Para Pastores
Para Pastores
Para Pastores
Mark Dever lo dice de una manera muy clara y breve: “La predicación expositiva es
cuando el mensaje del texto viene a ser el mensaje del sermón que se predica”. Nosotros
estamos aquí para predicar la Palabra de Dios, no para predicarnos a nosotros mismos
o nuestras propias opiniones. La predicación que es verdadera predicación expone el
texto, deja hablar al texto bíblico y, en ese sentido, nosotros hacemos el sermón pero
no hacemos el mensaje. El mensaje está allí en el texto.
Por el contrario, debe tomar un pasaje pequeño, mediano o grande de las Escrituras
y mostrar cuán dramáticamente importante es el significado principal de un pasaje para
el mundo de hoy.
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2. Cuando llegues a un punto en tu sermón que consideres especialmente interesante u
ofensivo para los no creyentes, detente y explica con mayor detalle.
3. Cuando lo hagas, aborda de manera explícita a los no creyentes. Puedes decir algo
como: «Si no eres cristiano, me pregunto ¿qué piensas sobre este último punto?».
4. En tu sermón, dile a los no creyentes que estás contento con su visita. Anímalos a
compartir preguntas contigo y con los demás líderes de la iglesia después del sermón. Si
vinieron con amigos cristianos, anímalos a hablar con ellos sobre el sermón.
6. Debes estar dispuesto a admitir que los cristianos cometen errores; reconoce
francamente las malas experiencias que las personas puedan haber tenido con los
cristianos.
1. El apóstol Pablo lo ejemplifica. Si bien el apóstol Pablo dice que cualquier cosa en la
iglesia debiera hacerse para edificar a los creyentes (1 Co. 14:12, 26), también quiere
que los no creyentes que vienen a la reunión de la iglesia sean convencidos de su pecado
y vengan a la fe en Cristo (1 Co. 14:23-25). Así que, la predicación expositiva debería
centrarse en la edificación de los santos, pero también dirigirse a los que no son
cristianos.
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3. La compasión impulsa a ello. Si una persona que no es cristiana realmente viene a la
iglesia, la compasión debería impulsarte a predicarles el evangelio. La iglesia es el único
lugar en la tierra especialmente dedicado a la predicación del evangelio. ¿Nos
atreveríamos a privar a alguna persona no cristiana que visita una reunión cristiana de
escuchar el evangelio?
5. Los cristianos aprenderán cómo compartir mejor el evangelio. A medida que los
miembros de la iglesia escuchan al predicador enseñar cómo el evangelio es relevante a
cada texto de la Escritura y a cada situación de la vida, ellos mismos tendrán más ganas
de saber cómo convertir sus conversaciones con amigos no creyentes en conversaciones
acerca del evangelio.
Mi respuesta corta a esta última pregunta es sí, un hombre puede ser pastor aunque no
sea un «gran predicador», por los siguientes motivos:
1.- El requisito para ser pastor es ser «apto para enseñar», no necesariamente un
brillante comunicador público.
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1 Ti. 3:2 nos dice que el pastor debe ser «apto para enseñar», pero ni este verso —ni
ningún otro en el Nuevo Testamento— requiere explícitamente que el pastor deba ser
un experto comunicador desde un púlpito. Aquí se nos plantea el reto de saber qué
significa exactamente la expresión «apto para enseñar». Mi recomendación es
mantener un equilibrio entre dos extremos que deberían evitarse: la expresión «apto
para enseñar» no parece tener un peso definitivo para descartar del pastorado a un
hombre que no tenga sobresalientes dotes de proclamación pública, pero tampoco
debería llevarnos a diluir la exigencia hasta el punto de decir que basta con que el
anciano pueda enseñar en otro contexto (como puede ser un discipulado personal o un
grupo en casa). Considero muy útil la postura del Dr. Nathan Finn al respecto:
«Ser apto para enseñar significa ser capaz de explicar y aplicar las Escrituras
públicamente a toda la congregación. Esto no significa necesariamente que todos los
ancianos deban poseer la habilidad de predicar un sermón. Pero tampoco se define la
enseñanza de un modo tan amplio como para que cualquier transmisión de la verdad
bíblica satisfaga el requisito. Todos los ancianos deberían ser capaces de ponerse de pie
ante la congregación y exponer la Biblia, incluso si algunos ancianos se sienten
incómodos predicando en una reunión de adoración colectiva» [1].
En definitiva, el anciano debe ser capaz de enseñar bien la Biblia (2 Ti. 2:15) en todos los
contextos de la iglesia: en relaciones personales de discipulado, en grupos pequeños y
ante toda la congregación. Esto puede seguir siendo cierto, aun cuando este hombre no
sobresalga en su retórica, se le haga complicado preparar un mensaje, o le cueste hablar
en público.
Los predicadores más excelentes pueden no ser tan excelentes en todos los
requerimientos de un anciano. Es más, no es raro observar que los mejores expositores
de una iglesia, por ejemplo, puedan necesitar mejorar su hospitalidad o su trato cercano
y preocupación por las ovejas. Las iglesias perfectas no existen y los pastores perfectos,
por supuesto, tampoco. El asunto es que muchas veces aquellos ancianos que no se
distinguen por sus habilidades en el púlpito, despuntan por ser un precioso ejemplo de
corazón pastoral. Puede que no sean expertos en el arte de la comunicación pública y
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jamás darán una clase de homilética, pero dan su vida por las ovejas de una manera
entrañable, siendo un modelo para los otros ancianos. Por tanto, este tipo de hombres
son muy importantes para el liderazgo de una iglesia, y es hermoso ver cómo el Señor
utiliza los «puntos fuertes» de unos ancianos para compensar las debilidades de otros,
siendo el resultado final un cuerpo de pastores completo, donde unos enriquecen a
otros, y todos juntos enriquecen al rebaño.
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menos en el hombre. También cabe decir que cuando nos centramos en el estilo de la
persona, la idea de un «gran predicador» puede tornarse subjetiva. Cada maestro tiene
su personalidad y su forma de expresarse, y todos tenemos nuestros predicadores
favoritos. Hay predicadores más pasionales y rápidos, otros más analíticos y pausados,
y otros que son expertos contadores de historias —en el buen sentido— que saben
introducirnos en el contexto bíblico de modo excepcional. En cualquier caso, el principal
baremo para medir una buena predicación debería ser la fidelidad a la verdad de la
Escritura. Los asuntos de estilo, forma y comunicación siguen siendo importantes, pero
secundarios, e incluso debatibles.
Si somos honestos, no hay tantos Charles Spurgeons entre nosotros, y la realidad —en
términos generales— es que pocas iglesias disponen de equipos de ancianos en los que
todos son predicadores de altísimo nivel. Todos los pastores deben ser «aptos para
enseñar», esto no puede negociarse, pero dentro de estos maestros aptos,
encontraremos expositores no tan buenos, normales, buenos, notables, sobresalientes
y, de vez en cuando, algún Spurgeon. Si las iglesias solo pudieran ser lideradas por
oradores magistrales, ¿cuántos ancianos tendríamos que renunciar a nuestro
ministerio? Debemos dar gloria a Dios por los grandes predicadores que él ha dado, da
y dará a sus iglesias, pero también debemos agradecerle por esos ancianos que tanto
bendicen a sus congregaciones siendo tremendos ejemplos de sabiduría, carácter,
hospitalidad y amor. Hombres que han sido piedras fundamentales en ciertas iglesias,
por décadas, aun con sus carencias en la predicación. En el ministerio pastoral, como en
la vida cristiana en general, las cosas aparentemente ordinarias tienen mucho valor. Mi
compañero Giancarlo Montemayor escribió: «Tendemos a pensar que si no estamos
haciendo algo extraordinario y visible, no estamos haciendo nada importante para Dios»
[2]. También podemos caer en este error cuando hablamos de los ancianos y sus dones.
Las iglesias necesitan ancianos «normales», con capacidades «normales», cuyo fiel
servicio tendrá una repercusión extraordinaria en la eternidad.
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CONCLUSIÓN
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aplicabilidad de la Escritura a todos sus oyentes. No solo eso, sino que cuando un
predicador expone fielmente la Palabra de Dios, Dios mismo, en su voluntad, usa esa
predicación para transformar los corazones de los hombres, para atraerlos en sumisión
a Dios, para gustar su Palabra, para obedecerle con amor y para adorarle en humildad.
Predicar expositivamente es especialmente pertinente en tiempos postmodernos
porque demuestra que la Palabra de Dios no solo afirma proposiciones, sino que
transforma vidas.
¿Por qué temen los pastores predicar acerca del infierno? ¿Cuál es la
solución?
Pero la dificultad del tema y las posibilidades de abuso no son excusas para que un
pastor guarde silencio sobre lo que Dios claramente ha revelado. ¿Cuál es, entonces, la
solución?
1. Habla sobre el infierno tanto como lo hizo Jesús. Jesús frecuentemente advirtió
a las personas que temieran al infierno y que huyeran de todos los caminos que
conducen al infierno (Mt. 7:13-14, 21-25, Mr. 9:42-28, Lc. 12:4-5, 13:5). Así que
debes enseñar lo que Jesús enseñó.
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infierno. No pases por alto ni suavices estos pasajes. En lugar de esto, con oración
predícalos y ruega a la gente que se arrepienta de sus pecados, que confíen en
Cristo y sean salvos.
3. Confía en el Espíritu Santo. Tu trabajo como pastor no es hacer que la gente sea
como tú, sino declarar fielmente todo el consejo de Dios. Por tanto, proclama
fielmente todo lo que Dios ha revelado en su Palabra y confía en que el Espíritu
Santo traerá buenos frutos usando tu predicación.