La Tragedia Del 79
La Tragedia Del 79
La Tragedia Del 79
https://www.voltairenet.org/article155207.html
A raíz del reconocimiento del gobierno de la Magdalena por el coronel José La Torre, el
pierolismo comenzó a derrumbarse y el escritor y periodista Ricardo Palma reaccionó
en forma insultativa contra el pueblo y la ciudad de Arequipa, incrementando en esa
forma la leyenda negra que la cobardía no castigada por Piérola, del coronel Leyva, se
incrementara. Leyva, el famoso del "apúrate Leyva" de Bolognesi, aquél que careció de
respetabilidad en Arequipa por su franca cobardía de no acercarse a Tacna en los días
previos a la batalla del Alto de la Alianza.
Son contradictorios los pormenores que hasta este momento tenemos de lo sucedido en
Arequipa; pero yo me explico, a mi manera, lo que ha pasado. Don Manuel Pardo acabó
de corromper y desmoralizar a ese pueblo, que poco necesitaba ya para perder el resto
de virilidad que le quedaba. Sembró en terreno fácil para el mal. . .
Estoy seguro de que, al día siguiente de realizada tan infame traición al patriotismo,
habrán tenido que arrepentirse los arequipeños de ella".
"Artículo No. 22, "El Canal", Panamá, 22-X-1881, Lima, Octubre 12 de 1881 — Señor
Director — El 8 se recibió un cablegrama de Arica participando que, en Arequipa, se
había sublevado el Coronel don José La Torre con las tropas de su mando, a favor de
García Calderón. Los argollistas festejaron mucho la noticia de la traición encabezada
por un jefe desleal. . . Al fin tiene García Calderón territorio donde su autoridad sea ya
reconocida. Una interrupción del cable ha impedido recibir noticias posteriores al 8, y
nada de extraño habría en que hubiese sobrevenido una reacción en Arequipa, tan luego
como llegase al conocimiento de esa ciudad del decreto en que Lynch desconocía el
gobierno de la Magdalena.
"Hasta hoy son escasos los pormenores sobre el motín de Arequipa, y se empieza a
creer, que no tiene la importancia que se le dio en un principio. . . ‘
En el siguiente artículo, No. 24, publicado en "El Canal" el 12.XI. 1881, se rectifica,
pero el agravio queda: (172)
"Al fin llegaron pormenores sobre la revolución de Arequipa. . . Fue el Coronel D. José
La Torre, Comandante General de las fuerzas, quien el día 7 a las seis de la tarde,
aprovechando que una hora antes había salido para Tingo el señor Solar (prefecto),
realizó el movimiento. . .
Se aprecia por los escritos que Don Ricardo Palma se encontró completamente ofuscado
por sus celos e incondicionalidad hipertrofiada a Piérola y también por sus prejuicios
racistas, clasistas y regionalistas, por eso, sin verificar situaciones se dice y contradice.
Primero son los arequipeños quienes se sublevan, después quedan sólo los militares. El
gobierno de García Calderón tiene un territorio para gobernar y, no le sirve para nada.
Resulta incomprensible la gran ofuscación por la que atravesó el tradicionalista Palma.
En mi concepto, la causa principal del gran desastre del 13 está en que la mayoría del
Perú la forma una raza abyecta y degradada. . . El indio no tiene el sentido de la patria;
es enemigo nato del blanco y del hombre de la costa y, señor por señor, tanto le da ser
chileno como turco. . . Educar al indio, inspirarle patriotismo, será obra no de las
instituciones sino de los tiempos. Por otra parte, los antecedentes históricos nos dicen
con sobrada elocuencia que el indio es orgánicamente cobarde".
Los párrafos anteriores nos explican por qué el Palma tradicionalista es eminentemente
de cortesanía virreinal y la república, en su pluma, se quedó casi exclusivamente en el
ámbito limeño, y su silencio sobre la guerra con Chile es inexplicable, pese a que fue
testigo presencial; pues, fuera de la epopeya del Morro y Leoncio Prado en
Huamachuco, lo demás es casi ignorado, y, así como los coroneles Francisco Bolognesi
y Carlos Llosa, ambos fallecidos en la defensa del Morro de Arica y Pedro Bustamante
que hizo toda la guerra, no figuran en el "Diccionario Biográfico del Perú" de Manuel
Mendiburu por ser arequipeños, así tampoco en las "Tradiciones" figuran Cáceres,
Tafur o Recavarren, por ser del ejército de La Breña. A los dos primeros los mencionó
una sola vez, como vinculados a las fuerzas peruanas en Huamachuco, al segundo, lo
ignoró y a Miguel Grau, lo mencionó en forma lateralizada en una tradición titulada "La
Bohemia de mi Tiempo" al referirse a las andanzas de su amigo Velarde (175). Así
fueron los colaboradores de Piérola, que trataron con gran desdén a los mártires de la
patria. Siguieron simplemente el camino del dictador (176), quien, el 28 de mayo de
1880 por decreto otorgó condecoraciones póstumas a tres mártires del "Huáscar",
confiriendo La Cruz de Acero de primera clase al capitán de navío Elías Aguirre y al
teniente segundo Enrique Palacios y, al comandante de la nave, Almirante Miguel Grau,
le otorga la misma condecoración, pero solamente de segunda clase, la diferencia,
porque a este último, Piérola lo consideraba su enemigo político, por ser civilista y
amigo de Manuel Pardo. A Bolognesi no le otorgó ninguna condecoración póstuma y a
sus dos hijos muertos en la defensa de Lima, tampoco. En cambio, al traidor y desertor
de Arica, Carlos Agustín Belaunde, por ser su amigo, lo premió nombrándolo en 1896,
diputado por Tayacaja, pese a las protestas de los diputados de Tacna Libre.
Sensiblemente el tiempo no ha corregido esos errores, quedando tergiversados en la
historia.
………………………
Desde que Diego de Almagro en 1537 regresó de Chile con sus tropas harapientas, los
chilenos se ganaron el apelativo de ―rotos‖; y los persigue el ―complejo de Almagro‖ de
pobres y miserables.
En Arequipa recalaron inmigrantes chilenos desde el siglo XIX, que no sólo fueron
estigmatizados como pobres llamándolos ―rotos‖, sino identificados con los ―payasos‖
por su forma de hablar (acento chileno). Los arequipeños no solo los vieron inofensivos,
sino poco serios y confiables.
Arequipa nunca transigió con Lima, siempre la trató de igual a igual, porque fue (es)
una ciudad caudillo y con aspiraciones de capital. Esa actitud de los arequipeños no sólo
motivó que los limeños los injurien, sino hasta los calumnien. La invención de la
―historia negra de Arequipa en la guerra con Chile‖ es una de sus mayores calumnias,
que no sólo rechazo por falta de fundamento, sino les cuento la ―historia amarilla,
traidora, de Lima‖, en la misma guerra con Chile, en este caso con fundamento.
Si Montero no tenía nada en contra de Arequipa, por lo que no quería perjudicarla, sus
acciones desfavorecieron a los arequipeños: 1) Colocó la línea de ―defensa de
Arequipa‖ en Moquegua a unos 70 Km de distancia, a más de 100 por carretera
(Huasacache y Jamata), para en caso de ser derrotada, retroceder a Puno (no a Arequipa)
por el camino de Pocsi Piaca–Chiguata. 2) No hizo construir trincheras ni colocar
parapetos en las verdaderas afueras de la ciudad, por el temor (muy fundado) de que los
arequipeños se abocarían a la defensa de su tierra.
Todos los hechos previos a la entrada de las tropas chilenas a la ciudad de Arequipa,
prueban a la saciedad, que los arequipeños querían luchar para impedirlo.
El ingreso pacífico de las tropas chilenas a Arequipa, se explica por los siguientes
hechos: 1) No existía ningún mando militar en la ciudad, había escapado con Montero.
2) No había ningún plan de defensa. 3) La ciudad no contaba con el ejército peruano,
que estaba en desbandada desde su retirada de las defensas de Moquegua; 4) La Guardia
Nacional (arequipeños armados) estaba desorganizada y dedicada a localizar y perseguir
al ―traidor Montero‖. 5) No se contaba con ninguna trinchera ni parapeto para la defensa
de la ciudad. 6) No existían autoridades del Gobierno Provisorio, ni de la ciudad. El
teniente alcalde Diego Butrón había sido victimado y el alcalde Armando de la Fuente
estaba perseguido por colaborar con Montero. 7) La Guardia Urbana encomendada a
unos ciudadanos en el último cabildo abierto, no se había logrado organizar. 8) La
última consigna de los encargados de esa guardia y del mismo cabildo fue la de armarse
y parapetarse en sus casas y propiedades, para defenderlas de las tropas invasoras. 9) El
cuerpo consular (extranjeros) a pedido de los representantes municipales firmó una acta
por la que ―ponían la ciudad a disposición‖ de los mandos chileno que debían ceñirse a
los ―principios del derecho de gentes‖. 10) Desde el mediodía del 29 de octubre, se
había hecho público el telegrama que informaba de la finalización de la guerra y recién
en la noche los chilenos entraron a la ciudad. 11) Las tropas chilenas no podían disparar
en cumplimiento del acuerdo de paz, sólo esperaban provocaciones para ejercer la
defensa propia. 12) Los arequipeños armados y parapetados defendiendo sus casas y
propiedades, no dispararon a las tropas chilenas para no provocarlas porque la guerra
había terminado. Sólo reaccionaron a sus abusos, como en Quequeña y Cayma.
Con la toma de Arequipa, sin lucha, no hubo ninguna consecuencia que lamentar, sólo
se evitó la pérdida de vidas humanas. Pero con la destrucción (autodestrucción) del
Gobierno Provisorio de Montero, las consecuencias fueron catastróficas porque se
suspendió la resistencia en la Sierra y quedó aceptado en la práctica el Tratado de
Ancón. Con la mutilación territorial y de las poblaciones de Tarapacá, Arica y temporal
de Tacna.
Nos inventaron la ―historia negra de Arequipa en la guerra con Chile‖. Y ahora, después
de levantar fácilmente los cargos con la verdad histórica, les devolvemos, la ―historia
amarilla (por traidora) de Lima en la guerra con Chile‖.
https://www.voltairenet.org/article154848.html
Así se expresaba El Abate Faria (don Manuel Romero) en una carta abierta al director
de "El Tiempo" de Lima, señor Pedro Ruiz Bravo (*) a propósito de un editorial que
este periodista publicó llamando la atención sobre la necesidad de escribir la verdadera
historia del Perú, y manifestando que "tiene razón El Tiempo al lamentarse de que las
generaciones pasadas hayan sido engañadas y que las presentes y futuras, a sabiendas,
también lo sean".
‘"Puedo garantizar a Ud., señor, que hasta hoy no se ha escrito la verdadera historia del
Perú y que casi todos los textos que en escuelas y colegios se estudian, son amplias
narraciones vulgares, sin ningún valor histórico, escritas casi en su totalidad por
hombres sin valor moral o incapaces, semianalfabetos, plagiadores y copiadores de
historiadores que yacen en la tumba y no pueden protestar".
Nosotros creemos también como El Abate Faria y con el director de "El Tiempo", que
no se ha escrito aún la verdadera historia nacional, cual lo ha sido ya en Chile por el
infatigable Barros Arana, y en otros países de Hispano-América.
En un artículo histórico que el que esto escribe publicó ha pocos años en "El Comercio"
de esta capital, nos dolíamos también de esta omisión propia de nuestra psicología.
Como sucedió en las filas sitiadoras, también hubo nota discordante en las nuestras, es
decir, en la junta de guerra que acabamos de historiar; pero nosotros, siguiendo consejo
de un militar amigo y codepartamentano, hemos estado a punto de no consignarla en
estas páginas, para no amenguar la solemnidad y trascendencia del acuerdo que adoptó
la junta precitada, en la que, como antes hemos visto, todos opinaron como el coronel
Bolognesi, menos uno, acaso, por ignorancia, falta de patriotismo o porque el miedo se
adueñó de su ser, ya que se trataba de un jefe improvisado elevado a la categoría de tal,
como mando de cuerpo, por el favoritismo político. Nos resistimos a estampar su
nombre, pero nos manda imperativamente hacerlo nuestro deber de escritores verídicos
y el hecho de que tampoco faltaron jefes cobardes en las filas chilenas, dos de los cuales
se resistieron a asaltar las baterías peruanas. Estos militares chilenos fueron don Ricardo
Castro y don Luis José Ortiz.
El jefe peruano que discrepó de la opinión de sus compañeros de armas, fue el coronel
de guardias nacionales Agustín Belaunde, jefe del batallón "Cazadores de Piérola",
formado casi en su totalidad de gente colecticia tacneña. En el consejo de guerra este
individuo fundó su voto en favor de la capitulación, alegando que, habiéndose perdido
toda esperanza de auxilio, sea de Leyva, o de Montero, era pueril creer que las escasas
tropas de que se disponía, fueran capaces de contener el empuje de las orgullosas
legiones invasoras; que no era acción de cobardes capitular ante enemigo tres o cuatro
veces superior en número, haciendo antes "tabla rasa" de Arica y sus fortificaciones;
finalmente que no hacerlo así, era sacrificar, a sabiendas, tanta juventud en flor; era
llevarla al matadero (textual).
Pero Belaunde no paró ahí; al saber que, por razones de orden disciplinario se había
decretado su arresto, a bordo del monitor "Manco Cápac", no esperó la notificación del
caso: desertó de su cuerpo en circunstancias que el enemigo asediaba a la plaza.
Dos o tres años después de la ocupación de Tacna por las armas de Chile, Belaunde
regresaba de La Paz (Bolivia) a la primera de las ciudades citadas. Un buen día se le
antojó visitar la plaza del mercado; pero nunca lamentará lo bastante la hora en que tal
hiciera. Lluvia de coles, cebollas, patatas, etc., arrojaron sobre él las patriotas placeras
tacneñas, la mayor parte de las cuales lloraba la pérdida de un deudo o amigo suyo
muerto en el combate de Arica.
Así castigaron la cobarde acción del que desertó de las filas que comandaba, en
circunstancias que el enemigo de la patria se hallaba al alcance de los cañones del
puerto.
El dictador Piérola pagó con creces a Belaunde— a quien estaba ligado por los vínculos
del compadrazgo— los servicios políticos que le prestara en sus pasadas revoluciones.
Olvidó el agitado caudillo demócrata que este mal peruano llevaba en su frente el ‘Inri"
infamante de cobarde y desertor; y haciendo escarnio de la vindicta pública, que a gritos
reclamaba el castigo del réprobo, le prestó eficaz apoyo en su gobierno (1896), a efecto
de que fuera elegido —como lo fue— diputado a Congreso por la provincia de Tayacaja
no obstante haber protestado de ello los representantes parlamentarios por Tacna libre,
distinguiéndose entre éstos por la vehemencia y calor con que trató el punto, el probo y
patriota tacneño señor Modesto Basadre.
Por habernos ocupado con más amplitud de la necesaria de tan tristemente célebre
personaje, nos abstenemos de comentar el error político -por no calificarlo de capricho
inconcebible- en que incurrió el Sr. de Piérola, al apoyar la candidatura de este mal
peruano; atribuyéndolo a la desorganización política de la época, como consecuencia de
la revolución coalicionista que puso término a la segunda administración del general
Cáceres.
VARGAS HURTADO, Gerardo "La Batalla de Arica", Lima, Col. Documental, 1980,
p. 62-5 y 70-1.
Por la tiranía del tiempo, sólo voy a enumerar algunos sucesos que podría valer -cada
uno- como tema de una conferencia.
1. Ocupada Lima por los chilenos en 1881, y cuando éstos vieron que con el Presidente
Piérola no podrían conseguir un tratado que consagrase sus ambiciones territoriales, el.
ejército de ocupación propició una Junta de Notables que el 22 de febrero de 1881 eligió
al jurista arequipeño Francisco García Calderón como Presidente del Perú. García
Calderón no correspondió a los planes chilenos y comenzó a organizar un Congreso
Peruano Extraordinario para que acuerde los términos de las tratativas de paz. El
congreso se reunió el 15 de mayo de 1881 y acordó autorizar a García Calderón para
que negociara la paz «conforme a la Constitución de 1860» (es decir, manteniendo la
integridad territorial). Por la autorización recibida y porque comenzaba a lograr apoyo
diplomático de Estados Unidos y algunos países de Europa para‘ sus propósitos, García
Calderón se convirtió en un obstáculo para las ambiciones chilenas; entonces, el 6 de
noviembre de 1881, los chilenos apresaron a García Calderón en su domicilio y días
después lo enviaron a Chile en calidad de cautivo.
2. Días antes de su inminente «caída», García Calderón reunió una Junta Patriótica que
a su sugerencia eligió al contra-almirante Lizardo Montero como Vice-Presidente del
Perú.
3. Cautivo el Presidente García, Montero viajó a conferenciar con los jefes militares que
por iniciativa personal trataban de organizar la resistencia en diversos puntos de la
sierra; luego, decidió establecer su gobierno en la ciudad de Are quipa, Primaron en esta
decisión de Montero, varias razones: Lima estaba a merced del enemigo y la ciudad que
le seguía en importancia era Arequipa; la cercanía de Arequipa a Bolivia, era para
Montero un resguardo estratégico, pues pensaba exigir el apoyo del aliado de cartón en
la guerra; por fa identificación de Arequipa con el gobierno de García Calderón-
Montero; porque Arequipa a respetable distancia de la costa, estaba a resguardo de
intromisiones enemigas, dado que Chile controlaba el mar, y desde allí proyectaba sus
incursiones terrestres.
6. En la medida en que fue conocida la proclama de Iglesias, fue rechazada por diversos
pueblos del Perú, entre ellos Arequipa. Aquí hubo manifestaciones condenatorias,
circularon «hojas sueltas» incendiarias, los periódicos locales condenaban a Iglesias en
todos los tonos. Todos por supuesto que con la alegría y el aliento del gobierno de
Montero- atacaban a Iglesias. Este proceso subió de tono al finalizar el año de 1882
cuando llegaron las nuevas, de que una Asamblea convocada por Iglesias lo había
elegido Presidente Regenerador del Perú. En conclusión, para el pueblo de Arequipa,
Iglesias era un traidor a la patria y un agente chileno.
8. El gobierno de Montero, en los 14 meses que residió en Arequipa, sobrevivió con las
erogaciones, suministros y cupos en dinero, alimentos y forrajes que le proporcionaron
el pueblo de Arequipa, los pueblos de otras provincias del departamento de Arequipa y
los pueblos de otros departamentos del sur del Perú, que no estaban ocupados por el
enemigo. Solo para que se tenga una idea, mencionaré que los distritos agrícolas de
Arequipa, empobrecidos como todos los del país en esos momentos difíciles, fueron
gravados por el gobierno de Montero con las siguientes cantidades de fanegas «de trigo
o de maíz», que entregaron mensualmente: Socabaya 20; Paucarpata, 25; Characato 10;
Chiguata 5; Sabandía 12; Quequeña 10; Cayma 20; Tiabaya 30; Vitor 30; Miraflores 20;
Uchumayo 8; Yanahuara 10; Palomar 20; Sachaca 20 (La Bolsa 31 de Enero de 1883,
Página 1).
Los implacables enemigos del Perú, que por doquiera han empapado el suelo nacional
con la sangre de muchos hermanos, aún no han saciado su sed de odio, y vienen a la
tierra sagrada de los libres, a continuar su nefanda obra de conquista. Quieren hollar con
su planta, el baluarte de las libertades del Perú, y repetir en las faldas del Misti, las
escenas de deshonra carnicería y horror, que han representado en nuestra patria durante
cuatro años. Nuestros enemigos no vienen solos, los mueven, guían y acompañan esos
desnaturalizados, que han tomado el nombre de Iglesias como el lema de su traidora
bandera que no es otra cosa que el sudario de la honra y de la autonomía de la
República. No es Atila quien se encuentra a las puertas de Roma, capitaneando a los
bárbaros del norte, son las huestes chilenas, más crueles e inhumanas, son los bárbaros
que escarnecen la moderna civilización, los que avanzan en actitud hostil sobre este
pueblo de valientes. ¿Os dejareis conquistar?
¡Imposible!. Esperad con el arma al brazo, sin temor ni jactancia, y probad a vuestros
conquistadores que nacisteis libres y que estáis acostumbrados a morir por la libertad,
que nunca contasteis el número de vuestros enemigos, porque ja más medisteis su
resistencia, sino vuestra pujanza, y que hoy que se trata de defender la existencia de la
República, los fueros del hogar y la santidad del honor, luchareis como siempre, con fe
en vuestra causa y con el denuedo de los pasados tiempos. Os amenazan las fuerzas
chilenas, las mismas son que capitularan en Paucarpata, por que no pudieron resistir
vuestro empuje y el de vuestros hermanos de Bolivia y hoy ¡el cielo lo quiere!, que
peruanos y bolivianos, unidos siempre, renoveis las glorias que entonces alcanzasteis.
Sed pues, el mismo pueblo del 54, 58, 65 y 67; y si en esas épocas memorables vuestro
valor admiró el mundo, hoy que luchais por librar a la patria de la dominación
extranjera, sereis dignos de la inmortalidad.
Pero teneis otro deber que cumplir: vengar a vuestros hermanos. Los esforzados del
Alto de la Alianza, los mártires de Arica, los pundonorosos ciudadanos de los reductos
de Miraflores, los héroes de Huamachuco y tantos otros, asesinados en las ambulancias
y fusilados después de heridos o prisioneros, esperan que castigueis a sus crueles
victimarios. ¡No defraudesis esa esperanza}. El Excelentísimo Arzobispo Goyeneche
pronunció, poco antes del 2 de Mayo, al ver el enemigo extranjero estas inspiradas
palabras «Ay de aquel que en la hora de la prueba, no ofrezca a la Patria su corazón y su
vida» y el inmortal Bolognesi dijo desde el Morro de Arica al jefe chileno que le intimó
rendición, «Quemaremos hasta el último cartucho». Arequipeños que las palabras del
sacerdote y del militar que tuvieron esta ciudad por cuna, os inspire en la hora de
peligro. ¡si ofreced a la Patria vuestra vida, quemad el último cartucho, defended la
bandera bicolor que flamea sobre el cráter del Misti y el Perú, la América y el mundo os
saludarán con respetuosa admiración. Deliberad tranquilos sobre la suerte de la
República. El Gobierno y el Ejército, estad persuadidos, cumplirán su deber. El
enemigo viene a buscaros, porque os cree dormidos: ¡Despertad! pues y que la
Providencia proteja vuestros esfuerzos. Sed el último atrincheramiento del Perú o la
gloriosa Numancia del Pacífico. Arequipa Setiembre 27 de 1883″ (L.B. 28 Set. P.l).
En los primeros días de octubre de 1883, ya eran confirma das las noticias del avance de
fuerzas chilenas sobre Arequipa: una división enemiga acantonada en Tacna, marchaba
sobre Moquegua. La excitación patriótica en Arequipa era inmensa, como
incomprensibles eran las últimas medidas del gobierno de Montero: envío del batallón
Junín al Cusco, de 200 celadores a July orden de repliegue a la división Somocursio que
dejó libre el paso por Moquegua del avance enemigo. El 16 de octubre, parte de las
fuerzas monteristas estaban instaladas en Chacahuayo organizando la defensa, cuando
llegó hasta allí Montero y el Coronel Belisario Suarez (alcalde de Arequipa, nombrado
el día anterior por Montero como Jefe de Estado Mayor General de los Ejércitos).
Los recién llegados junto a los jefes allí posesionados, evaluaron la situación, y en la
madrugada del 17, partieron Montero y Suárez hacia Arequipa. Ese mismo día el
general Canevaro , jefe pospuesto por el nombramiento de Belisario Suárez- recibió en
Arequipa una orden de Montero: sus pender todo envío de tropas y el acuartelamiento
de las fuerzas cívicas «mientras llego a Arequipa y conferenciamos» (Muñiz 1909 T. II.
Pág. 431). En la madrugada del 18 llegó al campamento de Chacahuayo la orden de
Montero, en cumplimiento de la cual, y luego de penosas marchas, el batallón
Constitución se posesionó en la cuesta de Huasacache y el Ayacucho en el alto de
Jamata. Los jefes de los batallones movilizados, vieron in situ, la imposibilidad de la
defensa con el medio millar de hombres y las dos antiguas piezas de artillería de que
disponían y mandaron a pedir refuerzos al coronel Godínez que estaba en Chacahuayo.
El 22 de octubre llegan a Jamata y Huasacache: Canevaro y Godínez con numerosos
ayudantes y verifican lo inminente del ataque y el insuficiente número de defensores.
Canevaro dispone la traída del batallón No. 10 de la Guardia Nacional que estaba en
Chacahuayo. En presencia de tan altos jefes, todos se quedan anonadados al distinguir la
polvareda que anuncia la proximidad del enemigo. A los pocos minutos una bala de
cañón chileno cae muy cerca del lugar en que se encontraban los jefes visitadores. El
coronel Francisco Llosa jefe de los defensores comienza a disponer a su tropa para
repeler el ataque, instantes en los que Canevaro y Godínez se marcharon con sus
ayudantes sin dejar instrucción alguna. Felizmente, el enemigo contra el que cruzaron
fuego, era sólo una partida de adelanto que tenía por fin reconocer posiciones peruanas
y verificar el alcance de sus tiros, logrado lo cual, regresaron a informar de su misión
(parte oficial de la Expedición a Arequipa, por el jefe de la misma, José Velásquez. L.B.
28 En. 1884). La noche del 22 al 23 de octubre, es una noche negra para los 290
hombres del Constitución, sin refuerzos, sin saber qué hacer, sienten la proximidad de
los enemigos que estiman en 4,000. Con las primeras claridades del 23, el coronel Llosa
ordena la retirada al campamento del Grau, donde llegó Godínez a las 8 de la mañana y
ordenó la retirada general «para después atacar». Estas últimas acciones fueron hechas
prácticamente a vistas del enemigo que tenía listos para el ataque a sus
batallones: Santiago, Angeles, el Cuarto de Línea a los escuadrones: Cazadores a
Caballo, Las Heras y el General Cruz.
Montero les respondió que «pelearía en el campo y en la ciudad, en las calles y en las
plazas y HASTA EN EL TEMPLO» (Ibídem). Retirada la delegación municipal,
Montero ordenó desarmar a la Guardia Nacional (en instante tan difícil ya no temía a los
chilenos sino a la reacción de los arequipeños, dispuestos a dar batalla), ordenando
además, que su batallón predilecto «el 2 de Mayo» se dirija a la estación del Ferrocarril.
Las órdenes de desarme fueron motivo de rebelión en los cuarteles de la Guardia
Nacional. Los ciudadanos del Batallón No. 7 devolvieron sus armas contra los que
quisieron cumplir con las órdenes de Montero y entre tiroteos y gritos de ¡ traición ! Se
echaron a las calles. Lo mismo sucedió con los otros batallones de los cívicos y en
general con la población.
13. La noche del 25 de octubre la ciudad de Arequipa era «la tierra de nadie»: los
vecinos parapetados en sus domicilios, con las armas en las manos y la angustia por el
incierto fu turo en los pechos, tragaban a sorbos la cólera que les despertaba la actuación
de Montero y sus ministros, el ejército y demás leales a un gobierno que no estuvo a la
altura de esos dificilísimos trances. En las primeras horas del 26 de octubre, protegidos
por la oscuridad de la noche, fugó Montero y los suyos hacia Chiguata y de allí a Puno.
Al día siguiente los munícipes reunidos desde las 7 de la mañana, sumaron las
responsabilidades prefecturales al Alcalde de la ciudad: Armando de la Fuente y se
entregaron a gestionar casas, alimentos y forrajes para los indeseados «visitantes» y sus
cabalgaduras. Mientras el poder extraño, disponía una serie de ordenanzas y entregaba a
sus oficiales a cumplir sus órdenes de:
1° Clausurar todas las tipografías de la ciudad, colocando vigilantes chilenos en sus
puertas.
Fueron largos y pesados los días de la ocupación. Aunque la hostilidad hacia los
enemigos era real, no podía estar sino encubierta. Algunas veces brotó con la pureza y
la debilidad de un manantial cristalino como en los sucesos de Quequeña, o como en los
de La Higuera de Cayma, y en algunos otros que se han ido perdiendo en la tradición
oral. Fueron pequeños lances, pero no por ello menos heróicos, de un pueblo que tuvo
que soportar la humillación del sable y del cañón enemigo en aquellos días de 1883 y
1884.
En los 100 años que han transcurrido desde los sucesos ya referidos, se ha tejido una
«leyenda negra» sobre la participación de Arequipa en la guerra con Chile. Ya en 1883,
a las pocas semanas de haber huido de nuestra ciudad que estaba con los chilenos al
frente, el contra-almirante Lízardo Montero, en un manifiesto redactado en Buenos
Aires, no encontró algo más cómodo para exculparse de su responsabilidad militar y
política, que acusar a los vecinos de Arequipa, de no querer combatir al enemigo. Meses
después, cuando el general Andrés Avelino Cáceres, con el apoyo del pueblo de
Arequipa, desconocía el gobierno de Iglesias que pactó con los chilenos y se preparaba
para derrocarlo, los iglesistas «acusaban» de cobardía al pueblo de- Arequipa. En las
últimas semanas, esta «leyenda negra» ha adquirido notoriedad nacional, cuando la
revista limeña OIGA (en el número 140 de su V Etapa, Lima 12 de setiembre de 1983)
publica un artículo sin firma, que acusa a Arequipa desde el mismo título: «Arequipa se
rindió sin luchar con los chilenos». Ahora, que les acabo de referir en apretada síntesis
los hechos más significativos de la participación arequipeña en la guerra con Chile,
hagamos un análisis de los «cargos» con que se ha acusado y acusa de cobardía al
pueblo arequipeño en su actuación en la contienda bélica.
PRIMER «CARGO»: Como ninguna de las batallas de la guerra con Chile se libró en
Arequipa, entonces se sostiene: Arequipa no luchó contra los chilenos. Deducción
incorrecta, porque la iniciativa de las acciones bélicas no fueron tomadas por el Perú,
sino por Chile, quien determinó con sus acciones de conquista dónde se peleaba; y
donde se peleó estuvieron presentes cientos de combatientes arequipeños que, incluso,
algunas decenas de ellos ofrendaron su vida en combate por la causa nacional: Pisagua-
San Francisco-Tarapacá-Arica-Tacna-La Defensa de Lima-Huamachuco, conocieron de
la participación en combate de los arequipeños. Pero, además, toda guerra no sólo se
libra en el campo de batalla ni son sólo sus actores los que visten el jergón militar y
accionan las armas; sino que los ejércitos se sustentan en el apoyo civil que reciben. En
la conflagración centenaria los ciudadanos arequipeños tuvieron una sacrificada
contribución a la causa patria: cuando dejaban sus ocupaciones y se enrolaban en la
Guardia Nacional marchando al frente; cuando, privándose de recursos personales y
familiares, proveían por medio de suministros, cupos, colectas y erogaciones: dinero,
frazadas, alimentos, forraje -al centro de una pavorosa crisis económica- al ejército
peruano en la campaña del sur y en el gobierno de Montero, principalmente; cuando las
mujeres se organizaban en grupos y confeccionaban uniformes, bordaban emblemas,
preparaban hilos y vendas; cuando los «tiznados» del ferrocarril, los profesores del
Independencia y los tipógrafos de La Bolsa, hacían que se les descuente por planilla,
partes sustanciales de sus salarios, que entregaban para socorrer a la patria.
SEGUNDO «CARGO»: Arequipa no auxilió a las fuerzas del general Andrés Avelino
Cáceres en la Campaña de Breña. Aquí, es necesario hacer una precisión, para
desvirtuar este «cargo». Si no se entiende que el Gobierno de Montero era una cosa, y el
pueblo de Arequipa era otra cosa, en los sucesos que analizamos; se llegará a torpes
confusiones. El «Gobierno de Montero», era conocido también en el lenguaje político y
militar de la época como el «Gobierno de Arequipa» Y ¿qué tenía de «arequipeño» el
gobierno de Montero? Su localización física, pues ya hemos visto, que el gobierno de
Montero surge, cuando los chilenos después de tomar Lima- quisieron fabricar un
«gobierno» que consagrase sus ambiciones territoriales y, en tal sentido, permitieron
que se reuniese en el pueblo de Magdalena (Lima) una Junta de Notables que eligió el
22 de febrero de 1881, a García Calderón como Presidente del Perú. Ya vimos también,
que García Calderón no obedeció los planes chilenos, por lo que fue apresado por los
enemigos y enviado en calidad de cautivo a Chile, por prolongado tiempo. Es así como
Lizardo Montero, elegido Vicepresidente, días antes del apresamiento de García
Calderón, se convierte en gobernante. También ya les detallé por qué decidió Montero
establecer su gobierno en Arequipa. Igualmente, habrá quedado en evidencia, que
Montero gobernó en nuestra ciudad compartiendo una posición política básica con el
pueblo de Arequipa: no permitir la amputación territorial y si para ello, era necesario
continuar la guerra, había que continuarla. Montero y las más altas autoridades de su
régimen, eran mayoritariamente piuranos, limeños, es decir no arequipeños (aquí es
necesario precisar que hubo algunos ministros arequipeños como Mariano Nicolás
Valcarcel, o Ladislao La Jara que, sin embargo, tuvieron una actuación supeditada al ,
alto mando militar, dado a que el gobierno «estaba en guerra»).
Como ya les referí, los refuerzos no llegaron a Huasacache, pero los chilenos sí, y el
jefe del Constitución, ordenó el repliegue de sus hombres al campamento, donde el
Coronel Godínez ordenó la retirada total «para después atacar». Queda pues establecido
que la defección de Huasacache y Jamata, fue una defección enteramente militar,
decidida y ejecutada por Montero y sus altos jefes militares (Canevaro – Suárez –
Godínez – Llosa, quienes dicho sea de paso, se acusaron mutuamente después de los
sucesos, en documentos exculpatorios). ¿Quién y bajo qué fundamento puede
responsabilizar al pueblo de Arequipa de haber quebrado la línea de resistencia de
Huasacache y Jamata?
¡Nadie!.
REFLEXION FINAL:
Así como no se debe explicar la derrota por la negligencia militar del general Juan
Buendía, o por la torpe traición de Hilarión Daza, o por la incorregible ambición política
de Piérola, o por los desatinos tácticos de Prado, o por la condenable huida de Montero;
la responsabilidad histórica de Arequipa en la conflagración no hay que buscarla
solamente en la entrega heroica de muchos mistianos a la defensa armada de la causa
peruana, no. La Guerra y la derrota fueron el corolario de cincuenta años de desaciertos
y dilapidación en la conducción del Estado Peruano y, tanto la aristocracia como el
pueblo arequipeños, vivieron denunciando y luchando reiteradamente contra esos
manejos que permitieron la transferencia de las riquezas guaneras del Perú a la
aristocracia limeña y a los caudillos militares, conductores del Estado y
VERDADEROS RESPONSABLES DE SU DERROTA. La guerra no se perdió en los
enfrentamientos bélicos, se perdió en los cincuenta años precedentes en que los dolosos
manejos de la economía y política peruanas pusieron en evidencia nuestra inmadurez
republicana.