La Complementariedad de Los Sexos

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El valor de la complementariedad de los sexos

Hay cosas indiscutibles, o al menos no deberían ser susceptibles de discusión, son evidentes y
no pueden ser ignoradas: tenemos cuerpo y ese cuerpo es sexuado. Se nace hombre o mujer, aquello
no implica solamente el aspecto externo, los cromosomas sexuales en nuestro adn determinan lo
que somos y, acompañados del maravilloso poder de las hormonas nos otorgan la apariencia
apropiada a nuestro sexo, pero no solo se trata del tamaño de nuestros órganos y huesos o de la
capacidad para «almacenar» grasa, ni de las diferencias en nuestros sistemas reproductivos. Lo
principal es que nuestros cerebros son distintos y, siguiendo la fenomenología de Edith Stein, Santa
Benedicta de la Cruz, el alma debe ser como es el cuerpo por lo que nuestras almas son diferentes
también y así son también diferentes nuestras misiones.
Por otra parte, la visión del hombre entre los hebreos no es en absoluto la que hemos heredado
nosotros de la tradición grecorromana. Entre ellos no existía ninguna distinción radical entre
alma y cuerpo: los huesos expresan la esencia misma del ser humano. En el salmo 139 dice el
salmista dirigiéndose a Dios: “mis huesos no se te ocultaban”; dicho en otras palabras: no se te
ocultaba lo que soy por dentro; me conoces en lo más intimo de mi mismo. (Semen, 2004, La
sexualidad según Juan Pablo II, p79)
También Monseñor Fulton Sheen en Son tres los que se casan se refiere a la importancia del
cuerpo y al hecho de que contrario a la idea platónica para los cristianos el cuerpo no es solo un
medio sino que es una parte del mismo ser. Tal como plantea la teología del cuerpo de San Juan
Pablo II: yo soy mi cuerpo. Soy hombre o mujer porque mi cuerpo, en su totalidad es de hombre o
de mujer, y la forma en que concibo el mundo y lo vivo será necesariamente de una u otra forma.
Es común oír de las mujeres la afirmación de que los hombres son simples, a simple vista podría
parecer cierto y podríamos esgrimir muchos argumentos al respecto, sin embargo, hay que ser
hombre para conocer lo que ello significa, cómo piensan, cómo comprenden el mundo y se ubican
en el espacio, cómo es eso de ver menos colores que nosotras y supuestamente tener de verdad la
capacidad de pensar en nada, cómo es que tienen sentido esas explosiones de testosterona que a
veces llegan a los golpes y otras no pero digamos que se sienten en el aire, y qué es eso a lo que
ellos llaman «espacio». Podemos esforzarnos y comprender un poco, pero dicha comprensión
jamás será total. Sí, cada persona es distinta y así como hay mujeres que parecen incapaces de
cuidar de un pollito hay hombres que no se ubican en el espacio, sin embargo, los cerebros, con
sus sutilezas, siguen siendo distintos y ya desde la infancia la naturaleza nos inclina hacia el
ejercicio de nuestras misiones.
María Calvo Charro, abogada española autora de libros como La Masculinidad robada, La
alteridad sexual, Iguales pero diferentes y defensora de la educación sexodiferenciada, en una
conferencia al respecto cita a la neurobióloga Louann Brizendine quien en un libro suyo recuerda
a una pareja amiga dispuesta a criar a sus hijos sin estereotipos por lo que no compraron a su hija
muñecas y un día encontraron a la pequeña de seis años arrullando a su tractor de juguete. A la
propia doctora Brizendine, cuando creía en esos postulados feministas, le pasó que su hijo al que
regaló una Barbie la utilizó como espada. Porque nuestros cerebros están diseñados, los
evolucionistas dicen ha evolucionado, de tal forma que nos posibilita el ejercicio de nuestros roles.
Sin embargo, nuestras diferencias no nos convierten en algo así como criaturas paralelas, la
propia diferencia nos invita a la unión como ocurre con los imanes y las piezas de rompecabezas.
Fijándonos solo en el cuerpo, sin ignorar las excepciones a la regla, es fácil contraponer la fuerza
masculina y su habitual corpulencia con la delicadeza y, vista desde el parámetro de la virilidad, la
debilidad femenina. Es fácil ver la diferencia de las formas, y también la perfección del diseño que
permite la comunión de los cuerpos que, siguiendo la voluntad de Dios en este aspecto, debería ser
también comunión de las almas, abierta siempre a la generación de un hijo, participando ambos,
pero sobre todo la mujer, en el milagro por el cual Dios crea una vida.
El dimorfismo sexual entre los animales mamíferos no significa más que la diferente relación
con la transmisión de la vida que tienen macho y hembra. La vida no se transmite ni en solitario
ni con lo igual: sólo la complementariedad surgida de la diferencia sexual es fecundidad.
Ahora bien, si un varón puede ser padre sin saberlo, ni llegar nunca a saberlo; y si una mujer
puede ser madre, y le da al hijo dentro de su seno un acabado humanizado con su propia
impronta, es porque el cuerpo del varón y el cuerpo la mujer está hechos de tal manera que esto
les puede suceder. El cuerpo del varón y el cuerpo de la mujer no son simétricos entre sí. Es
decir, la capacidad de transmitir vida humana supone diversidad de las portaciones que dan
origen al hijo al engendrarle y en su vida (López, 2008, Cerebro de mujer y cerebro de varón,
p4)
López Moratala, y en general todos los que aceptan las afirmaciones de la neurobiología y la
psicología evolutiva, creen firmemente en la existencia de un mundo femenino y otro masculino,
gran parte de ello depende de la cultura, es claro, pero como dije antes solo tenemos lo que somos.
Es por ello que la aceptación de la disforia de genero como algo sano es un absurdo, al final, estas
personas se quedan solo con el aspecto cultural de lo que ser hombre o mujer significa, con la punta
del iceberg; nunca podremos sentir como el sexo opuesto, por muy mal que caiga a quienes
rechazan los esencialismos, hombres y mujeres somos esencialmente distintos. Como las flores,
que hay unas más grandes, otras coloridas y algunas con espinas, pero siempre flores, así somos
las mujeres y los hombres… lo cierto es que se me ocurre compararlos con las piedras, pero
digamos que son como arboles y les queda mejor, los arboles protegen y proveen, aunque sus
frutos, firmeza y frondosidad sean diferentes.
Se plantea el papel que cumplen las mujeres en las organizaciones, puesto que nosotras podemos
acoger, acompañar y comprender, hacer de los espacios lugares acogedores y otras cosas más, sin
embargo, no interesa hablar ahora de los derechos de la mujer y lo supuestamente beneficioso que
es para la sociedad abrir más espacios, y más espacios, para nosotras; pues, como cristianos ha de
importarnos la complementariedad de los sexos en el plan salvífico de Nuestro Señor. No obstante,
citaré a Helen Alvaré, consultora del consejo pontificio de los laicos, en su texto Reflexiones sobre
la complementariedad.
[…] Estudiosos de negocios describen los buenos efectos que trae al lugar de trabajo cuando las
compañías combinan la superior habilidad general de las mujeres para “leer” contextos amplios
y multi-facéticos, con la superior habilidad general de los hombres para manipular sistemas
discretos de entradas y salidas. Los autores de negocios hacen énfasis en el hecho de que para
establecer ya sea dinámicas exitosas en el lugar de trabajo como discernimientos exitosos de las
preferencias de los consumidores, es necesario poner a trabajar los talentos unidos y
complementarios de hombres y mujeres. En palabras de uno de los líderes mundiales de
consultoría empresarial: “Se está haciendo cada vez más claro que las diversas perspectivas y
experiencias tienen un papel crítico para resolver problemas complejos e innovar en medio de
condiciones que cambian rápidamente. En realidad, la cuestión no es hombres o mujeres, es
como asegurarse de que las mujeres y los hombres estén trabajando juntos en roles de toma de
decisiones.” (Alvaré, sf, Reflexiones sobre la complementariedad, sf)
Sin embargo, dichas capacidades están relacionadas con la maternidad y dice Alice Von Hidelbran
autora de Man and Woman: a Divine Invention y The privilege of being woman, autodeclarada
enemiga numero uno del feminismo y de Simone De Beavoir, que las mujeres estamos llamadas a
ser madres antes de serlo biológicamente, incluso aunque nunca lo seamos, como es el caso de las
religiosas, las solteras y las estériles. Edith Stein también afirmaba que solo siendo totalmente
femeninas y totalmente masculinos podíamos alcanzar a Dios, porque como recuerda Georgina
Gargollo, la mamá teóloga, en su conferencia El genio femenino, ambos sexos somos imagen y
semejanza de Dios pero cada uno posee o al menos esta llamado a alcanzar determinadas cualidades
de Dios. Y, sin embargo, vivir plenamente la masculinidad y la feminidad es algo que logramos
normalmente con la ayuda del otro sexo, aunque ciertamente la mujer tiene mayores
responsabilidades a este respecto.
La plenitud de la complementariedad se encuentra en el matrimonio, cuando nos convertimos en
familia y formamos a los hijos, los psicólogos que aún son sensatos confirman la importancia del
padre y la madre en la formación de los hijos, no solo en el aspecto emocional y hasta intelectual
sino en el correcto desarrollo de su masculinidad y feminidad. En la familia, y en la vida, estamos
llamados a acciones diferentes, hay quien debe ser cabeza, hay quien debe someterse, hay quien
debe sembrar y quien es la tierra en la que los frutos germinan. Quien enseña y quien aprende,
considerando que el pecado hirió al hombre en su sexualidad y a las mujeres en su afectividad,
Eurico Malagodi y Katia Malagoli afirman que la mujer debe ayudar al hombre en la humanización
de su masculinidad, sin embargo, en el mundo moderno las mujeres han renunciado a lo
esencialmente femenino, hemos renunciado a lo materno persiguiendo las propuestas del
comunismo o del capitalismo, pero no las de Dios. Volver al hogar, permanecer virgen hasta el
matrimonio, tener muchos hijos, cubrirse con un velo en el templo, vestir con dignidad nuestros
cuerpos nos parecen medidas sino absurdas, extremistas y hasta de fracasadas. Nuestras madres se
quejan de no haber sido profesionales cuando Dios no preguntará por sus títulos y sus premios
como recuerda el padre Carlos Cancelado y no conocemos de verdad a nuestros padres pues
persiguiendo el ser alguien o «todo lo necesario» que está lleno de cosas prescindibles, porque la
economía no permite otra cosa, no están realmente allí educando a sus hijos en el amor. Y, a veces,
ni siquiera están los dos para ser los principales educadores de sus hijos. Si bien ahora las quejas
se han convertido en una lucha abierta gracias al feminismo es claro que mientras no aceptemos
que somos distintos permaneceremos en conflicto.
Imagine que los hombres sean de Marte y las mujeres son de Venus. Un día hace mucho tiempo,
los marcianos, mirando a través de sus telescopios, descubrieron a las venusinas. El solo hecho
de echarles un rápido vistazo a las venusinas les despertó sentimientos que no habían tenido
nunca. Se enamoraron e inventaron rápidamente los viajes espaciales para volar cerca de Venus.
Las venusinas recibieron a los marcianos con los brazos abiertos. Habían sabido en forma
intuitiva que ese día llegaría alguna vez. Sus corazones se abrieron de par en par para un amor
que nunca antes habían sentido.
El amor entre venusinas y marcianos fue mágico. Se maravillaron estando juntos, haciendo
cosas juntos y comunicándose entre sí. Aunque eran de mundos diferentes, se deleitaron en sus
diferencias. Pasaron meses aprendiendo uno acerca del otro, explorando y valorando sus
diferentes necesidades, preferencias y pautas de comportamiento. Durante años vivieron juntos,
enamorados y en armonía.
Luego decidieron volar hacia la tierra. Al principio todo era maravilloso y hermoso. Pero se
impusieron los efectos de la atmósfera terrestre y una mañana todos se despertaron con un tipo
peculiar de amnesia: ¡la amnesia selectiva!
Tanto los marcianos como las venusinas olvidaron que eran de planetas diferentes y que se
suponía que eran diferentes. En una mañana todo lo que habían aprendido acerca de sus
diferencias fue borrado de sus memorias. Y desde ese día, hombres y mujeres han estado en
conflicto. (Gray, 2004, Los hombres son de marte y las mujeres de venus, p6)
Como cristianos sabemos que el conflicto entre los sexos comenzó cuando Dios estableció la
dominación del hombre sobre la mujer, y claro, eso nos lleva a la revelación, como dice Edith Stein
es legítima. Luego Jesús redimió al hombre y devolvió a la mujer su dignidad, las recomendaciones
de San Pablo y San Pedro no van contra eso, como dijo San Juan Pablo II se trata de un mutuo
sometimiento fiel a las diferencias que Dios estableció al crearnos, el hombre debe amar hasta la
muerte a su mujer que necesita sentirse amada y que se lo demuestre, claro que ellos normalmente
lo harán a su manera; y el hombre cuando es respetado se siente respetado, aunque también le
gusten los detalles, las palabras bonitas y las caricias (solo eso puede estar tras el anhelo de poder
que hasta hace poco los perseguía más a ellos que a nosotras). Ya redimidos y en busca de la
salvación de nuestras almas hombres y mujeres, especialmente cuando el corazón acoge un amor
no filial debemos vernos unos a otros como Adán miró a Eva aquel primer momento Yves Semen
afirma que aquella expresión «hueso de mis huesos» y «carne de mi carne» es lo mismo que decir
«ser de mi ser» yo agregaría, «parte de mi», «mi complemento». ¿Cómo se habrá sentido aquel
primer hombre contemplando a esa criatura misteriosa, tan parecida a él y tan distinta que no se
comparaba con ninguna otra? y Eva ¿cómo se habrá sentido la primera mujer, objeto de amor no
de deseo?

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