9 de Marzo de 1948 Zelda
9 de Marzo de 1948 Zelda
9 de Marzo de 1948 Zelda
Juntos arrasamos con Nueva York, ahí empezó todo. Como escribió
Charles Dickens: “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los
tiempos”. Un par de célebres novicios en medio de la ola de adrenalina
más grande que ha azotado américa, precoces y revoltosos.
Reinventamos la suntuosidad, la ciudad enmudeció ante la era del jazz,
hicimos del charlestón un estilo de vida. La prensa alardeaba de nuestras
historias, era comprensible, porque vaya que dimos material para las
imprentas, nosotros agotamos la tinta, Scott. Le mostramos al resto de
mundo lo que era la diversión, y cuáles eran los límites del escándalo,
brillamos con la luz de nuestra enardecida juventud; paseábamos sobre
los toldos de las taxis, y ofrecimos un brindis en la fuente de la plaza de
unión square. Nos vestíamos de una pareja dichosa en público, pero en
casa las discusiones se volvieron frecuentes.
Pese a las riñas, nuestro primer año de matrimonio nos dio un bonito
obsequio en el día de San Valentín de 1921: supe que estaba
embarazada. Viajamos a la casa de tus padres en Minnesota para tener
al bebé, Frances “Scottie” Fitzgerald nació en octubre. Después de todos
esos años de desenfreno, me aturde pensar que la más afectada haya
sido Scottie, aún con nuestras muchas aptitudes en distintas materias, no
fuimos los mejores padres. ¿Sabes qué otra cosa recuerdo? A mí
recuperándome de la anestesia después del parto, balbuceando palabras
sin sentido, algo sobre desear que Scottie se convirtiera en una
muchacha bonita y tonta, porque lo mejor que le puede pasar a una
mujer bonita es ser tonta. Tuviste el arrojo de ponerlo dentro de “El gran
Gatsby”, supongo que nuestra vida alimentó algunos de nuestros libros, y
los espectros de esta sociedad se asoman entre sus páginas. Muchos de
los personajes alrededor de Gatsby son, exactamente, bonitos, pero muy
tontos. Un esbozo de una clase social que arroja habladurías imbéciles,
arropados por su fortuna o su raza. Creo que en tu novela el personaje
Daisy Buchanan enmarca la marginación de la mujer, la simplificación de
su género a un adorno, igual que una alfombra en la sala, o una lámpara
art deco en la habitación. “El gran Gatsby” fue una gran novela, querido
Scott, cada vez que quiero revivir los 20 me pongo a leerla.
Debo admitir que nunca fui una buena ama de casa, teníamos
numerosos empleados a cargo de todo lo que no sabíamos hacer, uno
para la cocina, otro para la lavandería, o para cuidar a nuestra hija. El
año de 1922 fue devastador, yo quedé embarazada por segunda
ocasión, pero no estábamos listos para ser padres, ni la primera vez, ni la
que se avecinaba. Scottie siguió como hija única, pero una tristeza
profunda ensombreció mi amor como madre. Con el tiempo, las deudas
inundaron la casa, tu siguiente novela no había tenido suficiente impacto,
vencidos, tuvimos que ir a París.
No hacías otra cosa que escribir, no me justifico, pero tú, mejor que
nadie, entenderás mi íntimo arrebato francés. Conocí a Edouard Jozan
en el verano del 24, era apuesto, galante, y un piloto intrépido. Ya me
disculparas por decírtelo, Scott, pero me enamoré de él. Pasábamos las
tardes nadando en las playas o en las mesas de los casinos.
Desafortunadamente, confundí la naturaleza de mi affaire al pedirte el
divorcio, claro que tu manera de encarar las circunstancias tampoco fue
la más madura, me encerraste en la casa, Scott. Cuando Edouard se
enteró de su damisela atrapada, insistió en que lo nuestro no era serio, y
abandonó el mediterráneo. Mi aventura nos hizo perder todas las
esperanzas, era nuestra necesidad de drama, habíamos cosechado una
huerta de ilusiones falsas a través de los años y, de pronto, la realidad
nos golpeaba en el rostro. Ese mismo año comencé a pintar y tuve mi
primer intento de suicidio.
LETRAS
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9 de marzo de 1948,
Asheville, Carolina del Norte.
Scott, estoy encerrada en este cuarto y en mis sentimientos. Hay una ventana,
la cálida luz del cielo en Asheville choca contra la madera del piso, es mi
pedacito de libertad, mi único refugio. Aquí el espacio es reducido, la cama
incómoda y el resto de los muebles, destartalados. No me agrada esta
habitación, no me agrada este lugar, ni esta vida; pero conoces de sobra mi
condición, entro y salgo del hospital porque de lo contrario sufro
alucinaciones, he llegado a charlar con Alejandro Magno y Cleopatra; a veces
tengo ideas delirantes, me imagino que vienes conmigo y viajamos juntos a
París, otras más sólo me golpea una tristeza tremenda y permanezco así
durante días. Debes saber que te echo de menos, Scott. Es raro cómo las cosas
adquieren un carácter nostálgico con el tiempo, incluso los malos momentos.
Me gustaba tu tristeza, espero habértelo dicho alguna vez, es que me parecía
tierna; no lamento nuestras discusiones porque ahora siento que nos
mantenían unidos, al final de cada una, trataba de besarte y hacerte olvidar.
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Me gusta evocar los detalles de la vida que llevamos juntos porque me hace
sentir cuerda. Cuando se firmó el tratado con Alemania, fuiste liberado de tus
obligaciones con el ejército y estableciste tu residencia en Nueva York, nos
escribíamos a menudo mientras estábamos separados, hasta que me enviaste la
sortija de tu madre en marzo de 1920; recuerdo que nos casamos el 3 de abril
del mismo año, en la hermosa catedral de San Patricio, sobre la mismísima
Quita Avenida. Estábamos aturdidos por la gloria, vivíamos en un frenesí
erótico y artístico, esa emoción nos condujo al matrimonio. Acababas de
publicar tu primera novela “A este lado del paraíso”, todo un éxito de ventas,
se agotó en apenas tres días; después de semejante resultado comercial,
cualquiera hubiera esperado que tus siguientes trabajos continuaran siendo
fructíferos, pero pese a tu indiscutible habilidad como novelista, tus textos
nunca más fueron tan rentables.
En tu novela, reescribiste a uno de los personajes para que se pareciera a mí,
incluso usaste trozos de mi diario personal en la elaboración del libro. Soy
más que una musa, Scott, soy parte y autora de toda tu carrera, no existe Scott
Fitzgerald sin Zelda Fitzgerald.
Juntos arrasamos con Nueva York, ahí empezó todo. Como escribió Charles
Dickens: “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos”. Un par de
célebres novicios en medio de la ola de adrenalina más grande que ha azotado
américa, precoces y revoltosos. Reinventamos la suntuosidad, la ciudad
enmudeció ante la era del jazz, hicimos del charlestón un estilo de vida. La
prensa alardeaba de nuestras historias, era comprensible, porque vaya que
dimos material para las imprentas, nosotros agotamos la tinta, Scott. Le
mostramos al resto de mundo lo que era la diversión, y cuáles eran los límites del
escándalo, brillamos con la luz de nuestra enardecida juventud; paseábamos sobre los
toldos de las taxis, y ofrecimos un brindis en la fuente de la plaza de unión square. Nos
vestíamos de una pareja dichosa en público, pero en casa las discusiones se volvieron
frecuentes.
Pese a las riñas, nuestro primer año de matrimonio nos dio un bonito obsequio
en el día de San Valentín de 1921: supe que estaba embarazada. Viajamos a la
casa de tus padres en Minnesota para tener al bebé, Frances “Scottie”
Fitzgerald nació en octubre. Después de todos esos años de desenfreno, me
aturde pensar que la más afectada haya sido Scottie, aún con nuestras muchas
aptitudes en distintas materias, no fuimos los mejores padres. ¿Sabes qué otra
cosa recuerdo? A mí recuperándome de la anestesia después del parto,
balbuceando palabras sin sentido, algo sobre desear que Scottie se convirtiera
en una muchacha bonita y tonta, porque lo mejor que le puede pasar a una
mujer bonita es ser tonta. Tuviste el arrojo de ponerlo dentro de “El gran
Gatsby”, supongo que nuestra vida alimentó algunos de nuestros libros, y los
espectros de esta sociedad se asoman entre sus páginas. Muchos de los
personajes alrededor de Gatsby son, exactamente, bonitos, pero muy tontos.
Un esbozo de una clase social que arroja habladurías imbéciles, arropados por
su fortuna o su raza. Creo que en tu novela el personaje Daisy Buchanan
enmarca la marginación de la mujer, la simplificación de su género a un
adorno, igual que una alfombra en la sala, o una lámpara art deco en la
habitación. “El gran Gatsby” fue una gran novela, querido Scott, cada vez que
quiero revivir los 20 me pongo a leerla.
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Debo admitir que nunca fui una buena ama de casa, teníamos numerosos
empleados a cargo de todo lo que no sabíamos hacer, uno para la cocina, otro
para la lavandería, o para cuidar a nuestra hija. El año de 1922 fue devastador,
yo quedé embarazada por segunda ocasión, pero no estábamos listos para ser
padres, ni la primera vez, ni la que se avecinaba. Scottie siguió como hija
única, pero una tristeza profunda ensombreció mi amor como madre. Con el
tiempo, las deudas inundaron la casa, tu siguiente novela no había tenido
suficiente impacto, vencidos, tuvimos que ir a París.
No hacías otra cosa que escribir, no me justifico, pero tú, mejor que nadie,
entenderás mi íntimo arrebato francés. Conocí a Edouard Jozan en el verano
del 24, era apuesto, galante, y un piloto intrépido. Ya me disculparas por
decírtelo, Scott, pero me enamoré de él. Pasábamos las tardes nadando en las
playas o en las mesas de los casinos. Desafortunadamente, confundí la
naturaleza de mi affaire al pedirte el divorcio, claro que tu manera de encarar
las circunstancias tampoco fue la más madura, me encerraste en la casa, Scott.
Cuando Edouard se enteró de su damisela atrapada, insistió en que lo nuestro
no era serio, y abandonó el mediterráneo. Mi aventura nos hizo perder todas
las esperanzas, era nuestra necesidad de drama, habíamos cosechado una
huerta de ilusiones falsas a través de los años y, de pronto, la realidad nos
golpeaba en el rostro. Ese mismo año comencé a pintar y tuve mi primer
intento de suicidio.
Ahora Scottie es toda una mujer, me hace sentir orgullosa. Hizo colocar
tus restos en Maryland, pretendía depositarlos en la parcela de tu familia
en la iglesia, pero no se lo permitieron, dijeron que eras impuro por haber
vivido con más alcohol que sangre; aun así, dice que hará que la iglesia
cambie de parecer, ya veremos.
Fitzgerald no sólo vivió paralelo a sus novelas; su muerte significó lo que el final de su
novela más famosa, El gran Gatsby: la caída de un hombre exitoso. En sus últimos
días de vida vendió guiones de cine. Cansado y enfermo, alcanzó a escribir una última
novela, El Último Magnate. A su funeral asistieron pocos amigos y familiares. Fue un
día oscuro, lluvioso y desolado. Apenas una decena de personas llegaron, entre ellas
la escritora Dorothy Parker, con quien sostuvo un breve romance en los años veinte.
En su vestido luctuoso, la señora Parker se deslizó al ataúd y cerca del rostro de
Fitzgerald, como quien busca dar revancha a alguien desprotegido, habló:
—Pobre bastardo —le dijo en susurros mientras observaba al que fuera el prototipo
de la Generación perdida.
Y aunque Scott no pudo escuchar las palabras que la irónica señora Parker citaba del
funeral del protagonista Jay Gatsby, en la novela de El gran Gatsby, este pequeño
homenaje era testimonio del camino recorrido que Fitzgerald finalizó cuando dejaba
de existir.