Contemplación y Acción
Contemplación y Acción
Contemplación y Acción
EN EL MUNDO
y, en ese contexto, del dicho de la Summa, pueden verse J.H. NICOLAS, Contemplation et
vie contemplative en christianisme, Fribourg-Paris 1980, especialmente pp. 362s. y M.M.
LABOURDETTE, L’idèal dominicain, en «Revue thomiste» 92 (1992) 344-354.
2. Una buena síntesis de la historia y contexto de la frase de Jerónimo Nadal y de su vin-
culación con el conjunto de la doctrina ignaciana, con referencia a las fuentes y a la biblio-
grafía, puede encontrarse en A. QUERALT, «Contemplativus in actione», en E. ANCILLI y M.
PAPAROZZI, La mistica. Fenomenologia e riflessione teologica, Roma 1984, vol. 2, pp. 331s.
Sobre la reacción y comentario en Karl y Hugo Rahner ante el dicho de Nadal, ver P. EN-
DEAN, Karl Rahner and Ignatian Spirituality, Oxford-New York 2001.
vida espiritual sin silencio interior, pero ese silencio, para el cristiano
llamado a santificarse en medio del mundo, no radica en el desdibu-
jarse del mundo, sino en el enmudecer del egoísmo, estando así en
condiciones de escuchar al Dios que habla, convoca e interpela a tra-
vés de los sucesos con los que se entreteje el acontecer diario3.
Como resulta obvio, y así hemos procurado resaltarlo en nuestro
comentario, cada una de las tres frases reseñadas presupone un deter-
minado contexto espiritual. Nuestra atención se centrará en la tercera
de ellas, y por tanto en la doctrina de Josemaría Escrivá de Balaguer.
Nos ha parecido oportuno comenzar mencionando también las otras
dos frases, para poner así de manifiesto, desde diversos ángulos y con
diversos acentos, una realidad básica, sobre la que deberemos volver
reiteradamente: la imposibilidad de separar y, más aún, de oponer, en
un contexto cristiano, contemplación y acción.
Ampliando esas perspectivas estructuraremos nuestra exposición
en dos partes. Primero esbozaremos algunas consideraciones históri-
cas, encaminadas a precisar la especificidad del concepto cristiano de
contemplación. Después abordaremos directamente el análisis de la
doctrina del Beato Josemaría Escrivá.
3. Más adelante nos ocuparemos con detalle de esta doctrina del Beato Josemaría Escrivá,
citando y comentando los textos más significativos. Remitamos no obstante, ya desde ahora,
para una visión de conjunto a J.L. ILLANES, La santificación del trabajo, Madrid 102001, pp.
117s., y a M. BELDA, Contemplativos en medio del mundo, en «Romana» 14 (1998) 326s.
4. Una síntesis de las ideas sobre la contemplación en Platón y en el conjunto del mun-
do griego, en R. ARNOU, La contemplation chez les anciens philosophes du monde gréco-ro-
main, apartado II de la voz Contemplation, en Dictionnaire de Spiritualité, vol. II/2, cols.
1716-1742. Ver también, A.J. FESTUGIÉRE, Contemplation et vie contemplative selon Platon,
Paris 1950; R.-A. GAUTHIER, La morale d’Aristote, Paris 1958; J. GUITON, Le temps et l’eter-
nité selon Plotin et saint Augustin; Paris 1933; J. TROUILLARD, La purification plotinienne,
Paris 1955; para una reinterpretación de Platón a partir de los escritos esotéricos, ver G.
REALE, Platón: en busca de la verdad secreta, Barcelona 2001. Sobre el tema en el mundo
greco-romano desde Epicuro a Séneca, A.G. RILLI, Vita contemplativa. Il problema della
vita contemplativa nel mondo greco-romano, Brescia 2002.
5. Todo ello sin olvidar, y no resulta inoportuno recordarlo, que en ningún momento se
produjo en Platón un abandono de la preocupación por el buen orden de la polis, como lo
manifiesta su vuelta a las tareas directamente políticas en años posteriores a los aludidos, y el
hecho de que la muerte le sorprendiera cuando estaba escribiendo uno de sus más importan-
tes escritos de filosofía política: Las leyes. Entre uno y otro periodo de la vida de Platón —qui-
zá sería mejor decir entre uno y otro momento de su filosofar— no hay, en este sentido, rup-
tura, sino continuidad. El ser humano encuentra su plenitud y su felicidad en la
contemplación de ese Bien y de esa Belleza en sí hacia los que debe encaminarse, mejor, hacia
los que debe ascender, y con los que cabe aspirar, también durante la presente vida, a entrar en
comunión, al menos por parte de los espíritus más elevados y durante algunos momentos, tal
vez fugaces, pero intensos y totalizadores. Quien haya seguido ese itinerario, el filósofo, el
amante de la sabiduría, es, a su vez, el que debe gobernar en la ciudad, de modo que redun-
den en toda ella la plenitud y el orden que, gracias a la contemplación, impregnan su espíritu.
6. Sobre este punto hay, como es bien sabido, diferencias de acento entre la Ética a Eu-
demo y la Ética a Nicómaco, pero no afectan a lo que ahora nos ocupa.
7. Col 1, 15 y 2, 9.
4.º Esa centralidad del amor nos conduce al cuarto de los puntos
que consideramos necesario subrayar en orden a toda reflexión cris-
tiana de la contemplación. Porque saberse amado por Dios y llamado
a corresponder a ese amor con el propio amor, implica entrar en la
«corriente trinitaria de amor» que es el vivir divino10 y, en consecuen-
cia, amar, ciertamente, a Dios mismo, pero también a ese mundo al
que Dios ama —la creación es fruto de amor— y amarlo con la hon-
dura y la verdad con que Dios lo ama. Amor a Dios y amor al prójimo
forman, en la experiencia cristiana, unidad. Lo que, en un ser situado en
la historia, como es el hombre, implica no sólo amor interior, dilección es-
piritual, sino obras de amor, amor manifestado en obras, amor que en las
obras y a través de las obras prueba su verdad y se radica en ella.
Contemplación y acción se presentan, en consecuencia, como acti-
tudes entre las que no sólo no hay incompatibilidad sino que se com-
plementan y reclaman. En un contexto cristiano se podrá distinguir en-
tre vida activa y vida contemplativa, como lo hacía Tomás de Aquino
en texto ya citado, y como lo han hecho otros muchos autores antes y
después de él, y, en términos más amplios, distinguir entre proyectos vi-
tales de muy diverso signo, pero reconociendo a la vez que en todo pro-
yecto cristiano de vida han de estar presentes conocimiento y acción, y
no yuxtapuestos, sino integrándose en unidad. Porque el conocimien-
to, en la medida en que es un verdadero conocimiento de Dios, incor-
pora al dinamismo incesante y activo del amor divino. Y a su vez la ac-
ción, si es auténticamente cristiana, brota no del mero querer humano,
sino de ese querer en cuanto que vivificado y potenciado por el querer
divino, es decir, por el amor de Dios y a Dios que la fe da a conocer.
Los cuatro puntos que hemos señalado en orden a una caracteriza-
ción de la contemplación cristianamente entendida, definen un marco
a la vez concreto y amplio. Concreto, porque tipifica la actitud cristia-
na. Amplio, porque son muchos los matices que cabría añadir y las
preguntas que cabría suscitar, como ponen de manifiesto los variados
testimonios y las diversas consideraciones en torno a la contemplación
que jalonan la historia de la espiritualidad y de la teología cristiana, y
de las que, a modo de ejemplo, se pueden entresacar algunas:
— ¿qué define o caracteriza a la contemplación: la aprehensión
vivida de una verdad y de cuánto esa verdad presupone e im-
plica, o la percepción de una presencia?;
— ¿cómo se articulan, formal y concretamente, conocimiento y amor
en la génesis de la contemplación o, en términos más amplios, de
la actitud contemplativa?;
13. Hemos tenido en cuenta todos los escritos publicados, excepto los discursos acadé-
micos. La consideración de los escritos inéditos, cuyo conjunto es amplio, permitiría com-
pletar el estudio estadístico y tal vez matizar a algunas de sus conclusiones. No obstante, los
datos que poseemos permiten pensar que no las modificarían substancialmente.
14. Concretamente Amigos de Dios donde aparece en los números 50, 67 (2 veces), 149,
296, 299, 308, 312 y 315. Las otras referencias se encuentran en Es Cristo que pasa, n. 38 y
126, y en Surco, n. 477.
15. Es Cristo que pasa, n. 84; Amigos de Dios, nn. 152, 182, 218; Surco, n. 658; Forja,
nn. 50, 485.
16. Camino, n. 376; Es Cristo que pasa, nn. 38, 119, 180; Amigos de Dios, nn. 56, 145.
17. Via Crucis, est. 6, punto 2; Amigos de Dios, nn. 50, 76.
dio de los afanes de la calle», etc.) aparece en 9 textos18. Cifra que au-
menta hasta 27 si tenemos en cuenta los lugares en los que se habla
genéricamente de «contemplativos»19, de «alma contemplativa»20, de
«espíritu contemplativo»21, de «vida contemplativa»22 o de «senderos
de contemplación»23, pues en todos esos casos el contexto indica que
se está haciendo referencia al cristiano que vive en medio del mundo.
d) En 7 textos encontramos la expresión «oración contemplativa»
u otras que aluden de forma inmediata al tono o estilo de los ratos de
meditación o, en general, de oración24. Y en numerosos pasajes, con-
cretamente 80, se acude al verbo «contemplar», en sus diversas for-
mas, para, en referencia a esos momentos de oración o meditación,
aconsejar que en ellos se «contemplen», es decir, se consideren y revi-
van en la presencia de Dios, las escenas del Evangelio25.
La enumeración que acabamos de realizar permite sacar, ya desde
ahora, algunas conclusiones:
a) El lenguaje sobre la contemplación y la vida contemplativa está
presente en los escritos del Fundador del Opus Dei de muy diversas
épocas, aunque hay un aumento en el recurso a esa terminología en
los textos posteriores a la década de 1950 y especialmente en las ho-
milías. Para poder determinar si ese aumento obedece sólo a diferen-
cias de género —no se articulan del mismo modo unos puntos de
meditación y unos comentarios al Rosario que una pieza homilética o
18. «Contemplativos en medio del mundo» (Es Cristo que pasa, n. 65, 174; Forja, n.
738); «contemplativos en medio de los afanes de la calle» (Conversaciones, n. 43); «contem-
plación en medio de los afanes del mundo» (Amigos de Dios, n. 308); «espíritu contempla-
tivo en medio de todas las actividades humanas» (Forja, n. 740); «almas contemplativas en
medio de la labor cotidiana» (Amigos de Dios, n. 67); «almas contemplativas en medio del
mundo» (Surco, n. 497); «caminos de contemplación, sin abandonar el mundo, en medio
de las ocupaciones habituales» (Amigos de Dios, n. 67).
19. Conversaciones, n. 63; Es Cristo que pasa, n. 174; Surco, n. 452.
20. Conversaciones, n. 22; Es Cristo que pasa, nn. 13, 120, 126, 165, 174; Amigos de
Dios, nn. 221, 238, 312.
21. Amigos de Dios, n. 67.
22. Es Cristo que pasa, n. 8 (2 veces), 163; Amigos de Dios, n. 316.
23. Amigos de Dios, n. 303.
24. Conversaciones, n. 121; Amigos de Dios, nn. 149, 296, 303, 308, 312, 315.
25. Camino, n. 506, 695; Santo Rosario, prólogo (3 veces), 1º misterio gozoso, 4º mis-
terio glorioso (2 veces); Es Cristo que pasa, nn. 12, 15, 18, 22, 31, 63, 65, 71, 80, 89, 93,
107 (4 veces), 109, 113, 117, 118, 126, 131 (2 veces), 148, 149, 153, 166, 173; Amigos de
Dios, nn. 20, 25, 65, 72, 110, 116, 117, 130, 149, 159, 174, 176, 201, 205, 212, 215,
241, 255, 284, 299, 309. Surco, nn. 233, 371, 462, 465, 477, 518, 661; Forja, nn. 71, 96,
139, 231, 370, 442, 496, 549, 676, 838, 857, 1034; Via Crucis, est. 1, punto 5, est. 6, tex-
to y punto 1; aparece además una vez en la homilía Lealtad a la Iglesia y otra en el artículo
Las riquezas de la fe, publicados ambos en vida del autor, pero no recogidos en ninguno de
los libros anteriores. Sin acudir al verbo «contemplar» la misma idea aparece en otros mu-
chos pasajes de sus obras encaminadas a orientar e impulsar la oración.
26. Por ejemplo una anotación de diciembre de 1931, acompañando un primer esbozo
de Santo Rosario que Josemaría Escrivá entregó a su director espiritual, el P. Valentín Sán-
chez Ruiz S.J. en esa fecha, solicitando un parecer, y en la que manifiesta que ha redactado
esos comentarios a los misterios del Rosario con el fin de ayudar a quienes trata sacerdotal-
mente a introducirse en «el camino de la contemplación» (citado por Pedro Rodríguez en
Camino. Edición crítico-histórica, «Obras completas de Josemaría Escrivá de Balaguer», vol.
I/1, Madrid 2002, p. 169).
27. En primer lugar, el Prof. Pedro Rodríguez tanto en la ponencia presentada en este
mismo Simposio, como en Camino. Edición crítico-histórica, cit., pp. 471-474. Ver tam-
bién, por lo que se refiere al contexto biográfico, A. VÁZQUEZ DE PRADA, El fundador del
Opus Dei, vol. I, Madrid 1997, especialmente pp. 305-307.
28. Para la historia de este punto de Camino, véase la edición crítico-histórica recién ci-
tada, a la que remitimos también, ya desde ahora, respecto a los otros puntos de Camino a
los que nos referiremos.
sino también como cristiano, de modo que a través del mundo Dios
le interpela y le habla. Todo, personas, cosas, tareas, alegrías y sinsa-
bores, todo —afirmaba el Fundador del Opus Dei en una de sus Car-
tas dirigidas a los fieles de la Prelatura, es decir, a cristianos corrien-
tes— «nos ofrece la ocasión y el tema de una continua conversación con
el Señor: lo mismo que a otras almas, con vocación diversa, les facili-
ta la contemplación el abandono del mundo —el contemptus mundi—
y el silencio de la celda o del desierto. A nosotros, hijos míos, el Señor
nos pide solo el silencio interior —acallar las voces del egoísmo del
hombre viejo—, no el silencio del mundo: porque el mundo no pue-
de ni debe callar para nosotros»36.
La misma doctrina la encontramos en sus escritos dirigidos al pú-
blico cristiano en general. Así, en Forja: «Jesús: que mis distracciones
sean distracciones al revés: en lugar de acordarme del mundo, cuando
trate Contigo, que me acuerde de Ti, al tratar las cosas del mundo»37.
Y en una homilía de 1967: «Hijos míos, allí donde están vuestros her-
manos los hombres, allí donde están vuestras aspiraciones, vuestro
trabajo, vuestros amores, allí está el sitio de vuestro encuentro coti-
diano con Cristo. Es, en medio de las cosas más materiales de la tierra,
donde debemos santificarnos, sirviendo a Dios y a todos los hombres.
(...) No lo dudéis, hijos míos: cualquier modo de evasión de las hones-
tas realidades diarias es para vosotros, hombres y mujeres del mundo,
cosa opuesta a la voluntad de Dios. Por el contrario, debéis compren-
der ahora —con una nueva claridad— que Dios os llama a servirle en
y desde las tareas civiles, materiales, seculares de la vida humana: en un
laboratorio, en el quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra
universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar de fa-
milia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada
día. Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situacio-
nes más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir»38.
Afirmaciones análogas en otros muchos lugares, como, por ejemplo,
en una de las homilías incluidas en Es Cristo que pasa, esta vez en referen-
cia a la filiación divina y por tanto en contexto trinitario: «La filiación
divina es una verdad gozosa, un misterio consolador. La filiación divina
36. Carta 11-III-1940, n. 15 (citada y comentada en La santificación del trabajo, cit., p. 123).
37. Forja, n. 1034.
38. Conversaciones, nn. 113-114. Para un comentario teológico a esta homilía, a la que
su autor puso como título, a la hora de publicarla, el de Amar al mundo apasionadamente,
ver los escritos ya citados en la nota 35. Sobre las relaciones entre vivencia del acontecer
histórico y experiencia espiritual, puede verse lo que hemos escrito en Teologia della storia e
spiritualità, en M. RUIZ JURADO (dir.), Tempo e spiritualità, Napoli 2001, pp. 228-254
(versión castellana: Interpretación teológica de la historia y espiritualidad, en «Scripta Theo-
logica» 33 [2001] 623-648).
llena toda nuestra vida espiritual, porque nos enseña a tratar, a conocer,
a amar a nuestro Padre del Cielo, y así colma de esperanza nuestra lu-
cha interior, y nos da la sencillez confiada de los hijos pequeños. Más
aún: precisamente porque somos hijos de Dios, esa realidad nos lleva
también a contemplar con amor y con admiración todas las cosas que
han salido de las manos de Dios Padre Creador. Y de este modo somos
contemplativos en medio del mundo, amando al mundo»39.
Al hablar del mundo, de la vida ordinaria en medio del mundo, el
Fundador del Opus Dei destacó con frecuencia, en cuanto elemento
constitutivo de esa vida ordinaria, el trabajo profesional, esa tarea, pro-
fesión u oficio que sitúa al hombre en la sociedad, haciéndole partici-
par de su entramado y de sus vicisitudes, y ofreciéndole múltiples y va-
riadas posibilidades de contribuir a su desarrollo. No es pues extraño
que, en más de una ocasión, formulara su enseñanza sobre la vida con-
templativa en medio del mundo en referencia al trabajo. Más aún, esa
importancia concedida al trabajo le permitió afirmar con plena nitidez
la interpenetración entre acción y contemplación que implica su men-
saje. No todo en la vida ordinaria es acción; en cambio, el trabajo
siempre —o al menos preponderantemente— lo es.
«Reconocemos a Dios —afirma por ejemplo en una homilía pro-
nunciada en la festividad de San José— no sólo en el espectáculo de
la naturaleza, sino también en la experiencia de nuestra propia labor,
de nuestro esfuerzo. El trabajo es así oración, acción de gracias, por-
que nos sabemos colocados por Dios en la tierra, amados por Él, he-
rederos de sus promesas. Es justo que se nos diga: ora comáis, ora be-
báis, o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo a gloria de Dios (1 Co
10, 31)»40. Y en otro lugar, con términos aún más decididos: «Nues-
tra vida es trabajar y rezar, y al revés, rezar y trabajar. Porque llega un
momento en que no se saben distinguir estos dos conceptos, esas dos
palabras, contemplación y acción, que terminan por significar lo mis-
mo en la mente y en la conciencia»41.
42. Pronunciada el 26 de noviembre de 1967, y revisada por el Beato Josemaría con vis-
tas a su publicación en 1972, fue editada en Madrid unos meses más tarde, ya en 1973,
con el título Hacia la santidad, y posteriormente recogida en Amigos de Dios. Cierra de he-
cho esta obra, ocupando los números 294 a 316. La expresión «falsilla», que alude a las ra-
yas y signos que solían incluirse en los cuadernos u hojas de quienes aprenden a escribir,
fue empleada por el propio Josemaría Escrivá en referencia precisamente a esta homilía, a
fin de subrayar a la vez la importancia que le concedía y la libertad interior con que desea-
ba que fuera leída: cada persona debe, en efecto, recorrer su propio itinerario interior, con
espontaneidad, según las inspiraciones del Espíritu Santo que personalmente reciba.
44. Ibid., n. 296, párrafo situado en el contexto, que hemos, en parte, sintetizado en las
frases que preceden.
45. Ver, entre los pasajes que nos ofrecen una descripción más detallada, las homilías La
ascensión del Señor a los cielos, El trato con Dios y Vida de oración; la primera, en Es Cristo
que pasa, n. 119; las otras dos, en Amigos de Dios, nn. 143-153 y 238-255.
46. Referencias a esta expresión, muy usual en su enseñanza, en Es Cristo que pasa, n.
102, y Forja, n. 69.
47. Forja. n. 824. Ver también las homilías La Eucaristía, misterio de fe y de amor y En la
fiesta del Corpus Christi; ambas en Es Cristo que pasa, nn. 83-94 y 150-161.
48. Camino, n. 106; para un comentario sobre este punto y, en general, sobre los mo-
mentos de meditación y las normas de piedad recomendados por el Fundador del Opus
Dei, ver lo que hemos escrito en La santificación del trabajo, cit., pp. 127s., así como, aun-
que desde otra perspectiva, I. DE CELAYA, Unidad de vida y plenitud cristiana, en F. OCÁRIZ
e I. DE CELAYA, Vivir como hijos de Dios. Estudios sobre el Beato Josemaría Escrivá, Pamplona
1993, pp. 93s.
49. Amigos de Dios, n. 249.
50. Camino, n. 91.
51. Ibid., n. 90.
56. Ga 2, 20; referencias a ese texto en Camino, nn. 424 y 892, Es Cristo que pasa, nn.
58 y103, Amigos de Dios, n. 297.
57. Textos especialmente significativos en las homilías La muerte de Cristo, vida del cris-
tiano y Cristo presente en los cristianos, ambas en Es Cristo que pasa. nn. 95-101 y 102-116.
66. Ibid.
67. Ibid.
68. Ibid., n. 307.
69. Ibid., n. 312.
70. Cfr. Forja, n. 96; casi con las mismas palabras —«viendo detrás de cada aconteci-
miento a Dios»— en Amigos de Dios, n. 247.
71. Forja, n. 738.
72. Conversaciones, n. 114.