I El Tema Del Sermón
I El Tema Del Sermón
I El Tema Del Sermón
La primera cosa para preparar un buen sermón es tener un mensaje definido. Antes de
proceder a la preparación de un sermón, todo predicador debe responderse esta sencilla
pregunta: ¿De qué voy a hablar?
Mientras el predicador no pueda contestar claramente tal pregunta, no debe seguir
adelante. Ha de tener un tema y debe saber con precisión cuál es. Sólo puede estar seguro de
que lo sabe cuando pueda expresarlo en palabras. Si el tema está entre la bruma, también lo
estará todo lo que le pertenece: su introducción, su arreglo, su prueba y su objeto.
El tema debe ser la expresión exacta del asunto, o la respuesta a la pregunta: ¿De qué
voy a hablar? Nunca debe escogerse un tema por ser bonito o sonoro como fase, sino que ha
de expresar claramente el objeto que el sermón persigue. Todo predicador, para preparar bien
su sermón, debe responder a la pregunta: ¿Por qué voy a hablar de este tema? ¿Qué fin deseo
lograr?
En toda preparación para el público, las primeras palabras que se escriban deben ser la
expresión exacta del tema, o sea, la respuesta a la pregunta: ¿De qué voy a hablar?
COMO ENCONTRAR UN TEMA
El mensaje debe venir como una inspiración especial de Dios, y el predicador debe estar
pidiendo mensajes a Dios para sus oyentes. Pero no es de esperar que venga siempre como
una inspiración profética, sino que él mismo debe afanarse en buscarlos de diversas maneras.
El predicador puede recibir la inspiración de un mensaje:
EL TEMA Y EL TEXTO
¿Debe predicarse sobre temas o sobre textos? ¿Debe elegirse primero el tema y
después el texto, o viceversa?
Es imposible responder a estas preguntas de un modo concreto dando reglas absolutas.
En algunos casos, cuando el predicador tiene un tema definido, sintiendo que debe predicar
sobre aquel asunto; el tema precederá a la elección de texto. Pero en otros casos, cuando el
tema es sugerido como resultado de meditación personal de la Sagrada Escritura, será el texto
el que precederá y sugerirá el tema al predicador.
¿Es fácil encontrar textos para predicar? Permítasenos citar otra vez a Spurgeon, quien
dice: «No es que falten, sino que son demasiado abundantes; es como si a un amante de las
flores se le pusiera en un magnífico jardín con permiso para coger y llevarse una sola flor; no
sabría cuál coger que fuera mejor. Así me ha pasado a mí —dice el gran predicador— al tratar
de buscar un texto para un sermón. He pasado horas y horas escogiendo un texto entre muchos
lamentando que hubiera tan sólo un domingo cada siete días.»
¿Cómo llegar a determinar el texto que se debe escoger, sobre todo cuando no se tiene
antes escogido el tema del sermón? Se puede establecer esta regla, también de Spurgeon:
«Cuando un pasaje de la Escritura nos da como un cordial abrazo, no debemos buscar más lejos.
Cuando un texto se apodera de nosotros, podemos decir que aquél es el mensaje de Dios para
nuestra congregación. Como un pez, podéis picar muchos cebos; pero, una vez tragado el
anzuelo, no vagaréis ya más. Así, cuando un texto nos cautiva, podemos estar ciertos de que a
nuestra vez lo hemos conquistado, y ya entonces podemos hacernos el ánimo con toda confianza
de predicar sobre él. O, haciendo uso de otro símil, tomáis muchos textos en la mano y os
esforzáis en romperlos: los amartilláis con toda vuestra fuerza, pero os afanáis inútilmente; al fin
encontráis uno que se desmorona al primer golpe, y los diferentes pedazos lanzan chispas al
caer, y veis las joyas más radiantes brillando en su interior. Crece a vuestra vista, a semejanza
de la semilla de la fábula que se desarrolló en un árbol, mientras que el observador lo miraba.
Os encanta y fascina, u os hace caer de rodillas abrumándoos con la carga del Señor. Sabed,
entonces, que éste es el mensaje que el Señor quiere que promulguéis, y estando ciertos de
esto, os posesionaréis tanto de tal pasaje, que no podréis descansar hasta que, hallándoos
completamente sometidos a su influencia, prediquéis sobre él como el Señor os inspire que
habléis.»
EL TEMA Y EL TITULO
El título debe reflejar el contenido del sermón y no debe trascenderlo u oscurecerlo en
manera alguna.
Una vez escogido el tema, o sea, el asunto sobre el cual desea el servidor de Dios
predicar a una congregación, debe formular dicho tema en un título. Muchos predicadores y libros
de Homilética confunden el tema con el título. Al autor le ocurrió esto por un tiempo. A veces, y
hasta cierto punto, no existe diferencia entre ambas cosas, pero a veces el título no es más que
la puerta del tema o asunto, el cual no puede ser expresado plenamente por el título, por dos
motivos:
a) Porque el título del sermón ha de ser exageradamente breve, y por tal razón no puede
a veces contener todos los pensamientos o partes que el predicador desea desarrollar en su
tema.
b) Porque, sobre todo en estos tiempos de abundante publicidad, ha de ser el título del
sermón especialmente chocante y atractivo, para despertar la atención e intrigar al público. Esto
pone al predicador en el peligro de formular su tema en un título que se aparte del asunto del
cual realmente quiere tratar. En otras palabras: que sirva tan sólo de excusa o motivo para llamar
la atención y no de verdadera base al mensaje. En tal caso se expone a que el público,
sintiéndose defraudado, pierda confianza al predicador.
El Dr. J. H. Jowett dice: «Tengo la convicción de que ningún sermón está en condiciones
de ser escrito totalmente, y aún menos predicado, mientras no podamos expresar su tema en
una sola oración gramatical breve, que sea a la vez vigorosa y tan clara como el cristal. Yo
encuentro que la formulación de esa oración gramatical constituye la labor más difícil, más
exigente y más fructífera de toda mi preparación. El hecho de obligarse uno a formular esa
oración desechando cada palabra imprecisa, áspera o ambigua, disciplinando el pensamiento
hasta encontrar los términos que definan el tema con escrupulosa exactitud, constituye uno de
los factores más vitales y esenciales de la hechura del sermón. Y no creo que ningún sermón
pueda ser esbozado, ni predicado, mientras esa frase no haya surgido en la mente del predicador
con la claridad de luna llena en noche despejada».
Es afortunado el predicador que puede encontrar un título que, al par que
suficientemente interesante, breve y sugestivo, para ser puesto en la pizarra de anuncios, en el
boletín de la iglesia o en la prensa pública, sea a la vez tan expresivo y completo que no necesite
una segunda formulación del tema para uso del predicador, sino que título y tema se confundan
en una sola cosa, abriendo la puerta al predicador para una eficaz y fructuosa exposición de
alguna de las grandes verdades del Evangelio.
Conviene que el tema o el título que se formule sea intrigante, de modo que despierte el
deseo de conocer lo que se oculta detrás del mismo, o sea, a ver cómo lo desarrollará el
predicador. Observad cuan intrigantes son los títulos de ciertas novelas y películas mundanas.
Debemos imitar en ello hasta cierto punto a los hijos de este siglo, que son «más sagaces que
los hijos de luz», pero sin caer en exageraciones. En Norteamérica, donde los temas son
generalmente anunciados por medio de un cartel en las afueras de las iglesias, pueden
observarse muchos títulos de sermones ingeniosísimos.
Introducciones
INTRODUCCIONES2
Por definición, «introducir» significa conocer o traer al juego algo por vez primera. La
introducción es al sermón lo que la patada inicial y la carrera son a un juego de fútbol
estadounidense; como los disparos iniciales de una batalla, o como salir de un puerto
en un viaje al océano. Es el tiempo para que todos se aclimaten con lo que ha de
seguir a la situación inicial y orientarse.
5. Responda a la pregunta oculta de cada oyente: «¿Por qué debo escuchar este
mensaje?»
Ejemplos de Introducciones
Empezar con una pregunta importante: “Si murieras hoy, ¿dónde iría tu alma?”
Empezar con una cita provocadora: “No hay nada seguro en este mundo excepto la
muerte y los impuestos” (Benjamin Franklin).
Empezar haciendo referencia a algo que está en las mentes de la gente: la crisis, la
muerte de algún famoso, etc.
Empezar haciendo referencia a alguien famoso – puede ser alguien de ahora o del
pasado, etc.
Empezar con algo que sabes que le interesa a la gente: el fútbol, una película que has
visto, etc.
Empezar contando algo que te pasó, una experiencia dramática (o no tan dramática) de
tu vida, etc.
2. Mirándolo desde el punto de vista de los oyentes, si para cuando llegas al final de la
introducción y anuncias el primer punto principal ya han pasado diez o quince minutos,
¡la gente estará mirando sus relojes, haciendo cálculos y preparándose para lo peor!
3. La introducción es solo la introducción; a lo que hay que dedicar la mayor parte del
tiempo es al cuerpo de la predicación; si no, hay un peligro de que la introducción se
convierta en la predicación, o, peor aun, ¡en la primera de dos predicaciones!
5. Una introducción ideal es breve, clara, sencilla, directa e impactante. Así se engancha a
los oyentes.