Sexto capítulo del libro "Peligro en la Aldea de las Letras", de María Eugenia Mendoza Arrubarrena, México, 2008, Edición de Autora, ISBN:978-970-95989-0-2. Este libro fue seleccionado por el Programa Nacional de Lectura para su incorporación a Bibliotecas de Aula, como Libro del Rincón, 2009-2010.
Hilaria es recibida en la Aldea de las Letras por la Maestra Redundancia, quien habla de las moradoras de las 29 casas de Abecedaria, como también se le conoce a este lugar, en donde se producen todas las letras del abecedario español que necesitan los hispanoescribientes, en cualquier parte del mundo.
Comparto este archivo ahora que el abecedario perderá a las letras Che y Elle, por dígrafas (hasta parece el nombre de un delito), así como porque el blog "Aldea de las Letras" está a punto de cumplir un año.
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Hilaria es recibida en la Aldea de las Letras por la Maestra Redundancia, quien habla de las moradoras de las 29 casas de Abecedaria, como también se le conoce a este lugar, en donde se producen todas las letras del abecedario español que necesitan los hispanoescribientes, en cualquier parte del mundo.
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Hilaria es recibida en la Aldea de las Letras por la Maestra Redundancia, quien habla de las moradoras de las 29 casas de Abecedaria, como también se le conoce a este lugar, en donde se producen todas las letras del abecedario español que necesitan los hispanoescribientes, en cualquier parte del mundo.
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La Aldea de las Letras
—A pesar de la muy atareada vida de las habitantes de esta alegre y dinámica
aldea de sólo veintinueve casas, en donde se producen constantemente las veintinueve letras del abecedario español, la armonía y la tranquilidad reina entre ellas desde hace siglos, aunque a decir verdad esa tranquilidad se ha visto amenazada de vez en cuando, ya te enterarás. Hilaria caminaba de puntitas, más concentrada en no pisar ninguna de esas diminutas letras que desfilaban como laboriosas hormigas, que en la explicación de la guía, una extraña y robusta mujer, vestida con una vaporosa túnica azul estampada con las letras del abecedario, quien la llevaba presurosa de la mano. —Como te decía, cada una de nuestras muy conocidas amigas —señaló en todas direcciones y hacia su vestido—, porque seguro las conoces bien, ¿verdad? Asentía, sin entender bien de qué demonios le hablaba. —Cada una, te decía, cumple cabalmente con sus funciones y aunque algunas figuran en sociedad más que otras, ninguna sufre de complejos de inferioridad o de ataques de soberbia, por lo menos no en público... Bueno, quizá la eñe se crea la más importante, con eso de que sin ella no habría españññññññññol se la pasa presumiendo su dichosa coronita. La extraña mujer juntó sus regordetas manos a manera de corona sobre su cabeza e hizo cara de presumida. —Pero al margen de esos despliegues de vanidad, jactancia y pedantería, cuando las diferentes letras se encuentran, lo cual ocurre a todas horas, sin importar que la Tierra esté iluminada por la brillante luz crepuscular del amanecer o del atardecer, el sol caiga a plomo sobre ella o la oscuridad nocturna obligue a los hispanoescribientes a encender velas, candelas, bombillas, focos, lámparas, quinqués, linternas, arbotantes o cualquier artilugio que sirva para iluminar, nuestras amigas se muestran felices y dispuestas a ir de la mano o de la pata o de la colita con sus hermanas para emprender lo que bien puede ser una intrincada aventura literaria, una enmienda constitucional, un anuncio publicitario espectacular, las casi ilegibles instrucciones en una etiqueta o en un contrato legal y hasta un chateo entre adolescentes. A Hilaria le costaba trabajo seguir lo que decía esa extraña mujer. —Adolescentes: esos engendros humanos, carentes de identidad, que insisten en simplificar a la mínima expresión la lengua escrita, al reducir a unos cuantos símbolos su intento de comunicación —dijo con una voz grave y sentenciosa, pero aclaró en voz muy baja, casi susurrante—, así los define la muy quejumbrosa y conservadora Maestra Letralia. —¿La Maestra Letralia? —Sí, ya la conocerás. ¡Ah, pero has de saber lo que, ni tarda ni perezosa, le contesta la chispeante Maestra Cibernia, una de las nuevas huéspedes de la aldea —y ahora imita una voz muy alegre, como de niña—: tal vez habría que reconocer que los adolescentes, que no engendros, le han otorgado más valor a cada una de nuestras muy queridas letras. A mí me tiene encantada la forma en que se despiden muchos de ellos: TQM, ¿no le parece ingenioso y enriquecedor que nuestras tres hermanas signifiquen algo tan bonito, Maestra Letralia? —Yo estoy de acuerdo cien por ciento con Cibernia —apuntaba la desconcertante guía—. Ahora con tanta tecnología digital y con tanto tiempo que pasan los chavales, muchachos, chicos, pibes, compas, niños, escuincles o morritos chateando o enviando mensajes por medio de sus móviles, celulares u otros artilugios para tal efecto, es necesario ahorrar letras. ¿Tú chateas en la compu y mandas mensajitos por tu cel? —A veces. —¿Escribes palabras completas? —Casi siempre. —¡Aaaaajá! Seguro eres de las que usa apóstrofos después de la letra cu, para ahorrarse la escritura de la u y la e y no escribir la palabra que, ¿verdad?, como si esa palabra fuera tan larga. —No. Eso se usaba antes de los celulares. Aunque en el cajón de recuerdos de mi mamá he visto algunos recaditos con la palabra que como usted dice, pero… —Entonces, ¿tú cómo escribes la palabra que? —Casi no la escribo en mensajes de celular. —¿Cómo escribirías: que dice mi mamá que no me da permiso de ir a tu casa, o sea, que no puedo ir? —No sé, tal vez escribiría algo así como “no voy a tu casa”. —¡Pues qué sosa! Seguramente después de ese mensaje deberás enviar varios más para explicar las razones para no ir a casa de tu amiga o amigo. —Tal vez. —Ya sé, eres de las que escribe bye, OK y cosas por el estilo en inglés bien escrito o mal escrito como baaaay y oukeeeei. —No siempre, la verdad no me acuerdo cómo escribo mensajes, sólo lo hago y ya. —¡Ah!, pero ¿qué me dices de cómo escribes en los foros y en todos los espacios virtuales? —¡Ah!, pues escribo igual que en todas partes, con palabras completas y con ortografía. —¿Y con dibujos, como caras felices, líneas onduladas y cosas peludas como pelucas, para decir que tal o cual cosa está de pelos? —Pues sí, sí me gustan los emoticones y los dibujos y todas las cosas que se han creado para diseñar y hacer más alegres los espacios virtuales. Y a veces, también escribo letras que para algunos están aisladas pero que para quienes las usamos tienen algún significado. —Bueno, a eso iba. Al punto de que hay letras solitas, como la eme mayúscula, eso sí, curveada y pintada de amarillo, que todos, hasta quienes no entienden la O por lo redonda, o sea las personas analfabetas de toda la Tierra, de todo el mundo, de todo el orbe, de todo el globo, que la reconocen como el símbolo de la comida rápida estadounidense que se propaga hasta los más alejados rincones. No sé si eso es bueno o malo, pero de que la eme tiene una fuerza enorme, ni quién lo dude. Mira ahí va todo un ejército terrestre y aéreo de ellas. Hilaria observaba con cuidado lo que a simple vista parecían grandes y vistosos vehículos terrestres y voladores, aunque también había algunas, muy pequeñas, con la apariencia de inocentes mariposas amarillas que revoloteaban sobre las cabezas de la particular pareja. Gracias a la aclaración de su guía constató que efectivamente se trataba de un despliegue de las famosas emes de las hamburguesas. —Oye, pero la marca de esa comida rápida no pertenece al español. —No seas cerrada, cuadrada, rígida, purista y exageradamente ortodoxa mi querida Hilaria, palabras como ésas ya carecen de identidad nacional, ¡brrr!, se han incrustado en todas las lenguas y, ni modo, nosotras no somos las indicadas para darle la espalda al “progreso”, así entre comillas, ¡eh!, si los anuncios, las envolturas, los empaques, y toda la parafernalia que acompaña a una marca como ésa, tienen que imprimirse en español o castellano, pues no nos queda más que incorporar sus letras, su tipografía, a la producción local. Ahora, que si hablamos de economía, de gastronomía, de hábitos alimentarios, de tradiciones culinarias, el asunto es muy diferente. —Yo no entiendo nada de economía, aunque sí de comida y te diré que a mí no me encantan tanto como a mis amigos, aunque sí me las como, pero sabes qué, yo prefiero… La guía se le quedó mirando severamente. —Bueno, no importa cuáles hamburguesas prefiero, pero si hablamos de la lengua, con lo que me dices, quiere decir que nuestra lengua es más flexible de lo que los maestros de español piensan, ¿verdad?, bueno eso es lo que dijiste, ¿verdad? —¡Sí, por supuesto, claro, positivo, simoooooón! Pero otra vez ya me desvié del tema. A ver, déjame retomarlo, ¡ah, sí!, decía que las letras están siempre listas para convertirse en palabras escritas, disponibles para contribuir con una de las partes más trascendentales de la comunicación humana, ¿o no crees que el lenguaje escrito, sin importar qué signos se hayan usado para ese propósito, es, ha sido y será de lo más importante para la comunicación y la evolución humanas? —Sí, —volvió a asentir sin saber de qué diablos se trataba todo esto. La acompañante de Hilaria sonrió complacida, como si se tratara de una competencia y acabara de derrotarla. —Aunque la lengua hablada es más popular, utilizada y extendida en todos los países del mundo —agregó tímidamente—, por aquello del terrible analfabetismo que azota a la mayoría de nuestros pobres países subdesarrollados y ahora peor porque el analfabetismo ya también es digital, pues muchas de las personas que saben leer y escribir no tienen acceso o le tienen miedo a la computadora y no la usan para nada y con eso se ahonda lo que se ha llamado brecha digital, como si no tuviéramos suficiente con la brecha generacional, por eso digo que la lengua hablada es mucho más popular y extendida que la escrita. —Hilaria miró la cara de su guía, desafiante, esperaba una reacción enérgica a ese comentario. —Eso se da por sentado, chica. No tienes idea de lo doloroso que nos resulta saber que el producto de esta aldea no llega a todas las personas a quienes debería llegar. El analfabetismo es una enfermedad social totalmente curable. En fin, no perdamos la esperanza de que la letra escrita, en cualquier lengua, algún día llegue a ser patrimonio real para el goce de toda la humanidad. ¿Estás de acuerdo? —Claro, sí, la escritura es importante. —¿Importante, sólo importante? Piensa, reflexiona, razona, de no ser por la escritura, la historia sería otra. A ver, rebate lo que acabo de decirte. —Lo que acabas de decir es irrefutable, sólo digo que no todos los que hablamos una lengua, podamos leerla y menos escribirla. —De acuerdo. Pero, insisto, no sólo es importante, es vital, tan vital como el oxígeno, como el agua, como la comida. ¡Hmmm, comida! No te preocupes, después de la primera diligencia, te voy a llevar al lugar en donde sirven la mejor comida de los alrededores. —Sí, está bien. —Ya basta de parloteo, Hilaria. Tenemos muchísimas cosas por hacer. Aunque, sí, supongo que sí. —Dirigió su mirada al limpio cielo transparente, sin nubes, sin contaminación, y suspiró—. Todavía nos queda un rato para pasear por los alrededores, de manera que te invito a detenernos en el mejor puente jamás construido, el orgullo de nuestra Aldea, bueno, en realidad es una réplica del primigenio, pero eso no importa, lo verdaderamente trascendente durante este recorrido es que puedas admirar el maravilloso paisaje, que nunca desmerece, no obstante el enloquecedor tráfico de esta hora pico, aunque para serte sincera, todas las horas aquí son horas pico. Nunca descansamos, pero no consideres esto una queja sino una profunda reflexión de tu humilde, pero eso sí muy orgullosa servidora. Imagínate mi querida Hilaria, en esta Aldea nacen todas las letras y los signos indispensables para la escritura de una de las lenguas más habladas, leídas y escritas del mundo, oíste bien, una de las primeras del mundo! A ver, ¿sabes cuál es la primera? —¿El chino mandarín? —Sí, sí. ¡Ah qué niña tan sabelotodo! Seguro les caes gordísima a tus compañeros de clase, probablemente te dicen Hilaria, la sabionda hedionda. Hilaria iba a protestar, nadie en ningún lugar le había dicho así, no sabía si contestarle de la misma forma grosera o ignorarla, no hizo nada porque esa mujer comenzó otra vez a hablar, como si nada. —Bueno, no importa, por número de hablantes y por la cantidad de países que lo hablan y lo adoptan como segunda lengua, el español es una de los primeros idiomas, porque si se tratara de clasificarla por su belleza, precisión, sonoridad y riqueza… ¡Hmmm, déjame pensar bien. No, no sería justo poner a competir a las lenguas, todas son útiles, hermosas, melodiosas, comunicativas. ¿Coincides conmigo, estás de acuerdo con lo expresado? —Sí, sí, claro. Hilaria estaba totalmente concentrada en el paisaje, en el cual la voz de su guía parecía un elemento totalmente discordante. Trataba de no prestar atención a las palabras de esa extraña mujer, mientras tenía cuidado de no pisar a las que, en ese momento se le ocurrió llamar en secreto, hormiletras, diminutas y graciosas letras que se desplazaban vertiginosamente por el suelo. Hilaria trataba de no aspirar o comer accidentalmente las que pasaban zumbando frente a ella. No eran las famosas emes amarillas, se trataba de enjambres de múltiples apariencias, unas como pétalos de flores, otras se semejaban más a insectos alados, como catarinas, cigarras y aun luciérnagas. Algunas tenían apariencia de aves, colibríes o tortolitos. De manera que sintetizó su clasificación bajo el docto concepto de letras voladoras. Las había de todos tipos, tamaños, texturas, colores y ¡olores! ¿Olores? Sí, olores. Frente a Hilaria y su guía volaban olorosas letras. Algunas despedían un aroma fresco y limpio, mientras que otras, le daba pena pensarlo, pero francamente apestaban. Tal vez… No, nada de que tal vez, seguro les vendría bien un baño, pensó. Antes de cruzar el puente, la voluminosa y parlanchina guía exhortó a Hilaria a algo totalmente inusitado: que guardaran silencio. —Deja de hablar, de parlotear y ni siquiera se te ocurra cuchichear o susurrar. Quiero decir: mantén tu boquita cerrada, esfuérzate por estar callada durante todo el tiempo que permanezcamos sobre el puente. No te imaginas lo desastroso que resulta cuando alguien osa proferir una sola palabra o un mínimo sonido ya sea una risa, y qué decir de una carcajada o cualquier otro sonido corporal mientras está en el área del puente. Se crea una total confusión en este estratégico lugar, ya que déjame decirte que por este puente atraviesan todas las letras, ya ordenadas como palabras, en su trayecto al mundo de la escritura, y, si alguien las distrae se rompe el orden en que han sido convocadas y eso siempre se ha traducido en cambios de sentido de lo escrito o por lo menos en faltas de ortografía, que la verdad a nosotras no nos molestaría gran cosa, pero hay por ahí algunos quisquillosos detractores de la ortografía española que esperan cualquier pretexto para armar un alboroto que para qué te cuento. La gran charlatana seguía dando explicaciones enredosas con esa voz nasal y aguda, que en momentos exasperaba a Hilaria, sin embargo, dadas las circunstancias prefería bloquearse auditivamente para evitar dolores de cabeza, como esos que le aquejaban siempre que escuchaba a Marianela, la encargada de dar las órdenes a la escolta en su escuela. Paradas sobre el anchísimo puente de piedra, el cual conducía a un diverso y exuberante camino que parecía no tener fin, Hilaria y su atosigante guía, de quien todavía desconocía el nombre, observaban en silencio el interminable desfile de letras engarzadas en palabras, algunas seguidas o precedidas de signos de puntuación. Hilaria se soltó de la mano de la enigmática mujer para poder admirar el paisaje, que desde esa perspectiva parecía envuelto por una densa bruma, no como la provocada por la contaminación que ensucia las ciudades, sino como una alegre nube de rocío formada, sí, por acentos, diéresis, interrogaciones, exclamaciones, puntos y comas, paréntesis, corchetes e innumerables arrobas. Estaban rodeadas de campos floridos con árboles en forma de Efes, Pes, Tes y Yes (mayúsculas, claro); arroyos cristalinos por donde nadaban peces que evocaban a las vocales y a algunas rechonchitas consonantes minúsculas, las colinas escarpadas le recordaban emes y enes y hasta doble ves o doble us, como se le llama a esta letra en México. Las coloridas y enormes casas de la aldea, de donde salían incesantemente las letras, eran de arquitectura sencilla, pero muy sólida, sobria y luminosa. El mundo que se abría a los ojos de Hilaria era extraordinario: aunque muy lejanos, podía apreciar majestuosos palacios que contrastaban con rascacielos; humildes casas con techos de paja se confundían entre enormes multifamiliares. Le vinieron a la cabeza las imágenes de universidades antiquísimas y modestas escuelas rurales; de los más modernos consorcios de comunicación y de las viejas imprentas del centro; de cómodas casas y pobres viviendas en donde millones de personas generan y reciben todo tipo de información. El asombro de Hilaria crecía conforme transcurrían los segundos y al desfile se sumaban especímenes de todos tamaños, formas y colores. Llegó un momento en que no pudo más y se dirigió decidida, y, por supuesto, desobediente, a su acompañante y soltó la retahíla de preguntas acumuladas desde su arribo a tan singular sitio.