Construccion Del Sujeto
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Construccion Del Sujeto
El nuevo milenio emerge signado de la globalización de los mercados y de las comunicaciones y de la resolución de los conflictos a
través de las relaciones de fuerza entre individuos, grupos e instituciones así como, del intento de la homologación de las culturas que
pone en el centro de la educación, la crisis de las identidades individuales y culturales.
Se han registrado cambios en el modo de percibir y vivir la realidad provocando crisis en las concepciones tradicionales de
la identidad, de manera tal, que el asunto de la identidad, tanto individual como colectiva, requiere repensar de manera urgentes las
formas más complejas de resolverla.
En medio de este contexto, la cuestión no se soluciona solo en el plano operativo sino también en el plano teórico, en
tanto demanda de la discusión de problemática de la identidad y su formación y la relación con la cultura.
¿En qué medida las identidades personales y de las instituciones se transforman por la cultura y las culturas?
¿Cómo los nuevos paradigmas culturales pudieran cuestionar la formación inicial y permanente? ¿Cómo enfrentar los éxitos de
la revolución tecnológica que dan al traste con los modelos tradicionales enseñanza y aprendizaje y de formación de valores?
Cómo manejar las nuevas formas de convivencia amenazada por la invasión y fascinación de la realidad virtual?
Sin pretender dar respuestas a estos interrogantes reflexionamos en torno a la problemática de la identidad personal y el impacto de las
culturas familiar y escolar en su formación en la actualidad.
En el trabajo presentamos teóricamente los conceptos de Cultura Familiar, Cultura Escolar e Identidad personal. A lo largo de ese
recorrido, destacamos como en el contexto actual representa un desafío respetar la unidad y la diversidad de esas culturas sin
desconocer los nuevos fenómenos socio-culturales y apostar por la legitimidad de las identidades y la aceptación de lo diferente.
Una cultura familiar mediada por estilos de relaciones de sobreprotección excesiva daña el equilibrio y la formación de
una personalidad fuerte. Asimismo, la falta de atención o el abandono crearán disfunciones en el crecimiento y desarrollo de nuestros
hijos.
En este sentido, una cultura familiar efectiva supone la existencia de la tolerancia que implica aceptar y también saber renunciar. En
las familias que los valores, los patrones y las normas no promueven una cultura desarrolladora pudiera manifestarse lo que han
acuñado como el complejo de Peter Pan, que se manifiesta como el miedo de algunos niños y niñas, a crecer y a convertirse en
adultos, lo que les hace refugiarse en sus actitudes infantiles que no estimulan la aparición de la necesidad de independencia, ni la
búsqueda de identidad característico de la adolescencia. Por otra parte, en los padres en ocasiones se observa el miedo a ver crecer a
sus hijos , a afrontar el momento de la ruptura de los vínculos de dependencia y la construcción de su proyectos futuros y la toma de
decisiones de los hijos que genera mucha angustia y temor en los adultos. Es comprensible entender ese miedo en los padres que por
demás, ha existo siempre ,no en todos pero si en muchos.
Hoy a la luz de la aparición de nuevos agentes socializadores que son hasta más atractivo en la manera de comunicarse el miedo puede
aumentar y la sensación de pérdida de ese control sobre los hijos se torna cada día más complejo. Los jóvenes se parecen más a
su tiempo que a sus padres han sentenciado, sería ingenuo cerrar los ojos o intentar educar a nuestros hijos en una cámara al vacío
aislado de todo aquello que pensamos lo pueda contaminar y nos escandalizamos al escucharlos renegar de costumbres, normas y
tradiciones de la familia ,de su nación y soñar con los sueños que le ofertan en mensajes enlatados y adoptar modelos ajeno a nuestra
cultura que pudiera significar la asimilación o la integración o la pérdida de los elementos distintivos de propia identidad.
En consecuencia, los padres responsables propician espacios para que sus hijos e hijas vayan adquiriendo una libertad y autonomía
gradual, para que puedan defenderse en la vida sin depender ni económica, ni emocionalmente de otras personas, Saber renunciar
progresivamente al control sobre nuestros hijos es un signo favorable de tolerancia. Saber crear un clima o ambiente familiar donde las
decisiones se tomen tras dialogar y tras escuchar las razones de todos. En el grupo familiar, la tolerancia se manifiesta en las
situaciones y conflictos que dinamizan la convivencia cotidiana y no solo en las decisiones importantes.
Valdría la pena insistir en que el proceso de autonomía y de formación de la identidad está aparejado a una responsabilidad creciente
sin lo cual sería difícil alcanzar su proyecto vital.
Los aprendizajes que se logren en la vida cotidiana en familia resultan ser fundamental para el desarrollo de la personalidad.
La cultura familiar no es la única influencia en la formación de la identidad, con el ingreso del niño a la escuela, la cultura que le es
propia a esta institución también impacta en la conformación de esta formación.
En la edad juvenil el/la joven que ingresa en la Escuela para cursar estudios superiores trae consigo las experiencias vividas,
integradas a una identidad personal y cultural definida. En el encuentro con nuevas identidades tratará de re definir la propia identidad
y de dar respuesta a cuestionamientos esenciales ¿Quién soy yo? y alcanzar una cierta estabilidad de su identidad d que no cambia en
cada ambiente, relación o situación en que encuentre.
La identidad personal madura es expresión de la posibilidad del sujeto de establecer relaciones maduras y de la toma de una opción de
vida estable y una opción de valores significativos; y la definición y autodeterminación profesional completan la formación de la
identidad al estar en capacidad de responder a las preguntas: ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿En qué dirección debo orientar mi
existencia? ¿Por quién y por qué empeñar mis esfuerzos?
Negar el papel de la escuela hoy a pesar de los cantos de sirena de un mundo globalizado y del poder de los medios masivos de
comunicación y de las nuevas técnicas de la información y proponer que los individuos pueden aprender y desarrollarse solos, que las
trabas y éxitos están marcados por las condicionantes naturales, resulta algo inoperante, seria incompleta la formación desconociendo
la dimensión social de la educación como proceso de interacción interpersonal.
Juegan un papel preponderante los medios masivos de comunicación, que en la actualidad constituyen una competencia para la
escuela, ya que estos son un canal mucho más poderoso y atractivo de proveer información (cultura de la imagen). El estudiante llega
a la escuela no sólo con la cultura familiar sino también con un fuerte influjo cultural, proveniente no solo de la cultura local sino
internacional, producto de la globalización en la que estamos insertos.
➢ CULTURA E IDENTIDAD
La identidad personal se construye en una cultura particular que representa el ambiente privilegiado para definir la especificidad de
cada individuo. La identidad deviene de un proceso complejo de una historia personal, construida en el interior de la trama de
relaciones interpersonales y de interacciones múltiples con el ambiente, partiendo de la elaboración de los modelos de los adultos en
primer lugar madres, padres y los maestros como agentes sociales de las culturas familiar y escolar.
La formación de la identidad personal transita por diferentes procesos
La identificación, el sentimiento de afirmación, de pertenencia y de valoración del grupo familiar, territorial al que pertenecen los
sujetos constituye el primer momento en este recorrido. Los indicadores de este componente son: el orgullo en relación con ese grupo,
la importancia dada a tal pertenencia y su participación de sus tradiciones culturales.
http://www.intratext.com/IXT/ESL0276/E.HTM
La exploración, o sea, la actividad de búsqueda y valoración de las posibles alternativas identificativas, por medio de la propia cultura
o a través de actividades diferentes permiten la comprensión y al aprecio de la propia familia territorio Eso supone tanto una
exploración, un conocimiento de las características del propio grupo de pertenencia y de las características de otros grupos.
El compromiso tiene en cuenta la significación que la pertenencia a un grupo familiar o territorial reviste para la elaboración de la
imagen de sí.
A la par, con estos procesos hay que considerar la confrontación social y cultural con los demás grupos. Un indicador
de análisis importante se manifiesta en las actitudes de favor o en contra ante las relaciones con personas pertenecientes a otros
grupos.
En el momento que el sujeto se inserta en el contexto de otras culturas pone en práctica la integración o la inmersión en la cultura de
su propia época:
La asimilación como tendencia privilegia la cultura hospedante y no la de origen, lo que propiciaría aculturación y la integración. De
forma tal, que el sujeto tiende a adecuarse a las expectativas del contexto cultural en que debe insertarse. Lo más dañino es
hiperbolizar todo lo que proviene de una cultura diversa, olvidar su propia cultura, aprender y adoptar la lengua del lugar y se hacer lo
que hacen los demás. El peligro mayor radica en la pérdida de la identidad para adaptarse a la repercusión que los otros y los cambios
tienen en el sujeto.
La integración se produce en el intento de insertase a ese estilo de vida del ambiente cultural renace el reconocimiento de su propia
identidad, el no abandono total y la aceptación tolerante de las diferencias entre culturas.
En la separación a diferencia de los procesos anteriores se privilegia la pertenencia a la cultura de origen y, por consiguiente, el sujeto
se margina, que aislado le provoca un empobrecimiento espiritual en lo afectivo, lo relacional y lo que pudiera conllevar a conflictos
destructivos.
Para una mejor comprensión de este asunto hay que considerar el carácter interactivo y dinámico de la identidad, así como el papel del
otro en la representación de la identidad cultural. En este sentido, conservando la propia originalidad, inevitablemente en la
interacción se modifican y se transforman los rasgos distintivos y significativos Por tanto en el encuentro con otras culturas se
reorganizan de los rasgos distintivos identificadores. En consecuencia, al asumir las diversidades las podrían aceptar acríticamente
homologándose o rechazarlas.
En la formación y reaprobación de la identidad, se destacan tres referentes implicados que habría que cuidar: el espacio geográfico, el
espacio corpóreo y el lingüístico el niño las modificaciones en estos tres ámbitos:
- El espacio geográfico donde se inscribe el espacio ambiental, en particular el familiar. En este caso se inscribe la significación de la
cultura familiar con sus simbolizaciones e imaginaciones;
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- El espacio del cuerpo asociado a la experiencia del sí corpóreo. Toda cultura familiar, territorial posee su propia forma de concebir el
espacio corpóreo, los límites de la intimidad, las condiciones de la conversación, las maneras de recibir, de comer, de cuidar
la higiene del propio cuerpo: ésta dimensión es difícil de modificar y elaborar;
-El espacio lingüístico incluye junto a la lengua, los sistemas de comunicación no verbales y de significados. La cultura familiar en los
primeros momentos del desarrollo humano y a partir del ingreso del niño en la escuela, la cultura escolar repercuten decisivamente en
la conformación de este espacio.
Un adecuado proceso de individuación y de reelaboración de la identidad personal y cultural de cada persona se puede lograr si se
atiende a los tres espacios. De no considerarlos favorecería la ocurrencia de alteraciones de la identidad que en ocasiones no son
catalogadas como tales. En la actualidad hemos observado en los adolescentes en sentimientos de frustración, o de inferioridad al no
responder a las exigencias lingüísticas o geográficas, asociada a menudo a prejuicios y estereotipos. Asimismo, el desconocimiento del
espacio corpóreo provoca problemas en la esfera emocional, afectiva y sexual, además de las alteraciones de la esfera alimentaria,
como la anorexia o la bulimia por la aceptación de su imagen corporal y el deseo de asimilar otros patrones de belleza corporal que
promueven los medios masivos de comunicación y que al incorporarla el joven decide emprender las acciones necesaria que lo
acerque al modelo a imitar.
La identidad no permanece estable sino que en su dinámica devienen distintos recorridos;
Es importante el momento de reapropiación de la identidad que ocurre por la sucesiva consciencia de la propia identidad personal y
cultural tanto a nivel cognitivo como a nivel afectivo (las vivencias, las experiencias, la memoria), y relacional.
La apertura a los otros y a otras culturas favorece una interacción adecuada. El sujeto aprende a convivir en el respeto de las
diversidades de cultura, de edad y de formación, y se eleva su autoestima al reconocer sus valores y apreciar sus raíces.
La cultura escolar desempeña un papel importante en este proceso ya que se le concede atención a la simbolización de las
experiencias, o lo que lo mismo al grado de elaboración cognitiva y de consciencia de sí mismos y de las propias experiencias, de los
hechos y de los acontecimientos, de los símbolos y de los códigos de la cultura propia. Este proceso requiere de la maduración de
un pensamiento lógico formal, que le permita trascender lo concreto y de lo visible, para a atrapar el núcleo del sentido las
experiencias y encontrar el tronco une a su historia.
La aceptación de la historia propia, las personas encontradas, las relaciones establecidas, las experiencias, de los problemas resueltos,
los significados y reflexiones sobre los mismos, lo que hemos logrado, lo no alcanzado. Todo ello representa la identidad personal.
➢ Enfoque social
En un mundo donde predomina un modelo social que se caracteriza por el conformismo; la apatía; la ausencia de valores; el
individualismo exacerbado; la anomia, entendida como desvertebración social, incumplimiento de las normas y la negativa a aceptar y
asumir los deberes cívicos; la intolerancia; y la manifestación de actitudes y acciones violentas, racistas y xenófobas nuestra realidad
social y las voces de muchas personas abogamos por aunar los esfuerzos porque impere una sociedad más justa en la cual la diversidad
cultural signifique el enriquecimiento de todos y no la relación jerárquica de unas culturas superiores e inferiores. Donde no haya
espacio para los prejuicios, los dogmatismos y la intolerancia están presentes en el comportamiento social de todos y cada uno de
nosotros.
En este empeño es preciso el reconocimiento de la diferencia como derecho y de que la convivencia con quienes son diferentes supone
un enriquecimiento personal y promover una visión integradora a la comunidad en que vivimos y ello sea característico de las culturas
familiar y la escolar.
No sería oportuno el aislamiento permanecer distante a los cambios ,mientras más cerrada sea una comunidad más densa será la capa
impermeable que genere para protegerse de las influencias externas, dividiendo de forma simplista el mundo entre un nosotros
perfecto y respetuoso con la tradición y un ellos contaminador y degradante. El más universal de los cubanos José Martí dice en el
comienzo de su libro «Nuestra América»: «Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea». Desgraciadamente, pese a la
universalización que caracteriza el siglo XXI, la descripción de Martí sigue siendo actual.
A tenor con el respeto a todas las culturas vale manifestar aunque ofenda a algún postmoderno, que ese respeto no puede ser ajeno a la
exigencia del cumplimiento de los derechos humanos y a la dignidad inalienable de todas las personas, a las identidades, sin
excepción. Esto es, que las identidades personales prevalezcan sobre las pautas culturales de sus comunidades.
La Tolerancia, aunque pueda parecer paradójico, va intrínsecamente vinculada a otros valores y fundamentalmente a la autonomía.
Difícilmente alguien heterónomo será tolerante. Quien sepa autocontrolarse, dominarse y posea una identidad definida estará en
condiciones de abrirse a otras perspectivas y de establecer relaciones personales y sociales con quienes, siendo diferentes, son iguales
en derechos.
El grado de tolerancia y la convivencia en la Escuela lo descubriremos mucho más atendiendo al curriculum oculto que al expreso.
En la familia no solo los mensajes explícitos sino los contenidos latentes en los discursos y en los comportamientos pudieran indicar
cuanto estimulamos una cultura para la convivencia y la cotidianidad.
Por otra parte, resulta relevante si los padres y madres, profesores o profesoras establecen relaciones de paridad en el trato y la
exigencia con los hijos e hijas, o los y las estudiantes. Desde esas conductas en el hogar y en la escuela podemos observar como se
diseñan la aceptación, o el rechazo el sentimiento de pertenencia o no hacia la identidad de género u otras identidades.
Desde estas páginas proponemos más diálogo y tolerancia en las relaciones familiares y escolares, mayor protagonismo de los
escolares en el proceso de enseñanza aprendizaje en función de un proceso de educación desarrollador que afecte también al
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curriculum oculto, el desarrollo de Escuelas de Padres y Madres abiertas a la colaboración con la escuela y la comunidad en la
búsqueda de potenciar nuestros impactos en la formación de la identidad de las nuevas generaciones de este mundo complejo y
hermoso en el que vivimos comprometidos porque ellos y nosotros contribuyamos a un desarrollo social sostenible.
BIBLIOGRAFIA:
● Ainsa F. (1997) El desafío de la identidad múltiple en la sociedad globalizada. Cuadernos americanos 63, Nueva Época, vol. 3, pag. 61-78.
● De la Torres C. (2001) Identidades. Una mirada desde la Psicología. Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura cubana Juan
Marinello.
● García M. y Baeza C. (1996). Modelo teórico para la identidad cultural. Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura cubana Juan
Marinello.
● Ibarra L. (2002). Educar en la Escuela, Educar en la Familia: Realidad o Utopía. Departamento de Publicaciones, Fac.
de Ciencias Psicológicas, Univ. Guayaquil Ecuador.
Resumen
Uno de los efectos sociales de la modernización es, sin duda, la transformación del proceso a través del cual los sujetos se vinculan
con el grupo al que pertenecen. En efecto, la identidad colectiva que suponía la imposición y transmisión de los rasgos culturales de un
grupo. En el contexto social actual, en donde los sujetos están adscritos a diversos grupos, la construcción del sentido de pertenencia
se dificulta, ya que los sujetos a través de sus múltiples interacciones cotidianas van seleccionando los repertorios culturales que
responden a sus intereses y aspiraciones personales, así como a las exigencias sociales; de tal manera que la identidad colectiva se
convierte en una construcción subjetiva y cambiante.
Palabras clave: identidad colectiva, repertorios culturales, contexto social, proceso, construcción.
Presentación
En el contexto social actual, caracterizado por las múltiples implicaciones de la globalización, el término identidad se ha convertido en
uno de los vocablos empleados con mayor frecuencia, no sólo en el lenguaje de los científicos sociales, sino también en el discurso
político, en el arte, en el cine. Los trabajos de investigación y los foros de discusión en los que se aborda la cuestión identitaria se han
incrementado, y frente a ellos escuchamos que los políticos y, en general, los dirigentes de diversas organizaciones hacen referencia
constantemente a la necesidad de fortalecer la identidad; sin embargo, no siempre se precisa lo que se entiende por identidad, lo cual
impide la comprensión de este fenómeno en su justa dimensión.
El proceso de globalización ha generado, por un lado, nuevas identidades como resultado de la apertura de fronteras y por otro, la
reivindicación de lo propio, por parte de ciertos grupos que se resisten a abandonar su cultura. Los Estados–nación enfrentan un gran
desafío: la búsqueda de mecanismos a través de los cuales puedan convivir con esquemas simbólico–culturales diferentes y hasta
contradictorios.
La implementación de acciones estatales respecto a las nuevas identidades, su fragmentación o revitalización tendrá mayor impacto si
se diseñan sobre bases firmes; es decir, a partir del conocimiento preciso de lo que supone que los individuos se perciben a sí mismos
como miembros de un determinado grupo. Por ello, este artículo tiene como objetivo la revisión de diversas categorías analíticas que
permitan comprender a qué nos referimos cuando hablamos de identidad en general y de identidad colectiva en particular, y sobre
todo, el análisis del proceso mediante el cual los sujetos construyen el sentido de pertenencia grupal.
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Retomamos el concepto de identidad de Erickson y Henry Tajfel como creadores de la teoría de la identidad social. Posteriormente se
revisan los planteamientos sociológicos y antropológicos sobre la identidad colectiva o cultural, poniendo especial atención en la tesis
de Jürgen Habermas, sobre los factores decisivos en la construcción de la identidad colectiva en la sociedad moderna; también nos
basamos en la propuesta metodológica de Fredrik Barth de sustituir el concepto de etnia por el de etnicidad, que implica estudiar la
identidad desde la perspectiva de los miembros del grupo, de tal manera que lo que identifica a un grupo no son los elementos
culturales objetivos del mismo, sino aquellos que los sujetos consideran significativos. En esta cuestión coinciden Manuel Castells,
Gilberto Giménez y Andrés Piqueras, al considerar que la identidad colectiva es, ante todo, una construcción subjetiva, resultado de
las interacciones cotidianas, a través de las cuales los sujetos delimitan lo propio frente a lo ajeno.
Los individuos experimentan la pertenencia al grupo cuando se relacionan con los miembros de grupos diferentes al suyo; por
ejemplo, hay mexicanos que dicen que se sienten orgullosos de serlo cuando están en el extranjero, pero no ocurre lo mismo cuando
conviven con los de su propio grupo.
La pertenencia a un grupo se da como resultado de un proceso de categorización en el que los individuos van ordenando su entorno a
través de categorías o estereotipos que son creencias compartidas por un grupo, respecto a otro; "aluden a rasgos de personalidad
como simpáticos, huraños, sinceros, características físicas —altos, fuertes, rechonchos—, conducta social como; trabajadores, vagos,
responsables, al género; los hombres, las mujeres y sobre todo, a los grupos étnicos; gitanos, judíos, polacos y a los grupos nacionales;
alemanes, franceses, italianos" (Aguirre, 1999: 65).
Evidentemente, los estereotipos son categorías (simplistas), porque no siempre contienen los rasgos reales de los grupos, porque
además no sólo son creencias, sino también actitudes con una carga emotiva importante, y más todavía en muchas ocasiones, el hecho
de clasificar a los grupos implica cierta discriminación; sin embargo, así aprenden los sujetos a referirse a los grupos a los que
pertenecen en relación con los otros.
Por ello se dice que la identidad social es producto del binomio pertenencia–comparación que implica dos distinciones, aquella en la
cual el grupo se autodefine a partir de las características que los hacen comunes y la que resulta de sus diferencias con los otros:
La primera distinción es realizada por los propios actores que forman el grupo y que se vuelven conscientes de la característica en
común que poseen y los define como miembros de ese grupo; y la segunda distinción es la identidad de un grupo social desde fuera; es
decir, la identidad de ese grupo es sostenida únicamente por quien la enuncia y consiste en la identificación de una característica en
común que comparten los actores que forman ese grupo (Chihu, 2002: 8).
La pertenencia social consiste en la inclusión de los individuos en un grupo, la cual puede ser "mediante la sunción de algún rol dentro
de la colectividad o mediante la apropiación e interiorización, al menos parcial del complejo simbólico–cultural que funge como
emblema de la colectividad en cuestión" (Giménez, 2000: 52). Esto implica que hay dos niveles de identidad, el que tiene que ver con
la mera adscripción o membresía de grupo y el que supone conocer y compartir los contenidos socialmente aceptados por el grupo; es
decir, estar conscientes de los rasgos que los hacen comunes y forman el "nosotros".
Resulta más complicado que los sujetos logren el segundo nivel de identidad, ya que para compartir algo, se necesita conocer ese algo
y todavía más, es preciso asumirlo como propio; por ejemplo, para que los sujetos que se afilian a un partido político puedan compartir
los principios ideológicos se requiere que los conozcan y, sobre todo, que coincidan con ellos, o por lo menos con la mayor parte de
éstos; de tal manera que les sirvan como marcos de percepción y de interpretación de la realidad, y también como guías de sus
comportamientos y prácticas. Pero esto no es observable, sólo lo pueden "sentir", experimentar, los sujetos mismos en las relaciones e
interacciones que mantienen entre sí —al interior del partido— y con los miembros de otro partido político.
El hecho de que los sujetos se adscriban a un grupo no implica que se identifican con él, pues "[...] nada hay más alejado de un
proceso mecánico que la identificación. No es suficiente etiquetar a una persona con un rótulo. Tan es así que muchas personas que
pertenecen a grupos étnicos minoritarios en la sociedad estadounidense no muestran ningún grado apreciable de identificación étnica"
(Morales, 1999: 88).
De lo anterior, Henry Tajfel concluye que la identidad social se integra de tres componentes: cognitivos, evaluativos y afectivos. Los
cognitivos son los conocimientos que tienen los sujetos sobre el grupo al que se adscriben, los evaluativos se refieren a los juicios que
los individuos emiten sobre el grupo, y los afectivos tienen que ver con los sentimientos que les provoca pertenecer a determinado
grupo.
Hasta aquí podemos decir que la identidad social se genera a través de un proceso social en el cual el individuo se define a sí mismo, a
través de su inclusión en una categoría —lo que implica al mismo tiempo su exclusión de otras—, y dependiendo de la forma en que
se incluya al grupo, la identidad es adscriptiva o por conciencia. Además, como el individuo no está solo, su pertenencia al grupo va
más allá de lo que piensa acerca de sí mismo, requiere del reconocimiento de los otros individuos con los que se relaciona; por ello se
dice que la identidad "emerge y se reafirma en la medida en que se confronta con otras identidades, en el proceso de interacción
social" (Giménez, 1996: 11).
Ahora bien, cuando los individuos en su conjunto se ven así mismos como similares y generan una definición colectiva interna
estamos frente a la dimensión colectiva de la identidad.
A lo largo de su vida los individuos van aprendiendo el bagaje cultural que requieren para vivir en sociedad, que incluye roles,
actitudes, comportamientos proporcionados por los diferentes agentes de socialización, teniendo en los primeros años de vida a la
familia —aunque hoy sea en forma parcial—, como el primer grupo de referencia; posteriormente van apareciendo otros agentes —
que actualmente han cobrado mayor importancia que la propia familia— como son la escuela, los medios de comunicación, en
particular la televisión, los grupos de amigos, la religión, los clubes deportivos, etcétera. Así, a través de todos estos agentes, los
individuos van adquiriendo un cúmulo de conocimientos necesarios para convivir con los integrantes de su grupo y con los otros.
Es necesario referir a Berger y Luckman, miembros de la escuela de la fenomenología, quienes plantean que el proceso de
socialización no sólo comprende el aprendizaje cognoscitivo, sino también el consentimiento de los sujetos. Por ello, dependiendo de
la etapa de vida de los individuos, la aceptación del bagaje cultural se lleva a cabo de manera diferente. Durante la niñez y los
primeros años de la adolescencia, la socialización se realiza por lo general al interior de grupos afectivos, culturalmente homogéneos,
como la familia, la iglesia, los amigos.
La socialización primaria comporta algo más que un aprendizaje puramente cognoscitivo. Se efectúa en condiciones de enorme carga
emocional. Existen, ciertamente, buenos motivos para creer que sin esa adhesión emocional a otros significantes, el proceso de
aprendizaje sería difícil, cuando no imposible. El niño se identifica con los otros significantes en una variedad de formas emocionales;
pero sean éstas cuales fueren, la internalización se produce sólo cuando se produce la identificación. El niño acepta los roles y
actitudes de los otros significantes, o sea, los internaliza y se apropia de ellos. Y por esta identificación con los otros significantes, el
niño se vuelve capaz de identificarse él mismo, de adquirir una identidad subjetivamente coherente y plausible (Berger, 2001: 167).
Sin embargo, cuando los jóvenes, en razón de las necesidades e intereses propios de su edad, empiezan a integrarse a una variedad de
grupos, la socialización implica el aprendizaje de formas culturales y sociales heterogéneas, y además la aceptación de éstas más que
emocional es racional. Los sujetos pueden cambiar de un grupo a otro sin tanta dificultad, por ejemplo, de un partido político a otro,
de un club deportivo a otro o de una escuela a otra, porque se trata de elegir aquello que les conviene; pero no ocurre lo mismo cuando
hablamos de cambiar actitudes o comportamientos que se aprendieron en el seno familiar.
La socialización secundaria es un proceso posterior, que induce al individuo socializado a nuevos sectores del mundo objetivo de su
sociedad, es la internalización de submundos institucionalizados. Esta socialización lleva a cabo la adquisición del conocimiento
específico de "roles", los que están directa o indirectamente arraigados a la división del trabajo (Berger, 2001: 175).
Por lo tanto, la construcción de la identidad colectiva está relacionada con el proceso de socialización primaria y, especialmente, con
la secundaria, que se desarrolla en función del contexto social.
En este sentido, Habermas (1987) distingue dos fases de integración de la identidad: la simbólica en la que la homogeneidad del grupo
hace posible el predominio de la identidad colectiva sobre la individual. Aquí los individuos se encuentran unidos por valores,
imágenes, mitos que constituyen el marco normativo del grupo y, por ende, el elemento cohesionador. La segunda fase es la
integración comunicativa, que corresponde a las sociedades modernas, en donde la marcada especialización trae consigo una
diversidad de espacios sociales y culturales y una ruptura de creencias; la identidad colectiva se presenta en forma cada vez más
abstracta y universal, de tal manera que las normas, imágenes y valores ya no pueden ser adquiridas por medio de la tradición, sino por
medio de la interacción comunicativa. En este sentido, es necesario un papel activo de parte de los individuos, de eso depende que se
identifiquen con su grupo. La identidad colectiva hoy sólo es posible en forma reflexiva, de modo tal que esté fundamentada en la
conciencia de oportunidades generales e iguales de participación en aquellos procesos de comunicación, en los cuales tiene lugar la
formación de identidad en cuanto proceso continuado de aprendizaje (Habermas, 1987: 77).
Bajo estas premisas, la identidad colectiva en la sociedad moderna ya no resulta de una imposición, sino de una elección por parte de
los sujetos; por eso es indispensable revisar cómo se da el proceso de elección, qué hace que los sujetos se identifiquen más con un
grupo que con otro.
La elección tiene que ver —como lo dice la fenomenología social— con las aspiraciones y metas de los sujetos o —en palabras de
Habermas— con las oportunidades iguales de participación. Esto nos conduce a plantear que el contexto social general, en donde
están inmersos los diferentes grupos, juega un papel relevante en la construcción de la identidad, ya que éste es el que determina la
posición de los grupos y la representación que los sujetos tienen de éstos; es el contexto social el que influye en los sujetos para que
decidan a qué grupo les conviene pertenecer. Por ello, hoy en día, según Habermas, la "[...] cantidad de tiempo que se le dedica, dinero
que produce, satisfacción y goce que proporciona, conforman la secuencia de prioridades en la jerarquización de la pertenencia a
grupos" (Cruz, 1998: 62). Y la jerarquización cambia en la medida en que cambia el contexto social general.
Por ello, teniendo como antecedente a Durkheim, Habermas plantea que la creciente tendencia a la secularización, el marcado
individualismo y el ambiente de incertidumbre, que caracteriza a las sociedades modernas, complica aún más el difícil proceso de
construcción de la identidad; porque la ruptura de la unidad entre sujetos y grupo, que resulta de la crisis de creencias y de la
multiplicidad de grupos en los cuales ahora participan los sujetos, ha provocado que la tradición pierda fuerza, como medio de
transmisión mecánica de los repertorios culturales y sea sustituido, en palabras de Habermas, por las estructuras comunicativas de la
sociedad. Por ello, "el individuo, en cierta medida, permanece en el grupo si sus ideas encuentran respuesta por otros actos similares,
porque la conformación de la identidad del yo colectivo se da en el movimiento" (Habermas, 1987: 78).
En el contexto social moderno, los sujetos se identifican con los diversos grupos a los que están adscritos, en la medida que encuentren
en ellos formas de participación, donde reafirman continuamente su pertenencia y diferencias con los otros. Pero no en todos los
grupos los sujetos encuentran satisfacción a sus expectativas, sus aspiraciones, ni asumen en su totalidad el complejo simbólico
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cultural de un grupo. En realidad, una vez que lo aceptan, lo resignifican nuevamente y continuamente de acuerdo con las condiciones
sociales imperantes.
Por ejemplo, un sujeto que pertenece a una familia y profesa una religión, es miembro de un club deportivo y de un partido político y
labora en una escuela asumirá preferentemente el repertorio cultural del grupo que más satisfaga sus intereses; es decir, si desea
dedicarse a la política, buscará involucrarse en las actividades que realicen al interior del partido al que está afiliado, y sin embargo,
no necesariamente conocerá y comulgará con los principios ideológicos de éste. En realidad sólo atenderá a aquello que le es útil para
conseguir su meta, como pueden ser algunos datos históricos que dieron singularidad al partido: las razones por las que surgió el
partido, el nombre de quién ganó una candidatura, el lema del partido y tal vez algunos de los principios ideológicos; pero la
interpretación que haga de esto, especialmente de los dos últimos elementos mencionados, será de acuerdo al contexto en donde está
inmerso; es decir, no los interpretará igual en un momento de auge que en uno de crisis de los partidos políticos; o bien en una
sociedad con un elevado grado de apatía, que en una sociedad altamente politizada.
Pero no necesariamente ese sujeto se preocupará por conocer y menos asumir lo que implica ser un académico competente, ya sea
porque no le interesa destacar en esa actividad o porque en ese espacio no encuentra oportunidades para destacar como él lo desea. Y
todavía más, puede ser que tenga escaso o nulo contacto con la organización religiosa a la que está adscrito. Sin embargo, si un día
lograra una candidatura administrativa seguramente la tomará como emblema y hablará de la importancia de ésta.
La identidad no es más que la representación que tienen los agentes (individuos o grupos) de su posición (distintiva) en el espacio
social y de su relación con otros agentes, individuos o grupos que ocupan la misma posición o posiciones diferenciadas en el mismo
espacio. Por eso, el conjunto de representaciones que, a través de las relaciones de pertenencia, definen la identidad de un determinado
agente nunca desborda o trasgrede los límites de compatibilidad definidos por el lugar que ocupa en el espacio social (Giménez, 2000:
70).
La representación que construyen los sujetos de su posición en el contexto social tiene un ingrediente más, el valor positivo o negativo
(mejor o peor, inferior o superior), que le atribuyen al hecho de pertenecer a un grupo y no a otro. Esta situación de "valorización de sí
mismo" respecto a los demás es lo que despierta en los sujetos el muy referido sentimiento de pertenencia, el orgullo de ser parte de
ese grupo que goza de una imagen altamente valorada.
De ahí que se formulen eslóganes como: "Orgullosamente mexiquense", "Orgullosamente hidalguense", "Orgullosamente UNAM";
constituyen una cuestión publicitaria, un mensaje a través del cual se trata de promover la identidad, desde arriba, ya que cuando la
identidad no puede construirse en la base, a través de la participación popular, se construye en la cúpula, a base de la imposición de
mitos, héroes y líderes. La característica de estas identidades vagas y frágiles es la adscripción del individuo al grupo por medio de la
mimesis, la repetición (el eslogan), los ritos, el líder que da su nombre a la multitud anónima convertida en masa (Paris, 1990: 81).
La forma en que se valora a los distintos grupos es un elemento importante y, en muchos casos, determinante en la construcción de la
identidad, porque la identidad es la representación que tienen de las posiciones de los grupos y las diferencias de posiciones en la
sociedad, la cual se manifiesta en los procesos de interacción social, con un carácter selectivo. Por ello, también [...] se puede tener
una representación negativa de la propia identidad, sea porque ésta ha dejado de proporcionar el mínimo de ventajas y gratificaciones
requerido para que pueda expresarse con éxito moderado en un determinado espacio social, sea porque el actor social ha introyectado
los estereotipos y estigmas que le atribuyen —en el curso de las "luchas simbólicas" por las clasificaciones sociales— los actores
(individuos o grupos) que ocupan la posición dominante (Paris, 1990: 67).
En este sentido, Erving Goffman planteaba en su obra Estigma: la identidad deteriorada (en 1967), que "el estigma no tiene que ver
con los atributos sino con las relaciones, porque un atributo ni es digno de crédito, ni no lo es, como una cosa en sí misma". Las
personas estigmatizadas aprendan a manejar esta situación cultivando categorías de "el otro simpatizante", en cuya presencia pueden
estar seguros de ser aceptados. Así, el ser aceptado por la sociedad depende de que el individuo estigmatizado aprenda a alojar su
condición con los estereotipos de la sociedad.
Las cuestiones que hemos revisado hasta aquí están integradas fundamentalmente en dos conceptos de identidad colectiva:
1. Para Catalina Arteaga la identidad colectiva es "la autopercepción de un nosotros relativamente homogéneo en contraposición con
los 'otros', con base en atributos o rasgos distintivos, subjetivamente seleccionados y valorizados, que a la vez funcionan como
símbolos que delimitan el espacio de la 'mismidad identitaria'" (Arteaga, 2000: 54).
2. Andrés Piqueras concibe a la identidad colectiva como:
La definición que los actores sociales hacen de sí mismos en cuanto que grupo, etnia, nación, en términos de un conjunto de rasgos
que supuestamente comparten todos sus miembros y que se presentan por tanto, objetivados, debido a que uno de los procesos de
formación y perpetuación de la identidad colectiva radica precisamente en que se expresa en contraposición a otro u otros, con
respecto a los cuales se marcan las diferencias (Piqueras, 1996: 274–275).
Comparando los dos conceptos anteriores encontramos que hay cuatro aspectos fundamentales de la identidad colectiva:
Primero: es una construcción subjetiva de los propios sujetos.
Segundo: se expresa en términos de un nosotros en contraposición con los otros.
Tercero: el punto de partida son los rasgos o elementos culturales seleccionados por la propia colectividad.
Cuarto: estos últimos constituyen su cultura, de ahí que algunos autores, especialmente del campo de la antropología prefieran hablar
de identidad cultural (Aguirre, 1999; Giménez, 1992).
Partimos de la premisa fundamental de que no hay sociedad sin cultura, ya que la formación de una sociedad conlleva la formación de
su cultura; ésta surge en el proceso mismo de constitución del grupo; después la suma de las experiencias grupales va conformando la
cultura del grupo.
Pero ¿qué es la cultura? Esta interrogante ha tenido infinidad de respuestas. En el terreno de la antropología, las posturas varían, desde
la definición de Edward Tylor (1871), quien concibe a la cultura como el conjunto de conocimientos, normas, hábitos, costumbres,
valores y aptitudes que el hombre adquiere en la sociedad; otros la reducen a las instituciones que mantienen una relación funcional
con la constitución psicológica de los individuos (Benedict, 1934; Linton, 1936); o a las ideas a fenómenos puramente mentales; es
decir, a los significados y valores que están más allá de los sentidos (White, 1959; Barfield, 2000: 139–142); para la corriente
antropológica materialismo cultural, la cultura comprende todos los aspectos de la vida, socialmente aprendidos, tanto la forma de
pensar como la de actuar (Marvin Harris, 1966). Autores como Clifford Geertz (1991) señalan que la cultura es una red de
significados con arreglo al cual los individuos interpretan su experiencia y guían sus acciones (Harris, 1999: 17–18).
Consideraremos a la cultura como un sistema de creencias, valores, normas, símbolos y prácticas colectivas aprendidas y compartidas
por los miembros de una colectividad, que constituyen el marco de sus relaciones sociales. Decir que la cultura es un sistema de
creencias, valores y normas implica que los miembros de cada sociedad generan un conjunto de máximas, a partir de las cuales dan
sentido a sus acciones e interpretan los acontecimientos de la vida diaria; de ahí que se diga que la cultura es "[.] el medio en el cual
los individuos se forman y del cual extraen las claves y contenidos explicativos así como el instrumental descodificador, interpretativo
y valorativo que les permite interactuar con el resto de las personas que integran o comparten tal cultura" (Piqueras, 1996: 108).
Pero esos repertorios "ideacionales" no son permanentes y estables, ciertamente durante el proceso de socialización los sujetos van
adquiriendo, a través de las instituciones, los repertorios de ideas mediante los cuales guían su comportamiento; pero no se trata de la
programación automática de seres humanos idénticos, por el contrario, estamos hablando de sujetos con diferentes intenciones,
aspiraciones y capacidades. Esto implica que en las prácticas colectivas con las cuales interactúan entre sí, aprenden nuevos
comportamientos que pueden modificar sus ideas.
La proposición que complementa el concepto de cultura es que tanto las ideas como los comportamientos se aprenden y se transmiten
en determinados contextos sociales. Esto significa que para que los nuevos miembros puedan integrarse a la sociedad e interactuar con
los demás es necesario que aprendan los repertorios, y ello requiere de ciertos mecanismos de transmisión, los cuales también
dependen del contexto social en donde se encuentren. Esto es, de las condiciones imperantes, del momento histórico–temporal.
Por lo tanto, la formación de la cultura es un proceso dialéctico, en la medida en que a través de la interacción se generan repertorios
de ideas, que los individuos materializan en sus comportamientos, y éstos, a su vez, conllevan cambios en las normas, valores,
creencias e ideales aprendidos y transmitidos por ciertos mecanismos. Esos repertorios de ideas y prácticas colectivas específicas son
los rasgos que caracterizan a los miembros de una colectividad.
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CONSTRUCCIÓN SOCIAL DEL SUJETO HUMANO
aquellas que los actores mismos consideran significativas. Algunos rasgos culturales son utilizados por los actores como señales y
emblemas de diferencia; otros son pasados por alto y en algunas relaciones, diferencias radicales son desdeñadas y negadas" (Barth,
1978: 15).
La identidad étnica hace alusión a los rasgos culturales de un grupo, mientras que la identidad entendida como etnicidad se refiere a
los rasgos culturales con los que se autodefinen los sujetos pertenecientes a distintos grupos. Por ello se dice que "la etnia es una
cualidad de identificación cultural cuasifísica; en cambio la etnicidad es una cualidad de identificación cultural–psico–sociológica, de
autoadscripción–heteroadscripción, hasta el punto de que al pertenecer un individuo a varios grupos tiene varias culturas, eso sí,
asimétricas y mutantes" (Aguirre, 1999: 52). Por lo tanto, la etnicidad implica que la identidad se construye por la autoadscripción de
los miembros al grupo y por la heteroadscripción de los miembros cuando reconocen al grupo desde fuera.
Gilberto Giménez define a la identidad cultural como "el conjunto de repertorios culturales interiorizados (representaciones, valores,
símbolos), a través de los cuales los actores sociales (individuales o colectivos) demarcan sus fronteras y se distinguen de los demás en
una situación determinada, todo ello dentro de un espacio históricamente específico y socialmente estructurado" (Giménez, 2000: 54).
Por su parte, Ángel Aguirre Baztán plantea que la identidad cultural es "la nuclearidad cultural que nos cohesiona y diferencia como
grupo, y que nos otorga eficacia en la consecución de los objetivos (legitimantes) del grupo al que pertenecemos, esta identidad
cultural es abierta, necesita del otro y debe desarrollar comunicación, encuentro y participación con el otro" (Aguirre, 1999: 74).
En esas definiciones se enfatiza el conjunto de elementos culturales a partir de los cuales se vinculan los sujetos, no con un grupo sino
con varios, tantos como ellos lo decidan; pero no se trata de los elementos culturales objetivos, sino de los subjetivos; es decir, de
aquellos que los sujetos seleccionan para autodefinirse y, a la vez, diferenciarse de los otros. De ahí que la identidad cultural sea una
construcción compleja basada en dos procesos: la autoadscripción y la heteroadscripción de los sujetos; o sea, la pertenencia a la
colectividad desde dentro y desde fuera de ésta.
En este sentido, los rasgos culturales de una comunidad no constituyen en sí mismos la identidad cultural, sino los referentes
identitarios a partir de los cuales los sujetos construyen la identidad cultural.
➢ Referentes identitarios
Entendemos por referentes identitarios a los elementos culturales propios de un grupo, entre los que se encuentran: etnohistoria,
creencias, valores y normas, lengua, productos materiales y prácticas colectivas.
La etnohistoria es definida como el conjunto de "hechos significativos que clarifican la identidad biográfica del grupo"; es decir,
aquellos acontecimientos que han sido interiorizados por los miembros de un grupo, no la suma de datos históricos que constituyen la
historia del grupo, sino las fechas de ciertos momentos y los símbolos generados en ellos, los nombres, los lugares, aquello que los
sujetos consideran relevante, porque les permite entenderse y a la vez, los guía en la configuración de su futuro. Por ello se dice que
las identidades se construyen sobre el pasado del grupo, particularmente sobre momentos "preferentes" de su historia" (Paris, 1990:
86).
Las creencias son sistemas de ideas sobre Dios, el mundo y el hombre, que tiene una comunidad, y desde las que interpreta la realidad;
por eso se incluyen como creencias, la religión, los mitos, las tradiciones, las costumbres, la filosofía y la ideología; es la cosmovisión
de una comunidad. En este sentido, las creencias o convicciones formadoras de conciencia son elementos importantes para la
construcción de la identidad; no sólo porque a partir de ellas lo sujetos entienden su realidad, sino porque dan sentido a la vida y
formas de comportamiento de los sujetos y aceptación de los roles sociales y normativos, que propiamente integran su identidad,
sustentada en valores.
Los valores sociales son esquemas a partir de los cuales se conduce el comportamiento de los sujetos; de ahí que cada comunidad
establece lo que se debe hacer y lo que se prohíbe, y al mismo tiempo son provistas las sanciones para quienes falten a lo pactado
socialmente. Se trata de "reglas de acción" enunciadas como valores morales y normas, sin las cuales el comportamiento humano no
tiene rumbo o destino y derivaría en una "dejadez en la acción grupal para conseguir las metas" (Aguirre, 1999: 70).
La comunicación entre los miembros de una comunidad se realiza fundamentalmente a través del lenguaje, por ello en los trabajos que
abordan la identidad étnica, la cuestión lingüística es considerada como un referente identitario esencial, como "una expresión del
denso entramado de relaciones sociales que constituye la comunidad" (Medina, 1992: 19). Para interactuar al interior y hacia fuera
cada comunidad genera sus propios lenguajes: escritos, hablados y gestuales, que los miembros de la comunidad van integrando a su
forma de ser.
Además de los lenguajes objetivos, las comunidades van creando a lo largo de su historia, símbolos y rituales, que en su conjunto
forman entramados simbólicos, con enorme densidad semántica, por medio de los cuales comunican a los demás su forma de pensar y
de ser.
Parte importante del lenguaje escrito lo constituyen las expresiones como la narración, la poesía, la música, entre otras, ya que
el lenguaje exhibe por sí mismo un aura de primordialidad o una connotación ancestral, que lo enlaza con el mito de los orígenes, con
la vida y la muerte. En algunas de sus expresiones como la poesía y el canto, actualiza en forma a la vez sensible y extremadamente
emotiva, la comunión entre los miembros del grupo. También es considerado como herencia de los antepasados, de la comunidad y,
por lo tanto, está estrechamente ligado con la tradición (Giménez, 1992: 62).
Los rituales entendidos como "actos pautados, repetitivos, que cohesionan y vertebran al grupo, de cuya ejecución se derivan actos de
eficacia simbólica" (Aguirre, 1999: 73), juegan un papel esencial en "la comunicabilidad" de los lenguajes y en la apropiación de éstos
por parte de los sujetos. Entre los rituales encontramos los usos, costumbres y tradiciones que se observan en las fiestas, ceremonias,
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CONSTRUCCIÓN SOCIAL DEL SUJETO HUMANO
peregrinaciones y otras expresiones de la vida comunitaria, que comprenden sus roles sociales y el derecho consuetudinario. Los
rituales también son conocidos como prácticas colectivas.
Todas las comunidades producen una serie de objetos materiales, entre los que se hallan herramientas, monumentos, edificios,
artesanías, tecnología, música, que se convierten en productos culturales; cuando los sujetos les atribuyen un valor simbólico los
utilizan para mostrar su pertenencia a la comunidad y así promover su identidad.
➢ Conclusiones
Tomando como referencia los planteamientos anteriores, señalaremos algunas conclusiones fundamentales en torno a la identidad
colectiva:
• La identidad colectiva es una construcción sociocultural. La construcción del sentido de pertenencia está estrechamente relacionada
con las interacciones sociales, la cultura y el contexto social macro y micro.
• La identidad se genera en las interacciones sociales cotidianas que mantienen los sujetos entre sí, a través de las cuales van
delimitando lo propio contra lo ajeno. Esto significa que la identidad no es una esencia, no existe por sí misma; por el contrario, la
identidad es un proceso social complejo, que "sólo cobra existencia y se verifica a través de la interacción: es en el ámbito relacional,
en el del inter–reconocimiento, donde las distintas identidades personales que vienen delineadas por una determinada estructura social
se consensúan—se reconocen mutuamente, terminándose de conformar—, y se enfrentan a su aceptación o rechazo" (Piqueras, 1996:
271).
• La relación entre cultura e identidad había sido planteada desde los primeros trabajos que abordaron la identidad. La categoría de
etnicidad nos permite entender que lo que identifica a una comunidad no son los rasgos culturales objetivos, sino los que cada
miembro selecciona, a través de la percepción subjetiva que hace de éstos; por eso no basta con pertenecer a cierto grupo para
identificarse con él, "la mera existencia objetiva de una determinada configuración cultural no genera automáticamente una identidad"
(Giménez, 1996: 55).
• Cultura e identidad van de la mano pero no son lo mismo, la identidad es un efecto de la cultura "la identidad son las raíces que dan
un sustento y sentido de pertenencia, pero ello debe existir en una tierra, donde se fijen esas raíces y una sustancia que la nutra, y eso
es la cultura" (Tappan, 1992: 88). Esto implica que la identidad no surge en forma espontánea, por el contrario, se trata de una
construcción que los miembros de la comunidad realizan, a partir de la cultura que poseen, en un contexto social determinado.
• La identidad no sólo es efecto de la cultura, también es condición necesaria para que exista, precisamente a partir de las
representaciones culturales, normas, valores, creencias y símbolos que los individuos van interiorizando a lo largo de su vida; es
posible la reproducción y transformación de la cultura.
• La identidad colectiva se conforma a través de la pertenencia grupal, entendida ésta como la inclusión de los sujetos al grupo
(autoadscripción). Hay dos niveles de pertenencia: el de adscripción y el de identificación. En el primero los sujetos se incluyen en
forma simple y llana, solamente conocen los estereotipos generados por el propio grupo (identidad adscriptiva), y en el segundo nivel
los sujetos conocen los repertorios culturales del grupo (patrones de conducta, normas, valores, símbolos, prácticas colectivas), se
apropian al menos de una parte de éstos y desde ahí construyen su sentido de pertenencia (identidad por conciencia).
• La identidad implica no sólo que los sujetos se sientan distintos a los demás, sino además que así sean reconocidos por los otros
(heteroadscripción), pues la identidad colectiva implica semejanza hacia el interior y diferencia hacia el exterior, y esa diferencia
requiere la sanción del reconocimiento social para que exista social y públicamente, ya que
las personas son construcciones sociales en la medida en que dependen de la interpretación que de sus rasgos característicos hagan las
otras personas, con quienes interactúan significativamente. Lo que las personas son es una cuestión de interpretación y no
simplemente algo que se descubre; lo que son depende del contexto social, de las prácticas, de los recursos conceptuales y de las
interpretaciones de acuerdo a las cuales se ven así mismas como personas y son vistas por otros como personas (Olivé, 1999: 186).
• La identidad colectiva resulta de un proceso de socialización, a través del cual los sujetos conocen los repertorios culturales del
grupo al que se adscriben. En la sociedad moderna es una socialización de carácter cognitivo racional, más que emocional; y por
consiguiente, los mecanismos de transmisión de las normas, valores, creencias, pautas de comportamiento ya no son los mismos.
Actualmente ya no es la tradición, sino la interacción comunicativa, es decir la participación en los procesos de comunicación lo que
permite a los sujetos irse integrando al yo colectivo.
• En la sociedad moderna, los sujetos se adscriben a una diversidad de grupos, por ello se habla de identidad étnica, religiosa, política,
laboral, de género, entre otras. Conforman grupos juveniles que desarrollan valores y símbolos propios y en algunos casos presentan
fragmentación identitaria.
• La pertenencia a varios grupos provoca que los sujetos lleven a cabo un proceso de selección; esto es, del conjunto de rasgos
culturales que caracterizan a los grupos, los sujetos van seleccionando los valores, creencias, informaciones, opiniones, actitudes,
prácticas y símbolos, con los cuales se definen a sí mismos, explican la realidad y guían sus acciones. De ahí que la identidad implica
un "proceso de construcción del sentido atendiendo a un atributo cultural, o un conjunto relacionado de atributos culturales, al que se
da prioridad sobre el resto de las fuentes de sentido" (Castells, 1999: 28).
• La selección que llevan a cabo los sujetos sobre los atributos culturales está influida por factores como: el conocimiento que tienen
sobre su cultura, cómo se transmite la cultura, quién y para qué se transmite, el estatus y el rol que desempeñan los sujetos en el grupo
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CONSTRUCCIÓN SOCIAL DEL SUJETO HUMANO
al que pertenecen, sus necesidades, intereses y aspiraciones, la diversidad de grupos de los que forman parte y el contexto social en el
cual se inscriben estos grupos.
• Por ser una construcción social, la identidad no es estática sino dinámica, cambia con el tiempo, y en la medida en que los sujetos
van formando parte de distintos grupos. Por ello se dice que "las identidades sufren transformaciones en el tiempo y en el espacio. No
son permanencias ónticas inamovibles, sino procesos cambiantes, aun cuando los diferentes componentes de la identidad presentan
ritmos de cambio disímiles. por tanto, no se encuentran dadas de una vez y para siempre" (Valenzuela, 2000: 28).
• El proceso de construcción de la identidad está influido por el contexto social en donde se desarrolla el grupo; por eso el nivel de
identificación no es el mismo en las diferentes coyunturas históricas.
• La identidad colectiva es la percepción subjetiva que construyen los miembros de la colectividad sobre los elementos culturales que
constituyen la especificidad del grupo, a esos rasgos se les denomina referentes identitarios.
• El proceso de construcción de la identidad es más complicado de lo que parece; no basta que los sujetos se adscriban a un grupo para
que se identifiquen con él, ni es suficiente que conozcan el complejo simbólico cultural que define al grupo. Es necesario que lo
aprehendan, que lo asuman, es decir, que lo internalicen, y esa acción guarda una relación directa con el contexto social que constituye
el entorno de la diversidad grupal, pues el sustento de la identidad, en las sociedades modernas, pasa de ser una imposición a
convertirse en una opción para los sujetos sociales, y en ese sentido, comporta un proceso de categorización, a través del cual los
sujetos asignan un valor a los grupos y los clasifican de acuerdo con los rasgos que consideran relevantes, para justificar su elección
por ciertos grupos y, a su vez, para diferenciarse de los demás.
• El proceso de categorización social se encuentra influido, además, por las experiencias personales, los aspectos de carácter más
objetivo, como la posición socioeconómica, la edad, el sexo, y por los discursos y los valores que difunden las instituciones
encargadas de la socialización de los sujetos. "La construcción de la identidad requiere de mecanismos sociales que permitan la
permanencia y reproducción de un grupo, así como los procesos colectivos que repiten la distinción y las prácticas culturales que
posibilitan la identificación" (Aguado, 1991: 31).
• La identificación con un grupo requiere de una red de relaciones sociales, a través de las cuales los sujetos van apropiándose del
sistema simbólico cultural en donde se establecen los requisitos para formar parte del grupo, los criterios para reconocerse y ser
reconocidos como miembros, y esto supone tiempo. "El yo colectivo es resultado de una construcción lenta; cada individuo debe ir
encontrando su lugar en él y su pertenencia, al identificarse con ciertas prácticas sociales o culturales" (Paris, 1990: 81).
• La adscripción a un grupo no es suficiente para que los sujetos se identifiquen con el mismo, porque la construcción de la identidad
colectiva, en el contexto actual, es un proceso social complejo que requiere de la participación activa de los sujetos en las prácticas
colectivas del grupo; pues es en los procesos de comunicación donde se reproducen los grupos y se adquiere la conciencia del
nosotros. No basta conocer los símbolos, practicar las costumbres y tradiciones, a nivel de repetición; es necesario implementar
mecanismos que les permitan a los sujetos atribuir sentido a los repertorios culturales que consideren referentes identitarios. No
porque "oficialmente" lo sean, sino porque realmente tengan significado en sus vidas; es decir, que les sirvan para definirse a sí
mismos, para explicar la realidad y guiar sus acciones.
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Asael Mercado Maldonado. Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Iberoamericana. Investigador nacional de México, nivel
1 SEP, Conacyt, SNI. Profesor investigador de tiempo completo de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad
Autónoma del Estado de México. Líder del cuerpo académico: Nuevo orden mundial, retos políticos y económicos para el siglo XXI.
Líneas de investigación: teoría del conflicto, teoría sociológica y sociología jurídica. Publicaciones recientes: "La crisis de la
democracia en México", en Nómadas. Revista crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas, núm. 17, Madrid (2008); "La teoría del
conflicto en la sociedad contemporánea", en revista Espacios Públicos, núm. 21, Toluca, México (2008); "Sistema político y
movimiento social: el caso del EZLN", Nómadas. Revista crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas, núm. 17, Madrid (2009).
Alejandrina Hernández Oliva. Candidata a doctora en Derecho de la Facultad de Derecho, Universidad Autónoma del Estado de
México. Maestría en Antropología Social. Catedrática de medio tiempo de la Facultad de Derecho, Universidad Autónoma del Estado
de México. Publicación reciente: reseña de la obra Los menonitas en la historia del derecho. Un estatuto jurídico particular, de Velia
Patricia Barragán Cisneros, de la Universidad Juárez del estado de Durango. Dicha reseña fue publicada en la revista Cronos de la
Facultad de Derecho de la UAEM, núm. 15, julio–diciembre (2008).
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