El Baile de Los Recaudadores

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EL BAILE DE LOS RECAUDADORES

¡No puede ser que no haya una sola persona


honrada en este reino! –decìa el sultán,
preocupado. Durante todo el año habìa probado a
muchos, muchísimos, (¡demasidados!) recaudadores de
impuestos. El asunto siempre terminaba igual: Se
robaban el dinero. “Claro”, pensaba èl “con todo lo
que recaudamos ¡Còmo no van a robar!”.
-Yo tengo una solución –le dijo un dìa su
consejero. Solo anuncie que necesita un nuevo
recaudador... yo me encargarè del resto.
Asì fue. Al dìa siguiente, todos los candidatos
estaban en el recibidor del palacio, vistiendo sus
màs hermosos y lujosos trajes. Se miraban entre
ellos arquendo las cejas con desconfianza. Tambièn
habìa allì un hombrecito tìmido que no llevaba
traje elegante y por eso intentaba no llamar la
atención. En esas estaban cuando apareció el
consejero.
-Vengan por aquì –dijo, y todos lo siguieron
hasta la entrada de un corredor tan oscuro que no
sabìa si tenìa piso o techo. Habìa que caminar a
tientas...
Al final del corredor estaba el sultán,
esperando a los candidatos.
-Ahora dìgales que bailen –le dijo en consejero
al oìdo.
“Què pedido tan raro”, pensò el sultán, pero
habìa prometido hacerle caso.
-El que baila màs bonito serà mi nuevo
recaudador –dijo. Y mientras el consejero
acompañana con las palmas, los candidatos
arrancaron con los pasos de baile. ¡Y que mal
bailaban! Además de no tener ritmo paracìa que las
ropas les pesaban. El ùnico que bailaba con cierto
decoro era el hombre pobre. Y de pronto ploc, ploc,
empezaron a caer piedras preciosas de los bolsillos
de los otros candidatos. Ellos no sabìa còmo
disimular la vergüenza.
-¡Ahì està el nuevo recaudador! –dijo feliz el
consejero, señalando al hombre pobre-. Esparcì por
el corredor muchas piedras preciosas, pero el ùnico
que no se las llevò al bolsillo fue èl.
Asì fue como el sultàn encontrò a su nuevo
recaudador. Por fin un hombre honrado.
LA MESITA DE LA ABUELITA
Justo cuando iba a cumplir ochenta años,
una señora se quedo viuda.
Luego del velorio y del entierro, sus hijos se
reunieron. ¿Què iba a hacer ahora? ¿Con quièn se
irìa a vivir la anciana? Cada hijo tenìa su propia
familia. Además viviàn en lugares distintos y, en
el fondo, no querìan llevar a su madre con ellos.
¡Què fastidio tener una anciana en la casa! Asì que
discutìan y discutían, pero ninguno decía que ya,
que mamá venga conmigo.
-¡Yo quiero que la abuelita viva con nosotros!
– dijo de pronto la pequeña Sandra. Era la hijita
del menor de los hijos y quería mucho a la anciana.
Corriendo, Sandra se acercó a la pobre señora. La
abrazó.
“¡Rayos!”, pensó el hijo, muy molesto (pero
mantenía la sonrisa, para que su mamá no pensara
mal de él). La señora, sin dientes, sonreía, todos
dijeron que ya, que mamá vaya a vivir con él.
Desde la muerte de su esposo, el ánimo de la
señora había decaído mucho y su salud no era buena.
No veía bien, no oía bien y las manos le temblaban
como si estuvieran siguiendo el compás de una
polca. Para colmo, cuando comía, los arroces,
fiuuu, salían volando de su plato y caían sobre la
cabeza de alguien. A ella le daba vergüenza, pero
no podía evitarlo.
-¿Qué, cómo, cuándo? – decía la señora que cada
vez que su hijo le hablaba.
Entonces, el hijo se molestaba y se iba. ¡Qué
vieja tan inútil! Ni él ni su esposa le tenían
paciencia. A veces hasta le gritaban.
Harto de esta situación. El hijo compró una
mesita. La colocó en un rincón oscuro del comedor,
junto con las escobas y los trapos, y le dijo a la
anciana que a partir de este momento iba a comer
allí.
- Mamá, no me gusta ver como botas la
comida fuera del plato.
Quédate en el rincón y así estarás lejos de mi
vista.
La señora, snif, empezó a almorzar en la
mesita, lejos de su familia.
De este modo, los arroces, fiuuu, salían
volando, pero el hijo ya no tenía que verlos.
Un día llegando del trabajo, el hijo vio a la
pequeña Sandra. Estaba tratando de construir
algo con unos bloques de madera de juguete.
Cuando le preguntó qué estaba haciendo, la
chiquita contestó:
- Estoy construyendo una mesita para que
tú y mamá tengan dónde comer cuando sean
viejos.
¿Y qué crees? El hijo se dio cuenta de que
estaba en falta. La abuela volvió a tener su
lugar en la mesa y fue tratada por todos con
respeto que se merecía.

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