El Concepto de Lo Político en Nicolás Maquiavelo: Artículos

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Andamios vol.4 no.7 México dic. 2007 SciELO Analytics

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Actualmente, dirige la revista Ágora


Internacional. Correo electrónico: llschenoni@anu–ar.org

Fecha de recepción: 19/03/2007


Fecha de aceptación: 26/06/2007

Resumen
El presente trabajo pretende analizar, desde una perspectiva
original, el pensamiento de Nicolás Maquiavelo, y en especial su
concepción de la política. En un principio, nos propondremos
discernir qué es la política para este autor, cuáles son sus
presupuestos esenciales y qué características propias tiene aquello
que llama "político". Posteriormente, intentaremos poner en
discusión, mediante un desarrollo sistemático, la hipótesis de que
las concepciones éticas y antropológicas de este autor se condicen
plenamente con sus ideas sobre la política y el poder, y son los
derivados lógicos de ellas. El desarrollo del trabajo permitirá realizar
un amplio análisis del trasfondo filosófico de la reflexión
maquiavélica y proporcionar una explicación a su noción del
hombre, el poder y la moral.
Palabras clave: Política, político, teoría, Maquiavelo,
maquiavelismo.

Abstract
This work attempts to analyze the thought of Nicholas Machiavelli
from an original perspective, paying special attention to his
conception of politics.
First, we set out to discover the meaning of politics for Machiavelli,
his founding presuppositions and the proper characteristics of what
he calls "political".
Afterwards, we put forward the hypothesis that this author's moral
and anthropological conceptions are intrinsically intertwined with his
general ideas about politics and power and are their logical
derivatives. This review of Machiavelli's work will allow us to make a
comprehensive analysis of the philosophical thought underlying his
conceptions and to provide an explanation for his notions of man,
power and morality.
Key words: Politics, political, machiavelli's theory,
machiavellianism.

INTRODUCCIÓN
El otoño negro de 1513 constituye una fecha clave para la ciencia
política. Fue entonces cuando el exiliado Nicolás Maquiavelo envió a
Lorenzo de Médicis (nieto de Lorenzo "el Magnífico") su escrito
titulado De Principatibus, esperando recuperar así su empleo como
funcionario de Florencia, pero recibiendo en cambio dos botellas de
buen vino como agradecimiento y, mucho más tarde, el título de
fundador de la politología moderna.1
La obra del florentino ha dividido la historia del análisis político en
un avant et après Machiavel (Benoist, 1907) que se diferencian
fundamentalmente por la cientificidad de la segunda etapa,
bautizada como sociología política o ciencia política empírica.
Esta división es casi universalmente aceptada, aunque las
justificaciones suelen diferenciarse dependiendo del autor. Según
algunos, el principal mérito de Maquiavelo radica en haber dejado
de lado los criterios morales (característicos del pensamiento
clásico) que buscaban el "buen gobierno", para examinar con un
perfil amoral la política del "gobierno eficaz" (Prelot, 2004: 23).
Para otros, lo más trascendental de su obra fue haber innovado la
utilización del método comparativo histórico (Duverger, 1962: 549),
de uso evidente y hasta abusivo en toda su producción literaria, y
principal prueba de la objetividad de su análisis.
En contraposición con quienes aceptan total o parcialmente estas
dos teorías fundamentales, hay autores que rechazan tanto la idea
de amoralidad como la de objetividad en el pensamiento del
florentino (llamados antimaquiavelistas). Estos alegan que sus
consejos son inmorales, puesto que no se abstiene de señalar una
forma determinada de actuar al príncipe, y subjetivos, dado que
tienden a un fin político determinado (la unificación de la nación
italiana o, en términos más generales, la Razón de Estado). De esta
forma, se configura un cuadro diversificado de consideraciones que
pareciera ser irreconciliable.
El panorama se oscurece aún más si consideramos las infinitas y
variadas interpretaciones que tuvo El príncipe a lo largo de la
historia.2
Sin embargo, sorprendentemente, casi la totalidad de estos autores
coinciden en que la figura de Maquiavelo marca un hito en la
historia del pensamiento sobre la política.
¿Qué pueden tener en común? En general, explicita o
implícitamente, todos están de acuerdo con que, más allá del
método que utiliza y las conclusiones que obtiene, Maquiavelo
distingue con claridad remarcable su objeto de estudio: "Describe
con suficiente claridad el campo de la política [..] entiende que la
política es, en primer lugar, el estudio de las luchas por el poder
entre los hombres" (Burnham, 1953: 50). Ni aún el más acérrimo
detractor del florentino ha negado el esfuerzo de éste por otorgar a
su estudio un campo propio y emancipado.
Después de El príncipe, la política ya no se definirá de acuerdo con
una concepción religiosa ni filosófica. Lo político se independiza
entonces de Dios y del "deber ser" para explicarse como algo que
"es en sí", que tiene esencia propia.
¿Qué es lo propio de la política? Esta pregunta surgirá, en adelante,
en cada hombre que desee analizarla. Encontrar el concepto de lo
específicamente político en cada autor será fundamental para
entender sus consideraciones. Es aquí, en el pensamiento de
Maquiavelo, donde surge y es contestado por primera vez este
enigma, dando nacimiento a la ciencia política y a casi cinco siglos
de polémicas que se derivan de su particular concepción de lo
político.

LA ESENCIA DE LA POLÍTICA
Muchos autores han intentado proporcionar a la política un objeto
específico. Algunos aseguran que este es el bien común; otros dirán
que su objeto es el Estado o la "máxima institucionalización de una
entidad política" (Weber, 2002: 8), y finalmente habrá quienes
encuentren la especificidad de la política en el poder (Bobbio, Dahl,
Duverger, etcétera). Como hemos visto, Maquiavelo coincide con
estos últimos. "Uno de sus discípulos, Scioppius, hará resaltar que
es cosa extraña a la política la afirmación de que el príncipe debe
ser piadoso para ganar la vida eterna. Esto corresponde a la
teología [... ] la política únicamente ha de investigar los medios por
los cuales el poder se adquiere y se pierde" (Prelot, 1986: 145).
Resulta evidente en El príncipe que no interesa directamente al
autor el bien común ni cuál sea la organización del Estado
(república o principado de cualquier tipo), mientras se encuentre
bien ejercido el poder.
Podemos decir incluso que su análisis no se remite al ejercicio del
poder, sino también a los factores que influyen en su adquisición y
conservación, y ha de ser por eso que dedica sus consejos a un
"príncipe nuevo" que tendrá que defender constantemente su poder
frente a sus súbditos y a las potencias vecinas. Maquiavelo
presenta:
Cuatro maneras de adquirir el poder, a las cuales podrán
corresponder diferentes maneras de conservarlo o perderlo.
Se adquiere por virtus (es decir por energía, resolución,
talento, valor indómito y si se quiere feroz) [...], o por
fortuna [...]. Además, para ser completo, Maquiavelo tiene
en cuenta las adquisiciones por perfidia, y hasta las
adquisiciones por el favor, el consentimiento de sus
ciudadanos. (Chevalier, 1955: 14)
Asimismo, los innumerables consejos políticos que llenan las
páginas de El príncipe no tienen otro objetivo que el mismo poder.
Cuando se recomienda al príncipe tener medios de coacción
disponibles, cultivar los vicios necesarios, ser más temido que
amado, o ser a la vez el zorro y el león, no se le está señalando el
camino a la eternidad (fin religioso), ni a la riqueza (fin económico),
sino al poder per se (entendiendo por éste, el fin político por
excelencia).
La tendencia de Maquiavelo es evidentemente "abstraer la política
de toda consideración y escribir acerca de ella como si fuera un fin"
(Sabine, 1968: 255), haciendo del poder ese fin que justifica
cualquier medio necesario.
Pero indudablemente, el poder es un concepto muy amplio, y que
no se remite estrictamente al campo de estudio que abarca el
florentino. Podemos hablar de un poder espiritual, de un poder
económico, e incluso de un poder doméstico, que abarcan esferas
de la realidad muy distantes a lo que Maquiavelo comprendía por
política.
Para comprender el concepto de lo político en el autor de El
príncipe, será necesario acotar la noción de poder al ámbito del
poder claramente estudiado por él (el poder político).
A fin de entender el ámbito propio de la política, deberemos aplicar
una segunda categoría. En este sentido, nos será útil partir de la
definición dada por Carl Schmitt,3 según la cual existe una
característica política específica: la distinción entre amigo y
enemigo (Schmitt, 1999). Esta diferenciación independiza a la
política de las otras disciplinas, pues cada una tendrá su distinción
propia: lo ético se definirá por la distinción entre el bien y el mal, lo
estético por lo bello y lo feo, lo económico por lo rentable y lo no
rentable, lo religioso por lo divino y lo mundano, etcétera.
La política tiene un ámbito propio y distinto; podrá haber política
religiosa y política económica, pero mientras exista la distinción
entre amigos y enemigos, el ámbito es específicamente político.
Maquiavelo reconoce implícitamente la importancia de esta
distinción para la política. En reiterados pasajes de El príncipe trata
sobre cómo mantener y utilizar a los amigos (especialmente el
pueblo y el ejército), de cómo tratar a los enemigos (tanto internos
como externos), y deja en claro que el príncipe debe, en lo posible,
evitar declararse neutral para ser un amigo o un enemigo franco
(Maquiavelo, 2002: 120), lo que se traduciría, según este
pensamiento, en tener una política clara.
Empero, sería inconsistente afirmar que el florentino encuentre en
esta definición aquello que es propio de la política. Para hallar su
concepción de lo político, será necesario aplicar a estas disciplinas
(ya separadas) la primera y fundamental categoría: el poder.
Habiendo diferenciado las distintas disciplinas, y aplicando a ellas
una relación de poder, se conforma un cuadro de subordinaciones
interdependientes en la vida real, pero separables
conceptualmente: lo político se definirá por la relación gobernante–
gobernado; lo económico, por la relación entre rico y pobre
(simplificando la dialéctica de la propiedad que es base de la
filosofía marxista), y lo religioso, por la relación de subordinación
que tienen los hombres respecto de los sacerdotes como
representantes de Dios en este ámbito, sea cual sea la religión
(Dios–hombres).
Es recién entonces cuando vemos claramente qué entiende el
florentino por política. Cada disciplina tendrá una relación de poder
propia, diferenciándose entre sí, por los actores que en ella
influyen. Lo religioso se definirá por la subordinación del hombre a
un dios; lo económico, por la misma relación entre el rico y el
pobre, y finalmente, lo político encontrará su campo de estudio en
lo que respecta al poder del gobernante sobre el gobernado.
La subordinación religiosa tiene sobrados ejemplos históricos en las
relaciones sociales. Cuando esta concepción prepondera, los líderes
serán quienes tengan una mayor conexión con los dioses, ya sean
chamanes (en las sociedades cazadoras y recolectoras de casi todo
el mundo) o fuertes aristocracias religiosas, como las del antiguo
Egipto, la India brahmánica y la Europa del medioevo.4
Lo mismo sucede con la economía, en especial desde la concepción
del marxismo, que divide a la sociedad fundamentalmente en
burgueses (propietarios de los medios de producción económicos) y
proletarios (no propietarios de nada más que su prole). Creemos
que sobran los ejemplos históricos de este tipo de dominación.
Sin embargo, es posible apreciar que los poderes económico y
religioso no constituyen algo esencial en sus respectivas disciplinas
(podría seguir habiendo ricos y pobres, y aun dioses y hombres, si
no existiera la relación de poder entre ellos), mientras que a la
política le es indispensable la existencia de una relación de poder (si
no hubiera una subordinación del gobernado desaparecería la
distinción entre gobernado y gobernante). De ello sacamos dos
conclusiones: en primer lugar, que las relaciones de mando y
obediencia, ya se den en el terreno religioso, económico o militar,
constituyen relaciones políticas; en segundo lugar, que el poder
ejercido por el gobernante sobre el gobernado constituye la relación
de poder por excelencia.5
Maquiavelo encuentra en esta relación aquello que constituye lo
puramente político, y el objeto de su análisis. Entenderá la historia
a través de este prisma y distinguirá diferentes tipos de
gobernantes y diferentes tipos de gobernados. Una vez
distinguidos, analizará cómo ha de darse la relación de poder y
cómo deberá actuar el gobernante en cada situación. No importará
tanto la relación con el extranjero (gobernante–gobernante) cuanto
el orden interno, pues en el caso de ser atacado, no hay mejor
defensa que la unidad de los súbditos bajo su príncipe (Maquiavelo,
2002: 113), y en el caso de invadir "por fortísimo ejército que tenga
un príncipe, necesita de la buena voluntad de los habitantes para
ocupar un territorio" (Maquiavelo, 2002: 23). El príncipe es
fundamentalmente un estudio del comportamiento eficaz de un
gobernante sobre determinados gobernados.
Esta idea (que para nosotros es la idea matriz del pensamiento
maquiavélico) fue expuesta y sistematizada como presupuesto de
"lo político" en Julián Freund, un heredero de Schmitt que
presupone la existencia de tres dialécticas políticas fundamentales:
amigo–enemigo, gobernante–gobernado y público–privado. De las
tres, Freund opina que la relación entre gobernante y gobernado es
la única "puramente" política (Freund, 1968). Veamos qué
consecuencias trae esta visión en el pensamiento de nuestro
hombre.

CONSECUENCIAS ANTROPOLÓGICAS
La concepción de la sociedad política como resultado de la relación
entre los gobernantes y los gobernados ha llevado a Maquiavelo a
consideraciones antropológicas bastante cuestionables. Sin dudas,
lo anterior se debe a que su estudio del hombre se realiza en un
campo específicamente político. Así como Adam Smith analiza al
"hombre económico" (cuya característica distintiva será el
egoísmo), el florentino basará su estudio en el "hombre político", es
decir, el hombre en relación con la lucha por el poder.
La visión de este tipo de hombre se verá además influida por
diferentes factores (entre ellos, su concepción de la política y la
necesidad de justificar ideológicamente el absolutismo monárquico),
que lo llevarán a distinguir lo que podríamos llamar dos subtipos
antropológicos: los príncipes y los súbditos.
Ante todo, en toda su obra está implícita una diferencia
netamente acusada entre dos tipos de hombre político.
Podríamos llamar a una de ellas el "tipo gobernante" y a la
otra el "tipo gobernado". Dentro del primer grupo estarían
incluidos no solo aquellos que en todo momento ocupan los
puestos importantes en la sociedad, sino también los que
aspiran a alcanzar esas posiciones [... ] el segundo esta
compuesto por aquellos que no gobiernan ni son capaces de
gobernar. (Burnham, 1953: 59)
Esta visión dualista de la sociedad redundará en un ordenamiento
valorativo de los dos tipos de hombres, en el cual el gobernante
ocupa claramente un primer lugar.

El "tipo gobernante"
Resulta claro que en Maquiavelo, la visión encomiástica del tipo
gobernante (y la consecuente visión peyorativa del tipo gobernado),
se corresponde con su situación superior en la relación de poder. Ya
no importan las consideraciones éticas que se puedan tener del
príncipe (si es bueno o malo), sino que en principio, su naturaleza
es superior simplemente por ser más poderoso.
El principado —por maldad— (mediante crímenes) nos
permite presentar otra consideración: en la distinción
maquiaveliana entre principado o república [... ] ya no
aparece, por lo menos directamente, la duplicación de las
formas de gobierno entre buenas y malas. Al menos en lo
que refiere a los principados [...], no repite la distinción
clásica entre príncipe y tirano. (Bobbio, 2004: 70)
El príncipe, rey o tirano, es siempre príncipe, y por lo tanto tiene el
mismo valor político. Bajo el pensamiento de Maquiavelo, no se
admitirá crítica alguna a un régimen tiránico que haya alcanzado
sus fines, pues no importa tanto la bondad de los medios ni de los
objetivos, sino fundamentalmente haber logrado estos últimos. En
esta consideración, se vislumbra una característica central para
distinguir la supremacía del subtipo gobernante, y esta es que, en
principio, la elección de los fines hecha por el príncipe es infalible (y
por tanto, incuestionable). El gobernante puede fallar en su elección
de los medios, y será ineficaz, pero nunca falla en su elección de los
fines: "El príncipe se halla por encima de lo común. Lo que autoriza
a evadirse de la moral es el estar por encima de la mediocridad
ambiente" (Prelot, 1986: 143).
Esta capacidad casi sobrehumana del tipo gobernante lo hace a su
vez imprescindible para el resto de los hombres. Él será el que los
guíe hacia un fin, pues "la multitud sin jefe no presta servicio
alguno [...] es inútil sin alguien que la dirija" (Maquiavelo, 1954:
127).
En la obra de Maquiavelo, podemos ver a esa figura enaltecida del
príncipe personificada en César Borgia, duque de Valentino, a quien
describe en una carta de 1501: "Este señor es muy espléndido y
magnífico, y con las armas tan animoso, que no hay cosa
demasiado grande que no le parezca pequeña, y por la gloria y por
adquirir el Estado no descansa ni conoce fatiga alguna" (Chabod,
1994: 301). Esta apreciación, sin dudas encomiástica, se extiende,
en mayor o menor medida, a todos aquellos hombres que hayan
empeñado su virtù a aumentar y fortalecer su poder, y por tanto, a
todos aquellos que conforman el tipo gobernante.
Restaría una última cuestión. ¿Cuál es la razón por la cual estos
pocos hombres sacrificarían la comodidad de sus vidas privadas
para gobernar a los demás? La respuesta está implícita en
Maquiavelo y explícita en los maquiavelistas italianos: la voluntad
de poder. "Una fuerza vital, biológica o psicológica que impulsará
irresistiblemente a algunos hombres a mandar. La ambición de
poder lleva, ínsita, el culto de los héroes, del superhombre más allá
del bien y del mal, tesis que va a ser desarrollada por Nietzsche,
quien decía: —En todo pensamiento moderno encontramos a
Maquiavelo" (Sebreli, 2002: 18).

El "tipo gobernado"
Mucho más clara aún es la visión peyorativa que tiene el autor de El
príncipe sobre el hombre común, aquel que no posee o no tiene las
facultades para hacerse del poder público, y a quien hemos llamado
el "tipo gobernado".
Esta idea podría resumirse en el siguiente fragmento, que ha
pasado a la historia como prueba evidente de la concepción
antropológica negativa del florentino: "Porque de los hombres
puede decirse generalmente que son ingratos, hipócritas, temerosos
del peligro y ansían realizar ganancias. Mientras se les ofrece
beneficios y el peligro es remoto, son adictos, ofrecen su caudal,
vida e hijos, pero cuando se necesita su sacrificio y el peligro está
cerca, se rebelan" (Maquiavelo, 2002: 95).
Esta categoría de hombres, que conforma claramente la mayoría de
la sociedad, se diferencia del tipo gobernante básicamente por su
pasividad política. A los gobernados no les interesa el poder, sino un
mínimo de seguridad y de libertad en sus asuntos privados:
"Siempre que no se quite a la generalidad de los hombres su
propiedad ni su honor, viven contentos y en paz" (Maquiavelo,
2002: 103).
Sin embargo, como hemos visto, el concepto del tipo gobernado no
es neutral, sino más bien negativo. Esto quizás se deba a la noción
de la plebe que ha adquirido Maquiavelo al estudiar la historia de
Roma, muy similar, por cierto, a la de muchos aristócratas antiguos.
En sus Discursos dirá: "El pueblo, caprichoso e inconstante,
engañado muchas veces por una falsa apariencia de bienestar,
desea su propia ruina [... ] y entonces la república queda expuesta
a infinitos daños y peligros" (Maquiavelo, 1954: 216).
Pero el florentino no acotará la visión peyorativa del pueblo a su
incapacidad política, sino que tendrá un enfoque mucho más
amplio. Se podría decir que en cierta forma, la ingratitud,
hipocresía, cobardía y demás defectos del hombre se derivan de esa
evidente incapacidad en los asuntos públicos. Maquiavelo se
representa la sociedad como el homo homini lupus de Hobbes. El
engaño mutuo y el egoísmo son, para él, las constantes políticas del
tipo gobernado.
De estas características del tipo gobernado surgiría inevitablemente
la necesidad de un tipo gobernante que establezca el orden,
porque, como dirá Maquiavelo citando a Virgilio: "Cuando aparece
en medio de la multitud un hombre grave e insigne por sus
virtudes, callan todos y se preparan a escucharlo" (Maquiavelo,
1954: 253).
Vemos, en esta última consideración, que ambos subtipos
antropológicos se necesitan mutuamente y sólo juntos conforman la
sociedad política.

CONSECUENCIAS ÉTICAS
El primer problema de la concepción antropológica de Maquiavelo se
presenta cuando dejamos de considerar únicamente al "hombre
político" para considerar, desde los mismos parámetros, al ser
humano en su totalidad. En este segundo plano, comprendemos
que no existe naturalmente un tipo gobernante o un tipo
gobernado, sino simplemente un hombre (económico, religioso,
político, etcétera) que incluso puede cambiar de categoría, según lo
acompañe o no la fortuna a lo largo del tiempo. Encontramos, por
ejemplo, a un César Borgia vencido que es aprisionado por Julio II
(Serrano, 2003: 75–85), y a un Maquiavelo que debe dejar sus
funciones en Florencia tras la restauración de Lorenzo el Magnífico.
Ambos pudieron haber sido considerados en algún momento del
tipo gobernante y, sin embargo, pasaron a ser gobernados hasta
sus últimos días.6
Empero, las peores consecuencias de considerar la totalidad de la
realidad, desde los parámetros expuestos, son las que se presentan
en el campo de lo ético:
Sin dudas, el componente más polémico del legado teórico
de Maquiavelo y el que ha alimentado con más fuerza y por
más tiempo la leyenda negra que lo persigue hasta nuestros
días es su argumento sobre la moralidad en la vida pública.
Se trata de su constatación sobre la existencia de dos
patrones de moralidad: uno valido para la vida privada, y
otro que rige en la vida pública. En conclusión, no sólo hay
dos estándares morales en lugar de uno y absoluto como lo
predicaba la iglesia, sino que, además, ambos están en
conflicto. (Borón, 2000: 173)
A Maquiavelo no le interesa la ética clásica; él se preguntará qué es
obrar bien en política (en la vida pública), y formulará una ética
política. Es aquí donde influirá su concepción de lo político, para
enunciar dos éticas distintas: una para el gobernante y otra para el
gobernado.
La ética clásica (cristiana o aristotélico–ciceroniana) dirá que el
hombre debe preocuparse por la bondad de los medios, y en
segundo lugar, por los fines, pues los fines quedarán supeditados en
última instancia a la voluntad de un dios o del hado. Desde una
cosmovisión cristiana (la predominante en tiempos de Maquiavelo),
podríamos decir que Dios es la fuente natural de todo poder y
sabiduría, y por lo tanto, solo él conoce la bondad de los fines,
teniendo la última palabra a la hora de determinarlos. Al hombre le
queda ajustarse a esos fines y practicar fundamentalmente una
"ética de medios".
En cambio, la ética política (la propia del ámbito político) no
reconoce la existencia de Dios ni de un destino, sino únicamente de
dos actores: gobernantes y gobernados. ¿Quién se ocupará de los
fines en este nuevo escenario? Aquí, el tipo gobernante deberá
divinizarse y adoptar una "ética de fines".
El hombre, que en el ámbito político había sufrido una partición
antropológica, sufrirá ahora, en el mismo ámbito, un cisma moral.
Max Weber explica claramente estas dos éticas distintas que son
características de la política:
Tenemos que ver con claridad que cualquier acción orientada
éticamente puede ajustarse a dos máximas
fundamentalmente distintas entre sí y totalmente opuestas:
puede orientarse según la ética de la convicción o según la
ética de la responsabilidad. No es que la ética de la
convicción signifique una falta de responsabilidad o que la
ética de la responsabilidad suponga una falta de convicción.
No se trata de eso. Sin embargo, entre un modo de actuar
conforme a la máxima de una ética de convicción, cuyo
ordenamiento, religiosamente hablando dice: "El cristiano
obra bien y deja los resultados a la voluntad de Dios", y el
otro modo de obrar según la máxima de la ética de la
responsabilidad, tal como la que ordena tener en cuenta las
previsibles consecuencias de la propia actuación, existe una
diferencia insondable. (Weber, 2002: 65)
En Maquiavelo, la ética de la responsabilidad y la ética de la
convicción se amoldan a su concepción del poder y del hombre
político para conformar, respectivamente, la moral del gobernante y
del gobernado.
Esta visión dual de la ética tiene su base, sin dudas, y como ya se
puede apreciar, en la concepción antropológica del florentino. Aquel
hombre que por su voluntad de poder pertenezca al tipo
gobernante, deberá —por su bien y el de sus súbditos— adoptar
una ética de la responsabilidad. Por otro lado, el que no detente el
poder público, perteneciendo por tanto al tipo gobernado, podrá
congraciarse con Dios mediante una ética de la convicción. "Hay
que elegir entre ser un buen individuo privado y buen político. Se
trata de una elección entre lo bueno y lo bueno, ya no, como
pensaba la tradición occidental, entre el bien y el mal. Las cosas
buenas pueden ser contradictorias" (Franzé, 2003: 63).

La ética del gobernante

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