Segunda Tarea de Casos-1

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Caso 1

Camila es una persona de 43 años casada con un albañil dedicada a la casa.

Motivo de consulta: Había sido derivada al servicio de psiquiatría, desde el servicio de neurología donde había sido
internada para su estudio por tercera vez en seis meses porque temía tener un tumor cerebral. Durante los últimos ocho
meses había sufrido dolores de cabeza y mareos, además de sentirse cansada. Desde el principio había consultado a su
médico general en reiteradas veces. Después de dos meses fue internada en una sala de neurología. Los estudios realizados,
no revelaron nada anormal. La paciente sintió alivio inmediato pero no logró sentirse segura. Tenía miedo de tener una
enfermedad grave, probablemente un tumor cerebral maligno. Aún tenía dolores de cabeza, en especial en el cuello y creía
que quizá los estudios no habían considerado el total de su cerebro. Por esa razón volvió a ir a su médico general quien
trató de persuadirla de que no tenía nada malo. Finalmente, se dio por vencido y la derivó al departamento neurológico
para otra evaluación. El neurólogo primero trató de convencerla, pero ella presionó para que le hagan nuevos estudios y
se la internó para ello. Luego el neurólogo le explicó que nada era anormal. Aceptó las explicaciones pero unos pocos días
después de ser dada de alta volvió a dudar de los resultados. No podía pensar en nada más que en sus dolores de cabeza y
en sus mareos causados por el tumor maligno que le causaría la muerte irremediable. La paciente hizo planes para su
funeral y los cantos religiosos que le gustaría que se canten. Convirtió la vida de su esposo y de sus hijos en una tortura,
al hablar sólo de su condición. No podía hacer las tareas de la casa y pasaba en cama casi todo el día. No le importaba casi
nada su apariencia. Varias veces por semana llamaba a su médico para pedirle que la ayude prescribiéndole calmantes o
si fuera posible internándola de nuevo en el departamento de neurología. Éste trató de convencerla de que viera a un
psiquiatra pero casi se enfureció con esta sugerencia, diciendo que su condición no tenía nada que ver con los “nervios”.
Las últimas semanas anteriores a su internación, entró en un estado de depresión que iba en aumento, parecía haber perdido
todas las esperanzas, y dijo que sería mejor que se suicidara para evitar los últimos dolorosos meses de su enfermedad.
Tenía dificultad para dormir y no tenía apetito. Una semana antes de la internación notó que su vista se había nublado.
Se sintió aterrada y creyó que su muerte era inminente. Llamó a su médico inmediatamente y lo convenció de que la
internara nuevamente en la sala de neurología por tercera vez. Los exámenes, que incluyeron un estudio oftalmológico y
otros no revelaron absolutamente nada anormal. Ella lloraba, estaba agitada y finalmente aceptó ser transferida al
departamento psiquiátrico.

Antecedentes: La paciente creció en una ciudad. Era la mayor de tres hermanos. Su padre trabajaba como empleado público
y su madre como secretaria. Tenían un buen nivel económico y después de terminar la escuela secundaria se le ofreció
concurrir a la universidad pero ella no estaba interesada. Poco tiempo después se casó con un albañil cinco años mayor y
se mudó a otra ciudad. La pareja tuvo tres hijos, vivía en una casa propia y estaban en buena situación económica. La
paciente era eficiente en las tareas del hogar. Cuidaba muy bien de los hijos, realizaba tareas en la iglesia y en un club de
mujeres. Describió su matrimonio como armonioso aunque luego se reveló que su esposo había tenido un asunto con otra
mujer dos veces, la última vez unos meses antes de la enfermedad de la esposa. Los dos hijos más chicos aún concurrían a
la escuela secundaria y el hijo mayor había comenzado a trabajar en el banco.

El padre de la paciente y dos de sus hermanos habían recibido tratamiento por trastornos afectivos con depresiones
recurrentes, pero no había otro antecedente de enfermedad mental en la familia. Su salud somática siempre había sido
buena. Nunca antes había sufrido dolores de cabeza u otros males.

Datos actuales: Al ser examinada, la paciente estaba algo contrariada. Repetía que estaba convencida de que
derivarla a un servicio de psiquiatría era un error y que, con seguridad no tenía ningún desorden mental. Negó haber
tenido alteraciones de la percepción, o ideas raras, pero admitió que recientemente se había sentido cansada y sin
ganas de nada y dijo que había perdido todas las esperanzas debido a su tumor en el cerebro. Aparte de ello negó
tener otros síntomas mentales. Estaba globalmente orientada y lúcida, sin ningún indicio de deterioro cognitivo
Caso 2

Cirilo es una persona de 52 años casado y técnico en administración.

Motivo de consulta: Durante tres años se había sentido cada vez más y más agotado. Se fatigaba muy fácilmente después
de esfuerzos menores y después de trabajar durante un par de horas se sentía absolutamente exhausto. Logró continuar
con su trabajo durante algún tiempo porque sus colegas le daban tareas livianas, trabajo fácil que anteriormente se le daba
a los empleados que estaban por jubilarse. Sin embargo, al regresar a su casa a la tarde se sentía tan cansado que se dirigía
a su cama. Aun así tenía dificultad para dormir por dolores en la cabeza, en el cuello y en la espalda. Casi todo el tiempo
estaba tenso y no podía relajarse. Los fines de semana pasaba casi todo el tiempo en la cama. Le resultaba difícil
concentrarse y tuvo que dejar de leer y de hacer palabras cruzadas, cosa que antes le divertía mucho. Aún mirar comedias
en la televisión no obstante significaba un esfuerzo para él. Evitaba ver amigos porque temía que le hicieran hacer algo o
que lo invitaran a salir. De hecho, salir una noche lo dejaba exhausto durante días. Se sentía más y más insuficiente en su
trabajo y casi no podía hacer ninguna tarea en la casa. Cuatro meses antes de los síntomas expuestos había tomado licencia
por enfermedad y se inscribió para una pensión por incapacidad. El estar alejado de sus responsabilidades de trabajo no
mejoró su situación. Aún carecía de iniciativa y estaba sentado casi todo el día, ojeando el periódico, o mirando por la
ventana. No se sentía ni deprimido ni infeliz. Parecía alegrarse cuando le decían que sus hijos y nietos vendrían a visitarlo
pero la vitalidad de los niños pronto lo tornaba tenso e irritable. Podía ayudar a su esposa con las tareas de la casa, si ella
le decía como hacerlo, asimismo siempre todo tenía que ser planeado de antemano porque los cambios bruscos lo ponían
perplejo y ansioso. Tenía miedo constante de que su pensión por incapacidad le fuera denegada y tener que volver al trabajo,
cosa que se sentía incapaz de hacer.

Antecedentes: Era de una provincia rural del país. Fue el segundo hijo de una maestra de escuela primaria. Terminó la
secundaria con notas sobresalientes y estudió técnico de administración. A los 25 años se casó con una enfermera dos años
menor que él. Se mudaron a la capital, donde consiguió trabajó como asistente de administración en el municipio. Se
especializó en bienestar social y en talleres para discapacitados mentales y en su tiempo libre trabajó para la Asociación de
Parientes de Discapacitados Mentales. También tomó parte en actividades políticas y durante años fue miembro electo del
concejo deliberante del municipio. La pareja tuvo tres hijos los que no viven con ellos y a los que aparentemente les va
bien. El paciente vive con su esposa en un departamento alquilado. Su posición económica se ha deteriorado por la
reducción de su salario cuando cambió su situación laboral.

El paciente siempre fue extrovertido y activo con mucha energía y alegre. Tenía gran interés por su trabajo y se preocupaba
por las personas que él trataba de ayudar. Siempre se sintió mentalmente fuerte y creyó que nada lo podría destruir.
Mantenía buenas relaciones con sus clientes y colegas. Tenía buena trato con los miembros de su familia y su matrimonio
fue descripto como armonioso. Nunca sufrió cambios de estado de ánimo ni episodios de cansancio sin causa.
Su hermano mayor tenía un retraso mental, siendo solo el que padecía de un trastorno mental. El paciente tuvo una
apendicectomía a los 27 años, fuera de lo cual gozaba de buena salud física. No había información de conmoción cerebral
ni de infecciones virales largas.
Datos actuales: Al momento del examen, parecía mayor de lo que en realidad era. Su cabello era canoso y se lo veía
muy cansado. Su estado de ánimo era neutro y no se sospecharon síntomas psicóticos. Estaba lúcido, conectado y bien
orientado en el tiempo, espacio y respecto de su persona. Su memoria no mostraba detrimento y no se detectaron
otras deficiencias cognitivas. El examen físico y la evaluación neurológica no mostraron anormalidades
Caso 3

Miriam es una joven de 27 años. Trabaja como enfermera en un hospital de ciudad y vive sola.

Motivo de consulta: La paciente se levantaba por las noches, iba a la cocina y comía todo lo que hubiera a su alcance. Se
detenía sólo después de una o dos horas cuando no podía encontrar nada más que comer. Los ataques de gula siguieron
durante cinco años hasta que consultó a su médico general, quien la derivó para tratamiento psiquiátrico, por una supuesta
depresión relacionada con sus ataques de ansiedad por comer. Sus episodios de gula estaban precedidos por sentimientos
de tensión severa y obtenían una cierta relajación, aunque esto iba acompañado por vergüenza y desesperación. Durante
el año anterior a la derivación los períodos de gula habían aumentado de dos a tres veces por semana. Por lo general ocurría
a la noche después de dormir algunas horas. Después de comer como desaforada se sentía explotar pero no vomitaba.
Trataba de deshacerse de la comida tomando grandes cantidades de laxantes. Su peso era inestable pero había logrado
mantenerlo dentro de los límites normales simplemente ayunando entre sus crisis de gula. Odiaba la gordura pero en
realidad, nunca había sido delgada. Sus ataques de comer en exceso la hacían sentir culpable y desesperanzada. Había
pensado en el suicidio tomando una sobredosis de los somníferos que su médico clínico le había prescripto para su
insomnio. Podía hacer su trabajo adecuadamente.

Antecedentes: La paciente creció en un pueblo donde su padre era maestro. Después de la secundaria estudió para ser
enfermera y tuvo varios trabajos en salas geriátricas. Siempre había sido sensible, temerosa de las críticas y tenía baja
estima personal. Hacía lo imposible para vivir de acuerdo a lo que se esperaba de ella y se sentía frustrada a la menor
crítica. Se había enamorado más de una vez, pero nunca se animó a comprometerse porque tenía miedo al rechazo y
posiblemente por temor a una relación sexual. Tenía sólo unas pocas amigas íntimas porque le resultaba difícil hacer
amigos. A menudo se sentía tensa e incómoda al estar en compañía. Evitaba ir a reuniones o fiestas porque tenía miedo a
las críticas o al rechazo.

Datos actuales: Al examinarla, la paciente se presentaba callada y reticente. Su estado de ánimo era moderadamente
depresivo y lloraba silenciosamente mientras describía sus dificultades. No se sospecharon elementos psicóticos. Era
saludable y su peso estaba en el promedio. Ella percibía su peso como un poco más del de lo que deseaba. Dijo que tenía
miedo de volverse obesa
CASO 4

Domitila es una viuda de 60 años que trabaja de profesora en una escuela secundaria. Tiene cuatro hijos sanos -una mujer
y tres varones. El hijo mayor estuvo en el extranjero durante cinco años y recién ha venido de vacaciones.

Motivo de consulta: Domitila llegó a la clínica con su hijo mayor. Todos los días venía tomando laxantes y otras pastillas
para la digestión, varias clases a la vez. Su hijo se alarmó de lo que él consideraba un uso excesivo de medicamentos por
lo que trajo a su madre a la clínica y explicó su hábito. La paciente admitió que tomaba las pastillas pero dijo que no le
causaban problema. Por el contrario, constituían un gran beneficio. Explicó que venía tomando los medicamentos desde
hacía largo tiempo, quizá 20 años antes. Recordó haber tomado las primeras píldoras, no por una enfermedad específica
sino por una indigestión y constipación de dos días. Una amiga le había aconsejado una vez, tomar un par de pastillas
laxantes antes de ir a acostarse y una para la digestión antes de cada comida todos los días. La paciente recordó que sus
digestiones nunca habían sido mejores que cuando tomó esas primeras pastillas. Había continuado tomándolas hasta el
presente. Sin las pastillas no necesariamente se constipaba, pero de alguna manera no se sentía satisfecha después de comer
o luego de defecar. No veía por qué las pastillas eran un problema si no eran “narcóticos”. Había venido a la clínica porque
su hijo había insistido que las pastillas debían tener algo que causaran adicción, lo que hacían que le resultara imposible
dejar de tomarlas.

Antecedentes: La paciente provenía de una familia de 10 hijos. Se graduó en la universidad como Licenciada en Bellas
Artes y se casó poco tiempo después. Trabajó como profesora de la misma escuela toda su vida, era una persona alegre y
optimista, solidaria con la gente. Tenía muchos amigos y días con un calendario muy ocupado con trabajo y obligaciones
familiares. Tuvo una vida matrimonial exitosa y feliz hasta que su esposo murió de un ataque al corazón cuando ella tenía
55 años. No tenía problemas de salud mayores y nunca la habían operado.

Datos actuales: La paciente estaba bien vestida. Era amigable y cooperativa durante la entrevista y contestó todas las
preguntas. “Nunca aumenté la dosis”, dijo en forma burlona. Estaba claro que se sentía divertida con la situación y que
había venido a la clínica para satisfacer la preocupación de su hijo. No reveló evidencia alguna de anormalidad en el
pensamiento, la percepción, la orientación o la memoria. No consideraba la posibilidad de dejar sus hábitos
medicamentosos y en otras Aunque tampoco sentía que eran absolutamente necesarios para ella.
CASO 5

Raul es un paciente de 31 años.

Motivo de consulta: El paciente fue llevado a la sala de emergencias de psiquiatría por una asistente social. La había
llamado en medio de la noche para decirle que no podía más. Había llorado y hablado de suicidio. La asistente social
explicó que su paciente vivía solo, que ella no se sentía capaz de ayudarlo y que su psicoterapeuta estaba de vacaciones.
Aconsejó internarlo.

El paciente estaba retraído y tenso y pidió disculpas por los problemas que estaba causando. Se relajó cuando se le dijo
que podía permanecer en el hospital, y no tuvo objeciones cuando se le indicó la habitación que por el momento debía
compartir con tres pacientes mayores.

Antecedentes: Nació y creció en un pueblo de campo. A los cinco años perdió a su padre quien murió en un accidente de
autos. Después de la muerte de su padre, su madre logró obtener ingresos trabajando en una confitería local. El paciente
era hijo único y le había ido bien en la escuela y nunca había dado a su madre ningún tipo de problema. Ella no se volvió
a casar. Eran muy unidos y él hacía todo lo posible para satisfacerla. Aún de niño, solía entender que la vida no era fácil
para ella y que ella era todo lo que él tenía.

Se comportaba bien en la escuela, y siempre hacía lo que las maestras le pedían, todo el tiempo estaba dispuesto a aceptar
las tareas adicionales que sus compañeros no querían realizar y aparentemente siempre estaba contento de complacer a los
demás. A los 16 años quiso ser técnico en computación, pero esto significaba irse lejos de casa y a su madre no le gustó
la idea. Dejó la escuela y comenzó a trabajar en un supermercado. Trató de hacer su trabajo lo mejor posible, siempre
dispuesto a reemplazar a sus colegas y nunca se quejaba de tener que realizar horas extras. Se lo consideraba un empleado
confiable y varias veces se lo propuso para promoverlo para un ascenso, pero de alguna manera luego se lo dejaba de
lado. Durante su adolescencia le hubiera gustado salir con amigos pero comprendía su responsabilidad de pasar casi todas
las tardes con su madre. Ella se sentía orgullosa diciéndoles a sus vecinos que él era “realmente bueno”.

A los 20 años tuvo la primera pelea con su madre. Ella estaba totalmente en desacuerdo con que saliera con una chica que
a ella no le gustaba. Cuando su madre le dijo que tendría que irse de la casa si deseaba continuar viendo a “esa chica”,
entró en pánico, le rogó a su novia que tuviera paciencia y finalmente permitió que ella lo dejara por otro. Su madre aprobó
a la segunda chica que él llevó a su casa y lo apuraba para que se case con ella, aunque a él personalmente no le
entusiasmaba la idea. Cuando su esposa lo abandonó dos años más tarde se sintió destruido y volvió a vivir con su madre.
Ella murió poco tiempo después, de un ataque al corazón. Desde entonces el paciente fue hospitalizado varias veces por
depresión, generalmente sólo por uno o dos días. Se hacía atender por un psicoterapeuta dos veces por semana y le pedía a
su asistente social que lo aconsejara acerca de las cosas más triviales, casi todos los días.

No se conocían historias de trastornos mentales en la familia.


Datos actuales: El paciente estaba orientado con respecto al tiempo, espacio y persona. La mañana de su internación,
estaba indeciso con respecto a quedarse o irse a su casa y pidió consejo. Explicó que se había sentido con pánico la noche
anterior y que había reaccionado mal pero que ahora se sentía bien de nuevo. Dijo que su psicoterapeuta le había aconsejado
que no buscara refugio en hospitales. Su asistente social por otro lado, le dijo que buscara un "tratamiento real". No estaba
ni deprimido ni ansioso, se lo veía cómodo durante la entrevista y hablaba en forma coherente.

Cuando se le preguntó por su actitud para con los demás, el paciente declaró que le gustaba estar con otra gente. Dijo que
no le gustaba estar solo y que en realidad se sentía perdido cuando lo estaba. No tenía dificultad para relacionarse con otra
gente y se sentía confortable con casi toda la gente. Aseguró que no tenía problemas con algunos colegas que eran
considerados difíciles por otras personas. A menudo se estaba deprimido, pero estos sentimientos se iban después de un
par de horas, especialmente cuando podía hablar con alguien. También sentía “pánico” cuando tenía que tomar decisiones.
No evidencia síntomas de ansiedad característicos de una crisis de pánico.

El examen físico y cerebral no reveló anormalidades.


Evolución: Cuando se le dijo que no había necesidad de que se quedara en el hospital pero que siempre habría alguien
disponible cuando sintiera que no podía hallar soluciones sólo, aceptó irse a su casa. Durante las siguientes dos semanas,
llamó dos veces para preguntar sobre cosas triviales y luego retomó sus sesiones con su psicoterapeuta.

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