Los Origenes
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1 «Y allí, tres meses antes de que muriera la reina Victoria, Mary Butterfield
se vio postrada en la cama por su primogénito, un niño, el 7 de octubre de 1900. Pa-
ra un muchacho que nunca podría recordar las fechas (y para un biógrafo al que le
apremian), la Providencia intervino haciendo que su edad fuera la misma que la del
siglo», cuenta M. Bentley en The Life and Thought of Herbert Butterfield. History,
Science and God, CUP [UK], 2011, p.16. Esta biografía constituye un precioso tra-
bajo de reconstrucción del personaje que sigue, por cierto, las normas metodológicas
que su protagonista estableciera —y al que, por tanto, habría entusiasmado: extrema-
damente escrupulosa con los documentos y demás «evidencia», la biografía nos brinda
un relato de las cosas «tal como esencialmente [parece que] ocurrieron», permitién-
donos revivir el pasado con imaginación simpatética y sin incurrir en distinciones te-
diosas y sumamente artificiales entre «lo personal», «lo académico» y «lo intelec-
tual»—. Este retrato del hombre que fue Herbert Butterfield no sólo es más verosímil
sino también más benevolente que el que puede extraerse de las referencias que se le
dedican en obras tan cercanas a su ambiente que caen más bien en el chismorreo, co-
mo las debidas a Noel Annan: Our Age: Portrait of a Generation (Londres: Weinde-
fedl and Nicholson, 1990) y Dons: Mentors, Eccentrics and Geniuses (Londres: Har-
perCollins, 1979).
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LOS ACUSADOS
5 Man on His Past. The Study of the History of Historical Scholarship, CUP,
Cambridge (UK), 1955, p. 3. Hacia el final del libro, Butterfield reconoce aristotéli-
camente cierta superioridad de la literatura frente a la historia técnica precisamente
por la plenitud de su mirada.
6 Bien pudo ser su amigo John Oakeshott quien persuadiera a Butterfield de
aceptar cierto grado de constructivismo (véase Bentley, op. cit., p. 298), pero siempre
limitado por su persistente adherencia —nada ingenua— al hecho histórico.
7 De ello son muestra no sólo este librito, sino otros de los más conocidos de
Butterfield: Englishman and His History (1944) y Man on His Past (1955).
8 No en vano, la historia no puede constituir, en sentido estricto, ejemplo
alguno, porque cada caso es absolutamente singular y no puede ser ejemplo de
nada: las generaciones en historia pierden «contacto con la carne y la sangre»
(HN, p. 71).
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