Panquetzaliztli
Panquetzaliztli
Panquetzaliztli
S E C C I Ó N T E M ÁT I C A
Panquetzaliztli
Elena Mazzetto*
Summary: This article covers the study of the ceremonial procession known as Ipaina
Huitzilopochtli, which took place in the twenty-day cycle of Panquetzaliztli, the festival
of the guardian Mexica god in the solar calendar cycle. A comparative analysis, both of
different colonial chronicles in Náhuatl and Spanish, and modern contributions, reflects
on certain aspects overlooked by researchers. In addition, the different routes along which
Résumé : Cet article étudie le parcours cérémoniel connu sous le nom d’Ipaina Huitzilopo-
chtli, qui était effectué au cours de la vingtaine de Panquetzaliztli, la fête du dieu tutélaire
mexica dans le cycle du calendrier solaire. L’analyse comparative de différentes chroniques
coloniales en nahuatl et en espagnol ainsi que d’études modernes a permis de mettre en
lumière certains aspects oubliés par les chercheurs. Cette étude analyse également les
différents espaces au sein desquels les participants se déplaçaient d’un lieu à un autre, et
examine les personnalités surnaturelles impliquées dans le parcours en lien avec la recréation
annuelle du mythe de la naissance de Huitzilopochtli. Les résultats de la recherche sur
ces « multiples » parcours soulignent la nécessité d’une approche pluridimensionnelle de
l’organisation sociale et politique de la vallée de Mexico et du contexte de création des
chroniques de la Nouvelle-Espagne pour parvenir à une meilleure compréhension de
certains évènements religieux.
Mots-clés : Panquetzaliztli, Tenochtitlan, Tlatelolco, parcours cérémoniels, cycle du
calendrier solaire.
Las fiestas de las veintenas eran fenómenos religiosos muy complejos,1 por lo que
ha sido un tema de estudio sugestivo a lo largo de la historia del centro de México,
tanto así que los especialistas han puesto énfasis en aspectos cada vez distintos e
igualmente fundamentales para comprender las múltiples capas de significados en
las que estaban constituidos estos acontecimientos rituales. Desde el siglo xix y
principios del xx, con las publicaciones de los eruditos Albert Réville (1885), Sir
James Frazer (1890), Eduard Seler (1902) y Konrad Theodor Preuss (1908), las
investigaciones sobre el ciclo festivo tenían el afán de encontrar en la dimensión
ritual el reflejo del periodo estacional en el que los ritos se llevaban a cabo, por lo
que la coincidencia del ciclo agrícola con el ciclo ritual siempre ocupó un lugar
preponderante.2 La recreación de aventuras míticas determinadas también fue una
preocupación precoz para estos especialistas, ya que partían de pasajes específicos
en las crónicas coloniales que hacían eco a eventos mitológicos y viceversa.3
Los investigadores no tardaron en darse cuenta de que la dimensión festiva iba
sujeta también a manipulaciones políticas y propagandísticas, ya que las fiestas
se volvían ocasiones perfectas para mostrar el poder del imperio mexica y de su
dios tutelar, Huitzilopochtli, triunfador victorioso sobre los pueblos y los dioses
enemigos. A Francisco del Paso y Troncoso (1898) le llamó la atención la aparente
ausencia de Quetzalcóatl en rituales clave del ciclo solar. De hecho, la veintena que
conmemoraba el encuentro mítico entre sus padres, Mixcóatl y Chimalman, Que-
cholli, desembocaba en la veintena de Panquetzaliztli, donde el dios recién nacido
no era la Serpiente Emplumada, como se podía esperar, sino Huitzilopochtli. En
su obra extraordinaria y única, hasta hoy en día, sobre el ciclo de las fiestas de las
veintenas y la relación entre sus ritos y los mitos de la tradición mesoamericana,
Michel Graulich, siguiendo los pasos del sabio mexicano, realizó un análisis crítico
del contenido de todas las veintenas, exponiendo –entre sus muchos aportes– cómo
Huitzilopochtli sustituye a distintos dioses en el ciclo festivo, como es el caso de la
veintena de Tlaxochimaco, probablemente dedicada, en su origen, a Xochiquétzal
(Graulich, 1999: 406).4 En los años ochenta, Betty A. Brown analizó las veintenas
de Ochpaniztli y Xócotl Huetzi en clave histórico-política, señalando cómo los ritos
sacrificiales de las dos fiestas tenían el objetivo de conmemorar periódicamente
acontecimientos históricos específicos, uniones prestigiosas o derrotas clamorosas
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de los enemigos de los mexicas, con la consecuente declaración de la soberanía
religiosa y territorial tenochca. En el caso de Ochpaniztli, la unión, sacrificio y
desollamiento de la hija del soberano colhua Achitómetl. En Xócotl Huetzi, la
captura y sacrificio del dios tutelar de los tepanecas de Azcapotzalco, Otontecuhtli
(Brown, 1984; 1988).
En el libro dedicado a Xipe Tótec, Carlos J. González González (2011) evi-
dencia como el tlahuahuanaliztli –definido como “sacrificio gladiatorio” por los
españoles– es un raro ejemplo de rito cuyos cambios litúrgicos pueden rastrearse
a lo largo del tiempo, en particular entre la época de Motecuhzoma i y la de
Axayácatl. Según el investigador mexicano las modificaciones sufridas obedecían a
la voluntad de centrar el culto público mexica en la recreación del mito del Quinto
Sol (González González, 2011: 356-357).
Estos ejemplos no pretenden ser exhaustivos, sin embargo, demuestran cómo
la elección de los protagonistas y de los espacios no estaba hecha al azar, sino que
respondía con precisión a la exigencia de afirmar un mensaje hegemónico fuerte.
El ciclo festivo no era unitario. La multitud de calpulteteo de México-Tenochtitlan
permite comprender como cada veintena respondía a la necesidad de celebrar
distintas entidades sobrenaturales, relacionadas con corporaciones y tlaxilacalli,
barrios (Van Zantwijk, 1985; Mazzetto, 2014a).5 Lejos de ser eventos estáticos
que permanecían aparentemente intactos a lo largo de los años, las veintenas
podían experimentar incorporaciones de nuevos elementos –actores rituales o
acceso a nuevos espacios– así como cambios, reflejo en la evolución misma del
poderío mexica. De aquí surge la exigencia de cotejar constantemente la infor-
mación religiosa con testimonios de naturaleza política y social en específico. En
este trabajo analizaré uno de los ritos más conocidos del ciclo festivo mexica, es
decir el recorrido ceremonial llamado Ipaina Huitzilopochtli, “la (su) velocidad/
ligereza de Huitzilopochtli”, realizado durante la veintena de Panquetzaliztli que
conmemoraba su nacimiento mítico.
La carrera iniciaba en el recinto sagrado de la capital mexica y pasaba por
ciertos lugares del área occidental del Valle de México regresando a su punto de
partida. Este tipo de recorrido circular, realizado en sentido contrario a las ma-
necillas del reloj, se llamaba tlayahualoliztli y era muy común en el ciclo festivo.
Se podía realizar alrededor de un altar, un templo-pirámide, un patio, o de la isla
entera y podía estar dedicado a distintas entidades sobrenaturales (Mazzetto,
2014a). Sin embargo, en ningún otro momento del año tenía esta extensión ni
involucraba a tantos participantes. Los especialistas no tardaron en identificar
algunos de los significados más evidentes de la carrera, es decir, la conmemora-
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La Ipaina Huitzilopochtli en las fuentes documentales
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Nonoalco era recibido por el sacerdote del dios Cuáhuitl Ícac “árbol inhiesto”,
“compañero del dios Painal”, que se consideraba como su “hermano mayor”. El
sacerdote que llevaba la efigie de Cuáhuitl Ícac iba al encuentro de Painal. Los
informantes explican que las dos imágenes llevaban los mismos atavíos, aunque
Cuáhuitl Ícac estaba pintado con tiza. Luego se iban juntos hacia Tlacopan/
Tacuba, al lugar llamado Tlaxotlan y se dirigían después a Popotlan, donde
sacrificaban rápidamente otras víctimas. La versión en español explica que
Popotlan corresponde al barrio donde se encontraba la iglesia de San Esteban
(ibíd, t. i: 163). Pasando al frente del cerro de Chapultepec llegaban cerca de un
río, a un lugar llamado Izquitlan, donde se sacrificaba una víctima –un ixiptla–
llamada Izquitecatl, el dios del pulque celebrado en las veintenas de Tepeilhuitl
y Quecholli. Según el texto en español, era el río que se llamaba Izquitlan y en
este lugar se llevaba a cabo el sacrificio de varias víctimas nombradas Izquitecah
(ibídem 1989, t. i: 163-164). Luego pasaban por Tepetocan, en la periferia de
Coyohuacan y luego a Mazatlán. Con respecto a este último lugar, explica que
se encontraba cerca de la iglesia de Santo Matías Iztacalco (ib.: 164). Luego
regresaban hacia Acachinanco. Según Alfredo López Austin y Leonardo López
Luján (2009: 253), los cautivos Huitznahua participaban en las batallas que se
llevaban a cabo en cada etapa de la Ipayna Huitzilopochtli.11 Cuando llegaban a
esta última etapa del recorrido se concluía una ceremonia que había empezado
en el momento en que Painal, a su vez, había empezado su carrera. Se trataba
de una batalla ritual donde los dos bandos estaban formados por los escla-
vos bañados y por los Huitznahua. Estos individuos llevaban los nombres de los
míticos hermanos enemigos de Huitzilopochtli, y ya que este último grupo era
ayudado por guerreros destacados, llamados “los soldados de Huitznahuac”, se
podría sugerir que pertenecían al barrio que llevaba el mismo nombre, ubicado
en la parcialidad sur-este de Tenochtitlan, Teopan (Sahagún, 1989, t. i: 164).
Cuando el que controlaba la batalla veía al sacerdote acercarse con la efigie de
Painal gritaba a los guerreros que concluyeran el combate y estos se despedían.
Antes de todo, llegaban los que llevaban el tlachiyaloni.12 Enseguida, estas reli-
quias eran proporcionadas a guerreros destacados que las llevaban corriendo por
una parte del recorrido y que las otorgaban a otros combatientes más, como si
se tratara de una carrera de relevos. Cuando estos últimos atravesaban la Puerta
del Águila, que correspondía a la entrada sur del recinto sagrado de México-
Tenochtitlan, nadie podía apoderarse de los tlachiyaloni, mismos que eran llevados
en la cumbre del templo de Huitzilopochtli y lanzados encima de la efigie de
tzoalli ‘masa de amaranto’ del dios.
En sus Memoriales, Toribio de Benavente “Motolinía” relata que los sacerdotes, los
nobles y mucha otra gente se reunían y el gran sacerdote de Huitzilopochtli salía con
una efigie del dios, precedido por otros ministros de culto que esparcían incienso.
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La ruta empezaba por Tlatelolco, definido como el “segundo barrio de México”,
luego paraban en Acolman, en el cual había un “oratorio” donde se sacrificaban
cuatro cautivos. Después seguían por Azcapotzalco y Tlacopan. Enseguida pasa-
ban por Chapultepec, “a donde nace el agua que entra a México”. Ahí no se reali-
zaba ninguna parada, sino que la procesión seguía hasta Huitzilopochco, donde se
sacrificaban otros cuatro cautivos y de ahí regresaban a Tenochtitlan culminando el
recorrido al medio día. Se precisa que el trayecto es de cinco leguas más o menos.
El franciscano añade que esta fiesta se celebraba con los mismos ayunos, sacrificios
y procesiones en la ciudad de Texcoco (Benavente, 1903: 57-58).13
Las Costumbres
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De acuerdo con Michel Graulich (1999: 207), la multitud podía ser una imagen
del mismo dios Huitzilopochtli, la divinidad que encarnaba su pueblo. Danièle De-
houve (2011: 189) proporciona más bien una interpretación estacional: el recorrido
circular realizado por Painal reproduciría el movimiento aparente del sol sobre el
horizonte hasta el solsticio de verano. La finalidad sería relanzar el ciclo anual poco
antes del solsticio de invierno. El solsticio de verano tenía lugar diez meses de veinte
días más tarde, un detalle que lleva la investigadora a considerar que los diez lugares
donde Painal realizaba sus paradas correspondían a los veinte meses de veinte días
(veintenas) futuros. A este respecto, cabe señalar, como se verá a continuación, cómo
el número de etapas del trayecto presenta algunos problemas de interpretación.
Si bien no analiza en específico la Ipaina Huitzilopochtli, es estacional también la
interpretación proporcionada por Kenneth Hirth (2016: 230, 320), quien apunta que
las ceremonias de Panquetzaliztli conmemoraban el nacimiento de Huitzilopochtli
cerca del solsticio de invierno, cuando el sol empezaba lentamente su viaje hacia el
zenith. Los sacrificios tenían supuestamente la finalidad de alimentar al dios con
la sangre indispensable para fortalecerse a lo largo del año. Recientemente, John
Schwaller (en prensa) volvió a retomar el simbolismo de las peregrinaciones en la
Ipaina Huitzilopochtli, subrayando a la isla como el punto de partida y de llegada
del recorrido, y que fungía a la vez como evocación de Aztlán –al principio de la
carrera– y de la nueva tierra prometida, Tenochtitlan.
La relación entre este recorrido y la dimensión del enfrentamiento –con con-
secuencias como la huida de los enemigos o la lucha en contra de ellos– queda
plasmada no solamente en la descripción de los sacrificios que se llevaban a cabo
en cada parada, sino también en el análisis de los participantes. El cortejo que
salía del recinto sagrado de México-Tenochtitlan era acompañado por cuatro “ni-
grománticos”. Este pasaje sólo se encuentra en el texto en español del documento
sahaguntino. El término “nigromántico” se emplea a veces para traducir el vocablo
náhuatl nahualli, es decir, el individuo que tenía la capacidad de transformarse en
otro ser (López Austin, 1967: 95; Martínez González, 2011: 130, 251).
Existen otros pasajes del Códice Florentino donde se mencionan estos per-
sonajes. En el capítulo viii del Libro xii se describe la embajada, enviada por
Motecuhzoma Xocoyotzin a la costa para recibir a los españoles recién llegados,
formada por “nanaoalti, tlatlacateculo, tetlachivianjme”, definidos después también
como tlaciuhque. En la versión en español nanahualtin se tradujo como “encanta-
dores”, y tlatlacatecolo como “maléficus”. Enseguida se habla también de adivinos
(tlaciuhque) y agureros (nanaoalti). En el texto en español de la Historia general
se encuentra un tercer término, nigrománticos, sin que se pueda entender a cuál
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Los especialistas identificaron la mayoría de los sitios mencionados en el
recorrido de Painal. Inicialmente, tomaré en cuenta, la versión de los textos saha-
guntinos, por ser la más detallada (véase Figura 1).
Con respecto a Nonoalco, “en el sitio habitado” (Garibay, 1995: 120) donde
esperaba el sacerdote de Cuáhuitl Ícac, sabemos que se trataba de una pequeña
isla separada de Tlatelolco por una acequia y ubicada al norte de la calzada de
Tlacopan (Caso, 1956: 41). Según los Anales de Tlatelolco (2004: 111) durante el
sitio de la capital mexica, Nonoalco fue uno de los cuarteles generales de Hernán
Cortés, de sus capitanes y de los tlatoque de las ciudades sometidas. El Códice
Florentino menciona tres barrios pertenecientes a Nonoalco: Nextlatilco, Iliacac
y Ayauhcaltitlan (Sahagún, 1950-1982, Libro xii, cap. xxix: 84). Este último
nombre se debe al hecho de que ahí se encontraba un Ayauhcalli, un santuario
dedicado a los dioses acuáticos y del maíz (ibídem: 32: 92; Mazzetto 2014a: 126;
Mazzetto 2014b).
Tlaxotlan debía representar un lugar sumamente significativo para la géne-
sis de Huitzilopochtli, ya que, como ha sido subrayado por Eduard Seler en su
análisis de los cantos sagrados de los dioses, se le llama tlaxotecatl y tlaxotecayotl
al nombre del canto que se realizaba durante la veintena de Panquetzaliztli
(Sahagún, 1950-1982, Libro ii, cap. xxxiv: 141; Seler, 2016: 24-25; Garibay,
1995: 39). El sabio alemán define este lugar como una “localidad al noroeste de
Tlatelolco, entre el barrio de Nonoalco y el pueblo de Popotlan, perteneciente
al pueblo de Tlacopan”. Caso (1956: 46) tampoco puede decir más que “lugar
entre Nonoalco y Popotlan”. En cambio Popotlan, “lugar de escobas”, se en-
cuentra mencionado como lugar de paso en los Anales de Tlatelolco (2004: 71)
y en la Crónica Mexicana (Tezozomoc, 2001, cap. iii: 61; Códice Aubin, 1980:
37; Navarrete, 2011: 216). La pertenencia de Nonoalco, Tlaxotlan y Popotlan al
reino tepaneca, se hace evidente en la lectura de otro pasaje de la misma crónica,
donde los tepanecas, tras la muerte de su soberano Tezozomoc, declararon la
guerra a los mexicanos:
Para concluir este apartado, cabe subrayar que, mientras que Popotlan aparece entre
los lugares donde los mexicas se establecieron al llegar en la Cuenca de México,
Nonoalco no corresponde con ninguna etapa de la peregrinación.
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Chapultepec e Izquitlan
Tepetocan y Mazatlán
La siguiente parada era Tepetocan, otro lugar citado en las fuentes como etapa
de la peregrinación. En la Historia de los mexicanos por sus pinturas (2011: 59) se
dice que era “un cerro que llaman Tepetocan, que es junto a Coyoacan”. La Cró-
nica Mexicáyotl (Tezozomoc, 1998: 45-46) lo menciona en una lista de lugares
que corresponden a la ribera meridional del Valle de México, los barrios rurales
sometidos por los mexicas, junto con Mazatlán (ibídem: 48). En Teatro mexicano,
Agustín de Vetancurt comenta que Tepetocan era “un barrio [...] a la entrada de la
ciudad” (Vetancurt, 1971, t. i, cap. 10). Se trataba de un sitio ubicado hacia el río de
Coyohuacan/Churubusco, en el camino a la ciudad y saliendo del cementerio del
convento de San Mateo Churubusco.18
Mazatlán es otro lugar ribereño localizado en el sur del Valle de México, cono-
cido por un acontecimiento singular que se llevó a cabo durante las últimas etapas
de las peregrinaciones mexicas. Debe su nombre –“Lugar de venados”– al hecho de
que los mexicas encontraron ahí un ciervo hundido en el lodo. La cercanía con la
ciudad de Colhuacan –es decir, una vez más, la ribera sur del Valle– se infiere a
partir de un pasaje de Los Anales de Tlatelolco (2004: 67), donde se relata: “[...] lo
persiguen, lo ojean hasta Colhuacan. Allá se atasca en el fango, cuidadosamente lo
[…] y dieron con un venado en la tierra llana, en las partes que parten términos con
los de la tierra firme, en un lugar que se llama Tetecpilco, alinde de Huitzilopochco
(que ahora es el pueblo de San Mateo, que dista dos leguas de esta ciudad, a la parte
de mediodía) y por haberlo hallado en aquel lugar fue llamado Mazatla (que quiere
decir lugar de venados). (Torquemada, 1975-1983, Libro ii, cap. xv: 144).
Huitzilpochco
[...] de allí vinieron camino de Huilzilopochco, que es dos leguas pequeñas de México,
el cual pueblo se llamaba Huitzílatl en lengua de chichimecas, porque de ellos estaba
poblado, los cuales chichimecas tenían por dios a Opochtli que era dios del agua; y este
dios del agua topó al indio que traía el mastle y manta de Huitzilopochtli, y como le
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topó le dio unas armas, que son las con que matan las ánades, y una tiradera, y como
Huitzilopochtli era izquierdo como este dios del agua, le dijo que debía [de] ser su
hijo, y fueron muy amigos. Y mudóse el nombre del pueblo do se toparon, que como
primero se llamaba Huitzílatl, de allí adelante se llamó Huitzilopochco21 (2011: 55).
Respecto a las etapas del recorrido citadas en los Memoriales de Motolinía, des-
tacan Azcapotzalco –capital del reino tepaneca de Tezozomoc, sometido por la
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En su crónica, Mendieta incluye también a Tenayocan, la antigua capital chichi-
meca de Xólotl, en la extremidad norte del Valle de México, una ciudad cuyos
lazos con los mexicas de Tenochtitlan no resultan tan evidentes (véase Figura 4),
lo que lleva a preguntarnos si no podría tratarse de una equivocación del cronista.
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Segundo lugar de paso: Chapultepec. Tercer lugar de paso: Chapultepec.
(“chapoltepetl ixpan qujça”) (“Y luego corriendo se partían hacia
Chapultepec, y pasaban por delante del
cerro de Chapultepec”)
Quinta parada: Izquitlan. Quinta parada: Izquitlan.
(“auh in oacito atoiac, itocaiocan (“Y pasaban un río que corre por ahí [...].
Izqujtlan: no vncan ontlamjctitiqujça in Delante del cu que ahí estaba mataban
conmjctia itoca Izqujtecatl”) otros cautivos [...]”)
Cuarto lugar de paso: Coyoacán.
/ (“Dallí iban derechos hacia
Coyohuacan...”)
Sexta parada: Tepetocan. Sexta parada: Tepetocan.
(“vncan qujztiqujça in tepetocan”) (“Y llegaban allí a un lugar que se llama
Tepetocan”)
Séptima parada: Mazatlan Séptima parada: Mazatlán.
(“Mec oallamelaoa maçatlan”) (“Y dallí iban derechos a Mazatlán”)
Octava parada: Acachinanco. Octava parada: Acachinanco.
(“Auh in oacico acachinanco, njman ic (“Y dallí volvían a un lugar que se
mocaoa in tlaamavia”). llamaba Acachinanco”)
Tabla 1 - Etapas y lugares de paso de la Ipaina Huitzilopochtli según la Historia general de Bernar-
dino de Sahagún.
Painal
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de Painal en el culto dedicado al fuego, tanto en Xocotl Huetzi como en Izcalli.
Esta entidad sobrenatural sólo aparece en la Ipaina Huitzilopochtli y en los ritos
presacrificiales de las dos veintenas antes citadas, al amanecer, en Xocotl Huetzi y
Panquetzaliztli, al principio de la tarde, en Izcalli. Con base en estas características,
Michel Graulich (1999: 207-208) interpreta la figura de Painal como el personaje
llamado Tochancalqui, en el mito del nacimiento de Huitzilopochtli. Se trata del
mismo personaje que prende la xiuhcóatl y que mata a los cuatrocientos hermanos
enemigos del dios o que prepara el lanzadardos para que Huitzilopochtli lo haga.33
Una vez más, la relación entre Painal y la dimensión ígnea es evidente. Con base en
la interpretación de Graulich, hay que recordar como Tochancalqui significa “el que
vive en nuestro hogar”, una definición que bien puede describir el fuego doméstico.
De ser correcta la lectura del pasaje que atribuye la masacre de los hermanos
del dios a Painal, sería este último quien maneja la xiuhcóatl, elemento distintivo del
traje de Xiuhtecuhtli (por ejemplo Códice Borbónico, 1991: 9, 20, 23; Códice Maglia-
bechiano, 1970: 46r). Además, el papel sacrificial de este dios queda plasmado en
su misma función ritual: su llegada señala el acercamiento del destino ineluctable
de los cautivos.
Cuáhuitl Ícac
[...] se colocan sus insignias de papel, sus [tocados llamados] anecuyotl, sus armas pun-
zantes, cuelgan los papeles pintados, y atan sus cascabeles llamados oyohualli de sus
pantorillas y sus flechas tlatzontectli”. “[...] intech quitlalique in jmamatlatquj, in anecuiotl,
in intzitzicaz, amatitech pipilcac, tlacuilolli, yoan in coiolli incotztitech qujilpique, injn coiolli
mjtoaia oiovalli, yoan in jnmiuh tlaztontectli. (Sahagún, 1950-1982, Libro iii, cap. i: 2).37
Si hay que tratar de reconstruir los atavíos de Cuáhuitl Ícac, se puede decir que
su tocado anecuyotl38 –como lo de los demás hermanos– estaba formado por un
armazón de papel en forma de cono truncado, cubierto de plumas de distintos
colores y con plumas blancas que colgaban lateralmente. Encima del tocado había
un mástil de madera rematado por un cuchillo hecho de plumas, cuya mitad era del
color de la sangre (López Austin y López Luján, 2009: 498). La tzitzicaztli es la
ortiga. Podría tratarse de una manta hecha con este vegetal y descrita como atavío
de Huitzilopochtli en la descripción de su efigie de tzoalli elaborada en Toxcatl
(Sahagún, 1950-1982, Libro xii, cap. xix: 52) o de una arma punzante, propuesta
por Anderson y Dibble quienes la traducen como “nettles” (López Austin y López
Luján, 2009: 515). Los cascabeles oyohualli se encuentran entre los atavíos de otros
dioses y personificaciones divinas, como el mismo Huitzilopochtli (Sahagún, 1997:
261r.), Chicomecóatl, Otontecuhtli, Yiacatecuhtli (ibídem: 262r.), Ixcozauhqui,
Ixtlilton (ibíd.: 262v.), Tezcatlipoca (ib.: 262r.) y su ixiptla en la veintena de Toxcatl
(Sahagún, 1950-1982, Libro ii, cap. xxiv: 69; López Austin y López Luján 2009:
508). Las flechas tlatzontectli, cuyo nombre ha sido traducido como “cosa juzgada
y sentenciada” (Molina, 2008: fol. 143r) y como “dardo, vara tostada” (Olivier, 2015:
82), aparecen en distintos contextos del ciclo calendárico. En Toxcatl, eran utilizadas
por los jóvenes para cargar la efigie de Huitzilopochtli hacia la cumbre del Templo
Mayor (Sahagún, 1950-1982, Libro ii, cap. xxiv: 72). Estos dardos eran también
parte del armamento militar empleado por los mexicas durante las batallas (Sahagún,
1950-1982, Libro iii, cap. x: 29; Libro ix, cap. vii: 34; Libro xii, cap. xx: 56, cap. 24:
68, cap. xxvii: 109, cap. 31: 88; Tezozomoc 2001, cap. 48: 209, cap. 61: 251-252).39
Ahora bien, es bien sabido que, tras la derrota de los Centzonhuitznahua,
Huitzilopochtli se apodera de todos estos atavíos. Por ello, considero que la palabra
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itzitzicaz podría referirse a la manta llevada por el dios, descrita como “pintada
de negro, en cinco partes cubierta de plumones” (Sahagún, 1950-1982, Libro xii,
cap. xix: 51; López Austin y López Luján, 2009: 515). No creo que este vocablo
describa una arma hipotética de la que no se encuentran más menciones en las
fuentes. El último detalle que los informantes de Sahagún nos proporcionan acerca
de Cuáhuitl Ícac es que llevaba el cuerpo rayado con tiza.40 El verbo tizahuana
es el mismo empleado para describir la pintura corporal de las futuras víctimas
sacrificiales, mismas que iban ataviadas con plumón y pintadas con rayas blan-
cas (Castillo, 2001: 100-101). El mito del nacimiento de Huitzilopochtli no habla
de la pintura corporal de los Huitznahua, sin embargo la presencia de las rayas
blancas coincidiría con el papel sacrificial de estos personajes míticos. Vale la pena
subrayar la relación entre los hermanos de Huitzilopochtli y los Mimixcoa, los
protótipos míticos de los cautivos de guerra mencionados en el mito de la pri-
mer guerra sagrada realizada para alimentar al sol y la tierra, cuyo cuerpo estaba
precisamente rayado de blanco (Leyenda de los Soles, 2011: 185-189; Graulich,
2000: 160-165; Olivier, 2010, 2015).41 Sea como fuere, mi análisis demuestra que
no hay coincidencia perfecta entre los atavíos de Painal y los de Cuáhuitl Ícac.
Sin embargo, sí hay que poner énfasis sobre el hecho de que los atributos de los
dos dioses coincidían en parte con los de Huitzilopochtli: el tozpololli, la pintura
facial, los mamahuaztli, con respecto a Painal, el anecuyotl, posiblemente la manta
y los cascabeles oyohualli con respecto a Cuáhuitl Ícac. Esta repartición –aunque
parcial– de atavíos entre Huitzilopochtli y Cuáhuitl Ícac recuerda la identifica-
ción entre dueño y cautivo tan presente en la dimensión bélica náhuatl (Sahagún
1950-1982, Libro ii, cap. xxi: 49). A este respecto, resulta muy sugerente evocar
la interpretación del recorrido realizada por Molly Bassett en su libro The fate of
earthly things. Según la investigadora en el recorrido participaban tres represen-
taciones o ixiptla relacionadas con Huitzilopochtli: la efigie de madera de Painal,
que es también la personificación del dios tutelar, así como el sacerdote que lleva
la xiuhcóatl. Este conjunto es definido como “the complex layers of representa-
tions” (Bassett, 2015: 130-131). ¿En qué manera Cuáhuitl Ícac se inserta en este
conjunto de representaciones divinas?
La doble carrera llevada a cabo por los ministros del culto que transportaban las
efigies de Painal y de Cuáhuitl Ícac a partir de la estación de Nonoalco es un
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zaliztli haya sido llevado a cabo por representantes de las dos ciudades tendría
lógica, siendo Huitzilopochtli el dios patrono de los tlatelolca al igual que de los
tenochca desde las peregrinaciones. Quizá en algunos sentidos habría que matizar
la asimilación forzada de Tlatelolco por Tenochtitlan a nivel religioso. Una vez
llevada a cabo la conquista, Axayácatl ordenó “que luego quitasen la estatua de
Huitzilopochtli, porque quería que aquel templo fuese secreto y muladar de los
mexicanos [...]” (Durán, 1967: 269). Luego la Historia relata cómo “hasta que
los españoles vinieron a la tierra no les dejaron tornar a libertad ninguna, ni a tener
templo particular, sino que acudiesen al de México; y así dice la historia que estuvo
hasta entonces lleno de yerba y de basura y caidas las paredes y dormitorios del”
(Ibídem: 271). Sin embargo, como subrayó atinadamente Garduño, unos años des-
pués, los ejércitos de la Triple Alianza derrotaron a los pueblos del valle de Toluca
y los cautivos ganados en esa guerra fueron sacrificados para estrenar “el tianguis,
templo y cu de Tlatelolco en nombre de Huitzilopochtli (Tezozomoc, 2001, cap. li:
220; Garduño, 1997: 159). Sea como fuere, los ejemplos proporcionados parecen
confirmar que el centro ceremonial de México-Tlatelolco seguía siendo utilizado,
aunque por miembros de la élite religiosa de México-Tenochtitlan.
Ahora bien, el ciclo de las fiestas de las veintenas revela distintos ejemplos donde los
representantes de las dos ciudades no actuaban de forma conjunta y donde
los tlatelolca tenían un discreto margen de libertad. En Tlacaxipehualiztli y Huey
Tozoztli, por ejemplo, tenochcas y tlatelolcas bailaban en grupos separados (Saha-
gún, 1950-1982, Libro ii, cap. xxi: 55, cap. xxvii: 101). También, en la veintena de
Quecholli, fabricaban flechas cerca del templo de Huitzilopochtli, pero en espacios
diferentes del patio (ibídem, cap. xxxi: 134).
Según los autores tlatelolca de los Anales de Tlatelolco, cuando los españoles
entraron en Tenochtitlan “le dimos gallinas, huevos, maíz blanco y tortillas blancas.
Después se les suministró agua y le dimos como tributo forraje para los caballos y
madera. El tenóchcatl les sirvió por separado, y el tlatelólcatl les sirvió por separado”
(Anales de Tlatelolco, 2004: 101). Los dos grupos conservaban su identidad a pesar
de que Tlatelolco se había vuelto un cuauhtlatocayotl. Esta actitud es perfectamente
congruente con los estudios realizados por especialistas como María Castañeda de
la Paz, misma que ha demostrado de manera muy convincente cómo los tlatelolca
–todavía en el siglo xvii– seguían reivindicando su ascendencia tepaneca distinta de
la de los vecinos tenochca (Castañeda de la Paz, 2006: 101; 2013; 2015). Quizá esta
situación se haya reflejado, aunque de forma modesta, en la dimensión ritual de las
islas gemelas. En su calidad de entidad política sometida pero vinculada a su dios
patrono Huitzilopochtli exactamente como México-Tenochtitlan, probablemente
Conclusiones
74 Elena Mazzetto
lado, he comparado el itinerario de esta carrera en las crónicas coloniales, averi-
guando la existencia de distintas rutas.
Cada lugar mencionado en estos documentos ha sido investigado a partir de
su relación con los desplazamientos del grupo mexica que llegó al Valle de México,
tratando de distinguir –sobre todo en el texto sahaguntino, el más empleado a la
hora de describir la carrera de Painal– entre las verdaderas paradas del recorrido
y los lugares de paso. Este estudio ha demostrado que no todos los espacios del
recorrido coinciden con etapas de la migración mexica. No es posible saber aún si
este fenómeno es debido al hecho de que la información sobre los acontecimientos
de las peregrinaciones no fueron conservados en su integralidad o si más bien los
lugares no mencionados en la migración corresponden a espacios conquistados
más recientemente, integrados en la geografía del poder mexica. Luego me he
enfocado en un pasaje poco considerado de la carrera descrita en el Libro ii del
Códice Florentino, es decir, la presencia de un segundo ixiptla, el de Cuáhuitl Ícac,
al lado de Painal. La personalidad oscura del primero ha sido reconstruida a partir
de los datos contenidos en el mito del nacimiento de Huitzilopochtli. El análisis
iconográfico de estos dos representantes divinos se ha vinculado al estudio espacial
de la primera parada del recorrido donde los dos ixiptla se encontraban, es decir,
el barrio tlatelolca de Nonoalco. La revisión de la historia de este sitio, a partir
de su origen tepaneca hasta la hegemonía tlatelolca y tenochca, me ha permitido
interpretar la Ipaina Huitzilopochtli como una carrera doble, donde no solamente
los tenochca sino también los tlatelolca, pueblo protegido por Huitzilopochtli,
desempeñaban un papel a nivel ritual. Por ende, he propuesto que este recorrido,
en época mexica, más que vincularse al dios patrono tepaneco Otontecuhtli, como
propone Eduard Seler, ponían en escena una apropiación territorial y simbólica
de los espacios del Valle de México antes pertenecientes a otros grupos, con el
objetivo de reescribir un mapa exclusivamente tenochca de los acontecimientos
míticos, a través de dos protagonistas sobrenaturales únicamente mexicas. El
hecho de que la parada en Nonoalco, el uso de la calzada septentrional y la presencia
de Cuáhuitl Ícac hayan sido reportados exclusivamente por los informantes de
Bernardino de Sahagún lleva a considerar la importancia que los nahuas de Tla-
telolco tuvieron en la recopilación de la información del franciscano. El ejemplo
ilustrado en este artículo pretende llamar la atención sobre distintos aspectos
de las fiestas de las veintenas. El primero es la necesidad de tomar en cuenta de
forma sistemática la pluralidad étnica y social de los altepetl que conformaban el
Valle de México a la hora de describir acontecimientos rituales determinados. El
segundo coincide con la exigencia de considerar el contexto de creación y con-
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82 Elena Mazzetto
12 En este pasaje en náhuatl del Libro ii, los “instrumentos para ver”, hechos de pluma, son dos:
“auh in tlachielonj vntetl hivitl” (Sahagún 1950-1982, Libro ii, cap. xiv: 146).
13 En la Relación de Tezcoco de Juan Bautista Pomar, Huitzilopochtli se describe como uno de los
númenes más importantes del panteón de los acolhua, junto con Tláloc y –sobretodo– Tezcatli-
poca (Pomar, 1941: 10-11). Sin embargo, no se encuentran descripciones pormenorizadas de
la veintena de Panquetzaliztli.
14 Sobre este problema y las traducciones introducidas por los evangelizadores de la época colonial,
véase Martínez González (2011).
15 Agradezco a Guilhem Olivier (comunicación personal, septiembre 2017) por haberme señalado
esta interesante observación.
16 Una vez llevada a cabo la victoria de los mexicas contra los tepanecas de Maxtla, Popotlan se
volverá uno de los poblados que representaban una dependencia directa de México-Tenochtitlan
(Carrasco, 1996: 165; Navarrete Linares, 2011: 235).
17 La Historia de los mexicanos por sus pinturas (2011: 55) relata: “De allí vinieron a Chapoltépec,
donde aderezaron el agua y pusieron alrededor de ella muchas banderas como las que dio la vieja
a los de Tollan cuando quisieron sacrificar, de las cuales de allí adelante usaron los mexicanos”.
18 Navarro de Vargas, 1909: 587. Agradezco a Rossend Rovira Morgado por haberme proporcio-
nado estos datos.
19 Los Anales de Tlatelolco (1980: 40) mencionan la presencia de la xiuhcóatl, y junto con la Crónica
Mexicáyotl, también la de una efigie de masa de amaranto y papeles llamada Amatepetl tzoalli
(Tezozomoc 1998: 60). La Historia de las Indias señala que en este lugar celebraron la fiesta de
los cerros, e “[...] hicieron muchos cerros de masa, poniendo los ojos y bocas” (Durán, 1984,
t. ii, cap. 4: 43).
20 Sobre el significado simbólico de la “invención” del atlatl, véanse López Austin (1973: 95),
Navarrete Linares (2011: 445-446) y Olivier (2015: 55-56).
21 Sobre esta localidad y su historia prehispánica y colonial, véase Villa Cordova, 2014.
22 Un lugar llamado Acolman era situado en la ribera oriental del Valle, en territorio acolhua. Era
parte de las posesiones mexicas y conformaba dos provincias, la de Acolman y la de Atotonilco
(Carrasco, 1996).
23 Schwaller (en prensa) identifica cuatro lugares de sacrificio: Teotlachco, Tlatelolco-Nonoalco,
Azcapotzalco e Izquitlán, mismos que el autor estadounidense relaciona con las cuatro cere-
monias del Fuego Nuevo llevadas a cabo por el pueblo mexica a lo largo de su historia. Sin
embargo, esta propuesta vincula la descripción de Sahagún con la de Motolinía, ya que, como
ya hemos señalado, Azcapotzalco no se menciona en la obra del primer fraile.
24 En Acachinanco no había sacrificios, sin embargo, en ese momento se concluía la ceremonia
definida tlaamahuia, que literalmente significa, la acción de cubrir y envolver algo con papel
(Molina, 2008: 4r; Wimmer, 2006: amahuia).
25 En el caso de Acachinanco, la explicación es muy clara. Se trata de un lugar que conformaba
la ciudad lacustre de México-Tenochtitlan y se ubicaba sobre la calzada sur de Iztapalapa. Por
ello, representa un espacio que sólo se creó a partir de la formación de la capital insular.
26 Es significativo el uso del verbo coloa, “rodear camino” (Molina, 2008, 2: 24r.), ya que la misma
expresión se emplea para describir el recorrido de los mexicas durante la peregrinación (Historia
de los mexicanos por sus pinturas, 2011: 57).
27 Literalmente significa “El que corre ligeramente”, derivado del verbo paina, “correr ligeramente”
(Molina, 2008, fol. 30v).
84 Elena Mazzetto
explica cómo lo que comunmente se traduce como “tiza” o “cal” en las crónicas coloniales, era en
realidad una sustancia llamada diatomite, una roca sedimentaria formada por los restos silíceos
de algas microscópicas llamadas diatomeas (Dupey García 2015: 74).
41 En el folio 3v. del Libro iii del Códice Florentino (1979), donde se relata el mito del nacimiento
de Huitzilopochtli, se encuentra una ilustración de la batalla llevada a cabo por el dios contra
sus hermanos y la derrota de estos últimos. Huitzilopochtli, armado con un macuahuitl, pelea
contra dos Huitznahua que llevan macuahuitl y escudos. Desafortunadamente, el copista no
caracterizó estos personajes con atavíos específicos: visten una manta y un taparrabo y su cuerpo
no presenta ninguna pintura corporal.
42 Ya que en Nonoalco se encontraba el templo de este dios, Seler considera posible que el mismo
rito de erección del árbol xócotl en la veintena homónima se haya llevado a cabo en este lugar
(Seler, 2016: 104).
43 El Libro 12 del Códice Florentino, dedicado a la Conquista, es bien un relato tlatelolca, donde
los informantes del franciscano insisten una vez más en subrayar su valentía frente a la cobardía
de los aliados tenochca.
44 Las fuentes empleadas por el dominico son mucho más difíciles de identificar. Con respecto
a su tratado histórico, Sylvie Peperstraete rastrea referencias relativas a informantes indígenas,
españoles, fuentes escritas y documentos pictográficos tanto de México como de Texcoco o
lugares más alejados como Cholula (Peperstraete, 2007: 197-205).