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Este documento resume la tercera jornada del viaje de los protagonistas en un globo improvisado sobre el Himalaya en busca del animal "trifinus melancólicus". Describe las vistas desde las alturas y cómo cruzaron una cordillera volcánica entre nubes de humo y chispas. Al otro lado se encontraron en un país diferente, probablemente el Tíbet, y avistaron una ciudad de madera que pasaba rápidamente debajo de ellos.

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Este documento resume la tercera jornada del viaje de los protagonistas en un globo improvisado sobre el Himalaya en busca del animal "trifinus melancólicus". Describe las vistas desde las alturas y cómo cruzaron una cordillera volcánica entre nubes de humo y chispas. Al otro lado se encontraron en un país diferente, probablemente el Tíbet, y avistaron una ciudad de madera que pasaba rápidamente debajo de ellos.

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VIAJES MORROCOTUDOS

007135
JUAN PeREZ ZÚSIIGA

VIAJES MORROCOTUDOS
EN BUSCA DEL "TRIFINUS MELANCÓLICUS„

JORNADA TERCERA

con Ilustr aciones de

2catrr).artó

CUARTA EDICION

MADRID
IMPRENTA Db. LOS HIJOS DE M. G. HERNÁNDEZ
Llbertad, 16 duplicado, baso.
1905
• r"."7" :P-7.7.71'77MTSTrer.M. !9.1e7.7'.er."'"e7SM'e"77-7W-7",o7
, ,o
NOTA IMPORTANTÍSIMA

SEÑORES:

Ya en prensa la tercera jornada de esta obra,


me entero casualmente en la embajada china
de que el prólogo publicado en el primer tomo de
estos VIAJES no es tal prólogo, ni Cristo que lo
fundó, sino el anuncio de una fábrica de ratone-
ras metálicas que sin duda nos fui entregado en
Pekín equivocadamente por el secretario del
Emperador.
Ruego á ustedes, pues, que perdonen á Ka-
Chi-Puche la distracción y que no se molesten
en aprender el chino para traducir el supuesto
prólogo, á no ser que por casualidad necesiten
adquirir alguna ratonera en Pekín.

El Autor.

Buenas vistas y elevada posicidn.—Los montes celestia-
les.—Volando sobre ascuas.—EI Thibet.—Kachgar
por abajo.—El ancla improvisada.

Nos hallábamos á 2.320 metros y 6 cen-


tímetros de altura sobre nuestra señora
madre la tierra.
El extrafio globo que habíamos construi-
do continuaba gallardamente su ascensión
y surcaba los espacios siempre en la direc-
ción que deseábamos... menos cuando so-
plaba el viento contrario y nos desviaba lo
144"
que tenía por conveniente.
Desde nuestra original barquilla descu-
bríamos la inmensidad del orbe. No podía-
mos ver detalles á causa de no llevar más
gemelos que los de los puftos de la camisa;
pero, sin embargo, nuestra poderosa ima-

8 Pita= M'AMA

ginación nos ayudaba eficazmente para ver


hacia Occidente casi todas las comarcas
que habíamos recorrido en nuestro propó-
sito de hallar el animal conocido con el
extravagante nombre de trifinus melanc6-
licus.
Allá veíamos la Persia con todas sus
persianas, más allá. la Meca con sus medias
naranjas, en lontananza el mar Rojo, a-
tiendo de rubor húme-
z1n.. do las costas del Áfri-
ca, de aquel confinen-
-1yriot te donde tantas horas
de angustia nos hicie-
ron pasar feroces an-
i-} tropófagos y variados
animales, desde el te-
rrible león hasta el
causante de todas nuestras desventuras,
niíster Sandwich, que á aquellas horas se
hallaría probablemente en el Gran Hotel
de Barcelona roncando en inglés, mientras
nosotros buscábamos por la tierra, por el
agua y por el aire el animalucho que cons-
tituía su británica preocupación.
Lo que no veíamos muy claro era la si-
tuación de nuestras apreciables familias,

VIAJES MORROCOTUDOS 9

que tan ajenas estarían de que á semejan-


tes horas hacíamos la competencia ä los
cohetes, á los buitres y á las cometas con
rabo.
¡Cuántas veces habíamos oído decir á
nuestras amigas que hoy día los maridos
buenos están por las nubes! Lo veíamos
confirmado plenamente en aquellos mo-
mentos (dicho sea sin faltar á la modestia),
y esto nos hacía pensar más y más en las
personas queridas que tan por debajo de
nosotros (unos 3.000 metros) se hallaban.
¿Ustedes no han viajado nunca en globo?
Pues bien, lo que parece que se mueve es la
tierra, no el globo, que, siguiendo el paso
de las nubes, se halla quieto aparente-
mente, y, sin embargo, produce al aeronau-
ta que contempla la inmensidad de la altu-
ra vértigos, trastornos y otros enträeni-
mientos, al par que una vanidad desmedi-
da, hija del elevado puesto que ocupa.
Nuestro globo, como queda dicho en el
tomo segundo de estos VIAJES, hallábase
construido con la documentación que nos
había encomendado el • mensajero del czar
de Rusia, y por ser de papel, era más en-
deble que el globo terráqueo; pero nos
10 14123Z zteciA

prestaba el servicio de traslación que ape-


tecíamos, alcanzando en pocos momentos
más altura que los francos, y casi tanta
como Aguilera, hasta el punto de llegar
inspirarnos serios temores, pues si por una
desgracia hubiera reventado, hubiésemos
llegado á la tierra convertidos en harina
lacteada.
Era necesario refrescar el interior del
globo á fin de que, haciendo más denso el
aire, descendiese hasta una altura decoro-
sa; y no teniendo á mano zarzaparrilla, lo
refrescamos mediante una corriente de
aires nacionales á voces solas.
El montgolfier fu é obediente y tuvo la
amabilidad de descender á unos 400 metros
sobre la tierra, altura menos alarmante,
pues de nuestra caída desde allí sólo hu-
biera podido resultarnos la defunción ins-
tantánea, pero nunca el odioso desmenuza-
miento.
Fuertecico debía de ser en aquellos ins-
tantes el viento que nos impulsaba, pues
el paisaje se iba desplegando velozmente
ante nuestros ojos, hasta el punto de que
no podíamos darnos cuenta de lo que veía-
mos, debido en parte á nuestros cortos al-
VIAJES MORROCOTUDOS II

cances. Sólo divisábamos unas especies de


manchas oscuras que debían de ser <S bos-
ques espesos ó pantanos cenagosos, aun-
que desde arriba parecían más bien riño-
nes salteados.
De pronto se nos apareció en el horizon-
te una altísima cordillera, que no habíamos
de tardar en trasponer, y ä fin de no cho-
car en sus lomos y rompernos los nuestros
(sobre que no nos gusta chocar en ninguna
parte), pusimos en práctica como expertos
aeronautas la operación de dilatar el aire
del montgolfier. Encendimos en una cásca-
ra de coco cierta cantidad de aceite, fruto
de su mismo seno; la aplicamos cerca de la
base del globo, en donde precisamente iba
impreso el anuncio de un polvorista, y vi.
mos realizado nuestro propósito con una
ascensión tan violenta que me río yo de
nuestra vecina Ascensión López, y eso que
ésta es violentísima.
Nos aproximábamos á las montañas más
y más, pero nuestra mala suerte nos con-
dujo al peor de los puntos accesibles, no
por su altura, sino porque allí tenía el ho-
nor de äguardarnos el cráter de un volcán
en activo servicio. Efectivamente, at los po-

12 PEREZ Z(1111GA

cos minutos de comenzar á trasponer aquel


chouberski de, ígneas entrañas nos encon-
tramos entre densas nubes de humo negro
y acre, que, abrasándonos la faz y sal-
picándonos de numerosas chispas, entre
atronadores estampidos, llegó á ponernos
el corazon como una humilde azofaifa.

.? En aquel:momento nos alegramos de no


haber llevado aún en nuestro regazo el
deseado trifinus, pues indudablemente hu-
biese llegado frito ä manos del inglés de
Barcelona, y aquél lo esperaba crudo.
Menudeando cada vez más, llegaron
rodearnos las chispas completamente. Qui-
zá por eso me llaman desde entonces «chis-
peante. escritor, cosa que me da mucha
rabia.
La tal cordillera tiene un nombre que
V1A,IRS MORROCOTUDOS 13

mejor que con la pluma podríamos expre•


sano con los platillos, pues se llama Thian-
Chang, que, traducido al castellano, quiere
decir (montes celestes», y como ya sabrá
alguno que otro de nuestros lectores, se-
para la China del Turquestän ruso sin ne-
cesidad de pasar por Torrelodones.
Bien podemos decir que cruzamos aque-
llos sitios como sobre ascuas, y por haber
salido de ellos sin quemaduras graves y
con el globo incólume bien pudimos dar-
nos con un coco en los pechos á falta de
canto.
Traspuestos los montes, el viento ami-
noró considerablemente y nuestra marcha
se hizo más agradable, sobre que se trata-
ba de un país completamente distinto de
los que habíamos recorrido.
Antes de pasar adelante, creemos opor-
tuno recomendar á nuestros lectores que
siempre que puedan prefieran el globo á la
carretilla, los zancos 6 cualquier otro me-
dio de locomoción, pues además de avan-
zar sin temor á, descarrilamientos ni atro-
pellos, se evitarán los enojosos registros
de las aduanas.
Afortunadamente, formaba parte de la
1 4 PEREZ ZÖ RIGA

documentación rusa que cerraba nuestro


globo un interesante mapa del imperio chi-
no, que, aunque estaba todo borrado y
hecho sin duda por algún veterinario de
Pekín, nos prestó buenos servicios durante
nuestro viaje sobre aquellas comarcas, por
lo cual lo pegamos en un sitio visible del
aerostato, entre la partida de bautismo de
un colchonero ruso y. el anuncio de una
subasta de cafeteras del mismo metal.
Preparando nos hallábamos una merien-
da de caracoles y yemas de coco cuando
vimos pasar por debajo de nosotros con
gran velocidad una población completa y
vistosa. Se conoce que llevaba prisa.
No era ésta, sin embargo, tan marcada.
que no nos permitiera hacernos cargo del
carácter del pueblo

Era todo de madera, y con las casas tan


bajas, que desde el globo nos pareció más
que ciudad un saldo de tejados. El rumor
de la población llegaba hasta nuestros cas-
VIAJES MORROCOTUDOS 15

tos oídos, pareciéndonos extraña hasta no


mas aquella mezcla de golpes de tantán,
voces de vendedores, ladridos de mucha-
chos y gritos de perros. Los trajes de los
habitantes eran muy raros, mezcla de chi-
no y turquestano, y todo ello resultaba
verdaderamente pintoresco. Lo único que
no pudimos ver, dada la velocidad y la
distancia, era si estaba echada ó no la lla-
ve de la despensa del mandarín.
En laä cercanías de la población pasta-
ban grandes rebaños de cabras aprecia-
bles, capitaneados por pastores amarillen-
tos, que con sus torcidos ojillos y la boca
de par en par miraban asombrados el paso
de nuestro globo.
Perdida de vista la población á igual-
mente perdidos los ganados (aunque esto
resulte extraño), pusimos los ojos en el
mapa mencionado y supimos que la ciudad
que acabábamos de ver era Kachgar y que
estábamos sobre Thibet, región de la China
donde las cabras son tan famosas como
aquí lo son (dicho sea sin ofender á las ca-
bras) D. Tancredo y Garibaldi.
Necesitábamos echar pie á tierra porque
nos molestaba ya un vuelo tan prolongado
16 PAR= ZIMIGA

y nos era preciso proveemos de algo que


nos enganchase ä un punto elevado de la
tierra.
Nuestro maravilloso ingenio y nuestra
prod'giosa actividad no podían estar ocio-
sos un momento, y esta vez
nos ayudaron en la cons-
trucción de un ancla, que
formamos con los herrajes
de los faroles del coche que
nos servía de barquilla y
valióndonos de un cable for-
mado por tiras del toldo
unidas entre sí fraternal-
mente con paciencia y con
goma.
Colgado del globo dicho
artefacto, dormimos tran-
quilos, esperando que lle-
gase la ocasión de echar el
ancla y sintindo la nostal-
gia de los camellos de la Meca con 6 'sin
odaliscas.
Al acostarnos el viento era fuerte y so-
plaba constantemente hacia Oriente, por
lo cual nos echamos :I dormir como dos
aeronautas bienaventurados.
VIAJES MORROCOTUDOS 17

Pasó la noche, con la particularidad de


que pasó más pronto para nosotros que
para el resto de la humanidad, pues ti. la
altura de 2.000 metros en que nos hallába-
mos amaneció mucho antes que en el nivel
de la tierra, á la cual veíamos desde lo
alto sumida en tinieblas.
Es decir, que mientras nosotros estába-
mos desayunándonos y leyendo los perió-
dicos de la mañana, olamos desde lo alto
cómo roncaban aún los conejos en sus ma-
drigueras y cómo se daban serenata unos
á otros los grillos del Thibet, que tienen,
dicho sea de paso, la particularidad de ser
lo mismo que todos los grillos del mundo.

...

o
II

F',1 amanecer.— Un bautizo en el aire.— 7 errible contra-


tiempo.— ¡Pobre Xauelarcf! — Telegramas alarman-
tes .—Un alma en pena.—La temperlad.—jValiente
frío!

Poco ä poco fueron coloreándose las cres-


tas de los montes, pues las de los gallos ya
estaban coloreadas, y el campo se sonreía
y el rocío, cayendo sobre nuestro montgol-
fier, nos hacía pensar que podríamos ser
víctimas de un reblandecimiento. (En el
globo, se entiende.) Gracias A que seme-
jante preocupación estaba compensada al
considerar que los habitantes de la tierra
se hallarían ä tales horas tomando la le-
che de burra para curarse los catarros per-
tinaäes.
Les chocará A ustedes que nos hubiéra.
TAJES MORROCOTUDOS ¡9
--
mos dormido tan tranquilos sabiendo que
el aire del globo, al enfriarse, dejaba de
sostenerlo en el espacio; pero debo ad-
vertirles que habíamos leído de antemano
los papeles que formaban el globo, y entre
ellos había noticias que encendían el pelo,
decretos que ardían en un candil y hasta
cartas amorosas llenas de fuego. ¡Calculen
ustedes la temperatura constante del aire
encerrado alfil
El primer acto oficial de aquel día fue
bautizar el globo que nos conducía. Estu-
vimos durante largo rato pensando qué
nombre le daríamos, y se nos ocurrieron
muchos, pero desechamos casi todos los
que pusimos en lista.
No quisimos llamarle Silvela , por temor
43, caer antes de lo que deseábamos; no le

titulamos Electro, porque no se había es-


trenado todavía el famoso drama de este
nombre; tampoco le aplicamos el nombre
de Ravachul, porque la explosión hubiera
sido inevitable, y, finalmente, á punto ya
de titularle Bella Chiquita, preferimos por
unanimidad que se denominara San Cara-
lampio, por ser el santo de aquel día.
Entre los festejos que en la barquilla ce-
20 PEREZ.ZIMIGA

lebramos para solemnizar el bautizo, hubo


algunos que parece increible que tuviése-
mos humor para efectuarlos, entre ellos
lidiar caracoles, emborracharnos con agua
de coco y jugar al escondite.
Todo iba bien hasta este momento; pero
como no había para nosotros dicha dura-
dera desde que salimos de nuestra patria
en busca del trifinus, ocurrió que después
de haber pasado el día sin novedad, á eso
del anochecer se me antojó fumar y pedí
un pitillo a mi compafiero, que se dispuso
ä entregármelo inmediatamente; pero en
el instante de 'verificarlo acertó ä pasar
volando junto al globo un
avechucho muy pequeflo y
sumamente raro que surca-
ba los espacios sin alas y
llevaba en la cabeza un go-
rro de punto.
Verlo Xaudar6 y querer
cogerlo exclamando ¿será
el trifinus? todo fué uno.
Pero no era lo malo que lo
quisiera coger, sino que,
perdiendo el equilibrio sin
que yo pudiera evitarlo,
VIAJES MORROCOTUDOS 21

desapareció instantáneamente, dejándome


aterrorizado y sin alientos para hacer otra
cosa que decir:
--¡Pobre Xaudaról ¡Se ha caído! ¡Dios
le depare un colchón de muelles!
Y menos mal que dejó en la barquilla la
petaca con los pitillos, y pude satisfacer el
deseo arriba indicado.
Hallábase el globo á 2.500 metros de al-
tura, la noche había extendido su negro
capuz sobre el haz de la tierra y densas ti-.
nieblas servían de envoltura ä San Cara-
lampio, que tan mal se había portado con
mi pobre compaflero.
Aunque las lágrimas nublaban mis ojos
casi por completo, con el menos nublado
de los dos miraba yo y remiraba desde la
borda de la barquilla hacia el abismo, por si
allá vislumbraba el cuerpo de mi desdicha-
do colega, quizá hecho tortilla sobre algún
melonar del Thibet. Pero todos mis esfuer-
zos y mis guiños fueron inútiles. Yo me
encontraba solo y desamparado allá arri-
ba, y el pobre Xaudar6 se habría sembra-
do involuntariamente en la madre tie-
rra, hecho, más bien que Etílicos, sémola
fina.
22 PICREZ 215111GA

todo esto el globo avanzaba por los


aires con creciente velocidad.
Lo primero que se me ocurrió, después
de fumar un cigarro por el alma de mi
amigo, fue pensar el medio de comunicar ä
Espaila tan terrible suceso, é inmediata-
mente me puse ä redactar dos telegramas
para la apreciable familia del precipitado
caricaturista, uno de preparación y otro de
reválida.
Aún conservo los borradores de ambos,
y por vía de curiosidad los copio ä conti-
nuación.
El de preparación decía así:

«España, Madrid.—Viuda de Xaudar6.—


Estando en globo ä 3.000 metros, Joaquín
cayó por coger supuesto trifinus. Posible
llegada ä tierra sin •fractura. Rezo Santa
Polonia para que no se rompa muelas.
Abrigo esperanza vuelva al globo de rebo-
te. No se asuste: Por si acaso, prevenga
director Blanco y Negro y Asociación Pren-
sa. De todos modos, chínchame posible
despanzurramiento Xaudard. Seguiré tele-
grafiando.
Zúaiga.•
VIAJES MORROCOTUDOS 23

Y el segundo era al pie de la letra como


sigue:
«Espafla, Madrid.—Seflora de Xaudar6.
—Confirmados temores. No se asuste. Joa-
quín falleció consecuencia caída globo.
Fragmentos suyos hállanse diseminados
Celeste Imperio. Sigo en barquilla arrasa-
do lágrimas. Publiquen retrato interfecto
en Gedeón, Semana Católica y Tío Jindama.
Requiescat in pace.
Zdftiga.»
Disponíame ä redactar el tercer telegra-
ma, dirigido á míster Sandwich, pidiéndole
una indemnización de 15 pesetas por la
desgracia de mi companero, muerto en ac-
tos del servicio, cuando of claramente la
voz del difunto que decía:
—Juan! i Juanl
—iCaracolesl—exclamé yo dando un sal-
to mortal.
No bien me oyeron los caracoles de la
cazuela, se asomaron á los bordes para
ver qué se me ofrecía; pero maldito el caso
que les hice, porque inmediatamente volví
oir la misma voz de antes, aunque mis
vigorosa, que repetía:
2 4 . PEREZ ZügfIGA

—1 Juan! ¡Juan!
Yo, señores, no he creído jamás en la
evocación de los espíritus, y mucho menos
yendo en un montgolfier; pero confieso que
entonces creí A pies juntillas (porque no
tenía valor para separarlos) que el ánima
de mi aplastado compañero deseaba cele-
brar una interview conmigo desde el otro
mundo.
—Qué quieres de mí?—pregunté aterra
do y convulso.
—Que me ices.
— Que qué te digo? Pues nada, que te
lloro y te rezo.
—Vamos—repuso la voz,—no pierdas el
tiempo y haz favor de izarme.
—¿Cómo te encuentras ahl?—pregunte,
aludiendo al otro mundo.
—Muy molesto.
—!Pobrecito!—dije para mf.—¡Está sin
duda en el purgatorio!
Püseme ü rezar por él un "padrenuestro
y un avemaría, y precisamente cuando lle-
gaba ü lo del vientre, ¡pum! se presenta
Xaudar6 en la borda, y watt! me desmayo
sobre los caracoles, y ¡pum! ¡pum! me
suelta el aparecido dos pescozones que

VIAJES MORROCOTUDOS 25

me hacen recobrar el co-


nocimiento.
- Apártate, ánima en
penal—dije yo, hacién-
dole la sefial de la cruz
y tirándole un coco á la
cabeza.
— 1 Bonito modo has
tenido de izarme!—dijo
el resucitado.
—Pero ¿eres tú?
—Yo, que al caer tuve
la suerte de quedar col-
gado del áncora por la pretina del pan-
talón.
—iToma! Pues ahora caigo...
Al decir esto me agarró Xaudar6 cre-
yendo que me correspondía el turno de las
caídas; pero pude continuar la frase.
—Ahora caigo — dije—en la cuenta de
por qué el globo no ascendió bruscamente
al quedarse sin los setenta kilos de com.
panero que perdía. Pero lo atribuí á un mi-
lagro de San Caralampio. Además, estaba
tan atolondrado, que no tuve ánimos mis
que para redactar estos dos telegramas, en
mi deseo de evitarte la contrariedad de.
7-Re.

PEREZ Z15211OA

comunicar por ti mismo una nueva tan in-


fausta.
Se los leí ÉL mi amigo, y después de dis-
cutirlo brevemente, acordamos no trasmitir
ni siquiera el telegrama de preparación,
pero si conservar los dos por si llegaba el
caso de tener que utilizarlos.
Cuando comenzábamos á recobrar la
tranquilidad, un fenómeno atmosférico vino
d inquietarnos de nuevo.
El San Caralampio avanzaba entonces
lenta pero continuamente, conservando su
elevadísim a situación.
El cielo empezó ä encapotarse á la una
de la madrugada.
Los relámpagos precedían ä los truenos,
como es costumbre inmemorial, y la at-
mósfera se iba poniendo caliginosa, lo cual
pudimos apreciar sólo de oído, es decir,
sin mirar siquiera el barómetro, porque
no le teníamos.
Densa polvareda nos cegaba, haciendo
desaparecer de nuestra vista la tierra, que,
cargada de efluvios eléctricos, disponíase á
recibir en su duro seno los efectos pavoro-
sos de una tempestad equinoccional ver-
daderamente aterradora. Los pájaros, pian-
VIAJES MORROCOTUDOS 27

do misereres, huían despavor idos en todas


direcciones; las fieras desafin aban rugien-
do bajo nuestras inseguras plantas; millo-
nes de criaturas, presintiendo una heca-
tombe terrible, buscaban refugio cabe los
débiles hogares que el huracán, con des-
piadado y formidable resoplido, amenazaba
destruir, ó cabe las abruptas peñas do na-
tura puso... Por cierto que empezaron á
caer gotas como panderetas, llegando tl
formar un aguacero chino de mil demo-
nios
Aquella tempestad era lo que llaman por
allí un tifón, y tomó tales proporciones
que hizo temblar a San Caralampio más de
una vez.
¡Qué modo de juguetear el viento con el
globo! ¡Qué modo de agarrarnos nosotros
las cuerdas! ¡Qué modo de crujir el santo
por todas partes!
Aquello era imponente, y tuvo su térmi-
no en la violenta subida que experimenta-
mos cuando perdimos la cazuela de los ca-
racoles, que, al torcerse el globo, cayeron
de la barquilla, dándome un disgusto, pero
al mismo tiempo quedándome la esperanza
de que reaparecerían, como Xaudaró.
28 PEREZ

Nosotros nos habíamos sobrepuesto á las


alborotadas nubes. Mirábamos arriba, y el
sol nos cegaba; mirábamos abajo, y nos
cegaban las centellas. Estábamos, pues,
entre dos fuegos, como los macarrones á
la italiana, y deseábamos salir de la situa-
ción de macarrones, pues si el espectáculo
era sublime, nuestro canguelo no le iba en
zaga, por el temor de que el globo reven-
tase y pudiéramos caer precisamente enci-
ma de un trueno gordo.
Además de esto, nos intranquilizaba el
descenso de la temperatura. Íbamos sin-
tiendo un frío alarmante. Los bigotes iban
adquiriendo rigidez, las narices iban to-
mando el matiz de los pimientos morrones,
y el castafieteo de nuestros dientes llegó :I
acentuarse tanto que parecía que, en vez
de dentaduras, llevábamos carracas dentro
de la boca.
No sabíamos ä qué atribuir semejante
fenómeno, pues la altura sólo era de 6.400
metros, y como no encontramos por allí
nadie que nos pudiera explicar la causa del
frío, para dar con ella tuvimos que calen-
tarnos mucho los cascos. ¡Calculen uste-
des el trabajo que esto nos costaría, dado lo
VIAJES MORROCOTUDOS 29

bajo de la temperatura! Tan pronto creía-


mos que nos aproximábamos á las regiones
glaciales, como nos anunciaban una fiebre
los escalofríos, como nos parecía que pe-
netrábamos en una inmensa garrafa,
¡Cuánto echamos de menos, al sentir ne-
cesidad de abrigo, aquellos trajes de oda-
liscas que regalamos en el mar Caspio, y
aquella piel de león que abandonamos en
los bosques de Africa! (1). No teníamos ni
unas miserables chalinas con que taparnos
las respectivas nueces, ni un triste kilo de
arrope con que arroparnos.
Tres horas después, cuando habíamos
tiritado y estornu-
dado cuanto Dios
quiso, las nubes
comenzaron d disi-
parse y logramos
divisar á nuestras
plantas la enorme
cordillera de Tan-
la, los montes de
Burkhan Buddha y el Bajan Kara, cubiertos
todos de nieve y formando ventisqueros

(t) Wanse los tomos 1 y U de estos VIAJES.



30 PiREZ

imponentes, capaces de convertir en altos


sorbetes los altos hornos.
No pudimos menos de acordarnos de la
horchata de chufas, pero ante su lamenta.
ble ausencia, tuvimos que conformarnos
con coger unas pajas que habían quedado
en un cajón del coche que nos servía de
barquilla (ya que ä ésta no podíamos con-
vertirla en macho), y chupar con ellas la
nieve de las empinadas crestas que rozába-
mos al pasar.
Las cordilleras aludidas constituyen un
paisaje tristísimo y espeluznante. En ellas
cualquier tourista atrevido, al sentir la nos-
talgia de la vegetación y de la vida, se
acuerda seguramente del repollo tierno y
de la camilla mistericisa.
Viajeros como Prjevalsky, Bonvalot y
H. de Orleans describen estos montes, ha-
ciendo con la pluma gestos de horror, é
indudablemente más de cuatro señoritos de
los que en invierno se lavan con agua tibia,
fallecerían sólo al mirar el mapa en donde
figura la tal cordillera.
Nosotros, en cambio, considernidonos
muy por encima de todos ellos, encontrá-
bamos la nieve bastante fresca, pero no
VIAJES MORROCOTUDOS 31

tanto que nos desmayásemos ante su fatí-


dico aspecto.
Din ase que sobre las mesetas de las
montañas formaba la nieve un blanco su-
dario; pero este símil, sobre parecernos ex-
traordinariamente cursi, resultaría inexac-
to, toda vez que la idea del sudor y la rea-
lidad de la nieve son cosas incompatibles.
Lo que más nos atormentaba en aquellos
instantes era pensar que si el trifinus me-
lancólicus se hallaba por allí estaria muer-
tecito de frío aunque llevase chaleco de
Sayona.
III

Gazuza magna.—£1 ilustre mandarin.— Una pequeña


interview y una gran travesura.— Ya hay provisio-
nes—Abajo el gobernador!

El viento seguía soplando en la dirección


que previamente le habíamos marcado.
Traspusimos por fin las montafias que tan.
to refrescaron nuestro ser, y tuvimos el
gusto de contemplar desde la altura una
gran población, que, según el ya citado
mapa, era Barkut, cuyo descubrimiento
nos agradó mucho, porque las provisiones
se nos habían acabado y era preciso repo-
nerlas. Tal era nuestro apetito y nuestro
deseo, que al la vista del poblado, ya olía-
mos con la nariz de la imaginación el ja-
món con tomate que por allí guisaban.
Al cabo de pocos minutos, cuando está-
VAJES MORROCOTUDO8 33

bamos encima de la ciudad, decidimos ba-


jar á ella para comprar víveres, y con este
objeto echamos el anda sobre uno de los
primeros edificios, dejándola enganchada
en el alero del tejado. La casa china crujió

y todos sus habitantes se estremecieron de


arriba ä abajo, corriendo desalentados ä
enterarse de la causa del crujido.
Ä los aullidos de aquella gente acudie-
ron multitud de curiosos chupándose la
punta de la coleta en sefial de asombro.
No tardamos en deslizarnos desde el
globo por la cuerda colgante y en penetrar
en la vivienda por un mirador, rompiendo
3

34 PAREZ ZÚRIGA

al efecto un cristal, que por cierto era de


porcelana, como todos los de la casa.
Nuestra presencia en la habitación pro-
dujo terrible sorpresa en su dueño, que
prorrumpió en grandes exclamaciones, cre-
yendo que llegábamos llovidos del cielo y
que éramos algo así como un par de sobri-
nos de Confucio.
¡Qué confución se armó en la casa inme-
diatamente! Varios soldados se incautaron
de nuestros cuerpecitos serranos, y antes
de que nos ultrajasen en chino, se nos ocu-
rrió decirles:
—Mandarín, mandarín.
Y era que deseábamos conferenciar cuan-
to antes con la primera autoridad local.
Nos entendieron afortunadamente, y en-
tre los grupos de curiosos que se agolpa-
ban á vernds, pues nuestra raza y nuestro
aspecto eran desconocidos para ellos, lle-
gamos al palacio del gobernador, no sin
preguntar ä un soldado tuerto si el bicho
cuya imagen llevaba en el pecho era el
trifinus por casualidad, á lo que el interpe-
lado nos respondió inmediatamente con una
desvergüenza china.
El gobernador era un chinito entrado en

VIAJES MORROCOTUDOS 35

afíos, sacudido de carnes, bajito, de un peso


que no excedería de tres kilos (incluyendo
la coleta) y que llevaba unas gafas redon-
das con armadura de Concha y Sierra, y
un riquísimo traje azul oscuro con idas
encarnadas y vueltas verdes, todo bordado
en oro por las monjas adoratrices de Pe-
kín, completando su indumentaria, un co-
llar de masa coral y una pluma de pavo
real en pepitoria sujeta al centro del gorro,
y que tan pronto miraba al cielo como caía

hacia atrás, haciendo cosquillas en la pun-


ta de la nariz al secretario que le escol-
taba.
Tan pronto como llegamos ante el man-
darín, éste mandó que nos sirvieran te frío
con melocotones de Aragón, y mientras lo

36 PEREZ ZeRlIGA

tomábamos, nos pidió el pasaporte y nos


sometió al siguiente interrogatorio:
— Por qué venís de Occidente?
—iVelay ustedl—le contestamos.—Ca-
. prichitos de míster Sandwich.
—¡Sois espías?
—No, sefior; somos madrileños.
—¿Venís á predicar vuestra religión?
—No pensábamos hacerlo, pero si usted
quiere...
—Lo que quiero es que os marchéis de
aquí — añadió , mascando unas pipas de
sandía.
—¿Largarnos? Eso no. Nuestra misión
es buscar un animal.
—Pues aquí no hay nuts animal que una
tía mía que ha venido de Lang-Tu-Tsí
veranear.
--Esa tía no nos sirve — dijimos.—El
animal que deseamos es otro.
— Cullo?
—El trifinus melancólicus.
Una risita chinesca, que revelaba la ma-
yor desconfianza, di6 fin A la entrevista.
Hizo seña el buen señor para que nos con-
dujesen fuera, y al pedirle medios de ad-
quirir comestibles nos los negó porque la

VIAJES MORROCOTUDOS 37

moneda turquesiana que llevábamos no


podía ser cambiada hasta Pekín, á no ser
que la quisiéramos falsa.
No estábamos dispuestos ä morirnos de
hambre, y así se lo declaramos al manda-
rín; mas como se limitase á ofrecernos
unas pastas de variados colores, fritas con
alcanfor para que no se apolillasen en el
estómago, nos obstinamos en adquirir de
grado 6 por fuerza comestibles más deco-
rosos, porque las tales pastas sabían A
beso de galápago y eran inaguantables.
El gobernador, despreciando nuestra bra-
vata, nos hizo salir de su palacio á gran
velocidad, pues tenía que ocuparse ä la
sazón en recibir por sí mismo los tributos
que en artículos cómicos, 6 sea de comer,
le ofrecían sus gobernados diariamente.
No echamos en saco roto lo de los tales
artículos, y con la mejor sonrisa de nues-
tro repertorio invitamos al mandarín A que
nos acompañase ä la barquilla del globo,
asegurándole que allí guardábamos un do-
cumento que sólo podría ver él mismo y en
el cual se consignaba un secreto del que
dependía la felicidad de toda la China.
Recordando nosotros la facilidad con que
PEREZ Z15RIGA

se engafia ä los chinos, no vacilamos en


valernos de este ardid para llevarnos a/
gobernador, quien como un borreguito nos
acompafió hasta la casa en cuyo tejado es-
taba anclado San Caralampio.

Llevando á remolque el esmirriado per-


sonaje, trepamos por el mirador hasta el
globo, y aunque con algún trabajo, conse-
VINOS MORROCOTUDOS 39

guimos vernos en compallia del goberna-


dor dentro de la barquilla.
No bien lo tuvimos allí, corté rápida-
mente la cuerda del anda y el globo ad-
quirió en un instante una elevación que
dejó sin respirar al mandarín y nos puso
fuera del alcance de sus subordinados.
En cuanto pudo el hombre de la trenza
darse cuenta de sí mismo, le planteamos
nuevamente la cuestión de las subsisten-
cias en estos términos:
—4:5 nos proporciona usted alimentos, 6
nos alimentamos con usted.
Poco fué lo que vaciló el chino, quien,
después de protestar contra nuestra infa-
me traición, nos dijo que si le dejábamos
bajar á sus dominios, accedería á nuestra
demanda y nos atracaría de comestibles.
—illagrasl—le dijimos en alas de nues-
tro apetito.—Usted lo ha de pedir desde
aquí, y después, por donde hayan subido
los manjares bajará usted ä tierra.
Entre tanto, la población rugía á nues-
tros pies. Nadie comprendía lo que signifi-
caba todo aquello, y en medio de grandí-
simo alboroto, percibíamos palabras mal-
sonantes, como : «Hueng-Ching», «Gang-
.40 PEREZ ZÚRIGA

Gong» y «Chin- Gang., que no pueden so-


nar peor.
Entonces hicimos descender el globo
una altura de 20 metros para que nuestro
cautivo pudiese perorar fácilmente desde
la barquilla, y así exclamó con voz de foca
amaestrada:
«Ciudadanos del Celeste Imperio : En
nombre del Tien-Tsen (el hijo político del
cielo), ordeno y mando que me subáis un
cesto con cien patas de ánade, trece aletas
de tiburón, dos lechones asados, una arro-
ba de nidos de salangana (1), seis faisanes
dorados ä fuego, seis kilos de balate (2),
compota de ratones ä la vainilla y una car-
ga de saki (3) para beber.»
Inmediatamente descolgamos una cuer-
da y en ella engancharon al poco rato el
cesto pedido por el mandarín, con lo cual
la barquilla que recibió la carga alimenticia
pasó ipso facto A ser una barquilla rellena.
La multitud manifestaba su creciente
asombro, y éste llegó al delirio cuando,
viéndonos en la precisión de soltar lastre,
(i) Salangana, especie de golondrina.
(2) Balate, marisco seco.
(3) Saki, bebida hecha de arroz fermentado.
VIAJES MORROCOTUDOS '41 •

arrojamos sobre los grupos unos cuantos


cocos, que asustaron no sólo á los nifios,
sino ä los chinos grandes, que con la boca
abierta nos contemplaban desde abajo.
Considerando meramente como lastre al
mandarín, una vez que nos había facilitado
los víveres, decidimos arrojarle de cabeza
desde el globo, y elegimos para su caída

.%;"7-•

un arrozal de arroz sito ä los 92 grados 6


milésimas de longitud y 45 grados 2 milési-
mas latitud del meridiano de París. Despe-
dido, pues, cortésmente desde una altura
de 4 metros, quedó pataleando en la fan-
gosa cuna del arroz y constituyendo una
improvisada paella china. En el mismo ins-
tante se verificó la gloriosa ascensión de
42 PAREZ ZerRIGA

San Caralampio con la rapidez que acos-


tumbraba en cuanto se le quitaba un peso
de encima, y nosotros, ya tranquilos y bien
pertrechados, nos deleitamos en contem-
plar la ciudad de Barkut.
IV

Barkut.—Fdbrica de cometas.--Siempre en el aire.—


Fuegb por abajo.— El globo enferma.—Panorama
sangriento.

Burkut es una población muy extendida,


formada por casas de un solo piso con jar-
dín, cruzada por un canal que abastece de
aguas A los barkutenses, tanto para beber
como para afeitarse, y limitada hacia el
Este por fortificaciones y estratégicos ba-
luartes, cuyas puertas dan paso á una ca-
rretera que no supimos si moría en Pekín (S
en Fuenlabrada.
Cuando estábamos haciendo estas obser-
vaciones hubimos de hacer otra, cual fué
la de que saltó y vino un viento Norte que
no estaba anunciado en el programa.
La variación del viento . nos contrarió
bastante, pero no tanto que nos hiciera

44 PISREZ MAMA

perder el apetito, y en nuestro generoso


afán de satisfacerlo, nos pusimos A comer
algo de lo mucho que conducíamos y que
jamás habíamos probado.
El balate seco presentaba un aspecto re-
pulsivo, pero luego nos supo tan bien que
nos obligó ä chuparnos los dedos mutua-
mente. Los nidos de salangana nos parecie-
ron gelatinosos, pero esaboríos. Las aletas
de tiburón nos supieron á. mojama distin-
guida, y la compota de ratones... pa el
gato.
Mientras nos entreteníamos honestamen-
te en hacer la digestión de la comida, ame-
nizada por las libaciones del saki, que no
embriaga, pero tampoco refresca, fuimos
aproximándonos ã otra población, cuyo
nombre consultamos en el mapa, resultan-
do llamarse Khumí.
Realmente, Khumí no nos importaba un
khumino, y por esta razón pasamos sobre
ella sin detenernos. Lo único que nos cho-
có allí fue una importantísima fábrica de
cometas, que probablemente estaría movi-
da por aguardiente alcanforado 6 cosa así
y en cuyo corral de pruebas estaban ensa-
yando nueve ó diez ejemplares de distintos
^r.T1


VIAJES MORROCOTUDOS 45

colores y tamafios, siendo de notar sobre


todas una cuya silueta, representando un
monstruo, nos recordó él la patrona de la
calle del Sombrerete.
Antes de alejarnos de aquellos espacios
nos ocurrió un incidente, debido á que la
más alta de las cometas pasó rozando vio-

lentamente con nuestro globo y le hizo un


soberbio siete, que había de ser inmedia-
tamente tapado, pues de lo contrario nos
exponíamos ä que se nos escapase el aire
por el agujero, y esto, sobre ser de mal
tono, podía causarnos una verdadere ca-
tástrofe aérea.
Tapar un agujero con la correspondien-
te cola es cosa sencilla; pero San Caralam-
pio no llevaba cola. Entonces lamentamos
46 Mitas züntoA

habernos ya desviado de la fábrica de co-


metas, puesto que entre ellas había algu-
nas de abundante cola, y no hallando otra
salida para evitar la del aire, echamos
mano de la compota de ratones á fin de
pegar con ella sobre el boquete el título de
hijos adoptivos de Budah que nos dieron
en Smarkanda (1), con lo cual quedó el
globo como nuevo, aunque un poco des.
mejorado.
El viento, que siempre fue variable y
tornadizo cual mujer coqueta (valga la
comparación por su novedad), tuvo el ca-
pricho de soplar del Oeste y así recobra-
mos el puesto de Francos Rodríguez, 6 sea
la buena dirección del globo.
En efecto, la dirección no era mala; pero
San Caralanzpio se iba cansando de ser
bueno, y unas veces cabeceaba más de lo
conveniente, otras adquiría caracteres de
higo de Fraga y otras, en fin, se llenaba
de un flato cuyas manifestaciones melódi-
cas nos hacían poquísima gracia.
Por lo que pudiera ocurrir, y para pasar
la noche con relativa tranquilidad, resol-

(i) Véase el tomo II de estos VIAJES.


TAJES MORROCOTUDOS 47

vimos desprendernos de algo de lastre, co-


menzando por arrojar ä los espacios un
ratón de la compota, cuya falta hizo subir
el globo centímetro y medio. No lo consi-
deramos suficiente y arrojamos el resto del

Id
postre, varios cocos y varias aletas de ti-
bur6n, que en cuanto se vieron en el aire
echaron Ét volar. Después ae arrojar todo
esto y de felicitarnos mutuamente por el
arrojo con que habíamos procedido, aca-
bamos por arrojarnos en brazos de Morfeo,
que nos arrulló durante muchas horas.
De esta manera, y soñando unos ratos
con el trifinus y otros con nuestros parien-
tes más lejanos, es decir, con los que ha-
bíamos dejado en España, navegamos por
el aire sobre inmensas llanuras, cuya mo-
-notonía cortaba de vez en cuando alguna
que otra pequeña población medio arrasa-
da y completamente revuelta.
Todo esto lo presentíamos, pues, según
acabo de manifestar, pasábamos por alli
completamente dormidos.
r.73"7"
e

48 PfiREZ ZÜRIGA

Nos despertaron algunas sacudidas brus-


cas del globo, que sin duda se iba propo-
niendo declararse en huelga y juzgarnos
insoportables por más tiempo. Se imponía
la necesidad de seguir arrojando lastre, y
no quedándonos ya más que las patas de
ánade en la barquilla, vímonos precisados
echar las patas por alto y lanzarlas al
aire, aun a riesgo de que el que pasase por
debajo recibiese alguna patada involun-
taria.
Indudablemente, en los territorios que
íbamos dominando (y esto no es alardear
de conquistadores, sino de aeronautas) ocu-
rría algo extraordinario. Dedujimos que
andaban por allí en plena guerra chinos y
europeos, y hubiéramos dado cualquier
cosa por ver á San Caralampio tan tieseci-
to como en sus buenos tiempos y no en si-
tuación de hacernos caer de cabeza en
meJio de alguna descomunal batalla.
Nos fijamos en la poblaCión. más próxi-
ma, de cuyos edificios, envueltos en nubes
de humo, salían llamas, voces, ruidos y
otras frioleras, y no pueden ustedes figu-
rarse el efecto que aquella catástrofe nos
produjo. La población ardía por todos sus
VIAJES MORROCOTUDOS 49

costados, que eran cuatro próximamente,


y nos interesó conocer su nombre; pero
sin duda el fuego lo había borrado por com-
pleto.
No habíamos visto arder en chino cosa
alguna hasta entonces, y nos impresionó
mucho el ver ä las chinas chamuscadas, ä
los chinos achispados y á sus ligeros edifi-
cios, convertidos en sendas hogueras, re-
beldes ä la acción de mil bomberos, que
iban ä cumplir su ardiente misión avi-
sados por las campanas de las parro-
quias.
Nos dió lástima ver arder una cama de
matrimonio, con el matrimonio dentro, en
una casa que había perdido la techumbre,
y colocándonos encima del incendio, de-
rramamos algunas lágrimas sobre los car-
bonizados colchones, gracias ä las cuales
conseguimos dominar el voraz elemento,
mientras el citado matrimonio manifestaba
su gratitud, no ä nosotros, sino ä Confu-
cio, por aquel patente milagro.
Amanecía. El globo, cada vez más inse-
guro y con miras menos elevadas, nos per-
mitía ver desde cerca el aspecto aterrador
de aquel paisaje... Y ahora viene bien un
4
50 PEREZ ZIMIGA

poco de poesía para la descripción del


mismo, si ÉL ustedes les parece oportuno.
Sobre los tristes campos que circundan
la población osténtanse ilimitados regue-
ros de sangre humana mezclada con san-
gre de chino. Aquí y acullá revuelcanse
los cadáveres aún vivos de millares de di-
funtos próximos A exhalar el ¡ay! postrero.
Las fatídicas aves de rapiña, esgrimiendo
sus corvos picos cabe los restos pútridos
de la soldadesca, dispútanse los hígados
•••~..
••
,"

*-
,a
[(274-i 0,41.1x.- •

alemanes y las coletas chinas, deleitándose


en su repugnante festín mientras viva-
quean por doquier los boxeres, ahitos de
entrañas de mandarín, al son de los caden•
ciosos relinchos de los corceles moribun-
dos y del monótono can to guerrero de los
pabellones negros que pululan traidoramen-
te bajo un cielo rojizo que parece reflejar en
su epidermis, tinta en sangre, la desola-
ción que reina en aquella jnfelice comarca

VI AJES MORROCOTUDOS 51

do millares de seres humanos de distinta


raza, sometidos ä los caprichos bélicos del
dios Marte, corren, suben, bajan, pinchan,
rujen, rajan, sucumben...
—¿Tienes por ahí la escofina Losada?—
me preguntó Xaudar6, profundamente con-
movido.
—Si, tómala—le contesté, dando con la
imaginación un salto desde la sublime poe-
sía de las guerras hasta la vil prosa de los
callos.
El murmurio de la escofina en las altu-
ras, entremezclado con los sollozos de los
heridos allá en lo profundo, formaban sin
igual concierto que henchía de pavor el es-
píritu mejor templado.
¡Quién había de haber pensado que nos-
otros, pobres soldados de la literatura y el
arte, íbamos ä presenciar la guerra de
Oriente á consecuencia de andar buscando
por el suelo de la China, desde la altura de
un globo, el animalucho 'cuyo descubri-
miento nos tenía encomendado un inglés
desconocido!
y

Chinos y europeos.—Sobre el campo de batalla.—Los


pepinos volantes.— Últimos instantes de un santo
aéreo.— ¡Cataplum!— Prisioneros de guerra.— De
Herodes d Pilatos.

San Caralampio hizo un supremo esfuer-


zo en medio de su estado anémico para
continuar conduciéndonos en la dirección
apetecida, gracias al dits Eolo, que promo-
vió un vendaval de mil diantres, sin duda
por juguetear con nuestra empingorotada
embarcación.
No era, sin embargo, tanta la rapidez
que nos impidiera ver con toda claridad las
sefiales de una guerra encarnizada que se
celebraba debajo de nosotros.
En cualquier punto donde cayéramos
corríamos el peligro de que, después de
VIAJES MORROCOTUDOS 53

fallecer hechos tortilla, nos cogieran pri-


sioneros unos ä otros y nos condenasen ä
muerte.
Elevamos al cielo la mirada y, mientras
tal hicimos, nada vimos de lo que ocurría
debajo; pero después observamos destaca-
mentos de tropas que parecían .alemanas
por su olor ä cerveza, otros grupos de
soldados de astracán con vueltas de piel
que descubrían su procedencia rusa, y en
las lejanías nutridas masas de chinos con
los pelos erizados y los vientres descom-
puestos.
Tan pronto como los europeos se fijaron
en San Caralampio, comenzaron ä cuchi-
chear y a manifestar su escama.
Algunos soldados atrevidos dirigieron
sus disparos ä nuestra barquilla, desde la
cual íbamos recogiendo con las manos
cuantos proyectiles nos lanzaban, con ob-
jeto de reunir un poco más de lastre y aun
de tonificamos con hierro si nuestra san-
gre se debilitaba algän día.
Antes del anochecer oímos repetidos to-
ques de fusil y disparos de corneta, ti vice-
versa. Se verificaba un encuentro.
Las avanzadas chinas se encontraron
54 PAREZ

con las avanzadas rusas, y nosotros nos


encontramos llenos de terror ante la idea
de que el globo exhalara el ültimo suspiro
y nos hiciera caer encima de una trinchera
en el preciso momento de estársela dispu-
tando los enemigos.
En tan apurada situación, casi, casi sen-
tíamos la nostalgia de los aaufragios, de
los festines de carne humana y del toreo
turquestano , sobre que considerábamos
algo difícil que el tri finus anduviera tran-
quilamente por el campo de batalla, pues
en el tal campo no suele haber más anima-
les que los mismos combatientes.

\\ II/ ly
401;71
it
.111.
Th

017* .' <

Nuestro presentimiento se cumplía, por


desgracia. Empeñados los chinos en una
lucha desesperada con un regimiento ale-
mán, disparaban sus baterías con gran de-

VIAJES MORROCOTUDOS 55

cisión, y pasaban zumbando cerca de nos-


otros más de cuatro pepinillos en vinagre.
Éstos se emplean generalmente para
abrir boca, pero aquéllos llevaban la in-
tención de abrir un boquete á San Cara-
lampio, y asustados nosotros ante tal ries-
go, en un santiamén nos encaramamos en
las cuerdas, y con el fin de subir ä poner-
nos fuera del alcance de las balas, corta-
mos la barquilla y la dejamos caer en el
preciso instante en que un nuevo pepino
chocaba con ella en el espacio y la conver-
tía en serrín, que produjo en las masas el
efecto de una nevada copiosa.
Cuando nos desprendimos de la barqui-
lla sufrimos una sacudida tan brusca, que al
elevarnos fuimos víctimas de un vértigo, 6
mejor dicho, de dos vértigos (uno cada uno),
y en uno de los batimanes que hubimos de
hacer para establecer el equilibrio, di con
el pie derecho un golpe en la superficie del
globo y sentí que saltaba el papel por aque-
lla parte, debido á lo cual volvió ä descen-
der nuestro montgolfier después de haber
logrado 7.000 metros de altura sobre el ni-
vel intelectual de los mares.
No había remedio para nuestra desgra-

56 PäREZ ZI5kIGA

cia. La caída era inminente y nutridísimo


el tiroteo que ít nuestros pies se desarro-
llaba.
Agarrados como los monos á los restos
de San Caralampio, comenzamos ä murmu-
rar una plegaria, que hizo plegarse al glo-
bo inmediatamtnte.
Estábamos perdidos. Cerramos los ojos
y distribuimos nuestro tiltimo pensamiento
entre el trifinus y la familia, cayendo ins-
tantáneamente á tierra, y quedando mi
compaiiero sentado en una mochila y un
servidor en una cantinera.

No sé si 21 causa del golpe ó por conside-


rar lo ridículo de nuestra presentación en
el campamento, perdimos una buena parte
del sentido, y no dimos las buenas tardes
á la tropa que nos rodeaba.
Acercósenos un veterinario alemán, y
después de pulsarnos, dijo ä los soldados
VIAJES MORROCOTUDOS 57

que Xaudaró tenía una conmoción cerebral


en una rodilla y yo un descenso prematu-
ro en todo el cuerpo, aconsejando que nos
condujeran á los bafios de Cestona sin per-
der un instante.
Miramos despreciativamente al veterina-
rio, y después de hacer un lío con los res-
tos del globo para entregárselos a su des-
tinatario, preguntamos por el generalísimo
de las tropas rusas, que no pudo presentär-
senos porque estaba cosiéndose un botón en
los calzoncillos. Le mandamos un segundo
recado invitándole á leer el globo, y nos
contestó que no acostumbraba á leer más
que el Newostg y El Siglo Futuro; pero,
una vez convencido de que el tal globo no
era el reputado periódico madrilefio, se dig-
nó llegar hasta nosotros y hacerse cargo de
aquel montón de papeles interesantes.
Los examinó rápidamente, y no hallando
el documento oficial que acreditaba nues-
tra personalidad y servía de salvoconduc-
to para nuestro paso por aquellas regio-
nes, pregunt6nos por él, y caímos en la
cuenta de que yo había metido la pata,
pues indudablemente era el trozo que rom-
pí con el pie cuando nos desbarquillatnos.
Fer,.


58 PREZ

El generalísimo nos miró con desconfian-


za, sospechando que podíamos haber roba-
do todo aquello, y se le ocurrió inmediata-
mente mandarnos presos ä Pekin, mientras
él telegrafiaba al gobierno de Moscow para
esclarecer la verdad.

Antes de dejarnos conducir pregunta-


mos ä un cabo de gastadores si por el
campo de batalla solfa pasearse un animal
denominado -trifinus melancólicus, y nos
contestó que no había en su regimiento
ningán animal que se llamase así, y que tal
vez escarbando en el cuartel general pu-
diéramos encontrarlo.
No tardaron en rodearnos unos veinte
soldadotes muy abrigados y muy ásperos,
las órdenes de un oficial tuerto, que nos
recordó el verde caimán del Nilo Azul.

VIAJ2S MORROCOTUDOS 59
El oficial nos dijo, en un francés sistema
011endorf, que estábamos prisioneros de
guerra por creernos sospechosos, y en
nuestra conducción tuvimos que agrade-
cerle que nos mirase con media benevolen-
cia, pues, como queda dicho, tenía un ojo
nada más.
El pueblo más cercano al lugar de nues-
tra caída era Lan-Tchen, y allí tuvimos un
descanso que podríamos llamar racional,
puesto que allí nos racionarnos convenien-
temente, y salimos en seguida para Tsig-
Nag, sin saber algunas veces si íbamos to-
davía en globo, (5 en camello, Ó á nado,
pues llevábamos la cabeza ti astornada y
mucho miedo á nuevas desventuras.
Poco antes de llegar al último de los ci-
tados pueblos, los dos soldados que iban de
avanzada retrocedieron asustados hasta
nosotros, y no pudieron por el pronto al-,
ticular palabra; pero nos mostraron el es-
cote para que viéramos que traían carne
de gallina, y esto nos convenció de que al-
gún contratiempo se nos venia encima.
El contratiempo era un grupo de chinos
que no llegaría á 60.000, pero pasaba de 14,
haciendo forzoso un combate desigual, en
6o PÚA= ZAIGA

el cual teníamos que tomar parte activa


para defender una causa que nos importa-
ba tres pepinos.
Preparados para la defensa en primera
línea, rezamos in mente un Credo, y cuan-
do ya nos faltaba poco para llegar ä Pon-
cio Pilatos, ¡cataplum! el jefe del destaca-
mento dejó de ser tuerto porque un pro-
yectil con trenza se le coló por el ojo sano
como Pedro por su casa, dejándole ciego
completamente.
Otro grupo de boxers atacó nuestra has-
ta entonces incólume retaguardia y nos vi-
mos envueltos y copados por la fuerza ene-
miga.
Al ver cómo el jefe perdió totalmente la
vista me apresuré A. ofrecerle mis gafas,
que aceptó desde luego para poder prose-
guir la campafia, aunque sólo las tuvo un
rato, pues A mí me hacían mucha falta.
El jefe del destacamento chino, duefio de
nuestras vidas, ordenó el traslado de los
prisioneros A Tayuan. De modo que de
prisioneros de los rusos pasarnos A serlo
de los chinos.
Como ustedes comprenderán, lo mismo
nos daba ser una cosa que otra. Todos nos
VIAJZS MORROCOTUDOS 6i

parecían muy brutos y muy feos y ä nin-


guno entendíamos una palabra. Lo que de-
seábamos era salir ä tierras neutrales con
trifinus ó sin e.
VI

Condenados d muerte.— La capilla de Confucio.— (In


cuadro al fresco.— Últimas reflexiones .—ciMorimos
rl quP—En Tien-Tsin —Caminito de la costa.

Tayuan era el cuartel general del ejér-


cito chino, y el generalísimo, llamado Fu-
Chi-Na, no anduvo perezoso para mandar
quitarnos de enmedio, porque los víveres
escaseaban y no quería mantener zánganos
europeos, sobre que aquel día estaba de
muy mal talante porque 11 la criada se le
había pegado el arroz.
La orden de fusilamiento nos fuó comu-
nicada rápidamente y no creimos salir con
bien de situación tan horriblemente china.
Entramos en capilla. En ella se veneraba
un Confucio de porcelana un si es no es
desportillado y alumbrado con dos luces
de bengala.
VIAJES MORROCOTUDOS 63

Por cierto que allí no había un mal her-


mano de la Paz y Caridad; ¿qué digo her-
mano? ¡ni siquiera un primo! Lo que sí ha-
bía para ayudarnos ä bien morir era un
par de sacerdotes budistas bastante tripu-
dos que pretendieron inculcarnos de prisa
y corriendo los misterios de la religión de
Confucio, con el propósito de que, una vez
fusilados, fuéramos derechitos al Sol.

Pero siempre hemos preferido la sombra,


aunque cuesta más cara, y como además
no era tal nuestro itinerario, pues no juz-
gábamos fácil que estuviera el trifinus en
el Sol, rogamos ä aquellos tíos agonizan-
tes que no se molestasen, porque Confucio
nos tenia con menos cuidado que Garibaldi.
Excuso decir que, aunque estábamos
acostumbrados ä peligros inminentes, aque-
llo nos tenía lacios, si que también ojerosos.
las siete y veinte de la tarde entraron
en la capilla dos chinos de la prensa, que
64 PitREZ

nos tomaron primero el pulso y después el


pelo, apuntando en unos papeluchos pinta-
rrajeados el número de nuestras pulsacio-
nes, el de nuestros bostezos y el de nues-
tros hijos, para hacer una información
cabal.
A las siete y media entró un obispo ä
rascarnos las pantorrillas y ä preguntarnos
qué queríamos comer, pues allí, como aquí,
se complace ä los reos en todo cuanto de-
sean. Visto esto, les pedimos dos cafés con
dos medias de abajo, y nos sirvieron las
de la mujer del alcaide de Zafra, sumergi-
das en café, diciendo que no las había de
más abajo, puesto que la citada mujer vi-
vía en los sótanos de la cárcel.
Pasamos la terrible noche contando las
horas que nos quedaban de vida, contando
cuentos de ajusticiados y escuchando la
salve que cantan los chinos ä los reos que
están en capilla.
No quisimos apresurarnos ä mandar una
triste despedida ä nuestras familias respec-
tivas, porque, como ya nos habíamos des-
pedido tantas veces, podían tomarlo ä bro-
ma y exigirnos un verdadero y definitivo
fallecimiento.
3


Inmes MORROCOTUDOS 65

Dedicamos un recuerdo á nuestras pasa-


das peripecias, y ante la proximidad de
nuestro fusilamiento inevitable, nos pare-
cía que las amenazas de los caimanes, de
los leones y de los antropófagos sólo ha-
bían sido mimos de madre cariñosa.
No había escape. Corrían los minutos bur-
lándose de nosotros que no podíamos co-
rrer; el tiempo avanzaba y el astro rey pre-
paraba sus mejores rayos para presentar-
se espléndidamente en brazos de la rosada
aurora é iluminar el campo donde iban ä
reventarnos sin culpa.
En vano aseguramos al jefe de la cárcel
que no teníamos de rusos más que un ga-
bán y una cafetera. La sentencia era irre-
vocable.
Por fiu amaneció, según es costumbre en
Tayuan. S2 aproximaba el fatal instante.
Salimos de la capilla sin haber hallado en
sus rincones el trifinus y fuimos conduci-
dos, con pocas esperanzas de vida, al lu-
gar de la ejecución.
¿Ustedes han oído hablar de los cuadros
al fresco? Pues uno de ellos era el cuadro
que habían preparado las tropas chinas
para fusilarnos. Estaba al fresco realmente.
5

66 PáREZ ZI5RIGA

El acto que en él iba ä realizarse halla-


base dividido en escenas, como los de las
comedias. La primera estaba ä cargo de
un grupo de desgraciados que iban á ser
los primeros en entregar su alma de cán-
taro al bueno de Confucio. En la segunda
figuraban otros tantos, ä quienes ya no lle-
gaba la camisa al cuerpo porque se la ha-
bían quitado, y la última escena nos esta-
ba reservada á nosotros en unión de otros
reos que, al fin y al cabo, eran bastante
más rusos que nosotros y más acreedores
á la muerte china.
La ejecución de la sentencia se verificó
solemnemente. Los espíritus de nuestros
predecesores habían escapado ya de sus
respectivos cuerpos, confundidos con el
humo de la pólvora, y flotaban en el espa-
cio faltando de palabra á la sefiora ma-
dre del general chino, mientras los corres-
pondientes cadáveres se revolcaban tintos
.en sangre, ostentando, ora en la faz, ora
en la rabadilla, la horrible mueca de la
muerte.
Nos llegó el turno. Nuestras inocentes
carnes, temblorosas cual gelatinas calum-
niadas, se estremecían ante la proximidad
VI AJ ES MORROCOTUDOS 67

de la cruenta caricia con que las bocas de


los fusiles nos brindaban.
—Esto va de veras—me dijo mi pobre
compañero, adquiriendo en su rostro el pá-
lido matiz de la lechuga.
— Dios tenga misericordia de ti! — le
dije con voz de chicharra displicente.
--zNo te da lástima morir tan joven?—
afiadio Xaudar6 balbuceando.
—Muere y calla—le contesté con se-
quedad.
—Muramos, pues.
Esto fue lo ti!timo que dijo.
Después... no dijo más.
En seguida se aproximó á nosotros un
oficial amarillo y nos vendó los ojos con
sendos pañuelos de crespón.

--¡Es que vamos á jugar á la gallina


ciega?—le preguntamos.-65 es que nos
toman ustedes por caballos de la plaza de
toros?
7341.

68 lema züfeceA

Nada nos respondió el oficial. Lo que


oímos fue cargar los fusiles y dar una voz
enérgica que lo mismo podía significar
«iapunten, fuego!» que g iolé tu madre!,
Esperábamos de un momento ä otro la
descarga, y la esperábamos con terrible
impaciencia.
En fin, si alguno de ustedes ha sido fusi-
lado alguna vez, comprenderá lo angustio..
so de aquella situación.
De pronto, un aullido del general, que
nos hirió los oídos del alma, contuvo la ac-
ción de los ejecutores, quienes, después de
destaparnos los ojos, nos condujeron á pre-
sencia del caudillo.
Éste, al fijarse en nuestros andares, pre-
guntó al jefe que nos había pescado:
—Oye, tú, zá qué casta de pájaros perte-
necen estos individuos?
—Sefior—contestó el interpelado,—.éstos
son dos sabios espailoles á quienes cogi-
mos indefensos formando parte casualmen-
te de una ensalada rusa.
Una mirada muy torva pero no menos
piadosa que nos dirigió el generalísimo
hizo renacer en nuestro ánimo la dulce es-
peranza de continuar en el mundo gozando

7,1 ce.7.9Ver,;"7?I

VIAJES MORROCOTUDOS 69

las delicias terrenales y buscando el trzfi-


nus melancólícus.
En efecto, quizá temeroso el bravo Fu-
Chi Na de una reclamación diplomática por
parte del Marqués de Aguilar de Cam-
p6 0000, determinó preguntarnos qué pre-

feríamos, si ser deportados Ét Pekín, Ó ser


pasados por las armas.

Largo espacio de tiempo estuvimos me-


ditando la respuesta, porque, si bien por
un lado el recuerdo de la familia y el com-
promiso con mister Sandwich nos llamaba
hacia la vida, por otro considerábamos
que, una vez puestos 11 morir y pasado el
terrible trago, parecía ridículo desperdi-
ciar aquella ocasión de fallecer tan rápida
y tan honrosamente.
70 PEREZ ZeIRIGA

Transcurridas dos horas sin llegar á un


acuerdo sobre el particular, nos instaron
ä que resolviéramos, y lo echamos ä cara
6 cruz.
¡Nos salió cara! Nos salió cara la broma,
porque la suerte nos condenó á seguir vi-
viendo, y nos vimos obligados á sufrir nue•
vas penalidades.
. Arreglado este asunto, salimos al día
siguiente deportados con dirección á Tien-
Tsin.La jornada fue de cuatro días, durante
los cuales no nos pasó nada notable. Nues-
tro único temor era el probable encuentro
con algún destacamento de tropas aliadas,
pues nuestra rara situación lo mismo nos
hacía temer ser fusilados por unos que por
otros, 6 lo que es lo mismo: estábamos
entre la espada de los europeos y la pared
de los chinos.
Llegamos á Tien-Tsin cuando la noche
había cubierto de tinieblas (sin carracas)
la ciudad. Quedamos depositados en un
fortín, defendido por nutrida guarnición de
ratas, y creimos inútil buscar el trifinus
por aquellos rincones, pues pensamos cuer-
damente que, de haber existido allí, las
'ratas se le hubieran merendado.
"elerellETTMP9n

VIAJES MORROCOTUDOS 71

una hora bastante avanzada de la no-


che (hora que no pudimos precisar porque
mientras nos habían vendado los ojos en
el cuadro chino nos habían quitado el reloj)
oímos ruido de tantanes, voces y tiros, y
no tardó en manifestarse claramente la
causa de tan t.larmantes expansiones, sien-
do esta que un destacamento de rusos ha-
bía envuelto el fortín Y hecho el envolto-
rio, al quedarse con el fortín, se quedaron
con nosotros, en el recto sentido de la pa-
labra. ...t•
¿A qué explicar detalles de aquella nue-
va peripecia? Ello fue que, destinados ä ir
de Heratos 4 Pilodes, volvimos á ser pri-
sioneros de los rusos, quienes, en vez de

conducirnos á Pekín, nos llevaron 11 Tsi-


Nan, en donde esperábamos poder descan-
sar algo, pues habíamos pasado de ser
aventureros á ser zarandillos.
¿Ustedes creen que ya éramos definitiva-

72 PEREZ ZeInIGA

mente rusos? Pues no, seflores; porque una


brigada del Celeste Imperio sorprendió á
nuestros guardianes y, después de un com-
bate breve que los puso como una breva,
también nos tocó á nosotros la china, 6
mejor dicho, el chino, un chino tan chato
que parecía llevar una castafluela en el
sitio de la nariz, y que, dándonos en el
hombro, nos dijo con guasa chinesca:
—Chin . chin tapa-tapa-chin.
Que quiere decir: «Ustedes pasan A ser
propiedad de este cura..
Y convenientemente custodiados nos
puso en camino de las costas, que aún es-
taban muy lejos de allí.
Tan hartos estábamos de aquel país, que
deseábamos ganar las costas aunque al fin
perdiéramos el pleito.
Dos días de mortal cansancio invertimos
en el trayecto, y durante las paradas sólo
aprendimos á sacar un rompecabezas chi-
no, que consistía en dar vueltas á un bibe-
rón hasta convertirlo en una gramática
francesa, combinación diabólica hija de la
paciencia que caracteriza á los naturales
del país.
'Poco tiempo descansamos en la soberbia
TAJES MORROCOTUDOS 73
-
ciudad de Tien-Tsin, el preciso para cor-
tarnos las ufias y tomar un bistek con pa-
tatas y unas criadillas con trenza.
Continuamos el camino en la grata espe-
ran7a de que pronto veríamos un golfo, y
en efecto, le vimos cuando ya de puro ren-
didos no sabiamos dónde teníamos los pies
ni contábamos con fuerza para averiguarlo.
VII

En el cahonero.—El: ingrato baldeo.—La botella miste-


riosa.— Un rayo de luz.—El paradero del trifinus.—
Hay que huir.—La hinchazón de un vigilante.—Na.
negación original. —A tierra y silbando.

La brisa del mar tuvo la amabilidad de


fortalecer nuestro ánimo. Lo que no nos
hizo gracia fue el destino que se nos di6,
pues fuimos depositados en un caflonero,
donde nos trataron los marinos como si
hubiéramos nacido fardos, hasta el punto
de colocarnos unas etiquetas en la rabadi-
lla, exigiéndonos los carceleros para me-
recerles distinción que les enseflásemos
jaculatorias y cuentos verdes, amén de re-
ferirles nuestros viajes en busca del tri-
finus.
¡Qué vida más amarga la que llevamos
en el caflonerol
Estábamos bajo la férula de un tfo muy

e

Ferk-merryer-zr4,497•M '''
'977'1


VIAJES MORROCOTUDOS 75

mal educado que no nos pasaba nada; es


decir, como pasarnos nos pasaba lista to-
dos los días y, después de formarnos nos
exigía hacer el baldeo, cosa que nos bal-
daba, pues teníamos que sacar cubos de
agua del mar como quien saca ánima, y
limpiar hasta los boliches del barco. Muy
devotos fuimos siempre del aseo, pero en
aquella ocasión hubiéramos llamado en
nuestro auxilio de muy buena gana á la
Rufa y ä la Petra, criadas que en mejores
' tiempos limpiaban nuestros boliches á la
menor indicación, y sólo por tres duros
mensuales.
¡Oh mutabilidad de las cosas humanas!
Así continuamos durante algunos días.
Nuestra paciencia iba agotándose ya. No
le pasaba lo mismo al ancho aljibe do nues.
tra cárcel ,se sostenía, pues nunca se ago-
taba, y los cubos de agua subían y subían
gracias ä nuestro esfuerzo.
Mas la Providencia se apiadó de nosotros
un día y ocurrió lo que p-.so á referir.
En uno de los cubos que mi compafiero
llenaba subió de la superficie del mar un
cuerpo extraflo, que al llegar arriba nos
llamó la atención poderosamente. Era
,

76 PÉREZ ZÜRIGA

una botella oscura, de vidrio por cierto.


El hallazgo de una botella, que podía
contener cerveza 6 vino, en un país donde
nadie se emborrachaba más que con te,
podía considerarse como un acontecimien-
to extraordinario.

Así pues, sin ser notada nuestra acción,


escondimos la botella en nuestro purísimo
regazo, esperando con impaciencia la ter-
minación de las faenas cotidianas, para
examinar la botella y vaciarla de dos tra-
gos, uno cada cual.
Llegada la apetecida ocasión, nos en-
contramos con que la botella no contenía
líquido alguno. En cambio, conservaba
adherido y húmedo un papelucho manus-
crito que nos llenó de curiosidad.
Ahora juzguen nuestros lectores la sor-
VA3E8 MORROCOTUDOS 77

presa que recibiríamos al ver, escrito con


letras medio borradas por la humedad, la
siguiente incompleta noticia:

../lithver- . ctdu.41.9‘
....•• etu" p•••••-•.•
-s;i4ce

Al pronto no nos llamó la atención el


documento, porque la primera palab ra lo
mismo podía ser «Tripas», que «Trigo»,
que «Trifulcas»; pero la segunda, «me-
lan», estaba pidiendo un cblims en su par-
te posterior, y la tercera, ealucho», con
un ánima delante, podía ser el animalucho
melancólico que buscábamos, máxime te-
niendo en cuenta que la frase comenzaba
por Tri, que muy bien podía ser Trifinus.
Cada palabra que íbamos interpretando
iba haciéndonos concebir mayores espe-
ranzas de que por una providencial casua-
lidad habíamos descubierto lo que tantas
angustias nos costaba.
Á. fuerza de deletrear el escrito y hacer
las más razonables deducciones, entendi.
PERRZ ZIMIGA

mos como cosa indudable que la frase em-


botellada no podia ser otra que la si-
guiente:
c Trifinus melance5licus», animalucho alar-
gado, con nueve patas, hallado tierra islas
de Long.»
La alegría que ante la seguridad del ha-
llazgo se apoderó de nuestros corazones
fué indescriptible, máxime cuando podía-
mos así dar un mentís á la ciencia, que nie-
ga el número impar de patas A todo bicho
viviente, excepción hecha de los cojos.
Con tal noticia en nuestra mano, la per-
manencia en la prisión no podía prolon-
garse más. Se imponía, en primer lugar, la
evasión inmediata, y en segundo, la busca
de las islas Long mediante un mapa-
mundi.
¿Cómo salir del cafioneró?
Había que inventar un medio rápido y
seguro.
Teníamos que realizar la fuga de noche
y comenzando por burlar la severísima vi-
gilancia de nuestro guardián, un chino in-
mensamente alto que no nos quitaba ojo,
porque, eso si, era incapaz de quitarnos
nada.
VIAJES MORROCOTUDOS 79

En poco tiempo formamos un plan de


ejecución arriesgado, pero breve. Me fingí
enfermo para ver si podía llegar al boti-
quín y coger gran cantidad de opio, con
objeto de echárselo en la pipa al chinazo
que nos vigilaba.
El médico me aseguró que yo no tenia
dolencia alguna, cosa que no me sorpren.
(lió, y me mandó ä trabajar inmediatamen-
te; pero pude aprovechar una distracción
suya para apoderarme de un puñado de
opio capaz de hacer dormir á un pimiento
de la Rioja.
Llegó la noche. El vigilante estaba muy
cerca de nosotros y muy lejos de pensar
en la jugarreta que íbamos á hacerle. Mo-
mentos antes de que comenzase su guardia
nocturna habíamos llenado de opio la pipa
que tenía colgada junto al camastro, y con
verdadero regocijo observamos que tt la
cuarta chupada se quedó dormido como un
ceporro chino.
No había tiempo que perder. Le despoja-
mos de las llaves y abrimos la puerta de
nuestro camarote. Frente á éste se hallaba
el cuarto de torpedos con su correspon-
diente aparato de aire comprimido y pene-
8o PAREZ ZIYIZZIGA

tramos sigilosamente en el recinto condu-


ciendo á rastras y agarrado por la trenza
al chino, poniéndole en comunicación con
la válvula del aparato por un agujero que
no es decoroso nombrar.
En un abrir y cerrar de ojos (de ojos
nuestros, porque los del vigilante no se

abrían) quedó ' completamente inflado el


chino, con una presión de muchas atmós-
feras en su fuero interno, que le ponía en
grave peligro de reventar.
A fuerza de grandes fatigas, y procu-
rando que nadie lo viera, cargamos con
• aquel pellejo, que había de servirnos de
barca flotadora y aletargada y le desliza-
mos desde la borda, sujetándole por la co_
leta hasta dejarle en el agua sin producir
el menor ruido.
VIAJES MORROCOTUDOS 81

En cuanto vimos flotar aquella boya vi-


viente, saltamos encima de ella y nos hici-
mos á la mar, tomando la dirección de la
costa de Levante y valiéndonos de nuestros
remos naturales para bogar con rapidez y
lograr apoderarnos cuanto antes del trifi-
nus en su propio domicilio.

Los dos tripulantes, ebrios de gozo con


la idea de atrapar al trifinus, no nos acor-
dábamos de que teníamos el deber de ma-
rearnos, é íbamos á bordo del chino infla-
do tan campantes, observando que el ónices
que se mareaba era el barco mismo, á pe-
sar de ir profundamente dormido
No faltaría una milla para llegar á la
costa, cuando un silbido extraño, escapado
de la misma embarcación, nos puso en alar -
ma, sin que pudiéramos explicarnos la sa -
6
82 PREZ ZÚRIGA

lida del aire, puesto que le habíamos ce-


rrado herméticamente por todas Partes.
ttInte el peligro de que el chino se nos
desinflase y dejase de ser barco para ser
otra vez vigilante, y temiendo, por tanto,
bajar con él a las profundidades del mar
cuando ya sabíamos el paradero de nues-
tro preciado animalucho, registramos de-
tenidamente al chino flotante para evitar
que continuara silbando.
No tardamos en encontrarle un grano
sobre el vacío derecho, que realmente no
era vacío desde que lo llenamos de aiie.
Tapamos aquello con una perra chica y
seguimos navegando con viento fresco.
Pero un nuevo sonido, algo mas bronco y
procedente de otro punto del barco, volvió
a inquietarnos. Era otro grano que en el
opuesto costado presentaba su escape mis-
terioso. En fin, tanto se repitió el juego de
los ruidos y de 16s granos que, convenci-
dos de que el barco tenía sarampión, le
dejamos en libertad de que sonase por
donde le diera la gana, aun á riesgo de
asustar á los peces que, en perspectiva de
un concierto de ocarina, se acumulaban al-
rededor nuestro, preguntando si era la
re:17 0"g

VISOS MORROCOTUDOS 83

Marcha de Cádiz lo que tocaba la embarca-


ción.
Les contestamos que aquello era una
fuga, con lo cual maldito si mentíamos, y
acompafiados de numerosas merluzas y
custodiados por algunos peces espadas, lle-
gamos á los arrecifes en tan extrafla for-
ma y al compás de una fantasía chinesco-
naval.
IN 4

VIII

En 7ien-Tsin.—En Pekin.—Caddveresinterinos.—Te-
legramas.— Los Palacios concéntricos.— La celda
de Kachi-Puche.--ein gran mend.—Las fichas mis-
teriosas.

Una vez en fierro, soltamos al chino, que


por la fuerza de la costumbre salió pitan-
do sabe Dios para dónde, y nos interna-
mos en territorio de fien-Tsin.

Lo primero que hicimos fué presentar-


nos al cónsul, 11. fin de que nos diera el pa-
saporte para Pekín y nos indicase hacia
qué punto del globo caían las islas de
VIAJES MORROCOTUDOS 85

Long, y una vez enterados de que éstas se


hallaban, como de costumbre, al Norte de
Siberia, bafiadas por el mar Glacial (baños
fríos), nos pusimos en camino para la ca-
pital de la China, provistos del pasaporte y
estornudando sólo de pensar en el fresquito
que nos esperaba para final de nuestras
investigaciones.
Para efectuar el viaje nos ofrecieron un
palanquín, hijo quizá de una palanca, lla-
mado también litera, y desde luego lo acep.
tamos. A mí, por lo menos, me pareció
muy á propósito una litera para conducir
ti un literato, si bien Xaudardi hubiera pre-
ferido un monociclo, dado su oficio de ha-
cer monos.
Ello fué que verificamos felizmente nues-
tra excursión caminando entre bosques
cuajados de naranjas de la China.
Llegamos á Pekín. En los *arrabales de
la pintoresca población encontramos á las
legaciones diplomáticas, muy ocupadas en
hacer fotografías de sus propios cadáveres.
Esto merece explicación. Según noticias
extendidas por todo el orbe, las legaciones
*europeas sitas en la ciudad celeste hablan
sido ocupadas por las hordas boxers se-
86 PAREZ ZÚRIGA

dientas de sangre diplomática, y dado su


afán de información se hallaban entreteni-
dos en reconstituir escenas terroríficas para
los periódicos de sus respectivas naciones.
Al embajador de Alemania, por ejemplo,
le hacía falta un seflor muy serio con bar-
bas y gafas para tumbarle sobre un mon-
tón de escombros y figurar que había sido
asesinado por los «pabellones negros».
¡Que oportunamente llegamos mi com-
pafiero y yo! Sin saludarnos ni preguntar-
nos por la familia, nos cogieron por su
cuenta para el indicado fin, y poniéndonos
la,s ropas en desorden y pintándonos ojeras
con chocolate del más barato, nos suplica-
ron afablemente con el palo levantado que
fuésemos cadáveres por unos momentos.

No les negamos el favor, y como conse-


cuencia de nuestra complacencia con los
alemanes, nos hicieron los franceses, in-
gleses y rusos víctimas de análogos ca-
VIAJES MORROCOTUDOS 87

prichos, y fuimos un par de cadáveres cos-


mopolitas que no había más que ver.
¡Bonita entrada en Pekín! Mas todo lo
dábamos por muy bien empleado pensan-
do en que no hablamos de tardar en con-
seguir el fin de nuestras aventuras.
Excusado es decir que no preguntamos
á nadie si tenía el gusto de conocer el tri-
finus tnelanc6licus. En las islas Long nos
esperaba, quizás con impaciencia, el ani
malito, y allí habíamos de ir en su busca.
Pero nos pareció muy conveniente partici-
par tan fausta nueva al inglés Sandwich
y El nuestras apreciables familias, utilizan-
do al efecto las
líneas telegráfi-
cas correspon- q 41;

dientes.
No tardamos
en llegar á la central de telégrafos y allí
expedimos los siguientes despachos:

«44 Mr. Sandwich. — Barcelona.— Gran


Hotel.—illurral Descubierto paradero trifi-
nus melancillicus islas Long. Regresaremos
cuanto antes conduciéndole en nuestro re-
,-gazo. Prepare fondos, pues parécenos de-

4,
88 PREZ ZCIAIGA

cente pague servicio con esplendidez. Con-


téstenos telegráficamente á Pekín, remi-
tiéndonos camisetas lana, calzoncillos lino
y zapatos lona.»
c Å esposas Zibliga y Xaudard. — Asilo
Santa Cristina.—Madrid.—Sabemos hálla-
se trifinus países helados. Cumpliendo
prometido en Teherán, os enviamos sie-
te pesetas para atenciones domésticas y
seis reales añadidura para celebrar mies-
tra victoria. Estamos Pekín. Remitidnos
bi asero, badila y cisco retama. Recuerdos
Aguilera. Regresaremos pronto, y frescos.
Preparadnos cena y cama. — Juan, Joa-
quín.»
«il El Liberal.—Madrid.—Pekín 6-20.—
Propalen noticia llegada A Pekín de los
eminentes viajeros Züftiga y Xaudaró en
busca del trifinus. DescubriÖse paradero
de éste islas Long. Prepárenles banquetes
y serenatas. Remitiremos fotografías para
toda la prensa.—E1 corresponsal.»
Una vez expedidos los telegramas, fuimos
al palacio ä que nos refrendaran los pasa-
portes, y tuvimos ocasión de ver y admi-,
VIAJES MIAR ROCOI U DOS 89

rar aquel conjunto de edificios y dependen-


cias que constituyen la ciudad oficial, lla-
mada tártara porque desde lejos parece
una tarta.
Entre las oficinas que hay allí dentro
buscamos la de Negocios extranjeros, aun-
que parezca raro, puesto que nosotros no
somos extranjeros, sino espafioles. Nos in-
dicaron que buscásemos el Tsong-Li- Ja.
men, que al pronto no sabíamos si era un
plato de repostería 6 una dependencia del
Estado. En el tercer recinto dimos con él
y allí nos refrendaron los pasaportes, y
nos hubieran refrendado hasta el hipo si lo
hubiéramos pretendido.
La ciudad tártara es un cuadrado muy
grande, dentro del cual hay otros cuadros
más pequellos, que denominaremos recin-
tos en la seguridad de que no nos enten- .
derán los lectores. El más pequen° de los
cuadrados, 6 sea el del centro, es el pala-
cio particular del emperador, donde tiene
su catre, sus ropitas y sus cacharros. El
recinto que le rodea está cerrado por mi-
nistcrios, el que le sigue contiene otras ofici•
nas públicas y las cuadras de los directores
generales y, por último, el recinto mayor,
Pana zúkoA
90

6 sea el primero que se encuentra al en-


trar, está destinado ä cuarteles.
De modo que dentro de unos mismos mu-
ros está todo lo què necesita el señor Thien-
Tsen, 6 sea el hijo del cielo, como llaman
al emperador (q. D. g.), sistema de con-
centración que, por lo cómodo, debían imi-
tar e' n todos los países. Es algo así como
un neceser donde tuviéramos las camisetas,
las partidas de bautismo, las cucharillas y
el betún del calzado, todo muy ä la mano.
Tardamos mucho en quedar despacha-
dos, pero tuvimos la suerte de que el ofi-
cial encargado de los pasaportes, cuando
ya nos iba ä despachar y ä proveer del
pase para salir del
palacio, nos pre-
sentase A un lujosí-
simo individuo que
entraba en el apo-
sento en medio de
las reverencias de
todos.
Era éste uno de
los secretarios del emperador, un chino
muy afable, que desde luego simpatizó con
nosotros y nes invitó A almorzar, convi-
VIAJES MORROCOTUDOS 91

niendo con el aludido empleado en que ef


mismo, después del almuerzo, nos facilita.
ría la contraseña de salida del palacio.
Quedamos maravillados del lujo que ha-
bía en casa del secretario. Allí la rica seda
abunda tanto, que hasta las cortinas de
fieltro son de seda. Por doquiera se ven
muebles de Concha Sierra con aplicaciones
de sándalo Pizil; el marfil se usa hasta en
las camisetas de punto y el coral hasta en
el cocido. Allí todo está pulido y barnizado
con laca. Gamos de bronce y búfalos de
porcelana adornan los muebles del secre-
tario imperial, y los perfumes esparcidos
por doquier son tan sumamente delicados,
que no se atreven ä llegará las pituitarias
sin pedirles permiso.
El último aposento que visitamos era el
comedor, y allí nos hizo sentar Kachi-Pu-
che (que así se llamaba el secretario) á uno
y otro lado de su persona.
El menu fue verdaderamente conmove-
dor y merece ser copiado.
92 PEREZ züginA

PRIMERA PARTE
MELÓN, SANDÍA, NÍSPEROS
ARROZ CON ÁNADE, ARROZ CON
GOLONDRINA, ARROZ CON BERENGENA,
BERENGENA CON ÁNADE, ÁNADE CON GOLONDRINA,
GOLONDRINA CON NÍSPEROS, NÍSPEROS
CON SANDÍA Y SANDÍA CON ARROZ.

Helado de setas.
DESCANSO DE QUINCE MINUTOS

SEGUNDA PARTE
DULCE DE REPOLLO, LECHÓN EN
ALMÍBAR, RATONES hìM COMPOTA, MERMELADA
DE BESUGO, REPOLLO DE LECHÓN BESUGO DE
RATÓN... Y SE ACABÓ LA FUNCIÓN
nnnn

Fuera del programa nos sirvieron unas


tazas de te y unas copas de leche desaban-
dija, licor el más indicado para evitar las
luchas intestinas en los comensales.
De sobremesa referimos ä Kachi-Puche
el objeto de nuestros viajes, haciéndole un
ligero relato de nuestras aventuras, y des-
pués de escucharnos con la boca entorna-
da, nos di6 un palillo y un consejo: que pu-
blicásemos nuestros viajes en tomos, con
un prólogo suyo, que aceptamos desde lue-
go, y es el que aparece en el primer volu7//
men de esta obra.

VIAJES MORkOCOTUDOS 93

No supimos cómo darle gracias por tan-


ta bondad y por tanto almíbar. Así es que
no se las dimos; pero estrechamos su mano,
besámosle la punta de la trenza y nos dis-
pusimos á partir, an-
tes de lo cual Kachi-
Puche sacó de una ca-
jita de oro dos espe-
cies de fichas rojas no
muy duras, y nos dijo
al entregárnoslas: I ../14,9
—Para dar a los de
la puerta.
1
Nos pareció muy rara esta costumbre.
Hicimos la última reverencia y salimos
muy satisfechos 6, por mejor decir, muy
hartos.
Á. mí por lo menos se me había iniciado
ya una danza interna de ratones encima
del repollo, que me iba haciendo poquísima
gracia. Sin embargo, no tuvimos inconve-
niente en echarnos al coleto las fichas rojas,
que por cierto tenían un olor á menta muy
grato, diciendo para nuestro sayo:
—Lo que es la guardia se queda sin go-
losina.
Dimos muchas vueltas por pasillos, ga-
;

94 PREZ zetroA

lerías y jardines, y ya resueltos ä salir de


los muros de la ciudad oficial, nos encon-
tramos con que en la puerta nos detuvie-
ron dos guardias muy bruscos, exigiéndo-
nos las fichas rojas, contrasefia sin la cual
es imposible salir de allí.
las hemos comidol—dijimos ä los
guardias tristemente.
-Pues ya no salen ustedes de aquí en
toda su vida.
--iMire usted que nos está esperando el
trifinus en las islas de Long!
Maldito si nos comprendió el cancerbe-
ro, y nos obligó ä permanecer sin salir
hasta la mafiana siguiente, que pudimos
agenciarnos nuevas fichas, ti. las cuales,
para evitar otra tentación, untamos con
acíbar.
Aquella mafiana logramos salir, y llenos
de curiosidad, pero con los tubos digesti-
vos un si es no es desenchufados, nos lan-
zamos ä recorrer la ciudad china.
Muy animada estaba la población, pues
la ocupaban tropas internacionales, que de
vez en cuando contenían las algaradas de
los chinitos revoltosos, cuyos diferentes
bandos empezaban por tirarse chinitas y
,


VIAJES MORROCOTUDOS 95

acababan por degollarse vivos mientras


nosotros pasábamos parte del día jugando
al ajedrez y hablando del trifinus,por cuyo
descubrimiento nos dábamos tal pisto que
hasta llegamos á hacernos tarjetas que de-
cían así.

descubridor deis Irilinue melawcólicuse.


IX

Nuestra Memoria.—Homenajes, distinciones, telegra-


mas y otros comestibles.—Salida de Pekín—Del hor-
no al ferrocarril.—Función de pólvora.

Durante los días que permanecimos en


Pekín nos ocupamos en hacer la propa-
ganda de nuestro descubrimiento, empe-
zando por enviar A las academias de . cien-
cias naturales y hacer circular por toda la
prensa una breve memoria sobre el trifi-
nus, cuyos párrafos más importantes fue-
ron telegrafiados A todas las naciones cul-
tas del mundo, y dicen así;
«Segtin nuestro modestísimo entender,
las opiniones de Linneo, Cuvier, Buffon,
Darwin y otros científicos desequilibra-
dos, son verdaderas y lamentabilísimas
equivocaciones; porque si los fitozoos, pro-
VIAJES MORROCOTUDOS 97

tozoos, zoilos y demás cetáceos tienen nú-


mero par de extremidades, pedúnculos,
tentáculos y adminículos, también es muy
cierto que el trifinus melancólicus hällase
dotado de nueve patas, sin estar patológi-
camente cojo, pues,
según hemos podido
observar por el mi-
croscopio, por el teles-
copio y por el teodo.
miro, el hasta hoy mis-
terioso ser tiene la r-`1,-5e\
costumbre de andar
con ocho patas y de emplear la novena
Para santiguarse.»

«Dada la latitud de las islas Long, ¿qué


de particular tiene que el Sumo Creador
de todos los seres dotase de una pata so-
brante al que nos ocupa, en previsión de
que pudiera rompérsele alguna de las otras
ocho al resbalarse por las abruptas pefías
de hielo de la región glacial?
Medite Buffon sobre esta pata; reflexio-
ne Linneo sobre la patogenia t) genialidad
de las - patas, y ambos quedarán científica-
mente despanzurrados bajo el poder de
7
98 PEREZ zffiliGA

nuestro descubrimiento, mil veces maravi-


lloso. En resumen, si bien hasta hoy no ha-
bían concedido nuestros dignísimos colegas
los sabios naturalistas la imparidad de pa-
tas más que á los veladores y á los atriles,
de hoy más habrán de otorgar la concesión
de la nona pata al trifinus melanc6licus
considerarle como el primer monópodo co-
nocido hasta el presente arlo económico.»

«No nos llama, empero, la atención la


forma fusiforme 6 alargaia del nuevo no-
nópodo, pues harto conocidos son los efec-
tos del frío en los cuerpos absorbentes,
como los de los ortópteros, malacopteri-
gios, monocotiledöneos, lofobranquios, pa-
paveraceos y forajidos, que tienen el cuerpo
alargado á fuerza de toser.'

Como pueden comprender nuestros lec-


tores, aquello nos tenía boyantes y orgu-
llosos, hasta el punto de que, en alas de la
vanidad, recorríamos todo Pekín mirando
con cuidado si había ya alguna estatua
nuestra por las plazas de la población.
Al cabo de ocho 6 diez días comenzamos
VIAJES MORROCOTUDOS 99

recibir telegramas de felicitación de las


sociedades científicas de Europa y de Amé-
rica.
Entre ellos reproducimos el que nos di-
rigió la de Filadelfia, que decía así:
«En sesión celebrada día 8 leyóse impor-
tantísima memoria de los sabios españoles
descubridores nonópodo denominado tri-
finus melancaicus en islas Long. Acordóse
nombrarles socios meritísimos y grabar
soberbia plancha bronce nombres descu-
bridores.—Forris.
El rey de Inglaterra, el zar de Rusia y
la reina de Servia nos Mandaron, además
de la enhorabuena, las condecoraciones
más distinguidas de sus países. Las emba-
jadas europeas y americanas que intervi-
nieron en ello nos dieron banquetes y se-
renatas, y hasta el mismo emperador de la
China nos colmó de agasajos y deferencias
que nuestra modestia no nos permite con-
signar.
No tardaron en llegar fl nuestro poder
los telegramas que aguardábamos con más
interés: los. de nuestras familias y el de
mister Sandwich.
100 PEREZ dato..

Al mismo tiempo que varios periódicos


donde nos felicitaban por el servicio que
prestábamos á la ciencia, llegaron por fin
ä nuestro poder los telegramas deseados.
La emoción que sentimos no tuvo lími-
tes.
He aquí los documentos aludidos:

(21. Zúñiga y Xaudar<5.—En Pekín.


Recibimos telegrama. Nos creíamos viu-
das afortunadamente. Decepción. Seguimos
sin comprender trifinus y sin tener un real.
Brasero empeñado. Badila toreando en Mé-
jico. Reservamos cisco para armarlo cuan-
do vengáis. —Aurora.— Pura.»

«A Zdfliga y Xaudard.— En Pekín.
Alegría infinita noticia descubrimiento
trifinus islas Long Envío diez palomas
mensajeras á Aldamk (Siberia) para que re-
cójanlas al paso y ellas tráiganme noticias.
Contentísimo conducta ustedes. Objetos
lana, lino, lona á la vuelta. Si toséis, to-
méis paciencia. ¡Hurra!—Sandwich.»

Dispusimos, ya tranquilos con los tele-


gramas copiados, partir con rumbo á Si-
VIAJES MORROCOTUDOS 101

beria, y así lo hicimos, después de despe-


dirnos de los amigos y admiradores que
dejábambs en Pekín, y especialmente de
Kachi Puche, que nos entregó el prólogo
de nuestro libro.
La distancia que media entre Pekín y
Port-Arthur hubimos de salvarla agrega-
dos ä la administración militar en un tren
alemán de suministros, sección de hornos
de campana; y no despreciamos este medio
de viajar por dos razones: primera, por la
novedad que nos ofrecía, y segunda, por-
que ya que íbamos ä pasar al país de los
témpanos, bueno era aprovecharnos de ir
en un horno todo el tiempo posible.
,4"514
_ ---
ut`

Por cierto que trabamos amistad con el


cabo de Hornos, de quien tanto habíamos
oído hablar.
• Hay muchas leguas que andar desde la
capital del imperio hasta Port-Arthur; pero
conviniendo ä nuestro relato salir pronto
de China, y sobre todo llegar al ferrocarril
de Siberia, nos hacemos cuenta de que am-
102 plum zdRick

bas poblaciones se hallan tan próximas


que casi se dan la mano.
Pidamos perdón ä los lectores eruditos,
quienes, en cambio, habrán de reconocer
que nuestro viaje en los hornos de pan es
el que tiene más miga de cuantos llevamos
referidos, y sigämos adelante.
Después de despedirnos del tan conoci-
do cabo, llegamos ä la estación ferroviaria
de Port-Arthur y tomamos el ferrocarril
transiberiano.
Nos urgía mucho llegar ä la costa del
mar Glacial ártico, y no habiendo tren de
viajeros próximo ä salir, logramos permi-
so para montar en uno de mercancías, y
tomamos sitio en el primer furgón del con-
voy, deseosos de llegar cuanto antes.
En el furgón había una infinidad de tras.
tajos diversos, y por considerarlo más
cómodo nos sentamos en una cómoda ä
hacer comentarios (pues en esta tarea no
cesábamos) respecto al contenido de la bo-
tella que nos había proporcionado el ma-
ravilloso descubrimiento que íbamos á ex-
plotar.
No era, en verdad, aquel alojamiento
muy digno de transportar A dos eminen-
VIAJES MORROCOTUDOS 103

cias científicas como nosotros; pero las cir-


cunstancias exigieron que en vez de ir en
tren especial y en coche-salón fuésemos
rodeados de toneles, cajones, muebles, ba-
nastas, cántaros y otras frioleras.
Más de diez horas de recorrido llevába-
mos en tan molesta forma, cuando, pasada
ya la gran estación de Tsí Tsí Khar y
otras varias de menor cuantía, como las de
Nifunifá, Chue-Kha y Chinchón, uno de los
fósforos que empleamos para encender los
cigarros cayó sobre una caja grande pin-
tada de colorado, sin que nos enterásemos
de ello, y poco después oímos un sonido
que salía del cajón y hacía:
«Psk... psk.. Piskpisk... piskpisk pistk...
Chif... chif... Chuf chuf... ¡Pum! 1Prrrrrum
pun punl
Inmediatamente vi-
mos saltar la tapa del _
cajón y surgir de él „\) pj
una preciosa rueda de
bengalas, rodeada de
una verdadera lluvia
de fuego, de la cual,
entre chispas de mil
colores, salían cohetes que, estrellándose
104 PEREZ MAMA

en el techo del furgón, producían un ruido


infernal.
Nuestro asombro no tuvo límites.
Al terminar cada rueda se prendía otra,
y en medio de un olor á chamusquina que
nos tenía asustadísimos, comenzamos ä no-
tar quemaduras por todas partes, acaban-
do por sentir un petardo tan formidable
que crujió el furgón, temblaron las esferas,
rugieron los bacalaos que iban empaquetaos
y la cómoda que nos sostenía perdió el
sentido y nos precipitó sobre una banasta.
El golpe fue rudo y la impresi3n que sen-
timos al caer sumamente extraña. Estába-
mos aturdidos y creímos llegada nuestra
última hora. Nos tocábamós y se nos pega-
ban las manos al cuerpo. ¿Por que? Su-
pusimos que era copioso sudor hijo del
miedo.
En esto estábamos, cuando el tren paró
en firme, y una voz potente canturreó así
el nombre de la estación:
—Beagoveehtchensk, cinco minutos.
Pensamos que el individuo encargado de
vocear tan enrevesado nombre no ganaría
menos de cinco duros diarios, y sacando la
cabeza por la banasta do yacíamos, pudi-
VIAJES MORROCOTUDOS IOS

mos observar que at la puerta de nuestro


furgón se agolpaban los empleados del
tren, invitándonos bruscamente á salir de
allí, como efectivamente lo hicimos.
El jefe del tren, echándome una mirada
furibunda y contemplando mi ridículo as-
pecto, no hizo más que decirme:
—Límpiate, que estás de huevo.
Y no lo dijo por capricho, sino porque
salíamos con la cabeza negra y el cuerpo
amarillo, cual cerillas rancias de esas que
llevan mucho tiempo en la caja, y fue la
causa de ello el que la banasta donde ha-
bíamos caído iba llena de huevos de gallina
y los habíamos aplastado todos, quedando
tanto mi compaftero como yo completamen-
te rebozados en yema y con tanta clara por
todas partes que temimos morir de albu-
minuria.
El jaleo que allí se armó y las cuchufle-
tas de que fuimos blanco (y amarillo) nos
proporcionaron un rato malísimo, que
aún fué peor cuando el jefe de la estación
quería detenernos para que la policía se
encargase de poner en claro lo de las cla-
ras y hacer luz sobre las bengalas, que por
cierto componían una función de pirotecnia
106 intasz albo*

que iba en la caja colorada con destino


Yayacoutz.
Nosotros exclamamos:
—Cáscaras!
e

Y soltando treinta y dos que aún llevá-


bamos pegadas á los faldones, echamos a
correr desesperadamente por el campo, sin
fijarnos en lo que con el tren y su carga
pasó después.
X

Los osos grises. —Toilette peligrosa. —En troika. —


jyns- Tants-Ckorestk.— La nieve y los sa5aeones.—
ILobitos d nosotros!— Mudanza de tiros.— Yakoutok
—Aldconsk.—Sagastyr.

Largo rato estuvimos atravesando cam-


pos, valles, montes, selvas y arroyos, ca-
yendo aqui, levantándonos acullá y trope-
zando en medio, pero sin rompernos las
narices ni sentir frío en ellas gracias ä los
cascarones de huevo que todavía llevába-
mos pegados, y sin sucumbir afortunada-
mente 11. consecuencia del tiro que nos pegó
un campesino creyéndonos un par de oro-
péndolas.
EchoMenos encima la noche ynos refugia-

mos en una cueva, cuyos habitantes no se


dignaron por el momento salir A recibirnos,
quizá porque no los habría. e
108 PiREZ ZOMA

El cansancio y el sueño nos vencieron


hasta el punto de que en los mismos um-
brales de la cueva nos quedamos profun-
damente dormidos, soñando con el trifinus
y con la incubación artificial.
./11. las tres horas de estar durmiendo, un
gruñido cercano y terrible nos despertó.Lo
producía una pareja de osos grises que,
apercibidos de nuestra presencia y tomán-
donos como dos tortillas á las finas perso-
nas (porque á las finas yerbas no podía
ser), comenzaron por olfatearnos con la
mayor cortesía y acabaron por lamernos
de pies a cabeza con tal fruición, que en un
santiamén nos dejaron no sólo tan limpios
como antes de tomar
el tren, sino correc-
tamente peinados y
vestidos.
Extrañarán los lec-
tores que despues de
habernos lamido no
hubieran completado
su festín con el plato fuerte de nuestras
tiernas carnes; pero es que los lectores no
saben que así como entre nosotros existe el
adagio que dice: «No bebáis agua después
MAMA MORROCOTUDOS ' 109

de las sardinas», entre los osos de la Sibe-


ria hay otro refrán que gruñe así:
«Después de la tortilla,
no comas la cordilla.»

Por aquella vez nos alegramos de pare-


cerles tan poca cosa, y gracias á la provi-
dencial circunstancia de los huevos, libra-
mos una vez más nuestra tan preciada pe-
11 ej a.
Alejados de aquel peligroso paraje, fui-
mos haciéndonos reflexiones mutuas sobre
las exageraciones de aventureros y natu.
ralistas que citan al oso gris de la Siberia
como la especie mas temible.
—Yo no tendría inconveniente en habér-
melas siempre con osos de éstos—dijo Xau-
daró,—porque ya ves que no nos han tra-
tado mal.
—Sí, sí—objeté yo;—pero es que en otra
ocasión no tendremos huevos para defen-
demos de ellos como ahora.
Estábamos en plena Siberia y el frío se
iba empezando a sentir más de lo regular,
pues el invierno se aproximaba, y en los
campos siberianos es muy raro tropezar
con un chouberski.
7,7

1 /0 PEREZ ZIfel0A

Los días eran cortísimos y caminando,


por lo tanto, de noche casi siempre, lle-
gamos ä Yousktsjinkys algo desfallecidos,
pues llevábamos ocho días sin probar bo-
cado gracias á las comidas de Pekín, cu-
yas compotas y demás manjares nutritivos
son de un alimento verdaderamente prodi-
gioso.
En Yousk... etc., nos pertrechamos de
víveres y buscamos medios de continuar
nuestra marcha hacia el Norte. A este fin
ajustamos un troika, que no es ningún ve-
neno, sino un vehículo ruso de cuatro
ruedas muy bajito, tirado por un caballo,
pero no de vapor, porque en aquellos pa-
rajes no puede haber más que caballos
fríos.
Montamos en el troika, dispuestos ä de-
jarlo y ä trasladarnos ä un trineo cuando
las heladas condiciones del terreno lo exi-
gieran.
Llegamos ä Jyns-Tams-Choustk (1) en
medio de una copiosa nevada.
(1) Rogamos á los lectores que se fijen bien en los
nombres de las poblaciones (todos ellos auténticos),
para que no los tengamos que repetir en el transcurso
del relato, pues nos faltaría papel si hubiéramos de
consignarlos mis de dos veces.
TAJES MORROCOTUDOS III

En4 la parada de postas hicimos alto y


nos enteramos de algunos pormenores del
país.
Las calles están allí formadas por casas,
cosa que á primera vista no tiene nada de
particular, pero que mirada con deteni-
miento tampoco lo tiene.
Las casas no son de mampostería, ni de
bisutería, ni de repostería, sino de mar-
quetería, ó sea de madera recortada con
tijeras y adornadas con pepinillos en vina-
gre y otras sustancias verdes. Las chime-
neas, que por cierto nadie usa para hacer
horchata, consumen mucha lefla, no de la
que allí s'.1. reparte á los esclavos y depor-
tados, sino de la otra, y hasta los indíge-
nas más necesitados y menos sociables se
complacen en dar tes con frecuencia.
Buena prueba de ello fue que en cuanto
llegamos al relevo de postas nos presenta-
ron un pucherete de madera pintarrajeada
lleno de la humeante infusión, sin acompa-
fiamiento de pastas desgraciadamente.
Verdad es que aquélla no era casa de
pastas, sino de postas.
Las mujeres llevan un pafluelo de lana
amarga liado á la cabeza, un gabán muy
112 PiREZ ZeiiIGA

gordo que les llega hasta las rodillas (45


hasta la rodilla si son cojas) y una falda
con muchos pliegues, sin que podamos pre-
cisar cuántos
Los hombres sil de distinto sexo que las
mujeres, y se diferencian en los pliegues.
Nos referimos ä los
abrigos que usan, y
que también les llegan
hasta el piso, aunque
éste sea muy bajo.
Sobre la tapa de los
sesos llevan unos cas-
quetes de piel, que
no se quitan jamás de la cabeza ni aun para
cortarse las unas, y que cuando ya están
muy usados les sirven de moldes para ha-
cer flanes.
Diferéncianse los libres de los esclavos
en que aquéllos para arrear ,á éstos llevan
un látigo llamado knout, y que no se qui.
tan de encima ni aun para caerse, de donde
proviene lo de las caídas de latiguillo.
Y á propósito de caídas, caimos en la
cuenta de que no nos convenía permanecer
allí mucho tiempo, pues sabido es que vi-
víamos ya devorados por la impaciencia.
VIAJRS MORROCOTUDOS 11 3

Lo único que hicimos fue comer relativa-
mente bien: unas anchoas del tiempo del
gran Tamorlán y carne curada al humo,
pero tan mal curada, que cuando la parti-
mos todavía tenía reuma, sirviéndonos de
postre el tan acreditado te en rústica, ó sea
sin pastas, y varias copas de ajenjo.
Al terminar el opíparo festín, un esclavo
sin esclavina nos manifestó que podíamos
largarnos de allí con viento fresco. Y tan
fresco, ¡cómo que arreciaba la nevada de
un modo aterrador!
El relevo de postas estaba hecho, y acor-
dándonos de Pérez Nieva, de la Emma Ne-
vada y de la Nieves Suárez, entre copos y
copas salimos de Jyns... etc., dándonos
pisto en el troika de marras.
Ya lejos de la población, presentábase-
nos el campo con un aspecto que sólo el
recordarlo produce frío. Llamar al paisaje
sábana blanca, sería cursi; llamarlo inmen-
so merengue, sería empalagoso. No lo lla-
memos nada, y describámoslo con cuidado
para que no se constipen los lectores.
La blancura de la nieve era tan igual por
doquiera, que de haber disparado armas
de fuego hubiéramos pasado por consuma-
*
11 4 PEREZ VALGA

dos maestros. De seguro hubiéramos dado


en el blanco, porque todo el campo lo
era.
Empero, rompiendo la triste monotonía
del paisaje, destacábanse jirones de refle-
jos grisáceos que en alas del cierzo flota-
ban cual brumosas neblinas que parecían
imponer silencio de muerte en aquellas he-
ladas regiones do natura negara el calor
vivificante que su seno prodigaba ä los tró-
picos.
Anochecía. Aéreos escuadrones de grajos
agitaban su eti6pico plumaje y rozaban la
nieve buscando en su nítido seno las' vícti-
mas del dos de Mayo.
¡Qué aspecto el de aquellos parajes! Por
Occidente un sol de escarlata, pero sin len-
gua, que desaparecía lentamente, sumiendo
en tinieblas la faz de la tierra. Por Oriente,
sobre oscuro fondo de zafir, ojos brillantes
movibles que infundían pavor por cuanto
denotaban la presencia de una terrible ma-
nada de lobos, y entre Oriente y Occiden-
te tres bolitas rojas encima de un coche,
que eran nuestras narices y las del esclavo
conductor, adornadas por sendos sabaño-
nes en sus respectivas puntas, sabañones
VIAJES MORROCOTUDOS I 5

que cual flores de Abril brotaban de nues-


tro ser al calor del frío.
El troika volaba más que corría, en pri-
mer lugar porque nos conviene suponer
que volaba, y en segundo porque los caba-
llos habían olido la proximidad de los lobos
y no querían trato con ellos.
Mas no impidió nuestra rapidez vertigi-
nosa que los citados animalitos alcanzasen
al troika.
Volvimos, pues, ä estar en peligro de ser
devorados, deplorando mucho que el go-
bierno de Siberia permitiese andar ä los
lobos sin bozal por aquellos nevados terri-
torios.
No teníamos más remedio que deshacer-
nos de aquel turbión de enemigos que nos
amenazaba. Y en tal apuro pensamos pe-
gar fuego al carruaje, para que cuando estu-
viera reducido ä pavesas lo parásemos 'en
seco y lográsemos que merced al fuego pro-
ducido se calentase la nieve del camino has-
ta comenzar á hervir, consiguiendo así que
los lobos se chamuscaran los pies y cesa-
ran en nuestra persecución, ocupados en
soplarse las pezufias.
Pero desechamos este medio libertador
PgREZ ZMIGA

en la duda de que aquella nieve pudiera


llegar á hervir.
La situación se agravaba por momentos
y había que tomar una resolución inmedia-
tamente.
No se nos ocurrió otra cosa que desen-
ganchar los caballos y ofrecérselos á los
lobos para que mientras los devoraban pu-
diéramos salvarnos por pies. Pero el co-
chero se opuso a nuestro propósito, asegu-
rándonos que nada conseguiriamos, porque
los lobos, acostumbrados a destrozar á los
viajeros, despreciarían a los animales un-
cidos al carruaje y se cebarían en los que
le ocupaban.
Como el conductor era hombre experto
en aquellos trances, tomamos en conside-
ración su advertencia y pusimos en prác-
tica, como único recurso, la sustitución de

los caballos por nuestras humildes per-


sonas, metiendo en el coche los cua-
drúpedos, á lo cual nos dió tiempo la pa-
VIAJES MORROCOTUDOS II7

rada que hicieron los lobos para rascarse.


Afortunadamente, diö buen resultado el
cambio, pues aquellos lobos (que por lo
visto eran unos animales) se abalanzaron
sobre los caballos y los hicieron polvo,
mientras mi compafiero y yo, tirando del
carruaje al galope, conseguimos, aunque
algo molestados por los trallazos del con-
ductor, ponernos á salvo de la terrible
manada.
En cuanto perdimos de vista á nuestros
enemigos, nos revolvimos contra el bes-
tia del cochero y pagó caro su exceso en
arrearnos mientras nos guió, pues tal pa-
liza le propinamos, que gracias á ella no
volverá Ét tener frío mientras viva.
Enganchado el conductor al troika y
dueños nosotros de las riendas, fuimos ro-
dando por la nieve hasta llegar, ya de día,
Yakoutok, en cuya pintoresca casa de
postas paramos.
Helaba de lo lindo. La capa de nieve, que
adquirió casitanta altura como las de paño
que teníamos en un piso segundo de la calle
de la Muntera,iba endureciéndose tanto que
hacía imposible el tránsito de los caballos,
y había que renunciar A su servicio.
¡i8 PÉREZ ZÉRIGA

Por fortuna, en la casa de un colono de


allí (y lo llamamos colono porque vendía
agua de colonia) nos proporcionaron un
trineo conducido por seis perros groelan-
deses.
No permanecimos en Yakoutok más que
el tiempo preciso para comprar unos fiam-
bres (allí no había nada caliente) y, siem-
pre animosos, dejamos la población, de la
cual salimos trinando en el trineo, con rum-
bo á Aldamsk, que era el punto indicado
por míster Sandwich para recoger las pa-
lomas mensajeras á que aludía su tele-
grama.
Nada nos ocurrió en el trayecto, A no
ser la salida de numerosos y distinguidos
sabaffones.
A mí me salieron hasta en las gafas.
¡Calculen los lectores si seria intenso el
frío!
Tan ateridos nos tenía, que más de una
vez pensamos desistir de nuestro viaje á
las islas de Long, temerosos de morir he-
lados.
Sin embargo, haciendo un verdadero sa-
crificio, continuamos nuestro camino, limi-
tándonos á rascarnos en silencio y á pen-
VIAJES MORROCOTUDOS 19

sar que algún día, repletos de oro, proce-


dente de las arcas de míster Sandwich,
nos desquitaríamcs de aquel frío arrimados
á espléndidas estufas y rodeados de los po-
cos hijos que sobrevivieran al abandono de
nuestro hogar.
En Aldamsk procuramos informarnos de
la llegada de las palomas, y, en efecto, allí
estaban esperándonos con una carta del
caprichoso inglés ratificándose en lo que
decía su telegrama, aconsejándonos que
nos abrigásemos bien y remitiéndonos di-
nero y flor de malva.

Acondicionamos muy bien las palomas,


que por cierto eran preciosas, y salimos á
dar una vuelta por la población, encon-
trando en ella un chino que vendía trajes
de pieles y butifarra catalana.
Le compramos un kilo de pieles y dos
trajes de butifarra, porque con la intensi-
dad del frío todo lo hacíamos al revés, y
se mostró amabilísimo con nosotros cuan
do supo que habíamos estado en Pekín.
120 leREZ Zdi110A

Nuestro paso por Jryrriskiast, que tuvo


efecto en breve, no ofreciónada digno de
mencionarse, y llegamos a Sagastyr al
cabo de treinta y seis mortales hot as, des-
pués de echar el viaje á perros, cortando
témpanos con el tricornio, como llamaba al
trineo la célebre patrona tantas veces alu.
dida en nuestro relato.
Sagastyr es un pueblo de pesca.
Su nombre nos recordó al presidente del
Consejo de Ministros, y fortaleció nuestro
recuerdo la presencia de una monumental
estatua existente en la plaza principal del
pueblo, representando á D. Práxedes mon-
tado en una foca.
Mucho nos asombró aquella estatua fo-
questre, ä la que daban guardia de honor
cuatro fusionistas de Logroflo, y haciéndo-
nos cruces y sin tiempo para hacernos otra
cosa, nos dirigimos al muelle, ávidos de en-
contrar algún barco que nos condujese
las islas de Long, donde el trenus nos es-
peraba sentado.
X1

El ballenero y su tripulacitin.—La esca.--Sección de


noticias.—EI The Infundium.— ¡Horror! —El alma d
los pies.--¡Que plancha!—Leganés flotante.—Un ca-
pitán sin entran-4 ninguna.

Anclado en el puerto había un barco ba-


llenero, cuyo capitán se dignó admitirnos
á bor.lo mediante una suma bastante des-
arrollada, puesto que no se dedicaba ä con-
ducir viajeros, sino ä pescar ballenas.
El barco se hizo á la mar aquella misma
noche, y nosotros nos metimos en nuestro
camarote, acompafiados de las palomas y
del famoso documento de la botella.
A la mafiana siguiente, tan pronto como
despertamos, subimos ft cubierta para pre-
senciar la persecución de una ballena, y
nos llamó la atención el no ver más hom-
122 PEREZ Z1MIGA

bre que el capitán, y que, en cambio, hu-


biera gran nümero de mujeres.
—Pero ¿qué barco es éste?—preguntamos
al cepitän.
—Un ballenero.
—¿Y estas mujeres?
—Son corseteras que lo tripulan.
Encontramos muy práctico y muy lógico
que las corseteras tripulasen un barco des-
tinado Ét pescar ballenas, y para no aburrir-
nos nos hicimos amigos de la harponera
Emilia, la timonela Timotea, la grumeta
Gumersinda y la pilota Pilar, que eran las
menos feas de la tripulación.

+I,
-
¡Qué curiosa es la pesca de una ballena!
¿No saben ustedes cómo se lleva á cabo?
Pues escuchen:
Ante todo, hay que esperar á que apa-
rezca Una ballena, sin cuyo requisito es
muy dificil realizar la operación.
Una vez cerca el cetáceo, se destaca ha-
cia él una lancha llena de arponeras, que
VIAJES MORROCOTUDOS 123

le tiran al animalote varias arpas de gran


tamaño (arpones) que no suenan, pero
hieren y matan.
En cuanto la ballena lanza el postrer sus-
piro, y tan pronto como certifica el médi-
co forense que está completamente muerta,
aproximase á ella la barca; sus tripulantes
encarámanse al lomo de la difunta, y allí
donde ésta tiene menos cosquillas, clavan
una bandera con el nombre y señas del
barco que ha verificado la pesca, escritos
en latín correcto, visto lo cual por el capi-
tán del buque, hace aproximarse á éste
hasta el sitio do el cadáver yace flotando
inerte sobre las ondas.
Incautados del cetáceo los tripulantes,
comienzan ä despojarle de todo aquello que
puede serles útil.
Primero le aplican bombas aspirante.
impelentes para extraerle el aceite de las
grandes zafras que lleva dentro; luego le
sacan el solomillo para venderlo al por me•
flor; después le extraen el bazo para hacer
bazas, el hígado para hacer mantequilla de
Soria, y la esperma, ä fuerza de menearlo
en todas direcciones, y por último, afeitan
al animal para dejarle sin barbas y aplicar
12 4 »aran m'en»

á los corsés los pelos de las mismas (vulgo


ballenas).
Todo esto fué lo que realizar on las arries-
gadas corseteras en presencia nuestra cuan-
do tuvieron ä mano el descomunal cetáceo,
de cuya llegada habían recibido el oportu-
no aviso telegráfico expedido por el propio
interesado.
Después de terminada tan importante
operación, reinó en el barco tranquili-
dad absoluta, y á fin de que no pudiéra-
mos aburrirnos dentro del camarote duran-
te el resto del viaje, pues era imposible sa-
lir fuera á causa del frío terrible que ha-
da, tuvo el capitán la bondad de facilitar-
nos buen !Amero de periódicos de todas
las naciones, cuya lectura nos entretenía
no poco.
Pliseme ä leer unos cuantos diarios espa-
ñoles, y Xaudard• escuchaba junto á mí con
gran atención.
—«La salud del Papa se halla estos días
un tanto...»
—Bueno, pasemos ä otra cosa—interrum-
pió mi compañero.
—«Dicese que el Rey Oscar de Suecia
saldrá pronto para...»

1
,'111ü7".

VIAJES MORROCOTUDOS 125

—Para—decía Xaudar6—y vamos ä otro


asunto.
—«Mafíana á segunda hora se verificará
en Apolo el estreno de...»
—Basta. Probablemente no asistiremos.
--(Ayer se levantó el apósito al valiente
diestro Conejito..
---Vaya,vaya, deja ese papelucho y mira
si algún periódico extranjero habla por ca-
sualidad de nuestro gran descubrimiento
zoológico.
—Aquí está el 7/te Infundium—dije yo,
desdoblando el número más reciente que
hallé ä mano.
Empecé á recorrer epígrafes y no encon-
tré cosa de interés.
Iba ya á dejarlo cuando hirieron grave-
mente mi delicada retina las siguientes pa-
labras impresas en gruesos caracteres:

Los náufragos del adlelanesia..

.---Á ver, ä ver lo que les pasa á esos co-


legas nuestros de aventuras marítimas.
Esto nos interesa.
26 MHEZ 21*IGA

---Ay, Joaquín! (1)

—¿Qué te pasa?
— ¡Esto es horrible!
—Pero ¿qué es?

Indudablemente palidecí. Quise volver ä


leer y no pude.
El hígado se me subía ä las fauces, ä la
vez que el cora-
zón me palpita-
ba con alarman-
te violencia.
—¿Pero tanta
impresión te ha causado eso?
—Suponte tú—aftadi—que te caes de una
altura de mil metros y te quedas clavado
en un pararrayos. Suponte td que un sud
exprés cargado de Aguileras y Barrosos te
pasa por encima de un callo. Suponte td
que mientras fallece tu madre te arrancan
todas las muelas con un zapapico.
—1 Hombre, todo eso es espantoso!
—Pues todo eso es una dulce caricia

(r) Suplicamos á los lectores que al llegar a. estos


párrafos comiencen á tararearnos una marcha fú-
nebre.
VIAJES MORROCOTUDOS 127

comparado con lo que nos ocurre ä nos •


otros.
— ¿S. nosotros?—preguntó aterrado Xau-
doró.
— Sí.
—No lo comprendo.
• —Pues escucha:
«Se ha recibido de Cristiania el siguiente
telegrama: Tripulación del Melanesia, falu-
cho cargado con nueve patatas, ha tomado
tierra islas de Long.»
--¿De Long?—preguntó mi compafiero.
—Bueno, ¿y que?
—1Una friolera! ¿No caes?
—No.
—Pues anda, coge el documento de la
botella, confróntalo con esto y muérete en
seguida. ¡Qué horrible desengafio y qué
tremenda plancha!
- ver!
—Lee el documento palabra por pala-
bra.
—Comienzo: «Trip... Metan...
—Tripulación Melanesia.
—Alucho... argado.
—Falucho cargado. ¡Alma de cántaro!
Sigue.
128 PERU ZI5810A

—Nueve pata.
—Nueve patatas.
—Ha... ado.
—Ha tocado.
—Tierra islas de Long.
—Precisamente. ¿Te cabe duda todavía?
Estas palabras las oyó el camarote, por-
que mi interlocutor se había desplomado
sobre las palomas mensajeras, aplastando
á dos.
La cosa no tenía vuelta de hoja.
cada palabra que nos iba sacando de
nuestro error iba nuestro cutis tomando un
tinte amarillento más subido, hasta el pun-
to de que cuando nos vid el capitán creyó
que éramos dos canarios.
No hacíamos más que prorrumpir eivx-
clamaciones como éstas:
— ¡Adiós nuestras ilusiones! ¡Adiós nues-
tras esperanzas! ¡De modo que estamos
como cuando atravesábamos el Sahara y
como cuando salíamos de la Meca! ¡Maldito
trifinus! ¡Y pensar que ahora estarán las
sociedades científicas poniéndonos por las
nubes injustamente, y que hasta han graba-
do nuestros nombres en una plancha! Esto
es /o tinico que verán de nosotros las nacio-
VIAJES MORROCOTUDOS 129

nes extranjeras: ¡la plancha( ¡Oh, ridícula


vanidad la nuestra! Nada, que no hay no-
nópodos. Si ya lo decíamos... Linneo no es
un chupachareos. Cuvier no es ningún ma-
leta... Buffón no fué ningún actor cómico,
por muy bufón que fuese...
• No sé qué nos ahogaba más, si la emo-
ción de que éramos víctimas ó el poco aire
que había en el camarote; así es que, ávi-
dos de buscar una pulmonía que acabase
con nuestros pesares, salimos de allí preci-
tadamente, obsesionados con nuestra plan-
cha, y recorrimos el barco gritando como
locos:
—¡Tenía rizón Linneol
—¡Tenía razón Cuvierl
Una de las pilotos, alarmada al vernos,
se determinó ti preguntarnos:
— Qué les ocurre A ustedes?
--Nada, sefiora; que en el mundo no hay
nadie que tenga nueve patas.
Quedó la marinera con la boca abierta y
con la convicción de que habíamos perdido
el juicio, cosa que le confirmaron todas las
compafieras, pues la que menos había oído
que exclamábamos:
—¡Las nueve patas son nueve patatas!
9
7

130 PEREZ ZalGA

Y esto, la verdad, no se le ocurre decirlo


voces sobre la cubierta de un ballenero
más que á un loco de remate, siendo para
todas lo más raro que hubiéramos perdido
la razón los dos á la vez.
En medio de nuestra desesperación y en
medio del puente hallamos al capitán del
barco mirando á lo lejos con unos gemelos,
y así que se apercibió de que estábamos
allí, exclamó:
—11-lurra, amigos míos! ¡Ya tenemos á la
vista las islas de Long! Pronto satisfarán
ustedes su ardiente deseo de verse allí.
Poco nos faltó para dar al capitán un par
de tortas glaciales. Pero nos contuvimos,
limitándonos á decirle que nuestro deseo
ardiente de llegar ya no era ardiente (por-
que estaba helando), ni era deseo siquiera,
porque no se nos había perdido nada en
las tales islas.
Como esto requería explicación, referi-
mos al capitán la historia del documento
hasta la lectura del The Infundium.
Nos oyó atentamente, y sólo se le ocurrió
objetar:
—Pero ¿cómo puede ser que un falucho
fuera cargado sólo con nueve patatas?
VIAJES MORROCOTUDOS I 31
---r.f-
Yo tt estole respondimos leyendo la am-
pliación de la noticia:
«Que las nueve patatas eran nueve es-
pecies de dicho tubérculo que el falucho
conducía á las islas de Long para su acli-
matación y cultivo.)
El capitán nos dijo que su compromiso
con nosotros estaba cumplido y que no te-
nía más remedio que dejarnos en las islas
de Long, por tener que invernar allí.
Al oir esto nos pusimos furiosos y hubié-
ramos destrozado al capitán si las dos cor-
seteras más próximas, Robustiana y Bár-
bara (que eran precisamente las más fuer-
tes), no nos hubieran colocado inmediata-
mente un corsé de fuerza ä cada uno, pues-
to que allí no había camisas como las que
hay en los manicomios.
El capitán, que no se andaba en chiqui-
tas y que veía en nosotros un estorbo y un
peligro, nos cogió con corsé y todo y nos
dejó acompañados de las palomas y el equi-
paje en medio de aquellos hielos espantosos
que rodeaban al barco, y cuyos témpanos
flotantes habían convertido al mar en una
enorme sopera de gazpacho frappe.
XII

Sobre los timpanos.—Cosas de los esquimales—Pre-


parativos extraños.—Donde las dan las toman.—La
última exposicidn.—El esquimal atrevido.— Trasla-
ción y rotacidn.—El barco-salvadera. —Punto final.

Gracias 11 los trajes de pieles que había-


mos comprado en Aldamsk podíamos so-
portar, aunque muy mal, aquella tempera-
tura terriblemente fria.
Al cabo de un rato el ballenero era ya un
punto lejano y poco después había desapa-
recido tras de las moles de hielo que cerra-
ban el horizonte chocando entre sí y res-
balando cual monstruosos é informes pati.
nadores rusos para ir ä unirse Ét otros tém-
panos y formar montidias de hielo mayores
aún que los más desarrollados sorbetes.
Lo que más nos desesperaba era encon-
trarnos sobre el helado mar sin podernos
mover á causa de la presión de los corsés

VIAJES MORROCOTUDOS 13 3

de fuerza, y hubiéramos muerto .mo dos


besugos vulgares á no ser porque la Provi-
dencia, siempre benigna, se nos apareció
en figura de ballenato, animalote que, reco-
nociendo al oler nues-
tros corsés que esta-
ban fortalecidos por
ballenas, que proce-
dían casualmente de
las barbas de su sello-
ra madre, nos lös qui-
t6 de un coletazo, tal
vez para depositar
aquellas respetables reliquias maternales
en su correspondiente guardapelo.
Libres ya completamente y arrastrados
hacia el Norte por corrientes de agua fres-
ca entre canales de témpanos, llegamos ét
unirnos g. un témpano inmenso que, lejos
de rodar, parecía mis bien una costa flo-
tante formada por la congelación del mar
glacial.
Nos construimos allí un cairn 6 choza de
hielo, absteniéndonos de establecer en ella
la calefacción eléctrica por temor de que
no quisieran ir á instalarla.
Dormimos tiritando y aplanados por el
1 34 PEREZ ZeIGA

peso de nuestra decepción, y en este estado


pasamos varios días, durante los cuales
tuvimos que irnos comiendo las palomas
mensajeras, asadas en el hielo, importan-
donos ya dos pitos (uno ä cada uno) el tri-
finus, el inglés, la familia y los sabañones.
Poco tiempo estuvimos solos en el cairn,
pues no tardó en aparecer por la abertura
de la choza una cabeza rojiza, redonda y
grasienta.
Correspondía a un esquimal curioso, que
con un arpón en la mano nos indicó que
saliéramos al exterior. Conocimos en se-
guida que tanto él como sus acompañantes
eran los terribles comedores de pescado
que habitan en la zona boreal.

Nos tranquilizamos al considerar que no


somos unos congrios ni unos atunes (valga
la inmodestia) y que, por lo tanto, no po-
díamos temer ser víctimas de aquellos apa-
recidos, pequeños, feos y malolientes.
Rodeándonos con sus perros groenlande-
VIAJES MORROCOTUDOS 135

ses y sus trineos, nos preguntaron por


nuestra patria.
Les contestamos por señas que procedía-
mos de Madrid, y esta palabra fue mägica
para ellos, pues poniéndonos sobre un tri-
neo entre tiras de foca y esperma de balle.
na, nos condujeron rápidamente al más
próximo de sus campamentos.
Comenzado el invierno apenas hay día
en aquelias regiones. Sólo aparece el sol
antes de las doce y rozando el horizonte se
oculta inmediatamente.
Los hielos, alumbrados por una luna
siempre constipada; el cielo, embetunado
constantemente; el choque vagneriano de
los témpanos, la intensidad del frío, á cuyo
lado la cordillera de Tanla y la fuente del
Berro son rescoldo puro, eran capaces de
aterrar al más valiente.
Gracias á que nos distraían el ánimo los
sublimes espectáculos que gratuitamente
nos ofrecía la naturaleza al presentarnos
la aurora boreal (muy señora mía) y la re-
fracción, que abultaba los objetos hasta el
punto de que los sabaflones nos parecían
tomates aleves.
Sobre el encharcado terreno gran mime-
o
I 36 PREZ ZÚRICIA

ro de esquimales se congregaban en anima-


dos grupos alrededor de un choubersky,
celebrando conciliábulos misteriosos sobre
algo relacionado con nuestra presencia allí,
que indudablemente les había sugerido más
de una idea diabólica.

Sus insistentes miradas hacia nosotros y


la frecuencia con que les oíamos nombrar
Madrid nos chocaron extraordinariamen-
te. ¡Qué risotadas! ¡Qué gestos y qué danzar
y palmotear! Debíamos alegrarnos de ha-
ber producido tan agradable impresión;
pero al mismo tiempo teníamos gran escama,
cosa que procuramos ocultar, dada la afición
que aquellas gentuzas tienen al pescado.
Otros esquimales más activos se apresu-
raban A construir, empleando entre sus ma-
teriales largos trozos de mojama clavados
con espinas, una empalizada dispuesta para
encerrar algo y un pintoresco tablado, en
donde al parecer había de verificarse algún
espectáculo exótico.
VIAJES MORROCOTUDOS 137

Entre tanto nosotros, siempre deseosos


de conocer países, tipos y costumbres ä la
sombra del trifinus, nos dedicamos ä co-
nocer cosas de aquellas heladas comar-
cas, y sólo voy ä permitirme consignar
los detalles que mas curiosos nos pare-
cieron.
Ä lo único que los esquimales se dedican
en seco es ä explotar la piedra llamada la-
borita, para que no se diga que no son la-
boriosos.
La carrera de Telégrafos está allí muy
desarrollada, hallándose la ensefianza de
los jóvenes ä cargo de las morsas (especie
de focas), que, como se desprende de su
nombre, fueron las inventoras del telégra-
fo sistema Morse.
Cosa verdaderamente extrafla en las re-
giones polares es la lactancia, pues, según
observamos, las nodrizas de allí dan de
mamar ä los nidos leche merengada. ¡Si
hará frío!
En los teatros de allí, donde por cierto
están prohibidas las ovaciones calurosas,
no representan más obras que La bola de
nieve, La casa del oso, El hijo de la nieve,
Noticia fresca y Los dos polos, y una vez
138 PSIZEZ ZÜRIGA

pusieron en escena El has de leña y lo sil-


baron estrepitosamente.
Nos chocaron también los pájaros bo-
bos, muy comunes allí, tí diferencia de lo
que por aquí vemos, pues nuestros pája-
ros, sobre todo los de cuenta, no son bobos
ni mucho menos.
Supimos que se llaman bobos aquellos
animalitos porque se dejan matar ä dis-
gustos; pero más bien creimos que tal
nombre les proviene de que no es posible
hacerles decir siquiera papá y mamá.

Haciendo todas estas observaciones es.


tábamos cuando se nos acercaron unos
cuantos individuos grasientos de los que
más se habían regocijado con nuestra pre-
sencia y nos condujeron á empujones has.
ta dejarnos dentro de la cerca, donde reci-
bimos una impresión sumamente extrafia
al ver sobre la entrada un cartel que así
decía:
VIAJES MORROCOTUDOS 139

nI•le

EXHIBICIÓN

DE UN MATRIMONIO ESPAÑOL

(Raza desconocida y salvaje.)

Dada nuestra gran perspicacia, inmedia-


tamente se nos ocurrió lo que aquello sig
nificaba: no era más que la revancha de los
esquimales que estuvieron en Madrid ex-
puestos al público.
Por lo visto, era cierta la sospecha.
Como cosa rara y curiosa nos exponían,
pretendiendo explotarnos, como nuestros
compatriotas hicieron con ellos; pero lo
que no nos explicábamos era lo del ma-
trimonio , porque no recordábamos que
nos hubieran casado nunca al uno con el
otro.
Poco tiempo permanecimos en la duda,
pues llamándonos aparte un tío muy co-
chino, que parecía ser el director de aquel
tinglado, nos dijo:
—Es preciso que uno de ustedes sea se-
hora por unos días.
Y al decir esto tiró de machete como dis-
1 40 ARIO ztrim

puesto á poner en práctica alguna idea


sanguinaria.
El asombro y la risa se mezclaron en
nosotros ante aquella salida del esquimal.
—zEs absolutamente preciso?—le pre-
guntamos.
—Phra mi negocio es indispensable—nos
contestó.---Estas ficciones industriales son
moneda corriente, tanto entre ustedes los
civilizados como entre nosotros los come-
dores de porquerías.
Y sin darnos tiempo ä más réplicas ni ä
protesta alguna, por fortuna para mí co-
gieron A Xaudard, en quien reconocieron
dotes de belleza que ä mí me faltaban, y en
un santiamén le afeitaron completamente
con un machete y le vistieron de chula con
tal propiedad que tuvo que emplear mucho
tiempo y argumentos muy gráficos para
llevar ä mi ánimo el convencimiento de
que seguía siendo tan Xaudard• como siem-
pre.
todo esto, nuestro humor era del color
de la salsa de los calamares, y no sabíamos
adónde iba ä llegar aquel bromazo de fe-
ria. Pero no había más remedio que aguan-
tarse si queríamos conservar la vida y con.
VIAJES MORROCOTUDOS 141

tinuar buscando el trifinus por este mundo


traidor.
La apertura de nuestra exposición se
verificó solemnemente, y á ella afluyó gran-
dísimo número de concurrentes, no sólo di-
allí, sino de otras comarcas.
Los lapones y los samoyedos acudían
con sus familias y sus tiros de perros
presenciar nuestras figuras, nuestra indu-
mentaria y nuestros movimientos.
Atraídas por e/ dulce reflejo de mis ga-
fas, se aproximaban hasta mí las laponas,
que más bien parecían lapas sencillas, por-
que no se querían separar de allí y logra-
ban encender mi rubor con sus insinuantes
miradas árticas.
Entre los millares de visitantes que vi-
mos ä nuestro rededor desde que nos ex-
pusieron ä 'avergüen-
za pública, se des-
tacó un pollo ártico
muy lamido, con la /1/
cabellera muy llena 11(
de sebo y un sombre- 1)))/
rito de copa ladea-
do, que no hacía más
que hacer guiños ä Xaudar6 y dirigirle pi-

142 Phi= MAGA

ropos alarmantes. Al fijarnos en el, me dijo


mi compañero, de muy mal talante, á mi,
que tampoco estaba muy alegre, que diga-
mos:
—Oye, tul, ¿qué querrá este tipo?
—Quizá sea un periodista glacial.
—Me mira mucho, y le voy A soltar un
par de tortas.
—Cállate y ten prudencia, que al fin eres
una señora, aunque provisional.
Yo no me podía tener de risa al ver
el aspecto de Xaudaró, con falda de per-
cal, mantón de Manila y casquete de pieles
en la cabeza. Además le habían pintado un
lunar en la mejilla ver-
daderamente arrebata-
dor.
Presintiendo sin duda
el atrevido pollo que la
chula interina estaría
dura de pelar, A juzgar
por su mal gesto, tuvo
e g
un arranque polar de
todos los demonios, y logró hablarme
solas cuando la concurrencia era más es-
casa.
—Señor español—me dijo,—ha de saber
7r.

VAJES MORROCOTUDOS 143

usted que yo soy tan caprichoso como rico,


y habiéndome enamorado perdidamente de
su señora, desearía que me la cediese usted
por un rato á cambio de una gruesa suma
de dinero.
Solamente por el gusto de ver cómo
Xaudar6, llegado á poder de su presunto
seductor, se desentendía de él, accedí gus-
toso á la proposición del pollo ártico, y re-
gocijándome al pensar las consecuencias,
le dije resueltamente.
—Por Dios, que no lo sepa nadie, porque
ya comprende usted que mi honor queda-
ría muy malparado; pero, en vista de que
esta mujer ha de encontrar en usted indu-
dables encantos, desde luego puede usted
dirigirse á ella contando con mi permiso.
—Y bien—añadió el galán sebáceo con
más miedo que vergüenza,—Eusted cree que
su señora no me dará un sofión?
—Nada de eso, amigo mío. Precisamen-
te es muy aficionada ä estas aventuras, so-
bre que su carácter es puro almíbar. Acér-
quese usted bien á ella, pues, y no tema
nada.
Las zapatetas y cabriolas del sapo aquel,
en alas de su alegría, fueron muchas, y á
1 44 MIZEZ ZÓRIGA

mí me las daba el corazón presintiendo el


éxito de la amorosa empresa, mientras el
galancete atrevido decía cínicamente en
un corro de amigos grasientos:
—!Chicos! ¡La espafiola es mía!
Y los del corro iban cayendo muertos de
envidia uno á uno.
Pronto llegó la noche, y después de en-
tregarme una bolsa repleta de dinero, que
yo acepté sin reparo, no tardó en presen-
tarse tímidamente el seductor en el cerca-
do ajeno.
Yo, que nada había anunciado á Xau-
dar6, aguardaba con impaciencia y baftán-
dome en agua de rosas el desenlace de la
aventura sin ser visto por la chula ni por
el galán.
Éste se aproximó á Xaudaró y le dijo
mirándole con ternura infinita:
—1Til eres el rayo hiperbóreo que ilumi-
na mi alma!
—¿Cómo?—pregunt6 Xaudar6 sin com-
prender aquello
— ¡Que te adoro! — afladió, echándole
mano. *
Entonces mi chula interina cayó en la
cuenta de lo que ocurría, y dió tan tremen-
VIADIS MORROCOTUDOS 145

da bofetada al cínico gomoso, que éste sa-


lid volando por encima de la empalizada y
no paró hasta el Polo, quedando tan bien
sentado en el ex-
tremo del eje de
la tierra, que co-
menzó á dar
vueltas allí ver-
tiginosamente,y
4
es de suponer I
que seguirá dándolas todo el resto de su
vida.
Como eran precisamente aquellos esqui-
males parientes muy cercanos de los que
en Madrid habían sido expuestos, querían
seguir explotándonos en desquite del es-
pectáculo que dieron aquí y del cual habían
llegado allí algunos prospectos.
Entre las cosas que pretendían que hi-
ciéramos,figuraba un ficticio alumbramien-
to de Xaudard y el solemne bautizo, á
nuestra usanza, del vástago resultante,
para lo cual nos prepararon un mochuelo
con mantillas y pafiales que daba gusto
verle.
Pero nos negamos A seguir siendo mu-
flecos de feria, y en plena exhibición tiró
IO
144 PER= zdeoA

mi compañero de las faldas y dijo que no


recordaba haber sido chula en su vida ni
estaba dispuesto ä serlo jamás.
Aquello fue realmente un arranque te-
merario, pues tenía que suceder lo que real-
mente sucedió: que se armó el gran alboro-
to, que nos ataron, nos sacudieron el polvo
y nos dieron una noticia que no nos dejó
helados porque lo estibamos ya, pero que
nos disgustó bastante, y fue que habían
acordado matarnos provisionalmente.
Así lo hubieran hecho los muy brutos si
otra vez la Providencia no hubiera tenido
la bondad de tendernos una mano gene-
rosa.
Esta mano fue la de unos marinos ameri-
canos que llegaron allí en un buque de
guetra procedente de Nueva York, cuya
misión era buscar ä los sabios descubrido-
res del trenus‘ melancaicus en las islas de
Long.
Enterados nosotros de
ello, y puestos en comu-
nicación con los yan-
quis, nos apresuramos
g. participarles que los
ilustres sabios ä quienes
~JIS MORROCOTUDOS 147

buscaban éramos nosotros precisamente,


cuidando muy mucho de no decirles que lo
del tal descubrimiento era un mito, pues no
deseábamos otra cosa que salir sanos y sal-
vos de los esquimales, aunque fuese en
brazos tan poco simpáticos como aquellos
que tan oportunamente llegaron en nues-
tro auxilio.
Fuimos, pues, conducidos con gran cor-
tesía al buque, y en él navegamos con rum-
bo ä los territorios americanos, donde nos
ocurrieron aventuras portentosas, comple-
tamente distintas de las que ya conocen
nuestros lectores, y que serán objeto del
cuarto y último tomo de estos VIAJES,
los que daremos fin con nuestro accidenta-
do paso por América, nuestro regreso al
puro regazo de míster Sandwich y nues-
tro inesperado y efectivo encuentro del
trifinus melanallicus , base y origen de
nuestra inmensa fortuna actual, que nos
permite vivir en la opulencia y hacer res•
pectivamente letras y monos sólo por amor
al arte.
`7,3,757,13T97.- ." 7' • .437
• .`
Carta geográfica (en serio) de la parte de Asia que
recorremos en la tercera jornada de este morrocotudo
viaje. De buena gana publicariamos el mapa de tamaño
natural, pero desistimos de hacerlo por si no cabe en la
página holgadamente.
LIBROS DEL MISMO AUTOR

COSAS, poesías y artículos, prólogo de Taboada.


DESAFINACIOPIES, poesías, prólogo de Vital Aza.
GÁRGARAS POETICAS, prólogo de Sinedo Delgado.
GUASA VIVA, prólogode Clarín y epílogo deLuceño.
PAMPIROLADAS, poesías.
PIRUETAS, poesías y artículos.
Zuittomms, poesías.
COSQUILLAS, verso y prosa, prólogo de Peña y Go4i.
COCINA CÓMICA, recetas y otras cosas.
Colaran% menudencias alegres.
GALIMATIAS, artículos cómicos.
GUÍA *haca DB SAN SEBASTIÁN.
MÓSICA RATONERA, poesías escogidas.
PABLI.A FESTIVA, versos.

VIAJES MORROCOTUDOS, primera jornada, (4.6 edición).


VIAJES MORROCOTUDOS, segunda jornada, íd.
VIAJES MORROCOTUDOS, tercera jornada, íd.
VrAms moRRoconmos, cuarta y última jornada, id.
CAMELARIO ZARAGATONO.
AMANTES CELEBRES puestos en solfa.
TIPOS RAROS, artículos festivos.
DOÑA TECLA EN Poncrrú, aventuras novelescas.
Su< PIES NI CABEZA, artículos y poesías.
VILLAPELONA DE ABAJO, cuentos.
Sano DIAS FUERA DEL MUNDO, viaje involuntario.
(Los 13 primeros están agotados.)
Ele extme.A.R.w.oróer
EL ARCA DB Not, estudio interesantísimo.
DOSIA TECLA EN EL JAPÓN.
ARTE DE HACER CURAS.
CHAPIJCER(AS, poesías festivas.
LA REINA DE LAS LOMBARDAS, novela cómica.

OBRAS MUSICALES
(PARA PIANO Y PARA BANDA)

Los CANGREJOS (paso doble para andar hacia atrás).


EiLasaam. (nuevo paso doble).
OBRAS TEATRALES

(EN UN ACTO)
LA MANIA ms PAPÁ, juguetecómico. (Teatro Lara.)
¡Faucumnas!, juguete cómico. (Teatro de la Comedia.)
EL SEAOR CASTAil0, zarzuela (2). (Teatro de Maravillas.)
¡VIVA LA raes!, zarzuela (2). (Teatro de Variedades.)
Los TfOS, zarzuela (3). (Teatro de Apolo.)
EL QUINTO CIELO, zarzuela (4). (Teatro Felipe.)
LAS GOTERAS, zarzuela (4). (Teatro Martín.)
LA LUCHA POR LA EXISTENCIA, zarzuela (5). (Teatro Es-
lava )
EL SALVAVIDAS, juguete cómico. (Teatro Lara.)
LA INDIA BRAVA, zarzuela (6). (Príncipe Alfonso.)
EL MÁRTIR na LAS VELADAS, monólogo. (Teatro Lara.)
EL GABÁN DE PIELES, juguete cómico. (Teatro Lara.)
LA CHICA DE LA PORTERA, pasillo (7). (Teatro de la
Zarzuela.)
LA GENTE DEL PATIO, zarzuela (4) . (Teatro de Mara-
villas.)
La MALLORQUINA, zarzuela (8). (Teatro de la Zarzuela.)

Las obras 52', 6., 7.6, 8.4 y 14.* en colaboración


con D. José Díaz de Quijano.

(a) Música de Blasco y Ovejero. (y) Música de Valverde y Mateo*.


(2) Música de Justo Blasco. (6) Música de Valverde (hijo).
(y) Música de Julio Ruin. (y) Música de Caballero.
(e) Música de Quijano y ZúBiga. (8) Música de Jiménez.
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