IV
Patriotismo ilustrado y Medicina en la construcción de la “república
decente”………………………………………………………………………….......90

Capítulo V
La doble orfandad de la Medicina venezolana………………………….……106

Capítulo VI
La nueva luz de los positivistas………………………………………….…….127

Capítulo VII

1936 en la epifanía sanitaria venezolana…………………………………..….147

Capítulo VIII
Entre Escila y Caribdis: una referencia a la sanidad pública venezolana y
el estado de nuestro tiempo………………………………………………….…179

iv
Capítulo IX
Fin de siglo: Res medica y Ars medica en Venezuela…………………...…221

Cronología………………………………………………………………………….256

Conclusiones…………………………………………………………………...….262

Bibliografía y fuentes consultadas……………………………..……………...285

v
INDICE DE TABLAS

Cuadro N° 1…………………………………………….....…………………...….273

Cuadro N° 2……………………………………………...…………………....….274

vi
INDICE DE ANEXOS

Lamina I ……………………………………………………………...…………….275
Lamina II ……………………………………………………………...…………….276
Lamina III……………………………………………………………...…………….277
Lamina IV...…………………………………………………………...…………….278
Lamina V....…………………………………………………………...…………….279
Lamina VI...…………………………………………………………...…………….280
Lamina VII..…………………………………………………………...…………….281
Lamina VIII.…………………………………………………………...…………….282
Lamina IX...…………………………………………………………...…………….283
Lamina X....…………………………………………………………...…………….284

vii
Introducción

Las presentes páginas no pretenden constituirse en una tentativa de


confección de una nueva Historia de la Medicina en Venezuela que aspire
competir, por ejemplo, con la monumental obra del doctor Ricardo Archila. Su
aspiración, antes bien, es la de proveer de una ventana para asomarnos a una
cuestión de carácter mucho más genérico y, por tanto, esencial. Me refiero a la
de la historia de las corrientes de pensamiento que fueron vehículo de aquellas
elaboraciones teóricas - la res medica- que dieron soporte, a su vez, al ars
medica de nuestro tiempo.

En el sentido postulado por la Ecole des Annales, no es posible entender


la historia sin entender antes el momento en el que se produjo. Una
historiografía médica venezolana distinta, en tanto que eco en el tiempo de
hechos acaecidos en un momento que se hace preciso entender desde su
especificidad, resulta radicalmente lejana a la pretensión de hacer resonar en el
hecho remoto los ecos del discurso de hoy. No se trata, por tanto, de postular
aquí una suerte de historiografía utilitaria, una aproximación “hacia atrás” a
hechos remotos a fin de dar cauce a las angustias actuales; se trata, siguiendo
a Oakeshott, de “determinar el tipo de inteligibilidad que imparte al mundo”
determinados hechos históricos a la luz de un proceso de más largo aliento al
que nos asomamos desde las ventanas que tales hechos nos proporcionan
(Oakeshott, 1958: 153).

Es por ello que precisamos optar por una actitud empírico-contemplativa


– en el decir del mismo autor- que necesariamente se oponga a la de tipo
normativo que tan propia resulta de las historiografías hijas de las
Ilustraciones.Consiste la investigación que aquí se propone en el estudio de la
transición del discurso médico-sanitario vigente en las postrimerías del período
monárquico en Venezuela hasta el advenimiento de la República y la
introducción, al menos formal, de un paradigma médico distinto, enraizado en
el espíritu de las ilustraciones europeas tanto como el nuevo discurso político
que la convocara. En tal cometido, ciertamente interesa precisar el hecho
histórico – el suceder de la historia- pero no menos interesa también el

1
identificar el cauce discursivo por el que discurrió, es decir, ello supone un
ejercicio necesario de historia del pensamiento, pero también de historia del
discurso, de modo tal que nos permita “fijar las coordenadas” en las que se
situaron los protagonistas de aquellos hechos en el tiempo que les tocó vivir.

La res gestae de la Medicina y el ars medica de ella derivada, también


rompían, aunque no sin traumas, con la antigua tradición escolástica y
galenista en la que había pervivido la Medicina occidental por casi veinte siglos
e intentaban abrazar ahora otra distinta, la de raíz racionalista que surgía de la
mano del espíritu de las Ilustraciones y que ya anunciaba la aurora de la más
poderosa corriente de pensamiento médico occidental que viera luz desde la
aparición de la Humani corporis fabrica de Andrea Vesalio en 1543. Me refiero
a la de la Medicina Experimental inaugurada por Claude Bernard en su
Introducción al Estudio de la Medicina Experimental de 1865.

Dos precisiones metodológicas son enteramente necesarias en este


momento. La primera tiene que ver con lo que con acierto ha destacado Alfredo
Romero a propósito de la propensión, incluso de notables pensadores – Hanna
Arendt, Kart Popper y Albert O. Hirschman, entre otros-, al abordaje del estudio
de la historia a partir de las consecuencias no intencionales tras los hechos
(Romero, 2002: 1). Riesgosa apuesta esta si pensamos que, como ya se ha
dicho, es inmenso el peligro que encarna el mirar la historia, como ya lo hemos
afirmado, “hacia atrás”: peligro de proponer una historiografía instrumental al
servicio de intereses del presente, cuando no de hacer del pasado una mera
lectura del presente. La segunda de tales precisiones tiene que ver con el
modo de aproximación que nos ha de acercar al hecho histórico objeto de
estudio.

De allí que se proponga un enfoque que privilegie la intencionalidad de


sus actores antes que las consecuencias de sus hechos, previniéndonos de
cualquier tentación tendiente atribuirles a aquellos consecuencias no
intencionales derivadas de sus acciones. Es por esa razón que, y suscribiendo
al mismo autor, hemos de cuidarnos de no presumir intencionalidades no
expresas en los textos examinados A tal efecto, hago mía la afirmación de

2
Collingwood según la cual, la res gestae de la historia se circunscribe a aquella
acción humana de carácter reflexivo, es decir, obediente a un propósito
deliberado con independencia de que sus consecuencias se ajusten o no a la
intencionalidad inicial. Una aproximación al hecho histórico y a su inteligibilidad
a partir del estudio de la jerga que compartieron los hombres de aquél tiempo.

En el primer capítulo habremos definir el problema objeto de nuestro


estudio, acotándolo a dos ámbitos clave: el del pensamiento médico en sí,
condensado en torno a la materia objeto de la ocupación y reflexión del médico,
al que hemos denominado, en el sentido de Ewart, res medica. Le constituyen
de suyo un leguaje (langue) y, consecuentemente, un conjunto de jergas
específicas (paroles) que le distinguen de otros quehaceres sociales y que a su
vez le distancias de otras prácticas sanatorias– más bien, practicaciones, en el
sentido de Moreno Olmedo- propias de sociedades previas o distintas de la
occidental. Del estudio de la res medica se derivan y fundamentan aquellas
prácticas concretas que nutren el quehacer médico socialmente reconocido. El
ars medica, en tanto que expresión práctica de la res medica originaria,
engloba no solo a las técnicas específicas alrededor del acto de sanación, sino
que determina, en nuestro parecer, el marco institucional en el que dicha
práctica se verifica.

A tal fin nos planteamos como objetivos generales de la presente


investigación el de identificar las claves del discurso médico vigente en dos
períodos bien definidos del proceso histórico-político venezolano (1830-1870 y
1870-1936), correspondientes a los por Diego B. Urbaneja llamados proyectos
políticos “liberal” y “positivista”, respectivamente, y sus correspondientes
expresiones en términos de los programas sanitarios característicos de tales
períodos.

Más específicamente, la presente investigación tiene por objeto:


1. Describir la evolución de los paradigmas científicos vigentes en
Venezuela durante su primer siglo de historia republicana, partiendo del
de la llamada medicina ilustrada hasta el de raíz positivista.

3
2. Identificar las claves del discurso médico en los períodos
históricos propuestos como función específica de los paradigmas
científico-médicos a los que respondieron.
3. Documentar las expresiones institucionales sanitarias derivadas
de tales discursos médicos.
4. Contrastar, en lo posible, el grado de materialización de tales
expresiones institucionales en términos de programas sanitarios
estables estructurados a partir de políticas públicas definidas.

En el primero de los capítulos procuramos abordar más extensivamente


las premisas metodológicas que suscribimos a los fines de la discusión que
aquí se ofrece, procurando justificar la particular “lectura” que de los
documentos originales citados hemos hecho. El objeto concreto de estudio,
como hemos dicho, se centra en los lenguajes y las jergas técnicas (langues y
paroles, en el sentido saussuriano) que las comunidades médicas venezolanas
se han dado en determinados momentos históricos y a la luz de la vigencia de
ciertos paradigmas científicos. No nos anima en ello un interés específicamente
lingüístico, en tanto que el problema del lenguaje nos convoca en tanto que un
factor clave en la construcción social de una episteme. Es menester en ello ser
en extremo prudentes, ya que al cometer un estudio de tal pretensión
estaremos apropiándonos de lenguajes médicos que han dejado de ser
nuestros.

El reto no es menor al aproximarnos a los lenguajes médicos más


naturales para nosotros, ello en la medida en que el juicio crítico puede y suele
verse mediatizado en la medida en que pretendemos emitir juicios sobre la
episteme de la que participamos. Creemos firmemente en la necesidad de
sostenernos en esta postura – posiblemente en extremo “aséptica”- en lo
atinente al abordaje de la documentación original citada, ello en tanto que
nuestra historiografía médica republicana se ha distinguido desde siempre por
su marcado carácter apologético y abundoso en “prohombres” y fechas
fundacionales, todo lo cual no ha sido precisamente contributivo a la causa
superior de la comprensión del proceso histórico de formación de nuestra
institucionalidad sanitaria.

4
Dada la necesaria referencia al proceso histórico venezolano, hemos
debido apelar a periodizaciones de carácter historiográfico todas forzosamente
arbitrarias. Ya Urbaneja nos advierte al respecto (Urbaneja, 2004:13). En
nuestro caso, y siendo que nuestro objeto de estudio quedara ya definido en
los dominios del lenguaje, apelaremos a tales periodizaciones en la medida en
que nos resulten útiles a los fines de nuestro cometido y haciendo las
salvedades en cada oportunidad en la que fuere indispensable a los fines del
mantenimiento del curso debido de nuestra investigación.

Consecuencia de la reflexión recogida en el primero de los capítulos


ofrecidos es la discusión planteada en el segundo, específicamente enfocada
en la cuestión del lenguaje de los médicos, sus orígenes mitológicos y su
progresiva incorporación al logos racional occidental a todo lo largo de
veinticinco siglos de historia. Dicho enfoque procura poner en perspectiva dicho
proceso de logización del pensamiento médico occidental con el desarrollo de
las distintas formas políticas que Occidente ha conocido. La premisa básica
tras el análisis que este capítulo ofrece e,striba en el hecho plausible de que el
discurso de sanación inherente a todo sístema médico socialmente validado ha
de estar, necesariamente, soportado en la estructura de poder vigente en un
momento dado.

Ningún sistema médico estable ha sido subversivo. En cada caso ha


sido más o menos ostensible la adhesión final del poder a un particular credo
médico. Presunción esta que no obvia las notables tensiones que entre
discurso médico y poder se hayan suscitado – y aún se suscitan- a todo lo
largo de la historia de Occidente, ello en tanto que ha sido precisamente tal
proceso de logización el que dotase a la praxis médica de una historicidad que
la inserta definitiva e indefectiblemente en el suceder histórico de cada tiempo
y, por tanto, en su dinámica. En ello cabe destacar una notable diferencia
respecto de las praxis médicas no occidentales, en las que la medicina como
quehacer tendió siempre a ser supra (o extra) histórica, ello en tanto que sus
referentes e instituciones, incluso aquellas más cercanas al poder, no estaban
en modo alguno insertas en las dinámicas de éste y mucho menos en la de

5
sociedades desmedicalizadas en las que los procesos de salud y enfermedad
se inscribieron en el contexto de practicaciones sociales no profesionales.

En este capítulo pasamos revista a los grandes sistemas médicos


conocidos a los largo de la historia y cuyo legado ha sido de uno u otro modo
incorporado a la construcción de la gran episteme médica occidental. Nos
hemos de referir al de los médicos-magos de la antigüedad pre-clásica, al de
los médicos-filósofos de Grecia, a de los médicos escoláticos del Medioevo, al
de los médicos modernos posteriores al Renacimiento y al de los médicos
experimentalistas de la contemporaneidad. Como se habrá de notar, no nos
habremos de ocupar de otros sistemas médicos sin duda importantes –caso de
los de las civilizaciones de la América pre-hispánica- pero de impactos muy
marginales en la formación de la res medica que nos es propia

El tercer capítulo nos introduce de lleno en la medicina ilustrada del siglo


dieciocho, en cuyo tronco se injertan los inicios de la medicina venezolana.
Basados en las tesis de Archila, y consistentemente con la premisa antes
señalada, no nos hemos de ocupar de aquellas otras que pudieran sostener su
enraizamiento en una pretendida tradición médica precolombina de la que
decididamente carecemos1. En Iberoamérica en general, pero sobre todo en
Venezuela, los saberes médicos precolombinos quedaron relegados muy
tempranamente a la marginación y su influencia se mantuvo vigente solo en
tanto que las mayorías no lograron acceder a la medicina occidental sino hasta
el primer tercio del siglo veinte.

Distinto de lo observado en sociedades en las que los procesos de


modernización y occidentalización no han ido necesariamente de la mano –
caso México y los países andinos, en los que las prácticas médicas
tradicionales mantienen una amplia vigencia social- en Venezuela, la
medicalización de la sociedad ha operado de manera progresiva y sin mayores
resistencias culturales, al punto de que las preferencias sociales en materia de

1
Algunos planteamientos de reciente cuño en materia de formación y currículo médico en
Venezuela sostienen lo contrario y se esfuerzan en proponer incluso programas de formación
profesional en lo que denominan Medicina Tradicional. Véase: Programa de Formación de
Médicos Integrales Comunitarios, Coordinación Académica, Misión Barrio Adentro, 2011

6
atención médica desde hace medio siglo se han orientado, sin género de
dudas, hacia los servicios profesionalizados dispensados desde la
institucionalidad sanitaria formal 2.

La instalación del paradigma médico moderno en Venezuela enfrentó,


como en Europa, la resistencia de más de mil años de tradición galénica
estructuralmente acuerpada en la medicina de los escoláticos. La gran
historiografía médica venezolana sitúa sus orígenes allí, por lo que
autorizadamente postulamos que es en la medicina de los modernos en la que
se entronca desde su génesis la res medica venezolana. Es por ello que en
este capítulo habremos de abordar el estudio de las tres instituciones
esenciales que enmarcaron la producción, reproducción y aplicación del
conocimiento médico en la Venezuela de los tiempos monárquicos: la Cátedra
Prima de Medicina de la Universidad de Caracas, el Protomedicato, la Junta de
la Vacuna y la Medicatura de Ciudad.

La primera década del ochocientos hispanoamericano fue la de la


ruptura. Ruptura política con la Metrópoli que pretendió ser, además, ruptura
espiritual. Más que trabarnos en hacer inútiles balances históricos sobre
aquellos hechos – pretensión que en el fondo se reduce a hacer del pasado
una lectura del presente- surge la necesidad de aproximarnos a ellos de un
modo más parco, en un esfuerzo por recuperar ese sentido de la historia (el
weltanschaung que propone Dilthey) a partir del cual –ahora si- aproximarnos a
las complejas claves de nuestro presente.

En tal sentido, nuestro esfuerzo el capitulo cuarto se enfoca hacia el


estudio específico de la institucionalidad sanitaria vigente al momento de la
consolidación de la fundación de República y de las tentativas reformistas que
le siguieron, específicamente la impulsada por Vargas que diera paso al
decreto de constitución de la Facultad Médica de Caracas de 1827.
Constataremos en ello una notable continuidad paradigmática con respecto a la

2
A manera de ejemplo, cabe aquí destacar el hecho constatable de la extensión de la práctica
de la atención profesional del parto en Venezuela, que para mediados de la década de los
sesenta se situaba en proporciones superiores al 90%.

7
idea ilustrada traducida en la pervivencia de la institucionalidad sanitaria de la
Monarquía a la que apenas se le sobrepusieran, con notable armonía, las
nuevas de la República y cuya vigencia práctica habría de abarcar por lo
menos la primera mitad del decimonono. Un aspecto a destacar aquí es el de la
transmutación que operara en el core mismo del discurso médico ilustrado, que
de ser una de las más altas expresiones del antiguo régimen pasa ahora a
convertirse en un poderosa aliado de las nuevas elites republicanas. La figura
de José María Vargas es clave en ello, lo mismo que el decidido apoyo político
del que gozara toda vez consumada la Independencia.

Como veremos, la prolongada vigencia del paradigma médico ilustrado y


sus instituciones en tiempos de la República no permanecería incontestada. La
poderosa reacción de los vitalistas – el propio Vargas entre ellos- ya daba
cuenta de un denso conjunto de cuestiones que el paradigma médico ilustrado
no pudo aprehender. Expresión esta de aquello que bien advirtiera Kühn al
referir que:

“Los paradigmas alcanzan su posición porque tiene más éxito que sus
competidores a la hora de resolver unos cuantos problemas que el grupo de
científicos practicantes considera urgentes” (Kühn: 1961/2007: 89).

El racionalismo médico pronto enfrentaría sus propias insuficiencias y


en nada podía augurarse que su vigencia se extendería por más de un milenio
como fuera el caso del galénico-aristotélico.

Las “rebeliones” anti-paradigmáticas –como la vitalista- tardaron poco


más dos siglos en surgir. Tiempo durante el cual, la propia praxis médica diera
cuenta de las debilidades de este ante los cotidianos desafíos planteados por la
realidad concreta. Sólo el enorme peso de la evidencia en medicina, como
veremos más adelante, saciaría la necesidad de nuevos asideros teóricos que
la sola razón especulativa no podía por si misma proveer. La evidencia
metódicamente documentada se convertía en la proveedora de las verdades
que la nueva ciencia requería.

8
En el capitulo quinto disertamos en torno al naufragio del paradigma
médico ilustrado ante la instalación de uno nuevo aportado por la llamada
“filosofía positiva”. Naufragio que en Venezuela se expresara en dos
“orfandades” que describimos a continuación: por una parte, en una orfandad
paradigmática en sí misma, toda vez que los lenguajes y jergas médicas se
vaciaban de contenido en tanto que sus marcos referenciales elementales
quedaban progresivamente sin fundamentación; por la otra, en una orfandad
política, toda vez que las grandes mentorías emanadas del poder que
respaldaron a los médicos ilustrados devenidos en republicanos tras el fin de la
guerra de Independencia se desvanecía a manos de una nueva elite para la
que “lo ilustrado” era analogable a “lo mantuano” o “lo godo”.

Si la élite de los llamados “patriotas ilustrados” hizo posible la asimilación


de la medicina ilustrada y sus instituciones a la idea republicana mediante
actos de gobierno que fueron expresiones de una inequívoca voluntad política,
la nueva elite “liberal” no tendría en ello un elemento de agenda relevante.
Como veremos, la res medica venezolana, concluida la primera mitad del
decimonono, daría cuenta de la marcada crisis del paradigma racionalista,
manifestándose ello en la progresiva disolución y desprestigio de sus
instituciones fundamentales y la emergencia, por contraposición, de nuevos
referentes médicos desde la periferia –Cumaná, Maracaibo- sin mayor
vinculación con la aquella institucionalidad central -caraqueña- en proceso de
desmontaje y, por el contrario, aliada intelectual de las nuevas corrientes
experimentalistas que copaban la escena europea de entonces.

El capitulo sexto nos introduce al estudio del proceso de instalación del


paradigma científico-médico positivista en Venezuela en la segunda mitad del
siglo diecinueve. Destaca en ello un aspecto similar al que marcara la vigencia
de la llamada medicina ilustrada y que no es otro que el reencuentro del
conocimiento – el médico- con el poder y su asimilación a este como un
instrumento clave para su ejercicio. La “nueva luz de los positivistas”, como
hemos titulado el mencionada capitulo, pretende poner de manifiesto la
profunda y reiterada expresión del paradigma médico científico-positivista en
los diseños institucionales sanitarios venezolanos y, más aún, en la mentalidad

9
médica venezolana misma. Expresión esta cuyas trazas podemos seguir hasta
la contemporaneidad, en tanto que habría de ejercer un papel determinante en
la idea sanitaria en Venezuela a partir de 1936, año de la creación del
Ministerio de Sanidad y Asistencia Social.

La “Venezuela sanitaria” posterior a 1936 es estudiada a fondo en el


capítulo séptimo. Nos hemos referido a ello como “epifanía” sanitaria en tanto
que consideramos tal momento como clave en la universalización del
paradigma científico-médico positivista, ya no en tanto que a la manera de una
mera diseminación de ideas para consumo de una elite profesional, sino que a
la de un conjunto de políticas sectoriales deliberadas y alineadas con un
programa concreto expresión a su vez de un proyecto nacional de pretensiones
históricas – aquel por Urbaneja llamado “programa positivista” (Urbaneja, 1992:
55).

Finalmente, en el capítulo octavo, pretendemos abordar a manera de


colofón el problema surgido de la constatación de las falencias del paradigma
científico-médico positivista, acaso una de las expresiones mejor logradas de la
modernidad venezolana vis-á-vis las nuevas realidades sanitarias generadoras
de cuestionamientos que dicho paradigma, contrariamente a lo postulado en el
concepto original de Kühn, no logra aprehender. Nos habremos de referir a dos
cuestiones específicas que hemos considerado críticas: la del cálculo
económico inherente a toda política de dispensación de prestaciones médicas y
al problema jurídico que plantean tales prestaciones replanteadas como
derechos fundamentales en nuestra legislación.

En tales consideraciones hemos de valernos de los enfoques propios de


la Teoría General de los Sistemas, tesis esta cuyos orígenes, si bien están en
las ciencias biológicas, han trascendido dicho campo para acceder al conjunto
de recursos metodológicos puestos al servicio de la ciencia política. Los
modelos básicos de los sistemas cibernéticos de Von Berthalanfy adaptados al
estudio de los sistemas políticos, entre otros por Easton, nos proveen de un
poderoso instrumento de estudio de los sistemas sanitarios en el contexto más
general de los sistemas políticos. Como procuraremos demostrarlo, la

10
satisfacción de las demandas sociales en materia de sanidad no operó,
conforme al modelo berthalanfiano, como un “asa de retroalimentación
negativa” sobre las demandas iniciales de la sociedad; por el contrario,
potenciaría el incremento de tales demandas al extremo de la inviabilidad
práctica de dichos sistemas sanitarios.

Dinámica impulsada, como procuraremos demostrarlo apelando a la e-


videncia empírica, por un reiterado “acto de fe” en la vieja promesa de los
modernos y su logos médico. Las nuevas realidades sanitarias a las que nos
referimos son esencialmente las de las enfermedades degenerativas y las
asociadas a la senescencia, patologías que “no curan” y cuya administración
en el tiempo da cuenta de un consumo de recursos que ponen en serio riesgo
la viabilidad material de sistemas sanitarios fundados en modelos
decimonónicos concebidos para el combate de la enfermedad aguda de causa
infecciosa - la enfermedad que se salda sea con la curación o con la muerte en
relativo poco tiempo- bajo los auspicios de una idea de modernidad que
augurara casi con fe religiosa el triunfo de la medicina sobre las antiguas
plagas y pandemias.

La evidencia empírica parece señalar que, lejos de cumplirse, la


promesa de tal triunfo requiere de matizaciones en la medida en que los
nuevos males no siempre resultan susceptibles de tratamiento, pero que en el
vasto y complejo dominio de las expectativas sociales dan cuenta de una
incesante demanda de recursos por definición escasos.

El ensayo que aquí se ofrece no pretende en modo alguno presentar una


visión exhaustiva de la cuestión planteada; antes bien, aspira a plantearla, muy
preliminarmente, ya no desde la perspectiva de las historiografías de viejo
cuño, por lo general inscrita en el conjunto de carácter épico-romántico, sino
desde una distinta que privilegie el enfoque sobre el discurso médico, su
formación y su expresión político-institucional concreta llevada al límite de sus
propios alcances, testigos como somos de un momento histórico en que la idea
misma de modernidad está siendo cuestionada en todos los ámbitos del
pensamiento. Tampoco pretende contribuir a un nuevo “manifiesto” a favor de

11
una reedición del antiguo debate sobre la nemesis médica en el sentido del
pensador austríaco Iván Illich.

Se aspira, antes bien, a demostrar determinación que sobre las


instituciones sanitarias y su formación han ejercido res y ars medica así como
el papel principalísimo que en tal determinación han ejercido los lenguajes y
jergas médicas propias de cada momento paradigmático en materia de
pensamiento médico. En otras palabras, lo que se pretende ofrecer al lector es
una ejercicio de demostración del vínculo entre lo epistémico y lo concreto en lo
atinente a la manera occidental y moderna de entender lo médico. Reflexión
esta que si bien parte de consideraciones universales, procurará en todo
momento situarse en el marco del proceso histórico venezolano en tanto que
foco principalísimo de nuestro interés.

Hay sí – dispensados seamos por ello, si fuere el caso- un ejercicio


crítico de fondo en torno a la medicina occidental moderna tanto como ethos
que como praxis. Son escasos los cuestionamientos que en tal sentido se
hacen desde la medicina y, en general, desde el pensamiento sanitario, quizás
por haber servido ambos cuan “mascarones de proa” de la idea de modernidad
misma. Es imposible no ceder a tal impulso cuando se hace vida en su seno.
Pero la medicina no puede continuar reclamando sitiales públicos fuera del
escrutinio social en estos tiempos. La promesa de la vida sin enfermedad, dolor
y muerte parece más difusa de lo que los grandes teóricos de la medicina
experimental en su día supusieron.

Los hechos documentados parecen apuntar –tercamente- en el sentido


contrario, al punto de ser cada vez más constatable que el otrora inexpugnable
paradigma científico-médico occidental y sus instituciones pudiera estar
encontrando sus propios límites. No podíamos dejar de aproximarnos, aunque
fuese a la manera de una reflexión exploratoria, al particular caso de la res
medica venezolana contemporánea, al cual dedicamos el noveno y último
capítulo. Podría argumentarse que con ello excedemos con mucho al período
histórico que ofrecimos abordar. Precisamente por que nuestra desvencijada
sanidad pública actual no es más que el saldo de los vestigios de aquella que

12
pensaran los positivistas de principios del siglo XX es que ubicamos en la crisis
de aquél paradigma científico-médico las causas de tal decadencia. Creemos
justificada así la inclusión de una reflexión final al respecto, a la manera de un
colofón, que haga buena la célebre máxima de Croce según la cual, “toda
historia es historia contemporánea”.

La reflexión que en las presentes líneas pretende sistematizarse, no


habría sido posible fuera de un ambiente intelectual transdiciplinario. La gran
tradición médica occidental ha dado luz a poderosos y sucesivos paradigmas
cuya larga vigencia se comprende a partir de su fuerte raigambre epistémico.
Difícil es y ha sido siempre, como veremos, promover reflexiones críticas a
estos dentro de sus particulares confines. Es de agradecer entonces la
generosa facilitación que a los fines de las presentes reflexiones un ambiente
académico como el del Centro de Estudios de Postgrado de la Facultad de
Ciencias Jurídicas y Políticas de la Universidad Central de Venezuela brindara
al autor. Quedo en deuda por siempre con el profesor doctor Fernando Falcón
Veloz, quien asumió con decidido empeño la tutoría de este trabajo desde sus
primeras etapas de desarrollo. Si algún mérito pudieran merecer las reflexiones
que aquí se entregan habrá que fundamentarlo, sobre todo, en la fecundidad
del otrora impensable diálogo entre un clínico y un soldado, reunidos bajo el
amparo de los ambientes universitarios en el que lecturas, reflexiones y
vivencias tan distintas pudieron, sin embargo, reconocerse mutuamente vis-á-
vis una de las facetas más conmovedoras de nuestra historia contemporánea:
la de la sanidad pública como factor principalísimo en la construcción del
estado nacional venezolano moderno.

Caracas, 13 de mayo de 2012


Festividad de Nuestra Señora de Fátima

13
Capitulo I

Episteme y discurso en la fundamentación de la res medica venezolana

“En Venezuela, ha sido más fácil hacer la historia que escribirla”


Francisco Suniaga. El pasajero de Truman

La investigación aquí propuesta tiene por objeto describir la forma en la que el


discurso médico dominante, en tanto que concreción de un determinado paradigma
científico, se hizo corresponder con diseños institucionales más o menos específicos
en el ámbito sanitario en dos períodos durante el proceso histórico de la Venezuela
republicana: los por Diego B. Urbaneja llamados “programa político liberal” -1830-
1870- y “programa político positivista” -1870-1936- (Urbaneja, 1995:13).

Suscribiendo la observación de Ruth Capriles, podemos afirmar que, en el


caso venezolano, las distintas interpretaciones han pesado más que el examen de
los hechos en el estudio del proceso histórico venezolano (Capriles, 2009). Hay un
cierto riesgo implícito al hecho de sumergirnos en las aguas turbulentas de la
abusada historiografía venezolana en un afán de llevar a cabo alguna suerte de raro
ejercicio de hermenéutica que nos lleve, por fin, a concluir en las “causas”
explicativas de los hechos bajo estudio. Al respecto diserta Castro Leiva:

“no es lícito ni honesto, a veces es simplemente una mentira institucionalizada,


usar el pasado sin mirar la verdad de sus posibilidades para luego adoctrinarnos
desde semejante abuso, asumiendo la obligación de postrarnos ante lo que nunca fue”
(Castro Leiva, 1997).

Los campos de la medicina y demás disciplinas sanitarias no han sido la


excepción. Con frecuencia solemos suscribir paradigmas historiográficos
preconcebidos que terminan por imponer sobre los hechos y su memoria las
múltiples interpretaciones producidas por sus estudiosos, todo lo cual supone un
elevado riesgo de incurrir en lo que Skinner bien definiera como la mitología de la
prolepsis (Vincent, 2007: 45).

14
La medicina en Venezuela no aparece, por tanto, como una historia
subalterna, en el sentido gramsciano, a la que se sobrepuso otra distinta-
llamémosla dominante- de raíz europea; muy por el contrario, y como se constata
en la densa relación de Parra León a propósito de la disertaciones de grado
presentadas ante la Universidad de Caracas entre 1788 y 1821, fue la nuestra desde
siempre una medicina inscrita en core de la tradición ilustrada española. Señala el
autor en su ensayo Filosofía universitaria venezolana, 1788-1821:

“Nunca fue, señores, instituto hermético ni foco de oscurantismo y retroceso la


real y Pontificia Universidad de Caracas. En todo momento extendió sus airosas
antenas espirituales para recibir, con mayor o menor actualidad, el mensaje intelectual
de la cultura europea…” (Parra León, 1954:302).

De allí entonces que luzca plausible afirmar, por ejemplo, que la erección de
la figura de José María Vargas, indisolublemente ligada a los orígenes del Estado
nacional venezolano y la tradición médica republicana, probablemente haya
operado, como en tantos otros casos en los que se ha impuesto la poderosa
simbología del prócer, al modo de una pretendida gran piedra angular sobre la cual
se emprendiera en su día la construcción de una institucionalidad médica distinta de
aquella a cuyos orígenes estaba indisolublemente ligada: nos referimos, claro está, a
la que fuera propia de la medicina ilustrada española.

El problema de la historia de la historiografía, sostiene Pocock, puede


razonablemente circunscribirse, a los fines de su estudio, a la historia de los
problemas derivados de la conciencia (awareness) que de su pasado se han
planteado las sociedades políticas. En tal sentido, al menos dos distintas
aproximaciones han sido propuestas. La primera y más antigua, entroncada con la
gran tradición grecorromana, propone una historiografía narrativa a cargo de
construir y a continuación, devolver a las sociedades políticas un relato inteligible de
si mismas y de su pasado. Se construye así una historiografía de corte clásico,
fecunda en prohombres y “momentos fundacionales” que operan al modo de
grandes puntos de inflexión en el tiempo humano a partir de los cuales dichas
sociedades habrán de distinguir entre su propio antes y su después.

15
La segunda de tales aproximaciones es hija de las ilustraciones, de sus
revoluciones teóricas y sus “filosofías de la historia” y su fin último reside, mucho
más allá de construir un relato inteligible del pasado común, en la provisión social
de un discurso explicativo de este con ajuste a un determinado sistema teórico al
cual el historiador suscribe de modo más o menos evidente (Pocock, J.G.A. The
origins of the study of the past: a comparative approach. 1962/2009: 146).

La aproximación que aquí postulamos, distinta de las arriba señaladas,


propone un abordaje del pasado y sus hechos a partir de estudio del discurso
público de sus actores relevantes. El producto de una aproximación de tal índole no
pretende proveer, por tanto, de una relación plausible de efemérides para el
consumo de la sociedad política ni mucho menos de una particular teoría de la
historia de la medicina y de las ciencias sanitarias en general afín a las
elucubraciones de sus intelectuales; se trata, en cambio, de practicar, hasta donde
fuera dable, una disección de la particular dinámica entre los discursos científico-
médico y político de un determinado tiempo histórico, por un lado, y las jergas
técnicas específicas de él derivadas, precursores todos de aquellos “actos de
voluntad” (acts of intention, acts of utterance) que subyacen al proceso histórico que
nos ocupa: el de la construcción de la institucionalidad sanitaria venezolana de los
primeros cien años de la república (Pocock, J.G.A. Verbalizing a political act:
towards a politics of speech. 1973:34).

La historiografía médica ofrece un rico campo de estudio a propósito de


dichas cuestiones. La medicina es, antes que técnica, esencialmente un discurso, un
λóγος (logos). Un discurso alrededor de la πάθος (pathos) – que no solo de la νόσος
(nosos)- a partir del cual los antiguos jonios comenzaron a construir un sistema de
jergas precursor de un accionar pretendidamente terapéutico – la llamada τεϖχνη
Ιϕατρικηϖ (tekné iatriké) - de propiedad exclusiva de una clase profesional: la de los
γιατρός µου (iatros mou), los médicos3. Como el político, el discurso médico es
también producto de una construcción histórico-social. No se deriva de pretendidas
3
Es el psiquiatra soviético A.V Snezhnevsky quien repone los términos nosos y pathos como
denominaciones equivalentes al proceso de enfermedad en sí mismo – el nosos- y la propensión de
base que le hace posible –el pathos-, trenzadas ambas en una intensa dinámica interactiva. La
inequívoca adhesión del proponente a las prácticas abusivas de la Psiquiatría al servicio de la
represión política en la antigua Unión Soviética quizás haya sido la causa del destierro del autor y de
su particular teoría sobre la enfermedad mental del debate académico mundial.

16
verdades reveladas sino que es producto de un proceso que supone la participación
en una cierta cosmovisión (weltanshauung, en el sentido de Dilthey) operando al
modo de una gestalt básica o ἐπιστήµη (episteme) a partir de la cual el espíritu
recrea permanentemente al mundo.

En nuestro caso, parece por tanto enteramente posible postular a una gestalt
médica – la por William Ewart llamada res medica- a partir de la cual se hace posible
la progresiva incorporación y superposición de nuevas jergas técnicas propias del
oficio, el ars medica o “arte de curar”. Ewart, teórico de la Medicina de la escuela
británica, define la res medica en los siguientes términos (Ewart, 1923:30):

“the history of Medicine, the lenguaje of Medicine and the physiology of speech, that
distinctive attribute of man, are marked with our mark as our inalienable property”4

Proponemos en consecuencia un abordaje distinto a los hasta ahora citados,


inserto en la corriente empírico-conservadora de la Escuela de Cambridge, desde el
cual asumir al discurso sanitario como la elaboración social e histórica de aquellas
asunciones que, inscritas en la tradición médica de Occidente en tanto que
paradigma científico, se constituyen en necesarias antecesoras de los actos de
voluntad sobre los que se habrá de fundar la acción política del Estado en el campo
médico-sanitario.

Las instituciones políticas constituyen progresivamente sistemas de jergas


cuan más específicas en la medida en que sus propias asunciones mutan bajo la
presión de una dialéctica pensamiento-experiencia concreta. Se van construyendo
así complejos lenguajes tecno-políticos (langues, en el sentido de Saussure), desde
los que se derivan dichas jergas (paroles) y a partir de los que se han diseñado las
grandes arquitecturas institucionales conocidas. De tal manera que una
historiografía médico-sanitaria distinta a las ya conocidas nos propone una relectura
de los procesos históricos, no ya desde la perspectiva de los grandes relatos – sea
que se trate de sus hombres, sus hitos o sus instituciones- ni de una pretendida
marcha más o menos lineal, bajo el impulso de ignotas “fuerzas históricas” y en pos

4
“La historia de la Medicina, el lenguaje de la Medicina y la fisiología del discurso –ese atributo
distintivo del hombre- están marcados como de nuestra inalienable propiedad” (traducción nuestra).

17
de la realización de un cierto ideal o espíritu: bajo la perspectiva que aquí
suscribimos, en cambio, abordaremos su estudio a partir de la sucesión-mutación de
aquellas asunciones teóricas propias de sus actores más relevantes, de la tradición
intelectual en la que se inscribieron y de los lenguajes y jergas a los que dieron
origen, entendidos como elementos preformativos en la construcción de la
institucionalidad médico-sanitaria venezolana en los dos periodos históricos aquí
propuestos.

La cuestión aquí planteada nos convoca en tanto que, como procuramos


demostrarlo, la construcción de la institucionalidad sanitaria pública venezolana en el
primer siglo de la República está consustanciada con el proceso mismo de
formación del Estado nacional venezolano. Proceso este que entendemos como
resultado de las ejecutorias de actores armados de discursos capaces de derivar,
perlocutivamente, en hechos relevantes, independiente de su intencionalidad inicial.
Nos referimos así a la formación del estado como un proceso – desarrollo, evolución
sucesiva de un fenómeno, en la acepción del Diccionario de la Real Academia
Española en su edición de 2001 - y no como la resulta de un acto deliberado de
“construcción” a partir de acciones de política prescriptiva – “es decir, de “recetas”
más o menos estereotipadas- tendentes a hacer buenas ciertas premisas básicas
tenidas de antemano como buenas5. No se trata, diría Otto Hintze, de un
“mecanismo inerte” sino que de “fuerzas vivas y movimientos” en acción (Hintze,
1968:25).

Las tesis de Tilly están fuertemente ancladas en tales premisas, hecho cuan
más natural tratandose, en su caso, de un destacado alumno del gran historiador
alemán. Sin embargo, la acepción más socorrida de dichas tesis aluden antes bien a
una idea del state building o construcción del estado inspirada en experiencias más
recientes en las que dicho proceso ha sido, cuando no sustituido, marcadamente
influido por iniciativas exógenas respecto del cuerpo político objeto de tal proceso.

5
La teoría del state building tiene en la obra de Charles Tilly a su más preclaro exponente. La
“construcción del estado” es definida por Tilly en memorable ensayo de 1975 como el proceso por el
cual una entidad político-territorial abstracta – lo stato, en el sentido maquiavélico- acumula y ejerce
poder de coacción sobre quienes la habitan y asegura aquellas premisas básicas que permitan su
viabilidad económica y material, al tiempo que da forma y soporte a mecanismos de resolución de
conflictos entre los individuos – es decir, de instituciones- y crea un cuerpo de personas dedicadas a
su administración – es decir, una burocracia(Tilly, 1975).

18
Nos referimos, a título de ejemplo, a los procesos de formación de los nuevos
estados nacionales en Africa y el Medio Oriente tras la descolonización que cobrara
vigor al cese de la guerra de 1939-1945. En no pocos casos, se trató de procesos
marcadamente tutelados por potencias extranjeras o entidades multilaterales –
típicamente, las Naciones Unidas, como los casos de Timor Oriental o la
exYugoslavia- antes que originados en el seno de el juego entre fuerzas históricas a
lo interno de cada uno de de esos países.

En el caso venezolano, la formación del Estado venezolano obedeció a un


proceso claramente endógeno en el que eventualmente se insertarían iniciativas de
origen foráneo. En el proceso de formación de la institucionalidad sanitaria
venezolana quedan claras evidencias de ello. Como procuramos demostrarlo, los
orígenes del mismo se confunden con los del Estado nacional venezolano mismo y,
aún, con los de la instalación del Estado español en Venezuela a partir de 1498.
Ciertamente que iniciativas como la de la V Conferencia Sanitaria Interamericana de
1881 y la de las misiones técnicas a cargo de la Fundación Rockefeller entre 1927 y
1930 marcaron hitos relevantes en dicho proceso. Pero se exageraría si se llegase a
afirmar que a partir de tales iniciativas se fundarían las bases de nuestra sanidad
pública.

La sanidad pública venezolana, mucho más que la resulta de unas


determinadas acciones de carácter técnico, lo es de un proceso de formación que ha
corrido a la par, como lo demostramos, del que fuera propio de la formación del
Estado nacional venezolano. Proceso parsimonioso, en absoluto lineal, que de modo
análogo al de la formación de una barrera de coral, apelando al símil que ofrecen los
daneses Knudsen y Rothstein, discurre a merced de fuerzas y contenciones
institucionales que apuntalan a las sociedades (Knudsen y Rothstein, 1994: 203). De
tal manera que, lenta y progresivamente, se forma en Venezuela una cierta idea de
sanidad pública a la sombra de los distintos discursos políticos que han dominado
determinadas etapas en el proceso de formación del Estado nacional venezolano.

Dicho proceso discurriría en Iberoamérica de modo muy distinto al descrito


por Tilly en Europa. Aquellos, señala Tilly, fueron el producto de guerras entre
nacionas enteramente distintas cuyos príncipes pulsaban entre sí con el fin de

19
extender y asegurar sus respectivos dominios territoriales. La guerra internacional
fue, por tanto, un vehículo necesario en dicho proceso. “War makes states and that
states make wars” (Tilly, 1975)6. La dinámica de la guerra que hace estados y de
estados que hacen la guerra surge como el factor clave en la conformación de
estados tenidos como “necesarios” en la complejidad cultural europea. En
Iberoamérica es difícil, o cuando menos muy relativa la aplicación de tal criterio, en
tanto que la cuestión terriroria en nuestros países estaría de antemano saldada por
las disposiciones regias que en su día dispusieron un cierto ordenamiento territorial
en sus dominios ultramarinos. Ordenamiento que las nuevas repúblicas asumieron
sin mayores objeciones – de allí entonces el principio del Uti possidetis juris que ha
regido históricamente en nuestro medio en materia de delimitaciones y demarcación
de fronteras7.

De allí que el danés Sorensen postule que en Iberoamérica podamos haber


estado librando “guerras equivocadas”, en referencia a la larga contabilidad de
conflagraciones civiles que han caracterizado nuestra historia decimonónica
(Sorensen, 2001). No fueron, salvo las pocas y ya mencionadas excepciones,
guerras internacionales, sino que guerras sociales cuyas banderas recogieron
consignas en un amplio rango que iría desde lo puramente ideológico – liberalismo,
federalismo- hasta lo cárnico – “godarria”, “pardaje-; en todo caso, el producto
histórico de tal discurrir ha sido, en lo referente a las cuestiones que nos ocupan, la
formación de burocracias especializadas en función de las necesidades propias de
la nueva realidad política surgida tras el fin de las guerras de independencia.

Los personalismos médicos – apelando a la categoría propuesta por Graciela


Soriano y que resulta mucho más precisa que la tan socorrida del “caudillismo”-
ciertamente que tuvieron notable influencia en tanto que catalizadores de dicho
proceso (Soriano de García-Pelayo, 1999:22). Las expresiones de sobreemisión de
energía institucionalizadora fueron capaces de introducir pautas de orden en
contextos caóticos, confiriéndole así una cierta gobernabilidad a un quehacer hasta

6
“La guerra hace a los estados y los estados hacen la guerra” (traducción nuestra).
7
No por ello dejamos de hacer referencia a casos como los de la Guerra de la Triple Alianza entre
1864 y 1870 contra Paraguay, la Guerra del Pacífico entre Perú y Chile de 1879 y 1883 y la del
Chaco, entre Paraguay y Bolivia, de 1932 a 1935.

20
entonces fuera del alcance del estado8. Así las cosas, es posible postular que la
formación del Estado nacional venezolano tuvo en la de la sanidad pública, como en
la del ejército profesional, el fisco o las burocracias estatales, una expresión más del
complejo proceso de state building – en el sentido original de Tilly- al que hemos
venido refiriéndonos. Cada etapa en dicho discurrir habría de imprimirle a dicho
proceso atributos distintos en función de las respectivas valoraciones que concitaría
la cuestión sanitaria entre sus elites.

Los textos cuyo estudio aquí se acomete revisten interés historiográfico en


tanto que han inyectado al habla términos, palabras y conceptos significantes, razón
esta por la que han ejercido y ejercen sobre los hablantes un efecto en términos
ilocutivos, en el sentido de Austin, al tiempo que estos han generado lectores
perpetuadores de su contenido, es decir, han ejercido y ejercen también su efecto en
términos perlocutivos. Media entre ambos una distancia en la cual opera el proceso
histórico de la construcción de un lenguaje. La fuerza ilocucionaria que dota de
marco a lo dicho hemos de buscarla, por tanto, en el estudio de aquello que el
agente hacía al decir lo que dijo, lo cual supone elucidar el significado de lo dicho
para seguidamente contextualizarlo (Palti, 2009).

Habremos dado así un repaso pormenorizado a las jergas médicas


características del primer siglo republicano en Venezuela, no sin pasar de soslayo
por aquellas propias de los tiempos históricos que le precedieron. En tal pretensión
nos hemos servido esencialmente del estudio de textos desde una perspectiva que
hemos considerado cercana a la del escepticismo. Pero creemos también pertinente
admitir, en tanto que “documentos gráficos”, expresiones plásticas que, en nuestro
criterio, bien podríamos reclamar para si similar jerarquía a la del texto escrito. Es
justicia reconocer que entre loas primeras tentativas desde tal aproximación
metodológica está la de García-Pelayo de 1969, en su estudio iconológico-político
de la monumental obra de Ambrogio Lorenzetti que decora la sala del consistorio
municipal de Siena. Las alegorías al cattivo y al buon governo, elaboradas mediante
la técnica del fresco entre 1338 y 1340. Se constituyen, señala García-Pelayo, en

8
La idea de la “sobreemisión de energía institucionalizadora” como expresión de voluntarismo político
la tomamos de las disertaciones que sobre el fenómeno de los personalismos iberoamericanos le
escucháramos riteradamente a la profesora Graciela Soriano de García-Pelayo en su seminario
dedicado al tema en la Universidad Central de Venezuela.

21
una muestra de “pintura mural con fines didáctico-políticos” que se ponen al servicio
de la necesidad de secularizar conceptos políticos complejos solo accesibles a las
minorías cultas:

“…se trata de un ejemplo de primer orden de la función del arte como medio de
concreción y comunicación de ideas difusas mantenidad por las minorías cultas del
tiempo, muy principalmente en lo que respecta a la constitución política de las
ciudades, a la secularización e intelectualización de la política, a la concepción
iuscéntrica de ésta y a la idea de una iusticia mediatrix” (García-Pelayo, M. El buen y
el mal gobierno. Las ideas y la intencionalidad política en un fresco de Ambrogio
Lorenzetti. 1968/1991:1229).

Notable y feliz resulta el esfuerzo del artista bajomedioeval al plasmar en sus


frescos pretendidas representaciones gráficas de conceptos abstractos -justicia,
iuscentricidad- y hacerlos comprensibles para el público lego base de la ciudadanía
en aquellas repúblicas italianas.

Bastante más recientemente ha sido Quentin Skinner quien reabre las


posibilidades tras estudios de esta misma índole en su trabajo acerca de los mismos
frescos que publicara apenas en 2002. La valoración presentada por Skinner es, a
juicio del español Eloy García, presentador de la traducción castellana del mismo
trabajo de 2009, distinta a la ofrecida por García–Pelayo, a la que califica de
“interpretación clásica” en la que “la figura central se presenta como la encarnación
del bien común en el sentido aristotélico-tomista” (García,2009:9). Más allá de
cualquier válida polémica al respecto, es de reconocer que la aproximación a la
cuestión que propone García-Pelayo es, cuando menos, plausible: Lorenzetti es,
sobre todo, un pintor del Trecento italiano que asiste a la constitución de las
primeras expresiones del Estado moderno fundadas sobre una idea abstracta –el
iuscentrismo- que precisa ser explicada a la masa inculta a partir de las únicas
categorías políticas disponibles, cuán eran las aristotélicas.

Pero no toca aquí tomar parte en un debate de tal naturaleza. Interesa antes
bien introducir, en el sentido de Skinner tanto como en el García-Pelayo, una

22
justificación al carácter documental de ciertas expresiones pláticas que son en sí
mismas vehículos de diseminación de teoría política. Al respecto señala Skinner:

“Aunque parezca evidente que esas pinturas no constituyen un texto de teoría política
convencional, también lo es que, como puede constatarlo el observador ocasional, que
su propósito primordial estaba sustancialmente encaminado a transmitir una serie de
mensajes políticos” (Skinner, 2009: 52).

Es en tal sentido que hemos querido reivindicar, junto a la del texto


documental, la valía de la obra pictórica de vocación divulgativa. Mucho más allá de
su valor en tanto que expresión plástica – que, como en el caso de los frescos de
Siena, es notable- nos hemos valido de tales expresiones en tanto que un testimonio
gráfico de ideas y conceptos de diseminación compleja, ora por su carácter
abstracto, ora por la incultura de sus destinatarios. El hombre es, al fin y al cabo, un
animal simbólico.

La aproximación a la que nos hemos estado refiriendo se ha centrado en la


plástica monumental al servicio de la arquitectura institucional. Con la prudencia del
caso, se podría también proponer una aproximación análoga a la plástica dirigida a
públicos restringidos, puesto que, como se verá, también en ella son ostensibles
simbologías contentivas de mensajes de cierta abstracción mucho más allá de su
primaria función decorativa. El hombre es, al fin y al cabo, un animal simbólico.

La aproximación a la que nos hemos estado refiriendo se ha centrado en la


plástica monumental al servicio de la arquitectura institucional. Con la prudencia del
caso, se podría también proponer una aproximación análoga a la plástica dirigida a
públicos restringidos, puesto que, como procuraremos demostrarlo, también en ella
son ostensibles simbologías contentivas de mensajes de cierta abstracción mucho
más allá de su primaria función decorativa. Al respecto se refiere el español Vicente
Carducho, el más importante tratadista de la pictórica barroca del Siglo de Oro, en
cita que de su texto hace la también española Victoria Pineda:

“ a la Pintura solo le toca el declarar a todos el hecho sustancial, con la mayor claridad,
reverencia, decencia y autoridad que le fuere posible, que (como queda dicho) es

23
hablar a cada uno en lenguaje de su tierra y de su tiempo, mas no se escusa, que el
modo siempre sea con realce de gravedad y decoro, para que venga a conseguir el fin
católico y decente que se pretende, como lo hazen los Predicadores y los Escritores
adornando y vistiendo el suceso de la historia con palabras graves y frases elegantes
propias y conocidas, y con ejemplos graves” (Pineda, 1996: 413, destacado nuestro).

A los fines del trabajo que nos ocupa estamos obligados a definir ex ante el
ámbito de intelegibilidad del estudio propuesto, ámbito este que no es otro que el
del discurso médico-sanitario venezolano propio del siglo histórico cuyo estudio
acometemos (1830-1936) – el primero de la república en Venezuela-, de las
jergas tecno-políticas que de él derivaran y de las expresiones institucionales a
las que estas dieran origen. No nos habremos de ocupar con preferencia, por
tanto, de figuras, efemérides o hitos historiográficos; nos ocuparemos, antes bien,
de aquellos “actos de voluntad” que, sea en la voz o la pluma de sus autores,
fueron capaces -perlocutivamente- de materializarse en términos institucionales
mas o menos estables.

En la historiografía médica más clásica, la Medicina y sus instituciones más


características aparecen como derivaciones generadas a partir de un mítico
“momento fundacional”: el de la cesión por Prometeo a los hombres del fuego
arrebatado a los dioses. Es Prometeo quien lega al centauro Quirón el arte de curar
y este a Asklepios, (Ασκληπιός, llamado Esculapio por los romanos), hijo de Apolo y
Corónide9. Narra Esquilo en Prometeo encadenado, en línea 476 de dicho texto:

“Si uno caía enfermo, no tenía ninguna defensa, alguna cosa que pudiera comer,
untarse o beber, sino que por falta de medicina se iba exterminando, hasta que yo les
mostré las mixturas de los remedios curativos con los que ahuyentaran toda dolencia”.

Asklepios, sumo sacerdote del templo de Apolo, instituye junto a sus acólitos,
los llamados asklepíades, a la primera comunidad profesional dedicada a la
provisión de cuidados médicos a los devotos enfermos en la Grecia clásica. Habría

9
Los límites entre lo histórico y lo mítico se difuminan en la figura de Asclepios, en quienes los
antiguos griegos verían a la personificación del mítico Imhotep, médico, arquitecto y astrónomo
egipcio al que se le atribuye, no obstante, la autoría del papiro de Edwin Smith, probablemente escrito
en el 3000 aC en tiempos de la XVIIa dinastía.

24
de ser uno de ellos, quien desprendiéndose de toda sujeción respecto de la gran
teodicea griega, creara la primera comunidad profesional médica laica. Se trata de
Hipócrates de Cos, el primer gran codificador de la medicina entre los antiguos
griegos. Si un Asklepios elevado a la divinidad opera como mediador entre lo
revelado y lo fáctico, es en cambio un secularizado Hipócrates quien articula los
diversos saberes médicos de su tiempo con la filosofía de los físicos jonios para dar
origen a un sistema de jergas profesionales que habrían de servir de fundamento a
la gran tradición médica que Occidente identifica a su más remoto origen.

La cuestión es marcadamente distinta para los médicos modernos. Surge a


partir de ellos una nueva episteme médica de corte mecanicista la de la economía –
cuerpo- humano concebido como una suerte de mecanismo de relojería y no ya
como un recipiente pleno de “humores” en equilibrio, como postulaban los antiguos.
Un nuevo paradigma médico se imponía a partir de entonces en Occidente, a más
de dos mil años de vigencia de las teorías hipocráticas: el del cuerpo-máquina. La
fabrica humana de Vesalio habrá de proveer en los sucesivo de un nuevo marco
ordenador del discurso médico: es la relojería del cuerpo, la mecánica de sus
bombas y reservorios, el ajuste supremo entre la función y el diseño de su anatomía.

Pero el nuevo paradigma vesaliano de la máquina humana habrá de expandir


aún más su fuerza y vigencia con el experimentalismo propio de los pensadores
médicos del positivismo. La nueva Medicina Experimental afina el conocimiento
entorno a la operación de la máquina humana en los nuevos términos propuestos
por los desarrollos de la Fisiología y la Bioquímica, siendo capaz de dilucidarlos aún
en sus detalles más íntimos. Es el conocimiento médico surgido de laboratorios de
experimentación, en los que la nueva mentalidad médica apela al armamentario
metodológico y conceptual provisto por las ciencias básicas – la nueva Física
Cuántica, entre muchas otras- que en el futuro cercano habrían de interponer entre
el médico y el enfermo un elemento nuevo: la máquina, el instrumento que
diagnostica.

Se supera así el acto médico originario llevado a cabo a la cabecera del


enfermo (la κλινική o clínica) para introducir a Occidente en una nueva forma de
expresión institucional sanitaria: la de la medicina como ramo de industria

25
(Millenson, 2000). A más de dos mil años del Corpus hippocraticum y a mil de
instituida la dictadura galénica, la Medicina occidental se aprestaba a experimentar
una nueva “edad de oro” a partir de las recientes aportaciones provenientes de la
investigación científica10.

Episteme y discurso en la fundamentación de la res medica venezolana

No siempre ha quedado explícita la conexión entre pensamiento (res) y


práctica (ars) médica. Fuera del campo histórico-médico, es John Greville Agard
Pocock quien, apelando a la teoría saussuriana del lenguaje, propone al lenguaje
como paradigma y como anclaje concreto entre este y una práctica específica al dar
origen a una jerga diferenciada y socialmente consensuada por una determinada
comunidad (Pocock, ibidem. 1973:46). El lenguaje científico da concreción a una
estructura paradigmática de pensamiento, la que es a su vez una construcción
histórica (Kühn, op.cit.:353)11.

La cuestión epistemológica en la historia de la ciencia es anterior a la


paradigmática. Suscribiendo a Moreno Olmedo, resulta esencial afirmar que la
episteme no se piensa; se piensa desde ella (Moreno Olmedo, 2005:53). Es Michael
Focault quien en Las palabras y las cosas (1978) propone dicho término definiéndolo
como aquel conjunto de reglas generales o presuposiciones inconscientemente
asumidas a partir de las cuales es posible sostener el discurso general de la cultura
en un tiempo histórico determinado, durante el cual ha de sufrir transformaciones
(Focault, 1978/1989: 7).

El paradigma científico sobre el cual se sustentara el discurso de la medicina


moderna está inserto en una la nueva episteme, por Moreno llamada “episteme

10
Galeno de Pérgamo (130-200 dC) más conocido como Galeno, es el referente médico más
importante de la latinidad y médico de emperadores (Marco Aurelio y Cómodo). Compilador,
comentarista y divulgador de los textos hipocráticos a partir de su formación en el campo de la
filosofía aristotélica, sus desarrollos teóricos dominaron la medicina europea a lo largo de más de mil
años en lo que la historiografía médica llama “la Dictadura de Galeno”.
11
La cuestión de los paradigmas científicos ha sido extensamente tratada entre otros por Thomas
Kühn en su bien conocida obra La estructura de las revoluciones científicas: “Considero que son
logros científicos universalmente aceptados que durante algún tiempo suministra modelos de
problemas y soluciones a una comunidad de profesionales”.

26
burguesa” (Moreno Olmedo, 2005: 149). La medicina monacal de raigambre
galénico-aristotélica no generó un discurso médico esencialmente distinto al de los
Antiguos, si bien tuvo el mérito de preservarlo tras la disolución política e
institucional de Roma.

Es en el marco referencial de un nuevo paradigma científico, al que Kühn


identifica con la invalidación del modelo geocéntrico propuesto por los astrónomos
ptolemáicos tras la demostración del modelo heliocéntrico de Copérnico, que opera
dicha revolución científica. Revolución esta que habría de desmontar el acervo
clásico acopiado en todos los campos del conocimiento, el médico entre los
primeros. La obra central de Vesalio, la Humani corporis fabrica, publicada en el
mismo año que De revolutionibus orbium coelestiums de Nicolás Copérnico, elabora
en consecuencia un nuevo lenguaje cientifico que dará origen a toda una profusión
de jergas profesionales específicas las que a su vez dejarían su impronta en los
espacios institucionales que la medicina progresivamente iría fundando hasta
alcanzar su primera gran etapa de brillo durante las ilustraciones (Ver Lámina I).

En el caso que nos ocupa, proponemos a la formación progresiva de una


jerga médica específica en conexión con el paradigma científico entonces vigente
como proceso crítico previo al diseño y posterior materialización de la arquitectura
institucional sanitaria característica de los períodos históricos que en el presente
trabajo se han de estudiar. La traducción de tales jergas en ciertas estructuras
institucionales es factor clave para comprender por qué saberes médicos de notable
nivel, como el egipcio o el sumerio, por ejemplo, no dieron origen a sistemas
médicos perdurables. Para las primeras civilizaciones de la cuenca del
Mediterráneo, lo médico se reduce a una practicación social carente de episteme
propia y, por tanto, de método y de doctrina (Moreno Olmedo, 2005: 69)12 13
.En
síntesis, es claro que, en la perspectiva más clásica, Grecia provee a la
historiografía médica occidental de dos de sus fundamentos más perdurables: el del
mito fundacional y el del prohombre fundador.
12
Por practicación entendemos, en el sentido en que lo propone el pensador hispano-venezolano
Alejandro Moreno Olmedo, a “el ejercicio mismo de practicar el vivir que ejerce una comunidad
humana en un tiempo histórico determinado, que puede ser de muy larga duración y del que participa
espontáneamente cada uno de sus miembros”.
13
Esta característica de las primeras civilizaciones del Mediterráneo no es exclusiva del quehacer
médico; véase así como los sumerios, por ejemplo, legislaron, pero no crearon Derecho.

27
Las corrientes de pensamiento propias del historicismo romántico han
ejercido, sin embargo, la más determinante influencia en la (re)construcción
historiográfica del discurso médico-sanitario venezolano, seguramente por el hecho
constatable de estar ambas ligadas, en si mismas, a los orígenes de nuestro Estado
nacional y al de las historiografías que le sucedieron casi de manera inmediata. Las
mismas supusieron un esfuerzo racionalizador de la naciente historia republicana a
posteriori de la fundación de los nuevos estados y en el que, siguiendo a Pocock, es
posible afirmar que la teoría ciertamente fue previa a la narrativa (Pocock, J.G.A.
Working on ideas on time.1971: 29). Hay en ellas una necesidad casi explícita de
romper con la tradición ilustrada española de la que es hija para entonces justificar la
naciente historia republicana en tanto que la realización de un ideal, de un fin
superior.

Surgen –en el sentido de Collingwood- esas grandes “esfinges” médicas


nacionales con cuya sombra se disponen los nuevos historiadores a cubrir la
tradición heredada de la medicina monárquicas y sus instituciones emblemáticas – el
Protomedicato y la Cátedra Prima de Medicina- erigiendo una nueva tradición tan de
prisa como el proceso político ulterior a 1830 lo permitiera14 . Veamos lo que a
propósito de Vargas expresara en el Panteón Nacional el historiador de la medicina
venezolana Blas Bruni Celli el 24 de agosto de 1960, en ocasión de décimo quinto
aniversario de la fundación de la Federación Médica Venezolana:

”¡Cenizas del sabio!. Continuad vuestra simbólica vigilia en este Panteón de los
Inmortales. Con las generaciones sucesivas a la nuestra continuaréis el díalogo,
seguramente será más tranquilo, se despojará del dramatismo y la República tendrá
como cauce la inmanente vigencia de vuestro pensamiento”

Para Pocock, todo discurso es preformativo respecto de la acción en tanto


que ha de generar efectos – sea que se trate de efectos deliberados o no- más allá
de los accionantes. Las jergas institucionales, como la médica, encarnan aquello que
la institucionalidad dice y quiere decir, sin que por ello se deba suponer que por ello
14
Señala Collingwood: “Man´s world is infested by sphinxes: demons beings of mixed and
monstruous nature which ask him riddles and eat him if he cannot answer them” (“el mundo del
hombre está infestado de esfinges: demonios de diversa y mounstruosa naturaleza que le interrogan
con acertijos, amenazándolo con devorarle de no responder”). Ver: Collingwood, R.G (1942). The
New Leviathan. Oxford: Claredon Press, p. 97.

28
ejerza un control pleno sobre las consecuencias de lo dicho (Pocock, op.cit. 1971:
42). Las instituciones políticas construyen progresivamente un sistema de jergas
cuan más específicas en la medida en que sus propias asunciones mutan bajo la
presión de una particular dialéctica pensamiento-experiencia. Se van construyendo
así complejos lenguajes tecno-políticos desde los que se derivan dichas jergas y a
partir de los que se diseñan las grandes arquitecturas institucionales conocidas:

Episteme
Paradigma general (desde
científico donde se
(lo que se piensa)
piensa)

Discurso científico-
médico (langue)
Mundo de la
Res medica

Jerga médicas específicas


(paroles)

Diseños
institucionales
Mundo del
Ars medica

Prácticas técnicas, usos y costumbres

Fig.1. Episteme general, discurso científico y jergas técnica en la constitución de la res y el ars
medica.

Nuestra tarea ha de consistir, por lo tanto, en el estudio de las mentalidades


en tanto que forjadoras de aquellos lenguajes que median entre las mentaciones de
los actores históricos y sus actos de habla, ya no desde la perpectiva superficial del
evénement sobre la que advertía Francois Simiand, sino de la del longue durée. Al
definir tal perspectiva metodológica no desdecimos apriorísticamente de aquellas
aportaciones provenientes de enfoques historiográficos distintos, incluso de aquellos
de cuya fundamentación hemos sido críticos y de las que, al fin y al cabo y como

29
bien lo señala Pocock, de todos ellos somos en cierta medida tributarios. Solo
procuramos prevenir el influjo de falsas hermenéuticas que, imponiéndonos una
lectura “hacia atrás” (backwards) del pasado, hagan del ejercicio historiográfico una
suerte de “acto de necromancia”, como lo advierte Oakeshott.

Al abordar la cuestión historiográfica desde la perspectiva del lenguaje


hacemos nuestra también la del escepticismo empirista propia de sus mentores
teóricos. En tal sentido, señala Oakeshott en su renuncia a priori a la búsqueda de
“orígenes” en los procesos históricos:

“The historian is disponed to decline the search of ´the origins´, not because the
expression ´origins´ is ambiguous…but because to inquire into ´origins´ is to read the
past backwards and assimilate it to subsequent or present events”15 (Oakeshott, M.
The activity of being an historian.1958/1991: 175).

La lectura retrospectiva del pasado en las sociedades políticas, advierte


Oakeshott, supone imponer sobre aquellos hechos una estructura teleológica.
Corresponde entonces al historiador la tarea de dar inicio a un proceso de traducción
del pasado, procurando comprenderlo del modo como no pudo ni podía haber sido
comprendido en su tiempo y reexpresandolo desde el lenguaje práctico que
inicialmente le arropara, al lenguaje propio del historiador contemporáneo
(Oakeshott, 1958: 180). En el mismo sentido, la investigación aquí propuesta no
pretende hacer “extricaciones” del pasado con la finalidad de construir renovadas
narrativas o de repetir las ya conocidas, así como tampoco hará suya la estéril tarea
de escrutar en los hechos históricos pretendidas claves de una supuesta larga
marcha en pos de la materialización de un cierto destino (Spengler, 1962/1989:
76)16.

Acaso sea posible encontrar algunos paralelismos entre el planteamiento


metodológico de base aquí propuesto y la teoría de la semántica histórica de

15
“El historiador está dispuesto a declinar en la búsqueda de los ´orígenes´, no porque este sea un
término ambiguo…sino porque inquirir en tales órígenes´sería leer el pasado ´hacia atrás´,
asimilándolo a eventos subsecuentes o presentes” (traducción nuestra).
16
La idea de destino como principio de causalidad en la historia es claramente spengleriana y
expresa, según el pensador alemán, “una certeza interior indescriptible”. Véase: Spengler, 1962/1989:
76

30
Reinhart Kosselleck en su exégesis de los textos a partir del reconocimiento de
aquellos “giros hermenéuticos” a partir de los cuales se replantean los
significados de un mismo término (Kosselleck, 1993: 65 y sucs.). Así por ejemplo,
el término “salud pública” tuvo un significado muy distinto en la pluma de Carlos IV
que en la de los relatores de la Convención francesa de 1792.

De allí entonces que cobre inmenso valor a los fines del trabajo aquí
propuesto el procurar liberar a los conceptos de su contexto situacional para
poder así aislarlos en su mayor pureza semántica, de modo que los procesos
históricos así abordados abandonen el dominio de las llamadas “historias
sociales” y se reexaminan a la luz de la metodología propia de la historia
conceptual, en el sentido de Kosselleck (Kosselleck, 1993:110)17.

Avanzar en tal sentido en el campo de la historiografía médica y sanitaria


en general no es irrelevante. Sistemáticamente abordada en su estudio desde la
perspectiva épico-romántica, han terminado por ser lo que Kosselleck bien llama
“contenidos extralingüísticos” los validadores de una historiografía “a la medida”
de intereses más o menos circunstanciales (Kosselleck, 1993: 113)18.

Los “momentos conceptuales” en el proceso de formación de la res medica


venezolana

El llamado “momento conceptual”, en tanto que categoría hermenéutica,


aparece por primera vez propuesto por Pocock en The Machiavellian Moment.
Florentine political thought and the Atlantic republican tradition de 1975 y es
retomado por el español Gonzalo Capellán de Miguel en su ensayo Momentos
conceptuales. Una nueva herramienta para el estudio de la semántica histórica de
2011, donde se le define como:

17
“…un método especializado para la crítica de las fuentes que atiende al uso de los términos
relevantes social o políticamente y que analiza especialmente las expresiones centrales que tienen un
contenido social o político”.
18
Al respecto cabe citar al pensador alemán: “Así pues, el principio diacrónico constituye a la historia
conceptual como área propia de investigación, que por reflexión sobre los conceptos y su
transformación tiene que prescindir metódicamente de los contenidos extra-lingüisticos que son el
ámbito propio de las historias sociales”.

31
“…un constructo intelectual que, mediante el realce unilateral de algunos rasgos a
partir de las preocupaciones y preguntas del investigador y el contraste de nuestro
conocimiento teórico sobre el mundo con el material empírico, nos ayuda a entender
un fenómeno de la cultura como “individuo histórico” (Capellán de Miguel, 2011: 114).

Deriva el término de dos nociones de fuerte raíz epistémica en el pensamiento


occidental. Por una parte, de la noción de concepto. En la lógica aristotélica, la
noción de los “modos del ser” se erige como factor clave en la definición de aquello
que puede ser pensado en aquellos términos específicos que aportan los
predicamentos o categorías. El logos occidental tiene en la noción de concepto a
una de sus bases analíticas más esenciales. Como lo hemos dicho, el concepto de-
fine, es decir, acota al objeto pensado dentro de unos confines que le hacen
aprehensible por el pensamiento lógico. Para la razón griega, lo que “no es” no
puede ni tan siquiera ser pensado. El concepto pretende abstrar del objeto su
esencia para hacerla asumible por el pensamiento19.

Pero el concepto es, sobre todo, el producto de una construcción social. La


enfermedad como fenómeno vital ha sido reconocida por todas las sociedades
humanas desde siempre. El concepto “enfermedad”, sin embargo, no ha sido ni
uniforme ni ha permanecido inamovible, sino que ha sido en si mismo objeto de una
intensa metamorfosis semántica producto a su vez de la dinámica histórica. Para los
antiguos, la enfermedad es un estado del alma; para los modernos, una disfunción
orgánica. Y es que el concepto de enfermedad se mueve en el tiempo merced del
momentum que le imprime cada circunstancia histórica.

Deriva este último término de la Física newtoniana, según la cual este es el


producto de la masa de un cuerpo material por la velocidad que lleva20. Es el
momentum newtoniano expresión de la fuerza que se transmite al objeto en una
cierta unidad de tiempo; es asi el momentum la expresión del movimiento que
experimenta el cuerpo tras recibir un impulso determinado en el tiempo que le
rescata de la inercia y le pone en movimiento. Capellán de Miguel reúne ambos

19
Al respecto véase: Marías, J (1970) Historia de la filosofía. Editorial Castilla, Madrid, 1970, p.413.
20
En Física clásica se define al momentum (p) como el producto entre la masa de un cuerpo(m) y la
velocidad (v) que la fuerza aplicada sobre él le confiere, es decir, p= m.v. La analogía de la acepción
newtoniana de dicho concepto y su derivación en categoría histórico- resulta bastante plausible.

32
conceptos y nos ofrece su original constructo – el “momento conceptual”- como una
manera de caracterizar la otrora inamovible noción aristotélica de concepto,
dotándole de un “contorno tanto temporal como semántico” (Capellán de Miguel,
2011:123).

Un determinado concepto, pues, se mueve obedeciendo a un momento que le


impulsa en un determinado sentido a lo largo de un determinado tiempo. Capellán de
Miguel plantea así su noción de “momento conceptual X del concepto Xa” (Capellán
de Miguel, 2011:115). Se entiende así que a un tiempo ta distinto de otro tb habrá de
corresponder un momento conceptual Xa del concepto X que sería a su vez distinto
al momento conceptual Xb del mismo concepto en un tiempo tb. Es el caso, por
ejemplo, del concepto “salud pública”, que en la Francia de los tiempos de la
Convención en 1792 – aquel terrible Año II de la Revolución- devino en la base de
un fino mecanismo de represión política pero que poco más de una década antes,
en la España de los borbones, supuso un conjunto de acciones de carácter médico-
sanitario promovidas desde el Estado. La noción de sanidad del Terror Rojo suponía
la aniquilación física de aquella parte del cuerpo social considerada disfuncional, en
tanto que el la tradición ilustrada española adquiría la forma de acciones de carácter
médico paternalmente dispensadas por la Corona a la generalidad de sus súbditos.

El “momento conceptual” se constituye así, según nuestro autor, en una “fase


determinada en el desplazamiento de las significaciones de un concepto” (Capellán
de Miguel, 2011:120). El concepto, así entendido, se desprende de la rigidez primera
de su noción fundadora y adquiere para sí una dinámica propia en el tiempo.
Dinámica esta que es semántica y que está social e históricamente determinada.

La Escuela de Cambridge también exploraría el carácter dinámico de los


conceptos en el tiempo. Pocock, en su estudio sobre la virtus en Maquiavelo,
deslinda dicho concepto de la socorrida traducción castallana del término en tanto
que categoría moral. En Maquiavelo, virtus y virtud, en el sentido que a dicho
término confiere la Teología Moral católica, no son en absoluto términos
equivalentes. La virtus maquiavélica, la que es propia del hombre de Estado y que
en el mundo feudo-aristocrático está ordenada a lo trascendente, es para los
modernos inmanente y práctica. Tal punto de inflexión marca, en el proceso de

33
formación del concepto de virtud, un punto de inflexión a partir del cual dicho
concepto cobra un significado distinto, es decir, que vive un momento conceptual
distinto al que le precediera.

El “momento maquiavélico” pocockiano se nos presenta como una lucha


(struggle) entre el significado conferido a un concepto en función de una
determinada semántica y el que este adquiere progresivamente vis-a-vis la realidad
(Pocock, J.G.A.. The Machiavellian moment. Florentine Political Thought and the
Atlantic Republican Tradition. 1975: viii). Diserta Pocock en tal sentido a propósito de
sus estudios sobre el republicanismo italiano del Quattrocento:

“their struggle with this problem is presented as historically real, though as one
selected of the complex historical reality of their thought; and their “moment” is defined
as that in which they confronted the problem grown crucial” (Pocock,ibidem. 1975:
viii)21

Entendemos el carácter de acuciante al que se refiere nuestro autor en tanto


que la necesidad de generar un nuevo reencuadre (reframe) – en el sentido de los
gestálticos- que confiera a un término hasta entonces en boga – república,
ciudadano, virtud, en la disertación maquiavélica- un significado enteramente distinto
al hasta entonces aceptado y cuya necesidad se impone a partir de la confrontación
de tal significado con la realidad objetiva.

Creemos posible, desde tal perspectiva, proponer una suerte de “momento


vesaliano” similar a aquel “maquiavélico” postulado por Pocock a partir del cual la
noción de lo patológico se desprende de toda fundamentación mística y pasa a ser
tenida como fenómeno material congnoscible a partir del pensamiento lógico. El
“momento vesaliano” supuso un punto de inflexión entre la escolástica galénico-
aristotélica y la modernidad médica, separando así dos “momentos conceptuales” en
el sentido al que ya nos hemos referido. Así, entre Galeno y los modernos se inserta
Vesalio, cuyas teorías imponen un nuevo significado a los lenguajes y jergas
médicas hasta entonces vigentes. Lo propio podríamos postular tras la irrupción de

21
“…su lucha [la de los florentinos] con tal problema [el de la república], se presenta como un
problema históricamente real….y su “momento” como tal se define como aquel en el que dicho
problema es confrontado en tanto que cuestión acuciante” (traducción nuestra).

34
la Medicina Experimental doscientos años después, marcando así un nuevo punto
de inflexión respecto del pensamiento médico racionalista: es, llamémoslo así, el
“momento bernardiano”. Como la de Vesalio ante el galeno-aristotelismo, la de
Claude Bernard –eminentememte positivista- entrañaría también un quiebre
epistémico, esta vez frente al racionalismo:

Momento conceptual Forma política Punto de inflexión Expresiones discursivas


vigente Vigente teórico
El organicismo médico (el
Galénico-aristotelismo El feudo aristocrático La fabrica humana de órgano como sede de toda
Vesalio enfermedad)
La enfermedad como
Racionalismo El estado nacional La Medicina Experimental disfunción de la
moderno de Claude Bernard homeostasis fisiológica
El estado liberal y sus
Positivismo derivaciones ? ?

Tabla 1. Puntos de inflexión y momentos conceptuales en el proceso de formación del logos


médico de Occidente.

Insertos como estamos en la episteme positivista y participantes del


paradigma en ella fundado, no resulta identificable un punto de inflexión teórico en el
logos médico del que somos tributarios. Una vez más ha de quedarnos clara aquella
definición que Moreno-Olmedo hace de episteme en tanto que “plataforma” desde la
cual se piensa pero que en si misma no es pensada (Moreno Olmedo, 1993). Así, no
nos está dado pensar la episteme desde la cual, justamente, pensamos. Sólo desde
paradigmas externos al de la Medicina ha de ser posible generar el impulso
intelectual que permita repensar al logos médico: Vesalio fue posible en el contexto
de la revolución científica del copernicanismo asi como Claude Bernard solo pudo
surgir tras el impulso retador que sobre la Medicina racionalista ejercieran las
ciencias naturales y exactas.

Retos y desafíos que también se ciernen sobre el vigente paradigma médico


positivista pero sin que por ello podamos identificar puntos de inflexión y discursos
médicos distintivos capaces de pervivir en el tiempo. Nada hoy así lo augura, pero
tampoco lo descarta a futuro. Surgen por doquier, por ejemplo, nuevas jergas
pretendidamente médicas de fundamentación comúnmente orientalista y hemos

35
visto surgir radicales críticas al discurso médico positivista lo mismo desde la
Sociología como incluso desde la misma Medicina (Ilich, 1975; Pino de Casanova,
2002). El discurso médico positivista está siendo retado, pero no por ello podemos
dejar de admitir que su vigencia teórica permanece hasta ahora incontestable.
Quizás esté lejana la vista a un “momento conceptual” médico distinto al que hemos
estado viviendo desde mediados del siglo diecinueve. Pero no menos cierto es que,
en un sentido absolutamente parangonable al propuesto por Pocock en su idea
acerca del “momento maquiavélico”, presentimos su avenimiento. Así parecen
preludiarlo las crisis de los grandes sistemas sanitarios y el cuestionamiento social a
su oferta. Como procuraremos demostrarlo, el prometido mundo sin enfermedad ni
muerte está aún lejos de ser.

La periodización propuesta: algunas precisiones necesarias

La periodización aquí propuesta se basa en mucho en la originalmente


postulada por Diego Bautista Urbaneja en Política y petróleo en la Venezuela del
siglo XX (Urbaneja, 1992: 317), sin bien nos permitimos introducir alguna matización
en los términos expuestos por Mirna Alcibíades en La heroica aventura de construir
una república. Familia-nación en el ochocientos venezolano, 1830-1865 (Alcibíades,
2004).

Propone Urbaneja al período comprendido entre 1830 y 1890 como el de la


vigencia del llamado proyecto liberal venezolano. Aunque ralentizado a partir de
1870 con el ascenso del guzmancismo, dicho proyecto hizo suyo el cometido de
fundar a Venezuela como un Estado liberal de derecho al estilo de las democracias
europeas de entonces, dotado de un texto constitucional, separación de poderes y
totalmente secularizado; proceso este que adquiere características más radicales a
partir de 1848 y sobre todo, de 1863, con el triunfo de las armas federales. Las elites
políticas surgidas inmediatamente después de 1830 entendieron dicho espíritu en
tanto que “filosofía para la construcción de la república”, en contraste con la “de
destrucción, que fuera la obra de los libertadores” (Alcibíades, 2004: 55).

Al respecto, veamos lo expresado por José María Vargas en su discurso del 3


de febrero de 1833 ante la Sociedad Económica de Amigos del País:

36
“Ya es tiempo de que el gobierno, aprovechándose de las bendiciones de la paz y a
la sombra del orden, despliegue todo su poder en regenerar de hecho esta tierra
desgraciada. Ya es tiempo de ir formando los semilleros de las generaciones venideras y
cambiando con la eficacia de las buenas leyes los hábitos inveterados de ociosidad por los
de una industria honesta y productiva” (J.M Vargas, en: Pensamiento Conservador del Siglo
XIX, 1992: 227).

En tanto que expresión del programa político del paecismo, el exhorto de


Vargas define claramente la nueva visión de país en la que se ha de entender el
esfuerzo de construcción liberal republicana en los primeros años tras la secesión de
la Nueva Granada: se trataba de dejar atrás los años de la república en guerra – la
de los ciudadanos soldados- para dar paso a la construcción de una nueva república
de ciudadanos productores. Una “república comercial” moderna en oposición a la
“república clásica” que fuera la que se levantara en armas contra la Monarquía
Católica.

El proyecto republicano en Venezuela no fue siempre, al contrario de lo


argüído por Urbaneja, de carácter liberal. La llamada “primera república” entre 1811
y 1814, la más antigua en toda Iberoamérica, bien puede analogarse con la
república clásica griega. La escasa materialización del orden político propuesto en
su constitución que habría de lograr dará buena cuenta de su virtual disolución en
1814 ante el avance de Boves, de modo tal que al menos hasta 1819, con la
Constitución de Angostura, es difícil referirse a la existencia de un orden republicano
en Venezuela. De haberlo, sería el de la “república en armas”.

El discurso médico de los tiempos monárquicos se continuó sin sobresaltos


durante la vigencia de la “patria boba”, con plena vigencia de sus instituciones
emblemáticas, sus sistemas normativos, sus usos y sus prácticas, todo ello dentro
del paradigma ilustrado español. La medicina de la “república en armas” careció de
instituciones propias más allá de la del “cirujano de los ejércitos”. Se trató
esencialmente de médicos y cirujanos de formación universitaria que se adhirieron a
la causa republicana y que en su momento acompañaron a los movimientos de sus

37
tropas (Fortique, 1989: 17-25 y 127-131)22. Ello no permite suponer, sin embargo,
que existiese una estructura formal de sanidad militar, la cual surgiría muy
posteriormente.
La Constitución de Angostura impuso una forma republicana que podríamos
calificar de “mixta”. Dicho ensayo exhibiría características propias de una república
liberal – separación formal de poderes, texto constitucional, etc- que coexisten con
otras propias de la república clásica – el senado hereditario- que todavía habría de
tener expresiones tan radicales como la de la presidencia vitalicia establecida en la
Constitución de Bolivia. A ella se enfrenta, a partir de 1830, la república de la
sociedad comercial de los por Elena Plaza llamados “patriotas ilustrados”: antiguos
mantuanos opuestos ahora al proyecto grancolombiano a quienes adherían incluso
viejos realistas e indiferentes a la causa de la Independencia (Plaza, 2002).

La república de la sociedad comercial era ilustrada en lo político, pero


orientada al mercado en lo económico. Su discurso sanitario, por tanto, siguió
adherido al ilustrado español, con la sola excepción de la sustitución del antiguo
Protomedicato por las Facultad Médica de Caracas y por la imposición de Vargas
como rector de la nueva universidad republicana.

La reacción liberal viene de la mano de los Monagas a partir de 1840. Como


hemos dicho, se funden en lo “liberal” lo mismo banderas ideológicas que discursos
atávicos, acrisolados ahora en una común posición “antigoda” cuya expresión más
radical verá luz en 1859, con el estallido de la llamada Guerra Federal. Corresponde
este a un período de notable desgaste de la vieja institucionalidad ilustrada – la
sanitaria incluida- cuya reversión solo veremos a partir de 1863 con el Antonio
Guzmán Blanco y su versión positivista de aquel liberalismo primigenio, muy influido

22
La crónica de José Rafael Fortique sobre los médicos de la Independencia da cuenta de cuatro de
ellos firmantes del acta de Independencia: Francisco Isnardi, turinés de orígen, de larga trayectoria
como conspirador antimonárquico en Venezuela y que muere en presidio en Ceuta; Juan Angel
Alamo, barquisimetano educado bajo el auspicio de la familia Bolívar; José Luis Cabrera, canario de
orígen y Manuel Palacio Fajardo, barinés de activa labor como diplomático en tiempos de la guerra.
Destacan también figuras médicas activamente partícipes en los teatros de operaciones militares,
como fuera el caso de Felipe Tamariz, segundo Protomédico y activo militante en la causa
republicana. Finalmente, es necesario destacar la numerosa presencia de médicos británicos
formados en las prestigiosas escuelas de Edimburgo y del Trinity Collage de Dublín, quienes tuvieron
destacada actuación en la Campaña del Sur.

38
por el español, cuyas primeras consignas introdujese en Venezuela su padre,
Antonio Leocadio Guzmán, apenas finalizada la guerra de Independencia.

El espíritu liberal de entonces asumió lo sanitario como expresión de una


fenomenología propia de la esfera privada de los individuos, cuando no un campo
propicio para el ejercicio de la caridad en tanto que virtud cristiana, si bien a partir de
1850 se identifican algunas iniciativas en pro de la higiene pública y de la formación
médica por parte de algunas legislaturas provinciales. Hay en la política de los
patriotas ilustrados una cierta continuidad respecto de aquella de la Monarquía
Católica. Como procuraremos demostrarlo, las nuevas elites republicanas, lo mismo
que las monárquicas, se involucraron intensamente en lo sanitario. La idea del
“estado que cura”, contraria al espíritu entrañado en aquello que Oakeshott llamare
“la política del escepticismo”, parece entonces de data anterior a la república misma
(Oakeshott, 1998: 59).

La dimensión económica no cobraba aún la primacía que habría de alcanzar


sobre la política en la medida en que el desarrollo de la sociedad de mercado así lo
demandase. La progresiva imposición de modos sociales de corte urbano
orientados al consumo de bienes manufacturados por sobre aquellos que en su día
fueran propios de la sociedad agraria y que trajeran consigo los ecos de la
revolución industrial europea, habrían de contribuir decisivamente en el cambio de
los términos de la ecuación política venezolana23. En lo sucesivo, se habrá de
insertar en nuestra cultura política una idea propia del pensamiento positivista: la
idea del progreso.

Con la locomotora a vapor, las incipientes redes eléctricas de fines del


diecinueve venezolano y la introducción de nuevas técnicas constructivas que
dejaban atrás al barro de los bahareques, llegaron nuevas corrientes de
pensamiento médico proponentes de nuevas tecnologías así como nuevos espacios
físicos desde los que un nuevo paradigma médico se nos proponía. Clareaban las
luces que anunciaban al gran siglo del positivismo venezolano, coronado por un
nuevo proyecto político basado no tanto en las bondades del credo liberal como en

23
En tal sentido diserta Urbaneja: “Mas nunca se pensará que la realización de un orden social
próspero dependa de la existencia de un estado liberal de derecho”. Véase: Urbaneja, 2004: 87.

39
las verdades emanadas de la ciencia experimental que ahora hacían cuerpo con la
teoría política clamando por la vigencia de una “Constitución efectiva” encarnada en
el ejercicio personalista del poder.

Así las cosas, para los depositarios del discurso médico-sanitario de aquel
tiempo, el fenómeno la enfermedad se ofrecía ante todo como una expresión del
mundo de la physis susceptible de ser abordado como cualquier otro, a partir de los
postulados de la nueva ciencia experimental que en el campo médico viese luz con
las aportaciones de Claude Bernard.

Pertinencia politológica de la investigación propuesta

Sostenemos que la cuestión aquí planteada es relevante a los fines de la


comprensión de una las claves fundamentales sobre las que se construyera el
moderno Estado venezolano: la irrupción de la acción de las burocracias públicas
en la gestión de la cuestión sanitaria en tanto que problema de Estado. El siglo
veinte venezolano principia bajo le égida de Juan Vicente Gómez. En el sentido
de la referida tesis de Urbaneja, postulamos al período comprendido entre 1908 y
1945 como el correspondiente al programa positivista, sustentando en los
regímenes de la denominada hegemonía andina.

Ambos programas albergarán subprogramas específicos – apelando al


término propuesto por el propio Urbaneja- entre ellos los tocantes a la cuestión
sanitaria y cada uno a partir de sus particulares visiones. Visiones todas enraizadas
en un determinado discurso médico inscrito a su vez en un determinado paradigma
científico y traducido en unos determinados diseños institucionales sanitarios cuya
trascendencia se proyectaría hasta nuestros días. Nos referimos, claro está, a la
creación del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social en 1936.

Junto a las cuestiones relativas a la agricultura y la cría, las políticas fiscal y


comercial, las infraestructuras, la instrucción pública y la política migratoria, lo
sanitario aparece entonces y por primera vez entre las prioridades del Estado en
cuanto al desarrollo de políticas públicas, tal y como se recoge en el texto del

40
llamado Programa de Febrero de 193624. En la dinámica en virtud de la cual “el
pasado se convierte en presente”, como postula Pocock, subyace el fondo del
problema de estudio aquí planteado y su naturaleza en cuanto tal es esencialmente
lingüística (Pocock, op.cit. 1973:34).
Así las cosas, es plausible suponer que la tradición médica occidental se ha
transformado en realidades institucionales materiales solo en la medica en que sus
adherentes, convertidos ahora en actores políticos, han construido y conjugado
jergas científico-técnicas tales que, legitimadas e institucionalizadas por
comunidades profesionales específicas – médicos, etc- han encontrado su
respectiva traducción en términos de determinados diseños institucionales: de allí
que a cada momento histórico dentro de la gran tradición médica occidental haya
correspondido una determinada institucionalidad sanitaria.

En todo ello, Venezuela no solo no ha sido la excepción, sino que, por el


contrario, posiblemente su particular caso reúna características propias de
experiencia modélica. Hay en ello, digamoslo desde ya, una clara preocupación vis-
á-vis la actual coyuntura sanitaria venezolana, caracterizada por la emergencia
enérgica de expectativas en torno a la Medicina que el derecho positivo ha
transformado en mandatos a partir de demandas justiciables. Todo lo cual impone
sobre la otrora mítica acción del sanador, gravosos pesos institucionales al modo de
aquellos contenidos en el Código de Hammurabí25.

Suscribiendo el célebre dictum croceano, creemos que toda historia sanitaria


es, sobre todo, historia contemporánea. La actual crisis del Estado de bienestar en
24
En tal sentido afirma Viso: “la creación del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social significa la
incorporación de la salud pública o colectiva como responsabilidad del Estado aunque hasta la
constitución de 1947 no estén establecidos….los derechos sociales de los venezolanos. Sin embargo,
entre 1936 y 1945 se construye y desarrolla desde el estado una intensa y eficaz política en relación
a la conservación, restitución y promoción de la salud” (Viso, 1999: 135).
25
Con data circa 1760 BC, el Código de Hammurabí constituye una de las piezas de carácter
normativo más antiguas que se conozcan. En ella, los legisladores mesopotámicos establecían penas
corporales –incluso la muerte- al médico que errase en sus diagnósticos o tratamientos prescritos. El
debate político y social alrededor de la penalización del yerro médico ha llegado al extremo de que,
en EE UU, en algunas especialidades como la Cirugía y la Obstetricia los médicos deben encarar en
promedio al menos una demanda judicial bajo alegato del malpraxis cada seis años. Las sociedades
presionan ya no por medios médicos, sino por resultados. La paradoja del llamado “bussiness of
suing” en ese país contrasta con el hecho documentado de que la sobrevida por cáncer y enfermedad
cardíaca se hayan incrementado entre el 70 y el 66%, respectivamente, desde 1950. El fenómeno es
ampliamente comentado en la obra de Atul Gawande. Better. A surgeon´s notes on performance, de
2007.

41
Estados Unidos y Europa que previsiblemente se exprese en Iberoamérica más
temprano que tarde bien justifica una seria reflexión al respecto.

El método de investigación propuesto

El objetivo general de la investigación aquí propuesta es caracterizar las


claves del discurso médico vigente en dos períodos bien definidos del proceso
histórico-político venezolano (1830-1870 y 1870-1936), correspondientes a los
llamados proyectos políticos liberal y positivista, respectivamente, en su expresión
específica en términos de los programas sanitarios característicos de tales períodos.
A tal fin, nos proponemos específicamente:

1. Describir la evolución de los paradigmas científicos vigentes en Venezuela


durante su primer siglo de historia republicana, partiendo del de la llamada
medicina ilustrada hasta el de raíz positivista.
2. Identificar las claves del discurso médico en los períodos históricos
propuestos como función específica de los paradigmas científico-médicos
a los que respondieron.
3. Documentar las expresiones institucionales sanitarias derivadas de tales
discursos médicos.
4. Contrastar el grado de materialización de tales expresiones institucionales
en términos de programas sanitarios estables estructurados a partir de
políticas públicas definidas.

Los mismos han de ser contrastados con evidencias objetivas en cuanto a su


expresión en términos del programa sanitario derivado del cada uno de los
programas políticos aquí considerados. Dichas fuentes están constituidas, en
principio, por tres grandes grupos de fuentes documentales, a saber:

a. las de carácter general


b. las de carácter profesional
c. legislaciones, resoluciones internacionales vinculantes para República
y otros documentos oficiales contentivos de actos de gobierno.

42
En el primer grupo se cuentan revistas y periódicos dirigidos al público
general que dieron cabida a colaboraciones de médicos prácticos y académicos que
con variable rigurosidad acometieron el estudio de determinadas cuestiones en un
ámbitos tan diversos como los de la clínica y la epidemiología. En el segundo grupo
se reúnen a aquellas fuentes constituidas por publicaciones de carácter profesional,
las cuales aparecen en Venezuela a partir del guzmancismo, en tanto que el tercero
compila aquellos documentos emanados de órganos de gobierno con competencia
en materia sanitaria, legislaciones nacionales o subnacionales – leyes, ordenanzas,
etc –y resoluciones internacionales suscritas por la República – caso de las
recomendaciones emanadas de la Conferencia Sanitaria Panamericana de 1923.

Especial atención ha de merecernos el estudio de los mensajes


presidenciales al órgano legislativo, ello en la medida que permitan reconocer claves
en cuanto a política sanitaria de Estado en su dialéctica con el paradigma científico-
médico en su día vigente.

En presente trabajo se propone en lo posible confrontar los contenidos


programáticos así fundamentados con la evidencia práctica contenida en los
presupuestos públicos durante los periodos en estudio, ello como una modalidad
plausible de objetivación del discurso en términos de unas políticas públicas
concretas, advirtiendo que el gasto sectorial sanitario aparece expresado solo en las
leyes de presupuesto a partir de la de 1931.La apelación a las expresiones
presupuestarias contentivas de tales políticas se constituye en una razonable fuente
de validación del grado de su materialización. Por lo menos desde 1931, es posible
identificar y dar seguimiento a la aplicación del gasto público específicamente
dirigido a la cuestión sanitaria. El estudio propuesto se propone contrastar el
discurso sanitario expresado en una determinada política sectorial con la asignación
relativa de recursos fiscales aplicados a tal fin.

Por último, procuraremos a un tipo de fuente distinta de las documentales


constituída por aquellas expresiones pláticas – sea que se traten de obras
destinadas al disfrute privado o público- se distinguen por su intencionalidad política
en tanto que portadoras de claves conceptuales abstractas que encontraron en la

43
plástica su particular vehículo de diseminación, tal y como lo destacan Manuel
García-Pelayo y Quentin Skinner en sus ya referido ensayos.

Capítulo II

El lenguaje de los médicos

“La importancia del uso correcto del idioma radica no solamente en la capacidad para
transmitir en buenos términos el trabajo efectuado, sino el hecho de que es con el idioma
con lo que efectuamos la mayor parte de nuestro pensamiento”
W.I.B Beveridge. El arte de la investigación científica

En el sentido ya señalado de Kosselleck, es posible postular que la historia


del discurso médico occidental no es otra que la de su logización a partir del mito. En
todos los tiempos históricos y sociedades, los ejercitantes del papel social de
sanador procuraron, de modo más o menos consciente, construir un cuerpo de
saberes dotados de alguna sistematización práctica y siempre en perfecta
conjunción con sus respectivos sistemas de ideas y de creencias (Ortega y Gasset,
1941/1997:19)26. Suscribiendo la tesis del historiador de la Medicina hispano-
colombiano Antonio Martínez Zulaica, proponemos abordar la cuestión aquí
planteada a partir del estudio de cinco paradigmas sucesivos – aunque no sin
notables superposiciones entre ellos- a lo largo de la historia de la Medicina
occidental, a saber: la Medicina de los médicos-magos de la antigüedad pre-clásica,
la de los médicos-filósofos de Grecia, la de los médicos escolásticos del medioevo,
la de los médicos racionalistas de los principios de la modernidad y finalmente, la

26
Adoptamos aquí la idea orteguiana de creencia como ese “estado de fe” en el que se soporta la
opinión colectiva, esa “creencia pública” que puede o no coincidir con la individual, sin que por ello
adolezca de vigencia social.

44
medicina de los médicos científicos que tan característica resulta del tiempo actual
(Martínez-Zulaica, 1972: 20).

En cada uno de tales momentos paradigmáticos, la práctica médica se


constituyó a la vez en factor de sustento y en factor sustentado por las formas
políticas características de cada tiempo, dotándose de un ámbito discursivo y de un
marco institucional perfectamente definible en cada caso, todo ello en una compleja
dialéctica a la que procuraremos aproximarnos de manera comprehensiva.

Expresiones sanitario- Episteme general


institucionales y de (“plataforma” desde la
política pública que se piensa)
concretas

Paradigmas médicos
(sus discursos y jergas
especializadas)

Fig. 2. Episteme general, paradigma científico-médico e institucionalidad sanitaria. Relacionamiento


dialéctico.

45
1. Los médicos-magos de la antigüedad pre-clásica

Corresponde a la forma adoptada por el discurso médico en el mundo


antiguo. Desde el punto de vista discursivo, la medicina de los médicos-magos se
inscribe en la teodicea de aquellas grandes civilizaciones. En la episteme de los
antiguos, la enfermedad aparece como un sortilegio, el enfermo como un paria y el
sanador como el exorcisador acreditado por su condición de oficiante de algún culto
de remotísimas raíces. El discurso de enfermedad se funde con el religioso. No hay
conciencia de la enfermedad en tanto que fenómeno físico ni de la terapéutica como
técnica. La enfermedad es, sobre todo, un estado del espíritu y su conocimiento y
cura materia de reserva de las clases sacerdotales.

Las formas políticas que enmarcaron aquella praxis médica fueron las
características del mundo antiguo: el imperio mundi y la ciudad-templo. Son las
civilizaciones del territorio entre el Eufrates y el Tigris y la del valle del Nilo. Sus
dominios eran el único mundo conocido y cognoscible para aquellos hombres y su
imago la representación vívida del mismo, sin semejanza alguna con el Estado
moderno. En el imperio mundi, señala García Pelayo, el poder no es otro que el de
la hierofanía en tanto que “revelación de una fuerza santa y sobrenatural” (García-
Pelayo, M. Las formas políticas del Antiguo Oriente. 1969/1991:1248). La ocupación
del espacio opera desde un único centro de poder que no mantiene relaciones
regulares con el exterior y que no reconoce a ninguna otra comunidad política
distinta a sí misma, constituyéndose –señala García-Pelayo, en una sociedad en la
que “la religión, la política y la economía estaban indisolublemente unidas” (García-
Pelayo,ibidem: 1250).

Consistentemente con ello, la práctica médica en aquellas civilizaciones no


era sino expresión de un saber único supeditado a una ordenatio trascendente.
Siendo así, la enfermedad aparece como una suerte de desviación del curso vital
respecto a una ruta señalada por una cierta idea de destino. En la Mesopotamia,
señala el tratadista venezolano Zúñiga Cisneros, la Medicina es al tiempo empírica y
religiosa, una teurgia en la que demonios y astros rigen el curso de la enfermedad y

46
presiden las funciones fisiológicas. Son Ea, Marduk y Ninuria sus deidades señeras.
En ellas, la enfermedad opera al modo de un castigo (Zúñiga Cisneros, 1978:62).

Para los mesopotámicos, el centro de la vida está en la víscera hepática. Se


tiene al hígado como el órgano rector de la vida y a su exámen –la hepatoscopia-
como el procedimiento central de toda la práctica médica. El sacerdote-médico de
los sumerios, el llamado assipo, no entiende a la enfermedad como efecto de unas
determinados mecanismos merced de unos ciertas causas, ni a los síntomas como
su expresión subjetiva ni a la terapéutica como mecanismo accionante contra ella;
para él, la enfermedad es la materialización de una fuerza maligna, los síntomas
eventos accidentales y la terapéutica un accionar inherente a la fe. El papel social
del sanador recaía sobre el assipo, miembro a su vez de la clase sacerdotal y no de
una comunidad profesional; por lo tanto, su accionar estaba inscrito en una
practicación relativamente asistémica situada en un contexto alejado de la vida civil
27
.

El antiguo Egipto alcanzaría un notable desarrollo en cuanto a técnicas


médicas y quirúrgicas a partir del 2000 AC, con el Reino Nuevo y al erección de la
XVIII Dinastía. El Egipto monoteísta tiene en Immhotep (Amenofis), médico y
arquitecto, a la figura central de su teurgia médica28. Para los egipcios, distinto de los
mesopotámicos, es el corazón el centro de la vida. Sin embargo, los médicos de
ambas civilizaciones no comprendieron a la economía humana en términos de una
determinada división anatómica. Durante la XVIIIa Dinastía ya había en Egipto un
importante desarrollo de destrezas médicas y quirúrgicas, como se demuestra en los
textos médicos recogidos en los papiros de Nahum (1889) – toda una compilación
de técnicas en Obstetricia y Ginecología- de Smith (1862) – en Cirugía- y sobre todo,
el de Ebers, del mismo año – en Patología Médica y Terapéutica.

27
La documentación de las prácticas médicas asirias y caldeas son escasas y se recogen en apenas
spoco más de seiscientas piezas de las más de doce mil que componen la llamada biblioteca de
Assurbanipal. En el campo de la historiografía médica se ha querido tener en el Código de
Hammurabí una expresión de legislación normadora de la práctica médica sumeria, lo que apenas si
puede sostenerse en lo atinente a ciertas prácticas quirúrgicas para entonces tenidas al margen de la
Medicina sacerdotal. No por ellos se trató de una normativa de importancia menor, ya que llegaba a
detallar de manera bastante prolija aspectos tan finos como la fijación de honorarios por tipo de
procedimiento y clase social del paciente, etc. Vease: García-Pelayo, ibidem. 1287 y sucs.
28
Es posible que la figura griega análoga al dios-médico encarnado en Asklepios se corresponda con
una adaptación helénica de la de Immhotep.

47
Sin embargo, se trataba de disertaciones a propósito de relaciones no
inscritas a una racionalidad discernible y en las que destacaba sobre todo una
concepción mágico-religiosa del fenómeno de la enfermedad. La Medicina de los
antiguos egipcios era, pues, esencialmente teúrgica y su práctica, lejos de estar
confiada a una clase profesional, recaía sobre sacerdotes. No por ello dejaba de ser
apreciable el cúmulo de saberes de aplicación médico-quirúrgica efectiva
compilados por los egipcios (i.e la trepanación craneal, la exodoncia), como que aún
Homero lo relatare el verso 230 del canto IV de Odisea:

“La nacida de Zeus guardaba estos sabios remedios; se los dio Polidamna, la esposa
de Ton, el de Egipto, el país donde el suelo fecundo produce más drogas cuyas
mezclas sin fin son mortales las unas, las otras saludables; más allí todos los hombres
allí son expertos como nadie en el arte de curar porque traen de Peán [el dios Apolo]
su linaje” (Homero, 900 aC/2005: 149).

La medicina de los antiguos y sus médicos-magos no debe entenderse en


absoluto como una expresión de Medicina folk en el sentido de Parsons. No se trata
de una expresión “costumbrista” sino de una efusión espiritual que reafirma la propia
existencia de aquellos hombres en el único mundo que les era conocido. De tal
manera que se pudiera postular como criterio definitorio de una civilización, el de
haber construido un sistema de saberes médicos más o menos estable, dotado de
una codificación técnica más o menos específica y encomendado a un grupo social
determinado.

En una necesariamente apretada síntesis a propósito de la Medicina de los


antiguos, hemos de decir que la misma, en tanto que practicación relativamente
poco consciente de sí, no generó discursos perdurables aunque, ciertamente, fue
fecunda en la aportación de técnicas posteriormente sistematizadas por el logos
griego. Así por ejemplo, señala Zúñiga Cisneros, los egipcios nunca nombraron de
manera específica a las entidades patológicas que trataban. Solo las describían a
efectos de sus propias codificaciones ideográficas (jeroglifos). Pero si su fecundidad
técnica fue notable, no lo sería menos en lo atinente a la generación de poderosas

48
simbologías médicas cuya penetración se extenderá a través de los tiempos, incluso
hasta nuestros días (Zúñiga Cisneros, 1978: 90)29.

Los médicos-filósofos de Grecia

La ciudad-estado es la forma política característica de la Grecia clásica y su


representación teórica más clara es la contenida en la ideal republica platónica, a la
que el pensador ateniense dota de todo un esquema de organización del estado
representado en la polis y en el que la Medicina, en tanto que práctica consciente,
sistematizada y, sobre todo, secular, es invocada de modo expreso en el libro
tercero de la Republica:

“Pero en un Estado donde reinan el desorden y las enfermedades no tardarán en


hacerse necesarios los tribunales y los hospitales. Y la jurisprudencia y la medicina se
verán bien pronto honradas, cuando un gran número de ciudadanos bien nacidos las
cultiven con ardor” (Platón, 395 aC/2005: 106).

El papel social específico del sanador ha estado presente en todas las


grandes civilizaciones y su praxis ha devenido en no pocos casos en técnicas
incluso hoy en día esencialmente en uso, solo en la Grecia clásica alcanzó el
carácter de “fuerza cultural de primer orden en la vida del pueblo griego” (Jaeger,
1957/1995:783). Incluso en la modernidad, la Medicina no habría de recuperar
nunca más aquel sitial que ocupare en los tiempos clásicos, ello pese al notable
avance que significara la incorporación a su discurso del nuevo conocimiento
aportado por las ciencias naturales y exactas.

Si bien la Medicina como praxis reunió desde sus orígenes las aportaciones
provenientes culturas anteriores a la clásica – Egipto y Sumeria sobre todo-
incorporadas al quehacer profesional médico de manera más o menos consensuada
y sistemática, la cimentación de lo médico en tanto que un pensamiento específico
surgido por “fecunda colisión” (Jaeger, 1957/1995:784) de tal praxis con la filosofía
de los pitagóricos, tras lo cual adquiere “plena conciencia metodológica de sí
29
Destaca Zúñiga Cisneros la expresión gráfica “Rx”, de uso frecuente en las prescriciones o
“recetas” médicas, como una reminiscencia ancestral del llamado “Ojo de Horus” de los antiguos
egipcios.

49
misma”. La posición de la medicina en aquél tiempo trasciende a la de un mero oficio
para adquirir otra de orden superior, junto a la gimnasia, la matemática, la gramática
y la poesía, disciplinas esenciales de la paideia (véase Lámina II).

Sin tener a menos la influencia de los llamados materialistas jonios y su


particular filosofía de la naturaleza (la explicación “natural” de la enfermedad como
fenómeno ontológico), la nueva conciencia metodológica médica es sobre todo una
aportación dórica, con su centro más importante en la Isla de Cos, donde vivió y
enseñó Hipócrates (Jaeger, 1957/1995: 785). Es Hipócrates quien hace de la
Medicina una praxis consciente de sí misma y metódica y los médicos griegos los
primeros en crear un sistema teórico base de todo un movimiento científico de
influencia perdurable que diera a la vida y sus procesos un “giro técnico” y creara
profesiones especializadas basadas en postulados espirituales y éticos propios.

El médico pasa a ser para los griegos una especie de demiurgo, un creador
de realidades mundanas. Ya no es tan solo un operario de la técnica o arte de curar
(tekhné iatriké o ars medica). Creador de una ciencia específica, de una ordenatio
orientada a la preservación de la vida. Hasta entonces, el ars medica derivó de una
practicación consuetudinaria eminentemente empírica; en lo sucesivo, habrá de
derivar en un cuerpo de conocimiento ordenado a partir de una metódica consciente
de si misma. Tal es la por William Ewart llamada res medica30. En tanto que en
posesión de una res propia y bien diferenciada de los discursos hierofánicos, la
medicina de los médicos-filósofos de la Grecia clásica se habría de distinguir de
aquella que fuera propia de las civilizaciones del Mediterráneo y de Sumeria en tanto
que creadora de un logos a partir del cual habrían de ser diferenciados,
caracterizados y nominados aquellos procesos mórbidos observados en la práctica,
si bien la terapéutica a aplicar frecuentemente coincidiera con la de los antiguos.

30
Conviene aquí ampliar la cita anterior del helenista alemán Werner Jaeger quien señala que “los
médicos egipcios no adolecian ciertamente de falta de especialización, muy acentuada entre ellos, ni
de falta de empirismo. La solución al enigma no puede ser más sencilla: estriba pura y simplemente
en que aquellos hombres no abrazan el punto de vista filosófico ante la naturaleza en conjunto que
abrazan los jonios…pero fueron los médicos griegos, disciplinados por el pensamiento normado de
sus precursores filosóficos, los primeros que fueron capaces de crear un sistema teórico que pudiese
servir de base de sustentación a un movimiento científico…la tendencia progresiva a dar a la vida un
giro técnico y a la creación de profesiones especiales que requieren una especialización basada en
altos postulados espirituales y éticos acequibles solo a un mínimo reducido de personas …surge asi
el ars medica, como lo llamaron los griegos (Jaeger, op.cit:786 y sucesivas)

50
La medicina de los escoláticos

Señala García-Pelayo como “la corona constituye un paso decisivo en el


proceso de objetivación y abstracción del orden político que desembocaría
finalmente en el concepto de estado” (García-Pelayo, M. Del mito a la razón en la
historia del pensamiento político.1968/1991:1071). El señorío feudal es el núcleo y
base político-territorial de aquel orden. Es la corona la que confiere sentido de
unidad a las ciudades y territorios enfeudados, frecuentemente disímiles entre sí, ya
no a través de un vínculo basado en la lealtad personal –al modo de los reinos
germanos del bajomedioevo - sino que en uno distinto, de carácter jurídico-público.
Destaca en ese mismo sentido el autor como al carácter simbólico de la corona en
tanto que referente de la transpersonalización y la legitimización del orden político
medioeval, le continúa el de la corona como concepto jurídico orientado a la creación
de un orden configurado a su vez por la ratio escolástica.

La episteme de los escoláticos es trascendente y tiene en el pensamiento


categórico-analógico a su instrumento por excelencia (Scruton, 1983: 21)31. El
mundo-de-vida feudo-aristocrático emerge contra un mundo inasible y caótico
surgido tras la caída de Roma. Hay en el hombre medioeval una necesidad urgente
de seguridad y de certidumbre. El señor feudal ha de proporcionar la primera a lo
interno de sus ciudades amuralladas, en tanto que es a la Iglesia a quien
corresponde aportar la segunda. La razón escolástica supone una ordenatio en la
que el mundo “se ordena a” lo trascendente – a Dios- apelando para ello a su
unicidad. Surge así una nueva episteme, que no por nutrirse de la tradición
aristotélica, señala con acierto Moreno Olmedo, es griega.

El hombre del medioevo es el hijo de aquel “proletariado externo” que


pugnara por vencer las fronteras del Imperio atraído por sus valores, sus usos y sus

31
La gran aportación que intentara hacer el tomismo bien puede resumirse en una: la descripción de
la relación entre Dios y el hombre apoyada tan solo en la argumentación lógica y sin apelación alguna
a los dogmas de la fe.

51
costumbres (Toynbee, 1975: 229)32. El germano y el visigodo romanizados no son
por ello semejantes al aqueo o al latino de los tiempos antiguos, si bien se adhieren
a una cultura reconocida como superior a la propia. Se observa en el feudo
aristocrático, en tanto que forma política, una notable analogía con los conceptos de
la anatomía galénica; es la que propone en su organización, al modo de la anatomía
humana, al príncipe como “cabeza” en tanto que sus súbditos y vasallos sus
“miembros”. Ello está en lo mismo en Aristóteles que en la anatomía de Galeno.
Destaca Marsilio de Padua como:

“la ciudad y sus partes guardan analogía con el animal y sus miembros perfectamente
formados por la naturaleza, como aparece en Aristóteles…y Galeno en su libro que
llamó De la zoogonía” (Marsilio de Padua, 1324/1989: 76)33.

El siglo XIII, con el surgimiento de la nueva episteme burguesa, hará de la


corona feudo-aristocrática un sujeto ideal de derecho y lealtades, señala García-
Pelayo, que propende a superar a la sociedad cristocéntrica a favor de otra
iuscéntrica (García-Pelayo, 1968/1991.ibidem: 1050).

Señala Zúñiga Cisneros que la medicina medioeval tuvo al menos dos fuentes
teóricas por excelencia, a saber: la propia de la herencia clásica, y la de los autores
latinos decadentes junto a la constituida por producciones profanas de interés
netamente práctico, generalmente a cargo de clérigos (Zúñiga Cisneros, 1978: 339).
Entre los teóricos clásicos figuran esencialmente los textos hipocráticos y sobre todo
los galénicos. La Dictadura de Galeno entenderá su influencia hasta el Renacimiento
y aún más allá, encontrándola todavía vigente en la práctica profesional médica del
dieciocho. Galeno es un destacado cirujano y anatomista. Seguidor de las tesis
hipocráticas, es meritorio de originalidad en tanto que organizador y adecuación de
la doctrina hipocrática a los avances generados a partir del desarrollo del

32
Entre los rasgos distintivos del proletariado externo, Arnold Toynbee destaca su carácter de
“bárbaros de la frontera” que “piden prestada” y aprovechan la cultura de sus vecinos civilizados , a la
que admiran y adhieren.
33
De Marsilio de Padua no suele destacarse, al lado de la de pensador político, su condición de
médico formado en la Universidad de Padua, sabiéndose que ejerció la profesión en el seno de la
sociedad güelfa. Posteriormente habría de desertar al partido gibelino. Véase: Martínez Gómez, L.
Estudio preliminar a El defensor de la paz, Ed. Tecnos, Madrid, p. XVII y sucs.

52
conocimiento anatómico, hecho que fue posible tras la generalización de las
disecciones anatómicas34.

Es a partir de tal conjunción que Galeno teoriza a propósito de la práctica


médica de su tiempo. Así, a su bien conocida Hygieina –escrita en griego koné y
traducida al latín como De sanitate tenda- y sobre todo en su Ars medica, Galeno
resistematiza toda la práctica clínica de su tiempo, ordenandola según principios
más allá de las tesis humorales de Hipócrates, pero en ningún caso abandonándolas
del todo. Las escuelas de pensamiento médico del medioevo – Ravena, Padua,
Salerno y Montpellier- recogieron y preservaron el acervo galénico y lo vertieron en
textos divulgativos de notable alcance. Es el caso del ya mencionado Regimen
Sanitatis Salernitanum, editado en los primeros años del siglo trece y cuya autoría
algunos estudiosos atribuyen al valenciano Vilanova (Siegerist, 1981: 44)35.
El Regimen de Salerno, distinto de la Hygieina de Galeno, no está dirigido
exclusivamente a las comunidades médicas; ni siquiera a las ya para entonces
inexistentes elites sociales para las que fueran escritas –el antiguo patriciado
romano- y a cuyos cuidados se consagrara su autor. Como se ha dicho, la episteme
escolástica, si bien se sirve del pensamiento categórico aristotélico, dista mucho de
la que fuera propia de los griegos. Si para los antiguos la enfermedad era expresión
de un fenómeno de la physis capaz de alterar el ideal equilibrio entre los humores
del cuerpo, para los escoláticos no. La mentalidad escolática entendía a la
enfermedad como el sobrevenimiento de un mal cuyo remedio estaba en la acción
de la providencia divina.

El emperador Graciano, refiere Sigerist, sostenía que el cristiano no


necesitaba vivir de acuerdo con las indicaciones de los higienistas, puesto que quia
sanis omnia sana sunt: “para quien es sano, todas las cosas son saludables”
(Siegerist, 1991: 55). Así entonces, la enfermedad es producto de la transgresión de
normas superiores que más que en el conocimiento médico tendrían su principal
acicate en la observancia de una vida reglada y simple (véase Lámina III).

34
Probablemente haya sido Mundino de Bolonia (1270-1326) el primer gran anatomista posterior a
Galeno. Su Anatomía corporis humani de 1316 está considerada como el primer texto sistemático en
su tipo, destacandose el hecho de que sus observaciones provienen de la disección pública en
tiempos en los que dicha práctica no contaba con la venia eclesial, la que eventualmente obtendría.
35
Esta discutible autoría algunos la atribuyen a Juan de Milano (Joannes Midelanensis).

53
Consistentemente con la nueva ética cristiana, el Regimen salernitano supuso un
intento normativo de uso general ya no destinado a una elite aristocrática sino que a
la generalidad de las masas carentes de una estructura estatal sólida que le
protegiese.

Pero más allá de ser un mero manual de uso del vulgo, el Regimen delineaba una
cierta tipología de conducta higiénica deseable en la que pretendía ser, al modo de
la Isla de Cos en la que habitara y ejerciera Hipócrates, una nueva e ideal civitas
hippocratica en la que las antiguas “reglas de oro” de la buena vida fuesen de
observancia universal36.

Se hace necesario aquí deslindar de la extendida convicción según la cual la


ciencia escolástica – si aceptamos llamarla así- supuso una suerte de cancelación
en el proceso de formación del logos médico occidental, un tiempo de adhesión
ciega y acrítica a la tradición clásica por parte de sociedades transitando un tiempo
en el que el gran referente político y cultural –Roma- había desaparecido, dejando la
espiritualmente huérfana. El bajomedioevo, muy por el contrario, supuso un tiempo
de intensa trasculturización en términos del proceso de logización de la Medicina en
el que otra gran tradición médica, la musulmana, jugaría un papel principalísimo.

Es cuestionable la manera en la que la historiografía occidental ha entendido


la transmisión del legado médico clásico a su propio acervo. Se ha asumido que
dicha transmisión operó de modo más o menos automático y por obra de los cultores
monacales. Destaca el argentino Elia como los manuscritos médicos tanto griegos
como latinos depositados en la gran biblioteca de Alejandría terminaron destruidos
tras los saqueos del 391 AC lo mismo que los que se encontraban en Roma,
reducidos a las llamas por los visigodos entre 410 y 476 AC. Finalmente, durante el
asedio de Justiniano I El Grande al reino de los ostrogodos durante las campañas
trazada por la política de la Recuperatio imperii a mediados del siglo VI, se perdieron
los manuscritos preservados en Atenas (Elia, 2007).

36
A ello se agregan los textos de autores propiamente latinos – Plinio el Viejo y su Naturalis Historia,
entre los principales- cuya obra se diferencia de los fuentes originales griegas de las que los textos
galénicos son esencialmente variaciones.

54
Hay un notable esfuerzo de compilación y catalogación llevado a cabo por los
médicos árabes durante los más de setecientos años que entre 650 y 1450
realizarían salvando de la destrucción grandes textos médicos clásicos. Elia
identifica en la traducción al árabe de la obra de Discórides y de allí al griego, al hito
clave en la integración de la episteme médica clásica en el pensamiento escolástico.
La Materia médica de Discórides fue sobre todo un tratado de Farmacología que
recopila la antiquísima herbolaria de las antiguas civilizaciones del Mediterráneo. La
traducción de la obra de Discórides desde el árabe se realiza en Bagdad hacia el
siglo IX, en los tiempos del gran califato abbasí y llega a Occidente a través de las
embajadas del emperador Constatino VII ante la corte de Abd- ad Rahmán III en
Córdoba, hacia 949. Los médicos bizantinos acceden así a las traducciones al
griego de los textos de Discórides que los médidos árabes grecoparlantes habían
conocido antes en su propia lengua (véase Lámina IV). La diseminación de tales
textos a partir de la acción de los monjes copistas, quienes los vertieron al latín
vulgar (Elia, 2007: 50-62).

La mentalidad medioeval es fundamental en la formación de la res medica


iberoamericana. La ordenatio escolástica hacia lo trascendente impuso al
conocimiento un papel distinto al que tendría a partir de las ilustraciones. No se trató
de conocimiento de menor monta o jerarquía, sino de conocimiento orientado más
allá del mundo de lo material, de lo fáctico. En 1973, los patólogos estadounidenses
King y Meehan documentan la realización de la primera autopsia en Santo Domingo
el 19 de julio de 1533. La lleva a un tal Juan (Johannes) Camacho, cirujano, sobre
los cadáveres de dos gemelas siamesas femeninas fallecidas a escasos días de su
nacimiento. Una cuestión teológica se planteaba en torno a la unicidad de alma de
aquellos cuerpos o, por el contrario, de la presencia de entidades espirituales
distintas en cada uno de ellos (King y Meehan, 1973: 514-544). Las técnicas de
disección anatómica ya estaban sistematizadas en los textos de Mondino de Luzzi,
llamado de Bologna, en 131637.

37
Mondino de Luzzi (1270-1326), el más grande anatomista del bajomedioevo italiano. Su obra
Anathomia corporis humani, de 1316 reintroduce la disección de cadáveres que fuera esencial a la
antigua escuela de Alejandría y que decayese por imposición eclesial a partir del siglo II.

55
Lo destacable a los fines de nuestro problema de estudio es la función que el
conocimiento tiene en el mundo medioeval español que llega a América con la
Conquista, que recurre a él no tanto para resolver problemas prácticos sino relativos
al mundo trascendente. El saber estaba alineado a los poderes fácticos, el
eclesiástico entre ellos. El cuestionamiento vendría de la mano de las ilustraciones y
su cultura en torno a lo práctico a la que ya hemos hecho mención.

Finalmente, es de destacar que con frecuencia aparecieron escritos anónimos


en lengua vernácula, contentivos de fórmulas empíricas destinadas al tratamiento de
afecciones internas así como de las heridas, sin ninguna pretensión de
sistematización o de asentamiento de doctrina; sin embargo, destacan
especialmente las contribuciones institucionalizantes de pensadores católicos
quienes, ajenos al quehacer médico y carentes de formación en él, generaron
elementos de doctrina y “recetarios” de origen frecuentemente monástico, orientados
al las necesidades de practicantes no siempre profesionales que se diferenciaron de
otras prácticas profanas propias de aquel tiempo38.

La Medicina de los modernos

La idea de lo stato en Maquiavelo en el quattrocento italiano puede ser


restrospectivamente conectada con la del defensor pacis de Marsilio de siglo trece y
por lo tanto referida al complejo proceso de despersonalización del poder hasta su
transformación progresiva, como lo señalara García-Pelayo, en el concepto
iuscéntrico que subyace a la corona como institución política. El racionalismo hizo
del derecho natural su expresión jurídica por excelencia por sobre las antiguas
fuentes del derecho consuetudinario; una opción que pone de manifiesto la ciega fe
que se ponía ahora en la razón como proveedora de verdades. Occidente asistía así
a la génesis del estado moderno (Bayona-Aznar, 2006: 11-34)39.

38
Notable es el caso de Isidoro de Sevilla, obispo hispalense. Considerado por Zúñiga Cisneros entre
los últimos representantes de la Patrística, la historiografía médica occidental le tiene entre uno de los
más relevantes hacedores de doctrina pese a ser ajeno a la profesión, ubicando a la medicina a la par
de la Filosofía pues es por esta última que “se curan las almas y por la medicina, los cuerpos”. Ver:
Zúñiga Cisneros, op.cit. 434.
39
De acuerdo con el estudio comparativo de Bayona Aznar, tanto en Marsilio de Padua como en
Maquiavelo, aparece la idea de que, en sí mismo, “el Estado no tiene una finalidad moral, sino sólo

56
En Hobbes, acota Heller, se propone una noción de estado ya no como tan
característico fuera del mundo-de vida feudo-aristocrático – es decir, desde lo
trascendente- sino que desde lo inmanente, por lo que es de esperar que este se
proponga acciones específicas que supongan a su vez a su vez la materialización de
una cierta voluntad política (Heller: 1934/1998:38). Sitúa Garcia-Pelayo en Federico
III de Suabia al precursor de la materialización de tal idea. Como se señalara antes
en el argumento de Kantorowicz, es el surgimiento de las nuevas burocracias en
posesión de determinadas competencias técnicas sobre las que se ha de edificar en
nuevo edificio institucional del estado nacional europeo. Administraciones tan
específicas como las de los tributos, la guerra, el comercio o las cuestiones relativas
al ordenamiento urbano son delegadas en un funcionariado ad hoc inserto a su vez
en una estructura vertical sujeta al poder real (García-Pelayo, M. Federico II de
Suabia y el nacimiento del estado moderno. 1959/2004: 54).

Como hemos dicho al comentar las observaciones de Marsilio de Padua,


abundan las analogías con las jergas de la anatomía de Galeno: el rey como
“cabeza” del reino y la sede de su corte como “capital”, los “órganos” del Estado
como sus miembros efectores y la autoridad eclesial como su “corazón”.

La modernidad política es también hija de la razón. Es la misma línea en la


que inscriben la astronomía galileana, las filosofías de Bacon y de Descartes y la
Medicina de Vesalio. Suscribimos la tesis según la cual, sus orígenes se remontan
hacia el siglo trece, en el tardomedioevo, en el que el surgimiento de un nuevo tipo
de hombre, el hombre burgués, supuso el ocaso de la hegemonía social basada en
el origen y la tierra. En nuevo hombre burgués, como hemos dicho, es ante todo un
espíritu orientado a lo concreto. Su relación con el mundo es material e inmediata y
dista mucho de los fines trascendentes que dominaron la mentalidad del hombre del
bajomedioevo. Su vida transcurre en los barrios de la ciudad extramuros, lejos de las
cortes y de los púlpitos, pues es allí donde se tranza y se comercia.

política; y que el príncipe o gobernante tiene la tarea de garantizar su funcionamiento sirviéndose de


la fuerza coactiva”. Véase: Bayona Aznar, B, op.cit. p. 11-34.

57
El burgués pesa, mide, cuenta. Es la génesis de la catalaxia u “orden global
superior a toda forma intencionada de organización”, en el que “los hombres,
persiguiendo sus intereses, ya sea de un modo completamente egoísta o
completamente altruista, favorecen los fines de muchos otros individuos que
permanecerán en gran parte desconocidos” (Hayek, 1976/1985: 313)40.

Al impulso del influjo ejercido por el nuevo hombre burgués se gesta una
nueva episteme producto a su vez de una nueva ordenatio: ya no ha de ser la del
mundo “ordenado a” lo trascendente, sino que a la razón. El mundo escolástico
dejaba de existir, dando paso al mundo moderno – el del modus hiodernus- opuesto
a aquel otro enraizado en la tradición y el dogma. El nuevo hombre burgués podía
ser un mercader, pero también un artesano, un barbero sangrador o, quizás, hasta
un médico de formación más o menos rigurosa. Las corporaciones universitarias
están aún en ciernes y solo hacen vida académica las escuelas profesionales – de
leyes, como la de Bolonia o de medicina, como las mencionadas de Montpellier,
Padua, Ravena y Salerno- así como las escuelas monacales dedicadas a los
estudios filosóficos y teológicos.

El médico tardomedioeval frecuentemente no se adscribe a los grupos


sociales propios de aquella sociedad estamental -bellatores, laboratores, oratores
(García-Pelayo, M. La constitución estamental.1949/1991: 2204). Su riqueza no
reside en sus posesiones sino en sus particulares competencias técnicas. No debe
entenderse tal proceso al modo de una ruptura radical, puesto que persisten en el
pensamiento médico nociones ancladas no solo en el galenismo, sino, más aún, en
concepciones propias de la medicina pre-clasica41. Solo que su práctica se nutre
ahora de fuentes distintas a las de la tradición galénico-aristotélica.

40
El concepto hayekiano de catalaxia podría parangonarse al de “orden espontáneo” acuñado por el
mismo autor y alude a la gestación de una forma de arreglo social cuyo origen no reside en la
introducción de un orden deliberado sino que en la resultante de innumerables contratos entre
privados con objetivos distintos. El concepto está en el centro de las teorizaciones de la escuela
austriaca de Economía.
41
La idea de la influenza astrorum , invocada por los assipos mesopotámicos como causa
subyacente a los estados gripales, habrá de seguir vigente aún en los albores de la modernidad
médica e incluso hasta nuestros días, siendo que la denominación común de “influenza” con la que se
designan a los cuadros catarrales propios de la infecciones virales de las vías aéreas superiores,
forma parte del verbatim médico contemporáneo.

58
La obra de Andrea Vesalio representa al nuevo espíritu de la Medicina que
supera a Galeno y expone sus falencias no a partir de un ejercicio de elucubración
especulativa sino que desde la demostración anatómica directa. En él, la tradición
cede al peso de la razón. Su pensamiento abandona la especulación y se orienta a
lo positivo (ver Lámina V).

En Vesalio no se argumenta tanto como se demuestra. La mentalidad del


médico tardomedioeval va trascendiendo así a la casi milenaria regla galénica en
medio de una reacción del pensamiento occidental cuyas expresiones iban mucho
más allá del campo médico. Como en la Astronomía de Copérnico, el orden
escolástico es retado. Otro tanto ocurre en el campo de la Lógica formal tras la
reacción de los pensadores nominalistas – de Ockham a la cabeza- cuyas “navajas”
cortan a cercén la plétora de categorías lógicas consideradas inútiles en tanto que
carentes de sentido material concreto. Como se ha dicho, el hombre tardomedioeval
se decanta por lo que ve. Es la fuerza de la evidencia.

La idea vesaliana de la fabrica humana supone la irrupción en Medicina del


pensamiento analítico. A la síntesis integradora del galeno-aristotelismo se le opone
ahora un discurso que desintegra a la economía humana en partes interactuantes
dotadas de una dinámica particular susceptible de ser estudiada como objeto
singular, ello al modo de una gran máquina, de un fino mecanismo de relojería.
Vesalio no es por ello el precursor de la nueva medicina tanto como su primer gran
sistematizador después de Galeno. Pese a que siempre habrá de considerarse a si
mismo un fiel galenista, su obra abrió la puerta a un nuevo paradigma -y con ello,
quizás, a una nueva “dictadura” de pensamiento médico- cuya fuerza alcanza a
nuestros días.

En la idea de la fabrica humana se funda la nueva concepción mecanicista de


la Medicina que integrara en su core aquellas aportaciones principalísimas como las
Harvey y Servet, que tan poca luz vieran en tiempos de intolerancia religiosa. Reza
su sentencia condenatoria por parte de los calvinistas ginebrinos:

“Contra Miguel Servet del Reino de Aragón, en España: Porque su libro llama a la
Trinidad demonio y monstruo de tres cabezas; porque contraría a las Escrituras decir

59
que Jesús Cristo es un hijo de David; y por decir que el bautismo de los pequeños
infantes es una obra de la brujería, y por muchos otros puntos y artículos y execrables
blasfemias con las que el libro está así dirigido contra Dios y la sagrada doctrina
evangélica, para seducir y defraudar a los pobres ignorantes. Por estas y otras
razones te condenamos, M. Servet, a que te aten y lleven al lugar de Champel, que allí
te sujeten a una estaca y te quemen vivo, junto a tu libro manuscrito e impreso, hasta
que tu cuerpo quede reducido a cenizas, y así termines tus días para que quedes
como ejemplo para otros que quieran cometer lo mismo” 42 (En: Barón: 1985: 37).

El paradigma médico inaugurado por Vesalio supuso el triunfo de la razón y


sus ofertas concretas por sobre la tradición y sus promesas postreras. A partir de
entonces, la Medicina occidental ya nunca más declinará su recién adquirida
voluntad redencionista, no ya de las almas, sino que de los cuerpos. Cuerpos
enfermos no en razón de males derivados de los pecados del espíritu, sino que de
efectos cuyas causas han de encontrase en el medio físico circundante. La
enfermedad dejaba de ser una experiencia espiritual afectando lo corporal para
pasar a ser, por el contrario, una experiencia corporal afectando al espíritu (Ver
Lámina VI, sección anexos). En lo sucesivo, cada enfermedad tendrá su sede en
uno o más los órganos que integran la fabrica humana, en principio susceptibles de
ser objeto de un diagnóstico así como de una terapéutica más o menos específica,
al punto de hacerlos, eventualmente, reemplazables (Startzl,1992:7)43.

Con los mecanicistas, el paradigma humoral de los clásicos – al que


correspondía una idea de salud basada en el equilibrio entre tales humores: sangre,

42
Contribuciones fundamentales están en las obras del inglés William Harvey (1578 –1657) médico
real de Jaime I de Inglaterra formado en la Universidad de Padua. Le corresponde el haber descrito la
circulación arterial sistémica (el llamado “circuito mayor”) por efecto del bombeo cardíaco, de todo lo
cual da cuenta en su obra central De motu cordis (1628). Igual mérito toca a Miguel Servet (1511-
1553), español formado en la universidad de París, quien mucho antes describiera la circulación
pulmonar (el llamado “circuito menor”). La notable descripción del aragonés no se publica en un texto
médico sino en una obra de carácter teológico, materia esta en la que Servet fue un notable
exponente y polemista.
43
La referencia obviamente alude a la actual tecnología del trasplante de órganos, disponible en la
generalidad de los países desarrollados, El trasplante de órganos y tejidos, en tanto que reemplazo
de “piezas” enfermas por otras sanas, representa la consagración del paradigma vesaliano. Una idea
que no dejaría de llamar la atención de los hombres de aquella primera modernidad médica, en la
evocación del milagro de los hermanos Cosme y Damián, a quienes la tradición católica y la greco-
ortodoxa atribuyen el milagro de la realización del primero de los trasplantes ortotópico a los que se
refiera la historiografía médica occidental. Especulaciones aparte, es de destacar que la idea según la
cual era dable tomar un órgano sano de cadáver y sustituirlo por el enfermo de un vivo estaba
presente en aquellas mentalidades tanto como hoy en la idea del hombre puzzle (“rompecabezas”).

60
linfa, flema, bilis negra y bilis amarilla - se abandona a favor de la del cuerpo como
máquina. Los lenguajes médicos propenderían a especializarse progresivamente
restringiéndose a cada órgano, su estructura, sus funciones, su particular nosografía
y su terapéutica. Ello supuso una inflexión sin retorno en la construcción del discurso
médico de occidente que se profundizará en la medida en que las nuevas
aportaciones provenientes de los desarrollos en las ciencias naturales y en la
investigación experimental en Medicina desvelen progresivamente los más
inusitados detalles inherentes al funcionamiento de cada órgano integrante de la
máquina humana44.

Las ilustraciones encarnaron el más serio de los esfuerzos del hombre


occidental desde los tiempos de la antigüedad Clásica por poner a la razón en la
rectoría de su vida: “llegará el momento en que el sol brillará sólo sobre hombres
libres que no tengan otro amo que su razón”, diría Condorcet. El desarrollo de la
ciencia –para entonces “filosofía natural”- se enfilaba a hacer de ella “la más
poderosa fuerza de la cultura” (Outram, 2009: 121), ocupando el sitial principalísimo
que hasta ahora se reservara a la Teología.

La nueva medicina vesaliana habría de contribuir con el nuevo curso del


conocimiento al menos en dos sentidos: por un lado, en tanto que hizo suya la visión
de un nuevo tipo de hombre cuyo interés estaría proyectado más al mundo de lo
concreto que al de lo trascendente, en tanto que por el otro contribuyera, tal y como
lo señala Outram, a ir “reemplazando lentamente a la religión como trauma cultural
dominante…inculcando como valor cultural la idea de que el conocimiento era
secular, que se ocupaba del mundo tal y como es y que era a ese mundo al cual
convenía dirigir la curiosidad de los seres humano” (Outram, 2009: 138).

La medicina de los positivistas

Las ilustraciones supusieron también la irrupción del historicismo en el


discurso político, de manera que toda historia desde la Revolución Francesa hasta

44
Una reivindicación postrera del paradigma humoral de los antiguos puede reconocerse en la teoría
de la homestasis de Walter B. Cannon (1871-1945) a partir de su postulación del concepto del “medio
interno” como milleu en el que se verifica la vida celular y cuya alteración se constituye en la base de
todo proceso mórbido.

61
ahora, habrá de ser, esencialmente, historia política. La teoría del Estado no
permanece libre de las influencias propias de tal hecho, a cuya luz también toda
teoría del Estado se torna hasta cierto punto metafísica. Constructos y fundamentos
suprapositivos copan los dominios de la ciencia política de entonces, plenándose su
léxico de lo que Heller llamara “vagos conceptos” elevados ahora a verdaderas
categorías analíticas (Heller, 1934/1998: 40)45. En el criterio del teórico alemán, el
Estado, como organización expresiva de un orden deliberado, se ha desprendido de
su “carácter estático y se convierte en un fragmento de la historia que está
aconteciendo” y su estudio por parte de la ciencia política debe acometerse en tanto
que es, como cualquier otra, una “ciencia de la realidad” y ya no una “ciencia del
espíritu” (Heller, 1934/1998: 63, 70,77).

A todo ello reacciona Kelsen con su idea del Estado en tanto que un “orden
normativo ideal”. En Kelsen, siguiendo el argumento de Heller, el Estado no tiene
otro ser como no sea “su devenir a través de actos de decisión política
constantemente renovados” (Heller, 1934/1998: 84). El Estado no será más un
espectador de la realidad o un ordenador de la misma a partir de acciones más o
menos inmateriales como la generación de leyes y normas: se está imponiendo,
mucho más allá de ello, la noción de un Estado que interviene de manera directa y
material en el complejo juego de variables que operan en la vida de los cuerpos
políticos.

Así, los siglos diecinueve y veinte serán testigos de más profundos y


complejos ensayos de ingeniería social que Occidente conociera, todos ellos
basados en grandes sociologizaciones de la teoría política en sus ofertas de
redención – sea de la nación, de la raza o de la clase- a partir de la acción del
Estado. La influencia de la llamada “filosofía positiva” sería intensa en Iberoamérica,
cuya elites intelectuales vieron en ella la llave epistemológica necesaria en la
construcción del nuevo discurso – republicano, liberal y definitivamente deslindado
de la herencia ilustrada española- que sus jóvenes repúblicas requerían.

45
Se refiere aquí Heller al de “pueblo”, inefable constructo constituido en una constante de casi toda
la teoría política elaborada a partir de la Revolución Francesa. Podría decirse lo mismo de muchos
otros, incluso de cuño muy anterior, igualmente socorridos por la ciencia política de fines del
dieciocho y el diecinueve, como los de “patria”, “raza” y “clase”.

62
El saber médico y sus depositarios con frecuencia habrán de servir como
factores clave en su promoción y su sustentación lo mismo en el campo teórico
como en el político. El positivismo promueve una idea del Estado que ha de operar
como variable contingente en la consecución de unos fines deliberadamente
establecidos tenidos como deseables, todo ello en la promesa – en el fondo una
renovación de aquella que en su día hicieran los racionalistas- de que el mañana
habría de ser necesariamente mejor que el hoy merced de determinadas
intervenciones de carácter tecno-político que, desde el Estado, materializarían el
orden ideal de los positivistas: el del progreso. El pensamiento positivista no
casualmente vino de la mano de intelectuales de formación académica en ciencias
naturales y frecuentemente en Medicina (ver Lámina VII).

La apelación comteana a la “filosofía positiva” suponía en realidad una


apelación a la verdad experimentalmente demostrada por sobre cualquier tipo de
especulación, por sistemática que esta fuere. Nada en la razón es cierto si el
experimento controlado no lo demuestra. La razón es para los positivistas una
proveedora de sistemas de hipótesis a descartar o aceptar previa prueba y a partir
de la evidencia experimentalmente derivada. No es, por tanto, proveedora de
verdades a priori, como lo fuera para los racionalistas puros de un siglo y medio
antes. En tal sentido, el positivismo encarna una ruptura radical con la lógica
deductiva de los racionalista, proponiendo en vez una lógica inductiva según la cual,
las verdades universales solo podrán ser derivadas a partir de experiencias
concretas desde las cuales postular teoremas basados a su vez en sistemas de
hipótesis cuya validez emana de aquellos que ha sido experimentalmente
demostrado. Es la sistematización ulterior de teoremas así derivados la que permitirá
postular leyes de pretendida validez universal capaces, ahora sí, de predecir el
comportamiento de un determinado conjunto de variables distintivas de un fenómeno
bajo ciertas circunstancias.

El intenso desarrollo alcanzado por las ciencias naturales durante el dieciocho


no tardaría en impactar sobre el pensamiento médico ya inevitablemente influido por
la mentalidad racionalista. El médico a partir de Vesalio está formado en la
demostración de los hechos como fuente superior de evidencia; el médico de
mentalidad positivista, a su vez, la tendrá, más allá de la demostración razonada y

63
razonable de los vesalianos, en la experimentación. Una nueva verdad surge así,
verdad esta que no es derivada ni muchísimo menos revelada: es la verdad
experimentalmente validada y que desde tal fuerza aspira ahora en constituirse en
ley universal.

Es Claude Bernard el más preclaro exponente de la nueva corriente médica


positivista46. En su Introducción al estudio de la Medicina Experimental deslinda y
niega cualquier vinculación con el racionalismo cartesiano47. Si el racionalismo
vesaliano encarnado en la fabrica humana sirvió de paradigma por excelencia a la
manera occidental de organizar el conocimiento médico y de sistematizarlo en sus
aplicaciones más sensibles – desde la higiene pública hasta cirugía y la terapéutica
médica- es la “ciencia positiva” la que hace lo propio en la era de la nueva Medicina
Experimental. Ello supuso la entronización de la experiencia controlada en el
laboratorio como fuente única de toda verdad médica.

Todo el discurso médico post-bernardiano se centrará en la enfermedad como


probabilidad matemáticamente estimable e intervenible a partir de unas
determinadas tecnologías, sea que se trate de la aplicación de sustancias químicas
específicamente sintetizadas a determinados fines - drogas terapéuticas- de medios
físicos – radiaciones ionizantes- o incluso de elementos vivos – virus y bacterias de
virulencia atenuada para su uso como vacunas- 48.

Toda la modernidad médica y su discurso está fundada en la línea de


pensamiento que une a racionalistas y positivistas a todo lo largo de dos siglos –de
mediados del dieciocho a mediados del veinte- en los que la síntesis entre
continuidades y rupturas del pensamiento cartesiano traído a la Medicina por Vesalio

46
Bernard, Claude (1813-1878), fisiólogo y médico francés. Es el más importante exponente de la
llamada Medicina Experimental, corriente de pensamiento por excelencia del paradigma médico
positivista.
47
El francés Barral, amigo y biógrafo de Bernard, sostuvo que los aciertos experimentales del gran
fisiólogo se debían a “la meditación y aplicación de las cuatro reglas del Discours sur la Méthode”; sin
embargo, uno de sus más importante traductores al castellano, el fisiólogo mexicano José Joaquín
Izquierdo niega que haya continuidad de uno y otro pensamiento en el largo proceso de ruptura con la
milenaria tradición galénico-aristotélica que es en sí misma la modernidad médica occidental
(Izquierdo, 88).
48
La idea de la enfermedad como probabilidad está en William Osler (1849-1919),en uno de cuyos
célebres aforismos señala que “la medicina es la ciencia de la incertidumbre y el arte de la
probabilidad”. Véase: Stacy, R y B. Waxman (1965) Computers in biomedical research, vol. I
Academic Press, New York-London, p. 320

64
y el positivista venido de la mano de Bernard hicieron posible la superación de la
larga supremacía de la antigua medicina escolástica. Una trayectoria que, lejos de
haber sido lineal, supuso resolver complejas intersecciones en el desarrollo del
nuevo discurso en las que la antigua tradición idealista se asomaba ante las
esperables insuficiencias del mismo.

Como se ha dicho, el paradigma racionalista vesaliano –referido antes como


mecaniscista- entra en precoz crisis tras la reacción crítica de teóricos de la talla de
Bichat y Hunter. Es la reacción de los llamados vitalistas. Desplazada la antigua
teoría humoral de los antiguos, a la que la tradición escolática procurara larga vida
por más de mil años, el nuevo marco referencial proporcionado por el paradigma de
la fabrica humana no surgía en principio con al necesaria fuerza para sustituirlo.
Estamos ante una verdadera crisis de paradigma (Kühn, 1961/2007:165)49.

El vitalismo en Medicina surge como una reacción desde el desbancado


pensamiento idealista ante las insuficiencias de un nuevo postulado paradigmático –
el del mecanicismo- todavía incapaz de contener todas las respuestas a las que sus
propulsores aspiraban. En tal sentido, el vitalismo supuso un notable esfuerzo
intelectual por conciliar las verdades metafísicas propias del pensamiento idealista
con las verdades fácticas demostradas por la fisiología y la anatomía modernas. En
ausencia de una “verdad última” experimentalmente demostrada tras los fenómenos
biológicos sometidos a estudio, se postularía la existencia de una suerte de
“principio vital” inherente a los procesos vivos y en ausencia del cual no era posible
explicarlos.

Sin embargo, una vez más la verdad experimentalmente forjada en los


laboratorios se habría de encargar de proveer de los argumentos de los que el
mecanicismo carecía. En 1852, el químico alemán Wöhler logra la síntesis de urea,
un compuesto orgánico por excelencia, in vitro, es decir, fuera de un sistema vivo50.

49
Las crisis paradigmáticas – esa “conciencia común de que algo ha ido mal”, como diría Kühn,- son
el motor de la ciencia.
50
Wöhler, Frederich (1800-1882), notable químico alemán a quien se atribuye la síntesis en
laboratorio de la urea, un típico subproducto del metabolismo de las proteínas, a partir del cianato
amónico. Ello habría de significar el definitivo abatimiento, por la vía de la evidencia experimental, de
toda la teoría vitalista hasta entonces en boga en los campos de la Biología, la Química y la Medicina
y entre cuyos mentores había estado su maestro en Göttinga, el gran Jons Jakob Berzelius. El

65
La “verdad de laboratorio” demostró, contrario a lo argumentado por los vitalistas,
que tal síntesis era posible, como posible sería la de todos los compuestos
constitutivos de la economía humana.

La Medicina Experimental, en tanto que paradigma de inequívoca raíz


positivista, habría de guiar en lo sucesivo la construcción del nuevo discurso médico
occidental desde mediados del diecinueve hasta nuestros días. La nueva medicina
de laboratorio habría de completar la escisión de la unidad del ser – el espíritu y el
cuerpo, la psiké y el soma de los antiguos- que tan característica fuera de la
tradición médica galénico-aristotélica.

Los grandes sistemas sanitarios que habrían de fundarse en la primera


postguerra y ya desde antes, bajo la influencia de la idea bismarckiana de la
seguridad social bajo la égida de los nuevos estados liberales europeos, serán
expresiones en sí mismos de una manera de entender y practicar la Medicina ajena
a de las prácticas monásticas que sobrevivieron a la propia modernidad. Pero más
allá de ello, la Medicina Experimental daría origen a un nuevo lenguaje médico. La
vida y sus fenómenos se habrían de reexpresar en términos bioquímicos y, mucho
más allá, cuánticos, como en el caso de la denominada Nanomedicina51.
En los sucesivos, el único discurso de sanación social y políticamente
aceptable será aquel que se fraguara en los laboratorios de investigación científica,
templos de la nueva “filosofía positiva”. Occidente conocerá, por obra de las nuevas
ingenierías sociales de la contemporaneidad, la acción del Estado, “científicamente
fundada” en materia sanitaria, puesto que habrá surgido, por fin, lo que bien
podríamos llamar el “Estado médico” o el “Estado que cura”.

vitalismo supuso, a su vez, el último intento del pensamiento idealista por conciliar con el abrumador
avance de la nueva episteme experimental.
51
Nanomedicina se define “as the application of nanotechnology in view of making a medical
diagnosis or treating or preventing diseases. It exploits the improved and often novel physical,
chemical and biological properties of materials at nanometre scale”. UK Royal Society and Royal
Academy of Engineering, 2004.

66
Forma política Paradigma Sistema de jergas Expresiones
predominante médico operante característico sanitario-
institucionales
concretas

El imperio-mundi y la La medicina de los


Ninguno Ninguna
ciudad-templo hierofantes*

Las primeras
nosologías La civitas
La medicina como
La ciudad-estado (sistemas de hippocratica (Isla de
logos
clasificación de Cos)
enfermedades)

La medicina como La medicina Los regimenes


El feudo aristocrático
tradición galénica sanitarios (Salerno)

La acción sanitaria
La medicina
El estado nacional La medicina del estado (la
mecanicista (la
moderno vesaliana Meditzinische
fabrica humana)
politzey)

El estado liberal de La medicina La medicina El estado médico


derecho experimental “basada en la
evidencia”.
*Hierofate: antiguo sacerdote de los cultos sagrados

Tabla No. 2. Paradigmas médicos y formas políticas. Sus derivaciones lingüisticas e institucionales.
Fuente: Gustavo J. Villasmil Prieto

Capítulo III

¿Qué se ha hecho hoy por mis vasallos? La Medicina venezolana del


dieciocho

“El hombre de 1800 siente que el triunfo de la ciencia está asegurado”


Jean Sarraihl. La ilustración española.

67
La primera década del ochocientos hispanoamericano fue la de la ruptura.
Ruptura política con la Metrópoli que pretendió ser, además, ruptura espiritual. Una
ruptura que, como se verá, coincidirá no obstante con notables continuidades en no
pocos quehaceres de aquel tiempo, el médico-sanitario incluido. Más que trabarnos
en hacer inútiles balances históricos sobre aquellos hechos – pretensión que en el
fondo se reduce a hacer del pasado una lectura del presente- surge la necesidad de
abordarlos de un modo más parco, en un esfuerzo por recuperar ese sentido de la
historia –su logos- a partir del cual, quizás, intentar aproximarnos a las complejas
claves de nuestro presente.

Como se ha dicho, carecimos de una gran tradición médica prehispánica que


reivindicar, caso muy distinto del resto de los países andinos y mesoamericanos52
(Archila, 1956:3). La res gestae de la Medicina venezolana y el quehacer que de ella
derivaría –occidentales ambos en su orígen- también proponían romper, aunque no
sin traumas, con la antigua tradición escolástica y galenista en la que había pervivido
la Medicina occidental por casi veinte siglos, intentando abrazar ahora otra distinta,
de raíz racionalista, que surgía de la mano del espíritu de las Ilustraciones y que ya
anunciaba la aurora de la más poderosa corriente de pensamiento médico occidental
que viera luz desde la aparición de la Humani corporis fabrica de Andrea Vesalio en
1543. Nos referimos a la Medicina Experimental inaugurada por Claude Bernard en
su Introducción al Estudio de la Medicina Experimental de 1864.

La irrupción de la nueva episteme supuso la gradual sustitución del


pensamiento antiguo- trascendental y dogmático- por el moderno –práctico y
empirista- en un largo proceso que en su día dará orígen a hitos como los del
Renacimiento y las ilustraciones. La razón hacía al hombre una atractiva promesa: la
de que toda pregunta tendría una respuesta, fundamento de una nueva ordenatio
que no pretendía sacarle del mundo tanto como sumergirle aún más en él. Al mundo
hasta entonces regido por lo trascendente, se oponía ahora otro distinto regido por la
razón. Si algún quehacer hizo suya esa promesa fue el médico. El nuevo paradigma
vesaliano, en buena medida aún vigente en nuestros días, así lo demuestra. La

52
Suscribimos aquí la tesis del venezolano Archila, quien sostiene que “no podemos asegurar que
existiera, paralelamente, una higiene tradicional a semejanza, por ejemplo, de los mayas o de
cualquier otro grupo de los indios americanos”.

68
epifanía del pensamiento vesaliano en Medicina no fue sino la irrupción del
racionalismo renacentista en el núcleo duro del otrora inexpugnable campo del
conocimiento médico categórico que tan propio fuera de la teoría galénico-
aristotélica, al tiempo que las “grandes verdades” de las que se asumía portador el
galenismo estaban siendo desafiadas por la rotundidad de hechos como la gran
pandemia de peste bubónica de 1357 (Cartwright, 1972: 29)53.

La res medica venezolana en el contexto de la ilustración española

Con la entrada en vigencia de un nuevo discurso médico-sanitario, menos


atento a la tradición galenista que a la evidencia fáctica aportada por la disección de
cadáveres y alguna poca y precaria experimentación científica, el inmenso edificio
de la medicina clásica comenzará a ser desmontado de modo ininterrumpido en lo
sucesivo. Así como al Viejo Régimen habrían de oponerse las nuevas fuerzas
desatadas por el pensamiento ilustrado, lo propio habrá de ocurrir en el campo
médico e institucional sanitario.

Si la medicina bajomedioeval tuvo en los sabios salernitanos y en su Regimen


a sus demiurgos, las ilustraciones del siglo dieciocho los tendrían en las nacientes
universidades, cuyas escuelas médicas estarían llamadas a proveer de un
pensamiento distinto del que se derivarían, consecuentemente, una praxis e
institucionalidad distintas a las hasta entonces conocidas 54.

El paradigma médico vesaliano está en la génesis de la medicina ilustrada.


Para Vesalio, la fisiología del cuerpo humano se sustenta en la interacción mecánica
entre las distintas partes que le constituye, al modo de una compleja relojería muy
distinta del equilibrio humoral propuesto por los antiguos. En Vesalio, cada función
fisiológica tiene su asiento material en unos determinados órganos, sedes por
excelencia de toda enfermedad. La expresión institucional de aquella nueva res

53
La referencia es a la pandemia de peste bubónica (la llamada “peste negra”) de 1357,
ampliamente referenciada en la citada obra de FF Cartwright.
54
Nos referimos aquí al ya referido Regimen Sanitatis Salernitanum o Regla Sanitaria Salernitana, el
más importante texto de divulgación médica del medioevo producido por la escuela médica de
Salerno hacia los siglos XII y XIII. Su vigencia en materia de higiene pública se extendió hasta el
s.XIX, con sucesivas aportaciones por autores modernos entre los que destacara el valenciano
Arnaldo de Villanova.

69
medica surgida a partir de una episteme distinta y nutrida ya no por la fuerza de la
tradición sino que de la evidencia, si bien pudo ser relativamente homogénea para el
pensamiento médico de la Europa ilustrada y sus versiones americanas, dejaría de
serlo durante el siglo liberal.

En todo caso, lo destacable a los efectos de las cuestiones aquí planteadas


es que la moderna tradición médica venezolana coincide en sus orígenes, lo mismo
que la europea, con la crisis misma del paradigma médico galénico-aristotélico, al
tiempo que también participa de la tempranas críticas a que debió encarar el
mecanicismo vesaliano. Crisis que surge a la luz de las insuficiencias de tales
teorías ante la contundencia del hecho clínico, pero que tampoco podía encontrar
salidas tomando el camino de regreso al antiguo paradigma de la Medicina
escolástica.

El discurso vitalista sería el llamado aportar la ansiada tabla de salvación


requerida por una ciencia médica necesitada de un ajuste ante las debilidades de un
paradigma de apenas un par de siglos de vigencia enfrentado al inmenso poder de
aquel otro que se mantuviera incólume por más de veinte. Fundado en las
aportaciones teóricas del biólogo y médico alemán de Johannes Müller, el vitalismo
en Biología y Medicina postulaba la especificidad de los fenómenos físico-químicos
que son fundamentos de la vida y la consecuente imposibilidad de su verificación
fuera de los organismos bióticos en tanto para ello se hace indispensable la
participación de un cierto “principio vital” inexistente en el medio inanimado. Una
línea divisoria se oponía así entre los sistemas vivos y los no vivos, desafiando al
reduccionismo vitalista: el de la vida como sumatoria de procesos biológicos
agregados y bajo coordinación común- en el marco de una concepción
“antológicamente simple, pasiva y fácilmente cuantificable” de esta (Prigogine y
Stengers, 1994: 116).

Para el vitalismo, el estatuto ontológico de las entidades vivas no pertenece al


mundo de la physis. En Müeller, los mecanismos íntimos que sostienen la vida son
la expresión última de una vis essentialis que “crea todas las partes esenciales de
los seres vivos y genera en ellos aquella combinación de elementos, el resultado de
la cual es la capacidad de moverse y sentir” (Müeller, citado por Hall, 1969: 261). La

70
llamada “fuerza vital” de los vitalistas aspiraría a contarse en el elenco de aquellas
otras fuerzas naturales para entonces apenas descubiertas – la gravedad, el
magnetismo y la electricidad- como causa última tras los fenómenos biológicos
(Escarpa Sánchez -Garnica 1992: 7).

No hay razones para pensar que tan intenso debate de ideas no estuviere
tomando cuerpo lo mismo en la universidad europea que en la caraqueña. Es Felipe
Tamariz quien declara la ruptura entre la moderna Medicina de su tiempo y la
tradición galénico-aristotélica55. En el curso universitario de 1796, no duda Tamariz
en definir a la Medicina como una ciencia “puramente experimental” distinta de la
episteme aristotélica56. Notable fue el arraigo de las teorías mecanicistas en la clase
médica de la Venezuela monárquica. Al respecto diserta Parra León:

“Predicase que la voz resulta del movimiento de las cuerdas de la glotis; halló acogida
la tesis, probablemente cartesianas, de que considerados los sabores en el cuerpo
que los causa, provienen del movimiento, flujos y otras afecciones mecánicas de las
partículas; se hizo consistir el olor en efluvios de tenues corpúsculos sulfurosos y
salinos que se desprenden de la materia olorosa e impresionan los nervios de la
membrana nasal; diéronse al tacto por sujeto próximo las fibras nerviosas que
componen la piel y están dispersas por todo el cuerpo; y del sonido se dijo que tienen
por órgano los nervios de la lámina espiral y que, propagándose sucesivamente, nace
en el movimiento de las partículas del cuerpo y del aire o medio transmisor” (Parra
León, 1954: 365-6, destacado nuestro).

Pero cabe sobre todo destacar lo ya expresado por Vargas en la lección


inaugural de la Facultad Médica de Caracas del 21 de julio de 1827:

“…cuando en vez de una lectura cansada cuanto inútil, [el estudiante] vea, toque y se
habitúe a manosear los órganos humanos que son asiento de las enfermedades que
van a ocupar su atención….en una palabra, cuando marche por la senda trazada por

55
Felipe Tamariz, segundo Protomédico de Caracas. Sucedió en el cargo a Lorenzo Campins y
Ballester. Adherente a la causa independentista, murió en la los hechos acaecidos en Barcelona en
1814, durante la llamada Guerra a Muerte.
56
En 2001, el profesor Blas Bruni Celli publicaría, bajo los auspicios de la Facultad de Medicina, un
interesante opúsculo titulado Physiología Prima Medicinae, de autor desconocido y datado en 1796.
Dicho texto parece corresponder al cuaderno de apuntes de un estudiante de Medicina de la época
recuperado de entre los papeles de los archivos de la Academia Nacional de la Historia.Escrito
originalmente en latín, debemos el trabajo editorial al propio profesor Bruni Celli.

71
Haller, Hunter, Bichat, Blumenbach y Magendie…”(A. Perera, en: Historia de la
Medicina Venezolana, 1951:132-133)

Nótese en ello el intenso atractivo que el nuevo experimentalismo ejercía sobre


las élites médicas caraqueñas de entonces, la fuerza teórica de la reacción vitalismo
– su tenaz espectro, diría Du Bois- se hacía sentir en las aulas universitarias en los
textos de aquellos mismos teóricos europeos cuyas argumentaciones circulaban en
los medios académicos europeos: el gran cirujano y anatomista escocés Hunter, los
franceses Bichat y Magendie, el alemán Blumenbach, entre otros, ya entonces
referentes principalisimos de la Medicina europea (González Recio, 1992).

¿Qué se ha hecho hoy por mis vasallos?: monarquía, ilustración y medicina en


la Venezuela del dieciocho

La forma política más característica de las ilustraciones fue el por Roscher y


Koser llamado Despotismo Ilustrado. Ya para el dieciocho, las monarquías absolutas
habían desarrollado aparatos estatales de notable eficacia en el manejo de la
cuestión sanitaria. Los pretendidos órdenes universales ya habían sido
efectivamente contenidos por organizadores de la talla de Federico II de Suabia,
creadores de un orden en el que el potestas se oponía al autorictas. Es lo que, a
propósito de las Constituciones de Melfi, Kantorowicz llamara “el acta de nacimiento
de la burocracia moderna” (García- Pelayo, 1959/2004: 12).En dicho espíritu
podríamos autorizadamente incluir a las nuevas burocracias sanitarias de entonces.
No casualmente, es en la Lombardía cedida por España a Austria tras la Guerra de
Sucesión que surge la primera política sanitaria moderna de la que se tenga
documentación.

Es la Meditzinische politzey del austríaco Johan Frank. La “policía médica” de


Frank, de fundamentación eminentemente ilustrada, se constituyó en el referente
teórico necesario en el diseño y creación de una institucionalidad sanitaria dotada de
burocracia y métodos propios consistente con el despliegue organizador que fuera
característico al “cameralismo” (kameralwissenschaft), versión teutona del
Despotismo Ilustrado (Sigerist, 1981:98).

72
Proceso sorprendentemente similar tuvo objeto en el singular campo de la
Ilustración española. Si bien el pensamiento médico hispano de entonces se recogió
de manera más difusa en publicaciones no siempre especializadas y a pesar del
relativo subdesarrollo de sus escuelas médicas, al menos hasta su definitivo control
por médicos de formación francesa invitados a ocupar sus cátedras por iniciativa
regia, la monarquía absoluta española bien pronto generaría expresiones
institucionales en el campo sanitario de impacto tan notable como inmediato. Surge
así, entre otras, la institución del Protomedicato, con funciones rectoras lo mismo en
la materia sanitaria como en la diseminación y validación de conocimiento médico
vigente57.

El pensamiento ilustrado vió la luz en España no tanto en sus universidades


como en corporaciones civiles independientes como las Sociedades de Amigos del
País, diseminadas ya por casi toda la Península para las últimas dos décadas del
dieciocho y organizadas al modo de la primera de ellas, la de las Provincias
Vascongadas, promoviendo todas una nueva cultura, la “cultura de lo práctico”. Al
respecto diserta Melchor Gaspar de Jovellanos en su Oración sobre la necesidad de
unir el estudio de la literatura al de las ciencias pronunciada en ocasión de la
inauguración de los cursos del nuevo Instituto de Gijón en 1797:

“No por cierto; las ciencias serán siempre a mis ojos el primero, el más digno objeto de
vuestra educación; ellas solas pueden comunicaros el precioso tesoro de verdades
que nos ha transmitido la antigüedad, disponer vuestros ánimos a adquirir otras
nuevas y aumentar más y más este rico depósito; ellas solas pueden poner término a
tantas inútiles disputas y a tantas absurdas opiniones; y ellas, en fin, disipando la
tenebrosa atmósfera de errores que gira sobre la tierra, pueden difundir algún día
aquella plenitud de luces y conocimientos que realza la nobleza de la humana especie”
(Jovellanos [en línea] 1797/2011).

Tiempo después, entre 1748 y 1787, proliferaron los Colegios de Cirugía


(Cádiz, 1748; Barcelona, 1760 y Madrid, 1787). En este último dictaría cátedra de

57
¿Qué se ha hecho hoy por mis vasallos?. Se atribuye a Carlos IV la práctica diaria de inquirir a su
primer ministro, Manuel Godoy, respecto del avance de las políticas regias lo mismo en la Península
como en el resto del imperio. Véase: Príncipe de la Paz. Memorias (2 vols). Biblioteca de Autores
Españoles, Madrid, 1956.

73
Anatomía y Cirugía Antoni Gimbernat, acaso el más notable morfólogo hispano
hasta Santiago Ramón y Cajal en el siglo veinte (Sarraihl, 1957: 456- 457).

Larga fue la vigencia de la escolástica en las bases conceptuales de la praxis


médica occidental. Enraizado en las traducciones latinas del Corpus Hipocraticum de
Claudio Galeno, el pensamiento médico occidental categórico, sin base experimental
alguna, se impuso sobre la producción, reproducción y aplicación del conocimiento
médico en tiempos anteriores a los del paradigma racionalista de las Ilustraciones.
La historiografía médica con frecuencia se refiere a tal época como la “dictadura” de
Galeno. Sin embargo, “el hombre de 1800” –sostiene Sarraihl- “siente que el triunfo
de la Ciencia está asegurado” (Sarraihl, 1957: 472).

La organización y generación práctica de la Medicina en la Venezuela de los


tiempos monárquicos, lo mismo que en la Península, se alineaban de manera
consistente con aquél pensamiento, no siendo escasa la literatura de cuño hispano
que viera luz en una época en la que ni social ni académicamente la Medicina
gozaba de los niveles de prestigio y aceptación que solo habría de alcanzar en los
tiempos modernos. Abundaron en aquellos catálogos obras a cargo de clérigos sin
estudios médicos formales pero, también numerosas obras de origen inglés y
francés que de alguna manera procuraban recoger algunos de los adelantos que en
las ciencias básicas –física y química- ya entraban en boga en Europa.

Como lo señala el español Aznar García “los sistemas patológicos todavía


estuvieron influidos por la patología humoral, si bien se hicieron toda clase de
tentativas propias del espíritu de la época por salir de esta concepción” (Aznar
García, 1958).

El pensamiento categórico propio del aristotelismo tomista ya venía siendo


retado desde las cátedras de la universidad caraqueña tras la incorporación a la
docencia del clérigo caraqueño, él mismo un blanco de orilla, Baltasar de los Reyes
Marrero (1752-1809). Marrero, doctor en teología por la Universidad de Caracas,
introduce la lectura de los textos de tan diversos y para entonces novedosos como la
Philosophiae naturalis Principia Mathematica de Isaac Newton (1687) hasta De
revolutionibus orbium coelestium de Nicolás Copérnico (1543). La difusión de este

74
último texto supone uno de los más notables desafíos al verticalismo teórico-
filosófico ejercido por el poder eclesiástico; al fin y al cabo, es la idea del antiguo
modelo geocéntrico propuesto en la antigüedad por Ptolomeo según el cual, son la
Tierra y el hombre puesto por Dios sobre ella, el centro del Orbe.

El sistema llamado heliocéntrico propuesto por la teoría copernicana, ponía al


astro solar como centro del Universo, con nuestro planeta y sus habitantes a su
alrededor como tantos otros cuerpos celestes. La idea de una “revolución” celeste en
la que un astro que gravita en torno al Sol describe una orbita matemáticamente
calculable supuso al mismo tiempo la conmoción de algunos de las premisas
teóricas más incontrovertibles del pensamiento escolástico. Supuso, ciertamente,
una verdadera revolución teórica en el seno del pensamiento occidental cuyos ecos
también habrían de resonar en los predios de la universidad caraqueña.

Tal devenir no habría de fluir libre de dificultades, pues notable fue también la
fallida tentativa de los académicos franciscanos en 1755 por introducir en las aulas
los textos de Johan Duns Scotto.La literatura que por entonces circula de manera
más o menos abierta en las aulas de la Universidad de Caracas merece algunas
consideraciones útiles a los fines de una aproximación a los temas de debate y
reflexión en la academia de aquel tiempo. Duns Scotto encabeza la reacción de la
orden franciscana al severo dominio ejercido por sus pares dominicos, ortodoxos del
aristotelismo-tomismo, lo mismo en el seno de la Iglesia como en sus instituciones
más influidas, ciertamente la universidad entre ellas. Censurados por el Santo Oficio
desde fines del siglo catorce, Scotto y Ockham han de encabezar la reacción
nominalista ante la larga supremacía del pensamiento tomista de inspiración
esencialmente aristotélica.

Está en el núcleo fundamental de la reflexión de Scotto, pero sobre todo, de la de


William de Ockham, la crítica radical a uno de los pilares fundamentales del edificio
conceptual aristotélico-tomista: el principio de individuación, aquel según el cual,
todos los entes comparten una misma esencia, quedando las diferencias notables
entre estos reducidas a la condición de meros accidentes. El conocimiento, por
tanto, se reduce a un ejercicio de continua elucubración en procura de una
aproximación cada vez mayor a dicha esencia.

75
Pensadores posteriores como Pierre Gassendi (1592-1655), fueron también
conocidos por los académicos caraqueños de aquel tiempo, entre los que destaca el
propio Tamariz, a la sazón titular de la Cátedra Prima de Medicina. Gassendi
desafía, como los defenestrados nominalistas del siglo catorce, la supremacía
aristotélica que supedita los métodos experimentales a los apriorísticos. Un
apriorismo que apela a multiplicidad de categorías, base “de las eternas disputas de
nombres y ridiculeces con que se ha hecho despreciable al peripato” como lo
críticamente señalara Marrero y que tan característico fuera de la academia de aquél
tiempo, encarna la crítica radical de una reacción filosófica que rechaza la
sustitución de la realidad por aquellas fórmulas de pensamiento que pretendían
contenerla. Marrero sería encauzado en 1789 ante en Consejo de Indias acusado de
propagar “…máximas y doctrinas contrarias a las que el Rey tiene mandadas, de
mal vasallo, sedicioso y rebelde...” (Leal, 1981: 61). Acusaciones estas que
eventualmente pondrían fin a su carrera docente universitaria.

Pierre Jean George Cabanis aparece, junto con Jean Baptiste Say y Destutt
de Tracy como el más destacado referente de la llamada Ideología francesa de fines
del dieciocho. La ideología francesa no siempre bien acabado esfuerzo por construir,
señala la española Sánchez-Mejía en su estudio sobre la obra de los citados
autores, una “teoría de las teorías, una metodología científica que pueda dar cuenta
del comportamiento humano a partir de sus múltiples dimensiones, capacidades y
necesidades” (Sánchez-Mejía, 2004: XII). La así llamada ideología, en tanto que
“ciencia de las ideas”, como la define Destutt de Tracy, se habría de perfilar como un
poderoso instrumento a favor de la realización de los ideales de la Revolución
Francesa tras la “embriaguez de democracia” que, en palabras de Cabanis,
caracterizase al período inagurado por la Convención de 1792 bajo control jacobino.
La llamada reacción thermidoriana de 1795 supuso un movimiento “hacia la
derecha” de la revolución que habría de poner fin al radicalismo del Terror Rojo y
que se continuaría con el Directorio y finalmente, tras el golpe del 18 Brumario, con
el Consulado bajo la égida de Napoleón Bonaparte.

Reunidos alrededor del Institut de France, fundado en 1795, los por Napoleón
despectivamente llamados “ideólogos” adhieren al bonapartismo en tanto que

76
promesa de materialización histórica de los ideales de la revolución ante los dramas
que habían rodeado su etapa más reciente, siendo un factor clave en la redacción
de la fallida constitución del Año III y, sobre todo, en la del Año VIII58. El ideologismo
encarna la reacción de los ilustrados frente a las tesis rousseaunianas que postulan
un ideal estado de naturaleza del que el hombre se redime por la acción exógena de
las formas políticas, sentido este que subyace en el voluntarismo que tan propio
resulta del pensamiento ilustrado francés; el hombre, antes bien, ensaya y propone
opciones de organización social susceptibles de adaptarse a la aspirada satisfacción
de sus necesidades59. Se identifican así claves de pensamiento analogables a las
del pensamiento utilitarista británico entre cuyos referentes contamos, entre otros, a
Jeremy Bentham.

Cabanis postula la primacía de las necesidades físicas del hombre como


propulsoras de su accionar concreto y cuya satisfacción se procura a través de la
vida en sociedad. Señala Cabanis:

“Todos nuestros conocimientos, y en particular nuestros conocimientos prácticos, son


producto de la observación, de la experiencia y de los razonamientos directos que
extraemos de una y otra. Con estos materiales se construye todo el edificio de las
verdades rigurosas a las que se puede llegar en ciertas ramas de la teoría, y el de las
probabilidades, mayores o menores, que en las artes comunes y en la vida cotidiana
en general, bastan para orientar y dirigir nuestra decisiones” (Cabanis y Destutt de
Tracy, 1795/2004: 6)

Distinta de toda la teoría política de fundamentación ilustrada y racional vertida


hasta entonces, los ideólogos oponen otra de inspiración empírica. Así, el por
Cabanis llamado “arte social” ha producido dos creaciones clave en las formas
políticas propias de los tiempos modernos: tales son la división de poderes y el
sistema representativo. La llamada “ideología” se perfilaría así como una suerte de

58
Creado el 25 de octubre de 1795, el Institut de France agrupa a las cinco antiguas academias
francesas, cuya creación fue anterior a la Revolución. Reestructurado en 1832 durante el breve
reinado de Louis Phillipe, es entonces cuando adquiere su aún vigente organización.
59
En la idea rousseauniana del “buen salvaje” y su redención a partir de la restitución al mundo
amable de la mítica Edad de Oro se funda esencialmente la concepción “galicana” – francesa-de
libertad, que tiene en el Estado al factor llamado a su materialización. En ello difiere radicalmente de
su versión “anglicana”-británica- que la funda, antes bien, en el ejercicio de la libertad individual.
Véase: Hayek, FA, 1959/1991: 74.

77
matriz de de pensamiento de inequívoca fundamentación liberal – en su sentido
“francés”- que sin las ataduras y desviaciones exorbitantes que tan características
fueran del jacobinismo, se impuso la misión de hacer buena la promesa de
modernidad que trajese consigo la Revolución Francesa y que el bonapartismo
buscase materializar60.

Médico de formación, Cabanís desvela en su discurso político claves de


pensamiento absolutamente consustanciadas con el paradigma científico vigente
para la época lo mismo que con los lenguajes médicos que de él derivaron.
Sostienen sus tesis la inmanencia de ciertas “fuerzas secretas” de accionar
indefectible en el mundo, más allá de la acción social colectiva en contrario. De la
acción de tales fuerzas y de las relativas posibilidades de la acción social organizada
sobre su curso continúa disertando el pensador francés en su Rapport du physique
et du moral de l´homme de 1805:

“Un force secréte, toujours agissante, tend, sans relâche, á rendre cet ordre general
et plus complet. Cette vérite résulte également de l´existence de l´état social, de son
perfectionnement progressif, de sa stabilité, malgre des institutions si souvent
contraríes a son veritable but” (Cabanis [en línea], 1805)61.

Entre las muchas fuerzas ignotas a las que se refiere Cabanis está la de la
enfermedad. En Cabanis, la enfermedad general incide en la función cerebral, sede
orgánica – en el contexto vesaliano de la machine vivante del que el pensador
participa plenamente- de la transformación de las sensaciones percibidas en
pensamientos y, finalmente, en acciones. Más allá de consideraciones estrictamente
atinentes a los conceptos médicos y biológicos contenidos en las tesis cabanisianas,
destacan en ellas dos rasgos característicos del pensamiento “ideológico”. Ya
hemos hecho mención de una de ellos, el representado por las “fuerzas secretas” de
la naturaleza operando por sobre las surgidas de la voluntad natural. Se alían a ellas
las fuerzas de la necesidad, a las que también nos hemos referido.
60
“Hasta aquí llega el drama de la Revolución; ahora hemos de comenzar a escribir su historia”. El
dictum se atribuye a Napoleón Bonaparte en ocasión del golpe del 18 Brumario del Año VIII (9 de
noviembre de 1799).
61
“Una fuerza secreta, siempre actuante, tiende, sin descanso, a hacer valer su orden más general y
completo. Esta verdad resulta igualmente de la existencia del estado social, de su perfeccionamiento
progresivo, de su estabilidad, a pesar de sus instituciones si continuaren contrarias a su plausible fin”
(traducción nuestra).

78
Ambas fuerzas, finalmente referidas a lo biológico, habrán de ser encauzadas de
modo tal que pueda materializarse el ideal de libertad justificativo de la insurgencia
revolucionaria contra en Antiguo Régimen. La “ideología” de Cabanis y Tracy de
Testutt se perfilaba así, a efectos del thermidorismo y el posterior bonapartismo,
como lo que en su día fuera el pensamiento rousseauniano al jacobinismo.

Que al más destacado “ideologista” de Francia le encontremos citado y apelado


en la era de los “patriotas ilustrados” venezolanos cobra sentido en tanto que era
misión de éstos la construcción de una república en el sentido moderno por ante la
concepción republicana clásica que le precediera. Las reformas estatutarias de 1827
que harían posible a la universidad republicana en Venezuela se apalancarían en el
“ideologismo” como base epistémica para la divulgación del conocimiento ilustrado.
Un curso común de “Metafísica e Ideología” serviría de iniciación a los nuevos
universitarios previo a su derivación hacia estudios más específicos (Leal, 1981:
132).

La influencia ejercida por una ilustración borbónica empeñada en dar cuenta


de una “segunda Conquista” americana estaba sido de algún modo permisiva con
tales tendencias. No de otro modo puede entenderse la inusitada indulgencia con la
que tales discursos circulan por los corredores de la Universidad de Caracas (Lynch,
2008: 32)62. La difusión de la nueva ciencia ilustrada trajo a América a exponentes de
primer orden incluso en el ámbito europeo. Así por ejemplo, figuras como José
Celestino Mutis – clérigo, botánico y médico gaditano que se estableciera en Santa
Fe de Bogotá hacia 1767, desde donde hace importantes contribuciones a la
Botánica médica con sus trabajos acerca de la quinina (Sarraihl, 1957: 445). Está
Mutis al mismo nivel de científicos naturalistas como Humboldt y Linneo, para
entonces figuras de primer orden en la ciencia ilustrada europea. La política de
Carlos Tercero en materia de investigación científica es clara: la ciencia habría de

62
Al respecto señala Lynch: “La literatura que circulaba en Hispanoamérica, con relativa libertad, no
significaba que quien poseía un libro aceptaba sus ideas, a menudo los lectores americanos querían
estar informados de lo que sucedía en el mundo, aunque el gobierno español intentaba impedir que
llegaran las noticias y la propaganda, este impedimento fue vulnerado por una invasión de literatura
en España y América” (Lynch, 2008: 32)

79
ser un quehacer expresamente protegido por la monarquía ilustrada de los borbones
(Sarraihl, 1957: 450).

De allí entonces que propongamos que la res gestae de la Medicina


venezolana haya sido esencialmente ilustrada y que sus sostenes fundamentales
residieron en las cuatro instituciones médico-sanitarias emblemáticas de aquel
tiempo: la Cátedra Prima de Medicina, el Protomedicato, la Medicatura de Ciudad y
las juntas de la Vacuna y de Sanidad.

La Cátedra Prima de Medicina

La educación médica formal y la práctica reglamentada de las profesiones


sanitarias no casualmente surgen al unísono como expresión de aquel nuevo
espíritu ilustrado promovido –o tolerado, según se vea- por los borbones. Está
operando una reacción contra el conservadurismo escolático de la que participan
incluso connotados referentes médicos que adhieren a la causa monárquica. En tal
sentido, escribe José Domingo Díaz en texto de su autoría aparecido en el
Semanario de Caracas:

“Pero el Redactor no puede dejar de recordar particularmente el estado de


imperfección del estudio de la ciencia delicada de curar al hombre. No hay para ello
más que una clase en que una sola hora por día se dan lecciones teóricas, y las que
por cuatro años forman el tiempo prescrito por la Constitución. Sin demostración
anatómica, sin rudimentos de cirugía, sin lecciones de botánica, sin nociones de
química, sin una clase de clínica”63

La Cátedra Prima de Medicina de la Universidad de Caracas se crea en


octubre de 1763 por gestiones de Lorenzo Campins y Ballester. Para entonces, un
género de pensamiento crítico al aristotelismo tomista ya tomaba vida en la
universidad caraqueña, en la que la literatura ilustrada circulaba de manera más o

63
Semanario de Caracas, No. XXX. Sección Estadística. Le mencionada sección tuvo como redactor
al médico José Domingo Díaz. Véase la introducción de Pedro José Muñoz a la edición facsimilar del
Semanario de Caracas, BANHV, Caracas, 1959.

80
menos abierta (Leal, 1981:60)64. Caracciolo Parra León documentaría la presencia
del pensamiento ilustrado en aquella aún universidad caraqueña bajo el régimen
pontificio, conviviendo en intenso y tolerante debate con la escolástica (Parra León,
1954: 347). La regla eclesiática no sería óbice para que la literatura científica de
nuevo cuño que circulaba en Europa hiciera lo propio en Caracas sin más demora
que la impuesta por las limitadas comunicaciones de entonces65.

Lo mismo se desprende de la revisión de las tesis de grado de bachiller,


licenciado y doctor en Medicina, cuyas temáticas dan cuenta de una notable
superación del discurso galénico-aristotélico y la asunción de uno muy distinto de
raíz claramente ilustrada (Parra León, 1957: 346-47)66. Asistimos aquí a la irrupción
de la lógica y método vesaliano en la producción y transmisión del conocimiento
médico. Pese a la notable ausencia de evidencia basada en la práctica de la
disección anatómica y –mucho menos- de la experimentación, la nueva jerga médica
que se glosa en la universidad caraqueña ha prescindido de la apelación a los
“equilibrios humorales” de los teóricos escolásticos para abrazar otra en la que
destacan ya términos tales como los de “función” (en el sentido de la Fisiología),
“molécula” (en el sentido de la Química) u “órgano” (en el sentido de la Anatomía).

Si bien fue intensa la influencia de un pensamiento hipocrático clásico que se


extendiera más de dos milenios después al amparo de los antiguos textos latinos y
griegos que celosamente conservaran los médicos exegetas de los dominios árabes
en España hasta 1492, el espíritu racionalista en Medicina que alcanza su epifanía

64
A este respecto diserta Idelfonso Leal: “Hasta las últimas décadas del siglo XVIII, la dirección
general de la Facultad de Filosofía fue la escolástica, pero poco a poco la llamada “filosofía nueva” se
fue infiltrando en las aulas y, como consecuencia, frente al silogismo prosperó el método
experimental, frente al criterio de autoridad de los Santos Padres se levantó la voz de la experiencia y
la razón. Y ya triunfante la nueva ideología, hizo crisis el estudio y valor de las ciencias metafísicas”.
65
Hace referencia Parra León al hecho notable de que la teoría evolucionista del francés Lamarck,
publicada en Europa en 1802, fuera ya conocida en los predios de la universidad caraqueña tan
temprano como en 1803. Véase: Parra León, op.cit. p. 446.
66
En la relación de tales trabajos que nos ofrece Parra León, destacan, entre muchos otros, títulos
tales como Humana mens in parte medullari cerebri suas videtur intellectuales functiones exercere,
del graduando Manuel Matamoros y la tesis del graduando José María Vargas titulada Impresiones
externae ad cerebrum usque transmittuntur, non motum fibrarum, nec per spiritus animales, sed per
fluidum nerveum in toto systemate nervoso dispersum, centrada en torno a la fisiología del sistema
nervioso. En el primer caso se aprecia una notable comprensión de los fundamentos anatómicos de
la fisiología normal, en tanto que el segundo supone la inserción de la academia venezolana de
entonces en uno de los grandes debates de la Biología de todos los tiempos, solo superado tras las
aportaciones de Darwin y Mendel, ambos en las segunda mitad del siglo XIX, y de Watson y Crick,
en la segunda mitad del siglo XX.

81
con los médicos físicos del Renacimiento. De tal espíritu participa también el
establecimiento médico caraqueño de la época. Ya para fines del setecientos, los
estudiosos de la Medicina conocen no solo el Curso completo de Anatomía del
Cuerpo Humano de Bonells y Lacaba publicado en 1796 y cuya vigencia se
extenderá hasta el advenimiento de la Anatomía de Vargas, sino que se conocía
también la obra de académicos británicos, como las Lectures on the Materia Medica
del escocés William Cullen67, expresión de uno de los esfuerzos intelectuales más
consistentes de época en procura de la superación del legado hipocrático 68.

Es Felipe Tamariz, quien fuera catedrático de Medicina y el segundo de los


protomédicos caraqueños amén de introductor de los textos de Cullen en la
docencia universitaria de la época. Tamariz, médico formado en la Universidad de
Caracas, es conocedor de Gassendi y por tanto severo crítico del método
aristotélico-tomista, única línea de pensamiento admitida en las constituciones
universitarias de 1721 pero ciertamente no la única. En su discurso, la Medicina era
equiparable más a una ciencia experimental que a una episteme aristotélica. Era
merced, por tanto, el auxilio de las ciencias fundamentales – las nacientes Física y
Química- así como de la metodología experimental propia del empirismo.

Se manifiesta así en nuestra academia la expresión de un conocimiento de


fundamentación práctica en abierta tensión con el de fundamentación especulativa.
Puesto en términos del Gaspar Melchor de Jovellanos: al “espíritu escolástico”, se le
oponía ahora el “espíritu geométrico” (Sarraihl, 1957: 178). Es el caso entonces
reconocer que durante la vigencia del Protomedicato y bastante antes de la creación
de la Facultad Médica, la circulación de literatura médica en Caracas podía
compararse en calidad a la Península, no echándose en falta ni autores ni puntos
de vista radicalmente opuestos a la tradición escolástica.

El Protomedicato

67
Cullen, William (1710-1790). Uno de los médicos y tratadistas britanicos más importantes del siglo
XVIII. La moderna nosografía debe al escocés Cullen los primeros estudios conocidos sobre la
diabetes insipida, trastorno del metabolismo del sodio corporal de origen hipotalámico.
68
El tratado de Bonelles y Lacava se contaba entre los más importantes de la anatomia quirúrgica
europea de entonces. Allí escribió, entre otros, el valenciano Antoni Gimbernat, considerado el más
grande morfólogo hispano hasta de Ramón y Cajal en el siglo XX.

82
El Protomedicato es la segunda de las instituciones sanitarias características
del orden monárquico en Venezuela. Sus orígenes podrían trazarse hasta los
tiempos de la Antigüedad romana, sin embargo, es en la España de Alfonso III de
Aragón, en pleno siglo XIII, cuando toma la forma que habría de caracterizarla, lo
mismo en la Península como en los dominios españoles de ultramar, como la
institución normativa por excelencia en todo lo referente al ejercicio de las
profesiones sanitarias – médicos, comadronas, boticarios y barberos sangradores-
así como al órgano de gobierno y administración de asuntos conexos como la
regencia de hospicios para enfermos, la disposición de basuras, etc. Ningún otro
estado europeo disponía para entonces de instrumento similar.

Habiendo sido instituido en la Nueva España en 1527 y en Lima en 1537, no


es sino hasta 1777 –año de creación de la Capitanía General- cuando habría de
serlo en Venezuela, tras el Real Despacho suscrito en Aranjuez por Carlos III el 22
de mayo de 1777 en el que por vez primera se apela a un término hasta la fecha
desconocido para la jerga médica venezolana: el de “salud pública”:

“…reconociendose se que el objeto de la pretensión del Dr. Campins es que se


establezca un Tribunal que vele sobre los Profesores de Medicina y Cirugía,
reprimiendo y castigando a los que sin serlo hacen uso de estas facultades
metiéndose a curanderos en perjuicio de la salud publica, la humanidad, y más quando
por esta cauza conspiran las Leyes de estos y esos mis Reynos a que se establezcan
protomedicatos que examinen a los que hayan de ejercer la Medicina, prohibiendo el
uso y aplicación a los que no se sujeten a examen y
obtengan titulos formales…”( destacado nuestro)69

Los intentos por promover la institución del Protomedicato en Venezuela


datan, por lo menos, de 1775 y se deben al impulso impreso desde la Cátedra Prima
de Medicina de la Universidad de Caracas por su titular, Lorenzo Campins y
Ballester. Ya desde los tiempos de Felipe IV era patente la voluntad regia en cuanto

69
Nótese que la acepción que dota al término la ilustración española en 1777 difiere radicalmente del
que la que le diera la francesa en 1792: “salud pública” en la Francia de los tiempos de la Convención
era sinónimo de represión política. En la España ilustrada de los borbones era, en cambio, sinónimo
de acción sanitaria de contenido médico. Véase el Real Despacho mediante el cual se crea el
Protomedicato de Caracas en 1777, Archivo General de Indias, Audiencia de Caracas, Legajo No.
317, en Archila, R., 1961, pp.555-556 del Apéndice Documental.

83
a la integración de las cátedras universitarias de Medicina con la institución del
Protomedicato como expresión de una política tendiente a fortalecer la formalización
de una actividad médica frecuentemente asociada a prácticas intrusistas propias de
curanderos. El saber formal, arraigado en las cátedras universitarias, era opuesto así
al saber folk; la práctica reglamentada y sujeta a normas obligatorias se contraponía
al ejercicio intrusista y espontáneo.

La iniciativa de Campins y Ballester a favor de la creación del Protomedicato


se saldó con un impulso institucionalizador solo comparable con el que en 1827
habría de proponer José María Vargas – él mismo producto de aquel tiempo- en el
nuevo contexto republicano.

Las Junta de la Vacuna de 1804 y las juntas de sanidad

En términos de política de Estado, probablemente haya sido la Junta de la


Vacuna la expresión más preclara de la medicina ilustrada venezolana. La
Expedición Filantrópica de Francisco Xavier Balmis de 1804, auspiciada por la
Corona con el fin de diseminar la vacunación antivariólica según la para entonces
novísima técnica del inglés Edward Jenner por los dominios hispanos de América y
las Filipinas, habría de formar parte de una nueva presencia metropolitana en sus
posesiones ultramarinas en la que el argumento técnico cobrase creciente
relevancia aún por sobre el militar, el estamental o el teológico70. No es ya la gracia
regia o la divina las que se vierten sobre los reinos allende el Gran Océano, sino la
de la ciencia.

70
Las ilustraciones marcan el inicio de la primacía del conocimiento útil. El racionalismo cartesiano
devino en el resurgir de las ciencias naturales y sus derivaciones tecnológicas. La técnica vaccinal de
Edgard Jenner no es sino eso: tecnología práctica derivada de la observación razonada de un hecho
concreto. La diseminación masiva de dicha técnica es merito, sin embargo, de la Ilustración española.
En 1802, muy poco antes de que zarpara del puerto de La Coruña la Expedición Filantrópica de la
Vacuna ordenada por Carlos IV, la cáustica prensa inglesa publicaba la caricatura titulada The Cow-
Pox-or-the Woderfull Effects of the New Inoculation de James Gillray (fig.5). En la gráfica se aprecian
quiméricas figuras humanoides de cuyos cuerpos vemos aflorar las monstruosas formas que la
opinión pública de la época atribuía a efectos de la vacunación, todo lo cual contrasta con el marcado
entusiasmo que esta concitó en la opinión pública española, lo mismo en la Península que en los
territorios ultramarinos. Oposición esta basada en argumentos sobre todo de tipo religioso. La
denuncia de la “peligrosa y pecaminosa práctica de la inoculación”, como calificara el clérigo
conservador inglés Edgard Massey hacia 1772, da cuenta de la asunción socialmente compartida de
la enfermedad como castigo divino al que era mandado no oponerse.

84
Es “el inestimable don de la vacuna”, a propósito del cual señala la Gazeta de
Madrid de martes 14 de octubre de 1806:

“El domingo 7 de septiembre próximo pasado tuvo la honra de besar la mano al Rey
Nuestro Señor el Dr. Francisco Xavier de Balmis, cirujano honorario de la Real
Cámara, que acaba de dar la vuelta al mundo con el único objeto de llevar a los de
otras diversas naciones el inestimable don de la vacuna” (Gazeta de Madrid, 1806 [en
línea]).

La Junta de la Vacuna de 1804 constituyó la primera expresión de una política


pública sanitaria específica en Venezuela y su fundamentación teórica fue
eminentemente ilustrada. Su modelo de organización y gestión, diseñado por el
propio Balmis durante su estada en Caracas y que habría de ser replicado
profusamente en todo el imperio español, suponía la creación de redes
adecuadamente supervisadas por la Junta Central, la que a su vez se sometía a los
lineamientos de política sanitaria propuestos desde la metrópoli. Al respecto, diserta
Balmis en el documento fundacional de la junta caraqueña fechado el 15 de abril de
1804:

“…una de las obligaciones principales de la Junta será la de tener sosios


corresponsales en todos los puntos de esta Capitanía General…”(cit. en Archila, R.,
1956: 81).

La extensión a todo el imperio español de ultramar de los beneficios de la


novedosa técnica vaccinal de Jenner se constituyó en una de las prioridades regias
de un Carlos III al frente de la inmensa tarea de revitalizar la agotada presencia
metropolitana en dominios expuestos, entre otros, a las influencias de los procesos
revolucionarios norteamericano y francés71. Refiere el chileno Jacsik en su biografía
de Andrés Bello, citando a Archila, que el número de vacunados en las primeras

71
En el pedestal de la estatua ecuestre de Carlos III, cuya autoría corresponde a Juan Pascual de Mena y que se
exhibe en la Puerta del Sol en Madrid, puede leerse, entre otros muchos hitos de su reinado: “Patrocinio del
estudio de las ciencias, la medicina ,la ingeniería y la artes, favoreciendo la creación de instituciones culturales
y de las Sociedades Económicas de Amigos del País….Promovió las expediciones científicas a América y
Australia…Impulsó la modernización y embellecimiento de las poblaciones peninsulares y americanas mediante
el trazado de paseos y alamedas, el establecimiento de alcantarillado y alumbrado público, la imposición de
medidas higiénicas y de limpieza de las ciudades”.

85
cincuenta y de localidades recorridas por los expedicionarios entre 1804 y 1807 pasó
de 25.000 a 104.700 y de 51 a 107, respectivamente (Jacsik, 2007:50)72. Notable
desempeño este, siendo que la población estimada en toda la Capitanía General de
Venezuela para 1784, de acuerdo con el censo del Obispo Martí, apenas alcanzaba
las 333.532 almas (Archila, 1962: 220).

El “juntismo” sanitario parece correr paralelamente al “juntismo” político que


tras los sucesos acaecidos en la Península a partir de 1808 con motivo de la
invasión napoleónica y la defenestración de los borbones, viviera un inusitado auge
en tanto que reducto último de las fuerzas resistentes al francés y aún leales a la
Corona. Expresión última de un esfuerzo de las élites de entonces por garantizar un
mínimo de gobernabilidad ante el derrumbe de la estatidad española. La nueva
forma de gobierno sanitario, de notable autonomía y poder, toma cuerpo a través de
tales estructuras y se fortalece en Venezuela a partir de 1817 con la creación de la
Junta Superior de Sanidad por el Gobernador y Capitán General Juan Bautista
Pardo.

Es de destacar como dicha junta se instaura sólo tras la caída de la II


República como consecuencia de derrota de Urica y como expresión de un
remozado espíritu absolutista en un Fernando VII apartado ahora del espíritu liberal
de la Constitución de Cádiz que jurase en la Isla de León en 181273.

La medicatura de ciudad

Se crea en Caracas, al modo de las ciudades peninsulares, en 1802 y su


primer titular fue el doctor José Domingo Díaz, fundador junto a Miguel José Sanz
del Semanario de Caracas y a quien veremos involucrados en las actividades de la
Junta de la Vacuna que se crearía apenas dos años después. La creación de la
Medicatura de Ciudad en tanto que institución sanitaria fue expresión de un acto de
gobierno dictado por el Gobernador y Capitán General Manuel Guevara de
72
Bello sirvió como secretario ejecutivo de la Junta al mismo tiempo que José Domingo Díaz, este
último a cargo de los asuntos estrictamente médicos del plan. De la estrecha vinculación de Bello con
la Junta y su actuación da cuenta su bien conocida Oda a la Vacuna de 1804.
73
Dichas juntas, conformadas por todo el Imperio, estarían llamadas, aunque sin éxito, a sustituir a la
vetusta institución del Protomedicato, que en Venezuela perviviera hasta su definitiva abolición por la
República en 1827.

86
Vasconcelos, en principio sin la anuencia del Cabildo de Caracas (Archila, 1956:
27)74. Sobre el “médico de ciudad”, destaca Mario Briceño Iragorry, “más que de
simple beneficencia, sus funciones estaban encuadradas en una realidad sanitarista
que se acerca a la moderna concepción integral de la Medicina” (Briceño Iragorry,
1952).

Para 1808, la estructura de la Medicatura de Ciudad ya se habría sofisticado


al punto de contemplar la división territorial de Caracas en zonas a ser servidas a
título exclusivo por un facultativo a expensas del Cabildo, cuyo voto, ahora favorable,
estableció que “…se dividiese la ciudad en quatro quarteles: que a cada uno se le
señalase un medico a satisfacción de este Ilustre Ayuntamiento”.

De la Medicina Ilustrada a la medicina del periodo republicano. Continuidad y


ruptura

El 25 de junio del año de 1827, apenas uno después de la sanción de los


estatutos republicanos de la Universidad de Caracas, Simón Bolívar suscribe el
decreto de creación de la Facultad Médica de Caracas. El 21 de julio de ese mismo
año, en la histórica capilla de Santa Rosa, se reúne por vez primera la nueva
corporación médica, entre cuyas atribuciones estaba la de examinar y conferir títulos
a aspirantes a médicos, sangradores, boticarios y parteras, vigilar el ejercicio de
dichas profesiones así como la regencia de los establecimientos de farmacia y,
especialmente, proponer a las juntas de sanidad las medidas y reglamentaciones
sanitarias tenidas como convenientes a la luz del nuevo conocimiento médico
ilustrado (véase Lámina VIII, sección Anexos).

La creación de la nueva Facultad suponía, en términos institucionales, la


superación del antiguo estamento profesional encarnado en el Protomedicato. Sin
embargo, no pocos elementos de continuidad, en términos tanto lingüísticos como
epistémicos, permanecerían incontestablemente firmes en los dominios de la nueva
etapa republicana de la Medicina venezolana. Al respecto, destaca Parra León la

74
Contrasta en la génesis de esta institución sanitaria como en tantas otras, la voluntad política de las
autoridades regias en frecuente contradicción con la representación del estamento criollo típicamente
reunida en torno al Cabildo, todo lo cual parece reafirmar el definitivo sello ilustrado y borbónico que
las distinguiera.

87
“Continuidad, pues, y sumamente estrecha, entre autores filosóficos de la
Universidad colonial y los de la Universidad republicana; ninguna dislocación,
ninguna introducción violenta y repentina…” (Parra León, 1957: 391).

Se refiere al historiador venezolano a la vigencia tanto de los pensa de la


antigua Cátedra Prima en las aulas de la nueva Facultad Médica como de la
bibliografía corriente para entonces. Pero la continuidad paradigmática a la que nos
referimos tuvo expresiones organizacionales concretas, a juzgar por la normativa
que en su día emitiera la nueva Facultad Médica de Caracas a fin de incorporar a su
seno a los médicos y cirujanos titulados por el antiguo Protomedicato:

Caracas, Septiembre 26 de 1834

Para Secretaría de Estado en el Despacho de Interior y Justicia

Estando la Facultad autorizado por el estatuto que la rije, para añadir, modificar, ó
suprimir algunos de los articulos de él, bajo las formas y restricciones del mismo
estatuto; ha tomado en consideración la proposición de incorporar en su seno los
cirujanos, que pertenecían al antiguo protomedicato, hecha por uno de sus miembros y
suficientemente apoyada, en 23 de Enero último; la cual fué informada en junta de
ministros de 30 del mismo, discutida y unanimemente aprobada por primera y segunda
vez, en juntas generales de Julio y Agosto últimos; y habiendo sido confirmada con la
misma unanimidad en la general del primero del corriente, conforme al articulo 46 de
su reglamento en los mismos terminos que se propuso, á saber, “propongo á la
Facultad Médica de Caracas tome en consideración la conveniencia de incorporar al
seno de este cuerpo á los cirujanos del antiguo protomedicato que quieran y expresen
por escrito el deseo de esta incorporacion, sujetandose á los estatutos de la Facultad,
como miembros ordinarios”. Se acordo oficiar á Uds. para que por la gaceta del
gobierno se sirva hacer que llegue á noticia de los quieran hacer uso de dicho
acuerdo.
Dios guarde á Uds.

Dr. Jose Joaquin Hernandez75

75
El citado texto da cuenta del primer acto administrativo conocido que emitiera la Facultad Médica
de Caracas con el objeto de revalidar títulos otorgados por la fenecida corporación monárquica con la
sola condición de que sus beneficiarios se acogiesen de modo expreso a los reglamentos de dicha

88
Fue notable la sincronía en la implantación de políticas sanitarias acordes a
las modalidades del momento que la monarquía española ensayara
lo mismo en la Península que en sus dominios de ultramar. Esta “segunda
conquista” de América, en el sentido ya señalado por Lynch, entendía que no eran
ya las huestes indígenas ni las amenazas de las naves corsarias o abanderadas por
príncipes europeos rivales de España las únicas fuerzas opuestas a su presencia en
tan vastas regiones; a ellas se unieron eventualmente, al menos desde el siglo
dieciséis, las epidemias de tisis (tuberculosis), lúes (sífilis) y viruela que se
declaraban en las nuevas ciudades americanas76.

De la notable fecundidad institucional de la Medicina dan cuenta, además de


los órganos de gobierno sanitario ya mencionados, la profusión de degredos (casas
de enfermos) bajo administración secularizada –un total de veinticinco en la
Provincia de Venezuela- a los que las legislaciones locales dotaron, entre otras, de
fuentes de financiación exclusivas no sujetas al control eclesiástico (Archila, 1962:
536)77. Dichas organizaciones y sus respectivas redes habrían de sobrevivir
precariamente a la República; merced de la guerra y del desmantelamiento
institucional de la monarquía en Venezuela, las antiguas instituciones ilustradas
habrían de desaparecer para dar paso a otras nuevas a todo lo largo de un proceso
que se habrá de extender hasta el siglo veinte, si bien tuvo importantes reimpulsos
durante el guzmancismo y en los primeros años del gomecismo. Largo proceso este
en el que, como se demostrará, no fue infrecuente la apelación a fórmulas
organizacionales y a políticas sanitarias de inequívoca raíz ilustrada.

Facultad. Véase: Archivo General de la Nación (de aquí en adelante, AGN), Secretaría de Interior y
Justicia (todas las citas son tomadas de esta sección del AGN), Tomo XCVIII, Exp. 54, f. 348, 1834.
76
Al respecto, diserta el historiador venezolano de la Medicina Ambrosio Perera: “Desgraciadamente
fue mucha la incuria que en el ramo de la Medicina tuvieron en Venezuela las autoridades españolas
y tanto mas nos extraña esta cuanto que sabemos que otras ramas de la ciencia fueron vistas con
especial cuidado por las entidades oficiales y que es hoy un hecho innegable que España, apenas
veía en un territorio americano materia propicia para moldear la cultura, “empezaba a trasplantar allí
todos los conocimientos que en su propia tierra metropolitana atesoraba con nivel no inferior al de los
demás países europeos” Véase: Perera, A (1951) op.cit. p.35.
77
El dato destaca la documentación de normativas municipales (ordenanzas) que reservan a los
mismos los tributos provenientes de actividades económicas específicas como la venta de especies
alcohólicas (guarapos) o actividades lúdicas (peleas de gallos).

89
Parece plausible, por tanto, postular la plena inserción de la Medicina
venezolana del dieciocho en las corrientes del pensamiento médico ilustrado
europeo y español de entonces y sin más brechas que aquellas naturalmente
atribuibles al contexto tecnológico del momento, valga decir, el impuesto por las
modalidades de comunicación ultramarina, la ausencia de imprentas, etc. La
Medicina académica en torno a la Universidad de Caracas bebió de las mismas
fuentes documentales que sus pares españolas, participando de similares
paradigmas y discursos.

Por otra parte, destaca sobremanera la vocación sanitaria del Estado


monárquico al hacer suyas iniciativas de notable envergadura en la materia. Un
hecho que contrasta con el escepticismo que al respecto exhibieron las otras
grandes potencias ultramarinas europeas – la Gran Bretaña y Holanda- que solo
más tardíamente incorporarían las prácticas médicas instauradas en principio por el
Estado español. El avenimiento de la República no supuso la suspensión abrupta de
tal hecho, por lo que puede afirmarse que el nuevo discurso médico vigente a partir
de 1830 –valga decir, el vargasiano- es, como veremos a continuación, tributario
directo de aquel que se forjara bajo el influjo de la denostada ilustración española de
fines del dieciocho.

Capitulo IV

Patriotismo ilustrado y medicina en la construcción de la república comercial


moderna

“¿Qué buscábamos? ¿Una patria? La tenemos ya”


José Antonio Páez, Valencia, 1 de agosto, 1830

Para 1830, tras la secesión de Colombia, las elites políticas venezolanas que
habían hecho la Independencia compartían un proyecto histórico común. Tal era,

90
señala Urbaneja, el de la construcción de una república liberal (Urbaneja, 2004: 15).
Conviene desde ya definir una acepción operativa para uno de los términos más
manidos en la historiografía política venezolana, de tal modo que, a los fines del
presente ensayo, hemos de entender por Estado liberal a aquella forma política
diametralmente opuesta a la que encarnara la monarquía absoluta de la que
Venezuela apenas se desprendía una década antes tras tres siglos de genuina
adhesión a sus instituciones. El nuevo Estado liberal en Venezuela supuso la
adopción de la forma republicana de gobierno representada en una Constitución
escrita llamada a poner límites al Estado, de un régimen de separación formal de
poderes y de una legitimidad en cuanto a origen fundada en el sufragio y no en la
fuerza de la tradición y de las armas.

Hasta aquí suscribimos las tesis de Urbaneja y su particular periodización –


por arbitraria que sea, tal y como el mismo autor lo sentencia- en la necesaria
exploración que nos cabe hacer de la mentalidad de los hombres de aquella época.
Parece claro que en ellos tenía especial preminencia la construcción de una
república distinta a aquella que hasta hacía pocos años fuera una república en
armas. Se aspira ahora a construir una república orientada no a la guerra sino que a
la procura de una cierta prosperidad material que justifique y resarza el terrible costo
material y humano de la contienda78. Se ha propuesto una denominación para aquél
proyecto: de la república comercial o moderna, en el sentido de Siéyes, que tan
marcado contraste supondría respecto de la versión rousseauniana de república
clásica (Blanco, 2009: 134).

Mirna Alcibíades nos propone otro: la república asociada a una cierta idea de
lo “decente”, es decir, a la forja de valores sociales centrados en el trabajo, la familia
y el decoro personal (Alcibíades, 2004: 31). Tal concepción parece muy consistente
con cierta idea de “moral goda”, católica y conservadora, de la que participan, entre
otros, ideólogos de la talla de Fermín Toro. Se pueden comprender ambos
conceptos en tanto que esfuerzos deliberados de las elites de entonces en pro de la
construcción de una entidad política “ordenada a” la consecución de aquellos medios

78
En tal sentido diserta Vargas ante en Congreso Constituyente de 1830 reunido en Valencia: “¿Y es
posible que en vez de afianzar las bendiciones de la paz, hayamos de lanzar el mejor de los pueblos
al medio de los incentivos, de las violentas tentaciones de la guerra?”.

91
materiales que hiciera posible la vida de sus ciudadanos con ajuste a un cuerpo de
valores definitivamente anclados en una visión moderna del mundo y dentro de los
estándares tenidos como deseables para la época.

Se trataba, en fin, de construir una república situada ante los nuevos


escenarios que propone la paz lograda tras veinte años de guerra emancipadora lo
mismo que ante las expectativas razonablemente levantadas por los actores que
asumieron su costo. Hay una búsqueda deliberada del sosiego social, de una
recomposición mínima de la escena venezolana. Surgen alianzas entre grupos hasta
ahora encontrados, siendo notable la incorporación a tal empresa de referentes
políticos que durante los años de la guerra habían permanecido, sino indiferentes o
convenientemente distantes de drama bélico, eventualmente alineados con la causa
monárquica. La república en Venezuela había sido declarada en lo formal y fundada
en lo político: quedaba ahora por delante la inmensa tarea de construirla en términos
fácticos79.

Contra las miasmas, el aseo

En el sentido señalado por Belin Vazquez, la formación del Estado-Nación en


Venezuela “es correlativa con las prácticas ciudadanas y educativas que interactúan
como mediaciones del poder para configurar los cuerpos sociales con específicos
propósitos” (Vázquez, 2007: 1). Ciertamente, tal era la misión que tenía ante sí aquél
nuevo patriciado republicano en el que ha encarnando ahora el espíritu del lo que
Elena Plaza bien llama el “patriotismo ilustrado” (Plaza, 2006:8). En tal sentido, la
idea de conciliar “el cuerpo con el alma”, como lo señala Alcibíades, se constituye en
una tarea más entroncada en la inmensa empresa de construcción de una república
más allá de la razón jurídica (Alcibíades, 2004:83).

La necesidad de “luces” en el afán de dicha construcción está presente en el


centro de las preocupaciones de aquella elite situada ante los despojos del país tras

79
Al respecto señala Alcibíades: “Debo indicar que no se abjuró de la razón ni se renunció a tener
una Constitución y unas leyes a la medida de las expectativas. Pero sí se arraigó el convencimiento
de que echar a andar una república era una empresa que trascendía el gesto de consignarla en el
papel” (Alcibíades, 2004:30).

92
veinte años de guerra. Tan tarde como en 1858 lo advierte Fermín Toro a propósito
del debate parlamentario entre federalismo y centralismo en los albores de la guerra
de 1859- 1863:

“Todos los niños mueren por incuria, por negligencia, por abandono en Venezuela, en
que tanto se necesita el aumento de la población. En los Estados se duplica la
población, si no me engaño, en veinticinco años; en Inglaterra acaso en treinta; en
Francia, cuarenta. En Venezuela no se duplica en medio siglo….El Nuevo Mundo
parecería el Viejo al contemplarlo lleno de ruinas. Los pueblos no crecen; la parte más
bella de Venezuela, los valles de Aragua….no hay más que ver los pueblos: tienen
todos aspecto de milenarios…Los hombres no tienen inteligencia suficiente para
guiarse a si mismos, para ilustrarse, progresar, conocer sus derechos e intereses”
(Toro, F., 1858/1979: 59-68)80.

Son tiempos de profusión de legislaciones y actos administrativos de


contenido sanitario, frecuentemente emanados de legislaturas subnacionales y
gobernaciones de provincia e incluso de órganos del poder nacional (típicamente la
Secretaría de Interior) cuyos precarios medios impedían la plena gobernabilidad de
aquel todavía pretendido sistema sanitario. En todo caso, es de advertir en ellos una
atención más o menos sistemática a asuntos sanitarios tan diversos como el control
de mataderos, de puertos, de degredos para variolosos y aún por la disponibilidad
de profesionales de la medicina para el servicio en las provincias81.

Incluso destacan verdaderos ejercicios de prospectiva epidemiológica ante el


conocimiento de brotes de enfermedades infectocontagiosas lo mismo en el conjunto
de las provincias del interior venezolano como en puertos extranjeros. Lo sanitario
está presente en el quehacer de aquel Estado aún en ciernes.
80
La preocupación de Toro por las cuestiones atinentes a la realidad social marca su discurso político
lo mismo que buena parte de su obra literaria. Así por ejemplo, hay en su novela Los mártires (1842)
una decidida crítica al capitalismo manchesteriano y sus derivas sociales a la que nos vemos
tentados a referir su persistente posición a favor de los sectores socialmente depauperados en la que
se intuye una cierta convicción en cuanto al papel de las elites venezolanas como ductoras de un
cuerpo social débil, todo ello enmarcado en una cierta concepción ético-religiosa del accionar público
que encontramos asimilable al “paradigma agustínico” de la política que nos propone García-Pelayo.
81
Destacan en tal sentido las ordenanzas sanitarias dictadas por la Diputación Provincial de
Portuguesa, en 1852, creando la “medicatura de ciudad”, las circulares emitidas por la Secretaría del
Interior a los gobernadores de provincia instruyéndoles en cuanto al manejo de brotes epidémicos
(1851), la institución de cuarentenas sanitarias en los puertos (1852) e incluso la recomendación
expresa de determinados tratamientos médicos contra afecciones como el cólera o el sarampión
(1852).

93
En el mismo sentido se mueve la acción sanitaria en el resto del mundo
occidental y ello no sin expresiones de comprobada eficacia. No parece distinta la
aproximación a lo sanitario exhibida por las elites médicas venezolanas de aquel
entonces respecto a lo propugnado por los grandes referentes médicos europeos.
Así por ejemplo, en la Inglaterra de principios de la revolución industrial, los
pensadores sanitarios manifestaron desde siempre su clara priorización de lo
medioambiental como causa efectiva de la enfermedad, siendo notable el
abatimiento de grandes endemias urbanas – principalmente de la tuberculosis-
logrado a partir de acciones no de carácter médico, sino que dirigidas al
saneamiento del entorno humano (Mc Keown, 1982: 111)82.

Pueden encontrarse numerosa evidencia de similar persuasión al respecto


entre nuestro medio. Al respecto, es de destacar lo que publicara el caraqueño
Diario de la Tarde el 8 de junio de 1846, en cita que hace Alcibíades (Alcibíades,
2004: 132):

“Llamamos seriamente la atención de la autoridad pública sobre el estado insalubre de


la población…..El tifus sigue progresando - ¿Seguirá el sueño profundo de la
autoridad? ¿No se hará nada a favor de un pueblo aflijido?”.

Se trataba en lo sucesivo de introducir usos, costumbres y modos de vida


consistentes con la nueva condición de ciudadanía que estaba siendo otorgada al
otrora súbdito. El súbdito es masa informe. Más allá de él se sitúa la masa marginal
de indios y negros esclavos; los primeros, aún sujetos a las antiguas leyes de Indias
que les protegían, en tanto que los segundos reducidos aún más a la condición de
bien transable, sin más valor que el del género que sus brazos pudieran producir. El

82
El notable epidemiólogo inglés contemporáneo Thomas McKeown sitúa lo medioambiental en el
centro de toda estrategia tendente al control de las enfermedades infectocontagiosas, lo cual resulta
consistente con toda la teoría al respecto generada en las islas británicas, señalando que “la salud
depende primariamente del control de las influencias ambientales, incluyendo las que el individuo
elabora para sí con su conducta”. Conclusión esta vastamente ratificada en la evidencia empírica,
siendo que Inglaterra y Gales vieron reducidas su tasa de mortalidad por tuberculosis de cuatro mil
por millón de habitantes en 1838 a la mitad en 1880 y a la cuarta parte a fines de los años cuarenta
del siglo pasado, es decir, antes que la identificación del Mycobacterium tuberculosis como agente
causal de dicha enfermedad por el alemán Robtert Koch en 1880 y bastante más con respecto a la
síntesis química de la estreptomicina, primera droga de la que se dispuso para el tratamiento de dicho
mal.

94
ciudadano que se aspira surja es, por el contrario, sostén y fundamento de la nueva
república. En tanto que tal, se hace preciso formarlo, lo que supone introducirlo a un
modo de vida distinto al que fuera propio de su antigua condición servil.

La base discursiva- valga decir, paradigmática- de la práctica médica en


aquellos primeros años de la república en Venezuela no era distinta a la que
predominara en los tiempos monárquicos, es decir, a las que fueran propias de la
Ilustración española. Sus instituciones fueron esencialmente las mismas: la
medicatura de ciudad, las juntas de sanidad y de la vacuna. Una peculiaridad propia
de la experiencia de las jóvenes repúblicas hispanoamericanas. En tal sentido, fue la
profusión de textos-guía para el uso del ciudadano común en los que se difundía, de
modo sencillo e incluso ameno, los lineamientos vitales de la nueva moral
republicana así considerados por las elites rectoras del aquel proceso.

Fueron los llamados “catecismos” republicanos83. En ellos se recogió parte del


ethos sanitario de la nueva república, en el que el autocuidado y la observancia de
normas mínimas de higiene privada y pública. eran tenidas como una expresión en
sí misma de virtud84. Reza así el Manual del Colombiano, de 1825:

Capítulo IX. De la limpieza o aseo

83
El Manual de Carreño, de 1852, constituyó uno de los fenómenos editoriales más notables del
mundo de habla hispana en su tiempo. Hombre ligado a la política conservadora, Carreño lo concibe
como una suerte de guía práctica de vida para las masas, promoviendo desde su profuso cuerpo de
normas una cierta idea del ciudadano “políticamente correcto” necesario en la construcción de una
sociedad distinta. Lo relativo a la higiene personal y pública tiene en esta obra una especial
preeminencia y su argumentación está claramente entroncada con la idea ilustrada de las
contaminaciones y enrarecimientos del aire como causa de la enfermedad y en el aseo como su
mejor profilaxia. Así por ejemplo, en su capítulo segundo señala que: “El aseo contribuye
poderosamente a la conservación de la salud, porque mantiene siempre en estado de pureza el aire
que respiramos, y porque despojamos a nuestro cutis de toda parte extraña que embarace la
transpiración, favorece la evaporación de los malos humores, causa y fomento de un gran número de
nuestra enfermedades”.
84
En la tradición republicana romana, la máxima ciceroniana según la cual “Salud populi suprema lex
est” aplicaba no solo a las amenazas de tipo político o militar al colectivo, sino que se el invocaba
también en lo atinente a las bondades de la acción pública en materia de higiene y calidad ambiental.
De allí la intensa labor de construcción de acueductos y baños públicos llevada a cabo por la
presencia romana en sus provicias de las que abundan importantes vestigios. Más allá de la acción
pública, refiriéndonos al ámbito de la vida privada, la valoración social del aseo personal y el
autocuidado formó parte integral de la cultura del romano común. De ello encontramos referencias
incluso en su literatura. “In aqua sanitas et in vino veritas”, rezaba un verso de Plinio el Viejo: “en el
agua está la salud y en el vino, la verdad”.

95
P. ¿Por qué poner la limpieza en la clase y número de las virtudes?
R. Por ser una de las más importantes en cuanto influye poderosamente sobre
la salud del cuerpo y su conservación.
P.Luego, ¿el desaseo será un verdadero vicio?
R. Si, lo es, y tan verdadero como el de la embraguez y la ociosidad, de que
procede en mucha parte. El desaseo o suciedad es la causa secundaria, y a veces,
primaria, de una multitud de incomodidades y aún de enfermedades peligrosas…Por
eso los antiguos legisladores recomendaron tanto la limpieza que mandaba a expeler
de la sociedad y aún castigaban con pena corporal a los que se dejaba contaminar de
aquellas enfermedades que vienen de la suciedad”.85

La medicina ilustrada y sus teóricos encontraron ante sí limitaciones


institucionales heredadas de la antigua tradición y a menudo atizadas por la
estructura estamental de una sociedad en la que la pertenencia a uno de ellos
trazaba indefectiblemente el destino del hombre desde su nacimiento y hasta su
muerte. Los médicos formados eran escasos y la base institucional de su ejercicio
precaria y esencialmente anclada en los vestigios de la medicina monástica cuando
no reducida al ámbito de una aún incipiente forme de ejercicio liberal generalmente
solo accesible a los estamentos superiores de la sociedad. Por otro lado, y como se
ha dicho, la deriva del racionalismo médico mecanicista, en tanto que paradigma
médico vigente, favorecía una reinterpretación de la enfermedad como efecto de
causas ambientales mas o menos discernibles a las que agregadamente se les
denominara miasmas.

De tal manera que para los tratadistas médicos de la época que habrían de
influir decisivamente en la construcción del discurso sanitario en boga al menos
durante la primera mitad del diecinueve iberoamericano, como el cubano Marcos
Sánchez Rubio, señalarían que:

“no hay duda de que del fermento pútrido han de emanar fluidos de naturaleza pútrida
y estos, comunicándose por las vías ya mencionadas [las vías digestivas, el tractor

85
El Manual del Colombiano, o explicación de la ley natural (1825), ha sido equivocadamente
atribuído a Tomas Lander, por lo que figura en la compilación de sus escritos recogida en la colección
Pensamiento Político Venezolano, de 1961, a cargo de la Presidencia de la República bajo la
dirección de Ramón J. Velásquez, en el tomo correspondiente a la doctrina liberal, p. 76 y sucs.

96
respiratorio, etc]…deben proporcionarnos sus cualidades deletéreas que percibimos
en las calenturas pútridas…” (Sánchez Rubio, M., 1814: 255-256).

El pensamiento médico ilustrado de la época procuró incidir en tal realidad


apelando a su diseminación entre el gran público, a su popularización. Se trató de un
gran esfuerzo de política sanitaria alternativa acicateado por los dos factores críticos
a invocar en una iniciativa de su tipo: las elites médicas y el poder político. La
“medicina doméstica” que propugna el escocés William Buchan no constituye un
discurso huérfano respecto de las grandes corrientes y centros de pensamiento
médico en la Europa de entonces, sino que, por el contrario, está profundamente
anclada en su seno.

La Domestic Medicine de Buchan, editada en 1785, está lejos de ser un


manual de remedios caseros más parangonables con las prácticas folk que con el
discurso médico vigente; muy por el contrario, constituía una prolija guía para la
acción desde el ámbito personal y doméstico, notablemente atenida a los estándares
médicos de la época y claramente limitadora de las acciones legas respecto de
aquellas que debían permanecer en reserva de los médicos profesionales. Buchan
diserta no desde la objetable condición del lego sino que desde la del reconocido
académico que era86.
El segundo acicate del que tal política dispusiera no fue otro que el del poder
mismo. En la España de la ilustración borbónica, no es otro que el conde de
Floridablanca, quien fomenta la primera traducción castellana de la obra de Buchan
hacia 178587. En ella queda expresa la participación del pensamiento médico
ilustrado de la teoría miasmática, como se constata en la explicación causal que el
autor confiere a las llamadas calenturas pútridas”:

86
Buchan, William, castellanizado a Guillermo (1729-1805). Médico y tratadista escocés. Su célebre
Domestic Medicine: or, a treatise on the prevention and cure of diseases by regimen and simple
medicines de 1769 fue un manual de medicina práctica para uso del público lego y que posiblemente
constituya una de las publicaciones médicas más difundidas y de mayor impacto en la historia
moderna tratándose de un texto de carácter divulgativo en principio no dirigido al lector profesional.
Solo posteriormente se le incorporaría un apéndice para uso profesional.
87
Floridablanca, José Moñino y Redondo, conde de (1727-1808) Junto a Pedro Pablo Abarca de
Bolea, conde de Aranda, figura principalísima de la Ilustración española durante las reformas
borbónicas de fines del dieciocho.

97
“Nace del ayre viciado por el conjunto de muchas personas en un paraje estrecho sin
ventilación…La constitución de un ayre encerrado en tiempo muy llovioso, o de
nieblas, también ocasiona fiebres pútridas…” (Buchan, W., 1818: 151).

Similares posturas observan referentes de la talla de Thomas Sydeham88 en


Inglaterra y Louis-René Villermé89 y Philibert Guybert90 en Francia, todos
radicalmente convencidos del poder patógeno de las putrideces ambientales y sus
fuentes de orígen, las de orden social incluídas.

La creación de la institucionalidad sanitaria republicana

Lo sanitario debía, por tanto, trascender el reducido ámbito de la situación


clínica y permear la vida de las gentes aún en sus expresiones más elementales,
desde el aseo personal hasta las maneras en la mesa. La salud se constituía, como
en la antigüedad clásica, en una virtud cívica, quedando definido su papel en la
construcción de la república. Consistentemente con el espíritu liberal de la época, lo
sanitario se situaba en el dominio de lo personal. Numerosos manuales, cartillas y
publicaciones en la prensa secular dan cuenta de un esfuerzo nacional más allá del
naciente Estado por popularizar lo sanitario como fase previa a su incorporación a la
cultura cívica. No era esta corriente ajena a lo que ocurría en Europa, en los que la
llamada Medicina Social ya tomaba cuerpo lo mismo como praxis que como
disciplina científica.

El esfuerzo institucionalizador de los patriotas ilustrados en el campo sanitario


fue notable. Tan temprano con en 1832 ya se disponía de legislaciones con las que
se pretendió normar en tal materia, ciertamente que a partir de premisas y

88
Sydeham, Thomas (1624-1689). Eminente clínico británico, llamado “el Hipócrates inglés”.
Célebres son sus descripciones de los desórdenes coreiformes posteriormente atribuidos a la
infección estreptocóccica.
89
Villermé, Louis René (1782-1863). Médico y economista francés, considerado uno de los
fundadores de la Medicina Social y la Ocupacional.
90
Guybert, Phillipe (1549-1633). Médico y tratadista francés, pionero en la producción de textos
médicos divulgativos dirigidos al público general. Para Guybert, el carácter elitesco de la atención
médica en su época justificaba poner al alcance del público lego aquel conocimiento específico que le
permitiera un mejor autocuidado, con lo que lograría una notable independencia respecto de los
cerrados círculos de la profesión médica de entonces. Su obra fundamental, Le Médecin charitable de
1623, reeditada numerosas veces durante el siglo diecisiete, marcón un importante hito contra los
privilegios de las clases profesionales – la médica y la farmacéutica- a favor de las masas social y
médicamente deprivadas.

98
estructuras idénticas a las heredadas de los tiempos monárquicos. De tal modo, la
Ley Orgánica de Provincias dictada el doce de octubre de 1830 dispondría la
creación de una Junta Superior de Sanidad, de pretendido alcance nacional, a la que
se adscribirían todas aquellas de carácter provincial cuya formación estaba
igualmente dispuesta. El 19 de abril de 1831 dicha junta se instala en Caracas,
según consta en comunicación dirigida por sus autoridades al Secretario de Estado
del Interior el 26 de enero de 1832:

“La Junta Superior de Sanidad que establece el artículo 83 de la Ley Orgánica de


Provincias fue instalada en esta capital el día 19 de abril de 1831 y también lo fueron
las de los cantones de Cumarebo y San Luis, faltando la de otros por inconvenientes
que han tenido” (AGN, T.XLIX, Exp 4, ff. 13-61, 1832).

A las naturales dificultades impuestas por la geografía es necesario añadir


otras dos: la escasez de recursos financieros así como la de facultativos. En el
primer caso, las diputaciones provinciales no dudaron en proveer a sus órganos
ejecutivos de las más amplias facultades en lo atinente al gobierno sanitario, de
modo que las grandes funciones atinentes a planificación, control de la gestión y
ejercicio de la autoridad en los establecimientos y dependencias a ellas adscritos
observasen una inequívoca sujeción a la autoridad con competencia sanitaria, con lo
cual quedaba definitivamente cancelada toda forma de organización sanitaria sujeta
a mandato eclesial.

La idea ilustrada está presente en la institucionalidad sanitaria de entonces.


Se dispone en el articulado referido al tema en la referida Ley Orgánica de
Provincias de 1830 en su Capítulo VI, artículo 83, que

“en la capital de cada provincia se formará una junta de sanidad compuesta del
gobernador, del obispo, o su vicario general, y donde no lo haya, del cura párroco, del
procurador municipal, de dos munícipes o vecinos elegidos por el concejo municipal y
del facultativo o facultativos que nombre la junta…” (Cuerpo de leyes, decretos y
resoluciones sancionados por los Congresos de Venezuela en los años 1830,
1831,1832 y 1833, 1833: 83).

99
Aún del aspecto económico-financiero de la sanidad se habría de ocupar la
legislación de entonces. Rentas de origen tan diverso como las derivadas de
algunos tributos específicos como los impuestos a especies alcohólicas (guarapos) o
de tasas por derecho de anclaje de naves en el puerto de La Guaira, de cuya
aplicación a tal fin ya tenemos noticias desde los tiempos monárquicos. En su
articulado, dicha ordenanza reserva al Gobernador de la Provincia aspectos de
política sanitaria tan diversos como la designación de los médicos, cirujanos y
capellanes al servicio de los establecimientos sanitarios provinciales, la supervisión
directa de éstos en cuanto a su desempeño y aún el control personalísimo de todo la
atinente a la procura de alimentos y medicamentos necesarios para el
funcionamiento de estos91.

El segundo tipo de dificultad que hubieron de enfrentar las elites sanitarias de


entonces estaba en la limitación en cuanto al número de facultativos médicos
disponibles para el servicio en los distintos cantones y provincias. La novísima
Facultad Médica de Caracas ya ejerce un control pleno sobre la emisión de títulos
profesionales y el desempeño de sus titulares, pero aún no es capaz de proveer de
médicos a la totalidad de las provincias que los demandan92. Las provincias se
dirigen a la Secretaría de Estado del Interior y a la Facultad Médica en solicitud de
graduados, más escasos en algunas respecto de otras, que, como la de Mérida,
eran sede de centros de estudios médicos:

“Sobre la falta de facultativos para instalar las juntas de sanidad, debo informar al
Gobierno Supremo que no habiendo esta [ ]…las juntas de sanidad [se instalaron]
en los términos que dispone la ley, están establecidas en todos los cantones de esta
provincia” (AGN, T. XXXV, Exp.35, ff. 326-354, 1831).

En muchas otras, no obstante, la dificultad en tal sentido será mayor, al


depender de designaciones hechas desde Caracas. En tal sentido destacan los
requerimientos hechos por la Secretaría de Estado del Interior a la Dirección de la

91
Articulo 5, ordenanza del 9 de diciembre de 1831.
92
En resolución del 12 de mayo de 1838, la Facultad Médica de Caracas establece las formalidades
académicas exigibles a todo médico, cirujano o boticario a los fines de su ingreso al ejercicio
profesional.

100
Facultad Médica de Caracas en solicitud de los listados de graduados en Medicina a
fin de procurar su mejor distribución territorial.

En síntesis, podemos identificar durante el período entre 1830 y 1845 y aún


más allá, una expresión de una “sobreemisión de energía institucionalizadora” –
Soriano de García Pelayo dixit- en favor de la reconstrucción de una organización
especializada mínima acorde con la nueva idea republicana de Estado, algunas de
cuyas claves más relevantes en materia sanitaria a destacar están en aquellos
elementos tanto de continuidad respecto de la tradición monárquica heredada como
de clara ruptura con esta. Continuidad expresada en la preeminencia que aún
jugarían instituciones sanitarias típicas de la ilustración española, con la excepción
del antiguo Protomedicato ahora sustituido en sus competencias por la Facultad
Médica.

Como se ha dicho, las juntas sanitarias y de la vacuna, lo mismo que las


medicaturas de ciudad creadas por los ayuntamientos a fines del dieciocho,
continúan plenamente vigentes93. Fuera de ellas, no existe ningún otro órgano de
gobierno sanitario de alcance nacional, siendo notable el esfuerzo que desde
diputaciones provinciales y cabildos se hace para ajustar en lo posible al Estado a
las tareas derivadas del nuevo credo patriótico ilustrado. Expresión de ello lo sería,
no casualmente tratándose aquella de una “república de comerciantes”, la sanidad
portuaria. Abundaron las legislaciones y normas de rango sublegal destinadas a
regularizar con arreglo a un criterio sanitario moderno la actividad generada por el
movimiento portuario de mercancías y personas.

No fueron infrecuentes la alusiones a las noticias que sobre brotes


epidémicos en Europa llegaban a Venezuela y generaban respuestas sanitarias más
o menos orgánicas con el fin de prevenir su expansión en el ámbito de su territorio.

El impetu institucionalizador que alrededor de la Medicina trajese consigo la


República tuvo su expresión más clara en el rectorado de Vargas. La Medicina

93
La Junta Superior de Sanidad de Venezuela se crea en 1817. Las juntas subalternas por provincias
se habrían de crear muy posteriormente, destacando el caso de la de Barcelona que data de 1829 y
la de Acarigua, de 1852.

101
venezolana, ilustrada en su origen, no exhibía una liason tan vinculante respecto de
la tradición escolástica como sí la Filosofía, la Teología o el Derecho, a cuyas
fuentes se remitieron hasta el fin los mentores del recién fenecido antiguo régimen.
La Medicina venezolana renacía bajo la égida vargasiana con el impulso de un
incesante viajero por las grandes escuelas médicas europeas, alumno de referentes
de la talla de Barclay en Escocia y el mismo un notable investigador en los campos
de la Botánica médica en la apacible Puerto Rico, posesión ultramarina española
alejada de toda contienda y cuyo status como tal se mantendría invariable durante
casi todo el siglo diecinueve. Vargas y su discurso médico están intactos y sin
deudas teóricas con un pasado del que todos abominan.

A todo ello debe sumarse el inmenso poder de las voluntades


institucionalizadotas que le respaldaron: el propio Bolívar primero y, después de
1830, Páez. En julio de 1827, Bolívar decreta la creación de la Facultad de Médica
de Caracas a la usanza de sus pares europeas, todas organizadas a partir del
modelo de la universidad napoleónica. En ellas se disecan cadáveres en
demostraciones anatómicas rigurosas y libres de las restricciones del Santo Oficio.
Circulan en sus aulas los textos de los grandes autores europeos para entonces en
boga. Libertades y ventajas estas de las que no gozaron los estudiosos en el resto
de las facultades.

La tradición médica venezolana nació, por tanto, republicana. Adoptar su


credo y sus formas no supuso mayores costos para sus estudiosos, cuyos nuevos
flujos técnicos y conceptuales derivaban de fuentes muy distintas a las tradicionales.
El costo de la ruptura con el status quo de la monarquía se les hacía tolerable.
Situación muy distinta a los estudiosos del Derecho, al fin y al cabo una disciplina
esencial en la sustentación de aquella (a Roscio lo publicarían en Filadelfia solo
años después), o de la Filosofía, ello pese a las notables iniciativas intelectuales de
las que da cuenta la relación de textos y autores introducidos desde fines del
dieciocho en las distintas cátedras de la Universidad de Caracas.

Las expresiones institucionales de la nueva sanidad republicana en


Venezuela permanecieron, no obstante todo ello, notablemente asidas a las
creaciones del pasado monárquico, incluso con frecuencia sin llegar a equipararsele

102
del todo. La republica no produjo iniciativas de política sanitaria de la envergadura y
complejidad técnica de la Expedición Filantrópica de la Vacuna de 1804 como
tampoco arquitecturas institucionales distintas a las ya mencionadas de la
medicatura de ciudad y las juntas sanitarias y de la vacuna. La Facultad Médica, si
bien tuvo atribuciones regulatorias especialmente en lo relativo al control y vigilancia
del ejercicio de las profesiones médicas y relacionadas (barberos sangradores,
comadronas, etc), no se planteó a la manera de un órgano sanitario rector intérprete
y efector de una política que, como las mencionadas, encarnasen una voluntad de
Estado.

A lo sumo, órgano consultor del Estado en las materia de su competencia;


suprema instancia académica de la nueva Medicina de los tiempos republicanos y
propulsora de un nuevo discurso sanitario a la medida de las demandas del recién
estrenado patriotismo ilustrado, la Facultad Médica de Caracas quedó desde sus
orígenes inserta en el core duro de un republicanismo propositivo que requería de un
republicano de perfil preciso: alfabeto, laborioso y sano. Hasta casi dos siglos
después, sobre todo tras las contribuciones que a su cuerpo de ideas hicieran los
aportes del químico alemán Justus Von Liebig al extremo de que al menos hasta
mediados del diecinueve, casi toda la acción sanitaria en los estados europeos –
desde el control de aguas y alimentos, el control sanitario de puertos, la disposición
de deyecciones y hasta la organización de camposantos- habría de privilegiar tales
conceptos incluso por sobre la acción médica directa94. Se trataba entonces de
limpiar los ambientes en los que se desenvolvía la vida concreta, demedicalizando lo
sanitario y dando acceso a ello al gran público lego a partir de inusitadas formas de
diseminación de sus contenidos técnicos, fuera la prensa secular o la edición de
manuales para el uso del común.

El mecanicismo, como teoría reduccionista de la vida- ocupa la escena de la


episteme médica venezolana de principios del diecinueve. Sin embargo, las derivas
vitalistas y su “tenaz espectro” no estarían del todo ausentes en ese tiempo. Muy
94
Von Liebig, Justus (1803-1873). Químico alemán. Postuló la teoría de la fermentación de la sangre
como causa última de los procesos mórbidos hoy demostradamente atribuíbles a la acción de
agentes patógenos específicos. Sus teorizaciones vinieron al refuerzo de la base científica del
miasmatismo y fundamentó políticas sanitarias que privilegiaron al saneamiento ambiental –control
de aguas, cementerios, de la disposición de desechos y de fuentes de alimentos- por sobre la
atención médica.

103
pronto, y como consecuencia del desarrollo de las ciencias naturales y exactas, la
propia experiencia habría de poner de manifiesto que “algo no iba bien” – Kühn dixit-
en los dominios del paradigma vesaliano. Por descubrirse como estaban las grandes
verdades de las rutas metabólicas y de los más íntimos procesos de la fisiología
humana, al pensamiento médico de entonces le resultaría fácil apelar a la idea de un
deus ex machina bajo cuyo gobierno todos los nanoprocesos y mecanismos que
sostienen el funcionamiento de la fabrica humana pudieran integrarse de modo que
la complejidad del fenómeno vital pudiera ser explicada.

Es la llamada “inteligencia infinita” de Schwann a la que los vitalistas dejan


todo aquello que los nuevos sistemas de conocimiento aún no explican95. El médico
de los primeros años de la república no prescinde en absoluto de la idea de Dios
como “causa última” tras todos los fenómenos que observa. Y lo hace sin que ello
exprese incómodas contradicciones. Se podía ser liberal en lo político y
profundamente conservador en lo teológico-religioso. Especie esta de bipolaridad de
espíritu que se expresa en referentes fundamentales de la medicina de aquel tiempo
como Vargas, quien a propósito del célebre debate en torno a la edición de La
Serpiente de Moisés expresa que:

“La libertad de pensamiento y la de creencia son correlativas….La libertad de imprenta


y la tolerancia civil y política, son, pues, hermanas y bien identificadas” (Vargas, J.M.
En: Fernández Heres, R., [en línea] 2000).

De la por Fortoul llamada “oligarquía conservadora”, que inaugurase la


primera experiencia republicana tras la secesión de Colombia es posible afirmar,
contrariamente a la tesis de Alcibíades, no solo exhibió una manifiesta conciencia
sanitaria, sino que procuró su materialización en términos de la creación de una
cierta institucionalidad de diseño bastante acorde con las de su tipo en Europa. Ello
supuso un esfuerzo en lo político solo posible entonces a partir de un ejercicio
personalista del poder que el paecismo encarnó. “¿Qué buscábamos?”, inquiría
Páez en su alocución del 1 de agosto de 1830 en Valencia, aún reciente el drama de

95
Schwan, Théodor (1810-1882) Médico, morfólogo y embriólogo alemán, figura principalísima de la
investigación biomédica del decimonono europeo. Sin bien uno de los padres de la moderna teoría
celular, le fue siempre característica su adhesión al credo vitalista en su condición de católico
practicante.

104
la secesión venezolana del proyecto grancolombiano. “¿Una patria? .La tenemos
ya”.

Quedaba pendiente entonces el esfuerzo titánico de construirla a pesar de las


notorias dificultades heredadas de la guerra. República sin repúblicos; producción y
comercio sin mayor base material, paz social aún precaria. No obstante todo ello, el
paecismo hizo suya la tarea de construcción de la república desde la perspectiva de
lo que Oakeshott llama “la política de la fe”, por oposición a la “política del
escepticismo” (Oakeshott, 1998:50). El patriciado venezolano, aquellos patriotas
ilustrados de 1830 empeñados en un proyecto político de carácter liberal, eran
posesos de una cierta idea de destino en cuanto a su papel de conductores de una
sociedad desestructurada e intrínsecamente débil.

Lo mismo desde sus catecismos políticos como de sus manuales de conducta


personal y cívica emana la vocación ductora propia de quienes entienden que no
habrá república sin que antes se profundice el ejercicio de una cierta virtud. De allí el
enorme esfuerzo invertido en materias como la educativa, por ejemplo. Ello sirvió de
vehículo a la introducción de una idea de lo sanitario desmedicalizada a un grado
suficiente como para pretender penetrar en el sistema de valores de las masas
depauperadas.

No parece propia de aquella elite la idea de una “política del escepticismo” al


modo en que la propone el teórico británico. Los patricios venezolanos de los
tiempos del paecismo –los mismos que acompañaron políticas de mercado tan
ancladas en el laissez faire, laissez passer como la que encarnara la ley del 10 de
abril de 1834 llamada “de espera y quita”- son los mismos que promueven activa y
conscientemente el reestablecimiento de las viejas instituciones sanitarias de la
ilustración española en tanto que ven en ellas la pertinencia requerida a los fines del
nuevo proyecto republicano necesitado de acciones específicas desde el Estado en
múltiples materias, la sanitaria entre ellas.

La república ha de ser forjada de modo activo y consciente. Son ellos, al fin y


al cabo, hijos intelectuales de la ilustración dieciochesca y a su paradigma médico se
remitieron sin más. José María Vargas, acaso el referente republicano civil al que

105
con más frecuencia se apela al evocar el espíritu de aquel tiempo, fue producto de la
ilustración médica española y de su discurso, tanto como lo fuera, por ejemplo, José
Domingo Díaz, el polémico médico caraqueño quizás más conocido por su adhesión
a la causa del Rey que por sus notables contribuciones a las acciones de control y
erradicación de la viruela en Venezuela La diferencia estriba en que Vargas, distinto
de Díaz, alineó con el bando de los vencedores.

Así pues, podemos afirmar plausiblemente que el discurso médico ilustrado


que tan propio fuera de la política borbónica de fines del dieciocho habría de operar,
paradójicamente, como uno de los argumentos institucionalizadotes más
consistentes de los nuevos patricios empeñados en al construcción de una república
liberal en Venezuela y que sus expresiones prácticas estuvieron muy a la par de
aquellas en uso en el resto del mundo occidental.

Capítulo V

La doble orfandad de la Medicina venezolana

“La patria comienza en abril y el viejo Antonio Leocadio; Jehová de patillas y bisoñé, se
recrea en la contemplación de este Salvador de espada que prefiere cortar cabezas a
sembrar ideas y que abona con la sangre de los infieles la semilla del Evangelio amarillo”
106
Ramón Díaz Sánchez. Guzmán. Elipse de una ambición de poder

Huérfana de fomento institucional lo mismo que de un paradigma científico


robusto en el cual inscribirse. La dos veces huérfana medicina venezolana en la
etapa postvargasiana inmediata habría de acusar recibo de la ausencia de una gran
mentoría institucional como las que ejercieran en su favor Bolívar en 1827 y, a partir
de 1830, Páez. Apenas si sobrevivían los vestigios de la sanidad de la vieja
institucionalidad monárquica, cuyas expresiones organizacionales más típicas se
replicaban en provincias en las que sus elites ductoras procuraban, aun con
gastados instrumentos, mantener alguna presencia en el ámbito sanitario ante
riesgos tan notables como el colera morbus introducido al país desde Trinidad que
fuera la causa del brote epidémico de 1846.

Es notable ver como el antiguo mantuanaje que fuera el constituency de la


causa emancipadora y del que provenía Bolívar, luego fuera su más férreo opositor
ante el proyecto grancolombiano; pero no menos notable es ver como ese mismo
mantuanaje reunido el congreso de Valencia y con Páez como su brazo fuerte, se
alía ahora con antiguos e irreductibles adherentes al viejo partido bolivariano –
Urdaneta, Soublette, Vargas- en torno a un proyecto común: el de la construcción de
la república comercial bajo el signo del patriotismo ilustrado96.
Notable es ver también como nuevos actores políticos sin mayor brillo durante
la guerra de Independencia – ello cuando no cercanos a la causa del Rey- , incluso
algunos de ellos con cierta formación intelectual de la mano de referentes del
liberalismo español, aparecen a partir de 1835 arropados en la nueva bandera liberal
marcando distancia del clan de los “padres de la patria” a los que eufemísticamente
ha tildado de “godos”.

96
A los efectos del presente ensayo, suscribiremos la definición de constituency propuesta por
Andrew Rehfeld en su obra de 2005 The concept of constituency. Political representation, democratic
legitimancy and institutions design, Cambridge University Press, New York, p. 35, en la que se la
conceptúa como “the group of people whose interests a representative (or party) looks after and
pursues” (“el grupo de personas cuyos intereses un representante o partido observa y apoya”,
traducción nuestra). En lo sucesivo apelaremos al término en su expresión inglesa ya que no existe
traducción castellana universalmente aceptada.

107
Pero distinto a lo que ocurre en el bando “godo”, los llamados “liberales”
venezolanos carecían de un brazo fuerte propio. De allí entonces su tácita y
circunstancial alianza de hecho con los Monagas, de quienes no se puede decir que
fueron adherentes al credo liberal: eran, por sobre todo, caudillos orientales, jefes de
masas campesinas sujetas a su poder en virtud de un homenaje o acto de expresión
de lealtad a la persona, que no de vínculo jurídico alguno. Segundo al mando del
Ejército de Páez, el mayor de ellos, José Tadeo, es el designado para suceder a
Paéz a partir de 1835 y, por ende, para ser el continuador y garante de su obra
institucionalizadora. Es así como los “padres de la Patria” acuerdan que la “primera
lanza del mundo” -Páez- cediera el mando a “la primera lanza del Oriente”-
Monagas-, con lo que la conducción del proyecto liberal de 1830 tendría que quedar
asegurada.

Pero ni el mayor de los Monagas era Páez ni sus adherentes orientales los
llamados a constituirse en el nuevo patriciado venezolano. Los orientales al mando
de Monagas arremeten cuan un hasta ahora ignorado “proletariado externo”, en el
sentido de Toynbee, contra un poder asentado en el centro del país cuyas formas
institucionales no gozan, sin embargo, del prestigio que las romanas tenían entre
las masas bárbaras que combatían al imperio en sus fronteras (Toynbee, 1975:237).
Una expresión de ello está en los hechos del 24 de enero de 1848, en el llamado
“Asalto al Congreso”. “La constitución sirve para todo”, espetaría el jefe oriental a
sus críticos y oponentes.

Las circunstancias económicas incluso le son favorables, ello en razón de los


precios internacionales del café y del inicio de una industria de extracción aurífera de
cierta monta en las nuevas minas de Yuruani, en Guayana. De manera tal que la
fuerza de las armas, aunada ahora a una cierta ventura económica, hizo posible la
postergación del proceso de construcción de la institucionalidad republicana.

Nos ocuparemos aquí de hacer un balance histórico sobre los años que
sucedieron al fin del período de aquella por Gil Fortoul llamada “oligarquía
conservadora” y del arribo al poder de los liberales amarillos. En todo caso, el
período al que genéricamente suele denominarse como “monagato” (1847-1858),

108
marca el término del gran esfuerzo institucionalizador del personalismo paecista
inaugurando un tiempo en el que la gobernabilidad del sistema político venezolano,
lo mismo que su gobernanza, se habrían de ver notablemente menoscabados ante
el avance indetenible de aquellas fuerzas telúricas que, originadas en la inmensidad
de la periferia venezolana y encarnadas en la compleja variedad de caudillos
locales, se cernieron sobre la centralidad del poder y sus instituciones ilustradas, al
punto de hacerles ceder en obsequio de dichas jefaturas para las que dichas
instituciones no eran sino entelequias.

Tal tendencia – favorecedora de una periferia local relativamente


desarticulada respecto de un pretendido poder central- se mantendrá en continua
contradicción con la opuesta –centralizadora y dominante- con mayor o menor
intensidad durante todo el diecinueve venezolano hasta su definitiva supresión, a
principios del veinte con Gómez, completando así nuestra particular “guerra de los
cien años” en la formación del Estado nacional venezolano, ello en el sentido
propuesto por Caballero (Caballero, 1995: 113).

Si el paecismo encarnó un esfuerzo por la construcción de la república


ilustrada, el llamado “monagato” significó su fin. Llaneros ambos, hombres de
caballo y lanza, sus devernires políticos habrían de diferir definitivamente tras la
unción de José Tadeo Monagas como heredero del proyecto paecista por sobre
figuras como la de Bartolomé Salom. Como se ha dicho, Monagas estaba llamado a
ser el continuador del proyecto de los patriotas ilustrados en tanto que a ello le
tendría que haber predispuesto su condición de “padre de la Patria”.

Pero no habría de ser así. Si como hemos visto, el constituency político del
paecismo estaba en el estamento godo heredero a su vez del antibolivarianismo de
1828 que separó a Venezuela del proyecto grancolombiano y al cual se integrarían
notables referentes del bolivarianismo radical, el de la nueva facción reunida en
torno a Monagas es otro, de cultura rural y cohesionada no tanto por adhesiones de
carácter abstracto – conciencia de grupo social o suscripción de un determinado
ideario político- sino por otras de carácter concreto –el provisto por las lealtades
personales- más propias del mundo rural de los llanos orientales venezolanos.

109
La coyuntura política de la época permite contextualizar tal tendencia. Las
transgresiones de los Monagas a las formas propias del Estado liberal de derecho
contrastaron desde siempre con la atención que a las mismas prestara Páez. No nos
debe hacer suponer tal hecho una actitud esencialmente distinta en cuanto a la
concepción del poder y su ejercicio por parte de dos expresiones claras de
personalismo político; simplemente pone de manifiesto los límites que al respecto se
impusieron ambos jefes ante uno de los más acuciantes dramas que enfrenta todo
caudillo: el de asegurar su sucesión. Para Páez, la solución al mismo estaba en la
apelación a sus pares estamentales, en este caso, los miembros del patriciado de
los patriotas ilustrados o, finalmente, del selecto clan de los viejos generales de la
Independencia. Es por ello que el propio “Centauro” habría de favorecer la elección
del propio Monagas.

Pero para el jefe oriental, dicha apelación sería al propio clan familiar e, in
extenso, al complejo sistema de jefaturas regionales bajo su influencia. La apelación
al orbe familiar en sustitución del estamentario supuso el primero de los muchos y
prolongados retrocesos de la sociedad venezolana en su larga marcha hacia el
ejercicio de la ciudadanía como base legitimadora del poder. Cien años tendrían que
transcurrir antes de que ni clanes ni estamentos, sino que la sociedad in toto se
constituyera en la única apelación posible en la fundamentación de todo poder.

No somos de la opinión de que durante el paecismo se observaran las formas


constitucionales de 1830 tan solo como un elemento adjetivo. Había en aquella elite
de patriotas ilustrados una expresión manifiesta de adhesión a la naciente
institucionalidad que se inspiraba en los principios liberales que animaron la
construcción de la república y su apelación al estamento social de los terratenientes
y antiguos jefes militares buscaría asegurar tal construcción mediante la
convocatoria al constituency social que soportaba al naciente proyecto republicano.

De allí que para el establecimiento conservador, apelando una vez más la


denominación gilfortuliana, el “monagato” encarnase la peor de las expresiones de
premodernidad política. El monagato habría de hacer frente a todo lo largo de su
década de vigencia al complejo problema de gobernabilidad plantado por los
reiterados intentos del paecismo por desplazarle del poder por la vía armada. Los

110
hechos del 24 de enero de 1848 fueron el detonante: ninguna duda cabía en cuanto
al fondo de aquella política que no dudaría en recurrir a la fórmula del “autogolpe”
para afianzarse por encima de toda institucionalidad orientada al control del ejercicio
del poder. Es, en palabras de Antonio Arráiz, la apelación a “…la violencia armada
para imponer la arbitrariedad” (Arráiz, 1991: 48).

Seis levantamientos armados mayores contabiliza Tomás Straka en su


ensayo sobre las revoluciones, rebeliones y alzamientos registrados en la década de
1848 a 1858, con no menos de una docena más de hechos de armas de carácter
menor entre los que destacan desde tentativas de invasión desde las Antillas y aún
desde el territorio de Estados Unidos hasta alzamientos en localidades tan distantes
entre sí como Valencia, Cumaná o La Grita97.El brazo paecista está tras todo ello, y
con él, los restos del viejo y extenuado procerato – desde Soublette hasta el
geógrafo Codazzi- y aún civiles miembros de la elite ilustrada patriota, con Angel
Quintero a la cabeza, urgido por restaurar aunque precariamente un mínimo de
aquella institucionalidad primorepublicana humillada tras el paso al galope de las
resentidas masas de orientales. La vinculación de los Monagas con el Partido
Liberal, empeñosa empresa que sus dirigentes históricos siempre se propusieron,
luce, prima fascie, al menos un tanto forzada. Más allá de la natural gratitud que le
guardara el primero de aquellos – Antonio Leocadio Guzmán- tras el salvador indulto
del que fuera objeto en 1847, resulta un tanto exagerada la inclusión, sobre todo de
José Tadeo, entre los fundadores del Gran Partido Liberal Venezolano. No nos
zanjaremos aquí en un estudio pormenorizado de tal cuestión, pero si hemos de
destacar que nada parece haber de “liberal” en los Monagas en el sentido al que nos
referimos al abordar las biografías de personajes como Lander y el propio Guzmán,
por ejemplo. Es así como hemos visto a José Gregorio Monagas insurgir en 1835
junto con los conjurados de la Revolución de las Reformas, siendo que la
constitución de 1831 -habría escrito Tomas Lander- se tenía como “verdaderamente
liberal”98.

97
Véase respectivamente: AGN, Secretaría de Interior y Justicia, años 1848-1858; y Arráiz, A (1991).
Los días de la ira: las guerras civiles en Venezuela 1830-1903. Valencia: Vadell Hermanos Editores.
98
El Fanal, No. 46, Caracas, 24 de abril de 1831.

111
José Tadeo Monagas fue expresión al menos de dos fuerzas
circunstancialmente aliadas: por una parte, la del republicanismo clásico que
perviviera en las elites militares surgidas tras la guerra de Independencia; por otra,
las de la periferia rural depauperada, excluida de la órbita de los intereses del
paecismo. Su constituency político no está en los restos del viejo mantuanaje que
sustentó a Páez y a los “patriotas ilustrados”: está, antes bien, en una diversa grey
de jefes rurales al frente de masas campesinas azotadas por el agiotismo y el
marcado deterioro del entorno económico de la época. José Tadeo Monagas es la
expresión de una Venezuela profunda inspirada en los valores marciales que les
sembraran los años de la guerra y que carga ahora con furia sobre la agotada
república inventada por aquellos comerciantes otrora acomodados encarando ahora
sus propias ruinas.

“¡Orientales! La patria acaba de pronunciar el grito de reformas… ¡Soldados! Unión,


reformas y denuedo y nuestra patria se salvará”99 (En: Mendoza, A., 2009: 22).

La apelación del jefe oriental a sus adláteres al insurgir junto a los reformistas es
clara: está dirigida no a la generalidad de los ciudadanos sino a sus camaradas
“orientales” en tanto que hombres sobre las armas llamados a “salvar a la patria”. No
es en las instituciones ilustradas y sus hombres donde se sustenta el discurso de
poder de Monagas, sino en la masa arraigada a una localidad que fuera escenario
principalísimo de la pasada guerra.

De modo que la filiación liberal de José Tadeo Monagas es materia aún sujeta a
debate y estudio, lo que supera en mucho los alcances del presente ensayo.
Cuidadoso juicio ha de merecernos también el estudio de los orígenes del Partido
Liberal mismo, cuyos propagandistas vinculan a la historia política de José Tadeo
Monagas. Tampoco acometemos tal tarea. Pero sea propicio destacar la muy
plausible vinculación de tal hecho con el desgaste de la política paecista para 1847 y
la sentida necesidad de generar alternativas viables100.

99
Proclama de Aragua de Barcelona, 15 de julio de 1835.
100
Al respecto destaca la venezolana Alexandra Mendoza en el citado estudio sobre José Tadeo
Monagas de 2009: “el nacimiento del Partido Liberal es la manifestación de una necesidad política
que se expresa en la desafección al régimen establecido”(Mendoza, 2009: 30).

112
En todo caso, e independientemente de la valoración histórica que pueda
hacerse del “monagato”, parece claro que ya a partir 1848 las viejas instituciones
ilustradas estaban llamadas a su fin. Una guerra de consecuencias desastrosas
sería el saldo tras la incapacidad de la elite de los patriotas ilustrados para diseñar
un mecanismo de renovación política más allá de los hombres que habían hecho la
Independencia. La apelación in extremis a un octogenario general Páez para el
ejercicio de una dictadura que menos que eso, fue tiranía, marcó el final trágico de
un establecimiento político imposibilitado para entender los signos de los nuevos
tiempos.

Del naufragio de la ilustración patriota no se salvaría la institucionalidad


sanitaria a ella debida. Si bien la política “juntista” perviviría incluso durante la guerra
de 1859 a 1863, hemos destacado ya su marcado signo regional y, más aún, su
práctica independencia de órgano competente alguno de alcance nacional. Pero
mucho más allá de ello, es el discurso médico, son sus lenguajes los que se
muestran agotados. El desamparo de las viejas instituciones médicas ilustradas – lo
que no debe parangonarse con el amparo del monagato- se formaba una nueva
mentalidad médica. Nos hemos referido ya al caso de Luis Daniel Beauperthuy, cuya
trayectoria nunca se cruzó con la tradición ilustrada representada en la Facultad
Médica y la Universidad de Caracas.

No abundan las expresiones de política en el campo sanitario que puedan


marcarnos un perfil claro de la voluntad de Estado al respecto entre 1847 y 1858. De
lo que sí hemos de dar cuenta es de la no poca documentación referida a
importantes brotes epidémicos surgidos sobre todo a partir de 1846, en ocasión de
la entrada al país, vía Oriente, del cólera morbus. Ante tales amenazas sanitarias,
las administraciones bajo la égida de los Monagas solo pudieron oponer las
modestas capacidades técnicas que aún residían en aquella misma institucionalidad
sanitaria – las juntas provinciales- que sobreviviera a la caída del paecismo y que
fuera en si misma herencia directa del Estado monárquico.

La situación de las finanzas públicas de entonces no daba para iniciativas


distintas. En Barcelona lo mismo que en Barquisimeto, Yaritagua o Barinas, el

113
común denominador lo constituía la escasez de recursos tanto materiales como
humanos para asistir mínimamente a los enfermos:

“ Repetidas veces se ha informado al Gobierno Supremo que no hay ningún fondo


aplicado para hacer gastos necesarios, tanto para construir establecimientos en
lugares convenientes para reclusión, como para suministrar a los pobres alimentos y
medicinas para su curación..”101.

Así las cosas, al hombre común en situación de enfermedad solo le quedaba


el recurso de la autoprovisión, en la medida de sus posibilidades, de ayuda sanitaria.
Destaca Pino Iturrieta como la “procura de salvación a su manera” – ora apelando a
empíricos ante la ausencia de médicos o a la caridad pública- terminó por convencer
a los venezolanos de aquel tiempo de que la salud propia era, al fin y al cabo, “un
asunto privado que usualmente termina mal” (Pino Iturrieta, 2001: 291-92). La salud
como asunto privado. No merced de una extensión de los principios del laissez faire,
laissez passer del liberalismo tanto que como resulta de un terrible juego entre las
distintas prioridades de un estado aún en ciernes, de las que las derivadas de la
administración de justicia y el mantenimiento de tropas resultaban las prioritarias.

Para mayor abundamiento, es necesario destacar la notable debilidad de


aquellas precarias administraciones sanitarias. Cita Pino Iturrieta cierto oficio de
1849 en el que el remitente llama la atención acerca de la penosa situación de la
asistencia en los hospitales de Guayana:

“No hay empleado que sirva para ver a los enfermos, dejándolos en soledad y robando
sus enseres. Casi resulta mejor buscar los auxiliares en otra parte, porque parece no
haber piedad aquí para los pobres a quien Dios ha mandado a guardar dolorosa cama”
(En: Pino Iturrieta, E., 2001: 294).

De la calidad y tipo de reflexión científico-médica que veía luz en aquellos


colegios nacionales son expresión Beauperthuy asi como el curso de Medicina del
Colegio de Cumaná. Luis Daniel Beauperthuy es designado profesor del mismo no
por cuerpo académico alguno sino por el propio José Tadeo Monagas. Cumanés de
101
República de Venezuela, Gobierno Superior Político de la Provincia, No. 24, Barinas, 3 de marzo
de 1856. AGN, T. DLXXX, f. 400.

114
origen francés, estudia Medicina en París y adquiere notable experiencia y
reputación por sus actuaciones durante los hechos de violencia política desatada por
la rebelión de Lafayette contra la restauración borbónica en 1830 y, sobre todo, tras
la epidemia de cólera de 1832.

Proviene Beauperthuy de una familia de médicos y boticarios de alta escuela


francesa, uno de cuyos miembros –su abuelo- sirviera en la corte de Luis XV. Su
familia arriba a las costas cumanesas a principios del diecinueve proveniente de la
Guadalupe francesa, estableciendo su padre un modesto establecimiento de
farmacia en la localidad de Santa Rosa. Beauperthuy es un cumanés solo por
accidente. Su formación y mentalidad son francesas. Beauperthuy se mantuvo
cercano a los Monagas al punto de participar en las expediciones a las nuevas
minas de oro de Yuruani, experiencia esta de la que derivarían notables
observaciones científico-médicas que posteriormente habría de incorporación a su
teoría insectil en torno a la fiebre amarilla.

En algún momento serviría a Francia como funcionario consular de Napoleón


III en Cumaná, lo que sitúa a tan notable personaje como un referente cercano a dos
poderes locales de intensa significación en el oriente venezolano de aquel entonces:
el de los Monagas y el del capital francés que opera en la zona en torno a la
actividad cacaotera.

Está documentado que en 1856; Beauperthuy remitió para conocimiento de la


Academia de Ciencias de París sus observaciones sobre la etiología, epidemiología
y tratamiento de la fiebre amarilla, con lo que por primera vez se objeta el hasta
entonces inquebrantable paradigma miasmático al postularse una nueva teoría, la
insectil o metaxénica, como fundamento epidemiológico de aquel mal. Es de
destacarse que el mencionado reporte se produce más de cuatro décadas antes de
los del cubano Finlay y precisamente el mismo año en que este se titulaba de
médico en el Jefferson College de Filadelfia102 103.

102
Finlay, Carlos (1833-1915). Médico y académico cubano. Sirvió como agente sanitario al servicio
del gobierno colonial español en la isla. Al cese de la guerra hispano-estadounidense colaboraría en
labores de saneamiento con las nuevas autoridades designadas por las fuerzas de ocupación, por lo
que sus aplicaciones teóricas gozaron de notable estima en lo atinente a los aspectos sanitarios
contenidos en la planificación de las obras de construcción del canal de Panamá en 1903 a cargo de

115
Puede postularse a Beauperthuy como el primer pensador biomédico
venezolano inscrito en la corriente médica experimentalista que ya ofrecía
posesionarse del discurso médico occidental. Su trayectoria científica destaca por la
ausencia de Caracas y de su Universidad como hitos determinantes. Cierto es que la
importante presencia del capital francés en los negocios cacaotero y cafetero de Río
Caribe y Caripito, operando con notable autonomía respecto de los poderes
centrales, es un factor a invocar en ello. Sin embargo, ello no niega la eclosión local
de una vertiente de pensamiento médico de notable originalidad y fuerza, tanto como
para poder reclamar documentadamente para Beauperthuy, tal y como lo
demuestran los trabajos de Lemoine y Suárez, la autoría del descubrimiento del
mecanismo de transmisión del agente causal de la fiebre amarilla por el Aedes
aegyptii y otros artrópodos similares.

La teoría beuperthuyiana constituye el primero y más definitivo desafío a la


teoría miasmática, una de las bases del hasta entonces incontestado pensamiento
médico ilustrado (Lemoine y Suárez, 1984:70). El “efecto Mateo” postulado por
Robert Merton en 1968, supone la sobrevaloración del stock de conocimientos y del
sistema de reconocimientos y recompensas sociales derivados de su aplicación de
modo tal que la incorporación de nuevos referentes – más aún, de nuevos
paradigmas- se dificulta en obsequio del status quo. Desde esa perspectiva, por
ejemplo, la comunidad médico-académica venezolana, ilustrada en el núcleo duro de
su paradigma, habría de resistir, aún en desmedro de su propio futuro, el avance de
la nueva medicina de raíz experimentalista.

Resulta interesante examinar los fundamentos de la reacción anti–


beauperthuyiana generada lo mismo en Caracas que en París, cuyo epicentro

una nueva administración –estadounidense- tras el fracaso de la iniciativa francesa a cargo de


Ferdinand de Lesseps. Cabe destacar que la sanidad estadounidense destacada en Panamá a tal fin
fue la sanidad militar, a cuyo mando se habría de situar al médico y académico oriundo del estado de
Alabama doctor William Crawford Gorgas, quien ostentaba el rango de general del ejército de EE
UU.
103
El primer reporte conocido de los hallazgos de Finlay aparecieron publicados en una efímera
revista médica en lengua castellana editada en Nueva Orleáns por Rudolph Matas, médico de origen
hispano quien fuera un referente académico principalísimo de la escuela médica de la Universidad de
Tulane, donde se le tiene como el fundador de la moderna cirugía vascular. Dicho reporte data de
1881.

116
estaría, no casualmente, en las antiguas instituciones ilustradas. Lemoine y Suárez,
estudiosas de la figura del médico cumanés, apelan planteamiento mertoniano para
explicar la intensa oposición que las élites médicas ilustradas ejercieron sobre las
tesis del cumanés. Según Merton, al ser examinadas las experiencias reportadas por
eminentes científicos, es posible encontrar un patrón similar según el cual, los
reconocimientos tienden a ser otorgados a científicos ya establecidos (Merton, 1968:
56-63). De donde se entiende que el establishment científico tienda a limitar el
acceso a sus particulares sistemas de reconocimiento académico y social a
potenciales aspirantes cuyas tesis entrañen alguna amenaza al paradigma
tenido como vigente104.

Similar debate teórico estaba vívido en la Europa de entonces. Es solo en


1861 cuando en Europa, la Universidad de Turín da cauce a la primera gran reforma
de sus estudios médicos bajo el impulso de la teoría del metabolismo de Johannes
Moleschott Un desarrollo teórico cercano a la dialéctica de Feuerbach y contado
entre las bases conceptuales del marxismo, el “metabolismo” de Moleschott
encarna una concepción materialista del mundo de inequivoca raíz biologicista que
parece sin embargo más afín a los postulados de la filosofía positiva de Augusto
Comte que a los del materialismo de Feuerbach, emparentado con la filosofía
idealista hegeliana, de modo que para Moleschott, “el cerebro secreta pensamientos
del mismo modo como el higado bilis” 105.

104
Merton propone un ideal “sillón 41” para ilustrar el efecto perverso de tal sistema se exclusión ha
surtido en el debate académico desde siempre. La imagen viene a propósito del bien conocido
sistema de “sillones” que tan característico esa la tradición académica francesa, cuyas corporaciones
limitan el acceso a su seno a un determinado número de “individuos” electos por sus pares y a los
que se les designa un “sillón”. La Academia Francesa ha limitado históricamente el número de
“sillones” a cuarenta, por lo que la metáfora por Merton denominada “sillón 41” y sus “ocupantes”
alude a aquellas figuras a quienes el establishment científico no permitiera acceso. Entre los
científicos de obra destacada nunca electos como miembros de importantes corporaciones o
sistemas de reconocimiento científico en su tiempo ( i.e, el Premio Nobel en sus respectivas
disciplinas) figuran referentes de la talla de Dimitri Mendelev (destacado químico autor de la Tabla
Periódica de los Elementos), Walter B. Cannon (fisiólogo creador de la teoría de la homeostasis),
Ernest H. Starling (quien describiera la mecánica esencial del intercambio capilar), entre muchos
otros. En el caso específicamente francés, es de destacar que referentes como Descartes, Pascal,
Rousseau, Zola, Moliére y Stendahl nunca fueron electos miembros de la Academia. Véase: Merton,
op.cit.
105
No nos cabe duda de la familiaridad y más que probable cercanía de Marx con el pensamiento de
Moleschott, al que cita incluso en su correspondencia más íntima. Es así como en su copiosa
correspondencia personal con la alemana Jenny von Westphalen fechada de 1843 durante su
período londinense, escribiera: “en cambio, es el amor; mas no el amor de Feuerbach por la
humanidad ni el de Moleschott por el metabolismo, ni siquiera el amor a la Humanidad, sino el amor
por la bienamada, el amor por ti, el que permite a un hombre convertirse, nuevamente, en hombre”.

117
El patriotismo ilustrado privilegió al pensamiento médico de la Ilustración y en
la persona de Vargas lo ensalzó al modo de una enseña nacional. Bajo su impulso
fueron creadas instituciones de claro signo republicano – la Facultad Médica de
Caracas-, si bien su operatividad se basó en la reivindicación de antiguas formas
organizacionales monárquicas, como las juntas de sanidad y las medicaturas de
ciudad. Es la fuerza institucionalizadora “goda” la que entroniza a Vargas como
“padre de la Medicina venezolana”, la que le hace rector de la Universidad de
Caracas contra la norma establecida en las constituciones universitarias de 1721
que impedía el ascenso de graduados en Medicina a dicha dignidad.

Es aquella “república decente” la que primero aboga por la acción sanitaria


del Estado y por la incorporación del quehacer médico venezolano a las nuevas
corrientes de pensamiento sanitario en boga por el mundo como expresión de una
clara voluntad de superación de las limitadas prácticas heredadas de la tradición
galénico-aristotélica. Con razón entonces en las distintas periodizaciones propuestas
por los historiadores de la Medicina venezolana se suele identificar un período
“vargasiano” en el proceso de gestación del pensamiento médico nacional cuya
génesis ha de estar por siempre asociada a la del proyecto de construcción de una
república liberal en Venezuela, de una “república de las letras” en franca apertura a
los valores ilustrados.

El período transcurrido entre la caída del paecismo en 1848 y el cese de la


guerra federal en 1863, podría parangonarse con el de una ruptura. Ruptura con
respecto a la idea ilustrada de república con frecuencia en su acepción más clásica.
Del carácter liberal de dicho proyecto republicano, al que Urbaneja se refiere como
una constante, caben importantes dudas. El carácter censitario del voto, por citar
alguno, es expresión de un talante estamental definitivamente reñido con los valores
liberales de igualdad ante la ley. Tal fue la esencia de aquel proyecto republicano
que finalmente hacía aguas ante la desaparición física de sus grandes mentores y,
finalmente, ante la insurgencia de una periferia social sin espacio en él.

Sus grandes instituciones no se sostendrían. Acontecimientos como el “Asalto


al Congreso” dan cuenta del talante reaccionario de aquella expresión política ligada

118
al mundo rural al que no podían pedírsele adhesiones a formas políticas que
consideraban extrañas a su particular modo-de-vida. La ruptura estaba planteada
entre un orden inspirado en la idea ilustrada de una república clásica y otro muy
distinto, de carácter premoderno y cuasifeudal. En el uno, la lealtad requerida era a
la institucionalidad republicana; en el otro, al jefe rural. En ambos casos, el peso del
“hombre fuerte” fue decisivo, solo que en el primero lo habría de ser a título de
garante de aquel orden considerado aún precario en tanto que en el segundo su
presencia estaría esencialmente al servicio de la natural adhesión carismática al
“jefe” que a las sociedades políticamente menos evolucionadas caracteriza.

Esa misma ruptura tendría su expresión paralela en lo referente al discurso


médico. Porque lo mismo que un paradigma político se vaciaba de contenido en
Venezuela, lo propio acontecía a lo interno del paradigma médico que sobre aquél
se instituyó. Las dos décadas que siguieron a la desaparición física de Vargas y al
declinar progresivo de las instituciones médicas a las que diera renovada vida
alrededor de la Facultad Médica de Caracas, son las mismas que antecedieron a la
introducción en nuestro medio del discurso positivista. Un discurso que, no
casualmente, tuvo entre sus principalísimos promotores a miembros de las distintas
comunidades médicas, muchos de los cuales habrían de encontrar en los nuevos
personalismos surgidos tras la Revolución de Abril de 1873.

La pervivencia de un pensamiento médico original en la periferia venezolana


tuvo otra expresión en el Occidente, específicamente en Maracaibo. La figura de
Manuel Dagnino, referente principalísimo de la medicina en el Zulia, guarda
parangones importantes con la de Beauperthuy en Oriente. Hijo de inmigrantes
genoveses e italiano de nacimiento él mismo, Dagnino es, aunque doctorado en la
Universidad Central en 1860, esencialmente un producto de la universidad europea.
Dos estancias en su natal Génova – la segunda de ellas tras su extrañamiento del
Zulia por Venancio Pulgar, liberal amarillo- hicieron posible su exposición a los
ambientes académicos de la Italia del norte enfrascados en un proceso de reforma
curricular inscrito en la crisis del paradigma médico ilustrado ante la creciente
presión ejercida por los discursos materialistas de base experimental.

119
Dagnino ejerce y enseña en Caracas, llegando a ocupar el rectorado de la
Universidad Central en 1911; sin embargo, su obra intelectual y médica se expresa
en la periferia zuliana y se nutre esencialmente de la dinámica médica europea. No
es, por tanto, un subsidiario directo de la tradición médica ilustrada caraqueña.
Desde el punto de vista discursivo, Dagnino participa de la teoría miasmática. En su
Ensayo práctico sobre la fiebre amarilla, editado en castellano en Génova en 1873,
el autor sostiene que la misma es en esencia, una “fiebre de aclimatación”, a la que
define como

“…una entidad patológica igual a la fiebre amarilla o vómito prieto de los autores, por
más que difieran en muchos de los caracteres fisonómicos que dan a esta
enfermedad los libros de ciencia” (Dagnino, M., 1873/1965: 53, T.I).

En tanto que “fiebre de aclimatación”, su incidencia se incremente “cuando


hay acumulo de personas no aclimatadas, como guarniciones forasteras o buques
europeos no aclimatados” (Dagnino, 1965: 49-71).

Destacan en su discurso evidentes apelaciones a las variables ambientales, a


las “acumulaciones del miasma venoso que hacen estallar la fiebre de aclimatación”.
No conoce Dagnino los trabajos de Beauperthuy, apenas divulgados en una gacetilla
cumanesa de improbable circulación en la lejana Maracaibo, pero cuyos textos casi
veinte años antes habían podido llegar a París.

No es por ello Dagnino un miasmatista acrítico. Su apelación a la observación


científica como proveedora de hechos susceptibles de análisis crítico queda expresa
en la cita que de los Aforismos de Francis Bacon hace como epígrafe a su
mencionado ensayo sobre la fiebre amarilla:

“El hombre, servidor e interprete de la naturaleza, no obra ni comprende sino en


proporción de sus descubrimientos experimentales y racionales sobre las leyes de
esta naturaleza y fuera de aquí él ni sabe ni puede más” (En: Dagnino, M., op.cit).

La Medicina ilustrada extendía al límite sus derivas teóricas – el flegmatismo,


el miasmatismo y el vitalismo entre los primeros- un claro afán del viejo paradigma

120
mecanicista por enmarcar los nuevos problemas planteados por la práctica médica.
Estaban aún por ser incorporados los avances fundamentados en la teoría
microbiana de la enfermedad de Pasteur. Ciertamente que estamos a treinta años
de la aparición del Cours de philosophie positive de Comte (1842), pero apenas a
poco más de diez de la aparición en la precaria escena académica venezolana de
Adolfo Ernst, referente principalísimo del positivo venezolano cuya obra está
esencialmente vinculada al guzmancismo.

La medicina venezolana entre 1848 y 1857

Pero aquella orfandad resultaba ser más que política. La medicina ilustrada
en tanto que paradigma de modernidad entraba en crisis ante el avance del
conocimiento científico. Su capacidad para la incorporación de este a la praxis
concreta se veía limitada, al límite de que, como los expresara Perera: “Poca
diferencia se notaba entre la terapéutica de la época campiniana y la del período
vargasiano. Ante el lecho del enfermo se confundían la vieja y la moderna escuela”
Pero no era aquel panorama exclusivo de la realidad venezolana, en tanto que,
como lo señala el mismo autor: “Era que ni siquiera en Europa se había operado
hasta entonces ninguna reforma trascendente en el arte de curar dolencias y que
todavía eran acatados, no solo con el respeto que deben merecer eternamente, sino
como palabra viva del infalible maestro, los aforismos de Hipócrates” (Perera: 1951:
203).

El paradigma racional-mecanicista que tan propio fuera de la medicina


ilustrada entraba en crisis en tanto que su capacidad para aprehender y dar
marco a los problemas planteados por la práctica vis a vis el nuevo conocimiento
aportado por las aún nacientes ciencias naturales. La razón por sí sola ya no era
capaz de proveer al médico practicante de verdades inexorables, por lo que la
temible duda era referida a la tradición más que milenaria del galeno-
aristotelismo representada en la abusiva apelación a la autoridad como árbitro de
las cuestiones propias del ejercicio clínico: es el magíster dixit con el que se daba
término a debates condenados al más puro sofismo ante la carencia de mejores
elementos de juicio.

121
Parece claro que la Universidad de Caracas y su Facultad Médica perdieron
mucho del impulso inicial provisto por la república, sobre todo tras la desaparición de
Vargas en 1853. El venezolano Idelfonso Leal identifica las dos décadas entre 1849
y 1869 como las del “estancamiento” de la vida universitaria y atribuye tal
decadencia a la pérdida de los dos “conquistas” consagradas en los estatutos
republicanos de 1827: la autonomía y el patrimonio universitario. En efecto, el capital
humano y social construido bajo los auspicios de los personalismos
institucionalizadores de Bolívar y Páez habría de mermar ante el avance de políticas
orientadas a la alineación forzosa de la Universidad al poder del monagato.

Al respecto, se lee en el decreto de José Tadeo Monagas del 7 de mayo de


1849 que

“También podrá el Ejecutivo remover de sus cátedras a los catedráticos desafectos al


Gobierno” (En: Leal, I., 1981: 159).

La descapitalización de la Universidad en términos financieros, factor clave en


su decadencia, cabe inscribirla en el contexto del deterioro progresivo de la
economía agraria de base esclavista, siendo la Universidad –paradójicamente- una
de las primeras organizaciones venezolanas en experimentarla. La expropiación de
las antiguas propiedades de las haciendas de Chuao y Catia, precedida por su
precaria productividad merced de la escasez de mano de obra esclava ya había
supuesto una notable merma de las finanzas institucionales al punto de hacerla
prácticamente inviable.

El impacto de tal coyuntura en el nivel de cultivo del pensamiento médico no


podía ser más notable. El estado de la enseñanza y práctica de la medicina al cese
de la Guerra Federal era demostrativo de la extenuación del paradigma médico
ilustrado lo mismo que de las instituciones de él heredadas. Al respecto señala el
académico Francisco Antonio Rísquez (Rísquez, 1918:79):

“Sus mismas cátedras, con los solos cambios que la muerte o los azares de la política
habían introducido en el personal de sus profesores; los antiguos hospitales…los

122
mismos textos en que era costumbre enseñar a los alumnos las páginas que debían
estudiar y traer aprendidas a las clases…”.

La ilustración médica venezolana, lo mismo la monárquica que la republicana,


protegió con celo sus stocks de conocimientos y sus referentes académicos ante los
cambios políticos del entorno. Si la medicina escolástica fue refractaria al avance del
nuevo paradigma racional-mecanicista, este lo habría de ser, a su vez, frente al del
experimentalismo médico. La dinámica de oposición-sustitución de paradigmas en la
ciencia no opera de modo lineal ni necesariamente secuencial. Las discronias entre
distintos paradigmas científicos habrían de marcar la dinámica de la producción y
aplicación del conocimiento médico desde mediados del diecinueve hasta la
definitiva vindicación de la medicina experimental en el primer tercio del veinte, ello
en virtud no tanto de su fortaleza epistemológica como por la verificación práctica de
sus resultados.

En Venezuela, dicha discronía se habría de expresar en lo mismo en el


discurso médico que en la praxis sanitaria, en torno a la cual coincidían lo mismo
expresiones de la vieja galénica como elementos propios del pensamiento médico
ilustrado. Entre 1830 y 1870, en torno a la Universidad de Caracas coincidieron lo
mismo las tesis ilustradas de la medicina campiniana como sus derivas vitalistas
representadas en el pensamiento vargasiano que las tesis más radicalmente
organicistas, como las de Michelena, se debatieron las teorías de Broussais sobre
las inflamaciones –por él llamadas flegmasias- defendidas con denuedo por
referentes de la talla de Benítez o la novísima teoría homeopática de desarrollada
por Samuel Hanneman en Alemania y que tuviera en Porras a su principal referente
venezolano.

Tan copiosa coincidencia de enfoques teóricos era propia de la crisis misma


del paradigma mecánico-racionalista que tan propio fuera de la medicina ilustrada, la
que sin embargo, habría de guardar sus fueros al límite mismo de lo reaccionario.
Un nuevo discurso médico se hacía un hueco en el quehacer sanitario y sus
expresiones más notables no giraron en torno a la Facultad Médica ni a Caracas. En
Cumaná, en Maracaibo, importantes hitos sanitarios surgían casi al margen de una
medicina oficial condenada a correr la suerte de sus desbancados mentores políticos

123
y que se mostrara indiferente, cuando no animadversa, ante las contribuciones de
significancia que se estuvieran generando fuera de su seno.

Naturalmente, la pervivencia del status quo científico en medio de la


incertidumbre que marcara un tiempo de turning points puede explicarse a partir de
la teoria mertoniana contenida en el llamado “efecto Mateo” y del que podemos decir
constituye en si mismo un factor de conservadurismo predispuesto al conflicto
interparadigmas.

Un nuevo quehacer médico más allá de Caracas

Como se señalara antes, entre 1852 y 1858 se abrieron cursos de Medicina


en los colegios nacionales de Cumaná, Valencia, Maracaibo y Guayana,
constituyendose así en las únicas instituciones distintas a las universidades de
Caracas y Mérida facultadas para titular médicos. La Facultad de Medicina de
Caracas experimentaba un declinar no extrañamente coincidente con la crisis del
momento político que le diera vida. Al respecto disertaría Elías Toro:

“Sus mismas cátedras, con los solos cambios que la muerte o los azares de la política
habían introducido en el personal de sus profesores; los antiguos hospitales…los
mismos textos en que era constumbre enseñar a los alumnos las páginas que debían
estudiar y traer aprendidas a las clases; los mismos procedimientos de exámen, sin
otra diferencia que la de haber perdido los grados aquella antigua solemnidad, con sus
mucetas y sus borlas, los bedeles con sus porras de plata y las simponentes
ceremonias bajo las bóvedas de San Francisco”(En: Leal, I., op.cit: 183).

Ciertamente, la gran reforma universitaria emprendida por la República tenido


en el patriotismo ilustrado y sus elites políticas el poderoso acicate del que
comenzaría a carecer tras el fin del paecismo. La Universidad de Caracas- ese “nido
de godos”, como la llamara alguna vez Guzmán Blanco- había devenido de una
institución monárquica en otra poderosamente asociada al patriotismo ilustrado y,
sobre todo, a la figura de Vargas. No sorprende que en el postpaecismo su
influencia se haya visto mermada a favor de nuevos referentes creados a partir de
instituciones también creadas por el paecismo, pero más atentas a las realidades de

124
la periferia venezolana crecientemente enfrentada a los factores de poder del centro
del país.

La tensión centro-periferia había cedido notablemente en favor del primero de


tales factores durante la egida paecista. Venezuela era Valencia o, en todo caso, el
centro del país, donde se encontrare Páez. Muy distantes de la dinámica del poder
formal se podían considerar las ciudades del oriente, el occidente, los Andes o el sur
venezolanos. El general llanero, constituido en el defensor pacis de la nueva
república, serviría de garante, entre otros, al gran proyecto ilustrado tras la iniciativa
vargasiana de 1827, todavía bajo el auspicio bolivariano. Pero en su ausencia, las
fuerzas centrífugas de los personalismos locales habrían de privar por sobre las
centrípetas, de modo tal que el peso de las regiones se haría sentir con frecuencia
por sobre el del centro del poder nacional.

Dotadas de una cierta capacidad autogestora, las regiones venezolanas


pudieron organizar y sostener centros de enseñanza de nivel superior capaces de
ofertar pensa coducentes a titulaciones profesionales, la médica entre ellas.

Los referidos casos de Beauperthuy en Cumaná y Dagnino en Maracaibo son


ilustrativos en tal sentido. Se trata de referentes médicos con características
comunes en cuanto a su origen, localización y adscripción académica. Ambos
provienen de la inmigración europea sin vinculación con las elites del patriciado
venezolano. En ambos casos, son referentes anclados en provincias lejanas y
relativamente autónomas respecto del centro del país, de Caracas, con los que la
relación fue – aunque en el caso de Dagnino no tan notoriamente- más o menos
circunstancial y en cuyas respectivas formaciones privaría la impronta de la dinámica
académica europea, para entones ebullente ante el inexorable fenónemo del
desarrollo de las ciencias naturales.

No fueron, en todo caso, hijos intelectuales de la universidad venezolana.


Ambos reportan sus hallazgos y disquisiciones científicas en órganos de la provincia
que, con frecuencia –caso de la Gaceta de Cumaná- no se eran en sí mismas
publicaciones profesionales y en lo que respecta al ejercicio profesional, ambos
fueron esencialmente ajenos a la Facultad Médica de Caracas. Sus respectivas

125
obras son productos de esfuerzos de investigación ejercidos en sus propias regiones
de origen, sin apoyos o referencias a las elites médicas caraqueñas y su difusión
más significativa vino de la mano de ediciones extranjeras.

La medicina ilustrada se descapitalizó notablemente en términos humanos


sobre todo tras el exilio y posterior muerte de Vargas, eventos coincidentes con el
ocaso del republicanismo ilustrado. No puede decirse que las nuevas referencias
médicas surgidas a partir de la ruptura paradigmática a la que hemos aludido hayan
venido de la mano de la reacción representada por los Monagas; muy por el
contrario, surgieron a pesar de ella. No se nos escapan las deferencias de José
Gregorio Monagas para con Beauperthuy, lo que sin embargo no permite en ningún
caso suponer que la obra del médico cumanés sea expresión de una especial
política promovida por este o su parentela.

Beauperthuy y Dagnino surgen como expresiones científicas de provincias


geográfica y espiritualmente alejadas de Caracas que pudieron, pese a las naturales
adversidades dadas por el sitio y momento, generar reflexiones médicas superiores
a las de sus pares caraqueños, centrados éstos como estaban en la preservación de
sus stocks de conocimiento así como de los réditos debidos a su aplicación.

Desde el punto de vista paradigmático, son reflexiones enmarcadas en la


crisis misma de la medicina ilustrada pero que aún no encuentran la nueva episteme
que la sustituya. No fueron, estrictu senso, pensadores positivistas. Pero en sus
investigaciones supieron anteponer el peso de la evidencia de la heurística provista
por los pensamientos sistematizados. En ellos, la empiria gana sobre los productos
de la razón pura. La observación de los hechos y su ponderación supera a los
mandatos apriorísticos de las elucubraciones. No son hombres formados en la
nueva ciencia experimental; más aún, en la revisión de sus respectivas bibliografías
no es posible ni tan siquiera identificar alguna referencia alineada con la filosofía de
Comte. Pero lejos están de ser tributarios acríticos de la tradición ilustrada, sin que
por ello se declaren siempre sus adversarios.

Venezuela se adentra en terrenos de creciente inestabilidad política que la


arrastraran a un nuevo y desvastador ciclo de guerras civiles, hasta que el comando

126
de Juan Vicente Gómez destruyese el último reducto de los viejos jefes locales – el
de Arévalo Cedeño en Guayana- en 1903, tras la llamada batalla de Ciudad Bolívar.
Tiempo durante el cual un nuevo credo filosófico habría de sustituir al ilustrado: el
credo de los positivistas. La seducción de la llamada “ciencia positiva” será definitiva
en la formación de la nueva mentalidad médica venezolana, de sus discursos más
sustantivos y de las expresiones sanitario-institucionales a las que dieran origen.

Una nueva medicina que se sostendrá sobre un nuevo paradigma científico y


que contará, como se verá, con el respaldo expreso de los nuevos caudillos, ninguno
de los cuales provendría ya de la desaparecida generación de los llamados “padres
de la Patria”.

El proceso de logización del discurso médico estaba aún por experimentar su


más intensa etapa de transformación tras los casi cinco siglos que siguieron a la
edición de la Fabrica de Vesalio. Por otro lado, el proyecto de construcción de la
república liberal, en el sentido de Urbaneja, arribaba a un período de inflexión
respecto de la tradición ilustrada y sus instituciones políticas, las sanitarias incluidas.
Posterior a la guerra de 1859-1863 veremos arribar un tiempo político distinto cuyo
asiento estará no sobre la fuerza de la razón ilustrada sino que, como lo veremos,
sobre la pretendidamente inexorable verdad provista por el nuevo paradigma de la
“filosofía positiva”. Venezuela dejaba atrás el tiempo de los próceres y su proyecto
ilustrado. No indoloramente, una generación de hombres adherentes a un
pensamiento distinto habría de instalar un nuevo “evangelio” político que habría de
tener en el positivismo su acicate teórico más robusto.

127
Capítulo VI

La nueva luz de los positivistas

“La enfermedad y la muerte no son más que una dislocación o una perturbación de este
mecanismo que regula la llegada de los excitantes vitales para hacer contacto con los
elementos orgánicos…En una palabra, los fenómenos vitales no son más que los resultados
del contacto de los elementos orgánicos del cuerpo con el medio interior fisiológico; este es
el pivote de toda la Medicina Experimental”
Claude Bernard. Introducción al estudio de la Medicina Experimental

Bien entrada la segunda mitad del diecinueve, los pensadores


iberoamericanos se aferraron al positivismo casi con desesperación ante la
inminencia del naufragio de las ilustraciones europeas: “la América practica lo que
piensa la Europa”, sostenía Juan Bautista Alberdi. Incluso desde bastante antes, la
invitación a la construcción de un nuevo pensamiento de signo eminentemente
americano, sin ataduras con el paradigma ilustrado español y que diera cuenta de
una nueva Independencia incluso superior a la que políticamente había sido ganada
años antes por la vía de las armas, era preconizada por aquellos precursores de un
esfuerzo intelectual sin precedentes realizado desde este otro lado del Atlántico.

El nuevo paradigma de la “filosofía positiva” les estaba proveyendo del


andamiaje epistemológico para ello. Iberoamérica, señala el mexicano Leopoldo
Zea, se aferró así al positivismo como vía preferida hacia la construcción de un
pensamiento pretendidamente original (Zea, 1976: XXI). La expresión de dicho
paradigma no habría de ser, en ningún caso, uniforme. Surgirán vertientes de corte
etnocéntrico y sesgo socialista, como la de Arguedas en el Perú, así como otras de
inspiración francamente spengleriana, como la expresada por Vasconcelos en
México en su idea de la llamada “raza cósmica”.

Pero aquella ruptura con la idea ilustrada no sería en modo alguno abrupta.
Los primeros años de la república en Venezuela dieron cuenta de los esfuerzos de
un estamento específico –el de los “patriotas ilustrados”- para construir una república

128
de carácter liberal en la que, en clara contradicción de los principios más básicos del
liberalismo, solo los propietarios podían acceder a la condición de ciudadanos. A tal
fin, como lo señala Carole Leal Curiel, las nuevas elites republicanas apelaron a una
idea del orden “en el sentido legal-constitucional (defensa y preservación de la
Constitución), el que a veces se solapa con el de orden público (conmociones
internas) y en el sentido estricto de orden público (vagos y malentrenidos)” (Leal
Curiel, 1991: 11).

En síntesis, se referían a una idea de orden apegado a una cierta


institucionalidad. Ello supuso un importante deslinde de la idea de orden “origen
divino, revelado” propia de la Monarquía Católica. Pero, como hemos dicho, la
década entre 1848 y 1858 marcó el fin de dicho proyecto, con el que habrán de
fenecer, progresivamente, sus paradigmas de pensamiento. La nueva “filosofía
positiva” sería la llamada a llenar tamaño vacío.

Las luces de las ilustraciones europeas que habían alcanzado a América y


que en Venezuela no carecieron de esplendor propio, se iban apagando ya para
mediados del diecinueve. La nueva realidad política inmediata a la Independencia
quiso hacer suyos los argumentos ilustrados heredados de los tiempos monárquicos,
con el solo resultado de la sustitución de un estamento por otro en la cima de un
orden social pretendidamente nuevo, pero que en mucho reproducía a aquel con el
que supuestamente se había roto. La cuestión planteada para los iberoamericanos
tiene que ver con el postergado pero indefectible enfrentamiento con la nueva
realidad posterior a la Independencia (Zea, 1976: XXXI)106.

De allí entonces que, siguiendo el argumento del mexicano, pueda apreciarse


el vigor con el que se difundiera aquella nueva doctrina, lo mismo entre sus elites
intelectuales que políticas. El positivismo renovaba la oferta de un mundo ordenado

106
Señala al respecto Leopoldo Zea: “…será la realidad a la que se enfrenten al encontrarse
inconformes con ella. Una realidad que ha de ser, no solo transformada, sino de ser posible cambiada
por otra distinta. La adopción de la filosofía positiva será expresión de ese intento. Se adopta,
precisamente la filosofía que se considera ha dado origen al mundo del que quisieran formar parte”.

129
a la razón; ya no a la razón especulativa, sino que a aquella avalada por la verdad
experimental107.

Se tiene en el naturalista alemán asentado en Caracas Adolfo Ernst al primero


de sus promotores en nuestro medio; sin embargo, ha sido el médico caraqueño
Rafael Villavicencio el más destacado referente de aquella por Fernández Heres
llamada “generación de hombres-ruptura” que surge tras el cese de la guerra de
1859-1863 y se abraza a una nueva episteme: la de la ciencia experimental
(Hernández Heres, 1989: 3). El estudio del discurso de Villavicencio en la
Universidad Central del 8 de diciembre de 1886 devela tres claves fundamentales
para la comprensión del nuevo paradigma encarnado en el discurso positivista del
decimonono venezolano. En primer término, destaca la cuestión del deslinde al que
estábamos llamados respecto de nuestra heredada tradición ilustrada europea,
convencido como estaba de la inexorabilidad del destino americano en lo atinente a
la construcción de un nuevo pensamiento libre de los prejuicios y lastres de aquél.

En tal sentido, destaca Villavicencio:

“América, jóvenes, está llamada a grandes destinos en el porvenir de la humanidad, y


sois vosotros del número de los obreros que han de realizar tan magna obra”
(Villavicencio, R. En: Pensamiento Positivista Latinoamericano, TI, 1980: 406).

En segundo lugar, Villavicencio diserta sobre la debilidad intrínsecamente


inherente a la razón especulativa sin base experimental. De la metafísica refiere que:

“agitando eternamente las mismas cuestiones sin hallarles jamás una solución que
obtenga el asentimiento de todos los espíritus, porque sus principios son
indemostrables, como que están fuera de la experiencia…..surgen después las
doctrinas de Descartes, de Spinoza, de Locke y de Condillac, la crítica de Kant, las
especulaciones de Fitche, de Schelling y de Hegel ¡Tantas doctrinas disputando sobre

107
“El positivismo en sus diversas expresiones llegaría a los latinoamericanos empeñados en
construir una historia que pudiesen llamar propia. Una historia que encontraría en el positivismo la
justificación del empeño para el cambio, que se pretendía total, de las estructuras que les habían sido
impuestas” (Zea, citado por Martín Fiorino, 3).

130
la base misma de sus concepciones! Construcciones nuevas que se levantan sobre
las ruinas de las antiguas” (Villavicencio, R. ibidem, p. 399).

Finalmente, Villavicencio apela a dos nuevas razones como bases para la


construcción de aquel nuevo mundo que prometía llegar de prohijado por un nuevo
orden distinto del ilustrado y que se habrían de constituir en el motto del nuevo credo
positivista: el orden y el progreso. Diserta Villavicencio:

“La sociedad tiene dos necesidades igualmente imperiosas. El orden y el progreso; es


uno tan anárquico cuando pone trabas al progreso como cuando perturba el orden”
(En: Fernández Herez, R., 1989: 140).

La idea del progreso se asocia en Villavicencio a la de perfectibilidad. Así lo


expresa en el editorial correspondiente al primer número de El Amigo del Progreso,
efímera publicación científico-literaria que fundara con Teófilo Rodríguez en 1865
(Fernández Heres, 1989: 52). El progreso, en tanto que materialización reiterada de
las promesas del mundo ordenado a la razón que propusiera tres siglos antes el
pensamiento racionalista, se proponía en adelante como una suerte de credo
paralelo – Villavicencio era un católico ferviente- si bien no siempre en armonía con
la doctrina de la Iglesia. Temas específicos, como el del debate entre evolucionismo
y darwinismo darán cuenta de tales tensiones.

Para Villavicencio, las fuerzas actuantes en el seno de la sociedad son


comparables a las demás fuerzas naturales. Juzgamos este aspecto como clave en
la comprensión del carácter que ha de cobrar la episteme positivista en tanto que
totalizadora de las más poderosas fuentes de reflexión acerca de la realidad
venezolana surgidas tras la debacle del pensamiento ilustrado; pensamiento este
que en su día, desde fines del dieciocho, lograra ejercer el mismo papel entre las
elites mantuanas que eventualmente guiarían la Independencia. Diserta Villavicencio
en otro de sus discursos en la Universidad Central, este en 1869:

“Las fuerzas inherentes a la sociedad participan del carácter de las demás fuerzas
sociales, ellas son inexorables y el que emprenda alguna acción contra ellas solo

131
obtiene lamentables consecuencias para sí mismo y para el cuerpo social…” (En:
Fernández Herez, R., 1989: 143).

El mundo de las cuestiones inherentes a lo social y lo político se nos ofrece


ahora como parte y expresión del mundo de la physis, cuyas realidades han de ser,
en tanto que fácticas, objeto del estudio y la comprensión científica a fin de resolver
las cuestiones que de ellas se deriven. Cierra Villavicencio su juicio aseverando que
“…la intervención humana no es útil sino bajo la condición de la ley” (idem).

El diecinueve venezolano se aproxima asi a un nuevo concepto de orden que


no habrá de ser más aquel de tipo legal-constitucional anteriormente referido.
Pareciéramos aproximarnos a uno de nuevo tipo; un orden basado en lo fáctico,
expresado en políticas materializables; un orden cuyas instituciones alineadas con el
nuevo ideal marcado por el progreso, la última de las promesas que la razón estaba
haciendo al hombre de entonces. Una promesa fundada en la esperanza de un
mañana que siempre habría de ser, necesariamente, mejor que aquél caótico hoy.
Esperanza que vendría de la mano ya no de la fe religiosa o de la adhesión a
aquellas formas institucionales que las ilustraciones ofrecieran, sino que mas bien la
de los nuevos referentes políticos generacional y espiritualmente desvinculados de
aquellos que integraron a la elite patriota de 1830.

Diserta Juan Bautista Castro al respecto:

“Entonces, como producto de aquel trabajo lento, pero que tuvo resultado efectivo en
contra de la influencia católica, surgió un hombre que personificó todas las ideas
formuladas en aquella secreta y larga elaboración; y que con voluntad y energía de
espíritu poco comunes, se propuso realizarlas en su patria…Ese hombre fue el general
Guzmán Blanco” (En: Fernández Herez, R., 1989: 12).

Las elites políticas e intelectuales surgidas tras el fin de la guerra de 1859-


1863 volvían su mirada a Europa; pero ya no a España o Inglaterra, sino que a
Francia. Lo francés –tenido quizás como la quintaesencia de lo antiespañol- se
convertía ahora en el modelo a seguir. La Europa ofrecía un nuevo paradigma de
pensamiento sembrado en la tradición de continental – y por ende ajeno a las islas

132
británicas- que al tiempo aparecía lo suficientemente lejano de los idealismos
propios del pensamiento romántico.

Francia se constituía de nuevo en el faro del mundo a partir de una filosofía


distinta a la de los antiguos racionalistas: la filosofía del progreso. Por lo que resultó
natural el que se constituyera en el polo natural al que fueran atraídos los referentes
del nuevo establecimiento intelectual iberoamericano, el venezolano incluido. Al
respecto protestaba, desde la perspectiva católico-conservadora, José Manuel
Núñez Ponte:

“Los jóvenes que iban a buscar luces en aquel emporio, tan justamente llamado
cerebro del Universo, venían cambiados de redondo en su fe, con tinieblas en la
mente, perdida la fijeza de sus principios; renegando de Dios, como si la acción y la
Providencia suya estuviese más en las gestiones de la Ciencia, en el rodar de la vida,
en el movimiento de la Historia. El librepensamiento y las teorías positivistas vinieron a
ser consignadas del tiempo en la mesnada estudiantil, o mas bien, moda petulante y
alardosa que daba pábulo al orgullo y la vanidad…” (En: Yaber, M., 2004: 40).

Aquel momento político

El federalismo en Venezuela, señala Urbaneja, fue sobre todo liberalismo


radical (Urbaneja 2004: 72). La bandera federal supuso apenas una consigna de
ocasión para legitimar la rebelión contra el status quo que tras la Independencia
constituyera aquel mismo estamento criollo que la había hecho años antes en el
supremo nombre de la libertad. Hay en sus proclamas y arengas mucho de
resentimiento. Resentimiento fundado en lo económico lo mismo que en lo cárnico.
No ha sido esta una fuerza menor, si bien la historiografía venezolana no solió
considerarla entre las grandes causas motoras tras nuestros procesos políticos sino
solo recientemente y a la luz de algunos aspectos de la actual coyuntura política que
antes que al historiador parecen haber ocupado antes al psicólogo social 108.

108
García-Pelayo, en sus notas sobre El Resentimiento de Max Scheler de 1915, señala que “el
resentimiento es la constante vivencia de una humillación que no solo no se ha olvidado
intelectualmente, sino que es constantemente revivida, vuelta permanentemente a senir, re-
sentida….un odio impotente hacia aquello que se admira o se estima pero que no se puede ser o no
se puede poseer”. Véase el estudio al texto de Scheler por Manuel García-Pelayo titulado Notas

133
Como resulta de todo ello, la Venezuela que emerge tras la guerra de 1859-
1863 es, sobre todo, una Venezuela rota, desarticulada y en no pocos sentidos casi
materialmente inviable. Un nuevo caudillo ha surgido tras la depuración de aquellos
liderazgos rurales incapaces de contener y conducir las fuerzas sociales desatadas
bajo el signo de la tempestad social109: se trata de un jefe caraqueño, de un
graduado universitario, sin asidero en la antigua aristocracia de la tierra al tiempo
que ajeno al poder fáctico de los jefezuelos rurales que habían hecho la guerra bajo
el mando de Zamora.

Antonio Guzmán Blanco se impone sobre los caudillos rurales a través de lo


que Urbaneja denomina “red de lealtades” sustentadas en dos factores, al menos
uno de los cuales continúa aún formalmente vigente: el reconocimiento institucional
al poder del jefe local en la figura de la presidencia de Estado y la transferencia de
renta a través de situado constitucional. Guzmán se empinaba así como el “caudillo
de caudillos” capaz de contener las fuerzas de la anomia que se imponía tras una
desvastadora guerra de casi un lustro que sucedía a otra de más de cuatro.

El gran argumento movilizador de las últimas fuerzas sociales aún en pie no


habría de ser más el político-ideológico; como lo señala Urbaneja, en lo sucesivo
habrá de ser el argumento económico el núcleo duro alrededor del cual, la nueva
elite política triunfante habrá de construir el discurso que la legitime y justifique
(Urbaneja, 2004: 86).

Guzmán Blanco, lo mismo que su padre, parece entender la fuerza telúrica


encarnada en el resentimiento y desde tal comprensión acciona. Hace suyo el

sobre el resentimiento como actitud psico-política que prologa la edición del ensayo del autor alemán
publicado por la Fundación Manuel García-Pelayo en 2004.
109
Rezaba la letra del denominado Himno de las tropas federales, de autor desconocido:
“Oligarcas, Temblad Viva la Libertad!
La espada redentora del General Falcón confunde al enemigo de la revolución
Oligarcas, Temblad Viva la Libertad!
Las tropas de Zamora al toque del clarín derrotan las brigadas del godo malandrín
Oligarcas, Temblad Viva la Libertad!
Quisiera ver un cura colgado de un farol y miles de monjas con las tripas al sol
Oligarcas, Temblad Viva la Libertad
Yo quiero ver un godo colgado de un farol y miles de oligarcas con las tripas al sol
Oligarcas, Temblad Viva la Libertad!”
Véase la letra de este himno, por ejemplo, en: http://www.auyantepui.com/historia/him_fed.html.
134
exhorto al “terror a la oligarquía” derrotada y jura su exterminio no solo como fuerza
política, sino como expresión social del antiguo estamento mantuano. Ramón Díaz
Sánchez, en su memorable biografía de los Guzmán, cita al segundo de ellos:

“Dividida Venezuela desde 1840 en dos partidos: el uno pugnando por la libertad; el
otro armado con la autoridad; este heredero de la Colonia; aquel, hijo de la República;
el primero, que marcha al porvenir; el segundo, que se aferra al pasado; entre el
oligarca y el liberal ha existido siempre una distancia…”(En: Diaz Sánchez, R., 1975:
194, TI).

“Oligarca y propietario hasta entonces habían sido sinónimos”, sostenía


Guzmán Blanco. La asimilación de “lo godo” con el pasado a desterrar es una de las
claves de una política que, como se verá, tenderá a favorecer al capital financiero
por sobre el poder de la vieja aristocracia de la tierra. Decir propietario es decir godo,
oligarca. Todo lo contrario a ello es tenido como expresión de “lo liberal”.

Como hemos dicho, siguiendo a Urbaneja, no hay ninguna evidencia de que


el nuevo orden de los “liberales de Antonio” se planteare cambiar radicalmente los
esquemas de propiedad de la tierra previos a la guerra de 1859-1863 que animarían
la consigna de “tierra y hombres libres”. El problema del guzmancismo era otro:
poner a Venezuela en el mapa del emergente capitalismo mundial, lo que suponía
desplazar a la antigua hegemonía agraria heredera de los grandes hidalgos
sustituyendola por un nuevo establecimiento constituído por una burguesía
comercial y urbana aliada al capital foráneo y, en general, a la economía
financiera110.

Hacer materialmente viable a Venezuela e insertarla en los mercados


internacionales se constituye en el foco de los esfuerzos de aquel tiempo. Como
también lo señala Urbaneja, el viejo sueño ilustrado de construir una república liberal
que animó a las elites patriotas de los primeros años de la Independencia, había
sido dejado de lado (Urbaneja, 2004: 87). El debate, en lo sucesivo, se centrará en
temáticas tan diversas como la construcción de redes ferroviarias, el “ensanche”

110
Aquí es notable el cambio radical de la política de los Guzmán: Antonio Leocadio trató de
vincularse al viejo mantuanaje casando con una sobrina de Bolívar perteneciente a la familia Blanco.

135
urbano de Caracas, la limitación al poder eclasiástico o la garantía de un grado de
instrucción mínima para los ciudadanos venezolanos. Los viejos debates en torno al
federalismo vis-a-vis el centralismo o las cuestiones en torno a la sucesión
presidencial pasaban a un plano secundario ante la avasallante nueva agenda que
imponía un caudillo sin vinculaciones con aquellos valores propios del patriotismo
ilustrado.

“La patria comienza en abril”, señaló Diaz Sánchez en su severa crítica al


guzmancismo (Diaz Sánchez, R., 1975, T.II: 181). Guzmán Blanco, sin los fardos de
los viejos títulos de la aristocracia ni con los activos políticos del patriotismo
ilustrado, encarnó un proyecto político para el cual el viejo sueño venezolano de la
construcción de una república liberal dejaba de tener la preminencia que había
tenido para la generación anterior. Se rompe con el pasado de glorias y se convoca
a las nuevas elites a un esfuerzo modernizador centrado en la cuestión económica.
No debe ello hacernos suponer que lo político se ha de abandonar; se trata, antes
bien, de un replanteamiento de lo político, que en lo sucesivo habrá de tener una
menor expresión por la vía militar para dar paso a un nuevo tipo de referente: el
político citadino, “de salón”, que no ostenta grado militar alguno y que representa
intereses ajenos a aquellos propios de la “república decente” derrotada política y
militarmente en la guerra de 1859-1863 pero, sobre todo, tras la Revolución de Abril.

La cuestión económica

La definitiva apuesta del guzmancismo por la inserción del país en la


economía mundial se materializaría en políticas de Estado de corte moderno, en las
que destacarían las de carácter monetario, fiscal y financiero. En lo monetario,
asistimos la creación de la divisa nacional– el bolívar- en un intento por unificar los
mecanismos de emisión de moneda, el cual permanecería aún parcialmente en
manos de privados hasta bien entrado el siglo veinte. En lo fiscal, Guzmán ha sido
capaz, apenas en los dos primeros años del Septenio, de organizar las cuentas
nacionales, equilibrar los presupuestos públicos y ordenar un gasto público que se
orienta a la inversión en bienes de capital.

136
Se acometen así importantes obras en materia de infraestructuras públicas y
se contiene la expansión del gasto corriente. Pero es en el campo de lo financiero en
el que Guzmán despliega su mayor capacidad ejecutiva. Y lo hace apelando al
crédito externo, tomando ventaja de la expansión del capital mundial que caracterizó
a la segunda mitad del diecinueve. Capitales franceses, británicos y alemanes fluyen
a un país materialmente destruido y crónicamente subfinanciado con apremiantes
necesidades de recursos para la ejecución de inversiones de gran envergadura. La
figura del empréstito se constituye en una constante durante el guzmancismo,
sirviendo de apalancamiento para la financiación de un proyecto que, mucho más
que económico, no ocultaba sus pretensiones modernizadoras:

“Para que la Revolución Federal, que cuenta con veinticinco años de lucha, pueda
justificarse ante la posteridad y la historia, tiene que consolidar una situaciónd de
eterna paz, de incuestionable libertad, de orden perfecto y de un progreso material tan
general, tan rápido y tan constantemente reproductivo, que en cuatro o cinco décadas
represente Venezuela en la escena del mundo un papel semejante al que hace
cuarenta años representaban los Estados Unidos del Norte” (En: Diaz Sánchez, R.,
op.cit.: 193, T.II)

La construcción de un “orden perfecto” y de un “progreso material tan general,


tan rápido y tan constantemente reproductivo” se convierte en la nueva consigna
nacional por sobre las proclamas patrióticas de antaño111. La idea de orden legal-
constitucional de los patriotas ilustrados da paso a otra distinta, basada en la
construcción de una cierta viabilidad económica112. Para ello, más que las
elaboraciones jurídicas de los viejos constitucionalistas de 1830, se apela a la razón

111
Sobre el nuevo orden guzmancista fundado en la idea del progreso diserta Inés Quintero: “Dentro
del proyecto político de Guzmán, dos de los objetivos principales eran sentar las bases legales y
materiales que permitieran garantizar el porvenir de la República. Las bases legales se cimentarían
en las reformas políticas, para que a través de la construcción de la infraestructura de servicios
públicos y la explotación de los recursos naturales se establecieran las bases materiales. Pero el
objetivo era claro: eliminar lo viejo, inútil, para dar paso a la idea que tenía Guzmán del progreso. El
contraste que ofrecía la visión de las grandes capitales europeas visitadas por él con la modesta
ciudad colonial que era Caracas, fue el motor que lo llevó a construir innumerables obras de
infraestructura, que equivalía al significado de progreso. Los principales puertos y ciudades de
Venezuela debían ofrecer una imagen de civilidad y cultura, acorde con los principios innovadores
que se estaban poniendo en práctica en el mundo entero”.Véase: García T., C., 2004 (en línea).
Disponible en: Http://www2.scielo.org.ve/scielo.php?script=sci_arttext&pid=079829
682004000300005&lng=es&nrm=is.
112
Señala al respecto Urbaneja: “El papel de lo jurídico cede un terreno y una primacía que no
volverá a recuperar. Más nunca se pensará que la realización de un orden social próspero depende
de la existencia formal de un Estado Liberal de Derecho”. Véase: Urbaneja, D.B., 2004, p. 87.

137
técnica aportada por la creciente clase profesional venezolana, intelectualmente
alineada con la nueva corriente del pensamiento positivista y, como hemos visto, al
factor de producción constituido por el capital foráneo. Surge así una burguesía
urbana opuesta a la vieja aristocracia de la tierra; al fin y al cabo, como lo señala
Urbaneja, para Guzmán Blanco, “acabar con los godos no quiere decir acabar con
los ricos” (Urbaneja, 2004: 78).

Del nuevo orden posterior a la guerra de 1859-1863 da cuenta el programa de


1883 del Partido Liberal, en cuyo texto se resume apretadamente la esencia del
proyecto que nacía tras el Tratado de Coche. En el mismo se pasa revista al legado
de los gobiernos liberales o tenidos como tales, en cuya memoria figuran desde los
hermanos Monagas hasta Guzmán Blanco, pasando por Falcón y aún por Joaquín
Crespo. En la relación de los hitos políticos que se atribuyen los liberales, destacan
en el texto iniciativas desde legislativas fundamentales – los códigos penal, civil y
mercantil- tanto como programas específicos para la construcción de infraestructuras
públicas - ferrocarriles, edificios públicos, etc-, planes de inversión pública
orientados a promover la actividad industrial, políticas concretas en materia de
ordenamiento territorial sobre la base del modelo de la república federal o ejecución
de políticas específicas en materia de fortalecimiento de la capacidad gestora del
estado en materias tan diversas como la monetaria o la relativa a la política
demográfica113.

Un programa centrado en una agenda concreta en la que los viejos debates


en materia constitucional durante los lejanos días de 1830 están virtualmente
ausentes.

El conocimiento y su instrumentación en un nuevo discurso de poder

Todo tiempo histórico en Venezuela ha estado de alguna manera signado por


una particular relación de la sociedad y elites con el conocimiento. Sea que este se
derivare de la tradición, de la elucubración racional pura o de la experiencia
concreta, la manera de conocer, en tanto que relacionamiento del hombre con la

113
El bolívar se erige como unidad monetaria en 1879, en tanto que el primer censo de población
data de 1873.

138
ciencia, ha impregnado las prácticas sociales y políticas de cada tiempo. Carlos E.
García T, en su ensayo sobre la historia de la ciencia y tecnología en Venezuela,
destaca y ejemplifica con notable originalidad tres momentos cruciales en el
desarrollo de dicha relación, cada uno de ellos ilustrativo del paradigma científico de
su tiempo.

En el dieciocho, durante la hégira de las ilustraciones, las elites políticas


venezolanas participaron de manera entusiasta de la nueva cornucopia de saberes
derivados de la irrupción del pensamiento racional en un mundo hasta entonces
dominado por la tradición tomista. Una curiosa expresión de ello fue la singular
experiencia vivida por los caraqueños el 20 de enero de 1785, cuando un globo
aerostático similar al que un par de años antes los hermanos Montgolfier hicieran
elevar por los cielos de París. La sociedad de la Venezuela monárquica se descubría
a una relación con la tecnología todavía distante y mediada por el asombro (García
T., C. [en línea] 2004:3).

El conocimiento que producía la nueva ciencia racional no se incorporaba


rápidamente a la vida cotidiana. Mediaba una latencia relativamente prolongada que
fue cediendo en el siguiente siglo, cuando bajo el impulso ya no de la sola razón,
sino que de la experiencia rigurosamente estudiada. García T ejemplifica esa nueva
relación, más inmediata y rápida, con el fallido proyecto de construcción de un túnel
ferroviario para comunicar a Caracas con La Guaira y que ocupara a los decisiones
públicos del guzmancismo hasta su definitivo abandono en 1890 no tanto por
razones técnicas sino económico-financieras (García T., C. [en línea] 2004: 8).

La relación de las elites venezolanas del diecinueve - y luego las del veinte-
114
con el conocimiento habría de ser mucho más inmediata y práctica ; el
conocimiento aplicado sería para ellos la clave para transformar realidades tenidas

114
Señala Tomas Straka, refiriéndose a la nueva visión que de la historia compartían las nuevas
elites positivistas, destaca que ella servíría de base a “…los pensadores venezolanos del decimonono
para identificar sus ideales en la civilización, es decir, la civilización noratlántica moderna, dentro de la
cual enmarcaron todos sus proyectos…”. Véase: Straka, T, 2009.

139
como inamovibles siempre y cuando el esfuerzo en tal sentido contase con apoyos
políticos expresos115.

La medicina de los positivistas. El caso de José Gregorio Hernández Cisneros

El conocimiento médico habría de ser especialmente privilegiado por el nuevo


orden y la figura del doctor José Gregorio Hernández Cisneros encarna
ejemplarmente los atributos de tan novedosa relación. El período parisino de la
formación de Hernández es clave en la comprensión del momento histórico por el
que atraviesa el pensamiento médico venezolano a fines del diecinueve. El
agotamiento intelectual del establecimiento médico nacional es patente. Hernández,
en su formación durante el período caraqueño, apenas conoce las doctrinas de los
vitalistas, flegmasianos y homeópatas, cuyas obras habían dominado la escena
académica de la medicina venezolana desde la renovación vargasiana.

Desde el poder se percibe la necesidad de trascender las limitaciones


heredadas del postvargasianismo. Motiva el ministro Marco Antonio Silva Gandolphi
el decreto presidencial de Raimundo Andueza Palacios del 31 de julio de 1889 en el
que se dispone el envío a Francia, en viaje de estudios y con cargo al Estado, de
algún reciente doctorado en Medicina a fin de completar su formación en el marco
de las nuevas corrientes de pensamiento médico en boga:

“Observándose que los estudios médicos de Venezuela se resienten de lamentable


deficiencia en el campo objetivo de la experimentación, ora por la falta de clínicas
especiales y de museos y gabinetes científicos, donde pueda hacerse ejercicio
práctico de las teorías de la Facultad; ora por falta de Profesores especialistas en
determinados ramos de la, especialmente experimentales, que han obtenido hoy
notable perfeccionamiento y en los que el progreso ha encontrado la base de nuevos
sistemas y sorprendido el secreto de nuevas medicaciones…el Presidente de la
República, en cuyo ánimo han influido tales circunstancias, atento, además, a la
consideración de que al fundar el gran Hospital Vargas, no lo ha movido tan solo el

115
García T., C., destaca también en el citado ensayo el hito creado tras la instalación del reactor
nuclear de Pipe en 1956, apenas una década después de la primera demostración del poder de la
fisión atómica con el desarrollo de la bomba de hidrógeno, siendo que el perezjimenismo representa,
en la particular periodización historiográfica de Urbaneja, una versión “rediviva” del proyecto
positivista. Véase: García T.,C. [en línea] 2004.

140
propósito benéfico, ofreciendo así al mismo tiempo asilo generoso al desvalido y
fecundo campo del estudio y observación para la ciencia, ha tenido a bien resolver….”(
En: Yaber, M., op.cit: 41).

“Campo objetivo de la experimentación”, “progreso”, “campo del estudio y


observación para la ciencia”. Destaca en el verbatim característico de los
responsables del citado acto de gobierno la apelación a dominios propios de la
nueva filosofía positiva, no como elemento cultural adjetivo sino que, por el contrario,
como fundamento específico de la acción del Estado.

La beca de estudios referida en el mencionado decreto recae sobre


Hernández, para entonces el graduado mejor calificado tanto de la Facultad de
Medicina como de toda la Universidad Central. José Gregorio Hernández Cisneros
proviene de una familia trujillana descendiente de antiguos realistas y venida a
menos tras el profundo menoscabo que la economía de base agrícola sufriera en
razón de las contiendas civiles del diecinueve. Recibe formación médica en la
Facultad de Caracas de la que egresa como doctor en Medicina en 1888. Su
formación médica es, en esencia, la que pudo recibir un estudiante venezolano en la
universidad de entonces. Sin embargo, está documentada su asistencia a los cursos
regulares de Botánica, Zoología, Historia Natural y lengua alemana a cargo del
Adolfo Ernst.

La formación francesa de Hernández estuvo a cargo de reputados referentes


de la nueva Medicina Experimental. En París es recibido en los laboratorios de
Mathias Duval, anatomista e histólogo miembro de la Academia116. Su formación,
empero, es más amplia y llega a abarcar los campos conexos de la Fisiología y la
Bacteriología, ello bajo la conducción de Charles Robert Richet 117.

El pensamiento médico occidental asiste a los prolegómenos de su actual


paradigma. En 1891, el español Santiago Ramón y Cajal expone su teoría neuronal,
consistente en la aplicación de la teoría celular al último reducto de la anatomía

116
Duval, Matias. Histólogo francés, miembro de la Academia Francesa.
117
Richet, Charles Robert. Fisiólogo, Premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1913.

141
humana que se le resistía: el del sistema nervioso118. En 1892, el anglo-canadiense
Osler da a conocer la primera edición de su tratado de Medicina Interna, el cual
sigue siendo corregido y reeditado hasta la fecha constituyéndose en un de los
textos médicos más difundidos del mundo119. 1893, tras su síntesi en por los
laboratorios de la para entonces naciente corporación Bayer de Alemania, es el año
de la introducción en la farmacopea del ácido acetil-salicílico, comercialmente
conocida como Aspirina®, probablemente el medicamento más prescrito de la
historia.

Los años de 1894 y 1895 son hitos en el desarrollo del nuevo cuerpo teórico
que habría de desplazar definitivamente a la antigua teoría miasmática: la teoría
microbiana de la enfermedad. Se describen así y se designan con notables
epónimos hasta ahora en uso los agentes patógenos subyacentes a las
desvastadoras “pestes” y “plagas” – la Yersinia enterocolítica120, la Pasteurella
pestis121, el Mycobacterium tuberculosis122, la Neisseria gonorrheae123, entre
muchísimos otros- cuyos grandes brotes epidémicos diezmaron continentes
enteros, así como los primeros ensayos relativos a la inmunoterapia124.

Las tecnologías de aplicación médica también sufrirán su más definitiva


transformación cuando la diagnosis, suprema expresión del ars medica de todos los
tiempos deje de ser dominio exclusivo de la percepción humana – es decir, de la
clínica- para comenzar a cederlos progresivamente a aquellas: en 1895 se reporta la
primera experiencia de introducción de los rayos Röentgen – los “rayos X”- en la

118
Hernández, según relata en correspondencia dirigida a su sobrino Benjamín fechada en Nueva
York el 22 de octubre de 1917, atendió a clases con Santiago Ramón y Cajal, si bien no consta que
haya sido en calidad y alumno regular de sus cursos. Cajal, prominente histólogo español, fue
acreedor del Premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1906.
119
Osler, William (1849-1919), medico académico británico de orígen canadiense, referente
principalísimo de la Medicina anglosajona del siglo XX.
120
Yersin, Alexandre E. (1863-1943). Bacteriólogo francés en cuyo honor se nominó Yersinia pestis a
la bacteria causante de la peste bubónica.
121
Pasteur, Louis (1822-1895). Químico francés. Sus contribuciones a la Bacteriología son parte
esencial del desarrollo de dicha disciplina. De primer orden fueron sus contribuciones al desarrollo de
tecnologías tan fundamentales como la pasteurización.
122
Koch, Robert (1843-1910) Bacteriólogo alemán, a quien se debe el descubrimiento del
Micobacteruin tuberculosis, agente causal de la tisis.
123
Neisser, Albert L. (1855-1916) Bacteriólogo alemán. Describió al diplococo gram negative
causante de la blenorragia y la meningitis fulminante.
124
Von Behring, Emile (1854-1917) Bacteriólogo alemán y fundador de la Inmunología moderna.

142
práctica médica. Operaba así acaso la más grande transformación experimentada
por el paradigma médico occidental desde los tiempos clásicos, al interponerse
ahora la máquina y el laboratorio entre el médico y el enfermo. Un proceso que
indefectiblemente progresa y se extiende hasta límites insospechados en la
actualidad, al punto de que la práctica clínica – léase, aquella en la que el médico
“ve” al enfermo- pueda ser tenida como marginal (ver Lámina IX).

En 1891, ya de vuelta de París, Hernández instituye en la Universidad Central


la primera cátedra de Bacteriología de Iberoamerica. En 1893, Anibal Santos
Dominici fundaba la sede del Instituto Pasteur en Caracas y en 1895, José Oribio
Mármol introduce el uso médico de los rayos de Röentgen en Maracaibo. El medio
venezolano, pese a las complejas y frecuentemente adversas circunstancias de
aquel tiempo, no fue ajeno a tan radicales cambios.

El proceso de logización del pensamiento médico occidental encontró en la


nueva filosofía positiva su más poderoso acicate desde Vesalio. La impronta de la
ciencia experimental convertida ahora en aliada del poder no será en modo alguno
perecedera, sino que se expandirá más y más en la medida en que la incorporación
a la práctica del nuevo conocimiento surgido de los laboratorios de medicina
experimental se intensifique125. Dicho proceso, sin embargo, no estaría libre de
oposiciones, ora desde el viejo establecimiento médico ilustrado o, como en nuestro
medio, desde el de la medicina folk En Venezuela, esta última tendencia no puede
considerarse en modo alguno marginal o huérfana respecto del poder, ya que, vino
de la mano de la última reacción del país rural contra el status quo asentado en
Caracas: la de Joaquín Crespo, el último “taita” llanero.

A contrapelo de la política guzmancista en materia científica, el crespismo


favoreció el acceso de la medicina folk a sitiales hasta entonces reservados a la
medicina académica. La imposición de la figura de Telmo Romero a la comunidad

125
Destaca el hecho de que la totalidad de los descubrimientos y aportes científicos atribuídos a los
galardonados con el premio Nobel de Medicina y Fisiología desde principios del siglo veinte y hasta
su primera mitad estuviesen incorporados directa o indirectamente a la práctica médica cotidiana para
la década de los sesenta, lo que supuso una alto “recambio” de los stocks de conocimiento medico en
apenas medio siglo absolutamente contrastante con la notable estabilidad de los mismos en los
cuatro siglos anteriores o más aún, en los dos mil quinientos años de tradición galénica que los
precedieron.

143
médica caraqueña dio cuenta de ello126. Sin embargo, el proceso de logización del
pensamiento médico al que antes nos hemos venido refiriendo no admitiría ya
retrocesos ni avenimientos de la medicina experimental de los médicos positivistas
con la medicina folk del modo como si lo hiciere con la tradición médica ilustrada.

Ora bajo el crespismo que bajo la regla de las autocracias que le sucederían,
la progresiva superación de paradigmas médicos marginales en obsequio del
representado en la nueva medicina experimental se haría más y más manifiesta. La
ruptura quedaba expresa127.

El Hospital Vargas de Caracas: el nuevo hito médico

El gran hito institucional sanitario del decimonono positivista venezolano es la


construcción y puesta en funcionamiento del Hospital Vargas de Caracas en 189,
durante la administración del presidente Rojas Paúl. Inicialmente denominado
Hospital Nacional y diseñado con arreglo al modelo arquitectónico hospitalario de
pabellones separados, el planeado hospital caraqueño operaría bajo régimen similar
al hospital Lariboissiere, inaugurado en 1854 bajo el imperio de Napoleón III. En el
decreto presidencial que ordena su construcción reza expresamente:

“Artículo 1º. Se dispone la fundación de un Hospital Nacional para hombres y mujeres


que contenga por lo menos mil camas, debiendo tener una construcción análoga y
régimen semejante al del Hospital Lariboissiere establecido en París” (En: Chacín, L.
F.; 1991: 19).

Su diseño de tipo pavillionaire quedaría a cargo del ingeniero Manuel Muñoz


Tébar y obedeció a las concepciones para entonces vigentes en materia de higiene:
amplias salas de altos techos, rodeadas de ventanas y con patios internos que
permitiesen la circulación del aire y, por ende, la depuración de los miasmas

126
Telmo Romero fue un célebre curandero llanero que encontró en Joaquín Crespo a su mejor
mentor, llegando incluso a retar al establecimiento médico académico de Caracas. Ramón J.
Velásquez le dedica amplia atención en su biografía de Crespo de 2005 publicada por la Biblioteca
Biográfica Venezolana bajo los auspicios de la C.A Editora El Nacional, Caracas.
127
La radiografía de la mano de Misia Jacinta, esposa el general Crespo, posiblemente constituya la
prueba documental del primer ensayo con los rayos de Roentgen – o Rayos X- que se realizara en
Venezuela. Está reproducida en la mencionada obra de Papa y Godoy sobre la historia de la Facultad
Médica de Caracas.

144
emanados de los cuerpos enfermos. Rojas Paúl, aunque jurista de formación, tuvo
alguna formación elemental en Medicina y era bien conocida su natural inclinación
por las cuestiones sanitarias. De manera que en el diseño del nuevo hospital, lo
mismo que en el régimen de administración para él propuesto, el Estado apeló al
conocimiento médico vigente como factor clave en la toma de decisiones.

Quedan atrás los antiguos degredos y lazaretos de los tiempos monárquicos,


precarias edificaciones destinadas por la caridad a albergar a enfermos indigentes y
que en algunas tradiciones médicas como la francesa, eran tenidas como sitios para
bien morir. Tras el nuevo hospital, la visión era otra distinta. Se trataba de un
establecimiento de asistencia pero, a su vez, del nuevo espacio por excelencia para
la docencia y la investigación médicas. Es el 31 de enero de 1895 cuando, por
decreto de Joaquín Crespo, se establecen en el nuevo hospital las sedes
académicas de las distintas cátedras clínicas:

“Artículo 1º. Se establecen en el Hospital Vargas de esta ciudad, las Cátedras de


Clínica Médica y Anatomía Patológica, de Clínica Quirúrgica y de Clínica de
Obstetricia y Ginecología, dependientes de la Facultad de Ciencias Médicas de la
Universidad mencionada” (En: Chacín, L. F. ibidem: 38).

Queda así sentada la definitiva conjunción entre la asistencia médica y la


docencia universitaria en Medicina. En 1902 se agregaría el componente de
investigación con la puesta en servicio de un laboratorio clínico adscrito al hospital
puesto bajo la dirección de Rafael Rangel128.

Pero la cuestión institucional sanitaria diataba de haber quedado resuelta. Al


respecto, señala Archila:

“En conclusión, [ ] no hubo, durante ese largo período de años, un cuerpo sanitario
específico, una organización estable y de amplitud nacional; por lo tanto, faltó esa

128
Rangel, Rafael (1877-1909) Laboratorista trujillano, considerado el fundador de la disciplina del
Bioanálisis. Se le deben importantes contribuciones en el campo de la Parasitología, atribuyéndosele
la descripción del agente causal de la “derrengadera” del ganado, una forma de mielitis transversa
causada por la infestación por el Tripanosoma rangelii. Sostuvo una conflictiva relación con las élites
médicas de su tiempo. Comete suicidio en su laboratorio del Hospital Vargas de Caracas el 20 de
agosto de 1909.

145
unidad y continuidad de acción tan necesarias en esta importante rama de la
administración pública” (Archila, 1956: 116).

Si bien la erección del Hospital Vargas significó un hito médico notable, en lo


institucional-sanitario no fue más que eso: un hito. Tras el ocaso de las antiguas
juntas sanitarias, ningún organismo específico de alcance nacional estaba a cargo
de la administración de política sanitaria alguna. Parece ignorar Archila que la
cuestión sanitaria no entraba aún del todo dentro de los dominios de la acción del
Estado. Bajo el imperio del Estado liberal de derecho que hasta ahora tratábase de
instituir en Venezuela, la idea de orden legal-constitucional de los ilustrados suponía
un conjunto de arreglos institucionales tendentes a proteger al individuo del poder
del Estado. Los ensayos liberales europeos tampoco darían tratamiento muy distinto
a tal cuestión.

Lo sanitario–léase, lo atinente al aseo urbano, disposición de basuras,


beneficio de semovientes, sanidad de puertos, etc- por una parte, quedaba, como
desde siempre, como materia propia de las administraciones municipales; lo médico-
asistencial, por la otra, habría de operar bajo la conducción y gobierno de
corporaciones de carácter benéfico con escasa o con frecuencia nula financiación
fiscal129.Lo médico-asistencial aún no irrumpe como espacio para la acción del
Estado. Es notable, sin embargo, el fomento decidido que los gobiernos liberales
prodigaron a la creación de hitos consistentes con el nuevo orden supeditado al
progreso material a cuya construcción estaba siendo convocada la comunidad
científica.

El guzmancismo, no obstante, adelantó algunas iniciativas en tal sentido. En


1883 es disuelta la Facultad Médica de Caracas fundada por decreto de Bolívar en
1827. Fue sustituída por dos nuevas corporaciones: el Colegio de Médicos, a cargo
de los aspectos inherentes a la vigilancia de las profesiones sanitarias, y el Consejo
de Médicos, este último un organismo de perfil sanitario más definido y con

129
Al Hospital Vargas, tras su apertura, le fue asignado un presupuesto mensual de gastos de
Bs.14.166,66 a ser gestionados por una Junta Administradora de Beneficencia Pública, cuyos fondos
irían a cargo tanto de aportaciones presupuestarias formales como de ingresos provenientes de los
juegos de lotería. Este organismo daría paso en su día a la Junta de Beneficencia del Distrito Federal,
organismo este vigente hasta principios de los años noventa del siglo pasado.

146
mandatos y atribuciones tan específicos como la conservación y distribución del
fluido vacuno, etc130. La docencia universitaria en Medicina había sido asumida por la
nueva Facultad de Ciencias Médicas y de Historia Natural, entre cuyos cursos, de
orientación notablemente práctica y experimentalista, destacaron muchos otros de
contenido decididamente consistente con las nuevas corrientes del pensamiento
positivista.

Lo médico-asistencial pertenece a un dominio compartido entre lo


estrictamente científico-académico y lo benéfico. El concepto de asistencia médica
como ejercicio de beneficencia debe merecernos algunas consideraciones
especiales. El modelo de Estado liberal trasplantado a América en el decimonono no
suponía atención específica alguna a cuestiones de carácter social como la
sanitaria; la materia educativa, sin embargo, si, ya que se le consideró un factor
clave en la construcción del nuevo proyecto republicano que no debía ser dejado
bajo la influencia de la Iglesia (Ossembach Sauter, 1993)131.

Las consideraciones debidas a la materia médico-asistencial, aunque


cercanas a dicha perspectiva, no tuvieron similar preminencia. De ello da cuenta la
peculiar estructura del organigrama del Hospital Vargas, adscrito a un órgano de
beneficencia, sustentado en un mecanismo de financiación no muy distinto al de los
antiguos degredos de los tiempos monárquicos y administrado por una congregación
religiosa132. Así las cosas, se hace ostensible una notable discronía entre el nuevo
paradigma médico acicateado en la filosofía positivista y la organización sanitaria
llamada a albergarlo133: la una, expresión de la medicina de base experimental en
boga, en tanto que la otra conceptualmente anclada en el antiguo modelo de la
medicina monacal.

130
Nos referimos al mismo introducido por Balmis a principios del siglo XIX.
131
Señala Ossembach Sauter: “A pesar de que el liberalismo europeo en boga a principios del siglo
XIX procuró que el Estado se abstuviera de intervenir en los asuntos sociales, desde un principio las
necesidades de construcción nacional propiciaron una serie de medidas estatales, entre ellas las
medidas de política educativa, a las que se asignó un papel integrador. Igualmente se llevaron a cabo
diversas políticas sectoriales destinadas a mejorar las condiciones de vida de la sociedad o para el
fomento y defensa de ciertas actividades económicas, sobre todo en aquellos países de mayor
retraso industrial”.
132
La congregación de religiosas de San José de Tarbes, francesa.
133
La administración del Hospital Vargas a cargo de la congregación tarbesiana se extenderá hasta
1941.

147
Sólo hasta pasada la primera década del siglo veinte, en 1911, se crea una
organización sanitaria de pretendido alcance nacional y competencias específicas en
la materia: es la Oficina Sanitaria Nacional, adscrita al Ministerio del Interior y a cuya
cabeza encontramos a referentes médicos absolutamente ligados a las llamadas
“luces” del gomecismo134.

Capítulo VII

1936 en la epifanía sanitaria venezolana

“Nuestro país no sólo está débilmente poblado, sino que la gran mayoría
de la población es víctima de enfermedades y de flagelos sociales, que reducen su
capacidad de trabajo y su vigor intelectual. Tales circunstancias imponen con urgencia
la adopción de un vasto plan de higiene pública, y que se preste especial atención a las
instituciones de asistencia social”.
Eleazar López Contreras. Mensaje a las cámaras del Congreso, 21 de febrero de 1936.

Hemos dicho que, en Medicina, lo antiguo para nosotros tiene su referente


principalísimo en Hipócrates de Cos y todo el sistema de conocimiento médico que
creara a partir del discurso pitagórico a propósito de la enfermedad, lo que traería
consigo su definitiva ruptura con las prácticas fundadas en lo mágico- religioso que
tan propia fuera de los asklepíades oficiantes del culto a Esculapio. Hipócrates,
acaso el último de ellos y a quien tan inexactamente solemos llamar “padre de la
Medicina”, tuvo sin embargo el inmenso mérito de crear conocimiento, de construir
doctrina y de transmitirla de modo sistemático a los practicantes del sutil arte de
“preservar la salud y de sanar la enfermedad”, ni más ni menos lo que para los
antiguos griegos era la Medicina.

Convenientemente codificada y aún desarrollada por el romano Claudio


Galeno, médico del emperador Marco Aurelio, entre otros, la Medicina hipocrática
logró difundirse hasta los confines del mundo antiguo. Ya en la Europa cristianizada
y de la mano de la patrística, la influencia galénica se extiende durante los próximos

134
Empleamos aquí el acertado término propuesto por la Yolanda Segnini en su obra homónima de
1997.

148
1500 años casi sin objeción alguna, salvo por las singulares aportaciones de los
médicos árabes y judíos de aquellos brillantes tiempos del dominio moro sobre
España – Ben Maimónides y Avicena- y hasta el fin del la Edad Media. Fue este el
largo período al que la historia de la Medicina bien llamara el de la Dictadura de
Claudio Galeno y cuya fuerza cultural llega aún hasta nuestros días, como quiera
que hasta hoy sirve de base a los epítetos con los que se nombra e identifica como
colectivo profesional al médico– los “galenos”.

La de Hipócrates y Galeno era la Medicina de los tiempos antiguos.


Destacamos su carácter de Medicina sin base experimental alguna, dogmática,
hermanada siglos después al pensamiento escolático surgido tras la asimilación
cristiana – vía Tomás de Aquino- de toda la filosofía griega desde Platón hasta
Aristóteles. Los modernos traerían consigo otra concepción de las cosas. Como en
su día Aristóteles respecto de Platón, los hijos del Renacimiento habrían de forzar
los linderos del pensamiento categórico aristotélico contra el duro yunque de la
evidencia empírica.

El giro copernicano - referido, claro está, a Nicolás Copérnico y a su


demoledora crítica al antiguo sistema geocéntrico de Ptolomeo cuyas consecuencias
habrían de alcanzar a terrenos bastante más allá de la Astronomía hasta arribar al
más feroz de los debates teológicos de todos los tiempos- abrirá paso a un
formidable estremecimiento de todo el conocimiento tenido por válido hasta
entonces, el médico incluido. El célebre tratado astronómico de Copérnico, De
Revolutionibus Orbium Caelestium habría de permanecer proscrito hasta muy
reciente fecha135. Aún así trajo consigo todo un esfuerzo de pensamiento que
Occidente no había conocido desde los tiempos de la gran tradición de la filosofía
griega136.

Para el pensamiento médico, aquél tiempo sería también un tiempo de


rupturas revolucionrias. Era la modernidad la que se asomaba, fundada en la crítica
del pensamiento categórico aristotélico y en la nueva filosofía racionalista que

135
La proscripción apenas fue levantada por durante el pontificado de Juan Pablo II
136
El vocablo “revolución”, acuñado tras la edición del texto copernicano desde una acepción
astronómica, sin embargo forma parte del verbatim de la ciencia política desde fines del dieciocho.

149
desarrollaría al límite René Descartes y tras él, si bien siguiendo la misma senda
marcada por el pensamiento lógico, los pensadores de las ilustraciones europeas y
hasta los positivistas. Todo lo cual estaba trayendo al mundo del conocimiento – y al
de la Medicina- una verdadera revolución (Hawking, 2002:11).

Hemos sostenido que la figura médica del Renacimiento que más fielmente
encarnara el espíritu de aquella aurora de modernidad no es otra que Andrea
Vesalio en su célebre De humani corporis fabrica de 1543 -el mismo año de la
edición de tratado de Copérnico – y en el que se plasmaran las bases del paradigma
médico del que hoy participamos. De Vesalio es la idea de una economía humana
conformada a partir de órganos integrados en sistemas que son a su vez el locus de
asiento de los complejos procesos que sostienen la vida y que el desarrollo de la
ciencia por venir ya se encargaría de desentrañar al límite de lo molecular (Lyons y
Perreuccelli, 1987: 416).

Consistentemente con la idea vesaliana de la fábrica humana, la Medicina


moderna construiría un nuevo discurso nosográfico y terapéutico basado no ya en la
idea del equilibrio de los humores de los antiguos, sino en la de la disfunción de una
o más de las partes constitutivas de aquella factoría de procesos vitales finalmente
reparables cuando no sustituibles (Startzl, 1992: 285). ¿Cómo no reconocer
entonces la vívida impronta de aquella poderosa idea vesaliana entre nosotros
siendo que el conocimiento médico del que participamos está estructurado
precisamente así, por órganos y sistemas, constituidos en adelante en la “sede”
material de toda patología?.

De la anomia decimonónica a una nueva promesa de modernidad: la sanidad


pública venezolana del entresiglo

Por anomia social, en el sentido de Merton, se entiende a todo status quo


caracterizado por la incoherencia entre las metas colectivas de una sociedad y las
normas institucionales que han de dirigir su consecución. En otras palabras, en la
sociedad anómica, la acción social no guarda armonía alguna con la normativa
formal que rige la vida cotidiana. En respuesta, el hombre ha de optar bien sea por el
extrañamiento radical – la rebelión-, por la aceptación acrítica de la realidad –el

150
conformismo- o por conductas sociopáticas como las representadas en el crimen .La
anomia social evoca a la “crisis espiritual” – en el sentido expuesto por Toynbee- que
experimentan aquellas sociedades en las que los grandes consensos que soportan
la vida pierden vigencia, todo lo cual hace imposible una acción colectiva que la
haga viable (Toynbee, 1975: 216).

El cuerpo social se asimila entonces a masa carente de una episteme


compartida y para la que el vivir se reduce apenas a un sobrevivir. Siguiendo a
Toynbee, ello resulta en el abandono de las masas –los proletariados- por aquellas
las elites llamadas a conducirlas137.

La coyuntura política de la Venezuela de fines del diecinueve estaba signada


por la reducción del suyo a un Estado anómico. La “Venezuela de papel” a la que se
refiere Alcibíades, plasmada en las constituciones dictadas en el país desde aquella
de 1830, no se materializaba en un orden tangible capaz de dar cauce a la vida
social (Alcibíades, 2004: 1). Ya en abril de 1899, cuando se propone la reforma
constitucional que buscaría perpetuar hasta el siglo por venir a la hegemonía liberal
llanera encarnada en el crespismo y que aspiraba a sobrevivir tras la muerte en
combate en la Mata Carmelera del último de los “taitas” llaneros apenas meses
antes, parecía claro que el gobierno de Ignacio Andrade era insostenible. No de otro
modo se explica el triunfo de una brevísima campaña militar de apenas cuatro
meses, en la que las operaciones bélicas destinadas a contenerla carecieron de la
contundencia esperada por Andrade pese haberlas encomendado a jefes militares
tenidos por solventes.

Castro no captura el poder: se lo entregan. En efecto, tras resolver


favorablemente la batalla de Tocuyito el 14 de septiembre de 1899, Castro es
reconocido como “Jefe de la Nación” por el comandante del Ejército de Andrade,
general Luciano Mendoza. Una fórmula legal –la de la vacante del la presidencia
decretada por el Consejo de Gobierno, establecida en la vigente constitución de

137
Probablemente sea Waldman el que mejor integre estas nociones en su concepto de anomia social:
“proponemos que una situación social es anómica cuando faltan normas o reglas claras, consistentes,
sancionables y aceptadas hasta cierto punto por la sociedad para dirigir el comportamiento social y
proporcionarle una orientación” (Waldman, 2006:13).

151
1893 y a la que ya se apeló en la oportunidad de instalar en el poder a Crespo tras el
triunfo de su Revolución Legalista en 1892- fue de nuevo empleada a fin de dar
alguna base jurídica a la irrupción del fenómeno castrista.

Castro es reconocido como “Jefe Nacional del Liberalismo y de la Nación” el


22 de octubre y al día siguiente, el 23, se decreta su asunción del Poder Ejecutivo a
título de Jefe del mismo. Para fines del siglo diecinueve, el ejército de carácter
nacional que pudo haber existido en los tiempos de la Independencia y la
Federación había desaparecido, siendo sustituído por la proliferación de pies de
fuerza de carácter regional obedientes a factores identificados con poderes de
alcance restringido a una determinada localización geográfica y carente de
formación profesional (Ziems, 1999: 143)138.Los ejércitos locales, levantados por
jefes sin proyección más allá de sus espacios regionales, obedecían, por tanto, a
una lógica subnacional incapaz de entender la coexistencia de otras formaciones de
tipo similar más que en términos confrontacionales; de allí entonces que en la
Constitución de 1909 estableciera expresamente la prohibición de que un Estado
declarara la guerra a otro como modalidad de resolución de cualquier tipo de
disputa.

Es así como el titular de la jefatura nacional se asumiera como un primus inter


pares al que las fuerzas locales y sus jefes se adhiriesen en una suerte de “pacto de
lealtad” al modo de los antiguos reinos germánicos del medioevo europeo. No de
otro modo se explican la longevidad del guzmancismo hasta su última expresión, el
crespismo. El poder militar que soportaría el aún precario orden que hizo posible el
proyecto histórico liberal y que tuvo en el guzmancismo a su más importante
exponente tras la desaparición física de los jefes de la Independencia, supuso una
suerte de “red social” de jefes locales supeditados por vínculos afectivo-familiares o
de naturaleza francamente feudal con otros caudillos de radio de acción y peso
militar más amplio; una red en cuyo centro, al modo de un “caudillo de caudillos” se
situó Guzmán Blanco (Urbaneja, 2004: 83).

138
Al respecto señala Angel Ziems: “El hombre militar se hace sobre el terreno y su única teoría viene
a ser la batalla anterior y nunca un centro de educación militar o cursos especializados”.

152
Pero desaparecido Crespo, expresión en sí mismo de tan complejo sistema
de vasallajes, el futuro de dicho equilibrio se tornaría incierto. El proyecto nacional
liberal del guzmancismo, recogido en la Constitución de 1864 y sus versiones
sucesivas, se derrumba tras la desaparición de Guzmán Blanco de la escena política
nacional iniciada con su definitivo extrañamiento a Francia. Como lo señala Brewer-
Carías, el viejo liberalismo amarillo se verá escindido en facciones regionales al
mando de jefes locales relativamente débiles (Brewer-Carías, 1994: 16). Ninguno de
ellos era capaz de convocar al resto de los caudillos en una alianza lo
suficientemente estable como para pervivir, esfuerzo este al que incluso Guzmán y
Crespo hubieron de invertir en su día ingentes esfuerzos durante sus mandatos en
procura de contener militarmente a sus adversarios locales.

Tal fue, en palabras de Ramón J. Velásquez, el fundamento de la caída del


liberalismo amarillo. El status quo no dejó por ello de resistir la inminente caída de
Andrade, un náufrago político sin apoyo efectivo ni en los jefes militares locales ni en
la burguesía comercial de Caracas y las demás ciudades. Sin embargo, tales
esfuerzos se consideraron inútiles ante el avance de los andinos encabezados por
Castro y dada la extrema debilidad del gobierno de Andrade, que apenas duraría
veinte meses.

La cuestión económica, la economía cafetalera estaba agotada tras la caída


de los precios internacionales de los commodities. El país era económicamente
inviable, con la guerra de pillaje como principal medio de vida de grandes masas de
proletarios sin inserción en economía real alguna. Solo la región de los Andes, cuya
economía local relativamente “globalizada”, estuvo de algún modo aislada de los
impactos tanto de la guerra de Independencia como de las guerras federales (Ziems,
1999: 144)139. No es casual entonces que haya sido de la región andina desde donde
surgiría el único factor social capaz de introducir un cierto orden en aquél caos.

Las finanzas públicas nacionales a la llegada de Castro no solo eran


marcadamente deficitarias sino que destinaban a los gastos de seguridad y defensa

139
Señala Ziems: “hasta 1899 no participaron en aquel escenario político-regional; eran simples
convidados de piedra en los festines guerreros generados por los centrales, llaneros, guayaneses,
larenses y corianos”.

153
casi la mitad del presupuesto nacional (Mandato, 1998: 131 y sucs.)140. El gobierno
adopta una política económica deflacionista basada en una marcada constricción del
gasto público. A ello se une la caída del crédito externo en el marco de una tensa
relación con las grandes potencias europeas y con Estados Unidos, lo que se tradujo
en el bloqueo a los puertos venezolanos en 1902. Si deteriorada estaba la relación
con la banca foránea, no menos lo estaba con la nacional, cuyos representantes
fueron encarcelados en 1900 por ordenes de Castro al habérsele negado un
préstamo a su gobierno.

Hasta entonces, el propio Manuel Antonio Matos había servido de lobbysta


ante los dos grandes bancos del país – el de Venezuela y Caracas- en procura de la
consecución de dinero fresco para paliar en algo el grave déficit de caja del
gobierno. De la complejidad de la situación económica ya venía advirtiendo Matos al
propio Castro:

“Seis años de desorden fiscal, dos más de guerra incesante, el café depreciado en los
mercados de consumo, muchas haciendas abandonadas, la industria cañaveral
quebrada por el valor de sus productos, el trabajo interrumpido en toda la República
por la falta de paz, los intereses de la deuda pública insolventes, el crédito de la nación
hundido en el extranjero. Las consecuencias desastrosas de todos estos antecedentes
han hecho que el comercio, los capitalistas y los particulares que viven de profesiones
y otras industrias se hallen reducidos a tal penuria que no permita esperar de ellos otra
ayuda que la compatible con su actual situación económica”141 (En: Gómez, C.A.,
2007: 37).

Queda claro que la crisis económica que encuentra no era sino expresión de
la quiebra del modelo oligoproductor agrícola venezolano basado en commodities
que a fines del diecinueve habría visto progresivamente depreciar su valor
comercial. El precario clima de seguridad interna hacía inviable cualquier plan de
inversión sostenido y de largo aliento. Es así como tras las negociaciones que
siguieron a la Batalla de Tocuyito, una delegación de “notables” – el llamado “círculo
de Valencia”- en unión de antiguos funcionarios al servicio de Andrade, con el

140
Según la autora, los presupuestos públicos se había reducido en casi un cincuenta por ciento entre
1896 y 1899 (de 48.313 a 27.296 Bs).
141
La respuesta de Castro al análisis ofrecido por el Matos no dejaría lugar a dudas: el banquero es
hecho venir a Caracas y apresado tan pronto pisara la estación ferroviaria de Caño Amarillo.

154
general Luciano Mendoza a la cabeza, sale a recibirle a Valencia en su paso
indetenible hacia Caracas, a la que arribaría por tren el 23 de octubre de 1899.

Es Caballero quien destaca como, toda vez designado vicepresidente en


1901, el estallido de la llamada Revolución Libertadora da a Gómez la oportunidad
de convertirse en un jefe militar. A partir de entonces, un Castro disperso en lo que a
su enfoque político se refiere delegará progresivamente en su lugarteniente el
ejercicio de la fuerza necesaria para contener los frecuentes levantamientos
armados que se sucedían a todo lo largo y ancho de un país levantisco a merced de
jefecillos locales armados sin poder suficiente como para imponer su regla sobre el
resto, pero con suficiente capacidad de perturbación como para amenazar la
gobernabilidad que Castro ansiaba construir.

En ese sentido, la acción pacificadora de Gómez tendrá su culmen en la


derrota infligida al último gran caudillo oriental, Nicolás Rolando, en la Batalla de
Ciudad Bolívar, librada el 21 de julio de 1903 (Caballero, 1995:113).El retorno a
Caracas desde Guayana pasando por La Guaira estuvo signado por un Juan Vicente
Gómez aclamado como “pacificador de Venezuela”. Su prestigio político y militar
crecía en la misma medida que el de Castro mermaba merced del deterioro general
del país. Adicionalmente a todo ello, es necesario acotar que el estado de salud de
Castro se comprometía al punto de que se recomendara su viaje al exterior en
procura del debido tratamiento médico.

Castro no dudó en delegar el mando en su lugarteniente, convencido de tanto


de su lealtad como de su incapacidad para concitar los equilibrios políticos que la
coyuntura exigía. Como señala Caballero, el temor del país a una nueva guerra civil
después de las traumáticas experiencias de las guerras federales – la Guerra Larga
de 1859 a 1863, la Revolución Legalista y, últimamente, la Libertadora- hacía
suponer que ninguna alternativa había al atávico gobierno de Castro como no fuera
una nueva conflagración que ningún factor social estaba dispuesto a secundar.
Convencido de ello, un confiado Castro marcha a Europa.

Con todos los poderes fácticos en su haber – el militar, el político, el de los


factores económicos y el que le diera la anuencia de los poderes foráneos- las

155
opciones de Gómez parecían claras: o tomar el poder vía golpe de Estado o dejar al
país de nuevo a merced de unos caudillos locales persuadidos de la definitiva
desaparición de Castro de la escena política. Sin embargo, Gómez y los andinos
optarían por una ruta distinta a ambas: plantearían “una evolución dentro de la
misma causa”. Se referían a la Causa Liberal Restauradora de 1899, que ahora veía
en Gómez – la “Espada de la Restauración”- a su mejor expresión.

El ascenso de Gómez da paso a la que Carrera Damas ha denominado


“dictadura liberal regionalista” (Carrera Damas, 2008). La primera denominación es
discutible si partimos de la definición schmittiana e incluso si valoramos el que
Gómez haya recibido una delegación por gomecismo, en palabras de Caballero,
como una tiranía. Su carácter liberal es reivindicable en tanto que supuso la
culminación de un avataroso proceso de evolución institucional desde la primera
expresión republicana de 1830, apenas distinguible de la monarquía en virtud de la
anulación de la figura del monarca, hasta la de una república basada –al menos
nominalmente- en un gobierno constitucional, con separación de poderes y con
procedimientos formales para la transferencia pacífica del mando.

Finalmente, el carácter regionalista resulta obvio en virtud del predominio del


componente social andino transversalmente extendido a todas las funciones básicas
del Estado, desde el ejército, la alta dirección pública y el servicio exterior.

Castro se inaugura, claro está, con la propuesta de un proyecto constitucional


a cargo de la Asamblea Constituyente, que lo sanciona el 26 de Marzo de 1901.
Dicha elaboración habría de resolver el problema de su provisionalidad, si bien
nunca juraría como presidente constitucional. Su investidura será la de presidente
provisional hasta febrero de 1902. Adoptará nuevamente la figura provisional en
1904 a los fines de asegurarse la permanencia en el poder. De ese modo, el
castrismo fue capaz de imperar por sobre la Constitución contra la cual insurgiera, la
de 1893.

De ciertos atavismos en la historia. Una disquisición necesaria

156
Desde Gregorio Marañón y sus célebres ensayos sobre Enrique IV de Castilla
y los Trastámaras, o los más recientes por Laín Entralgo y, sobre todo, por Vallejo-
Nájera en su debate sobre los “locos egregios”, la aproximación a enfoques de la
historia de raíz psicodinámica ha producido resultados variables, en los que aciertos
y dislates se han sucedido más o menos paritariamente.

En nuestro medio son de destacar una muy poco útil aproximación médica a
la figura de Bolívar ensayada por Diego Carbonell en 1916 y las más recientes,
mucho más acertivas en tanto que libres de pretensiones en cuanto a constituirse en
ciencia histórica, como las de Francisco Herrera Luque. En ambos casos, es de
reconocerse un esfuerzo por entender lo histórico a partir de los condicionantes
psíquicos más básicos compartidos por la sociedad.

Las derivaciones teóricas del Psicoanálisis ensayadas por Carl G. Jung y su


adláteres, definen en lo arquetipal al conjunto de formas transpsíquicas que dan
cuenta de un inconsciente colectivo que es fuente primaria de todo psiquismo (Jaffe,
1976: 21). Un psiquismo cuyas claves más esenciales -temores, mitos, creencias
básicas- comparte la sociedad más allá de cualquier diferencia mensurable. Es ese
“estado de fe” al que se refiere Ortega y Gasset y que opera independientemente de
que las individualidades lo nieguen (Ortega y Gasset, 1997:20).De allí entonces lo
que bien señala Ramón Guillermo Aveledo refiriéndose a una de las cuestiones más
complejas del estudio de la sociedad venezolana, la de la búsqueda incesante de
alguna forma de paternidad (Aveledo, 1999: 81)142.

La episteme de las grandes mayorías venezolanas encarnadas en quienes


tienen su origen en una forma familiar distinta a la de la familia nuclear, cuyos
paradigmas occidentales por excelencia han sido la Sagrada Familia bíblica y el clan
romano a cuya cabeza se sitúa el pater familiae, no se aviene fácilmente con la
episteme moderna de la que participan las élites sociales y políticas nacionales. La
“patria” de los romanos se corresponde en Venezuela a una “matria” mucho más
consistente con lo que el hispano-venezolano Alejandro Moreno Olmedo denomina

142
Diserta Aveledo en el citado texto: “El padre hace falta. No haberlo tenido es una carencia en la
formación humana. Quien no tiene referencia paterna la procura…La política no es la excepción.
Nuestra vida cívica refleja la falta de padre….El Estado sustituye al padre”.

157
“la cultura ginecocrática” propia del por él llamado “mundo popular venezolano”
(Moreno Olmedo, 1993: 420).

Ya lo advertía Mario Briceño-Iragorry al referirse al problema de nuestra


cultura, en su criterio profundamente arraigada en la mentalidad colonial: “sus
valores tienen la intemporalidad mítica de todo lo que dura” (Briceño Iragorry, 1951:
257).

La sanidad pública del entresiglo como imperativo político en el proceso de


formación del Estado nacional venezolano

“Venezuela no tiene problemas, lo que tiene son necesidades”.Es Laureano


Vallenilla Lanz quien mejor define el ethos positivista ante la ruina heredada con el
siglo. Para 1930, en las nuevas elites había calado suficientemente el nuevo credo
positivista .Para estas, el gran esfuerzo nacional por realizar no estaría centrado en
la resolución de tensiones tanto como en la acometida técnica a problemas
concretos. La Venezuela pugnaz había sido derrotada con Arévalo Cedeño en
Ciudad Bolívar. Quedaba ahora la Venezuela del caos que se hacía imperioso
problematizar.

Un novedoso conjunto de grandes temas dominarían la agenda del


gomecismo temprano, entre ellos el militar, el de la hacienda pública y el petrolero.
En lo militar, el gomecismo se concentrará en la formación de un verdadero ejército
profesional de alcance nacional, con lo que quedarían superadas las apelaciones a
la razón armada que caracterizaron al siglo diecinueve. El ordenamiento de la
hacienda pública tendrá su centro en la gestión de Román Cárdenas, esfuerzo este
parangonable quizás con el que en su día intentase Santos Michelena en los
tiempos del paecismo. Es Cárdenas quien introduce las modernas prácticas de
presupuestación y control hasta entonces ausentes en la administración pública
venezolana.

Finalmente, corresponde a Gómez gestionar la nueva realidad económica que


traería el siglo: el petróleo. Si bien las primeras concesiones otorgadas en la
“Petrolia del Táchira” datan de 1878, es a partir de los años veinte del siglo pasado

158
que el fenómeno de la renta petrolera habrá de irrumpir definitivamente en el
proceso histórico venezolano .Lo sanitario, aunque marginalmente, también está
siendo objeto de debate y reflexión. En 1924,Razetti quien apunta a la magnitud y
complejidad del problema sanitario venezolano al advertir, en su célebre encuesta
epidemiológica del Distrito Federal, que la expectativa de vida del venezolano de
entonces no alcanzaba los treinta años y el hecho documentado de 50.128
nacimientos contra 51.027 defunciones contabilizadas entre 1908 y 1924 La materia
sanitaria demandaba la atención del Estado en tanto que sus expresiones
demográficas amenazaban la viabilidad material de un país ahora inserto en la
economía global merced del fenómeno petrolero.

Razetti, aborda el estudio de la cuestión y en “aséptico” lenguaje médico se


dirige al Ministerio de relaciones Interiores el 29 de enero de 1909 refieiendo que

“La consecuencia de nuestro desprecio por la Higiene pública es la enorme cifra de


mortalidad, que ha pasado en Caracas de 35 p.1000, cuando en ciudades populosas
como Londres apenas alcanzan los 20 p.1000” (Razetti, L., OO.CC, T IX, 1975: 210).

Ninguna aparente otra pretensión fuera de la estrictamente epidemiológica


parece animar el juicio del estudioso. En acta correspondiente a la sesión número
622 de la Academia Nacional de Medicina del 10 de abril de ese año, se deja
constancia de que

“[Razetti], leyó un trabajo titulado “El decrecimiento de la población de Caracas”, en el


cual el autor demuestra que la población de esta ciudad decrece y atribuye este
decrecimiento a la excesiva cifra de mortalidad general, superior a la de natalidad, y
que el autor atribuye a la gran cantidad de niños menores de 5 años que mueren, por
diversas causas, especialmente por el abandono en que se desarrolla la infancia en
esta ciudad”. (Razetti, L., ibidem.: 238)143

Destaca Archila la sucesión de esfuerzos que en materia de organización


sanitaria se registran desde 1901 (Archila, 1956: 117):

143
Las denuncias de Razetti a este respecto le ganarían su progresivo alejamiento del régimen hasta
su exilio en Curazao en 1924.

159
1. Hasta 1911, correspondiente a organismos varios.
2. Desde 1911 hasta 1930, Oficina de Sanidad Nacional.
3. Desde 1930 a 1935, Ministerio de Salubridad y de Agricultura y Cría.
4. Desde 1936, hasta la fecha, Ministerio de Sanidad y Asistencia Social144

Dos rasgos principales destacan en tales iniciativas; en primer término, su


temprana adscripción administrativa al Ministerio del Interior. Ello desvela una clara
asimilación de la política sanitaria a la función de orden público que es propia de los
órganos de policía. La segunda característica a destacar es la de su definitiva
vocación de convertirse eventualmente en órganos de alcance nacional, aspiración
esta que nunca concretaron las juntas sanitarias de los principios de la república.

No fue aquel un esfuerzo carente de debate conceptual previo. El Congreso


de Municipalidades de 1911 se constituyó en el primer gran esfuerzo de diagnóstico
y conceptualización sistemáticos en materia de política sanitaria que se documente
en la historia nacional. No se trata de un compendio de políticas basadas en
aplicaciones teóricas sin mayor basamento empírico, ni en la copia acrítica de
prácticas foráneas. Media en ello un esfuerzo único que ha sido técnico, pero
también político. La base de la sanidad por construir no estaría ya en
establecimientos (hospitales, etc) pretendidamente nacionales sino en el ámbito
municipal de gobierno (Martín-Frechilla, 2008. 519-541).

No casualmente se trató de un esfuerzo articulado con iniciativas de carácter


internacional surgidas a la luz de dos nuevas realidades: la guerra europea y la

144
La historiografía oficial venezolana contemporánea propone una periodización en la que destacan
tres etapas, a saber: la llamada Etapa I, característica del período “colonial”; la Etapa II, inicialmente
bajo la égida de la Oficina de Sanidad Nacional gomecista y luego de la del Ministerio de Salubridad y
de Agricultura y Cría; la Etapa III, a partir de 1936, con la creación del Ministerio de Sanidad y
Asistencia Social y, finalmente, la Etapa IV, a partir de 1999, cuando la fusión de los antiguos
ministerios de Sanidad y Asistencia Social y de la Familia da origen al Ministerio de Salud y
Desarrollo Social, que en 2005 se habría de transformar en el actual Ministerio de Salud. Este último
período corresponde al de “los procesos de cambio revolucionario que vive el país”. Escapa al
alcance del presente ensayo entrar en mayores consideraciones a este respecto; en todo caso, se
destaca una vez más el carácter necesariamente arbitrario de toda periodización historiográfica y,
más aún, la tenaz pulsión -ya advertida por los historiadores racionalistas ingleses- que opera sobre
el historiador ante el hecho documentado y que le empuja insensiblemente hacia una
instrumentalización más o menos utilitaria de toda historiografía. Véase: Osuna Gómez, A (2009)
Evolución histórica de la Administración de la Salud Pública en Venezuela (mimeo). Ediciones de la
Coordinación de Biblioteca Central, Dirección General de Investigación y Educación, Viceministerio
de Recursos para la Salud, Ministerio del Poder Popular para la Salud, Caracas.

160
expansión del capital estadounidense. Estados Unidos se perfila como la potencia
emergente ante la ruina de las antiguas economías europeas. En 1902 es
convocada la que se llamara I Convención Sanitaria Internacional de las Repúblicas
Americanas, que posteriormente daría paso a la Conferencia Sanitaria
Panamericana como órgano especializado de la Unión Internacional de Repúblicas
Americanas precursora de la actual Organización de Estados Americanos.

La materia sanitaria preocupa y moviliza la atención global en tanto que se


convierte en factor crítico de éxito en iniciativas tan complejas como la construcción
del Canal de Panamá. Al calor de la movilización internacional alrededor del tema y
como parte de las iniciativas gubernamentales con motivo de la conmemoración del
primer siglo de la República, el gomecismo promueve la celebración del I Congreso
de Municipalidades de 1911, foro este en el que la materia sanitaria lograría una
visibilidad nunca antes vista. La primera medida eficaz derivada de las conclusiones
del congreso está en la constitución de la Comisión Nacional de Higiene Pública,
que en breve sería sustituída por el Consejo Nacional de Higiene y Salubridad
Pública y en 1911, tras dictarse la novísima Ley de Sanidad Pública, la constitución
de la Oficina Sanitaria Nacional (Martín-Frechilla, 2008: 519-541)145

Es de destacar la notable amplitud de materias específicas de las que se


ocupa la mencionada Oficina pese a tener al Ministerio de Interior como órgano de
adscripción, el proceso de ajuste progresivo de la nueva institucionalidad sanitaria a
los estándares pautados por los nuevos referentes internacionales que,
insólitamente, incidían en términos directos en la formación de una política pública
específica, en un hecho sin precedentes en el proceso político venezolano.

Invocamos la teoría vertida por García-Pelayo al referirse a la relación


ordenación, orden y organización a la que hemos hecho referencia anteriormente. La
ordenación del mundo a la verdad experimentalmente demostrada está establecida
como paradigma científico-médico dominante. Ha sido el positivismo la tabla de
145
De la Oficina Sanitaria Nacional destaca sus específicas atribuciones Marín-Frechilla: “Las competencias de
la Oficina eran amplias. Incluían la profilaxis (epidemiología, vacunación, desinfección, desratización, luchas
contra moscas y mosquitos, drenajes, hospitalización); la inspección de farmacias y profesiones; los certificados
de salud; los servicios de puericultura, antituberculoso, antivenéreo; la ingeniería sanitaria; los laboratorios de
bacteriología y parasitología, química, aguas; la inspección de casas, alimentos, aseo urbano”.

161
salvación a la que apelara el paradigma racionalista. Y como telos de dicho
paradigma, la nueva modernidad suscribe las promesas aunadas al progreso como
un nuevo e ideal orden que habría de surgir a partir de la sujeción de prácticas,
políticas y aún de actitudes al nuevo paradigma de la verdad experimentalmente
demostrada (Barahona y Torrens, 2004:161-178)146.

De allí entonces que para uno de los más destacados referentes del régimen,
Laureano Vallenilla Lanz, el proceso venezolano de principios de siglo no esté
fundado en las contradicciones heredadas del pasado decimonónico como en las
muchas y complejas necesidades cuya satisfacción había que acometer a partir de
acciones de carácter técnico. Organizaciones como la Oficina Sanitaria Nacional se
diseñaron con obediencia a tal fin.

Estamos ante un hito sanitario parangonable a aquel de la monarquía


ilustrada que encarnara la Expedición de la Vacuna de 1806 de la que las
posteriores, promovidas por la nueva república, no eran sino consecuencias: ha aquí
ahora una política deliberada, orgánica y de la mano del Estado como actor
fundamental. Una política articulada con iniciativas de pretendido alcance global
como las promovidas por la Unión Internacional de Repúblicas Americanas en un
esfuerzo modernizador de escala internacional empeñado en la unción de
Iberoamérica al carro del progreso. Este notable giro dentro del mismo paradigma
científico-médico a cuya progresiva instalación asistimos desde mediados del
diecinueve va de la mano y en íntima relación con la notable tarea de reforma de los
estudios médicos emprendidita por Razetti tras su llegada de París en 1892.

Concebida conjuntamente con Dominici, la iniciativa razettiana es tenida por


la historiografía médica venezolana como la del resurgimiento de la Medicina
nacional tras la desaparición del referente vargasiano (Travieso, 1968: 42). Es
Razetti quien propone la modificación de los pensa de los estudios médicos, la
introducción de la práctica clínica reglada en hospitales bajo supervisión de cátedras
universitarias así como la de la formación del estudiante en ciencias experimentales.

146
Nos referimos aquí a la idea de telos, presente en la filosofía griega anterior a Platón y Aristóteles
y que supone un determinado “propósito y fin en la Naturaleza”. Véase: Barahona, A y E.Torrens
(2004).Telos aristotélico y Biología moderna. En: Ludus vitalis, Vol. XII, No. 24

162
La enseñanza médica en Venezuela abandonaba –ahora sí- los últimos resabios
heredados de la vieja medicina ilustrada y lo hacía bajo el influjo poderoso de la
nueva filosofía positiva.

De manera tal que paradigma científico-médico y expresión organizacional


sanitaria quedaban claramente hermanados. Y el elemento de hermanación no fue
otro que el lenguaje. En las aulas de la Facultad de Medicina ya no se disertará más
sobre los miasmas sino que se estudiará el mundo microbiano como base de la
patología en boga. Las causas y los efectos de la enfermedad ya no se estudiaran
desde una pura perspectiva lógico-formal sino que se han de fundar sobre los
hallazgos de la Anatomía Patológica. Las obras de los viejos tratadistas serán
sustituidas por otras, incluso aún hoy en uso147. La llamada “etapa vargasiana” de la
Medicina venezolana tocaba a su fin y con ella la de la medicina ilustrada. Entramos
asi de lleno en el tiempo de los positivistas.

“Nuevos hombres, nuevos métodos”

La apelación a un nuevo modo de aproximación a la realidad nacional está


presente incluso en las iniciativas políticas que encarnaron los jefes andinos que
disputaron con éxito el poder central a los últimos resabios del tardoguzmancismo.
Es Cipriano Castro quien en 1899, desde el lejano Táchira, se aventura al mando de
sesenta hombres a retar a un poder central sin capacidad de resistencia militar y en
franca disolución política. Los nuevos hombres –ellos- ofrecían traer en sus mochilas
nuevos métodos contentivos de aquellas técnicas llamadas a hacer buena la
promesa de un demorado progreso. Pero será el gomecismo en tanto que “una
evolución dentro de la misma Causa” el llamado a continuar con la tarea de
materialización del nuevo orden prometido por los adalides de la filosofía positiva.

Gómez, en tanto que “tirano liberal”- Caballero dixit- quien hará posible la
construcción histórica del viejo sueño de los primeros liberales venezolanos. Lo
hará, paradójicamente, desde una autocracia sin cortapisas. Razetti está entre los

147
Destaca entre muchos el voluminoso tratado de Anatomia Humana de los franceses Leo Testut y
André Latarjet, aún en uso en nuestras facultades médicas.

163
primeros que saluda el golpe de diciembre de 1908 que desaloja del poder a un
ausente y enfermo Cipriano Castro:

“En el actual momento, una brisa sueve de esperanza refresca el alma nacional. Un
Gobierno de derecho se inaugura; las riendas del estado están en manos de un
hombre sincero – la más excelsa de las virtudes políticas- que ha prometido hacer la
felicidad de la patria por medio de la unión de todas las buenas voluntades, y todos
debemos esperar que el soñado engrandecimiento del país se verá realizado en el
período constitucional que principia” (Razetti, L., op.cit: 73).

Los positivistas vieron en Gómez la personificación del orden que habría de


ser base para la construcción del ansiado progreso. Contrariamente a lo que pudiera
pensarse, la alineación de la intelligentsia venezolana con el gomecismo fue notable.
Es Yolanda Segnini quien llama la atención al respecto al destacar la notable
profusión de publicaciones periódicas de interés – 173 para entonces- profesional o
general que se experimentara en Venezuela a partir de 1908, en una proporción no
alcanzada antes y es tambien a aquella intelligentsia a la que Gómez debe su propia
justificación histórica en tanto que “gendarme necesario” (Segnini: 1997: 67). Entre
ellos está, y no en posición menor, Razetti.

Recaerá sobre referentes como Pedro Chacín Itriago, entre otros, la tarea de
construir aquella primera organización sanitaria concebida en la ley de 1911. Un
proceso demorado – de “baja velocidad”, diría Archila- que tendrá su cenit en 1936,
con la erección del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social por el gobierno de
López Contreras. Dará inicio allí a lo que podríamos bien llamar la “Venezuela
Sanitaria”, la de la sanidad “a alta velocidad”. La acción de la organización sanitaria
venezolana habría de cambiar perfil epidemiológico heredado del diecinueve y, de
allí, la demografía médica nacional. En el capítulo precedente hemos constatado los
indicadores objetivos de la acción sanitaria del estado venezolano en las tres
décadas que siguieron a su creación.

Desde la perspectiva histórico-política es de destacar un hecho especialmente


singular y es que tal salto paradigmático tuvo su acicate ideológico en la reflexión de
una elite positivista absolutamente ajena y distante de todo pensamiento cercano a

164
la concepción de la sanidad como derecho. Como hemos dicho, el fenómeno salud-
enfermedad era para ellos sobre todo una expresión del mundo de la physis cuyas
variables críticas podían ser discernidas a partir del estudio científico de la realidad
concreta. Los años precedentes a la creación del Ministerio de Sanidad y Asistencia
Social fueron de intensa actividad de investigación biomédica centrada en problemas
muy concretos atientes a la particular epidemiología de aquel tiempo, con notable
participación de referentes académicos auspiciados por el capital estadounidense
que con intensivas inversiones se asentaba en Venezuela.

La acción sanitaria respondía a intereses de carácter económico y geopolítico


al proveer de un mínimo de condiciones para el desarrollo de la aún naciente
industria petrolera y demás ramos de industria necesariamente conexos (Godio,
1980:47)148.La demanda social por servicios de salud no parece haber influido
significativamente en ello. Salvo en colectivos dotados de cierta capacidad de
presión (obreros petroleros), poca o nula podía ser la posibilidad de articular alguna
capacidad de demanda efectiva al respecto. La alineación de la intelligentsia médica
con el establecimiento político era notable. Así lo denuncia José Rafael Pocaterra en
tono especialmente crítico contra la clase médica:

“El Hospital Vargas – lo único que existe como hospital moderno- está allí, con
sus “salones” y sus “clínicas” de clisé de periódico y de estudiantuelos adulones. El
paludismo arrasa los llanos y las Guayanas; la sífilis y el alcoholismo (del aguardiente
de caña sin clarificar) dan cuenta del saldo d elos centros urbanos” (Pocaterra,
1920/1979: 503).

Si bien el desarrollo organizacional de la nueva estructura sanitaria


progresaría de manera parsimoniosa hasta 1936, los impactos medidos en términos
de salud poblacional en menos de una generación serían de innegable

148
Ya en el contrato colectivo del Ferrocarril Alemán de julio de 1919 establece cláusulas específicas
atinentes a la cuestión del aseguramiento por enfermedad. Es de destacar que la primera misión
oficial de la Organización Internacional del Trabajo a Venezuela de 1938, encabezada por el experto
inglés C. Wilfred Jenks, destaca la necesidad de financiar fiscalmente a los hospitales operados por
las compañías petroleras en las zonas de producción cuando se vieren en la situación de tener que
atender al público general y/o patologías no atribuíbles al trabajo. Véase: Jenks, CW (1938) Informe
presentado al Ministro del Trabajo y de Comunicaciones de los Estados Unidos de Venezuela acerca
del proyecto del Código del Trabajo venezolano, 10 de octubre de 1938, p.232.

165
contundencia149. Es notable la continuidad en cuanto a macropolíticas sanitarias que
mantendría el estado venezolano entre 1936 y 1945 y aún después, durante el
llamado “trienio adeco” (1945-1948) y más allá, durante la llamada “década militar”
(1948-1958) que encarnara lo que Urbaneja llama “programa positivista redivivo”
(Urbaneja 1992: 121). En julio de 1948 – nótese que previo al golpe militar de ese
año- se crea en Venezuela la carrera sanitaria, que ya para 1951 cuenta con más de
cuatrocientos profesionales en las distintas disciplinas público-sanitarias formados
en pre y post-grado (Archila, 1956: 348). Entre 1952 y 1957, el gasto sanitario
venezolano promedió el 6.8% del total del gasto público nacional, que no difiere
significativamente del 7% del erogado en el “trienio”150. Una notable continuidad en
cuanto a políticas de estado destaca en la materia sanitaria. Al respecto escribe
Archila en 1956:

“…es preciso reconocer que la continuidad de la obra actual queda subordinada


esencialmente al prestigio de la organización [el Ministerio de Sanidad y Asistencia
Social] y al de sus personeros. Para satisfacción nuestra, ese prestigio no sólo se ha
logrado sino que ha traspasado las fronteras patrias. En efecto, para no referirnos sino
a los últimos años, varios técnicos han sido solicitados por organismos internacionales
para servir como asesores en programas sanitarios en otros países o en cargos
superiores de esas mismas organizaciones” (Archila, 1956: 349).

La inserción de lo sanitario en el elenco de los derechos fundamentales


constitucionalmente garantizados aparece solo hasta la constitución de 1946. No
puede decirse, por tanto, que la sanidad pública venezolana fuera, en modo alguno,
expresión de un estado democrático de derecho; muy por el contrario, la iniciativa de
estado que la fundara, lo mismo que su diseño y operación originales recayeron

149
Uno de los hitos más notables en la historia sanitaria de nuestro país fue la exitosa política
orientada al binomio madre-hijo, en el sentido propuesto por Gustavo Henrique Machado, padre, e
instituída a escala nacional bajo la conducción de Pastor Oropeza. Una rápida lectura de su obra
Puericultura y Administración Sanitaria de 1955 permite apreciar el notable acierto en cuanto al
diagnóstico y el abordaje del inmenso reto que para aquella aún joven sanidad pública suponían las
alarmantes mortalidad infantil y materna en un país que pujaba como nunca en su historia por forzar
su definitiva entrada a la modernidad sanitaria. Venezuela y los sanitaristas venezolanos
comprendieron antes que muchos en las Américas las claves de aquél complejo problema, al punto
de haber sentado cátedra continental en la materia hasta hace relativamente pocos años
150
Memoria y Cuenta del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social (varios años).

166
sobre una elite profesional auspiciada por las autocracias representados en los
gobiernos de la llamada “hegemonía andina”151.

El estado que cura: la creación del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social

Como lo señala Herman Heller, estado no solo supone un orden normativo,


sino que debía constituirse, sobre todo, en un centro integrador de la actividad
humana (Heller, 1934/1998: 302). El proyecto liberal venezolano de diecinueve no
destacó precisamente tal función, si bien el guzmancismo diera importantes señales
en tal sentido.

El estado liberal hijo de las ilustraciones se inscribe aún en la concepción


trascendente de sus fines conforme a la raíz racionalista de la que conceptualmente
emerge (Heller, 1934/1998: 106, 111, 256). No se concebían en torno a él fines de
carácter inmanente. Destaca García-Pelayo como ya desde mediados del
diecinueve, con la efervescencia de la llamada “cuestión social” en Europa, es
Lorenz Von Stein quien llama la atención acerca del nuevo carácter de las
revoluciones por venir, de de políticas se habrían de tornar en sociales (García-
Pelayo, M. Las transformaciones del Estado contemporáneo. 1977/1991: 1594).

Introduce Heller una reflexión que creemos útil invocar en nuestro intento de
aproximación al proceso de progresivo involucramiento del estado venezolano en la
cuestión sanitaria a partir de la muerte de Gómez y es que el estado solo existe
únicamente en sus efectos (Heller, 1934/1998: 259). El gomecismo entendió que el
principal efecto a generar no podía ser otro que el del orden autoritariamente
concebido. Pero la cuestión para el lopecismo se planteaba mucho más allá de las
complejidades propias de una sucesión política planeada y concertada: y es que
para López Contreras, el efecto a generar tendría necesariamente que ir más allá del
procurado por las armas.

151
Nuestra aún marginal inserción en la modernidad, con sus virtudes y miserias, ha permitido no
obstante la introducción de prácticas que impactaron de modo definitivo en la expectativa de vida del
venezolano de las generaciones que conocieron la vacuna antipolómielítica, el DDT, el agua potable y
la hasta hoy la modesta ampicilina. Como el en Norte desarrollado, Venezuela vió crecer a su propia
generación de baby boomers.

167
La desaparición de Gómez puso de manifiesto las emergentes
contradicciones sociales que ya experimentaba aquella sociedad aún profundamente
agraria pero en la que los usos urbanos comenzaban a imponerse en actividades
que por más de un siglo habían tenido como escenario por excelencia el del mundo
rural. La política estaba entre ellas. Surgían partidos políticos, organizaciones
sindicales y estudiantiles. Corporaciones intermedias entre la masa – la
muchedumbre informe, en el decir de López Maya, hasta entonces ausente del
debate político como no fuera desde la desventajosa posición de “carne de cañón”- y
un estado que en lo sucesivo, siguiendo con el argumento helleriano, debía
organizar un status vivendi capaz de contener una creciente complejidad social
inadvertida durante veintisiete años de gomecismo (Heller, 1934/1998: 260).

“Desenvaine el machete, mi general”. Uno de los referentes médicos más


destacados de la época, José Izquierdo, en la emisión radial del Radio Caracas de
una tarde de febrero de 1936. Así lo exigiría ante el apremio generado tras los
disturbios callejeros del 14 de febrero de ese mismo año que hicieron pensar en el
naufragio del orden gomecista.

La necesidad de ratificar el orden fundado por Gómez se hacía imperiosa


entre las elites.1936 suele ser contado entre las fechas más emblemáticas del
proceso de construcción de la democracia en Venezuela Tras la muerte de Juan
Vicente Gómez en diciembre de 1935 y la instalación en el poder de Eleazar López
Contreras – uno de aquellos sesenta hombres bajo el mando de Castro en 1899- se
pensó que el “gomecismo sin Gómez” estaría asegurado sin más. Como hemos
visto, demoradas demandas sociales hicieron crisis ante la oferta de política
continuista que inicialmente animara al lopecismo. Expresión reactiva ante dichas
demandas fue el programa político leído por López Contreras ante las cámaras del
Congreso el 21 de febrero de aquel año, documento este conocido como “Programa
de Febrero”.

Señala en él López Contreras refiriéndose a la cuestión sanitaria, enuncia las


líneas de acción estatal en la materia:

a) Creación de un Instituto de Higiene, con el objeto de atender a la formación

168
de los técnicos sanitarios, a la creación de la Administración Sanitaria Venezolana y de
la estadística vital.
b) Higiene rural. Lucha contra la anquilostomiasis, el paludismo y la tripanosomiasis.
c) Higiene urbana. Aprovisionamiento de agua potable y de leche pura, lucha
contra el zancudo y contra la mosca, cloacas, control sanitario del personal obrero y
del medio en que vive. En nuestras principales ciudades podrían establecerse campos
de experimentación para la creación de modelos.
d) Protección de la madre y del niño. Consultas prenatales, maternidades,
consultas externas para niños de pecho, hospitales de niños, suministro de leche pura,
casas-cunas. Inspección sanitaria escolar, colonias de vacaciones, preventorios,
sanatorios marítimos.
e) Lucha antituberculosa nacional, con modelos en Caracas y Maracaibo. Dispensarios
antituberculosos, sanatorios suburbanos y de altitud.
f) Lucha contra las enfermedades venéreas, especialmente la sífilis. Dispensarios
antivenéreos.
g) Reformas de la sanidad marítima para llevarla a la altura de los requerimientos
exigidos por la Convención Sanitaria Panamericana.
h) Creación de una sección de estudios sobre alimentación nacional, con la mira de
elaborar el plan económico práctico regional de alimentación adecuada.
i) Creación de una sección especial de propaganda sanitaria y de educación
pública sanitaria, especialmente conectada con la instrucción pública y con el servicio
militar obligatorio.
j) Reorganización de nuestros institutos de beneficencia y de previsión social152.

“Educar, sanear y poblar” son los efectores materiales del viejo moto
decimonónico del progreso. Es la nueva intelligentsia positivista la que lo promueve
y secunda: Adriani, Egaña, Escalante. La nueva argumentación del estado ha dejado
de lado la apelación a la fuerza para enfocarse, por el contrario, en la idea de una
acción estadal distinta, ya no política (y, menos aún, militar) sino administrativa.
Mutatis mutandi, el estado venezolano se asimila ahora, en el sentido descrito por
Heller, a una “unidad de acción humana de naturaleza especial” y no ya como
aquella otra de carácter “orgánico” más propia del pensamiento político racionalista
(Heller, 1934/1998: 293).

152
Véase el mismo por ejemplo en: Suárez, N. (1977). Programas políticos venezolanos de la primera
mitad del siglo XX. Caracas: Ediciones CUFM.

169
En tanto que “unidad de acción humana”, las expectativas se han de centrar
en lo sucesivo en un estado que no solo “mande”, sino que también “haga”. Es la
idea del estado como organización que opera como “centro unitario de efectividad”
(Heller, 1934/1998: 297).

Hasta ahora, estado y sociedad habían coexistido como actores en cierto


modo antagónicos. El orden político encarnado en el estado liberal de derecho
ninguna injerencia tenía sobre los efectos derivados de la inserción de Venezuela en
la dinámica capitalista mundial consecuencia de la instalación de la industria
petrolera. La intensa urbanización generada como consecuencia de ello, unida a la
transformación del antiguo modo-de-vida rural a la que condujo trajo consigo la
necesidad de introducir cambios profundos en la dinámica estado-sociedad.

El 25 de febrero de 1936, en el marco de la política trazada por el Programa


de Febrero apenas días antes, el presidente López Contreras decreta la creación del
Ministerio de Sanidad y Asistencia Social. No es ello una expresión de las políticas
de welfare que comenzabana surgir en Norteamérica y el mundo como
consecuencia, entre otras, de las crisis sociales derivadas del crack financiero de
1929 y toda la política social enmarcada en el New Deal. Estamos a más de una
década de la introducción al lenguaje político-constitucional del término “estado
social y democrático de derecho”, que aparece por rimera vez enunciado en el
articulo 28 de la Ley Fundamental (constitución) alemana de 1949.

Hasta entonces, la asistencia médica disponible –precaria por demás- lo era


solo vía la contratación de servicios privados o, cuando posible, a través de
organizaciones de beneficencia. Pese a los esfuerzos iniciados por los creadores de
la Oficina Nacional de Higiene y Salubridad Pública de 1911, la presencia del estado
venezolano en la prestación de servicios de atención médica era escasa y poco
contundente. El planteamiento sanitario contenido en el Programa de Febrero
supuso la superación del esquema contractual en materia de atención médica (es
decir, el conmutativo, que encarna el pago por los servicios recibidos) y su
sustitución por otro distinto, de carácter distributivo, inspirado en consignas
reivindicadas incluso por los marxistas: “a cada quien según su necesidad”.

170
Es de destacar una vez más que el núcleo promotor de tal política es no solo
ajeno al de los teóricos que en Europa difunden las ideas precursoras del
sozialstaat, sino que, adicionalmente, proviene del “núcleo duro” del lopecismo
heredero a su vez del más rancio gomecismo.

El planteamiento de Forshoff en torno a la llamada procura existencial data de


1938 y obedeció a las reflexiones del pensador alemán tras la crisis de la República
de Weimar más de dos décadas antes y, claro está, ante el consecuente ascenso de
los totalitarismos nacionalsocialista, fascista y stalinista en Europa. La procura
existencial, como nos la propone Forsthoff, supone la provisión por el estado de
aquellas condiciones materiales mínimas que, señala García-Pelayo, “aseguren al
hombre las posibilidades de existencia que no puede asegurarse por si mismo”. Tal
provisión señala el mismo autor, iría más allá de las nociones de servicio público y
política social, para convertirse en la “procura de una existencia rectamente
entendida” (García-Pelayo, ibidem.1977/1991: 1605).

Aspectos tan diversos como la política de fijación del salario mínimo, de pleno
empleo, de atención a personas en situación de minusvalía y, ciertamente, de los
enfermos, forman parte esencial del planteamiento forsthoffiano. Todo ellos in
embargo es ajeno a la mentalidad de los fundadores de la sanidad pública
venezolana de 1936. Como lo hemos sostenido, para ellos no se trataba tanto de
desactivar una eventual fuente de conflictos como de intervenir sobre la realidad
venezolana desde una perspectiva técnica robusta.

No parece exagerado postular al Programa de Febrero de 1936 como el hito


fundacional por excelencia de la sanidad pública venezolana. Hemos valorado las
acciones que en el mismo sentido venían tomandose de forma bastante consistente
por lo menos desde 1911. Sin embargo, el impulso sanitario de 1936 parece inscrito
en una reflexión distinta a la del gomecismo y en la que lo político parece trascender
a un mero ejercicio de la fuerza desde el estado en virtud de la irrupción en la
escena de un hasta entonces inusitado actor: la masa, el “pueblo”. Digamos mejor,
siguiendo el argumento de López-Maya en su ensayo sobre los hechos acaecidos
en otro febrero, medio siglo más tarde, en 1989: es la irrupción entrópica, sin

171
dirección ni “canales regulares” de un nuevo e inusitado actor encarnado en la
multitud, en la muchedumbre (López-Maya, 1999: 196).

Los acontecimientos del 14 de febrero de 1936 sacaron a relucir una sociedad


inusitada para el viejo gomecismo a la que sus continuadores acertadamente dieron
un trato muy distinto al esperado, cuan era el de la represión. A pocos días de tales
hechos, no es desde el seno de aquellas fuerzas sociales desatadas ni desde el de
la oposición política aún en ciernes, sino desde el propio núcleo fundamental mismo
de las elites positivistas reunidas ahora alrededor de López Contreras como antes
de Gómez, de donde se estructura una agenda alternativa a la de la represión que
sirviera de base a la construcción de un nuevo consenso menos basado en la
fuerza.

Referentes principalísimos de aquel elenco – Adriani, Egaña y Escalante-


están entre sus principales artífices. Suscribiendo el concepto pocockiano en cuanto
a la emisión de juicios históricos a partir del estudio de las consecuencias prácticas
del discurso político de los actores con preferencia respecto del de sus voliciones, es
plausible postular que el subprograma sanitario contenido en el Programa de
Febrero de 1936 constituye la iniciativa más importante que en materia sanitaria
haya tenido en Venezuela desde que la monarquía católica impulsara, bajo las luces
de las ilustraciones, la Expedición de la Vacuna de 1806.

Nunca como ahora el estado venezolano había asumido de modo más


expreso e integral la iniciativa en materia sanitaria, convencidas sus elites del poder
modelador que de la modernidad esta ejercería. El estado liberal de derecho
extendía su acción a la protección del ciudadano en términos de prestaciones
materiales concretas – sanidad y educación, esencialmente- abandonando su
secular posición fundada en la “política del escepticismo” (Pocock, 1998:59). Se
impone, siguiendo al citado autor, una particular expresión de “política de la fe” en la
que el estado, como se verá, aspira a modelar a la sociedad a la medida de las
aspiraciones modernizadoras de aquellas elites.

Consistentemente con la concepción de una Venezuela con necesidades a


satisfacer antes que con problemas a acometer, la naciente sanidad pública se

172
organizaría alrededor de algunas de las más sentidas de ellas. Notablemente
destacaron los programas dirigidos a la atención de los enfermos palúdicos y
tuberculosos. Señala Buttó que solo la malaria daba cuenta del 55.8% de todas las
muertes registradas en el estado Guárico en 1936153 (Buttó, 2002). El impacto
demográfico de la malaria en la Venezuela de entonces resultaba desolador: entre
1873, año del primer censo de población realizado en Venezuela, y 1936, la
población de los llanos venezolanos habría decrecido al punto de que la proporción
de la misma respecto del total de la población nacional pasó del 30.8% al 16.1%, lo
que supone un que la población general en dicha zona diezmó al menos en la mitad
en poco mas de una generación (Chen, citado por Buttó, 2002).

La Venezuela de entonces era un país rural. De sus 3.364.447 habitantes


censados en 1936, 71% eran campesinos y apenas poco más del 28% habitantes de
centros urbanos (Buttó, 2002). Según el mismo autor, la densidad de población del
territorio nacional no llegaga a los cuatro habitantes por kilómetro cuadrado. Casi
tres décadas de pax gomica no habían permitido aún repoblar a una geografía
asolada por décadas de guerras civiles. La razón, entre otras, estaba en la situación
sanitaria heredada del siglo diecinueve que a tres décadas del veinte aún no había
podido ser revertida. El mosquito Anopheles transmisor de la malaria es endémico
en el 50% del territorio nacional y no menos de una tercera parte de la población
nacional estaba infestada de dicho mal (Bastidas, 1983).

La altísima mortalidad infantil – doscientos por cada mil nacidos vivos- por
otra parte, hacía inviable cualquier intento por incrementar la población (Chen,
1978)154. La esperanza de vida en la Venezuela de entonces montaba en 38 años
para los varones y 41 en mujeres, con una mortalidad general de treinta decesos por
cada mil habitantes (Buttó, 2002). Es claro entonces que la situación de Venezuela
en términos demográficos era la de un país inviable.

153
En Cojedes 32%, en Monagas 18.8% y en Portuguesa 17.2%, según el mismo autor. Véase: Buttó,
LA. op.cit.
154
A fin de ilustrar al lector no familiarizado con el manejo de indicadores epidemiológicos valga
establecer la siguiente comparación a fin de facilitar su comprensión de la situación sanitaria de la
Venezuela de entonces: la tasa de mortalidad infantil en 2003 documentada por UNICEF para
Etiopía, país en el que está declarada una situación de catástrofe humanitaria, fue de 103 por cada
mil nacidos vivos, es decir, la mitad de la que se documentó en Venezuela en 1936. Fuente: CIA
Factbook, 2011.

173
La consigna del “educar, sanear y poblar” cobraba por tanto el sentido no ya
de un lema, sino de un mandato de estado en aras de la sobrevivencia material del
país. En términos sanitarios, la política surgida a partir del Programa de Febrero
estuvo centrada en llevar la presencia sanitaria del Estado a cada localidad del país,
de modo que la “brigada” de saneamiento o de vacunadores – coloquialmente para
entonces denominadas como “la sanidad”- llegaría, con frecuencia, la primera y aún
única expresión material de la acción del estado en la Venezuela profunda de
entonces.

La unidad operacional básica de aquella estrategia fue la de la creación de las


llamadas “unidades sanitarias”. Se trataba de estructuras de servicios básicos –
vacunaciones, atención a la madre y al niño, control de endemias rurales, etc- de
bajo costo de operación y desde la que podían dispensarse servicios de carácter
sobre todo preventivo a relativa gran escala. Para 1940, señala Buttó, habían no
menos de cuarenta en funcionamiento, siendo las primeras las de Valencia y Villa de
Cura (Buttó, 2002). El modelo de la unidad sanitaria venezolana derivó del que en su
día propusiera la Fundación Rockefeller, bajo cuyos auspicios se llevaran a cabo las
primeras encuestas epidemiológicas de uncinariasis y otras parasitosis intestinales
en Venezuela.

Posteriormente harían su aparición los llamados “centros de salud”, inspirados


en el modelo del “health centre” británico. Finalmente, la presencia médica en la
inmensidad de aquel país rural se hizo posible tras la creación de las “medicaturas
rurales”.

Le impacto sanitario y demográfico de tal despliegue se haría notar en menos


de una década. En 1946, señala Buttó, la mortalidad infantil había descendido a 93
por cada mil nacidos vivos y la mortalidad específica por malaria de 35.2 a 12 por
cada mil habitantes (Buttó, 2002). En térrminos demográficos, es de destacar el
impacto de tales abatimientos desde la perspectiva del incremento de la población:

174
Crecimiento aritmético poblacional interperíodos censales, 1873-1946.
Venezuela
Crecimiento aritmético anualizado
Período censal de la población
1873-1881 16.2
1881-1891 12.7
1891-1920 8.2
1920-1926 9.6
1926-1936 11.7
1936-1946 29.2
Fuente: Buttó, 2002.op.cit.

Ciertamente, destaca el notable descenso de la población entre 1891 y 1926,


períodos de estos dominados sobre todo por la égida gomecista en la que estuvo
ausente el factor bélico. Sin embargo, dicho período sería también el de la pandemia
de influenza que la historiografía médica habría de denominar impropiamente como
“gripe española”155. El saldo de este evento en términos epidemiológico resultaría
desvastador, lo mismo a escala planetaria que nacional.

Pero la gran variable a la que hemos de atribuir el notable crecimiento


aritmético de la población (un dramático 40%) entre los períodos censales 1926-
1936 y 1936-1946 es sin duda la de la acción sanitaria del estado a partir de 1936.
Ciertamente que están operando otras, como la de un cierto incremento en la
escolaridad más básica y, sobre todo, la de la intensa urbanización que ha
fomentado la actividad petrolera. Sin embargo, no luce plausible atribuir a estas – al
fin y al cabo, variables cuyo impacto sanitario no suele ser inmediato- tan dramático
y, sobre todo, rápido cambio de tendencia.

Venezuela había entrado al siglo veinte Si en algún aspecto es posible


verificar la certeza del juicio que emitiera Mariano Picón Salas tras la muerte de
Gómez es, precisamente, en sus estadísticas vitales. La mortalidad atribuible
tuberculosis pulmonar en la etapa pre-sanitaria, es decir, la previa a 1936, se alzaba
155
Véase el completo estudio de Dora Dávila respecto a la epidemia de gripe de 1918 titulado
Caracas y la gripe española de 1918. Epidemias y política sanitaria. Ediciones UCAB, 2000. 181p.

175
con el primer lugar entre todas las causas médicamente certificadas seguida del
paludismo. Situación esta radicalmente distinta a la observada en 1950, cuando se
documenta un descenso de las mismas y, notablemente, un incremento en las
mortalidades atribuíbles a enfermedades de crónico – diabetes mellitus y
cardiovasculares- asi como de las atribuibles a la violencia urbana, como los
suicidios y los homicidios (ver Tabla Anexa A).

En menos de una década, la epidemiología característica de la Venezuela de


principios del veinte, signada por la supremacía de la malaria y la tuberculosis como
causas de muerte, habría de cambiar su perfil en al menos dos aspectos
fundamentales: en primer lugar, hemos de destacar el del dramático descenso de las
cifras de muertes por dichas causas. En poco más de diez años, la tuberculosis y la
malaria pasaron de ocupar los dos primeros lugares en mortalidad por todas las
causas a los lugares quinto y sexto, respectivamente. El segundo fenómeno notable
es el de la emergencia de las afecciones cardíacas como causa de muerte, un
hecho no constatado sino a partir de los cuarenta.

Ciertamente que las cifras citadas se refieren a tasas relativamente brutas a


cuyo alcance escapan causas específicas de enfermedad cardiaca; sin embargo, es
plausible suponer que entre tales causas de enfermedad cardiaca figure,
preferentemente, la enfermedad isquémica del corazón, una afección no infecciosa
característica de los medios urbanos y absolutamente característica de la
modernidad156.

La transición epidemiológica como fenómeno entraña el complejo proceso en


virtud del cual el perfil epidemiológico de un grupo humano transita desde uno en el

156
No debemos soslayar que la enfermedad de Chagas, de naturaleza muy distinta, seguirá
destacando como causa importante de cardiopatía hasta bien entrado en siglo veinte. La enfermedad
de Chagas es causada por la infestación con el Tripanosoma cruzii, cuya transmisión es debida a la
acción del vector insectil popularmente conocido en el medio venezolano como “chipo” y que
corresponde a distintas especies de insectos artrópodos clasificados en los géneros Rhodnius y
Pastrongillus. Dicho insecto encontró un nicho ecológico por excelencia en las techumbres de la
vivienda de bahareque que tan característica fuera del campo venezolano. En la medida en que los
programas de vivienda rural del MSAS sustituyeron dichas viviendas por unidades sanitariamente
concebidas, la mortalidad por enfermedad de Chagas declinaría. El tema ha sido extensamente
estudiado en nuestro medio, entre otros, por Briceño-León (1990) La casa enferma: sociología de la
Enfermedad de Chagas.

176
que predominan las enfermedades de naturaleza infecto-contagiosa atribuibles a la
precariedad de las condiciones objetivas de vida – vivienda, acceso a servicios
mínimos y a atención médica básica, saneamiento ambiental, etc- hacia otro en el
que la enfermedades predominantes son las de tipo degenerativo o, en todo caso,
no infeccioso (típicamente, los distintos tipos de cáncer, las afecciones
cerebrovasculares y las del corazón) conexos sobre todo con estilos y hábitos de
vida urbanos – valga decir, modernos- entre los que destacan el tabaquismo, la
obesidad, el sedentarismo y la adopción de dietas ricas en sustancias promotoras de
tales enfermedades. Dejaba de ser Venezuela, por tanto, el país cuya población
perecía merced de las viejas plagas del medio rural para convertirse,
progresivamente, en otro distinto, en el que la muerte y el morir se asimilaban más y
más a los de las llamadas sociedades desarrolladas. En las disciplinas de la
administración públicas suele afirmarse y con razón, que los presupuestos fiscales
son el instrumento por excelencia tras toda política157. Una de las evidencias más
notables de la calidad del proceso de transformación que operó en la administración
pública venezolana durante el lopecismo está precisamente en ello, en la
configuración del gasto fiscal y su expresión en términos presupuestarios. A partir
de 1936, los presupuestos públicos darán cuenta de un hecho absolutamente
notable, constatable en el registro de las cuentas fiscales de la época: el gasto fiscal
correspondiente a los sectores sanitario y educativo –el llamado “gasto social”-
representaría en 1943, conjuntamente, una asignación de recursos superior a la del
Ministerio de Guerra y Marina: exactamente 41.9 versus 34 millones de bolívares,
respectivamente (ver Tabla Anexa B).

157
Sobre el papel de los presupuestos públicos en la planificación de políticas específicas diserta el
equipo técnico de la comisión ad hoc de evaluación de impacto de género en el presupuesto de la
Comunidad Autónoma de Andalucía: “el presupuesto público es la herramienta por excelencia en el
desempeño de las funciones de gestión del gobierno, puesto que supone la concreción de una
política económica y social y es un reflejo de sus prioridades políticas. Permite el análisis cuantitativo
y cualitativo y la previsión de los efectos de las diferentes medidas sobre un territorio y la población
que en él habita. Dicho análisis se puede hacer desde muy diversas perspectivas y en función de una
amplia gama de variables. Dado que todo aquello que interviene en el funcionamiento de una
sociedad debe ser tenido en cuenta en el análisis macroeconómico, el género, como variable
determinante básica de dicho funcionamiento, es de enorme importancia a la contexto de desarrollo y
a identificar oportunidades y limitaciones que lo obstaculizan, y permite descubrir a través de un
examen sistemático, impactos diferenciales para hora de plantear el modelo y las posibilidades de
desarrollo económico y social”(destacado nuestro). Ver: Presupuestos públicos sensibles al género.
Una reflexión constructiva para un desarrollo económico sostenible. Comunidad Autónoma de
Andalucía. Disponible en: http://www.ief.es/documentos/investigacion/genero/FG_ALozano.pdf.

177
Un hecho notable, como hemos dicho, en tanto que constituye la expresión de
voluntad política de una autocracia militar heredera de otra que objetivamente
desfavorecía al factor clave de su constituency político – los militares- en obsequio
del gasto dirigido a sectores aún sin mayor capacidad de organización para el
ejercicio de la presión. En la Venezuela de entonces, la estructura de organizaciones
intermedias entre la masa y el estado era notablemente débil. Apenas en 1936
surgía Organización Venezolana, ORVE, un propopartido al que no es posible
atribuir un programa político definido. Muy por el contrario, las elites lopecistas si
estaban en posesión de un proyecto definido, ideológicamente fundado en las tesis
positivistas y políticamente respaldado por el estamento social que le legara el
gomecismo.

Un proyecto que si bien pudo prescindir al principio de una estructura de


masas, bien pronto habría de procurarse una. Tal esfuerzo estuvo centrado en la
construcción de un partido político propio de lopecismo, las Cívicas Bolivarianas. A
partir de 1936, el gasto fiscal venezolano en sanidad y educación observará una
tendencia al crecimiento que se mantendrá, con sus naturales variaciones, durante
la siguiente década.

La política sanitaria inaugurada por el lopecismo se habrá de caracterizar,


entre otras, por su sólida fundamentación en términos político-ideológicos, su
consistencia en términos presupuestarios y por su continuidad administrativa en el
tiempo, todo lo cual daría cuenta, como lo hemos demostrado, de notables impactos
en términos demográficos y de salud poblacional. Su núcleo duro en lo ideológico,
como se ha dicho, estuvo en la idea de intervenir el medio físico venezolano – su
población como parte de él- a partir de acciones científicamente fundadas, todo ello
en absoluta coherencia con la fe que en la religión secular del progreso de la que
participaban sus elites ductoras.

De ello da cuenta la prioridad que en aquella política habría de cobrar la


materia sanitaria, cuya participación en términos presupuestarios, como hemos visto,
observaría una sostenida tendencia incremental hasta bien entrado el siglo veinte.
Finalmente, ya hemos pasado revista a sus impactos sanitarios, todo lo cual diera

178
cuenta de una de las transformaciones más notables documentada en país alguno
de la región durante el siglo pasado.

El hecho político a destacar es que tan grande transformación en materia


sanitaria no estuvo inspirada ni en su materialización habría de jugar papel alguno
toda la teoría derivada del concepto de estado democrático de derecho ni de sus
precursores. En la constitución de 1936, la salud no figura entre los derechos bajo
garantía constitucional, pese a que, como veremos, ya aparece en textos como el de
la de Querétaro de 1919, consecuencia directa de la revolución mexicana.

La sanidad pública venezolana es, por tanto, hija dilecta del pensamiento
positivista abrazado por sus elites intelectuales desde mediados del diecinueve,
consustanciado con el poder personalista del entresiglo y enfrentado ahora a las
nuevas exigencias planteadas de cara a la tardía en un siglo veinte cuyas a
complejidades procuraba asomarse, no sin sobresaltos, la relativamente
sobresimplificada óptica de aquellos pensadores. Se impone apelar, desde las elites,
al país. En tal sentido diserta Arturo Uslar Pietri en su célebre editorial “Sembrar el
petróleo” de la edición del 14 de julio de 1936 de diario Ahora:

“Esa sería la única verdadera acción de construcción nacional, el verdadero


aprovechamiento de la riqueza patria y tal debe ser el empeño de todos los
venezolanos conscientes”

Sobresaltos estos representados por la emergencia de nuevos actores


sociales y políticos – la masa, los protopartidos, los nacientes sindicatos-
económicos – el capital alrededor de la floreciente industria petrolera- y uno aún más
novedoso: el de la opinión pública, a la cual apelaba con progresiva fuerza el propio
núcleo del poder en procura de una base social mínima que sustentare aquel
proyecto basado en la alianza entre la fuerza de las armas y la de la “filosofía
positiva”.

179
Capítulo VIII

Entre Escila y Caribdis: una referencia a la sanidad pública venezolana y el


estado de nuestro tiempo

“Así, no hay posibilidad de actualizar la libertad si su establecimiento y garantías


formales no van acompañadas de unas condiciones existenciales mínimas que
hagan posible su ejercicio real; mientas en que en los siglos XVIII y XIX se pensaba
que la libertad era una exigencia de la dignidad humana, ahora se piensa que la
dignidad humana…es una condición para el ejercicio de la libertad”
Manuel García-Pelayo. El Estado Social y sus implicaciones

“In an age of explosive development in the realm of medical technology, it is


unnerving to find that the discoveries of Salk, Sabin, and even Pasteur remain
irrelevant to much humanity”.
Paul Farmer. Pathologies of power

En el habla cotidiana solemos referirnos a lo moderno (el modus hiodernus o


“modo de hoy”) como ese conjunto de atributos que distinguen a las técnicas, usos y
costumbres de estos nuestros tiempos respecto de aquellos propios de los tiempos
antiguos. No hay aproximación diagnóstica o esquema terapéutico hoy en día que al
ser objeto de debate en el medio médico no reclame para sí el calificativo de
“moderno”, ignorantes de que la modernidad quizás esté viviendo sus estertores de
muerte ante el arrollador ímpetu de la llamada postmodernidad.

Reconociendo el rico legado que debemos a la Medicina “al modo de hoy”,


hemos transitado por su largo proceso de logización y de construcción simultánea
del inmenso edificio conceptual y práctico de la llamada modernidad médica desde
la antigüedad, los tiempos del Renacimiento toda vez consumada su escisión del
tronco de la Medicina antigua, de las ilustraciones y sucesivamente, hasta bien
entrado en siglo veinte, cuando el bagaje de tanto conocimiento aplicable terminó
por hacer que los hombres hicieran de la ciencia una nueva religión capaz de dar
respuesta a todas sus preguntas (ver Lámina X).

180
Siete décadas de sanidad pública venezolana: entre Escila y Caribdis

Hemos relatado, muy apretadamente, la historia de modernidad médica de la


que somos herederos y que nos dejara su mejor síntesis en la Introducción al
estudio de la Medicina Experimental de Claude Bernard de 1865158. Fecunda fue su
huella en nosotros, tanto que a ella debemos algunos de los parabienes del
conocimiento que han permitido que hoy nos contemos entre los sobrevivientes a la
otrora acción desvastadora de enfermedades que ese conocimiento médico que hoy
compartimos derrotara en su día: nos referimos a las vacunas, a la antisepsia
quirúrgica y a los antibióticos.Gracias a los productos de la modernidad médica,
nuestra generación se salvó de sucumbir a la Pasteurella pestis como los habitantes
de los burgos europeos del siglo XIV, a la viruela, como los indígenas americanos
tras el Descubrimiento o a las fiebres puerperales, como en los tiempos previos a
Semelweiss159.

Dos fueron las grandes promesas de la Modernidad y hasta hace cincuenta


años probablemente nadie habría puesto en duda su cumplimiento: nos referimos a
las promesas de un mundo controlado por la razón y sus frutos y la del progreso,
esa convicción otrora inquebrantable de que el mañana sería, necesariamente,
mejor que el hoy. A manera de ejemplo, echemos una mirada somera a dos
cuestiones cuán más complejas en el campo del médico-sanitario en las que los
avances acumulados en poco más de cuarenta o cincuenta años lograron cambiar
para siempre la faz de la morbimortalidad registrada en la mayor parte de las
sociedades occidentales: nos referimos la enfermedad arterial coronaria y a la
neoplásica (cáncer).

Tras la osadía de Forssman, que en 1929 habría de ser el primero en


introducir un catéter a través de la arteria braquial hasta alcanzar la aurícula

158
El autor guarda con especial celo un ejemplar de la magnífica edición que de la obra cumbre de
Bernard realizara el académico mexicano José Joaquín Izquierdo bajo el auspicio del Rector
Magnífico de la Universidad Nacional Autónoma de México y prominente fisiólogo Efrén C. del Pozo.
La misma fue responsabilidad de la Dirección de Publicaciones de dicha universidad y vio la luz en
1960. No conocemos de ninguna otra reedición posterior.
159
Semmelweiss, Ignasz (1818-1865). Médico húngaro, llamado “El salvador de las madres". Tras
sus estudios sobre las llamadas fiebres puerperales introdujo la práctica rutinaria del lavado de
manos con soluciones antisépticas previo a la atención al parto, con lo que la incidencia en dicha
infecciones y la alta mortalidad a ellas atribuidas habrían de reducir dramáticamente.

181
izquierda, la víscera cardiaca había permanecido fuera del alcance del clínico salvo
por la mediación de las clásicas palpación y auscultación del precordio o, a lo sumo,
de la electrocardiografía monopolar desarrollada por Einthoven160. No será sino hasta
1967 cuando un hábil cirujano argentino, apenas tomado en cuenta por los
académicos de la Cleveland Clinic, publicase una original técnica quirúrgica según la
cual un trayecto de vena safena podía ser anastomosado entre la raíz aórtica y la
porción distal del vaso coronario enfermo a modo de un puente que salvase la
obstrucción responsable de la isquemia. Aquél hombre estaría llamado a convertirse
en el gran titán de la moderna cirugía cardiaca y, quizás, en el más grande de sus
mártires contemporáneos: nos referimos a René Favaloro161.

Poco menos de una década después, un joven y desconocido cardiólogo


alemán apenas lograría que en el meeting de la American Heart Association de 1977
le permitiesen mostrar en un poster su ingeniosa técnica inspirada en el cateterismo
de Forssman mediante la cual se hacía posible la plastia, suerte de endovascular –
una suerte de “reparación”- del vaso coronario obstruido sin necesidad de recurrir a
la cirugía abierta. Era Andreas Grüentzig162, el creador de la angioplastia transluminal
percutánea (PTCA, por sus siglas en inglés)

Con ella, junto a la generalización de la trombolísis intravenosa tras los


memorables primeros reportes del Gruppo Italiano per lo Studio della Sopravvivenza
nell'Infarto Miocardico (llamado GISSI, por sus siglas en italiano) en 1986, quedaban
atrás los tiempos en que el buen clínico nada podía hacer ante la isquemia
miocárdica aguda como no fuera -además de instilar en el enfermo aquella “solución
polarizante” que propusiera Sodi-Pallares en México a titulo profiláctico ante las
temibles arritmias ventriculares que suelen acompañarla- mitigar el dolor del
precordio en espera de que la aparición de la zona eléctricamente inactivable
señalase la definitiva consumación del infarto del miocardio, limitándose en lo

160
Forssman, Werner(1904-1979), alemán nacionalizado estadounidense, sería galardonado con el
Nobel de Medicina en 1956.
161
Favaloro, René se suicidaría agobiado por el fracaso de su proyecto de creación de un gran
instituto dedicado a la Cirugía Cardíaca en su natal Argentina, a la que volviera tras una meritoria
carrera como cardiocirujano en Estados Unidos.
162
Grüentzig, Andreas (1945-1985). Médico cardiólogo suizo-alemán, creador en 1977 de la técnica
de angioplastia transluminal percutánea (PTCA, por sus siglas en inglés). Junto con el argentino Julio
Palmaz (n. 1945), quien perfecciona dicha técnica tras el diseño del stent expandible, está
considerado como el creador de una de las técnicas médicas más definitivas del siglo XX.

182
sucesivo a administrar la función de bomba remanente hasta donde se tuviera –
hipocráticamente hablando- “poder y discernimiento”; en adelante nos estaría dado
hablar de “miocardio en riesgo” y de su “rescate” en “tiempo útil para la reperfusión”
(GISSI, 1986:387-402).

Lo propio podemos decir de la enfermedad neoplásica, cuyos misterios


comienzan a develarse tras las tempranas aportaciones de Peyton Rous y su
modelo del sarcoma viralmente inducido a partir del cual se construyese toda la
moderna teoría genética del cáncer163. En el campo de la terapéutica también se
documentaron avances que habrían de constituir verdaderos hitos en historia de la
moderna quimioterapia antineoplásica, siendo quizás el más notable de ellos el de la
introducción por Alfred Gilman en los años cuarenta del uso de la mostaza
nitrogenada – la otrora arma mortífera en las trincheras de la Primera Guerra
Mundial- como recurso fundamental en el tratamiento de la enfermedad de Hodgkin
así como de otros procesos linfoproliferativos164.

Desde entonces, un amplio armamentario de drogas antineoplásicas forma


parte del elenco de recursos terapéuticos inherente a nuestra más cotidiana práctica.
La vieja promesa de la curación a través de la ciencia aplicada parecía estar siendo
cumplida.

Pero, ¿acaso podemos sentirnos poseedores de una garantía cierta de tal


cumplimiento en el futuro por venir? .Los tiempos que corren, los de la llamada
postmodernidad, parecen venir cargados de no poca incertidumbre a este respecto.
Dos aspectos así lo señalan. El primero de ellos, como lo señala Ulrich Beck, tiene
que ver con las posibilidades que trajera consigo el desarrollo de las nuevas
tecnologías aplicadas al diagnóstico y la terapéutica y que hicieran posible que
categorías otrora unívocas – salud y enfermedad, vida y muerte- se convirtieran
ahora en contingentes médicamente producidos y producibles (Beck, 2006: 341). La
pretensión de curación en el sentido de la intención originaria de la Medicina ha
163
Si bien sus primeros trabajos experimentales datan de 1910, Francis Peyton Rous fue galardonado
con el Nobel de Medicina en 1966.
164
Alfred Gilman fue el coautor, junto con Louis Goodman, del célebre tratado de Farmacología de
uso ampliamente difundido como texto en numerosas escuelas de Medicina en el mundo. Su hijo,
Alfred Goodman Gilman, fue galardonado Nobel en Medicina y Fisiología en 1994 por el
descubrimiento de la proteína G y su papel como receptor en la membrana celular.

183
cedido ante el llamado “manejo” de la enfermedad, una suerte de administración de
pesares, panaceas y desesperanzas que consume la mayor parte de los recursos
dedicados por las sociedades de este tiempo al cuidado de la salud.

El segundo alude a lo que bien podríamos llamar una verdadera escisión


entre diagnosis y terapéutica. Quien diagnostica ya no es necesariamente quien cura
y cuida. Finalmente, hemos de asomarnos brevemente a algunos datos
epidemiológicos recientes a propósito de los dos grupos de enfermedad que hemos
estado considerando. A partir de nuestros días y hasta 2030 no se espera un mayor
abatimiento de la mortalidad por causa cardiaca o neoplásica del que ya logrado165.

Escila: el ultraísmo médico

Hasta los años sesenta, las aportaciones teóricas de la generalidad de los


laureados Nobel en Medicina tuvieron una aplicación práctica relativamente
inmediata: Von Behring166 y la inmunización pasiva contra la difteria, Robert Koch167 y
el descubrimiento del M.tuberculosis, Ramón y Cajal168 con la teoría Neuronal,

165
Tal parece que tras las dramáticas reducción de la mortalidad atribuible al fracaso ventricular
documentadas tras la introducción de los inhibidores de la enzima convertidora de la angiotensina
(IECAs) en el tratamiento de tal condición en obediencia a los resultados arrojados por grandes
ensayos clínicos como CONSENSUS y SOLVD en los ochenta, ningún otro nuevo hito terapéutico se
avizora como no sea el trasplante de ventrículo. De otro modo, tanto hoy como en el futuro mediato,
el 85% de esos enfermos habrá muerto en los siguientes cinco años. También una mirada al
acuciante problema de salud pública que es el carcinoma no microcítico de pulmón – en inglés, non-
small cell carcinoma-nos llama a la mayor de las prudencias, como que ni aún los prometedores
esquemas que introdujeron la combinación del Paclitaxel -la espectacular droga desarrollada a partir
de extractos de corteza de tejo- con carboplatino y los novedosos anticuerpos monoclonales
humanizados como el bevacizumab, pudieron mejorar la precaria sobrevida a cinco años de estos
sufridos pacientes, cuya mortalidad sigue siendo muy similar a la documentada hace treinta años.
Ver: Mathers, DC, D. Loncar. Updated projections of global mortality, 2002-2030: data sources,
methods and results. WHO, Oct. 2005

166
Von Behring, Emil Adolf (1854-1917) Bacteriólogo alemán, Premio Nobel de Medicina y Fisiología
en 1901, por su trabajo sobre la aplicación del suero contra la difteria, lo que supuso un gran avance
en el conocimiento de los mecanismos de la inmunidad.
167
Koch, Heinrich Hermann Robert (1843-1910) Bacteriólogo alemán, descubridor en 1882 del bacilo
de la tuberculosis (M.tuberculosis), en su honor llamado también bacilo de Koch. Recibió el Premio
Nobel de Medicina en 1905 por sus trabajos sobre la tuberculosis. Es considerado el fundador de la
bacteriología
168
Ramón y Cajal, Santiago (1852 - 1934) Morfólogo español, especializado en histología y patología
microscópica. Obtuvo el premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1906 por sus descubrimientos en
cuanto a la morfología y los procesos conectivos de las células nerviosas, la llamada «doctrina de la
neurona» que postula la constitución del tejido cerebral a partir de células individuales. Se trata de la
cabeza de la llamada "Generación del 80" o "Generación de los Sabios" en la España de entonces.

184
Kocher169, el gran cirujano y sus aportaciones al conocimiento d ela fisiología
tiroidea; Bárany, quien siendo prisionero de guerra fue permisado para trasladarse a
Estocolmo a recibirlo por sus aportaciones al conocimiento de la fisiología
vestibular170; Otto Meyerhoff171 y Hans Krebs172, cuyas investigaciones constituyen
buena parte del conocimiento bioquímico que aún impartimos; Banting173, quien con
la síntesis y aplicación de la insulina cambiaría la historia natural la diabetes mellitus;
Ladstainer174, primero en describir los grupos sanguíneos; Severo Ochoa175,
descifrador del código genético cuyas señales en forma de tripletes constituídos por
bases nitrogenadas fundaron las bases de toda la genética que conocemos; el
argentino Houssay176, a quien debemos descripción de la regulación fisiológica de la
secreción hipofisiaria.

Es difícil no evocar alguna aplicación práctica derivada directa o


indirectamente de las aportaciones de alguno de los más destacados referentes del
conocimiento biomédico en los primeros tres cuartos del siglo pasado. Ello, sin
embargo, no luce tan sencillo si llevamos tal examen a sus últimos años. Cierto que
nos topamos con figuras como Black177, recientemente fallecido, a quien debemos la

169
Kocher, Emil T (1841-1917). Prominente cirujano suizo, Premio Nobel de Medicina y Fisiología en
1909. Sus técnicas de cirugía tiroidea y gastroduodenal aún continúan en uso.
170
Bárany, Robert (1876-1936). Médico húngaro, pionero en el estudio de la fisiología vestibular.
Premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1914.
171
Meyerhoff, Otto Fritz (1884-1951) Fisiólogo alemán. Sus trabajos se orientaron al estudio del
proceso bioquímico que se verifica en la combustión de la glucosa presente en el organismo y en la
liberación de energía que se desprende en toda contracción muscular. Obtuvo el Premio Nobel de
Medicina y Fisiología en 1922, compartido con Archibald Vivian Hill.
172
Krebs, Hans (1900 - 1981). Bioquímico alemán. Describió los ciclos de la urea y del ácido cítrico,
todo lo cual le valiera el premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1953.
173
Banting Sir Frederick Grant (1891-1941) Médico e investigador canadiense. En 1921 descubrió,
junto a Charles Best la hormona de la insulina. Por este descubrimiento le fue otorgado en 1923 el
Premio Nobel de Medicina y Fisiología, compartido con John James Richard Macleod. Fue armado
Caballero del Imperio Británico (KBE).
174
Landsteiner; Karl (1868 –1943) Patólogo austriaco. Descubrió y tipificó los grupos sanguíneos,
fundamento actual de la medicina transfusional Se le concedió el Premio Nobel de Medicina y
Fisiología en el año 1930.
175
Ochoa de Albornoz, Severo (1905-1993), Bioquímico español, desde 1956 también
estadounidense. En 1954, prosiguiendo con sus trabajos sobre la fosforilación oxidativa, descubrió
una enzima, la polinucleótido fosforilasa, capaz de sintetizar ARN in vitro a partir de
ribonucleosidodifosfatos, con lo cual descifraría el llamado código genético. En 1959 fue galardonado
con el Premio Nobel de Medicina y Fisiología junto al norteamericano Arthur Kornberg.
176
Houssay, Bernardo (1887-1971). Médico y farmacéutico argentino nacido en Buenos Aires. Por
sus descubrimientos sobre el papel desempeñado por las hormonas pituitarias en la regulación de la
cantidad de azúcar en sangre (glucosa), fue galardonado con el Premio Nobel de Medicina y
Fisiología en 1947, siendo el primer argentino y latinoamericano laureado en Ciencias.
177
Black,, Sir James W.(1924-2010) Farmacólogo británico, sintetizador del propranolol y la
cimetidina. Su invención del propranolol, que revolucionó el tratamiento médico de la angina de pecho

185
poderosa aportación de los beta-bloqueantes, o Vane178 en el campo de la
bioquímica del ácido araquidónico; Ignarro179 en la del óxido nítrico, el también
argentino Milstein180 en el campo de los anticuerpos monoclonales, Montagnier181 en
el de los retrovirus o el físico Masfield182 en el del desarrollo de la tecnología de la
resonancia magnética nuclear .

Solo que, no obstante estas poderosas aportaciones que he mencionado, la


aplicabilidad más o menos inmediata del nuevo conocimiento producido ya no es tan
obvia. La acumulación de conocimiento médico inmediatamente aplicable a nuestra
realidad concreta pareciera estar entrando en lo que David Ricardo y los
economistas clásicos definieron como los rendimientos decrecientes: y es que, en el
lenguaje de los economistas, pudiera decirse que, en los márgenes, el impacto
medible en términos epidemiológicos tras el desarrollo de una nueva molécula por
parte de la industria farmacéutica o la introducción de alguna nueva tecnología como
el caso de la cirugía robótica, no resulta tan obvio y demanda ser medido y
demostrado. Advertimos no estar en absoluto por la labor de llamar al escepticismo
respecto de la creación de conocimiento biomédico; antes bien, hemos de modular
nuestras expectativas al respecto ante la posibilidad de toparnos con un nuevo “gran

está considerada como una de las más importantes contribuciones a la medicina y a la farmacología
clínicas del siglo XX. Obtuvo el Premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1988, conjuntamente con
los investigadores estadounidenses Gertrude B. Elion y George H. Hitchings.
178
Vane, John Robert (1927- 2004). Obtiene el Premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1982,
compartido con Sune Bergstrom y Bengt Samuelsson, por sus trabajos sobre el metabolismo de las
prostaglandinas.
179
Ignarro, Louis J. (n.1941). Farrmacólogo estadounidense. Sus investigaciones se centraron en la
búsqueda de la naturaleza química del EDRF (factor de relajación derivado del endotelio). En 1986
descubrió que el EDRF era idéntico al óxido nítrico. En 1998 obtiene el Premio Nobel de Medicina y
Fisiología , compartido con Ferid Murad y Robert F. Furchgott.
180
Milstein, César (1927- 2002) Bioquímico argentino nacionalizado británico, ganador del Premio
Nobel de Medicina y Fisiología en 1984 otorgado por su trabajo sobre anticuerpos monoclonales.
181
Montagnier, Luc (n.1932 ).Realizó su doctorado en Medicina en la Universidad de Poitiers, y en
1967 inició sus investigaciones en virología. En 2008 obtuvo el Premio Nobel de Medicina y
Fisiología, junto a Harald zur Hausen y Françoise Barré-Sinoussi por el descubrimiento del virus de
inmunodeficiencia humana (VIH), causante del sida.
182
Mansfield, Sir Peter (n. 1933). Físico británico galardonado con el Premio Nobel de Medicina y
Fisiología en 2003 por invención y desarrollo de la Resonancia Magnética Nuclear, tecnología esta de
amplio y difundido uso en la actualidad.

186
salto” en cuanto a acumulación de conocimiento médico relevante en el futuro
razonable.

Es plausible, por tanto, postular que hemos maximizado el retorno posible a


partir de todo el conocimiento médico acumulado en el último siglo. Puesta ante los
límites de su propio paradigma, la medicina occidental asiste al creciente fenómeno
social de enfermos que buscan en espiritualismos de nuevo cuño lo mismo que
dudosas pócimas comercialmente ofrecidas esa certidumbre que pese a nuestro
mejor esfuerzo parecieramos nos ser ya capaces de proporcionarles?183.

El positivismo médico vigente supone, como hemos dicho, una fe plena en las
posibilidades diagnósticas y terapéuticas de la tecnología médica. Sus insuficiencias
e incluso fracasos se hacen excusables en tanto que la promesa del “progreso”
habrá de traer consigo –más temprano que tarde- las respuestas que permitirán
subsanarlas. El pensamiento médico occidental, cabalgando en el paradigma de la
razón robustecida en la e-videncia experimental, renueva una vez más su promesa
de un mundo sin dolor ni muerte bajo los renovados auspicios de la medicina de lo
infinitamente pequeño, que extiende la capacidad de explorar e intervenir la
fisiología humana a escala molecular. Se deriva de todo ello un hermético verbatim
médico cuyas traducciones institucionales se van insertando en una arquitectura
institucional esencialmente trazada en el decimonono.

Es así como el hospital organizado en departamentos orientados a las


patologías o condiciones médicas básicas – médicas, quirúrgicas, obstétricas y
pediátricas- agrupan bajo su mando y control a una compleja rede de servicios
especializados en la dispensación de prestaciones basadas en el dominio de

183
En 2005, un grupo de futurólogos disertaba en las páginas de Foreign Policy, la prestigiosa
publicación sobre temas de política internacional para entonces dirigida por el venezolano Moisés
Naim, acerca de aquellas cosas que probablemente dejen de existir en los próximos años: desde la
caduca corona británica hasta el Partido Comunista Chino, pasando por la televisión de dominio
público e incluso el estado nacional tal cual hoy le conocemos. El futuro puede que también traiga
consigo el fin de las llamadas clínicas de especialidades en Medicina. En el mañana venidero, habrán
de ser verdaderas factorías médicas las que hayan de producir, con arreglo a la más dura lógica
tayloriana, los ecogramas, endoscopias, biopsias y angiografías que podamos requerir. Pero aún así,
señalan estas mismas prospectivas, nada hace presumir que ese entrañable ámbito, más que
médico, humano, cuán es el de la consulta del internista, haya de sucumbir ante el avance arrollador
de la llamada Nanomedicina. Véase: Mundie, C (2005). Hoy están, mañana no. ¿cuáles ideas,
valores e instituciones podrían desaparecer en los próximos treinta y cinco años? Foreign Policy. No.
150, septiembre-octubre.

187
determinadas tecnologías por parte de un segmento específico del establecimiento
médico. Así por ejemplo, la introducción de la tecnología de fibra óptica en la
práctica médica a partir de los años sesenta supuso la organización de servicios de
endoscopia, así como el notable desarrollo de la aplicación de los rayos de
Röentgen – los llamados Rayos X- al diagnóstico habría de impulsar la creación a lo
interno de los hospitales de divisiones técnicas específicas a cargo de su manejo y a
la conformación de grupos profesionales especializados en ello.

La introducción de cada nueva tecnología médica trajo frecuentemente


consigo la necesaria modificación del organigrama hospitalario básico propuesto
apenas a fines del diecinueve por Florence Nightingale. Cada nueva tecnología
introducida a la práctica médica, al tiempo que generadora de unos determinados
sub-lenguajes, actuaba como renovadora de la fe de Occidente en su redención a
partir de ella. La nueva religión secular de lo científico-técnico vertió sobre la
medicina occidental una creciente e inusitada carga de expectativas sociales y en su
auxilio acudió el Derecho. El acto médico, en tanto que expresión de la voluntad de
sanar de los antiguos, se convertía ahora en la dispensación de unas determinadas
prestaciones en el marco de una relación jurídico-formal entre un prometiente (el
médico) y un requiriente (el enfermo) inserta en un contexto jurídico-institucional que
nunca como hasta ahora había ejercido tan determinante papel en la relación
terapéutica.

La promesa de la redención humana por la Medicina se hacia ahora


jurídicamente mandatoria. El peso del ars legis, que en la tradición médica
occidental iluminara la ruta al deon o “deber ser”, pasaba ahora a ser sustituído por
legislaciones específicamente orientadas a ordenar la materia médica desde una
perspectiva contractual. Asi las cosas, la otrora promesa de sanación por la
Medicina se tornaba ahora en obligación en los términos de derecho positivo.

La presión social por la positivización de la norma en materia médico-


asistencial y, más aún, por su elevación incluso al rango constitucional, da cuenta de
la medida en la que los positivismos médico y jurídico se vienen amalgamando en
una sola fuerza puesta al servicio de la materialización de tal promesa: la de una
vida larga, sin sufrimiento y sin dolor. Las nuevas legislaciones en materia sanitaria

188
en Europa e Iberoamérica consagran el pleno acceso de los ciudadanos a una vasta
cesta de servicios médicos por derecho de ciudadanía y casi con prescindencia de
todo cálculo económico. Las jergas médica y jurídica han trascendido al gran
público, de modo que sus demandas a los sistemas sanitarios se tornan
progresivamente más sofisticadas, todo ello a expensas de cuantiosas erogaciones
fiscales de imposible satisfacción.

La Revolución Francesa, refiere Ivan Ilich, creó el más grande de los mitos
médicos de Occidente: el de la secularización de lo patológico, es decir, el de la
sustitución de lo sacro por lo científico, o – en el decir del citado autor- “del cura por
el médico” (Ilich, 1975:139). El surgimiento de los llamados “ideólogos”, como el
francés Pierre- Jean Georges Cabanís, obedece a la aspiración del Nuevo Régimen
a la creación de un mundo en el que prevaleciese aquella ideal condición (estado)
natural rousseauniana en la que el hombre se habría de reencontrar con el bienestar
perdido a merced de los vicios e injusticias del Antiguo Régimen184. La Revolución
Francesa no auspició en un principio esas, las grandes intervenciones biomédicas a
escala social a las que habría de asistir Occidente en los años por venir. La
entronización de la medicina y de lo médico, así como de sus instituciones derivadas
es obra del positivismo. Es a partir de la Restauración en 1840 que lo científico-
médico adquiriría la primacía de la que aún goza (Ilich, 1975:142). Es Comte quien
introduce la idea de lo “normal” en medicina como contraposición a la desviación que
define a lo patológico (Ilich, 1975: 147).

Es a partir de los positivistas que el discurso científico-médico occidental


lograría – en el sentido de Ilich- “medicalizar” la vida, que dejaba de ser influjo divino
para convertirse en la resulta de una compleja conjunción de procesos –fisiológicos,
bioquímicos- científicamente discernibles y, por tanto, intervenibles (Ilich, 1975: 35).
Asi las cosas, enfermedad, dolor y muerte se vacían de sus significiones
antropológicas para reducirse a meras “disfunciones”. La salud, señala Ilich, se
convierte así en una promesa inalcanzable a la que se tiene derecho en virtud de
una pretendida justicia social (Ilich, 1975: 72). Promesa recurrente y, en cierto modo,

184
Cabanís, George (1757-1808) Médico y filósofo francés. Profesor de Higiene en París durante la
Revolución francesa, fue uno de los más destacados representantes de la corriente de los llamados
“ideólogos”, que fuera sustentadora de la política thermodoriana y, ultimadamente, de la del Imperio.

189
autosostenida. Promesa según la cual, la muerte habrá de ser abolida a partir de los
parabienes que nos habría de legar la nueva ciencia médica experimental.

Desde la perspectiva política ello ha supuesto el planteamiento de dos retos


formidables para las democracias liberales de Occidente: en primer término, el de la
cesión de ingentes cuotas de poder político a factores de la sub-política – en el
sentido ya señalado por Ulrich Beck- no sujetos al escrutinio social directo. Michael
Focault propone una denominación para ello: el biopoder (Focault, 1975: 197)185 En
segundo lugar, aunque no menos importante, hemos de situar el problema de la
escasez relativa de recursos aplicados a la satisfacción de las demandas de
atención médica vis-á-vis las crecientes presiones en tal sentido que se ejercen
desde el seno de sociedades “medicalizadas” al extremo.

La promesa occidental de un mundo si dolor, enfermedad ni muerte se


convierte así en el bastón de mando de la por Focault llamada “biocracia” (Ilich,
1975: 99). Con Copérnico, el hombre ha sido arrojado del centro del Universo,
incluso del suyo propio. El lugar del espíritu es reclamado ahora por el de la razón
científicamente respaldada. La “biocracia” propuesta por Focault se constituye en
una nueva “casta sacerdotal” administradora de la anhelada promesa de salud.
Promesa esta que, como hemos señalado antes, supone acciones materiales que,
en nuestra tradición, han correspondido esencialmente al estado y sus instituciones
(Ilich, 1975:38).

La metapolítica de fundamentación tecnológica: el caso de la medicina

La ciudad amurallada europea que surgiera a partir de la emergencia de una


protoburguesía urbana requerida de un mínimo de resguardo físico para su
desarrollo terminaría encarnando en sí misma parte de aquellos males que en sus

185
A propósito señala Focault: “La population est captée par le pouvoir politique qui cherche à en
surveiller et à en maîtriser la santé. On note les morts, les malades, les événements de toute sorte. La
ville est immobilisée et la population soumise à un enregistrement continu de son état. Chacun est
surveillé, contrôlé, en permanence” (“La población es capturada por el poder político que vigila, sigue
y dirige la salud. Toman nota de las muertes, las enfermedades y demás eventos. La ciudad se
inmobiliza y la población queda sometida a un registro permanente de su estado. Cada uno es
seguido y controlado permanentemente. La finalidad de tal situación es la de mantener a la población
s a su máximo de vida, pero al mismo tiempo, el espacio social al nivel más básico de los individuos
es controlado permanentemente”, traducción nuestra) (Focault, 1975: 197)

190
orígenes pretendiera conjurar. Con la modernidad, el “afuera” no estaría más del otro
lado de los muros, límite físico de aquellos burgos. En adelante, “el afuera comienza
aquí”, como señala Virilio (Virilio, 2004: 111). La metapolítica tecnológica creó en
torno a las nacientes ciudades un complejo de “burbujas” - ámbitos de seguridad y
confort en los que el hombre centró su vida cotidiana- que se constituirían en si
mismas en esencia y ser de lo deseablemente humano.

Así, lo “civilizado” aludía más que etimológicamente a la vida en la civitas,


tanto como “la urbanidad” a los usos y costumbres propios de la urbi, ambos en clara
oposición a lo rural. Las grandes ciudades europeas de entonces albergaron al
mismo tiempo “burbujas” financieras, políticas y tecnológicas, entre otras. Espacios
virtuales ahora devenidos en un nuevo y común espacio físico en el que prevalecía
una episteme radicalmente distinta a la del mundo “de afuera”. Entre las muchas y
nuevas “burbujas” urbanas hemos de contar a la sanitaria, que permitiera a los
burgos medioevales, mucho antes de la introducción de las técnicas vaccinales y de
la terapéutica antibiótica, contener el avance de las enfermedades infecciosas, las
temibles “plagas” de entonces.

La ciudad era pues sinónimo de salud, en tanto que lo rural era tenido como el
reino de la enfermedad. Sus murallas se constituyeron en la inexpugnable defensa
llamada a proteger a sus habitantes y los regimenes sanitarios –como el salernitano-
en los precursores de las grandes “máquinas de curar” –los modernos hospitales-
que la medicina de base experimental construiría como cenit del modelo de
institucionalidad sanitaria que propusiese. La ciudad se desarrolló, desde sus
orígenes, como un espacio progresivamente “medicalizado” (Labasse, 1982: 117).

La “burbuja” sanitaria de la ciudad habrá de descubrir sus propias debilidades


cuando la amenaza de enfermedad dejó de provenir “de afuera” para, por el
contrario, originarse dentro de sus propios muros. En lo sucesivo, con cada vez más
frecuencia las nuevas epidemias estallarían en medio de aquellos espacios
urbanos.Las biocracias médicas, ungidas por la sacralizada tecnología bajo su
dominio, es la portadora del nuevo ideal de ciudad occidental que progresivamente
se irá instalando. Es lo que Virilio llama el “encerramiento carcelario” de las primeras
ciudades europeas – bajo cuya regla se imponían “cuarentenas” a los enfermos

191
cuando no destierros- , que contemporáneamente se corresponde con la idea de la
“sociedad de control”.

Hogaño, las “burbujas” de la Modernidad habrán de apelar a las más insólitas


tecnologías: cámaras, monitores, “códigos de barra”, carnés dotados de microchips;
todo un abanico de tecnologías aplicadas a una singularización extrema del
individuo de la que surgen evidentes elementos de control. Nunca como hasta ahora
la acción individual está en riesgo de quedar supeditada a la del estado. La
“amenaza terrorista” hoy– como antaño “la invasión bárbara”- ha sido la razón más
frecuentemente socorrida en la justificación política e, incluso, la fundamentación
jurídica de tales prácticas de control social (Bradsher, 2007).

La némesis médica de Occidente

El notable vigor con el que se inaugura la medicina venezolana del siglo


veinte es herencia directa de aquél que le imprimiera el pensamiento acunado por
los pensadores positivistas – de formación médica muchos de ellos- que casi desde
mediados del decimonono animó a toda una elite intelectual persuadida del carácter
indefectible del triunfo de aquellos ideales de orden y progreso anunciados por sus
grandes teóricos. El mundo de la patología no habría de escapar a los efectos de
aquel nuevo ímpetu. Como lo señala el venezolano Briceño Gil, “se fortifican utopías
de una salud absoluta y permanente y la vida eterna del hombre (Briceño Gil, 2005:
364-372).

El determinismo experimentalista se aquerenció en el paradigma médico


naciente, imponiendo taxativamente sus leyes de causalidad al hecho clínico al
modo de un nuevo dogma. Pero las evidencias recabadas en otros campos de las
llamadas “ciencias duras” ya apuntaban a la fragilidad de aquel nuevo ethos
médico. La teoría cuántica de Heissemberg y Planck, entre otros, pero sobre todo, el
relativismo einsteniano ponían en seria duda la hasta entonces implacable lógica del
“A entonces B” a partir de la cual podían inducirse pretendidas leyes generales a
partir del estudio de experiencias de fenómenos concretos o, al contrario, deducir el

192
curso de tales fenómenos desde un determinado cuerpo de leyes (Briceño Gil,
2005:364-372)186.

La vigencia del paradigma positivista en medicina ha sido larga, como larga


ha sido su impronta en los diseños institucionales sanitarios a los que diera vida; al
fin y al cabo, todo sistema lógico es, de suyo, autoreferente de si mismo187. La
cibernética de los sistemas de Von Berthalanffy concibe a estos como
organizaciones en las que inputs y outputs – entradas y salidas- se equilibran de
modo tal que el sistema propenda a su autopreservación sin necesidad de una
instrucción externa (García-Pelayo, M. Burocracia, tecnocracia y otros escritos.
1974/ 1991: 1417)188. Así concebidos, inputs contenidos en presupuestos asignados,
legislaciones, políticas sectoriales, etc. que, procesados al amparo del nuevo
paradigma científico-racional, habrían de generar como output el abatimiento de la
enfermedad y la instalación de la sanidad como patrimonio de las sociedades.

La e-videncia acumulada en las postrimerías del siglo veinte señalaría, no


obstante, que la promesa basada en la utopía del mundo sin enfermedad y muerte
distaría mucho de cumplirse. La llamada “ciencia médica” no es tal. Podemos, a lo
sumo, referirnos a ella, siguiendo el argumento de Briceño Gil, como “un híbrido
entre saber y hacer, es un saber hacer” (Briceño Gil, 2005: 364-372). No existe
ciencia médica en tanto que su supuesto objeto de estudio – el hombre- es de suyo
inasible. Solo nos queda reivindicar la existencia de “un discurso científico utilizado
por la medicina” en tanto que “solo hay ciencia de lo general, jamás de lo particular”
(Briceño Gil, 2005: 364-372).

La medicina se apoya en las aportaciones de las “ciencias duras” – la


fisiología, la bioquímica, entre otras- pero sus deducciones prácticas las superan con

186
Señala Briceño Gil: “…en un comienzo, el fundamento de la ciencia moderna era la experiencia y
solo podía tener este valor lo que se podía someter a control y demostración. Así, el ideal de certeza
se convirtió en la medida de todo conocimiento. Este modelo caracterizó a la física newtoniana y está
cimentado en el paradigma cartesiano y cientificista, analítico y lineal, bajo la ley de causa y efecto”.
187
El carácter tautológico de toda lógica es destacado por Wittgestein en su Tractatus logico
philosophicus de 1921 y supone una de las críticas más radicales de la razón analítica producidas en
el siglo veinte.
188
Tal cualidad también ha sido extrapolada a los sistemas político-institucionales por García-Pelayo,
quien se refiere a los llamados “sistemas tecno-organizativos” - a los que asimilamos los médico-
sanitarios- como un subsistema o parte integral de un sistema concreto.

193
creces. Opera lo que Briceño Gil bien llama “la presión de la patología” (Briceño Gil,
2005: 364-372). Es la presión ejercida por la enfermedad y el enfermo, más o menos
articulada socialmente y, desde mediados del siglo veinte, convertida en un vector
más de la acción política la que llama a las puertas del paradigma médico positivista
a la espera, no de ciencia pura, sino de resultados concretos. Hasta bien avanzado
el siglo, tal apelación pareció tener respuesta. Las grandes endemias fueron
abatidas. Los indicadores sanitarios más emblemáticos – mortalidad infantil,
expectativa de vida- acusaron una notable mejoría que, como hemos visto, también
incluso alcanzó a Venezuela.

Pero el discurso cientificista que tan contundentemente oficiara frente a la


enfermedad infecto-contagiosa – malaria, tuberculosis, etc- no tuvo el mismo éxito
cuando tuvo ante sí la compleja realidad de la enfermedad crónica –el cáncer, las
enfermedades degenerativas, mentales, etc-. El reduccionismo científico-médico de
los positivistas – el mismo que permitiera, no obstante, concentrar grandes
esfuerzos técnicos y políticos a favor del abatimiento d elas grandes endemias del
siglo pasado con notable éxito- “ llevó a pensar que era posible la comprensión de la
complejidad total del organismo humano a nivel celular y molecular, en términos de
la física y la química clásicas” (Briceño Gil, 2005: 364-372), en tanto que la causa
(i.e virus, bacteria o parásito) tras el efecto observado (las endemo-epidemias de
fiebre amarilla, tifoidea o malaria, etc) resultaba ahora del todo conocida e
intervenible a partir de acciones más o menos específicas y concretas (el
saneamiento, la terapéutica o la inmunización con vacunas). Pero las nuevas y
crecientes realidades propias de la llamada “epidemiologia de la transición” y en la
que enfermedades no del todo comprendidas en cuanto a su génesis parecer ocupar
los primeros sitiales en la estadísticas vitales, los avances de tal reduccionismo
resultan precarios.

“La genética se hace dueña de la etiología”, señala Briceño Gil (Briceño Gil,
2005: 364-372). La enfermedad ahora no viene “de afuera” del sistema en forma de
un agente patógeno discernible, sino que “de adentro”, producto de alguna
impensada y deletérea disyunción cromosómica capaz de emitir una nefasta señal
en virtud de la cual el genoma humano, operando contra sí mismo, “codifique” para
la génesis de alguna estirpe tumoral que insurja contra el organismo que le diera

194
origen. Misma reflexión que cabe para el caso de la enfermedad degenerativa, en la
que un ignoto mecanismo apoptótico predetermina, al modo de una sofisticada
bomba de relojería, el fin de cada célula de la economía corporal189.

Los esfuerzos médicos e institucionales se orientan ahora a la gestión de una


nueva y creciente forma de enfermar y morir. La terapéutica “anti” agentes
específicos cede su antigua primacía a otra muy distinta, diseñada para “mejorar” el
desempeño de órganos agotados. La alquimia de los antiguos da paso a lo que
Briceño Gil llama la “algenia” que pretende transmutar, ya no metales sino la cosa
viva (Briceño Gil, 2005: 364-372).

El reduccionismo cientifico-médico apela aún a un último recurso de salvación


epistemológica: al probabilismo bayesiano. La probabilidad bayesiana, de boga en
las disciplinas tan variadas como la Economía y la Ciencia Política, llega a la
medicina a partir de pensadores como Cochrane y los llamados “padres” de la
llamada Medicina Basada en la E-videncia (por sus siglas, MBE) a la que ya nos
hemos referido antes. Seguramente los clínicos estuvieron entre los primeros en
reconocer que en la aplicación de aquellas aquellas pretendidamente inexorables
leyes determinísticas solían observarse más excepciones que casos atenidos a la
“norma”, intuyendo asi, como bien lo señala Briceño Gil, que “la certeza no es
posible sino en la probabilidad” (Briceño Gil, 2005: 364-372).

La enfermedad, que para los antiguos fue sino, para los modernos, accidente
y para los positivistas fenómeno físico, pasaba a ser ahora una probabilidad
matemáticamente estimable. La probabilidad bayesiana asigna mayores o menores
posibilidades de expresión de una determinada enfermedad en un caso dado a partir
del estudio y ponderación –matemáticamente modelada- del juego de variables
operando entorno al caso concreto. Pero una vez más, la medicina occidental se
aferra a la última frontera del paradigma que le legaran sucesivamente racionalistas
modernos y positivistas decimonónicos, solo que ahora facultada por la
incorporación de procedimientos matemáticos similares a los empleados en los

189
Apoptosis: dícese de los mecanismos de muerte celular genéticamente programados al modo de
un dispositivo de autodestrucción o “suicidio” celular. Juega un importante papel en la auturegulación
del crecimiento celular en organismos complejos y se le estudia como factor crítico en el desarrollo de
ciertas patologías degenerativas y neoplásicas.

195
campos de la Econometría y la Teoría de Juegos. El “viejo ideal de la certeza”, como
lo llama Briceño Gil, se empeña aún en seguir siendo “la medida de todo
conocimiento”, solo que ya no amparado en el determinismo experimental sino el la
poderosa metodología aportada por la estadística matemática (Briceño Gil, 2005:
364-372).

La más radical de las críticas recientes de la episteme médica occidental,


como hemos visto, ha sido la del clérigo vienés Ivan Ilich, contenida en su Medical
Nemesis: the Expropration of Health de 1975, ampliamente citada ut supra. Se
refiere metafóricamente Ilich a la némesis como “la venganza divina que caía sobre
los mortales que usurpaban los privilegios que los dioses guardaban celosamente
para sí mismos” (Ilich, 1975: 31). En los antiguos, la vida, la enfermedad y la muerte
corresponden a los dominios de los divino; Asklepios es un dios y los asklepiades
sus sacerdotes. Lo médico en ellos estaba indisolublemente asociado a lo mágico-
religioso. El proceso de logización del discurso médico propenderá a vaciarle
progresivamente de su antigua dimensión espiritual para privilegiar la estrictamente
técnica. Dimensión esta cuya potencia se hará más manifiesta en la medida en que
la capacidad generadora de respuestas prácticas por el logos médico alcanzare
niveles inusitados a partir de la instalación del paradigma experimental)190.

La nemesis médica ilichiana se revela justamente en las dos perspectivas que


hemos venido señalando: por una parte, la de la finitud de los recursos materiales
aplicables por las sociedades a la inmensa tarea de construir el prometido mundo sin
dolor, enfermedad y muerte que prometiera la modernidad; por la otra, la de los
límites de la propia biología humana y sus sistemas, cuya dimensión temporal
encuentra sus propios extremos en el fenómeno apoptótico que pone término a la
vida en su nivel más esencial – el celular- de manera genéticamente programada.
En la primera de las perspectivas aquí expuestas, hemos argumentado ya desde la
e-videncia macroeconómica, que pone de manifiesto el peso creciente del gasto

190
Señala Ilich: “En todas partes continuaba inconmovible la creencia en el progreso ilimitado, y el
progreso en medicina quería decir el esfuerzo persistente por mejorar la salud humana, abolir el
dolor, erradicar la enfermedad y extender la duración de la vida utilizando cada vez más la
intervención ingenieril. Los injertos de órganos, las diálisis, los métodos criogénicos y el control
genético alentaban esperanzas y no despertaban temores. El médico estaba en el pináculo de sus
funciones como héroe cultural”. Véase: Ilich, 1975: 36.

196
sanitario en economías mundiales acusadas de extenuación frente a sus elevadas
expensas en materia de seguridad social.

Podemos postular una “industrialización” de la vida y de sus fenómenos más


esenciales – el nacer, el enfermar y el morir- que ha conducido a un escenario en el
que, señala Ilich, “las esperanzas en total aumentan más rápidamente que los
recursos de asistencia. Mientras más tratamientos se aplican, mayor es el
sufrimiento total” (Ilich, 1975: 37). Hemos ofrecido en este mismo sentido
argumentaciones desde la perspectiva epidemiológica, destacando sobre todo el
referido a la relativa estabilidad en las series de tiempo en la mortalidad atribuible a
las grandes epidemias de la modernidad – la de las enfermedades degenerativas
como las cardíacas y las neoplásicas- pese al creciente flujo de recursos que se
destinan a su contención. La “medicalización de la vida” que denuncia Ilich ha
conducido a la ruina del Estado de Bienestar que el mundo occidental exhibiera en
su día acaso como su más elevado logro. El “retorno” del gasto sanitario de las
grandes economías del mundo en términos de “años de vida salvados corregidos
por calidad” se sitúa en no pocos casos por debajo de las expectativas de los
planificadores191.

Pero la nemesis ilichiana nos ofrece otra faceta igualmente terrible en la


radical juridificación de lo médico que tan característica es de las democracias
europeas e iberoamericanas. La asimilación de la salud a las normas propias del
derecho positivo parece estar resultando en la formación de una percepción de la
atención médico-sanitaria en tanto que conjunto de derechos de cada vez más difícil
materialización, ello al punto de atentar, paradójicamente, contra la viabilidad de
acciones sanitarias desde el estado de mayor pertinencia y mejor

“retorno” (Ilich, 1975: 91)192. Se privilegia así la financiación a costosos servicios


médicos de discutible impacto sanitario frente a la de otras acciones –saneamiento

191
Definir los QAYLS (acrónimico en lengua inglesa de Quality Adjusted Years of Life Saved o Años
de Vida Salvados Ajustados por Calidad. En Epidemiología, medida del beneficio de una cierta
política o conducta médica. Suele ser empleada con notable frecuencia en estudios orientados a tal
fin.
192
Cita Ilich la publicación del venezolano Arnoldo Gabaldón del 12 de abril de 1962 en la prestigiosa
revista médica británica The Lancet, en la que el estudioso venezolano señala: “Considero que la
tendencia de los servicios sanitarios gubernamentales de América Latina a concentrarse en la

197
ambiental, provisión de agua potable o vivienda mínima, por ejemplo- llamadas a
incidir de modo más contundente en la expectativa de vida en países de economías
pobres e incluso emergentes.

La juridificación de lo médico al punto de inscribir la atención médica en el


marco del derecho positivo entraña el creciente riesgo de pérdida de toda dimensión
gestionable de la demanda de tales servicios por parte de enfermos constituidos
ahora en titulares de un derecho cuya materialización supone articular prestaciones
concretas cuyos costos financieros – y de oportunidad- ponen en peligro economías
enteras. Se cierra así el terrible ciclo de la némesis ilichiana, el de la procura social
insaciable de parabienes médicos elevados a la categoría de derecho a cuyo
encuentro salen los límites objetivos que imponen las curvas de presupuesto.

Como en la paradoja de Zenón, las lentas pero indefectibles verdades de la


economía terminan por dar alcance a los veloces “derechos de tercera generación”
que nuestras legislaciones recogen incluso con rango constitucional193. La
postmodernidad médica terminó ratificando en no poca medida la prospectiva
ilichiana de los años setenta. Las llamadas “crisis” de los sistemas sanitarios dan
cuenta de un nuevo status quo en el que la cesta de servicios ofrecidos –
materialización de aquella otrora promesa de salud- no encuentra correspondencia
con las expectativas sociales. De tal brecha se originan discursos pretendidamente
alternativos que prometen realizarla a partir de la apelación a paradigmas distintos a
los de la medicina científica: apelación a prácticas propias de sistemas médicos
distintos al occidental (generalmente orientalistas), cuando no a prácticas sanitarias
o saberes más afines a discursos espiritualistas que a aquellos propiamente
médicos. De todo lo cual derivan nuevos hábitos de consumo así como prácticas
individuales o sociales que prometen ser las materializadoras de la promesa de
sanidad plena que el paradigma científico-médico no pudo finalmente cumplir194

asistencia médica es muy nociva. En Venezuela, por ejemplo, el costo anual de una cama de hospital
es aproximadamente diez veces el promedio de ingreso [per cápita] en el país”.
193
Zenón de Elea (c.490 AC). Filósofo presocrático. Sus célebres paradojas o aporías – como la de la
de la tortuga que gana la carrera a la liebre- son la referencia más antigua que del concepto
matemático de lo infinitesimal.
194
Nos referimos aquí a toda la praxis sanitaria contenida en el discurso de la llamada Nueva Era
(New Age), en el que coexisten desde elementos chamánicos hasta prácticas de inspiración
orientalista, todo ello en una matriz discursiva escasamente consistente pero que pese a ello ha
logrado permear notablemente incluso a comunidades médicas profesionales.

198
El debate a propósito del “punto crucial” (turnning point) en el que pudiera
encontrarse la medicina occidental del presente tiene en el físico austriaco Fritjof
Capra a uno de sus más radicales exponentes tras los aportes de Ilich y los
epidemiólogos británicos clásicos como Thomas Mckeown. En su obra de 1986
Uncommon wisdom, (traducida en 1990 al español con el título de Sabiduría insólita)
Capra diserta sobre al agotamiento del modelo racional-mecanicista sobre el cual
Occidente construyera su gran logos médico y se acerca a las bondades de
contenidas en las prácticas orientalistas en las que el médico encarna un papel
radicalmente distinto al que le impone la cultura occidental (Capra, 1990: 188)195.

La apelación a la medicina occidental hoy es, al tiempo, al reecuentro con sus


raíces espirituales y religiosas premodernas en tanto que, por otra parte, se intenta
avanzar al límite de lo creíble en los campos de la Genética, las nanotecnologías de
aplicación médica y la Biología molecular, todo ello al modo de un nuevo sincretismo
médico en el que incluso llega a coexistir lo chamánico con las tecnologías más
sofisticadas. Un nuevo sincretismo que signa la crisis de un paradigma en la que nos
e avizora el surgimiento de otro que le sustituya, como tampoco lo avizoraron los
médicos ilustrados cuando a sus verdades puramente racionales se opusieran otras
nuevas de base experimental. Una crisis que tampoco lo avizoraron los médicos
escolásticos cuando los mecanicistas irrumpían con sus prácticas basadas en la
idea de la fabrica humana y como tampoco lo en su día lo hicieran los médicos-
magos de las primeras civilizaciones del Mediterráneo y Sumeria cuando sus
antiguas practicaciones resultaran progresivamente insertas en el logos de los
médicos “físicos” de Jonia.

Es así como los grandes diseños institucionales médico-sanitarios de


Occidente se encuentran sumidos en la crisis que supone la sobredemanda de
prestaciones, por un lado, y el creciente cuestionamiento social, por el otro. Se pide
a la “maquina de curar” postulada por Focault y que es expresión en sí misma del
paradigma médico científico positivista lo mismo que a los oficiantes de la llamada

195
“En la medicina occidental, el médico de mayor reputación es el especialista, con conocimientos
detallados de una parte específica del cuerpo. En la medicina china, el médico ideal es el sabio que
conoce el funcionamiento conjunto de todas las pautas del universo, que trata a cada paciente como
caso individual y que registra con la mayor amplitud posible la totalidad del estado mental y corporal
del individuo, así como su relación con el entorno natural y social”.

199
Nueva Era: superar el dolor, la enfermedad y la muerte. Pero el tratamiento de las
instituciones de los estados a ambos actores dista mucho de ser homogénea. A la
medicina occidental se le exige rigor científico, adhesión a duras normas de Derecho
y, últimamente, a estructuras de costos de difícil asunción. De los oficiantes de la
llamada Nueva Era no se espera tal cosa, lo que los hace acreedores de una forma
de indulgencia social solo comparable a aquella de la que gozaron los antiguos
médicos-magos.

Caribdis: la tragedia tras la llamada justicia distributiva

La aspiración al acceso de las mayorías depauperadas a la atención médica


está ya en el debate político en el seno de las democracias liberales europeas de
fines del diecinueve. No casualmente es Manchester desde donde Bejamin Disraeli
impulsa la primera gran reforma política de alcance sanitario en Occidente anterior a
la que encarnara la seguridad social bismarckiana196. Hay en las clases políticas
europeas un notable celo ante el avance de las revoluciones de inspiración
socialista. Apenas un año antes, en 1871, ha estallado la revuelta de los comuneros
de París. En nuestro medio, las primeras expresiones de organización obrera que
tienen lugar en 1886 ya incluyen una potencial agenda sanitaria a negociar con el
factor patronal197.

196
Refiere Benjamin Disraeli (1804-1881) en su bien conocido discurso en el Free Trade Hall de
Manchester el 3 de Abril de 1872: “I think public attention as regards these matters ought to be
concentrated upon sanitary legislation. That is a wide subject, and, if properly treated, comprises
almost every consideration which has a just claim upon legislative interference. Pure air, pure water,
the inspection of unhealthy habitations, the adulteration of food — these and many kindred matters
may be legitimately dealt with by the legislature”(“pienso que la atención del público debe
concentrarse en la legislación sanitaria. Esta es una material amplia y, si se trata apropiadamente,
incluye casi todas las materias que ya han sido intervenidas legislativamente. Aire puro, agua pura, la
inspección de los domicilios insalubres, la adulteración de los alimentos. Tales y aún otras muy
diversas materias deben ser objeto de legilslación”). Cierra, citando una corrección hecha al texto de
la Biblia Vulgata en la que debe leerse “Sanitas sanitatum, omnia sanitas”, señalando que “…it is
impossible to overrate the importance of the subject. After all, the first consideration of a minister
should be the health of the people”(“es imposible sobreestimar la importancia de tal materia; después
de todo, la primera consideración de un ministro debe ser la salud del pueblo”). Tal política fue
opuesta por el laborismo calíficandola como "a policy of sewage” (“política de alcantarillados”).
Disraeli, conservador, fue primer ministro de la Gran Bretaña en dos legislaturas durante el reinado de
Victoria. Véase: http://www.emersonkent.com/speeches/sanitas _sanitatum_omnia_sanitas.htm
197
Véase: Documentos del I Congreso Obrero venezolano de 1886.En: Godio, J (1985) El movimiento
obrero venezolano (2 vols.). Ediciones del Ateneo de Caracas, Caracas, p. 132.

200
El fenómeno de la enfermedad deja de ser observado como una circunstancia
sobrevenida en el ámbito de lo individual para reclamar un sitial en la agenda
pública. El conservadurismo inglés lo entiende así y defiende su incorporación al
debate político como la más eficaz contención de la presión social que en el
continente impulsa movimientos revolucionarios desconocidos aún en Inglaterra
donde, señala Disraeli, no ha habido levantamientos de tal tipo desde la
vigencia de la norma constitucional británica198.

Pero la apelación disraeliana al omnia sanitas no permite aún anunciar un


atisbo de avenimiento del estado democrático de derecho en Europa. Estamos aún
bajo el paradigma político del estado liberal, cuya constitución protege a la sociedad
del poder del estado sin que por ello se plantee que el estado deba constituirse en
un protector activo de la sociedad. Como hemos señalado antes, el futuro por venir
habría de plantear el tema sanitario como uno de los focos de debate político en
tanto el acceso a tales prestaciones se vaya asimilando progresivamente al ámbito
de los derechos, concretamente de los derechos fundamentales. Como veremos, tal
asimilación tiene en la cuestión relativa a la justicia distributiva y sus problemas.

Sanitas sanitatum, omnia sanitas. La promesa de acceso a la atención médica


universal como expresión de justicia distributiva y que viene siendo característica del
estado democrático y social de derecho desde su concepción misma tiene su
principal óbice en la cuestión económica. Los sistemas políticos, señala Rawls,
“forjan los deseos y aspiraciones de sus ciudadanos” (Rawls, 2006: 244). La
modernidad médica generalizó la promesa de una vida libre de enfermedad y dolor a
una sociedad que le habría de tomar la palabra.

198
Señala Disraeli en el mencionado discurso: “since the settlement of that Constitution, now nearly
two centuries ago, England has never experienced a revolution, though there is no country in which
there has been so continuous and such considerable changes”(“desde el establecimiento de esa
constitución ,ahora hace cerca de dos siglos, Inglaterra nunca ha experimentado una revolución, si
bien no ha habido país alguno que no haya estado ante tan continuos y considerables cambios”)
Motivo por el cual elogia la política thory opuesta a la laborista, señalando que: “The Conservative
party have done more for the working classes in five years than the Liberals have in fifty" (“el partido
Conservador ha hecho más por las clases trabajadoras en cinco años que los Liberales en
cincuenta”). Véase: http://www.emersonkent.com/speeches/sanitas_sanitatum_omnia_sanitas.htm.

201
En una primera etapa del desarrollo de los sistemas sanitarios occidentales,
las grandes economías de escala dadas por plantas médico-asistenciales inmensas
en las que la cesta de prestaciones a ofrecer estaba esencialmente constituida por
acciones simples, de bajo costo unitario y por ende, masificables, hicieron posible
resolver la cuestión macrodistributiva con relativa solvencia. La microdistribución – la
dimensión en la que se asigna el recurso por definición escaso a cada persona titular
de derecho a tales prestaciones- no supone aún un factor de presión determinante
sobre las cuentas fiscales en tanto que el costo de aquellas prestaciones médicas y
sus tecnologías propendía, en los márgenes, a ser decreciente.

Pero en lo sucesivo se verá cómo la cuestión microdistributiva ganará


primacía en la medida en que la agregación de preferencias de los titulares de
derecho se torne crecientemente variada y compleja como consecuencia de la
imposición de unas determinadas expectativas. Expectativas estas fundadas a partir
de percepciones estimuladas por la participación de la sociedad del paradigma
médico que la modernidad construyera a todo lo largo de la progresiva logización de
su discurso.

La apelación a la por Rawls llamada “solución económica”, básicamente


derivada de una forma de justicia contributiva, supondría el abandono de la
dispensación de la atención médica a las leyes del mercado y, por ende, al mundo
de la justicia contractual. El decimonono venezolano lo entendió así, haciendo del
ejercicio liberal de la medicina su modelo por de atención médica por excelencia. En
tal marco, la atención es dispensada no sobre la base del ejercicio de un derecho (o
del acatamiento a un mandato de ley) sino sobre una base transaccional mediada
por el pago de honorarios profesionales. Como se verá, los actuales sistemas
sanitarios de financiación fiscal estarían fundados sobre un concepto distinto: el de
la justicia distributiva.

“De cada quien según su capacidad y a cada quien según su necesidad”. El


pensamiento socialista marxiano hizo de tal asunción la base fundamental de toda la
política redistributiva que siguiera a la reacción de las democracias liberales ante la
presión de las masas seducidas por los discursos revolucionarios. El creciente peso

202
del gasto sanitario en los esquemas macrodistributivos de las distintas economías
pondrá de manifiesto la imposibilidad material de tal lógica.

Claramente alineada con el esquema básico de justicia distributiva surge


contemporáneamente una concepción muy particular en la que las prestaciones
médicas se definen como un derecho humano esencial (Farmer, 2005: 213). Lo
cierto es que los mecanismos de asignación de recursos basados en juicios morales
(“a cada quien según su virtud”, diría Rawls) resulta de escasa utilidad práctica en
tanto que conduce a juicios de carácter arbitrario no enmarcables en normas
positivas social y políticamente aceptables. La progresiva incorporación de
tecnologías de alto costo terminaría comprometiendo la macrodistribución
equilibrada de los recursos destinados a la atención médica, al punto de
transmutarla de un abstracto “derecho fundamental” a un derecho prestacional
concreto.

La atención médica de financiación fiscal como derecho fundamental

En la provisión de prestaciones sociales con cargo del estado está quizás la


expresión más tangible de la promesa de bienestar inherente al concepto de Estado
Social y Democrático de Derecho a la que las democracias de nuestra región no
siempre fueron capaces de dar contenido cierto, al punto de que y podamos afirmar
sin dudas que, en el caso venezolano, algunos de los hitos más notables de campos
tan sensibles como los de la educación y la sanidad públicas fueron producto de
políticas trazadas bajo la regla ora de regímenes tenidos como A no democráticos —
el lopecismo — o instaurados de facto - la Junta Revolucionaria de 1945.

Herman Heller, en su bien conocida obra de 1934, destaca como ante la


llamada “cuestión social” no quedó otra opción como no fuera la de abordar la
elaboración de una teoría del estado a partir de la realidad concreta en tanto que
una totalidad compleja y apremiante. Al tal respecto advierte, citando a Hegel, que

“El descenso de una gran masa por debajo de cierto nivel de existencia acarrea la
formación de la plebe, juntamente con la máxima facilidad para concentrar
desmedidas riquezas en pocas manos” (Heller, 1934/1998: 160-162)

203
La reflexión de fondo había estado planteada desde finales del siglo XlX con el
avenimiento de la Doctrina Social de la Iglesia y la publicación de la encíclica Rerum
Novarum de León Xlll en 1891 en su crítica a los efectos sociales, de la revolución
industrial y del liberalismo económico; sin embargo, sus primeras expresiones
concretas en materia constitucional habrían de esperar hasta 1919, con la
constitución alemana de Weimar, o hasta un poco antes, en 1917, con la de
Querétaro, la constitución surgida tras la Revolución Mexicana. Si hasta aquel
entonces el estado liberal tradicional se había sustentado en la idea conmutativa de
la justicia, el nuevo estado social y democrático lo haría en la de la justicia
distributiva; si antaño se trataba de proteger a la sociedad del estado, hogaño habrá
de ser el estado quien proteja activamente a la sociedad a través de acciones
específicas. La política, en lo sucesivo, propenderá a someterse al derecho al
contrario de como hasta ahora, con el derecho sometido a los mandatos de la
política.

En el tiempo por venir, el nuevo estado social haría suya la responsabilidad


de proveer a toda persona, en tanto que un derecho de ciudadanía, de aquellas
condiciones materiales que pudieran considerarse mínimas a los fines de una vida
digna. Es Forsthoff, ampliamente citado por García-Pelayo, quien propone a la
procura existencial como una función del estado según la cual han de generarse
provisiones sociales con cargo a este de modo que se haga materialmente posible el
despliegue de las potencialidades de la personalidad del individuo. Define así el
autor alemán, en cita que de él hace García-Pelayo, a la procura existencial como

“toda actuación de las administraciones públicas para proporcionar a la generalidad o,


según criterios objetivos, a determinados círculos de personas, el goce de
prestaciones vitales” (García-Pelayo, M. op.cit.1977/1991: 1606).

Advierte García-Pelayo como más allá de circunstanciales variaciones, las


prestaciones sociales enmarcadas en la idea de la procura existencial deben ser,
más que proclamadas, garantizadas en los textos constitucionales, debiendo
incluirse. entre otras, las garantías de salario mínimo. de empleo, de sostenimiento

204
en situación de cesantía por enfermedad o baja laboral y de desarrollo de las
posibilidades vitales de la población.199

Procedamos a examinar algunos aspectos derivados del reconocimiento de


tales prestaciones en tanto que derechos sociales fundamentales y que resultan
especialmente críticos desde la perspectiva de las administraciones públicas a cargo
de su dispensación. A tal fin se ofrece una contrastación de las tesis iuspositivistas
de Luigi Ferrajoli con las criticas que de las mismas hace la también italiana Anna
Pintore (Pintore, 2005: 243).

Garantismo jurídico versus “derechos insaciables”

Dos posturas teóricas principales subyacen a los grandes enfoques que sobre
los llamados derechos sociales fundamentales se recogen en las constituciones
modernas. Por un lado hemos de destacar las posturas de corte garantista. Teóricos
como Ferrajoli señalan que el conjunto de tales prestaciones se constituye en un
núcleo de derechos fundamentales que no pueden ser tenidos como producto de
deducción racional alguna sino que son, en si mismos, derechos naturales, de tal
modo que opere una plena identificación entre la norma jurídicas positiva tras tales
prestaciones y el fundamento constitucional que les ha de servir de base200.

Para Ferrajoli, los derechos fundamentales y las normas jurídicas que los
desarrollan son esencialmente lo mismo, por lo que son meritorios de protección
jurisdiccional directa:

“Son derechos fundamentales todos aquellos derechos subjetivos que


corresponden universalmente a todos los seres humanos dotados de status de
personas, de ciudadanos o personas con capacidad de obrar, entendiendo por
derecho subjetivo cualquier expectativa positiva (de prestaciones) o negativa (de no

199
Garcia-Pelayo hace expresa en el referido texto su plena adhesión al modelo de expansión de la
demanda agregada que tan propio resulta a las tesis económicas de John Maynard Keynes, siendo
este un rasgo notable en el pensamiento constitucional del jurista hispano-venezolano.

200
La teoría general del garantismo de Ferrajoli intenta condliar las corrientes luspositlvistas e
iusnaturalistas del derecho a partir una postura claramente kantiana que tiene en la persona humane
no un medio, sino que un fin en si misma. De alli su defensa de los llamados derechos fundamentales
como expresión de la por el autor denominada “la ley del mas débil”.

205
sufrir lesiones) adscrita a un sujeto por una norma jurídica. Y por status la condición de
un sujeto, prevista asimismo por una norma jurídica positiva, como presupuesto de su
idoneidad para ser titular de situaciones jurídicas y/o autor de los actos que son
ejercicio de éstas” (Ferrajoli, 2005: 158).

En esa misma línea, las corrientes del pensamiento jurídico que adhieren la
idea de la constitucionalización del ordenamiento jurídico postulan la positivización
de la norma presumiendo la posibilidad material de su aplicación directa en tanto
que contentiva de aquellos mandatos que obligan al estado a dispensar tales
prestaciones, lo que de asumirse haría que las mismas se hagan exigibles en sede
tutelar sin que para ello medie la determinación del legislador a través de un
instrumento normativo específico. Posturas muy distintas, de corte restrictivo,
proponen que los derechos sociales, antes que fundamentales, son sobre todo
alusiones programáticas que operan como mandatos a los poderes públicos a cargo
de la efectiva provisión de ciertas prestaciones específicas.

En tal sentido se pronuncia la jurisprudencia de la Corte Constitucional de


Colombia al señalar que:

“La mayoría de los derechos en referencia [los derechos sociales] implican una
prestación por parte del Estado y por lo tanto una erogación económica que por lo
general depende de una decisión política. Con base a esto. Se sostiene que los
enunciados constitucionales que recogen tales derechos no pueden ser objeto de
decisiones judiciales hasta tanto en Congreso no haya expedido la legislación
necesaria para aplicarlos; de lo contrario, se dice, el juez estaría ocupando terrenos
que no le corresponden de acuerdo con la doctrina de la separación de los poderes”201

En una posición claramente crítica ante los postulados ferrajolianos se


inscribe la suya Pintore en su tesis a propósito de los por ella denominados
derechos insaciables. Como lo señala Pintore, Ferrajoli incurre en el “error fatal“(sic)
de asumir como suficiente el principio esencial de los iuspositivistas (“auctoritas non
veritas facit Iegem”) en materia de derechos sociales, ignorando las variables
provenientes del mundo real que actúan sobre estos en tanto que derechos

201
Sentencia T406 de 1992 de la Corte Constitucional de Colombia, en ponencia del magistrado Ciro
Augusto Barón. Ver: http://www.corteconstitucional.gov.co/

206
fundamentales. En tal sentido advierte contra la minusvaloración que del problema
formal de la gestión del contenido sustancial de tales derechos hacen los teóricos
del garantismo a ultranza, para quienes “la aprobación de los derechos, es decir, de
las normas, es todo cuanto necesitamos” (sic).

En Pintore, derechos y normas difieren en su grado de consistencia respecto


de la materia que pretenden ordenar:

“...los derechos son, con frecuencia, proteiformes sino inasibles, mientras que las
normas (hoy), por lo general, lo son mucho menos, y la identificación de unos y otras
nos lleva a minusvalorar esta diferencia...” (Pintore, 2005: 254)

Asumir la plena identidad entre derecho y norma a partir de una extensión de


aquél al plano de lo concreto supone, en el concepto de la autora, una presunción
costosa. Una presunción según la cual, el espacio moral de un determinado derecho
es infinitamente expansible y en ningún caso se ha de intersectar con el espacio
moral de algún otro. La evidencia empírica demuestra lo contrario. Como bien señala
Pintore, los derechos con frecuencia coliden entre si, incluso al punto de conformar
situaciones típicamente “de suma cero”, es decir, en las que la garantía de un
determinado derecho en beneficio de unos bien pudiera suponer el menoscabo de la
garantía al derecho de otro (Pintore, 2005: 258).

La identificación de derechos con normas, continúa Pintore, supone


adicionalmente la atribución a estos del carácter de substancia y a tratarlos, por
ende, de una forma que la autora denomina autoejecutiva, es decir, como un a priori
jurídico a ser ejecutado más que administrado. Desde la perspectiva deontológica -
la del deber ser- es posible que ante un determiinado derecho subjetivo contentivo
de expectativas, sean estas positivas (v.gr. la dispensación de determinadas
prestaciones sociales) o negativas (v.gr. la obligación a no infligir lesiones o daños),
la norma otorgue un derecho sin indicar los sujetos de la obligación correspondiente:
es así como las constituciones venezolanas más recientes, paradigmáticamente en

207
la de 1999, consagran derechos de aplicación inmediata sin que el Estado posea los
medios necesarios para su garantía y debido cumplimiento202.

De allí que postulemos el que, más allá del jurídico. Haya de ser en el ámbito
de lo administrativo en el que tenga lugar la posibilidad última de materialización de
tales derechos desde la perspectiva de sus titulares.La garantía real de los derechos
sociales en tanto que derechos fundamentales pasa necesariamente por la creación
de lo que podríamos llamar realidades intermedias, llamadas a proveer de un
sustrato material cierto que permita, finalmente, dar contenido a tales derechos a
través del cumplimiento de los mandatos contenidos en la norma. En sentido
práctico, parece claro que, como señala el economista colombiano Libardo
Sarmiento en sus consideraciones a propósito del derecho al acceso a servicios de
atención médica en su país:

“Para garantizar estos derechos se necesita consolidar un sistema institucional


y social integral, eficiente universal y solidario y contar con el financiamiento
suficiente, el desarrollo organizacional y los mecanismos administrativos de acceso”
(Sarmiento, 1997).

Las prestaciones sociales con cargo al estado han sido asumidas en muchas
legislaciones como derechos programáticos, es decir, del tipo para cuya
materialización el estado requiere disponer recursos y programar procedimientos
que hagan posible dispensarlos. Para todo lo cual es mandatorio apelar a una suerte
de mecanismo “tecno-jurídico" que haga viable su efectiva administración con
arreglo a un mínimo de eficiencia en cuanto a la aplicación de los recursos fiscales
destinados a tal fin. Tal mecanismo debería idealmente estar consagrado en la
respectiva ley y no ha de ser otro que la norma misma, aquella que resulta
indispensable para que los derechos sociales adquieran consistencia objetiva.

Resulta claro que en la efectividad de tal administración, con frecuencia


precaria incluso en las sociedades del bienestar del llamado Primer Mundo, radica la
que quizás sea la crítica más medular al Estado de Derecho, de la que Ferrajoli se

202
Combellas destaca la “inflación de principios” en la que incurre el texto de 1999 cuya
materialización luce, al menos en materia de seguridad social, técnicamente inviable. Véase:
Combellas, 2005: 788 y sucs.)

208
hace parte al denunciar su disfuncionalidad y al clamar por la creación de un modelo
más allá de lo que considera meramente declarativo: su modelo del estado
constitucional garantista (Ferrajoli, 1995: 856 y sucs).

Se ha supuesto equivocadamente que los de provisión de prestaciones


sociales operan como sistemas autocontenidos, es decir, en los que no hay brecha
alguna entre los recursos demandados y los efectivamente disponibles. El problema
de las administraciones públicas frente a la demanda de prestaciones sociales
eventualmente elevadas a la categoría de derecho social fundamental se expresa en
dos vertientes: la primera, de carácter jurídico, dada por la exigibilidad de dichas
prestaciones sin fórmula de ley que acote tal exigencia; la segunda. De carácter
administrativo, que viene a lugar ante la ausencia de toda mención en nuestras
constituciones al indefectible problema planteado por la necesaria satisfacción que
de sus particulares ecuaciones económico-financieras requiere la garantía de tales
prestaciones en tanto que derechos, ello ya no en el plano de lo teórico sino en el de
la realidad concreta.

Probablemente ciencia económica aporte a la jurídica las luces necesarias


para comprender algunos de los peligros inherentes a la identificación de derecho y
norma en materia de prestaciones sociales con cargo al estado. Tales prestaciones,
contrariamente a lo que se suele asumir, no son siempre clasificables como bienes
públicos. Como bienes rivales, su consumo por parte de unos supone,
necesariamente, la privación del mismo goce en otros (Freije, S y MH Jaén, 2003:
147 y suscs).203. En la terminología propia de la teoría de juegos, ello define lo que
ya Pintore bien señalaba como una situación “de suma cero’ en la cual no es posible

203
Dos son las características esenciales de los llamados bienes o servicios públicos en el sentido de
la microeconomía: la no exclusión (o imposibilidad de excluir a una persona de su consumo) y la no
rivalidad (el consumo que de tales bienes o servicios haga una persona no supone el menoscabo del
que haga cualquier otra). En sentido estricto, las prestaciones englobadas en los llamados derechos
fundamentales no cumplen con tales criterios, por lo que es esencialmente erróneo tenerlas como
bienes o servicios públicos. Tal presunción, no obstante, permanece firmemente anclada en los
ámbitos técnicos y políticos a cargo de administrar dichas prestaciones, ello quizás porque las
mismas suelen ser dispensada: a titulo gratuito, es decir, sin cargo directo al beneficiario. Ello en
ningún caso supone que el bien o servicio dispensado tenga "costo cero”; antes bien, solo denota que
tal costo está siendo asumido por el Estado.

209
otorgar un beneficio a unos sin que ello acarree, en alguna medida, un perjuicio a
otros: erogaciones tributarias crecientes, altos costos de transacción, etc.204

Algunas consideraciones acerca del caso venezolano

La Constitución venezolana de 1999 consagra al acceso a servicios de


atención médica, a la educación gratuita y a la vivienda. entre otros. Como derechos
sociales fundamentales. La tradición garantista del régimen jurídico venezolano se
enmarca en las corrientes de pensamiento surgidas tras la instauración del estado
democrático y social de derecho en el mundo occidental tras la ll Guerra Mundial,
cuyo referente más claro son la Constitución venezolana de 1947 y su reexpresión
recogida en la de 1961 tras el interregno de la Constitución perezjimenista de 1952.
Subyace en ellas el valor superior de la solidaridad social en la práctica traducida en
la redistribución de la renta como mecanismo igualador de las brechas de ingresos
entre los distintos grupos sociales y, en esa misma medida, como factor primordial
para la construcción de la paz social.

La idea tras el régimen de derechos sociales elevados a la categoría de


fundamentales en las más recientes constituciones venezolanas supuso para el
constituyente el abandono del principio de la utilidad (a cada quien según su
contribución) para asumir en su lugar el principio de la necesidad (de cada quien
según su capacidad, a cada quien según su necesidad), el que algunos años más
tarde habrá de desarrollar John Rawls a propósito de su Teoría de la Justicia205:

“Una vez que nos decidimos a buscar una concepción de la justicia que anule los
accidentes de los dones naturales y las contingencias de las circunstancias sociales,
como elementos computables en la búsqueda de ventajas políticas y económicas, nos

204
Expresiones concretas de la disparidad entre recursos y demandas prestacionales son desde hace
mucho evidentes incluso en los sistemas de seguridad social tenidos como los más avanzados, en los
que no son infrecuentes las listas de espera para acceder a servicios médicos complejos (el caso de
las cirugías y los estudios diagnósticos en el Reino Unido),a bienes esenciales (el caso de las
viviendas subvencionadas en España), a pensiones de retiro suficientes (el caso de las jubilaciones
en Francia) o a fuentes de empleo sostenibles (casos de la industria automovilística en Los Estados
Unidos o del sector manufacturero del Japón, por citar tan solo dos ejemplos).
205
Nótese que el postulado rawlsiano según el cual “a cada quien según su necesidad, de cada quien
según su capacidad’ tiene su referente más antiguo el la bien conocida Crítica del Programa de
Gotha, de Karl Marx. La pensadora ruso-nortermericana Ayn Rand, en su extensa novela La Rebelión
de Atlas, de 1957, reexpresa tal tendencia en lo que en su día denominara "el principio de la
necesidad", en clara oposición al discurso utilitarista en la acepción benthamita más clásica.

210
vemos conducidos a estos principios; expresan el resultado de no tomar en cuenta
aquellos aspectos del mundo social que desde un punto de vista moral parecen
arbitrarios” (Rawls, 2006:28).

Los sistemas de dispensación de prestaciones sociales hasta entonces


operaron esencialmente apoyados en el concepto de aseguramiento que diera
origen a la seguridad social bajo el paradigma bismarckiano: el que dispensa una
determinada prestación está en deber de hacerlo y quien la recibe está en su
derecho en tanto que contribuyente al sistema. La idea de la solidaridad por sobre la
del aseguramiento no sobrevendría sino hasta los años de la II Guerra Mundial a
partir de los estudios de la Royal Comission on the Poor Laws, cuyo célebre Report
on Social Insurance de 1942, coordinado por William Henry Beveridge, concluyera
en la necesidad de arribar a un sistema de plena financiación fiscal que hiciera
posible una distribución progresiva de los recursos destinados a las prestaciones
sociales independientemente de las distintas capacidades contributivas.

Fue así como en la Gran Bretaña de los años de la contienda bélica se


postuló y puso en marcha un amplio régimen de prestaciones sociales que dejaba
atrás el paradigma bismarckiano (contributivo) e inauguraba uno nuevo, llamado con
acierto beveridgeano (no contributivo), según el cual

“...todos los titulares de ingresos primarios (de trabajo o de capital) renuncian


obligatoriamente, a una parte de sus ingresos para constituir un fondo que
suministrará a todos los miembros de la sociedad un nivel mínimo de recursos,
incluída una prima de seguro de salud, ya sea porque no son capaces de atender ese
mínimo por sus propios medios (en razón. por ejemplo, de su edad, incapacidad,
accidente, enfermedad) o por la imposibilidad de encontrar un empleo cuya
remuneración le resulte suficiente” (Van Parijs, 1994: 5-29).

Sobre tales bases conceptuales se funda la idea del estado de bienestar en


nuestras más recientes constituciones, si bien los regímenes contributivos nunca
dejaron de operar del todo pese a nunca haber alcanzado niveles de cobertura
poblacional aceptables. El constituyente de 1999, lo mismo que el redactor del texto
constitucional de 1961, supuso que con tal arreglo — el de la conjunción de un
régimen contributivo actuando por vía la excepcional y de un régimen no contributivo
211
fiscal - el problema de la universalización de las coberturas en cuanto a prestaciones
sociales estaría resuelto y, en esa misma medida, cumplida la promesa del mínimo
vital o procura existencial que tan inherente es a la idea de estado social y
democrático de derecho.

La e-videncia empírica, sugiere lo contrario, dejando al desnudo la penosa


realidad de un complejo régimen prestacional público tan amplio en lo formal como
inícuo en la dimensión real de la vida de los ciudadanos titulares de tales derechos.

La conexidad entre derechos fundamentales y derechos programáticos como


criterio de garantía de cumplimiento del mandato constitucional

Bien lo advierte Pintore al señalar lo inútil de la tensión entre las corrientes


divisionistas e iuspositivistas en las ciencias jurídicas cuando se trata de derechos
fundamentales:

“...el divisionismo y el iuspositivismo actúan como una suerte de tenaza, bajo la cual
los derechos corren el riesgo de terminar triturados” (Pintore, 2005: 244).

Ya se asoman algunas de las tendencias que en algunos países de nuestra


región generó la praxis ante la necesidad de conciliar derechos y normas en materia
de prestaciones sociales. La experiencia colombiana, en la que una constitución que
data de 1991 y una ley de sanidad apenas sancionada dos años después (conocida
esta última como Ley No. 100), ha generado dinámicas de una complejidad tal que
solo la jurisprudencia ha podido arrojar luces lo mismo a jueces que a
administraciones públicas dados los retos que comporta la gestión en “tiempo real”
de las nomas creadoras de derecho en materia sanitaria.

En el abordaje de tal tensión — que no es otra que la nunca resuelta tensión


entre necesidad y posibilidad en materia de políticas públicas- la experiencia
colombiana destaca al reconocer recurrentemente el carácter fundamental del
derecho de acceso a tales servicios en tanto se demuestre, en cada caso, la
conexidad de la prestación demandada y el derecho fundamental a la vida y la
dignidad.

212
El resguardo de los llamados derechos fundamentales, en el sentido
rawlsiano, expresa la voluntad del Estado en cuanto a disipar aquellas inequidades
tenidas como moralmente inaceptables producto de las naturales diferencias entre
las personas emanadas de la desigual situación de estas en la posición original. Ello
supone un esfuerzo superior de parte de sus administraciones en aras de reconocer
que es precisamente en la expresión material de tales derechos en la que ha de
reconocer, ultimadamente, el contenido cierto de los mismos desde la perspectiva de
sus titulares. En tal sentido, la acción del juez como garante de tal derecho frente a
su titular no puede constituirse en una modalidad para “forzar” el cumplimiento de los
mandatos constitucionales por parte de los órganos a cargo del diseño y ejecución
de las políticas públicas propias de la materia.

En Colombia, la vigencia de la Ley No. 100 en materia de sanidad desveló la


cuestión de la justiciabilidad del derecho a la atención médica de manera
especialmente cruda. Como lo señala la colombiana Arbeláez Rudas, la profusión de
decisiones puntuales emanadas del órgano jurisdiccional no solo no puede erigirse
como sustituto de las funciones del legislador y del administrador público, sino que,
contrariamente a lo esperable, bien pudiera dar origen al surgimiento de la peor de
las paradojas: la de crear a la postre inequidades en nombre de un ideal superior de
justicia que degeneró en la creación de un derecho que resulta - en el sentido de
Pintore-materialmente insaciable (Arbeláez Rudas, 2006:234).

La e-videncia empírica parece haber demostrado el carácter ilusorio de la


presunción weberiana que la norma es capaz de generar por si misma un
determinado orden. Más realistamente, Frederick Von Hayek destaca la generación
de órdenes espontáneos surgidos de las infinitas relaciones de intercambio que se
verifican entre las personas en el ámbito de una sociedad abierta206. La realidad
venezolana no escapa a tal tendencia, como lo demuestra la evidencia empírica
recogida a propósito de problemáticas tan complejas como la provisión de vivienda,
de servicios educacionales, de atención médica, de cuidados a personas
dependientes, etc. En todos estos casos, ha sido la profusión de contratos entre
particulares y no tanto la dispensación de prestaciones a cargo del estado en tanto

206
Al respecto, véase: Mc. Cormick, N (1989). Orden espontáneo e Imperio de la ley: algunos
problemas. Doxa—6

213
que comprensivas de ciertos derechos fundamentales las que satisfacen en última
instancia tan ingentes necesidades. Surge así un orden espontáneo que en la
práctica sustituye al que el constituyente no creó.

Naturalmente que ha de haber un espacio cuan más amplio para la acción del
estado en materia de tales provisiones, tanto más en la medida en que nuestra
tradición constitucional reciente lo mismo que las tendencias actuales en cuanto al
tratamiento de tales materias concurren en auxilio de su reconocimiento como
derechos fundamentales. Sin embargo, es en la acotación de tales derechos en
términos tales que los hagan administrables por el estado donde reside su única
posibilidad de materialización efectiva en aquellas prestaciones que, percibidas por
el titular de tales derechos, morigeren las inequidades propias de la “posición
original” - que es la manera rawlsiana de definir al estado de naturaleza de
hobbesiano- haciéndolas susceptibles de ser domeñadas.

A tal cometido contribuye muy poco la insaciabilidad de derechos


constitucionalizados sin fórmula intermedia alguna que haga posible la reunión de
aquellos elementos financieros, técnicos e institucionales que permitan honrarles en
la práctica sin incurrir en la temible paradoja de la regresividad. es decir, la de
favorecer a la postre a los menos necesitados menoscabando la asistencia debida a
los ciudadano en situación de desventaja social.

“Venezuela no tiene problemas, solo necesidades”

El positivismo científico proporcionó las bases epistemológicas sobre las que


se construiría la llamada sociedad tecnológica. En lo sucesivo, destaca García-
Pelayo, la realidad humana no estará dada por la naturaleza tanto que como por las
propias creaciones del hombre y sus técnicas La instrumentalidad técnica, señala el
mismo autor, se hace parte integral del hombre al modo de una “prótesis
generalizada” cuyo concurso erige a la tecnología como un proceso “metabiológico”
creador de realidades y de posibilidades más allá de lo estrictamente humano
(García-Pelayo; op.cit.1974/1991: 1411-12).

214
El estado procurará renovar una vez más su promesa de dar acceso universal
a los parabienes de la tecnología, contribuyendo con sus esfuerzos y desde sus
potestades a desarrollarla y haciendo sentir sus propias exigencias en la definición
de las líneas definitorias de tal desarrollo (Garcia-Pelayo; op.cit. 1974/1991: 1409).
El modelo social así forjado pronto habría de tener en la medicina a una de sus
primeras expresiones. La medicina en la sociedad tecnológica prescinde de su
antropocentricidad para constituirse ahora en la esencia animadora de la gran
“máquina de curar” focaultiana a la que nos hemos ya referido. El acto médico
pierde su carácter individualizado para convertirse en un producto industrial
estandarizado científicamente concebido por un sistema abstracto, un todo integrado
de partes que, en la clásica definición de Von Bertalanffy.

Los robustos sistemas sanitarios occidentales institucionalizados sobre todo


tras el cese de la Segunda Guerra Mundial se asemejan,en términos generales, a
los sistemas políticos postulados entre otros por David Easton (Easton, 1965) y cuya
base teórica nos refiere a la Cibernética de los Sistemas de Weiner. De acuerdo con
ello, los diversos inputs se integran a lo interno del sistema para dar origen a
outputs de atributos tales que, constituidos en fuerzas retroalimentadotas, regulen
los inputs originales al punto de equilibrar el complejo todo de partes que en torno a
él se reúnen:

(S)

(I) (O)
*Demandas *Prestaciones médicas
sociales *Calidad ambiental
*Expectativas *Aseguramiento de la
*Entorno calidad
epidemiológico *Impactos
*Recursos epidemiológicos

(R)

Fig. 2. Los sistemas médicos. Una aproximación elemental desde la Cibernética

El “asa” (loop) de retroalimentación (R) mediante la cual los outputs (O)


actúan sobre los inputs (I) equilibrando al sistema (S) constituye el modelo
cibernético más básico de los sistemas autorregulados. Los teóricos de los sistemas

215
sanitarios públicos de la inmediata postguerra asumieron como premisa aquella
según la cual, la generación de prestaciones médicas (servicios) suficientes y de
calidad, aunado al abatimiento de las grandes endemoepidemias de entonces y a la
generación de un entorno sanitario “limpio” traería consigo –indefectiblemente- la
satisfacción de las demandas y expectativas sociales en materia sanitaria y, con ello,
la progresiva reducción del gasto sanitario.

El más notable de sus exponentes, el británico Beveridge, citado por Ilich,


habría vaticinado la progresiva reducción del gasto sanitario en la medida en que la
morbimortalidad general – el riesgo de enfermar y morir- de la sociedad cediera
como consecuencia de la acción sanitaria de aquel sistema público de salud (Ilich,
1975:35). Sin embargo, la e-videncia apunta a lo contrario. Las expensas sanitarias
de las grandes economías del mundo, lo mismo que los esfuerzos de sus
comunidades políticas a favor de la contención de las crecientes demandas
ejercidas por esas sociedades en lo referente al consumo de servicios médicos y sus
derivados dan cuenta de que un loop positivo de retroalimentación según el cual, a
mayor tenor de outputs generados por el sistema opera un incremento en los inputs
que este recibe.

Como resulta e-vidente, el gasto sanitario en dichos países no solo no se ha


contraído sino que, por el contrario, se incrementa de manera alarmante desde
finales del siglo pasado en economías que en su día hicieron alarde de sus robustos
sistemas sanitarios de alcance universal y financiación fiscal y que hoy encaran
severas recesiones económicas signadas, entre otras características, por la
imposible financiación de sus presupuestos públicos.

La fuerza que anima el infinito ciclo del gasto sanitario incremental en dichas
sociedades no es otra que la de una inquebrantable fe en la ciencia y sus productos.
Una fe decimonónica que se perpetúa a un siglo de distancia acicateada por una
incontenible introducción de nuevas tecnologías ratificadoras de la promesa
moderna de un mundo sin dolor, enfermedad y muerte pero cuyo cumplimiento no
parece, sin embargo, próximo a materializarse. Como lo argumentaramos
anteriormente, acaba operando así una tendencia a la “insaciabilidad” social por
nuevas y más sofisticadas prestaciones de tipo médico cuyo acceso hemos

216
juridificado de manera tal que las expectativas, por irracionales que sean, terminan
convertidas en normas de derecho.

Finalmente, hemos de destacar una cualidad principalísima propia de los


grandes sistemas sanitarios occidentales. Tal es la de su carácter de sistema
subpolítico, en el sentido de Beck (Beck, 2006: 330). En la sociedad tecnológica no
son pocos los ámbitos de poder que se entregan a lo que el estadounidense Alvin
Toffler llamara las “ad- hocracias”, comunidades de expertos a cargo de la gestión
de los complejos y especializados procesos propios de los sistemas propios de la
sociedad tecnológica (Toffler, 1977:167). Las ad-hocracias médicas – por Focault
llamadas “biocracias”- tienen en común con sus pares actuantes a lo internos de
otros sistemas y sub-sistemas inscritos en el marco de la sociedad tecnológica el
hecho cierto de que ni sus agendas ni sus actuaciones están sometidas al escrutinio
público directo.

Constituyen pues, en el sentido de Beck, ámbitos más allá de lo político, es


decir, metapolíticos Ello, sin embargo, no ha hecho óbice para que tan específicas
ad-hocracias dispongan del manejo de crecientes proporciones del gasto público en
sus respectivos países al amparo de la fe socialmente jurada a los parabienes de la
medicina científico-racional. Característicamente nuestra ha sido siempre esa, la
llamada por Ulrich Beck, “fe latente en el progreso” (Beck, 2006: 326). Introducida
por la filosofía de los positivistas desde casi mediados del diecinueve, la idea del
progreso como llave hacia la modernidad transita de manera contínua hasta entrado
el siglo veinte bajo el impulso de lo que el mismo autor denomina la “ nueva religión
terrenal de la modernidad”(Beck, 2006: 345). La convicción profunda en un mundo
regido por la razón y en el que a cada cuestión pudiera serle dada una respuesta
científicamente fundada sigue subyaciendo intacta desde los ilustrados, solo que
apoyada ahora en la verdad experimentalmente demostrada.

Para las mentalidades del entresiglo venezolano, de la mano del progreso


técnico vendría el progreso social, entendido este como la promoción del venezolano
y su medio a estándares de vida propios de los países considerados modelos de
desarrollo. En tal sentido es de destacar la aclaratoria expresa que sobre la cuestión

217
consta en el documento fundacional del Partido Democrático Venezolano (PDV) de
1941, en cuyo programa central se señala que dicha organización política

“...luchará porque el bienestar social de los venezolanos sea elevado a su máximo, por
medio de un amplio espíritu de justicia, una mejor difusión de la cultura y una intensiva
obra de saneamiento, previsión y asistencia (...) que Venezuela sea un país donde
prosperen en toda su plenitud la vida humana y los frutos de la civilización, y para ello
insistirá, en forma permanente, en la necesidad de sanear, poblar, elevar la condición
de los trabajadores y crear seguridad para el hombre...” (el destacado en nuestro).
(En: Trujillo, A.E. [en línea], 2007).

La modelación una sociedad en la que “prosperen en toda su plenitud la vida


humana y los frutos de la civilización supone la adhesión a un modelo – el del
progreso- así como la apelación a unas determinadas acciones conducentes a la
materialización de tal modelo, dicho como está que “… para ello insistirá, en forma
permanente, en la necesidad de sanear, poblar, elevar la condición de los
trabajadores y crear seguridad para el hombre...”. Sanear, educar y poblar se
convierten así en las consignas motoras de un esfuerzo sin precedentes por parte
del estado venezolano en pro de la construcción de una “sociedad de diseño”, en el
sentido de Beck (Beck, 2006:326).

Tal diseño habría de conducirse de acuerdo con la prescripción técnica de


una elite persuadida de su tarea histórica para la que la idea de un progreso social
impulsado por la técnica estaba fuera de todo cuestionamiento.La cuestión sanitaria
estaba, apelando nuevamente a la terminología de Beck, en el campo de la
subpolítica, al que Beck define como “la zona gris o intermedia situada entre el
sistema político (constituido por el parlamento, los partidos políticos, los sindicatos,
las magistraturas judiciales...) y la sociedad civil. “Zona gris” que ocupa una nueva y
poderosa tecnocracia que llevada de la mano de los sólidos personalismos de
principios del veinte encontraron cauce a sus ansias de “diseñar” una sociedad
capaz de entrar en la que Beck llama “la primera modernidad”, es decir, aquella
consistente con un modelo de sociedad industrial inserta en la dinámica de la
economía de mercado (Beck, 2006:330).

No eran hombres sometidos al escrutinio de una aún débil opinión pública o al


arbitrio de mandatos legalmente fundados. Se trató, esencialmente, de un elenco de
218
actores de notable calidad intelectual y académica y de prestigio social fuera de toda
diatriba quienes “magnánimamente” hicieron suya la tarea de conducir un proceso
de verdadera ingeniería social conducente a la construcción de un modelo de
sociedad normativamente concebido.

Los hombres de la sanidad venezolana de 1936 alcanzaron un notable éxito.


Como hemos visto anteriormente, los más importantes indicadores sanitarios y
demográficos nacionales acusaron dramáticas transformaciones en menos de una
década a partir de la implantación de las políticas contenidas en el Programa de
Febrero, al punto de poder postular que el la creación de la sanidad pública
venezolana de 1936, junto con la del ejército nacional profesional a partir de 1903 y
en el plan de vialidad de 1911 promovido por Román Cárdenas están las claves
fundamentales de la consolidación del estado nacional venezolano que formalmente
se creara en 1811.

Una aproximación elemental al estado de la cuestión sanitaria venezolana hoy


desvela un marcado desgaste de aquellas premisas. No corresponde al presente
trabajo entrar en ello, pero si postular que la transformación de las llamadas “crisis
del sector salud” incesantemente aludida en el debate público de los últimos años,
mucho más que tal crisis traduce, sobre todo, la errática procura de un nuevo status
quo que permita conciliar las referidas limitaciones del paradigma médico occidental
del que participamos vis a vis un diseño institucional creado hace más de setenta
años, cuando dicho paradigma, incuestionado, se encontraba en pleno vigor.
Finalmente, es necesario destacar que la cuestión sanitaria, cuyo centro estuvo
entonces bajo el dominio de la subpolítica, se constituye hoy en día en uno de los
dominios más decisivos de la política deliberativa.

Pierden su antigua preeminencia las posiciones de carácter tecnocrático


legitimadas más allá de la política. Contrariamente a lo que caracterizara al
momento histórico de su fundación en 1936, la cuestión sanitaria venezolana actual
forma parte sustancial del debate político. Y no solo en tanto que sus prestaciones
pretendidamente universales sean aspiradas por una sociedad modernizada
deliberadamente, como hemos visto, a partir de políticas públicas expresamente
diseñadas a tal fin, sino también porque la organización creada a tal fin terminaría
por constituirse en una de las burocracias públicas más extensas del continente, ello
219
a pesar de que nuestros indicadores básicos de salud muestren actualmente
marcados retrocesos respecto de anteriores épocas de brillo.

Hay, e-videntemente, un desfase entre el paradigma médico actual –


llamémosle postmoderno- y la traducción institucional que quiere dársele,
profundamente anclada en el anterior –el de la primera modernidad sanitaria-
fundado por los pensadores positivistas.

La formidable crisis histórica que tan desfase supone no parece ofrecer


salidas inmediatas. Carecemos de un pensamiento sanitario a su altura. La reiterada
recurrencia a fórmulas, referencias y aún de políticas concretas extricadas de aquel
pasado y que por lo común se zanjan en costosos fracasos, es sobre todo expresión
de la adhesión cuasi-eligiosa a un desgastado paradigma de pensamiento médico
cuya inmensa debilidad aún no advertimos. La sustitución de un paradigma científico
por otro no opera en modo alguno de manera consciente para los actores relevantes
del momento. Las insuficiencias del paradigma ya exhausto no se siguen de modo
necesariamente inmediato de la instalación efectiva del que habrá de sucederle.

Media entre un momento paradigmático y otro un período de crisis profunda –


aquello que Gramci describiera como “algo que no termina de morir y algo que no
termina de nacer”- que no siempre se hace consciente para las elites intelectuales.
Hemos suscrito entre las premisas básicas del presente ensayo la tesis skinneriana
según la cual no es lícito pretender extraer del texto de autor alguno “claves” que
anuncien el advenimiento de un momento histórico distinto. Así las cosas, Claude
Bernard no vaticinó en modo alguno la superación del paradigma médico racional-
mecanicista como tampoco Vesalio tres siglos antes asumiera deliberadamente la
tarea de derrotar al escolástico.

La sucesión de paradigmas científicos supone un proceso inconsciente en el


que la superposición entre lo nuevo y lo vetusto opera al modo de un morigerador de
la crisis que intrínsecamente tal dualidad encarna. En Venezuela, Dagnino y
Beauperthuy no anunciaron el advenimiento del paradigma científico-experimental
de los positivistas; simplemente se empinaron sobre las ruinas de la vieja episteme
médica ilustrada representada en alejas instituciones para entonces carentes de

220
prestigio para, desde allí, retarlo. La crítica contemporánea al paradigma médico
positivista ha pretendido anunciar la inminencia del advenimiento de uno nuevo,
pretendidamente “holístico”, apelando a diversos argumentos que abarcan desde lo
etnográfico hasta cibernético y aún lo religioso, sobre todo de inspiración orientalista.

Se aventura así a la postulación de una episteme médica distinta que se


anuncia apelando al complejo tinglado comunicacional propio de estos tiempos. Sin
embargo, la realidad objetivable en términos institucionales dista mucho de estar
siendo impactada por tal prédica, ello en tanto que la misma reafirma su fe en la
medicina experimental en la misma medida en que su solidez como paradigma se
quebranta. El pretendido “holismo” no ha penetrado en la estructura y lógica propias
de la “máquina” focaultiana de curar. Las burocracias médicas – a las que ya nos
hemos referido como “biocracias”- continúan operando desde la misma lógica básica
de los experimentalistas.

El discurso occidental de sanación sigue nutriéndose, esencialmente, de


verdades surgidas del laboratorio. La crisis del paradigma científico-médico que nos
legaran los positivistas está declarada; sin embargo, y a pesar de los esfuerzos de
los nuevos “chamanes” de la postmodernidad biomédica, nada parece augurar su
efectiva sustitución por otro distinto en el futuro relevante. Es el discurso médico
occidental se adentra en una crisis paradigmática que habrá de permear a sus
instituciones más emblemáticas – el hospital la primera- prisioneras como son de
dos fuerzas encontradas: la fuerza de la escasez y la fuerza de la esperanza
devenida ahora en fórmula de derecho positivo.

221
Capítulo IX

Fin de siglo: Res medica y ars medica en Venezuela

“Toda historia es historia contemporánea”


Benedetto Crocce.

Al principio de las presentes páginas nos interrogábamos acerca de la liason


entre discurso y diseño institucional a todo lo largo del suceder histórico en la
sanidad pública venezolana desde sus orígenes hasta 1936, en el entendido de que
dicho año marca de modo más o menos plausible el inicio de nuestra vigente
tradición sanitaria. Creemos que tales vínculos en efecto existen y que sus marcas a
todo lo largo de tal suceder son notoriamente ostensibles.

La idea del progreso que nos heredaran los pensadores del positivismo
médico venezolano de fines del diecinueve, no es novedad en estado puro, tal y
como frecuentemente nos empeñamos con afán en presentarlo como tal. El llamado
progreso lleva consigo no poca carga de pasado – o de retroceso, como bien lo
advierte Pino Iturrieta- al punto de que sea nuestro deber el conducirnos de modo
cuan más prudente antes de “tocar redoblante” al anunciarlo (Pino Iturrieta, 2009:
72).

La historia de la Medicina occidental y sus instituciones es sobre todo la de


una contínua y constante contraposición a la muerte, en tanto que esta se
concibiese no como tránsito entre la vida terrena y una cierta idea de eternidad al
modo de las civilizaciones del valle del Nilo que la tuvieron como su eje principal de
vida, o de los zoroástricos, probablemente en la esencia más elemental que
caracterizan a tales conceptos en la civilización occidental judeo-cristiana. En la
Grecia clásica, la muerte no es sino un indefectible fin al que, no obstante, había que
oponerse heroicamente. El paso por Grecia de aquella antigua tensión entre vida y
muerte ya se nos desvela en el mito de Asklepios, el médico-dios, y su muerte a
manos de Júpiter, quien le fulmina con un rayo en castigo a su pretensión de salvar
de Hades a aquellos a quienes la muerte había convocado. Así entonces, en el alma
griega la muerte se contrapone a la vida como su gran enemiga y la Medicina es, por

222
tanto, el arma para combatirla. Occidente espera que el médico cure. Distinto de las
concepciones hinduistas y confucianas, la muerte, menos que el “cierre” de un ciclo
vital, es sobre todo la derrota de la vida misma.

El gran paradigma de médico occidental, el que fuera sucesivamente clásico,


escolástico, ilustrado y finalmente positivista, ha reconocido por fin su propia crisis.
La concepción de la enfermedad como acechanza contra la que es menester luchar,
constituye una expresión más de la profunda impronta homérica en la formación del
alma de Occidente. Está en Scheller la tesis según la cual la apelación a hombres
capaces de ir más allá de lo realizable, conjurando amenazas y peligros para salvar
al débil de su peor destino es, esencialmente, parte de nuestra herencia homérica.
La enfermedad y la muerte se idealizan en terribles símiles, como el del cancrum
cuyas tenazas carcomen las carnes del enfermo sufriente con el que Claudio Galeno
idealizó el cáncer hace mil años, o con el oscuro jinete apocalíptico que, guadaña en
mano, simboliza a la temida muerte en los textos bíblicos.

La idea de la muerte como destino está en la literatura homérica. Se simboliza


en la imagen femenina de las moiras – las parcas latinas- que venían en busca de
quien iba a morir para conducirlo de la mano durante el trayecto. Pero en Homero
también está la idea de la lucha heroica contra esta y tal ha sido la dimensión que de
lo médico ha prevalecido en Occidente. Distinto que en las culturas orientales, la
muerte en Occidente debe ser vencida y a tal fin se orientó desde siempre el papel
social del sanador y su saber. Un saber que recurre a las antiguas fórmulas de los
hierofantes egipcios, tributarias en si mismas del rito religioso que se dedica a
alguna deidad bajo cuyo gobierno se entienden las dinámicas del enfermar y el
morir.

Con los médicos-filósofos de Jonia, las armas serán ahora las de la razón
lógica puesta al servicio de un sanador secularizado y separado de los altares. Esta
es precisamente la grandeza de la contribución griega a la construcción del logos
médico de Occidente. La diagnosis no será más y más en lo sucesivo producto de la
adivinación sino la resulta de un proceso lógico a la manera del silogismo
aristotélico. La terapéutica no será más pura teurgia producto de sortilegios, sino que
producto de la aplicación lógica de los remedios incluso conocidos por los antiguos;

223
la prognosis, finalmente, dejará de ser un ejercicio profético para constituirse en
expresión de un proceso lógico-formal.

Nace así el logos médico occidental, la “manera de ser” en la Medicina de la


que hoy todos participamos. Griegos son nuestras etimologías, nuestros métodos
clínicos más elementales, nuestra episteme más básica. Griegas también nuestras
instituciones fundamentales, como la del sanador profesional secularizado, la del
cuerpo de conocimientos independiente y deslindado de los códices religiosos. Las
formas políticas que conociera Occidente a partir de la ciudad-estado se harán
corresponder, de un modo u otro, con ése al que bien podríamos tener como nuestro
esquema institucional básico en Medicina. Habían quedado atrás definitivamente los
tiempos de los médicos-magos, de los hierofantes de la vida y la muerte.

Por sobre ellos triunfa el sanador - el γιατρός µου esculapiano- cuya


dimension social y política aún experimentaría profundos cambios, no para
desaparecer sino, por el contrario, para consolidarse como una de las instituciones
más emblemáticas de Occidente y de su cultura. Así, la “idea griega” del médico y
de la Medicina se instala definitivamente en el “disco duro” occidental de una vez y
para siempre, no para tranzar con la muerte, sino que prometiendo combatirla hasta
vencer.

El proceso de logización de la Medicina occidental a partir del antiguo mito de


la sanación no fue lineal ni estuvo libre de notables perturbaciones. Supuso la
asimilación al logos de Occidente de sabers antiquísimos a los que la lógica griega
incorporó en un esfuerzo sistematizador que tuvo en la filosofía de los físicos jonios
su hilo conductor más constante. No es la Medicina de los griegos una compliación
de las practicaciones egipcias o sumerias, sino que su sistematización en función d
ela construcción de una doctrina del arte de curar. Ello supuso la construcción
progresiva de un lenguaje inserto en la episteme racional griega pero poseedor de la
especificidad necesaria para el Nuevo grupo social a cargo de tal sistematización de
saberes.

La episteme general griega – la lógica- dió origen asi a un sistema de jergas


profesionales de uso exclusive de la nueva clase a cargo de su preservación: la de

224
los asklepíades secularizados. Se construye así una nosología – el λóγος (logos) de
la νόσος (nosos) o enfermedad-y cuyo verbatim aún sigue siendo el nuestro.
Totalmente ajenos somos a las sistematizaciones basadas en el concepto hinduista
de las chakras o en el de los “meridianos” de los médicos chinos. En nuestra habla
médica cotidiana apelamos al “equilibrio del medio interno”, apelando a la
terminología del gran Walter Cannon, pero que en el fondo no es sino la evocación
de los “equilibrios humorales” de Hipócrates207.

Entendemos a la enfermedad como el “efecto” de unas determinadas


“causas” a cuya precisión y combate nos avocamos enteramente, todo ello como
partícipes que somos del concepto de causalidad en el tiempo que creímos
incontrovertible hasta recién208. El logos sustituyó a la magia y con ella el médico al
mago. El nuevo logos médico pronto habría de reclamar tramado institucional que le
sustentase. Surgen las escuelas profesionales del mundo antiguo, como la de
Alejandría. Se establecen figuras esenciales como la del médico cortesano, pero
también instituciones sanitarias como las dedicadas al saneamiento ambiental y la
higiene pública, especialmente en Roma. Finalmente, el conocimiento se sistematiza
al tiempo que se expande y cobra nueva vida en su codificación rigurosa.

Tal es el legado de la obra galénica, valiosa como compilación tanto que


como expresión sistematizada de la Medicina conocida. De ello dará cuenta su
longeva vigencia de más de mil años. A su vena nutricia se plegarán los médicos
árabes del medioevo y en contra del paradigma que encarnare habrán de surgir en
su día Andrea Vesalio y los primeros pensadores de la modernidad médica casi un
milenio después.

207
Cannon, Walter (1871-1945). El más destacado referente de la Fisiología norteamericana del siglo
XX. Célebres fueron sus contribuciones a propósito de la constancia del medio interno – la
homeostasis- como objetivo de toda fisiología. Cercano al fisiólogo español Juan Negrín, Cannon hizo
suya la causa de la II República Española durante la Guerra Civil de 1936 a 1939, por lo cual nunca
obtuvo el Premio Nobel de Medicina y Fisiología.
208
El 13 de septiembre de 2011, los físicos europeos reunidos en los laboratorios del CERN de
Ginebra, Suiza, demostraron la existencia del llamado neutrino, una particular sub-atómica de
velocidad superior a la de la luz. Ello ha planteado la más radical duda de la causalidad en el espacio-
tiempo desde que Albert Einstein y su teoría de la relatividad increparan al clásico paradigma físico
representado en la mecánica newtoniana.

225
La modernidad médica

La modernidad en Medicina vino con Vesalio y su paradigma de la fabrica o


máquina humana. Al ejercicio lógico de los antiguos se sumaba ahora la fuerza de la
e-videncia, es decir, de lo demostrado anatómicamente puesto a la luz de su
correlativo funcional. La logización del discurso médico daba asi su salto cualitativo
más importante en dos mil años ahora cuando se postulaba que cada enfermedad
habría de tener su sede en uno o más órganos específicos, del mismo modo que el
fallo de una maquinaria cualquiera lo tiene en una o más piezas disfuncionales en su
estructura. Si con Hipócrates y galeno Occidente superó el paradigma de la
Medicina como magia, con Vesalio se alzará victorioso el de la Medicina como
ingeniería. Si al modo antiguo de los griegos debemos el verbatim esencial en el que
se soporta la praxis médica, en el modo moderno de Vesalio hemos de reconocer al
modelo con arreglo al cual se organiza el conocimiento médico disponible y, sobre
todo, la vigente arquitectura institucional sanitaria, emblemáticamente, el hospital.

Es Michel Focault quien propone la idea de la “máquina de curar” refiriéndose


al hospital moderno, análogamente al de la “máquina humana” con el que en su día
Andrea Vesalio replanteara toda la anatomía y la fisiología humana conocida. Así las
cosas, cada “pieza” de la máquina humana sede de una enfermedad en particular
habría de requerir del desarrollo de un logos específico al modo de un sub-lenguaje
o jerga derivada de un discurso superior. Hélo ahí expresado en los diseños
organizacionales básicos del hospital, con las clínicas de especialidad enfocadas en
el estudio y cuidado de un reducido número de órganos o “piezas” de la “máquina
humana” pensada por Vesalio. Ello supuso un notable cambio respecto a los
tiempos antiguos, los del hospital-templo, e incluso con respecto a la tradición
escolástica, con su idea del hospital-monasterio.El hospital-máquina, con su
modernas ad-hocracias en el sentido de Toffler, es una deriva racional del logos
médico ahora fundado en la idea de la máquina humana.

El experimentalismo positivista traerá consigo la definitiva consagración del


logos médico occidental fundado en la razón. La incorporación del laboratorio de
investigación al hospital y la inserción del discurso clínico en el razonamiento
estadístico-probabilístico, habría de acabar con la definitiva sustitución de la razón

226
especulativa por la apoyada en la fuerza d ela e-videncia experimental. La
elucubración cedía así ante la fuerza argumental del experimento y los lenguajes de
ello derivados impregnarían lo mismo las dinámicas de formación del logos que sus
expresiones institucionales correspondientes. Así por ejemplos, de la apelación a las
“miasmas” se habría de pasar al lenguaje basado en la nueva teoría bacteriana de la
enfermedad y de ella, al desarrollo de estructuras organizacionales
superespecializadas a lo interno de las instituciones sanitarias, en cuyo seno
veríamos proliferar numerosas subdivisiones a cargo de la lucha y control de
enfermedades infecciosas.

El caso de las enfermedades infecciosas resulta especialmente emblemático


de la que fuera la evolución del logos médico occidental. En lo etiológico, asistimos a
la evolución del viejo concepto hipocrático del “mal aire” al de las “miasmas” de los
ilustrados hasta arribar a la vigente teoría bacteriana de la enfermedad a partir de los
experimentos de Pasteur. En el campo de la terapéutica, evolucionamos de la
sangría a la antibióticoterapia, pasando por la vacuna y la sueroterapia. Tecnologías
cuyo desarrollo hoy da cuenta de inversiones varias veces superiores al producto
interno bruto de países de ingresos medios como el nuestro.

El logos médico de Occidente y los grandes sistemas sanitarios

Como hemos dicho, lo mágico-religioso tuvo y fue en si mismo expression de


los discursos de sanación que construyeron las civilizaciones anteriores a la clásica,
ello en clara correspondencia con las formas políticas vigentes en cada tiempo. La
hierofanía del poder en la civilización del valle del Nilo también fue hierofanía
médica. El medico no era un professional, sino un sacerdote. La enfermedad, hemos
dicho, era un efecto de ignotas causas solo accesibles al conocimiento por parte de
los iniciados en tan remotos ritos. La Medicina, por así llamarla, no constituía una
praxis formal regida por normas positivas, sino la resulta de una practicación social
hija de aquel particular “modo-de-vida”.

La irrupción del logos griego en aquello dotaría a las precaria Medicina de los
antiguos de un nuevo y poderoso eje de organización del conocimiento y su
transferencia. Tal herramienta no fue otra que una nueva episteme, distinta de la

227
mágico-religiosa. La enfermedad, también lo hemos dicho, sería comprendida ahora
como el efecto de unas causas situadas en el mundo de la physis. Aún
permaneciendo desconocida, para los griegos dicha causa estaba “allí afuera” del
soma o cuerpo humano, perturbando el natural equilibrio entre sus humores
constituyentes. La causa exterior de toda enfermedad solo sería inteligible, de
acuerdo con ello, a través de la razón lógica.

El nuevo discurso sobre la enfermedad – la nosología- de los griegos, distinto


de lo descrito en la tradición egipcia que nos llegara a través de sus papiros, nombra
las enfermedades, las distingue y clasifica. El principio aristotélico del “tercero
excluído” se constituye en la clave del discernimiento del médico frente a la queja del
enfermo y los signos clínicos objetivos de la enfermedad en la base para la
construcción de los distintos sindromes en tanto que categorías analíticas. La
atención médica se organiza sobre bases seculares que progresivamente
abandonan toda regla religiosa. La República platónica, como hemos visto, prevé
sus hospitales. Civilizaciones anteriores – la egipcia y la hebrea, por ejemplo- no
tenían otro lugar de sanación distinto del templo.

El nuevo paradigma lógico reclamaba un discurso distinto al que debía


acompañar alguna modalidad de estructura institucional consistente con él. Es así
como la cultura helénica legaría a Occidente la figura del médico profesional y de “lo
médico” como praxis dotada de principios y normas sistematizadas. Atrás quedaría,
en la noche de los tiempos, la Medicina de los médicos-magos.

La irrupción del mundo aristocrático-feudal a la que diera origen la caída del


antiguo mundo clásico no supuso –como se suele afirmar- la detención del proceso
de formación del logos médico occidental; antes bien, trajo consigo la incorporación
de fuentes de conocimiento distintas de la hipocrática con arreglo al marco
referencial provisto por la episteme de los griegos. Es asi como la Medicina de los
árabes asimila y es asimilada a la tradición clásica, lo mismo que la hebrea.
Avicena209 y Ben Maimónides210. son los asimiladores de sus respectivas culturas

209
Abu Ali al-Husayn ibn Sina, llamado Avicena (980-1037). Médico persa al servicio de los califas de
Córdoba, autor de los Canones (1012), gran compilación de todo el conocimiento médico de su

228
médicas – la mulsulmana y la hebrea, respectivamente- a la gran fragua de la
Medicina occidental.

Si la tradición institucional de tan fecundo proceso careció de expresiones


más ostensibles, es plausible atribuirlo a los efectos que sobre la estatidad del
mundo conocido trajo consigo la disolución de Roma y la desaparición del imperio
mundi como forma política. La por Zúñiga Cisneros llamada “Medicina monacal”
haría posible la preservación de la tradición galénico-aristotélica en Medicina
heredera directa de la clásica bajo la égida de la primera y única institución vigente
en Europa hasta la formación de los estados nacionales modernos con Federico
II de Suabia: la Iglesia Católica.

Pero el paradigma escolástico de fundamento aristotélico que emergía en el


mundo medioeval suponía mucho más que la mera preservación de la tradición
clásica y su acción habría de llevarnos mucho más allá, situándonos en el eje de una
ordenación (ordenatio) orientada a lo trascendente. La concepción agustínica de la
acción política tuvo en la Escolástica a su gran referente teórico. La vida del hombre
medioeval era sobre todo un tránsito entre la vida y la muerte liberadora y su
preservación en esencia materia objeto de la observancia de ciertas normas básicas
de vida apegadas a la regla evangélica. El discurso médico de entonces, más que
enfocado a lo clínico, se centró en la sistematización más o menos técnica de tal
regla, dando origen a los regimenes como el salernitano.

Pero la emergencia de la por Moreno Oledo llamada “episteme burguesa” en


el siglo XIII coincidentemente con la epidemia de peste bubónica del siglo XIV
supuso un cuestionamiento radical al paradigma galénico-aristotélico en Medicina. El
nuevo hombre burgués aspira a vivir una vida terrena que no le exija posponer
gratificaciones hasta el arribo a la vida celestial. Es el en seno de aquella proto-
burguesía de donde surgen las nuevas vocaciones médicas. Marsilio, Mondino y
Juan de Milano no son aristócratas nobles, sino que “villanos” de origen. Su ética no

tiempo. Filósofo y exégeta del islamismo, es considerado referente central en la asimilación de la


filosofía aristotélica a la tradición coránica.
210
Moshé Ben Maimón, llamado Maimónides (1135- 1204). Médico judío al servicio de los califas de
Córdoba. Exégeta del judaísmo e introductor del aristotelismo en la tradición rabínica. Autor del
Código de Maimónides o Mishné Torá y de la llamada Guía de perplejos.

229
es la del clérigo-sanador de los hospicios monásticos, sino que está mas cercana a
la del profesional secular. El médico del tardomodioevo participa del galeno-
aristotelismo, pero su acción está orientada hacia una nueva ordenación no a lo
trascendente, sino a lo práctico, la misma que no tendría total primacía sino más
tarde, con el Renacimiento.

La obra de Vesalio será clave en ello. Junto a la de Copérnico en Astromonía,


contribuirá poderosamente al desmontaje del paradigma clásico –teocéntrico y
geocéntrico- oponiéndole otro – antropocéntrico y heliocéntrico- en el que el hombre
y la Tierra no son sino partes de un todo sistemático más complejo. En Vesalio, lo
humano, menos que divino, es derivación de una cierta mecánica vital – de allí la
frecuente denominación de “mecanicista” que tal paradigma- tanto como lo
astronómico expresión de determinadas mecánicas celestes. La integración de tales
mecánicas vitales es lo que explica y sostiene a la vida. Como en el relato medioeval
de los santos Cosme y Damián, las piezas constitutivas de aquella “máquina
humana” podían ser restauradas y hasta sustituidas al modo de un puzzle
(“rompecabezas”), como postula Startzl.

La vida es en si misma un fenómeno inmanente antes que trascendente,


dimensión esta que tampoco se niega, pero que se relativiza ante el hecho concreto
de la enfermedad. La vena sistematizadora del hipocratismo enriquecido por Galeno
y la filosofía aristotélica asistía a la incorporación de nuevas tecnologías aplicadas
al arte de curar provenientes de las culturas árabe y hebrea traídas de la mano de
las brillantes comunidades médicas que florecieron en los tiempos del califato
andalusí. Más aún, pudiera incluso citarse la inserción no muy posterior de
contribuciones provenientes de la América hispana, como la del uso de la corteza
del árbol de la quina como antipirético. Un recurso terapéutico en uso por las
culturas del Tahuantinsuyo que los virreyes del Perú introdujeran a Europa en el
siglo XVII211.

211
Se atribuye a Ana de Osorio, condesa de Chinchón, la introducción de la corteza de la quina en
España en 1638. El árbol medicinal de la quina, fundamental en el armamentario terapéutico de los
médicos del mundo inca, figura en la heráldica del escudo de armas del Perú. La utilidad terapéutica
del árbol de la quina se extiende hasta nuestros dias, siendo que uno de sus derivados –la
cloroquina- es aún una de las drogas antimaláricas de más amplio uso en el mundo.

230
Pero la mentalidad galénico-aristotélica hija de aquella que fuera de
Hipócrates habrá de ceder ante el empuje de la nueva teoría de la “máquina
humana”, la llamada fabrica de Vesalio, en la que a la elucubración racional pura se
le hermanaba ahora la e-videncia derivada, sobre todo, de la disección anatómica
por siglos vedada a la Medicina por mandato del Santo Oficio. El vesalianismo está
en la esencia de la nueva Medicina ilustrada, un paso formidable en el largo proceso
de logización del pensamiento médico tras más de mil años de “dictadura” galénico-
aristotélica. Proceso este en cuya dinámica se inscribe el orígen de la res medica
venezolana.

La res medica venezolana fue ilustrada desde sus orígenes. Como hemos
dicho, poco o ningún tributo debemos al acervo pre-hispánico tan potente en otras
regiones de América como México y los países andinos. De la idea médica ilustrada
derivaría la única institucionalidad sanitaria de alcance nacional que Venezuela
habría de conocer hasta mediados del siglo XIX. Lo mismo que los borbones en su
impulso reformador para Iberoamérica –el mismo que sirviera de estandarte a
aquella “segunda conquista” referida por Lynch- los fundadores de la nueva
república hicieron suyos los valores y, más aún, la episteme general de los
ilustrados. Ilustrados fueron lo mismo el discurso médico como las instituciones
sanitarias de él derivadas.

La teoría miasmática de la enfermedad se alzó sobre las ruinas de la de los


humores. El “juntismo” sanitario – muy análogo al político que siguiera a la invasión
francesa a la Península en 1808- hizo del aseo y el saneamiento su gran argumento
frente a las exigencias sanitarias del momento. Como lo hizo también de la técnica
vaccinal que apenas nacía tras primeras experiencias de Jenner en Inglaterra.
Yerros aparte, la Medicina ilustrada fue capaz, empero, de servir a la idea de estado
fundado sobre la idea de inmanencia, es decir, de una cierta capacidad de llevar a
cabo ejecutorias que afectaron el particular modo-de-vida de la sociedad de
entonces. Es en tal contexto en el que se materializa la Expedición Filantrópica de la
Vacuna de 1804 que distribuyera el llamado “fluido vacuno” desde La Coruña hasta
las Filipinas y que habría de ser la más grande iniciativa sanitaria documentada
hasta entonces en la historia de Occidente.

231
La impronta ilustrada en la res medica venezolana dista mucho de lo
meramente anecdótico. La concepción de lo sanitario en Venezuela desde la
perspectiva “de la fe”, en el sentido de Oakeshott, tiene en la idea médica tras los
llamados “patriotas ilustrados” a un referente primigenio. Como hemos dicho, lo
sanitario, como expresión de “política de la fe” en Venezuela contrasta con la
manera anglosajona de encarar el mismo fenómeno, enmarcada en lo que
Oakeshott llamara la “política del escepticismo”212. Para la naciente tradición médica
venezolana, lo sanitario era tenido de interés fundamentalmente público, lo que
contrasta con la concepción que al respecto se tenía en las independizadas colonias
británicas de la América del Norte, en donde lo sanitario era asunto esencialmente
inscrito en la esfera privada.

Tal diferencia de enfoques tendrá expresiones discursivas en el tiempo. En


los Estados Unidos de América, el discurso médico ilustrado tendría un énfasis
fundamentalmente clínico, en tanto que en nuestro medio su acento estará más
centrado en lo público sanitario. Allende, el peso de la preservación de la salud
recaería sobre la responsabilidad individual; aquende, sobre el estado como garante
del interés público. Al “¿qué se ha hecho hoy por mis vasallos?” de Carlos IV
podríamos encontrarle alguna resonancia a la apelación “al mejor servicio público”
que hace Bolívar en su decreto de creación de la Facultad Médica de Caracas del 25
de junio de 1827. La idea de lo sanitario como expresión de esa “política de la fe” ya
no nos abandonará más en Venezuela.

La institucionalidad creada a tal fin se habría de mantener vigente hasta la


segunda mitad del diecinueve. Solo la disolución de las instituciones ilustradas tras
la vorágine de las guerras civiles que siguió a 1830 insertará el concepto de la
Medicina como práctica liberal y relegará a lo sanitario a un sitial menor en términos
de agenda pública. Al ocaso de las instituciones sanitarias ilustradas solo siguió la
restauración de organizaciones de beneficencia, vestigio de los viejos hospicios. Una
suerte de caridad médica surgió como sustituta de aquella poderosa acción del
estado que incluso fue posible mantener durante la guerra de Independencia. Se

212
Es de destacar como el gran desarrollo de Jenner respecto a la vacuna antivariólica no se aplicara
masivamente en los dominios británicos sino hasta el arribo de Balmis a la colonia inglesa de Hong
Kong en 1806. Paradójicamente, el gran mentor de la vacuna del inglés no fue otro que el médico
alicantino.

232
entiende el declinar de la institucionalidad sanitaria ilustrada si se contextualiza en la
indefinida estatidad venezolana durante el siglo XIX, en entredicho merced de la
violencia política de aquel tiempo en el que se sucedieron más de 730
enfrentamientos armados a lo largo de 55 años de guerras civiles, en medio de los
cuales tan solo contamos con 18 de paz al menos hasta 1903 (López Ramírez,
1982:315-337).
Pero fue en aquel contexto que el nuevo paradigma de la Medicina
Experimental irrumpirá a hombros del positivismo político. Más allá de hitos como el
de la fundación del Hospital Vargas de Caracas – una expresión aislada de ello cuya
socorrida referencia suele desdecir del vigor de los procesos históricos- la decidida
instalación del paradigma médico experimentalista de la mano de la llamada
“filosofía positiva” que operará sobre todo en el último tercio del decimonono
venezolano, supuso un salto epistémico cuyos efectos aún siguen vigentes, como
quiera que diera forma a nuestra arquitectura institucional sanitaria a partir de 1936.
En ella, es el hospital, la “máquina de curar” focaultiana, su organización por
antonomasia.

El hospital se erige como la “factoría” especializada en la producción


“industrial” – es decir, a gran escala- de prestaciones médicas especializadas que
se dispensan con el auxilio de las tecnologías disponibles. El protagonismo de la
técnica privará sobre el del arte en el diseño de la nueva organización médica como
nunca antes. Pero previo a todo ello, será el lenguaje el primero en acusar la
instalación de la nueva fe tecnológica. Nuevas jergas –sub-lenguajes
especializados- hijas del discurso positivista, se instalaran en el verbatim médico
venezolano. De las “miasmas y putrideces” arribaremos a la nueva taxonomía
bacteriana según la norma linneana y, de allí, al desarrollo de terapéuticas
novedosas – bacteriostáticos primero y finalmente los antibióticos- que cambiarían
para siempre la faz de la morbimortalidad del siglo XX213.

La penicilina, descubierta por el inglés Alexander Flemming en 1928 a partir


de una observación casual de laboratorio y posteriormente industrializada para siu

213
Linneo, Carlo von Linné, llamado (1707-1708). Biólogo sueco del dieciocho a quien se debe el
desarrollo del sistema binomial de nomenclatura para denominar especies animales, vegetales y
bacterianas.

233
producción a escala masiva, fue emblemática en tal proceso214. Le seguirían otros
desarrollos, con frecuencia basados en observaciones casuales, que
posteriormente se traducirían en su síntesis masiva por laboratorios industriales215.

En poco menos de cincuenta años, las creaciones “de laboratorio” vertidas


sobre la “máquina humana” enferma produciría una transformación del perfil
epidemiológico de las sociedades occidentales nunca antes vista. A ello se unirían
otros desarrollos tecnológicos en los campos de la anestesia, la antisepsia quirúrgica
y la tecnología vaccinal. Como hemos dicho, casi todas las aportaciones de los
laboratorios biomédicos generadas en el primer tercio del siglo XX se habrían
incorporado a la práctica médica para la mitad de la centuria.

Similar transformación operaría en las jergas médicas, que de descriptiva,


etérea y atenta a categorías ideales no siempre consistentemente relacionadas con
la realidad, pasa a ser precisa en la especificación de las causas tras la enfermedad.
Así las cosas, la apelación a la “idiosincrasia” en el diagnóstico, a lo “constitucional”
atribuible a determinado “biotipo”, caia en el desprestigio216. El avance de la
Bacteriología desveló el antiguo misterio tras los “animálculos” microscópicos
observados por Van Leeuwenhoek en el siglo XVIII, discriminando entre ellos a las

214
Flemming, Alexander (1881-1955). Médico inglés, descubridor de la penicilina. Sus observaciones
acerca de la inhibición de crecimiento bacteriano alrededor del llamado “hongo del pan” (penicillium)
condujeron al aislamiento del principio activo del primero de los grandes antibióticos de los que se
dispusiera en Medicina. La síntesis industrial del mismo fue posible a partir del método ideado por el
químico norteamericano-alemán Charles Pfizer, que en 1941, bajo los auspicios del gobierno de
EEUU, incentivara su masificación dado el interés suscitado por las necesidades de la sanidad militar
norteamericana a cargo de la atención a los heridos de guerra durante el conflicto de 1939 a 1945.
215
Se debe al venezolano Enrique Tejera, uno de los fundadores de nuestra moderna sanidad
pública, la observación del poder bactericida del Streptomyces venezueliensis, hongo aislado en 1952
en muestras de suelo recolectadas en el Mercado de Quinta Crespo en Caracas. A partir de sus
extractos se sintetizaría el cloranfenicol, antibiótico fundamental en el armamentario terapéutico hasta
la actualidad.
216
Lo idiosincrático en Medicina – categoría hipocrática- alude a aquello que es inherente al enfermo
y no atribuíble a causa externa alguna. Sún se suele apelar a patologías “idiopáticas” para definir a
aquellos procesos mórbidos cuyas causas nos e conocen. Lo “constitucional” alude a otra categoría
diagnóstica hipocrática relacionada con aquellos rasgos clínicos elementales en ciertas expresiones
mórbidas que marcan intensamente la fisionomía del enfermo. Típicamente se tiene como tales a la
fiebre y a la pérdida de peso. La alusión al “biotipo” es bastante más reciente y fue introducida por el
alemán Kretschmer en sus estudios sobre los tipos somáticos de 1936.

234
distintas especies bacterianas de carácter patógeno, es decir, capaces de producir
enfermedad217.

Avances en el mismo sentido se pueden citar en los campos de la Bioquímica


y la Fisiología, generalizándose el uso del término “metabolismo” para designar al
conjunto de procesos químicos que sostienen la vida toda vez que la síntesis in vitro
de urea por Wühler a mediados del siglo XIX desalojara definitivamente las
tendencias vitalistas que aún campeaban por las facultades médicas, la caraqueña
incluída. Los médicos adoptan para sí el lenguaje de los químicos y de los
bacteriólogos incorporándolos a su jerga propia y aún ampliándolo hacia los de otras
ciencias experimentales. Todo ello transformará a su vez a la organización médica.

Como lo hemos dicho antes, opera en ella una poderosa metamorfosis al


serle incorporado el laboratorio de investigación como principal proveedor de
verdades experimentalmente validadas. La medicina de base racional- especulativa
cedía ante la Medicina de base racional-experimental. Transformaciones que tocan
ya no solo a las jergas profesionales, sino que van al core mismo de la formación
profesional médica, de la organización de la producción de conocimiento
médicamente útil y de su diseminación a través de la literatura especializada218. La
transformación semántica que operaría en el lenguaje médico no tardará en alcanzar
expresiones cuan más específicas en el campo de las políticas públicas en el campo
sanitario. La notable naturalidad con la que tal transformación articularía con las
nuevas políticas de estado en materia sanitaria en Venezuela desde 1911, pero
sobre todo desde 1936, expresa la correspondencia epistémico entre la res medica y
el nuevo paradigma político vigente, el positivista.

217
Van Leeuwenhoek, Anton (1632-1723).Microscopista holandés, el pionero en la descripción de los
microorganismos, a los que llamó “animánculos”. Sus aportaciones fueron clave en el definitivo
rechazo de la teoría de la generación espontánea.
218
De la profusión de publicaciones profesionales durante el gomecismo ya hemos dado cuenta en
cita de los conocidos trabajos de Yolanda Segnini. Cabe destacar que la publicación médica regular
más antigua que se conozca en Venezuela data de 1874 y es la Revista médico-quirúrgica del Zulia,
cuyo editor fuera Manuel Dagnino.

235
La formación del estado nacional venezolano. Papel de la sanidad pública

En Venezuela e Iberoamérica, el positivismo marcaría indeleblemente la


consolidación de aquellos estados nacionales formalmente fundados a principios del
siglo XIX, pero cuya génesis habría de tomar, no sin notables traumas, todo el resto
de esa centuria. La materialización en Venezuela de la idea moderna de estado y
que nos proyecta por lo menos hasta 1903, tuvo en la nueva “filosofía positiva” su
fuente teórica principal. El viejo sueño de la república liberal se hacía posible solo
bajo la regla del “hombre fuerte” que encarnara aquella “constitución efectiva” más
allá de las desideratas de los antiguos “patriotas ilustrados”. Lo sanitario atiende en
ellos a uno de los tres elementos constitutivos del estado – la población- que junto al
territorio y al poder le dan asidero y materialidad.

Si la independencia había provisto de un territorio más o menos definido –un


país, en el sentido geográfico- el proceso de instalación de una institucionalidad
cónsona con ello para administrarlo había tomado más de un siglo de contiendas
civiles a las que el gomecismo había puesto fin. Restaba entonces la vindicación de
su “capital humano”, diezmado en guerras, endemias y deprivaciones sociales que
terminaron poniéndolo al margen de toda modernidad. A lo menos tres políticas dee
stado fueron fundamentales en tal consolidación. La primera fue la de la
conformación de un ejército profesional. Es Juan Vicente Gómez quien impone la
fuerza de un ejército nacional sobre los últimos caudillos rurales y sus reductos
alzados en armas. Fue la Batalla de Ciudad Bolívar de julio de 1903. Sobre tal base
se fundará la creación de un ejército tecnificado y comandado de acuerdo con
estándares como el chileno, por ejemplo.

La segunda de tales políticas fue la orientada a la conformación de una


administración pública a cargo de una burocracia capaz de manejarla. Referentes
como Román Cárdenas y Gumersisndo Torres dan cuenta de la calidad del esfuerzo
político puesto en ello. Lo sanitario sería la tercera de tales políticas y se habría de
justificar como colofón tras aquellos esfuerzos de más de un siglo. Veámoslas
inscritas en la política central del lopecismo recogida en el Programa de Febrero de
1936: “educar, sanear y poblar”. No habría estado viable en Venezuela sin la debida
atención a la situación sanitaria y demográfica de entonces. El discurso positivista

236
sería determinante en ello. La “filosofía positiva” proveía ahora del armamentario
teórico requerido a los fines de la justificación, fundamentación y aún la implantación
de las grandes políticas sectoriales propuestas en el programa lopecista, acaso el
primero y más importante documento de políticas públicas producido en le primera
mitad del siglo XX venezolano.

El abordaje “cientifico” de la realidad sanitaria venezolana significó un salto


epistémico solo comparable con aquel que trajese consigo la Medicina ilustrada siglo
y medio antes. Nuevamente, la “política de la fe” manifiesta en la instalación de un
“estado que cura” renovaba la promesa que de alguna manera también hicieran los
“patriotas ilustrados”, pero bajo la regla de la ciencia experimental traducida ahora
en políticas públicas “de diseño” dirigidas a atender fenómenos tan diversos como
las endemias rurales, la tuberculosis o la desnutrición infantil. Fenómenos sociales y
sanitarios a los que se procuró un abordaje a la mejor manera “científica”, es decir,
basada en el conocimiento apoyado en la intensa investigación médica producida en
los laboratorios del mundo norteatlántico y que diera cuenta de programas de salud
pública emblemáticos cuya vigencia aún podemos destacar.

Aunque se ha postulado en términos opuestos, podemos decir que fue la


modernidad política venezolana la que vino de la mano de la modernidad sanitaria y
esta a su vez de la particular lectura que de la realidad hicieran los positivistas
aliados a las nuevas elites políticas andinas. Lo que desde entonces fuimos y somos
en lo sanitario es, esencialmente, lo que los hombres de aquella generación, desde
sus particulares premisas y métodos, trazaron tras la creación del Ministerio de
Sanidad y Asistencia Social en 1936.

La crisis del paradigma médico positivista

El ímpetu transmitido por el positivismo a la medicina moderna fue notable, al


límite de prometer el abatimiento de la enfermedad y la muerte a partir del triunfo de
la tecnología médica basada en la ciencia experimental. La episteme general
contribuía poderosamente a la fundamentación de esa nueva fe. Como hemos dicho,
la modernidad había venido prometiendo un mundo regido por la razón en el que
cada pregunta habría de tener, indefectiblemente, su respuesta. El positivismo hizo

237
creíble tal promesa. Los primeros años del siglo XX asistieron a la puesta en marcha
de ambiciosas iniciativas sanitarias basadas en intervenciones específicas ante
problemas concretos – la endemia malárica, por ejemplo- basados en e-videncia
científica inobjetable.

En 1906, la Fundación Rockefeller propuso un vasto plan de erradicación de


la anquilostomiasis y la malaria en países de economías enérgicamente recién
insertas en la economía global merced de sus interesantes perfiles como
productores de commodities, ello a partir de acciones específicas de saneamiento
ambiental. Venezuela, para entonces promisorio enclave petrolero, figuraría entre los
países seleccionados. Acciones de tan envergadura habían sido ensayadas con
éxito en escenarios complejos como en Panamá durante la construcción del canal,
un proyecto que se vería seriamente amenazado en su viabilidad por la amenaza de
la fiebre amarilla219. Sin embargo, el fracaso sería el sino de la mayor parte de tales
iniciativas (Gawandee, 2007: 31).

El papel social de la Medicina en el contexto de tal paradigma, como lo hemos


dicho, parece estar encontrando sus propios límites en Occidente. Límites marcados
por la propia Biología, siendo que los sistemas vivos están de hecho programados
genéticamente para activar los mecanismos moleculares que conduzcan a su propio
fin. Urge, por tanto, repensar la res medica de Occidente a partir de aquello que
prometiera – la vida sin enfermedad y sin muerte- pero ciertamente también a la luz
de todo aquello que al respecto no pudo cumplir. El fracaso de muchas de sus más
ambiciosas políticas públicas, pese al mejor esfuerzo planificador, parece apuntar al
reduccionismo de sus enfoques diagnósticos en materia de salud poblacional así
como al diseño mismo de sus acciones específicas, no obstante estar
científicamente fundadas.

219
La fiebre amarilla hizo estragos entre los trabajadores antillanos empleados por la compañía
francesa de Ferdinand de Lesseps a cargo del primer proyecto del canal de Panamá, por lo cual el
mismo debió ser abandonado. En 1903 es retomado por iniciativa norteamericana. El interés de la
geopolítica norteamericana en ello era manifiesto, por lo que las primeras grandes medidas sanitarias
de envergadura en la zona estuvieron a cargo de los servicios de sanidad del ejército norteamericano
al mando del médico tropicalista y general de cuatro estrellas del USMC doctor William Gorgas, en
cuyo honor se nombraría la Escuela de Medicina de la Universidad de Birmigham, en Alabama.

238
La “verdad de laboratorio” provista por la ciencia experimental no siempre
pudo integrar en sus síntesis los numerosos análisis que caben en la compleja
contingencia de causas que converge alrededor de los fenómenos de salud y
enfermedad. Variables “médicas” que se superponen a otras de naturaleza
económica, social o cultural que se conjugan de modo único en el modo-de-vida de
cada sociedad en particular que vive la experiencia de la enfermedad. Pero el
positivismo médico resiste tenazmente pese a todo. Su capacidad de resistencia
como paradigma es notable: todavía en 1988, bajo los auspicios de la Organización
Mundial de la Salud y la iniciativa privada, fue puesta en marcha una ambiciosa
estrategia en pro de la erradicación de la poliomielitis a escala continental220.

Pero, como hemos dicho, la modernidad prometió a Occidente otra cosa;


prometió poner fin al sufrimiento a partir de la apelación a verdades univocas e
inapelables a partir de las cuales derivar técnicas pretendidamente infalibles. Un
contagioso optimismo invadiría a los ámbitos académicos y asistenciales de la
Medicina de entonces en Venezuela. En 1939, se inauguraba en Caracas el Instituto
de Medicina Experimental (IME), el más importante centro de investigación
biomédica creado en el país desde el Instituto Pasteur de Caracas que promoviera
Anibal Santos Dominici en 1895.

Al frente del IME es puesto Augusto Pi y Sunyer, destacadísmo referente de


la escuela fisiológica catalana. En sede cercana abre sus puertas el Instituto de
Cirugía Experimental, en cuya dirección se designa a Manuel Corachán, importante
figura de la cirugía española en su tiempo que viviera exilio en Venezuela desde
1940221. La nueva fe en lo experimental, en la “Medicina de laboratorio” cundía
generosamente en el ámbito iberoamericano y venezolano. La promesa moderna de
un mundo sin enfermedad ni muerte se renovaba a cada paso y sus eventuales
fracasos se atribuían a falencias metodológicas que el tiempo habría de subsanar,
madurado las nuevas tesis que abrirían definitivamente el sésamo del misterio tras la
enfermedad.
220
Fue la campaña denominada Polio Plus. El último caso de poliomielitis descrito en las Américas
data de ese mismo año.
221
El doctor Corachán sirvió como Consejero de Sanidad de la Generalitat catalana que presidiera
Josep Tarradellas hasta su exilio tras la caída de la II República española. Vuelto a Barcelona en
1941, Corachán es procesado y encarcelado por el franquismo. Murió en prisión victima de la fiebre
tifoidea.

239
Como también creemos haberlo demostrado, la e-videncia epidemiológica
reciente ah puesto de manifiesto que la promesa central de la modernidad médica a
la que tanto hemos aludido pudiera quedar a la postre incumplida. Dos casos ilustran
este hecho y a ambos nos hemos referido anteriormente. Tales son los de la
enfermedad neoplásica (el cáncer) y el de las enfermedades crónicas,
especialmente las de tipo cardiovascular y pulmonar. En el primer caso,
demostramos que la introducción de nuevas y costosas tecnologías médicas que en
principio abatieron notablemente la mortalidad por dicha causa parecen estar
encontrando límites a su otrora capacidad curadora, motivo por el cual las
mortalidades específicas por ciertos tipos de cáncer – característicamente los de
pulmón y páncreas, entre muchos otros- no han podido descender mucho más allá
de lo que lo hicieran hace tres décadas. En el segundo caso citado creemos también
haber demostrado cómo la incidencia en enfermedades crónicas como las
señaladas se ha incrementado casi paralelamente al incremento en la expectativa de
vida de las sociedades occidentales.

El hombre occidental vivirá más, pero con severos menoscabos a la calidad


de su vida. La ansiada sobrevida impactará deletéreamente sobre las economías
incluso más sólidas, cuyas pirámides poblacionales se invertirán progresivamente en
la medida en que, además, la natalidad disminuya. El fenómeno de los baby
boomers que experimentara la sociedad norteamericana y que fuera la resulta de la
aplicación de aquellas tecnologías médicas novedosas que el mundo no había
conocido antes de la postguerra se generalizaría a todo el mundo occidental,
transformando las suyas en sociedes seniles y frecuentemente enfermas que
demandan recursos económicos que parecen comenzar a escasear.

A principios de los setenta, el Club de Roma hizo público su célebre ensayo a


propósito de los que sus expertos llamaran “los límites del crecimiento”. El estudio
podría ser metodológicamente cuestionable -y lo es- todo ello como consecuencia
del relativo poder predictivo de las grandes modelaciones matemáticas aplicadas a
problemas complejos. Falencias aparte –que las tuvo- el polémico estudio puede hoy
ser reivindicado en tanto que contuvo una primera y radical crítica no marciana al
modelo de sociedad tecnocéntrica a la manera del sueño positivista. Hoy, aunque

240
por razones distintas a aquellas y acaso no previstas por aquel modelo – caso de las
ecológicas por ejemplo- el crecimiento económico en Occidente, base fundamental
de su bienestar, parece en efecto estar encontrando sus propios límites.

Merced de la innegable ingerencia de factores ambientales, del surgimiento


de amenazas no previstas como la del terrorismo o de realidades difícilmente
manejables como las relacionadas con la economía sumergida – el llamado “mundo
ilícito” sobre el que disertara el venezolano Moisés Naim- o, mas grave aún, con la
economía especulativa que arruinó a países enteros, el sólido edificio económico e
institucional que sirviera de asiento material al estado de bienestar pareciera no
poder mantenerse en pie sin que ello le suponga incurrir en duros procesos de
reforma. Reformas estas de naturaleza esencialmente política que deberán procurar
poner al discurso científico-técnico en su debido sitial, ciertamente no a la saga de
tales procesos, pero tampoco a la cabeza, tal y como lo propugnaban hace un siglo
los grandes mentores de la filosofía positiva222.

La mítica metáfora de las naves que en la antigüedad surcaban en estrecho


entre Escila y Caribdis a riesgo de estrellarse contra las rocas de uno y otro lado
ilustra el profundo dilema que se plantea entre las demandas por más prestaciones
médicas, por una parte, y los límites que impone la propia insuficiencia del
paradigma médico positivista que siglo y medio antes había prometido victoria sobre
la muerte. Escila es, en nuestra reflexión, la representación de las demandas y
expectativas sociales convertidas en demandas efectivas, en “presión de patología”,
como la llama Briceño Gil, a la que el derecho positivo arropó al elevarlo a la
categoría de derecho fundamental inscrito en nuestros textos
constitucionales(Briceño Gil, 2005).

Así las cosas, la demanda por tratamientos médicos, intervenciones


quirúrgicas, etc se hizo justiciable. Los estados debieron en lo sucesivo legislar en
222
El caso de EEUU es especialmente emblemático al respecto, con un gasto sanitario superior al
15% del Producto Interno Bruto pero una proporción de sus ciudadanos sin acceso a servicios
médicos entre el 15 y el 20%. La reforma sanitaria del Presidente Barak Obama, que tanta resistencia
ha encontrado por parte del lobby corporativo de la industria de servicios médico-asistenciales en
ese país – la mayor del sector servicios- da cuenta de la necesidad de introducir reformas políticas
generales previas a la adecuación de políticas sectoriales, so pena de que las mismas resulten
meramente cosméticas. En tal sentido destacan las referidas al control del gasto público y a las
necesarias reformas tributarias a introducir en el regresivo esquema impositivo norteamericano.

241
materia de prestaciones médicas al punto de producir normativas específicas
contentivas de aquellas “garantías mínimas” que en materia de tratamientos médicos
e intervenciones quirúrgicas223. La función de la demanda, que debió ser gestionada
a partir de políticas específicas – las “listas de espera” británicas, los “co-pagos”
chilenos- que integradas con las técnicas y tecnologías médicas en boga – la
cirugía mínimamente invasiva, el manejo ambulatorio de diversas condiciones
médicas otrora motivo de ingresos al hospital, etc- unidas a las restricciones
financieras que pesan sobre todos los sistemas sanitarios del mundo, está
procurando, aunque no sin importantes niveles de irritación social, redimensionarse
ante una oferta relativamente escasa de servicios que no parece ser expandible en
el relativo corto plazo.

Uno de cada siete ciudadanos estadounidenses carece de aseguramiento


médico, 23% de los ciudadanos españoles sin empleo cuentan, ciertamente, con un
amplio seguro médico de alcance universal, pero al costo social de una tasa de
desocupación muy por encima de la media europea cuando no de la virtual
bancarrota, como ha sido el caso de países del llamado grupo de los PIGS
(Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España). Escila es la roca dura de la escasez de
recursos ante unas demandas sociales que hemos definido como insaciables
impulsada por las promesas de la Medicina positivista.

Pero por otro lado surgen las limitaciones que las grandes verdades de la
Biología imponen al discurso médico. La apocalíptica muerte cabalga a lomos de
bestias distintas de aquellas que se paseaban por la Europa del siglo XIV – la de las
llamadas “pestes”- pero solo para terminar arribando bajo formas distintas: la de la
epidemia de la violencia urbana por ejemplo, o la de la reemergencia de viejas
enfermedades a las que se suponía derrotadas por el avance de la nueva Medicina
de base experimental. Pero arriba también por la vía de las nuevas enfermedades

223
El Ministerio de Salud de Chile ha dictado normas de carácter sublegal (reglamentos) contentivos
al detalle de aquellas prestaciones médicas de las que el enfermo se hace acreedor por derecho de
ciudadanía, lo que obliga automáticamente a las administraciones sanitarias a cargo de las mismas
sobre la base de requerimientos específicos que ha de cumplir. Especialmente notable es la norma
referida a la diálisis renal y demás prestaciones conexas, en la que se establecen las acciones al
detalle, con sus respectivos lapsos de ejecución, en cuanto a medicaciones, análisis de laboratorio y
número de sesiones de hemodiálisis a las que tiene derecho el paciente por mes, por trimestre y por
año. Véase: Bastías y cols., Boletín de la Escuela de Medicina de la Pontificia Universidad Católica de
Chile, Vol. 32, No.2, 2007.

242
emergentes que sorprenden al globo en forma de epidemias ciertamente ya no tan
nuevas, como la de VIH-SIDA. La muerte en tanto que fenómeno biológico y como
drama humano, se pasea por el mundo postmoderno de manera multiforme al
tiempo que sensible.

Más de tres mil personas murieron tras los ataques terroristas en Nueva York
el 27 de septiembre de 2001. Un golpe asestado en uno de los emblemas por
excelencia de la modernidad. Paul Virilio reflexiona al respecto contrastándolo con
aquellos tiempos en los que los señores de la aristocracia feudal amurallaban sus
ciudades para protegerlas de los ataques de las hordas bárbaras. “El miedo está
aquí”, señala el autor francés. Veinte millones de personas sucumbieron a la llamada
“gripe española” de 1918, muchas más que las víctimas causadas en Europa por la
guerra que recién acababa de cesar. Enfermedades cuya transmisión operó
incontrolablemente en las ciudades desvastadas tras las acciones militares.

En Venezuela, se trató de un fenómeno esencialmente urbano que solo en


Caracas afectó a un tercio de su población. El miedo, la “peste”, la amenaza que
otrora encarnaran godos, vándalos, normandos o sarracenos venidos de lejos surgía
ahora desde “adentro”224. Ante ellos, la Medicina y sus posibilidades chocan con la
barrera que le impone límites que parecieran infranqueables.

Hoy se apela a la Medicina de base molecular y a la Cirugía de lo


infinitamente pequeño, supremas expresiones tecnológicas de aquellas verdades
surgidas de los laboratorios de investigación biomédica, como las seguras
hacedoras del milagro de la sanación. Pero ellas encarnan también la otra orilla
rocosa que en el estrecho paso hacia la salud se constituye en nuestra Caribdis
médica. La tecnología y su actual estado del arte, opuesta a la biología humana tras
la enfermedad, marcan los límites del propio paradigma médico occidental. Son los

224
La reciente epidemia gripal de 2009 tuvo su causa en la cepa denominada AH1N1, la misma
causante de la gran pandemia de 1918. La acción sanitaria de los estados evitó las temidas
consecuencias en términos de mortalidad, aunque no sin incurrir en grandes costos que
necesariamente distrajeron recursos destinados a otros fines. Sigue vigente el riesgo de que una
nueva versión de la llamada “madre de todas las epidemias”, por lo que se teme que los sistemas
sanitarios mundiales no puedan enfrentarla. Véase mi ensayo titulado: Políticas públicas y pandemia
en Ciudad Pánico: un juego hipotético para una aproximación al riesgo en la perspectiva de Paul
Virilio, de 2007, en el que diserto al respecto a partir de un planteamiento de juego, en el sentido de
Von Neumann, en el que no es posible ninguna situación de equilibrio estable.

243
“signos de los tiempos” en el mundo de la Medicina de la postmodernidad, de la
Medicina postpositivista.

La Medicina postpositivista

El término “Medicina postpositivista”, de reciente cuño, aparece referido por


algunos auores venezolanos como Briceño Gil, como la “Medicina de la complejidad”
(Briceño Gil, 2005). Alude el neologismo a aquella praxis médica que, superando
aquella elemental vinculación entre causa y efecto que suponía la racionalidad
cartesiana ahora auxiliada por la experimentación, entiende que la única verdad tras
la enfermedad y e enfermo es la verdad compleja. La Medicina positivista se hizo
fuerte en la tentativa por comprender fenómenos complejos a partir de la
intervención de un reducido número de variables independientes cuya relación con
el fenómeno in toto fuese lo suficientemente robusta como para apostar a su
intervención el éxito o fracaso de tosa acción sanadora.

Ciertamente que los problemas sanitarios de principios del siglo XX en


Venezuela tuvieron como característica principal la de ser relativamente simple. Tras
la malaria y la tuberculosis estaba estaban un hemoparásito -el Plasmodium- y una
micobacteria – el bacilo llamado de Koch -. Vencerlos suponía administrar
esencialmente las mismas medidas (medicación con cloroquina e isoniacida, según
el caso) a la casi totalidad de los enfermos afectados. Una gran economía de escala
operaba en ello: la solución a la cuestión residía en una única y esencial acción que
debía reproducirse a escala poblacional225.

De allí que la Medicina positivista se posicionara tan enérgicamente en la


mentalidad médica de Occidente como eficaz y certera. Su comprensión de aquellos
fenómenos generales que operaban en lo atinente a la enfermedad llega a ser
notable a todo lo largo del siglo XX. Pero, al tiempo, su comprensión de los
fenómenos más singulares en torno a ella no sería tan clara. La causalidad

225
Durante los años de la lucha anti-malárica en Venezuela y hasta recién se institucionalizó la figura
del “pastillero”, agente sanitario no profesional a quien se entrenaba para reconocer los casos de
malaria y tratarlos mediante la administración de “pastillas” de cloroquina. Tal recurso habría de
resultar clave en el éxito de la lucha contra dicha endemia a partir de los años cuarenta del siglo
pasado.

244
cartesiana de los racionalistas asistida ahora por la verdad experimental se afanó en
establecer tras cada fenómeno estudiado por la Medicina una suerte de “teorema
general” según el cual también f(x)=y. En fecha reciente, como dijimos, la
demostración empírica de la velocidad de los llamados “neutrinos” como superior a
la de la luz, reta radicalmente ya no el paradigma clásico de la mecánica newtoniana
según el cual F=m.a, sino que también el E= m.c2 propio del relativismo
einsteiniano226.

¿Puede seguir siendo sostenida una idea de causalidad en Medicina a la


manera de Claude Bernard en 1865?¿Es posible postular un reducido número de
“causas eficientes” a la manera aristotélica ante complejos fenómenos en los que,
más que “causas” encontramos “pautas” operando como conectoras entre eventos
que la episteme propia de la ciencia experimental tiene como epifenómenos
inconexos entre sí ?En otras palabras, ¿es posible seguir asidos a la idea vesaliana
de la fabrica humana con la misma convicción con la que la abrazaron en su día los
médicos ilustrados? La respuesta a tal cuestión posiblemente resida en el futuro de
los lenguajes médicos característicos de este tiempo.

En esencia, la Medicina secular vive de y en el discurso fundado por los


positivistas decimonónicos así como de sus particulares jergas, productos a su vez
del largo proceso que hemos ya definido como el de la logización de la res medica
de Occidente. El verbatim del médico hoy, como hace más de cien años, está pleno
de términos propios de la estadística aplicada, con lo cual se aspira a fundar una
verdad más o menos generalizable. Es así como en Medicina solemos referirnos a lo
“normal” de los procesos fisiológicos ateniéndonos al clásico concepto gaussiano de
la “norma”227. En el mismo sentido se define por consecuencia el término de
“desviación” ante aquello que excede los límites de la “norma” acogida.

Más contemporáneamente, desde las contribuciones de Archibald Cochrane,


se ha generalizado el empleo técnicas estadísticas de inspiración bayesiana,
226
F= m.a es la expresión matemática del principio newtoniano según el cual la magnitud de la fuerza
que ejerce un cuerpo (F) es igual al producto de su masa (m) por la aceleración (a) que logre. La
expresión einsteiniana E=m.c2 establece que la magnitud de la energía (E) de un cuerpo es el
producto resultante de su masa (m) por el cuadrado de la velocidad de la luz (c2).
227
Es decir, aquel según el cual, los valores de una variable se distribuyen, en un 95% de las veces,
alrededor de un promedio y dentro de no más de dos desviaciones estándar.

245
metodología esta de uso extendido en la ciencia política y la Economía, ello con el
fin de procurar explicaciones del fenómeno de la enfermedad no ya en términos
determinísticos sino que probabilísticos228.

Las nuevas instituciones sanitarias nacidas a la luz del paradigma positivista


fueron se fundaron desde un léxico consistente con él. En Venezuela, como se ha
señalado antes, la idea vesaliana de la fabrica humana se habría de expresar al
calco en el diseño de las nuevas burocracias sanitarias que surgieron tras la
disolución de las instituciones médicas ilustradas. A cada “pieza” de tal factoría
habría de corresponder una especializada división a cargo de su “reparación” en los
nuevos hospitales que, como el Vargas en Caracas, surgían bajo los auspicios de la
ciencia experimental.

De su seno se habrían de desgajar instituciones aún más especializadas, de


modo que a la fabrica humana femenina cargo de la “función” reproductora se le
dedicó una particular “factoría” en la Casa Municipal de Maternidad Concepción
Palacios de 1936 así como a aquella aún en desarrollo se le dedicara la del Hospital
Municipal de Niños JM de los Ríos el mismo año. Otras “factorías” médicas se
organizarían para dedicarlas al estudio y cura de aún más específicas “piezas” de la
fabrica humana: en unos casos será la psique humana, a cuyo cargo se dedicó el
Hospital Psiquiátrico de Caracas de 1892; en tanto que en otros será el pulmón
enfermo de tisis al que se erigiera un sanatorio especializado en el valle de El
Algodonal a la usanza de aquellos en los que ejerciera – y padeciera- José Ignacio
Baldó en sus años de practicante – y de paciente- en los sanatorios antituberculosos
de Davos, Suiza229.

228
Cochrane, Archibald (1909-1988) Prominente clínico escocés contemporáneo, tenido como uno de
los fundadores de la corriente de pensamiento médico denominada Evidence Based Medicine (EBM)
o Medidcina Basada en la Evidencia, en la que se apela a la información acumulada a partir de
ensayos clínicos controlados para la valoración del poder diagnóstico efectivo de determinadas
tecnologías así como en el valor real de las terapéuticas que se ofrecen al enfermo. Cochrane figura
entre los grandes mentores del National Health System británico que viera luz en la segunda
postguerra, participe como fue del lema político de su tiempo según el cual “todo tratamiento médico
demostradamente efectivo debe ser gratuito”.
229
Baldó, José Ignacio (1898- 1972) Notable clínico venezolano, fundador de la Tisiología como
especialidad en nuestro medio. Enfermo tuberculoso él mismo, permanecería internado durante
largos años en el Wald Sanatorium Platz de Davos, hecho célebre en La montaña mágica, de
Thomas Mann.

246
La nueva Medicina de inspiración industrial habría de desarrollarse en jergas
a la manera tayloriana, de manea que términos como los de “eficiencia”, “rotación” y
“ocupación”, propios del lenguaje de la ingeniería industrial, se generalizaron el las
nuevas factorías de la Medicina académica en las que las nuevas tecnologías
médicas se aplicaban a gran escala: vacunas, antibióticos, antimaláricos, vermífugos
y demás productos de diseño elaborados en los grandes laboratorios biomédicos de
Estados Unidos y Europa.

Como en una gran línea de producción industrial en serie, los nuevos


hospitales y sus burocracias asimilaron tales jergas al discurso médico. El impacto
de tal maridaje sería notable. Los problemas a los que se enfrenta la Medicina de
aquel tiempo –inmensos en términos poblacionales- tenían sin embargo una
naturaleza común que les hacía susceptibles a intervenciones a gran escala. Eran
enfermedades de tipo infecto-contagioso de causa conocida y frecuentemente
tratable con los medios de los que recién se disponía. La introducción de las nuevas
terapéuticas estandarizadas permitió su aplicación masiva, como en los casos
mencionados de la malaria y la tuberculosis. La atención profesional al parto se llega
a establecer plenamente en Venezuela tan temprano como en los años sesenta.

Los grandes problemas sanitarios obedecían a causas relativamente simples


y por tanto abordables a partir de políticas de estado cuidadosamente diseñadas y
que, en el caso de las venezolanas, llegaron a constituirse en modélicas para el
resto de Iberoamérica. Las políticas de estado en materia sanitaria se mantuvieron
vigentes con notable regularidad con posterioridad a 1936, incluso durante la década
militar de 1948 a 1958, durante la cual se introdujo en Venezuela la vacuna
antipoliomielítica de Sabin, que viera la luz en Estados Unidos apenas hacia 1952; al
fin y al cabo, y no obstante las distancias políticas presentes, el común credo
positivista de las elites médicas de aquel entonces operaría como garante de
continuidad contra toda ruptura230.

230
Es de destacar la presencia de Arnoldo Gabaldón en el grupo fundador del PDN medinista, así
como su fallida postulación a la presidencia de la República en 1945. Gabaldón sería el primer
ministro de Sanidad y Asistencia Social de la democracia en 1959.

247
Los problemas sanitarios de la llamada post-modernidad son distintos. Así por
ejemplo, la endemoepidemia de VIH-SIDA no supone la acción de un solo agente
infeccioso – el retrovirus llamado VIH- sino que a todo un cortejo adicional de
patologías asociadas, desde las infecto-contagiosas hasta las neoplásicas, pasando
por las de índole neuropsiquiátrico. Hay que sumar a todo ello los problemas
generados por la discriminación basada en género y orientación sexual, además de
los problemas de drogodependencia que frecuentemente se le ven asociados. De
acuerdo con datos aportados por UNICEF, en países del Africa sub-sahariana como
Angola, la prevalencia de infección por VIH-SIDA entre embarazadas es del 71%.En
Uganda y otros países de la zona, el impacto económico de la epidemia de VIH-
SIDA se mide en términos de su Producto Interno Bruto, con caídas de hasta el
8%231.

Complejidades estas a las que la episteme positivista no puede abordar a


partir de modelos elementales en los que causas y efectos se relacionan de modo
más o menos simple. Ante problemas sanitarios como el del embarazo precoz
convergen fenómenos complejos que abarcan desde la deserción escolar hasta la
percepción de “bajo costo de oportunidad” inherente al embarazo en una
adolescente sin formación alguna, ello pasando por otras variables difícilmente
asimilables en modelaciones matemáticas como las relativas a la percepción social
de la maternidad en sociedades matriocéntricas como la nuestra (Moreno Olmedo,
2003: 421)232. Causalidades todas más allá de lo que el paradigma de la máquina
humana puede abarcar a través de sus métodos. El microscopio de los científicos
experimentales tendría que sustituirse ahora por una suerte de “macroscopio” capaz
de atender, más que a causas puntuales, a interrelaciones complejas entre
fenómenos solo aparentemente inconexos entre sí.

La institucionalidad sanitaria venezolana actual, que ha sido y es expresión de


la res medica traducida en ars, es sobre todo hija de la gran tradición positivista del
siglo XIX. Lo mismo que aquella –la del juntismo sanitario de la primera mitad del
decimonono- lo fuera de los ilustrados. De allí entonces que su crisis no sea sino la

231
Véase: www.unicef.org/spanish/infobycountry/uganda_statistics.htm ( recuperado marzo 2012)
232
Estos temas son abordados, entre otros, por los estudios de Gary Becker en torno a lo que ha
denominado “la manera económica de ver la vida”, título que da a su conferencia Nobel tras recibir el
galardón en 1992.

248
de la Medicina positivista toda. Crisis epistémica que conecta, amplificándolas, con
otras crisis –económicas, políticas- dando vida a la profunda paradoja de una
organización médica que, habiendo sido creada para abatir a la muerte, la genera en
la forma de las nuevas enfermedades adquiridas en el ambiente hospitalario, es
decir, en el nosocomio y por ello llamadas nosocomiales. Es el fenómeno del
“hospital que mata”.

El mencionado fenómeno no es ni mucho menos exclusivo de Venezuela o de


países con similares niveles de ingreso. En 1988, el Institute of Health, agencia
federal del gobierno de EEUU a cargo del diseño de políticas públicas alrededor del
problema hospitalario en ese país, dio a conocer los resultados de las
investigaciones que, por iniciativa del Congreso, había iniciado años antes ante el
paradójico y alarmante fenómeno de las muertes hospitalarias no atribuibles a
enfermedad –unas 100.000 al año- que ocurren en ese país. El mencionado estudio
señala que falencias más que humanas, organizacionales, dan cuenta de tal número
de muertes, muy superior a las esperadas por causas como el VIH-SIDA o el cáncer
de mama.

En el medio venezolano, nos correspondió conducir, entre 2000 y 2005, un


estudio de orientación similar dirigido a la evaluación cuantitativa de ciertas prácticas
hospitalarias formales y sus impactos medidos en términos de mortalidad. El estudio,
llevado a cabo entre enfermos admitidos a la Unidad de Cuidados Intensivos en un
hospital de universitaria en Caracas, demostró una mortalidad hasta veinticinco
veces superior entre estos enfermos por causas totalmente ajenas a las condiciones
fisiológicas reportadas al ingreso (Villasmil, 2005). Es la némesis ilichiana operando
entre nosotros.

De tal manera que la némesis sobre la que nos advirtiera Ivan Ilich hace
cuarenta años se verifica y no de manera eventual tanto como más o menos
sistemática, al punto de que resulte plausible extender el concepto de enfermedad
nosocomial más allá del ámbito de las infecciones adquiridas en el medio
hospitalario, cuan ha sido y es su acepción más común. La cuestión de la
enfermedad-muerte de orígen hospitalario, unida a la de la progresiva tendencia a la
estabilización de la mortalidad atribuible a ciertos tipos de cáncer, a la enfermedad

249
cardíaca o la pulmonar, son apenas algunas de las expresiones que sugieren,
plausiblemente, una merma en la capacidad del ars medica positivista en cuanto a
mantener vigente su vieja promesa de victoria sobre la enfermedad. Sin embargo, la
res medica occidental de la que se origina insiste en siempre renovarla aún contra la
no poca e-videncia epidemiológica en sentido contrario disponible.

Cabe entonces cuestionarnos si la res medica, en tanto que generadora de


discurso, sigue aún siendo, perlocutivamente, generadora de un ars consistente con
ella misma. En otras palabras, es plausible postular que una creciente brecha entre
el laboratorio generador de conocimiento y la cabecera del enfermo, es decir, entre
res y ars, está abriéndose en el core mismo de la Medicina occidental. La distancia
entre ambos – la por los sajones denominada “from bench to clinic”- parece
acrecentarse en tanto que el nuevo conocimiento generado en sus modernos
oráculos –los grandes centros de investigación- no encuentra aplicabilidad ni
garantiza tampoco nuevos y mejores réditos en el futuro inmediato frente al enfermo
concreto. Más aún, no es infrecuente la duda en torno a su posible irrelevancia.

Creemos haber ya demostrado como las tecnologías médicas generadas en


el primer tercio del siglo XX habían encontrado aplicación más o menos inmediata
para la mitad del mismo siglo, lo que no ha sido precisamente la norma en su último
tercio, con las notables excepciones que oportunamente citamos. De manera que
asistimos a una suerte de “rendimiento decreciente” en materia de aplicabilidad de
dicho conocimiento y, por ende, al arribo a una cierta tendencia al aplanamiento de
la otrora aguda pendiente de crecimiento del mismo. Así las cosas, es muy posible
que hoy sepamos más, pero no por ello que nuestra práctica se haya librado de las
limitaciones que venimos acusando en ella y que no se proyectan distintas en el
futuro relevante.

La reacción neo-espiritualista que pretende encarnar el protodiscurso de la


llamada “Nueva Era” (New Age) ha encontrado en dicha brecha su oportunidad para
insurgir como prédica antisistema al tiempo que para insertarse en la praxis médica
secular de manera más o menos formal. Excede al alcance del presente ensayo el
estudio de tales cuestiones; sin embargo, cabe destacar una vez más los ya

250
mencionados trabajos de Capra233 y Bateson234., entre otros, ello sin hacer mención
de la abundante literatura “gris” que abunda en la materia cuyo análisis en rigor es
difícilmente factible.

La irrupción de una nueve especie de pensamiento mágico-religioso


pretendidamente alternativo en la res medica con frecuencia ha apelado a conceptos
o prácticas de inspiración oriental, concretamente hinduista y confuciana. Una suerte
de “nuevo vitalismo” parece intentar volver al amparo de la decepción social ante la
incumplida promesa médica moderna que renovaran sucesivamente ilustrados y
positivistas.

De manera que las llamadas crisis de los sistemas sanitarios, a cuyas


expresiones asistimos como parte de la cotidianeidad, parecen constituirse en un
status quo en el que demandas y expectativas, por un lado, y posibilidades reales,
por el otro, con frecuencia no se corresponden. Pero la organización médica
positivista no siempre acierta en sus esfuerzos por adaptar a lo que ya hemos
denominado la “presión por patología” a la que aludiera Briceño Gil (Briceño Gil,
2005). Aparecen entonces como alternativa aquellas ofertas que encarnan prácticas
mágicas no inscritas en el paradigma médico occidental a las que se les suele ver
asociadas a pingües fuentes de financiamiento necesariamente negadas a otras
demandas en materia sanitaria.

A la cotidiana imagen que ofrecen nuestros hospitales públicos, cuyos


usuarios se agolpan a sus puertas a la espera de la ayuda médica que con
frecuencia no llega, con frecuencia se une la de la grey de dolientes acampando a
sus alrededores en un esfuerzo por garantizar los apoyos que en insumos tan
elementales como alimentos o medicamentos y aún materiales médicos pudieran

233
Capra, Fritjof (n. 1939) Físico teórico por la Universidad de Viena en 1966, investigador en el área
de la física subatómica en las universidades de París y de California en Santa Cruz, en el Acelerador
Lineal de Londres y en el Laboratorio Lawrence de Berkeley. En paralelo a sus actividades de
investigación, Capra se ha disstinguido por sus aportaciones a la compresión de los impactos
filosóficos y sociales de la ciencia moderna.
234
Bateson,Gregory(1904-1980).Antropólogo, científico social, lingüista y cibernético británico, cuyo
trabajo interseca con muchos otros campos intelectuales desde los que postuló
una epistemología evolutiva e interdisciplinaria de no poco impacto en áreas tan diversas del
conocimiento como la antropología (en asociación con su esposa, la antropólogo Margaret Mead), la
comunicología y las neurociencias. En este último campo, se le atribuye la postulación del concepto
del “doble vínculo” en la esquizofrenia.

251
requerir sus allegados ingresados al hospital y que este no suple. Escenas que son
parte del paisaje urbano venezolano que hablan de un fenómeno de causas mucho
más allá de las consabidas falencias administrativas claramente ostensibles en
nuestras redes de asistencia y que son, antes bien, expresión de una necesidad más
profunda y útil: la del enfermo que carga consigo al sistema humano que le sustenta
y soporta ante la adversidad.

El fenómeno de la familia en pos de aquel de sus miembros en situación de


enfermedad que ingresa al lejano hospital citadino – tan lejano para el hombre rural
como para el habitante de los suburbios pobres- ya mereció la consideración de los
pensadores sanitarios venezolanos del siglo XX. El enfermo, al llevar consigo a su
familia, atrae hacia sí parte del mundo-de-vida que siente debe preservar como
escudo ante la enfermedad. Las décadas de los años cuarenta a sesenta en
Venezuela se caracterizaron por el más intenso proceso de urbanización
experimentado por país alguno en el siglo veinte.

Referentes médicos como Lya Imber y Gustavo H. Machado, hacia los años
cuarenta, fueron pioneros en la incorporación de la madre acompañante en la
hospitalización del niño enfermo como factor clave en su recuperación. Las primeras
experiencias al respecto datan de principios del veinte en Inglaterra (Barrera Q, y
col. 2007)). En Venezuela, la elite de la Medicina pediátrica incorporó
tempranamente tal práctica a la organización médica venezolana, reconociendo en
ello el carácter crítico del mantenimiento de la estructura familiar básica del enfermo
trasplantado desde su realidad cotidiana – su modo-de-vida- hacia otra totalmente
artificial y ad hoc creada a propósito de la situación médica sobrevenida y de
acuerdo con los lineamientos emanados de los grandes centros académicos.

Entraña ello un gesto de reconocimiento tácito de la “episteme popular”


referida por Moreno Olmedo por parte de la episteme positivista. Con sus afectos,
su religiosidad y sus ideas y creencias en torno a la enfermedad, el hombre popular
venezolano que enferma se adentra en el hospital que, paradojamente, le es
inhóspito (Muci-Mendoza, 2007). Un modo-de-vida que le es naturalmente extraño y
al cual quiere adentrarse arropado en el propio. Pero salvo excepciones como la
mencionada, la práctica común es muy distinta: el mundo-de-vida popular del

252
hombre venezolano que enferma, su particular cosmovisión, permanece fuera,
extrañada de los recintos de la gran “máquina de curar”, al que solo permea, a la
manera de una concesión graciosa, la pequeña estampa religiosa o la fotografía
familiar que el enfermo coloca en la cabecera de su lecho. Y entre ambos mundos-
de-vida, rejas, portones, cuerpos de vigilancia e inflexibles horarios “de visita”,
operando al modo de “pasos de frontera” entre dos mundos distintos.

A principios de los sesenta, Arnoldo Gabaldón propone la conformación de un


cuerpo voluntario y no profesional – las llamadas “Samaritanas de la Salud”- que
actuando a lo interno de sus comunidades de orígen, las más postergadas, operaran
al modo de agentes de salud legítimos ante ellas. (Gabaldón, 1965:40, T.II). Años
más tarde, en Venezuela se impulsarían los programas llamados de “Medicina
Simplificada” orientados al entrenamiento de agentes con similar perfil, pero
profesionalmente dedicados a la administración de prestaciones médicas básicas
como la atención de casos menores y, sobre todo, las relacionadas con la
rehidratación oral precoz en comunidades asoladas por la gastroenteritis.

Dichos programas tuvieron notable éxito en Venezuela y están en la


fundamentación de similares a escala global tan renombrados como el de los
llamados “Médicos descalzos” en la China continental, cuyos estándares de vida y
sanidad distan mucho de aquellos propios de las grandes ciudades de la costa del
Mar Amarillo.

Expresiones importantes a favor de tentativas orientadas al establecimiento


de “vasos comunicantes” entre mundos-de-vida desencontrados pero
necesariamente llamados a converger alrededor del problema del hombre enfermo.
Es posible que tales esfuerzos no hayan pasado de ser anecdóticos en muchos
casos – no así en Venezuela- si bien pueden atribuírseles éxitos puntuales como el
ya mencionado de la gastroenteritis235. Pero en esencia, el discurso dominante de la

235
El programa de formación y entrenamiento de personal voluntario dedicado a la atención de casos
de gastroenteritis en niños a partir de la administración de sales de rehidratación oral dio origen a la
red de las llamadas UROs (Unidades de Rehidratación Oral) de notable impacto en la contención de
dicha enfermedad y sus efectos en comunidades social y sanitariamente depauperadas lo mismo en
zonas rurales como en los asentamientos urbanos informales de las ciudades venezolanas.

253
res medica seguiría siendo el positivista, alejado del modo-de-vida de aquellas
mayorías a las que se había propuesto servir.

Barrio afuera, barrio adentro

En 2003, el estado venezolano hace una definitiva apuesta por la generación


e implantación de un discurso médico pretendidamente llamado a imponerse
hegemónicamente sobre aquel propio de la Medicina positivista. Un discurso médico
que a su vez no se superpusiera a la episteme popular sino que se entroncara con
ella misma, ello en el entendido de que en ello habría de radicar la ansiada y nunca
del todo lograda derrota de las grandes endemias que marcaron y marcan el perfil
epidemiológico venezolano. Tal fue el enfoque teórico que sirviera de fundamento y
génesis a la llamada Misión Barrio Adentro. Al respecto disertan sus ideólogos:

“Debemos comprender que la construcción de esta amplia red primaria no


puede basarse en cifras fría que dicen “…en Venezuela hay un médico por cada 500
habitantes…”, parámetros acordes a las pautas de la Organización Mundial de la
Salud que permitieron acudir durante años a escenarios internacionales sin especificar
que esos médicos viven y prestan servicio a pequeños sectores privilegiados,
quedando excluida más de un 60% de nuestra sociedad. Esto es importante ya que
todo médico que entre a trabajar desde esta nueva concepción, debe romper con los
esquemas del pasado impuestos por los gremios. No ha sido ni será tarea fácil ya que
la nueva manera de concebir el trabajo de los equipos de salud pasa por la necesidad
de que estos vivan en las comunidades más excluidas y dolorosamente debemos
reconocer que nuestros médicos no han recibido instrumentos para ejercer esas
prácticas y culturalmente no están preparados para esto. Situación que confiamos se
irá revirtiendo progresivamente, permitiendo que en poco tiempo, las nuevas
generaciones de médicos se vayan incorporando” (Ver: http://mic.net.ve/programamic-
principal.htm)

No nos habremos de ocupar del análisis de los impactos que tal programa
tuvo en términos estrictamente epidemiológicos, aspecto este exhaustivamente
estudiado, entre otros, por Díaz Polanco y colaboradores (Diaz Polanco, 2010).
Hemos sí destacar la definitiva opción del estado venezolano por articular un
discurso sanitario más allá de la Medicina positivista. La idea tras la instalación de

254
establecimientos de atención médica en el seno mismo de las comunidades y en las
que el personal profesional convive con ellas, compartiendo su particular modo-de-
vida entrañaba un notable esfuerzo por superar el modelo de atención basado en la
figura del médico itinerante a cargo de administrar programas y de dispensar
servicios de atención médica en cuyo diseño y alcances no estaba en modo alguno
involucrado por ser totalmente ajenos a su realidad concreta.

El debate tras la puesta en marcha de dicho programa está lejos de haber


cesado. En contraposición a ello, las elites médicas vienen argumentando a favor de
un modelo de Medicina “barrio afuera” que supone la realineación del modo-de-vida
popular con el moderno y occidental236. Realineación que no tendríamos por
insensible; al contrario, que supondría imponer sobre la episteme popular el peso
inmenso de otra –la positivista- de cuyas debilidades y falencias hemos hecho el
debido analisis. No se trata de “popularizar” la episteme médica positivista, sino de
comprender sus limitaciones frente al nuevo paradigma de la Medicina de la
Complejidad.

Limitaciones que nacen de lo discursivo y que se expresan en lo práctico y


aún en lo institucional en términos de una incesante tensión entre programas y
servicios de oneroso financiamiento que, paradójicamente, no satisfacen las
expectativas de una sociedad que aún participe de la promesa de redención médica,
no por ello renuncia a su particular modo-de-vida.

Ya Ivan Ilich alertaba respecto al incumplimiento de tal promesa merced de


las propias limitaciones del discurso médico que la soportara así como de las
ingentes amenazas que su propio accionar podría estar generando sobre la salud y
la vida mismas. Pero debemos a la reflexión de Moreno Olmedo el llamado de
atención a propósito del irreconciliable enfrentamiento entre las dos epistemes a las
que nos hemos venido refiriendo y desde las cuales la sociedad venezolana se
piensa a sí misma y construye sus particulares modos-de-vida: la episteme llamada

236
El destacado cirujano cardiovascular venezolano doctor Alexis Bello ha expresado que….."debería
ser una misión de Barrio Afuera", con lo que alude a la inserción del enfermo mundo en la episteme
médica moderna asentada fuera de mundo-de-vida popular. Véase el trabajo periodístico de Nélida
Fernández Alonso al respecto publicado en El Universal en su edición digital del 2 de febrero de
2005.

255
“moderna”, de clara raigambre positivista, versus la otra, la llamada “popular”, a la
que no resulta fácil calificar de “premoderna”.

En tal sentido, no parece que la acción político-sanitaria del estado


venezolano difiera en mucho hoy en sus fundamentos esenciales de aquellos que
fueran propios de la Expedición Filantrópica de la Vacuna de los médicos ilustrados
a principios del diecinueve o de las incursiones de las brigadas sanitarias
desplegadas a todo lo ancho y largo de la Venezuela profunda bajo la consigna
lopecista del “educar, sanear y poblar”: todas fueros acciones sobre la sociedad y no
necesariamente desde ella.

Toda organización es, en esencia, un sistema de lenguajes. Siguiendo el


argumento de David Kahneman referidos a la organización médica, el desarrollo de
un lenguaje cada vez más rico – por específico- habría de constituirse en la clave
para el desarrollo de habilidades técnicas superiores. Lenguajes estos construidos a
partir de un criticismo constructivo actuante sobre el lenguaje mismo, cincelándolo
progresivamente hasta lograr una evolución tan fina que hiciese de este un “ancla” a
los fines de la praxis técnico- organizacional – que analogamos al ars medica al que
nos hemos venido refiriendo- concreta y cada vez más específica (Kahneman, 2011:
418). Dicho efecto “ancla” fue generándose a todo lo largo del proceso de logización
de la Medicina y tuvo su culmen en lenguaje médico de los positivistas.

Pero tras todo lenguaje se esconden las ilusiones que este crea. La por
Kahneman llamada “ilusión de la validez” en el seno de las organizaciones
complejas está soportada, entre otros, por las llamadas “culturas profesionales” que
le adhieren, enriquecen y continúan (Kahneman, 2011: 217). Así las cosas, en el
lenguaje médico-experimental de los positivistas residen lo mismo la clave tras la
admirable grandeza de la sanidad pública venezolana – la que derrotara a la malaria
y a la tuberculosis- que su más profunda crisis, crisis que se expresa cotidianamente
en fracasos y falencias que anuncias, mucho más allá de eso, una crisis más
sustancial, una crisis epistémica.

Creemos haber dejado demostrada así la congruencia entre discurso y jerga


médica, por un lado, e institucionalidad sanitaria venezolana desde sus primeras

256
expresiones en los primeros tiempos de la república hasta su definitiva fundación
como tal en 1936. La manera de pensar en Medicina, a la que hemos llamado, en el
sentido de Ewart, res medica, se ha correspondido de modo más o menos directo
con el modo de practicarla y de organizarla institucionalmente consistentemente con
las formas políticas que Occidente ha conocido.

Cronologia

Capítulo I

1830. Declaración de la República de Venezuela por el Congreso de Valencia,


con José A. Páez a la cabeza.

1835-1837. Presidencia de José María Vargas. “Revolución de las Reformas”.

1837-1839. Carlos Soublette: Presidente encargado.

1839-1843. Segunda Presidencia de José A. Páez.

1843-1847. Segunda Presidencia de Carlos Soublette.

1848. Ascenso de José Gregorio Monagas. Fin del período conocido como de la
“oligarquía conservadora”.

1847. Ascenso de José Tadeo Monagas al poder.

1848, 24 de Enero: Violencia Política en el Congreso. El Poder Legislativo queda


subordinado al Poder Ejecutivo. Fin del período conocido como de la “oligarquía
conservadora” o “Periodo Deliberativo” y advenimiento del período como la
“Oligarquía Liberal” o “Monagato”.

1859-1863. Guerra Federal.

1864-1868. Primer Gobierno Federal: Gral. Juan Crisóstomo Falcón.

257
1868-1870. Gobierno de los Azules.

1871. Revolución de Abril. Ascenso de Antonio Guzmán Blanco.

1870. Revolución de Abril. Ascenso de Antonio Guzmán Blanco.

1877. Fin del Septenio guzmancista (1870-1877)


1877-1878. Gobierno de Francisco Linares Alcántara. Revolución Reivindicadora.

1879-1884. Quinquenio guzmancista.

1884. Presidencia de Joaquín Crespo.

1886. Presidencia de Antonio Guzmán Blanco: Bienio.

1888. Presidencia de Juan Pablo Rojas Paúl.

1890. Presidencia de Raimundo Andueza Palacio.

1892. Revolución Legalista encabezada por Joaquín Crespo.

1898. Gobierno de Ignacio Andrade. Revolución Restauradora.

1899. Ascenso de Cipriano Castro.

1908. Ascenso de Juan Vicente Gómez.

Capítulo II

c.1760BC. Código de Hammurabí. Primeras normas conocidas relativas a la práctica


médica.

c.1500BC. Papiro egipcio de Ebers: Primer registro conocido de técnicas quirúrgicas.

258
c.460 AC. Hipócrates se establece en la isla griega de Cos, en el Mar Egeo.

1000. Fundación de la escuela médica de Salerno, en Italia.

1533. Primera autopsia en el Nuevo Mundo.

1543. Publicación de la Humani corporis fabrica de Andrea Vesalio y de la


Revolutionibus orbius coelestium de Nicolás Copérnico.

1553. Ejecución de Miguel Servet en Champel, Suiza

1628. Publicación de De motu cordis de William Harvey.

1852. Síntesis in Vitro de la urea por Frederich Wühler, en Alemania.

1865. Publicación de la Introducción a la Medicina Experimental de Claude Bernard,


en París.

Capítulo III

1763. Creación de la Cátedra Prima de Medicina de la Universidad de Caracas bajo


la dirección de Lorenzo Campins y Ballester.

1777. Creación de la Capitanía General de Venezuela, del Real Protomedicato y de


la Cátedra Prima de Medicina de la Universidad de Caracas por Real Cédula de
Carlos III.

1788. Johan Frank propone la creación de la Medicinischen Polizey en la Lombardía


ocupada por Austria.

1802. Creación de las Medicaturas de Ciudad adscritas a los cabildos.

259
1803. Zarpe de la corbeta María Pita del puerto de La Coruña, llevando abordo a la
Expedición Filantrópica de la Vacuna dirigida por Francisco X. Balmis y José de
Salvany.

1804. La Expedición Filantrópica de la Vacuna arriba a Caracas. José Domingo Diaz


es su oficial médico y Andrés Bello su secretario.

1810. Formación en Caracas de la Junta Restauradora de los Derechos de


Fernando VII. Auge del “juntismo” en España e Iberoamérica.

1813. Decreto de Guerra a Muerte por Simón Bolívar en La Carmania, hoy estado
Trujillo.

1817. Creación de la Junta Superior de Sanidad por el Capitán General Juan B.


Pardo.

Capítulo IV:

1827. Creación de la Facultad Médica de Caracas por decreto de Simón Bolívar.


José María Vargas rector de la Universidad Central de Venezuela tras ser
reformadas sus constituciones monárquicas de 1721 que impedían el ascenso a tal
cargo de los doctores en Medicina.

1831. Creación de la primera Junta Superior de Sanidad de la República.

1834. Reconocimiento por la Facultad Médica de Caracas de los títulos de licenciado


y doctor en Medicina otorgados por el antiguo Protomedicato.

Capítulo V:

1842. Publicación del Cours de philosophie positive de Augusto Comte en París.

260
1846. Epidemia de cólera morbos en Venezuela, cuyo brote inicial ocurriera en
Trinidad.

1852. Apertura de los cursos de Medicina en los colegios nacionales, principiando


por el de Cumaná.

1856. Luis Daniel Beauperthuy expone ante la Academia de Ciencias de París su


teoría insectil sobre la transmisión de la fiebre amarilla.

1873. Manuel Dagnino publica en Génova su Ensayo práctico sobre la fiebre


amarilla.

1874. Aparición de la Revista Médico-quirúrgica del Zulia y de Escuela Médica, las


primeras publicaciones médicas formales en Venezuela.

Capítulo VI:

1833. Disolución de la Facultad de Medicina por José A.Páez

1886. Discurso de Rafael Villavicencio en la Universidad Central de Venezuela, hito


en la historia del positivismo en Venezuela.

1891. Inauguración de Hospital Vargas de Caracas. Creado en el Hospital Vargas el


primer laboratorio de Bacteriología en Iberoamérica, dirigido por José Gregorio
Hernández.

1895. Instalación de las cátedras clínicas de la Facultad de Medicina en el Hospital


Vargas de Caracas. Introducción de los rayos Roentgen (rayos X) en la práctica
médica por Juan Oribio Mármol, en Maracaibo.

Capítulo VII:

1911. Creación de la Oficina Nacional de Sanidad.

261
1917. Constitución de Querétaro, México tras el triunfo de la revolución

1919. Constitución de Weimar.

1924. Disertación de Luis Razetti ante la Academia Nacional de Medicina.

1930. Creación del Ministerio de Salubridad, Agricultura y Cría.

1935. Muerte de Juan Vicente Gómez.

Capítulo VIII:

1942. Report onSocial Insurance de la Royal Comisión on the Poor Laws, mejor
conocido como Informe Beveridge. Inicia la era de la justicia distributiva en materia
sanitaria.

1945. Creación del National Health System británico.

1946. Primera constitución venezolana que consagra el derecho a la salud.

262
Conclusiones

Desde los tiempos de los assipos mesopotámicos y los médicos-magos de la


más remota antigüedad pre-clásica, la correlación entre res y ars medica ha operado
en plena congruencia con el concepto hierofánico del poder bajo el imperio mundi y
la ciudad-templo. El sentido griego de estatidad materializado en sus polis supondría
un grado superior de especialización institucional de la Medicina no conocido por los
médicos-magos. El estamento médico griego se distanció de lo religioso para
secularizarse y hacerse profesional. La llamada doctrina hipocrática no fue sino la
sistematización de todo el acervo médico conocido – en esencia generado en Egipto
y otras civilizaciones fuera del mundo helénico- pero que ahora encontraban un
poderoso eje conceptual de organización para aplicarlo y transmitirlo más allá de las
clases sacerdotales.

Si bien el ars medica, como hemos dicho, se nutriera del acervo pre-clásico,
la res con la que se conecta es radicalmente distinta de aquella, puesto que se hace
racional en el sentido de la filosofía de los “físicos” jonios. En Grecia, la Medicina
deja de ser practicación para constituirse en praxis consciente de sí. Allí radica el
fundamento de la episteme médica occidental en su forma primigenia. De ella
derivamos aún hoy la manera más básica de mentar en Medicina, de nombrar
procesos y enfermedades. La escolástica supuso un tiempo de incorporación de
otros saberes y prácticas médicas no-occidentales –especialmente hebrea y árabe-
al tronco principal de la res medica de Occidente que fuera legado del hipocratismo.

Si las expresiones institucionales de la Medicina escolástica fueron menos


brillantes que las clásicas, no lo atribuiremos sino a la debacle d ela estatidad
romana y al interregno feudal que antecedió a la génesis del estado nacional
moderno. La Medicina de los escolásticos acrisolaría técnicas que los griegos no
conocieron preservándolas durante el complejo proceso histórico que se sucediera
durante el feudalismo aristocrático. Proceso este en el que se vulgarizó el
conocimiento médico latinizado y lo asimiló a la poderosa corriente de pensamiento
que surgiera alrededor del incontestable poder eclesiástico.
Solo en el siglo XVI, con el Renacimiento y la relajación de las rígidas normas
que impedían la disección de cadáveres humanos y, por ende, el desarrollo del

263
conocimiento anatómico, fue que la res medica occidental pudo apuntar a superar la
más que milenaria adhesión al galeno-aristotelismo. La impronta que en la res
medica occidental habría de dejar la idea vesaliana de la fabrica humana nos
alcanza hasta nuestros días. Es con arreglo a ella que hemos dado forma a nuestras
aún vigentes instituciones e incluso a la manera en la que hemos organizado el
conocimiento médico. El lenguaje de las especialidades médicas es, en esencia,
vesaliano. Las ilustraciones médicas tuvieron en la idea vesaliana un acicate
poderosísimo al convenir, conforme a ella, que toda enfermedad había de tener su
sede en uno o más órganos de aquella compleja relojería humana.

El impulso ilustrado hacia la organización de estructuras sanitarias habría de


perpetuarse decididamente en nuestra tradición hispana en una acción estatal
impregnada de un notable sentido de lo inmanente – en la idea ya comentada idea
de Heller- de la que el feudoaristocratismo medioeval no participó. Las reformas
borbónicas en América dan fe de una voluntad política superior a la de los hidalgos
vizcaínos y extremeños que hicieron la conquista bajo los signos de la espada y la
cruz tres siglos antes. Los borbones ilustrados volvían a América armados con las
nuevas posibilidades que abría el conocimiento. En todo ello no faltaría lo médico-
sanitario. En Venezuela, fue con los borbones que arribaron los estudios médicos
universitarios formales y las primeras instituciones sanitarias que se mantendrían
vigentes hasta mediados del diecinueve.

La idea sanitaria venezolana que privilegiara desde siempre la acción pública


a favor de la preservación de la salud es, en origen, esencialmente ilustrada; más
aún, habría que decir que es ilustrada y española, como quiera que la misma idea,
en otras sociedades -particularmente en el mundo anglosajón- habría de permear a
sus elites políticas mucho más tardíamente. El rasgo final que terminaría por
delinear a la res medica venezolana en su vertiente definitivamente occidental
habría de darlo la plena adhesión de sus elites al paradigma positivista. La verdad
racional vendrá ahora refrendada por la e-videncia experimental. A la sala clínica y al
anfiteatro anatómico se le agregaría el laboratorio biomédico. De él saldrían ahora
las nuevas verdades constitutivas de la res medica fundamentadoras del ars.

264
Si ilustrada fue en su origen, positivista habría de ser su gran tradición, la
tradición sanitaria venezolana. La Medicina positivista enfrenta en Venezuela y el
mundo la más grande de sus crisis. Crisis cuyas expresiones en nuestro medio
abundan, apuntando al indefectible y tantas veces previsto encuentro de esta con los
límites de su propio paradigma. La irrupción de jergas y prácticas ajenas a la
tradición occidental – desde la acupuntura china hasta el yerbaterismo precolombino
americano- no sin que medien en ello copiosos flujos e intereses financieros, dan
cuenta de la intensa crisis del hasta ahora inexpugnable edificio de la Medicina
Basada en Evidencia.

Una de las características más distintivas del proceso venezolano desde los
años finales del siglo XX es la creciente presencia de las masas como actor
colectivo. Los trabajos de López-Maya a propósito de los acontecimientos de febrero
y marzo de 1989 dan cuenta de la conformación de un nuevo actor social, hasta
entonces inusitado, constituido a partir de la agregación coyuntural de grandes
grupos humanos sin dirección ni discurso político siempre discernible y que, sin
embargo, es capaz de responder de manera más o menos articulada ante
determinadas demandas del entorno. Son las multitudes o, en el sentido orteguiano,
las muchedumbres, sobre las que diserta el autor en La rebelión de las masas:

“La muchedumbre de pronto se ha hecho visible, se ha instalado en los lugares


preferentes de la sociedad. Antes, si existía, pasaba inadvertida, ocupaba en fondo del
escenario social; ahora se ha adelantado a las baterías, es ella el personaje principal:
Ya no hay protagonistas: solo hay coro” (Ortega y Gasett, 1929/1981:67).

La muchedumbre no reconoce liderazgos ni obedece a comando político


alguno. Es masa informe que encuentra su propia sindéresis en el accionar colectivo
a propósito de reivindicaciones concretas – el incremento en las tarifas del
transporte público en aquel momento- generando a partir de un hecho puntual una
escalada ascendente de insurrección al punto de llegar a colocar al país al poder de
la conflagración civil. No fue aquella la primera vez que la muchedumbre se
constituyera en sujeto histórico en Venezuela. La caída de la república en Venezuela
en 1813 tuvo que ver con la emergencia de este actor colectivo que en su día, sin

265
dirección ni bandera política formal logró partir al país en dos en momentos en los
que la precaria institucionalidad naciente se tambaleaba merced de los reveses
militares de Miranda y la catástrofe financiera generada tras el terremoto de 1812.
Nos referimos a las revueltas esclavas de Curiepe y Río Chico en las que la masa
no reivindicó ni a la República ni al Rey, sino a sí misma.

No es aventurado decir que en la historia política venezolana sólo quienes


han conjugado con éxito la ecuación de las masas han tenido éxitos políticos
perdurables. En Venezuela han gobernado – y gobiernan- quienes supieron darle
contenido político al fenómeno de las muchedumbres movilizadas alrededor de sus
propias reivindicaciones: Boves el primero, Páez después, luego Monagas, los
caudillos federales con Zamora a la cabeza, los populismos post-gomecistas y,
finalmente, el populismo llamado revolucionario actual. Quienes no domeñaron dicho
fenómeno mandaron, pero no gobernaron. Los gobiernos gendarmes de Guzmán
Blanco, de Gómez, de los generales de la llamada “hegemonía andina” y de Pérez
Jiménez tuvieron en el autoritarismo y la represión política un fundamento clave para
la construcción de gobernabilidad.

Los intérpretes de la muchedumbre la han logrado promoviendo grandes


consensos. Precisamente la crisis de 1989 tiene su piedra de toque en la disolución
de aquellos grandes consensos de 1958, que tuvo en la materia sanitaria a uno de
sus principales factores. Irrumpe entonces la masa sin conducción y por encima de
los aparatos partidistas, organizada alrededor de sus propias necesidades y
aspiraciones. La interfaz entre la sociedad y sus instituciones sanitarias ha perdido
la unánime aprobación de antaño, ello pese a sus notables logros. En torno al
hospital venezolano hoy hay más conflicto que consenso. Surge por doquier insólitas
manifestaciones públicas de grupos de enfermos en demanda de atenciones que
sienten les son negadas, cuando no de estándares de calidad que echan en falta. El
otrora prestigio de la sanidad pública venezolana se resiente ante la presión por
demandas que no sabe – y con frecuencia tampoco puede- satisfacer.

Se podría teorizar a propósito de las causas tras la tendencia anómica que


parece infiltrar al mundo público venezolano, ciertamente a la sanidad. En el sentido
ya comentado de Waldman, lo anómico alude a aquello que no atiende a normas ni

266
consensos mínimos. Somos una sociedad de precario capital social, apelando al
término acuñado por James Coleman en 1971 al referirse a aquella otra forma de
capital al cual no se accede por la mediación de recursos financieros sino que a
través de la construcción de consensos sociales, vínculos y redes de cooperación
capaces de agregar valor a los procesos productivos ahorrándoles los costos
derivados de la mutua desconfianza entre los distintos agentes sociales involucrados
en ello, es decir, los llamados costos de transacción.

Robert Putnam, en su clásico estudio sobre las particularidades distintivas


entre el norte y el sur italianos, ofrece una interpretación empíricamente fundada, a
propósito de las notables distancias entre el rico norte de la bota italiana, industrial y
desarrollado, versus el sur empobrecido asolado por el crimen organizado y
crónicamente descapitalizado desde el punto de vista humano merced de las
intensas oleadas migratorias que generase por más de un siglo. Norte y sur italianos
se diferencian, de acuerdo con Putnam, en un factor crítico: es la mayor
concentración de capital social en las provincias del norte respecto de las del sur
(Putnam, 1994: 102).

El norte italiano destaca por las variadas formas de socialización que alberga,
desde asociaciones religiosas hasta clubes deportivos, lo que junto a la alta
escolarización y tendencia a la lectura de la prensa, le imprime rasgos notablemente
distintos a los del sur, donde priva sobre todo la filiación vía nexos familiares que
opera como garante de los parabienes que la vida social no ofrece. De allí entonces
la histórica primacía que en el sur italiano ha tenido y tienen los clanes familiares -
origen de las temidas maffias- bajo el mando patriarcal del cappo.

En torno al establecimiento médico venezolano hubo en su día una intensa


organización de formas asociativas. Colegios y gremios profesionales, juntas socio-
sanitarias, sociedades científicas, estructuras académicas formales (cátedras
universitarias) y agrupaciones voluntarias tanto seculares como religiosas
encontraron nicho alrededor de la “máquina de curar” positivista, morigerando no
pocas de sus falencias y con frecuencia sirviendo de interfaz articuladora entre el
entorno y sus demandas y la rígida arquitectura institucional propia de la
organización médica. Un amplio sistema de stakeholders organizado alrededor del

267
hospital operó como el gran legitimador social de un modelo médico pensado desde
una episteme distinta de la episteme popular. Los muchos “dolientes” sociales del
hospital amortiguaron el choque epistémico entre el modo-de-vida propio de la
medicina positivista y el modo-de-vida popular.

Un fenómeno parece ser ostensible y no es otro que el progresivo abandono


del hospital por aquellas organizaciones intermedias que, como las citadas, le
rodeaban al modo de una membrana permeable entre el mundo hospitalario y en
complejo entorno social en el que estaba inscrito. Las antiguas juntas socio-
sanitarias y socio-hospitalarias, los diversos voluntariados, la actividad académica,
los colegios profesionales presentes en las llamadas comisiones técnicas de los
hospitales a través de delegados electos, etc, dejaron de hacer vida alrededor del
hospital. Su papel fue asumido por la llamada “contraloría social”, más análoga a
comisariato político que a una organización social independiente.

Vivimos tiempos de lo que bien podríamos llamar anomia sanitaria. La otrora


inquebrantable fe en la Medicina y sus posibilidades se ve amenazada por la
“presión de patología”, peo también, como lo hemos venido sosteniendo, por los
límites mismos del paradigma médico occidental. Sobreviene en consecuencia una
respuesta si se quiere lógica: la de la transformación de la presión entendida en
términos de demandas y expectativas individuales en presión política efectiva a
manos de un actor elusivo, con el que la negociación y la construcción de consensos
de imposibilita, pues es un multiforme actor sin rostro. Nos referimos a la
muchedumbre. A merced suya queda una sanidad indefensa, abandonada por sus
otrora naturales dolientes.

Pero otra respuesta no menos lógica es la de la salida, en los términos de


Albert Hirschman. La lealtad a la sanidad histórica, a la que venciera a las grandes
endemias rurales y que fuera en sí misma expresión de modernidad, ya no es tal.
Tampoco la voz de los actores articulados en torno a ella es unívoca. Las agendas
difieren. El hospital venezolano, la sanidad pública toda, es sobre todo una
estructura por y par a la captura de renta. Las más extensas y posiblemente
inefectivas nóminas públicas de todo el sector público venezolano posiblemente
sean las sanitarias. El impacto de tal conjunción de intereses en términos de

268
eficacia y desempeño técnico de nuestra sanidad pública fue cada vez más
deletéreo y ostensible. De tal manera que la salida del sistema se constituye en una
opción para quienes puedan proveérsela.

A mediados de los años setenta, el gasto sanitario venezolano comienza a


transitar la ruta hacia la efectiva privatización de fondos públicos dedicados a
financiar los requerimientos de atención médica de grupos específicos de la
población a través de la contratación de seguros médicos privados, flujos estos que
pueden llegar a totalizar hasta 1% del Producto Interno Bruto (PIB) siendo que el
gasto sanitario público en Venezuela está alrededor del 4%. Nos referimos a un 1%
del PIB dedicado a las necesidades de financiamiento de la atención médica de
poco más de cuatro millones de personas – funcionarios públicos, militares, alta
dirección pública, judicatura, etc- en un país de más de treinta millones de habitantes
en teoría titulares del derecho a la salud.

Difiere esta minoría privilegiada de venezolanos objeto de aseguramiento


médico privado de aquella vasta mayoría integrada en la muchedumbre en su mayor
capacidad de organización efectiva, sistemática y consistente a los fines de la
articulación de esfuerzos orientada a incidir sobre la agenda publica con un
premeditado fin. El poder de sus lobbys y los insolubles problemas de agencia que
se generan alrededor de la cuestión sanitaria hace posible que una minoría
organizada y tenaz se haga de privilegios que las mayorías acuerpadas en
muchedumbre solo consigue a a través de la acción política directa: la protesta
callejera, la toma de instalaciones, la denuncia a través de los medios de
comunicación.

Pero ambas coinciden en un único punto en común: han perdido la fe que una
vez respaldara unánimemente a la sanidad pública venezolana. La minoría
empoderada escapa hacía otro mercado –el privado- en tanto que la mayoría inerme
se da una organización ad hoc para presionar contra un sistema que prometió sin
cumplir. Se ampara en la norma positiva, pero también en la presión de la opinión
pública. Entiende que, pese a la profunda crisis que lo abate, el sistema sanitario es
aún capaz de generar “saldos” a su favor solo en la medida en que se ejerza una
efectiva presión sobre él. Así las cosas, no hay planificación sanitaria posible. No

269
ajuste de expectativas no siempre razonables. El viejo principio deontológico de
beneficencia bajo el cual opera la res medica de Occidente, se sustituye por una
norma de derecho positivo que obliga y que castiga.

Como ya lo hemos discutido, la tensión entre capacidades y posibilidades


reales se han constituido en la Escila y el Caribdis entre los cuales discurre la praxis
médica en Occidente. La una representa las capacidades reales del paradigma que
le soporta para materializar su promesa de sanidad; la otra, las posibilidades
efectivas, en términos económicos, de hacer buena tal promesa. El paradigma
médico de Occidente, aún en el contexto de las economías más poderosas y de
mayor capacidad de gasto, tiene limitaciones ostensibles. De manera que si a tales
limitaciones unimos aquellas de carácter económico, el estrecho entre Escila y
Caribdis al que nos hemos referido de angostará más allá de lo que las sociedades
estén dispuestas a admitir.

Como los hemos ya dicho, habrá quien escape merced de sus altas rentas o
de su mayor capacidad de captura de rentas. Pero en la generalidad de los casos, la
única opción será la de ejercer presión sobre el desvencijado sistema a fin de
extricar de él los parabienes que de otro modo no rendiría. Y a falta de un sistema
de organizaciones intermedias capaces de procesar tales demandas y hacerlas
manejables por el sistema, surge como opción la de la presión ejercida por la masa
informe convertida en actor social y político.

La tensión en torno a la Medicina a la que nos hemos venido refiriendo se


sucede en medio de un intenso proceso de instalación de una suerte de nihilismo
médico en el seno de las sociedades occidentales. No de otro modo se comprende
la notable penetración de prácticas y saberes de pretendido poder sanador insertos
en epistemes generales distintas a la nuestra y, por ende, a paradigmas médicos
que nos resultan extraños. La medicina ilustrada y sus vestigios a fines mediados del
diecinueve en Europa experimentaron proceso similar y solo la potente luz de los
positivistas y sus entonces novedosas teorías de la enfermedad – la bacteriana
sobre todo- pudo reivindicar a la desprestigiada res medica occidental de entonces.

270
Poco después, en Estados Unidos, Ernest Codman impondría en el debate
médico de su tiempo y de él, para siempre, la idea del resultado final” como único
criterio válido para juzgar como buena una determinada acción médica. La Medicina
ofrecía un instrumento de auditoría contundente y verificable: el de la documentación
de las resultas de todo acto médico. La capacidad de verificar hasta entonces
reservada al laboratorio era puesta en manos del público y entró a formar parte de la
materia de sus debates. La otrora “fe pública” del médico sería en lo sucesivo puesta
a examen. Y hay que decir que, en la generalidad de los casos, aprobaría. Pero la
crisis médica actual – crisis que es de su res- no parece tener a mano un “salvador”
como lo fueran aquellos bacteriólogos posteriores a Pasteur. Aunque algunos
piensan que tales salvadores pudieran ser los genetistas.

La intensa excitación en torno a la materia genética viene de la renovada fe


que han hecho surgir los expertos a cargo de desvelar las intimidades del genoma
humano. Señala el Nobel de Medicina James Watson al disertar sobre el ethos de la
ciencia:

“Lo que si parece casi inevitable es que cuanto más profundamente comprendamos
las peculiaridades de la naturaleza, más capaces seremos de usarlas en beneficio de
la humanidad”237 (Watson, 2002: 147)

Más que convicción en torno a la ciencia y sus posibilidades, hay fe. Fe sin
límites en que los grandes grupos de patologías que de muy diversas formas hoy
acaban venciéndonos, puedan ser domeñados apelando ahora no a un agente
físico – radiaciones ionizantes- químico – las distintas quimioterapias- o a una
acción exógena – cirugía más o menos invasiva- sino que a una suerte de
prometeica autoregeneración a partir de manipulaciones genéticas puntuales, se
perfila como el más probable candidato a asidero de la res medica occidental en
el futuro previsible238.

237
Watson, James (n.1928). Bioquímico norteamericano. Junto con Francis Crack y Maurice Wilkins,
postuló el modelo llamado “de la doble hélice helicoidal” de la estructura del DNA. Premio Nobel de
Medicina y Fisiología junto a Crick y Wilkins en 1962.
238
El Proyecto Genoma fue una iniciativa científica internacional auspiciada por Estados Unidos en
1990 con un fondo superior a los 90.000 millones de dólares destinada a determinar la secuencia de
pares de bases nitrogenadas constitutivas de los aproximadamente 25.000 genes del genoma
humano. El proyecto concluyó en 2000 y tuvo en James Watson a su primer director, habiendo este

271
La Medicina occidental, su res producto de una larga síntesis de saberes a
partir de la logización del antiquísimo mito de la sanación, se juega su credibilidad
como expresión en si misma y acicate de la civilización occidental, en el sentido
de Alfred Weber. Su crisis es la del ars al que diera origen y, desde él, al tinglado
institucional hoy bajo cuestionamiento. En el caso venezolano, podríamos inscribir
dicha crisis en la crisis misma que caracteriza a la llamada post-modernidad y su
tendencia, como lo señala Coronil, a divorciar las formaciones culturales - a las
que nosotros hemos venido llamando, en el sentido de Moreno Olmedo, mundos-
de-vida- de la dinámica social. Ello ha supuesto, señala el mismo autor, que tales
formaciones culturales hayan sido “leídas” como textos cuyo significado ha de
emerger del mero análisis textual prescindiendo de todo análisis contextual
(Coronil, 1997:27).

Todo ello merced de nuestra adhesión a lo que José Ignacio Cabrujas


llamara en su día “el mito del progreso”. Mito extensamente compartido y de
honda raíz en el espíritu del establecimiento intelectual – y médico- venezolano.
En la Venezuela posterior a 1936, dicho mito pretendió materializarse
apalancándonos en la renta petrolera. Señala Coronil:

“…in Venezuela the expectation that collective well-being would be achieved through
oil-financed nacional transformation turned this fantasy into an illusion of collective
harmony” (Coronil, 1997: 127)239.

El progreso sigue siendo en esencia eso, un mito. Un mito positivista,


eurocéntrico; un paradójico medio de colonización a lo interno del modo-de-vida
popular que en algún momento hemos sentido que no permea más allá de las
formas. La sociedad venezolana se escinde entonces en dos partes
desencontradas, convirtiéndose así en lo que Samuel Hunthington llama “país
desgarrado” (thorn country): un país en el que sus elites intelectuales y políticas
pretenden avanzar en un sentido en tanto que sus masas van en el contrario. La

renunciado ante la posibilidad de que las secuencias genómicas determinadas pudieran ser objeto de
su patentización con fines comerciales.
239
“…en Venezuela, la expectativa de bienestar colectivo se alcanzaría a través de una
transformación nacional financiada por el petróleo, transformando dicha fantasía en una ilusión de
armonía colectiva” (traducción nuestra). La interpretación cabrujiana de dicho mito es abordada por
Coronil en la referida obra, p. 371 y sucs.

272
MBA se pone en marcha con personal médico cubano, entre otras razones, porque
las clases médicas venezolanas estarían renuentes a hacer vida profesional en el
seno de esas comunidades más allá de lo exigible en una pasantía de grado o por el
mandato legal que impone el servicio social.

No tenemos del todo claro si alguna vez la sociedad venezolana suscribiera


de modo más o menos unánime aquel programa positivista decimonónico al que se
refiriera Urbaneja y que se reeditara a partir de 1948 con la vuelta de los militares al
poder. Programa centrado en lo que Coronil bien llama la “promesa de progreso
universal”, reflexión esta a la que también hemos llegado a través de disquisiciones
distintas, pero con la que terminamos encontrándonos merced del hecho constatable
de que hemos terminado en lo que nuestro autor define como una “tragedia”.
Tragedia que muestra su peor rostro al dejar incumplida la otrora promesa de
rendención universal que en su día hiciera (Coronil, 1997: 385). Una redención que
pretendió ser social, cultural y también médica.

273
Tablas
Cuadro N° 1
Cuadro 9.1
Venezuela: Agunas casuas de muerte, según defunciones registradas en once años escogidos

Causas de Muerte 1.905 1.910 1.925 1.930 1.936 1.943 1.950 1.960 1.970 1.980 1.987

Paludismo 9.015 8.430 5.263 4.976 2.224 1.876 215 5 8 8 22


Disenteria 4.916 3.774 1.809 1.072 450 449 237 556 169 102 119
Tuberculosis Pulmonar 4.206 5.315 3.320 3.482 2.877 3.137 3.055 1.411 1.157 787 405
Tétanos 3.316 4.721 2.649 1.352 560 552 449 841 348 123 45
Tifoideos y Simi 1.656 1.239 1.454 684 269 301 175 52 9 1 6
Neumonias 1.534 3.886 2.804 2.350 1.473 1.386 1.469 2.469 4.132 3.031 3.378
Gastroenteritis 2.978 3.237 4.004 3.951 2.705 4.256 3.510 4.468 5.257 3.052 2.295
Enfermedades Primera Infan. 1.159 513 1.324 1.425 1.042 1.294 2.863 5.260 4.686 6.204 5.802
Sarampion 46 69 262 479 62 187 199 844 107 158
Muertes Violentas 972 1.199 789 781 1.311 1.450 2.588 4.183 6.311 9.034 9.544
Cancer 452 403 595 586 544 1.011 2.046 3.850 5.514 7.455 9.464
Enfermedades Cardivasculares 1.910 2.430 2.561 2.649 2.234 2.149 2.499 4.895 7.172 11.547 14.002
Diabetes mellitus 19 22 87 55 69 260 362 836 1.383 2.362
Cerebro vascular 964 1.004 518 517 400 448 776 1.590 2.795 462 5.182
Chagas 31 129 389 789 794
Embarazo, parto y puerperio 797 644 621 478 406 397 397 412 362 319 339
Homicidios y suicidios 435 567 253 251 560 428 598 966 1.447 2.493 2.230
Sifilis 283 255 397 286 281 503 793 196 20 10
Total de Muertes 58.343 55.436 51.782 52.948 57.759 62.383 54.475 55.019 68.549 76.834 80.991
Fuente años 1905 y 1910. Anuncios estadisticos del Ministerio de fomento de 1925 a 1936 Memoria y cuenta del Ministerio de Fomento. De 1941 en adelante
Anuario de Epidemiologia y Estadistica Vital del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social.
EVOLUCION DE INGRESOS POR ORGANISMOS DEL GOBIERNO CENTRAL.

273
Cuadro N° 2
(MILLONES DE BOLIVARES. CIFRAS NOMINASLES. 1932-1943
Departamentos 1932/33 1933/34 1934/35 1935/36 1937 1938 1939 1940 1941 1942 1943
Agriculcuta, industria y comercio
Agricultura y cria 30.6 38.9 47.3 54.8 46.6 44.4 22.6 17.5
Ambiente y recursos naturales renovables
Correos y telegrafos
Comunicaciones 11.9
Congreso de la republica
Consejo de la judicatura
Consejo supremo electoral
Contraloria general de la republica
Corte suprema de justicia
Defensa nacional
Desarrollo urbano
Educacion nacional 8.3 19.7 22.6 23.9 24.2 21.8 22.4 23.1
Energia y minas
Familia
Fomento 12.7 12.9 12.3 12.2 6.3 15.5 10.2 9.5 6.1 9.5 10.4
Guerra y marina 31.6 31.2 37.8 55.8 36.4 39.5 37.4 37.0 35.7 34.7 34.0
Hacienda y credito publico 16.7 16.8 22.6 37.7 24.4 22.7 32.8 28.5 29.6 27.0 39.3
Informacion y turismo
Instrucción publica 10.6
Justicia
Juventud
Minas e hidrocarburos
Ministerio publico
Procuraduria general de la republica
Obras publicas 35.4 30.3 30.0 89.5 77.1 69.3 79.5 82.5 60.8 54.8 78.1
Relaciones exteriores 5.5 5.4 5.1 9.5 5.8 5.9 6.0 5.8 5.0 6.2 6.9
Relaciones interiores 43.3 38.1 39.7 69.2 60.2 79.9 92.3 95.6 95.0 91.3 88.5
Salubridad y de agricultura y cria 7.3 9.8 22.2 24.0
Sanidad y asistencia social 8.4 17.5 18.7 19.6 18.4 16.1 15.7 18.8
Secretaria de la presidencia
Trabajo
Trabajo y comunicaciones 17.9 18.8 20.7 20.3 19.0 18.7 18.4
Transporte y comunicaciones
Rectificaciones
Otros gastos e imprevistos
TOTAL 162.0 153.8 178.9 367.7 304.2 340.2 377.2 368.4 333.5 302.9 335.0
VARIACION RELATIVA -0.05 0.16 1.06 -0.17 0.12 0.11 -0.02 -0.09 -0.09 0.11
FUENTES
Ministerio de hacienda y credito publico: memoria y cuenta. Diversos años
OCEPRE: ley de presupuestos y exposicion de motivos del proyecto de ley de presupuestos. Varios años

274
Anexos

Lámina I

La contemplación de un antiguo grabado medioeval del siglo trece que sitúa a la Tierra como centro del Orbe
representa la idea ptoloméica de universo que privó en el mundo antiguo. Su sustitución por otra, el llamado modelo
heliocéntrico que sitúa al Sol en su centro, operaría como el gran revulsivo de la ordenatio escolática, no solo en la
Astronomía, sino que en todos los ámbitos del conocimiento. La revolución celeste copernicana supuso un primer punto
de inflexión en el pensamiento occidental que tendrá expresiones simultáneas en el proceso de formación de su res
medica tras mil años de “dictadura” galénica: ese mismo año aparece la Humani corporis fabrica de Andrea Vesalio. La
ilustración correspondiente al sistema geocéntrico de Ptolomeo forma parte del Almagesto, tratado de Astronomía
escrito en el siglo II de nuestra era (disponible en: http://claudioptolomeomate.blogspot.com/), en tanto que la
correpondiente al sistema heliocéntrico de Copérnico lo es de De revolutionibus orbium caelestium, de 1543 (disponible
en: http://educastur.princast.es).

275
Lámina II

El monumental fresco de Raffaelle Sandio de 1510 plasma en esencia lo que fuera la por nuestro artista llamada
Escuela de Atenas, con Platón y Aristóteles en el centro de la composición rodeado de los referentes principales del
pensamiento griego. Su sola contemplación ilustra al lego en la comprensión de sus antecedentes y su evolución hasta
el culmen que representan aquellos dos grandes pensadores. Toda la filosofía clásica está allí plasmada y con ella, el
core duro de la res medica occidental. La primera res medica de Occidente es sobre todo griega. Con los pitagóricos y
los físicos jonios en sus orígenes – hélos allí rodeándolos- la manera griega de pensar y ser en la Medicina, es decir,
su episteme, deriva, sobre todo en Aristóteles, la fuerza que le habría de impulsar – desde Hipócrates y Galeno- por los
siguientes mil años. El fresco forma parte del conjunto pictórico de la Stanza Della Signatura en El Vaticano.

276
Lámina III

Una hosca monocromía francesa del siglo catorce nos ilustra poderosamente sobre lo que pudo haber sido la res
medica en los tiempos del feudalismo aristocrático. El grabado in commento destaca dos escenas cotidianas en el
célebre Hotel Dieu de París: a la izquierda del observador, dos religiosas amortajan sendos cadáveres en el mismo
recinto que comparten los enfermos, a cuyo cuidado se dedican estas, tal y como se ve a la derecha. Al centro destaca
la imagen del Cristo ante el cual se postra incluso la figura regia. El médico está ausente de la escena. Vida y Muerte
son, en el mundo medioeval, materia de decisión divina. La preparación de cadáveres en el mismo recinto en el que
descansan los enfermos y ante su vista, no es casual: para el hombre de la Edad Media, la vida es un trance
indefectible entre el nacimiento y la muerte que urge apurar en tanto que antesala a la vida eterna. Vida y Muerte
coinciden así, ya no como dualidad antagónica, sino que como expresiones de un necesario tránsito hacia lo
trascendente. El presente grabado pertenece a la colección de la Bibliothéque Nationale de París (Ms.Ea.17 rés).

277
Lámina IV

Un grabado del siglo XVI propone la improbable reunión de Hipócrates, Galeno y Avicena al modo de un supremo
triunvirato bajo cuyo patrocinio se funda la tradición médica de Occidente en sus grandes escuelas altomedioevales –
Salerno, Montpellier, Padua- en las que las tradiciones griega, latina y árabe se fundiesen en el más grande impulso en
pro de logización de la res medica occidental desde los tiempos hipocráticos. El presente grabado forma parte de la
colección de la National Library of Medicine, Bethesda y data de 1528.

278
Lámina V

La fabrica vesaliana impondrá su fuerza paradigmática sobre la res medica de Occidente con la inobjetable
contudencia que suelen tener las inflexiones que marcan la superación de un momento conceptual a favor de otro
distinto. El grabado que ilustra la primera edición de la Humani corporis fabrica de 1543 nos presenta la imagen de
Vesalio ante la mesa de disección anatómica sobre la que se estudia la anatomía de un cadáver. Le rodean multitud de
discípulos y curiosos, un clérigo entre ellos. Hasta los pícaros que realizan sus triquiñuelas bajo la mesa encuentran
lugar en lo que era, sobre todo, un espectáculo público. Preside la escena una calavera, personificación de la Muerte.
No se identifica imago religioso alguno ante en aquella radical confrontación entre la Muerte y quienes – como Vesalio-
la retan apelando a un nuevo conocimientofundado no en la antigua tradición, sino en la e-videncia demostrada en la
práctica.

279
Lámina VI

El racionalismo pondría límites a la pretensión de aquella Medicina ordenada a lo trascendente. Como hemos dicho, las
postrimerías del siglo XIII marcan la irrupción de un nuevo tipo de hombre de mentalidad práctica. En el campo médico
se afirma con fuerza la práctica de la disección anatómica y con ella, una nueva manera de comprender los procesos
mórbidos. La idea vesaliana de la fabrica humana impulsa un inusitado afán por comprenderla estructura del cuerpo
humano y, desde ella, intuir las claves de su funcionamiento. La Lección de Anatomía del doctor Tulp, de Rembrandt
Van Rijn, que data de 1632, ilustra la atmósfera médica de aquel momento conceptual de la Medicina. La episteme
médica de la Europa del siglo XVI es distinta a la del medioevo. En el óleo de Rembrandt vemos al notable cirujano y
anatomista holandés ejecutando la disección de la región anterior del brazo izquierdo del cadáver de Aris Kindt, reo
ajusticiado tras serle seguido el correpondiente juicio no sin antes excomulgarle. La ruptura con el dogma escolático no
es aún total y la diseccióna natómica solo se admite en los cuerpos de quienes murieron alejados del catolicismo.
Expone el doctor Nicolas Tulp a sus discípulos la anatomia de los músculos flexores. Su técnica no está al servicio de
una necesidad trascendente sino que absolutamente práctica. El lienzo, quizás el más emblemático de toda la obra
rembrandtniana, se encuentra en la Mauritshuit de La Haya, Paises Bajos.

280
Lámina VII
Pero es el segundo y más definitivo punto de inflexión que habría de marcar su poderosa impronta sobre la res medica
de Occidente vendrá con la ciencia experimental, expresión principalísima de la nueva filosofía positiva. La plástica
iberoamericana es especialmente rica en expresiones de ello, sobre todo aquella puesta al servicio de la arquitectura
institucional. La gran muralistica mexicana posterior a la Revolución, de tan marcada vocación pedagógica, nos provee
notables muestra de ello. En el pórtico del Instituto Nacional de Cardiología de México recibe al visitante con la imagen
monumental de las grandes figuras de la medicina occidental, desde Victor Pachón hasta Whittering – entre otros.
Destacan en la parte inferior de la composición las formas pétreas de los antiguos sanadores aztecas. Su posición en
el conjunto de la obra podría interpretarse como la victoria de la Medicina occidental sobre la que fuera propia de la
tradición náuathl, que no por ello resuelta desmerecida en la posición que el mexicano Diego Rivera le confiere en el
mencionado conjunto alegórico.

281
Lámina VIII

La contemplación del mural del venezolano Héctor Poleo que decora la pared este del salón de sesiones del Consejo
Universitario de la Universidad central de Venezuela, en Caracas nos ofrece tres planos distintos que integran la
composición alrededor de un elemento central que les articula en tanto que los tres momentos conceptuales por los
que ha transitado la universidad venezolana. Tal es el decreto de julio de 1827 que deroga las constituciones
universitarias de 1721. Reza el texto plasmado por el artista al centro del mural:
“1827
Derogación de las
antiguas constituciones universitarias”

Hace referencia el artista al decreto del 27 de julio de 1827 por el cual Simón Bolívar funda la universidad republicana
sobre la base de la antigua institucionalizada académica de la universidad real y pontificia. En el campo inferior a la
izquierda del observador se nos muestra a un grupo de monjes – dominicos, por las características de los hábitos que
portan- reunido alrededor de sus viejos pergaminos. No es casual tal referencia, siendo que a la orden benedictina
perteneciera el más notable pensador del medioevo, Tomás de Aquino. En el campo inferior a la derecha del
observador está la representación alegórica de la universidad ilustrada, con Vargas como su principal referente. En
plano posterior, destaca la figura de Andrés Bello, ciertamente no tan ligado a la universidad venezolana tanto como a
la chilena. Finalmente, en el plano superior y como imponiéndose sobre los otros dos, aparece toda una alegoría al
pensamiento positivista y a la ciencia experimental de él derivada. Preside la composición la imagen del científico
armado del microscopio y tras el cual se despliegan algunas de las más emblemáticas creaciones de la ciencia
experimental: el matraz del laboratorio del químico, el sextante del astrónomo. Más allá, el cerebro, la víscera sede del
pensamiento ahora auxiliado por la validación experimental. No supuso el positivismo un punto d einflexión limitado tan
solo a los ámbitos de la Medicina y las llamadas “ciencias duras”. Es así como en el ángulo superior a la derecha del
observador destaca la balanza símbolo de la justicia. El Derecho es ahora, sobre todo, Derecho Positivo.

282
Lámina IX
Similar simbología identificamos en la muralistica del venezolano Francisco Narváez que decora los pórticos de acceso
a los edificios sedes de los institutos Anatómico y de Medicina Experimental de la Universidad Central de Venezuela.
Ante el enfermo yaciente se congregan los médicos, a los que distinguimos por su atuendo. Helos allí, flanqueados por
algunos de sus instrumentos más distintivos –la jeringa, el microscopio- y armados con el conocimiento simbolizado en
el libro abierto que uno de ellos sostiene. El conocimiento y la técnica de él derivada presiden ahora el acto de sanar
así como en el fenecido mundo feudoaristocrático lo hicieran el dogma y la Cruz.

283
Lámina X

El nuevo y poderoso punto de inflexión que en la formación de la res medica occidental representa el positivismo marca
el momento conceptual desde entonces vigente en la Medicina tiene entre sus más sustantivos elementos el de la
decidida alianza que se celebra entre el conocimiento y el poder. Asi se colige de la contemplación de alunas muestras
de esa “nueva plástica” a la que diera origen la sociedad occidental de consumo y el llamado pop art . Expuesta ya no
en muestras museísticas tanto como en la calle y demás ámbitos de la vida cotidiana en los que opera la comunicación
de masas, la poderosa liason entre ambos factores – Medicina y poder- es expresión de la primacía del conocimiento
como factor integral del nuevo discurso de poder. El saber permite gobernar y ganar guerras. La publicidad de una
casa farmacéutica durante los años de la Segunda Guerra Mundial nos muestra la escena del soldado herido en acción
siendo salvado mediante la aplicación de la última expresión de la tecnología biomédica de entonces: la penicilina. Los
temibles cocos gram positivos, representados en el ángulo superior a la derecha del observador, en la composición,
habían sido responsables directos de más muertes en los hospitales de guerra que las causadas por las bayonetas de
los infantes de las fuerzas del Eje. Reza el texto del anuncio: “proveniente de un hongo ordinario, el más grande agente
de curación de esta guerra”, gracias al cual “ él [el soldado herido] podrá volver a casa”. Queda allí expresa una vez
más la promesa de la triunfante Medicina Experimental: la promesa de victoria sobre la enfermedad y, también por esa
vía, sobre los enemigos de Occidente

284
Bibliografía y Fuentes Consultadas

285
FUENTES PRIMARIAS

Archivos

Archivo General de la Nación


Secciones: Secretaría del Interior y Justicia (años 1830-1876)

Otras Fuentes

Documentos del Magisterio Social de la IglesiaLeón XIII.


Enc. Rerum novarum, sobre la cuestión social (15.VI.1891).

Fuentes Oficiales

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Ministerio de Sanidad y Asistencia Social. Memoria y Cuenta (varios años).

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286
FUENTES SECUNDARIAS

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