La Confesión Positiva
La Confesión Positiva
Un hombre recibe la mala noticia de que tiene cáncer. Al escucharlo reacciona diciendo:
“Reprendo este cáncer de mi cuerpo. Confieso y declaro salud sobre mi vida en este
momento y en el nombre de Jesús le arrebato a Satanás la salud que me quitó”. Por otro
lado, una madre le comparte a su amiga que sospecha que su hijo puede padecer de
autismo. Inmediatamente su amiga le manda a hacer silencio y le dice: “No digas eso.
¿No sabes que tu palabra tiene poder y que lo que sale de nuestros labios se vuelve
realidad? Cancela lo que has dicho y declara bienestar sobre tu hijo”. Los casos
mencionados anteriormente son ficticios, sin embargo, muestran una práctica común en
muchas iglesias que profesan creer en la Biblia. Creen que sus palabras contienen poder,
dado por Dios, para crear una realidad, ya sea positiva o negativa. Sin embargo, nos
preguntamos, ¿tienen nuestras palabras tal poder? ¿Es correcto vivir cancelando con
nuestra boca lo que no queremos y atrayendo por medio de la confesión positiva la
realidad que deseamos? Consideremos este tema a luz de la Escritura.
¿Qué es un decreto?
Uno de los textos más utilizados para apoyar la práctica de la confesión positiva
es Romanos 4:17. En varias ocasiones he escuchado personas usar este texto para decir
que “Abraham llamó las cosas que no son como si fuesen”. Esto es sencillamente una
cita incorrecta del texto que lee: “Dios, que da vida a los muertos y llama a las cosas
que no existen, como si existieran”. De manera que este texto, lejos de apoyar la
confesión positiva, la contradice. Es Dios quien tiene poder para decretar que los
eventos ocurran. Abraham simplemente creyó la Palabra de Dios que le había sido dicha
(Ro. 4:18). Es decir, la palabra de Abraham no tuvo nada que ver con el cumplimiento
de la promesa, sino la Palabra de Jehová. Dios habló y Abraham creyó.
Otros textos usados para apoyar esta práctica son los versos que hablan de confesar. He
escuchado a personas defender la confesión positiva simplemente diciendo: “La Biblia
dice que tenemos que confesar con nuestra boca”. Es cierto que la Biblia habla de
confesar, sin embargo lo que estamos llamados a confesar son cosas ciertas, como el
señorío de Cristo (Ro. 10:9; Mt. 10:32) y la realidad de nuestros pecados (1 Jn. 1:9; Mt.
3:6). No estamos llamados a confesar algo que nosotros queremos que pase y que
creemos que es la voluntad de Dios para nosotros.
Otros textos utilizados para apoyar la confesión positiva son aquellos donde se nos
manda a tener fe. Al parecer, de alguna manera se asume que la confesión positiva es la
manera correcta de expresar la fe, aun cuando no hay apoyo bíblico para tal idea.
La Escritura nos enseña a ir a Dios en oración (no confesar o declarar para que
las cosas ocurran) y confiar que Él hará lo que es mejor para nosotros. Nuestras
palabras no atan a Dios a hacer lo que decimos. Recordemos que a Pablo le fue
dada una “espina en la carne”, la cual Dios no quiso eliminar de su vida aun
cuando Pablo pidió a Dios tres veces que la eliminara (2 Co. 12:7-9). Dios no
escucha nuestros decretos sino nuestras oraciones, cuando estas son hechas
conforme a Su voluntad (1 Jn. 5:14-15).
Pensar que nuestras palabras tienen poder para crear una realidad no es una enseñanza
bíblica. Es más bien una idea anticristiana, supersticiosa y pagana, que quiere utilizar a
Dios como si fuera un genio en una lámpara listo para hacer nuestra voluntad. Sigamos
el ejemplo de nuestro Señor, quien dijo: “Padre mío, si es posible, que pase de mí esta
copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú quieras” (Mt. 26:39).
La doctrina de la Confesión Positiva, uno de los tóxicos espirituales que forman parte
de la siniestra teología de la prosperidad y que ha producido notables estragos en el
ámbito protestante religioso, marcadamente en el carismático pentecostalista, germinó
y creció como las plantas con las enseñanzas de E. W. Kenyon, entre los años 1891 y
1948. De allí en adelante, Kenneth Hagin y después Kenneth Copeland, fueron
influenciados en este orden por semejante veneno que terminó extendiéndose por todo
rumbo y recóndito habido. La Confesión Positiva en el pentecostalismo carismático se
centra en la búsqueda de cualquier cosa material con el “poder del creyente”, si se
confiesa con expresiones o palabras de “fe”. De este modo se le obliga a Dios a cumplir
lo que se le ha reclamado, pasándose por alto su perfecta y soberana voluntad por la
del hombre que es fallida y egocéntrica, sino échele un vistazo a los acontecimientos
sociales y políticos del mundo. Por eso estamos como estamos, por la pútrida y
espantosa voluntad humana.
Essek William Kenyon (1867-1948) desde temprana edad tuvo contacto con el Nuevo
Pensamiento de Phineas Quimby, un personaje arraigado en las doctrinas de la Ciencia
Cristiana y de la Unidad. Ambos dieron por sentado el posible hecho de sanar de
cualquier enfermedad con el poder de la mente humana. Para que el sincretismo tuviera
una facha más plausible, Kenyon manipulaba con grande error, aunque su intención
pudiera ser buena, pasajes bíblicos que hablaban de prosperidad y de salud. Durante
sus campañas evangelísticas Kenyon animaba a los enfermos para que declararan
sanidad en sus cuerpos enfermos, para que las promesas de Dios escritas en la Biblia se
vieran cumplidas con rotundo éxito.
Entre los discípulos de Kenyon encontramos a Kenneth Hagin, uno de los más notables
y nefandos heraldos de la Confesión Positiva en el mundo de la denominación
pentecostal. Hagin promulgó esta contrariedad a través de casetes, de libros, de
prédicas y seminarios. Hagin erigió el Centro Rhema, en Broken Arrow, Oklahoma,
para adiestramiento bíblico, enseñando que el principio de toda prosperidad material y
de la salud física dependía de la “fe” de la persona, “fe” que comprometía a Dios para el
alcance de dicha prosperidad. Esta “fe”, que por supuesto no es la Bíblica, es vista
para Hagin y compañía como una activa y poderosa fuerza que empuja u obliga a Dios
sin otra opción (lo coloca entre la espada y la pared) para cristalizarles como una “bella
realidad” todos los deseos solicitados de sus “merecedores y abnegados hijos” que
aman lo que el mundo ama también: las cosas materiales a “elevadísimas potencias”. Y
es igual para la sanidad de enfermedades, y no importa si se padece de cáncer o de
otras patologías clínicas etiquetadas como incurables: “Dios los librará con absoluta
seguridad de ellas”.
Cristo manda a «no buscar tesoros en la tierra», sino en el «cielo» (Mt. 6:19-20). Cristo
declara que «no se puede servir a dos Señores al mismo tiempo», a Dios y las riquezas,
«porque se estimará uno y se aborrecerá el otro» (Mt. 6:24). Los maestros de la
prosperidad “rugen como tigres a los cuatro vientos amar a Dios”, pero por sus indignos
frutos conocidos demuestran únicamente que aman las riquezas de la profana tierra.
Estos malvados agentes de Satanás utilizan a Dios como “puente” para alcanzarlas sin
temor a la condenación. Su amor por Dios es una engañosa mentira anunciada con
“gloriosa y retorcida falsedad”.
Los maestros de la prosperidad se han olvidado que Cristo dijo que el creyente debía de
«negarse a sí mismo y tomar su cruz para poder seguirle», mostrando con esto que la
senda que lleva a la vida eterna, a la consumación de la salvación, no es en para nada
fácil (Mt. 10:38). El Señor le dijo al obediente Ananías que le mostraría a Saulo de
Tarso «la necesidad de padecer por su nombre» (Hech. 9:15-16). Por causa del nombre
del Señor, Pablo fue azotado, despreciado, apedreado, injuriado, encarcelado y
perseguido, y por último, decapitado por la espada romana. Pero ahora los maestros de
la prosperidad han hecho discípulos que no quieren «sufrir la sana doctrina»; son los
que «tienen comezón de oír» (2 Ti, 4:3) exclusivamente los mensajes egoístas de los
predicadores diabólicos que «aparentan ser piadosos» (2 Tim. 3:5), y que los “atarantan
de lo lindo” con tanta maraña efectiva y enredo doctrinal. No desean sufrí en el nombre
del Señor, pero sí disfrutar de los placeres terrenales en el “nombre de la carne”, como
lo hacen los más sensuales y egocéntricos hedonistas de este mundo de “las
carnalidades más carnales y protervas”.
Ahora, con relación a las enfermedades, la Biblia no garantiza que Dios las tenga que
sanar en todos los cristianos por “protocolo espiritual”. «Sí sana» o «No sana», depende
de su perfecta y célica voluntad. El ser creyentes no nos hace “inmunes” contra el
cáncer, contra los infartos cerebrales y cardiacos, contra las infecciones, ni ante las
enfermedades degenerativas que pudieran hasta matarnos, en caso de padecerlas como
hijos de Dios. También los buenos cristianos mueren por enfermedades largas y
penosas, crueles y dolorosas. En las congregaciones pseudo cristianas donde se auspicia
la teología de la prosperidad, se le ha metido en la cabeza al creyente que “no es digno
jamás de enfermarse por ser un hijo de Dios”. Que es importante auto declararse
“siempre saludable, mas nunca considerar ni permitir la enfermedad en él, por
autoridad divina”. Jehová le probó a Satanás y a la humanidad entera, después del
abierto desafío del diablo en el tercer cielo, que es posible soportar cualquier prueba,
por más pesada y difícil que pudiera ser, si se ha confiado correctamente en él. Dios
permitió el sufrimiento en Job con la inesperada muerte de sus hijos, con una hostigosa
sarna que se allegó en su cuerpo, con la pérdida de sus propiedades materiales y la de
sus siervos… con las necias presiones de quienes estaban a su alrededor. Durante esta
prueba, Job maduró espiritualmente y Dios lo recompensó con mucho más de lo que
tenía, para fines prácticos, le duplicó las bendiciones materiales, dándole además hijas
muy hermosas. Este es un precioso ejemplo de valor inmedible que ha fortalecido
espiritualmente a los creyentes genuinos de todas las épocas. Por lo contrario, en las
iglesias carismáticas pentecostales, se incita a “prosperar espiritualmente”, pero no con
la Palabra de Dios ni con arduas pruebas, sino con “los bienes que el Señor habrá de
otorgarle a su humilde majada”, los cuales son intrascendentes para la vida de cada uno
de los que con sinceridad creen en Cristo. Pero esto no es lo que dice la Divina
Palabra, sino la influencia doctrinal que se introdujo en esta clase de iglesias que les
gustaría tener lo del “inconverso y envidiado vecino”, y por si fuera poco, en “charola
de plata pura”.
Esta influencia extraña e impía de la que hablamos, y que refuta, según ella, “el
conocimiento de los sentidos”, parte del concepto «gnóstico» que rechaza el mundo
material expresamente, por ser catalogado como “inherentemente malo”; rechaza la
“carne”, porque “es maligna en todo sentido”. Estos falsos maestros promueven que el
mundo físico tiene que ser “ignorado” porque “proporciona señales negativas que
proceden de Satanás”. Lo peor de todo, es que no faltan los muy tontos y supremos
ignorantes en las congregaciones pentecostalistas que admiten este fútil cuento
mixturado, por no tomarse la molestia de analizarlo “con Biblia en mano”. Para los
maestros de la prosperidad, es vital e importante el tenerse en consideración
principalmente el “conocimiento de la revelación”, es decir, la Confesión Positiva, con
el fin de ir más allá de las problemáticas físicas enfrentadas y adquirir lo que se busca
con ambición terrena. Niegan lo que denominan “el conocimiento de los sentidos” ya
que parte del mundo material y a la vez “rastrean” lo que del mundo material emana:
Magistral y mordaz antítesis no deja de ser tal cosa.
Nos es imposible como seres humanos negar o escapar de un mundo en que las
condiciones generales no andan tan bien que digamos, pero sí es posible que
aprendamos a vivir con cordura en su corrupta y destructiva faz, según los lineamientos
establecidos por Dios, con el fin de no contaminarnos de su sensualidad y de su grotesca
maldad. Al respecto, Santiago escribió en su carta: «… y guardarse sin mancha del
mundo» (Stg. 1:27), ya que es inevitable evadirlo. No podemos desechar lo que es
imprescindible para nosotros en este mundo, y es claro y obvio que no hablo de las
banalidades que se desprenden de su esencia, sino a los elementos vitales y necesarios
para el sustento de nuestros cuerpos, como son los alimentos, la luz solar, el aire, el
agua, el vestido, el calzado, y más etcs. La solución no es negar la existencia del pecado
y de la enfermedad; y para esto los maestros de la mortal teología de la prosperidad “se
han pintado de negro como nadie”. La Biblia declara, y esto es para todos los creyentes
en Cristo, que seguimos «pecando», porque «quien dice no haber pecado, es un
mentiroso», y agrego, de gran calibre (1 Jn. 1:10). Pecamos, pero no como antes de
conocer al Señor. El Antiguo Testamento dice que «el que se aparta de sus pecados
alcanzará misericordia, pero si los encubre, no prosperará» (Prov. 28:13). La Biblia
menciona además que «Si confesamos nuestros pecados, el es fiel y justo para
perdonarnos, para limpiarnos de toda maldad» (1 Jn. 1:9). ¿Hay acaso aquí indicios qué
debemos negar el pecado porqué no existe como tal? ¡Por favor, maestros de la
prosperidad, dejen de ventilar pavadas!
Benny Hinn afirmó con pretensiosa locura que “Dios sanó a los creyentes hace dos mil
años de sus enfermedades físicas”, y para que funcione a la perfección es suficiente con
declararlo por “fe” (¿?). Sostiene que “la enfermedad no le pertenece al creyente”, que
“no hay lugar para ella en el Cuerpo de Cristo”. Así qué, como hijos de Dios, no
tenemos derecho a enfermarnos ni tan siquiera por insignificantes catarros pasajeros, ni
por molestas ni húmedas diarreas, ni por dolores articulares causados por artritis o por el
cansancio extremo. Y cómo la muerte, que surgió por el pecado del hombre, es
producida tantas veces por enfermedades incurables o descuidadas, es lógico suponer
que tampoco tendríamos el “derecho”, según la tónica de estos abyectos maestros, “ni
para morirnos”; entonces, ¿cómo es qué los creyentes fieles del mundo entero continúan
falleciendo por distintas enfermedades de pronóstico sombrío? ¡Qué infantilismo el de
Hinn! Este es el resultado de concientizar con liviandad lo que no es viable
bíblicamente, pero sí por medio de la Confesión Positiva, cuyo origen es pagano. La
falta de interés para analizar el verdadero contexto de los versos utilizados por esta
sarta de hienas y patanes para sus propias ganancias ha desviado a un incalculable
puñado de personas del camino de la sana doctrina y de la salvación, por admitirse sin
juicio dogmas «sin sangre», «sin amor al prójimo», «sin redención», «sin escrituras»,
«sin santidad», y «sin Reino».
Tenemos que entender que los seres humanos, todos, cristianos o no, somos parte de una
creación maldecida por causa del pecado. El hombre nace y morirá a su debido tiempo:
sea quien sea. Sabemos que en edad avanzada la visión merma y los ojos exigen gafas
para ayudarse a ver adecuadamente. El caminar se dificulta por el desgaste articular, por
lo que se utilizan bordones o bastones; y si es muy severo, habrá que sentarse en sillas
de ruedas. El cuerpo se cansa y degenera con los años, los órganos vitales dejan de
funcionar como debe ser: viene la falla multi orgánica… y perecemos
irremediablemente.
Una pequeña semblanza de lo visto: Los maestros del Nuevo Pensamiento, como los de
teología de la prosperidad, los de la súper Fe, concuerdan que por medio de
“afirmaciones mentales” se puede controlar cualquier situación física. Este sombrío
movimiento se caracteriza en confesar por “fe” como “tener ya lo que todavía no se
tiene, lo que es deseado”. Los maestros de la prosperidad le “aseguran” al creyente que
tendrá salud corporal y prosperidad material indefinida con la Confesión Positiva; le
afirman que nunca jamás habrá de enfermarse; que será un hijo de Dios victoriosos ante
las adversidades de la vida con simple hecho de “confesarlo”, de “decláralo por fe”.
Pablo nos otorga un clarísimo ejemplo en una de sus cartas que «había aprendido a estar
contento en cualquier situación vivida» (Fil. 4:11-13). Los maestros de la prosperidad y
del pensamiento positivo no parecen estar muy contentos con esta clase de textos
bíblicos, simplemente porque no los pueden tergiversar; así que los evitan para no
contradecir sus absurdas y ridículas ideas.
El cristiano que está embaucado en este asunto que reta a Dios a manifestar su ira y
enojo, tendrá que pensar doblemente que «si no recibe bendiciones materiales en esta
vida», sí tendrá «unas incomparables en el Reino de Dios venidero». Léalo en Ro. 8:17-
18, amable lector. Es verdad que hay buenos cristianos que poseen hartas riquezas, pero
las utilizan en la obra divina, para difundir el verdadero evangelio de la salvación. Hay
que pensar además que no todo cristiano es rico en lo material, pero sí en el sentido
espiritual, que es mejor que las riquezas que el mundo ofrece y en las que regularmente
está implicado el diablo para desviar a los hombres a la perdición. Tal es el caso de los
maestros de la prosperidad: Unos inigualables títeres de Satanás que se están ganando la
adustión postrera, si no se despiertan para apreciar su lamentable error.
Dios nos muestra en la Biblia para que aprendamos a orar por nuestras necesidades,
para que nos supla lo que realmente requerimos, según su soberana voluntad. La Biblia
nos muestra que debemos de trabajar para adquirir lo que necesitamos, es decir, lo que
está dentro del margen de la sensatez bíblica, y para ayudar con lo que ganamos de
nuestro esfuerzo a otros que requieran ayuda (Ef. 4:28). «Todo trabajo dignifica, cuando
es honroso». La Biblia nos exhorta a que «estemos contentos con las provisiones más
básicas en vez de estar buscando sin razón las riquezas innecesarias del mundo» (1 Ts.
4:9-12).
Acuerdo con lo que dice cierto autor, cuando escribe que en países donde hay
prosperidad, no es difícil predicar mensajes que promulgan que “Dios desea hacer ricos
a sus hijos”; pero la cuestión es, ¿qué hay de los lugares dónde reinan el hambre, la
pobreza y la persecución de la Iglesia? Yo creo que los maestros de prosperidad no
cabrían en estas partes en que la miseria y el hambre imperan. Se carcajearían de ellos
en sus mismas caras por causa de sus increíbles ficciones predicadas. «Una doctrina
bíblica debe ser aplicable universalmente», dice el autor.
En la Inmaculada Palabra no hay nada que apoye que debemos de “confesar
positivamente” para hacernos de “trivialidades materiales”. La Biblia nunca nos enseña
a obligar a Dios para que nos cumpla lo que la “regalada gana” nos exija. En Jn. 3:3
tampoco encontramos una promesa de prosperidad económica que habrá de
condensarse por medio de la Confesión Positiva.
Amados: engan cuidado con los falsos maestros de la prosperidad que predican
doctrinas de lóbregos horizontes terrenales, que pondrán a muchos, si no renuncian a
sus mentiras, en el propio lago que arde con azufre y fuego.
Para reflexión:
« Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos
maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al
Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina. Y muchos
seguirán sus disoluciones, por causa de los cuales el camino de la verdad será
blasfemado, y por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas. Sobre
los tales ya de largo tiempo la condenación no se tarda, y su perdición no se duerme» (2
P. 2:1-3).
LA CONFESION POSITIVA
Analicemos si, realmente ¿Todo lo que dices recibes?
Dice la Biblia que Satanás se disfraza como ángel de luz (2 Cor. 11:13 -
15) El Diablo no es tonto, y va a engañar de la mejor manera: ¿Cuál es
esa? Engañando ¨”Con la verdad” sacándola de contexto y con la Biblia
bajo el brazo y su objetivo principal es engañar a los hijos de Dios.
Es verdad que en las Sagradas Escrituras se habla de la importancia de
algunas cosas que se confiesan con la boca. Pero, curiosamente, eso que se
debe confesar es el señorío de Jesucristo, y su obra redentora en favor
nuestro: Romanos 10:9, 1ª Reyes 8:35, 2ª Crónicas 6:24, Mateo 10:32, Lucas
12:8, etc., y otra clase de confesión, netamente bíblica, como es la de los
pecados, para salvación: Levítico 5:5, 1ªJuan 1:9, Nehemías 9:2, Salmos
32:5, Mateo 3:6, etc.
Es también cierto que uno como cristiano debe vivir con la fe que El Señor
está con nosotros en todo momento porque El asi lo prometió por lo tanto no
debemos andarnos quejando y diciendo que nos va mal como los que no
tienen ninguna esperanza. No se trata de ser pesimistas sino creer en “la
verdad”, que es lo que dice la Biblia.
A esto es lo que llamamos FE sobre FE. Lo que dices sucede porque tienes
poder en tu palabra , “no el poder de la palabra de Dios, sino el poder de la
palabra de uno”, y aquí lo que están diciendo tácitamente es que Dios se ve
"obligado" a hacer lo que uno dice con "fe". por eso se llama fe sobre fe por
que no es fe en Dios sino fe en lo que dije por “fe”.
Esta seudo-doctrina presentada por sus defensores como un gran hallazgo de
hombres de Dios iluminados por una nueva revelación, no es por cierto nada
nuevo. Al fin, deberíamos creer que no hay nada nuevo debajo del sol...
¿Quiere decir que entonces Jesús, y sus discípulos eran personas que
confesaban muy negativo?
Juan dijo “…el mundo entero está bajo el maligno (1 Juan 5:19b)
Ojo, otra vez… que no dice por “mi palabra” sino POR LA PALABRA DE
DIOS.
Cuando Noé sube al arca, y antes, cuando la construye (Génesis 6 y 7.) ¿No
estaba respondiendo a una palabra de Dios?
¿Qué decir de Moisés, Gedeón, Sansón, David y otros grandes héroes que
figuran la galería de Hebreos 11?
Leamos atentamente algunos textos: Ecles. 7:14, Isaías 45: 9--12, Deut.
4:39, 1ª Crónicas 29:12, Job 9:12, Sal 29:10, 135:6, Dan 4:35, 2º Rey 19:28,
Rom. 9:19, etc.
En todos ellos, y en muchos otros que podríamos citar, se aclara que por
sobre lo que creemos, o pretendemos creer, está Dios, sentado en su trono,
decidiendo lo que es bueno o no para sus hijos.
Esto es, en el claro lenguaje del apóstol Pablo, y representan "un evangelio
diferente", el que verdaderamente es cualquier cosa, menos evangelio (Gá.
1:6-7)
¿Desear cosas? ¿Anhelar cosas? ¿Esperar cosas? ¿Orar por ellas? Esta muy
bien, ¿A quién otro podríamos recurrir?
… Pero nunca creer que nuestra palabra o nuestro poder puede realmente
traer a la realidad lo que deseamos, como, tristemente, enseña en su libro La
cuarta dimensión, Yonggi Cho.
Respuesta: La confesión positiva es la práctica de decir en voz alta lo que desea que
pase con la esperanza de que Dios lo haga realidad. Es popular entre los seguidores del
evangelio de la prosperidad, quienes afirman que las palabras tienen poder espiritual y
que, si decimos en voz alta las palabras correctas con la fe correcta, podemos obtener
riquezas y salud, atar a Satanás, y lograr cualquier cosa que queramos. Confesar
positivamente es decir palabras que creemos o queremos creer, haciéndolas realidad.
Esto se opone a la confesión negativa, que consiste en reconocer dificultades, pobreza y
enfermedad y, por lo tanto, (supuestamente) aceptarlas y rechazar la comodidad, riqueza
y salud que Dios ha planeado para nosotros.
Hay varias cosas equivocadas con esta filosofía. Lo más peligroso es la creencia de que
las palabras tienen una especie de poder mágico espiritual, que podemos utilizar para
conseguir lo que queremos. La práctica no se obtiene de verdades bíblicas, sino de un
concepto de la nueva era llamado la "ley de la atracción". Enseña que "los polos iguales
se atraen", una declaración o pensamiento positivo atraerá una reacción positiva. Todo
está impregnado de la presencia y el poder de Dios, no de "Dios" como el creador
omnipresente, sino de un "dios" en una forma hinduista/panteísta. El resultado claro es
la idea de que nuestras palabras tienen el poder para obligar a Dios que nos dé lo que
queremos (una creencia herética). Adicionalmente, los resultados que se atribuyen a la
confesión positiva son empoderados por la fe de la persona. Esto conduce a la antigua
creencia de que la enfermedad y la pobreza son un tipo de castigo por el pecado (en este
caso, la falta de fe). Juan 9:1-3 y todo el libro de Job refutan esto.
Otro problema con la confesión positiva es que, a pesar de que se entiende que las
"confesiones" se refieren a las cosas en el futuro, muchas de las afirmaciones son
simplemente mentiras. Sin duda, el afirmar verbalmente la fe en Dios por parte de
alguna persona y la liberación por medio del sacrificio de Jesús, es bueno, el proclamar:
"Yo siempre obedezco a Dios", o "Yo soy próspero", es algo engañoso y muy
posiblemente está en contra de la voluntad de Dios a la cual estamos llamados a
aferrarnos. Las "confesiones" acerca de otras personas son particularmente
preocupantes. Dios nos ha dado a cada uno de nosotros la libertad para servirle o para
rebelarnos contra Él de manera individual; afirmar lo contrario es una necedad.
Finalmente, la biblia es muy clara en que "la confesión negativa" no niega las
bendiciones de Dios. Los Salmos están llenos de clamores a Dios para obtener
liberación, y en el Salmo 55:22 y 1 Pedro 5:7 se nos exhorta a seguir ese ejemplo.
Incluso Jesús fue ante el Padre celestial con claridad sobre la situación y solicitando una
ayuda (Mateo 26:39). El Dios de la biblia no es un Santa Claus cósmico (Santiago 4:1-
3). Él es un Padre amoroso que quiere estar involucrado en las vidas de Sus hijos, en lo
bueno y en lo malo. Solo cuando nos humillamos a nosotros mismos y le pedimos
ayuda, es que Él nos liberará de las circunstancias o nos dará la fortaleza para
atravesarlas.
¿Tienen algún valor la confesión positiva? En cierto modo, aquellos que confían en que
pueden resolver un problema, generalmente están más relajados y son más creativos. Se
ha demostrado que un estado de ánimo optimista mejora la salud. Y las personas felices
suelen tener suficiente distancia emocional entre ellos mismos y los demás para darse
cuenta de pistas sutiles que podrían conducir al éxito de las operaciones comerciales y
personales. Además, cuando alguien expresa constantemente los objetivos, estos se
mantienen a la vanguardia; aquellos que constantemente piensan en conseguir más
dinero, actuarán como corresponde.
Los peligros de la confesión positiva superan ampliamente los beneficios. Todas las
ventajas que hemos enumerado son psicológicas y de alguna manera fisiológicas, no
espirituales. El único beneficio espiritual que se tiene, es el hecho de que las personas
que esperan que Dios se mueva, son más propensas a ver la mano de Dios en las
situaciones. Pero las palabras no son magia. Nuestra función con nuestro Padre Celestial
no es exigirle, sino pedirle ayuda, confiar y darnos cuenta de que nuestras bendiciones
no dependen de la fortaleza de nuestra fe, sino de Su plan y Su poder.