Tate, James - Río Perdido, Trad. Brianda Pineda Melgarejo (OCR)

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Río Perdido

Río Perdido
James Tate

TextJockeys
México, 2019

Título original: Lost River, 2003

Traducción de Brianda Pineda Melgarejo

Imagen de portada: New York Movie, 1939


(Edward Hopper, 1939)

Diseño: Pierre Herrera

Este libro sólo pretende una circulación libre y en español


de la obra de James Tate.

Edición publicada con Licencia de Producción de Pares.

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James Tate

Río Perdido
Traducción de Brianda Pineda Melgarejo
La memoria de los peces

Stanley se tomó el día libre en la oficina


y pasó todo el día hablando con los peces en
su acuario. Al pequeño pez gato escabulléndose
por el fondo le dijo, «Convierte en vacío esa escoria,
muchacho. Succiónala, es tu trabajo.» Al delgado
pez lápiz que nadaba por ahí le dijo, «Garabatea,
garabatea, garabatea. Escríbeme una novela, nariz-
de aguja.» El pez ángel ejecutó un particular y magnífico
giro a la izquierda y Stanley dijo, «No eres
un ángel, pero seguro puedes manejar.» A la hora de comer
hizo una pausa y se preparó un sándwich de atún
sin dejar escapar la ironía de todo esto. Oh no,
se sumergía en él, saboreando cada mordida. Luego
regresó a su silla justo enfrente de la pecera.
Una multitud de peces neón lo distrajo. «¿Qué creen
que es esto, ¡Times Square!?» gritó. Y así
transcurrió toda la noche. A la mañana siguiente
Stanley estaba terriblemente avergonzado por su conducta
y se disculpó una y otra vez con los peces,
pero ellos nunca lo perdonaron. Se había
burlado de su gran pececidad, y para eso
no existe perdón.

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La única pero perfecta tarde en el lago

El fin de semana fuimos al lago. Acabábamos


de regresar de un paseo en canoa. Habíamos
visto somormujos, un par de ciervos y un Águila.
Cleo se estaba bañando y yo acababa de abrir
una botella de vino. Había fuego
en la chimenea. Trabajé muy fuerte por
todo esto, pero seguía sintiéndome el hombre
más afortunado sobre la tierra. Cuando Cleo
volvió a mi lado supe que era verdad. Estaba radiante.
«Fue un gran día, mi amor,» dijo, «gracias.» «Tú haces
que lo sea, no sé cómo agradecértelo,» dije. Nos serví
un poco de vino y miramos el fuego. Una hora
después alguien llamó a la puerta. Resultaba un tanto
desconcertante porque hay muy poca gente
por esta zona. Miré a Cleo y ella se encogió
de hombros e hizo una mueca. Abrí
la puerta y encontré a un guardabosques ahí
de pie. «¿Ustedes son Eric y Cleo Martin?» preguntó.
«Sí, señor,» respondí. «¿Hay algún problema?»
«Quedan arrestados,» contestó.
«¿Por qué demonios?,» pregunté, absolutamente
confundido. «Demasiada felicidad,» respondió.
«La gente de los alrededores ha registrado varias
denuncias, y hay leyes que limitan este tipo
de comportamiento en el lago. Ambos tendrán
que acompañarme.” “¿Es acaso una broma?»
pregunté. «Déjeme buscar en mi libro,» replicó.

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Y entonces sacó de su abrigo un libro grueso
de cuero y cambió cuidadosamente de páginas
hasta encontrar la entrada correspondiente.
La estudió un minuto o más, deslizando
su dedo sobre la página. Finalmente
dijo, «Sí, en efecto, esto es una
broma, pero soy incapaz de determinar
de qué tipo. Está bien. ¿Les importaría
si no puedo decirles a qué clase pertenece?»
Miré a Cleo. «No nos importa. Muy bien,
buenas noches, oficial. Pase una buena noche.»
«Y ustedes, amigos, vuelvan a ser felices,»
dijo. «Buenas noches.»

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Nunca hay suficientes dardos

La semana pasada un oso caminó por la ciudad.


Uno grande, inmenso, un macho. Entró por
la puerta de la pizzería y se comió toda
la pizza que había en los platos de los clientes. Todos
se quedaron sentados con la boca abierta, sorprendidos.
Después caminó calles abajo y entró
en el puesto de hamburguesas e hizo lo mismo.
El jefe de cocina llamó a la policía. La policía
vino enseguida, pero habían usado todos sus dardos
tranquilizantes la noche del último viernes en la preparatoria
durante un partido de fútbol. Así que persiguieron
al oso a una distancia prudente. Cuando el oso
quedó satisfecho buscó cómo volver a casa. Las
personas con las que hablé parecían encantadas
de volver a la normalidad. Mientras tuvieran
mucha comida no iban a quejarse.

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La mejor de las celebraciones

Justine llamó en Navidad para decir


que estaba pensando en suicidarse. Contesté,
«Estamos abriendo los regalos, Justine.
Podrías llamar más tarde, claro, si
aún sigues viva.» Estaba muy enojada conmigo
y me dijo una de cosas que por dignidad
prefiero no repetir. Le colgué y regresé
a la tarea dichosa de abrir regalos. Todos
parecían encantados con lo que les tocó, sin duda
me contaba entre ellos. Arrojé más leña
al fuego, y entonces volvió a sonar el teléfono.
Esta vez era Hugh que acababa de tomar todas
sus píldoras disueltas en un litro de ginebra.
«Ve a dormir, Hugh,» dije, «apenas puedo
entenderte, tu pronunciación es terrible. Háblame
mañana, Hugh, Feliz Navidad.» En el horno
el asado olía delicioso. Los niños jugaban
con sus juguetes nuevos. Loni me estaba dando un
gran beso navideño cuando el teléfono sonó de nuevo.
Era Debbie. «Te odio,» dijo. «Eres el peor ser
humano sobre el planeta.» «Tienes toda
la razón,» respondí, «es algo que siempre he sabido.
No tiene importancia, Feliz Navidad, Debbie.»
A mitad de la cena el teléfono sonó otra vez, pero
ahora contestó Loni. Cuando volvió a la mesa
estaba pálida. «¿Quién era?» pregunté.
«Mi madre,» replicó. «¿Y qué
te dijo?» pregunté. «Me dijo que no es
mi madre,» contestó.

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La florería

Recordé que faltaban sólo dos días para el día


de la madre, así que fui con el florista y le dije, «Me
gustaría enviar una docena de rosas rojas de largos
tallos a mi madre.» Él me miró y dijo, «Mi madre
está muerta.» Sentí que era poco profesional de
su parte, así que pregunté, «¿Cuánto le debo?»
Se secó los ojos y contestó, «Oh, no te preocupes.
Lo superé, de verdad. Además ella nunca me amó,
¿por qué voy a llorar?» «¿La entrega puede ser el jueves?»
pregunté. «Ella odiaba las flores,» dijo. «No conocí
a ninguna mujer que odiara las flores como ella.
Quería que fuera dentista, como su padre.
Ya te imaginarás, torturando gente todo el día.
En cambio, decidí darles placer. Me desheredó.
Aún la extraño,» y comenzó a llorar
de nuevo. Le ofrecí mi pañuelo y sonó
su nariz amablemente. Mi enojo se había convertido
en auténtica compasión. Este joven era un desastre.
No sabía qué hacer. Finalmente dije, «Escucha,
¿por qué no envías una docena de rosas a mi madre? Puedes
llamarla y decir que eres mi amigo. Mi madre
ama las flores, y te amará por enviárselas.»
Dejó de llorar y me miró con el ceño fruncido.
«¿Es alguna clase de broma? Una trampa o algo así
para verme envuelto en una de esas cosas sobre madres,
porque si es así, digo, me libré de una, y no puedo
soportarlo, una vez más quiero decir, soy menos fuerte
de lo que parezco….» «Olvídalo,» dije, «fue una mala idea,

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en realidad no pienso enviar ningunas flores a mi madre
este año, también fue mala idea. ¿Estarás bien si me voy
ahora? Tengo cosas que hacer, pero si me
necesitas puedo quedarme.» «Sí, ojalá pudieras
quedarte conmigo un rato. Mi nombre es Skeeter y el día
de la madre resulta siempre una tortura para mí. Cada día
que pasa la extraño más,» dijo. Y nos quedamos ahí
sentados tomados de la mano una hora o más, hasta que
seguí mi camino hacia la lavandería, el banco y la gasolinera.

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Río Perdido

Jill y yo habíamos manejado por horas


por los angostos caminos de terracería sin ver
ningún otro auto o alguna tienda de cualquier
tipo. Intentábamos llegar a un pueblo
llamado Río Perdido y nos quedaba poca gasolina.
Había un hombre ahí que poseía un ala de
pterodáctilo y nos dijeron que podría vendérnosla.
Dicen que está harto de ella. Finalmente, veo
una troca vieja avanzando detrás de nosotros, freno
y salgo del auto mientras saludo con la mano. El
hombre pasa de largo, pero cambia de opinión
y se detiene. Le pregunto si sabe cómo llegar a
Río Perdido y dice no haber escuchado nunca de él,
pero nos indica cómo llegar al pueblo más cercano
llamado El Último Supermercado. Le doy las gracias
y llegamos muy pronto ahí, forman el lugar tres
remolques y una tienda muy pequeña. El dueño
es un anciano casi ciego, pero está feliz de
conocernos y nosotros de verle. Le pregunto
si sabe cómo llegar desde ahí a Río Perdido.
Él duda un momento, después dice, «No hay forma
de ir a ese sitio, a menos que vayan caminando.
No hay un camino trazado. ¿Por qué alguien
querría ir a Río Perdido?, no hay nada allí.»
«Hay un hombre ahí que tiene un ala
de pterodáctilo que podría estar dispuesto a vender,»
dije. «Demonios, te venderé la mía. No quiero
verla más, puedo deshacerme de ella,» dijo.

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Jill y yo nos miramos a los ojos, incrédulos. «Bien,
nos encantaría verla,» le digo. «No hay problema,»
contesta, «está en la parte trasera de la tienda.»
La sacó y era hermosa, delicada y real,
puedo asegurarlo. El pie aún conserva
las garras. Estamos boquiabiertos y a la vez
aterrorizados de sostenerla, aún cuando él
nos la entrega con confianza. Mi cuerpo entero vibra,
como si fuera un arpa de tiempo. Estoy avergonzado,
pero finalmente le pregunto cuánto quiere por ella.
«Oh, puedes llevártela. Siempre me trajo suerte, pero
he tenido toda la suerte que necesito,» respondió. Jill
lo besó en la mejilla y yo le di un apretón de manos
agradeciéndole. Mañana iremos a Río Perdido.

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Su número disminuyó

Judd estrelló su auto la otra noche mientras viajaba


de su casa a la mía. Atravesó una zona
de hielo negro y el auto giró fuera de control
y chocó contra un árbol. Por fortuna no resultó herido,
y la policía no presentó ningún cargo
en su contra. Cuando me contaba esto
a la mañana siguiente, se quedó callado un momento, y
luego dijo, «Creo que atropellé a tres niños.»
Quedé perplejo porque Judd es, en gran medida,
un hombre muy sano. «Pero, Judd,» dije, «la
policía estuvo ahí, levantaron un reporte. Créeme,
no atropellaste a nadie.» «Cuando el auto giraba,»
dijo, « pude ver la carne de sus rostros en
los faros. Había terror en sus ojos.
Me miraron de frente. Los vi, de verdad,
lo hice.» «Todo esto es comprensible,»
dije, «por el pánico y el miedo que sentiste,
pero, Judd, en serio, tú no atropellaste a ningún niño.»
Atribuí al shock el estado irracional
de su mente y asumí que pasaría pronto. Pero
no fue así. En unas semanas comenzó a llamar
a los niños por sus nombres —Tess, Marla y Cliff.
Dejé de protestar. Era realmente muy
convincente. Me contó episodios de sus
vidas. Nunca mencionó a sus familias. Como
si se tratara de unos niños callejeros, jugando
sus juegos inocentes, aguardando su tiempo, y esperando
siempre que el auto de Judd choque contra el hielo negro.
Finalmente, Judd enmarcó algunas de sus fotografías,
y al verlos los reconocí de inmediato.

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Ganas de vivir

Verónica tiene el mejor departamento de la ciudad.


Está en el tercer piso y cuenta con enormes
ventanales blindados que dan directo a la plaza.
Tiene una vista de águila de todos los manifestantes,
las ferias, los amantes, las personas que comen en bancas
de parque; en general, la crema y nata de
la ciudad. Entre más miraba Verónica todos esos pequeños
dramas, menos deseos tenía de salir
y ser ella misma. La llamaba de vez
en cuando, pero su conversación consistía en
describir lo que pasaba en la plaza.
«Ahora él la besa y le dice adiós. Está subiendo
al autobús. El autobús se aleja.
Espera un minuto, ella va tomada de la mano
de otro muchacho. ¡No lo puedo creer! Esta gente
se comporta como basura. Hay una anciana
muy pequeña con un acompañante intentando entrar
a la librería, pero ella no deja de detenerse a mirar
sobre su hombro. Piensa que la están
siguiendo.» «Verónica,» le dije, «me estoy muriendo.»
«En el bebedero público discuten dos de los abogados
más ricos y asquerosos de la ciudad.
Están gritando, casi puedo
escucharlos. Ay dios mío, uno de ellos empujó
al otro. Esto es increíble, Artie. Deberías estar
aquí,» responde. «Verónica, la guerra contra Inglaterra
ha sido declarada. ¿Lo sabías?» pregunto.

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«Me da gusto, Artie,» contesta. «¿Recuerdas
a la chica que besó al tipo que subió al autobús
y luego se fue de inmediato con otro tipo?
Bueno, ahora coquetea con el cuidador de autos
y a él parece gustarle porque hace lo mismo.
Rompió el ticket que había hecho para ella.
Realmente comienza a caerme bien esta chica.»
«Me da gusto, Verónica,» le digo. «¿Por qué no
miras si tus pequeñas bragas están mojadas
aún?» y cuelgo, y no creo que se de
cuenta siquiera. Me pregunto si debería
preocuparme por ella. En el fondo no.
Verónica tiene el mejor departamento de la ciudad.

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Ocurrió así

Estaba afuera de la Rectoría de Santa Cecilia


fumando un cigarro cuando a mi lado apareció un cabrón.
Su pelaje era blanco y negro, salpicado de marrón
aquí y allá. Cuando comencé a alejarme,
me siguió. Estaba divertido y encantado pero me pregunté
qué decían las leyes sobre el tema. Existe una ley
de correa para perros, ¿pero qué hay de los cabrones?
La gente me sonreía y admiraba al cabrón. «No es mío,»
expliqué. «Es el cabrón del pueblo. Sólo tomo mi turno
y lo cuido.» «No sabíamos que teníamos un cabrón,»
dijo uno de ellos. «Me pregunto cuándo será mi turno.» «Pronto,»
respondí. «Sé paciente. Tu tiempo se acerca.» El cabrón
permaneció a mi lado. Se detenía cuando yo me detenía. Me
miraba y yo me perdía en sus ojos. Sentí que él sabía
todo lo esencial sobre mí. Avanzamos. En su ronda
un policía nos miró de los pies a la cabeza. «Qué cabrón tan fino
y poderoso tienes ahí,» dijo, deteniéndose a admirarlo.
«Es el cabrón del pueblo,» respondí. «Su familia lleva
trescientos años con nosotros,» dije, «desde el comienzo.»
El policía se inclinó para tocarlo, pero se detuvo
y me miró. «¿Te molesta si lo acaricio?» preguntó.
«Tocar a este cabrón cambiará tu vida,» contesté.
«Es tu decisión.» Lo pensó arduamente por un minuto,
después se puso de pie y dijo, «¿Cuál es su nombre?» «Es
llamado el Príncipe de la Paz.» Respondí. «¡Dios mío!
este pueblo es como un cuento de hadas. Donde sea que uno mire

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hay misterio y maravilla. Y yo soy apenas un niño jugando policías
y ladrones por siempre. Por favor perdóname si lloro.» «Lo perdonamos,
Oficial,» contesté. «Y comprendemos porqué usted, más
que nadie, no debe tocar jamás al Príncipe.» El cabrón
y yo echamos a andar. Estaba oscureciendo y comenzábamos
a preguntarnos dónde pasaríamos la noche.

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Angelical

Acompañé a mi hija Kelsey a la estación


de tren. Cuando el tren se alejaba, nos dijimos adiós
con las manos. Nunca volví a verla.
Ella se convirtió en la primera mujer en llegar a la luna.
Nadie sabe cómo llegó ahí. Y nunca
regresó, hasta donde yo sé. Nunca me escribió
una carta, nunca llamó. Sólo espero que sea
feliz, mi rayo de luna. Cada noche miro por mi telescopio.
He visto dinosaurios, leopardos de las nieves, flamingos.
Vi a un perro cíclope meneando la cola. Vi una
camioneta de correos. Vi un velero, pero, claro,
no hay agua. Vi una señal de agua apuntando
hacia la tierra. Vi una señal de hamburguesas
apuntando hacia la tierra. Y vi a una niña pequeña
caer de su triciclo. Un puf de polvo de mandarina
atómica, eso es todo. Nunca vi a la niña de nuevo.
Las ruedas del triciclo arruinado siguen girando.
Duerme, le digo, duerme, pequeño ángel.

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Estar en más de un lugar a la vez

Di un paso y miré alrededor. Nadie


observaba, así que di otro paso. Eché un vistazo
a la tierra, miré el cielo. Todo
parecía estar en orden, así que di otro paso,
casi un brinco. Una mujer caminó hacia mí
y dijo, «Eso fue lindo.» «Gracias,» contesté,
«mira esto,» y di un salto alto en el aire.
«No exageres,» dijo. Se me caía
la cara de vergüenza. Permanecí ahí
media hora, sin moverme, respirando apenas.
Un policía se acercó y dijo, «estás haraganeando.»
«No estoy haraganeando,» respondí «estoy tratando
de ubicarme. De ajustarme a las corrientes.»
«Es mi error,» dijo. «Tienes toda la pinta
de un vagabundo.» «Es la niebla,» dije.
Cuando se fue, di un paso y miré
a mi alrededor. Pude ver una ciudad dorada y vasta
en el horizonte. No, es sólo la niebla, pensé,
y, para mi sorpresa, di un salto hacia atrás.

22
El hombre del incienso

Un hombre estaba vendiendo incienso afuera


de la tienda de cigarros. «Es muy romántico,» me dijo.
«No lo soporto,» contesté. «Las mujeres lo
aman,» dijo. «les da ganas de hacer el amor.»
«No a las mujeres que conozco. Esa cosa las haría
abandonarme a mi suerte en un segundo,» respondí.
«Entonces no conoces a la mujer correcta. Puedo
presentarte alguna. Todas ellas aman esta cosa,»
dijo. Comenzó realmente a sacarme de quicio.
«¿Qué eres, una especie de chulo? Vas por la
calle ofreciendo esta mierda, y después
intentas vender mujeres como si nada,» le dije.
«No dije nada sobre vender mujeres. Dije que
podría presentarte alguna, una de verdad
a la que le guste hacer el amor mientras huele
este hermoso incienso. No es un crimen, intentaba
ser amable y mira cómo has respondido,
llamándome chulo. Si no fuera un tipo adorable
y pacífico, te patearía el trasero,» dijo. Un anciano
en muletas se cayó al cruzar la calle. «¿Cuánto
te debo?» pregunté. La gente lo ayudaba
a levantarse. Sus mejores días se habían ido, tenlo
por seguro. Pero parecía decidido a llegar a algún lugar.
«Cien dólares cada varita, por ser para ti,» respondió.
«Vamos,» dije, «siento haber dicho lo que
antes dije. Hagamos como que no pasó nada. De verdad

23
me gustaría comprar unos cuantos,» le dije. «¿Cómo
crees que me hace sentir vender esta porquería,
eh? Soy un hombre mayor y estoy vendiendo incienso
en la calle. ¿Es una linda imagen? ¿Quieres
ponerte en mis zapatos?» preguntó. «Lo siento, hombre,»
contesté, y me alejé caminando. Una bandada de pichones
se posó en lo alto del First National Bank y echó
a volar de repente, y yo pensé, este día aún no
acaba.

24
Bisonte suburbano

Joshua y yo decidimos ir al boliche.


Ninguno había jugado en años, ni siquiera
nos gustaban los bolos, era absurdo.
Manejábamos hacia la ruta 9 cuando vimos
una manada de búfalos. Estaban pastando en la nieve,
y algo de sus cabezas imposibles me hizo
contener la respiración. Giré el volante hasta
salir del camino. «¿Por qué están aquí?» preguntó Joshua.
«Creo que se trata de una broma cruel,» respondí.
«Pues no es divertida,» dijo. «Son demasiado
majestuosos. Se supone que el Búfalo deambula,
eso dice la canción, no se queda acorralado
en un sitio para que los turistas lo vean,» dijo.
«Esto es mejor que los bolos,» dije. Y nos quedamos
ahí sentados más de una hora contemplando
la vida del búfalo posmoderno, deconstruyendo
a los suyos, y consiguiendo que nunca
vuelvan a estar juntos.

25
En busca de

Angela se la pasaba durmiendo todo el tiempo, excepto


por algunas comidas rápidas y uno que otro baño. Cuando
comíamos juntos apenas y podía hablar. Finalmente
sentí que debía decir algo. «Angela,» le dije,
«no creo que esto sea bueno para ti. Necesitas
hacer ejercicio. Y tu mente….» «Estoy buscando
algo,» respondió, «algo que cambiará nuestras
vidas. Y estoy muy cerca. Quizá lo encuentre
en menos de una semana. Por favor, confía en mí,
tenme paciencia,» dijo. «¿Qué es, Angela?
¿Qué es lo que buscas?» pregunté. «No puedo
decírtelo.Traería mala suerte. Tienes
que creérme,» dijo, y volvió a la cama.
La semana que siguió hablamos poco.
Al día siguiente saltó de la cama, se bañó,
se arregló, y dijo que estaba hambrienta. Cocinó
un enorme platillo y lo devoró todo casi
sin respirar. «Bien, ¿lo has encontrado?» pregunté.
«Sí, pero era falso,» contestó. «¿Cómo creías
que iba a ser?» pregunté. «Creí que se trataba
de un dedo de San John el Enano enterrado
en la parte de atrás bajo el árbol de tulipán, puesto ahí
por merodeadores Bereberes hace quinientos años.
Pero resultó ser sólo una cuchara de plástico,»
contestó. Hice una pausa para dejar que todo se hundiera.
«Imagínate,» dije, «un pequeño trozo de John el Enano
en nuestro jardín. Y esos merodeadores Bereberes.
Ahora sé por qué estabas tan excitada.»

26
Reglas bancarias

Estaba formado en la fila del banco y


enfrente de mí un muchacho tarareaba. La
fila era larga y lenta, así que después de un
tiempo el tarareo comenzó a irritarme. Así que
le dije, «Disculpa ¿podrías dejar
de tararear?» Y él contestó, «¿Estaba tarareando?
lo siento, no me di cuenta.» Y de inmediato
volvió a hacerlo. Le dije, «Señor, está
tarareando de nuevo.» «Yo, tarareando,» dijo,
«no lo creo.» Y entonces volvió a
hacerlo. Estuve a punto de golpear a alguien. Fui,
de inmediato, a buscar al gerente. Le dije, «¿Ve
a ese hombre del saco azul?» «Sí,»
contestó, «¿qué pasa con él?» «No deja
de tararear,» respondí. «Se lo pedí amablemente
varias veces, pero no deja de hacerlo.» «Tararear
no es un crimen,» dijo. Volví a la fila
y tomé mi lugar. Escuché, pero
nada salía de su boca. Le pregunté,
«¿Estás bien, amigo?» Me miró ligeramente molesto,
y no respondió nada. Me sentí ignorado.
El gerente del banco caminó velozmente hacia mí
y me dijo, «Señor, ¿está consciente de que usted
se siente ignorado?» Dije que lo estaba.
Y él agregó, «Me temo que nosotros no permitimos
ese tipo de comportamiento en este banco. Tengo
que pedirle que se vaya.» Silbaba fuera de mí
el aire, casi me había ido.

27
El hombre de Heather

Un hombre me abordó en la calle y dijo,


«¿No eres Victor Hewitt?» «Ese soy yo»,
contesté, «¿cómo lo supiste?» «Soy amigo
de Julian,» respondió. «No conozco a ningún Julian,»
le dije. «Amigo de Julian y de Heather,» dijo.
«¿Heather Eston?» pregunté. «Sí, creo que así
se llama,» contestó. «¿Y por qué me has detenido?»
pregunté. «Heather me mostró una foto tuya,» dijo.
«¿Heather tiene una foto mía? Apenas y conozco
a Heather Eston,» dije. «Sí, además es una foto
muy divertida. Sales con una fruta en la cabeza
o algo así,» dijo. «Nunca he llevado una fruta
en la cabeza,» dije, «no es algo que yo
haría. Soy un chico serio, no pongo fruta sobre mi
cabeza.» «No importa,» contestó. «Heather dijo que quizá
conozcas a alguien que pueda ayudarme con un trabajo.»
«¿Qué clase de trabajo?» pregunté. «Sólo trabajo, ya sabes,
un trabajo,» dijo. «Conozco a alguien que puede
ayudarte a construir un bote. Conozco a alguien
que puede ayudarte a construir una casa. Conozco a
alguien que puede ayudarte a construir una mandolina,» dije.
«Muy gracioso,» contestó. «Pero yo también soy un hombre serio.
Y creo que eres el Victor Hewitt equivocado,
o ni si quiera eres Victor Hewitt.» «Encuentro
ambos pensamientos muy interesantes, Bruno. De verdad»
dije. «Hey, ¿cómo has sabido que me llamo
Bruno?» preguntó, «Nunca te dije mi nombre.»

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«Heather me lo dijo,» respondí. «Wow,» dijo, mirando
como si tratara de ahuyentar un gran
pensamiento, «comenzaba a creer que me la había inventado.»
«Lo hiciste, Bruno,» le dije, «Y yo lo hice. Cuando
dos personas como nosotros trabajan juntos, descubres
lo poderoso que esto puede ser. Definitivamente estoy
interesado en trabajar contigo en esto. ¿De qué la haremos,
de ratones de prueba en un laboratorio?» «¡Eres
hermoso!» dijo, riendo, mientras estaba a punto
de asfixiarme con su fraternal abrazo de oso.

29
En busca de las vidas perdidas

Perseguía una mariposa azul cuesta abajo


cuando un auto vino y me atropelló.
No fue nada serio, pero me hizo enojar así que
di media vuelta y maldije al conductor que ni siquiera
se había bajado para ver si estaba herido. Después
presté de nuevo atención a la mariposa y
no la vi por ningún lado. Una de las chicas
Doubleday corría hacia mí por la calle
con su pequeño poodle. La detuve y le pregunté,
«¿Has visto pasar a una mariposa azul?»
«Está bajo el abedul del abuelo,»
contestó. «Gracias,» le dije, y caminé de prisa
hacia el árbol. Volaba de flor en flor
por el enorme jardín del Sr. Doubleday,
un azul celestial capaz de aliviar el corazón más cansado.
No sé qué estaba haciendo ahí. En realidad
no quería atraparla. Era como
si la hubiera conocido en otra vida, aún si ocurrió
sólo en un sueño, quería comprobarlo.
Era un indigente ciego por las calles de Cordoba
cuando la vi por primera vez, y ahora, de nuevo estaba aquí.

30
Los animistas

En el motel, el hombre dijo, «Este es un


motel cristiano. Necesito ver su licencia
de matrimonio.» «¿Licencia de matrimonio?» «No
manejamos por ahí con nuestra licencia de matrimonio.
Ni siquiera sé dónde está, pero es seguro que en
el auto no.» «Entonces tienen que irse. No admitimos
paganos,» dijo. «¿Paganos?» respondí. «¿Nos estás
diciendo paganos?» «El mundo está lleno de ellos,»
dijo. «No sé si ustedes lo sean, pero no puedo
arriesgarme.» «¿Y nosotros cómo sabemos
que no eres alguna suerte de pederasta o asesino
serial?» preguntó Melissa. Estaba orgulloso de ella.
«Muéstrale tus tetas,» le dije. Melissa se quitó el
suéter y le mostró los dotes naturales que Dios le dio.
Al viejo se le caía la baba y tartamudeó, «Tú…
tú… pareces ser cristiana.» «No,» dijo ella,
«la izquierda es animista y la derecha es
demasiado discreta para discutir de religión, pero
creo que también es animista.» «Me gustan los animistas,»
dijo, «amo a los animistas. Son mis favoritos.»
Dimos la vuelta, dirigiéndonos hacia la puerta.
«Viejo rabo verde,» le dije. «Tienes razón,» contestó.
«Soy un Cristiano rabo verde. No lo sabía.
Gracias y vuelvan cuando quieran.»

31
La tierra milagrosa

Mimi iba a llevarme a su lugar especial,


una especie de tierra sagrada y milagrosa, aunque
nunca dijo dónde era. Caminar me causaba un dolor
terrible desde hacía más de un año, ninguno de los
doctores que había visto pudo ayudarme. Vi la invitación
de Mimi como un pretexto para escapar. Conozco el país
y sus alrededores muy bien, pero cuando Mimi comenzó
a descender por un camino de terracería y luego por otro,
supe que estaba perdido. Mimi es una persona
confiable, no hay malicia en ella. Cuando se detuvo,
finalmente, la primera cosa que vi del lado de la colina
fue un agujero rodeado por piedras,
«¿Qué es eso?» pregunté. «En el siglo dieciséis
vivió ahí un monje irlandés,» contestó.
«Los Indios lo cuidaron. Creían que se trataba
de un hombre santo.» «¿Tengo que rodar hasta allí?»
pregunté. «Oh no, nada de eso,» respondió,
«Dicen que el hombre vivió treinta años en ese agujero,
rezando todo el tiempo.» «Me pregunto qué le habrá
pasado. ¿La iglesia lo canonizó?» pregunté.
«Algo se lo comió, un oso o un león de montaña.
Los Indios creen que fue un león de montaña,» dijo.
«Mimi,» le dije, «me trajiste hasta aquí sólo para
contarme esa historia, no digo que no sea una gran
historia, porque lo es, pero me encantaría ver
esa ‘tierra milagrosa’, ¿es posible?»

32
«Está justo ahí, en ese claro. Ven,
te la mostraré,» me dijo. Tuvimos que abrirnos
paso entre la maleza y trepar algunos
troncos caídos. Para mí no fue fácil llegar ahí,
pero lo hicimos, y miré alrededor, pero fuera
del paisaje no vi nada especial. Se lo dije
a Mimi. «A excepción de ese anillo mágico
de hongos. Es hermoso,» agregué. «Tienes que
quedarte ahí y rezar por el alma del monje
irlandés durante diez minutos. Eso es todo,» me dijo.
Hay un nuevo nivel de locura en la tienda de saldos
para ti, Mimi. pensé. «Si es necesario,» dije, «lo haré.»
Procedí a colocarme dentro del círculo
de hongos con los ojos cerrados y, efectivamente,
recé por el alma del pequeño monje irlandés.
Tuvo que ser muy pequeño, porque el agujero
no era tan grande. Pensé en su rosario y
en su biblia, en los largos inviernos de nieve
y frío terrible. Y en su gran paz cuando apareció el león.

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Un sonido como trueno lejano

Me quedé dormido en el sillón con la televisión


encendida. De vez en cuando abría un ojo y veía
cómo alguien era apuñalado o devorado por un monstruo.
Esta vez, una mujer hermosa se estaba quitando la blusa.
Y entonces sonó el teléfono. No podría decir si era el
teléfono de la tele o el mío. Me levanté, medio dormido,
y contesté. «Howie,» dijo una voz
de mujer, «¿eres tú? Suenas como si estuvieras
dormido.» «Lo estaba,» respondí. Yo no era Howie, pero
tenía ganas de hablar con aquella mujer. «Howie,
te extraño. Me gustaría estar contigo en la cama
ahora mismo,» dijo. «También te extraño. Deseo
tenerte aquí, a mi lado,» contesté. Odiaba
no saber su nombre y no estaba seguro si podía llamarla
«mi amor» o «dulzura» o cualquier otro cariño.
«¿Por qué no vienes aquí ahora mismo?» dije.
«Oh, sabes que estoy en Australia. Y mi
trabajo me lo impide un mes más. Es
un infierno estar tanto tiempo lejos de ti,» dijo.
«Te amo,» contesté, y creo que lo dije en serio.
«Significas el mundo para mí, Howie. No podría
soportar todo esto sin saber que me amas. Pienso
en ti todo el tiempo. Miro tu fotografía
cada vez que puedo. Me da fuerza, eso
y nuestras breves llamadas teléfonicas. Ahora
vuelve a dormir y sueña conmigo, sueña que te beso
y te abrazo. Debo irme. Te amo,
Howie,» dijo y colgó. Creo que mi estado

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puede ser descrito como un estupor placentero, me sentí
como un Howie, así fue, y en mi corazón
creí que la mujer sin nombre, sin rostro y bajo contrato
en Australia, me amaba de verdad, y que mi gran
amor por ella le daba fuerza. Me acurruqué en
el sillón y caí en un dulce sueño. Y entonces
escuché el rugido de un león, y temí por nuestras
vidas. «¡Howie!» gritó ella. «¡Sálvame!» Pero no pude hacer
nada. Estaba ocupado en otro lugar, amarrando mi zapato.

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Índice

07  La memoria de los peces


08  La única pero perfecta tarde en el lago
10  Nunca hay suficientes dardos
11  La mejor de las celebraciones
12  La florería
14  Río Perdido
16  Su número disminuyó
17  Ganas de vivir
19  Ocurrió así
21 Angelical
22  Estar en más de un lugar a la vez
23  El hombre del incienso
25  Bisonte suburbano
26  En busca de
27  Reglas bancarias
28  El hombre de Heather
30  En busca de las vidas perdidas
31  Los animistas
32  La tierra milagrosa
34  Un sonido como trueno lejano

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