T - 3. La Expansión Del Cristianismo y Las Primeras Herejías
T - 3. La Expansión Del Cristianismo y Las Primeras Herejías
T - 3. La Expansión Del Cristianismo y Las Primeras Herejías
3. Concilios y herejías.
Una vez el cristianismo es aceptado por los emperadores como la nueva fe,
surgen diversas interpretaciones del mismo. Las herejías nacerían en Oriente, por
estar allí más difundido el cristianismo, una mayor sutileza para interpretarlo y a
la fortaleza del helenismo. En Occidente las herejías fueron más débiles no
teniendo apenas influencia en el mundo oriental.
Herejías de Occidente.
Donatismo surgida en el Norte de África, s. IV siendo su impulsor Donato
(Obispo de Cartago 312). Exigentes con el clero, criticaban su vida relajada,
y relacionaban la eficacia del sacramento con la pureza del que lo
administraba. Dividió a la Iglesia norteafricana convirtiéndose en una
auténtica herejía, hasta la llegada de los vándalos, y resurgió con fuerza con
la conquista de Justiniano.
Pelagianismo. Pelagio, laico irlandés, adoctrinaba con la inexistencia de la
transmisión del pecado original de Adán, siendo el bautizo en ese aspecto
inútil. El hombre honrado y justo tenía derecho a la vida eterna. Defiende la
obra de Jesús no por su aspecto mesiánico en la salvación que nos otorga
con su muerte sino por la excelencia de su doctrina y por su ejemplo. Pelagio
dio origen a la doctrina “sola fides”, “solo por la fe” que apostilló Lutero, y
que se refiere a que la fe es suficiente para la salvación de los pecados.
Nacida del estoicismo y la filosofía pagana, fue condenada en el Concilio de
Cartago (418) y muy especialmente por San Agustín.
Priscilianismo. Toma el nombre de Prisciliano, Obispo de Ávila (s. IV). Su
doctrina contenía vestigios gnósticos y maniqueos y tuvo repercusión por la
Lusitania y Galicia. Fue el primer hereje ejecutado en tiempos del emperador
Máximo, dada la presión de los obispos hispánicos. Cargado de contenido
social y crítica a la jerarquía, duró dos siglos más en la zona.
Herejías de Oriente.
Tuvieron más connotaciones dogmáticas, políticas y sociales. Como
respuesta surgieron los primeros concilios ecuménicos. Afectaron al
desarrollo y debilitamiento del Imperio de Oriente.
Arrianismo. Arrio (presbítero de Alejandría 311) estructuró esta doctrina
originada en Antioquía. Partiendo de la Divina Trinidad, consideraba a Jesús
(encarnación del hijo de Dios) como semidiós, no a la altura del Padre. Esta
teoría va en contra de los cimientos del cristianismo y Constantino I, que
basaba la unidad del Imperio en esta, tuvo que actuar convocando el I
Concilio Ecuménico, el Concilio de Nicea (Asia Menor, 325). Liderado por
el Obispo Osio de Córdoba (consejero del emperador) y 300 obispos,
concretaron el texto del Credo o Símbolo de Nicea defendiendo la divinidad
del hijo de Dios (“el Hijo fue engendrado, no creado, consustancial al
Padre”). También se fijaron las fechas para celebrar la Pascua .
Esta herejía desaparece con el II Concilio Ecuménico, Primer Concilio en
Constantinopla (381), aunque sobrevivió gracias a la asimilación de los
godos de dicho movimiento por la acción del obispo Ulfila, durando hasta la
conversión al cristianismo de los visigodos en tiempos del Rey Recaredo.
Nestorianismo o difisismo. Cristo poseía dos naturalezas, una divina y
otra humana, ambas completas pero separadas, aunque la naturaleza
humana prevalecía sobre la divina. Creador fue el monje Nestorio, patriarca
Constantinopla en 428. Cirilo, el Patriarca Alejandría se opuso defendiendo la
tesis de 1 persona divina y humana – por lo que María era la madre de Dios y
no la madre de un hombre en el que habitó la naturaleza divina. Esta fue
doctrina oficial fue promulgada en III concilio Ecuménico de Efeso (431).
El nestorianismo se refugió en la Persia sasánida y se difundió por Irak, India
y China, donde aún subsiste.
Monofisismo tuvo mayor arraigo. Según ésta, las dos naturalezas de Cristo,
divina y humana, estaban fundidas (monofisis) aunque la divina se
sobreponía a la humana. Reconocido como doctrina oficial en el II Concilio
de Éfeso del año 449, presidido por Teodosio II, el papa León I lo califico
como el “Latrocinio de ´Éfeso”, debido a que no se admitió en él a los
legados de Roma. Pero el papa León I consiguió que, en el año 451, se
celebrara el IV Concilio Ecuménico de Calcedonia que condenó el
monofisismo. El Concilio estableció que en Cristo las dos naturalezas se
hallan inconfusas e inmutables, indivisas e inseparables. Numerosos obispos
sirios, alejandrinos y armenios se opusieron a este concilio, dando origen a
un cisma que llega hasta nuetros días, surgiendo la Iglesia Ortodoxa Copta o
la Iglesia Apostólica Armenia.
5. El monacato.
El monacato oriental.
El monacato surge en Oriente (s. III) para aquellos que quieren llevar una vida
contemplativa y de sacrificio imitando a Cristo, pero sin recurrir al martirio,
con un sacrificio en el tiempo de vida ascética. Estas personas se convertían
en anacoretas, es decir, personas que viven aisladas habitando en cuevas y
refugios naturales, buscando su perfección interna sin estar sujeto a ningún
tipo de regla. Las mejores condiciones para ello se hallaban en los desiertos
orientales (como Tebas en el norte de Egipto o Alejandría).
San Antonio el Anacoreta (s. III) fue un ejemplo intermedio entre este tipo de
personas y el monje en comunidad, pues se rodeó de otros a los que instruyó
para combatir las tentaciones aislados de la sociedad.
El egipcio San Pacomio será el primero que hacia el año 330, viendo los
peligros que para el alma tenía la vida aislada, monta una comunidad de
cenobitas (vida en común).
Así el cenobitismo o monacato se instaura y llega a nuestros días (hay que
decir que no es propio del cristianismo, sino que existen otras instituciones
similares insertas en otras grandes religiones de la humanidad).
En la zona de Oriente Próximo, San Hilarión propició las “lauras”, un tipo de
monacato intermedio donde sus miembros vivían aislados en cuevas, se
reunían el domingo para la liturgia y comer juntos.
Otra variedad fueron los monjes “estilitas” como San Simón que vivió 40 años
encima de una columna.
El monacato en Occidente.
Surge más tarde introducido por personas que estuvieron en contacto con el
monacato de oriente. Hasta aplicación de la regla benedictina en el siglo VI,
los distintos que había no obedecieron a un impulso común (por destacar
alguno el de San Agustín el norte de África, algunos en la Península y en la
Galia).
Los principales focos monásticos en los siglos alto-medievales los hallamos en
Irlanda y Gran Bretaña. Muy cultos y rigurosos, destacaron:
San Patricio, que evangelizó por Irlanda, creando monasterios e
iglesias por la zona, y convirtió a los “pictos” del norte de Inglaterra
(monasterio de Lindasfarne) con la ayuda de monjes irlandeses
(“scotti”).
San Columbano partió desde Irlanda a la Galia, creando monasterios
en Borgoña, Zúrich (San Gall) y el norte de Italia (Bobbio).
El monasterio irlandés de Bandor llegó a tener a 300 monjes, muy del estilo
de los de Tebas. El abad ejercían el papel de obispos, pues en las islas la
estructura eclesiástica giraba en torno a las abadías, siguiendo estos
prácticas distintas a las monacales romanas en cuanto a la Pascua, el
bautismo o el sacerdocio, lo que ocasionó conflictos con los evangelizadores
romanos.
Destaca en el s. V San Benito de Nursia (“Norcia”), anacoreta en sus
orígenes, y que funda el monasterio de Monte Casino (entre Roma-Nápoles)
donde redacta su “Regula Monachorum”, compilación de lo conocido en
régimen monacal, conteniendo el célebre “ora et labora” (dio mucha
importancia al trabajo manual y a la oración). Deja las prácticas rigoristas
celtas y se centra en el canto divino.
El abad es vitalicio y regidor sin oposición de la comunidad, y los monjes se
adscribían a un único monasterio para todo su vida. San Benito muere en el
543, su monasterio destruido en el 580 por los lombardos y sus monjes son
recogidos por el papa San Gregorio en Roma de buen grado. Esta regla se
extendió por toda Europa por la sencillez de su perfecta reglamentación y por
ser más flexible y humana. Para Roma los benedictinos son grandes
evangelizadores y vocales de su doctrina. Su “scriptoria”, su liturgia romana y
sus reglas apoyaron el comienzo de una idea de pertenencia a un mundo
común fruto de lo romano, lo germano y lo cristiano: Europa.
Lengua y cultura.
La división propiciada por Teodosio (395) se fue acrecentando. Oriente se
helenizó, y la lengua griega se hizo fuerte entre la población más culta, de uso
común en Alejandría y Asia Menor, el copto en Egipto, arameo y sirio en Siria.
En el siglo V el griego está plenamente extendido en el Imperio. Con
Justiniano se escribe su Codex en latín, pero habla griego por ser del Ilírico, y
para el prefecto Juan de Capadocia es la lengua de la administración.
En el 582 pasa a ser la lengua oficial ya que muere Tiberio II, último
emperador que tuvo al latín como lengua materna). En la parte italiana las
ordenanzas imperiales que se dirigen a los súbditos, escritas en griego, deben
traducirlas al latín para su comprensión.
Las invasiones en occidente desvirtuaron el latín por zonas, y el desuso de la
escritura (“bajo latín”) lo acentuó, convirtiendo en una lengua
eminentemente oral (“latín vulgar”). En el siglo V en latín alcanza su punto
más bajo con nuevas incorporaciones como el artículo o la preposición que no
se usaba en latín clásico. Desaparecen escuelas de gramática y retórica por la
falta de apoyo público (solo le interesó al ostrogodo Teodorico) y con ello el
interés en la mitología y los clásicos griegos, en detrimento de la composición
litúrgica, del estudio de la Biblia y los escritos de los padres de la Iglesia.