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Memoria de La Ética (Emilio Lledó)

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MEMORIA DE LA ÉTICA (EMILIO LLEDÓ; 1994-

Debolsillo)
1. El maestro de todos los griegos
Hay una gran muestra de textos de la tradición filosófica y literaria griega que dan muestra
de la importancia que los poemas homéricos tuvieron en la formación del hijo ideológico
que enhebra esa tradición. Este carácter originario del mensaje homérico va unido a una
primera teoría sobre el comportamiento colectivo de los hombres, en la que aparecen
indicios de aquellos contenidos que, con mayor o menos propiedad, determinaran el
espacio de la “moralidad”. Se puede observar un “sistema de valores” armónicamente
sustentado en el mundo histórico hacia el que se dirigen los versos del poeta.

2. Somos lo que hacemos


“Somos lo que hacemos” (Aristóteles, Ética a Nicómaco, II). Este hacer, que es la
condición fundamental que define el sentido de un comportamiento, constituye su
ontología moral. El êthos no brota de la reflexión, del pensamiento que interpreta la
experiencia, sino que se solidifica en las obras y en la actividad de los hombres. Ethos, o
sea, el resultado de obras sancionadas por un cierto valor, una cierta utilidad para facilitar
la convivencia. La aceptación de ese êthos, fruto de lo colectivo, conforma, también la
estructura de lo individual. En la lucha que cada ser se ve obligado a llevar para
incorporarse a lo colectivo, se configura una nueva forma, histórica ya, de individualidad.

3. La escritura del êthos


La Ilíada y la Odisea. La diferencia de los dos poemas han sido descritas repetidas veces
y estas diferencias han originado, sobre un fondo común, dos “éticas” distintas. La ética
de la Ilíada va surgiendo de la peculiar situación en que los hombres se encuentran. El
pólemos, la guerra, es el horizonte donde se proyecta todo lo que se hace. Una guerra
abierta, convertida en una segunda naturaleza. Los héroes de la Ilíada son casi
exclusivamente combatientes. Los héroes, los áristoi que luchan junto a sus dioses.

5. “Padre de todas las cosas”


Pero en el mundo homérico es, originariamente, la guerra la que orienta y determina los
hechos de los hombres. Esos hechos se convierten en hazañas. Es cierto, que en un mundo
que está encadenado a la escasez y, muchos momentos, a la miseria, la superación no
puede sustentarse únicamente en “teorías”, o sea, en palabras, sino que parece necesario
promover una “praxis”, una actividad real que combata y, si es posible, elimine esas
condiciones precarias que rodean la vida. Hacia la constitución de la “polis” es hacia la
que hay que tender, aquellas tensiones contradictorias, buscarán al fin, un remanso en la
armonía de la polis. “Todos los hombres son, pública o privadamente, enemigos de todos
los demás, y cada uno también es enemigo de sí mismo” (Leyes, I). Entre esa indigencia
y esa guerra, va a actuar el héroe, y sus obras vn a convertirse en hazañas.

6. Areté y Agathón
Aquí se hacen patentes las directrices de una buena parte de la ética posterior. El
comportamiento individual se socializa a través de un modelo. El carácter preeminente
de los héroes que discurren por los poemas les otorga una función paradigmática. Los
primeros modelos que presentan los poemas homéricos permiten entrever el origen de
esos términos elementales en toda ética, como son, “bien”, “mal”, “responsabilidad”,
“obligación”, etceterá. El héroe griego es adjetivado frecuentemente como agathón, como
“bueno”; pero esta bondad no tiene nada que ver con el enredo semántico que a lo largo
de los siglos ha llegado hasta nosotros. “Bueno” en Homero no connota nada relacionado
con la idea convencional de bueno. Su campo semántico se rellena, más bien, de
conceptos que expresan utilidad, capacidad de hacer algo, algo que “sirve”, aunque
utilidad que supera la utilidad “egoísta”. La bondad del héroe va unida a otro concepto
fundamental en la filosofía griega, el concepto de areté. A través del latino, virtus, ha
adquirido en el vocabulario moderno un sentido absolutamente distinto del de su origen
griego. Areté significa algo así como “excelencia”, capacidad de sobresalir; dones que
poseen y que conceden al poseedor una cierta preeminencia, un cierto poder. Esta areté
es un atributo fundamental del agathón. El agathón se convierte así, en áristos. “siempre
ser el mejor (aristein)”. Las hazañas del guerrero, del hombre que no tiene otro horizonte
que el de contrastarse continuamente consigo mismo en el otro, necesita del otro, enemigo
o amigo, el reconocimiento. Su vida queda proyectada así en un marco social para el que
vive, y al que, en el fondo sirve. Ser el mejor requiere que alguien lo sepa e, incluso, que
lo comunique. En este momento es cuando la areté, la excelencia, adquiere su verdadero
sentido.

7. El significado de la admiración
El modelo y el héroe que lo expresa son admirados. El pueblo, el dêmos ve el poder en la
espada de esos héroes que se parecen a aquellos señores a los que tienen que obedecer.

8. La fama del héroe


Las hazañas de la Ilíada y el paisaje en el que se desarrollan dejan ver una determinada
estructura de valores. Los héroes luchan, hablan, invocan, matan. La efímera existencia
que viven está marcada por un esfuerzo continuo. Vivir es combatir. Se habla del valor
de aquel héroe que venció a otro, valeroso también. Y esta victoria es más firme y más
alta si el otro, el rival, es también victorioso, si puede ser victorioso. Se vence a un
hombre, pero la gloria que arrastra en su caída, la areté que lleva consigo, no perece con
él; lo recoge la fama de aquel que lo ha vencido. En alguno de los combates, antes de la
muerte del guerrero, el poeta recuerda quién era y de dónde venía el héroe herido, como
si en ese momento de la muerte quisieran sintetizar algunos de los aspectos de su
particular areté. Instrumento de cultura, la muerte no hace otra cosa que ampliar el mito,
que alimentar la fama. La fama, por la que tanto se lucha, apenas le sirve al héroe para
otra cosa que para vivir en la memoria de los otros.

9. La muerte
La muerte del héroe es otro de los hilos que tejen la trama del êthos homérico. La Ilíada
abunda en escenas donde los héroes mueren unos a manos de otros. Como la fama, la
muerte tiene también algo propio. Vencer la muerte es, pues, vivir en la memoria. La
única posibilidad de superar la muerte es lograr que ese hecho individual se integre en el
espacio colectivo de la fama, de la memoria de los hombres. Estos héroes afanosos de su
honra y capaces de dar, continuamente, la vida por ella, han abierto el camino -al crear
modelos admirables- de un sistema de relaciones entre los hombres, en el que es posible
el esfuerzo, el “idealismo”, la generosidad. Este horizonte de la lucha idealizada, de la
energía pura, de la incesante agonía, es una forma de disolución en lo colectivo, de
integración de la personalidad singular en la consciencia de los otros, por medio del
lenguaje en el que viven las hazañas. El instinto egoísta, enemigo de una moral de la
solidaridad, se disuelve en ese empeño por vivir más allá de lo que ciñen los límites de la
piel.

10. Elegir la memoria


La posibilidad de elección, por parte de Aquiles, supone ya el ascenso a una determinada
perspectiva moral. Pero elegir implica, también, una fisura en el monolítico muro del
destino y en la forma como este se hace presente al hombre. Elegir es valorar; establecer
los criterios que nos proyectan hacia uno de los posibles caminos de la existencia. Vivir
en la memoria; elegir la muerte en el tiempo de la naturaleza, para vivir en la esperanza
de un lenguaje que habla de sujetos, vencedores de lo efímero, significa creer que la
existencia, a través de la palabra, llega más allá de lo que alcanza el tiempo asignado a
los hombres, y es más valiosa que la simple singularidad que la encarna. Entre
individualidad y solidaridad, el héroe se inclina hacia lo solidario, hacia la memoria como
forma, paradójicamente superior, de mismidad. Aquiles no volverá efectivamente a la
patria; pero su gloria será inmortal, tal como él mismo vaticina. Se piensa que es posible
construir una forma de existencia que no se apura absolutamente en el breve tiempo de la
vida.

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