Interpretacion de Las Leyes PDF
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28, 2006
1.1.1. Objeto
1.1.2. Sentidos
En sentido estricto (explicatio), interpretar es determinar me-
diante los signos exteriores el mandato contenido en la norma. En
sentido amplio o laxo supone averiguar lo que tiene valor normativo.
Pero esta búsqueda lleva a la doctrina a formularse las siguientes pre-
guntas: dentro de las palabras de la ley, ¿se puede buscar algo más:
una voluntad real, una abstracción dogmática, la ponderación de
unos intereses, lo que el juez crea, lo que el vulgo sienta, una valora-
ción moral y política?, ¿qué medios son los propios, qué autoridades
o personas están encargadas de la función interpretativa y con qué al-
cance y hasta qué límites?.
Estos interrogantes han provocado —según De Castro— la pro-
blemática del método jurídico. Tradicionalmente, la doctrina ha dis-
tinguido entre dos métodos clásicos: el método subjetivo {voluntas le-
gislatoris), «derivado de una concepción carismática del legislador
soberano»"^, y el método objetivo {voluntas legis), «exponente de la
idea de un valor inmanente en la ley»^.
La evolución de las diferentes concepciones que a lo largo de la
historia han aparecido en tomo a la interpretación marca profunda-
mente los planteamientos de ambos métodos.
1.1.3. Teorías
La teoría legalista primitiva {ius strictum), fruto del absolutis-
mo, el despotismo ilustrado y los regímenes republicanos y tiránicos.
' Ibidem, p. 543.
" F. DE CASTRO Y BRAVO: op. cit, p. 813.
' ídem.
'' «En orden a formar un juicio justo, cuando la letra de un estatuto deba restrin-
girse y cuando ampliarse por la Equity, es u n buen camino, cuando hojeéis u n esta-
tuto, el suponer que el legislador está presente y que le habéis preguntado la cuestión
que necesitéis conocer tocante a la equidad; entonces, debéis daros tal respuesta
como la que imaginéis que él la hubiera dado si hubiera estado presente».
' «Cuando la ley habla en forma universal y ocurre algo fuera de aquel género uni-
versal, es menester corregir lo que falte, como lo habría hecho el mismo legislador de
haber estado presente o como lo hubiere mandado de haberlo previsto» {Ética a Ni-
cómaco, V, 10).
8 F. DE CASTRO Y BRAVO: Derecho civil de España, Madrid, 1984, p. 449.
— Interpretación literal.
El sentido del texto es claro y la letra reproduce el contenido.
— Interpretación declarativa.
El sentido literal no resulta claro o las palabras tienen más de un
sentido, por lo que el intérprete precisa el valor de los términos con-
— Criterio gramatical.
Por sentido gramatical se entiende el más inmediato a su texto, el
que de modo directo resulta de las reglas del buen hablar. La doctri-
na ha considerado que cuando la letra de la ley es clara no hay ne-
cesidad de interpretar (in claris non fit interpretatio), pero Castro no
comparte esta posición, ya que a su juicio nunca basta la interpreta-
ción gramatical. Para saber si la letra es clara hay que atender a su
sentido normativo o finalidad, sin que quepa desviar dicho signifi-
cado con trucos de leguleyo. La letra es el dato más inmediato y el
único directamente autorizado, pero tiene mero valor instrumental al
dar a conocer el sentido de la ley y así la errata, ya sea por equivoca-
ción u omisión, es un error material que debe subsanarse.
— Criterio lógico.
La doctrina antigua entendía por interpretación lógica aquella
encaminada a buscar el fin o motivo de la ley, pero los autores mo-
dernos, influidos por el positivismo, la han considerado respecto a las
reglas lógicas, es decir, a la relación formal de las distintas partes de
la n o r m a y las conclusiones obtenidas con el mero razonar lógico.
Actucilmente se reconoce nuevamente el valor fundamental del fin de
las normas, puesto que la lógica es indispensable para la interpreta-
ción, si bien no puede considerarse como simple dato. El Tribunal
Supremo ha realizado las siguientes puntualizaciones:
— El intérprete debe buscar la finalidad verdadera de las leyes
(Sentencias 2 Julio 1926, 26 Noviembre 1929, 3 Diciembre
1946).
— La colaboración en la consecución del fin de la ley, soslayando
u n a interpretación que posibilite su fraude (Sentencias 22
Enero y 27 Noviembre 1947).
— Necesidad de u n a jurisprudencia d i n á m i c a (Sentencias 21
Abril 1926).
— Armonizar y hacer viables los preceptos discordantes.
— La disposición legal debe responder ante el fin supremo de la
Justicia (Sentencias 8 Julio 1940).
— Consideración del carácter de cada n o r m a como guía para la
interpretación.
Las reglas lógicas sirven para dar énfasis a los verdaderos razo-
namientos. Entre otras, la reductio ad absurdum (nadie puede en-
tender las leyes de m o d o que conduzcan a la contradicción y al ab-
surdo), argumento a maiori ad minus (el que pude lo más, puede lo
menos), argumento a minore ad maius (quien no puede lo menos,
tampoco puede lo más), argumento a contrario (la inclusión de u n
caso excluye a los demás).
— Criterio histórico.
Las circunstancias en las que nace u n a ley ayudan a su compren-
sión, pero no vinculan al intérprete, ni su violación supone motivo de
infracción. Se aprecian tanto antecedentes mediatos (ordenamiento
anterior) como inmediatos (trabajos preparatorios), elementos que
serán marginados u n a vez que el ordenamiento cambie y se intro-
duzcan nuevas leyes y principios.
— Criterio sistemático.
Para conocer el significado de una norma, ésta ha de ser valorada
dentro de la totalidad del ordenamiento jurídico y nunca ser consi-
derada aisladamente. El Tribunal Supremo ha insistido en la nece-
sidad de atender a las leyes coetáneas y posteriores a la que debe apli-
carse, sus relaciones de concordancia y al deber de armonizar y
combinar los preceptos.
La enumeración anterior no supone la aplicación separada de
cada uno de los criterios hermenéuticos, puesto que puede darse el
caso de que la letra sea tan clara que soslaye la investigación inter-
pretativa. El Tribunal Supremo ha indicado que conviene completar y
comprobar los resultados de la interpretación literal con el empleo de
los demás elementos racionales, históricos y sistemáticos. Asimismo,
son plenamente admisibles otros datos que puedan dar preferencia a
uno entre varios sentidos posibles, tales como los argumentos de au-
toridad: actividad legislativa, decisiones de los Tribunales, opinión de
los autores, legislación y doctrina extranjera, etc.
Nuevamente, Hernández Gil tilda de pluralista a Castro, cuestio-
nando el calificativo de datos para los criterios interpretativos, al es-
timar que no debe confundirse el uso del dato con el dato como algo
dado y previo a la interpretación. La práctica ha asociado errónea-
mente interpretación a inteligibilidad actual o destinada a la aplica-
ción a u n caso determinado de una norma reputada como dato'^.
De Castro respondía a esta interpretación deformadora, alegando
que en punto a la interpretación no merecía el calificativo de plura-
lista. E n su opinión, el jurista extremeño no había entendido el al-
cance dado a la distinción entre procedimiento de interpretación y
datos utilizados para la interpretación, puesto que si bien el primero
suponía planteada y resuelta la cuestión del método a seguir, los se-
gundos se referían estrictamente a la práctica de la interpretación de
los textos legales, constituyendo las apoyaturas de que sirven jueces,
abogados y comentaristas «para apuntalar sus interpretaciones de las
leyes y convencer de la bondad de sus soluciones»''.
El artículo 3.1 Código Civil (CC) fija por primera vez en nuestro
ordenamiento u n a serie de criterios orientadores en la tarea del in-
térprete y determinantes en la voluntad del legislador. Anteriormen-
te, el CC había participado del modelo francés defensor de la libertad
del intérprete, mientras la doctrina se valía del esquema savigniano
que aglutinaba elementos muy heterogéneos entre sí. Castro se plan-
tea si el precepto r o m p e con el Derecho anterior o simplemente co-
necta con la opinión c o m ú n doctrinal.
E n principio, parece que se mantuvo la línea continuista. Torral-
b a estableció que el referido precepto recogía los medios de inter-
pretación presentes en los autores españoles, mientras Ogayar aclaró
que el texto reproduce el artículo 2, Base 2.", 1, precepto que ya in-
cluía los datos que pasaron al CC como criterios básicos p a r a la in-
terpretación. Ruiz Vadillo se limitó a transcribirlo conforme a la
doctrina anterior.
Estos datos p r u e b a n como el Preámbulo del CC acomodó el Tí-
tulo Preliminar a la doctrina más autorizada y a la jurisprudencia del
Tribunal Supremo.
1.1.7.2. Naturaleza
— Formalista.
Considera preponderante la declaración en sentido estricto.
— Espiritualista.
Importa la investigación de la voluntad, a u n siendo presunta o
inducida.
2.4. FUNCIONES
pensar sin contenido jurídico positivo: el juez con ellas recibe ense-
ñanzas sobre lógica práctica». Esta posición pasaría a otros Códigos,
entre ellos el suizo de las Obligaciones, helénico ó venezolano (1940).
Parecida consideración merecieron en Francia e Italia al tomarse
como axiomas lógicos o de sentido común^^, aplicándose según el
buen criterio de los jueces, razón que privó de carácter imperativo a
las disposiciones sobre la interpretación. Al igual que el Código egip-
cio (1960), la diversa naturaleza de las reglas para la interpretación
de los convenios (unas con valor imperativo, otras con carácter orien-
tativo) provocó ciertas diferencias entre la doctrina y la jurispru-
dencia del país vecino.
En la actualidad, se acepta su carácter vinculante por ser manda-
to del legislador y remedio frente a la arbitrariedad judicial.
Siguiendo el modelo francés, el CC español contempla solamente
una regla para la interpretación de los testamentos (art. 675) y varias
sobre los contratos (arts. 1281-1289). Castro afirma que estas dispo-
siciones poseen carácter jurídico y vinculante ya que «imponen cri-
terios de política jurídica, deciden imperativamente casos de duda y
ordenan como se han de completar lo establecido en la regla nego-
cial»2^
•'^ El Tribunal de Casación galo calificó a las reglas como meros consejos legisla-
tivos dados al juez para interpretar los convenios.
^'^ F. DE CASTRO Y BRAVO: El negocio jurídico, Madrid, 1985, p. 80.
^' Como apuntábamos en el estudio De originibus aphorismi in claris non fit in-
terpretado, el origen histórico del artículo 1281 CC se remonta al pasaje «Quum in ver-
bis nuUa ambigüitas est, non debet admitti voluntatis quaestio» (Digesto 32, 25,1), per-
teneciente a Comentario a Neracio, 1, obra del jurisconsulto romano Paulo.
2^ Por ello, el Derecho romano lo calificó como mentís nostrae y voluntatis nostrae
(Ulpiano20,lyD.28,l,l).
2.5.3. La buena fe
La inclusión del criterio de la buena fe dentro de la interpretación
de los negocios ha sido discutido desde la antigüedad. Amparado se-
gún la doctrina por Pomponio^^, los glosadores señalaron su inefica-
cia dentro de las disposiciones condenatorias del dolo que permitían
rescindir los contratos por lesión. Contrario a esta doctrina. Baldo
apostó en su favor, posición que se reconoce en el cumplimiento, eje-
cución o interpretación de contratos (arts. 247 Código Comercio
1829 y 57 Código Comercio 1885).
Influido por esta dirección, el Proyecto de García Goyena esta-
bleció que la equidad y la buena fe fundamentaban los contratos
(art. 978). El CC no alude a la buena fe, pero en la práctica se admi-
te (el Tribunal Supremo recurre a ella constantemente).
El Tribunal Supremo ha recurrido a ella constantemente, consi-
derando a los principios de responsabilidad y protección a la bona
fide y a la seguridad del comercio decisivos para dar por válidamente
contraído un negocio, aun en caso de divergencia entre la voluntad y
declaración (sentencia 13 Marzo 1952). Asimismo, una recomenda-
ción o súplica del testador a la designada heredera se interpretó como
legado de pensión de alimentos a la anciana, criada de confianza del
testador, a cargo de la hija mejorada (sentencia 15 Diciembre 1920).
En cuanto a la interpretación de la póliza de seguros de una ven-
ta a plazos, el Tribunal consideró que dada la existencia de cláusulas
con nombres de general y especial, del mismo contenido pero con-
tradictorio, debía decidirse «a favor de la cláusula que mejor defina
gía. En cuanto a las primeras —afirma— se libra una de las más ar-
dientes entre las batallas doctrinales, radicando el motivo del encono
en que, «bajo la apariencia de una discusión terminológica, se exte-
rioriza la enemiga entre el positivismo legalista y las direcciones que
exigen el reconocimiento de u n Derecho fuera del texto de las leyes »^^.
Las leyes regulan aquellos supuestos más corrientes e importan-
tes, pero nunca llegan a disponer u n régimen para cada caso (causa-
do en general por una redacción incompleta), vacío que el progresivo
cambio de circunstancias obliga a cubrir. Algunos autores h a n bau-
tizado a este fenómeno como lagunas de la ley.
Tanto en Roma (correspondía a magistrados y jurisconsultos com-
pletar la ley), como en la Edad Media (se tenía al Derecho natural por
fuente jurídica inagotable), se consideraba al Derecho defectuoso en
orden a sus imperfecciones y fallos. El horror vacui del Derecho de-
sencadenó la negación del Derecho natural en las escuelas jurídicas.
El método dogmático reconoció que la analogía y el sistema no
bastaban para lograr la perfección del Derecho positivo, acudiendo
por dicho motivo al argumento a contrario, es decir, la inobservancia
de hechos en las leyes no se califica como laguna). Bergbohm tipificó
a este supuesto como cuestión ajurídica que entraba en el espacio va-
cío del Derecho. Por su parte, la doctrina francesa instruía que el juez
había de rechazar la demanda en aquellos supuestos de silencio legal
(Demolombe, Huc, Blondeau, Delisle).
El Derecho libre, contrario a las directrices del método dogmáti-
co, abordó el estudio de las lagunas, a las que dividió en dos tipos,
clasificación con la que la doctrina dejó de perseguir la perfección del
Derecho legal:
— Impropias.
Esta modalidad no conforma una laguna como tal, compren-
diendo aquellos supuestos en que se realizan correcciones
por medio de la analogía o se niega valor jurídico a u n a dis-
posición general negativa.
— Propias.
E n estos casos, la ley dicta una disposición positiva según la
cual se ha de juzgar, pero no concreta la opción dentro de las
varias que ofrece.
4. LA ANALOGÍA
30 ídem, p. 478.
4.2. NATURALEZA
De Castro advierte que la analogía no debe entenderse en sentido
cuantitativo (proporción matemática), aunque así comenzara a usar-
se en sus orígenes, sino en sentido cualitativo (aplicación de una re-
gla a un caso afín), dirección iniciada con Aristóteles.
En el marco jurídico, la analogía pretende «buscar la solución
para un caso no regulado por la ley, probando si se le puede aplicar
el principio que informa a una disposición legal reguladora de un
caso semejante». La disposición legal es el punto de partida, inqui-
riéndose fuera de ella un fundamento común {ratio iuris) para los ca-
sos previstos y no previstos. Debe comprobarse el principio supuesto
con todos los posibles medios interpretativos y respecto a los distin-
tos datos, procediendo su interpretación una vez encontrado, de la
4.3. APLICACIÓN
5. EPILOGO
BIBLIOGRAFÍA